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Imagina una habitación con una iluminación tenue y todas las persianas cerradas.

Veinte líderes de distintas iglesias de la


zona sentados en el piso formando un círculo con las Biblias abiertas. Algunos tenían las frentes empapadas de sudor
después de caminar kilómetros para llegar allí. Otros estaban sucios por el polvo de los pueblos desde donde salieron
temprano esa mañana en bicicleta
Estaban reunidos en secreto. Vinieron a propósito hasta este lugar a diferentes horas a lo largo de la
mañana, a fin de no llamar la atención a la reunión que se celebraba. Vivían en un país de Asia donde es
ilegal reunirse de esta manera. Si los pescaban, podían perder su tierra, sus trabajos, sus familias o sus
vidas
• Escuchaba mientras contaban historias de lo que Dios
estaba haciendo en sus iglesias. Un hombre estaba sentado en
un rincón. Era fornido y actuaba como el jefe de la seguridad,
por decirlo de algún modo. Cada vez que se oía una llamada a
la puerta o había un ruido fuera de la ventana, todos en la
habitación se quedaban helados por el nerviosismo hasta que
este hermano iba a asegurarse de que todo estaba bien.
Mientras hablaba, su tosca apariencia revelaba enseguida un
corazón tierno.
• «Algunas personas de mi iglesia se han ido debido
a una secta», dijo. A esta secta en particular la
conocían por raptar creyentes, llevarlos a lugares
aislados y torturarlos. No es raro que a los hermanos
les cortaran la lengua.
• A medida que contaba los peligros a los que se
enfrentaban los miembros de su iglesia, se me
llenaban los ojos de lágrimas. «Estoy dolido», dijo, «y
necesito la gracia de Dios para guiar a mi
congregación a través de estos ataques».

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