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_Daniel Roy
Cada dos años, el Comité de iniciativa del Instituto del Niño presenta a Jacques-Alain
Miller propuestas de temas para su próxima Jornada. Para 2021, una única propuesta -
"La diferencia sexual"- fue aceptada por unanimidad. J.-A. Miller nos dio su aprobación
y nos confió, a Marie-Hélène Brousse y a mí, la presentación. Si el texto de orientación
que, como de costumbre esperábamos, va a faltarnos, veo por mi parte la invitación hecha
a cada uno de nosotros, así como a los grupos y redes del Campo Freudiano para producir
un saber que esté a la altura de las rápidas transformaciones de la clínica. Estas últimas,
especialmente perceptibles en el campo de la infancia, testimonian de la deriva en el
territorio de nuestras convicciones -los semblantes que nos mantienen- y de nuestros
hábitos -los goces que nos convienen-, deriva que produce fallas y zonas de fractura. La
diferencia sexual es el nombre de una de estas zonas privilegiadas.
Al entrar en el mundo que le precede, cada niño es confrontado a esta falla; de ahí en más,
llevará la marca de origen, inscripta en la lengua bajo los diferentes nombres de "niño" y
"niña", "hombre" y "mujer". Pero esta zona de “sexo y género” se ha vuelto difusa, y se
encuentra en el epicentro de una disputa entre corrientes contrarias. Este asunto está
especialmente representado, en los medios de comunicación y en la clínica, por el
sufrimiento y el discurso de los niños llamados "transgénero". Estos niños no se
reconocen en el sexo que se les asigna y afirman muy tempranamente la convicción de
haber nacido en el “cuerpo equivocado” o en un “falso cuerpo”. Tendremos que dejarnos
enseñar por el hecho de que estos niños hacen escuchar como primera demanda un cambio
de nombre por otro nombre que ellos mismos han elegido. Nos preguntaremos acerca de
esta demanda dirigida a la familia, al cuerpo social y luego al jurídico, para
proporcionarles una identidad sexual que sea estable y nueva, introduciendo así un
régimen derogatorio de la ley común que refiere la asignación del sexo, así como el
nombre y la filiación, al efecto de un decir, de una declaración, por parte de quien es
responsable de la llegada de un nuevo ser hablante en el mundo.
Este hecho, clínicamente comprobado, de que un sujeto puede no querer pasar por esta
vía común nos invita a reconsiderar esta cuestión y a interrogar las identificaciones
sexuales. Por un lado, parecen deducirse "naturalmente" de la diferencia entre los sexos
y, por el otro, parecen venir a sostenerla, reforzarla y escribirla en la piedra de lo
simbólico. Los psicoanalistas son interpelados regularmente sobre este asunto, ya sea
como guardianes del templo de Edipo o como propagadores del liberalismo moral más
desenfrenado.
La primera perspectiva es aquella tomada por Freud en el prefacio de sus “Tres ensayos
de teoría sexual”, en 1910. Allí expresa su deseo de que "este libro envejezca
rápidamente, a causa de la aceptación universal de lo que antaño fue su nuevo
aporte" [2]. Pero en los siguientes dos prefacios, de 1915 y 1920, constata que este deseo
no le fue concedido y que la recepción de su teoría sexual se repartió entre acusaciones
de pansexualismo y resistencia declarada sobre esta parte de su descubrimiento. El factor
sexual, tal como lo introduce en el discurso universal, es de hecho una novedad que no
puede ser "aceptada universalmente". Nuevo y singular, así es el carácter de lo sexual tal
como se presenta en la cura analítica. La posición que el sujeto, desde la infancia, toma
en relación con este elemento de novedad y este elemento de singularidad, introduce para
él el germen de su diferencia absoluta. Esto es fundamental en una cura, pero igualmente
lo es a nivel de la civilización, ya que significa que existe una diferencia que no tiene su
origen en una segregación, contrariamente a todas las otras diferencias que lo social
produce.
Esto introduce una dificultad particular: ningún código permite al sujeto descifrar lo que
le sucede, ni por qué le sucede, ni qué significa. Sin embargo, él está a cargo. Y es frente
a esta falla que van a construirse las teorías sexuales infantiles y que van a edificarse las
diversas identificaciones de la infancia. Así, con Freud, lo sexual hace la diferencia y esta
posición radical da su estilo a la acción del psicoanalista: preservar esta singularidad,
bordear esta novedad cuando es demasiado violenta.
La segunda perspectiva se abre en 1923 con el texto titulado “La organización genital
infantil” [3] y continúa en 1925 con “Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia
anatómica entre los sexos” [4]. El nuevo actor es un órgano absolutamente particular, el
falo, que según Freud, ejerce un “primado” sobre la vida sexual infantil para ambos sexos.
Es particular porque su eficacia depende de su potencial pérdida. Es lo que Freud llama
“la castración” y la fase fálica es el momento donde cada una y cada uno es llamado a
tomar posición en relación al valor de uso de este órgano para ellos. Un siglo de psicología
ha disminuido su filo. Es una zona de turbulencias en la que entran varones y niñas:
Los varones con angustia y bajo amenaza por el hecho de ser portadores de lo que
debe perderse para fundar la diferencia. ¿Qué valor dar entonces a eso que creen
tener? ¿Las satisfacciones pulsionales presentes no vienen a desmentir las
promesas del futuro?
Para las niñas, ¿cómo determina su posición el valor que le confieren a su “no
tener”? ¿Aceptación teñida de inferioridad y virando a la renuncia? ¿O bien
abriendo a un uso de la falta que va desde la espera hasta la preferencia absoluta
por esta falta? ¿O incluso posición de rebeldía que la hace entrar, como al varón,
en un mundo de amenaza?
No es casual que esta perspectiva acabe en los textos de Freud que tratan sobre la
feminidad [5], [6], y en numerosos textos de sus alumnas mujeres [7] en tanto que revela
un punto de fuga: no tener lo que se necesitaría para calibrar la diferencia pone a la niña
en posición de ser bajo el golpe de la diferencia, sin disponer de los medios para hacer
límite en su propio cuerpo. Lacan designará ese momento como “la querella del falo” [8].
(Véase al respecto los dos artículos de referencia de Pierre Naveau: “La querella del falo”
[9] y “La comedia del falo” [10]). No es de sorprender, un solo falo para los dos sexos,
¡es la guerra segura! Todavía continúa, si creemos en los periódicos y los estudios de
género…, ¿pero debemos creerles?
La tercer perspectiva es elaborada por Lacan entre 1956 y 1959, con sus seminarios La
relación de objeto [11] , Las formaciones del inconsciente [12] y El deseo y su
interpretación [13], y en su texto de 1958 "La significación del falo" [8] en el que propone
una solución a la querella del falo. Hace de este último un tercer término, que va a ser el
eje alrededor del cual puede operarse una repartición dialéctica entre hombre y mujer.
¿Pero qué es entonces este falo del que puede decir, respondiendo a Freud, que los hechos
clínicos “demuestran una relación del sujeto con el falo que se establece
independientemente de la diferencia anatómica de los sexos” [14]. Este tercer término,
es el falo como significante, significante del deseo del Otro. Según Lacan, la posición
estructural inicial del niño es que quiere ser el falo para satisfacer el deseo de la madre y
no que quiera tenerlo o que él consienta o no a tenerlo o no tenerlo. Es lo que él llama “la
prueba del deseo del Otro” de la que va a decir que “la clínica nos muestra que no es
decisiva en cuanto que el sujeto se entera en ella de si él mismo tiene o no tiene un falo
real, sino en cuanto que se entera que la madre no lo tiene” [15]. Esta “prueba” se
presenta así como la vía de construcción de un objeto inexistente, de la presencia de una
ausencia. El encuentro con el “falo de la madre” designa un momento esencial de la cura
del niño, donde se repite en la transferencia este enigma de ¿Qué me quiere? que va a ser
el motor de la cura. Designa también el momento donde “el sujeto descubre que el Otro
no sabe” [16].
Pero si el falo toma a su cargo posiblemente todo lo que hay de sexual en la diferencia, y
si, para responder “a ese falo lo que (el niño) tiene no vale más que lo que no tiene” [17],
entonces, ¿qué tiene para ofrecer? ¿Qué hay de la pulsión sexual, de sus objetos, de los
acontecimientos de cuerpo que dejan huella de su impacto, todas cosas que escapan al
Otro y que están en el fundamento de la soledad y de la diferencia?
Repartición y distinción
Lacan parte de una constatación: “no hace falta esperar en absoluto la fase fálica para
distinguir a una muchachita de un varoncito, ya desde mucho antes no son en modo
alguno semejantes. Allí se maravillan”. [20] Hay una diferencia, pero no es “sexual”,
porque si hubiera una diferencia sexual, establecería en efecto una relación entre los dos
sexos, una relación de diferencia. Esta llamada “diferencia” responde al hecho real
que “en la edad adulta el destino de los seres hablantes es repartirse entre hombres y
mujeres” [21]. Es una repartición, no anatómica, sino de puro semblante: “lo que define
al hombre es su relación a la mujer e inversamente” [22]. En tanto que llamados
“hombre” y “mujer”, no tienen otra existencia que significante. Son los semblantes por
excelencia. Y es en tanto tales que se abordan, como lo aprovechan tan bien los sitios de
encuentro.
Es sobre la base de esta “repartición” entre hombre y mujer que varones y niñas se
distinguen, y más precisamente que “se los distingue” en el discurso, desde su venida al
mundo. Es lo que hace que Lacan diga que “esta diferencia que se impone como nativa
es en efecto muy natural” [23]. Lo que se registra así como diferencia es en el fondo una
distinción, como un título de nobleza o una asignación insoportable: hay las “niñas bien”
y los “niños bien”. ¿De dónde viene entonces que esta distinción de puro semblante tome
para el sujeto valor real de goce sexual?
La otra dimensión, más fundamental, se basa en el hecho que, de parte del adulto, el goce
llamado sexual es “solidario de un semblante”. Así, en una “situación real”, es decir,
cada vez que el sujeto es convocado como hombre o como mujer, estos semblantes tienen
una eficacia real que se produce como obstáculo entre ellos.
Hay una tesis fuerte de Lacan: en el encuentro de los cuerpos sexuados, “lo real del goce
sexual, en tanto que se lo despeja como tal, es el falo” [25]. El falo es allí “el
obstáculo” que se hace a la relación entre los sexos y por lo tanto a “la bipolaridad
sexual” [26]. No es el nombre del goce sexual en la relación de un sexo al otro –esta es
la promesa de la pornografía, que ha tomado el relevo del fantasma-, sino más bien es
índice del goce sexual en tanto que se interpone entre un sexo y el otro. El falo pierde
aquí su estatuto de significante de la presencia de lo sexual, pero gana su función de
significado del goce: es el efecto sorpresa de la cura analítica, según Lacan.
La intromisión del adulto en el niño, es aquí el hecho que el niño va ser conducido a ser
distinguido y a distinguirse niña o niño en función de este semblante constituido a la edad
adulta según otra lógica y otra economía de goce que la que prevalece en la infancia.
¿Cómo lo va a tener en cuenta, cuando todavía no se le pide “pagar el precio, el de la
pequeña diferencia” [27]? Se establece aquí una solidaridad de semblante entre las
generaciones, solidaridad que indica y vela al mismo tiempo lo real del goce en juego y
que da su consistencia a la estructura familiar, bajo sus tan diversas modalidades. La
familia aparece así al mismo tiempo como el lugar donde se transmite la falla de lo sexual
y donde se la enmascara, sin la mediación aquí del Edipo, pero no sin la castración, aquí
castración de goce.
Nuestra acogida y nuestro trabajo con las familias actuales encontrarán esclarecimiento
de lo que se elabora en este lugar. Se indica la constancia de la dimensión de “religión
privada” que puede proveer una consistencia a cada uno: a la vez mostración del goce y
ritos que lo sacrifican a los fines de perpetuar la existencia. Pero es también la posibilidad
ofrecida a los hombres y a las mujeres del siglo de no borrarse o esconderse detrás de las
figuras de la paternidad, de la maternidad o de la parentalidad. Es únicamente esto lo que
puede abrir a nuevas formas de ser padre y de ser madre, sin estándar previo, lo que no
es sin angustiar a aquellas y aquellos que se comprometen en ello.
La crisis de la fase fálica puede entonces considerarse como crisis del falo en sí mismo
que, en el momento en el que pasa al semblante, deviene instrumento de la función de
castración para el ser hablante cada vez que éste levanta el guante de su identificación
sexual, sea adulto o niño.
Identificaciones y síntomas
Una identificación sexual, sea “niña” o “niño”, “hombre” o “mujer”, ¿no es siempre una
identificación de crisis? Tres razones para esto:
En su intervención "El niño y el saber", J.-A. Miller nos dio el vector que guía nuestra
acción: "Al Instituto del Niño le corresponde restituir el lugar del saber del niño, de lo
que los niños saben" [33]. Por los próximos dos años, vamos entonces a dejarnos enseñar
de eso que los niños, niñas y niños, saben de la diferencia sexual, de lo que quieren o no
quieren saber, lo que pueden y no pueden saber.
NOTAS
1. J.-A. MILLER, “Los seis paradigmas del goce”. Revista Freudiana N° 29. Barcelona, 2000, P.45.
2. S. FREUD, “Tres ensayos de teoría sexual”. (1905) Obras completas. Tomo VII. Amorrortu. Buenos Aires,
1992. P.117.
3. S. FREUD, “La organización genital infantil” (1943) Obras Completas, Tomo XIX, Amorrortu, Buenos
Aires, 2014.
4. S. FREUD, “Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica entre los sexos”. (1925) Obras
Completas, Tomo XIX, Amorrortu, Buenos Aires, 2014.
5. FREUD, S. “La feminidad” (1931), Obras Completas, Tomo XIX, Amorrortu, Buenos Aires.
6. FREUD, S. “Sobre la feminidad” (1932) Obras Completas, Tomo XIX, Amorrortu, Buenos Aires.
7. HAMON, M.-C. Pourquoi les femmes aiment-elles les hommes ?, Paris, Seuil, 1992 & Féminité
Mascarade, études psychanalytiques réunies par M.-C. Hamon, Paris, Seuil, 1994.))
8. LACAN, J. “La significación del falo”. Escritos 2. Siglo XXI Editores. Buenos Aires 2003. P.665.
9. P. NAVEAU “La querella del falo”, La Cause freudienne n° 24, enero 1993, p. 12-16,
10. P. NAVEAU “La comedia del falo”, La Cause du désir n° 95, abril 2017, p. 25-32.
11. J. LACAN, El Seminario, Libro 4, La relación de objeto (1956-1957), Paidós. Buenos Aires. 2015.
12. J. LACAN, El Seminario, Libro 5, Las formaciones del inconsciente (1957-1958) Paidós. Buenos
Aires.1999.
13. J. LACAN, El Seminario, Libro 6, El deseo y su interpretación (1958-1959) Paidós. Buenos Aires. 2014.
14. Idem 8. P. 666
15. Ibidem P.673
16. MILLER, J.-A. “Interpretar al niño”. Revista Carretel N°12. Año 13.
17. Idem 8. P. 673
18. J. LACAN, El Seminario, Libro 18, De un discurso que no fuera del semblante (1971). Paidós. Buenos
Aires, 2002.
19. J. LACAN, El Seminario, Libro 19,...O peor (1971-1972) Paidós. Buenos Aires. 2012.
20. Idem 18. P. 30
21. Ibidem P.31
22. Ibidem. P. 31
23. Idem 19 P. 15
24. MILLER “En dirección a la adolescencia”. Revista Registros. Año 13. Tomo rojo/azul Jóvenes. P. 16
25. Idem 18 P. 33
26. Ibidem 62
27. Idem 19 p. 9
28. Ibidem P. 17
29. Idem 18. P. 33.
30. LACAN, J. “La instancia de la letra en el inconsciente o la razón desde Freud”. Escritos 1. Siglo XXI
Editores. Buenos Aires. 2003. P.501.
31. Idem 18. P.33.
32. MILLER “El niño y el saber”. Los miedos de los niños. Paidós. Buenos Aires. 2017.