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Qué formas de conocimiento están siendo producidas alrededor nuestro. Cómo se conectan
con relaciones de poder y a posibilidades de resistencia política y ética, creación de mejores
formas de vivir juntxs.
Ser humano hoy es un concepto en discusión. De hecho, no estoy segura de que haya
consenso a la hora de definir qué significa ser humano. La Ilustración nos dejó la
Declaración Universal de los Derechos Humanos, pero las mujeres no tenían derechos
humanos, ni los judíos, ni los negros, ni los niños. El concepto «humano» siempre ha tenido
una carga de relaciones con el poder, de exclusión y de inclusión. Nunca ha sido un
concepto neutro ni inclusivo. Hoy, más que nunca, la noción de ser humano está en
evolución. El ser humano debe definirse a sí mismo en un contexto de cuarta revolución
industrial, con la explosión de la ciencia y la tecnología…
Es decir, que sin haber llegado a definir lo humano, ¿ya estamos en la fase
posthumana?
Sí. Yo no creo que lo posthumano sea algo que llegará en el futuro. No es ciencia ficción.
No es Blade Runner, Mad Max o una de esas películas que postulan un nuevo ser humano
después del apocalipsis. Y tampoco no soy una transhumanista de Silicon Valley que cree
que seremos capaces de cargar la consciencia en un ordenador y convertirnos en
superhumanos. Yo creo que el posthumanismo es más bien un índice para describir en qué
momento nos encontramos ahora.
La idea de devenir es esencial. Necesitamos abrir el sentido del concepto «identidad» hacia
las relaciones con una multiplicidad, con los otros ejes y entes. Por oposición a la idea de
identidad como algo completamente cerrado, ya formado y estático. Somos sujetos en
construcción, siempre estamos convirtiéndonos en algo, en proceso.
«Por el momento las decisiones sobre lo que seremos las toman las grandes corporaciones o
los políticos.»
Creo que no estamos haciendo lo suficiente para reflexionar conjuntamente sobre lo que
nos está ocurriendo. Pero no es culpa de nadie, el problema es muy complejo. Además,
ahora atravesamos una era política muy complicada. Las grandes transformaciones sociales
han provocado mucha infelicidad y descontento y estamos en una era de populismo, ira y
violencia política. Y en este contexto la teoría no está muy bien considerada. Los teóricos
son vistos como especuladores y su tarea se considera inútil, y mientras dejamos que las
noticias falsas y los hechos alternativos se extiendan. La reputación de los académicos es
muy baja en épocas populistas. Necesitamos poner fin a estos ataques a las universidades, a
los académicos y a los expertos. Tenemos que desarrollar una cultura del respeto por el
conocimiento. Y parece evidente que la clase política está haciendo todo lo contrario, que
pone palos en las ruedas a las discusiones públicas y que miente abiertamente sobre los
hechos y los datos. Explota el descontento comprensible que ha provocado la cuarta
revolución industrial. Explota sus efectos negativos para alimentar este populismo, y
esconde el lado positivo de la historia. Los aspectos negativos son importantes, pero
también debemos fijarnos en la parte positiva de esta gran revolución tecnológica.
¿Cómo lo logramos?
Lo primero que necesitamos es hacer un esfuerzo para entender que nos está ocurriendo.
¿Cómo funciona el capital? Y a partir de aquí debemos plantear la discusión sobre como
podemos redistribuir mejor la riqueza en el mundo, rompiendo el monopolio de grandes
compañías como Amazon o Apple. Debemos analizar en detalle como se están
reorganizando los conceptos de poder y conocimiento y, a partir de aquí, plantear una
alternativa, una resistencia basada en la solidaridad.
Porque todos estamos atrapados ahí. Somos parte del problema. Por eso el capitalismo
funciona. Y por eso los análisis marxistas que creían que el capitalismo acabaría
colapsándose se han demostrado erróneos. Lo que hemos aprendido desde 1968 es que el
capitalismo nunca cae. Se transforma, se adapta y adopta cualquier modalidad posible,
códigos de ganancia de corto plazo. Y debemos mirarlo en toda su complejidad. Pero
estamos atrapados en un modelo de consumo que sigue funcionando sin parar. Por lo tanto,
si somos parte del problema, debemos convertirnos en parte de la solución. Tenemos que
trabajar conjuntamente para hallar los márgenes de actuación.
Creo que hay formas de desvincularnos y de tomar distancia de estos modelos equivocados
de consumo. Tenemos que darnos cuenta de que, contrariamente a la idea marxista-leninista
de una revolución global, los cambios que podemos conseguir son colectivos, pero paso a
paso, tomando distancia. Fijémonos en cómo el feminismo nos ha enseñado a distanciarnos
de la violencia masculina. O en cómo el antirracismo nos ha enseñado a distanciarnos del
supremacismo blanco. Se trata de distanciarse. Es como un ejercicio de desintoxicación.
Debemos desintoxicarnos de los malos hábitos de consumo, de pensamiento y de relación
con los otros. Desidentificarnos.
¿No cree en la revolución, pues?
Creo que hoy en día «revolución» es un concepto fascista. Creo que la gente que apela a la
revolución es la extrema derecha, es Steve Bannon, son los conservadores que creen en una
neorevolución para recuperar los valores y las nociones de Dios, nación y familia. Creo que
actualmente es preferible un activismo activo, revolución molecular de intervenciones
comunitarias, un compromiso colectivo para crear valores afirmativos más que no unirse a
lo que me parece una restauración fascista de la noción de revolución, que solo pretende
abrir las puertas a la violencia y el abuso y volver a ajustar el reloj antes de 1968.
Compromisos colectivos. Abre las puertas a más violencias y a antes del 68.
Pues parece ser que en Europa esta revolución conservadora cada día tiene más
adeptos…
La Unión Europea nos ha ofrecido un siglo de paz, pero todavía queda una lucha muy larga
para expulsar el virus del nacionalismo europeo y el fascismo. Soy italiana, sé de qué hablo.
La negación del otro, la ignorancia, la ausencia de solidaridad. Me avergüenza. No es la
Europa que yo quiero. Yo reivindico la visión original de Europa como un espacio abierto,
una Europa que haya aprendido de sus propios errores.
No parece fácil…
Lo que necesitamos es una transformación radical, siguiendo las bases del feminismo, el
antirracismo y el antifascismo. Una transformación profunda del tipo de sujeto que somos.
Y esto solo puede pasar de forma colectiva, redefiniendo el tipo de mundo que está
ocurriendo. Este es el proyecto.
https://lab.cccb.org/es/rosi-braidotti-necesitamos-una-transformacion-radical-siguiendo-las-
bases-del-feminismo-el-antirracismo-y-el-antifascismo/