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Era su último poema, el más profundo de todos. El que fue más allá de las palabras.
El que se escribe con la honestidad consecuente de los ideales. El que brota del
corazón y se funde en la heroicidad, por amor a la patria. Lo había dicho
premonitoriamente: “Porque mi patria es hermosa, como una espada en el aire, y
más grande ahora y aun, más hermosa todavía, yo hablo y la defiendo con mi vida.
No me importa lo que digan los traidores, hemos cerrado el pasado con gruesas
lágrimas de acero (Su poema “Palabra de Guerrillero”).
Javier había resuelto traspasar el umbral del individualismo para entrar al poemario
colectivo de construir una nueva sociedad sin explotados ni explotadores. El sacrificio
era enorme y con alto riesgo de morir en el intento. Pero su convicción era
inquebrantable y su coraje tan grande como su nobleza. Allí estuvo a la hora de la
verdad, asumiendo los costos de la opción de liberar al pueblo peruano de la opresión
oligárquica y emprender la revolución socialista para la patria. No fue una decisión
impronta ni romántica. La tenía meditada desde tiempo atrás.
Foto: Revista Cuba Sí. Javier Heraud (Parados: tercero de izquierda a derecha) posa con otros jóvenes
del evento. Tenía 19 años.
De regreso a la patria, estaba decidido Plaza Roja 1961.
a ser revolucionario más allá de las
(Fragmento del poema de Javier Heraud)
palabras. América Latina
estaba ……………………
conmocionada con el triunfo de la Aquí yo he estado en el centro del incendio,
Revolución Cubana por la vía de las en plena Plaza Roja y varias veces,
tragándome mis penas
armas sobre la cruel dictadura de y forzando mi pequeñísima alegría.
He dicho Paz en rojo, en calles,
Fulgencio Batista. El gobierno en plazas y jardines.
revolucionario bajo la conducción de
Y digo paz en Moscú, en Tashkent,
Fidel, había iniciado un proceso de o en el corazón herido de mi pueblo.
reformas estructurales, creando una nueva sociedad.
En el Perú, de aquellos años, la situación era similar, con una oligarquía terrateniente
en el gobierno, sistema feudal de explotación campesina, empresas norteamericanas
con latifundios, inversiones mineras y, explotación petrolera extranjera. El 0.4% de
los propietarios de tierras agropecuarias eran dueños del 76% de estas. Esta situación
se repetía en los demás países latinoamericanos.
La revolución cubana hacía justicia social en la ciudad y en el campo con una reforma
agraria que confiscaba latifundios. Estas medidas generaron entusiasmo entre los
pueblos de nuestro continente, pero también, enemistad con EE UU que, viendo el
peligro que representaba para sus intereses el ejemplo cubano, temía cundiera en
otros países. Puso entonces en marcha, un plan para destruir el proceso de la
revolución cubana y asesinar a Fidel.
Como parte de ese plan, nuestro país y demás miembros de la OEA, alineándose con
EE UU, expulsaron a Cuba de la OEA. Rompieron relaciones diplomáticas con ella,
para aislarla y someterla a un despiadado bloqueo económico, con la finalidad de que
el pueblo se vuelque contra el gobierno revolucionario. El bloque de países socialistas
y principalmente la Unión Soviética, salieron en defensa de Cuba y prestaron todo el
apoyo solidario contra el bloqueo. Toda Latinoamérica apoyaba a la revolución
cubana y a Fidel.
Para los jóvenes de la época en el Perú, era muy alentador escuchar por Radio
Habana Cuba, la recuperación de sus recursos naturales confiscando a las empresas
extranjeras, que las trabajadoras del servicio doméstico accedían gratuitamente a
estudiar medicina en las universidades, que los medicamentos eran gratuitos o que, a
los estudiantes de primaria y secundaria el Estado les otorgaba gratuitamente los
uniformes y útiles escolares y muchos otros logros.
Por eso, cuando en 1961 el gobierno revolucionario de Cuba anunció que daría becas
universitarias a estudiantes peruanos, hubo gran acogida en Lima y provincias. Entre
los postulantes estaba Javier Heraud Pérez, un joven miraflorino que desde los 16
años ya era profesor de inglés y de literatura, y a los 18, un poeta reconocido por su
libro “El Río” siendo galardonado en 1960 como “El Poeta Joven del Perú, por su
poemario “El Viaje”.
Para Javier Heraud, viajar a Cuba como becario era un sueño que no podía
desaprovechar y conocer de cerca esta heroica experiencia histórica. Animó a sus
amigos poetas a seguirle. Su sensibilidad social estaba a plenitud. Era la misma
sensibilidad que sintió el poeta José Martí que, a los 17 años fue enviado a prisión, lo
sometieron a trabajos forzados y lo deportaron por escuchar el clamor del pueblo
cubano que, buscaba liberarse del coloniaje español. Pese a ello, regresó del destierro,
fundó el Partido Revolucionario Cubano y se alzó en armas, siendo abatido por las
fuerzas realistas.
Aunque parezca paradójico, los poetas revolucionarios van a la guerra por amor. No
por la guerra en sí misma, que solo es un paso obligado a su reverso, donde florece el
amor en todo su esplendor, libre de tristezas. Aquellos poetas revolucionarios
mencionados, eran los héroes del amor, a los que Javier admiraba. Mientras los
opresores nos mostraban como paradigma a “Superman”, Javier se regocijaba con los
versos de Antonio Machado, el poeta antifascista de las filas republicanas en la guerra
civil española.
Este, había escrito sobre “El poeta y el pueblo”,
Caminante no hay camino
“El hombre que murió en la guerra” y alusiones a ……………………………………..
Murió el poeta lejos del hogar.
las hazañas del legendario Cid Rodrigo Díaz de Le cubre el polvo de un país vecino.
Al alejarse le vieron llorar.
Vivar. Ello, caló en el sentimiento de Javier y de
“Caminante no hay camino,
allí, tomó más tarde su nombre de combate: se hace camino al andar…”
Marcos, los becarios nos reuníamos muy Golpe a golpe, verso a verso.
(Fragmento del poema de Antonio Machado)
entusiasmados esperando la fecha del viaje.
Hacíamos nuestros círculos de estudios y nos
íbamos conociendo. Al fin llegó lo que esperábamos y entre marzo y abril de 1962, un
centenar de becarios partimos rumbo a Cuba.
Los afiches, carteles y retratos de los guerrilleros estaban por todas partes y las
multitudes llenaban extensas plazas para las conmemoraciones. Comprábamos
postales y las enviábamos por correo a nuestra familia, sin saber que eran
interceptadas por el enemigo. La torrencial lluvia de justicia social desatada por la
Revolución Cubana hacía reverdecer las zonas áridas de la política Latinoamericana.
Nosotros éramos los brotes y allí nos encontramos con otros jóvenes de países
hermanos.
Creo que la explicación está en su sensibilidad. Los poetas revolucionarios son los que
expresan su sensibilidad de la manera más elocuente en defensa de los indefensos, a
tal punto de dar la vida por ellos. Los opresores jamás serán poetas. Hace falta una
fuerza conmovedora interior, como la tenía Javier Heraud. Eso marcó su designio.
Animó a los otros poetas becarios con quienes compartía sus afanes literarios.
Estaban, Mario Razzeto, Edgardo Tello, Pedro Morote, Rodolfo Hinostroza, Marco A.
Olivera. Todos muy jóvenes.
Aquel año de 1963, el Día de la Madre fue el 12 de mayo, pero ese día la mamá de
Javier Heraud como de los demás jóvenes becarios que fuimos a estudiar a Cuba, no
recibieron el abrazo ni la llamada telefónica que toda madre espera ansiosa. Todas se
preguntaban ¿Qué habrá pasado?
Ese domingo, Javier Heraud, con uniforme verde olivo, dejaba atrás el río Manuripi
en la selva boliviana y caminaba por un sendero “entre pájaros y árboles” cargando
una ametralladora ZB30 rumbo a la frontera, cerca de Puerto Maldonado para iniciar
la guerra revolucionaria por una patria socialista.
¿Por qué recordarlo ahora y siempre? Porque su sacrificio fortalece nuestros ideales
socialistas. Porque, es un símbolo de la juventud justiciera. Porque su ejemplo de
revolucionario consecuente, será siempre un estímulo para las nuevas generaciones.
Porque su amor por los oprimidos no tuvo límites. Porque no se quedó en las
palabras. Porque su ideal sigue pendiente de culminar. Porque a la patria se la
defiende hasta con la vida, antes que verla pisoteada por los opresores.
Javier Heraud se incorporó a la Ilíada revolucionaria de su época, sin saber que los
dioses del Olimpo dialéctico le tenían reservada una epopeya heroica, en su camino
de combatiente revolucionario. Había triunfado en el campo de batalla del amor y la
literatura, pero le faltaba completar la epopeya en su parte más dramática. Su
designio se cumplió. Pero los Apus de nuestra cordillera lo rescataron para nuestra
historia y allí mora su ejemplo, como el más puro paladín de los precursores del
socialismo peruano.
Mayo, 2021