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Pezones

en cruz

por
Rawi
PEZONES EN CRUZ

U n gran amigo sacerdote ha


muerto. Tuvo a bien dejarme
recuerdos y enseñanzas imborrables,
una vieja pipa con cacha de marfil
y el dolor de una parte de su vida.
Mi amigo nació en el seno de una
familia aristócrata caribeña, pero
pronto fugó de ese destino. Nació
con el vicio de las cuscas y los
tinticos, por qué habría de habérsele
quitado en sus últimos días de
hospital. Asistió al Seminario en
Santiago de Chile desde 1972 hasta
1977 y fue subversivo, reaccionario
y revolucionario, en la medida de
sus posibilidades y fuerzas, durante
toda su estadía en Chile, durante
Pinochet.
En el barrio o “comuna” de Macul,
a unas cuantas cuadras del Estadio
Nacional de Chile, se encuentra
la Escuela de Suboficiales "S.O.M
Fabriciano González Urzúa", a cuyo
“patio de honor”, entre el domingo
10 de noviembre y el lunes 11 de
noviembre de 1974, fue lanzada una
bomba molotov mal hecha, cuyas
esquirlas se enterraron en el pasto y
cuyo fuego incendió algunas ramas
de unos pinos del patio.
Los subversivos, rojos, comunistas
que perpetraron el acto, huyeron por
la Avenida Pedro de Valdivia, en un
vehículo que se malogró dos cuadras
después de pasar la Avenida Grecia,
más o menos lograron desplazarse
un kilómetro y medio y luego
tuvieron que correr por sus vidas,
los cuatro terminaron separándose y
sólo dos escaparon juntos, corriendo,
jadeando y escupiendo su agitación,
hasta que identificaron un Convento
de Claustro, cuyo nombre no diré y
saltaron su pared posterior buscando
santuario. Escucharon las sirenas de
los carabineros pasar raudamente y
más tarde otra vez, en las cercanías y
así, toda la noche rondando, lejos o
cerca, no importaba.
A las seis de la mañana los sorprendió
una joven novicia que empezaba
sus tareas y sólo diciéndose
silencios cómplices con la mirada,
se explicaron mutuamente toda la
situación. Una hora más tarde, la
DINA (Dirección de Inteligencia
Nacional) irrumpía en el claustro
para revolverlo todo. Diez horas
después se marcharon sin haber
encontrado nada.
Durante varios días permanecieron
en la zona, allanando viviendas, o
ingresando bien recibidos a otras,
pero siempre buscando a los rojos
que, no podrían haber ido muy
lejos, como esos otros dos pobres, ya
capturados y ya torturados.
Cuatro días después, un encolerizado
capitán de la DINA volvía a irrumpir
en el Convento para obligar a todas
las novicias, monjas y Superiora a
presentarse ante él. Estaba seguro de
que las monjas “culiadas” ocultaban
a los comunistas. Abofeteó a la
Superiora y a algunas otras, tocó
soezmente a las más jóvenes y
mientras seguían intimidándolas
a todas, la Madre Superiora dijo
cinco palabras: “Silencio hijas, ni un
sonido”. A partir de ese momento, la
Superiora fue brutalmente agredida,
violada y golpeada, quién habría
pensado que esas serían sus últimas
palabras. La Superiora murió días
después por insuficiencia renal
producto de la inhumana golpiza de
la que fue víctima.
Pero sus últimas palabras pesaron
en sus hermanas/hijas, ninguna
pronunció una sola silaba, un sólo
quejido mientras les desgarraban
la parte superior de sus hábitos y
dejaban sus torsos inocentes a la
intemperie de la bota militar. Una
a una se les hizo una sola pregunta
¿dónde estaban escondidos los
rojos? Ninguna dijo una sola
palabra, ninguna pronunció un sólo
sonido, ni cuando las manoseaban,
ni cuando les cortaron una cruz en
sus pezones con una navaja.
Mi amigo, además de seminarista,
estudiaba medicina y a esa razón,
unas semanas después del suceso
se dedicaba a hacer curaciones a
los pechos de todas las mujeres de
ese claustro. Ninguna dijo una sola
palabra, ninguna pronunció un sólo
sonido durante las curaciones o
durante el tratamiento que recibieron
las que sufrieron infecciones por sus
heridas más profundas.
Ya era enero de 1975, las heridas
de los cortes más profundos y más
brutales ya estaban prácticamente
sanas. Mi amigo estaba guardando
todos sus insumos médicos y se
aprestaba a irse, cuando notó a
las monjitas más afanosas que
de costumbre, una Superiora de
España, donde se encuentra la sede
de su Orden había arribado al fin.
Estaban de pie recibiendo a su
Superiora, paraditas, lado a lado esas
menuditas mujeres chilenas, sobre el
piso ajedrezado. La Superiora sólo
dijo “Podéis hablar hijas mías”.
Inició como un sollozo, suave,
delicado, parecía al principio
respiración entrecortada, luego las
aspiraciones nasales y luego el llanto,
simple, puro, fecundo.
Estaban de pie esas mujeres, paraditas,
lado a lado, ordenadas, de valiente a
más valiente, de grande a gigante,
de fuerte a invencible, llorando sin
abrazo, quietas, acompañadas de sus
hermanas de dolor, acompañadas de
sí, acompañadas de la memoria de
su anterior comandante. Lloraron
largo, lloraron un siglo, lloraron un
segundo frágil, lloraron profundo,
simplemente lloraron.
Así es como me lo contó mi amigo,
lloraba, 46 años después de ese
día, lloraba conmigo, mientras
fumábamos clandestinamente en
unas gradas del Hospital Obrero.
En su funeral, ayer, volví a sentir el
dolor de esa parte de su vida, que
ahora, al conocerla, será también tu
dolor.

Rawi
Nuestra Señora de La Paz,
segundo de mayo de dos mil
veintiún.

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