El aire de la madrugada suele ser diferente cuando el citadino decide salir de la caótica
Bogotá. Las avenidas parecen burlarse del conductor convenciéndolo de que si no fuese por
la hora no podría disfrutar de la soledad y tranquilidad de estas sin los trancones, ruidos y
contaminación propios del día a día. Sin embargo, lejos de esta expectativa, ya en la
autopista sur, la capital despide a los viajeros con un monumental atasco que dura más o
menos una hora; en una larga fila de automóviles, la cual parece no tener salida, queda
tiempo entonces para que como si fuese una pintura, se pudiera bocetar aquel destino del
cual, como en esta ocasión, solo se tienen referencias.
Casi sacado de una novela de realismo mágico, en medio de la cordillera y como parte del
escenario donde las guerrillas liberales de La Guerra de los Mil Días habían encontrado
refugio, Viotá- Cundinamarca es también cuna de un ‘jardín del Edén’.
Exactamente a 10 kilómetros del municipio y subiendo por un largo y rocoso camino
diseñado por las circunstancias para las llantas más resistentes, en medio de la vegetación y
consumido por el paisaje, se encuentra Mogambo.
De la finca de su padre, con apenas 6 fanegadas que poco a poco fueron ampliando
mientras compraban ‘pedacitos’, hasta las 32 que son en la actualidad y con un nombre
otorgado por la historia como si hubiese sido destinado a representar aquel tesoro: el
Sendero Ambiental Mogambo, que en suajili
africano significa ‘pasión’, nació de la iniciativa de
un joven ingeniero forestal quien impresionado por
la exploración y el conocimiento otorgado por
nuestras raíces indígenas, despojadas de sus
territorios y creencias, decidió junto a su esposa
encontrarles un refugio a aquellos saberes
tradicionales casi obligados a pasar el resto de los
tiempos en el olvido.
Los antecedentes
Desde villabo hacía Vaupez viajaban en aviones de la fuerza aérea colombiana, se dirigían
hacía el Amazonas, hacía Caqueta, hacía Guaviare. Guiados por imágenes de satélite
compradas a Estados Unidos y apoyados en la brújula, llevaban con ellos 10 soldados
quienes daban el apoyo logístico, armaban los campamentos en la selva y reparaban
motores fuera de borda; ya instaurados aquí, contrataban también 10 indígenas dependiendo
de cada lugar, para que les dieran los nombres de las plantas y los animales descubiertos en
varios dialectos.
Le hacía muchas ansias, se trató de un mundo que se abría frente a él para investigar plantas
en tan importante región; conoció más comunidades indígenas, aprendiendo nuevamente
sobre el saber tradicional de estas. Ellos, sabían que
plantas usar, como, para qué y cuando usarlas, un
conocimiento extraordinario que fue registrando y
que sería uno de los pilares en su propio sendero.
“Aquí se enseña el uso de las plantas desde el punto de vista académico y serio, pero
para no ser ladrilludo y mamón uno le mete esas cosas, sin que sea mentira por
supuesto: hablamos del mito, la leyenda, la tradición oral, etcétera”, resalta Luis.
“Enrique siempre decía ‘¿será que algún día vamos a verlo?’ A lo que
yo le respondía ‘Si no lo sembramos no lo vamos a ver’”, cuenta con
orgullo Leonor.
Se dice que en Mogambo los mitos y las leyendas cobran vida, pues repartidas por el lugar
se encuentran tres esculturas correspondientes a tres diferentes mitos recitados por el
mismo profesor.
Las ramas, el musgo y hasta las abejas se han tomado lo que algún día fue concreto
esculpido por Hugo Arias Lobo y Manolo Colmenares, reclamando así algo que representa
a la naturaleza y haciéndolas parte de ella.
Hombre sapo
Es aquí cuando el
profe sienta a sus
estudiantes, los
pupitres son pequeños
troncos y el escritorio
es un largo pedazo de
madera en la mitad de
esos cuatro bambús
que sostienen un
techo, el cual sirve
como resguardo
cuando caen las
fuertes lluvias. Por si
esto no fuese suficiente, el paisaje termina de ambientar el salón de clase, para esta lección
el mirador histórico del sendero es esencial.
A elección de sus estudiantes, Luis cuenta una historia, este personaje tan olvidadizo en su
vida fuera del trabajo es capaz de además de recitar versos, narrar hechos trascendentales
de memoria, cómo cuando habla de La Guerra de los Mil días, cuando la guerrilla liberal
del Tequendama se refugiaba en tres haciendas de Viotá, la Hacienda Florida, Ceilán y la
Hacienda Los Olivos,
“Los hacendados del gobierno
conservador habían expulsado a
Rafael Uribe Uribe de la Hacienda
Cafetera de Fredonia Antioquia por
criticar al gobierno conservador. La
policía llega a la hacienda, pone
precio a Rafael y lo mete en los
calabozos de Medellín, lo demoran
como 3 meses y es expulsado de
tierras de Antioquia y de tierras del
Valle. (…) Enseguida Eustasio de la
Torre Narvaéz que es del partido
liberal le dice ‘Rafael, para que el
gobierno conservador no le joda la
vida, vaya y me administra dos haciendas mías, Acuata en Tocaima y Ceilán en Viotá’
entonces se viene Rafael Uribe Uribe a vivir en Ceilán…”
De vuelta a la cabaña donde todo inició, después de no solo haber hecho un recorrido por la
vegetación sino por la historia, ‘Leito’ recibe de a los visitantes con un delicioso almuerzo,
preparado al calor de la leña, mientras que Luis Enrique se proyecta hacia el horizonte y
cierra el recorrido comentando los planes que aún tiene para este. Con 69 años, el profesor
Acero sueña junto a Leonor, con seguir expandiendo el sendero, hacer de las visitas un
proceso más autónomo implementando tecnología que guie al invitado, recolectar muchas
más especies continuando con su constante investigación y lograr fomentar en los jóvenes
estudiantes que los visitan la posibilidad infinita que otorgan las plantas y una vez más, ‘el
saber tradicional’.
No esta seguro si sus hijas se harán cargo de Mogambo, desde muy pequeñas fueron
inculcadas con el perseguir sus propios sueños “La realidad enseña que los hijos
generalmente no se dedican a lo mismo que sus padres, es lo normal…”, dice Luis, pero,
así como el árbol que sembraron, aspiran a verlo crecer por otro largo tiempo.