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ANTOLOGIA LITERARIA 3oESO FINAL
ANTOLOGIA LITERARIA 3oESO FINAL
3º ESO
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ANTOLOGÍA LITERARIA – 3º ESO
Literatura medieval
- Jarcha
- El Conde Lucanor
- La Celestina
Literatura renacentista
- Garcilaso de la Vega
Literatura barroca
- El Quijote
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ANTOLOGÍA LITERARIA – 3º ESO
LITERATURA MEDIEVAL
JARCHAS
http://www.virtual-spain.com/literatura_espanola-jarchas.html
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ANTOLOGÍA LITERARIA – 3º ESO
entróve: entró
razón: palabra
saña: enojo, odio
fuertemente sellada: enviada por el rey con
intenciones severas
supiesen vera palabra: no debieran dudar
acordaran: habían acordado
la rompiese: rompiese la puerta
aguijar: espolear, incitar (un caballo)
ceñiste: te pusiste
vedado: prohibido
glera: ribera del río
montaña: bosque
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LOS MILAGROS DE NUESTRA SEÑORA (BERCEO)
EL LADRÓN DEVOTO Al fin al tercer día vinieron los parientes,
Era un ladrón malo que más quería hurtar vinieron los amigos y vecinos clementes;
que ir a la iglesia ni a puentes alzar; venían por descolgarlo rascados y dolientes,
sabía de malos percances su casa gobernar, pero estaba mejor de lo que creían las gentes.40
uso malo que cogió no lo podía dejar. Lo encontraron con alma bien alegre y sin daño;
Si hacía otros males, eso no lo leemos; 5 no estaría tan vicioso si yaciera en un baño,
sería malo condenarlo por lo que no sabemos, bajo los pies, decía tenía tal escaño
más abandonemos esto que dicho vos a vemos, que habría mal ninguno aunque colgara un año.
si algo hizo, perdónelo Cristo en quien creemos. Cuando esto le entendieron aquellos que lo
Entre las otras malas, tenía una bondad ahorcaron, 45
que le valió al cabo y le dio salvedad; 10 tuvieron que su lazo flojo se lo dejaron;
creía en la Gloriosa de toda voluntad, mucho se arrepentían que no lo degollaron:
saludaba siempre contra su majestad. tanto gozaran de eso cuanto después gozaron!
Decía “Ave María” y más de la escritura, Y estuvieron de acuerdo toda esa mesnada
y se inclinaba siempre delante su figura; en que los engaño una mala lazada, 50
decía “Ave María” y más de la escritura, 15 que debían degollarlo con hoz o con espada:
tenía su voluntad con esto más segura. por un ladrón no fuera la villa deshonrada.
Como quien en mal anda en mal ha de caer, Fueron por degollarlo los mozos más livianos
le pillaron en hurto es ladrón a prender; con buenos serraniles, grandes y bien adianos:
no tuvo argumento con qué se defender, metió Santa María entre medio las manos 55
juzgaron que lo fuesen en la horca a poner. 20 y quedaron los cueros de su garganta sanos.
Lo llevó la justicia para la encrucijada Cuando esto vieron que no lo podían nocir,
donde estaba la horca por el concejo alzada; porque la Madre Gloriosa lo quería encubrir,
cerráronle los ojos con toca bien atada, quisiéronse con tanto del pleito partir,
alzáronlo de tierra con la soga estirada. hasta que Dios quisiese dejáronlo vivir.60
Alzáronlo de tierra cuanto alzar quisieron, 25 Dejáronlo en paz que se fuese a su vía
cuantos cerca estaban por muerto lo tuvieron: que ellos no querían ir contra Santa María,
si hubieran sabido lo que luego supieron, mejoró en su vida, se alejó de folía.
no le hubiesen hecho eso que le hicieron. cuando cumplió su curso muriese en su día.
La Madre Gloriosa, rápida en socorrer, A Madre tan piadosa, de tal benignidad, 65
que suele a sus siervos en sus cuitas valer, 30 que en buenos como en malos ejerce su piedad,
a este condenado lo quiso proteger, debemos bendecirla de toda voluntad:
se acordó del servicio que le solía hacer. aquel que la bendijo ganó gran heredad.
Metió bajo sus pies donde estaba colgado Las madas de la Madre y las del que parió
sus manos preciosas, lo tuvo aliviado: semejan bien caladas a quien las conoció: 70
no se sintió por cosa alguna preocupado, 35 …l por buenos y malos, por todos descendió;
no estuvo más a gusto nunca ni más pagado. Ella, si la rogaron, a todos acorrió.
EL CONDE LUCANOR
Cuento XI
[Cuento: Texto completo] Don Juan Manuel
Lo que sucedió a un deán de Santiago con don Illán, el mago de Toledo
-Señor conde -dijo Patronio-, para que en este asunto hagáis lo que se debe, mucho me
gustaría que supierais lo que ocurrió a un deán de Santiago con don Illán, el mago que vivía en
Toledo.
-Señor conde -dijo Patronio-, en Santiago había un deán que deseaba aprender el arte de la
nigromancia y, como oyó decir que don Illán de Toledo era el que más sabía en aquella época,
se marchó a Toledo para aprender con él aquella ciencia. Cuando llegó a Toledo, se dirigió a
casa de don Illán, a quien encontró leyendo en una cámara muy apartada. Cuando lo vio
entrar en su casa, don Illán lo recibió con mucha cortesía y le dijo que no quería que le contase
los motivos de su venida hasta que hubiese comido y, para demostrarle su estima, lo acomodó
muy bien, le dio todo lo necesario y le hizo saber que se alegraba mucho con su venida.
»Hablando de este y otros temas estuvieron desde que acabaron de comer hasta que se hizo
la hora de la cena. Cuando ya se pusieron de acuerdo, dijo el mago al deán que aquella ciencia
sólo se podía enseñar en un lugar muy apartado y que por la noche le mostraría dónde había
de retirarse hasta que la aprendiera. Luego, cogiéndolo de la mano, lo llevó a una sala y,
cuando se quedaron solos, llamó a una criada, a la que pidió que les preparase unas perdices
para la cena, pero que no las asara hasta que él se lo mandase.
»Después llamó al deán, se entraron los dos por una escalera de piedra muy bien labrada y
tanto bajaron que parecía que el río Tajo tenía que pasar por encima de ellos. Al final de la
escalera encontraron una estancia muy amplia, así como un salón muy adornado, donde
estaban los libros y la sala de estudio en la que permanecerían. Una vez sentados, y mientras
ellos pensaban con qué libros habrían de comenzar, entraron dos hombres por la puerta y
dieron al deán una carta de su tío el arzobispo en la que le comunicaba que estaba enfermo y
que rápidamente fuese a verlo si deseaba llegar antes de su muerte. Al deán esta noticia le
causó gran pesar, no sólo por la grave situación de su tío sino también porque pensó que
habría de abandonar aquellos estudios apenas iniciados. Pero decidió no dejarlos tan pronto y
envió una carta a su tío, como respuesta a la que había recibido.
»Al cabo de tres o cuatro días, llegaron otros hombres a pie con una carta para el deán en la
que se le comunicaba la muerte de su tío el arzobispo y la reunión que estaban celebrando en
la catedral para buscarle un sucesor, que todos creían que sería él con la ayuda de Dios; y por
esta razón no debía ir a la iglesia, pues sería mejor que lo eligieran arzobispo mientras estaba
»Y después de siete u ocho días, vinieron dos escuderos muy bien vestidos, con armas y
caballos, y cuando llegaron al deán le besaron la mano y le enseñaron las cartas donde le
decían que había sido elegido arzobispo. Al enterarse, don Illán se dirigió al nuevo arzobispo y
le dijo que agradecía mucho a Dios que le hubieran llegado estas noticias estando en su casa y
que, pues Dios le había otorgado tan alta dignidad, le rogaba que concediese su vacante como
deán a un hijo suyo. El nuevo arzobispo le pidió a don Illán que le permitiera otorgar el
deanazgo a un hermano suyo prometiéndole que daría otro cargo a su hijo. Por eso pidió a
don Illán que se fuese con su hijo a Santiago. Don Illán dijo que lo haría así.
»Marcharon, pues, para Santiago, donde los recibieron con mucha pompa y solemnidad.
Cuando vivieron allí cierto tiempo, llegaron un día enviados del papa con una carta para el
arzobispo en la que le concedía el obispado de Tolosa y le autorizaba, además, a dejar su
arzobispado a quien quisiera. Cuando se enteró don Illán, echándole en cara el olvido de sus
promesas, le pidió encarecidamente que se lo diese a su hijo, pero el arzobispo le rogó que
consintiera en otorgárselo a un tío suyo, hermano de su padre. Don Illán contestó que, aunque
era injusto, se sometía a su voluntad con tal de que le prometiera otra dignidad. El arzobispo
volvió a prometerle que así sería y le pidió que él y su hijo lo acompañasen a Tolosa.
»Cuando llegaron a Tolosa fueron muy bien recibidos por los condes y por la nobleza de
aquella tierra. Pasaron allí dos años, al cabo de los cuales llegaron mensajeros del papa con
cartas en las que le nombraba cardenal y le decía que podía dejar el obispado de Tolosa a
quien quisiere. Entonces don Illán se dirigió a él y le dijo que, como tantas veces había faltado
a sus promesas, ya no debía poner más excusas para dar aquella sede vacante a su hijo. Pero
el cardenal le rogó que consintiera en que otro tío suyo, anciano muy honrado y hermano de
su madre, fuese el nuevo obispo; y, como él ya era cardenal, le pedía que lo acompañara a
Roma, donde bien podría favorecerlo. Don Illán se quejó mucho, pero accedió al ruego del
nuevo cardenal y partió con él hacia la corte romana.
»Cuando allí llegaron, fueron muy bien recibidos por los cardenales y por la ciudad entera,
donde vivieron mucho tiempo. Pero don Illán seguía rogando casi a diario al cardenal para que
diese algún beneficio eclesiástico a su hijo, cosa que el cardenal excusaba.
»Murió el papa y todos los cardenales eligieron como nuevo papa a este cardenal del que os
hablo. Entonces, don Illán se dirigió al papa y le dijo que ya no podía poner más excusas para
cumplir lo que le había prometido tanto tiempo atrás, contestándole el papa que no le
apremiara tanto pues siempre habría tiempo y forma de favorecerle. Don Illán empezó a
quejarse con amargura, recordándole también las promesas que le había hecho y que nunca
había cumplido, y también le dijo que ya se lo esperaba desde la primera vez que hablaron; y
que, pues había alcanzado tan alta dignidad y seguía sin otorgar ningún privilegio, ya no podía
esperar de él ninguna merced. El papa, cuando oyó hablar así a don Illán, se enfadó mucho y le
contestó que, si seguía insistiendo, le haría encarcelar por hereje y por mago, pues bien sabía
él, que era el papa, cómo en Toledo todos le tenían por sabio nigromante y que había
practicado la magia durante toda su vida.
»Al ver don Illán qué pobre recompensa recibía del papa, a pesar de cuanto había hecho, se
despidió de él, que ni siquiera le quiso dar comida para el camino. Don Illán, entonces, le dijo
al papa que, como no tenía nada para comer, habría de echar mano a las perdices que había
mandado asar la noche que él llegó, y así llamó a su criada y le mandó que asase las perdices.
»Cuando don Illán dijo esto, se encontró el papa en Toledo, como deán de Santiago, tal y
como estaba cuando allí llegó, siendo tan grande su vergüenza que no supo qué decir para
disculparse. Don Illán lo miró y le dijo que bien podía marcharse, pues ya había comprobado lo
que podía esperar de él, y que daría por mal empleadas las perdices si lo invitase a comer.
»Y vos, señor Conde Lucanor, pues veis que la persona a quien tanto habéis ayudado no os lo
agradece, no debéis esforzaros por él ni seguir ayudándole, pues podéis esperar el mismo
trato que recibió don Illán de aquel deán de Santiago.
El conde pensó que era este un buen consejo, lo siguió y le fue muy bien.
Y como comprendió don Juan que el cuento era bueno, lo mandó poner en este libro e hizo los
versos, que dicen así:
LA CELESTINA
Papagayos, ruiseñores,
que cantáis al alborada
llevad nueva a mis amores
cómo espero aquí asentada.
La media noche es pasada,
y no viene;
sabed si hay otra amada
que lo detiene.
CALISTO.- Vencido me tiene el dulzor de tu suave canto; no puede más sufrir tu penado esperar. ¡Oh mi
señora y mi bien todo! ¿Cuál mujer podía haber nacida que rechazase tu gran merecimiento? ¡Oh
interrumpida melodía! ¡Oh gozoso rato! ¡Oh corazón mío! ¿Y cómo no pudiste más tiempo sufrir sin
interrumpir tu gozo y cumplir el deseo de entrambos?
MELIBEA.- ¡Oh sabrosa traición! ¡Oh dulce ¿Tornaste loca de placer? Déjamelo, no me lo
sobresalto! ¿Es mi señor y mi alma? ¿Es él? No despedaces, no le trabajes sus miembros con
lo puedo creer. ¿Dónde estabas, luciente sol? tus pesados brazos. Déjame gozar de lo que es
¿Dónde me tenías tu claridad escondida? mío, no me ocupes mi placer.
¿Hacía rato que escuchabas? ¿Por qué me
dejabas echar palabras sin seso al aire, con mi
ronca voz de cisne? Todo se goza este huerto
con tu venida. Mira la luna, cuán clara se nos
muestra; mira las nubes, cómo huyen; oye la
corriente agua de esta fuentecica, cuánto más
suave murmullo y húmedo lleva por entre las
frescas hierbas. Escucha los altos cipreses,
cómo se dan paz unos ramos con otros, por
intercesión de un templadico viento que los
mece. Mira sus quietas sombras cuán oscuras
están, y aparejadas para encubrir nuestro
deleite. Lucrecia, ¿qué sientes, amiga?
CALISTO.- Pues, señora y gloria mía, si mi vida quieres, no cese tu suave canto. No sea de peor
condición mi presencia, con que te alegras, que mi ausencia, que te fatiga.
SOSIA.- ¿Así, bellacos, rufianes, veníais a aterrorizar a los que no os temen? Pues yo os juro que si
esperáis, que yo os hiciera ir como merecíais.
CALISTO.- Señora, Sosia es aquel que da voces. Déjame ir a verlo, no lo maten; que no está sino un
pajecico con él. Dame presto mi capa, que está debajo de ti.
MELIBEA.- ¡Oh triste de mi ventura! No vayas allá sin tus corazas; tórnate a armar.
CALISTO.- Señora, lo que no hace espada y capa y corazón, no lo hacen coraza y capacete y cobardía.
MELIBEA.- ¡Oh, desdichada soy! ¡Y cómo vas, tan recio y con tanta prisa y desarmado, a meterte entre
quien no conoces! Lucrecia, ven presto acá, que es ido Calisto a un ruido. Echémosle sus corazas por la
pared, que se quedan acá.
TRISTÁN.- Detente, señor, no bajes. Idos son; que no eran sino Traso el cojo y otros bellacos, que
pasaban voceando. Que ya se torna Sosia. Tente, tente, señor, con las manos a la escala.
TRISTÁN.- Llégate presto, Sosia, que el triste de nuestro amo es caído de la escala, y no habla ni se
bulle.
SOSIA.- ¡Señor, señor, ¡A esa otra puerta...! ¡Tan muerto es como mi abuela! ¡Oh gran desventura!
TRISTÁN.- ¡Oh mi señor y mi bien muerto! ¡Oh mi señor despeñado! ¡Oh triste muerte sin confesión!
Coge, Sosia, esos sesos de esos cantos, júntalos con la cabeza del desdichado amo nuestro. ¡Oh día
aciago! ¡Oh arrebatado fin!
MELIBEA.- ¡Oh desconsolada de mí! ¿Qué es esto? ¿Qué puede ser tan áspero acontecimiento como
oigo? Ayúdame a subir, Lucrecia, por estas paredes, veré mi dolor; si no, hundiré con alaridos la casa de
mi padre. ¡Mi bien y placer, todo es ido en humo! ¡Mi alegría es perdida! ¡Consumióse mi gloria!
LUCRECIA.- Tristán, ¿qué dices, mi amor? ¿Qué es eso que lloras tan sin mesura?
TRISTÁN.- ¡Lloro mi gran mal, lloro mis muchos dolores! Cayó mi señor Calisto de la escala y es muerto.
Su cabeza está en tres partes. Sin confesión pereció. Díselo a la triste y nueva amiga, que no espere más
su penado amador. Toma, tú, Sosia, de los pies. Llevemos el cuerpo de nuestro querido amo donde no
padezca su honra detrimento, aunque sea muerto en este lugar. Vaya con nosotros llanto, acompáñenos
soledad, síganos desconsuelo, vístanos tristeza, cúbranos luto y dolorosa jerga.
MELIBEA.- ¡Oh la más de las tristes triste! ¡Tan poco tiempo poseído el placer, tan presto venido el dolor!
LUCRECIA.- Señora, no rasgues tu cara ni meses tus cabellos. ¡Ahora en placer, ahora en tristeza! ¿Qué
planeta hubo que tan presto contrarió su destino? ¡Qué poco corazón es éste! Levanta, por Dios, no seas
hallada por tu padre en tan sospechoso lugar, que serás sentida. Señora, señora, ¿no me oyes? No te
desmayes, por Dios. Ten esfuerzo para sufrir la pena, pues tuviste osadía para el placer.
MELIBEA.- ¿Oyes lo que aquellos mozos van hablando? ¿Oyes sus tristes cantares? ¡Rezando llevan
con responso mi bien todo, muerta llevan mi alegría! No es tiempo de yo vivir. ¿Cómo no gocé más del
gozo? ¿Cómo tuve en tan poco la gloria que entre mis manos tuve? ¡Oh ingratos mortales! Jamás
conocéis vuestros bienes sino cuando de ellos carecéis.
LITERATURA RENACENTISTA
GARCILASO DE LA VEGA
Garcilaso de la Vega
Soneto XIII
SAN JUAN DE LA CRUZ
NOCHE OSCURA
Canciones del alma que se goza de haber llegado al alto estado de la perfección,
que es la unión con Dios, por el camino de la negación espiritual.
QUEVEDO