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3 consejos raros para hacer amigos: no les

hagas favores, pídeselos (I)

Iniciamos esta trilogía de consejos contraintuitivos para hacer amigos o, más bien,
fortalecer amistades, con el hecho de hacer favores.

Creemos que hacer favores a un amigo es una manera estupenda de estrechar lazos;
de hecho, es lo que nos apetece hacer cuando tenemos un amigo. Pero no siempre es así. A
veces es importante que sea el otro el que te los haga a ti. Algo así como lo que decía el
Tolstoi: “No queremos a las personas por el bien que nos hayan hecho, sino por el bien
que les hacemos.”

Para fundamentar este consejo, en los años 1960, los psicólogos Jon Jecker y David
Landy realizaron un experimento consistente en pagar a los participantes una cantidad de
dinero. A continuación, cuando los participantes salían del laboratorio, un investigador le
pedía un favor a uno de ellos.

Explicó que había invertido sus ahorros personales en el estudio, que se quedaba sin dinero
y que si no les importaría devolverle lo pagado. A un segundo grupo se les acercó otra
investigadora, la secretaria del departamento, para pedir lo mismo, aunque explicando que
era del Departamento de Psicología el que había financiado el experimento, no ella con sus
ahorros, y que el departamento estaba mal de dinero.

A la hora de puntuar el grado de simpatía de los investigadores, los participantes en el


estudio que tuvieron que brindar su ayuda en el problema personal del investigador
determinaron que era más simpático que la investigadora que representaba al
departamento.

Es como si al pedir la atención personal de alguien, ése alguien se fijara más en nosotros
(aunque tienen que ser siempre favores pequeños y no demasiado gravosos). Este fenómeno
se llama efecto Franklin:

En cierta ocasión, Benjamin F ranklin, el sabio y político estadounidense del siglo XVIII,
estaba deseando obtener la cooperación de un miembro difícil y apático del Congreso del
estado de Pensilvania. En vez de dedicarse a hacerle reverencias y halagos, Franklin
decidió actuar de una manera completamente distinta. Sabía que aquella persona tenía un
ejemplar de un libro excepcional en su biblioteca privada, así que le preguntó si podía
tomarlo prestado un par de días. El otro político aceptó, y según Franklin: “Cuando
volvimos a encontrarnos en la Cámara, habló conmigo (cosa que nunca antes había hecho)
demostrando gran civismo; y a partir de entonces manifestó su disposición a prestarme
ayuda en todo momento.

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