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Las salidas pedagógicas permiten que reflexionemos sobre nuestras prácticas docentes,
muchas veces estereotipadas, enmarcadas sólo en lo académico, rígidas, esperando de cada
uno de nuestros alumnos/as los mismos resultados y las mismas reacciones. Sin duda,
nunca esperamos las mismas reacciones y comportamientos en la calle con un grupo de
niños/as, que en esas circunstancias más nos parecen sobrinos o hijos. Y obviamente,
esperamos que cada uno se comporte como es, o sea, distinto uno del otro. Y el líder es
líder y se comporta como tal, el que es tímido se comporta tímidamente y nadie le exige
que sea el primero en pedir la carta en un restaurante, por ejemplo, y así de una manera
natural todos nos permitimos, sin demasiadas complicaciones, ³ser y aprender´ de distinto
modo.

Sin embargo, cuando regresamos a la sala de clases, sin que tengamos demasiada
conciencia de ello, volvemos, en alguna medida, al esquema tradicional, a relacionarnos de
la misma forma con todos los niños/as, a enseñar las materias como si todos aprendiesen de
igual manera y tuviesen los mismos intereses. ¿Por qué es tan difícil llevar a las prácticas
pedagógicas, de una manera permanente y consistente, las ideas que, con absoluto
convencimiento planteamos en nuestro discurso teórico, esto es, asumir la diversidad,
favorecer los distintos estilos de aprendizaje, conocer las múltiples formas de inteligencia,
etc.?

Aun así, creo que intentamos incorporar estas ideas a nuestras prácticas pedagógicas, pero
no es rápido ni sencillo, y por otra parte, los resultados que nos piden externamente casi
siempre son estandarizados, y esto agrega un nuevo problema y una nueva contradicción a
nuestro trabajo.

Reflexionar sobre estas cuestiones me hizo recordar un libro escrito hace ya más de 30 años
del autor Everett Reimer, él escribió ³La escuela ha muerto´, y esta tarde, al salir del
museo con mis alumnos recordé partes de ese espléndido libro, donde el autor señalaba la
importancia de establecer redes, de salir de la escuela a la calle, de que los niños/as
visitaran fábricas, empresas, bibliotecas; que la escuela formara redes de aprendizaje junto
a otros agentes educativos externos y no que los niños/as permanecieran prácticamente
encerrados en aulas con los mismos profesores durante períodos largos, que por excelentes
que fueran, no podían competir con la infinita cantidad de posibilidades que los alumnos/as
tenían aprendiendo fuera de los muros de la escuela.

Y pienso que estas ideas siguen estando vigentes.

Vuelvo a mi salida al Museo de Bellas Artes con los chicos/as y conozco, o mejor re-
conozco nuevas facetas de mis alumnos/as, y recuerdo la manito de una pequeña que se
siente más segura de mi mano o de la mano de Cristóbal, mientras otras quieren conversar
de sus cosas, lejos de sus profes, algunos son muy organizados y miran la hora calculando
el tiempo que nos queda para hacer todo lo que habíamos planificado y regresar al colegio a
la hora convenida. Algunos son pacientes a la hora de esperar (locomoción, entrada al
museo, almuerzo) y otros impacientes y quejumbrosos. Todos saben compartir y eso es una
gran fortaleza de este grupo de niños/as, son solidarios, tienen sentido de grupo y son
disciplinados. Pienso que las salidas pedagógicas facilitan el desarrollo de estos
comportamientos y actitudes y compruebo cómo y cuánto han aprendido del taller de
excursionismo, conocen claves para andar en grupo y formas eficientes de solucionar los
pequeños problemas que se presentan.

En síntesis, quisiera concluir afirmando que las salidas pedagógicas son una fuente
inagotable de aprendizajes - para los chicos/as y para sus profesores/as- desarrollan la
autonomía ¡qué duda cabe! la capacidad de observación, la empatía, la capacidad para
organizarse, los lazos entre ellos y todos los conocimientos que se adquieren en un museo
o en cualquier espacio cultural donde se decida ir.

Verónica Alonso A.

Profesora Básica Grande


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