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Alertas en Cristo

Estudio expositivo de
2 Pedro, 2 y 3 Juan y Judas

Warren W. Wiersbe

Editorial Bautista Independiente

Alertas en Cristo fue publicado originalmente en inglés bajo el título Be Alert.


© 1984
SP Publications, Inc.
Wheaton, Illinois
A menos que se indique lo contrario, todas las citas bíblicas están tomadas de la Versión
Reina Valera Revisada, Revisión de 1960, propiedad de las Sociedades Bíblicas en
América Latina. Usadas con permiso. Las citas bíblicas indicadas con las siglas NVI están
tomadas de la Santa Biblia, Nueva Versión Internacional, © 1999, Sociedad Bíblica
Internacional. Usadas con permiso.
Reservados todos los derechos. Se prohíbe la reproducción total o parcial, ya sea
fotocopiada, electrónica o por otros medios, sin la previa autorización escrita de la
Editorial Bautista Independiente.
© 2013
WW-625
ISBN 978-1-932607-95-6
Editorial Bautista Independiente
3417 Kenilworth Boulevard
Sebring, FL 33870
www.ebi-bmm.org
(863) 382-6350

Dedicado a
Bob y Betty Kregel
Su amistad ha enriquecido nuestras vidas, y su ministerio ha beneficiado a la
iglesia en todo el mundo.

Índice

Prefacio
Bosquejo de 2 Pedro
Capítulo
1. Conociendo y Creciendo (2 Pedro 1:1–11)
2. ¡Despiértense y Recuerden! (2 Pedro 1:12–21)
3. Cuidado con los Falsificadores (2 Pedro 2:1–9)
4. Hombres Marcados (2 Pedro 2:10–16)
5. Falsa Libertad (2 Pedro 2:17–22)
6. Burlándose de los Burladores (2 Pedro 3:1–10)
7. ¡Sean Diligentes! (2 Pedro 3:11–18)
Bosquejo de 2 Juan
8. Una Familia Fiel (2 Juan)
Bosquejo de 3 Juan
9. Es la Verdad (3 Juan)
Bosquejo de Judas
10. ¡Un Llamado a las Armas! (Judas 1–7)
11. ¡Les Presento a los Apóstatas! (Judas 8–16)
12. No Deben Tropezar (Judas 17–25)

Prefacio

No todo marcha bien en la iglesia profesante.


Hay doctrinas y gente peligrosas por todas partes, y el pueblo de Dios necesita
estar alerta.
La iglesia cristiana sufre debido a una falsa perspectiva de la separación y una
falsa noción de la cooperación. Con demasiada frecuencia, estamos ayudando al
enemigo y perjudicando a los hermanos por actitudes y acciones contrarias a la
Palabra de Dios.
Pedro, Juan y Judas pueden ayudarnos a discernir y a detectar a los
falsificadores que secretamente se han introducido en la iglesia. También a
descubrir las falsas doctrinas que estos apóstatas están enseñando, doctrinas que
hoy se consideran la verdad bíblica.
Al escribir este libro, estoy en una posición similar a la que Judas describe en
las palabras iniciales de su carta. Preferiría mucho más escribir un libro sobre las
bendiciones de la vida cristiana y los elementos positivos de nuestra fe; pero,
cuando el enemigo anda suelto, necesitamos un llamado a las armas y no una
invitación a un paseo campestre.
“Al recibir a extraños —dijo Juan Flavel— los hombres a veces reciben a
ángeles sin saberlo; pero al recibir doctrinas extrañas, muchos han recibido a los
demonios sin saberlo”.
¡Es tiempo de estar alerta!
Warren W. Wiersbe

Bosquejo sugerido de la Epístola de 2 Pedro

Tema central: Conocimiento espiritual


Versículo clave: 2 Pedro 1:3
I. Explicación: el conocimiento de Cristo: capítulo 1
A. El don del conocimiento: 1:1–4
B. El crecimiento en conocimiento: 1:5–11
C. La base del conocimiento: 1:12–21
II. Examen: los falsos maestros: capítulo 2
A. Su condenación: 2:1–9
B. Su carácter: 2:10–17
C. Sus afirmaciones: 2:18–22
III. Exhortación: el verdadero creyente: capítulo 3
A. Hagan memoria: 3:1–7
B. No ignoren: 3:8–10
C. Sean diligentes: 3:11–14
D. Tengan cuidado: 3:15–18

1
Conociendo y Creciendo
2 Pedro 1:1–11

Si alguien en la iglesia primitiva sabía de la importancia de estar alerta, ese fue


el apóstol Pedro. En sus primeros años, él tenía la tendencia de sentirse
demasiado confiado cuando el peligro estaba cerca y de no tomar en cuenta las
advertencias del Maestro. Actuó con apuro cuando debería esperar, se quedó
dormido cuando debería orar, habló cuando debería escuchar. Fue un creyente
valiente, pero imprudente.
Pero aprendió su lección, y quiere ayudarnos a que nosotros también la
aprendamos. En su primera epístola, Pedro recalcó la gracia de Dios (1 Pedro
5:12), pero en su segunda carta, el énfasis está en el conocimiento de Dios. La
palabra “conocer” o “conocimiento” se usa por lo menos trece veces en esta breve
epístola. No quiere decir una comprensión meramente intelectual de alguna
verdad, aunque eso se incluye, sino una participación viva en ella en el sentido en
que nuestro Señor la empleó en Juan 17:3: “Y esta es la vida eterna: que te
conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado”
(cursivas mías).
Pedro empieza su carta con una breve descripción de la vida cristiana. Antes
de describir a los falsificadores, define a los verdaderos creyentes. La mejor
manera de detectar la falsedad es comprendiendo las características de la verdad.
Pedro hizo tres afirmaciones importantes en cuanto a la vida cristiana verdadera.

La vida cristiana empieza con fe (2 Pedro 1:1–4)


Pedro la llamó “una fe igualmente preciosa que la nuestra”. Quiere decir que
nuestra posición con el Señor hoy es la misma que la de los apóstoles hace siglos.
Ellos no tuvieron ninguna ventaja especial sobre nosotros simplemente porque
gozaron del privilegio de andar con Cristo, de verlo con sus propios ojos y de
participar en sus milagros. No es necesario ver al Señor con nuestros ojos
humanos para amarlo, confiar en él y participar en su gloria (1 Pedro 1:8).
Esta fe es en una persona (vs. 1, 2). Esa persona es Jesucristo, el Hijo de
Dios, el Salvador. Desde el principio de su carta, Pedro afirmó la deidad de
Jesucristo. “Dios” y “nuestro Salvador” no son dos personas diferentes, sino que
describen a una misma persona: Jesucristo. Pablo usó una expresión similar en
Tito 2:10 y 3:4.
Pedro les recuerda a sus lectores que Jesucristo es el Salvador, al repetir este
título exaltado en 2 Pedro 1:11; 2:20; 3:2, 18. Un “salvador” es alguien que trae
salvación, y la palabra “salvación” era familiar para todos en esos días. En su
vocabulario, quería decir liberación de problemas; particularmente, liberación del
enemigo. También llevaba la idea de salud y seguridad. Al médico se lo veía como
salvador porque ayudaba a liberar el cuerpo del dolor y las limitaciones. Un
general victorioso era un salvador porque libraba a su pueblo de la derrota. Incluso
un funcionario sabio era un salvador porque mantenía la nación en orden y la
libertaba de la confusión y la decadencia.
No se requiere mayor esfuerzo para ver cómo el título “salvador” se aplica a
nuestro Señor Jesucristo. Él es, en verdad, el Gran Médico que sana el corazón
de la enfermedad del pecado. Es el Conquistador victorioso que ha derrotado a
nuestros enemigos: el pecado, la muerte, Satanás y el infierno; y que está
llevándonos en triunfo (2 Corintios 2:14 en adelante). Él es “nuestro Dios y
Salvador” (2 Pedro 1:1), “nuestro Señor y Salvador” (2 Pedro 1:11), y “Señor y
Salvador” (2 Pedro 2:20). Para ser nuestro Salvador, tuvo que dar su vida en la
cruz y morir por los pecados del mundo.
Nuestro Señor Jesucristo tiene tres “beneficios espirituales” que no pueden
conseguirse de nadie más: justicia, gracia y paz. Cuando confías en él como tu
Salvador, su justicia llega a ser tu justicia y se te da una posición correcta ante
Dios (2 Corintios 5:21). Jamás podrías ganarte esa justicia; es una dádiva de Dios
para los que creen. “…nos salvó, no por obras de justicia que nosotros
hubiéramos hecho, sino por su misericordia” (Tito 3:5).
Gracia es el favor de Dios para quienes no lo merecen. Dios, en su
misericordia, no nos da lo que merecemos; en su gracia, nos da lo que no
merecemos. Él es el “Dios de toda gracia” (1 Pedro 5:10), y nos la envía por medio
de Jesucristo (Juan 1:16).
El resultado de esta experiencia es paz; paz con Dios (Romanos 5:1) y la paz
de Dios (Filipenses 4:6, 7). De hecho, la gracia y la paz de Dios nos son
“multiplicadas” conforme andamos con él y confiamos en sus promesas.
Esta fe incluye el poder de Dios (v. 3). La vida cristiana empieza con una fe
que salva, fe en la persona de Jesucristo. Pero cuando uno conoce a Jesús
personalmente, también experimenta el poder de Dios, y este poder produce “la
vida y la piedad”. El pecador no salvado está muerto (Efesios 2:1–3) y solo Cristo
puede resucitarlo de los muertos (Juan 5:24). Cuando Jesús resucitó a Lázaro,
dijo: “Desatadle, y dejadle ir” (Juan 11:44). ¡Quítenle la ropa sepulcral!
Cuando por la fe en Cristo naces en la familia de Dios, lo hace completo. Dios
te da todo lo que necesitas “para la vida y la piedad”. ¡No hay que añadir nada!
“Vosotros estáis completos en él” (Colosenses 2:10). Los falsos maestros aducían
tener una doctrina especial que añadía algo a la vida de los lectores de la carta de
Pedro, pero él sabía que no había nada que añadir. Así como un bebé normal
nace con todo el equipo que necesita para vivir, y lo único que precisa es crecer,
así el creyente tiene todo lo que necesita y solamente precisa crecer. Dios nunca
ha tenido que pedir que se le devuelva alguno de sus modelos porque le falta algo
o es defectuoso.
Tal como un bebé tiene una estructura genética definida que determina cómo
va a crecer, así el creyente está estructurado genéticamente para experimentar
gloria y excelencia. Un día será como el Señor Jesucristo (Romanos 8:29; 1 Juan
3:2). Él “nos llamó a su gloria eterna” (1 Pedro 5:10), y participaremos de esa
gloria cuando Jesucristo vuelva y lleve a su pueblo al cielo.
Pero también “nos llamó por su… excelencia”. Fuimos salvados para que
anunciemos las virtudes de Aquel que nos “llamó de las tinieblas a su luz
admirable” (ve 1 Pedro 2:9). ¡No debemos esperar hasta llegar al cielo para ser
como Jesucristo! En nuestro carácter y conducta, debemos revelar su belleza y
gracia hoy.
Esta fe incluye las promesas de Dios (v. 4). Dios no solo nos ha dado lo
necesario para la vida y la piedad, sino que también nos ha dado su Palabra para
poder desarrollarlas. Estas promesas son grandísimas porque vienen de un gran
Dios y conducen a una vida grandiosa. Son preciosas porque su valor sobrepasa
todo cálculo. Si perdemos la Palabra de Dios, no hay manera de reemplazarla. A
Pedro debe de haberle gustado la palabra “precioso”, porque escribió de una “fe
preciosa” (2 Pedro 1:1; compara 1 Pedro 1:7), las “preciosas promesas” (2 Pedro
1:4), la “sangre preciosa” (1 Pedro 1:19), la piedra preciosa (1 Pedro 2:4, 6) y el
precioso Salvador (1 Pedro 2:7).
Cuando el pecador cree en Jesucristo, el Espíritu de Dios usa la Palabra de
Dios para impartirle la vida y la naturaleza divinas. Un bebé tiene la naturaleza de
sus padres, y una persona nacida del Espíritu tiene la naturaleza de Dios. El
pecador perdido está muerto, pero el creyente está vivo porque participa de la
naturaleza divina. El pecador perdido está descomponiéndose debido a su
naturaleza corrupta, pero el creyente puede experimentar una vida dinámica de
santidad porque posee la naturaleza de Dios. La humanidad está bajo el yugo de
corrupción (Romanos 8:21), pero el creyente comparte la libertad y el crecimiento
que son el producto de poseer la naturaleza divina.
La naturaleza determina el apetito. El cerdo quiere lodo y el perro se comerá
incluso su propio vómito (2 Pedro 2:22), pero una oveja desea pastos verdes. La
naturaleza también determina la conducta. Un águila vuela porque tiene
naturaleza de águila, y el delfín nada porque esa es la naturaleza del delfín. La
naturaleza determina el medio ambiente: una ardilla trepa árboles, los topos cavan
túneles subterráneos y una trucha nada en el agua. La naturaleza también
determina la asociación: el león anda en manadas, la oveja en rebaños y el pez en
cardúmenes.
Si la naturaleza determina el apetito, y nosotros tenemos interiormente la
naturaleza de Dios, debemos tener un apetito por lo puro y santo. Nuestra
conducta debe ser como la del Padre, y tenemos que vivir en un medio ambiente
espiritual correspondiente a nuestra naturaleza. Debemos asociarnos con lo que
es conforme a nuestra naturaleza (ve 2 Corintios 6:14 en adelante). La única vida
normal para los hijos de Dios es una vida santa, que lleva fruto.
Como poseemos esta naturaleza divina, hemos “huido” o escapado por
completo de la contaminación y la decadencia de este perverso mundo actual. Si
nutrimos la nueva naturaleza con el alimento de la Palabra de Dios, tendremos
poco interés en la basura del mundo. Pero si proveemos “para los deseos de la
carne” (Romanos 13:14), nuestra naturaleza de pecado anhelará los “antiguos
pecados” (2 Pedro 1:9) y desobedeceremos a Dios. La vida santa resulta de
cultivar la nueva naturaleza que tenemos adentro.

La fe resulta en crecimiento espiritual (2 Pedro 1:5–7)


Donde hay vida, debe haber crecimiento. El nuevo nacimiento no es el fin, sino
el principio. Dios les da a sus hijos todo lo que necesitan para vivir vidas santas,
pero ellos deben ser aplicados y diligentes para usar los “medios de gracia” que él
ha provisto. El crecimiento espiritual no es automático. Requiere la cooperación
con Dios y la aplicación de la diligencia y disciplina espirituales. “…ocupaos en
vuestra salvación… porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como
el hacer” (Filipenses 2:12, 13).
Pedro mencionó siete características de la vida santa, pero no debemos
considerarlas como siete cuentas en un collar ni tampoco siete etapas de
desarrollo. La palabra traducida “añadir”, en realidad, quiere decir suplir en forma
generosa. En otras palabras, cultivamos una cualidad al ejercer otra. Estas gracias
se relacionan una con la otra así como las ramas se vincular al tronco y las
ramitas a la rama más gruesa. Como el “fruto del Espíritu” (Gálatas 5:22, 23),
estas cualidades brotan de la vida y una relación vital con Jesucristo. No basta
que el creyente “se abandone y deje que Dios haga todo”, como si el crecimiento
espiritual fuera obra solo de Dios. Literalmente, Pedro escribió: “hagan todo
esfuerzo para acompañar”. El Padre celestial y el hijo deben trabajar juntos.
La primera cualidad de carácter que Pedro mencionó fue la “virtud”. Hallamos
esta palabra en 2 Pedro 1:3, donde se traduce “excelencia”. Para los filósofos
griegos, significaba el cumplimiento de algo. Cuando algo en la naturaleza cumple
su propósito, eso es “virtud, excelencia moral”. La palabra también se usaba para
describir el poder de los dioses para hacer obras heroicas. La tierra que produce
cosechas es excelente porque está cumpliendo su propósito. La herramienta que
trabaja con corrección es excelente porque está haciendo lo que debe hacer.
Se espera que el creyente glorifique a Dios porque tiene adentro la naturaleza
de Dios; así que, cuando el creyente hace esto, muestra “excelencia”, porque está
cumpliendo su propósito en la vida. La verdadera virtud en la vida cristiana no
consiste en “pulir” cualidades humanas, por buenas que pudieran ser, sino en
producir cualidades divinas que hacen a la persona más semejante a Jesucristo.
La fe nos ayuda a cultivar la virtud, y la virtud nos ayuda a cultivar el
“conocimiento” (2 Pedro 1:5). La palabra que se traduce “conocimiento” en 2
Pedro 1:2, 3 quiere decir conocimiento completo o conocimiento creciente. La que
se usa aquí sugiere conocimiento práctico o discernimiento. Se refiere a la
capacidad de manejar la vida con éxito. Es lo opuesto a pensar tanto en cosas
celestiales que uno no sirve para nada en la tierra. Esta clase de conocimiento no
surge en forma automática, sino que viene de la obediencia a la voluntad de Dios
(Juan 7:17). En la vida cristiana, no deben separarse el corazón y la mente, el
carácter y el conocimiento.
“Dominio propio” es la siguiente cualidad en la lista de Pedro de virtudes
espirituales. “Mejor es el que tarda en airarse que el fuerte; y el que se enseñorea
de su espíritu, que el que toma una ciudad” (Proverbios 16:32). “Como ciudad
derribada y sin muro es el hombre cuyo espíritu no tiene rienda” (Proverbios
25:28). En sus cartas, Pablo a menudo comparó al creyente con un atleta que
debe hacer ejercicio y disciplinarse si espera ganar el galardón (1 Corintios 9:24–
27; Filipenses 3:12–16; 1 Timoteo 4:7, 8).
“Paciencia” es la capacidad de aguantar cuando las circunstancias son
difíciles. El dominio propio tiene que ver con manejar los placeres de la vida, en
tanto que la paciencia se refiere primordialmente a las presiones y los problemas
de la vida. A menudo, la persona que se somete a los placeres tampoco tiene
suficiente disciplina como para manejar las presiones, así que, se rinde ante ellas.
La paciencia no es algo que se desarrolla en forma automática; debemos
cultivarla. Santiago 1:2–8 nos da el enfoque apropiado. Debemos esperar que
vengan pruebas, porque sin ellas, nunca podríamos aprender paciencia.
Debemos, por fe, permitir que las pruebas trabajen para nosotros y no en contra,
porque sabemos que Dios está obrando a través de ellas. Si necesitamos
sabiduría para tomar decisiones, Dios nos la concederá si se la pedimos. A nadie
le encantan las pruebas, pero sí disfrutamos de confiar en que Dios está actuando
a través de ellas y haciendo que todo obre para nuestro beneficio y su gloria.
“Piedad” simplemente quiere decir semejanza a Dios. En el griego original, esta
palabra significa adorar bien. Describe al hombre que tiene la relación apropiada
con Dios y con sus semejantes. Tal vez la palabra “reverencia” define mejor este
término. Es la cualidad de carácter que hace que una persona se distinga; viva por
encima de las minucias de la vida, de las pasiones y presiones que controlan la
vida de otros; procure hacer la voluntad de Dios y, al hacerla, busque el bienestar
de los demás.
Nunca debemos pensar que la piedad es algo idealista, porque es
intensamente práctica. La persona piadosa toma decisiones correctas y nobles.
No toma la senda fácil simplemente para evadir el dolor o la prueba, sino que hace
lo correcto porque es lo que corresponde y porque es la voluntad de Dios.
El “afecto fraternal” (filadelfia en griego) es una virtud que Pedro debe de haber
adquirido por la vía dura, porque los discípulos de nuestro Señor a menudo
discutían y discrepaban entre sí. Si amamos a Jesucristo, también debemos amar
a los hermanos. Debemos practicar “el amor fraternal no fingido [sincero]” (1 Pedro
1:22). “Permanezca el amor fraternal” (Hebreos 13:1). “Amaos los unos a los otros
con amor fraternal” (Romanos 12:10). Amar a nuestros hermanos y hermanas en
Cristo es una prueba de que hemos nacido de Dios (1 Juan 5:1, 2).
Pero el crecimiento del creyente incluye otros aspectos aparte del amor
fraternal; también debemos tener el amor que se sacrifica, como el que nuestro
Señor mostró cuando fue a la cruz. La clase de amor del que habla 2 Pedro 1:7 es
el amor ágape, el que Dios muestra hacia los pecadores perdidos. Es el amor que
se describe en 1 Corintios 13, el que el Espíritu Santo produce en nuestros
corazones cuando andamos en el Espíritu (Romanos 5:5; Gálatas 5:22). Cuando
tenemos amor fraternal, amamos porque somos semejantes a los demás; pero
cuando tenemos amor ágape, amamos a pesar de las diferencias que tenemos.
Es imposible que la naturaleza humana caída fabrique estas siete cualidades
del carácter cristiano. Deben ser producidas por el Espíritu de Dios. Con certeza,
hay personas que no son salvas y que poseen un asombroso dominio propio y
perseverancia, pero estas virtudes señalan hacia ellos mismos y no al Señor. Ellos
son los que reciben la gloria. Cuando Dios produce la naturaleza hermosa de su
Hijo en el creyente, es Dios el que recibe la alabanza y la gloria.
Como tenemos la naturaleza divina, podemos crecer espiritualmente y cultivar
esta clase de carácter cristiano. El poder de Dios y sus preciosas promesas son lo
que produce este crecimiento. La estructura genética de Dios ya está allí: el Señor
quiere que seamos “hechos conformes a la imagen de su Hijo” (Romanos 8:29).
La vida interna reproducirá esa imagen si cooperamos diligentemente con Dios y
usamos los medios que nos ha dado con generosidad.
Lo asombroso es esto: a medida que la imagen de Cristo se va reproduciendo
en nosotros, el proceso no destruye nuestra personalidad. ¡Seguimos siendo
singularmente nosotros mismos!
Uno de los peligros en la iglesia de hoy es la imitación. Las personas tienden a
llegar a ser como su pastor o como algún líder de la iglesia, o tal vez como algún
creyente famoso. Al hacerlo, destruyen su propia singularidad y, a la vez, no
logran llegar a ser como Jesucristo. ¡Pierden de todos modos! Como cada hijo en
una familia se parece a sus padres, y sin embargo, es diferente, así también cada
hijo en la familia de Dios llega a parecerse en mayor o menor grado a Jesucristo, y
sin embargo, es diferente. Los padres no se duplican, se reproducen; y los padres
sabios permiten que sus hijos sean diferentes.

El crecimiento espiritual da resultados prácticos (2 Pedro 1:8–11)


¿Cómo puede el creyente estar seguro de estar creciendo espiritualmente?
Pedro da tres pruebas del verdadero crecimiento espiritual.
Fruto (v. 8). El carácter cristiano es un fin en sí mismo, pero también es un
medio hacia un fin. A medida que nos parecemos más a Jesucristo, más puede
usarnos el Espíritu en el testimonio y el servicio. El creyente que no crece está
ocioso y sin fruto. Su conocimiento de Jesucristo no está produciendo nada
práctico en su vida. La palabra que se traduce “ocioso” también quiere decir inútil.
¡Los que no crecen, por lo general, fracasan en todo lo demás!
Algunos de los creyentes más eficaces que conozco son personas sin talentos
notables ni capacidades especiales, y tampoco con personalidades que
entusiasman; y sin embargo, Dios los ha utilizado de manera maravillosa. ¿Por
qué? Porque están llegando a ser más y más como Jesucristo. Tienen la clase de
carácter y conducta que Dios puede bendecir. Son fructíferos porque son fieles;
son eficaces porque están creciendo en su experiencia cristiana.
Estas hermosas cualidades de carácter existen “en nosotros” porque
poseemos la naturaleza divina. Debemos cultivarlas de manera que aumenten y
produzcan fruto en y mediante nuestras vidas.
Visión (v. 9). Los especialistas en nutrición dicen que la dieta puede
ciertamente afectar la visión, y esto es cierto en el campo espiritual. La persona
que no es salva está en la oscuridad porque Satanás ha cegado su entendimiento
(2 Corintios 4:3, 4). Tiene que nacer de nuevo antes de que sus ojos sean abiertos
y pueda ver el reino de Dios (Juan 3:3). Pero después de que nuestros ojos son
abiertos, es importante que aumentemos nuestra visión y veamos todo lo que Dios
quiere. La frase “tiene la vista muy corta” es la traducción de una expresión que
quiere decir miope. Es el cuadro de alguien que entrecierra los ojos, incapaz de
ver lejos.
Algunos creyentes solo ven su propia iglesia o su propia denominación, pero
no logran avistar la grandeza de la familia de Dios en todo el mundo. Otros ven las
necesidades en su propio país, pero no tienen una visión por un mundo perdido.
Alguien le preguntó a Phillips Brooks qué haría para avivar a una iglesia muerta, y
él respondió: “¡Predicaría un sermón misionero y recogería una ofrenda!”. Jesús
amonestó a sus discípulos: “Alzad vuestros ojos y mirad los campos, porque ya
están blancos para la siega” (Juan 4:35).
Algunas congregaciones de hoy son orgullosas y piensan como la iglesia de
Laodicea, que decía: “Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo
necesidad”, y no se dan cuenta de que son “un desventurado, miserable, pobre,
ciego y desnudo” (Apocalipsis 3:17). Es una tragedia tener miopía espiritual, ¡pero
es aun peor estar ciego!
Si olvidamos lo que Dios ha hecho por nosotros, no nos entusiasmará
hablarles de Cristo a otros. ¡Mediante la sangre de Jesucristo, hemos sido lavados
y perdonados! ¡Dios nos ha abierto los ojos! ¡No nos olvidemos de lo que él ha
hecho! Más bien, cultivemos la gratitud en nuestros corazones y afinemos nuestra
visión espiritual. ¡La vida es demasiado breve y las necesidades del mundo
demasiado grandes como para que el pueblo de Dios ande por todas partes con
los ojos cerrados!
Seguridad (vs. 10, 11). Si uno anda con los ojos cerrados, ¡tropezará! Pero el
creyente que crece anda con confianza porque sabe que está seguro en Cristo.
No es nuestra profesión de fe lo que nos garantiza la salvación; es nuestro
progreso en esa fe lo que nos da la seguridad. El que afirma ser hijo de Dios, pero
cuyo carácter y conducta no dan evidencia de crecimiento espiritual, se engaña a
sí mismo y va camino al juicio.
Pedro señaló que nuestra “vocación”, o “llamamiento”, y “elección” van juntos.
El mismo Dios que elige a su pueblo también ordena los medios para llamarlos.
Las dos cosas deben ir juntas, como Pablo les escribió a los tesalonicenses: “Dios
os haya escogido desde el principio para salvación, …a lo cual os llamó mediante
nuestro evangelio” (2 Tesalonicenses 2:13, 14). No predicamos la doctrina de la
elección a los perdidos; les predicamos el evangelio. Pero el Señor usa ese
evangelio para llamar a los pecadores al arrepentimiento, y entonces, ¡esos
pecadores descubren que han sido escogidos por Dios!
Pedro también destacó que la elección no es excusa para la inmadurez
espiritual o la falta de esfuerzo en la vida cristiana. Algunos creyentes dicen: “Lo
que será, será. No hay nada que podamos hacer”. Pero Pedro nos amonesta a
“procurar”, lo cual quiere decir hacer todo esfuerzo; ser diligente (el apóstol usó
este mismo verbo en 2 Pedro 1:5). Aunque es verdad que Dios debe obrar en
nosotros antes de que podamos hacer su voluntad (Filipenses 2:12, 13), también
es cierto que debemos estar dispuestos a que lo haga, y debemos cooperar. La
elección divina nunca debe ser una excusa para la ociosidad humana.
El creyente que está seguro de su elección y llamamiento nunca “tropezará”,
sino que demostrará mediante una vida coherente que es verdaderamente un hijo
o hija de Dios. No siempre estará en la cumbre, pero siempre estará ascendiendo.
Si hacemos “estas cosas” (las mencionadas en 2 Pedro 1:5–7, compara el
versículo 8), y si demostramos crecimiento y carácter cristianos en nuestra vida
diaria, podemos estar seguros de que somos salvos y que un día iremos al cielo.
Es más, el creyente que crece puede mirar hacia adelante a una “generosa
entrada” en el reino eterno. Los griegos usaban esta frase para describir la
bienvenida a los campeones olímpicos cuando volvían a su casa. Todo creyente
llegará al cielo, pero algunos tendrán una bienvenida más gloriosa que otros. Ay,
algunos creyentes serán salvos “aunque así como por fuego” (1 Corintios 3:15).
La expresión traducida “os será otorgada” en 2 Pedro 1:11 es la misma que se
traduce añadir en 2 Pedro 1:5, y corresponde a una palabra griega que quiere
decir costear los gastos de un coro. Cuando los grupos teatrales de los griegos
presentaban sus dramas, alguien tenía que costear los gastos, que eran muy
elevados. La palabra llegó a significar hacer generosa provisión. Si nosotros
hacemos abundante provisión para crecer espiritualmente (2 Pedro 1:5), ¡Dios
hará generosa provisión para nosotros cuando lleguemos al cielo!
Simplemente, piensa en las bendiciones que disfruta el creyente que crece:
fruto, visión, seguridad… ¡y lo mejor es el cielo! ¡Todo esto, y el cielo también!
La vida cristiana empieza con fe, pero esa fe debe llevar al crecimiento
espiritual; a menos que sea una fe muerta. Pero la fe muerta no es una fe que
salva (Santiago 2:14–26). La fe lleva al crecimiento, y el crecimiento produce
resultados prácticos en la vida y el servicio. Las personas que tienen esta clase de
experiencia cristiana probablemente no sean víctimas de los falsos maestros
apóstatas.

2
¡Despiértense y Recuerden!
2 Pedro 1:12–21

La mejor defensa contra la enseñanza falsa es la vida real. Una iglesia llena de
creyentes que crecen, vibrantes en su fe, es improbable que caiga víctima de los
apóstatas con su cristianismo falsificado. Pero esta vida cristiana debe basarse en
la autoritativa Palabra de Dios. Los falsos maestros fácilmente seducen a
personas que no conocen la Biblia, pero que tienen deseos de tener experiencias
con el Señor. Es peligroso edificar sobre la experiencia subjetiva sola e ignorar la
revelación objetiva.
Pedro consideró la experiencia cristiana en la primera parte de 2 Pedro 1, y en
la segunda, habla de la revelación que tenemos en la Palabra de Dios. Su
propósito es mostrar la importancia de conocer la Palabra de Dios y de apoyarnos
en ella por completo. El creyente que sabe lo que cree y por qué lo hace rara vez
es seducido por los falsos maestros y sus doctrinas engañosas.
Pedro subraya la confiabilidad y la durabilidad de la Palabra de Dios al
contrastarla con los hombres, las experiencias y el mundo.

Los hombres mueren, pero la Palabra vive (2 Pedro 1:12–15)


Mediante su predicación y enseñanza, los apóstoles y los profetas del Nuevo
Testamento pusieron el cimiento de la iglesia (Efesios 2:20), y nosotros, en
generaciones posteriores, edificamos sobre ese fundamento. Sin embargo, los
hombres no fueron ese cimiento, sino Jesucristo (1 Corintios 3:11). Él también es
la piedra angular que afirma el edificio (Efesios 2:20). Para que la iglesia
permanezca, no puede construirse sobre meros hombres. Debe ser edificada
sobre el Hijo de Dios.
Nuestro Señor le había dicho a Pedro cuándo y cómo moriría. “Cuando… ya
seas viejo, extenderás tus manos, y te ceñirá otro, y te llevará a donde no quieras”
(Juan 21:18). Esto explica por qué, poco después de Pentecostés, Pedro pudo
dormir en la cárcel la noche anterior a su ejecución programada; sabía que
Herodes no podía quitarle la vida (Hechos 12:1 en adelante). La tradición dice que
fue crucificado en Roma. Como todos los fieles siervos de Dios, Pedro fue inmortal
hasta que su trabajo concluyó.
Hubo por lo menos tres motivos detrás del ministerio de Pedro al escribir esta
carta. El primero fue obediencia al mandamiento de Cristo. “Yo no dejaré de
recordaros” (2 Pedro 1:12). “Y tú, una vez vuelto”, le había dicho Jesús a Pedro,
“confirma a tus hermanos” (Lucas 22:32). Pedro sabía que tenía un ministerio que
cumplir.
Su segundo motivo era sencillamente que este recordatorio era la acción
apropiada. “Tengo por justo”, escribió, lo que quiere decir: pienso que es
apropiado y correcto. Siempre es apropiado estimular a los santos y recordarles la
Palabra de Dios.
Su tercer motivo va envuelto en la palabra “procuraré” en 2 Pedro 1:15. Es el
mismo término que se traduce “diligencia” en 2 Pedro 1:5 y “procurar” en el
versículo 10. Quiere decir apresurarse para hacer algo, hacerlo con celo. Pedro
sabía que pronto moriría, así que, quería cumplir sus responsabilidades
espirituales antes de que fuera demasiado tarde. Tú y yo no sabemos cuándo
vamos a morir, así que, ¡será mejor que empecemos a ser diligentes hoy!
¿Qué quería lograr Pedro? La respuesta se halla en la idea que se repite en 2
Pedro 1:12, 13, 15: recordar. Pedro quería grabar en la mente de sus lectores la
Palabra de Dios para que nunca la olvidaran. “Pues tengo por justo,… el
despertaros con amonestación” (2 Pedro 1:13). El verbo “despertar” quiere decir
estimular, fomentar. Esta palabra se usa para describir una tempestad en el mar
de Galilea (Juan 6:18). Pedro sabía que nuestras mentes tienden a acostumbrarse
a la verdad y, entonces, darla por sentado. ¡Olvidamos lo que debemos recordar y
recordamos lo que debemos olvidar!
Los lectores de esta carta sabían la verdad e incluso estaban “confirmados” en
ella (2 Pedro 1:12), pero no había garantía de que siempre la recordarían y la
aplicarían. Una razón por la que el Espíritu Santo fue dado a la iglesia era
recordarles a los creyentes las lecciones aprendidas (Juan 14:26). En mi propio
ministerio radial, he recibido cartas de oyentes que se molestan cuando repito
algo. En mi respuesta, a menudo los refiero a lo que Pablo escribió en Filipenses
3:1: “A mí no me es molesto el escribiros las mismas cosas, y para vosotros es
seguro”. Nuestro Señor a menudo repetía conceptos al enseñar al pueblo, y él fue
el Maestro por excelencia.
Pedro sabía que iba a morir, así que, quería dejar algo que nunca moriría: la
Palabra de Dios escrita. Sus dos epístolas llegaron a ser parte de las Escrituras
inspiradas, y han estado ministrando a los creyentes durante siglos. Los hombres
mueren, ¡pero la Palabra de Dios sigue viva!
Es posible que Pedro también estuviera aludiendo al Evangelio de Marcos. La
mayoría de los eruditos bíblicos piensan que el Espíritu usó a Pedro para darle a
Juan Marcos parte de la información para su libro (ve 1 Pedro 5:13). Uno de los
padres de la iglesia, Papías, dijo que Marcos fue “discípulo e intérprete de Pedro”.
La iglesia de Jesucristo siempre está a una generación de extinguirse. Si no
tuviéramos una revelación escrita y confiable, tendríamos que depender de la
tradición. Si alguna vez has jugado el juego de salón llamado “el mensaje secreto”,
sabes cómo una frase sencilla puede cambiar radicalmente cuando se pasa de
una persona a otra. Nosotros no dependemos de las tradiciones de hombres
muertos, sino de la verdad de la Palabra viva. Los hombres mueren, pero la
Palabra de Dios vive para siempre.
Si no tuviéramos una revelación escrita y confiable, la iglesia estaría a merced
de la memoria de los hombres. Los que se enorgullecen de tener buena memoria
deberían sentarse en el estrado de los testigos en un tribunal. Es asombroso que
tres testigos perfectamente honestos puedan, con buena conciencia, ¡dar tres
relatos diferentes de un accidente vehicular! Nuestra memoria es defectuosa y
selectiva. Por lo general, recordamos lo que queremos recordar, y a menudo,
distorsionamos incluso eso.
Felizmente, podemos depender de la Palabra de Dios escrita. “Escrito está”, y
está escrita para siempre. Podemos ser salvos mediante la Palabra viva (1 Pedro
1:23–25), nutridos por ella (1 Pedro 2:2), y guiados y protegidos conforme
confiamos en ella y la obedecemos.

Las experiencias se desvanecen, pero la Palabra de Dios permanece (2 Pedro


1:16–18)
El enfoque de este párrafo es la transfiguración de Jesucristo. La experiencia
se relata en Mateo (17:1 en adelante), Marcos (9:2–8) y Lucas (9:28–36); y sin
embargo, ¡ninguno de esos escritores participó en ella! ¡Pedro estaba allí cuando
sucedió! Es más, las mismas palabras que se usan en esta sección (2 Pedro
1:12–18) nos recuerdan su experiencia en el monte de la transfiguración. La
palabra “cuerpo”, que Pedro usa dos veces (2 Pedro 1:13, 14), es una traducción
del griego que en otros pasajes se traduce tabernáculo o enramada; y esto sugiere
las palabras de Pedro: “hagamos aquí tres enramadas” (Mateo 17:4). En 2 Pedro
1:15, Pedro usó la palabra “partida”, que en griego es “éxodo”; se usa también en
Lucas 9:31. Jesús no consideró su muerte en la cruz como una derrota; más bien,
fue un “éxodo”, ya que liberaría a su pueblo de la esclavitud tal como Moisés
libertó a Israel de Egipto. Pedro escribió de su propia muerte como un “éxodo”,
una liberación de la esclavitud.
Observa la repetición inferida del pronombre nosotros en 2 Pedro 1:16–19. Se
refiere a Pedro, Jacobo y Juan; los únicos apóstoles que estuvieron con el Señor
en el monte de la transfiguración. (Juan se refirió a esta experiencia en Juan 1:14:
“y vimos su gloria”.) Estos hombres habían tenido que guardar silencio sobre su
experiencia hasta después de que el Señor resucitó de los muertos (Mateo 17:9);
y entonces, les contaron a otros creyentes lo que había sucedido en la montaña.
¿Qué significó la transfiguración? Por un lado, confirmó el testimonio de Pedro
en cuanto a Jesucristo (Mateo 16:13–16). Pedro vio al Hijo en su gloria, y oyó al
Padre hablar desde el cielo: “Este es mi Hijo amado, en el cual tengo
complacencia” (2 Pedro 1:17). Primero, ponemos nuestra fe en Cristo y lo
confesamos, y entonces, el Señor nos da una confirmación maravillosa.
La transfiguración también tuvo una significación especial para Jesucristo,
quien se acercaba al Calvario. Fue la manera del Padre de fortalecer a su Hijo
para esa terrible odisea de ser el sacrificio por los pecados del mundo. La ley y los
profetas (Moisés y Elías) señalaban su ministerio, y ahora, él cumpliría esas
Escrituras. El Padre habló desde el cielo y le aseguró al Hijo su amor y
aprobación. La transfiguración comprueba que el sufrimiento conduce a la gloria
cuando estamos en la voluntad de Dios.
Pero hay un tercer mensaje, y tiene que ver con el reino prometido. En los tres
Evangelios en donde se relata la transfiguración, se la presenta como una
declaración del reino de Dios (Mateo 16:28; Marcos 9:1; Lucas 9:27). Jesús
prometió que, antes de morir, algunos de sus discípulos verían el reino de Dios en
poder. Esto tuvo lugar en el monte de la transfiguración, cuando nuestro Señor
reveló su gloria. Fue una expresión de seguridad para los discípulos, quienes no
podían entender las enseñanzas del Señor en cuanto a la cruz. Si el Señor
muriera, ¿qué sucedería con el reino prometido que había estado predicando
todos esos meses?
Ahora podemos entender por qué Pedro usó este suceso en su carta: estaba
refutando las falsas enseñanzas de los apóstatas de que el reino de Dios nunca
vendría (2 Pedro 3:3 en adelante). Estos falsos maestros negaban la promesa de
la venida de Cristo. En lugar de las promesas de Dios, estos falsificadores ponían
“fábulas artificiosas” (2 Pedro 1:16) que privaban a los creyentes de su esperanza
bendita.
La palabra “fábulas” quiere decir mitos, relatos fabricados sin base en los
hechos. El mundo griego y el romano abundaban en relatos de los dioses; meras
especulaciones humanas que trataban de explicar el mundo y sus orígenes. Por
interesantes que puedan ser estos mitos, el creyente no debe prestarles atención
(1 Timoteo 1:4), sino refutarlos (1 Timoteo 4:7). Pablo le advirtió a Timoteo de que
vendría un tiempo en la iglesia cuando los creyentes profesantes no querrían oír la
verdadera doctrina, sino que “apartarán de la verdad el oído y se volverán a las
fábulas” (2 Timoteo 4:4). También le advirtió a Tito en cuanto a “fábulas judaicas”
(mitos, Tito 1:14), por lo cual incluso algunos de los judíos habían abandonado sus
Escrituras sagradas y aceptado sustitutos de fabricación humana.
Pedro escribió un sumario de lo que vio y oyó en el monte de la transfiguración.
Vio a Jesucristo vestido de gloria majestuosa, y por consiguiente, presenció una
demostración del “poder y la venida” del Señor. Cuando Jesucristo vino a la tierra
en Belén, no mostró abiertamente su gloria. Con certeza, reveló su gloria en sus
milagros (Juan 2:11), pero incluso esto fue primordialmente por amor a sus
discípulos. Su cara no brilló ni tampoco tuvo un halo sobre la cabeza. “No hay
parecer en él, ni hermosura; le veremos, mas sin atractivo para que le deseemos”
(Isaías 53:2).
Pedro no solo vio la gloria de Cristo, sino que oyó la voz del Padre “desde la
magnífica gloria”. Los testigos son personas que dicen con precisión lo que han
visto y oído (Hechos 4:20), y Pedro fue un testigo fiel. ¿Es Jesucristo de Nazaret el
Hijo de Dios? ¡Sí, lo es! ¿Cómo lo sabemos? ¡El Padre lo dijo!
Tú y yo no fuimos testigos oculares de la transfiguración. Pedro estuvo allí, y
con fidelidad, nos registró su experiencia en la carta que escribió, inspirado por el
Espíritu de Dios. Las experiencias se desvanecen, ¡pero la Palabra de Dios
permanece! Las experiencias son subjetivas, pero la Palabra de Dios es objetiva.
Las experiencias pueden ser interpretadas de maneras diferentes por distintos
participantes, pero la Palabra de Dios da un mensaje claro. Lo que recordamos de
nuestras experiencias puede ser distorsionado inconscientemente, pero la Palabra
de Dios permanece igual para siempre.
Cuando estudiamos 2 Pedro 2, descubrimos que los maestros apóstatas tratan
de alejar a las personas de la Palabra de Dios y llevarlas a “experiencias más
profundas”, contrarias a la Palabra de Dios. Estos falsos maestros usan “palabras
fingidas” en lugar de la Palabra inspirada de Dios (2 Pedro 2:3), y enseñan
“herejías destructoras” (2 Pedro 2:1). En otras palabras, ¡esto es asunto de vida y
muerte! Si una persona cree la verdad, vivirá; si cree una mentira, morirá. Es la
diferencia entre salvación y condenación.
Al recordarles a sus lectores la transfiguración, Pedro afirmó varias doctrinas
importantes de la fe cristiana. Aseguró que Jesucristo es, en verdad, el Hijo de
Dios. La prueba de cualquier religión es esta: “¿Qué dice de Jesucristo?”. Si un
maestro religioso niega la deidad de Cristo, es un maestro falso (1 Juan 2:18–29;
4:1–6).
Pero la persona de Jesucristo es solo una de las pruebas; también debemos
preguntar: “Y, ¿cuál es la obra de Jesucristo? ¿Por qué vino y qué hizo?”. De
nuevo, la transfiguración nos da la respuesta, porque Moisés y Elías “aparecieron
rodeados de gloria, y hablaban de su partida, que iba Jesús a cumplir en
Jerusalén” (Lucas 9:31). Su muerte no fue meramente un ejemplo, como algunos
teólogos liberales quieren que creamos, sino una salida, un logro. Él logró algo en
la cruz: ¡la redención de pecadores perdidos!
La transfiguración también fue una afirmación de la verdad de las Escrituras.
Moisés representaba la ley; Elías, los profetas; y ambos señalaban a Jesucristo
(Hebreos 1:1–3). Él cumplió la ley y los profetas (Lucas 24:27). Creemos en la
Biblia porque Jesús creía en ella y dijo que es la Palabra de Dios. Aquellos que
cuestionan la verdad y la autoridad de las Escrituras no están discutiendo con
Moisés, Elías o Pedro, sino con el Señor Jesucristo.
Este evento también afirmó la realidad del reino de Dios. Nosotros, que
tenemos una Biblia completa, podemos mirar hacia atrás y comprender las
lecciones progresivas que Jesús les dio a sus discípulos en cuanto a la cruz y el
reino, pero en aquel momento, esos doce hombres estaban muy confusos. No
entendían la relación entre el sufrimiento de Cristo y su gloria (la Primera Epístola
de Pedro considera este tema) y la iglesia y su reino. En la transfiguración, nuestro
Señor dejó en claro a sus seguidores que sus sufrimientos conducían a la gloria, y
que la cruz, en última instancia, resultaría en la corona.
También había una lección muy práctica que Pedro, Jacobo y Juan
necesitaban aprender, porque cada uno de ellos sufriría. Jacobo fue el primero de
los apóstoles en morir (Hechos 12:1, 2). Juan tuvo una vida larga, pero vivió en el
exilio y el sufrimiento (Apocalipsis 1:9). Pedro sufrió por el Señor durante su
ministerio, y luego puso su vida tal como el Señor lo había profetizado. En el
monte de la transfiguración, Pedro, Jacobo y Juan aprendieron que el sufrimiento
y la gloria marchan juntos, y que el amor especial y la aprobación del Padre son
dados a quienes están dispuestos a sufrir por amor al Señor. Nosotros también
necesitamos la misma lección hoy.
No pudimos participar de la experiencia de Pedro, pero él pudo dejarnos el
relato de su experiencia para que pudiéramos tenerlo en forma permanente en la
Palabra de Dios. No es necesario que tratemos de duplicar esas experiencias; a
decir verdad, tales esfuerzos serían peligrosos, porque el diablo podría darnos una
experiencia falsificada que nos descarriara.
Recuerda las noticias maravillosas de Pedro al principio de la carta: “una fe
igualmente preciosa que la nuestra”. Esto significa que nuestra fe nos da “una
posición igual” a la de los apóstoles. Ellos no viajaron en primera clase, para
dejarnos viajar a nosotros en segunda. “Una fe igualmente preciosa que la
nuestra” es lo que él escribió (cursivas mías). Nosotros no estuvimos en el monte
de la transfiguración, pero igualmente, podemos beneficiarnos de esa experiencia
al meditar en ella y permitir que el Espíritu de Dios nos revele las glorias de
Jesucristo.
Hemos aprendido dos verdades importantes al ver estos contrastes: los
hombres mueren, pero la Palabra de Dios vive; y las experiencias se desvanecen,
pero la Palabra de Dios permanece. Pedro añadió un tercer contraste.

El mundo se oscurece, pero la Palabra de Dios brilla (2 Pedro 1:19–21)


En algunos aspectos, el mundo está mejorando. Doy gracias a Dios por los
avances en medicina, transporte y comunicación. Puedo hablar con más personas
en un solo programa de radio que a los que todos los apóstoles les predicaron
durante su vida. Tengo la posibilidad de escribir libros que pueden distribuirse en
el extranjero e incluso traducirse a diferentes idiomas. En cuanto al logro científico,
el mundo ha hecho grandes progresos. Pero el corazón humano sigue perverso, y
todas nuestras mejoras en los medios no han beneficiado nuestra vida. La ciencia
médica permite que las personas vivan más años, pero no hay garantía de que lo
harán mejor. ¡Los medios modernos de comunicación solo permiten que las
mentiras viajen más rápidamente! Y los aviones a reacción nos permiten llegar
más velozmente a otros lugares, ¡pero no tenemos mejores sitios adonde ir!
No debería sorprendernos que nuestro mundo esté envuelto en oscuridad
espiritual. En el Sermón del Monte, nuestro Señor advirtió que habría falsificadores
que invadirían la iglesia con doctrinas falsas (Mateo 7:13–29). Pablo les hizo una
advertencia similar a los ancianos de Éfeso (Hechos 20:28–35), y agregó otras
cuando escribió sus epístolas (Romanos 16:17–20; 2 Corintios 11:1–15; Gálatas
1:1–9; Filipenses 3:17–21; Colosenses 2; 1 Timoteo 4; 2 Timoteo 3–4). Incluso
Juan, el gran “apóstol del amor”, advirtió en cuanto a maestros anticristianos que
procurarían destruir la iglesia (1 Juan 2:18–29; 4:1–6).
En otras palabras, los apóstoles no esperaban que el mundo mejorara cada
vez más, ni moral ni espiritualmente. Todos advirtieron que maestros falsos
invadirían las iglesias locales, introducirían falsas doctrinas y harían que muchos
se descarriaran. El mundo se volvería cada vez más oscuro; pero al hacerlo, la
Palabra de Dios brillaría cada vez más.
Pedro afirmó tres cosas en cuanto a la Palabra de Dios.
Es la palabra segura (v. 19a). Pedro no estaba sugiriendo que la Biblia es
más cierta que la experiencia que él tuvo en el monte de la transfiguración. Su
experiencia fue real, y el registro bíblico es confiable. Como hemos visto, la
transfiguración cumplió la promesa dada en la palabra profética; y esta promesa
es ahora más cierta por la experiencia de Pedro. La transfiguración corroboró las
promesas proféticas. Los apóstatas intentarían desacreditar la promesa de la
venida del Señor (2 Pedro 3:3 en adelante), pero las Escrituras son seguras;
porque, después de todo, la promesa del reino fue reafirmada por Moisés, Elías, el
Hijo de Dios y el Padre. Y el Espíritu Santo escribió el registro para que la iglesia
lo leyera.
“El testimonio de Jehová es fiel” (Salmo 19:7). “Tus testimonios son muy
firmes” (Salmo 93:5). “Fieles son todos sus mandamientos” (Salmo 111:7). “Por
eso estimé rectos todos tus mandamientos sobre todas las cosas, y aborrecí todo
camino de mentira” (Salmo 119:128).
Es interesante combinar 2 Pedro 1:16 y 19: “Porque no os hemos dado a
conocer… fábulas artificiosas.… Tenemos también la palabra profética más
segura”. Al viajar, a menudo encuentro fanáticos de diferentes sectas en los
aeropuertos, los cuales quieren que compre sus libros. Siempre rehúso porque
tengo la segura Palabra de Dios y no necesito de fábulas religiosas de los
hombres. “¿Qué tiene que ver la paja con el trigo? dice Jehová” (Jeremías 23:28).
Pero un día, hallé uno de esos libros que alguien había dejado en el baño de
hombres, así que, decidí llevármelo y leerlo. No puedo entender cómo alguien
puede creer fábulas tan necias. El libro aducía basarse en la Biblia, pero el escritor
tergiversaba las Escrituras a tal punto que los versículos que citaba acababan
diciendo solo lo que él quería. ¡Fábulas astutamente diseñadas! Y sin embargo,
había muerte espiritual entre esas cubiertas para cualquiera que creyera esas
mentiras.
Es la Palabra que alumbra (v. 19b). Pedro llamó al mundo un “lugar oscuro”, y
la palabra que usó quiere decir tenebroso. Es el cuadro de un sótano húmedo o un
pantano desalentador. La historia humana empezó en un huerto encantador, pero
ese huerto hoy es un pantano sombrío. Lo que ves cuando miras el sistema de
este mundo es una indicación de la condición espiritual de tu corazón. Todavía
vemos la belleza en la creación divina, pero no percibimos ninguna belleza en lo
que la humanidad está haciendo con la creación de Dios. Pedro no vio este mundo
como un huerto de Edén, ni tampoco debemos nosotros verlo así.
Dios y su Palabra son luz. “Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi
camino” (Salmo 119:105). Cuando Jesucristo empezó su ministerio, “el pueblo
asentado en tinieblas vio gran luz” (Mateo 4:16). Su venida a este mundo fue el
amanecer de un nuevo día (Lucas 1:78). Los creyentes deben ser luz del mundo
(Mateo 5:14–16), y es nuestro privilegio y responsabilidad asirnos de la Palabra de
vida, la luz de Dios, de modo que los hombres puedan ver el camino y ser salvos
(Filipenses 2:14–16).
Como creyentes debemos prestar atención a la Palabra de Dios y gobernar
nuestras vidas por lo que ella dice. Para los incrédulos, las cosas se harán cada
vez más oscuras, hasta que acaben en la oscuridad eterna; pero el pueblo de Dios
está esperando el retorno de Jesucristo y la aurora de un nuevo día de gloria. Los
falsos maestros se burlaban de la idea del retorno de Cristo y de la aurora del
nuevo día, pero Pedro afirmó la verdad de la Palabra segura de Dios: “Pero el día
del Señor vendrá como ladrón en la noche” (2 Pedro 3:10).
Antes del amanecer, el “lucero de la mañana” (o estrella de la mañana) brilla y
resplandece como heraldo de la aurora. Para la iglesia, Jesucristo es “la estrella
resplandeciente de la mañana” (Apocalipsis 22:16). La promesa de su venida brilla
con esplendor, sin que importe cuán oscuro sea el día (ve Números 24:17). Él
también es “el Sol de justicia”, que traerá sanidad a los creyentes, pero castigo a
los incrédulos (Malaquías 4:1, 2). ¡Qué agradecidos debemos estar por la Palabra
de Dios segura y brillante, y cuánta atención debemos prestarle en estos días
oscuros!
Es la Palabra dada por el Espíritu (vs. 20, 21). Este es uno de los dos
pasajes bíblicos importantes que afirman la inspiración divina de la Palabra de
Dios. El otro es 2 Timoteo 3:14–17. Pedro afirmó que las Escrituras no fueron
escritas por hombres que usaron sus propias ideas y palabras, sino por hombres
de Dios “inspirados por el Espíritu Santo”. La palabra traducida “inspirados” quiere
decir impulsados, como una nave impulsada por el viento. Las Escrituras son
“sopladas por Dios”; no son invenciones humanas.
De nuevo, Pedro estaba refutando las doctrinas de los apóstatas. Ellos
enseñaban con “palabras fingidas” (2 Pedro 2:3) y tergiversaban las Escrituras
para hacer que significaran algo diferente (2 Pedro 3:16). Negaban la promesa de
la venida de Cristo (2 Pedro 3:3, 4), y así, negaban las mismas Escrituras
proféticas.
Como el Espíritu dio la Palabra, solamente él puede enseñar la Palabra e
interpretarla con exactitud (ve 1 Corintios 2:14, 15). Por supuesto, todo maestro
falso aduce que está “guiado por el Espíritu”, pero su manejo de la Palabra de
Dios pronto lo deja al descubierto. Como la Biblia no vino por voluntad de hombre,
es imposible entenderla por voluntad de hombre. Incluso el religioso Nicodemo,
maestro destacado entre los judíos, ignoraba las doctrinas más esenciales de la
Palabra de Dios (Juan 3:10–12).
En 2 Pedro 1:20, Pedro no estaba prohibiendo el estudio privado de la Biblia.
Algunos grupos religiosos han enseñado que solo los “líderes espirituales” pueden
interpretar las Escrituras, y han usado este versículo para defender esa idea. Pero
el apóstol no estaba escribiendo primordialmente en sobre la interpretación de las
Escrituras, sino de su origen: vinieron por el Espíritu Santo y a través de hombres
santos de Dios. Y como la Biblia vino por el Espíritu, él mismo Espíritu debe
enseñarla.
La palabra traducida “privada” simplemente quiere decir personal o de cosecha
propia. Significa que como todas las Escrituras son inspiradas por el Espíritu,
deben “vincularse” y que ninguna debe divorciarse de las demás. Uno puede usar
la Biblia para demostrar casi cualquier cosa si aísla versículos de su contexto, que
es exactamente el método de los maestros falsos. Pedro afirmó que el testimonio
de los apóstoles confirmaba el testimonio de la palabra profética: hay un solo
mensaje y sin contradicción. Por consiguiente, estos falsos maestros solo pueden
“demostrar” sus doctrinas heréticas usando erradamente la Palabra de Dios.
Textos aislados de sus contextos se convierten en pretextos.
La Palabra de Dios fue escrita para personas comunes, no para profesores de
teología. Los escritores daban por sentado que personas comunes la leerían, la
entenderían y la aplicarían, dirigidos por el mismo Espíritu Santo que la inspiró. El
creyente humilde puede aprender personalmente en cuanto a Dios al meditar en
su Palabra; no necesita “expertos” que le muestren la verdad. Sin embargo, esto
no niega el ministerio de los maestros en la iglesia (Efesios 4:11), gente especial
con el don de explicar y aplicar las Escrituras. Tampoco niega la sabiduría
colectiva de la iglesia mientras estas doctrinas se han definido y pulido con el
correr de los siglos. Los maestros y los credos tienen su lugar, pero no deben
usurpar la autoridad de la Palabra de Dios sobre la conciencia del creyente
individual.
Hasta que el día amanezca, debemos estar seguros de que nuestro amor por
la venida del Señor es como una estrella que brilla en nuestros corazones (2
Pedro 1:19). Solo si amamos su venida, estaremos a la expectativa de ella; y es la
Palabra lo que mantiene ardiente esa expectativa.
Los hombres mueren, pero la Palabra de Dios vive. Las experiencias se
desvanecen, pero la Palabra de Dios permanece. El mundo se vuelve más oscuro,
pero la luz profética brilla cada vez más. Es improbable que los falsos maestros
descarríen al creyente que edifica su vida sobre la Palabra de Dios y que espera la
venida del Salvador. Le enseñará el Espíritu y estará cimentado en la segura
Palabra de Dios.
El mensaje de Pedro es: “¡Despiértate, y recuerda!”. Una iglesia dormida es el
patio de recreo del diablo. Fue mientras los hombres dormían que el enemigo fue
y sembró la cizaña (Mateo 13:24 en adelante). Pedro durmió en el monte de la
transfiguración ¡y casi se perdió toda la experiencia!
“¡Mantente alerta! —es el mensaje del apóstol. —¡Despiértate y recuerda!”.

3
Cuidado con los Falsificadores
2 Pedro 2:1–9

Uno de los fraudes más exitosos del mundo de hoy es la venta de “arte
falsificado”. Incluso algunas de las galerías más destacadas y colecciones
privadas han sido invadidas por pinturas que son falsificaciones ingeniosas de los
grandes maestros. Las editoriales también han sufrido fraudes, comprando
manuscritos “genuinos” que no lo eran tanto después de todo.
Pero las falsificaciones no son nada nuevo. Satanás es “el gran imitador” (2
Corintios 11:13–15) y ha estado trabajando duro desde que engañó a Eva en el
huerto (Génesis 3:1–7; 2 Corintios 11:1–4). Tiene cristianos falsos (Mateo 13:38;
Juan 8:44), un evangelio falso (Gálatas 1:6–9) e incluso una justicia falsa
(Romanos 9:30–10:4). Un día le presentará al mundo a un Cristo falso (2
Tesalonicenses 2).
La nación de Israel estaba constantemente dejándose descarriar por falsos
profetas. Elías tuvo que enfrentarse a los profetas de Baal, ya que promovían una
religión pagana. Los falsos profetas judíos eran los que hacían el mayor daño,
porque aducían hablar por Jehová Dios. Tanto Jeremías como Ezequiel
expusieron este ministerio falsificado, pero el pueblo seguía igualmente a los
seudoprofetas. ¿Por qué? Porque la religión de estos era fácil, cómoda y popular.
Al pueblo no le preocupaba que los falsos profetas predicaran una paz falsa
(Jeremías 6:14). ¡Era el mensaje que querían oír!
Los apóstoles y los profetas pusieron el cimiento para la iglesia y luego dejaron
la escena (Efesios 2:20). Por eso, Pedro escribió acerca de falsos maestros, antes
que de falsos profetas, porque todavía hay maestros en la iglesia. Es improbable
que los miembros de la iglesia escuchen a un “profeta”, pero sí escucharán a un
maestro de la Palabra de Dios. Satanás siempre usa el método que el piensa va a
triunfar.
A fin de advertirnos para que estemos alerta, Pedro presentó tres aspectos de
este tema de los falsos maestros en la iglesia.

La descripción de los falsos maestros (2 Pedro 2:1–3)


¡Este no es un cuadro muy hermoso! Al leer la Epístola de Judas, se observa
que usa un lenguaje similar, y es un lenguaje vívido. Pedro sabía que la verdad de
la Palabra de Dios y las doctrinas falsas de los herejes simplemente no podían
coexistir. No pudo haber acomodos de su parte, así como tampoco un cirujano
podría hacerlos con un tumor canceroso en el cuerpo de un paciente.
Engaño (v. 1a). Este tema corre por todo el capítulo. Para empezar, el
mensaje de estos maestros es falso; Pedro llama “herejías destructoras” lo que
ellos enseñaban. En un principio, la palabra “herejía” quería decir simplemente:
tomar una decisión, pero luego llegó a significar una secta, un partido. Promover
un espíritu partidista en la iglesia es una de las obras de la carne (Gálatas 5:20).
Cada vez que un miembro de una iglesia le dice a otro: “¿estás de mí lado o del
lado del pastor?”, está promoviendo un espíritu partidista y causando división. El
maestro falso obliga a decidir entre sus doctrinas y las doctrinas de la verdadera fe
cristiana.
No solo el mensaje de esos maestros era falso, sino también sus métodos. En
lugar de declarar abiertamente lo que creían, iban a la iglesia hipócritamente y
aparentaban ser fieles a la fe cristiana. “En secreto, lo traen al lado” es una
traducción literal. No echan afuera la verdad de inmediato; simplemente, ponen
sus enseñanzas falsas al lado de la verdad y aparentan creer en los fundamentos
de la fe. Al tiempo, quitan la verdadera doctrina y dejan en su lugar su enseñanza
falsa.
En 2 Pedro 2:3, Pedro destacó que los falsos maestros usaban “palabras
fingidas”. La palabra griega traducida fingidas es plastos, de donde obtenemos la
palabra plástico. ¡Palabras plásticas! ¡Palabras que pueden tergiversarse para que
digan lo que uno quiera! Los falsos maestros usan nuestro vocabulario, pero no
emplean nuestro diccionario. Hablan de “salvación”, “inspiración” y las palabras
grandiosas de la fe cristiana, pero no significan lo que nosotros queremos decir.
Los creyentes inmaduros y sin mayor conocimiento oyen a estos predicadores o
leen sus libros y piensan que son hombres de fe sólida, pero no es así.
Satanás es mentiroso y sus ministros también lo son. Usan la Biblia, pero no
para iluminar, sino para engañar. Siguen el mismo patrón de Satanás cuando
engañó a Eva (Génesis 3:1–6). Primero, puso en tela de juicio la Palabra de Dios:
“¿Conque Dios os ha dicho?”. Luego, la negó: “No moriréis”. Por último, la
sustituyó con su propia mentira: “Seréis como Dios”.
Ten presente que estos maestros apóstatas no ignoran inocentemente la
Palabra de Dios, como la ignoraba Apolos (Hechos 18:24–28). Saben la verdad,
pero deliberadamente la rechazan. Leí de un pastor de ideología liberal al que se
le pidió que leyera un artículo en una conferencia sobre “Las opiniones de Pablo
en cuanto a la justificación”. Leyó una ponencia que presentaba en forma
excelente la verdad del evangelio y la justificación por la fe.
“Yo no sabía que creías eso”, le dijo un amigo después de la reunión.
“Yo no creo eso —contestó el pastor de ideología liberal—. Ellos no me
pidieron mi opinión sobre la justificación. ¡Me pidieron la de Pablo!”.
Negación (v. 1b). Los maestros falsos se conocen mejor por lo que niegan que
por lo que afirman. Niegan la inspiración de la Biblia, la maldad del hombre, la
muerte de Jesucristo en la cruz como sacrifico por nosotros, la salvación solo por
fe, e incluso la realidad del juicio eterno. En especial, niegan la deidad de
Jesucristo, porque saben que si pueden refutar su deidad, pueden destruir todo el
cuerpo de la verdad cristiana. El cristianismo es Cristo, y si él no es lo que dice
ser, no hay fe cristiana.
Es preciso indicar con claridad que estos falsos maestros no son salvos. Se los
compara con perros y cerdos, y no con ovejas (2 Pedro 2:22). Judas describe a
estas mismas personas, y en el versículo 19, con claridad declara: “que no tienen
al Espíritu”. Si una persona no tiene al Espíritu de Dios, no es hijo o hija de Dios
(Romanos 8:9). Puede fingir ser salvo e incluso convertirse en miembro o líder de
una iglesia fundamentalista, pero a la larga, negará al Señor.
¿En qué sentido fueron estas personas “rescatadas” por el Señor? Si bien es
verdad que Jesucristo murió por la iglesia (Efesios 5:25), también es cierto que lo
hizo por los pecados de todo el mundo (1 Juan 2:2). Él es el comerciante que
compró todo el campo (el mundo) para adquirir el tesoro que había allí (Mateo
13:44). Cuando se trata de la aplicación, la expiación de nuestro Señor es limita a
los que creen. Pero cuando se trata de la eficacia, su muerte es suficiente para
todo el mundo. Él compró incluso a quienes lo rechazan y lo niegan. Esto hace
que la condenación de ellos sea aun mayor.
Incluso creyentes buenos y consagrados pueden discrepar en puntos menores
de doctrina, pero todos concuerdan en la persona y la obra de Jesucristo. Él es el
Hijo de Dios y Dios Hijo. El único Salvador. Negar esto es condenar tu alma.
Sensualidad (v. 2). “Disoluciones” simplemente quiere decir libertinaje. Judas
acusó a los falsos maestros de convertir “en libertinaje la gracia de nuestro Dios”
(Judas 4). Ahora entendemos por qué niegan las verdades de la fe cristiana:
quieren saciar sus deseos carnales y hacerlo socapa de la religión. Los falsos
profetas en los días de Jeremías eran culpables de los mismos pecados (Jeremías
23:14, 32).
Que muchos sigan el mal ejemplo de su conducta es prueba de que la gente
prefiere seguir lo falso antes que lo verdadero, lo sensual antes que lo espiritual.
¡Estos falsos maestros tienen mucho éxito en su ministerio! Ofrecen estadísticas
relucientes, ¡y las multitudes se reúnen para oírlos! Pero las estadísticas no son
prueba de autenticidad. El camino ancho que conduce a la destrucción está
atiborrado (Mateo 7:13, 14). Muchos afirmarán ser verdaderos siervos de Cristo,
pero serán rechazados en el último día (Mateo 7:21–23).
¿Qué sucede con sus seguidores? Para empezar, deshonran el nombre de
Cristo. La fe cristiana recibe una mala reputación debido a sus vidas inmundas.
“Profesan conocer a Dios, pero con los hechos lo niegan, siendo abominables y
rebeldes, reprobados en cuanto a toda buena obra” (Tito 1:16). “Porque como está
escrito, el nombre de Dios es blasfemado entre los gentiles por causa de vosotros”
(Romanos 2:24). Pocas cosas estorban la causa de Cristo más que la mala
reputación de creyentes profesantes que son miembros de iglesias ortodoxas.
Avaricia (v. 3). Los falsos maestros se interesan solo en una cosa: ganar
dinero. Explotan (“harán mercadería”) a los ingenuos y usan su religión para
encubrir la avaricia (ve 1 Tesalonicenses 2:5). Nuestro Señor fue pobre, y los
apóstoles también; y sin embargo, se entregaron para servir a otros. Estos falsos
profetas son ricos que astutamente consiguen que otros los sirvan a ellos.
Miqueas describió a estos falsos profetas de su día: “Sus jefes juzgan por
cohecho, y sus sacerdotes enseñan por precio, y sus profetas adivinan por dinero”
(Miqueas 3:11). Por cierto, el obrero es digno de su paga (Lucas 10:7), pero sus
motivos para el ministerio tienen que ir mucho más allá del dinero. A menudo, se
ha dicho que la inmoralidad, el amor al dinero y el orgullo han sido la ruina de
muchos. ¡Estos falsos maestros son culpables de esas tres cosas!
Ellos usan sus “palabras plásticas” tanto como sus “palabras infladas y vanas”
(2 Pedro 2:18) para fascinar e influir a sus víctimas. Lisonjean a los pecadores y
les dicen palabras que quieren oír, las cuales ensalzan el ego (ve el contraste en 1
Tesalonicenses 2:5). Complacen a la gente que rechaza la verdad de la Biblia y se
vuelve a las fábulas (2 Timoteo 4:1–4). La religión puede ser una herramienta
tremenda para explotar a los débiles, y estos falsos maestros la usan simplemente
para conseguir lo que quieren. No son ministros; son mercaderes.
El verdadero ministro de Jesucristo no tiene nada que esconder: su vida y
ministerio son un libro abierto. Predica la verdad en amor y no tuerce las
Escrituras para respaldar sus propias ideas egoístas. No lisonjea a los ricos ni
sirve solamente para ganar dinero. Pablo describió al verdadero ministro en 2
Corintios 4:2: “Antes bien renunciamos a lo oculto y vergonzoso, no andando con
astucia, ni adulterando la Palabra de Dios, sino por la manifestación de la verdad
recomendándonos a toda conciencia humana delante de Dios”. Contrasta esta
descripción con lo que Pedro escribió en este capítulo y con las palabras de
Judas, y verás la diferencia. ¡Cuánto necesitamos estar alerta y rehusar respaldar
ministerios que explotan a la gente y niegan al Salvador!

La destrucción de los falsos maestros (2 Pedro 2:3–6, 9b)


Pedro no vio esperanza para estos apóstatas; su ruina estaba sellada. Su
actitud fue diferente a la de los religiosos tolerantes de hoy, que dicen: “Pues bien,
tal vez no concuerden con nosotros, pero hay muchos caminos al cielo”. Pedro
indicó claramente que estos falsos maestros habían “dejado el camino recto” (2
Pedro 2:15), ¡lo cual simplemente significa que estaban siguiendo el camino
errado! Su castigo era seguro, aunque todavía no había tenido lugar. El juicio ya
había acabado, pero la sentencia todavía no se había ejecutado. No se retardaría
ni se dormiría, afirmó Pedro; vendría a su debido tiempo.
En esta sección, Pedro demostró que el juicio, en efecto, al final viene, por más
seguro que pueda sentirse el pecador. Usó tres ejemplos para verificar esta
verdad (ve también Judas 6–8).
Los ángeles caídos (v. 4). Quisiéramos saber más en cuanto a la creación de
los ángeles y la caída de Lucifer y sus ejércitos, pero la mayoría de estos detalles
quedan en el misterio. Muchos eruditos de la Biblia piensan que Isaías 14:12–15
describe la caída de Lucifer, el ángel más importante. Algunos creen que Ezequiel
28:11–19 también trata del mismo tema. Al parecer, Lucifer era un subalterno de
Dios, a cargo de los ejércitos de ángeles, pero su orgullo le hizo codiciar el mismo
trono de Dios. (Juan Milton, de manera imaginaria, describió esto en su famoso
poema El Paraíso Perdido.) Apocalipsis 12:4 sugiere que tal vez una tercera parte
de los ángeles cayó con Lucifer, quien se convirtió en Satanás, el adversario de
Dios.
¿Dónde están ahora estos ángeles caídos? Sabemos que Satanás está libre y
obrando en el mundo (1 Pedro 5:8), y que tiene un ejército de poderes
demoníacos que lo ayudan (Efesios 6:10–12), los cuales probablemente son
algunos de los ángeles caídos. Pero Pedro dijo que algunos de ellos fueron
confinados al tártaro (“infierno”), una palabra griega para el inframundo. El tártaro
parece ser una sección especial del infierno en donde estos ángeles están
encadenados en el abismo de oscuridad, esperando el juicio final. No es necesario
debatir los misterios ocultos de este versículo para captar el mensaje principal:
Dios juzga la rebelión y no perdonará a los que rechazan su voluntad. Si Dios
juzgó a los ángeles, que en muchos aspectos tienen una posición más alta que la
de los seres humanos, con toda certeza, juzgará a los hombres rebeldes.
El mundo antiguo (v. 5). Génesis 6:3 indica que Dios esperó 120 años antes
de enviar el diluvio. Durante ese tiempo, Noé ministró como “heraldo” de la justicia
divina. Si quieres obtener una descripción del mundo antes del diluvio, lee
Romanos 1:18 en adelante. La civilización de los gentiles se había corrompido
tanto que fue necesario que Dios la exterminara de la Tierra. Dios salvó solo a
ocho personas, Noé y su familia, porque tuvieron fe en Dios (Hebreos 11:7).
¡Pero nadie creyó el mensaje de Noé! Jesús dijo claramente que las personas
disfrutaban de sus vidas habituales hasta el mismo día en que Noé y su familia
entraron en el arca (Lucas 17:26, 27). Sin duda, hubo abundantes expertos que se
reían de Noé y le aseguraban a la gente que una tempestad de lluvia era
imposible. ¿Alguien había visto una alguna vez? Los maestros falsos de la época
de Pedro usaban el mismo argumento para “probar” que el día del Señor no
vendría (2 Pedro 3:3 en adelante).
Cuando se compara nuestro mundo con el de Noé, se observan algunos
paralelos que asustan. La población se multiplicaba (Génesis 6:1), y el mundo
estaba lleno de maldad (Génesis 6:5) y violencia (Génesis 6:11, 13). La anarquía
abundaba. Los verdaderos creyentes eran una minoría, ¡y nadie les prestaba
atención! Pero llegó el diluvio, y toda la población del mundo fue destruida. Dios
ciertamente juzga a los que rechazan su verdad.
Sodoma y Gomorra (vs. 6, 9b). El registro se nos da en Génesis 18–19, y la
opinión de Dios sobre la gente de estas ciudades se halla en Génesis 13:13: “Mas
los hombres de Sodoma eran malos y pecadores contra Jehová en gran manera”.
Pedro dijo que eran “impíos”, y Judas afirmó que habían “fornicado e ido en pos de
vicios contra naturaleza” (Judas 7). Los hombres de Sodoma practicaban una
conducta perversa y obras inicuas (2 Pedro 2:7, 8). ¿En qué sentido eran sus
obras de inmundicia “inicuas”? Eran contrarias a la naturaleza (ve Romanos 1:24–
27). El flagrante pecado de Sodoma y de las otras ciudades eran las relaciones
sexuales contra naturaleza, sodomía o conducta homosexual; pecados que las
Escrituras claramente condenan (Levítico 18:22; Romanos 1:24–27; 1 Corintios
6:9).
A pesar de la oración intercesora de Abraham (Génesis 18:22 en adelante) y
de la advertencia de último minuto a Lot, los pobladores de Sodoma perecieron en
medio de fuego y azufre. De nuevo, hasta el mismo instante en que Lot salió de la
ciudad, la gente confiaba en que todo era seguro; pero entonces cayó fuego
(Lucas 17:28, 29). Dios no los perdonó, ni tampoco perdonará hoy a los pecadores
que voluntariamente rechazan su verdad y niegan a su Hijo. Dios sepultó Sodoma
y Gomorra, probablemente debajo del mar Muerto. Ellas son ejemplos para los
pecadores de la actualidad para que se resguarden de la ira que vendrá.
Después de citar estos tres ejemplos de la certeza del juicio, Pedro aplicó la
lección al tema que nos ocupa: los falsos maestros (2 Pedro 2:9b). Dios ha
reservado a los malos para un castigo especial en ese día de juicio. Tal vez
parezca que los falsos maestros tienen éxito (porque “muchos” los siguen), pero al
final, serán condenados. Su juicio está preparándose ahora (“no se tarda”, 2 Pedro
2:3), y lo que está preparado quedará reservado y se aplicará en el último día.
¡Qué contraste entre los falsos maestros y los verdaderos hijos de Dios!
Nosotros tenemos una herencia reservada (1 Pedro 1:4) porque Jesucristo está
preparándonos un hogar en el cielo (Juan 14:1–6). No esperamos el juicio, sino ¡la
venida del Señor para llevar a los suyos a la gloria! “Porque no nos ha puesto Dios
para ira, sino para alcanzar salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo” (1
Tesalonicenses 5:9).
Pedro entonces dirige su atención a los creyentes. ¿Cómo pueden ellos ser
fieles al Señor en un mundo tan perverso?

La liberación de los verdaderos creyentes (2 Pedro 2:5–9)

El propósito de Pedro no era simplemente denunciar a los apóstatas; también


quería animar a los verdaderos creyentes. De nuevo, echó mano al Antiguo
Testamento y citó dos ejemplos de liberación.
Noé (v. 5). Este hombre de fe experimentó una liberación doble. Primero, Dios
lo libró de la contaminación del mundo que lo rodeaba. Durante 120 años,
fielmente proclamó la Palabra de Dios a los que no querían creerla. Él y su familia
estaban rodeados de oscuridad moral y espiritual, y sin embargo, mantuvieron sus
lumbreras brillando. Dios no los protegió a Noé aislándolos del mundo, sino
permitiéndoles permanecer puros en medio de la corrupción. Por medio de
Jesucristo, nosotros también hemos “huido de la corrupción que hay en el mundo
a causa de la concupiscencia” (2 Pedro 1:4).
Nuestro Señor le pidió al Padre celestial: “No ruego que los quites del mundo,
sino que los guardes del mal” (Juan 17:15). ¡Imagínate a Noé y a su esposa
criando a una familia en un mundo tan perverso que no tenían ni un solo amigo
creyente! Sin embargo, Dios halló esposas creyentes para sus tres hijos y guardó
este hogar de las contaminaciones del mundo.
Pero Dios también libró a Noé y su familia del castigo del mundo. Las aguas
del diluvio que condenaron a la humanidad solo elevaron a Noé y su familia por
encima del juicio. Estuvieron seguros en el arca de seguridad. En su primera
epístola, Pedro había considerado el arca un tipo de nuestra salvación en
Jesucristo (1 Pedro 3:20–22). El mundo, por así decirlo, fue sepultado en el
bautismo del diluvio, pero Noé fue levantado, un cuadro de la resurrección y la
salvación.
Por cierto, Pedro estaba confirmándoles a sus lectores que, cuando venga el
gran día del juicio, ellos serán guardados seguros. Jesucristo es nuestra arca de
seguridad que “nos libra de la ira venidera” (1 Tesalonicenses 1:10). Dios ha
prometido que la Tierra nunca más volverá a ser juzgada por agua, pero que sí
vendrá un castigo por fuego (2 Pedro 3:10 en adelante). No obstante, los que han
confiado en Jesucristo nunca enfrentarán el juicio (Juan 5:24), ya que en la cruz, él
llevó el juicio de ellos.
Lot (vs. 6–9a). Abraham llevó a su sobrino Lot cuando salió de Ur y fue a la
tierra de Canaán, pero este demostró ser más un problema que una bendición.
Cuando Abraham, al tropezar en su fe, se fue a Egipto, Lot fue con él y probó lo
que era “el mundo” (Génesis 12:10–13:1). A medida que Lot enriqueció, tuvo que
separarse de Abraham, y así se alejó de la influencia santa de su tío. ¡Qué
privilegió tuvo Lot de andar con Abraham, quien andaba con Dios! Y sin embargo,
cómo desperdició sus privilegios.
Cuando Lot tuvo que escoger una nueva región para su casa, la comparó con
lo que había visto en Egipto (Génesis 13:10). Abraham sacó a Lot de Egipto, pero
no pudo sacar a Egipto de Lot. Lot “fue poniendo sus tiendas hasta Sodoma”
(Génesis 13:12), y finalmente, se mudó a Sodoma (Génesis 14:12). Dios incluso
usó una guerra local para tratar de sacarlo de Sodoma, pero él volvió de
inmediato. Allí estaba su corazón.
Para nosotros, es difícil entender a Lot. Pedro indica claramente que era salvo
(“al justo Lot,… este justo”), y sin embargo, nos preguntamos qué estaba haciendo
en un lugar tan perverso como Sodoma. Si entendemos correctamente Génesis
19, Lot tenía por lo menos cuatro hijas, dos de las cuales se habían casado con
hombres de Sodoma. Mientras Lot vivió en Sodoma, estaba “abrumado” y “afligía
cada día su alma justa” por la conducta perversa de la gente. Tal vez pensaba que
podía cambiarlos. Si era así, fracasó lastimeramente.
Dios permitió que Lot y su familia permanecieran sin contaminarse, aunque
vivían en medio de un pozo negro de iniquidad. También lo rescató a él y a dos de
sus hijas antes de que el juicio cayera sobre Sodoma y las demás ciudades de la
llanura (Génesis 19). Lot no fue rescatado por algún mérito de su parte, sino
porque era creyente y porque su tío Abraham había orado por él. Abraham, fuera
de Sodoma, tenía más influencia que Lot estando dentro de la ciudad. Lot incluso
perdió su testimonio ante su propia familia, porque sus hijas casadas y sus
esposos se reían de sus advertencias, y su esposa desobedeció a Dios y murió.
Lot escogió vivir en Sodoma y pudo haber evitado la influencia inmunda del
lugar, pero muchos hoy no tienen alternativa y deben vivir rodeados de la
inmundicia del mundo. Piensa en los esclavos creyentes que tuvieron que servir a
patrones impíos, en esposas creyentes casadas con esposos incrédulos o en hijos
salvos con padres inconversos. Los empleados creyentes que trabajan en oficinas
o fábricas se ven obligados a ver y oír cosas que fácilmente podrían manchar la
mente y el corazón. Pedro les aseguró a sus lectores y a nosotros que Dios sabe
cómo “librar de tentación a los piadosos” (2 Pedro 2:9) para que podamos vivir
victoriosos.
Dios también puede rescatarnos del juicio. En el caso de Noé, fue un juicio de
agua, pero con Lot, fue un castigo por fuego. Las ciudades de la llanura quedaron
atrapadas en una violenta destrucción cuando la región se convirtió en un
gigantesco horno de fuego y azufre. Esto, por cierto, sería paralelo a la
advertencia de Pedro respecto al juicio de fuego venidero (2 Pedro 3:10 en
adelante).
Pedro no estaba señalando a Lot como ejemplo de una vida separada, sino de
alguien a quien Dios rescató de la contaminación y la condenación. En cierto
sentido, Lot fue rescatado incluso contra su voluntad, porque los ángeles tuvieron
que tomarlo de la mano y sacarlo a la fuerza de la ciudad (Génesis 19:16). Lot
había entrado en Sodoma, y después Sodoma había entrado en él, y le fue difícil
dejarla.
Nuestro Señor usó tanto a Noé como a Lot para advertirnos de que estemos
preparados para su retorno (Lucas 17:26–37). La gente de Sodoma estaba
disfrutando de sus placeres acostumbrados, despreocupada de que el juicio se
avecinara; y cuando llegó, no estuvo preparada. “Por lo cual, oh amados, estando
en espera de estas cosas, procurad con diligencia ser hallados por él sin mancha
e irreprensibles, en paz” (2 Pedro 3:14).
Pero el mismo Dios que libra al justo también reserva al malo para el juicio.
Bien se ha dicho que si el Señor perdonara a las ciudades de nuestro día, tendría
que pedirles disculpas a Sodoma y Gomorra. ¿Por qué se demora el juicio de
Dios? Porque Dios “es paciente… no queriendo que ninguno perezca, sino que
todos procedan al arrepentimiento” (2 Pedro 3:9). La sociedad en los días de Noé
tuvo 120 años para arrepentirse y creer, y sin embargo, rechazó la verdad.
Aunque el testimonio y el ejemplo de Lot fueron débiles, por lo menos, él
representaba la verdad; y sin embargo, sus vecinos inmorales no quisieron tener
nada que ver con Dios.
Nuestra edad presente no solo es como “los días de Noé”, sino también como
“los días de Lot”. Muchos creyentes han abandonado el lugar de separación y
están haciendo tratos con el mundo. La iglesia profesante tiene un testimonio débil
ante el mundo, y los pecadores no piensan que el juicio se acerca. La sociedad
está llena de inmoralidad; especialmente, la clase de pecado por el que Sodoma
era famosa. Pareciera que Dios estuviera tardando, despreocupado por la manera
en que los pecadores rebeldes han contaminado su mundo. Pero un día, el fuego
caerá; y entonces, será demasiado tarde.
El pueblo de Dios, por débil que sea, será liberado del juicio por la gracia y la
misericordia de Dios. El Señor no podía castigar a Sodoma mientras Lot y su
familia estuvieran en la ciudad. Asimismo, opino que Dios no enviará su ira a este
mundo mientras no saque a los suyos y los lleve al cielo. “Porque no nos ha
puesto Dios para ira, sino para alcanzar salvación por medio de nuestro Señor
Jesucristo, quien murió por nosotros para que ya sea que velemos, o que
durmamos [que estemos vivos o que hayamos muerto], vivamos juntamente con
él” (1 Tesalonicenses 5:9, 10).
Pronto, un día el fuego caerá. ¿Estás listo?

4
Hombres Marcados
2 Pedro 2:10–16

¡Pedro no ha terminado con los apóstatas! A diferencia de algunos creyentes


de hoy, al apóstol le perturbaban cómo avanzaban los falsos maestros en las
iglesias. Sabía que el método de ellos era sutil, pero que sus enseñanzas eran
fatales, y quería advertir a las iglesias en cuanto a ellos.
Recuerda, sin embargo, que Pedro empezó su carta con la enseñanza positiva
sobre la salvación, el crecimiento cristiano y la confiabilidad de la Palabra de Dios.
Tenía un ministerio equilibrado, y es importante que nosotros mantengamos ese
equilibro hoy. Cuando Carlos Spurgeon empezó su revista, la llamó La Espada y la
Cuchara de Albañil, aludiendo a los obreros del libro de Nehemías, que mantenían
sus espadas en una mano y sus herramientas en la otra mientras reparaban los
muros de Jerusalén.
Algunos tienen un ministerio puramente negativo y no edifican nada. ¡Están
demasiado atareados luchando contra el enemigo! Otros aducen ser positivos,
pero nunca defienden lo que han edificado. Pedro sabía que no bastaba con solo
atacar a los apóstatas; también tenía que dar enseñanza sólida a los creyentes de
las iglesias.
En esa sección de su carta, condena a los apóstatas por tres pecados
específicos.

Sus ultrajes (2 Pedro 2:10–12)


El cuadro aquí es de personas arrogantes que tratan de ensalzarse a sí
mismas tratando de denigrar a los demás. No muestran respeto por la autoridad ni
temen atacar o difamar a personas en cargos altos.
Dios ha establecido la autoridad en este mundo, y cuando la resistimos,
estamos resistiendo a Dios (Romanos 13:1 en adelante). Los padres deben tener
autoridad sobre sus hijos (Efesios 6:1–4) y los patrones sobre sus empleados
(Efesios 6:5–8). Como ciudadanos y creyentes, debemos orar por los que están en
autoridad (1 Timoteo 2:1–4), respetarlos (1 Pedro 2:11–17) y procurar glorificar a
Dios con nuestra conducta. Como miembros de una asamblea local, debemos
honrar a los que ejercen el gobierno espiritual sobre nosotros y procurar animarlos
en su ministerio (Hebreos 13:7, 17; 1 Pedro 5:1–6).
El gobierno humano es, en cierto sentido, el don de Dios para ayudar a
mantener orden en el mundo, de modo que la iglesia puede ministrar la Palabra y
ganar a los perdidos para Cristo (1 Timoteo 2:1–8). Debemos orar a diario por las
autoridades para que puedan ejercer esa autoridad dentro de la voluntad de Dios.
Es grave que el creyente se oponga a la ley, y debe estar seguro de que es la
voluntad de Dios cuando lo hace. También debe hacerlo de una manera que
glorifique a Cristo, de modo que los inocentes (incluso los empleados no salvos
del gobierno) no sufran.
La razón de su ultraje (v. 10). Una palabra da la razón: carnalidad. La
naturaleza depravada del hombre no quiere someterse a ningún tipo de autoridad.
“¡Ocúpate de lo tuyo!” es el mensaje insistente, y muchos lo siguen. En años
recientes, han propagado libros que estimulan a que la gente triunfe a cualquier
costo, incluso al punto de perjudicar o intimidar a otros. Lo importante, según estos
libros, es cuidarse uno mismo: el número uno; y usar a otros como herramientas
para lograr los propios objetivos egoístas.
La naturaleza caída del hombre estimula el orgullo. Cuando el ego está en
juego, estos apóstatas no se detendrán ante nada para promoverse y protegerse.
Su actitud es completamente opuesta a la de nuestro Señor, quien
voluntariamente se despojó a sí mismo para convertirse en siervo, y después,
murió como sacrificio por nuestros pecados (ve Filipenses 2). Estos hombres que
Pedro describe eran “atrevidos”, lo que quiere decir que eran muy audaces en su
manera de hablar de los que ocupaban cargos de dignidad. Hay una audacia
heroica, pero también una satánica.
Estos hombres también eran “contumaces”, lo que quiere decir que vivían para
agradarse solo a sí mismos. Eran arrogantes ¡e incluso desafiaban a Dios para
conseguir lo que querían! Proverbios 21:24 los describe a la perfección. Aunque
por fuera parecían servir a Dios y a la gente, por dentro, solo alimentaban su ego y
acolchonaban sus nidos.
En su arrogancia, “no temen decir mal de las potestades superiores
[gloriosas]”. En tanto que la referencia inmediata probablemente es a los
“exaltados” en cargos de autoridad, aquí tal vez también se tenga en mente a los
ángeles, puesto que en el próximo versículo, Pedro se refiere a ellos. ¡Estos
apóstatas ultrajan incluso a los ángeles! ¡Y ni siquiera tiemblan cuando lo hacen!
Están tan seguros en su orgullo, ¡que incluso se atreven a desafiar a que Dios los
juzgue!
La seriedad de su ultraje (v. 11). Los apóstatas ultrajan incluso a los ángeles,
¡pero los ángeles no ultrajan a los apóstatas! Incluso los ángeles, aunque mayores
en fuerza y poder, no se entrometen en la esfera que no les pertenece. Recuerdan
la rebelión de Lucifer y saben lo grave que es rebelarse contra la autoridad divina.
Si Dios juzgó a los ángeles rebeldes, ¡cuánto más juzgará a los hombres también
rebeldes!
Esto significa que los ángeles santos ni siquiera hablan contra los ángeles
caídos. Han dejado todo juicio al Señor. Aprenderemos más de esto cuando
estudiemos Judas, porque él menciona este asunto de los ángeles en los
versículos 8 y 9.
Hablar mal de otros es un gran pecado, y el pueblo de Dios debe evitarlo. Tal
vez no respetemos a los que ocupan los cargos, pero debemos respetar el cargo
en sí, porque toda autoridad es dada por Dios. Los que ultrajan a los funcionarios
del gobierno en el nombre de Cristo deben leer y meditar en Tito 3:1, 2:
“Recuérdales que se sujeten a los gobernantes y autoridades, que obedezcan,
que estén dispuestos a toda buena obra. Que a nadie difamen, que no sean
pendencieros, sino amables, mostrando toda mansedumbre para con todos los
hombres”.
Cuando Daniel rehusó comer la comida del rey, lo hizo de una manera
bondadosa que no metió en problemas a su guardián (Daniel 1). Incluso cuando
los apóstoles se negaron a obedecer la orden del sanedrín de que dejaran de
predicar en el nombre de Jesús, actuaron como caballeros. Respetaron a la
autoridad aunque desobedecieron la orden. La carne empieza a operar cuando el
orgullo entra, y es allí cuando usamos nuestras lenguas como armas en lugar de
como herramientas. “Las palabras de su boca son iniquidad y fraude; ha dejado de
ser cuerdo y de hacer el bien” (Salmo 36:3).
El castigo de su ultraje (v. 12). Pedro comparó a estos falsos maestros con
“animales irracionales”, ¡cuyo único destino es el matadero! Al final de este
capítulo, ¡se los pinta como puercos y perros! Los animales tienen vida, pero
actúan puramente por instinto. Carecen de las finas sensibilidades de los seres
humanos. Jesús nos advirtió que no desperdiciáramos cosas preciosas en bestias
brutas que no saben apreciarlas (Mateo 7:6).
En una ocasión, hice una visita pastoral a una casa donde había fallecido
alguien, y antes de que yo subiera las escaleras hacia la puerta, un enorme perro
empezó a ladrar ferozmente como si yo hubiera ido para robar algo. Ignoré sus
amenazas porque sabía que estaba actuando puramente por instinto. Hacía
mucho ruido acerca de algo de lo que no sabía nada. Su dueño tuvo que llevarlo al
sótano antes de que yo pudiera entrar a la casa y consolar a la familia afligida.
Lo mismo sucede con los apóstatas: ¡hacen mucho ruido por cosas de las que
no saben nada! La traducción de Phillips de 2 Pedro 2:12 dice: “Estos maestros
insultan lo que no entienden”. La Nueva Versión Internacional afirma: “Pero
aquéllos blasfeman en asuntos que no entienden”. Cuando sus alumnos hacían
ruido en clase, una de mis maestras solía decir: “¡Los barriles vacíos son los que
más ruido hacen!”. ¡Cuán cierto es!
Es triste cuando los medios de comunicación se concentran en las bocas
grandes de estos falsos maestros en lugar de en el silbo apacible y delicado del
Señor mientras ministra por medio de los que son fieles a él. Es incluso más triste
cuando los inocentes se fascinan ante estas “palabras infladas y vanas” (2 Pedro
2:18) y no pueden discernir entre la verdad y la propaganda. La verdad de la
Palabra de Dios lleva a la salvación, pero las palabras arrogantes de los apóstatas
guían solo a la condenación.
Estos “animales irracionales” están destinados a la destrucción, verdad que
Pedro mencionó a menudo en 2 Pedro 2 (vs. 3, 4, 9, 12, 17, 20). Al procurar
destruir la fe, ellos mismos serán destruidos; “perecerán en su propia destrucción”.
Su propia naturaleza los arrastrará a la destrucción, como el puerco vuelve al lodo
y el perro a su vómito (2 Pedro 2:22). Desdichadamente, antes de que eso tenga
lugar, estos individuos pueden hacer mucho daño moral y espiritual.

Su parranda (2 Pedro 2:13, 14a)


Las palabras que se traducen “gozar” y “recrean” implican placer sensual.
También llevan la idea de lujo, blandura y extravagancia. A costa de los que los
sostienen (2 Pedro 2:3), los apóstatas disfrutan de una vida lujosa. En nuestra
sociedad, hay quienes piden fondos para sus ministerios, y sin embargo, viven en
casas costosas, conducen carros de lujo y visten ropas caras. Cuando recordamos
que Jesús llegó a ser pobre para enriquecernos, la forma de vida de lujo de estos
individuos está lejos del cristianismo del Nuevo Testamento.
No solo engañan a otros, ¡sino que se engañan a sí mismos! Pueden
demostrar con la Biblia que su forma de vida es correcta. En la antigüedad, se
esperaba que la gente hiciera festejos desordenados por la noche, pero estos se
atrevían a festejar de día, ya que estaban plenamente convencidos de sus
prácticas. Una persona puede acostumbrarse tanto a sus vicios que los ve como
virtudes.
Si ellos llevaran su forma de vida fuera de la iglesia, no tendríamos que
preocuparnos tanto; ¡pero eran parte de la comunión de creyentes! Incluso
estaban participando en las “comidas de amor” que la iglesia primitiva solía
disfrutar en conexión con la celebración de la cena del Señor (1 Corintios 11:20–
34). En esa ocasión, los creyentes más pobres podían disfrutar de una comida
decente gracias a la generosidad de los hermanos en la fe que tenían más
posibilidades económicas. Pero los apóstatas solamente usaban la “comida de
amor” como tiempo para exhibir su riqueza e impresionar a los ignorantes que
carecían de discernimiento.
En lugar de bendecir la comunión, estos falsos maestros eran “inmundicias y
manchas” que contaminaban a la congregación. De alguna manera, su conducta
en los festejos manchaba a otros y deshonraba el nombre del Señor. Es la Palabra
de Dios la que ayuda a quitar las manchas de inmundicias (Efesios 5:27), pero
estos maestros no ministraban la verdad de las Escrituras, sino que las
tergiversaban para hacer que dijeran lo que ellos querían (2 Pedro 3:16).
Esta “contaminación inconsciente” es mortal. Los fariseos también eran
culpables de lo mismo (Mateo 23:25–28). La doctrina falsa inevitablemente lleva a
una vida falsa, y la vida falsa también estimula la enseñanza falsa. El apóstata
debe “ajustar” la Palabra de Dios o cambiar su forma de vida… ¡y no va a cambiar
su manera de vivir! Así que, a dondequiera que va, en secreto contamina a las
personas y facilita que pequen. ¡Es posible asistir a la celebración de la cena del
Señor de una iglesia y contaminarse!
Por cierto, nuestras iglesias necesitan ejercer autoridad y practicar disciplina.
El amor cristiano no quiere decir que toleremos toda falsa doctrina y todos los
llamados estilos de vida. La Biblia dice claramente que algunas cosas son buenas
y que otras son malas. A ningún creyente con creencias o doctrinas contrarias a la
Palabra de Dios se le debe permitir que participe en la cena del Señor o que tenga
un ministerio espiritual en la iglesia. Su influencia contaminante tal vez no se vea
de inmediato, pero a la larga, producirá graves problemas.
En 2 Pedro 2:14, se afirma claramente que los apóstatas asisten a las
reuniones de la iglesia por dos razones: primero, para satisfacer sus propios
deseos y concupiscencias; segundo, para lograr adeptos para su causa.
Mantienen sus ojos abiertos, buscando “almas inconstantes” a las que puedan
seducir a pecar. Pablo advirtió acerca de apóstatas similares que “se meten en las
casas y llevan cautivas a las mujercillas cargadas de pecados, arrastradas por
diversas concupiscencias” (2 Timoteo 3:6). Más de un “siervo de Dios” ha usado la
religión como disfraz para cubrir sus deseos lujuriosos. Algunas mujeres, en
particular, son vulnerables en las sesiones de consejería, y estos hombres se
aprovechan de ellas.
En una de las iglesias donde fui pastor, noté que un joven del coro estaba
haciendo todo lo posible para parecer un gigante espiritual ante los demás
miembros del coro, especialmente, ante las jóvenes. Oraba con gran fervor y a
menudo hablaba de su andar con el Señor. Algunos estaban impresionados con
él, pero yo percibía que algo andaba mal y que había un peligro inminente. Sin
duda, empezó a salir con una de las mejores jóvenes, la cual era una nueva
creyente. A pesar de mis advertencias, ella continuó la amistad y terminó en que él
la sedujo. Alabo a Dios porque pudo ser rescatada y ahora está sirviendo
fielmente al Señor, pero podría haberse evitado esa terrible experiencia.
Satisfacer su lujuria es la principal ambición de los falsos maestros: no se
sacian de pecar. El verbo sugiere “son incapaces de detenerse”. ¿Por qué?
Porque son esclavos (2 Pedro 2:18, 19). Los apóstatas se consideran libres, y sin
embargo, están en la peor esclavitud. Contaminan todo lo que tocan; al que logran
convertir, lo esclavizan.
La expresión “seducen a las almas inconstantes” presenta el cuadro de un
pescador poniendo la carnada en un anzuelo, o un cazador colocando el cebo en
una trampa. La misma imagen se usa en Santiago 1:14, donde Santiago presenta
la tentación como “la carnada de la trampa”. Satanás sabe que nunca podría
atraparnos a menos que haya una carnada excelente para atraernos. Le prometió
a Eva que ella y Adán serían “como dioses” si comían del fruto prohibido (Génesis
3:4, 5), y ellos mordieron la carnada y quedaron atrapados.
¿Qué clase de carnada usan los apóstatas para atrapar a la gente? Para
empezar, les ofrecen “libertad” (2 Pedro 2:19). Esto probablemente quiere decir
pervertir la gracia de Dios, “convierten en libertinaje la gracia de nuestro Dios”
(Judas 4). “Puesto que eres salvo por la gracia —argumentaban—, tienes libertad
para pecar. Mientras más peques, ¡más de la gracia de Dios tendrás!”. Pablo
respondió a esa falsa argumentación en Romanos 6, porción de la Biblia que todo
creyente debe dominar.
Junto con la “libertad” también cebaban la trampa con “satisfacción”. Esta es
una de las “palabras de moda” de nuestra generación, y va junto con “ocúpate de
lo tuyo” y “hazlo a tu manera”. Dicen: “La vida cristiana que la iglesia ofrece es
anticuada y pasada de moda. Tenemos un nuevo estilo de vida que te hace sentir
satisfecho ¡y te ayuda a ser tú mismo!”. Ay, como el hijo pródigo, estas almas
inconstantes tratan de hallarse a sí mismas, pero acaban perdiéndose (Lucas
15:11–24). En su búsqueda de satisfacción, se vuelven egocéntricas y pierden las
oportunidades de crecimiento que surgen al servir a los demás.
No puede haber libertad ni satisfacción sin sumisión a Jesucristo. “El propósito
de la vida —decía P. T. Forsyth— no es hallar tu libertad, sino a tu Amo”. Tal como
el músico talentoso encuentra libertad y satisfacción al ponerse bajo la disciplina
de un gran artista, o un atleta bajo un gran entrenador, así el creyente halla
verdadera libertad y satisfacción bajo la autoridad de Jesucristo.
¿Quiénes son los que muerden la carnada que los apóstatas ponen en sus
sutiles trampas? Pedro los llama “almas inconstantes”. La estabilidad es un factor
importante en la vida cristiana exitosa. Tal como el niño debe aprender a pararse
antes de poder andar o correr, así el cristiano debe aprender a “estar firme en el
Señor”. Pablo y los demás apóstoles trataron de establecer a sus convertidos en la
fe (Romanos 1:11; 16:25; 1 Tesalonicenses 3:2, 13). Pedro estaba seguro de que
sus lectores estaban “confirmados en la verdad presente” (2 Pedro 1:12), pero, de
todo modos, los advirtió.

Su rebelión (2 Pedro 2:14b–16)


Los apóstatas saben cuál es “el camino recto”, el sendero derecho que Dios ha
establecido, pero deliberadamente lo abandonan el para seguir el propio. Con
razón Pedro los llama “animales irracionales” (2 Pedro 2:12) y los compara con
ellos (2 Pedro 2:22). “No seáis como el caballo, o como el mulo, sin
entendimiento”, advertía el salmista (Salmo 32:9). Al caballo le encanta correr
hacia delante y a los mulos les gusta quedarse rezagados; uno y otro pueden
sacarte del camino derecho. Los creyentes son ovejas, y las ovejas necesitan
quedarse cerca del pastor, o de lo contrario, se descarriarán.
Ya hemos aprendido una razón de la conducta impía de los apóstatas: quieren
saciar los antojos de su carne. Pero hay una segunda razón: son codiciosos y
quieren explotar a la gente para lucro personal. Pedro mencionó esto en 2 Pedro
2:3 y ahora amplía el pensamiento. No solo la perspectiva del falso maestro está
controlada por sus pasiones (2 Pedro 2:14a), sino que su corazón está dominado
por la codicia. ¡Es esclavo de su lujuria por el placer y el dinero!
Es más, ha perfeccionado la habilidad de conseguir lo que quiere. “Son
expertos en la avaricia”, dice la Nueva Versión Internacional; y una versión
ampliada en inglés es incluso más gráfica: “Su técnica para conseguir lo que
quieren está altamente desarrollada, mediante una larga práctica”. Saben
exactamente cómo motivar a la gente para que den. En tanto que el verdadero
siervo de Dios confía en que el Padre suplirá sus necesidades y procura ayudar a
las personas para que crezcan al aprender a dar, el apóstata confía en sus
“habilidades para levantar fondos” y deja a la gente en peor condición que cuando
las halló. Sabe cómo explotar a los inestables e inocentes.
Por cierto, no hay nada de malo cuando una organización les habla de sus
oportunidades y necesidades a sus amigos que oran. Mi esposa y yo recibimos
muchas publicaciones y cartas de este tipo, y francamente, algunas las echamos a
la basura sin leerlas. Hemos aprendido que no se puede confiar en esos
ministerios, que sus clamores dramáticos no siempre se basan en hechos y que
los fondos que se donan no siempre se usan como dicen. Hay otras cartas y
publicaciones que leemos con todo cuidado, oramos y conversamos al respecto, y
vemos si Dios quiere que invirtamos en su obra. Sabemos que no podemos
sustentar toda buena obra que Dios ha levantado, así que, tratamos de tener
discernimiento, e invertimos en los ministerios que Dios ha escogido para
nosotros.
Al escribir Pedro sobre las prácticas engañosas de esta gente, solamente pudo
exclamar: “son hijos de maldición”. No eran los hijos “benditos” de Dios, sino los
hijos malditos del diablo (Juan 8:44). Tal vez triunfen al engordar sus cuentas
bancarias, pero al final, en el trono de Dios, serán declarados en bancarrota.
“Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles”
(Mateo 25:41). “Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y
perdiere su alma?” (Mateo 16:26).
La avaricia o codicia es el deseo insaciable de tener más: más dinero, más
poder, más prestigio. El corazón codicioso jamás se sacia. Esto explica por qué el
amor al dinero es la raíz de todos los males (1 Timoteo 6:10), porque cuando
alguien lo codicia más, cometerá cualquier pecado para satisfacer esa ansia. Ya
ha roto los primeros dos de los Diez Mandamientos, porque el dinero ya es su dios
e ídolo. Entonces, es un paso sencillo quebrantar los demás: robar, mentir,
cometer adulterio, tomar el nombre de Dios en vano, etc. Con razón Jesús advirtió:
“Mirad, y guardaos de toda avaricia” (Lucas 12:15).
He leído que los habitantes del norte de África han hallado una manera
ingeniosa de atrapar monos. Agujerean una calabaza, con el tamaño justo para
que pase la mano del mono, luego le ponen algunas nueces adentro y la amarran
a un árbol. Por la noche, el mono mete la mano en la calabaza para sacar las
nueces, ¡y entonces descubre que no puede sacarla de la calabaza! Por supuesto,
podría soltar las nueces y escapar con facilidad; ¡pero no quiere soltar las nueces!
Acaba siendo capturado por su codicia. Podemos esperar esta clase de
insensatez en un animal, pero no en una persona hecha a imagen de Dios; y sin
embargo, sucede todos los días.
Pedro conocía las Escrituras del Antiguo Testamento. Ya había usado a Noé y
a Lot para ilustrar sus palabras, y en 2 Pedro 2:15, 16 usó al profeta Balaam. El
relato de Balaam se halla en Números 22–25; dedica tiempo para leerlo.
Balaam es un personaje misterioso, un profeta gentil que trató de maldecir a
los israelitas. Balac, rey de los moabitas, le temía a Israel, así que, acudió a
Balaam para que lo ayudara. Balaam sabía que era un error cooperar con Balac,
pero su corazón era codicioso y quería el dinero y el honor que Balac le había
prometido. Balaam conocía la verdad y la voluntad de Dios, y sin embargo, en
forma deliberada, abandonó el camino correcto y se descarrió. Es una ilustración
perfecta de los apóstatas en sus prácticas codiciosas.
Desde el principio, Dios le dijo a Balaam que no ayudara a Balac, y al principio,
Balaam obedeció y envió a los mensajeros de regreso. Pero cuando Balac envió
más príncipes y le prometió más dinero y honor, Balaam decidió “orar al respecto
de nuevo” y reconsiderar el asunto. La segunda vez, Dios probó a Balaam y le
permitió que fuera con los príncipes. Esta no era la voluntad directa de Dios, sino
su voluntad permisiva, diseñada para ver qué haría el profeta.
¡Balaam aprovechó la oportunidad! Pero cuando empezó a descarriarse, Dios
reprendió al profeta desobediente mediante la boca de su burro. ¡Qué asombroso
que los animales obedezcan a Dios, aun cuando sus dueños no! (Lee Isaías 1:3.)
Dios permitió que Balaam levantara sus altares y ofreciera sus sacrificios, pero no
dejó que maldijera a Israel. Más bien, convirtió la maldición de Balaam en una
bendición (Deuteronomio 23:4, 5; Nehemías 13:2).
Balaam no pudo maldecir a Israel, pero sí pudo decirle cómo derrotar a la
nación. Lo único que los moabitas tenían que hacer era invitar a los israelitas a ser
“vecinos amistosos” y participar en sus festivales (Números 25). En lugar de
mantener su posición separada, Israel hizo concesiones y se unió a las orgías
paganas de los moabitas. Dios tuvo que disciplinar al pueblo y miles murieron.
Pueden verse en Balaam los dos aspectos de la apostasía que Pedro destacó
en este capítulo: deseos sensuales y codicia. Amaba el dinero y condujo a Israel al
pecado de la lujuria. Era un hombre que podía recibir mensajes del Señor, y sin
embargo, hizo descarriar al pueblo de Dios. Cuando se leen sus oráculos, es
imposible evitar impresionarse con su elocuencia; y sin embargo, en forma
deliberada, desobedeció a Dios. Balaam dijo: “He pecado” (Números 22:34), pero
su confesión no era sincera. Incluso oró: “Muera yo la muerte de los rectos”
(Números 23:10), y sin embargo, no quería vivir la vida de los rectos.
Como Balaam le aconsejó a Balac que sedujera a Israel, Dios se cuidó de que
el profeta fuera castigado. Murió atravesado por una espada cuando Israel derrotó
a los madianitas (Números 31:8). Nos preguntamos quién recibió toda la riqueza
que él se había “ganado” con sus caminos engañosos. Pedro llamó a su pago
“premio de la maldad”. Esta frase nos recuerda a otro impostor, Judas, que recibió
“salario de su iniquidad” (Hechos 1:18), y que también pereció en vergüenza.
Diremos más en cuanto a Balaam cuando estudiemos Judas 11, pero no
debemos ignorar la lección principal: se rebeló contra la voluntad de Dios. Como
los falsos maestros que Pedro describió, Balaam sabía el camino correcto, pero en
forma deliberada escogió el sendero errado porque quería ganar dinero. Se puso a
“jugar con la voluntad de Dios” tratando de conseguir “un punto de vista diferente”
(Números 22:41; 23:13, 27). Sin duda, tenía un don verdadero de Dios, porque
pronunció algunas hermosas profecías en cuanto a Jesucristo, pero prostituyó ese
don para usos viles solamente para ganar honor y riqueza.
Un funcionario de cierto banco habló con un subalterno en secreto y le
preguntó: —Si te diera $50.000, ¿me ayudarías a alterar los libros de
contabilidad?
—Sí, pienso que lo haría—, replicó el otro.
—¿Lo harías por $100?
—¡Por supuesto que no! —dijo el hombre—. ¿Qué piensa que soy? ¿Un ladrón
común?
—Ya hemos establecido eso —dijo el funcionario—. Ahora estamos hablando
en cuanto al precio.
El codicioso, en efecto, tiene su precio, y cuando se lo pagan, hará lo que sea
que le pidan, incluso rebelarse contra la voluntad de Dios. Pedro llamó a esta
actitud “locura”. La palabra quiere decir haber perdido el juicio, haber enloquecido.
Pero Balaam pensaba que estaba haciendo algo sabio; después de todo, estaba
aprovechando una situación que tal vez nunca volvería a presentarse. Pero
cualquier rebelión contra Dios es locura y solo puede conducir a la tragedia. Fue
cuando el hijo pródigo “volvió en sí” que se dio cuenta de lo necio que había sido
(Lucas 15:17).
Pedro condenó tres pecados de los falsos maestros: sus ultrajes, sus
parrandas y su rebeldía. Todos estos pecados brotan del orgullo y el deseo
egoísta. Un verdadero siervo de Dios es humilde y trata de servir a otros (ve el
contraste en Filipenses 2:20, 21). El verdadero siervo de Dios no piensa en un
elogio o una paga, porque sirve al Señor debido al amor y la obediencia de su
corazón. Honra a Dios y la autoridad que ha establecido en este mundo. En
resumen, el verdadero siervo de Dios imita a Jesucristo.
En estos últimos días, habrá abundancia de falsos maestros que supliquen
sustento. Tienen talento y experiencia cuando se trata de engañar a la gente y
sacarle dinero. Es importante que el pueblo de Dios esté establecido en la verdad,
que sepa cómo detectar cuando están tergiversándose las Escrituras y explotando
a la gente. Agradezco a Dios por las organizaciones que ayudan a exponer los
fraudes religiosos, pero, de todos modos, se necesita discernimiento espiritual y
un conocimiento creciente de la Palabra de Dios.
No todos los fraudes religiosos se descubrirán y suspenderán, ¡pero Dios un
día lidiará con todos ellos! Como animales, “perecerán en su propia perdición” (2
Pedro 2:12). Recibirán el “galardón de su injusticia” (2 Pedro 2:13) para
compensar por el salario que han explotado de otros. Como “hijos de maldición” (2
Pedro 2:14) serán proscritos de la presencia de Dios para siempre.
Son hombres y mujeres marcados; no escaparán.

5
Falsa Libertad
2 Pedro 2:17–22

Es aterrador que muchos que ahora son miembros fanáticos de sectas falsas
en un tiempo asistían a iglesias que, por lo menos, profesaban creer en el
evangelio bíblico. Participaban en la cena del Señor y veían la muerte del Señor
Jesús simbolizada en el pan y la copa. Incluso recitaban el Credo de los Apóstoles
y el Padre Nuestro. Sin embargo, estas personas te dirán que “se sienten libres”
ahora que han sido “libertados” de la fe cristiana.
Al mismo tiempo, conocerás a otros que han rechazado toda fe religiosa y
ahora profesan disfrutar de una nueva libertad. “Yo solía creer todas esas
pamplinadas —confesarán con audacia—, pero ya no las creo. Tengo algo mejor y
me siento libre por primera vez en mi vida”.
La libertad es un concepto muy importante del mundo de hoy, y sin embargo,
no todos comprenden lo que significa la palabra. Es más, todos, desde el
comunista hasta el “playboy”, parecen tener su propia definición. Nadie es
completamente libre en el sentido de tener la capacidad y la oportunidad de hacer
lo que se le antoje. A propósito, hacer lo que se te antoje no es libertad; es
esclavitud de la peor clase.
Los apóstatas ofrecen libertad a sus convertidos, y esta “carnada” los seduce a
abandonar la verdadera fe y seguir a los falsos maestros. Esos maestros les
prometen libertad, pero nunca cumplen; los convertidos inconstantes solo se
hallan en una terrible esclavitud. La libertad ofrecida es una libertad falsa, y Pedro
da tres razones que explican por qué es así.

Se basa en promesas falsas (2 Pedro 2:17, 18)


La fe es buena solo como lo es su objeto. Un pagano puede tener gran fe en
su ídolo, pero el ídolo no puede hacer nada por él. Tengo un amigo que puso su fe
en cierto esquema de inversiones y casi lo perdió todo. Su fe era fuerte, pero la
compañía era débil. Cuando pones tu fe en Jesucristo, esa fe logrará algo, porque
Dios siempre cumple sus promesas. “Ninguna palabra de todas sus promesas que
expresó por Moisés su siervo, ha faltado” (1 Reyes 8:56).
Pedro usa tres ilustraciones vívidas para recalcar el vacío de las promesas de
los apóstatas.
“Fuentes sin agua” (v. 17a). La palabra griega quiere decir un manantial que
fluye, en vez de un pozo en calma. Nuestro Señor la usó cuando ministró a la
samaritana (Juan 4:14) y Juan la empleó para describir la satisfacción que los
santos tendrán por toda la eternidad (Apocalipsis 7:17; 21:6). ¡Un manantial sin
agua ya no es manantial! A un pozo se le seguirá llamando pozo aunque el agua
ya no exista, pero el manantial deja de existir si el agua no está fluyendo.
La humanidad tiene una fe innata por la realidad, por Dios. “Tú nos has hecho
para ti mismo —decía Agustín—, y nuestros corazones no descansan, sino
cuando descansen en ti”. Las personas intentan saciar esta sed de muchas
maneras y acaban viviendo de sustitutos. Solamente Jesucristo puede dar paz y
satisfacción internas.
“Cualquiera que bebiere [tiempo presente: “bebe y sigue bebiendo”] de esta
agua [del pozo], volverá a tener sed”, dijo Jesús, “mas el que bebiere [bebe una
vez y para siempre] del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás” (Juan 4:13, 14).
¡Qué contraste! Puedes beber repetidas veces de las cisternas rotas del mundo y
nunca hallar satisfacción, pero hacerlo una sola vez del agua de vida por la fe en
Jesucristo, y quedarás satisfecho para siempre. Los falsos maestros no podían
hacer este tipo de oferta porque no tenían nada que ofrecer. Podían prometer,
pero no podían producir.
“Nubes empujadas por la tormenta” (v. 17b). El cuadro es el de nubes de
niebla o llovizna que el viento sopla por encima de un lago o mar. Las nubes
deberían anunciar la posibilidad de lluvia, pero estas solo avisan que la tormenta
se avecina. La descripción de Judas es: “nubes sin agua, llevadas de acá para allá
por los vientos” (Judas 12). De nuevo, hay ruido, movimiento y algo que ver, pero
nada útil sucede. El agricultor ve las nubes y ora para que derramen su lluvia en
los campos resecos. Los falsos maestros no tienen nada que dar; están vacíos.
“La más densa oscuridad” (vs. 17c, 18). La expresión que se traduce “más
densa” quiere decir negrura, lobreguez, así que “la negrura de la oscuridad” sería
una traducción acertada (ve 2 Pedro 2:4). Estos apóstatas prometen llevar a la
gente a la luz, ¡pero ellos mismos acaban en la parte más oscura de la oscuridad!
(ve Judas 6 y 13). La atmósfera del infierno no es uniforme: algunos lugares serán
más oscuros que otros. Qué trágico que inocentes sean descarriados por estos
apóstatas y posiblemente acaben en el infierno con ellos.
Como estos falsos maestros no tienen nada que dar, ¿cómo logran atraer
seguidores? Las razones se hallan en 2 Pedro 2:18.
Primero, son elocuentes promotores de sus doctrinas. Saben cómo
impresionar a la gente con su vocabulario, “palabras infladas que no dicen nada”
(traducción literal). La persona promedio no sabe cómo escuchar y analizar la
clase de propaganda que brota de las bocas e imprentas de los apóstatas.
Muchos no pueden distinguir entre el impostor religioso y el siervo sincero de
Jesucristo.
No te impresiones por la oratoria religiosa. Apolos era un ferviente y elocuente
orador religioso, pero no sabía el mensaje apropiado para predicar (Hechos
18:24–28). Pablo se cuidaba de no edificar la fe de sus convertidos en sus
palabras o su sabiduría (1 Corintios 2:1–5). Era un hombre brillante, pero su
ministerio fue sencillo y práctico. Predicaba para expresar y no para impresionar.
Sabía la diferencia entre comunicación y manipulación.
Segundo, los apóstatas tienen tanto éxito porque apelan a los apetitos más
bajos de la vieja naturaleza. ¡Esto es parte de su carnada! (2 Pedro 2:14). No
debemos pensar de “las concupiscencia de la carne” solo en términos de pecados
sexuales, porque la carne tiene otros apetitos. Lee la lista en Gálatas 5:19–21 y
verás las diferentes clases de carnadas que los apóstatas tienen disponibles para
cebar sus trampas.
Por ejemplo, el orgullo es uno de los pecados de la carne, y a los maestros
apóstatas les gusta apelar al ego humano. El verdadero siervo de Dios con amor
les dirá a las personas que son pecadoras perdidas, bajo la ira de un Dios santo,
pero el ministro apóstata tratará de evitar que la gente se sienta culpable. Les dirá
a sus oyentes lo bueno que son, cuánto los ama Dios y los necesita, y lo fácil que
es entrar en la familia de Dios. Es más, tal vez también les diga que ya están en la
familia de Dios y que simplemente necesitan empezar a vivir como tales. El
apóstata evita hablar de arrepentimiento porque los hombres egoístas no quieren
arrepentirse.
En tercer lugar, apelan a personas inmaduras, personas que “verdaderamente
habían huido” de sus viejos caminos. Los apóstatas no tienen un mensaje para el
pecador empedernido y condenado, pero sí lo tienen para el nuevo creyente.
Un pastor amigo mío estaba ayudando a algunos misioneros en las Filipinas a
realizar reuniones al aire libre cerca de la universidad. A los que querían decidirse
por Cristo se les pedía que pasaran a un edificio cerca de la plaza, y allí se les
daba consejo y material de seguimiento para ayudarlos a empezar en su vida
cristiana.
En cuanto un nuevo convertido salía por la puerta y se alejaba de la multitud,
un fanático de alguna secta se le unía y empezaba a presentarle su propia
religión. ¡Lo único que que los apóstatas tenían que hacer era ver a las personas
que salían llevando material de seguimiento! Este mismo procedimiento a menudo
lo usan en grandes cruzadas de evangelización: los falsos maestros están listos
para saltar sobre los nuevos creyentes que llevan paquetes con material cristiano
tras haber recibido a Cristo.
Por eso, es importante que los que ganan almas, los pastores y otros obreros
cristianos establezcan en la fe a los nuevos convertidos. Como bebés recién
nacidos, los nuevos creyentes necesitan que se los proteja, alimente y establezca
antes de poder soltarlos en este mundo peligroso. Una razón por la que Pedro
escribió esta carta fue para advertir a la iglesia de que atendiera a los nuevos
creyentes, ¡porque los falsos maestros estaban tratando de conquistarlos! No
podemos culpar a los nuevos creyentes por ser “inconstantes” (2 Pedro 2:14) si no
les hemos enseñado a estar firmes.
La libertad que los apóstatas ofrecen es falsa porque se basa en promesas
también falsas. Hay una segunda razón de esta falsedad.

La ofrecen falsos creyentes (2 Pedro 2:19, 20)


No puede liberarse a alguien si uno mismo es esclavo, y estos falsos maestros
eran esclavos. Pedro indica con claridad que estos hombres se habían
desenredado temporalmente de las contaminaciones del mundo, ¡pero luego
habían vuelto a la esclavitud! ¡Profesaban ser salvos, pero nunca habían sido
redimidos (hechos libres)!
El tiempo de los verbos en 2 Pedro 2:19 es presente: “Les prometen [a los
nuevos creyentes] libertad, y son ellos mismos esclavos de corrupción” (cursivas
mías). Afirman ser siervos de Dios, pero son solo siervos del pecado. Ya es
bastante malo ser esclavo, pero cuando el pecado es el amo, te hayas en la peor
condición en que una persona puede estar.
Al repasar lo que Pedro ha escrito hasta aquí puede verse la clase de pecados
que esclavizan a los falsos maestros. Por un lado, eran esclavos del dinero (2
Pedro 2:3, 14). Su avaricia los obligaba a usar todo tipo de método engañoso para
explotar a los inocentes. También eran esclavos de los deseos carnales (2 Pedro
2:10, 14). Fijaban sus ojos en las mujeres débiles a las que podían seducir. (En
vista de lo que Pedro y Judas escribieron en cuanto a Sodoma y Gomorra, tal vez
deberíamos incluir a hombres y muchachos débiles.)
También esclavos del orgullo (2 Pedro 2:10–12). No tenían ningún empacho en
hablar mal de las autoridades, ¡incluidos los ángeles de Dios! Se promovían a sí
mismos y denigraban a todos los demás. Triste es decirlo: hay algunos que
admiran esta clase de arrogancia, y que siguen a estos hombres orgullosos y los
respaldan.
Es interesante comparar a los tres hombres que Pedro menciona en este
capítulo: Noé, Lot y Balaam. Noé se mantuvo completamente separado de la
apostasía del mundo de su día. Con intrepidez, predicó la justicia de Dios y fue fiel
en su andar y testimonio, aunque nadie, excepto su familia, seguía al Señor.
Lot sabía la verdad y se mantuvo puro, pero no permaneció separado; como
resultado, perdió a su familia. Detestaba la iniquidad de Sodoma, y sin embargo,
vivía en medio de ella y, al hacerlo, expuso a sus hijas y esposa a influencias
impías.
Balaam no solo siguió los caminos de pecado, sino que animó a otros a pecar.
Le dijo a Balac cómo seducir a la nación de Israel, y su plan casi triunfó. Lot perdió
su familia, pero Balaam perdió su vida.
Cuidado con “el engaño del pecado” (Hebreos 3:13). El pecado siempre
promete libertad, pero al fin, da esclavitud. Promete vida, pero da muerte. El
pecado tiene su manera de encadenar gradualmente a la persona hasta que no
hay escapatoria aparte de la intervención misericordiosa del Señor. Incluso la
esclavitud que el pecado produce es engañosa, porque los que están esclavizados
piensan que son libres. Demasiado tarde descubren que son prisioneros de sus
propios apetitos y hábitos.
Jesucristo vino para dar libertad. En su primer sermón en la sinagoga de
Nazaret, nuestro Señor hizo sonar la clarinada de libertad y el advenimiento del
“año del jubileo” (Lucas 4:16 en adelante). Pero lo que Cristo quiere decir con
libertad difiere de lo que aducen los apóstatas, como así también su método para
realizarla.
En la Biblia, libertad no quiere decir “hacer lo que uno quiere” ni “salirse con la
suya”. Esa actitud es la esencia misma del pecado. La libertad que Jesucristo
ofrece significa disfrutar cumpliendo la voluntad de Dios; lograr tu mayor potencial
para la gloria de Dios. El dirigente cuáquero Rufus Jones, parafraseando a
Aristóteles, dijo: “La verdadera naturaleza de algo es lo máximo a lo que puede
llegar”. Jesucristo nos liberta para que lleguemos a ser lo mejor en esta vida, y
luego, semejantes a él en la próxima.
Los apóstatas llevaban a sus seguidores a la esclavitud mediante mentiras,
pero nuestro Señor nos lleva a la libertad por medio de la verdad. “Y conoceréis la
verdad, y la verdad os hará libres” (Juan 8:32). Él hablaba, por supuesto, en
cuanto a la verdad de la Palabra de Dios. “Santifícalos en tu verdad”, oraba él, “tu
palabra es verdad” (Juan 17:17). Mediante la Palabra de Dios, descubrimos la
verdad en cuanto a nosotros, nuestro mundo y nuestro Dios. Al enfrentar esta
verdad con honradez, experimentamos el poder liberador del Espíritu de Dios.
Dejamos de vivir en un mundo de fantasía y entramos en un mundo de realidades,
y por el poder de Dios, podemos cumplir su voluntad, crecer en gracia y reinar…
“en vida por uno solo, Jesucristo” (Romanos 5:17).
Los que viven por la verdad de Dios tienen cada vez más libertad, pero los que
viven por mentiras, experimentan más y más esclavitud hasta que “su postrer
estado viene a ser peor que el primero” (2 Pedro 2:20). Esto nos recuerda la
parábola de nuestro Señor en Mateo 12:43–45, cuya verdad es paralela a lo que
Pedro ha escrito. Una reforma temporal sin un verdadero arrepentimiento y un
nuevo nacimiento solo lleva a mayor pecado y juicio. La reforma limpia por fuera,
pero la regeneración cambia por dentro.
Las tendencias de pecado no desaparecen cuando la persona se reforma;
meramente, hibernan y se hacen más fuertes. La santidad no es simplemente
rehusar hacer cosas malas, porque incluso los que no son salvos pueden practicar
el dominio propio. La verdadera santidad es más que conquistar la tentación; es
conquistar incluso el deseo de desobedecer a Dios. Cuando mi médico me dijo
que perdiera peso, dijo: “Voy a decirte cómo hacerlo: aprende a detestar las cosas
que no son buenas para ti”. ¡Su consejo sirvió!
No puedes esperar otra cosa que “libertad falsa” de parte de los creyentes
falsos que ofrecen promesas falsas. Pero hay una tercera razón para esta libertad
falsa.

Incluye una experiencia falsa (2 Pedro 2:21, 22)


Pedro llamo a estos apóstatas “animales irracionales” (2 Pedro 2:12), ¡y luego
acaba la advertencia describiéndolos como puercos y perros! Pero no estaba
simplemente mostrando su desdén personal hacia ellos, sino enseñando una
lección espiritual básica.
Es muy importante que entendamos que el pronombre ellos en todo este
párrafo (2 Pedro 2:17–22) se refiere a los maestros falsos y no a sus convertidos.
También es fundamental que recordemos que estos maestros no son personas
nacidas de nuevo. Judas describe a estas mismas personas en su carta e indica
claramente que son “sensuales, que no tienen al Espíritu” (Judas 19). No es la
profesión de espiritualidad lo que marca a un verdadero creyente, sino la posesión
del Espíritu de Dios en su interior (Romanos 8:9).
¡Pero estos apóstatas tuvieron una “experiencia religiosa”!, y con audacia,
aducían que esa experiencia los llevó a tener comunión con el Señor. Podían
explicar “el camino de la justicia” y usar la Palabra de Dios para respaldar sus
enseñanzas. Si no hubieran experimentado algún tipo de “conversión religiosa”,
nunca habrían logrado entrar en la comunión de la iglesia local.
Pero su experiencia, como sus promesas, era falsa.
Como Pedro escribió ambas cartas al mismo grupo de creyentes, podemos dar
por sentado que ellos tenían el cimiento doctrinal presentado tan claramente en su
primera epístola. Pedro recalcó el nuevo nacimiento (1 Pedro 1:3, 22–25) y les
recordó a sus lectores que eran “participantes de la naturaleza divina” (2 Pedro
1:4). En su primera carta, describió a los creyentes como ovejas (1 Pedro 2:25;
5:1–4). Nuestro Señor usó esta misma imagen cuando lo restauró al apostolado
después de sus negaciones (Juan 21:15–17).
No hay indicación de que los falsos maestros alguna vez hayan nacido de
nuevo. Tenían conocimiento de la salvación y podían usar el vocabulario de la
iglesia, pero les faltaba una verdadera experiencia de salvación. En un momento,
incluso habían recibido la Palabra de Dios (2 Pedro 2:21), pero se habían alejado
de ella. Nunca habían confiado en Cristo ni llegado a ser sus ovejas.
En lugar de ser ovejas, eran puercos y perros; ¡y ten presente que los perros
en ese día no eran mascotas mimadas! Los judíos llamaban “perros” a los
gentiles, ¡porque un perro no era otra cosa que un carroñero que vivía de la
basura! ¡Difícilmente un título de respeto y cariño!
Estos hombres podían señalar “una experiencia”, pero era falsa. Satanás es el
falsificador. Ya hemos visto que Satanás tiene un evangelio falso (Gálatas 1:6–9),
predicado mediante ministros falsos (2 Corintios 11:13–15) y que produce
creyentes falsos (2 Corintios 11:26: “peligros entre falsos hermanos”). En la
parábola de la cizaña, nuestro Señor enseñó que Satanás siembra sus
falsificaciones (“los hijos del malo”) dondequiera que Dios siembra verdaderos
creyentes (Mateo 13:24–30, 36–43).
¿Qué clase de “experiencia” tenían estos falsos maestros? Para usar las
vívidas imágenes de Pedro, la puerca estaba lavada por fuera, pero seguía siendo
puerca; el perro estaba “limpio” por dentro, pero seguía siendo perro. La puerca se
veía mejor, y el perro se sentía mejor, pero ni uno ni otro habían cambiado. Tenían
la misma vieja naturaleza, y no una nueva.
Esto explica por qué ambos animales volvían a la vida vieja: era parte de su
naturaleza. Un cerdo puede mantenerse limpio solo por poco tiempo, y luego se
dirige al lodazal más cercano. No podemos condenar a una puerca por actuar
como puerca, porque es su naturaleza. ¡Si viéramos a una oveja dirigiéndose al
lodo, nos preocuparíamos!
Cuando era muchacho, uno de mis vecinos tenía un pequeño perro negro al
que le había puesto el imaginativo nombre de “Negrito”. El perro tenía el hábito de
comer lo que los perros no deben comer, y luego, vomitaba en alguna parte del
vecindario; por lo general, en nuestra vereda. Pero eso no era todo. Negrito
después volvía a la escena del crimen y empezaba todo de nuevo. Al parecer, los
perros han estado haciendo esto por siglos, porque Salomón lo mencionó en
Proverbios 26:11, el texto que Pedro citó.
Por cierto, el perro se siente mejor después de vaciar su estómago, pero sigue
siendo perro. “Tener una experiencia” no cambió su naturaleza. Muy por el
contrario, solo evidenció más su “naturaleza de perro”, porque volvió y (justo como
un perro) comió su vómito. Es un cuadro nauseabundo, pero produce exactamente
la respuesta que Pedro quería.
En el ministerio, he conocido personas que me han hablado de sus
“experiencias espirituales”, pero en sus narraciones, no detecté ninguna evidencia
de una nueva naturaleza. Como la puerca, algunos de ellos estaban limpios por
fuera. Como el perro, algunos se limpiaron temporalmente por dentro y se
sintieron mejor. Pero en ningún caso, habían llegado a “ser participantes de la
naturaleza divina” (2 Pedro 1:4). Pensaban que estaban libres de sus problemas y
pecados, cuando en realidad, seguían esclavizados a una vieja naturaleza de
pecado.
Según 2 Pedro 2:20, estos apóstatas habían “escapado de las
contaminaciones del mundo”. La contaminación ocurre por fuera. Pero los
verdaderos creyentes han “huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de
la concupiscencia” (2 Pedro 1:4). La corrupción es mucho más profunda que la
contaminación externa: es decadencia interior. Los verdaderos creyentes han
recibido una nueva naturaleza, una naturaleza divina, y tienen apetitos y deseos
nuevos y diferentes. ¡Han sido transformados de cerdos y perros en ovejas!
Imagínate el desencanto del que piensa que ha sido liberado y descubre que, a
fin de cuentas, ¡está en peor condición que cuando empezó! Los apóstatas
prometen libertad, pero lo único que pueden dar es esclavitud. La verdadera
libertad debe venir desde adentro; tiene que ver con la naturaleza interna de la
persona. Como la verdadera naturaleza de algo es lo máximo que puede llegar a
ser, un puerco y un perro jamás pueden ser más que el Sus scrofa y el Canis
familiaris.
Hay quienes piensan que estos maestros apóstatas eran verdaderos creyentes
que, al alejarse del conocimiento de Cristo, perdieron su salvación. Pero aun una
lectura casual de 2 Pedro 2 y de Judas convencerá al lector imparcial de que estos
maestros nunca tuvieron una experiencia verdadera de salvación por la fe en
Jesucristo. Pedro nunca los hubiera comparado con puercas y perros si hubieran
sido alguna vez miembros del verdadero rebaño del Señor, ni tampoco los habría
llamado “hijos de maldición” (2 Pedro 2:14). Si hubieran sido verdaderos creyentes
que se habían descarriado, habría sido la responsabilidad de Pedro animar a sus
lectores a rescatar a esos descarriados (Santiago 5:19, 20), pero no les ordenó
que lo hicieran. Más bien, condenó a los apóstatas con algunas de las palabras
más contundentes del Nuevo Testamento.
Ahora entendemos mejor por qué esta “libertad” ofrecida por estos maestros es
falsa, una “libertad” que solo lleva a la esclavitud. Se basa en promesas falsas,
palabras vacías que suenan emocionantes, pero que no tienen autoridad divina
que las respalde. La ofrecen creyentes falsos que participan en una experiencia
falsa. De principio a fin, esta “libertad” es producto de nuestro adversario, el diablo.
Ahora podemos apreciar la amonestación de Pedro en 2 Pedro 1:10: “Por lo
cual, hermanos, tanto más procurad hacer firme vuestra vocación y elección”. En
otras palabras: ¿Ha sido genuina su experiencia espiritual?. Es asombroso que
haya muchos en nuestras iglesias que realmente no han nacido de nuevo, pero
están convencidos de que son salvos y van al cielo. Han tenido “una experiencia”,
y tal vez se los vea mejor (como la puerca) y se sientan mejor (como el perro),
pero no han sido hechos mejores como “participantes de la naturaleza divina”.
Tal vez Pedro recordó a Judas, uno de los doce, que fue instrumento del diablo
y nunca nació de nuevo. Hasta el final, los otros discípulos no sabían la verdad en
cuanto a él, y pensaban que era un hombre espiritual.
Los apóstatas parecen tener ministerios exitosos, pero al final, están
destinados a fracasar.
Lo importante es que tú y yo tengamos la seguridad de una verdadera
experiencia con el Señor y que no nos relacionemos con estos ministerios
falsificados, por más populares que sean.
Cristo es “la verdad” (Juan 14:6), y seguirlo lleva a la libertad. Los apóstatas
son mentirosos, y seguirlos lleva a la esclavitud. ¡No hay terreno neutral!
6
Burlándose de los Burladores
2 Pedro 3:1–10

“Todos son ignorantes”, decía Will Rogers, “solo en temas diferentes”.


Cuán cierto; y sin embargo, esa no es toda la historia, porque hay más de un
tipo de ignorancia. Algunos son ignorantes por falta de oportunidad para aprender,
o tal vez, de capacidad para aprender; otros (para usar la frase de Pedro en 2
Pedro 3:5) “ignoran voluntariamente”. “No es la ignorancia, sino la ignorancia de la
ignorancia, la muerte del conocimiento”, dijo un famoso filósofo, y tenía razón.
En 2 Pedro, capítulo 2, el apóstol habló del carácter y la conducta de los
apóstatas, y ahora trata de su enseñanza falsa. Pedro afirmó la certeza de la
venida de Cristo en gloria (2 Pedro 1:16 en adelante), que los apóstatas ponían en
tela de juicio y negaban. Es más, se burlaban de la idea misma del retorno del
Señor, del juicio del mundo y del establecimiento de un reino glorioso.
¡Cuán importante es que, como creyentes, entendamos la verdad de Dios! Hoy
nos rodean los burladores, personas que rehúsan tomar la Biblia en serio cuando
habla del retorno de Cristo y la certeza del juicio. En este párrafo, Pedro amonesta
a sus lectores a entender tres hechos importantes en cuanto a Dios y la promesa
de la venida de Cristo.

La Palabra de Dios es verdad (2 Pedro 3:1–4)


Es posible tener una mente pura y sincera ¡y sin embargo, tener mala
memoria! En esta segunda carta, Pedro escribió primordialmente para despertar y
acicatear a sus lectores (2 Pedro 1:12–15). Es fácil que los creyentes se
acostumbren a la verdad de Dios. Eutico se quedó dormido escuchando a Pablo
predicar (Hechos 20:7–10). Nuestro Padre celestial se sacrificó para que nosotros
pudiéramos tener la verdad de la Palabra y libertad para practicarla, pero
demasiado a menudo damos esto por sentado y nos volvemos complacientes. La
iglesia necesita despertarse con regularidad para que el enemigo no nos halle
dormidos y se aproveche de nuestro letargo espiritual.
Como la Palabra de Dios es verdad, debemos prestarle atención y tomar en
serio su mensaje. A los nuevos convertidos se les debe enseñar la Palabra y
establecerlos en las doctrinas de la fe, porque son los blancos primarios del
maestro apóstata. Pero a los que han sido creyentes por más tiempo también se
les debe recordar la importancia de la enseñanza bíblica, y en particular, las
doctrinas que tienen que ver con el retorno de Cristo. La enseñanza profética no
debe arrullarnos y adormecernos, sino despertarnos para que vivamos vidas
santas y procuremos ganar a los perdidos (Romanos 13:11–14).
Lo que la Biblia enseña en cuanto al Día del Señor no fue invención de los
apóstoles. Los profetas lo enseñaron y también el Señor Jesucristo (2 Pedro 3:2).
Pedro recalcó la unidad de la Palabra de Dios. Cuando los burladores negaban “el
poder y la venida” de Jesucristo, estaban negando la verdad de los libros
proféticos, la enseñanza de nuestro Señor en los Evangelios y los escritos de los
apóstoles. Como el vestido sin costura del Señor, a las Escrituras no se las puede
dividir sin arruinar el todo.
Ya en los días de Enoc, Dios advirtió que el juicio vendría (Judas 14–15).
Muchos de los profetas hebreos anunciaron el Día del Señor y advirtieron que el
mundo sería juzgado (Isaías 2:10–22; 13:6–16; Jeremías 30:7; Daniel 12:1; Joel;
Amós 5:18–20; Sofonías; Zacarías 12:1–14:3). A este período de juicio también se
lo conoce como el “tiempo de angustia para Jacob” (Jeremías 30:7) y la
Tribulación.
Nuestro Señor enseñó sobre este día de juicio en su sermón del monte de los
Olivos (Mateo 24–25). Pablo habla de él en 1 Tesalonicenses 5 y 2
Tesalonicenses 1–2. El apóstol Juan describió este terrible día en Apocalipsis 6–
19. En ese tiempo, la ira de Dios será derramada sobre las naciones y Satanás
estará libre para dar rienda suelta a su ira y maldad. Culminará con el retorno de
Jesucristo en gloria y victoria.
Aunque no considero esto una prueba de comunión o espiritualidad,
personalmente opino que el pueblo de Dios será llevado al cielo antes de que este
día grande y espantoso amanezca.
Pienso que debemos distinguir con cuidado los varios “días” mencionados en
la Biblia. “El día del Señor” es aquel día de juicio que culmina con el retorno de
Cristo a la tierra. “El día de Dios” (2 Pedro 3:12) es el período cuando el pueblo de
Dios disfruta de los nuevos cielos y la nueva tierra, cuando todo el mal ya haya
sido juzgado (1 Corintios 15:28). “El día de Cristo” tiene que ver con la venida de
Cristo por su iglesia (1 Corintios 1:7–9; Filipenses 1:10; 2:16).
Los que estudian la profecía parecen caer en tres categorías: los que piensan
que la iglesia será arrebatada (“seremos arrebatados juntamente”, 1
Tesalonicenses 4:13 en adelante) antes del día del Señor; los que creen que este
evento tiene lugar en la mitad del día del Señor, y que la iglesia atravesará la
primera parte de la tribulación; y los que opinan que la iglesia será arrebatada
cuando el Señor vuelva al final de la tribulación. Hay personas buenas y
consagradas en cada grupo, y nuestras diferencias de interpretación no deben
causar problemas en la comunión o para proclamar el amor de Cristo.
La Palabra de Dios no solo predice el venidero Día del Señor, sino también la
aparición de los mismos burladores que niegan esa verdad. Su presencia es
prueba de que lo que niegan es la verdadera Palabra de Dios. No debe
sorprendernos la presencia de estos burladores apóstatas (observa Hechos
20:28–31; 1 Timoteo 4; 2 Timoteo 3).
Un burlador es alguien que toma a la ligera lo que debe tomar en serio. La
gente del día de Noé se burlaba de la idea del juicio, y los ciudadanos de Sodoma
se burlaron de la posibilidad de que fuego y azufre destruyeran su ciudad
pecadora. Si has tratado alguna vez de testificar de Jesucristo, sin duda, has
hallado algunos que se burlan de la idea del infierno o de un futuro día de juicio
para este mundo.
¿Por qué se burlan estos apóstatas? Porque quieren continuar viviendo en sus
pecados. Pedro indicó con claridad que los falsos maestros cultivan
“concupiscencia e inmundicia” (2 Pedro 2:10) y seducen a los débiles mediante las
“concupiscencias de la carne” (2 Pedro 2:18). Si el estilo de vida de uno contradice
la Palabra de Dios, hay que cambiar el estilo de vida o cambiar la Palabra de Dios.
Los apóstatas escogieron este último enfoque, así que se burlaban de las
doctrinas del juicio y de la venida del Señor.
¿Qué argumentaban? La uniformidad del mundo. “Nada catastrófico ha
sucedido en el pasado —argumentaban—, así que no hay razón para pensar que
sucederá en el futuro”. Tomaban el “enfoque científico” examinando la evidencia,
aplicando la razón y derivando una conclusión. Que ignoraran voluntariamente una
buena cantidad de evidencia no parece perturbarlos.
El método científico funciona admirablemente en asuntos que tienen que ver
con el universo material, pero no puede llevarse la profecía bíblica a un laboratorio
y tratarla como si fuera otra hipótesis. A propósito, las llamadas leyes de la ciencia
en realidad son conclusiones académicas basadas en un limitado número de
experimentos y pruebas. Estas leyes son generalizaciones, siempre sujetas a
cambio, porque ningún científico puede realizar un número infinito de
experimentos para demostrar su afirmación. Tampoco puede controlar por
completo todos los factores que intervienen en los experimentos y en su
pensamiento.
La Palabra de Dios es todavía “una antorcha que alumbra en lugar oscuro
[escuálido]” (2 Pedro 1:19). Podemos confiar en ella. Independientemente de lo
que digan los burladores, el día divino del juicio vendrá al mundo y Jesucristo
volverá para establecer su reino glorioso.

La obra de Dios es constante (2 Pedro 3:5–7)


¿Cómo refutó Pedro los argumentos necios de los burladores apóstatas? “Dios
no interrumpe la operación de su creación estable —argumentaban ellos—. ¡La
promesa de la venida de Cristo no es verdad!”. Lo único que Pedro hizo fue
recordarles lo que Dios había hecho en el pasado y así demostrar que su obra es
permanente a través de los siglos. Pedro simplemente presentó evidencias de que
los maestros falsos ignoraban deliberadamente. Es asombroso cómo los llamados
pensadores (científicos, teólogos de ideología liberal, filósofos) son selectivos y
deliberadamente rehúsan considerar cierta información.
Pedro citó dos sucesos de la historia para validar su argumento: la obra de
Dios en la creación (2 Pedro 3:5) y el diluvio en tiempos de Noé (2 Pedro 3:6).
Dios creó los cielos y la tierra por su palabra. La frase “y dijo Dios” aparece
nueve veces en Génesis 1. “Porque él dijo, y fue hecho; él mandó, y existió”
(Salmo 33:9). No solo que la creación fue hecha por la palabra de Dios, sino que
también es sustentada por ella. Kenneth Wuest traduce así 2 Pedro 3:5 para
destacar su significado sutil: “Porque respecto a esto, ellos voluntariamente se
olvidan de que los cielos han existido desde tiempos antiguos, y la tierra [estando]
fuera del agua, y mediante el agua es unido por la palabra de Dios”.
El argumento de Pedro es evidente: el mismo Dios que creó el mundo por su
palabra también puede intervenir en su mundo y hacer lo que quiera. Su palabra lo
hizo y lo sustenta, y es todopoderosa.
El segundo evento que Pedro citó fue el diluvio del tiempo de Noé (2 Pedro
3:6). Ya se ha referido a él como ilustración del juicio divino (2 Pedro 2:5), así que
no hay necesidad de entrar en detalles. El diluvio fue un suceso catastrófico: de
hecho, la palabra que se traduce “anegado” nos da el término cataclismo. Los que
vivían en la tierra probablemente nunca habían visto una lluvia o que las fuentes
del abismo se abrieran, pero estos sucesos sucedieron de todas maneras. Sus
científicos podrían haber argumentado como lo hicieron los burladores: “Todo
sigue como fue desde el principio. La vida es uniforme así que nada inusual puede
suceder”. ¡Pero sucedió!
Dios tiene poder para “irrumpir” en cualquier momento y realizar su voluntad.
Puede enviar una lluvia de fuego del cielo. “Nuestro Dios está en los cielos; todo lo
que quiso ha hecho” (Salmo 115:3).
Tras haber establecido que Dios en el pasado había “interrumpido” el curso de
historia, Pedro estaba listo para su aplicación en 2 Pedro 2:7. La misma palabra
que creó y sustenta el mundo ahora lo mantiene unido, guardado para el fuego,
preservado y reservado para ese día futuro del juicio. Dios prometió que no habría
más diluvios para destruir al mundo (Génesis 9:8–17). El próximo juicio será un
castigo de fuego.
La frase “guardados para el fuego” suena muy moderna. La ciencia atómica
actual ha revelado que los elementos que conforman el mundo están
almacenados con poder. Hay suficiente energía atómica en un vaso de agua como
para impulsar un gigantesco trasatlántico. El hombre ha descubierto este gran
poder y, como resultado, el mundo parece hallarse al borde de la destrucción
atómica. Sin embargo, Pedro parece indicar que el hombre no destruirá el mundo
por su abuso pecaminoso de la energía atómica. Es Dios quien oprimirá el botón
en el tiempo preciso e incinerará la vieja creación y todas las obras del hombre
pecador en ella; entonces, dará paso a los nuevos cielos y la nueva tierra, y
reinará en gloria.
Todo en la creación original de Dios era bueno. Fue el pecado del hombre lo
que convirtió una creación buena en una que gime (Romanos 8:18–22). Dios no
podía permitir que el hombre pecador viviera en un medio ambiente perfecto, así
que tuvo que maldecir la tierra por él (Génesis 3:14–19). Desde entonces, la
humanidad ha estado muy atareada contaminando y destruyendo la creación de
Dios. Por años, parecía que esta explotación no causaría mucho problema, pero
ahora estamos cambiando de parecer. El equilibrio de la naturaleza ha sido
trastornado, valiosos recursos han sido desperdiciados, la provisión de energía
está agotándose y la civilización enfrenta una crisis. Los profetas de la ruina no
son solo predicadores y evangelistas, sino sociólogos, ecólogos y científicos
atómicos.
Pedro tenía razón: Dios puede intervenir en el curso de la historia. Lo hizo en el
pasado y puede hacerlo de nuevo. El Día del Señor prometido por los profetas y
los apóstoles, y por el Señor Jesucristo, vendrá con tanta certeza como llegó el
diluvio en los días de Noé, y el fuego y azufre vino para destruir Sodoma y
Gomorra.
Pero los burladores tenían su argumento listo: “Entonces, ¿por qué la
demora?”. La promesa de la venida de Cristo y el juicio del mundo ha existido
durante siglos, y sin embargo, todavía están por cumplirse. ¿Acaso Dios ha
cambiado de parecer? ¡El mundo de hoy está maduro para el juicio! De aquí, la
tercera verdad de Pedro.
La voluntad de Dios es misericordiosa (2 Pedro 3:8–10)
De nuevo, Pedro expone la ignorancia de los burladores. No solo ignoran lo
que Dios había hecho en el pasado (2 Pedro 3:5), sino también ignoran cómo es
él. Estaban haciendo a Dios a su propia imagen e ignorando que es eterno. Esto
quiere decir que no tiene ni principio ni fin. El hombre es inmortal: tiene principio,
pero no tiene fin. Vivirá para siempre, sea en el cielo o en el infierno. Pero Dios es
eterno, sin principio ni fin, y mora en la eternidad. La eternidad no es simplemente
“un tiempo extendido”, sino una existencia por encima y aparte del tiempo.
Sin duda, Pedro estaba refiriéndose al Salmo 90:4: “Porque mil años delante
de tus ojos son como el día de ayer, que pasó, y como una de las vigilias de la
noche”. Isaac Watts usó el Salmo 90 como base del conocido himno: “Nuestra
esperanza y protección”.
En ti mil años sombras son,
De un pasado ayer;
Y en ti se encuentra la razón
De cuanto tiene ser.
Trad. Adolfo Robleto

Como mil años son como un día para el Señor, no podemos acusarlo de
cumplimiento retardado de sus promesas. A la vista de Dios, el universo entero
tiene apenas unos pocos días de edad. Dios no está limitado por el tiempo como
nosotros, ni tampoco lo mide de acuerdo a las normas del hombre. Cuando se
estudian sus obras, especialmente en el Antiguo Testamento, puede verse que
nunca está apurado, pero que tampoco se atrasa.
Dios podría haber creado todo el universo en un instante, y sin embargo,
prefirió hacerlo en un período de seis días. Podría haber librado a Israel de Egipto
en un momento, no obstante, prefirió invertir ochenta años capacitando a Moisés.
A propósito, podría haber enviado al Salvador mucho antes, pero esperó hasta “el
cumplimiento del tiempo” (Gálatas 4:4). En tanto que Dios obra en el tiempo, no
está limitado por él.
Para Dios, mil años es como un día, y un día como mil años. ¡El Señor puede
realizar en un día lo que a otros les llevaría un milenio! Él espera para obrar, pero
una vez que empieza a hacerlo, ¡lo lleva a cabo!
Los burladores no entendían la eternidad de Dios ni tampoco su misericordia.
¿Por qué Dios estaba demorando el retorno de Cristo y la venida del día del
Señor? No era porque fuera incapaz de actuar o renuente para hacerlo. ¡No
estaba atrasado ni fuera de horario! Nadie tiene derecho a decidir cuándo Dios
debe actuar. Él es soberano, y no necesita aguijonazos ni el consejo del hombre
pecador (Romanos 11:33–36).
Dios retarda la venida de Cristo y el gran día del juicio por fuego porque es
misericordioso y quiere darles a los pecadores perdidos la oportunidad de ser
salvos. “Y tened entendido que la paciencia de nuestro Señor es para salvación”
(2 Pedro 3:15).
La “demora” de Dios es una indicación de que tiene un plan para este mundo y
que está llevándolo a cabo. Nadie debe dudar de si Dios quiere que los pecadores
sean salvos. Él no quiere “que ninguno perezca” (2 Pedro 3:9). En 1 Timoteo 2:4,
se afirma que Dios “quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al
conocimiento de la verdad”. Estos versículos dan tanto lo negativo como lo
positivo, y juntos nos aseguran que el Señor no disfruta con la muerte del impío
(Ezequiel 18:23, 32; 33:11). Él muestra misericordia a todos (Romanos 11:32),
aunque no todos serán salvos.
Vale la pena notar que Dios reveló esta misma paciencia antes del diluvio (1
Pedro 3:20). Vio la violencia y la perversidad del hombre, y podría haber juzgado
al mundo de inmediato; sin embargo, contuvo su ira y, más bien, envió a Noé
como “predicador de justicia”. En el caso de Sodoma y Gomorra, pacientemente
esperó mientras Abraham intercedía por la ciudad, y los habría perdonado si se
hubieran hallado diez justos en Sodoma.
Si Dios es paciente con los pecadores perdidos, ¿por qué Pedro escribe: “el
Señor… es paciente para con nosotros”? ¿A quién se refiere ese “nosotros”?
¡Parecería que Dios es paciente hacia su propio pueblo!
Tal vez Pedro estaba usando la palabra “nosotros” de una manera general,
queriendo referirse a la humanidad. Pero es más probable que aludiera a sus
lectores cómo elegidos de Dios (1 Pedro 1:2; 2 Pedro 1:10). El Señor es paciente
con los pecadores perdidos porque algunos de ellos creerán y llegarán a ser parte
de su pueblo elegido. No sabemos quiénes son los elegidos de Dios entre los
incrédulos del mundo, ni tampoco nos toca saberlo. Nuestra tarea es “hacer firme
vuestra vocación y elección” (2 Pedro 1:10; compara Lucas 13:23–30). Que Dios
tenga sus elegidos es un acicate para nosotros para que proclamemos las buenas
nuevas y tratemos de ganar a otros para Cristo.
¡Dios era paciente incluso con los burladores de ese día! Ellos necesitaban
arrepentirse y él estaba dispuesto a salvarlos. Este es el único lugar donde Pedro
usó la palabra “arrepentimiento” en sus cartas, pero eso no le resta importancia.
Arrepentirse simplemente quiere decir cambiar de parecer. No es “lamentarse”,
que por lo general, quiere decir lamentar ser descubierto. Tampoco es
“remordimiento”, una actitud pesimista que puede conducir a la desesperación.
El arrepentimiento es un cambio de parecer que resulta en una acción de la
voluntad. Si el pecador con sinceridad cambia de parecer en cuanto al pecado, lo
dejará. Si sinceramente cambia de parecer en cuanto a Jesucristo, acudirá a él,
confiará en él y será salvado. “Arrepentimiento para con Dios, y… fe en nuestro
Señor Jesucristo” (Hechos 20:21) es la fórmula de Dios para la salvación.
La palabra que se traduce “procedan” al final de 2 Pedro 3:9 significa hacer
espacio para. Se traduce “cabían” en Juan 2:6 y 21:25. El pecador perdido
necesita “hacer espacio” para el arrepentimiento en su corazón, quitando de allí su
orgullo y humildemente recibiendo la Palabra del Señor. El arrepentimiento es una
dádiva de Dios (Hechos 11:18; 2 Timoteo 2:25), pero él incrédulo debe hacer
espacio para esa dádiva.
Al repasar los argumentos de Pedro, se puede ver que su evidencia es
irrefutable. Recalcó que los burladores voluntariamente rechazaban la prueba a fin
de continuar en sus pecados y burla. Demostró por las Escrituras que Dios ha
intervenido en la historia del pasado y que tiene el poder para hacerlo hoy. Mostró
que los burladores tenían una noción muy limitada del carácter de Dios porque
pensaban que se demoraba en cumplir sus promesas, tal como los hombres.
Finalmente, explicó que Dios no vive en el ámbito del tiempo humano y que lo que
denominan su “demora” solo da más oportunidad para que los pecadores perdidos
se arrepientan y sean salvos.
Tras refutar estas afirmaciones falsas, Pedro reafirmó la certeza de la venida
del día del Señor. ¿Cuándo vendrá? Nadie sabe cuándo, porque vendrá al mundo
“como ladrón en la noche”. Nuestro Señor se refirió a ese ladrón (Mateo 24:43;
Lucas 12:39), y también lo hizo el apóstol Pablo (1 Tesalonicenses 5:2 en
adelante). Cuando el mundo se sienta seguro, entonces caerá el juicio de Dios. ¡El
ladrón no advierte a sus víctimas de que vendrá! “Cuando digan: Paz y seguridad,
entonces vendrá sobre ellos destrucción repentina, como los dolores a la mujer
encinta, y no escaparán” (1 Tesalonicenses 5:3).
No sabemos cuándo sucederá, pero sí se nos dice qué ocurrirá. Kenneth
Wuest da una traducción gráfica y precisa de esta palabras: “En el cual los cielos
se disolverán con un ruido muy fuerte, y los elementos siendo calcinados se
disolverán, y la tierra y todas las obras que hay en ella se quemarán” (2 Pedro
3:10).
Muchos estudiosos de la Biblia opinan que Pedro describió aquí la acción de la
energía atómica liberada por Dios. La expresión que se traduce “grande
estruendo” en la versión Reina-Valera, quiere decir como un siseo o crujido.
Cuando se hicieron las pruebas de la bomba atómica en el desierto de Nevada,
más de un reportero dijo que la explosión fue como “un chirrido” o un “siseo” La
palabra griega que Pedro usó la gente por lo general la empleaba para el aleteo
de las alas de un pájaro o el siseo de la serpiente.
La palabra “deshechas”, en 2 Pedro 3:10, quiere decir desintegrarse,
disolverse. Lleva la idea de algo triturado a sus elementos básicos, y eso es lo que
sucede cuando se libera la energía atómica. “El cielo y la tierra pasarán”, dijo
nuestro Señor (Mateo 24:35), y parece que esto puede suceder con la liberación
del poder atómico almacenado en los elementos que conforman el mundo. Los
cielos y la tierra están “almacenados con fuego” (2 Pedro 3:7, Wuest, en inglés), y
solamente Dios puede liberarlo.
Por eso, personalmente no creo que Dios permitirá que los hombres pecadores
se enreden en una guerra atómica que destruya la tierra. A mi juicio, el Señor
podrá más que la ignorancia y la necedad de los hombres, incluidos los
diplomáticos y los políticos bien intencionados, pero incrédulos, así que solo él
tiene el privilegio de oprimir el botón y disolver los elementos para dar lugar a un
nuevo cielo y una nueva tierra. Pedro sin duda tenía en mente pasajes del Antiguo
Testamento tales como Isaías 13:10, 11; 24:19; 34:4; y 64:1–4 cuando escribió
estas palabras. El primer pasaje es enfático en cuanto a que Dios traerá juicio y no
el hombre pecador. “Y castigaré al mundo por su maldad, y a los impíos por su
iniquidad”, dijo el Señor. No suena como que él vaya a darle la tarea a algún
dirigente militar nervioso o a un político colérico.
Por supuesto, esta gran explosión y conflagración no tocará los “cielos de los
cielos” en donde Dios mora. Destruirá la Tierra y los cielos atmosféricos que la
rodean, el universo según lo conocemos; y esto hará espacio para los nuevos
cielos y la nueva tierra (2 Pedro 3:13; Apocalipsis 21:1 en adelante).
¡Las obras grandiosas del hombre también serán quemadas! Todas las cosas
de las que el hombre se jacta (sus grandes ciudades, sus grandes edificios, sus
invenciones, sus logros) quedarán destruidos en un momento. Cuando los
pecadores comparezcan ante el trono de Dios, no tendrán nada que señalar como
evidencia de su grandeza. Todo habrá desaparecido.
Esta es, por cierto, una verdad solemne, y no nos atrevemos a estudiarla a la
ligera. En los versículos restantes de su carta, Pedro aplicará esta verdad a
nuestra vida diaria. Pero sería sabio que nos detengamos por un momento ahora y
consideremos: ¿dónde estaré yo cuando Dios destruya el mundo? ¿Acaso aquello
para lo que estoy viviendo está simplemente destinado a subir en una nube
atómica y desaparecer para siempre? o ¿estoy haciendo la voluntad de Dios de
modo que mis obras lo glorifiquen eternamente?
Toma tu decisión ahora; antes de que sea demasiado tarde.

7
¡Sean Diligentes!
2 Pedro 3:11–18

El propósito de la verdad profética no es la especulación, sino la motivación;


así Pedro concluye su carta con el tipo de amonestaciones prácticas que todos
debemos oír. Es desdichado cuando la gente corre de una conferencia profética a
otra, llenando sus cuadernos, marcando sus Biblias, dibujando esquemas, y sin
embargo, no vive para la gloria de Dios. En realidad, algunos de los creyentes tal
vez batallan más entre sí sobre la interpretación profética que sobre cualquier otro
tema.
Todos los creyentes verdaderos creen que Jesucristo vendrá otra vez. Tal vez
difieran respecto a cuándo tendrán lugar ciertos sucesos prometidos, pero todos
concuerdan en que vuelve tal como lo prometió. Es más, todos los creyentes
coinciden en que esta fe en la gloria futura debe motivar a la iglesia. Como un
pastor me dijo: “¡Yo me he cambiado del comité de planeamiento al de
bienvenida!”. Esto no quiere decir que debamos dejar de estudiar la profecía ni
que todo punto de vista opuesto sea correcto, lo cual es imposible. Pero sí
significa que, sea cual sea la perspectiva que sostengamos, eso debe provocar
una diferencia en nuestras vidas.
“¡Sean diligentes!” es la amonestación que resume mejor lo que Pedro escribió
en este párrafo de conclusión. Ya usó esta palabra antes en 2 Pedro 1: “poniendo
toda diligencia por esto mismo, añadid a vuestra fe virtud” (2 Pedro 1:5); “por lo
cual, hermanos, tanto más procurad [sed diligentes en] hacer firme vuestra
vocación y elección” (2 Pedro 1:10); “también yo procuraré con diligencia que
después de mi partida vosotros podáis…” (2 Pedro 1:15). Para ser creyentes
triunfadores, debemos aprender a ser diligentes.
Pedro dio tres amonestaciones para animar a sus lectores respecto a la
diligencia del creyente a la luz del retorno de nuestro Señor.

Sean diligentes para vivir vidas santas (2 Pedro 3:11–14)


La palabra clave en este párrafo es “esperar”. Quiere decir esperar con anhelo,
estar a la expectativa. Se halla en Lucas 3:15 (“Como el pueblo estaba en
expectativa”) y en Hechos 3:5 (“Entonces él les estuvo atento, esperando recibir
de ellos algo”). Describe una actitud de entusiasmo y expectación mientras
esperamos el retorno del Señor. Como nos damos cuenta de que el mundo y sus
obras serán deshechos, y que incluso los mismos elementos se desintegrarán, no
fijamos nuestra esperanza en algo de este mundo, sino solo en el Señor
Jesucristo.
Como no sabemos el día ni la hora del retorno de nuestro Señor, debemos
estar listos constantemente. Al creyente que empieza a descuidar la “esperanza
bienaventurada” (Tito 2:13) se le enfriará gradualmente el corazón, tendrá una
actitud mundanal y una vida infiel (Lucas 12:35–48). Si no se cuida, incluso puede
llegar a ser como los burladores y reírse de la promesa del retorno de Cristo.
Esta actitud expectante debe provocar una diferencia en nuestra conducta
personal (2 Pedro 3:11). La palabra traducida “manera” quiere decir literalmente
exótico, fuera de este mundo, foráneo. Como hemos “huido de la corrupción que
hay en el mundo” (2 Pedro 1:4), debemos vivir de manera diferente a la gente del
mundo. Para ellos, debemos comportarnos como “extranjeros”. ¿Por qué? ¡Porque
este mundo no es nuestro hogar! Somos “extranjeros y peregrinos” (1 Pedro 2:11)
que se dirigen a un mundo mejor, la ciudad eterna de Dios. Los creyentes deben
ser diferentes, no estrafalarios. Cuando uno es diferente, atrae a las personas;
cuando es estrafalario, las repele.
Nuestra conducta debe caracterizarse por santidad y piedad. “Sino, como
aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera
de vivir; porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo” (1 Pedro 1:15, 16).
La palabra “santo” quiere decir separado, apartado. Israel era una “nación santa”
porque Dios la llamó de entre los gentiles y la mantuvo separada. Los creyentes
son llamados aparte del mundo impío que los rodea y solo para Dios.
La palabra “piedad” se halla en 2 Pedro 1:6, 7, y significa adorar bien. Describe
a la persona cuya vida está dedicada a agradar al Señor. Es posible separarse del
pecado en cuanto a posición y, sin embargo, no vivir para Dios personalmente. En
el mundo griego, la palabra traducida “piedad” quería decir respeto y asombro por
los dioses y el mundo que ellos hicieron. Juan el Bautista hace eco de esa actitud
reverente al decir: “Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe” (Juan 3:30).
Otros escritores del Nuevo Testamento también enseñan que una expectativa
anhelante del retorno del Señor debe motivarnos a vivir vidas puras (ve Romanos
13:11–14; 2 Corintios 5:1–11; Filipenses 3:17–21; 1 Tesalonicenses 5:1–11; Tito
2:11–15; 1 Juan 2:28–3:3). Sin embargo, no es simplemente saber la doctrina
mentalmente lo que motiva la vida; es tenerla en el corazón, amando su venida (2
Timoteo 4:8).
Esta actitud expectante no solo debe provocar una diferencia en nuestra
conducta, sino también determinarla en nuestro testimonio. La frase “esperando y
apresurándoos” puede traducirse anhelando y apresurando la venida del día de
Dios. Pedro afirma que podemos acelerar el retorno de Jesucristo.
La palabra que se traduce del verbo “apresurarse” aparece en otros cinco
lugares en el Nuevo Testamento. Los pastores “vinieron, pues, apresuradamente”
(Lucas 2:16). Jesús le dijo a Zaqueo “date prisa, desciende” y él “descendió
aprisa” (Lucas 19:5, 6). Pablo “se apresuraba por estar… en Jerusalén” (Hechos
20:16); y el Señor le dijo: “Date prisa, y sal prontamente de Jerusalén” (Hechos
22:18). Que esta palabra sea sinónimo de “expectativa anhelante” es hacer que
Pedro se repita a sí mismo en 2 Pedro 3:12, porque eso es lo que quiere decir:
esperando.
Hay dos extremos que debemos evitar en el ministerio. Uno es la actitud de
que estamos “encerrados” en el plan soberano de Dios de manera que lo que
hagamos no cambiará nada. El otro extremo es pensar que el Señor no puede
lograr nada a menos que nosotros lo hagamos. Mientras que los decretos
soberanos de Dios nunca deben convertirse en una excusa para el ocio, tampoco
deben nuestros planes y actividades tratar de reemplazarlos.
Tal vez dos ilustraciones del Antiguo Testamento ayuden a entender mejor la
relación entre los planes de Dios y el servicio del hombre. El Señor libró a Israel de
Egipto y le dijo al pueblo que quería introducirlo a su heredad, la tierra de Canaán.
Pero en Cades-barnea, todos (excepto Moisés, Josué y Caleb) se rebelaron contra
Dios y rehusaron entrar (Números 13–14). ¿Los obligó Dios a hacerlo? No. Más
bien, los hizo deambular por el desierto durante los siguientes cuarenta años hasta
que toda la generación vieja murió. Dios ajustó sus planes a la respuesta de ellos.
Cuando Jonás predicó a los pobladores de Nínive, su mensaje fue claro: “De
aquí a cuarenta días Nínive será destruida” (Jonás 3:4). El plan de Dios era
destruir la ciudad perversa, pero cuando el pueblo se arrepintió, del rey para
abajo, el Señor ajustó su plan y los perdonó. Ni Dios ni sus principios básicos
cambiaron, pero sí su aplicación. El Señor responde cuando los hombres se
arrepienten.
¿Cómo, entonces, podemos como creyentes apresurar la venida del Día de
Dios? Por un lado, podemos orar como Jesús nos enseñó: “venga tu reino” (Mateo
6:10). Parece, según Apocalipsis 5:8 y 8:3, 4, que las oraciones del pueblo de Dios
están relacionadas de alguna manera al derramamiento de la ira divina sobre las
naciones.
Si la obra de Dios hoy es llamar a un pueblo para su nombre (Hechos 15:14),
cuanto antes la iglesia se complete, antes volverá nuestro Señor. Hechos 3:19–21
sugiere esta verdad. En tanto que Mateo 24:14 tiene que ver primordialmente con
la Tribulación, el principio es el mismo: el ministerio del hombre coopera con el
programa de Dios de modo que los sucesos prometidos tengan lugar.
Hay aquí misterios que nuestra mente no puede entender ni explicar por
completo, pero la lección básica es clara: el mismo Dios que ordena el fin también
ordena los medios, y nosotros somos parte de esos medios. Nuestra tarea no es
especular, sino servir.
Finalmente, la actitud expectante provocará una diferencia cuando veamos a
Jesucristo (2 Pedro 3:14). Quiere decir que él nos recibirá “en paz” y no habrá
acusaciones contra nosotros como para que “nos alejemos de él avergonzados” (1
Juan 2:28). El tribunal de Cristo será un suceso serio (2 Corintios 5:8–11), cuando
demos cuenta de nuestro servicio a él (Romanos 14:10–13). Es mejor recibirlo “en
paz” y no que él tenga que luchar contra nosotros con su Palabra (Apocalipsis
2:16).
Si somos diligentes para esperar su regreso, y para vivir vidas santas y
piadosas, no tendremos temor ni nos avergonzaremos. Le recibiremos “sin
mancha e irreprensibles”. Jesucristo es el “cordero sin mancha y sin
contaminación” (1 Pedro 1:19), y debemos ocuparnos de seguir su ejemplo. Pedro
había advertido a sus lectores contra la contaminación de los apóstatas: “Estos
son inmundicias y manchas” (2 Pedro 2:13). ¡El creyente separado no permitirá
que “lo manchen y contaminen” los maestros falsos! Quiere recibir al Señor con
vestidos limpios.
¿Cómo mantenemos esta expectativa anhelante que lleva a una vida santa?
Guardando “sus promesas” en nuestros corazones (2 Pedro 3:13). La promesa de
su venida es la luz que brilla en este mundo oscuro (2 Pedro 1:19), y debemos
asegurarnos de que la estrella de la mañana brille en nuestros corazones porque
amamos su venida.

Sean diligentes para ganar a los perdidos (2 Pedro 3:15, 16)


En 2 Pedro 3:15 hay una relación con el versículo 9, donde Pedro explica por
qué el Señor tarda para cumplir su promesa. Hace mucho, Dios tenía toda la razón
para castigar al mundo e incinerar sus obras, pero en su misericordia, “es paciente
para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al
arrepentimiento”. Este es el día de salvación, no de juicio.
Pedro hace referencia a los escritos de Pablo, porque es este, más que
cualquier otro de los escritores del Nuevo Testamento, quien explicó el plan de
Dios para la humanidad en esta edad presente. Especialmente en Romanos y
Efesios, explicó la relación entre Israel y la iglesia cristiana. Destacó que el Señor
usó a la nación de Israel para preparar el camino para la venida del Salvador. Pero
Israel rechazó a su Rey y pidió que lo crucificaran. ¿Destruyó eso el plan divino?
¡Por supuesto que no! Hoy Israel está puesto a un lado como nación, pero Dios
está haciendo algo nuevo y maravilloso: salvando a judíos y a gentiles, ¡y
haciéndolos uno en Cristo en la iglesia!
Durante siglos, si un gentil quería ser salvo, tenía que llegar mediante Israel.
Esta misma actitud persistió incluso en la iglesia primitiva (Hechos 15). Pablo dijo
claramente que tanto judíos como gentiles están condenados ante Dios y que
unos y otros deben ser salvos por fe en Jesucristo. En Jesucristo, los judíos y los
gentiles salvos pertenecen a un solo cuerpo, la Iglesia. La Iglesia es un “misterio”
que estuvo oculto en los consejos de Dios y, más tarde, fue revelado por los
profetas y los apóstoles del Nuevo Testamento (ve Efesios 3).
La nación judía fue el gran testimonio de Dios en cuanto a la ley, pero la iglesia
es un testimonio de la gracia (ve Efesios 1–2). La ley preparó el camino para la
gracia, y la gracia nos capacita para que cumplamos la justicia de la ley (Romanos
8:1–5). Esto no quiere decir que no había gracia bajo el antiguo pacto o que los
creyentes del nuevo pacto no tengan ley. Cualquiera que fue salvo bajo la
dispensación de la ley lo fue por gracia, por medio de la fe, como Romanos 4 y
Hebreos 11 lo indican con claridad.
Ahora bien, personas sin estudios e inconstantes tienen dificultad para
entender las enseñanzas de Pablo. Incluso algunas instruidas y estables, con
discernimiento espiritual, pueden hallarse tropezando en los grandes pasajes
como Romanos 9–11. Algunos que estudian la Biblia, en su intento de “armonizar”
las aparentes contradicciones (la ley y la gracia, Israel y la Iglesia, la fe y las
obras), tergiversan las Escrituras y tratan de hacerlas enseñar lo que en realidad
no dicen. La palabra traducida “torcer” quiere decir torturar en el potro, distorsionar
y pervertir.
Incluso en los días de Pablo, había quienes tergiversaban sus palabras y
trataban de defender su ignorancia. Acusaban al apóstol de enseñar que, como
somos salvos por gracia, ¡no importa cómo vivamos! Se “informaba
calumniosamente” que enseñaba: “Hagamos males para que vengan bienes”
(Romanos 3:8; compara Romanos 6:1 en adelante). Otros lo acusaban de estar en
contra de la ley, porque enseñaba la igualdad entre judíos y gentiles en la iglesia
(Gálatas 3:28), y la libertad de ambos en Cristo.
La mayoría de las herejías pervierten alguna doctrina fundamental de la Biblia.
Los falsos maestros toman versículos fuera de contexto, tergiversan las Escrituras
y fabrican doctrinas contrarias a la Palabra de Dios. Pedro probablemente tenía en
mente a los falsos maestros, pero la advertencia es buena para todos nosotros:
debemos aceptar las enseñanzas de las Escrituras y no tratar de hacer que digan
lo que nosotros queremos.
Observa que Pedro clasificó las cartas de Pablo como Escrituras, es decir, la
Palabra inspirada de Dios. La enseñanza de los apóstoles no solo concuerda con
la de los profetas y nuestro Señor (2 Pedro 3:2), sino que los apóstoles también
coinciden entre sí. Algunos eruditos liberales tratan de demostrar que la doctrina
de los apóstoles difería de la de Jesucristo, o que Pedro y Pablo se contradecían.
Los que recibieron la segunda carta de Pedro también habían leído algunas de las
epístolas de Pablo, y Pedro les aseguró que todas ellas concordaban.
¿Qué sucede con los que a ciegas tuercen las Escrituras? Lo hacen “para su
propia perdición”. Pedro no estaba escribiendo sobre los creyentes que tienen
dificultades para interpretar la Palabra de Dios, porque nadie entiende toda la
Biblia a la perfección, sino describiendo a los falsos maestros que “torturaban” la
Palabra de Dios a fin de demostrar sus falsas doctrinas. Una vez oí a un partidario
de una secta, el cual manipulaba las “semanas” de Daniel 9:23–27 para “explicar”
por qué el líder de su grupo era el “nuevo Mesías”. ¡Torció sin misericordia la
profecía!
La palabra “destrucción” o “perdición” se repite a menudo en esta carta (2
Pedro 2:1–3; 3:7, 16). Significa el rechazo de la vida eterna, lo que resulta en la
muerte eterna.
Como este es el día de salvación, debemos ser diligentes y hacer todo lo que
podamos para ganar a los perdidos. No sabemos cuánto tiempo el Señor será
paciente con este mundo malo. No debemos abusar de su gracia. Tenemos que
entender lo que la Biblia enseña del programa de Dios para la edad presente, y
debe motivarnos a amar a los perdidos (2 Corintios 5:14) y desear serle
agradables cuando él vuelva.
Los falsos maestros se multiplican y sus doctrinas perniciosas infectan a la
iglesia. Dios necesita hombres y mujeres separados que los resistan, que vivan
vidas santas y que den testimonio de la gracia salvadora de Jesucristo. ¡El tiempo
es corto!

Sean diligentes para crecer espiritualmente (2 Pedro 3:17, 18)


Hay cuatro afirmaciones de “amados” en el capítulo tres de 2 Pedro que
resumen lo que el apóstol quería enfatizar al concluir su segunda carta.
“Amados,… que tengáis memoria” (3:1, 2).
“Amados, no ignoréis” (3:8).
“Amados,… procurad con diligencia” (3:14).
“Amados,… guardaos” (3:17).
La palabra traducida “guardaos” quiere decir estén constantemente en guardia.
Los lectores de Pedro sabían la verdad, pero él les advirtió que el conocimiento
solo no era suficiente protección. Debían estar vigilantes; debían estar alertas. Es
fácil que la persona que tiene conocimiento bíblico se vuelva demasiado confiada
y olvide la advertencia: “Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga” (1
Corintios 10:12).
¿Qué peligro especial vio Pedro? Que los verdaderos creyentes podrían ser
“desviados junto con el error de los malos” (traducción literal). Está advirtiéndonos
en contra de derribar las paredes de separación que debe haber entre los
verdaderos creyentes y los falsos maestros. No puede haber comunión entre la
verdad y el error. Los apóstatas “viven en error” (2 Pedro 2:18), en tanto que los
verdaderos creyentes viven en la esfera de la verdad (2 Juan 1, 2).
La palabra traducida “inicuos” (2 Pedro 3:17) quiere decir aquellos que están
sin ley. La descripción de Pedro de los apóstatas en el capítulo 2 revela el alcance
de su anarquía. Incluso hablan mal de las autoridades que procuran imponer la ley
de Dios en este mundo (2 Pedro 2:10, 11). Prometen libertad a sus convertidos (2
Pedro 2:19), pero esta se convierte en libertinaje.
Los verdaderos creyentes no pueden caer de la salvación y perderse, pero sí
de su propia “firmeza”. ¿Qué era esa firmeza? Estar “confirmados en la verdad
presente” (2 Pedro 1:12). La estabilidad del creyente viene de su fe en la Palabra
de Dios, su conocimiento de ella y su capacidad para usarla en las decisiones
prácticas de la vida.
Una de las grandes tragedias de la evangelización es traer al mundo “bebés
espirituales” y luego no alimentarlos, cuidarlos ni ayudarlos a crecer. Los
apóstatas hacen presa de los creyentes tiernos que recientemente han “huido de
los que viven en error” (2 Pedro 2:18). A los nuevos creyentes hay que enseñarles
las doctrinas básicas de la Palabra de Dios; de otra manera, estarán en peligro de
ser “arrastrados por el error de los inicuos”.
¿Cómo podemos, como creyentes, mantener nuestra firmeza y evitar estar
entre los “inconstantes” que se dejan engañar y descarriar con facilidad?
Creciendo espiritualmente. “Pero creciendo constantemente” es la traducción
literal. No debemos crecer “espasmódicamente”, sino en una experiencia
constante de desarrollo.
Debemos crecer “en la gracia”. Esto tiene que ver con los rasgos de carácter
cristiano, las mismas cosas de las que Pedro escribió en 2 Pedro 1:5–7 y que
Pablo mencionó en Gálatas 5:22, 23. Somos salvos por gracia (Efesios 2:8, 9),
¡pero la gracia no termina allí! También debemos ser fortalecidos por ella (2
Timoteo 2:1–4). La gracia de Dios puede capacitarnos para soportar el sufrimiento
(2 Corintios 12:7–10). También nos ayuda a dar cuando es difícil hacerlo (2
Corintios 8:1 en adelante) y cantar cuando resulta complicado (Colosenses 3:16).
Nuestro Dios es “el Dios de toda gracia” (1 Pedro 5:10) que “da gracia a los
humildes” (Santiago 4:6). Al estudiar su Palabra, aprendemos cuales son los
diversos aspectos de la gracia que tenemos disponibles como hijos de Dios.
Somos mayordomos de “la multiforme gracia de Dios” (1 Pedro 4:10). Hay
suficiente para toda situación y todo reto de la vida. “Pero por la gracia de Dios soy
lo que soy”, escribió Pablo (1 Corintios 15:10), y ese también debe ser nuestro
testimonio.
Crecer en la gracia a menudo quiere decir atravesar pruebas e incluso
sufrimiento. En realidad, nunca experimentamos la gracia de Dios mientras no
estemos al final de nuestros propios recursos. Las lecciones aprendidas en la
“escuela de la gracia” siempre son costosas, pero valen la pena. Crecer en la
gracia significa llegar a ser más como el Señor Jesucristo, de quien recibimos toda
la gracia que necesitamos (Juan 1:16).
También debemos crecer en conocimiento. ¡Qué fácil es crecer en el
conocimiento, pero no en la gracia! Todos sabemos mucho más de la Biblia de lo
que ponemos en práctica. El conocimiento sin gracia es un arma terrible, y la
gracia sin conocimiento puede ser muy superficial. Pero cuando combinamos
ambas cosas, tenemos una herramienta maravillosa para edificar nuestras vidas y
la iglesia.
Pero observa que no solo se nos presenta el reto a crecer en el conocimiento
de la Biblia, por bueno que eso sea, sino a hacerlo también en “el conocimiento de
nuestro Señor y Salvador Jesucristo”. Una cosa es “saber la Biblia” y otra muy
diferente, conocer al Hijo de Dios, el tema central de ella. Mientras mejor
conozcamos a Cristo mediante la Palabra, más creceremos en gracia; y mientras
más crezcamos en gracia, más entenderemos la Palabra de Dios.
Así que, el creyente separado debe constantemente guardarse a fin de no
descarriarse en el error; y también debe estar constantemente creciendo en gracia
y conocimiento. ¡Esto requiere diligencia! Exige disciplina y prioridades. Nadie se
desliza automáticamente al crecimiento y la estabilidad espiritual, pero cualquiera
puede deslizarse de la dedicación y el crecimiento. “Por tanto, es necesario que
con más diligencia atendamos a las cosas que hemos oído, no sea que nos
deslicemos” (Hebreos 2:1). Así como el bote necesita el ancla, también el creyente
precisa la Palabra de Dios.
El crecimiento físico y el espiritual siguen en gran medida el mismo patrón.
Para empezar, crecemos de adentro hacia fuera. “Como niños recién nacidos” es
como Pedro lo ilustra (1 Pedro 2:2). El hijo de Dios nace con todo lo que necesita
para el crecimiento y el servicio (2 Pedro 1:3). Lo único que precisa es alimento y
ejercicio espirituales que lo capaciten para desarrollarse. Necesita mantenerse
limpio. Crecemos por nutrición, ¡no por adición!
Crecemos mejor en una familia cariñosa, y allí es donde entra la iglesia local.
Un bebé necesita una familia para recibir protección, provisión y afecto. Las
pruebas demuestran que los niños que se crían solos, sin ningún amor especial,
tienden a desarrollar problemas físicos y emocionales a temprana edad. La iglesia
es la “guardería” de Dios para el cuidado y alimentación de los creyentes, el medio
ambiente ordenado por el Señor que los estimula a crecer.
Es importante que crezcamos de una manera equilibrada. El cuerpo humano
crece de esta manera a medida que los diversos miembros trabajan juntos; y
asimismo debe crecer el “hombre espiritual”. Por ejemplo, debemos crecer en
gracia y conocimiento (2 Pedro 3:18). Mantener un equilibrio entre la adoración y
el servicio, entre la fe y las obras. Una dieta balanceada de toda la Palabra de
Dios nos ayuda a mantener una vida equilibrada.
Es el Espíritu Santo de Dios que nos fortalece y capacita para mantener las
cosas en equilibrio. Antes de que Pedro fuera lleno del Espíritu, repetidamente iba
a extremos. Daba testimonio de Cristo un minuto, ¡y al siguiente, trataba de
discutir con él! (Mateo 16:13–23). Se negó a que Jesús le lavara los pies, ¡y
después quería que lo bañara por completo! (Juan 13:6–10). Prometió defenderlo
e incluso morir con él, y sin embargo, no tuvo el valor de identificarse con él
delante de una criada. Pero cuando estuvo lleno del Espíritu, empezó a vivir una
vida equilibrada que evitaba los extremos impulsivos.
¿Cuál es el resultado del crecimiento espiritual? ¡Gloria para Dios! “A él sea
gloria ahora y hasta el día de la eternidad”. Glorificamos a Jesucristo cuando nos
mantenemos separados del pecado y del error. Lo glorificamos cuando crecemos
en gracia y conocimiento, porque llegamos a ser más semejantes a él (Romanos
8:29). En su vida e incluso en su muerte, Pedro glorificó a Dios (Juan 21:18, 19).
Al repasar esta importante epístola, es imposible evitar el impacto y la urgencia
de su mensaje. ¡Los apóstatas están aquí! ¡Están atareados! ¡Están seduciendo a
los creyentes inmaduros! Debemos estar en guardia, creciendo y glorificando al
Señor, aprovechando al máximo toda oportunidad para ganar a los perdidos y
fortalecer a los salvos.
¡Sé diligente! ¡El ministerio que salves tal vez sea el tuyo!

Bosquejo sugerido de la Epístola de 2 Juan

Tema central: Amar y vivir la verdad


Versículo clave: 2 Juan 4
I. Introducción: versículos 1–3
II. Practicar la verdad: versículos 4–6
III. Proteger la verdad: versículos 7–11
IV. Conclusión: versículos 12, 13
8
Una Familia Fiel
2 Juan

Los maestros apóstatas no solo invadieron las iglesias, sino que también
trataron de influir en los hogares de los creyentes. Tito enfrentó este problema en
Creta (Tito 1:10, 11) y Timoteo, en Éfeso (2 Timoteo 3:6). Según marcha el hogar,
así lo hace la iglesia y la nación; de modo que, para Satanás, la familia es un
blanco importante en su guerra contra la verdad.
Esta breve carta fue escrita a una madre consagrada y a sus hijos. Algunos
eruditos han concluido que “la señora elegida” se refiere a una iglesia local y que
“sus hijos” son los creyentes que tienen comunión en ella. “Tu hermana, la
elegida” (2 Juan 13) se referiría a una iglesia hermana que enviaba saludos
cristianos.
Aunque es cierto que Juan se dirige a un grupo en esta carta (observa el plural
en 2 Juan 6, 8, 10, 12), también es verdad que le habla a un individuo (2 Juan 1, 4,
5, 13). Tal vez la solución sea que una congregación cristiana se reunía en esa
casa, junto con la familia de la “señora elegida”, así que Juan tenía en mente a
ambas (observa Romanos 16:5; 1 Corintios 16:19; Colosenses 4:15; Filemón 2).
Su interés era que esta mujer santa no permitiera que nada falso entrara a su casa
(2 Juan 10) o a la iglesia.
Los sentimientos que dominan en esta breve epístola son de amistad y alegría,
aunque están mezclados con preocupación y advertencia. Para que tú y yo
guardemos nuestros hogares fieles a Cristo, debemos tener las mismas
características de esta familia a la que Juan le escribió.

Debemos saber la verdad (2 Juan 1–3)


Juan usó la palabra “verdad” cuatro veces en este saludo, así que es una
palabra importante. Básicamente, quiere decir realidad, a diferencia de la mera
apariencia, lo fundamental, la base para todo lo que vemos a nuestro alrededor.
Jesucristo es “la verdad” (Juan 14:6) y la Palabra de Dios es “verdad” (Juan
17:17). El Padre ha revelado la verdad en la persona de su Hijo y en las páginas
de su Palabra. Nos ha dado “el Espíritu de verdad” para enseñarnos y
capacitarnos para conocerla (Juan 14:16, 17; 16:13).
Pero la verdad no es solamente una revelación objetiva del Padre, sino
también una experiencia subjetiva en nuestras vidas personales. No solo podemos
conocer la verdad, sino también “amar en verdad” y vivir “a causa de la verdad”.
La verdad “permanece en nosotros, y estará para siempre con nosotros”. Esto
quiere decir que “conocer la verdad” es más que asentir a un cuerpo de doctrinas,
aunque esto es importante. Significa que la vida del creyente es controlada por un
amor a la verdad y un deseo de magnificarla.
Juan empezó su carta sobre esta nota de “verdad” porque había falsos
maestros esparciendo el error. Los llamó engañadores y anticristos (2 Juan 7). El
apóstol no va a decir que todas las enseñanzas religiosas son verdad de una
manera u otra, y que no debemos criticar, siempre y cuando la gente sea sincera.
Para él, había una gran diferencia; de hecho, una diferencia mortal entre la verdad
y el error; y no toleraba el error.
Como la verdad estará con nosotros para siempre, debemos familiarizarnos
con ella ahora y aprender a amarla. Por supuesto, toda la verdad se centra en
Jesucristo, el Hijo eterno de Dios, con quien viviremos para siempre (Juan 14:1–
6). Es maravilloso contemplar que pasaremos la eternidad rodeados de la verdad,
creciendo en nuestro conocimiento de ella y sirviendo al Dios de la verdad.
¿Cómo llegaron esta señora elegida y sus hijos a conocer la verdad y a ser
hijos de Dios? Por la gracia y la misericordia de Dios (2 Juan 3). Dios es rico en
misericordia y gracia (Efesios 2:4, 7), y nos las ha canalizado en Jesucristo. No
somos salvos por el amor de Dios, sino por su gracia, que es el amor que pagó un
precio (Efesios 2:8, 9). El Señor ama a todo el mundo, y sin embargo, no todo el
mundo es salvo. Solo los que reciben su abundante gracia tienen salvación del
pecado.
Cuando uno recibe la gracia y la misericordia de Dios, experimenta su paz.
“Justificados [siendo declarados justos], pues, por la fe, tenemos paz para con
Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Romanos 5:1). Dios no está en
guerra contra los pecadores perdidos; son los pecadores perdidos los que están
en guerra contra Dios (Romanos 5:10; 8:7). La obra de Cristo en la cruz ha
reconciliado a Dios con los pecadores. Ahora los pecadores deben arrepentirse y
reconciliarse con Dios por la fe en Jesucristo (2 Corintios 5:14–21).
Es significativo que desde el mismo comienzo de su segunda carta, Juan
afirmó la deidad de Jesucristo. Lo hace al unir “Dios Padre” con “el Señor
Jesucristo”. Supón que 2 Juan 3 dijera: “de Dios Padre, y del profeta Amós”. De
inmediato, responderías: “¡No debemos unir a Amós con el Padre de esa manera!
¡Parece como si Amós fuera igual a Dios!”.
Exactamente por eso Juan unió al Padre y al Hijo: ¡son igualmente Dios! Y
luego, para asegurarse de que sus lectores no perdieran el énfasis, añadió: “Hijo
del Padre”. Es imposible separarlos. Si Dios es el Padre, debe tener un Hijo;
Jesucristo es ese Hijo. “Todo aquel que niega al Hijo, tampoco tiene al Padre” (1
Juan 2:23).
Muchos maestros falsos argumentan: “pero Jesús es el ‘hijo de Dios’ así como
todos nosotros somos sus hijos, ¡hechos a la imagen de Dios! Cuando Jesús
afirmó ser el hijo de Dios, no estaba reclamando ser Dios”. Pero cuando Jesús les
dijo a los judíos: “Yo y el Padre uno somos”, ellos amenazaron con apedrearlo.
¿Por qué? Porque, según ellos, ¡había blasfemado! “Porque tú, siendo hombre, te
haces Dios” (Juan 10:30–33). Ellos sabían lo que él quería decir cuando se llamó
a sí mismo “Hijo de Dios” y afirmó igualdad con el Padre.
La fe cristiana se levanta o cae en la doctrina de la deidad de Jesucristo. Si es
solo hombre, no puede salvarnos, por más talentoso y singular que sea. Si no es
Dios venido en carne humana, la fe cristiana es mentira, no verdad, y Juan abrió
su carta con el énfasis errado.
El gran estadista estadounidense Daniel Webster cenaba en Boston con un
grupo de hombres distinguidos, algunos de los cuales tenían tendencias
unitaristas. (Los unitaristas niegan la Trinidad y la deidad tanto del Hijo como del
Espíritu Santo.) Cuando sacaron a colación el tema de la religión, Webster, con
firmeza, afirmó su creencia en la deidad de Jesucristo y su confianza en la obra de
expiación.
“Pero, señor Webster —dijo otro—, ¿cómo puede usted comprender que Cristo
sea Dios y hombre?”
“No, señor, no puedo comprenderlo —replicó Webster—. Si pudiera, él no sería
mayor que yo. ¡Pienso que necesito un Salvador sobrehumano!”
Para que nuestros hogares e iglesias sean fieles a Cristo y se opongan a los
falsos maestros, debemos conocer la verdad. ¿Cómo la aprendemos? Al estudiar
con cuidado la Palabra de Dios y permitir que el Espíritu Santo nos enseñe; al
escuchar a otros que son fieles a la fe; y luego, al poner en práctica lo que
aprendemos. No solo debemos aprender la verdad con nuestra mente, sino
también amarla con nuestro corazón y ponerla en práctica con nuestra voluntad.
Debemos someter todo nuestro ser a la verdad.
¡Cuán importante es que los padres enseñen a sus hijos a amar la verdad! En
tanto que damos gracias al Señor por las escuelas dominicales y las escuelas
cristianas, en definitiva, es el hogar el que debe inculcar en los hijos un amor por
la verdad y el conocimiento de la verdad de Dios.

Debemos andar en la verdad (2 Juan 4–6)


“Andar en la verdad” significa obedecerla, permitir que controle todo aspecto de
nuestras vidas. Este párrafo empieza y concluye con un énfasis en la obediencia,
en andar en la verdad. ¡Es mucho más fácil estudiar la verdad, e incluso discutir
sobre ella, que practicarla! En realidad, algunos creyentes fanáticos desobedecen
la verdad con su manera de tratar de defenderla.
Cuando era pastor en Chicago, un joven extraño a menudo se paraba en la
vereda frente a la iglesia para repartir folletos que denunciaban a muchos líderes
evangélicos amigos míos. Por supuesto, no podíamos impedirle que repartiera su
literatura, así que le dije a nuestra gente que le pidieran tantos ejemplares como él
quisiera darles y que, entonces, los destruyeran.
Uno de nuestros hombres decidió “seguirle los pasos” al joven una noche, y lo
vio irse a un parque cercano, sentarse bajo un árbol y encender un cigarrillo. Sin
embargo, pocos minutos antes, el joven había estado gritando frente a la iglesia:
“¡Estoy luchando contra los fundamentalistas y no me avergüenzo de hacerlo!”.
Pienso que la mayoría de los fundamentalistas que conozco se avergonzarían de
ese joven. Pensaba que estaba promoviendo la verdad y oponiéndose al error, y
sin embargo, él mismo no estaba andando en la verdad. Por sus acciones y su
actitud beligerantes, estaba negando la verdad que trataba de defender.
El gozo del apóstol (v. 4a). La alegría de Juan era que los hijos de la señora
elegida anduvieran en la verdad. No los conocía a todos; sin embargo, la
traducción literal es “algunos de tus hijos”. De alguna manera, en sus viajes, Juan
había conocido a algunos de los hijos de ella y se había enterado de que andaban
en obediencia al Señor. “No tengo yo mayor gozo que este, el oír que mis hijos
andan en la verdad” (3 Juan 4). No hay razón para pensar que Juan sugiriera que
los otros hijos se habían descarriado siguiendo a los falsos maestros. Si por
“hijos”, Juan estaba incluyendo a los miembros de la “iglesia en el hogar”, es
posible que algunos de ellos hubieran dejado la comunión y seguido a los
engañadores.
Por cierto, da gran gozo al Padre cuando ve que sus hijos obedecen su
Palabra. Personalmente, sé lo que significa para el pastor cuando la familia de la
iglesia es sumisa a la Palabra de Dios y hace la voluntad de él. Pocas cosas le
parten más el corazón a un pastor que un miembro desobediente y rebelde que no
se somete a la autoridad de la Palabra de Dios.
Cuando el gran predicador bautista Carlos Spurgeon era muchacho, vivía con
su abuelo que pastoreaba una iglesia en Stambourne, Inglaterra. Un miembro de
la congregación llamado Roads solía ir a la cantina pública y beber cerveza y
fumar, y esta práctica afligía mucho al pastor.
Un día, el joven Carlos le dijo a su abuelo: “Voy a matar a Roads… ¡eso voy a
hacer! No haré nada malo, pero voy a matarlo, ¡eso es lo que haré!”.
¿Qué hizo el joven Spurgeon? Confrontó a Roads en la cantina con estas
palabras: “¿Qué haces aquí, Elías? Sentado con los impíos, y eres miembro de la
iglesia y le partes el corazón a tu pastor. ¡Me avergüenzo de ti! Yo no le rompería
el corazón a mi pastor, ¡estoy seguro!”.
Poco tiempo después, Roads apareció por la casa del pastor, confesó su
pecado y pidió perdón por su conducta. En verdad, el joven Spurgeon ¡lo había
“matado”!
El argumento del apóstol (v. 4b). Juan argumentó que Dios nos ha ordenado
que andemos en la verdad y el amor. La palabra “mandamiento” se usa cinco
veces en estos pocos versículos. Los mandamientos de Dios enfocan “la verdad”
en aspectos específicos de la vida. “La verdad” puede ser vaga y general si no
tenemos cuidado, pero “los mandamientos” hacen que esa verdad sea específica
y obligatoria.
Observa que los mandamientos son dados por “el Padre”. Cada mandamiento
es una expresión de amor y no simplemente una ley. La voluntad de Dios es la
revelación de su corazón (Salmo 33:11), no solo de su mente. En consecuencia, la
obediencia a su Palabra debe ser una revelación de nuestro amor y no una
expresión de temor. “Pues este es el amor a Dios, que guardemos sus
mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos” (1 Juan 5:3).
Los maestros falsos trataban de hacer que los mandamientos de Dios
parecieran rigurosos y difíciles, y luego, trataban de ofrecer a sus convertidos
verdadera libertad (2 Pedro 2:19). Pero la mayor libertad está en obedecer la
voluntad perfecta de Dios. Ningún creyente que ama a Dios debe considerar que
sus mandamientos sean rigurosos o insoportables.
La apelación del apóstol (vs. 5, 6). Juan quería que la señora elegida y su
familia se amaran mutuamente, y esta apelación se aplica también a nosotros. “Un
mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros” (Juan 13:34). Pero Juan
escribió que este no es un nuevo mandamiento (ve 1 Juan 2:7–11). ¿Es esto una
contradicción?
El mandamiento “ámense unos a otros” por cierto no es nuevo en el tiempo,
porque a los judíos del Antiguo Testamento se les instruyó que amaran al prójimo
(Levítico 19:18, 34) y a los extranjeros dentro de sus puertas (Deuteronomio
10:19). Pero con la venida del Hijo de Dios a la tierra, este mandamiento es nuevo
en énfasis y ejemplo. Jesucristo le dio un nuevo énfasis al amor fraternal y lo
ejemplificó con su vida. También es nuevo en experiencia, porque tenemos al
Espíritu Santo de Dios viviendo en nosotros y capacitándonos para obedecer.
“Mas el fruto del Espíritu es amor” (Gálatas 5:22; compara Romanos 5:5).
¿Es posible mandar u obligar que uno ame? Sí, cuando se entiende qué es el
verdadero amor cristiano. Muchos tienen la idea equivocada de que el amor
cristiano es un sentimiento, una especie de “emoción religiosa” que nos hace
extendernos y aceptar a otros. Sin duda, hay emoción, pero básicamente, el amor
cristiano es un acto de la voluntad. Simplemente, quiere decir que uno trata a otros
de la misma manera en que Dios lo trata. Es más, es posible amar a personas que
no “nos gustan”.
Tal vez no podamos controlar siempre nuestros afectos, pero sí dominar
nuestras actitudes y acciones. Cuando las personas son groseras con nosotros,
podemos retribuirles una actitud amable. Cuando nos persiguen, podemos orar
por ellas y, si surge la oportunidad, hacerles el bien. Si siguiéramos nuestros
sentimientos, ¡probablemente, nos desquitaríamos! Pero si le pedimos al Espíritu
Santo que controle nuestra voluntad, podemos actuar con ellos como Jesús lo
hubiera hecho: con amor cristiano.
Juan pasa a explicar que el amor y la obediencia deben ir juntos (2 Juan 6). Es
imposible divorciar nuestra relación con Dios de nuestra relación con las personas.
Si decimos que amamos al Señor, pero aborrecemos al hermano, podemos estar
seguros de que no amamos a Dios (1 Juan 4:20). Si lo obedecemos, su amor se
perfecciona en nosotros y no tenemos problemas para amar a nuestro hermano (1
Juan 2:3–5).
Al revisar este párrafo, observa tres temas entrelazados: verdad, amor y
obediencia. Al creer la verdad, confiar en Cristo y en la Palabra de Dios, somos
salvados. La evidencia de esa salvación es amor y obediencia, pero el amor y la
obediencia se fortalecen conforme crecemos en nuestro conocimiento de la
verdad. Hablamos [seguimos] la verdad en amor (Efesios 4:15) y obedecemos los
mandamientos de Dios porque lo amamos. La obediencia nos capacita para
aprender más verdad (Juan 7:17), y cuanto más verdad aprendemos, más
amamos a Jesucristo, quien es la verdad.
En lugar de vivir en un “círculo vicioso”, vivimos en un “círculo virtuoso” de
amor, verdad y obediencia.

Debemos permanecer en la verdad (2 Juan 7–11)


De estimular la verdad, Juan pasa a oponerse al error. Unió su voz a la de
Pedro para advertir que hay engañadores en el mundo. La palabra “engañador”
implica mucho más que enseñar doctrina falsa. También incluye conducir a la
gente a una vida errada. Juan ya ha dicho con claridad que la verdad y la vida van
juntas. Lo que creemos determina cómo nos comportamos. La doctrina y la vida
erradas siempre van juntas.
¿De dónde salieron originalmente estos falsos maestros? “Porque muchos
engañadores han salido por el mundo”. ¡Salieron de la iglesia! En un tiempo,
profesaban creer “la fe que ha sido una vez dada a los santos” (Judas 3), pero
luego se alejaron de ella, y abandonaron la verdad y la iglesia. “Salieron de
nosotros, pero no eran de nosotros” (1 Juan 2:19). “Y de vosotros mismos se
levantarán hombres que hablen cosas perversas para arrastrar tras sí a los
discípulos” (Hechos 20:30).
Proteger a una familia o una iglesia local de los ataques insidiosos de los falsos
maestros exige vigilancia espiritual constante. Un pastor muy exitoso me dijo: “Si
quitara mis ojos de esta obra por veinticuatro horas y dejara de orar, la invadirían
antes de darnos cuenta”. No estaba recalcando su propia importancia (aunque los
pastores consagrados son esenciales para tener iglesias espirituales), sino la de la
diligencia y la vigilancia.
¡Observa que hay muchos engañadores! ¿Por qué? En 2 Pedro 2:2, tenemos
la respuesta: “Y muchos seguirán sus disoluciones”. Pienso que fue Mark Twain
quien dijo que una mentira da la vuelta al mundo mientras la verdad apenas está
poniéndose los zapatos. La naturaleza humana caída cree en las mentiras y
resiste la verdad de Dios. Ya hemos aprendido de 2 Pedro 2 los métodos
engañosos que los apóstatas usan para seducir a la gente ingenua e inestable.
¡Con razón tienen éxito!
Estos engañadores también son “anticristos” (ve 1 Juan 2:18–29). El prefijo
griego anti quiere decir en lugar de y en contra de. Estos maestros están contra
Cristo porque niegan que él sea Dios venido en carne (ve 1 Juan 4:1–6). No solo
niegan la verdad en cuanto a Cristo, sino que les dan a sus convertidos un “cristo
sustituto” que no es el de la fe cristiana. La primera pregunta que debes hacerle a
cualquier maestro, predicador o autor es: “¿Qué piensas en cuanto a Cristo? ¿Es
Dios venido en carne?”. Si titubea o niega que Jesús sea Dios hecho carne,
puedes estar seguro de que tienes un maestro falso.
Yo estaba predicando en la Misión Carrubers Close, en Edimburgo, Escocia, y
antes de que empezara la reunión, se me acercó un joven. Sin siquiera
presentarse, dijo: “¿Cree usted en el nacimiento virginal de Jesucristo?”. Respondí
enfáticamente que sí y que predico que Jesucristo es el Hijo de Dios venido en
carne. Aunque no aprecié su manera arrogante, valoré su preocupación en cuanto
a que el hombre que ocupara el púlpito estuviera “perseverando en la verdad”.
Perseverar en la verdad quiere decir ser fiel a las doctrinas básicas de la fe
bíblica. Los falsos maestros se habían apartado de la verdad y de la comunión de
la iglesia, y por consiguiente, eran peligrosos. Juan señaló tres peligros que la
iglesia y sus miembros enfrentan debido a los engañadores que hay en el mundo.
El peligro de retroceder (v. 8). Es el peligro de perder lo que ya se ha
ganado. “Mirad por vosotros mismos” quiere decir: ¡Cuidado! ¡Presten atención!
Los falsos maestros te ofrecen algo que no tienes, cuando en realidad, ¡te quitan
lo que ya posees!
Satanás es ladrón y lo mismo son sus ayudantes. Juan quería que sus lectores
recibieran su “galardón completo”, su equivalente de 2 Pedro 1:11, una entrada
abundante en el reino eterno. Qué trágico cuando los siervos de Dios trabajan
fielmente para edificar una iglesia, y luego la obra es destruida por una falsa
enseñanza. Con razón, Pablo les escribió a las asambleas de Galacia: “Me temo
de vosotros, que haya trabajado en vano con vosotros” (Gálatas 4:11).
“No pierdan lo que hemos logrado” es la manera en que Kenneth Wuest
traduce 2 Juan 8. Los miembros de la iglesia necesitan respetar la obra de los
pastores y maestros fieles, y hacer todo lo posible para protegerla y extenderla. Un
día, los siervos de Dios deberán dar cuenta de sus ministerios, y quieren hacerlo
“con alegría, y no quejándose” (Hebreos 13:17). Cuando la iglesia retrocede,
perdiendo lo que ha ganado, también perderá parte de la recompensa ante el
tribunal de Cristo. ¡Es esencial que nos aferremos a la verdad de la Palabra de
Dios!
El peligro de adelantarse (v. 9). El peligro aquí es ir más allá de los límites de
la Palabra de Dios y añadirle. La palabra traducida “extravía” quiere decir correr
demasiado hacia adelante, irse más allá de los límites asignados. ¡Es un progreso
falso! A los apóstatas les gusta hacernos creer que son “progresistas”, en tanto
que la iglesia está “estancada”. Nos invitan a que los acompañemos porque tienen
algo “nuevo y emocionante” que decirnos. Pero su “progreso” es tal que
abandonan la doctrina que enseña que Jesucristo es el Hijo de Dios venido en
carne.
Hace cincuenta años, la prensa de los Estados Unidos de América estaba llena
de noticias en cuanto a “la controversia entre fundamentalistas y modernistas”. Los
fieles a la fe se oponían al “modernismo” en las principales denominaciones
evangélicas y procuraban traer a las instituciones educativas y al liderazgo de
esas denominaciones de regreso al cristianismo histórico. El grupo “progresista”
se denominaba “modernistas”, cuando, en realidad, no había nada “moderno” en
sus negaciones de la doctrina cristiana. Estas negaciones son tan viejas como la
iglesia misma. Uno de sus líderes, el doctor Harry Emerson Fosdick, dijo en uno
de sus sermones: “El fundamentalismo todavía está con nosotros, pero en su
mayor parte, en la retaguardia”. Si él estuviera vivo hoy, no afirmaría tal cosa; hoy
las escuelas dominicales, iglesias, seminarios y agencias misioneras más grandes
son fundamentales en su doctrina.
Si una persona no persevera en la verdadera doctrina, no tiene ni al Padre ni al
Hijo. Es imposible honrar al Padre e ignorar al Hijo (o llamarlo un mero hombre) al
mismo tiempo. “Para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no
honra al Hijo, no honra al Padre que le envió” (Juan 5:23). La “teología
progresista” que niega a Cristo no tiene nada de progresista; es una regresión;
regresa hasta Génesis 3:1: “¿Conque Dios os ha dicho?”.
Al hacer esta advertencia, sin embargo, Juan no estaba condenando el
“progreso” como tal. El Señor tiene todavía más luz que arrojar a través de su
Palabra. Dios nos dio el Espíritu Santo para enseñarnos y llevarnos comprender y
aplicar la verdad (Juan 16:12–16), y debemos crecer constantemente (2 Pedro
3:18).
Pero si nuestro “aprendizaje” nos aleja de las doctrinas fundamentales de la
persona y la obra de Jesucristo, estamos en terreno peligroso.
El peligro de acompañar (vs. 10, 11). Juan advirtió a la familia (y a la iglesia
en su casa) que no aceptaran a los falsos maestros que los visitaban para tener
comunión con ellos o tal vez disfrutar de la hospitalidad. La hospitalidad era un
ministerio cristiano muy importante en esos días, porque había pocos mesones en
donde los viajeros podían quedarse seguros; especialmente, los cristianos que
querían mantenerse lejos de las influencias malas del mundo. A los cristianos se
los amonestaba a que abrieran sus casas a los visitantes (Romanos 12:13; 1
Timoteo 3:2; 5:3–10; Hebreos 13:2; 1 Pedro 4:8–10).
También era cierto que los pastores y los maestros viajeros necesitaban casas
en donde quedarse (3 Juan 5–8). Los creyentes que mostraban hospitalidad a
estos siervos de Dios estaban “colaborando con la verdad”, pero los que ayudaban
a los falsos maestros solamente estaban participando en sus malas obras. La
doctrina de Jesucristo es una prueba de la verdad, una base para la comunión y
un vínculo para la cooperación mutua.
Sin duda, este principio se aplica hoy. A menudo, algunos que profesan ser
creyentes vienen a nuestras puertas, queriendo reproducir grabaciones y
ofreciéndonos revistas o libros. Debemos ejercer el discernimiento. Si no
concuerdan con la verdadera doctrina de Cristo, no solo no debemos permitirles
entrar, sino que tampoco debemos decirles “adiós”; es decir: que Dios los
acompañe.
¿Por qué fue Juan tan contundente en esto? Porque no quería que ninguno de
los hijos de Dios: (1) le diera a un falso maestro la impresión de que su doctrina
sectaria era aceptable; (2) se infectara debido a la asociación y una posible
amistad; y (3) le brindara al maestro falso munición para usar en el siguiente lugar
que se detuviera. Por ejemplo, si yo permito que entre un miembro de una secta,
él le dirá a los vecinos: “No hay razón para que no me permita entrar. Después de
todo, el pastor Wiersbe me dejó pasar ¡y tuvimos una charla maravillosa!”. Mi
desobediencia bien podría conducir a la destrucción de otra persona.
Permíteme aclarar que Juan no estaba diciendo que solo los nacidos de nuevo
deben estar en nuestras casas. La “evangelización por amistad” alrededor de la
mesa es una manera maravillosa de ganar a las personas para Cristo. Los
creyentes necesitan ser amigables y hospitalarios. El apóstol está
amonestándonos a que no recibamos ni alentemos a los falsos maestros que
representan a grupos anticristianos, gente que ha dejado la iglesia y ahora está
tratando de seducir a otros para alejarlos de la verdad. Puedes estar seguro de
que los apóstatas usarán toda oportunidad posible para conseguir el endoso de
creyentes verdaderos.
Una tradición en cuanto al apóstol Juan ilustra su posición respecto a la falsa
doctrina. Cuando vivía en Éfeso, un día fue a los baños públicos y allí vio a
Cerinto, líder de una secta herética. Juan salió corriendo de los edificios porque
temía que se cayeran como castigo de Dios. Cerinto enseñaba que Jesús era el
hijo natural de José y María, y no Dios venido en carne.
Las palabras finales de Juan (2 Juan 12, 13) son casi idénticas a su despedida
en 3 Juan, y no requieren explicación. Expresan, eso sí, la importancia de la
comunión cristiana y el gozo que debe dar a nuestros corazones (ve 1 Juan 1:4).
Es maravilloso recibir cartas, pero aun más maravilloso es recibir al pueblo de
Dios en nuestras casas y corazones.
Esta breve epístola, escrita a una madre cristiana y a su familia (y tal vez a la
iglesia en su casa), es una gema perfecta de correspondencia sagrada. Pero no
debemos olvidar el mayor énfasis de la carta: “¡Estén alertas! ¡Hay muchos
engañadores en el mundo!”.
Bosquejo sugerido de la Epístola de 3 Juan

Tema central: Cómo tener un buen testimonio en la iglesia


Versículo clave: 3 Juan 3
I. Gayo, un creyente amado: versículos 1–8
II. Diótrefes, un creyente arrogante: versículos 9, 10
III. Demetrio, un creyente ejemplar: versículos 11, 12
IV. Conclusión: versículos 13, 14

9
Es la Verdad
3 Juan

La batalla por la verdad y contra los apóstatas se libra no solo en el hogar (2


Juan), sino, en especial, en la iglesia local; y allí es donde entra 3 Juan. Esta
breve carta (la epístola más corta del Nuevo Testamento en el griego original) nos
da un vistazo de la iglesia primitiva, su gente y sus problemas. Al leerla, te hallarás
diciendo: “¡Los tiempos no han cambiado mucho!¡Tenemos gente y problemas
similares hoy!”.
Una de las expresiones clave en esta carta es dar testimonio (v. 3, “dieron
testimonio”; vs. 6, 12, “han dado testimonio”, “damos testimonio”). No solo se
refiere a las palabras que decimos, sino a las vidas que vivimos. Todo creyente es
un testigo; sea bueno o malo. Estamos cooperando con la verdad (v. 8) o
estorbándola.
Esta carta se dirige a Gayo, uno de los líderes de la congregación. Pero Juan
también considera a otros dos hombres en estos versículos: Diótrefes y Demetrio.
Dondequiera que hay personas, hay problemas; y el potencial para resolver esos
problemas. Cada uno de nosotros debe, con sinceridad, enfrentar la pregunta:
“¿Soy parte del problema o de la respuesta?”.
Considera a los tres hombres que intervienen en esta carta y observa la clase
de creyentes que eran.

Gayo, el que anima (3 Juan 1–8)


¡No hay duda de que el apóstol Juan quería mucho a este hombre! En su
saludo, lo llama “el amado, a quien amo en la verdad”, y en el versículo 5,
“amado”. Es improbable que estas sean expresiones meramente formales, como
nuestro “Estimado señor Pérez”. (¡A lo mejor, ni siquiera conocemos
personalmente al señor Pérez!) El versículo 4 sugiere que Gayo tal vez era uno de
los convertidos de Juan, y por supuesto, a las personas a quienes llevamos a la fe
en Cristo las queremos de manera especial. Sin embargo, el apóstol amado
miraba a todos los creyentes como sus “hijitos” (1 Juan 2:1, 12, 18), así que no
debemos poner demasiado énfasis en este punto.
Si Gayo fuera miembro de una iglesia en donde yo fuera pastor, ¡por cierto no
tendría problemas para quererlo! Considera las cualidades personales de este
hombre excelente.
Salud espiritual (v. 2). Juan tal vez esté sugiriendo aquí que su amigo querido
estaba enfermo y que él estaba orando por su recuperación: “¡Quiero que tengas
en el cuerpo tanta salud como la tienes en tu alma!”. Si ese es el caso, comprueba
que es posible tener salud espiritual y estar enfermo físicamente. Sin embargo,
esta clase de saludo era muy común en esos días, así que tampoco debemos dar
gran importancia a esto.
No obstante, es claro que Gayo era un hombre cuya “salud espiritual” era
evidente para todos. “Aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el
interior no obstante se renueva de día en día” (2 Corintios 4:16). La salud física es
el resultado de la nutrición, el ejercicio, la limpieza, el descanso apropiado y la
disciplina de una vida equilibrada. La salud espiritual es el resultado de factores
similares. Debemos alimentarnos con la Palabra de Dios y, luego, sacar provecho
de esa nutrición en un ejercicio santo (1 Timoteo 4:6, 7). Debemos mantenernos
limpios (2 Corintios 7:1) y evitar la contaminación del mundo (2 Pedro 1:4;
Santiago 1:27). En tanto que el ejercicio y el servicio son importantes, también lo
es que descansemos en el Señor y recuperemos la fuerza mediante la comunión
con él (Mateo 11:18–30). Una vida equilibrada es una vida saludable y feliz, una
vida que honra a Dios.
Un buen testimonio (vs. 3, 4). A Gayo se lo reconocía como un hombre que
obedecía la Palabra de Dios y “andaba en la verdad” (ve 2 Juan 4). Algunos de los
hermanos habían hecho varias visitas a Juan y, con alegría, le habían informado
que Gayo era un ejemplo reluciente de lo que el creyente debe ser. En mi propia
experiencia pastoral, debo confesar que a veces he sentido cierto recelo cuando la
gente me ha dicho: “¿Es la señora fulana de tal miembro de su iglesia?”. O,
incluso peor: “¡Conozco muy bien a una de las integrantes de la congregación!”.
Juan nunca temía cuando surgía el nombre de Gayo.
¿Qué hacía que Gayo tuviera tan buen testimonio? La verdad de Dios. La
verdad estaba “en él” y eso le permitía andar en obediencia a la voluntad de Dios.
Gayo leía la Palabra, meditaba y se deleitaba en ella, y entonces, la ponía en
práctica en su vida diaria (ve Salmo 1:1–3). Lo que la digestión es al cuerpo, la
meditación es al alma. No basta meramente oír o leer la Palabra. Debemos
“digerirla” y hacerla parte de nuestro ser interior (ve 1 Tesalonicenses 2:13).
Es claro que toda la vida de Gayo estaba envuelta en la verdad. La vida
verdadera proviene de la verdad viviente. Jesucristo, la verdad (Juan 14:6), se
revela en la Palabra de Dios, que es su verdad (Juan 17:17). El Espíritu Santo
también es verdad (1 Juan 5:6) y nos la enseña. El Espíritu de Dios usa la Palabra
de Dios para revelar al Hijo de Dios, y entonces, nos capacita para obedecer la
voluntad de Dios y “andar en la verdad”.
Ministerio práctico (vs. 5–8). Gayo también cooperaba con la verdad (v. 8).
De maneras prácticas, ayudaba a los que ministraban la Palabra. No se indica que
Gayo mismo haya sido predicador o maestro, pero abrió su corazón y su hogar a
los que lo eran.
Hemos aprendido de la segunda carta de Juan la importancia de la
hospitalidad cristiana en esos días. Juan le advirtió “a la señora elegida” que no
alojara a falsos maestros (2 Juan 7–11), pero en esta carta, elogia a Gayo por ser
hospitalario con los verdaderos ministros de la Palabra de Dios. Gayo era un
estímulo, no solo a los hermanos en general, sino, especialmente, a los
“desconocidos” que iban para tener comunión con la iglesia y para ministrar (ve
Hebreos 13:2).
En este día de temor y violencia, no es fácil recibir desconocidos en nuestras
casas. Por supuesto, en la iglesia primitiva, los ministros viajeros llevaban cartas
de recomendación de sus asambleas (Romanos 16:1); así que es importante que
sepamos algo de las personas que planeamos recibir. Sin embargo, esto exige fe
y amor. Por más que a mi esposa y a mí nos encante abrir nuestra casa, debemos
confesar que hubo ocasiones cuando despedir a nuestros invitados nos dio una
sensación de felicidad y alivio. En su mayor parte, sin embargo, nuestros invitados
han sido verdaderamente “ángeles”, cuya presencia fue una bendición en nuestra
casa.
Gayo no solo abrió su casa, sino también su corazón y su mano para ayudar
económicamente a sus invitados. La frase “harás bien en encaminarlos… para que
continúen en su viaje” quiere decir ayudarlos en su viaje. Esto tal vez haya incluido
proveerles dinero y comida, así como lavar y remendar la ropa (ve 1 Corintios
16:6; Tito 3:13). Después de todo, nuestra fe debe demostrarse por nuestras obras
(Santiago 2:14–16), y nuestro amor debe expresarse del mismo modo, no solo con
palabras (1 Juan 3:16–18).
¿Qué motiva este ministerio práctico para los santos? Primero, honra a Dios.
Cuanto más nos sacrificamos para servir a otros, más nos “parecemos a Dios”.
“Para que andéis como es digno del Señor, agradándole en todo” (Colosenses
1:10). Como estos ministros itinerantes representaban el nombre del Señor,
cualquier servicio a favor de ellos era un servicio a Jesucristo (Mateo 10:40;
25:34–40).
Un segundo motivo es que sustentar a los siervos de Dios es un testimonio a
los perdidos (v. 7). Ten presente que había muchos maestros itinerantes en esa
época, que hablaban de sus ideas y pedían dinero. En tanto que el Señor Jesús
enseñó claramente que los siervos de Dios merecen sustento (Lucas 10:7), la
norma en el Nuevo Testamento es que este viene del pueblo de Dios. “Sin aceptar
nada de los gentiles” quiere decir que estos obreros itinerantes no pedían ayuda a
los incrédulos. Abraham tenía la misma norma (Génesis 14:21–24), aunque él no
impuso a sus compañeros que adoptaran esta norma. Cuando se colecta la
ofrenda, muchos pastores dicen claramente que no están pidiendo nada a los
incrédulos de la congregación.
Cuando el pueblo de Dios sustenta en forma adecuada a los siervos de Dios,
eso es un poderoso testimonio ante los perdidos. Pero cuando los ministros,
iglesias y otras organizaciones religiosas se dedican a solicitar recursos a los
inconversos y a diversas empresas, eso hace que el cristianismo se vea barato y
comercial. Esto no quiere decir que los siervos de Dios deban rehusar una ofrenda
voluntaria de una persona que no es convertida, en tanto esta comprenda que la
ofrenda no está comprando la salvación. Incluso entonces, debemos ser cautos.
La oferta del rey de Sodoma era voluntaria, ¡pero Abraham la rechazó! (Génesis
14:17–24).
La tercera motivación para servir es obediencia a Dios. “Nosotros, pues,
debemos acoger a tales personas” (v. 8). Este ministerio de hospitalidad y
sostenimiento no es solo una oportunidad, sino también una obligación. Gálatas
6:6–10 dice con claridad que los que reciben bendiciones espirituales del ministro
de la Palabra de Dios también deben compartir con él las bendiciones materiales;
1 Corintios 9:7–11 explica más este principio. Como un diácono me lo expresó en
la primera iglesia en que fui pastor: “¡Uno paga por la alimentación donde recibe la
comida!”. Es contrario a la Biblia que los miembros de la iglesia envíen sus
diezmos y ofrendas por todo el mundo y descuiden el sustento del ministerio de su
propia iglesia local.
Juan da una cuarta motivación en el versículo 8: “para que cooperemos con la
verdad”. Gayo no solo recibió la verdad y andaba en ella, sino que también era un
“cooperador” que ayudaba a promoverla. No sabemos cuáles eran sus dones
espirituales ni cómo servía en la congregación, pero sí sabemos que Gayo
cooperaba para extender y defender la verdad al ayudar a los que la enseñaban y
predicaban.
En mi propio ministerio itinerante, me he alojado en muchos hogares y me han
animado en mi trabajo. Los anfitriones tal vez no hayan sido personas
especialmente talentosas, pero su ministerio bondadoso de hospitalidad me
permitió ejercer mis dones en la iglesia. ¡Cualquier bendición que haya tenido en
mi ministerio con certeza se acreditará a cuenta de ellos! (Filipenses 4:17).
Una cosa es luchar contra la apostasía y rehusarse a recibir a los falsos
maestros, pero otra muy distinta es abrir nuestras casas (y billeteras) para
promover la verdad. Necesitamos tanto lo negativo como lo positivo. Hacen falta
más personas como Gayo que gozan de salud espiritual, son obedientes a la
Palabra y comparten lo que tienen para promover la verdad. Pero, ay, ¡no todos
son como él! Ahora pasamos a una clase completamente diferente de creyente.

Diótrefes, el dictador (3 Juan 9, 10)


Parece que muchas iglesias tienen miembros que insisten en ser el jefe y
salirse con la suya. Debo confesar que, a veces, es el pastor el que asume
poderes dictatoriales y se olvida de que la palabra “ministro” quiere decir sirviente.
Pero, en ocasiones, es un líder, tal vez alguien que ha sido miembro durante largo
tiempo en la iglesia y que piensa que tiene “derechos por antigüedad”.
Los discípulos de nuestro Señor a menudo discutían cuál de ellos iba a ser el
mayor en el reino (Mateo 18:1 en adelante). Jesús tuvo que recordarles que su
modelo para el ministerio no era el oficial romano que “se enseñoreaba” sobre la
gente, sino el mismo Salvador que vino como siervo humilde (Filipenses 2:1 en
adelante). Durante mis muchos años de ministerio, he visto cambios en el modelo
del servicio, y la iglesia está sufriendo por eso. Parece que el “ministro exitoso” de
hoy es más un magnate comercial que un siervo sumiso. En sus manos, sostiene
un teléfono inalámbrico, no una toalla; en su corazón, hay una ambición egoísta,
no amor por las almas perdidas y las ovejas de Dios.
Diótrefes estaba motivado por el orgullo. En lugar de darle preeminencia a
Jesucristo (Colosenses 1:18), la reclamaba para sí. Tenía la palabra final en
cuanto a todo en la iglesia, y sus decisiones las determinaba solo una cosa: “¿Qué
hará esto por Diótrefes?”. Era muy diferente a Juan el Bautista, quien dijo: “Es
necesario que él [Jesucristo] crezca, pero que yo mengüe” (Juan 3:30). El griego
indica que esta era una actitud constante de Diótrefes para promoverse.
Siempre que una iglesia tenga un dictador en su membresía, habrá problemas,
porque los que tienen mentalidad espiritual no toleran esa clase de liderazgo. El
Espíritu Santo se entristece cuando a los miembros del cuerpo no se les permite
ejercer sus dones porque un miembro quiere salirse con la suya. En el tribunal de
Cristo, descubriremos cuántos corazones fueron partidos e iglesias destruidas
debido a los “ministerios” arrogantes de personas como Diótrefes. Considera lo
que hacía este hombre.
No recibía a Juan (v. 9). Es increíble pensar que un líder de la iglesia
(Diótrefes puede haber sido un anciano) ¡no quería tener comunión con uno de los
propios apóstoles del Señor! ¡Cuánto podría Diótrefes haber aprendido de Juan!
Pero Jesucristo no era preeminente en su vida, y por consiguiente, podía darse el
lujo de tratar así al anciano apóstol.
¿Por qué Diótrefes rechazaba a Juan? La razón evidente parece ser que Juan
cuestionaba el derecho del hombre a ser dictador de la iglesia. Juan era una
amenaza para Diótrefes, porque tenía la autoridad de apóstol. Sabía la verdad en
cuanto a él y estaba dispuesto a darla a conocer. Satanás estaba obrando en la
iglesia porque Diótrefes operaba por orgullo y para su glorificación, dos de las
principales armas del diablo. Si Juan aparecía en la escena, Satanás sería el
perdedor.
Mintió en cuanto a Juan (v. 10a). La frase “parloteando con palabras
malignas contra nosotros” quiere decir presentando acusaciones falsas y vacías
contra nosotros. Lo que Diótrefes estaba diciendo en cuanto a Juan era totalmente
sin sentido, pero hay personas a quienes les encanta tal charla ¡y la creen! Al
parecer, Diótrefes había acusado a Juan en una de las reuniones de la iglesia,
cuando este no estaba presente para defenderse. Pero el apóstol advirtió que
vendría pronto el día cuando arreglaría cuentas con Diótrefes, el dictador.
Los creyentes deben cuidarse de no creer todo lo que leen u oyen en cuanto a
los siervos de Dios, particularmente, sobre aquellos siervos que tienen un
ministerio amplio y son bien conocidos. He dejado de leer ciertas publicaciones
porque lo único que imprimen son acusaciones indocumentadas en cuanto a
personas cuyos ministerios Dios está bendiciendo de una manera singular. Un día,
le mencioné cierta publicación a un amigo mío, y dijo: “Sí, conozco bien al director.
Es como papel secante: lo absorbe todo ¡y lo comprende al revés!”. Haríamos bien
en filtrar estos informes con Filipenses 4:8.
Rechazó a los ayudantes de Juan (v. 10b). Diótrefes no quería ni siquiera
recibir a los demás hermanos porque tenían comunión con Juan. Era “culpa por
asociación”. Es imposible practicar esta clase de “separación” con algún grado de
constancia, ya que nadie puede saber siempre todo lo necesario en cuanto a lo
que aquel hermano está haciendo. Si rehúso tener comunión contigo porque
tienes comunión con alguien a quien yo desapruebo, ¿cómo sé el alcance de esa
comunión? ¿Cómo sigo el rastro de lo que tú has hecho? Se necesitaría una
computadora y personal a tiempo completo si espero tener éxito en mantener pura
toda asociación.
La Biblia dice con claridad que no debemos tener comunión con los apóstatas
(estudiamos esto en 2 Pedro) y que debemos abstenernos de hacer alianza con
los incrédulos (2 Corintios 6:14 en adelante). También debemos evitar a aquellos
cuya posición doctrinal es contraria a la Biblia (Romanos 16:17–19). Esto no
quiere decir que cooperamos solo con los creyentes que interpretan las Escrituras
exactamente como nosotros, porque incluso personas buenas y consagradas
discrepan en algunos asuntos tales como el gobierno de la iglesia o la profecía.
Los verdaderos creyentes pueden concordar en las doctrinas fundamentales de la
fe y, en amor, dar lugar al desacuerdo en otros asuntos.
Sin embargo, interrumpir la comunión personal con un hermano porque
discrepo con su círculo de amigos es, para mí, ir más allá de las Escrituras.
Diótrefes rechazaba a Juan, ¡y entonces, rechazaba a los creyentes asociados
con él! Pero fue incluso más allá.
Disciplinó a los que discrepaban con él (v. 10c). A los miembros de la
iglesia que recibieron a los ayudantes de Juan, ¡los expulsó de la iglesia! De
nuevo, fue una culpa por asociación. Diótrefes no tenía ni la autoridad ni la base
bíblica para expulsar de la iglesia a esas personas, pero lo hizo. ¡Incluso los
“dictadores religiosos” deben tener cuidado de que la oposición no se vuelva
demasiado fuerte!
El Nuevo Testamento enseña la disciplina eclesiástica, y hay que obedecer
esas instrucciones. Pero la disciplina eclesiástica no es un arma para que el
dictador la use para protegerse, sino una herramienta que la congregación debe
usar a fin de promover la pureza y glorificar a Dios. No es un pastor “dándose
demasiada importancia” o una junta de iglesia actuando como policía. Es el Señor
ejerciendo autoridad espiritual mediante una iglesia local a fin de rescatar y
restaurar a un hijo de Dios que se ha descarriado.
Los “dictadores” de la iglesia son gente peligrosa, pero, felizmente, son fáciles
de reconocer. Les gusta hablar de sí mismos y de lo que “han hecho para el
Señor”. También tienen el hábito de juzgar y condenar a los que no están de
acuerdo con ellos. Son expertos en poner rótulos a otros creyentes y clasificarlos
en categorías nítidas de su propia invención. Basan su comunión en
personalidades, no en doctrinas fundamentales de la fe. Lo trágico es que estos
“dictadores” piensan que están sirviendo a Dios y glorificando a Jesucristo.
Ha sido mi experiencia que la mayor parte de la angustia y la división en las
iglesias locales, y entre iglesias, ha resultado de personalidades más que de
cualquier otra cosa. Si tan solo volviéramos al principio del Nuevo Testamento de
hacer de la persona y la obra de Jesucristo nuestra prueba de comunión, antes
que las asociaciones y las interpretaciones de doctrinas secundarias. Pero gente
como Diótrefes siempre tendrá seguidores entusiastas, porque muchos creyentes
sinceros, pero inmaduros, prefieren seguir a tales hombres.
Demetrio, el ejemplo (3 Juan 11–14)
Según un diccionario, un “ejemplo” es un ideal, un modelo, algo digno de
imitar. Demetrio era esa clase de creyente. Juan advirtió a sus lectores que no
imitaran a Diótrefes. “Si quieren imitar un ejemplo, ¡imiten a Demetrio!”.
Pero ¿está bien que imitemos a líderes humanos? Sí, si ellos a su vez están
imitando a Jesucristo. “Hermanos, sed imitadores de mí, y mirad a los que así se
conducen según el ejemplo que tenéis en nosotros” (Filipenses 3:17). “Sed
imitadores de mí, así como yo de Cristo” (1 Corintios 11:1). Tú y yo no podemos
ver a Dios, pero sí observar su obra en la vida de sus hijos. La vida santa y el
servicio dedicado de otros creyentes siempre son de estímulo y ánimo para mí.
Por nuestro buen ejemplo, podemos considerarnos unos a otros “para
estimularnos al amor y a las buenas obras” (Hebreos 10:24).
Demetrio era un hombre digno de imitar porque todos dieron buen testimonio
de él dentro de la comunión de la iglesia. Todos los miembros lo conocían, lo
querían, y daban gracias a Dios por su vida y ministerio constantes. En tanto que
es peligroso que “todos los hombres hablen bien de vosotros” (Lucas 6:26), es
maravilloso cuando todos los creyentes de una iglesia local están de acuerdo para
elogiar tu vida y tu testimonio. Si todos, salvos y perdidos, buenos y malos, hablan
bien de nosotros, tal vez signifique que estamos haciendo concesiones y
aparentando.
Pero Demetrio no solo tenía un buen testimonio de los creyentes de la iglesia,
sino también buen testimonio de la Palabra (la verdad) misma. Como Gayo,
andaba en la verdad y obedecía la Palabra de Dios. Esto no quiere decir que eran
perfectos, pero sí que eran coherentes en sus vidas, procurando honrar al Señor.
Tanto la iglesia como la Palabra daban testimonio de la vida cristiana de
Demetrio, y también el apóstol Juan. (Esto quiere decir que Demetrio
probablemente estaba en problemas con Diótrefes.) El apóstol amado sabía de
primera mano que Demetrio era un hombre de Dios, y no se avergonzaba de
confesarlo.
Juan había advertido que iba a visitar a la iglesia y confrontar a Diótrefes (v.
10), y sin duda, tanto Gayo como Demetrio estarían con él para oponerse al
“dictador”. Eran la clase de hombres que respaldaban la verdad y se sometían a la
autoridad espiritual auténtica. Como seguían la verdad, otros creyentes podían
imitarlos con seguridad.
La conclusión de esta carta (vs. 13, 14) es similar a la de 2 Juan, y tal vez era
una forma habitual de terminarlas en los días de Juan. El apóstol planeaba visitar
la iglesia “en breve” (pronto), lo que, por cierto, era una advertencia para Diótrefes
y un estímulo para Gayo y Demetrio. El amado Juan tenía “muchas cosas” que
hablar con la congregación y sus líderes, cosas que prefería tratar personalmente
antes que por carta.
“La paz sea contigo” (v. 14) debe de haber sido una bendición realmente
alentadora para Gayo. Sin duda, su corazón y mente estaban angustiados debido
a la división de la iglesia y la manera carnal en que Diótrefes ultrajaba a sus
miembros. George Morrison, de Glasgow, escribió: “La paz es poseer los recursos
adecuados”. El creyente puede disfrutar de “la paz de Dios” porque tiene recursos
adecuados en Jesucristo (Filipenses 4:6, 7, 13, 19).
Juan se preocupaba por enviar saludos de los creyentes de las iglesias con las
que estaba asociado en ese tiempo: “Los amigos te saludan.” Qué bendición tener
amigos creyentes. Cuando llegó cerca de Roma, algunos de los hermanos fueron
a recibirlo, “y al verlos, Pablo dio gracias a Dios y cobró aliento” (Hechos 28:15).
Tanto Pablo como Juan no solo eran ganadores de almas, sino que también se
hacían de amigos. Diótrefes era tan dictatorial que tenía cada vez menos amigos,
pero Juan los acumulaba al hablar del amor de Cristo.
“Saluda tú a los amigos, a cada uno en particular”. El anciano apóstol no quería
escribir una carta larga; además, planeaba visitarlos. Pablo a veces terminaba sus
cartas con una lista de saludos personales (ve Romanos 16), pero Juan no hizo
eso, por lo menos, en esta carta. Quería que Gayo saludara a sus amigos en
forma personal e individualmente, como si él mismo estuviera haciéndolo. Juan no
se preocupaba solamente por la iglesia, sino también por los individuos dentro de
ella.
Es interesante contrastar estas dos breves cartas y ver el equilibrio de la
verdad que Juan presentó. La segunda epístola de Juan fue escrita a una mujer
piadosa en cuanto a su familia, en tanto que 3 Juan estaba dirigida a un hombre
piadoso respecto a su iglesia. Juan advirtió a “la señora elegida” en cuanto a los
falsos maestros de afuera, pero previno a Gayo en relación a los líderes
dictatoriales dentro de la comunión. Los falsos maestros de 2 Juan apelaban al
amor para poder negar la verdad, en tanto que Diótrefes apelaba a la verdad
mientras, sin amor, atacaba a los hermanos.
Qué importante es andar “en verdad y en amor” (2 Juan 3) y sostener la verdad
en amor (Efesios 4:15). Afirmar que uno ama la verdad y, sin embargo, aborrece a
los hermanos es demostrar ignorancia sobre lo que significa la vida cristiana.
Cuando el pueblo de Dios ama a Dios, la verdad y unos a otros, el Espíritu de
Dios puede obrar en esa congregación para glorificar a Jesucristo. Pero cuando
algún miembro de esa iglesia, inclusive el pastor, se enorgullece y trata de tener
“la preeminencia”, el Espíritu se entristece y no puede bendecir. La iglesia puede
aparecer exitosa por fuera, pero por dentro, carece de la verdadera unidad del
Espíritu que forma una comunión saludable.
Necesitamos más personas como Gayo y Demetrio, ¡y menos como Diótrefes!

Bosquejo sugerido de la Epístola de Judas

Tema central: Venciendo a los apóstatas


Versículos clave: Judas 3, 4
I. Introducción: versículos 1, 2
II. La alarma: versículos 3, 4
III. El argumento: versículos 5–16
IV. La amonestación: versículos 17–25

10
¡Un Llamado a las Armas!
Judas 1–7

Como el autor de esta epístola era hermano de Jacobo, esto lo haría medio
hermano de nuestro Señor Jesucristo (ve Marcos 6:3). Los hermanos carnales de
nuestro Señor no creían en él durante su ministerio (Juan 7:5). Pero después de la
resurrección, Jacobo se convirtió (ve 1 Corintios 15:7), y tenemos toda la razón
para creer que Judas también fue salvo en ese tiempo. Hechos 1:14 nos informa
que “sus hermanos” eran parte del grupo que oraba y esperaba al Espíritu Santo;
1 Corintios 9:5 indica que “los hermanos del Señor” eran conocidos en la iglesia
primitiva.
Eso basta para identificar al autor. ¿Por qué escribió Judas esta carta? ¡Para
advertir a sus lectores que los apóstatas ya estaban en escena! Pedro había
profetizado que vendrían (2 Pedro 2:1–3; 3:3 en adelante), y su profecía se había
cumplido. Al parecer, Judas escribió a los mismos creyentes que habían recibido
las cartas de Pedro, procurando estimularlos y recordarles que tomaran en serio
las advertencias de Pedro. Descubrirás varios paralelos entre Judas y 2 Pedro al
estudiar esta fascinante, pero descuidada carta.
Judas escribió para exhortarlos (v. 3). En el griego, esta palabra se usaba para
describir al general que da órdenes al ejército, y de aquí que la atmósfera de su
carta es “militar”. Judas había empezado a escribir una tranquila carta devocional
en cuanto a la salvación, pero el Espíritu lo llevó a dejar a un lado su arpa y tocar
el clarín. La Epístola de Judas es un llamado a las armas.

El ejército (Judas 1, 2)
El capitán del ejército es Jesucristo, y los soldados a los que manda son los
que tienen un “común salvación” por fe en él. Judas los llamó “santos” (Judas 3),
que simplemente quiere decir apartados. Se dirige a ellos como “santificados”,
que, de nuevo, quiere decir apartados. (Algunos manuscritos dicen “amados en
Dios Padre”.) Tal vez hay un eco aquí de 1 Pedro 1:2 en donde se ve a todas las
tres personas de la Deidad involucradas en nuestra salvación.
Por cierto que la salvación empieza en el corazón de Dios y no en la voluntad
del hombre (Romanos 9:16). Los misterios de la gracia soberana de Dios en la
elección están fuera de nuestro alcance en esta vida y nunca lo entenderemos
hasta que entremos en su gloriosa presencia. Por eso, somos sabios al no
hacerlos base de discusiones y divisiones. “Las cosas secretas pertenecen a
Jehová nuestro Dios” (Deuteronomio 29:29).
En 2 Tesalonicenses 2:13, 14, dice con claridad que el mismo Dios que nos
escogió también nos apartó por el Espíritu y luego nos llamó por el evangelio para
que confiáramos en Jesucristo. La elección y el llamamiento del Señor van juntos,
porque el Dios que ordena el fin (nuestra salvación) también determina el medio
hacia ese fin (alguien que nos invita a confiar en Cristo). No entendemos cómo el
Espíritu de Dios estaba obrando en nuestras vidas antes de nuestra conversión,
pero aun así, estaba haciéndolo para “apartarnos” para Jesucristo.
Los santos de Dios no solo son apartados, sino también “guardados”. Esto
quiere decir cuidadosamente vigilados y protegidos. El creyente está seguro en
Jesucristo. La misma palabra se usa en Judas 6 y 13 (“guardado”; “reservada”) y
también en Judas 21 (“conservaos”). Dios está reservando a los ángeles caídos y
a los apóstatas para el juicio, pero está guardando a sus hijos para la gloria.
Mientras tanto, él puede guardarnos en nuestro andar diario para que no
tropecemos.
Como son apartados y guardados, los soldados de Dios reciben sus mejores
bendiciones: misericordia, paz y amor. Como el apóstol Pedro, Judas quería que
estas bendiciones especiales se multiplicaran en las vidas de ellos (1 Pedro 1:2; 2
Pedro 1:2). Dios, en su misericordia, no nos da lo que nos merecemos. Más bien,
aplicó nuestro castigo sobre su Hijo en la cruz. “Ciertamente llevó él nuestras
enfermedades, y sufrió nuestros dolores.… Mas él herido fue por nuestras
rebeliones, molido por nuestros pecados” (Isaías 53:4, 5).
Debido a la obra de Cristo en la cruz, los creyentes disfrutan de paz. La
persona perdida está en guerra contra Dios y no puede agradarlo (Romanos 8:7,
8); pero cuando confía en el Salvador, la guerra termina y recibe la paz divina
(Romanos 5:1).
También tiene el amor de Dios (Romanos 5:5). La cruz es la demostración
divina del amor (Romanos 5:8), pero su amor no se experimenta mientras el
Espíritu no entre en el corazón que cree. Conforme el creyente crece en su vida
espiritual, profundiza una relación de amor (Juan 14:21–24).
Ciertamente, los que conocen a Jesucristo como su Salvador disfrutan de una
posición única. Son llamados por Dios para ser apartados para Dios a fin de que
puedan disfrutar del amor con Dios. En tanto que su comunión con el Padre puede
cambiar de día en día, su relación como hijos no puede hacerlo. Son “guardados
en Jesucristo”. Como Judas escribiría bastante en esta carta sobre pecado y el
juicio, tuvo cuidado al principio de definir el lugar especial de los creyentes en el
corazón y el plan de Dios. Los apóstatas van a pecar, caer y sufrir condenación;
pero los verdaderos creyentes serán guardados seguros en Jesucristo por toda la
eternidad.
Vale la pena repetir que el apóstata no es un verdadero creyente que ha
abandonado su salvación, sino una persona que ha profesado recibir la verdad y
confiar en el Salvador, y luego se aleja de “la fe que ha sido una vez dada a los
santos” (v. 3). Judas no contradice lo que Pedro escribió, y Pedro dijo con claridad
que los apóstatas no eran ovejas de Dios, sino puercos y perros (2 Pedro 2:21,
22). El puerco había sido limpiado por fuera, y el perro por dentro, pero a ninguno
le había sido dada la nueva naturaleza que caracteriza a los verdaderos hijos de
Dios (2 Pedro 1:3, 4).
Aquí, entonces, tenemos el “ejército espiritual” al que Judas se dirige. Si has
confiado en Jesucristo, ya estás en este ejército. Dios no está buscando
voluntarios; ¡él ya te ha alistado! La pregunta no es: “¿seré soldado?”, sino: “¿voy
a ser un soldado leal?”.
Isaac Watts predicó una vez sobre 1 Corintios 16:13: “Velad, estad firmes en la
fe; portaos varonilmente, y esforzaos”. Cuando publicó el sermón, le añadió un
poema; y lo cantamos hoy como uno de nuestros cantos espirituales.
¿Soy yo soldado de Jesús
Y siervo del Señor?
No temeré llevar la cruz,
Sufriendo por su amor.
Lucharon otros por la fe;
Valiente anhelo ser.
Por mi Señor yo pelearé,
Confiando en su poder.

El enemigo (Judas 3, 4)
Ya hemos notado que Judas se dispuso a escribir una carta de estímulo acerca
de la “común salvación”. El nombre “Judas” (Judá) quiere decir alabanza, y él
anhelaba alabar a Dios y regocijarse en la salvación que él da en Jesucristo. Pero
el Espíritu de Dios le hizo cambiar de parecer y lo guió a escribir sobre la guerra
contra la fuerzas del mal en el mundo. ¿Por qué? Porque era “necesario” para la
iglesia.
Debo confesar que entiendo a Judas. En mi ministerio, preferiría mucho más
animar a los santos que declarar guerra contra los apóstatas. Pero cuando el
enemigo está en el campo, los centinelas no se atreven a dormir. La vida cristiana
es un campo de batalla, no un patio de recreo.
Judas no desperdició tiempo en identificar al enemigo.
Eran impíos (v. 4b). Esta es una de las palabras favoritas de Judas. Aunque
estos hombres aducían pertenecer a Dios, eran, en verdad, impíos en su
pensamiento y vida. Tal vez hayan tenido “apariencia de piedad”, pero les faltaba
la fuerza de la santidad que vive en el verdadero creyente (2 Timoteo 3:5).
Eran engañadores (v. 4c). Ellos “han entrado encubiertamente”. La expresión
griega quiere decir escurrirse en secreto, robar solapadamente. A veces, los
agentes secretos de Satanás “son introducidos en secreto” por los que ya están
adentro (Gálatas 2:4), pero estos hombres entraron por cuenta propia. Pedro
advirtió que vendrían (2 Pedro 2:1), y ahora habían llegado a la escena.
¿Cómo pudieron falsos hermanos introducirse en las verdaderas
congregaciones de los santos? ¡Los soldados se habían dormido en su puesto!
Los líderes espirituales de las iglesias se habían vuelto complacientes y
descuidados. Esto explica por qué Judas tuvo que “tocar la trompeta” para
despertarlos. Nuestro Señor y sus apóstoles advirtieron que los falsos maestros
surgirían, y sin embargo, las iglesias no hicieron caso a las advertencias. Es triste
decirlo, pero algunas iglesias no están prestando atención a las advertencias
tampoco hoy.
Eran enemigos de la gracia de Dios (v. 4d). ¿Por qué entraron en las
iglesias? Para intentar cambiar la doctrina y convertir “en libertinaje la gracia de
nuestro Dios” (v. 4). La palabra “libertinaje” simplemente quiere decir perversidad;
ausencia de restricción moral, indecencia. La persona libertina piensa solamente
en satisfacer sus deseos sensuales, y todo lo que toca queda manchado por sus
viles apetitos. El libertinaje es una de las obras de la carne (Gálatas 5:19) que
proceden del corazón perverso del ser humano (Marcos 7:21, 22).
Pedro ya había advertido que estos apóstatas argumentarían: “Ustedes ya han
sido salvados por gracia, así que son libres para hacer lo que les plazca”.
Prometían libertad a la gente, pero era la clase de libertad que lleva a una terrible
esclavitud (2 Pedro 2:13, 14, 19). Los lectores a los que tanto Pedro como Judas
se dirigieron sabían lo que Pablo había escrito (2 Pedro 3:15, 16), así que
deberían haberse fortificado con Romanos 6 y 1 Corintios 5–6.
Los apóstatas, como los seguidores de las sectas hoy, usan la Palabra de Dios
para promover y defender sus falsas doctrinas. Seducen a los creyentes jóvenes e
inmaduros que todavía no se han cimentado en las Escrituras. Todo soldado de la
cruz necesita recibir entrenamiento básico en una iglesia local para saber cómo
usar las armas de la guerra espiritual (2 Corintios 10:4, 5).
Negaban la verdad de Dios (v. 4e). “Aun negarán al Señor que los rescató”,
había advertido Pedro (2 Pedro 2:1). Judas no estaba refiriéndose a dos personas
diferentes cuando escribió “a Dios el único soberano, y a nuestro Señor
Jesucristo”, porque la construcción en griego exige que los dos nombres se
refieran a la misma persona. En otras palabras, estaba afirmando fuertemente la
deidad de Jesucristo. Jesucristo es Dios.
Pero los apóstatas lo negarían. Concordarían en que Jesucristo fue un buen
hombre y un gran maestro, pero no que era el Dios eterno venido en carne
humana. La primera prueba para cualquier maestro religioso, como hemos visto,
es: “¿Qué piensas de Jesucristo? ¿Es él Dios venido en carne?”. Todo el que
niega esta doctrina cardinal es un falso maestro, por más acertado que pudiera
estar en otros asuntos. Si niega la deidad de Cristo, siempre falta algo en lo que
sea que afirme.
Estaban destinados a la condenación (v. 4a). Judas no escribió que estos
hombres estaban destinados a convertirse en apóstatas, como si Dios fuera
responsable de su pecado. Ellos se volvieron apóstatas porque voluntariamente se
alejaron de la verdad. Pero el Señor ordenó que tales personas serían juzgadas y
condenadas. Los profetas del Antiguo Testamento denunciaron a los falsos
profetas de su día, y tanto Jesucristo como los apóstoles pronunciaron juicio sobre
ellos.
¿Por qué deberían estos hombres ser juzgados por Dios? Para empezar,
¡habían negado a su Hijo! ¡Esta es razón suficiente para condenarlos! Pero
también contaminaron al pueblo de Dios enseñándoles que la gracia de Dios les
permitía practicar el pecado. Es más, se mofaban de la doctrina de la venida de
Cristo (2 Pedro 3): “¿Dónde está la promesa de su venida?”. Se mofaban de la
misma promesa de la venida de Cristo y del juicio de Dios contra los impíos.
Por supuesto, ellos hacían todo esto socapa de religión, y esto hacia que su
pecado fuera incluso mayor. Engañaban a inocentes para quitarles su dinero y
disfrutarlo en una vida impía. Jesús los comparó a lobos vestidos de ovejas
(Mateo 7:15).
¿Cómo, entonces, debe la iglesia responder ante la presencia de este insidioso
enemigo? Contendiendo ardientemente por la fe.
La fe se refiere al cuerpo de doctrina dado por Dios por medio de los apóstoles
a la iglesia cristiana. La palabra “doctrina” se halla por lo menos dieciséis veces en
las Epístolas Pastorales. Pablo amonestó tanto a Timoteo como a Tito a que se
cercioraran de que a los creyentes se les estuviera enseñando “doctrina sana”; es
decir, doctrina sólida, una enseñanza que promueve la salud espiritual de la iglesia
local. En tanto que maestros y predicadores pueden discrepar en forma individual
en puntos menores de teología, hay un cuerpo básico de verdad al cual todo
verdadero creyente está comprometido.
Este cuerpo de verdad “ha sido dado” (v. 3) a los santos. La expresión quiere
decir les ha sido confiada. La iglesia colectivamente y cada creyente en lo
personal tienen una mayordomía que desempeñar. “Sino que según fuimos
aprobados por Dios para que se nos confiase el evangelio, así hablamos” (1
Tesalonicenses 2:4). Dios le encomendó a Pablo la verdad (1 Timoteo 1:11), y él
se la comunicó a otros, tales como Timoteo (1 Timoteo 6:20). Lo exhortó para que
encomendara la palabra a otros hombres fieles (2 Timoteo 2:2). Tú y yo no
tendríamos la palabra hoy si no hubiera sido por creyentes fieles a través de los
siglos que guardaron este precioso depósito y lo invirtieron en otros.
La iglesia siempre está a una corta generación de extinguirse. Si nuestra
generación no guarda la verdad y no se la confiamos a nuestros hijos, eso será el
fin. Pensar en los santos y mártires que sufrieron y murieron para que nosotros
pudiéramos tener la verdad de Dios hace que uno quiera tomar su lugar en el
ejército de Dios y ser fiel hasta la muerte.
¿Qué quiere decir “contender por la fe”? La expresión griega es un término
atlético de donde deriva la palabra “agonizar”. Es el cuadro de un atleta dedicado
que compite en los juegos griegos y obliga a sus nervios y músculos a hacer lo
mejor para ganar. Nunca se libran las batallas del Señor desde una mecedora o
una cama mullida. Tanto el soldado como el atleta deben concentrarse en hacer lo
mejor y darlo todo. También debe haber trabajo en equipo; los creyentes
trabajando juntos para atacar y derrotar al enemigo.
A veces, oigo a personas bien intencionadas que dicen: “Pues claro, está bien
contender por la fe, ¡pero no seas contencioso!”. Aunque es verdad que algunos
de los soldados de Dios han sido causa de peleas y divisiones, también es cierto
que otros han pagado un gran precio por defender la fe. Como soldados cristianos
no debemos pelear unos contra otros ni andar buscando problemas. Pero cuando
el estandarte de Cristo está en peligro de que el enemigo lo tome, no podemos
quedarnos sentados sin hacer nada ni tampoco podemos esperar ganar la victoria
usando guantes de seda.
Carlos Spurgeon dijo una vez que “las nuevas nociones no son la verdad
antigua en un mejor vestido, sino errores mortales con los que no podemos tener
comunión”. La falsa doctrina es un veneno mortal que hay que identificar, rotular y
evadir. También afirmó: “No puedo aguantar la falsa doctrina, por más nítida que
se me la presente. ¿Piensas que debería comer carne envenenada porque la
bandeja es la más elegante?”.
Siempre debemos hablar la verdad en amor, y las armas que usamos deben
ser espirituales. Al mismo tiempo, debemos atrevernos a adoptar nuestra posición
por “la fe”, aunque ofenda a algunos y moleste a otros. No estamos luchando
contra enemigos personales, sino contra los del Señor. Es el honor y la gloria de
Jesucristo lo que está en juego. “Pelea la buena batalla de la fe” (1 Timoteo 6:12).

La victoria (Judas 5–7)


Como el apóstol Pedro, Judas acude a la historia del Antiguo Testamento y da
tres ejemplos de la victoria de Dios sobre los que han resistido su autoridad y se
han alejado de la verdad. Pedro se refirió a los ángeles caídos, a Noé y a Lot (2
Pedro 2:4–9), y siguió el orden histórico. También recalcó la liberación divina de
los rectos y el juicio de Dios sobre los impíos. Judas, sin embargo, no mencionó ni
a Noé ni el diluvio, sino que usó a la nación de Israel como ejemplo.
El punto que estaba recalcando es que Dios juzga a los apóstatas. Por
consiguiente, los falsos maestros que se habían introducido en la iglesia también
serían juzgados algún día. Su aparente éxito no duraría; Dios tendría la última
palabra.
Israel (v. 5). Tanto Pablo (1 Corintios 10) y el autor de Hebreos (Hebreos 3–4)
usaron las experiencias de Israel para ilustrar importantes verdades espirituales.
La nación fue librada de Egipto por el poder de Dios y llevada a la frontera de la
Tierra Prometida. Pero el pueblo tuvo miedo y le faltó fe para entrar en ella y
poseerla (ve Números 13–14). Moisés, Josué y Caleb trataron de animar a los
israelitas a que obedecieran a Dios por fe, pero se rehusaron. Es más, los líderes
de las tribus incluso querían organizarse y volver a Egipto, ¡el lugar de esclavitud!
Fue una rebelión contra la voluntad y la Palabra de Dios, y él no puede
tolerarla. Como resultado, todos los de veinte años o más quedaron destinados a
morir en algún momento en los siguientes cuarenta años. Su incredulidad los llevó
a la exterminación.
Ten presente que Judas estaba usando un evento histórico como ilustración, y
no debemos dar tanta importancia a cada detalle. Toda la nación fue liberada de
Egipto, pero eso no quiere decir que todo individuo fue salvo personalmente por fe
en el Señor. El punto principal del relato es que los privilegios suponen
responsabilidades, y Dios no puede tomar a la ligera los pecados de su pueblo. Si
alguno de los lectores de Judas se atrevía a seguir a los falsos maestros, ellos
también enfrentaban la disciplina de Dios. “Así que, el que piensa estar firme, mire
que no caiga” (1 Corintios 10:12).
Los ángeles caídos (v. 6). Estudiamos esta ilustración en 2 Pedro 2:4, pero
Judas parece añadirle una nueva dimensión asociando la caída de los ángeles
con la destrucción de Sodoma y Gomorra (v. 7, “como… de la misma manera”).
Algunos eruditos de la Biblia opinan que Judas estaba enseñando sobre no solo
una revuelta de los ángeles contra Dios, sino también acerca de una invasión de la
tierra por parte de estos ángeles caídos. Señalan Génesis 6:1–4 y dicen que “los
hijos de Dios” eran ángeles caídos que tomaron cuerpos humanos, cohabitaron
con las hijas de los hombres y así produjeron una raza de gigantes en la tierra.
Esta fue una de las razones por las que Dios envió el diluvio.
Por atractiva y popular que sea esta noción, debo confesar que hallo difícil
aceptarla. Es cierto que “los hijos de Dios” es un título para los ángeles (Job 1:6;
2:1; 38:7), pero siempre para ángeles no caídos. ¡Llamaría el Espíritu Santo,
escribiendo por medio de Moisés, a los ángeles rebeldes “hijos de Dios”? Lo dudo.
Mi segundo problema es que los ángeles son espíritus y no tienen cuerpo. En
el registro del Antiguo Testamento, leemos de ángeles que se aparecieron en
forma humana, pero esto no fue una encarnación. ¿Cómo podría un ser espiritual
tener una relación física con una mujer, aun si se da por sentado un cuerpo
temporal de alguna clase? Nuestro Señor enseñó que los ángeles son asexuados
(Mateo 22:30).
Tercero, parece que Dios envió el diluvio por lo que el hombre hizo, no los
ángeles. “No contenderá mi espíritu con el hombre para siempre,… Y vio Jehová
que la maldad de los hombres era mucha en la tierra,… Y se arrepintió Jehová de
haber hecho hombre en la tierra” (Génesis 6:3, 5, 6, cursivas mías). Si la noción
de los “ángeles caídos” es correcta, ¡Dios debería haberse arrepentido de haber
creado a los ángeles!
Cuarto, las frases “como… de la misma manera” en Judas 7 no deben
interpretarse como que los ángeles hicieron lo que Sodoma hizo, es decir, “en pos
de vicios contra naturaleza”. Observa la conexión gramatical en el versículo y este
el mensaje: “así como Sodoma y Gomorra… de la misma manera son puestos por
ejemplo”. Los ángeles son un ejemplo del castigo de Dios, y lo mismo sucede con
Sodoma y Gomorra.
Podría añadir que Génesis 6:4 presenta un fuerte argumento en contra de la
noción de que los ángeles caídos cohabitaron con mujeres y produjeron una raza
de gigantes. “Había gigantes en la tierra en aquellos días, y también después”
(cursivas mías). ¡Esto significaría que una segunda invasión de ángeles caídos
tendría que haber ocurrido! No tenemos registro de esto en las Escrituras.
Por último, tanto Pedro como Judas indican con claridad que estos ángeles
rebeldes están encadenados en oscuridad y guardados para el juicio. Tendrían
que haber invadido la tierra antes de que Dios los detuviera y encarcelara. Nos
preguntamos por qué Dios iba a permitirles andar sueltos lo suficiente como para
arrastrar a las mujeres al pecado y ayudar a causar el gran diluvio. Toda esta
explicación, aunque la sostienen maestros a quienes respeto, me parece, más
bien, una fantasía. La explicación más sencilla de Génesis 6 es que la línea santa
de Set (“los hijos de Dios”) empezó a mezclarse con la línea impía de Caín, y esto
derribó las murallas de separación, lo cual generó concesiones y, a la larga, un
pecado degradante. Pero, independientemente de cuál interpretación aceptes, ten
presente la lección principal: los ángeles se rebelaron y fueron castigados por su
rebelión.
Sodoma y Gomorra (v. 7). Tanto Pedro como Judas indican que Dios hizo de
estas ciudades un ejemplo para advertir a los impíos que él, en efecto, juzga el
pecado (observa 2 Pedro 2:6). Cuando se combinan estas descripciones, se
descubre que los pobladores de Sodoma y Gomorra (y de las otras ciudades
afectadas) fueron: impías, inmundas, perversas, inicuas, injustas y fornicarias. No
es que ocasionalmente cometían pecados sexuales contra naturaleza, sino que
disfrutaban de ellos y se entregaban a perseguir la lujuria. El verbo griego muestra
intensidad: “dedicarse a la excesiva inmoralidad”. Esa era su forma de vida… ¡y de
muerte!
En el griego, la frase “ir en pos de vicios contra naturaleza” literalmente es
carne extraña, o carne diferente. Su vida se inclinaba constantemente hacia abajo,
dedicándose a actos contra naturaleza (ve Romanos 1:24–27). Los que sostienen
la interpretación de “ángeles caídos” en Génesis 6 hacen que esta “carne extraña”
se refiera a los ángeles en forma humana, pero ¿cuándo los ángeles invadieron
Sodoma y Gomorra? Y, si se supone que son ángeles caídos, ¿cómo puede su
pecado y el pecado de los sodomitas aplicarse a nosotros hoy, ya que no tenemos
ángeles caídos que nos tienten ni seduzcan? En verdad, los hombres a la puerta
de la casa de Lot querían tener relaciones sexuales con huéspedes angelicales,
pero los sodomitas no sabían que eran ángeles. Otra posibilidad es que los
sodomitas eran culpables no solo de relaciones sexuales contra naturaleza entre
sí, sino también con animales, que sería la “carne extraña”. Dios condena tanto la
homosexualidad como el bestialismo (Levítico 18:22–25).
Estas ciudades fueron puestas por Dios como ejemplo y advertencia para los
impíos de hoy. El verbo “fueron puestas” quiere decir expuestas abiertamente a la
vista del público. (En forma muy interesante, la palabra se usaba para describir un
cadáver durante el velorio.) Pero las ciudades de la llanura no están hoy a la vista
del público. Los arqueólogos en general concuerdan que Sodoma y Gomorra
están enterradas debajo del extremo sur del mar Muerto. ¿Cómo, entonces, sirven
como ejemplo? En las páginas de la Palabra de Dios. Nadie puede leer Génesis
18–19 sin ver claramente que Dios aborrece el pecado y que, al mismo tiempo,
tiene paciencia y buena disposición para posponer el castigo. Esto ciertamente se
relaciona con la explicación de Pedro de lo que parece tardanza de Dios para
cumplir la promesa del retorno de Cristo (2 Pedro 3:8 en adelante).
El pecado de Israel fue la incredulidad rebelde (Hebreos 3:12). El pecado de
los ángeles fue rebelión contra el trono de Dios. El pecado de Sodoma y Gomorra
fue dedicarse a la lujuria contra naturaleza. Incredulidad, rebelión contra la
autoridad e indulgencia sexual eran pecados característicos de los falsos
maestros. La conclusión es evidente: los apóstatas serán juzgados. Pero, mientras
tanto, los soldados de Dios deben estar en guardia y vigilar para que estos falsos
maestros no se introduzcan en las filas y empiecen a descarriar a la gente. “Ten
cuidado de ti mismo y de la doctrina” (1 Timoteo 4:16).
¿Qué podemos hacer en la práctica para oponernos al enemigo y mantener la
pureza y unidad de la iglesia? Por un lado, debemos conocer la Palabra de Dios y
tener el valor de defenderla. Toda la iglesia local debe ser un instituto bíblico, y
todo creyente debe ser un estudiante de la Biblia. El púlpito necesita declarar la
verdad positiva tanto como denunciar el error.
Segundo, debemos “velar y orar”. ¡El enemigo ya está aquí y no nos atrevemos
a dormir! Los líderes espirituales de las congregaciones locales deben estar
alertas al entrevistar candidatos para el bautismo y la membresía de la iglesia. Los
comités necesitan buscar la mente de Cristo al nombrar maestros para la escuela
dominical, obreros del ministerio de jóvenes y otros líderes de la iglesia. Las
congregaciones necesitan ejercer discernimiento al seleccionar su personal.
Tercero, las congregaciones y los miembros deben tener cuidado de dónde
envían su dinero. “¿Al impío das ayuda, y amas a los que aborrecen a Jehová?”
(ve 2 Crónicas 19:2).
Por último, debemos tener el valor de mantener una posición de separación
bíblica de los que niegan a Cristo y las doctrinas fundamentales de la Palabra de
Dios (Romanos 16:17–20; 2 Timoteo 2:15 en adelante; 2 Juan 6–11). Esto no
quiere decir que nos separemos de otros creyentes por diferencias doctrinales
menores o que practiquemos la “culpabilidad por asociación”. El verdadero ejército
de Dios necesita estar unido en la batalla por la verdad.
¿Has prestado atención al llamado a las armas?

11
¡Les Presento a los Apóstatas!
Judas 8–16

Judas no se limitó a recordarles a sus lectores que prestaran atención a lo que


Pedro había escrito. Quería añadir sus propias palabras de advertencia al describir
cómo eran los falsos maestros y lo que harían a la iglesia. El Espíritu de Dios lo
guió a describir las características de los apóstatas, reforzando las palabras de
Pedro y, al mismo tiempo, añadiendo información. Judas 8–16 y 2 Pedro 2 son
paralelos y se suplementan entre sí.
Pero ¿por qué esta repetición al parecer innecesaria? El apóstol Pablo da la
respuesta: “A mí no me es molesto el escribiros las mismas cosas, y para vosotros
es seguro” (Filipenses 3:1). Los padres repiten advertencias e instrucciones a sus
hijos, y a veces, los hijos responden: “¡Ya lo sé! ¡Me lo has dicho un millón de
veces!”. Pero los padres sabios saben que algunas cosas tienen que ser dichas
vez tras vez para seguridad y bienestar de sus hijos… ¡sea que quieran oírlas o
no!
Todo lo que Judas escribió en cuanto los apóstatas en estos versículos puede
resumirse en tres afirmaciones.

Rechazan la autoridad divina (Judas 8–11)


Toda autoridad viene del trono de Dios, sea en el hogar, en la iglesia o en el
estado. Los que ejercen autoridad deben primero estar bajo autoridad, rindiendo
cuentas a Dios. Pero los falsos maestros rechazan la autoridad divina y se ponen
a sí mismos como su propia autoridad.
La causa de su rebelión se halla en la palabra “soñadores” (v. 8). Estos viven
en un mundo de ensueño, irreal e ilusorio. Creen la mentira de Satanás: “Serán
como dioses” (Génesis 3:5). Tras haberse alejado de la verdad de Dios, alimentan
su mente con falsa doctrina que infla su ego y estimula su rebelión. Judas 10 nos
informa que los apóstatas son ignorantes que no saben de qué están hablando.
Judas hace eco de la descripción de Pedro de estos hombres como “animales
irracionales” (2 Pedro 2:12, 22). Los animales viven por instinto natural, y los
apóstatas también. Cuando los hombres se rebelan contra Dios, se hunden al
nivel de las bestias.
Judas describe con claridad el curso de su rebelión. Como resultado de esa
rebelión y orgullo, “mancillan la carne”, viviendo para satisfacer sus lujurias
animales. Cuando la persona menosprecia la autoridad de Dios, se siente libre
para desobedecer las leyes divinas y vivir como se le antoja. Se olvida que esas
leyes tienen penas adjuntas, de modo que no pueden desobedecer y escapar de
las consecuencias.
También usan sus lenguas para expresar su rebelión contra Dios. “Por nuestra
lengua prevaleceremos; nuestros labios son nuestros; ¿quién es señor de
nosotros?” (Salmo 12:4). La palabra “blasfeman” en Judas 8 quiere decir hablar
mal. La blasfemia incluye mucho más que tomar el nombre de Dios en vano,
aunque esto es su esencia. Una persona blasfema contra Dios cuando toma su
Palabra a la ligera e incluso hace bromas al respecto, o cuando, en forma
deliberada, desafía a Dios a que lo juzgue. “Ponen su boca contra el cielo, y su
lengua pasea la tierra… y dicen: ¿Cómo sabe Dios? ¿Y hay conocimiento en el
Altísimo?” (Salmo 73:9, 11).
La consecuencia de su rebelión se observa en su propia ruina: “se corrompen
[destruyen]” (v. 10). Se mancillan (v. 8) y se destruyen, y sin embargo, ¡suponen
que están promoviéndose! “Por cuanto no se ejecuta luego sentencia sobre la
mala obra, el corazón de los hijos de los hombres está en ellos dispuesto para
hacer el mal” (Eclesiastés 8:11). El camino de la rebelión es el camino a la ruina.
Las palabras arrogantes son peligrosas, y lo mismo sucede el despreciar la
autoridad que Dios ha establecido. Incluso el arcángel Miguel (Daniel 10:13) no se
atrevió a reprender a Satanás, sino que respetó la autoridad que Dios le había
dado. El nombre “Miguel” significa ¿quién como Dios? Irónicamente, Satanás
había dicho en su rebelión: “Seré semejante al Altísimo” (Isaías 14:14), y su oferta
a los hombres es: “seréis como Dioses” (Génesis 3:5).
No tenemos información sobre el conflicto entre Satanás y Miguel por el cuerpo
de Moisés. Cuando Moisés murió, el Señor lo enterró y nadie sabe dónde está el
sepulcro (Deuteronomio 34:5, 6). Sin duda, los hebreos habrían hecho del
sepulcro un santuario y caído en la idolatría, así que Dios se guardó la
información. El texto nos dice que “ninguno” (“ningún hombre” en algunas
versiones) sabe el lugar, así que tal vez Satanás sí lo sabía y trató de reclamar el
cuerpo de Moisés. En tanto que Satanás tiene algo de autoridad en el campo de la
muerte, debe de haber sentido que tenía derecho a interferir (Hebreos 2:14, 15).
El punto es que Miguel no reprendió a Satanás, sino que dejó el asunto en
manos del Señor. Es peligroso que el pueblo de Dios confronte directamente a
Satanás o que discuta con él, porque es mucho más fuerte que nosotros. Si un
arcángel se cuidó de cómo tratar con el diablo, ¡cuánto más cautos debemos ser
nosotros! En tanto que es verdad que participamos en la victoria de Cristo,
también es cierto que no debemos ser presumidos. Satanás es un enemigo
peligroso, y cuando lo resistimos, debemos ser sobrios y vigilantes (1 Pedro 5:8,
9).
“El Señor te reprenda” tiene un paralelo en Zacarías 3:1–5. El profeta tuvo una
visión del sumo sacerdote ante el trono de Dios en vestidos sucios, lo cual
simboliza la condición de pecado de la nación de Israel después del cautiverio
babilónico. Satanás tenía todo el derecho a acusar al pueblo (ve Apocalipsis 12:9–
11), excepto por una cosa: eran los escogidos de Dios, su pueblo del pacto, y el
Señor no falta a su palabra. El perdonó a su pueblo, le dio vestidos limpios y le
advirtió que anduviera en sus caminos. Esta ilustración de 1 Juan 1:5–2:2 proviene
del Antiguo Testamento.
La condenación de los falsos maestros se da en el versículo 11: “¡Ay de ellos!”.
Judas citó tres ejemplos del Antiguo Testamento para ilustrar la enormidad de sus
pecados; tres hombres que se rebelaron contra la autoridad de Dios y que
sufrieron por hacerlo.
Caín se rebeló contra el camino divino de la salvación (Génesis 4; 1 Juan 3:11,
12). Al vestir a Adán y Eva con pieles de animales sacrificados (Génesis 3:21),
Dios indicó con claridad que el único camino al perdón es mediante el
derramamiento de sangre. Es el camino de fe y no el de las buenas obras (Efesios
2:8–10). Pero Caín rechazó esta manera divinamente autorizada y fue al altar con
el fruto de su labor. Dios rechazó la ofrenda de Caín porque rechazó a Caín
mismo: su corazón no estaba bien delante de él. Abel ofreció su sacrificio por fe, y
por eso, Dios lo aceptó (Hebreos 11:4).
“El camino de Caín” es el de la religión sin la fe, una justicia basada en el
carácter y las buenas obras. “El camino de Caín” es el del orgullo; el hombre que
establece su propia justicia y rechaza la de Dios que viene por la fe en Cristo
(Romanos 10:1–4; Filipenses 3:3–12). Caín se convirtió en fugitivo, y trató de
vencer su desdicha construyendo una ciudad y estableciendo una civilización
(Génesis 4:9 en adelante). Al final, se quedó con todo lo que el hombre puede
desear; es decir, todo, excepto a Dios.
Ya hemos estudiado “el camino de Balaam” (ve 2 Pedro 2:15, 16). El “camino
de Balaam” es negociar los dones y los ministerios personales, con el solo
propósito de ganar dinero. Es usar lo espiritual para ganar lo material (ve 1
Tesalonicenses 2:5, 6; 1 Timoteo 6:3–21). Los maestros falsos codiciaban
ganancia material y, como Balaam, harían cualquier cosa por dinero. El “error de
Balaam” es pensar que uno puede salirse con la suya en este tipo de rebelión.
Balaam era un verdadero profeta de Dios, pero prostituyó sus dones y trató de
destruir al pueblo escogido. Dios convirtió en bendición las maldiciones de Balaam
(Deuteronomio 23:4, 5).
Mientras estamos tratando del tema de Balaam, podemos observar “la doctrina
de Balaam” (Apocalipsis 2:14): “¡Puedes violar tu posición separada y salirte con la
tuya!”. Le dijo al rey Balac que la manera más rápida de destruir a la nación de
Israel sería corromperla haciendo que la gente se contaminara con las naciones
paganas circundantes. “Ustedes son el pueblo escogido de Dios —era el
argumento—. ¡Por cierto, algo de amistad con sus vecinos no les hará daño!”. Fue
convertir “en libertinaje la gracia de nuestro Dios” (Judas 4), y el Señor juzgó tanto
a Israel como a Balaam.
El relato de Coré se halla en Números 16, y también gira alrededor de la
rebelión contra la autoridad. Coré y sus seguidores se disgustaron por el liderazgo
de Moisés y desafiaron a que Dios hiciera algo en cuanto su rebelión. Al hablar
contra Moisés, estaban hablando contra el Señor que le había dado su autoridad.
Esta es una advertencia para nosotros hoy, porque es fácil hablar contra los
líderes espirituales o del gobierno con indiferencia (ve Tito 3:1, 2). Dios juzgó a
Coré y a sus seguidores, y estableció con claridad la autoridad de su siervo
Moisés.
Caín se rebeló contra la autoridad de Dios en la salvación, porque rehusó llevar
un sacrificio de sangre como Dios había ordenado. Balaam se rebeló contra la
autoridad de Dios en la separación, porque prostituyó sus dones por dinero y guió
a Israel a mezclarse con las otras naciones. Coré se rebeló contra la autoridad de
Dios en el servicio, al negar que Moisés fuera el siervo nombrado por Dios e
intentando usurpar su autoridad.
Es interesante observar los verbos que Judas usó en este versículo. Los
apóstatas “han seguido el camino de Caín”, “se lanzaron” al error de Balaam y
“perecieron” en la rebelión de Coré. ¡La tragedia de rechazar la autoridad!

Recurren a una hipocresía deliberada (Judas 12, 13, 16)


Judas 12 y 13 presentan seis cuadros vividos de los falsos maestros y ayudan
a explicar por qué son peligrosos para la iglesia.
Manchas (v. 12a). Pedro los llamó inmundicias y manchas (2 Pedro 2:13).
Estos hombres habían invadido los “ágapes” de las congregaciones locales, pero
lo único que hacían era ensuciarlas. En lugar de añadir a la santidad de la
ocasión, se la restaban, como Judas en la última Pascua que Jesús celebró con
sus discípulos. Lo trágico es que los miembros de la congregación no se daban
cuenta del verdadero carácter de estos hombres. Pensaban que eran espirituales.
La palabra griega traducida “manchas” también puede significar rocas ocultas.
El marinero que no se da cuenta de las rocas ocultas puede con facilidad hacer
naufragar su barco. El piloto siempre debe estar alerta, porque las aguas que
parecen calmas y seguras pueden contener arrecifes traicioneros. Los líderes
espirituales deben estar constantemente en guardia.
Pastores egoístas (v. 12b). La palabra traducida “se apacientan” significa se
pastorean. En lugar de pastorear al rebaño y atender las necesidades de la gente,
estos apóstatas se cuidaban solo a sí mismos. Judas puede haber tenido en
mente Isaías 56:10–12 y Ezequiel 34, en donde los profetas condenaron a los
líderes políticos y espirituales de la nación (“pastores”) por explotar al pueblo y
cuidarse solo a sí mismos.
Es un asunto serio ser pastor del rebaño de Dios. Nuestro ejemplo debe ser
Jesucristo, el buen Pastor que dio su vida por las ovejas. Los falsos pastores usan
a la gente y abusan de ella para conseguir lo que quieren, y sin embargo, mientras
tanto, ¡a la gente le encanta! Pablo se maravilló de esto cuando escribió 2
Corintios 11:20: “Pues toleráis si alguno os esclaviza, si alguno os devora, si
alguno toma lo vuestro, si alguno se enaltece, si alguno os da de bofetadas”.
Estos pastores egoístas hacían todo esto “impúdicamente”. ¡Eran un grupo
arrogante! Esta es la diferencia entre el verdadero pastor y el asalariado: el
verdadero pastor cuida las ovejas, en tanto que el asalariado se cuida solo a sí
mismo. “¡Ay de los pastores de Israel, que se apacientan a sí mismos! ¿No
apacientan los pastores a los rebaños?” (Ezequiel 34:2). Pero estos apóstatas
deberían tener miedo, porque su juicio se avecina.
Nubes sin agua (v. 12c). Las nubes que prometen lluvia, pero no la producen,
desilusionan al agricultor cuyos cultivos desesperadamente necesitan agua. Los
apóstatas aparentan ser hombres que pueden dar ayuda espiritual, y se jactan de
sus capacidades, pero son incapaces de producir. “Como nubes y vientos sin
lluvia, así es el hombre que se jacta de falsa liberalidad [un don que no posee]”
(Proverbios 25:14). Prometen libertad, pero solo pueden dar esclavitud (2 Pedro
2:19).
A la Palabra de Dios a veces se la compara con la lluvia y el rocío. “Goteará
como la lluvia mi enseñanza; destilará como el rocío mi razonamiento”
(Deuteronomio 32:2). Isaías 55:10 compara la Palabra de Dios con la lluvia y la
nieve del cielo que dan fruto en la tierra. Como las nubes en el cielo, los falsos
maestros puedan ser prominentes e incluso atractivos; pero si no pueden dar
lluvia, son inútiles.
Árboles muertos (v. 12d). El cuadro es el de un huerto en otoño, cuando el
agricultor espera el fruto. ¡Pero estos árboles no tienen fruto! “Por sus frutos los
conoceréis” (Mateo 7:16). Los que enseñan y predican la Palabra de Dios tienen la
responsabilidad de alimentar a otros, pero los falsos maestros no tienen nada que
dar. No solo carecen de fruto, sino que no tienen raíz (“desarraigados”); por eso,
están “dos veces muertos”. ¡Qué contraste con el hombre santo de Salmo 1:3!
Una de las evidencias de la verdadera salvación es que produce fruto
espiritual. La semilla que cayó en terreno duro, en terreno superficial, y en terreno
atiborrado no produjo fruto; pero la que cayó en “buena tierra” sí lo hizo (Mateo
13:1–9, 18–23). Por más Biblia que citen los falsos maestros, la semilla no está
produciendo fruto en sus vidas ni por sus ministerios. ¿Por qué? Porque no tienen
raíces espirituales. Les falta vida espiritual.
El fruto lleva en sí la semilla que da más fruto (Génesis 1:11, 12). Una de las
evidencias de que un ministerio es verdaderamente de Dios es que el fruto se
multiplica. Los “resultados” fabricados son estériles y muertos, pero el verdadero
fruto continúa creciendo y se reproduce en las vidas de otros.
Olas fieras (v. 13a). Personalmente, no me gusta estar en el océano (no soy
buen nadador). Sin embargo, me encanta sentarme junto al mar y contemplar su
grandeza y poder. ¡Pero no quisiera estar en el océano en una tormenta! Hay gran
poder en esas olas, como muchos marineros han descubierto. Pero Judas
comparó a los apóstatas con “fieras ondas del mar” no debido a su poder, sino por
su orgullo y habla arrogante. “Cuya boca habla cosas infladas” (v. 16). Como el
oleaje del mar, hacen mucho ruido, pero ¿qué producen? ¿Alguna vez has
caminado por la playa una mañana después de una tormenta y visto la horrible
basura que quedó depositada en la playa?
Judas puede haber tenido en mente Isaías 57:20: “Pero los impíos son como el
mar en tempestad, que no puede estarse quieto, y sus aguas arrojan cieno y lodo”.
Lo único que pueden producir las “cosas infladas” de los apóstatas es espuma y
desechos. Los verdaderos maestros de la Palabra sacan tesoros de la
profundidad, pero los falsos solo producen basura. En realidad, deberían
avergonzarse de aquello de lo que se jactan (ve Filipenses 3:19).
Estrellas errantes (v. 13b). Judas no se refería a estrellas fijas, planetas o
cometas, porque estos tienen posiciones y órbitas definidas. Se refería a los
meteoritos, estrellas fugaces que, de repente, aparecen, y luego, se desvanecen
en la oscuridad y nunca más se las vuelve a ver. A nuestro Señor se lo compara
con una estrella (Apocalipsis 2:28; 22:16); y los creyentes deben brillar como
estrellas en este mundo oscuro (Filipenses 2:15). Se puede depender de las
estrellas fijas para guiar al viajero en la oscuridad, pero las fugaces solo pueden
desviarlo.
Una de mis aficiones es coleccionar libros de sermones, no solo de
predicadores famosos, sino también de hombres sombríos y olvidados cuyos
nombres una vez fueron famosos. Observé que muchas “luminarias del púlpito”
resultaron ser estrellas fugaces. Es perturbador leer relatos y biografías, y ver
“cómo han caído los poderosos”. En su mayor parte, los que han sido fieles a la
Palabra siguen ministrando ahora como luces que brillan en la oscuridad, en tanto
que los predicadores de falsa doctrina han caído en el olvido.
Dios ha reservado cadenas de oscuridad para los ángeles rebeldes (v. 6), y “la
oscuridad de las tinieblas” para los maestros apóstatas. ¡Cuídate de seguir a una
estrella fugaz! ¡Te llevará a la oscuridad eterna!
Al repasar estos seis cuadros de los falsos maestros, fácilmente puede verse lo
peligrosos que son y cuán importante es que la iglesia los mantenga fuera.
Murmuradores y querellosos (v. 16). Judas 16 completa la descripción y
recalca incluso más por qué son tan peligrosos: buscan agradarse a sí mismos
aprovechándose de otros. Esto nos recuerda la afirmación de Pedro (2 Pedro
2:14): “Tienen el corazón habituado a la codicia”. O, como otro comentarista lo
traduce: “Su técnica de conseguir lo que quieren está, mediante una larga
práctica, altamente desarrollada”. Dan la impresión de que se proponen ayudar,
pero están interesados solo en gratificar su propia lujuria.
¿Cuál es su método? Por un lado, murmuran y se quejan, y hacen que la gente
se sienta insatisfecha con la vida. En tanto que cada uno de nosotros debe hacer
todo lo posible, según Dios lo permita, para mejorar su suerte en la vida, al mismo
tiempo, debemos tener cuidado de no criticar la providencia de Dios ni estorbar
sus planes. La nación de Israel fue juzgada debido a sus quejas (1 Corintios 10:1–
10), y a los creyentes se les ordena no quejarse (Filipenses 2:14–16). Si un falso
maestro puede hacer que una persona critique a su pastor o iglesia, o que se
sienta insatisfecha con su situación, puede desviarla a la falsa doctrina.
Los falsos maestros también “hablan cosas infladas” para impresionar a los
ignorantes. Pedro llamó su lenguaje “palabras infladas y vanas” (2 Pedro 2:18).
Impresionan a la gente con su vocabulario y oratoria, pero lo que dicen es solo
palabrería. También usan adulación para manipular a sus oyentes. “Lisonjean y
adulan” elogiando a otros, si eso les conviene.
Sabiendo estas cosas, nos asombra que alguien escuche a estos apóstatas y
los siga; ¡pero muchos lo están haciendo hoy! Hay algo en la naturaleza humana
caída que lleva al ser humano a que le guste una mentira y esté dispuesto a
seguirla, sin que importe adonde lleve. Pero el éxito de los apóstatas es solo
temporal, porque su juicio se avecina.
Reciben su castigo debido (Judas 14, 15)
Todo lo que sabemos de Enoc en las Escrituras se halla en Génesis 5:18–24,
Hebreos 11:5 y estos dos versículos en Judas. Se lo llama “séptimo desde Adán”
para identificarlo como el Enoc santo, puesto que Caín tuvo un hijo con el mismo
nombre (Génesis 4:17). En una sociedad que estaba rápidamente
contaminándose y siendo destruida por el pecado, Enoc anduvo con Dios y
mantuvo limpia su vida. También ministró como profeta y anunció el juicio
venidero.
Los estudiosos de la Biblia nos dicen que esta cita es del libro apócrifo llamado
El libro de Enoc. Que Judas haya citado este libro no bíblico no quiere decir que
sea inspirado o digno de confianza, así como tampoco las citas de Pablo de los
poetas griegos tienen el “sello de aprobación” de Dios en todo lo que escribieron.
El Espíritu de Dios guió a Judas a usar esta cita y hacerla parte de las Escrituras
inspiradas.
Cuando Enoc originalmente dio este mensaje, es posible que también se
refiriera al juicio venidero del diluvio. Sin duda, vivió en una era impía, y parecía
que los pecadores estaban saliéndose con la suya con sus obras perversas. Pero
Enoc indicó claramente que el juicio vendría y que los impíos recibirían lo que les
correspondía.
Sin embargo, la aplicación final de esta profecía corresponde al mundo en los
tiempos del fin, el mismo juicio del que Pedro escribió en 2 Pedro 3. Los falsos
maestros se burlaban de esta profecía y aducían que Jesucristo nunca vendría y
que Dios jamás enviaría un juicio. Pero su propia actitud era prueba de que la
Palabra de Dios es verdad, porque tanto nuestro Señor como sus apóstoles, y
también los profetas, dijeron que en los últimos días aparecerían burladores y
personas que se mofan (2 Pedro 3:1–4). ¡Enoc anunció su profecía hace miles de
años! ¡Observa cuán paciente Dios ha sido con los que se han rebelado contra él!
¿Qué dice la profecía de Enoc en cuanto al juicio venidero? Será un juicio
personal: Dios mismo vendrá a juzgar al mundo. No enviará una hambruna ni un
diluvio, ni tampoco le asignará la tarea a un ángel. Él mismo vendrá. Esto muestra
la seriedad del suceso, y también su finalidad. “He aquí, el juez está delante de la
puerta” (Santiago 5:9).
Aunque es un juicio personal, nuestro Señor no juzgará solo; los santos de
Dios estarán con él. La palabra “santos” en el versículo 14 también puede referirse
a los ángeles (Deuteronomio 33:2; Mateo 25:31). No obstante, sabemos por
Apocalipsis 19:14, Colosenses 3:4 y 1 Tesalonicenses 3:13 que el pueblo de Dios
acompañará al Señor cuando él regrese a la tierra para derrotar a sus enemigos y
establecer su reino justo (compara 1 Corintios 6:2, 3). A través de los siglos, el
pueblo de Dios ha sufrido a manos de los impíos, pero un día los papeles
cambiarán.
Será un juicio universal. Dios ejecutará su juicio “contra todos”; nadie escapará.
Así como el diluvio destruyó a todos los que estaban fuera del arca, y el azufre y el
fuego destruyeron a todos en Sodoma y Gomorra, excepto a Lot y su esposa y
dos hijas, así el juicio final abarcará a todos los impíos. La palabra “impíos” se usa
cuatro veces en este versículo. Será “el día del juicio y de la perdición [ruina,
destrucción] de los hombres impíos” (2 Pedro 3:7).
Será un juicio justo. Dios los dejará “convictos” de sus pecados, los declarará
culpables, dictará sentencia contra ellos y luego ejecutará el castigo. Habrá un
Juez, Jesucristo (Juan 5:22), pero no un jurado. Habrá un fiscal, pero no una
defensa; porque toda boca se cerrará (Romanos 3:19). Habrá una sentencia, pero
no una apelación, porque no puede haber tribunal más elevado que el juicio final
de Dios. Todo el procedimiento será justo, porque el Hijo justo de Dios estará a
cargo.
El Señor tendrá el historial de sus “obras impías”. También tendrá un historial
de sus motivos y deseos ocultos mientras hacían esas obras, e incluso esos serán
impíos. Él recordará las “cosas duras” (v. 15) que ellos pronunciaron contra el
Señor. La palabra “dura” lleva la idea de áspera, rigurosa, severa, grosera.
Después de todo, estas personas eran “murmuradores” y “querellosos” (v. 16), y
dijeron cosas duras contra Dios. “No temen decir mal de las potestades
superiores” (2 Pedro 2:10), pero en el juicio, sus palabras testificarán contra ellos.
Hablaron “grandes palabras infladas” (2 Pedro 2:18; Judas 16), pero en el juicio,
sus grandes palabras les acarrearán gran ira.
Hay ocasiones cuando los hijos de Dios preguntan: “¿Hasta cuándo los impíos,
hasta cuándo, oh Jehová, se gozarán los impíos? ¿Hasta cuándo pronunciarán,
hablarán cosas duras, y se vanagloriarán todos los que hacen iniquidad?” (Salmo
94:3, 4). La respuesta se da en el Salmo 50:3: “Vendrá nuestro Dios, y no callará;
fuego consumirá delante de él, y tempestad poderosa le rodeará”.
Las palabras son familiares, pero lo que James Russell Lowell escribió en La
Crisis Presente por cierto se aplica hoy.
Descuidado parece ser el gran Vengador;
Las páginas de la historia no registran
Sino el apretón de la muerte en la oscuridad
Entre los viejos sistemas y la Palabra;
La verdad para siempre en el andamio,
El mal para siempre en el trono;
Sin embargo ese andamio influye en el futuro,
Y, detrás del nebuloso desconocido,
Está Dios dentro de la sombra,
Vigilando a los suyos.

“Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva,
en los cuales mora la justicia” (2 Pedro 3:13).
“Amén; sí, ven, Señor Jesús”.

12
No Deben Tropezar
Judas 17–25

Leí en alguna parte que el enemigo penetró, por lo menor, tres veces la Gran
Muralla de China, ¡y cada vez sobornaron a los guardias!
Una defensa fuerte depende de personas fuertes, y esto se aplica a las
batallas espirituales tanto como a las batallas militares. Para que la iglesia se
oponga y derrote a los falsos maestros, todos nosotros, que formamos la iglesia,
debemos ser fuertes y aptos para “estar firmes contra las asechanzas del diablo”
(Efesios 6:11). Siempre está el peligro de tropezar (v. 24), y un tropiezo es el
primer paso hacia una caída.
En la conclusión, Judas se dirigió a sus amados lectores y les dio cuatro
instrucciones para seguir a fin de estar firmes para resistir a los apóstatas.

Recuerden la Palabra de Dios (Judas 17–19)


Desde el mismo principio, Satanás ha atacado la Palabra de Dios. “¿Conque
Dios os ha dicho” fue su empuje inicial cuando condujo a Eva a la desobediencia
en el huerto (Génesis 3:1). Una vez que empezamos a cuestionarla, somos
vulnerables a otros ataques de Satanás, porque solo la verdad de ella puede
protegernos de las mentiras del diablo. “¡A la ley y al testimonio! Si no dijeren
conforme a esto, es porque no les ha amanecido” (Isaías 8:20).
Recuerden quién les dio la palabra (v. 17). Aunque nuestro Señor tuvo
muchos discípulos, seleccionó solamente unos pocos para que fuesen apóstoles.
La palabra “apóstol” significa uno enviado con una comisión. A fin de calificar, el
creyente tenía que haber sido testigo de la resurrección de Cristo (Hechos 1:21,
22; 1 Corintios 9:1). Los apóstoles vivieron con Cristo durante su ministerio,
aprendieron de él, y él los envió a todo el mundo para que llevaran las buenas
nuevas de salvación.
Dondequiera que esté lo auténtico, aparecerá lo falsificado; esto sucedió en la
iglesia primitiva. Empezaron a aparecer falsos apóstoles y maestros, y fue
necesario desarrollar un sistema para proteger a la iglesia contra las falsas
profecías y las cartas falsificadas. Como Cristo había encomendado “la fe” (v. 3) a
sus apóstoles, una de las principales pruebas en la iglesia primitiva era: “¿Es esto
lo que los apóstoles enseñaron?”. Cuando la iglesia compiló los libros del Nuevo
Testamento, se exigió que cada uno fuera escrito por un apóstol o alguien
íntimamente asociado con un apóstol. La enseñanza apostólica era, y todavía es,
la prueba de la verdad.
Judas mencionó las palabras que fueron “dichas” por los apóstoles, porque
originalmente no había Epístolas del Nuevo Testamento. Con el correr de los
años, Pablo, Pedro y Juan escribieron cartas inspiradas; y las tenemos en nuestro
Nuevo Testamento. También tenemos un historial de algunos de sus sermones en
Hechos. Ya no debemos depender de la tradición, puesto que tenemos las
Escrituras completas, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento.
Cada vez que alguien te ofrezca una “nueva revelación”, pruébala con lo que
los apóstoles escribieron y lo que Jesucristo enseñó. Pronto descubrirás que esa
“revelación” es una mentira.
Recuerden lo que ellos dijeron (v. 18). Ellos profetizaron que, en los días
finales, vendrían burladores que negarían la Palabra de Dios. Judas hace eco de
lo que Pedro había escrito (2 Pedro 3:3 en adelante), pero Pablo y Juan también
advirtieron a sus lectores en cuanto a los apóstatas (1 Timoteo 4; 2 Timoteo 3; 1
Juan 2:18 en adelante; 4:1–6). Cuando una advertencia se hace tantas veces,
¡nos corresponde tomarla en serio!
La frase “que andarán según sus malvados deseos” aparece en 2 Pedro 3:3 y
Judas 16 y 18, y explica por qué los apóstatas niegan la verdad de Dios: no
quieren que él les diga cómo vivir. Quieren satisfacer sus propios deseos de
pecado, y la Palabra de Dios condena su forma egoísta de vivir. Cuando una
persona dice: “Tengo problemas intelectuales con la Biblia”, probablemente tiene
problemas morales, porque la Biblia contradice lo que está haciendo. La única
manera segura de saber la verdad de la Biblia es obedeciéndola (Juan 7:17).
Antes de que Satanás pueda sustituir con sus propias mentiras, debe librarse
de la verdad de la Palabra de Dios. Si no puede descartarla con el debate, lo hará
con risas, y por lo general, halla a alguien que se ría con él.
Recuerden por qué lo dijeron (v. 19). Los falsos maestros querían dividir a la
iglesia, y sacar a la gente de la verdadera comunión y llevarla a una falsa. “Y de
vosotros mismos se levantarán hombres que hablen cosas perversas para
arrastrar tras sí a los discípulos” (Hechos 20:30). Por lo general, su atractivo es:
“Nosotros tenemos un conocimiento más profundo de la Palabra de Dios que su
iglesia. Tenemos una mejor comprensión de la profecía o de la vida cristiana que
ustedes”. Ofrecen una religión “de calidad más alta” que la de los apóstoles.
Los falsos maestros no solo dividen a la iglesia, sino que también la engañan,
porque son “sensuales, que no tienen al Espíritu”. La palabra “sensual” quiere
decir lo opuesto a espiritual. Pablo la usó así en 1 Corintios 2:14–16, en donde se
traduce “natural”. (La palabra griega es psukikos, es decir, relativo al alma.) Como
los falsos maestros no tienen el Espíritu de Dios, deben funcionar solo en su
poder, lo proveniente de su alma.
Una de las tragedias del ministerio hoy es que algunos de los del pueblo de
Dios no pueden discernir entre el “ministerio natural” y el verdadero ministerio del
Espíritu. Hay tanto “espectáculo religioso” estos días que los santos se confunden
y se engañan. Así como había “fuego falso” en el tabernáculo (Levítico 10), hay
“fuego falso” hoy en la iglesia; por consiguiente, debemos ejercer discernimiento
diligente.
¿Cómo podemos discernir entre lo “natural” y lo “espiritual”? Usando la Palabra
de Dios que puede partir el alma y el espíritu (Hebreos 4:12) y prestando suma
atención al testimonio interno del Espíritu de Dios (Romanos 8:16). Un ministerio
“natural” magnífica al hombre, pero el Espíritu glorifica a Jesucristo. Cuando el
Espíritu está ministrando mediante la Palabra de Dios, hay edificación; pero
cuando el alma está meramente “fabricando” un ministerio, hay entretenimiento, o
en el mejor de los casos, solo educación intelectual. Se precisa del Espíritu de
Dios para ministrar a nuestros espíritus y hacernos más semejantes a Jesucristo.

Edifiquen su vida cristiana (Judas 20, 21)


La vida cristiana nunca debe detenerse; si lo hace, retrocederá. Una casa
abandonada se destruye. Los apóstatas se dedican a destrozar, pero todo
creyente debe participar en edificar; primero, su propia vida espiritual, y luego, su
congregación local.
El cimiento de nuestra vida cristiana es nuestra “santísima fe” (v. 20), que es lo
mismo que “la fe que ha sido una vez dada a los santos” (v. 3). Hay un sentido,
por supuesto, en el que nuestra fe en Jesucristo es la base de nuestro
crecimiento, pero incluso esa fe depende de lo que Dios nos ha revelado en su
Palabra. La fe subjetiva depende de la revelación objetiva de la verdad.
La Palabra de Dios, por cierto, es central en el crecimiento espiritual. Todavía
me falta encontrar un creyente fuerte y fructífero que ignore su Biblia. Debemos
pasar un tiempo devocional diariamente en la Palabra de Dios, buscando su
mente. También debemos estudiar la Palabra de Dios regularmente, de una
manera disciplinada, a fin de que entendamos mejor lo que enseña. El talentoso
predicador chino Watchman Nee solía leer el Nuevo Testamento una vez al mes.
Esto es evidente cuando se leen sus libros, porque uno se asombra de su
maravilloso discernimiento de la Palabra de Dios. Los miembros de la iglesia china
solían tener un dicho: “Si no hay Biblia, no hay desayuno”. Si siguiéramos ese
lema en los Estados Unidos de América, me pregunto cuántos creyentes se
quedarían con hambre.
El poder para edificar la vida cristiana viene de la oración: “Orando en el
Espíritu Santo” (v. 20). La Palabra de Dios y la oración van juntas en el
crecimiento espiritual. Si todo lo que hacemos es leer y estudiar la Biblia,
tendremos abundante luz, pero poco poder. Sin embargo, si nos concentramos en
la oración e ignoramos la Biblia, podríamos ser culpables de tener celo sin
conocimiento. Leemos la Palabra para crecer en la fe (Romanos 10:17), y luego,
usamos esa fe para pedirle a Dios lo que necesitamos y lo que la Palabra de Dios
nos dice que podemos tener.
La Palabra de Dios y la oración, por cierto, van juntas (Hechos 6:4). El
evangelista Billy Sunday solía darles a sus convertidos tres reglas para triunfar en
la vida cristiana. Todos los días debían leer la Biblia y permitir que Dios les
hablara. Debían orar; en otras palabras, debían hablar con Dios. Y dar testimonio
y hablarles de Dios a otros. Sería difícil mejorar esas reglas.
¿Qué quiere decir “orar en el Espíritu Santo”? (Observa el contraste con el
versículo 19, “que no tienen al Espíritu”.) Quiere decir orar de acuerdo a la
dirección del Espíritu. Bien se ha dicho: “La oración no es lograr que se haga en el
cielo la voluntad del hombre, sino que la voluntad de Dios se haga en la Tierra”.
Esto concuerda con 1 Juan 5:14, 15.
Como creyentes, podemos orar a solas (Mateo 6:6), pero nunca solos; el
Espíritu de Dios se une a nosotros cuando oramos (Romanos 8:26–28) porque
conoce la mente de Dios y puede dirigirnos. Puede darnos sabiduría y
conocimiento de la Palabra (Efesios 1:15 en adelante). También puede ayudarnos
a acercarnos al Padre por la entrada que tenemos en Jesucristo (Efesios 2:18).
Adoramos a Dios en el Espíritu (Filipenses 3:3), y el Espíritu nos motiva a orar,
porque él es “espíritu de gracia y de oración” (Zacarías 12:10). Cuando el creyente
se somete al Espíritu, entonces el Espíritu lo ayuda en su vida de oración, y Dios
responde a ella.
Este “proceso de edificación” en la vida cristiana incluye la Palabra de Dios, el
Espíritu de Dios y la oración. Pero estas cosas, por más preciosas que sean,
pueden convertirse en rutina; así que Judas añadió otro factor: “conservaos en el
amor de Dios” (Judas 21). No escribió: “¡Consérvense salvos!”, porque ya les
había asegurado que eran “guardados en Jesucristo” (v. 1). Escribió: “conservaos
en el amor de Dios”. Nuestro Señor hizo una afirmación similar en Juan 15:9:
“permaneced en mi amor”.
Amar a Dios quiere decir mucho más que disfrutar de cierta clase de
sentimiento especial. Por supuesto, conforme crecemos en la gracia,
experimentamos una comunión más profunda con el Padre (Juan 14:21–24), y es
cierto que tenemos ocasiones cuando él parece estar muy cerca. La Biblia
compara esto con el amor del esposo y la esposa (Efesios 5:22 en adelante).
Cualquier pareja casada y feliz puede decirte que el amor se profundiza con el
paso de los años.
Pero se necesita más que sentimientos de éxtasis para tener un matrimonio
exitoso; ¡o una vida cristiana exitosa! Tiene que haber obediencia e interés mutuo.
“Pero el que guarda su palabra, en éste verdaderamente el amor de Dios se ha
perfeccionado” (1 Juan 2:5). “Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en
mi amor” (Juan 15:10). Crecemos en nuestro amor a Dios al escuchar su Palabra,
obedecerla y deleitarnos en hacer lo que le agrada. Así nos mantenemos en el
amor de Dios.
El amor de Dios es un amor santo; no un sentimiento superficial. “Los que
amáis a Jehová, aborreced el mal” (Salmo 97:10). Amar a Dios es amar lo que él
ama y detestar lo que él detesta. Le agradamos al hacer las cosas que él ordena.
Es el creyente dedicado y separado, que disfruta la comunión más íntima con el
Padre en la familia (2 Corintios 6:14–18).
Edificamos nuestra vida cristiana sobre el cimiento de la fe y motivados por el
amor; pero también necesitamos esperanza: “esperando la misericordia de
nuestro Señor Jesucristo para vida eterna”. Los ojos de los creyentes deben estar
dirigidos hacia el cielo. “Aguardando la esperanza bienaventurada y la
manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo” (Tito 2:13).
“Esperando y apresurándoos para la venida del día de Dios” (2 Pedro 3:12).
La palabra traducida “esperando” (v. 21) quiere decir con expectación ferviente.
Describe una actitud de la vida motivada por la promesa del retorno de nuestro
Señor. Los apóstatas solo pueden esperar castigo, pero el pueblo de Dios aguarda
misericordia. No solo es nuestra salvación del pecado una dádiva de la
misericordia de Dios, sino también lo es la liberación de su iglesia de este mundo
malo. En su misericordia, él vendrá por nosotros y nos llevará consigo.
Ya hemos notado que esperar la venida del Señor es un gran estímulo para la
vida cristiana. Nos hace querer conservarnos puros (1 Juan 3:3), y evitar las cosas
de la carne y del mundo (Filipenses 3:17–21). Nuestra esperanza en Cristo es
como un ancla (Hebreos 6:19) que nos mantiene firmes en las tormentas de la
vida, y como un casco que nos protege en las batallas existenciales (1 Timoteo
5:8).
Las tres gracias cristianas de la fe, la esperanza y el amor nos capacitan para
crecer en nuestro andar espiritual. Podemos construir un cimiento sólido con
materiales que no decaen. La mera profesión de labios no basta. “No todo el que
me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la
voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mateo 7:21). La parábola de los dos
constructores (Mateo 7:24–27) dice con claridad que obedecer la voluntad de Dios
quiere decir construir un cimiento que no fallará.

Ejerzan discernimiento espiritual (Judas 22, 23)


¿Cuál debe ser la actitud del creyente que crece hacia los que están siendo
influidos por los apóstatas? Judas instruyó a sus lectores a que ejercieran
discernimiento y actuaran con base en ese discernimiento. Describió tres clases
de personas que necesitan ayuda espiritual. La Nueva Versión Internacional lo
dice de esta manera:
“Tengan compasión de los que dudan. A otros sálvenlos arrebatándolos del fuego.
Compadézcanse de los demás, pero tengan cuidado; aborrezcan hasta la ropa
que haya sido contaminada por su cuerpo”.

Los que dudan (v. 22). Estos son los que titubean. Son, probablemente, los
“inconstantes” de los que Pedro escribió (2 Pedro 2:14). Se han convertido, pero
no están cimentados en la fe. Nuestra responsabilidad es tenerles misericordia y
mostrarles compasión, procurando alejarlos de las influencias de los apóstatas.
Esta clase de ministerio exige mucho amor y paciencia, y debemos tener presente
que los creyentes inmaduros son como niños pequeños que piensan que pueden
distinguir entre el bien y el mal. Si uno les dice que no, lo único que hacen es
rebelarse y obstinarse.
Una de las mejores maneras de alejarlos de los falsos maestros es magnificar
todo lo que tienen en Cristo y mostrarles amor de maneras prácticas. Hay que
mostrarles que su salvación es tan maravillosa y que la Palabra es tan
emocionante que los hará perder interés en las enseñanzas de los apóstatas. No
basta refutar las falsas doctrinas. También debe haber ese calor del amor que le
asegura al joven creyente: “Nos interesamos por ti”.
Es un secreto a voces que los falsos maestros hacen presa en especial de los
miembros de la iglesia disgustados. (Ve el versículo 16: “murmuradores” y
“querellosos”.) Es importante que el pastor y la gente muestren amor especial e
interés en los nuevos creyentes y que ministren a los miembros maduros de la
iglesia, para que no se descarríen debido al descuido. Pablo envió a Timoteo a los
creyentes jóvenes de Tesalónica para establecerlos en la fe (1 Tesalonicenses 2).
Todo nuevo creyente necesita de un creyente más maduro que le enseñe cómo
pararse y caminar.
Los que están quemándose (v. 23a). Al parecer, estas son personas que han
dejado la comunión y ahora son parte del grupo apóstata. ¡Hay que arrebatarlos
del fuego! Los ángeles tomaron a Lot de la mano y lo sacaron de Sodoma
(Génesis 19:16), y a veces, hay que hacer esto para rescatar a los ignorantes e
inconstantes de las garras de los maestros falsos.
Hay probablemente aquí una referencia a Zacarías 3:2 y a Amós 4:11. En el
pasaje de Zacarías, el “tizón” era la nación de Israel que había regresado del
cautiverio en Babilonia y establecido de nuevo en su tierra. Dios vio al pueblo
como un tizón rescatado del fuego. En Amós 4, el Señor estaba reprochando al
pueblo por no prestar atención a sus advertencias y castigos: pobreza, malas
cosechas, sequía, pestilencia, guerra e incluso juicios como los que destruyeron
Sodoma y Gomorra. Eran como un tizón arrebatado del fuego, y sin embargo, no
apreciaron la misericordia de Dios.
Los peligrosos (v. 23b). La frase “con temor” quiere decir con cautela. Al tratar
de ayudar a los que han errado, ¡debemos tener cuidado de no quedar nosotros
atrapados! Muchos supuestos rescatadores se han ahogado. Cuando un creyente
inestable ha sido capturado por la falsa doctrina, debemos tener mucho cuidado al
tratar de ayudarlo, porque Satanás puede usarlo para contagiarnos. Al tratar de
salvarlo, ¡a lo mejor, quedamos manchados o nos quemamos!
El principio que Judas está estableciendo es que los creyentes más fuertes
nunca deben pensar que están por encima de la influencia satánica. Incluso
mientras servimos al Señor y procuramos rescatar a uno de sus hijos, los que
queremos ayudar pueden contaminarnos. Los judíos del Antiguo Testamento
debían tener mucho cuidado de evitar el contagio ceremonial, y esto incluía la ropa
(Levítico 13:47 en adelante; 14:47; 15:17). Si una persona “limpia” toca una ropa
“inmunda”, queda contaminada.
Ciertamente debemos amar al pueblo de Dios, pero también detestar el
pecado. Dondequiera que hay pecado, Satanás tiene un pie adentro y puede
dedicarse a trabajar. La contaminación se extiende rápidamente y en secreto, y
hay que tratarla en forma drástica. Si el sacerdote judío pensaba que una ropa
estaba infectada de lepra, la mandaba quemar.
No todo creyente está equipado para tratar con los falsos maestros o con los
que estos han influido y capturado. Exige un buen conocimiento de la Palabra, un
fiel andar con Dios, una comprensión de las artimañas de Satanás y, por cierto, la
llenura del Espíritu de Dios. También requiere discernimiento espiritual. Es mucho
más fácil instruir a los creyentes y mantenerlos lejos de los falsos maestros que
arrebatarlos del fuego.

Entréguense a Jesucristo (Judas 24, 25)


Esta bien conocida bendición contiene una rica verdad espiritual para el
creyente: si queremos mantenernos firmes espiritualmente, andar derecho y no
tropezar, debemos entregarnos por completo al Salvador. Solo él puede
guardarnos, pero debemos “[conservarnos] en el amor de Dios” (v. 21). Él puede
hacerlo si nosotros estamos dispuestos.
Judas no estaba escribiendo de la posibilidad de que el creyente pecara y
cayera de la familia de Dios. Ya hemos señalado antes que indicó muy claramente
en el versículo 1 que los verdaderos creyentes son “guardados” y no pueden
perderse. Estaba escribiendo del andar diario del creyente con el Señor y del
peligro de desviarse y tropezar. Si desobedecemos a Dios, podemos confesar
nuestros pecados y recibir su perdón (1 Juan 1:9). Si persistimos en la
desobediencia, él nos castigará en amor (Hebreos 12:5–11). Nunca permitirá que
uno de los suyos se pierda.
El Padre ha pactado con el Hijo que todos los suyos un día verán y participarán
de su gloria (ve Juan 17:22–24). Jesucristo tendrá el gozo especial de presentar a
su esposa, la iglesia, ante el trono del Padre. La esperanza de este “gozo” lo
ayudó a soportar los sufrimientos en la cruz (Hebreos 12:2). El propósito de la
salvación no es simplemente rescatar del infierno a los pecadores, por maravilloso
que eso sea. El propósito grandioso es que Dios sea glorificado toda la eternidad
(Efesios 1:6, 12, 14).
Hoy hay muchas manchas y defectos en la iglesia, pero en aquel día, el pueblo
de Dios no tendrá mancha. Satanás no hallará nada de qué acusar. La esposa
estará ataviada con la justicia de Cristo para la gloria de Dios.
Sabiendo esto, el creyente tiene un motivo poderoso para vivir para Cristo y
obedecer su Palabra. Queremos darle gozo a su corazón hoy, mientras
esperamos el que él tendrá cuando reciba a su esposa en el cielo. Es lo que
significa 1 Juan 3:3: “Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí
mismo, así como él es puro” (compara Efesios 5:27; Filipenses 2:15).
Judas 25 es el único lugar en esta breve carta en donde Judas llama
“Salvador” a nuestro Señor. Pedro usó este título cinco veces; pero Judas empezó
su carta recordando a sus lectores la “común salvación” (v. 3) que tenían debido a
su fe en Jesucristo. No basta decir que Jesucristo es “un Salvador” o “el Salvador”;
debemos decir que él es “nuestro Salvador; mi Salvador”.
No solo es nuestro Salvador, sino también “el único y sabio Dios”. Puede darte
la sabiduría necesaria para que vivas tu vida para su gloria. Los falsos maestros
se jactaban de su conocimiento especial, pero carecían de sabiduría espiritual.
Dios da sabiduría a los que se la piden (Santiago 1:5), siempre y cuando
sinceramente estén dispuestos a obedecerlo. Si los creyentes buscaran sabiduría
de Dios en su Palabra, no tropezarían en las trampas de los falsos maestros, sino
que andarían para agradarlo a él (Colosenses 1:9, 10).
¿Por qué debemos andar en obediencia a la voluntad de Dios? ¡Para que
Cristo reciba la gloria!
“Gloria” es la suma total de todo lo que Dios es y de todo lo que hace. ¡Todo en
él es glorioso! La gloria del hombre se marchita como la hierba cortada, pero la
gloria de Dios dura eternamente.
“Majestad” quiere decir grandeza, magnificencia. Solo Dios es grande. Cuando
lo alabamos, alabamos a la Persona de mayor magnificencia del universo. No es
simplemente Rey; es Rey de reyes. No es simplemente Señor; es Señor de
señores.
“Imperio” tiene que ver con la soberanía y el gobierno de Dios sobre todo. La
palabra griega quiere decir fuerza, poder, pero lleva la idea de control completo
sobre todo.
“Potencia” quiere decir autoridad, el derecho para usar el poder. Toda la
autoridad le pertenece a Jesucristo (Mateo 28:18), incluida la autoridad sobre las
potestades de las tinieblas (Efesios 1:19–23). Cuando nos sometemos a él,
participamos de su autoridad y realizamos su voluntad.
¡Qué doxología magnífica! Sabiendo el propósito que Judas tenía en mente
cuando escribió esta carta, esta doxología cobra incluso mayor significación. Está
recordándoles a sus lectores la grandeza de Jesucristo. Si ellos tan solo pudieran
captar eso, nunca se dejarían desviar por los maestros falsos. Como el joven que
se enamora y se casa, y ya no le interesan sus antiguas novias, así el creyente
que se mantiene “en el amor de Dios” (Judas 21), embelesado en las glorias del
Salvador, nunca querrá volver a los sustitutos de Satanás.
No debes tropezar.
Si recuerdas la Palabra de Dios, edificas la vida cristiana en fe, esperanza y
amor, ejerces discernimiento espiritual y te entregas a Cristo, él impedirá que
caigas. ¡Mantente alerta!
El enemigo es sutil y los peligros son grandes.
Pero el único y sabio Dios, tu Salvador, te guardará seguro y, un día, te
presentará con gozo en gloria.1

1
Wiersbe, W. W. (2013). Alertas en Cristo: Estudio expositivo de 2 Pedro, 2 y 3 Juan, y Judas (pp. i–
190). Sebring, FL: Editorial Bautista Independiente.

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