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● Deterioro de la figura del Rey: Realizará una política activa hasta los límites
constitucionales y tendencia a afirmarse como jefe supremo del ejército. Al participar
en los problemas políticos de manera directa, la monarquía se fue erosionando al
considerársela culpable de los mismos.
● Descontento militar por las duras críticas recibidas como consecuencia del desastre
de 1898 y el excesivo número de mandos, por lo que decide intervenir de nuevo en
la vida política y se va deslizando hacia posiciones conservadoras.
● Temor de las clases altas y medias ante la creciente conflictividad social llevada a
cabo por socialistas y anarquistas, animada por la Revolución Rusa de 1917 y
concretada en el Trienio Bolchevique (1917-1920) y el problema del “pistolerismo” en
Cataluña (1920-1923).
● Guerra de Marruecos: desde la consecución del protectorado sobre el norte del país
en 1906 (Conferencia de Algeciras), España se ve impotente para asegurar su
dominio ante la oposición de los rifeños liderados por Abd el Krim, que emplean la
táctica de guerrillas. Las continuas derrotas aumentaron las críticas al Ejército y los
desastres de Annual y Monte Arruit (1921) supusieron la elaboración de un informe
(Expediente Picasso) que señalaba como culpables a los altos mandos militares e
incluso al rey, lo que hace que ambos sean favorables a un golpe de Estado.
El Directorio militar, un Gobierno constituido solo por militares dirigidos por Primo de
Rivera, aparentemente se mantuvo en la legalidad constitucional de 1876. Pero la inmediata
suspensión de las garantías constitucionales, la declaración del estado de guerra* y el relevo
de las autoridades civiles por militares supusieron el final del régimen de la Restauración, y
su sustitución por la dictadura del general Primo de Rivera.
Los propósitos de Primo de Rivera resultaron confusos. Parecía plantear objetivos que
podían considerarse como regeneracionistas, ya que pretendía acabar con una «vieja
política» de la Restauración que rechazaba la mayoría del país, y ejercer el poder de forma
transitoria. Así se explica que el golpe de Estado gozara de buena acogida en múltiples
sectores políticos, y que incluso el PSOE lo aceptara como un mal menor.
Primo de Rivera, que antes del golpe de Estado había defendido el abandono de Marruecos
por el elevado coste que suponía la presencia española, impuso como cuestión prioritaria la
liquidación del conflicto. Dirigió operaciones militares para poner fin a la guerra; sin
embargo, la escasa capacidad militar española y la fortaleza de Abd el-Krim, que fundó la
República del Rif(1923-1926), dificultaron las acciones de ocupación.
El Directorio civil
A los éxitos del Directorio militar sobre el orden público y en Marruecos se sumaron una
economía en expansión, favorecida por la práctica del proteccionismo y por la buena
coyuntura internacional, y el apoyo de la UGT a la política social del dictador.
Primo de Rivera fundó en 1924 la Unión Patriótica para aglutinar las adhesiones al régimen.
Frente a estos apoyos, en contra del Directorio se situaron los viejos políticos liberales,
anarquistas, comunistas, nacionalistas, republicanos e intelectuales como Miguel de
Unamuno y el novelista valenciano exiliado Vicente Blasco Ibáñez.
El 3 de diciembre de 1925, Miguel Primo de Rivera sustituyó el Directorio militar por otro
civil, en cuya composición figuraron militares y civiles de la Unión Patriótica. El propósito de
este Directorio civil era institucionalizar y perpetuar la dictadura, para lo cual se tomaron
diversas medidas:
Pese a los logros de la dictadura, la oposición a Primo de Rivera fue creciendo. El 24 de junio
de 1926 se produjo la conocida como «sanjuanada», golpe de Estado fallido protagonizado
por políticos y militares liberales. Casi al mismo tiempo, se suscitó un conflicto entre Primo
de Rivera y el arma de artillería que no aceptaba el sistema de ascensos por méritos que el
general pretendía imponer; esto supuso el enfrentamiento con un importante sector del
Ejército.
Por otra parte, los intelectuales y los nuevos republicanos habían ido ampliando sus fuerzas
durante estos años y se agruparon en la Alianza Republicana. La CNT, desde la
clandestinidad, comenzó a recuperarse y en julio de 1927 los anarquistas más radicales
fundaron la Federación Anarquista Ibérica (FAI), partidaria de acciones violentas. Asimismo,
el socialismo español rompió su colaboración con el régimen a partir del congreso celebrado
por el PSOE en 1928, acción que fue secundada por la UGT.
La política económica expansiva y las grandes obras públicas habían sido posibles gracias a
los préstamos procedentes del exterior. La quiebra de la Bolsa de Nueva York en octubre de
1929 cortó súbitamente los créditos estadounidenses y la situación financiera de España se
hizo insostenible. Como consecuencia de todo ello, el máximo artífice del desarrollo
económico durante el Directorio, Calvo Sotelo, presentó su dimisión y la oposición política al
régimen aumentó.
Alfonso XIII utilizó todos sus recursos para desmarcarse de Miguel Primo de Rivera. El
Ejército y los grupos que apoyaban al régimen, temerosos de una radicalización de la vida
política y social, consideraron que la mejor alternativa era la retirada del dictador y el
retorno a la anterior situación constitucional. El 30 de enero de 1930, Miguel Primo de
Rivera, tras haber perdido el apoyo de los mandos militares, presentó su dimisión al rey,
que inmediatamente la aceptó. Pocos días después se marchó a París, donde fallecería el 15
de marzo.
LA DICTABLANDA
Alfonso XIII designó nuevo presidente del Consejo a un militar de su confianza, el general
Dámaso Berenguer, con el encargo de recuperar paulatinamente la normalidad
constitucional. Con este fin suprimió la censura, permitió el regreso de los opositores
exiliados y toleró las actividades de los partidos. Sin embargo, los problemas de la
«dictablanda», como se conoció popularmente al Gobierno de Berenguer, se multiplicaron.
La crisis económica y las agitaciones sociales crecieron.
LA CAÍDA DE LA MONARQUÍA
Alfonso XIII formó un Gobierno de concentración* presidido por el almirante Juan Bautista
Aznar y con el conde de Romanones como hombre fuerte. Las elecciones legislativas se
pospusieron hasta la celebración de elecciones municipales y provinciales, que se iniciarían
en el mes de abril.
Las elecciones municipales del 12 de abril de 1931 estuvieron precedidas por una intensa
campaña en la que se enfrentaron dos grandes bloques electorales, por una parte el
monárquico y, por la otra, el republicano-socialista. Aunque los resultados concedieron un
aparente triunfo al bloque monárquico, que obtuvo 40 324 concejales frente a los 36 282 del
republicano-socialista, la victoria de estos en las grandes ciudades, en las que se necesitaba
un número superior de sufragios para obtener concejales y el voto se ejercía con mayor
libertad, significó un respaldo a la República.