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INDICE Pre. : (ia gente deta tiewa 5. (peyote da anpans . a dos eet de er de El pequeno Zorro hambriento « Cuando el Sol y ia Luna olvidaron Ia Tierra \ esp del ago = \ 2 2or0 yt cao Apindce rr) 2 3 -39 ” ms 8 » 9% PROLOGO Los mapuches, que quiere decir “gente de la tie- ra”, por “mapu’”, tierra, y “che”, gente, ocupaban tana’ gran zoria del cono austral de América del ‘Sur, que abarcaba la parte central de Chile y Ar- gentina. Segiin su ubicacién geogréfica, se denomina- ban entre, st como, “huiliches", gente del sur, "puelches”, gente del este; “ranculches”, gente det carrizo; "picunches”, gente del norte; "pehuen- ches”, gente del pehién o araucaria, etc. Para ellos tenian gran importancia los pun- tos cardinales y orientaban ta construccién de sus rucas segiin éstos, Ast, la puerta principal se abria al oriente; sus cobijas tentan la cabecera hacia la ssalida del sol y nunca de norte a sur o al contra- rio, porque segiin sus creencias, la primera ubi- cacién daba vida y estaba protegida por los espt- fitus’blenhechores, » la segunda trata enferme- dades y hasta la muérte, porque “el sur es el pur to por donde desaparecen los vivos, visitados de improviso por los malos espiritus que de all vie~ nen”. (Tomds Guevara.) Entonces no habia limites definidos, como, ahora, entre los paises. Las guerras y escarame zas hacianse entre caciques, tribus 0 confederacis nes de tribus; la causa de sus peleas era princi- palmente por raptos de mujeres 0 por razones de supervivencia, al disputar un terreno apto para la agricultura y rico en plantas y drboles de los que sacaban su alimentacién. Subsisten sélo los mapuches que viven en Chile, ya que los lamados “pampas” argentinas fueron exterminados por las continuas guerrillas en su contra, la tltima de las cuales la dirigis el General Roca en 1879. En Chile los mapuches viven desde el sur de Bio-Bio hasta Puerto Montt, ocupando diversos puntos eh la precordillera de los Andes y en la costa, Los que atin mantienen el lenguaje, los ritos ¥ costumbres no pasan de los 200.000, aungue se considera que el total de mapuches asciende a unos 500.000, siendo estas cifras inseguras. Otro punto discutible es el de la homogenei- dad racial de los mapuches; si bien hablaban la misma lengua y practicaban pareidas,costum- bres, pueden haber tenido diferencias étnicas. Hay muchas teorias sobre el origen de las razas ame- ricanas que no corresponde tratar en este prélogo. Sdlo afadiremos que sin los pacientes y sa- bios investigadores que se dedicaron a lo largo de tres siglos al estudio de la lengua mapuche y a observar sus costumbres, ritos-y tradiciones, no habriamos podido hacer la adapiacién de sus her- ‘mosas creencias, llenas de espiritualidad. Estos pueblos no eal pe Her oe a aoe = ‘io suponen algunos indigenistas,lenguaje escrito; al retoger su fradicion oral se salvo en parte la “Inisteriosa mitologia cuyos origenes se pierden en la prehistoria. A.M. a ve LA GENTE DE LA TIERRA (Leyenda sobre el origen de Ja raza maj ) AS abuelas de las tribus mapuches ‘cuentan cémo se formé la gente de la tlerra, Sus cualidades més notables, Ja fuerza y la astucia, dicen que las heredaron del puma y de los zorros de la siguiente manera: Hace muchos afios un indio convidé a sus nifia y nifio, a subir a la montafia a recoger ‘Aunque los nifios eran de corta edad, ‘meti¢ndose en lugares estrechos o bajan- ya Jas quebradas para juntar el fruto que duran- teel invierno les serviria de alimento. artleron con sacos y canasto, arriando un par ‘para cargarlos con fa cosecha. Sfolvia no ve dejaban caer las lvias, aun- ‘que el otoio comenzaba. Los dias habfan estado Calurosos y mientras subfan a la montafia, escu- haban el estallido de Jos pifiones, en lo alto de . tas araucarias, lanzando por el aire su carga de ir CCUENTOS ARAUCANOS El padre y Jos nifios celebraban con gritos ¥ risas cada estallido de los pifiones, que como Ihu- via, cafan a la tierra, entre la hojarasca. —jLa cosecha sera muy buena, con este tiem- po seco! —eelebro el padre. Esiaremos varios \s por allé arriba, en el gran bosque. Y cont6 a los nifios que los pifiones eran re- gale de los esprtas protectores fo mismo que ap sas silvestres, las papas, las avellanas y la deli- ciosa murta, que ademas de ser una planta linda de mirar, carece de espinas. En el gran bosque buscaron un lugar donde dormir y luego se pusieron a recoger pifiones que ese afio se habian dado especialmente grandes y de céscara firme y dorada. ¥ estaban en medio de su tarea cuando de yronto el tiempo cambid, Sopl6 el viento norte, nubarrones aparecieron unos més negros que otros por detris de los cerros como si alguien fabricara sin cesar. Y aunque el padre y los nifios se apresuraron a Ilenar sus sacos y canastos para descender lue- go al valle, el temporal los sorprendié en plena cordillera. Al poco rato los riachuelos se transfor- maron en torrentes y los rios en grandes aveni- das, El Hacedor de Iluvias, montado en sus nuba- rrones, hizo caer un verdadero diluvio. —Vamos a refugiarnos en una roca alta —di- jo el padre, indicando un enorme pefiasco que so- esalia como una plataforma sobre Ia quebrada. ‘Ayud6 a los nifios a trepar, pero ni él ni los guana- cos cargados de frutos alcanzaron a subir y un torrente los arrastré en sus aguas, que retumba- bban con todas las voces desatadas de la montafia. Los nifios Horaron a gritos, abrazados sobre la roca, al ver desaparecer a su padre y a la pare- Jade guanacos que criaron desde pequefios; pero ‘sus Tlantos no hacfan sino aumentar la furia de las aguas, El Hacedor de Iuvias reia con largos truenos y dejaba caer culebrillas relampaguean- tes para iluminar el desastre; el espectéculo de Jos pueblos arrasados y de los hombres y anima- les que se ahogaban parecia producirle una gran felicldad. : : Pasaron muchas horas, tal vez dias, y los in- digcitos se sintieron condenados a morir de ham bre y frfo en su refugio, La tempestad aumentaba 4 alos y Iuego decaia solo para cobrar nueva fuerza. Los valles empezaron a inundarse y ca- si toda la gente muri. Cuando los indiecitos ya desfallecian pensan- do que el torrente se los iba a llevar también, al 1g0 chocé fuerte contra la roca; como estaba muy ‘oscuro, no podfan saber qué era y tuvieron ain mas miedo al ofr que aquello crujia y raspaba la piedra como una garra gigantesca. Ala Tuz de los relampagos se dieron cuenta de que se trataba de las ramas de un Arbol, un in menso coihue centenario descuajado por él tem- oral, que se atajé en la roca al venir aguas abajo. Los nifios, acostumbrados a atravesar los rios en canoas y lefios, no dudaron en subir a aquel navio arbéreo, que elevaba sus'ramas como mas- 16 (CUENTOS ARAUCANOS tiles y cuyo tronco se veia ancho y largo como un fe. ‘Se refugiaron entre el ramaje para protes se de la llugia, justo 8 tempo, Bl Arbol continu figuas abajo. con st nueva carga. Traia ya otfos seres a bordo: Jos nifios descubrieron entre las hojas no sélo nidos con sus huevos, sino a nume- 030s animalitos que se habfan agarrado a los ra- majes. Conejos, cururos y hasta una culebra, tem- blaban amansados por el miedo, junto a los pe- aque indios. ‘Hasta el dia siguiente, cuando aclaré un po- co, no descubrieron que en el 4rbol también ian tn puma y una zorra, de las liamadas “chillas” por'su modo de aullar. " —Estoy hostigado con la carne de conejo -insinué el Puma cuando vio a los nifios. a Creo que debes seguirte hostigando, como yo de los cururos —contesté la Chilla con una Sonrisa maliciosa, Qué piensas, dime? —se asombré ef Pu- ‘ma, entrecerrando los ojos. —Tenemos fama de sanguinarios, amigo. Ccreo que esos nifios se han salvado por algtin vor de las estrellas y ha llegado el momento en que nosotros subamos de categoria. —Qué te propones? —pregunt6 el Pumé “Me propongo y te propongo que los cuide- ‘mos i criemos y que sean nuestros hijos —res- pondlé oe ‘irguiendo la cabeza. cf —¢Pero cémo puede ser eso? —rugié el Pu- sma escandalizado. LA GENTE DE LA TIERRA "7 La Chilla, que acababa de perder su camada de zorritos en la inundacién, contest6: Yo... les daré la leche que ya no tomardn mis pequeios. Y ti les ensefiaris, como a tus ca chorros, a ser los més fuertes y valientes de la Tie- tra, los més orgullosos que jamds se entregan. El Puma medito un rato agitando su cola. —Con mi leche les trasmitiré mi inteligencia y mi astucia —continué la Chilla—. Es nuestra ‘oportunidad. 'Y empezé a acercarse lentamente a los nifios, deteniéndose cuando ellos abrian demasiado los ojos o lanzaban un grito de miedo, Se restregé contra sus piernas y luego se eché al suelo, mos- trando que tenfa abundante leche. Luego se aproximé el Puma con mayores cui- dados, sintiendo que ya era famoso por esta ac- cion, ‘Los nifios, que no habjan comprendido el lenguaje de grufidos de los animales, no enten- dieron al comienzo su intencién, Se extrafiaron de que el Puma les pusiera en el pecho una pata sin garras, haciéndoles un carifio algo torpe, y que la Chilla se diera vueltas en el suelo jugando, Inientras los miraba con su expresién astuta, ca- racteristica de la familia de los zorros. ‘Como Ilevaban dias sin comer, no tardaron en tomar confianza y beber la leche que la Chilla, de manera evidente, les ofrecia. ¥ junto con este ‘alimento, entendieron el lenguaje de los animales. ‘Viajaron varios dias en el érbol gigante. Los péjaros venian a pararse en sus Tamas y otros in CURNTOS ARAUICANOS animales treparon al tronco salvador, sin saber us entre el ramaje se escondian el Puma y la la. Los nifios construyeron una ruca y el sol en- traba por la puerta que daba al oriente y salfa por la del poniente, segtin la antigua costumbre de la gente de la tierra, que respeta los puntos cardina- Jes y tienen al mimero cuatro como sagrado. Cuando por fin el Hacedor de lluvias se can- 86 de galopar sobre las nubes y regres6 a su es- condite detrés de los cerros, las aguas empeza- ron a bajar y los rfos a volver a su cauce. Enton- ces el cothue se enterré en el barro como un na- vio que encalla y cuando el viento sccé la tierra, el Puma, la Chilla y los nifios saltaron del tronco y buscaron un valle escondido donde vivir. Lo primero que hicieron, aun antes de cons truir otra ruca, o de buscar una cueva donde ha- bitar, fue poner nombre a los hijos adoptivos. Nombres migicos que los protegerian para siem- pre. Al nifio lo llamaron Mangue, el céndor que Blanes en el ciclo vigilando Ta terra y a a nia, Melipal, como a la Cruz del Sur. a Chilla les habl6 de buscar otros alimentos. Y Jos nifios recordaron las palabras de su padre, sobre lo que la naturaleza regala: los pifiones, las fresas silvestres, las papas, las avellanas y la mur- ta, Pero como reinaba el invierno y las agtias ha- fan arrasado con los frutos,siguiéron alimentén- e con la leche de la Chilla carne el Puma les trafa, oe LA GENTE DE LA TIERRA » Pronto fueron expertos cazadores con las en- sefianzas de su padre adoptivo; aprendieron a se guir los rastros, a oler el viento, & percibir los signos de la naturaleza. El Puma emy ez a jugar con ellos Pa que supieran defenderse, siendo distintos de los que ensefié al nifio los juegos y juchas que mostré a la nifia. ‘Cuando Ileg6 la primavera y florecié la selva y se dieron los primeros frutos, la Chilla dejé de dar leche a los nifios y se alimentaron de hierbas y rafces, de peces de los riachuelos, de aves de las ki as, de huevos silvestres, de animalitos que los mismos conseguian. La Chilla les ensefié to- das sus mafias : cémo atraer a los gansos curiosos, revoleéndose en el suelo y moviendo las patas; como poner trampas y redes, imitar cantos, en fin, Carte refinado de cazar pata comer. Ademés, les dieron lecciones m&s importan- tes, que Melipal y Manque nunca olvidaron. —Hay que sonreir siempre, como lo hago yo —les advirtié la Chilla una noche que reposaban jumio al fuego. Es muy importante Ia cara, so- bre todo si estamos delante del enemigo. —Tii sonries demasiado —interrumpié el Pu- ma, Es preferible una expresién indiferente; asi no saben lo que pensamos, Pero cuando uno tiene que atacar, la furia debe brillar en los ojos y en todo el cuerpo. Otras veces se necesita el silencio ¥ preparer eada misculo para sorprender al ene- ‘migo, asi —y el leén mostré la actitud en acecho. Y mientras el Puma les dio clases sobre las 2» ‘CUUNTOS ARALICANOS tdcticas de guerra, la Chilla les ensefié las astucias de la diplomacia, Cuando estuvieron bien eptrenados para a ‘enemigo, Melipal pregunté un dia: migry no fendrennos amigos, también? ‘Los dos animales, preocupados mis de la de~ fensa segtin la ley de las selvas del sur, se mira- ron sorprendidos : —jAmigos? —dijeron a coro. Los nifios se pusieron a reir al ver sus expre- siones: a la Chilla se le enchuecd Ia risa y al Pur ma se le pusieron ojos de pescado. “Son importantes los amigos también en Ia guerra —exclamé Manque—. Hay que confiar en alguien y tener aliados. —Supongo que no viviremos en guerra siem- pre —afiadié Melipal. Ei Puma consideré que habia que pensar lo de los amigos y se alejé por el bosque en busca de un . —El correr del agua mueve mis pensamien- 108 —difo. La Chilla, en cambio, empez6 a darse vueltas para pillarse la cola donde le picaba una pulga: ¥ esto también le removis los sesos. ‘Al final de la tarde, los nifios escucharon los ‘consejos de sus padres adoptivos. “Hay que oler bien a los recién conocidos antes de flamarlos amigos —dijo el Puma—. El olfato no engafia. ‘—Conviene més ofr que contar nuestros se- cretos —agregé la Chilla. LA GENTEDE LA TIERRA a —Si nosotros somos verdaderos, ningiin men tiroso nos engafiaré —sentencié el Puma—, Cuk dado con ese deseo de escondernos de nosotros mismos que a veces nos domina, —El olor de la mentira es fuerte y desagra- dable —exclamé la Chilla—, Aunque el mentiroso se adorne y disimule, su engafio aparecera en ca- da movimiento y gesto que haga, No es un olor del cuerpo, sino del alma —explicé el Puma viendo la expresién de los nifios. —Los amigos son como hermanos, ni més arriba ni més abajo que nosotros —advirtié la Chilla, —La verdadera igualdad sélo se consigue en el amor de los amigos —concluyé el Puma, dando tun suspiro por lo mucho que habia pensado. —Ahora conocemos la guerra y Ia paz —dijo Mangue—y podemos salir del valle a buscar a otros nifios como nosotros. —Parece que ha Ilegado la hora de despedir- nos —murmuré la Chilla con tristeza. Resolvieron esperar 1a lux de pleno dfa para un momento tan importante. Contrariando suis costumbres nocturnas, el Puma y Ja Chilla salieron de sus madrigueras cuando el sol lucié en el cenit. Se sentaron muy exguidos frente a Manque y Melipal y dijeron sus, ailtimas palabras: '—De ahora en adelante ustedes son “la gente de la tierra”, los mapuches que Ievan en su san- gre Ja fuerza y la valentfa del puma. Este es un 2 c INTOS ARAUCANOS, acto para si a act pars siempre entre I raza de ustedes y la a hablé Ja Chilla: 1 2ién Hevan en su sangre la : los zorros. Los hijos de ustedes ios miraray eos tia, porque en cada uno de ellos la leche ae es i gaa ge fu madre f Mangue abrazaron as adoptivos y ellos aoe aa oa ‘sus caras y sus manos Tuyieron qe caminar mucho ara encontrar ide algunos nifios y nifias viv también salvados de las aguas por otros animeies, poe de las islas los libraron de aho- De esta manera se volvieron a formar bus y los pigaetee fueron Ja gente mas are Yasiuta y nadie los pudo vencer jamas en Ia gue, Tra. De padres a hijos se transmiiieron esta hi: ‘ ta hist ia hasta que se transformé en leyenda y ellos sa. hen que descienden de los pumas y los zorros. LEYENDA DE LAS LAMPARITAS N una profunda caverna, cerca_del crater de un voleén, vivia el Gran Bru- jo, atormentado por sus maldades. Era como el jefe de los brajos menores y de los brujitos. Pasdba inventando diabluras mas 0 menos graves. La gente de los valles le tenfa miedo porque crefan que era el causante de todas sus enferme- dades y de la muerte de sus rebafios de llamas ¥ guanacos y de sus aves de corral. Muchas veces Sucedian desgracias de las que el Brujo era ino- cente; pero de todas maneras él y sélo él sembra- ba la mala suerte en los campos. : Para tenerlo contento, le dejaban afuera de sus rucas céntaros Henos de “mudai”, especie de chicha que al Gran Brujo le encantaba. Cuando la noche estaba més oscura, solia ba- jar de la cumbre montado en una ventolera. Al Bisaz por lo més espeso del bosque encendia mi s de lamparitas rojas con el fuego que trafa del voleén, y as{ no perder el camino de vuelta. a CCURNTOS ARAUCANOS —Venéré muy borracho —murmuraba para si— y las luces me guiaran hasta mi caverna. El Brujo no se media para tomar. Vaciaba jarro tras jarro de chicha hasta que no se daba cuenta ni por dénde andaba, Era la tinica manera de olvidar todas las maldades que hacia y lara bia que se le retorcfa como culebra en el corazén. Esta rabia no tenia explicacion; tal vez fuera semilla de su propia brujeria, EI mudai lo hacia volar dulcemente en torno a las rucas y cantaba unas canciones muy tontas y desafinadas: Soy un gorgorito que se leva el viento 9, tengo cosquillas ‘de puro contento. Hasta los nifios, envueltos en sus mantas, des- pertaban y se refan del Brujo. Sabian que estan- do borracho no hacia dao a nadie. Y las risas in- fantiles caian como agua pura en el alma ne del Brujo; sentia una alegria rara al escucharlas, tuna especie de felicidad que le recordaba bosques virgenes, frutos maravillosos, el nacimiento de las vertientes, que conocié cuando ¢l era un recién nacido y no haba hecho ninguna maldad todavia. Entonces se preguntaba: . —aFor qué tuve que ser malo? Ay, mi madre fue una serpiente y mi padre un diablo, equé otra cosa podia ser yo sino un malvado brujo? 'Y luego afiadia con sonrisa lagrimosa: —Pero naci bueno. .. Lo recuerdo. ‘¥ como los borrachos pasan de Ja risa al Ilan- LEVENDA DE LAS LAMPARITAS os to sin motivo, el Brujo se ponfa a Horar sin con- suelo y regresaba con lentos bamboleos a su casa. Y en el camino de vuelta, olvidébase de apa- gar las lamparitas que dejara colgando de los ra- majes igual que campanillas. Asf, durante casi to- do el afio, la selva lucia hermosas luminarias, has- ta que Iegaba el invierno con sus Huvias inter- minables. Una a una las luces se iban apagando y al Brujo, al no tener gufa, se ponfa a dormir to- das sus borracheras en el corazén caliente del volcén. Los hombres y los animales descansaban de males y terrores. De este modo pasaron muchos soles y Ihuvias y el Brujo, con su mala voluntad, se puso mas y mds perverso. También se puso mas tonto; y un tonto malo y poderoso es el peor azote que puc- den tener los hombres y los seres de la naturaleza. Y¥ sucedié que un afio llovié més de la cuen- tay cl verano se atras6. El Brujo tuvo que espe- rar para encender sus lamparas y como le hacia falta su bebida favorita, se puso de un genio es- pantoso. Aullaba en la cima de la montafia, arro- Jando piedras y cenizas. Su amigo, el gigante Che- uve, hacfa otro tanto, lanzando Tava y agua hir- viendo a los valles, y robando nifias pequefias p ra comérselas. ‘Cuando por fin Hegé el buen tiempo, hubo més lamparitas que otras veces en el bosque. Y el Brujo, al no encontrar toda la bebida que nece- sitaba para apagar su tremenda sed, se veng6 de 2% CUENTOS ARAUCANOS los campesinos enterrando sus dedos negros en las siembras de papas. |—iQué peste més terrible! —se quejaban las mujeres al recoger las cosechas y encontrar las Papas podridas—, ¢Qué comeremos este afio? bre, ¥ Pomstban en sus nifios que pasarfan ham- Se reunieron los jefes y duefios de las tierras para decidir qué hacer con el malvado Brujo. El més joven dijo: —Dejémosle el muddi junto a os matorrale: nosotros estaremos escondidos ahf y cuando esté borracho, le damos la paliza, A ver si asi no re- gresa, _ Algunos dijeron que sf y otros que era muy peligroso apalear al Brujo, porque podia conver- tirlos en ranas o en peces. dosg'Y Bt en Piedras! —grité otro més mic 1050. El de mediana edad aconsejé: —Le pondremos algo amargo como el natre en la chicha, una yerba que le dé dolor de esté- ago y le quite para siempre las ganas de to- maria. Pero también hubo razones en contra: al no hallar la bebida de su gusto, podria, vengarse de manera terrible, robando los animales o matén- Entonces habl6 el mAs anciano: —Creo que tendremos que juntarnos todas las criaturas'de la Tierra para ganarle al gran Brujo del demonio, Quiero decir que tenemos que LEVENDA DE LAS LAMPARITAS ” reunirnos con nuestros animales protectores del aire, de la tierra y del agua. Y también seré ne- cesario invocar a los buenos espfritus de las sel- vas. Entre todos, tal vez podamos echarlo para siempre de nuestros valles. Esta vez los jefes, los campesinos y los jove- nes estuvieron de acuerdo. —La violencia nunca es una solucién —con- cluyé el anciano—, un golpe acarrea tarde 0 tem- prano otro golpe; pero actuar unidos y con astu- cla traeré un buen final. Cada familia se preocupé de hablar con su animal protector. Y unos acudieron a las colinas para conver- sar con el Guanaco y otros a las selvas para ha- lar con el Puma. Los de la orilla del mar confe- renciaron con los Delfines y los de la montafia, con el Aguila Blanca, Los que habitaban cerca de Jas selvas se in- temnaron para comunicarse con los espfritus de los drboles, cuyos pensamientos son profundos ‘como raices y amplios como sombras. El espiritu del Caneto aconsejé Io mas sabio: —B] Brujo de la montafia necesita sus Mn paras para no perderse en Ia espesura Iva; Sise lag quitamos, no podré atravesar los bosques yno sabra encontrar los senderos hacia los valles. Solo asi nos dejaré en paz. ‘Los hombres y los animales consideraron que el Canelo habfa dado la solucién mejor y més sen- cilla, Y ademés, no encerraba ninguna violencia. ‘En seguida se pusieron a planear lo que cada tno tendria que hacer para arrebatar al Brujo sus Jamparitas. Los campesinos juntarian cientos de jarros de chicha para emborrachario por largo tiempo. Después de mucho beber, el Brujo regresaria 2 través del bosque tan mareado y cegatén, que se- fa muy fécil confundirlo y cada hombre, cada ni- fio y animal esconderia una de las brillantes luces, dejando al malvado a oscuras para siempre. Ese mismo dfa las mujeres y las nifias se pu sieron a fabricar grandes cantidades de la bebida favorita del Brujo. Jarros y jarros de greda se pu- sieron a fermentor y el ol0r del muda Ienaba el aire, y se lo lievaba el viento hasta la montafia. Porgue el viento también quiso participar en la guerra contra el que hacia tanto dafio. En torno a cada ruca se alinearon los eénta- ros lenos hasta Jos borden AIA ena grt al Brujo, adn dormido, empez6 a ol per Fame con que el viesto ie hacia cosqulllas, en vigndolo de la cabeza a los pies. No tardé en despertar, sediento: —jQué olores stiben del valle! jAaaah! Esos infelices aprendieron bien Ia leccién que les di, al pdrirles sus cosechas de papas, Levaré un buen sgo para mis lémparas, porque esta vez sf que Ja borrachera seré grande. Pidi6 2 su amigo, el Cheruve, que Je presta- ra una de sus teas y @ cambio él le traerfa una indiecita para la comida, ¢Qué mds se queria el gigante? Baj6 entonces el Brujo agitando su fuego co- mo bandera, de modo que los que estaban espe- indolo se pusieron slrta, Encendié lamparas iluminando cada senderi- Mo del bosque para tener seguras las huellas a su regreso. Y luego se dirigié hacia los cientos de cAntaros que rodeaban las rucas. Nunca he probado un mudéi tan delicioso como éste —exclamé el Brujo, tragando sin pa- rar—, La préxima ver apestaré todos los manza- nos, porque veo que da buen resultado el mal- trato, Ni por un instante se Ie pasé por la cabeza que tanto jarro lleno pudiera ser trampa. Poco antes del amanecer, cuando la noche es mds oscura y tranquil, porque todos los seres, aun los noctitrnos, reposan, el Brujo inicié su re- , olvidando por cierto la indiecita prometi- al Cheruve, A medida que se internaba en el bosque, iban desapareciendo una a una las lam- paritas que dejara encendidas. —Vaya, ¢qué pasa con mis luces? —grité con una voz que parecia salirle de las orejas, tan ma- reado se sentia. Unas ligeras risas y murmullos sonaron aqui y alla. —¢Quién se rie? {Ya verdn! —aullé furioso, déndose encontrones con las ramas. Los guanacos escondieron las luces detras de sus eabezas, los venados, entre sus astas, los pu- mas, con sus anchas patas, las éguilas, ‘con sus alas, los hombres, bajo sus mantas. Y los ni‘ios x” CCUENTOS ARAUCANOS hhufan por todas partes, como luciérnagas risue- fias, Hlevando entre sus manos una radiante lam- parita. Hasta las truchas de los riachuelos jugaron 2 peberse los reflejos, iluminandose en el agua co- mo fuegos fatuos, El Brujo suplicé que le devolvieran sus luces, dandose cuenta de que si conseguian arrebatarse- fas, estaba perdido. Pero los espiritus protectores se negaron, porque no se puede creer en las pro- ‘mesas de un borracho. ‘Solamente logré que los pensamientos de los Arboles lo guiaran hasta su gruta, donde a pesar Ge su derrota y de la rabia que le hervia en la ca- eza, cayé al suelo echando humos alcohélicos por boca y orejas. Nunca més pudo bajar a los valles a hacer dafio a los hombres y a las criaturas humildes. ‘Nunca mds el Cheruse-le prest6 una tea de fuego per po_babee Tlevado una indiecita. Pero aque fas luces que entre todos fe quitaron, vuelven a iluminar cada aio los senderos y son las flores Hel copihue que cutelgan de los ramajes de la sel- va como campanitas. LAS DOS SERPIENTES DE LA TIERRA DEL SUR (Cuento basado en leyenda huilliche) ANDO Chile era sélo de los Mapuches, We Naushe’ shyptancuin tits Ademas de hombres y muchos ani Jes, vivian en la tierra del sur d 2s ser ge dos enormes ser Por supuesto que una era muy mala y pelea dora, y la otra, muy buena, a dn sabia i fr, muy buen, anna abn abla La serpiente mala se Hamaba Cai Cai y dor mia cn dl fondo del inor, ea una prafinis om nia ‘mar, en una"profunda ca- La serpiente buena se lamaba Tren tabuiabe be maceunnes as dias oo is Se Los indios vivian temiendo que Cai Cai se gnolara, porgue entonces empezaba a movers cola en el mar, levantando inmensas olas foundaben la ticrrs y abrian cavernas y abismo. Cada aiio, durante las cosechas, los Mapuches apartaban las frutas més jugosas, el maiz mas », los animale irig exo see 2 (CUENTOS ARAUCANOS Desde la punta de un cerro, el Cacique, acom- pafiado de la Machi, gritaba: —Toma, Cai Cai, aqui va una guanaca con sti guanaquito. jPlafi Y por el despefiadero saltaba cl agua salpieando a los Mapuches reunidos para presen: ciar los sacrificios. Si el mar se picaba, segufan tirando lo mejor de sus pertenencias, hasta sus propias mantas de vicufia y cueros de puma. Un dia, el pequefio Maitd se puso a llorar ‘que el Cacique tiré al agua su venadito regalén, su padi. Su Ilanto parecié muy mal al jefe y a los in- dios; y también a la mamé del nifio. Ella dijo: —¢Cémo se te ocurre lorar en un momento asi? gNo sabes que Cai Cai puede despertar fu- riosa? jLos indios no Horan! {nd escondié sus lagrimas, tragéndoselas de an sorbo y se quedé mirando tristemente el mar. Entonces vio que su pudii nadaba entre las olas mejor que un delfin. ‘Cuando el Cacique se alejé con su gente, Mai- 1 ayud6 a salir del agua a su venadito y lo escon- di en el bosque. Esa misma noche desperté Cai Cai con un aullido feroz —jTengo hambre, tengo mucha hambrel iQuiero comer carne fresca de pudii! LAS DOS SERFIENTES DE LAA TIERRA DEL SUR 33 Por lo menos, Maiti creyé que eso era lo que gritaba la tremenda serpiente, moviendo las ol La tierra también se remecié muy fuerte y todos los indios salieron arrancando de sus rueas. Maiti y su mama corrieron hacia los cerros donde vivia la serpiente buena. Los hombres la llamaban con grandes cla- mores —jTren Tren, sélvanos de Cai Cail A pesar del apuro y del susto, hombres, mu- Jeres y nifios llevaban sobre sus cabezas sus ca- ‘chartitos de greda lenos de maiz. Sabfan que Cai Cai, al inundar sus valles, des- trufa las cosechas; habia que salvar las semillas para sembrar cuando pasara la emergenci Detrés de los indios iban sus perros, sus gua- nacos, sus pavos, sus gallaretas, sus pudvies, en- tre ellos el venadito de Maité. También hufan los animales salvajes, los pu- ras, los zorros, las ginas, las liebres, fos cururos y todas las aves de Ia tierra y del mar. Cai Cai iba entrando por las llanuras, nadan- do sobre grandes olas y los indios tenfan que tre- par rapido hacia las cumbres. A todo hombre que tocaba Ia serpiente con su lengua, lo convertia en piedra; y a los anima- les los transformaba en peces. Después de mucho subir por quebradas y Aatravesar precipicios, llegaron frente a la caverna Tren Tren, que estaba sumida en un hondo suefio, ~ No la despertaron los gritos y stiplicas de la a (CUENTOS ARAUCANOS multitud, ni el ruido de las patas de los animales gue pasaban atropellandose sobre las escamas de su lomo. Los indios mayores observaron que Tren Tren estaba muy gorda, porque se habja tragado una docena de guanacos; y cuando una serpiente esta recién almorzada, no hay nada que la des- pierte, hasta que vuelve a sentir hambre. Cai Cai, entretanto, ya casi alcanzaba la ca- vyerna de Tren Tren, nadando sobre las aguas al- borotadas. Sus amigos, los pillanes del Trueno, del Fuego y del Viento, la ayudaban amontonando nubes para que loviera, tronara y cayeran rayos y reldmpagos. ‘Tren Tren roncaba. Los animales escarbaban y enterraban garras y pezufias en el lomo de la dormilona para despértarla; los indios saltaban y gemfan a grandes voces; y los pajaros de la tierra y del mar daban aletazds sobre la cabeza de la serpiente. En vano, porque Tren Tren estaba ciega y sorda en su suefo. Cai Cai ya trepaba los riscos cercanos y se sentian, como un viento, sus bufidos. Daba fero- ces coletazos que producian derrumbes de cerros y arrancaba inmensos arboles mientras aullaba: —-iQuiero tragarme la tierra, quiero matar a mi enemiga Tren Tren y comérmela a pedacitos! ‘Maiti temblaba abrazado a su pudi. Y el ti- ritén se trasmitia de indio a indio, de animal en animal, de pluma a pluma, ¢Cémo despertar a Tren Tren? LAS DOS SERPIENTES DE LA TIERRA DEL SUR 38 De pronto, del grupo de madres afligidas. se escap6 una nifiita, Rayén, que también estaba asustada pero se caisé de tener miedo y se puso a jugar. Caminando sobre el lomo de Tren Tren, le- 6 junto a uno de los ojos de la serpiente, inmen- so, inmévil como un lago verde; porque las ser- pientes no tienen parpados y duermen con los ojos abiertos. Rayén se reflejé como en un espejo y se dis- trajo, miréndose. ¥ empezé a hacer morisquetas y a bailar. Viendo que la nifita dentro del ojo ha- ‘efa lo mismo que ella, a Rayén le dio risa y sus carcajadas resonaron en la gruta mas-fuerte que los llantos y gemidos. A Tren Tren nunca le habian gustado las Ié- grimas ni las quejumbres y si le encantaban las Tisas y la alegria, Muy lejos primero, Tren Tren oyé las carca- jadas de Rayén. Luego, con su ojo, el que servia ide espejo, vio borrosamente la figura que baila- ba, hasta que ya bien despierta se dio cuenta de que era una alegre nisita india. Entonces la serpiente buena también rié y su risa fue un verdadero insulto para Cai Cai y los Pillanes. ‘De pura rabia, Ia mala serpiente cayé cerro abajo y los Pillanes se sinticron empujados has ta el fondo del cielo por las divertidas carcajadas de Tren Tren. Sobre el lomo estremecido de risa cafan_pa- tas arriba los animales y pies al cielo los hom- 6 CURNTOS ARAUCANOS bres. ¥ por la caverna, las aves de Ia tierra y del mar volaron perseguidas por los alegres ecos. Rayén se sujet6 entre las arrugas que tenia ‘Tren Tren cerca de sus ojos y ambas pasaron un rato muy agradable, Pero el placer fue corto: Cai Cai voli a la carga ai josa y partié la tierra sembran- toel mar deilas, Los Pillanes a apoyaron desde el cielo con truenos tan sonoros y largos, que parecia que mil carretas se daban vuelta echando a rodar piedras entre las nubes. Tren Tren se enderez6, haciendo caer al sue- Jo de Ia gruta a todos los que tenia sobre el lomo, incluso a Rayén y Maiti La gente y los animales se arrinconaron por- que el momento de la gran batalla se aproximaba. Cada hombre pedia perdén por lo malo que ha- fa hecho en su vida, para que la fuerza buena de Tren Tren tuviera mas Maita y Rayén quedaron juntos, separados solamente por el pequefio pudi. Y empezaron a hacerse amigos. Cai Cai hizo subir atin més el agua y casi su- mergié la-montafia donde habitaba su ‘enemiga; ero ‘Tren Tren arqueé el Jomo y con la fuerza de doce guanacos que tenia en el estémago, em- pujé hacia arriba el techo de la caverna y la mon- tafia crecié hacia el cielo. Cai Caiy los Pillanes siguieron juntando agua y asi Tren Tren empujé muchas veces el te- cho de su caverna hasta que la montafia leg6 cer- LAS DOS SERPIENTES DE LA TIERRA DEL SUR 37 ca del sol, ‘encima de las nubes, donde ni los Pillanes ni la serpiente mala podian alcanzarla. Y desde la misma cumbre, Cai Cai y sus servidores eayeron al abismo y se aturdieron por miles de ahs, “Tren Tren, satisfecha, se eché a dormir en la altisima gruta, con sts ojos de lago verde. ‘Timidamente los indios y los animales se acerearon al borde del abismo para mirar los va- Iles y vieron que todo estaba Ieno de agua hasta donde se perdia la vista, Como estaban muy cer- ‘ca del sol, la cabeza se les quemaba. Entonces to- ‘maron sus cacharritos de greda y se los pusieron de sombrero, luego de amontonar el maiz que ha- ‘plan traido. ; ‘Paso mucho tiempo antes que el agua baja- ra, volviendo al mar. Maiti y Rayén se hicieron amigos, caminando y saltando por las cimas de los cerros. ‘Los Mapuches _y los animales vagaban de cumbre en cumbre buscando gos comer. Las mu- jJeres y los nifios sembraron el maf que habfan trafdo en los lugares més protegidos y tuvieron cosechas que les permitieron alimentarse. Cada dia el agua bajaba un poco, hasta que despues de muchas lunas, todos pudieron volver a sus antiguas lanuras, seguidos de sus animales. ‘Desde entonces, ambas serpientes duermen, Ja buena en la montafia, la malvada en el mar. ‘A veces Cai Cai tiene pesadillas y aparece una isla en el océano o se estremece un poco la tierra. Pero de saberse, nadie ha vuelto a verlas por las tierras del sur. EL PEQUENO ZORRO HAMBRIENTO L pequefio Zorro de piel gris y rojiza habia’ salido de caza durante varias, noches. Aungue vivia junto a una lar guna donde habitaban toda clase de aves acuati- €as que eran sus preferidas, le costaba mucho pillarias, Ellas sabian vigilar entre los totorales y el més leve ruido las hacia volar a sitio seguro. Bastaba que una sola diera Ja alarma pai que todas, patos, cisnes y hasta las pequefias guas que caminan sobre las hojas de los nenifa- res, buscaran refugio lejos del alcance del Zorro. tras veces se paraban en un lugar rodeado de agua en el que flotaban plantas verdes y el Zo- ro, creyendo pisar firme, se daba un buen bafio, alettando con el ruido a los pdjaros, que escapa- ban de sus vanos manoteos. Era una trampa muy desagradable que a nuestro amigo le daba una ra- bia feroz; el aleteo de los péjaros al echarse a vo- lar y hasta el roce de las cafias le parecfan risas, yburlas por el bao imprevisto que se habia El pobre tuvo que contentarse durante algu- ” CUENTOS ARAUCANOS: nos dias con cucarachos, ya que no tenia otra co- sa que mascar. 2Qué puedo hacer para cazar un pato, aun- que sea pequeno? Se han puesto més astutos que yo" —iba diciéndose una noche que rondaba co. imo de costumbre, por la laguna. De pronto, tna gran vor surgié de'la orilla entre la maleza, y el Zorro dio un salto pensando que alguien Io ata- caba, Mir a su alrededor y no vio a nadie. Toa a continuar st vigilanela, cuando la vor lo asusts de nuevo y esta vez desde mas cerca —cQuién anda ahi? —pregunté, tembloroso, pensando que se trataria de alguna flera descono. ida e invisible. —Lo mismo te pregunto —dijo la vor —Yo.... soy un pequelto zorro hambrient. Ah, entonces eras ti el que asusté a los pa Jaros... Bueno, se han ido, no cazarés ninguno esta noche —continué la vor. Dime, Zorro, sque otra cosa comes? —Bueno, prefiero no decirlo porque me da vergiienza —inurmuré nuestro amigo acordando- se de los cucarachos. —2Tal vez te avergiienza comer ranas inde- fensas... 0 sapos? —insistié Ia vor bajando un tono. —iPufl, geémo se te ocurre que yo pueda co- mer algo tan horrible y gelatinoso? ¥ Hing de hambre oan ice izo un silencio largo; el duefio de la voz parecia haberse convertido en un negro bost que hacia “gla glu”, oe EL PEOUERO ZORRO MANIBIIENTO a —ZQué te pasa? @Te has ido? —pregunté el Zorro, desconcertado. —No, aqui estoy —grité la voz atin més cerca. Y¥ de pronto el Zorro vio aparecer junto a sus patas a un “horrible y gelatinoso” Sapo. Con su sonrisa més hipécrita, 0 sea la més dulce, el Zorro exclamé: jConque eras ti! (Qué estupenda vor tie- nes! jAdmirable para un ser tan pequefio! ¢Dén- de la conseguiste? —El Creador me Ia regal para compensar mis... carencias —Perdéname, soy un estipido —murmuré el Zorro echéndose al suelo. Los ojos de ambos quedaron a la misma al: tura, “te perdono porque nunca te has comido una ranita nia ninguno de mis parientes. Y tam- poco sentirés tentacién de darme un mordisco —concedié €l Sapo con dignidad. Al Zorro Je parecié menos desagradable al mirarlo de més cerca. Las chispas de oro de sus ojos demostraban sensibilidad. '—Seamos amigos —propuso el peludo. —Me parece bien —acepté el Sapo—. A ti te gustan los patos, y los patos me comen a mf; so- Sips parte de una cadena ecoldgica amistosa. —¢Cémo? ¢Los patos te devoran? —Si, amigo Zorro, y de ese modo formo par- te de tu alimentacién ‘preferida sin que lo notes —exclamé la vor cientifica. 2 (CUENTOS ARAUCANOS —Vaya, vaya... —comenté simplemente el Zorro mirandlo al otro con detencién, —Tu presencia algo fragante espanta a mis enemigos y por esto me conviene tu cercania —continud el Sapo—. Creo que debiera agrade- certe que te gusten los patos y no yo. El Zorro pens6 unos momentos las palabras del pequefio gritén. “Los patos se comen a los sapos —se dijo— y los sapos tienen una voz demasiado fuerte, de manera que los patos los pillan sin dificultad”. Y luego tuvo otro pensamiento atin més iu- minoso __“EI Sapo es muy pequefio para tener seme- jante, voz, en cambio, si yo pudiera aullar como ‘Una idea como relémpage lo dejé patitieso: —iCémo no se me habia ocurridol —excla- Qué cosa? —pregunté el Sapo desde su oscuridad. —Que si yo... bueno, es una idea no més, pero, —ZPero qué? —Pienso que el Creador fue un poco despro- porcionado en tu caso y en el mio también —tan- te6 el Zorro. —cTe quejas del Creador? —grité el Sapo es- candalizado—. Es una imprudencia. “eles de mi tal cosa contests el otro con una sonrisa compungida. Fue solo una pequefia observacién. Si yo tuviera tu voz, por ejemplo, FL PEQUERO ZORRO HAMBRIENTO 6 podria engaiiar a los patos; ellos se acercarian a mi creyendo que soy un inofensivo y apetitoso sa- po, y éte imaginas? Los podria cazar fucilmente! —Pero no es el caso y lo siento, Zorro, por- que tengo algo de simpatia por ¥ si hiciéramos un pacto? ZQué clase de pacto? —grité el otro con su fuerte voz. —Pues.... si me prestas tu voz por una no- cche, los patos se acercarian a mf sin sospechar lo dque les espera. Yo podria llenar mi panza y ti te Hbrarias de varios enemigos a la vez. El Sapo guardé silencio, meditando. —No es mala idea —comenté—, pero tengo que pensarlo otro poco. ¥ como en ese momento empezé a amanecer, dejé para la noche siguiente tan grave decisié EI Sapo amaba su voz poderosa, aunque le traje- ra disgustos. Al fin y al cabo era un don de su Creador. El Zorro se alej6, esperanzado. También ese dia tuvo que mascar cucarachos, pero al escon- derse en su madriguera pensé con ilusién que dentro de pocas horas se daria un banquete. ‘Atin no oscurecia cuando el Zorro lleg6 a la laguna. BI Sapo no estaba ya en el mismo liga, y aunque puso, las orejas al viento, no oy6 su so- nora voz. Dio una vuelta por las boscosas orillas lla- mando con débil gimoteo a su verde amigo, en vano. “4 ‘CUBNTOS ARALICANOS “'Como si se lo hublera Ievado el viento”, di- jo hablando para si. Y¥ de pronto le vino una idea que le erizé los pelos: ¢y si un pato lo habla devorado? Durante tun buen rato, fue incapaz de dar un paso, tal emo- ign le causé imaginar que el Sapo podia no exis- tir ya, Y pensar que no hacia muchas horas lo consideraba un animalucho del todo despreciable! Desesperado, continud la busqueda y su espe- ranza iba enflaqueciendo a la par con sit estéma- 0 insatisfecho. ‘Vio aparecer en el ciclo la primera estrella y junto con ese brillo, al otro lade de donde se ha- ba, el Zorro escuichd la poderosa voz de su amigo. Ech6 a correr como si la arena le quemara las patasy antes de que el Sapo reptira su nota, a Se encontré a su lado. —iAmigo! —aullé casi sin aliento—. He su- frido un susto terrible por til —Yo estaba pensando si vendrias —contest6 el Sapo calmadamente. —Mi vida depende de ta tuya —contest6 el Zorro sin mucha cautela. Ah, si? —crod con displicencia el verde cantor, hinchndose de vanidad. El Zorro comprendié que debia disimular su angustia porque la vanidad de los pequefios sue- le ser la perdicién de los grandes. —Es decir, llegué algo temprano y tem{ que algén pato tuviera en su estémago iu preciosa vor. EL, PEQUERO ZORRO HAMBRIENTO 4s —Bueno, casi, casi —contesté el Sapo—. Yo siempre me salvo por casi. —¢Corriste peligro, entonces? —Cada dia esté leno de sobresaltos para mi, ‘Aunque me confundo entre las hojas y no hago el, menor ruido mientras duermo, los patos escarban por toda la orilla; desde que nos separamos, es- tuve casi masacrado varias veces. El Zorro palidecié bajo sus pelos, Amigo, es urgente que disminuya el mime- ro de patos en la laguna. Y yo soy el tinico que puede hacerlo, Si me prestas tu voz por una sola noche, con el hambre que tengo, me comeré por Jo menos una docena de los grandes, que son los jue se reproducen. ¢Qué decides, amigo, aceptas el pacto? —Lo he pensado entre suefios, y aunque me duele mucho desprenderme de mi voz por una no- che, acepto, porque pasaré varios dias tranquilo. —Oh, aceptas, bien dicho —lo animé el Zo- 110. El momento del traspaso de la voz habia le- gado,

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