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Abstract
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Este texto es producto de las reflexiones conceptuales del grupo inter-institucional de investigación
Jóvenes, Culturas y Poderes. Son investigadores activos los doctores: Germán Muñoz González (líder del
grupo), Deibar René Hurtado, Diana Mireya Pedraza, José Rubén Castillo, Maria del Carmen Vergara y
Victoria Eugenia Pinilla. Participan en calidad de estudiantes los doctorandos: Antonio Quintana, Arlovich
Correa, César Augusto Rocha, Darío Alberto Ángel, Diego Alejandro Muñoz, Jorge Eliécer Martínez,
Juan Carlos Amador, Juan Manuel Castellanos y Ligia López.
1. Introducción
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Se entiende el indisciplinamiento de las ciencias sociales, como el llamado a trascender viejos
reduccionismos y colonialidades con que fueron configuradas las clásicas ciencias sociales: sociología,
antropología, historia…; es importante, en este sentido, discutir el eurocentrismo y positivismo con que
se configuraron las teorías sociales (Mignolo, 2007).
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Siguiendo a Waldenfels (1997: 181), se entiende que el mundo de la vida hace alusión ‘‘ante todo, al
mundo de la vida concreto y relativamente indiferenciado que abarca todo aquello que de alguna forma
nos toca […]’’.
Hay temáticas que despiertan el mayor interés, tanto entre los académicos
como entre los organismos nacionales e internacionales que diseñan políticas
y programas destinados a los jóvenes. El crecimiento desmesurado de la
oferta-demanda, en un cortísimo plazo, de teléfonos celulares, ordenadores
personales conectados a Internet, aparatos reproductores de música y
artefactos similares, en un segmento muy amplio de población
(particularmente menores de 30 años), lleva a pensar que la mediación
tecnológica ocupa el centro de su interés y que la comunicación, reducida al
manejo de dichas innovaciones, los seduce y convierte en adictos y
dependientes de una masa de información que circula en el ciberespacio.
La comprensión de estos fenómenos impone pensar lo cultural en otros
términos. Ante todo, salir del prejuicio que lo reduce al estudio de
sociedades premodernas, ancladas en el pasado remoto y en temas que no
tocan la vida cotidiana de las poblaciones urbanas contemporáneas. Y, en
contraposición, aceptar que es posible, desde esta perspectiva, acercarse a
procesos complejos donde se definen espacios de lucha y de apropiación
simbólica, legitimación y producción de las instancias en las que se
construye y reinterpreta lo “elementalmente humano”; donde se inscribe
toda acción comunicativa, que se convierte en acción generadora de
sentido, en su proyección sobre objetos y personas, al crear o recrear el
espacio para la comunicación intersubjetiva; que es memoria de lo que
hemos sido y registro imaginario y sedimentado de lo que pudimos alguna
vez ser y hacer, herramienta privilegiada para definir nuestra situación
dentro de la vida social y colectiva; espacio donde se organiza el
movimiento constante de la vida concreta, en el sentido práctico del
presente; donde se constituyen modos de concebir (y de vivir) el mundo
de la vida. Por tanto, el objeto de estudio de la cultura no le pertenece a
ninguna disciplina, y aquellas que se lo han apropiado simplificándolo
(como es el caso de la antropología) tienen que hacer una lectura crítica
de su posición.
Y, por otro lado, superar la posición marxista reduccionista, es decir,
abandonar la visión que considera la cultura como simple “epifenómeno”
de la economía. La cultura atraviesa el mundo y, por efecto de las desiguales
posiciones dentro de la estructura social, permite ver una división práctica,
efectiva y operante del mismo. Alrededor de la cultura se juegan cuestiones
que, aunque no sean ‘‘inmediatamente políticas ni económicas’’, no por
ello son menos trascendentales. Ahí se pueden localizar procesos de
atesoramiento, reproducción, utilización y escenificación de la memoria social,
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En este sentido, se recuperan las ideas de Michel de Certeau (1990) sobre la relación existente entre el
consumo y la agencia humana, sus estrategias y tácticas, y las ideas de Néstor García Canclini (1995) en
torno a la defensa de la capacidad de reflexión-pensamiento en el consumo.
*
La ciudadanía civil : configurada en el advenimiento de los modernos
Estados nacionales, hace alusión a las formas de asumirse nacional y a
las protecciones emannadas de las naciones.Esta ciudadanía ratifica el
derecho a una nacionalidad, pero históricamente juega con el ideal
homogenizante de las poblaciones: una única lengua, un sistema general
de instrucción pública, una historia oficial, etc., dejando por fuera o
*
La ciudadanía política: se esctructura bajo la idea de la participación
política en escenarios de toma de desiciones públicas ,por ello, intenta
desde sus comienzos estipular ciertas condiciones sociales y educativas
que permitan identificar quiénes son aptos para dicho ejercicio; ser
ciudadano cobija a los que pueden participar activamente de las decisiones
públicas, y para ello serán vitales los dispositivos educativos y políticos
articulados a la edad y el expediente limpio. La ciudadanía política termina
reduciendo el ejercicio de la ciudadanía a una cultura electoral, en la cual
la máxima manifestación de lo político es la votación y la representación
partidista. Este tipo de ciudadanía opera bajo el desconocimiento de
múltiples manifestaciones de pertenencia cultural que son invisibilizadas
en la homogenización del elector y las ofertas partidistas.
*
La ciudadanía social: es fruto de la emergencia histórica del Estado de
Bienestar y pretende dotar a la ciudadanía civil de una serie de beneficios
como la salud, la educación y el trabajo. Este tipo de ciudadanía termina
reduciéndose solamente a un asunto de cobertura, de democratización
del acceso a los recursos y servicios, pero descuida la formación política,
es decir, la formación para el ejercicio de la autonomía. Esta ciudadanía
se ve actualmente vulnerada por las políticas neoliberales y la consecuente
pérdida de garantías sociales ofrecidas por el Estado.
Estos tipos de ciudadanía operan desde el lugar común del sueño
moderno de consolidación social de los Estados-nación, por ello dejan
por fuera manifestaciones socioculturales que no encajan en los referentes
y modelos férreos de sus ideales políticos. Las formas invisibilizadas de
exclusión que acogen estas ciudadanías pasan a ser abordadas y convertidas
en idearios y movilizaciones políticas a la luz de una nueva comprensión
de la ciudadanía, definida por autores como Kymlicka como una ciudadanía
cultural o, mejor, multicultural. Para este autor: “De acuerdo con los
pluralistas culturales, la ciudadanía tiene que reflejar la identidad
sociocultural distinta de estos grupos, su ‘diferencia‘. Los derechos comunes
de ciudadanía, originalmente definidos por los hombres blancos, y para
ellos, no pueden acomodarse a las necesidades de los g r upos
marginalizados. Estos grupos sólo pueden integrarse completamente a
través de lo que Iris Marion Young llama ‘ciudadanía diferenciada‘. Es decir,
226 REVISTA ARGENTINA DE SOCIOLOGÍA AÑO 6 Nº11-ISSN 1667-9261(2008) ,pp. 217-236
La ciudadanía juvenil como ciudadanía cultural: una aproximación teórica desde los estudios culturales
(Beck, 1996: 252). Es preciso, tras la respuesta a este interrogante, que las
dinámicas colectivas juveniles, en aras de anticipar moralmente nuevas formas
de vida, se configuren como estilos de vida, como alternativas al
industrialismo. Así, la temática de los estilos de vida alternos al mundo
industrial está integrada al cambio estructural de las señales simbólicas o
representaciones colectivas de la sociedad global actual; los cambios en
las significaciones y acciones en la cotidianidad implican un
trastrocamiento de la sociedad en su conjunto y, por lo tanto, “suponen la
liberación de los individuos del enjaulamiento de las instituciones, significa
el renacimiento de conceptos tales como: acción, subjetividad, conflicto,
saber, crítica y creatividad” (Beck, 1996: 229).
Las dinámicas colectivas juveniles, tematizadas como culturas juveniles
o tribus urbanas 5 , permiten comprender que la ciudadanía juvenil emerge
como formas alternativas de significar lo social, por lo cual, lejos de ser
un derecho dado por el orden social adulto-céntrico, la ciudadanía juvenil
encarna formas creativas de repensar la política. Sus contenidos políticos
giran en torno a cuestiones como las percepciones e ideas que tienen las
y los jóvenes sobre la relación inclusión-exclusión, la distribución del poder,
el conocimiento, las vivencias y la aplicabilidad de los derechos y los
mecanismos de reconocimiento sociocultural y político de las diferencias.
Dos categorías se convierten en fundamentos de la relectura de la
ciudadanía juvenil:
(Beck, 1996: 252). Estas consideraciones son precisamente las que ayudan
a la configuración de la micropolítica y ubican al conflicto como parte
importante de la vinculación social de los jóvenes, dado que sus lazos
sociales son en cada instante asuntos de invención, de problemas
cotidianos, de acción, de presentación y puesta en escena de sí mismos.
En el contexto sociocultural de la modernidad tardía, la fusión del
egocentrismo de un sujeto moral que se hace consciente y responsable de
sus actos, y de un altruismo vital en torno a cuestiones existenciales, hace
que los sujetos de la modernización reflexiva, en este caso los jóvenes,
estén en actitud performante, es decir, en búsqueda de síntesis colaterales
de cambio y, por ende, de gestión de los conflictos. La biografización
permite reconocer las fuentes identitarias de sentido que movilizan las
acciones políticas de las y los jóvenes: sus sentidos de cohesión grupal y
de identificación, así como sus expresiones estéticas y discursivas que
configuran su identidad política (Beck, 2002: 9).
Con base en las ideas anteriores sobre la crisis de la modernidad y su
llamado a la reflexividad, se hace necesario en el contexto de la política
vital de los jóvenes intentar dilucidar algunas de las implicaciones de
estos temas en la configuración de lo que se ha denominado en Occidente
“confianza” (trust, confidence), y que parece ser uno de los asuntos centrales
que hoy resignifican los jóvenes en tanto “hijos de la libertad”. Partiremos
de la discusión sobre la relación existente entre confianza y fiabilidad.
5. Conclusiones
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gmunozg2000@yahoo.es
Germán Muñoz González. Filósofo, Doctorado de Tercer Ciclo en Lingüística de
la EHESS de París. Doctorado en Ciencias Sociales, Niñez y Juventud de la
Universidad de Manizales – CINDE. Docente e investigador de la Universidad
Distrital Francisco José de Caldas (Bogotá) y de la Universidad de Manizales – CINDE.
diegomudante@hotmail.com
Diego Alejandro Muñoz Gaviria. Sociólogo . Especialista en Contextualización Psicosocial
del Crimen. Magíster en Psicología. Aspirante al título de Doctor en Ciencias Sociales,