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BAUTISMO EN EL

ESPÍRITU SANTO
Servicios Internacionales de la
Renovación Carismática Católica
Comisión Doctrinal

1
Título Original:
Baptism in the Holy Spirit
by the Doctrinal Commission of ICCRS

Copyright © 2012 Servicios Internacionales de la Renovación Carismática Católica


Todos los derechos reservados.

ICCRS
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Publicado en Estados Unidos por el Equipo Nacional de Servidores de la


Renovación Carismática Católica en U.S.A. Inc.

Para solicitar más copias puede escribir a:


Catholic Charismatic Renewal
National Service Committee
Chariscenter USA
PO Box 628
Locust Grove, VA 22508
800–338–2445
Email: chariscenter@nsc-chariscenter.org

Cubierta:
“El derramamiento del Espíritu Santo,” acrílico en lienzo estirado
por Veronica Dimae, Australia
Copyright © ICCRS

Diseño de la cubierta:
Jhorman Pérez, Venezuela
Stacy Innerst, Pittsburgh, Pennsylvania, USA

Traducido al Español por:


María del Socorro Delgado Gil y José Ignacio Valle Mansilla

2
Contenidos

Prólogo 4

Introducción 6

Parte I Características y Frutos del Bautismo en el Espíritu 10


1. Una Sorpresa del Espíritu 11
2. Los Rasgos Característicos del Bautismo en el Espíritu 11

Parte II Fundamentos Bíblicos y Patrísticos 19


1. Las Promesas del Antiguo Testamento 19
2. El Testigo del Nuevo Testamento 21
3. El Bautismo en el Espíritu en la Era Patrística 34

Parte III Reflexión Teológica 40


1. Avances en la Interpretación de la Renovación Carismática 40
Católica
2. El Corazón del Bautismo en el Espíritu 42
3. Teología y Experiencia 44
4. La Dimensión Institucional y Carismática de la Iglesia 45
5. El Bautismo en el Espíritu y los Sacramentos de Iniciación 46
6. ¿El Bautismo en el Espíritu es para cada Cristiano? 48
7. ¿Deberían Recibir el Bautismo en el Espíritu Personas No 49
Bautizadas?
8. ¿Puede Uno ser Bautizado en el Espíritu Más de Una Vez? 50

Parte IV Aspectos Pastorales 51


1. Preparación para el Bautismo en el Espíritu Santo 51
2. Oración por el Bautismo en el Espíritu 56
3. Seguimiento posterior al Bautismo en el Espíritu 58
4. Integración en la Vida de la Iglesia 59
5. Discernimiento Pastoral 63

Conclusión 66

Notas 68

3
PRÓLOGO

Es con gran alegría que el ICCRS puede presentar ahora este libro a la
Renovación Carismática Católica y más aún a toda la Iglesia. Como un buen
vino este texto ha ido germinándose y refinándose durante un largo tiempo.
Comenzó como una respuesta a las numerosas solicitudes que se recibían en el
ICCRS de líderes de todo el mundo. Se nos pedía un documento que ofreciera
alguna reflexión teleológica sobre el significado del Bautismo en el Espíritu
junto con algunas directrices pastorales para recibir y vivir esta gracia.

El trabajo inicial empezó en el 2008 cuando bajo la asesoría del Obispo Joe
Grech la Comisión Doctrinal del ICRSS inició sus primeras reflexiones. Poco a
poco elaboraron un primer borrador que fue enviado a Teólogos carismáticos y
líderes de distintas partes del mundo para obtener mayores luces desde una
verdadera perspectiva internacional. Siguiendo este proceso se iniciaron
revisiones del borrador original y se llegó a un texto revisado. Dicho texto sirvió
de base al Coloquio Internacional sobre el Bautismo en el Espíritu Santo del
2011 que se celebró en Roma bajo el patrocinio del Concejo Pontificio para los
Laicos. Lamentablemente el Obispo Joe Grech murió en diciembre del 2010
pero sabíamos que él hubiera querido que el proyecto continuara, así que con
el ánimo renovado y bajo el liderazgo de la Dra. Mary Healy el Coloquio siguió
adelante. Alrededor de 150 líderes procedentes de 44 países se dieron cita. Fue
una ocasión histórica que reunió a muchos de los primeros y más antiguos
líderes de la Renovación Carismática Católica que intercambiaron sus
reflexiones con líderes más jóvenes y con teólogos. Había también la necesidad
de escucharnos unos a otros, y de respetar las diferentes perspectivas
culturales. Después del Coloquio se hicieron nuevas revisiones del texto, y
ahora tenemos el gusto de compartir los frutos de nuestro trabajo en este libro.
Sin embargo, vale la pena resaltar que esta importante reflexión sobre el
Bautismo en el Espíritu, que es sin duda el corazón de la Renovación
Carismática Católica, es un proceso inacabado y aún se sigue trabajando en
ella.

4
En nombre del ICRRS me gustaría agradecer a todos aquellos que han
tenido parte en la elaboración de este libro. Estamos especialmente agradecidos
a los que dieron su aportación y participaron en el Coloquio y a los numerosos
consultores en todo el mundo. Agradecemos de manera especial a la Dra. Mary
Healy y al Msgr Peter Hocken que son los pilares de la Comisión Doctrinal del
ICRRS y los principales autores de este texto. También quisiera agradecer
personalmente a Su Eminencia el Cardenal Stanislaw Rylko, presidente del
Concejo Pontificio para los Laicos, por su continuo apoyo y orientación.

Estoy segura que este texto tan esperado resultará ser una herramienta útil
tanto para los miembros de la Renovación como para los que buscan
comprender más plenamente la gracia del Bautismo en el Espíritu Santo.

Sra. Michelle Moran

Presidente del ICRSS.

Abril 2012.

5
INTRODUCCIÓN

El domingo de Pentecostés del 2008, el Papa Benedicto XVI pronunció estas


importantes palabras:

Hoy me gustaría extender esta invitación a todos: Redescubramos, queridos


hermanos y hermanas, la belleza de ser bautizados en el Espíritu Santo; tomemos
nuevamente conciencia de nuestros bautismo y nuestra confirmación, fuentes de
gracia que están siempre presentes. Pidamos a la Virgen María que nos obtenga
un renovado Pentecostés para la Iglesia de hoy, un Pentecostés que trasmita a
cada uno la alegría de vivir y ser testigos del Evangelio.¹

Con respecto a este asunto, el Santo Padre resaltó que el libro de los Hechos
de los Apóstoles habla del derramamiento del Espíritu Santo en Pentecostés
como el momento que “corona toda la misión de Jesús” y el cumplimiento de la
profecía de Juan el Bautista: “El que viene después de mí… os bautizará en el
Espíritu Santo” (Mt 3,11). El Papa añadió:

En efecto, toda la misión de Jesús estaba encaminada a dar el Espíritu de Dios a


los hombres y bautizarlos en el “baño” de la regeneración. Esto se realizó a través
de su glorificación (cf. Juan 7,39), esto es, a través de su muerte y resurrección:
entonces el Espíritu de Dios fue derramado de manera sobreabundante, como una
cascada capaz de purificar cada corazón, para extinguir las llamas del mal y
encender el fuego del divino amor en el mundo.2

En estas declaraciones, el Papa Benedicto ofrece a la Iglesia una


comprensión totalmente bíblica y cristocéntrica sobre el Bautismo en el
Espíritu. Desde este punto de partida, podemos comprender la gracia del
bautismo en el Espíritu tal como ha sido experimentada en la Renovación
Carismática Católica.

La Renovación Carismática Católica es un movimiento en la Iglesia Católica


que empezó poco después del Concilio Vaticano Segundo. Habitualmente sus
orígenes se asocian a un retiro de fin de semana celebrado por varios
profesores y estudiantes de la Universidad de Duquesne en Pittsburgh,
Pennsylvania, Estados Unidos, en febrero de 1967. En este retiro los
estudiantes cantaron el cántico ancestral “Ven Espíritu Creador” y oraron
6
fervientemente a Dios para avivar la gracia de su bautismo y la confirmación.
Durante el fin de semana mucho de los estudiantes experimentaron un
derramamiento poderoso del Espíritu3 junto con el don de lenguas, profecía, y
otros carismas. Esta “experiencia de Pentecostés” rápidamente se extendió a
otras universidades y continuó extendiéndose por todo el mundo, de tal manera
que hoy la Renovación Carismática Católica existe en más de 238 países,
habiendo tocado a más de 120 millones de católicos.4

El acontecimiento de Duquesne tuvo lugar influido por otros cristianos que


se bautizaron en el Espíritu Santo, así como por el ímpetu renovador del
Concilio Vaticano II.5 El Bautismo en el Espíritu Santo ya había sido
experimentado dentro del movimiento Pentecostal durante sesenta años y
dentro de denominaciones protestantes históricas desde hacía entre siete a diez
años.6 Los profesores universitarios que acudieron al fin de semana de
Duquesne habían sido bautizados en el Espíritu Santo por un pequeño grupo de
oración carismático formado por cristianos de diversas denominaciones, y los
estudiantes se habían preparado para este fin de semana con la lectura de los
Hechos de los Apóstoles y un libro del predicador Pentecostal David Wilkerson,
La Cruz y el Puñal.

Mirando hacia atrás, es posible ver la providencia de Dios trabajando


misteriosamente en los acontecimientos de la historia, preparando este nuevo
derramamiento del Espíritu Santo en el siglo veinte. En 1897, a instancias de la
hermana (ahora Beata) Elena Guerra, fundadora de las Hermanas Oblatas del
Espíritu Santo, el Papa León XIII escribió la encíclica Divinum Illud Munus, en la
cual invitó a la Iglesia a renovar la devoción por el Espíritu Santo. El Papa
también pidió a los católicos rezar una novena cada año al Espíritu Santo entre
las fiestas de la Ascensión y Pentecostés, especialmente por la intención de la
unidad de los cristianos. El uno de enero de 1901, otra vez a sugerencia de la
hermana Elena, el papa invocó al Espíritu Santo para el siglo veinte, entonando
el cántico “Ven Espíritu Creador”, en nombre de toda la Iglesia. En ese día, en
la Escuela Bíblica de Bethel en Topeka, Kansas, Estados Unidos, tuvo lugar un
derramamiento del Espíritu Santo, que es generalmente aceptado como el
comienzo del Pentecostalismo. Desde allí, reuniones de avivamiento celebradas
en la calle Azusa en los Ángeles en 1906, conducidas por William J. Seymour,
impulsó al movimiento Pentecostal a través de todos los continentes en dos
años.7 Hoy, se estima que más de 500 millones de cristianos en todo el mundo
se han bautizado en el Espíritu Santo.8

El Concilio Vaticano II (1962-1965) sentó una base doctrinal que preparó de


una manera más inmediata a la Renovación Carismática Católica. De particular
importancia fue el reconocimiento en Lumen Gentium del papel actual de los

7
carismas en la vida de la Iglesia y la llamada a acogerlos bajo un
discernimiento.

Fue también especial la enseñanza de Lumen Gentium sobre el papel de los


laicos en la Iglesia, la enseñanza de Dei Verbum en hacer la Escritura accesible
a los fieles, y el Decreto sobre Ecumenismo con el reconocimiento de la
presencia y la actividad del Espíritu Santo en otras confesiones cristianas.

El origen y crecimiento de la Renovación Carismática Católica ha ocurrido en


un momento histórico cuando la Iglesia se enfrenta a desafíos sin precedentes
debido a una secularización repentina. Como San Juan Pablo II señalaba:
“incluso en países evangelizados hace muchos siglos, la realidad de una
‘sociedad Cristiana´que, entre las miserias que siempre han marcado la vida
humana, se regía por los valores del Evangelio, ha desaparecido”.9 El Papa
Benedicto ha advertido que “En nuestros días… en vastas áreas del mundo, la
fe está en peligro de extinguirse como una llama que ya no tiene más
combustible… El problema real en este momento de nuestra historia es que
Dios está desapareciendo del horizonte humano, y, con el decaimiento de la luz
que viene de Dios, la humanidad está perdiendo sus cargas, cada vez con más
claros efectos destructivos.”10 La ausencia de Dios en la sociedad
contemporánea deja un vacío interior profundo, que la gente intenta llenar con
todo tipo de falacias espirituales. Hay una creciente cultura narcisista, en la que
los valores más altos se centran en la realización personal, el atractivo físico, el
placer, y la acumulación de posesiones. Esto a su vez ha contribuido a la
ruptura familiar y los ataques a la dignidad humana que Juan Pablo II describía
como la “cultura de la muerte.”

Ante este escenario, hay una gran necesidad de que las personas
encuentren al Dios vivo. Por medio del bautismo en el Espíritu muchos han
conocido a Dios como un padre amoroso que actúa en nuestras vidas de una
forma perceptible — que habla, guía, protege, sana, y da a sus hijos la plenitud
de vida. Este descubrimiento trae una esperanza inquebrantable tanto para
individuos como para la Iglesia a pesar del desánimo reinante. La acción
soberana de Dios en nuestro tiempo ha llevado a una nueva expectativa por la
venida del Señor y su Reino. En todo esto, y aún más, el bautismo en el Espíritu
Santo está respondiendo a las necesidades más profundas de la Iglesia de hoy
y prepara a la Iglesia para el futuro.

El propósito del presente documento es el de ofrecer reflexiones teológicas


sobre el significado del bautismo en el Espíritu y orientaciones pastorales para
la recepción y expresión de esta gracia entre los fieles, tanto individualmente
como en grupos. La mayor parte del contenido de este documento se puede
aplicar a toda la Iglesia, en cuanto que el bautismo en el Espíritu es una gracia

8
para todo el cuerpo de Cristo y no únicamente para la Renovación Carismática.
Pero en primer lugar está dirigido a los líderes de la Renovación, ya que la
necesidad de este documento se originó por cuestiones que han surgido en
diversas experiencias pastorales en todo el mundo. El bautismo en el Espíritu es
una gracia que renueva toda la vida Cristiana, toca casi todo aspecto de la
espiritualidad católica y práctica pastoral. Este documento se dirigirá
únicamente a aquellos aspectos más relevantes de la experiencia de la
Renovación Carismática en todo el mundo y a la renovación de una
“espiritualidad de Pentecostés” en la Iglesia hoy. Los contenidos siguen un
orden similar al anterior documento del ICCRS sobre Directrices para las
Oraciones de Sanación.11 La Parte I se centra en una descripción del bautismo
en el Espíritu Santo, sus características y las gracias que acompañan. La Parte
II presenta la tradición bíblica y patrística pertinente. La Parte III ofrece una
reflexión teológica. Finalmente, la Parte IV trata asuntos pastorales surgidos de
la experiencia y la predicación de la acción del Espíritu Santo.

9
Parte I

Características y Frutos del

Bautismo en el Espíritu

El Bautismo en el Espíritu es una experiencia del amor de Dios Padre, que


transforma la vida, y que es derramada en el corazón de la persona por el
Espíritu Santo. Se recibe mediante la entrega total al Señorío de Jesucristo.
Reaviva los sacramentos del bautismo y la confirmación, profundizando la
comunión con Dios y con los hermanos, enciende el fervor por el evangelio y
prepara a la persona con carismas para el servicio y la misión. Esta obra de
Dios, que ha estado presente desde los inicios de la Iglesia, no puede ser
limitada a una corriente o movimiento. El presente documento, sin embargo, se
centra en el bautismo en el Espíritu tal como se ha estado manifestando en la
Renovación Carismática Católica. Hay dos razones para este propósito: primero,
la realidad del bautismo en el Espíritu ha atraído la atención de la Iglesia en
nuestro tiempo a través de la acción del Espíritu Santo en la Renovación;
segundo, el bautismo en el Espíritu ha sido acogido y comprendido como la
gracia central en el corazón de la Renovación. A través del bautismo en Espíritu
la experiencia del primer Pentecostés se ha hecho presente nuevamente en
nuestros días. Todos los demás frutos de la Renovación fluyen desde el
bautismo en Espíritu y a su vez se originan en esta gracia fundacional.

1. Una Sorpresa del Espíritu

Desde los inicios de la renovación carismática,1 el bautismo en el Espíritu se


ha experimentado como un don espléndido de parte de Dios, que no depende
10
de ningún mérito o actividad humana.2 La Renovación Carismática Católica
también surgió como una gracia inesperada, una sorpresa del Espíritu, sin
planificación y sin objetivos formulados ni programas. La Renovación no tiene
ningún fundador identificable, a pesar que muchas comunidades que la
integran tienen fundadores o fundadoras.

Las historias sobre los orígenes de la Renovación muestran que los católicos
fuimos bautizados en el Espíritu en muchos contextos distintos, y de maneras
muy diversas. Algunos recibieron la oración de otros que ya estaban
bautizados en el Espíritu; algunos recibieron esta gracia durante su oración
personal; algunos la recibieron en grupos de estudio y oración con las
Escrituras, otros a través de leer o escuchar los testimonios de los demás.
Debido a que apareció como una gracia inesperada, la Renovación Carismática
no tiene miembros a la manera que usualmente se ve en los movimientos
organizados y comunidades. La gente es parte de la Renovación, en primer
lugar, porque han recibido el bautismo en el Espíritu, porque afirman esta
gracia y buscan ser fieles a ella dentro de la Iglesia. La organización del
movimiento fue consecuente con este comienzo. Las primeras estructuras
formadas dentro de la Renovación fueron llamadas “comunidades de servicio” y
no reclamaron ninguna autoridad sobre los grupos y comunidades emergentes.
Cursos para preparar a la gente a recibir el bautismo en Espíritu, tal como el
Seminario de Vida en Espíritu, fueron ideados consecuentemente para ayudar a
una recepción fructífera de esta gracia.

2. Los Rasgos Característicos del Bautismo en el Espíritu

Las Características del bautismo en Espíritu fueron bien resumidas por uno
de los participantes del fin de semana de Duquesne en 1967:

Nuestra fe ha sido avivada, nuestras creencias se han transformado en un tipo de


conocimiento. De pronto el mundo de lo sobrenatural se ha hecho más real que el
mundo natural. En resumen, Jesucristo es una persona real para nosotros, una
persona real que es nuestro Señor y que actúa en nuestras vidas. Leemos el
Nuevo Testamento como si fuera literalmente auténtico ahora, cada palabra y
cada línea. La oración y los Sacramentos se han convertido verdaderamente en
nuestro pan de cada día en vez de ser simplemente prácticas que reconocemos
como `buenas para nosotros´. Un amor a la Escritura, un amor a la Iglesia que
nunca creí posible, una transformación de nuestras relaciones con los demás, una
necesidad y un poder para testificar más allá de toda expectativa, ha venido todo
esto a formar parte de nuestras vidas. La experiencia inicial del bautismo en el
Espíritu no fue puramente emocional, sino que la vida ha sido envuelta de
tranquilidad, confianza, alegría y paz… Cantamos el `Ven Espíritu Creador´ antes
de cada enseñanza y lo creemos. No hemos sido decepcionados. También hemos

11
sido agraciados con carismas. Esto también nos coloca en una atmósfera
ecuménica.3

Esta sección describirá con más detalle los rasgos característicos del
bautismo en el Espíritu y sus efectos en la vida de los creyentes. El orden que
se sigue en esta sección no refleja un orden de importancia o cronología de los
efectos. Algunos rasgos son típicamente intrínsecos a la experiencia de recibir el
bautismo en el Espíritu Santo, mientras que otros son frutos que por lo general
se desenvuelven posteriormente.

2.1 Un Nuevo Despertar a la Realidad y Presencia del Dios Trinitario

El efecto más inmediato del bautismo en Espíritu es un nuevo despertar y


una comunión con el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo. En este sentido el
bautismo en el Espíritu se corresponde estrechamente con lo que el Beato Juan
Pablo II con frecuencia describía como un encuentro con Cristo vivo.4 Jesús es
experimentado como Salvador y Señor que gratuitamente obra en nuestras
vidas hoy.

El encuentro con Jesús trae un profundo despertar del amor del Padre
derramado en nuestros corazones a través del Espíritu Santo (Rm 5,5). Hay una
nueva conciencia de la presencia y poder del Espíritu, a través del cual
conocemos existencialmente que “Jesús es el Señor” (1 Cor 12,3) y que clama
desde nuestros corazones, “Abba, Padre” (Rm 8,15). Las realidades de la fe
cristiana toman vida. Uno que es bautizado en el Espíritu puede decir con Juan,
“Lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que
contemplamos y tocamos con nuestras manos… os damos testimonio” (1 Jn
1,1-3).

2.2 Poder de Santificación

El bautismo en el Espíritu es un descubrimiento del poder del Espíritu Santo


para guiarnos a una conversión más profunda y a la santidad de vida. Esto se
manifiesta habitualmente como una novedosa autoridad para resistir la
tendencia al pecado, liberación de adicciones y de costumbres pecaminosas, y
la sanación de las relaciones, especialmente en el matrimonio y la familia. La
cruz y la resurrección de Cristo pasan a ser conocidas no solo como un hecho
del pasado sino como una fuente actual de gracia, que nos faculta para morir al
pecado y vivir para Dios. Se da un novedoso despertar a las inspiraciones del
Espíritu Santo, que nos lleva a una mayor obediencia al Señor. Crecer en
santidad resulta menos una consecuencia del esfuerzo personal, y más la obra
del Espíritu Santo. Donde la gente responda a esta gracia de una manera
categórica, surge una experiencia de vida cristiana tal como se describe en el
Nuevo Testamento, una vida ordenada de amor mutuo, bajo la influencia del

12
Espíritu Santo (ver Rm 12,1– 21; Ef 4,1–3; Col 3,12–17), mostrándose el fruto
del Espíritu (Gal 5,22–23).

2.3 Alabanza y Adoración

El bautismo en el Espíritu nos lleva a una adoración revitalizada, al corazón


de lo que se proclama en las alabanzas a Dios, tanto en cánticos como en
palabras habladas, frecuentemente con las manos alzadas. La gente es llena del
amor del Padre y del conocimiento del salvífico Señorío de Jesús, respondiendo
espontáneamente con alabanza y adoración. Son llenos de gozo en tanto se
involucran en la alabanza y la adoración que alcanza su clímax en la gran
doxología al final de cada plegaria Eucarística: “Por Cristo, con Él y en Él, A ti
Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda
gloria, por los siglos de los siglos.” En esta renovación de la adoración
trinitaria, la enseñanza del Concilio Vaticano II sobre la Iglesia y la liturgia se
encarna en la vida del cuerpo de Cristo.5

Así como el Espíritu Santo aleteaba sobre la creación en sus orígenes, ese
mismo Espíritu creativo constantemente nos lleva a nuevos patrones dentro de
la tradición ancestral. Dentro de los frutos del Bautismo en el Espíritu hay
muchos signos de creatividad en la adoración: una nueva habilidad para
formular alabanzas a Dios en el propio idioma de cada uno, tanto entre los
menos instruidos como entre los más cultivados; la amplia acogida del don de
lenguas, inicialmente como don para la oración y alabanza, el fenómeno del
canto comunitario en el Espíritu; y una explosión de nuevas canciones y
melodías expresando alabanzas a Dios.6

2.4 Redescubrimiento de La Oración, La Escritura, y Los Sacramentos

La gente bautizada en el Espíritu testifica una nueva sed por la oración, las
Escrituras, y los sacramentos. Desde los primeros días de la Renovación la
gente se ha reunido en grupos de oración para orar bajo la guía del Espíritu
Santo. La oración se convierte menos en una rutina y más en un asunto del
corazón, una respuesta espontánea de amor y gratitud a Dios, y una expresión
de confianza en su divina providencia ante todas nuestras necesidades. Muchos
han descubierto que el Espíritu los lleva a la oración de contemplación y a la
disciplina del ayuno. Las Escrituras cobran vida. La gente bautizada en el
Espíritu descubre, generalmente por primera vez, que la Escritura es la palabra
de vida a través de la cual Dios nos habla personalmente y en la que
encontramos alimento y guía para nuestras vidas. Hay sed por el estudio de la
Palabra para que nos transforme. Textos que fueron leídos en el pasado, toman
una nueva claridad, vivencia y relevancia. Por esta razón la Renovación
típicamente brinda un lugar preeminente a los estudios bíblicos, y a una fuerte
predicación y enseñanza bíblica. Creyentes sencillos que son bautizados en el

13
Espíritu a veces muestran una profunda comprensión de la Escrituras y una
penetrante visión de los misterios cristianos. Hay un nuevo despertar de la
presencia y el poder de Cristo en la liturgia de la Iglesia, especialmente en los
sacramentos de la Eucaristía y la Reconciliación. Personas que previamente
estaban alejadas del Señor o que recibían los sacramentos por costumbre, los
experimentan como un manantial de vida, y el deseo de recibirlos
regularmente. La adoración renovada que se origina en esta gracia se puede
ver más claramente en las celebraciones de la liturgia Eucarística, la mayor
expresión comunitaria de adoración para aquellos bautizados en Cristo.7

2.5 Un Nuevo Amor por La Iglesia, María y Los Santos

Aquellos que son bautizados en el Espíritu descubren un nuevo amor no sólo


por Jesús, sino también por su esposa la Iglesia. Ellos perciben a la Iglesia
como una realidad sobrenatural animada por el Espíritu y no como mera
institución humana. A través de una interacción cercana con otros,
experimentan de primera mano cómo el Espíritu Santo trae la unidad al cuerpo
de Cristo en medio de la diversidad de carismas. Con frecuencia aparece una
nueva cercanía a María, madre de Cristo y esposa del Espíritu Santo. Los
católicos reconocemos en ella a la primera discípula en ser llena del Espíritu
Santo (Lc 1,35) y un modelo de fe, obediencia, oración y docilidad al Espíritu.
Así como ella estaba en el corazón de la oración de los discípulos en la
habitación superior esperando el derramamiento del Espíritu (Hch 1,14), hoy en
día su presencia e intercesión son de inmediato buscadas por quienes se
esfuerzan por responder de corazón a la gracia de Dios. Consecuentemente, se
da una nueva comprensión y aprecio por su rol como Madre de la Iglesia. De
manera similar, el bautismo en el Espíritu con frecuencia lleva a los católicos a
un mayor aprecio por la santidad y la enseñanza de los santos. Redescubren la
riqueza espiritual de la gran Tradición Cristiana de Oriente y Occidente, y
reciben vida y sabiduría de los autores clásicos del pasado.

2.6 Los Carismas

El bautismo en el Espíritu suscita la liberación de los carismas,


particularmente de los “dones espirituales” enlistados por San Pablo en 1
Corintios 12,8-10.8 Al tiempo que los carismas han estado siempre presentes en
la Iglesia, en la Renovación Carismática han aparecido con una novedosa
abundancia y a todos los niveles, entre sacerdotes, religiosos y laicos.9 Estos
carismas son entendidos principalmente como un regalo que no es para quien
lo recibe, sino para la edificación de la Iglesia y las obras de evangelización.

En cualquier lugar donde la Renovación goza de buena salud y el ejercicio de


los carismas es maduro, el énfasis no se pone en lo milagroso o extraordinario
de esos carismas, sino en su capacidad de mediar el amor de Dios y edificar el

14
cuerpo de Cristo. En particular, el don de lenguas se ha hecho muy común, y
en este sentido ordinario, es principalmente un don para la oración y la
alabanza.10 En retrospectiva podemos ver la maravillosa providencia de Dios en
las enseñanzas de Vaticano II sobre los carismas:

Repartiendo sus dones según su voluntad (cf. 1 Cor. 12,11), [el Espíritu Santo]
también distribuye gracias especiales entre los fieles de cualquier condición. Por
medio de estos dones los capacita y prepara para diversas tareas para la
Renovación y para la edificación de la Iglesia, tal como está escrito, a cada cual se
le otorga la manifestación del Espíritu para provecho común´(1 Cor. 12,7). Ya
sean carismas muy llamativos, o sencillos y conocidos, siempre son recibidos con
gratitud y consuelo ya que resultan convenientes y útiles para las necesidades de
la Iglesia.11

2.7 Sanación y Liberación

A través del bautismo en el Espíritu, los carismas de sanación se han hecho


muy conocidos, y las oraciones por sanación se han convertido en parte
ordinaria de la vida cristiana de muchos. Desde los comienzos de la Renovación
se reconoció el ministerio de sanación como parte integral de su misión,
reconociendo que las curaciones fueron parte integral del ministerio de Jesús, y
que él también dio poder a sus seguidores para curar. La Renovación ha
promovido variadas prácticas y ministerios en donde los carismas de sanación
se ejercen.12 Durante las reuniones de oración es común que las personen oren
los unos por los otros por sanación; las asambleas y los retiros con frecuencia
incluyen un tiempo reservado para la oración de sanación. Muchos han
experimentado curación de un tipo u otro, sea física, emocional, psicológica o
espiritual.

La sanación está muy relacionada con la liberación de influencias de espíritus


malignos.13 Sencillamente como Jesús fue llevado desde la teofanía de su
bautismo hacia el desierto para ser tentado por Satanás, así aquellos que son
llenos del Espíritu también experimentan la oposición de Satanás, y el poder del
Espíritu recibido para repeler esa tentación, y superar la fuerza del mal. La
ancestral experiencia cristiana de la batalla espiritual es vivida nuevamente,
dando lugar a un nuevo despertar sobre la necesidad de la oración y el
ministerio de liberación para liberar a las personas de diversos tipos de opresión
espiritual.

La atención renovada por la liberación del mal llega en un momento en que


las sociedades conocidas como cristianas, particularmente en Europa, están
experimentando nuevas expresiones de paganismo que les llevan a modos de
esclavitud espiritual de los que las víctimas no se pueden liberar sólo con
recursos psicológicos. Al mismo tiempo, en su trabajo misionero entre las

15
naciones, la Iglesia se encuentra con el poder de las prácticas espiritualistas y
ocultistas, maldiciones y necromancia. La Iglesia está prestando gran atención
a las necesidades del ministerio de exorcismo, y no es coincidencia que muchos
de los sacerdotes que desarrollan este ministerio vengan de la Renovación
Carismática. Aquí la gracia del bautismo en el Espíritu satisface una gran
necesidad espiritual entre los ministerios de la Iglesia, en el mundo
contemporáneo.14

2.8 Movilización de los Laicos

La gracia del bautismo en el Espíritu ha impactado a hombres y mujeres de


todos los estados de vida en la Iglesia: los ordenados (obispos, sacerdotes y
diáconos), religiosos y religiosas, y laicos. No existen diferencias de importancia
en la gracia que se concede, tal como se puede ver claramente en la
distribución de los carismas. Esta gracia renueva las vidas y la vocación de
todos los que la reciben —el ministerio sacerdotal, la vida consagrada de los
religiosos, y el servicio de los laicos especialmente en su matrimonio y familias.

Si bien sacerdotes y religiosos han sido activos desde los inicios, la


Renovación ha hecho una gran contribución en cuanto a la participación de los
laicos en la misión de la Iglesia. Los laicos bautizados en el Espíritu han
destacado en el campo de la evangelización. Muchos han sido motivados en su
llamado al servicio, de maneras diversas, ya sea en la parroquia o en contextos
más amplios. Muchas nuevas comunidades han sido fundadas y lideradas por
laicos. Al mismo tiempo, la obra auténtica del Espíritu Santo siempre genera
respeto por la autoridad dada por Dios, y por la vocación y carismas de los
demás. El amplio respeto por la Iglesia que ha caracterizado a la Renovación,
ha sido uno de los factores que demuestran la autenticidad de esta obra del
Espíritu Santo.15

2.9 Evangelización

Entre los evidentes frutos del bautismo en el Espíritu está el celo por la
evangelización, para proclamar la buena nueva de la salvación con audacia
apostólica. Las personas transformadas por el Espíritu se hacen testigos
capaces de hablar de Cristo desde una experiencia personal y desde una
comprensión existencial de la Palabra de Dios. Se juntan un nuevo deseo por
propagar el evangelio y una nueva claridad sobre su contenido. La Renovación
ha promovido la aparición de muchas escuelas de evangelización y otros
programas, en donde la gente aprende a compartir el evangelio y a ejercitar los
carismas como dones dados para la expansión del reino de Dios.16

En el primer documento magisterial sobre la evangelización, Evangelii


Nuntiandi, el Papa Paulo VI enfatizó el papel del Espíritu Santo: “Se debe

16
afirmar que el Espíritu Santo es el principal agente de la evangelización: es Él
quien impulsa a cada individuo a proclamar el evangelio, y es Él quien en la
profundidad de las conciencias suscita la palabra de salvación para ser aceptada
y comprendida.”17 Al mismo tiempo que la encíclica daba paso a una mayor
conciencia sobre la importancia de la evangelización, nuevos movimientos
eclesiales estaban desarrollando prácticas novedosas y creativas de
evangelización. La Renovación Carismática ha sobresalido en este trabajo, con
comunidades carismáticas pioneras en nuevas formas de proclamar la buena
nueva, tales como la evangelización por las calles y misiones en la ciudad. El
dinamismo espiritual desatado por el bautismo en el Espíritu es de particular
importancia en el contexto del llamado del Papa Juan Pablo II por una nueva
evangelización, reforzado por Benedicto XVI que estableció un Concejo
Pontificio para la Nueva Evangelización.

2.10 Compromiso con la Justicia Social

Muchos en la Renovación han experimentado personalmente la verdad de la


profecía que Jesús se aplicó a sí mismo en la sinagoga de Nazaret: “El Espíritu
del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la
buena nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a
los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del
Señor” (Lc 4,18). Recibir el Espíritu Santo nos impulsa directamente a la
solidaridad con otros, y una especial preocupación por los pobres, tal como en
la Iglesia primitiva (ver Hch 4, 34-35). Muchas de las comunidades y grupos de
oración constituidos en la Renovación Carismática han iniciado programas
dinámicos de ayuda a los pobres como comedores, centros de acogida,
orfanatos, centros médicos, programas de rehabilitación para prisioneros y
drogadictos, hogares para minusválidos, y proyectos de desarrollo urbano.
Muchos están involucrados en ministerios pro-vida y otras actividades que
buscan llevar justicia, y un entorno de amor a la sociedad. En la Renovación
tales trabajos de servicio normalmente combinan el cuidado de personas con
necesidades físicas, con una proclamación dinámica de la buena nueva de
Cristo.

2.11 Ímpetu Ecuménico

Los orígenes de la Renovación en la Iglesia Católica muestran que no fue


simplemente una consecuencia de recibir la oración de otros cristianos, aunque
ha existido una significativa influencia de Pentecostales y Protestantes que ya
habían recibido esta gracia.18 El bautismo en el Espíritu ha tenido de manera
inherente un impulso ecuménico desde el inicio. Los católicos en la Renovación
han experimentado un nuevo nivel de compañerismo espiritual con otros
cristianos que recibieron esta misma gracia basada en una experiencia común

17
de profunda conversión a Cristo, principalmente expresada en adoración y
oración, que lleva a amar las obras del Espíritu Santo por la reconciliación y la
unidad. Estos elementos corresponden a dos énfasis del Decreto del Consejo
sobre Ecumenismo, y en la encíclica Ut Unum Sint de Juan Pablo II.19 Como el
Cardenal Léon-Joseph Suenens escribió, “la Renovación es una gracia para la
Iglesia de Dios en más de una manera, y es una gracia muy especial para el
ecumenismo.”20

2.12 Nuevas Comunidades

Tal como en la Iglesia primitiva, el bautismo en el Espíritu hoy en día ha


producido un ímpetu por la formación de nuevas comunidades en la que esta
gracia fundamenta el estilo de vida común. Estos grupos se han convertido en
auténticas escuelas de vida cristiana, santidad, y misión para católicos de todo
el mundo. Se da con frecuencia la superación de barreras –personal, racial,
social, denominacional, o territorial- que previamente mantenían a la gente
apartada. Los miembros de las comunidades experimentan profundos lazos de
compañerismo con hermanos y hermanas con quienes comparten una vida
común en el Espíritu. Hay un nuevo reconocimiento de nuestra
interdependencia en el cuerpo de Cristo, y de nuestra obligación de poner
nuestros carismas al servicio de otros. La mayoría de estas comunidades se
establecen tanto para hombres como para mujeres, incluyendo parejas casadas
y familias, y muchas tienen también miembros en la vida consagrada. La
Renovación también ha dado origen a nuevas congregaciones cuyos carismas
están arraigados en la gracia del bautismo en el Espíritu. Muchas de las nuevas
comunidades, sean laicas o religiosas, se han convertido en simiente de
enseñanza sistemática y centros dinámicos para la evangelización y otras
formas de participación en la misión de la Iglesia. En 1990 se inauguró la
Fraternidad Católica de Comunidades y Asociaciones Carismáticas de Alianza
como un medio para proveer a esas comunidades de apoyo mutuo, y una
conexión formal con la jerarquía de la Iglesia Católica.

18
Parte II

Fundamentos Bíblicos y Patrísticos

El Bautismo en el Espíritu nos deja una sensación de gran cercanía con los
primeros cristianos. Desde los inicios de la Renovación Carismática Católica,
aquellos que recibían esta gracia instintivamente miraban al Nuevo Testamento
para buscar las palabras que articularan lo que habían experimentando. A pesar
que la expresión nominal “bautismo en el Espíritu” no aparece en la Escritura,
es una adaptación de la expresión verbal “te bautizo en el Espíritu Santo” que
aparece seis veces en la Escritura. La promesa que Jesús “te bautizará en el
Espíritu Santo” es una de las profecías más frecuentemente repetidas en el
Nuevo Testamento, anunciada por Juan el Bautista en los cuatro Evangelios (Mt
3,11; Mc 1,8; Lc 3,16; Jn 1,33) y por el mismo Jesús en Hch 1,5, y recordada
por Pedro en Hch 11,16. Las reflexiones sobre la experiencia contemporánea
del bautismo en el Espíritu deberían empezar con la Escritura, buscando
comprender el contexto bíblico íntegro y el significado del don del Espíritu en
Pentecostés. La última sección de este capítulo dará un vistazo a las referencias
patrísticas de este don y de su significado para la vida cristiana.

1. Las Promesas del Antiguo Testamento

La Escritura revela que el Espíritu de Dios estaba presente y obrando desde


la creación del mundo (Gen 1,2), pero no fue hasta el Nuevo Testamento que el
Espíritu es revelado como una persona distinta del Padre y del Hijo.1 A través
de toda la historia bíblica Dios hizo promesas de bendición y salvación para su
pueblo. En el tiempo de los profetas estas promesas se centraron cada vez más
en la venida del Mesías-Rey que reinaría para siempre en paz y justicia. Un
tema común de estas promesas fue que la venida del reino mesiánico estaría

19
marcada por un desbordamiento del Espíritu de Dios sobre su pueblo, de una
manera novedosa y personal.

Una de las imágenes más vivas que usaron los profetas para describir la
venida del Espíritu fue la del agua. El agua, que es necesaria para la vida y de
gran valor para cualquier tipo de limpieza fue una mercancía particularmente
preciosa en las tierras bíblicas, donde por lo general escaseaba. Empezando por
Isaías, los profetas hablaron de un tiempo por venir cuando el Señor habría de
“derramar” su Espíritu como agua sobre una tierra reseca (Is 32,15).

No temas, siervo mío Jacob…


Derramaré agua sobre el sediento suelo,
raudales sobre la tierra seca.
Derramaré mi Espíritu sobre tu linaje,
mi bendición sobre cuanto de ti nazca (Is 44,2-3).

No les ocultaré más mi rostro,


porque derramaré mi Espíritu sobre la casa de Israel,
oráculo del Señor Yavhé (Ez 39,29)

A pesar que el pueblo de Dios estaba reseco y sin vida como un desierto,
Dios prometió traer una vida divina abundante para ellos, como las flores
florecen después de la lluvia. Ezequiel añadió un nuevo elemento a estas
imágenes. El habló de no sólo un “derramamiento” sino de un “rocío”:

Os rociaré con agua pura y quedaréis purificados; de todas vuestras impurezas y


de todas vuestras basuras os purificaré. Y os daré un corazón nuevo, infundiré en
vosotros un espíritu nuevo, quitaré de vuestra carne el corazón de piedra y os
daré un corazón de carne. Infundiré mi Espíritu en vosotros y haré que os
conduzcáis según mis preceptos y observéis y practiquéis mis normas (Ez 36,25-
27).

La idea de rociar trae a la mente los rituales de limpieza de la antigua alianza


(Lev 4,6; Nm 8,7), y sugiere que a través de su Espíritu Dios traería una
purificación más profunda de la que se obtiene con rituales externos —una
purificación del corazón. Zacarías expresa una idea similar, indicando que el
Espíritu traería un arrepentimiento más profundo en los corazones del pueblo
de Dios:

Derramaré sobre la dinastía de David y sobre los habitantes de Jerusalén un


Espíritu de gracia y de oración; y mirarán hacia mí. En cuanto a aquél a quien
traspasaron, harán duelo por él como se llora a un hijo único, y le llorarán
amargamente como se llora a un primogénito (Za 12,10).

Una de las profecías más notables sobre el Espíritu es la de Joel, citada por
Pedro el día de Pentecostés:

20
Sucederá en los últimos días, dice Dios: Derramaré mi Espíritu sobre todo mortal y
profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos tendrán sueños y
vuestros jóvenes verán visiones. Y hasta sobre siervos y siervas derramaré mi
Espíritu en aquellos días (Jl 2, 28-29).

Este pasaje rememora un evento sucedido durante la andanza de Israel en


el desierto, cuando Dios envió su Espíritu a setenta ancianos, quienes
profetizaron (Num 11,24-29). Dos hombres recibieron el don de profecía a
pesar que no estuvieron presentes en el momento de la Efusión del Espíritu.
Cuando Josué protestó, Moisés replicó: “¿Es que estás tú celoso por mí? ¡Ojalá
que todo el pueblo de Yahvé profetizara porque Yahvé les daba su Espíritu!”. La
profecía de Joel es un anuncio que en los últimos días el deseo de Moisés se
cumpliría. El Espíritu de Dios concederá en abundancia el don de profecía, dado
indiscriminadamente a todo el pueblo de Dios —hombres y mujeres, ancianos y
jóvenes, esclavos y libres.

Un tema común de casi todos estos textos bíblicos es que el derramamiento


del Espíritu traerá consigo un nuevo conocimiento de Dios. En Ezequiel Dios
dice: “Infundiré mi Espíritu en vosotros…; y sabréis que yo, Yahvé, lo digo y lo
hago, oráculo de Yahvé” (Ez 37,14; ver 39,28–29). Y la profecía de Joel
empieza de esta manera: “Y sabréis que yo estoy en medio de Israel; ¡que yo
soy Yahvé, vuestro Dios, y no hay otro!” (Jl 2, 26-27). En el pensamiento
bíblico, conocer no es simplemente poseer conocimiento teórico, sino un
contacto y experiencia personal; es tener una relación.2 Dios promete que a
pesar que su pueblo se ha rebelado con frecuencia contra él, su Espíritu
finalmente los llenaría con la gracia de un conocimiento verdadero sobre él, y la
capacidad de responderle de todo corazón. Estas promesas son el telón de
fondo que ayudan a explicar el cumplimiento proclamado por el Nuevo
Testamento, ya presente en Jesús y su Iglesia, y esperando su total
consumación con la venida del Señor en gloria y la renovación de toda la
creación.

2. El Testigo del Nuevo Testamento

En el Evangelio, Juan el Bautista anuncia el cumplimiento de la promesa del


Señor de derramar su Espíritu. El mensaje de Juan señala tanto su propio
tiempo como el cumplimiento último al final de los tiempos. Su ministerio
estaba alineado con el de los profetas del Antiguo Testamento, quienes
pronunciaron severos juicios sobre un pueblo rebelde, pero también su
restauración futura por la misericordia de Dios.

2.1 “Él os bautizará en el Espíritu Santo”

21
Juan declara que “el más fuerte” vendrá, aquel a quién él no es digo de
desatarle la correa de sus sandalias, “os bautizará con el Espíritu Santo” (Mc 1,
7-8). ¿Qué es lo que intenta decir con esa frase? El término “bautizar” era una
palabra ordinaria en griego, que simplemente significaba ser sumergido en el
agua, inmerso o mojarse. Bautizando a la gente, con su bautismo de
arrepentimiento, Juan los introducía dentro de las aguas del río Jordán,
simbolizando la limpieza interior del arrepentimiento. No era accidental que
Juan utilizara las aguas del Jordán para bautizar. El Jordán fue el río que los
israelitas cruzaron desde tierras resecas, para entrar en la tierra prometida,
guiados por Josué (Jos 3). Juan estaba llamando a los judíos a renovar su
identidad como pueblo de Dios, pasando a través del agua del arrepentimiento.
Al mismo tiempo él estaba señalando a un nuevo Josué, Jesús, que los guiaría a
través del agua, hacia la tierra prometida del Reino.

Combinando el ritual del bautismo con el tema bíblico de representar al


Espíritu como agua, Juan estaba trasmitiendo una poderosa imagen de lo que
Jesús haría. “Bautizar con el Espíritu Santo” es sumergir en la vida de Dios.
Juan estaba diciendo, en efecto, el bautismo que yo les doy empapando sus
cuerpos en agua, es sólo un anuncio y preparación para el gran bautismo que
el Mesías les dará. ¡Él va a inundarlos con el Espíritu de Dios; va introducirlos
en su vida divina!

En dos de los relatos evangélicos, otra frase se añade al anuncio de Juan: “él
los bautizará con Espíritu Santo y fuego” (Mt 3,11; Lc 3,16). El fuego es imagen
del juicio purificador (Ps 11,6; Is 30,27, 33; Mal 4,1). Isaías había profetizado
que el Señor lavaría las inmundicias de Jerusalén “con viento justiciero y viento
abrasador” (Is 4,4). La venida del Espíritu Santo con su fuego traería verdadera
conversión, un fundir todo pecado, como se acrisola el oro y la plata (cf. Mal
3,3). Semejante purificación iba a ser la preparación al juicio final al final de los
tiempos (Mt 3,12; Lc 3,17). El fuego también recuerda la llama intensa en la
que Dios se le apareció a Moisés (Ex 3), el símbolo de suprema santidad de
Dios, y al mismo tiempo, de su deseo de estar más cerca de su pueblo.

Jesús vino para ser bautizado por Juan al comienzo de su ministerio público.
El Señor se sometió al “bautismo de arrepentimiento” de Juan (Mc 1,4) no
porque él fuese pecador, sino por su total solidaridad con la humanidad
pecadora —una solidaridad que por último le llevaría a la cruz. En respuesta a
su acto de humildad, cuando Jesús estaba orando, bajó el Espíritu Santo sobre
él en forma de paloma, ungiéndolo para su misión mesiánica (Lc 3, 21-22; Hch
10, 38). El Espíritu descendiendo también nos recuerda el relato de la creación
(Gen 1,2) y la paloma que señaló el nuevo comienzo del mundo después del
diluvio (Gen 8,8-12). En Jesús y a través del Espíritu, Dios nos trae una nueva
creación.

22
El evangelio nos presenta a Jesús como “lleno de Espíritu Santo” (Lc 4,1),
que realizó todo su ministerio público -sus enseñanzas, curaciones, exorcismos,
y milagros- en el poder del Espíritu Santo (Lc 4,18; Hch 10,38). Él tiene la
capacidad de “bautizar en el Espíritu” porque lo recibió primero en su
naturaleza humana.

El evangelio de Juan deja entrever el significado de la profecía de Juan el


Bautista. Jesús le explica a Nicodemo que el don del Espíritu está relacionado
con el agua del bautismo, la cual trae un renacimiento espiritual (Jn 3,5). Más
tarde, Jesús le dice a la samaritana que el agua viva que el da, el Espíritu
Santo, saciará su sed más profunda y se convertirá en fuente de agua que
brota para la vida eterna (John 4,13–14; cf. 4,23–24). En la fiesta de los
Tabernáculos, Jesús se puso de pie en el templo y gritó, “si alguno tiene sed,
que venga a mí y beberá, el que cree en mí, como dice la Escritura: ´De su
seno correrán ríos de agua viva´.”3 El evangelio añade que “esto lo decía
refiriéndose al Espíritu que iban a recibir los que creyeran en él. Porque aún no
había Espíritu, pues todavía Jesús no había sido glorificado” (Jn 7,37–39). La
fiesta de los Tabernáculos era cuando los judíos conmemoraban el agua que
milagrosamente brotó de la roca que Moisés golpeó (Ex 17,1–6). Jesús,
entonces, es la roca espiritual que trae la nueva vida (cf. 1 Cor 10,3–4), la
fuente del Espíritu Santo, y nosotros bebemos de ese Espíritu cuando creemos
en él. La narración de la pasión muestra cómo fue golpeada esa roca: después
de la muerte de Jesús, “sino que uno de los soldados le atravesó el costado con
una lanza y al instante salió sangre y agua” (Jn 19,34). Del corazón herido de
Jesús fluye la vida divina, el Espíritu Santo, que se nos da en el sacramento del
bautismo (significado por el agua) y en la Eucaristía (significado por la sangre).
Es sólo a través de la glorificación de Jesús -su muerte sacrificial y resurrección-
que el don del Espíritu se hace posible (cf. Jn 16,7).

2.2 El Suceso de Pentecostés

En el libro de los Hechos de los Apóstoles, el mismo Jesús promete el


Bautismo en el Espíritu Santo. Él le dice a sus apóstoles, “aguardad la promesa
del Padre que… oísteis de mí, porque Juan bautizó con agua, pero vosotros
seréis bautizados con Espíritu Santo dentro de pocos días” (Hch 1,4-5). Al
llamar al Espíritu Santo la “promesa del Padre” Jesús señaló que la llegada del
Espíritu Santo sería el cumplimiento definitivo de las promesas de Dios (cf. Ez
36,27; Jl 2,28–29), la culminación de su misión mesiánica (Hch 2,33).

El mandato de Jesús de “esperar” muestra que la llegada del Espíritu no está


bajo control humano. Dios derramará su Espíritu cuando y como él lo desea. El
libro de Hechos dice que habían ciento veinte discípulos reunidos en la estancia
superior, disponiéndose a recibir el Espíritu a través de su perseverancia en la

23
oración: “Todos ellos perseveraban en la oración con un mismo espíritu, en
compañía de algunas mujeres, y de María la Madre de Jesús, y de sus
hermanos”. (Hch1,14).4 La presencia de María es significativa, ya que ella ya
había recibido el Espíritu Santo el día de la Anunciación (Lc 1,35). El mismo
Santo Espíritu que encarnó a Cristo en el vientre de María nos traerá ahora su
presencia en el mundo, a través de la Iglesia.

Jesús explica que el primer efecto de la llegada del Espíritu será hacer de su
discípulos sus testigos: “Recibiréis una fuerza cuando el Espíritu Santo venga
sobre vosotros; y de este modo seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea y
Samaria, y hasta los confines de la tierra (Hch 1,8). Lucas muestra esta profecía
cumpliéndose paso a paso a través del libro de los Hechos de los Apóstoles,
haciendo patente como el Espíritu Santo impulsa y guía la misión de la Iglesia.5
Los apóstoles le preguntan a Jesús cuando “restaurará el Reino de Israel” (Hch
1,6), pero Jesús les da una nueva y más profunda comprensión del Reino: a
través de su obra de evangelización su señorío será establecido en los
corazones de los hombres, en preparación a su reinado visible y completo sobre
todo el mundo, cuando regrese en gloria.

Hechos 2 describe como la promesa de Jesús, que serían “bautizados en el


Espíritu Santo” se realiza en el maravilloso acontecimiento de Pentecostés.
Pentecostés era la fiesta judía que celebraba la entrega de la ley en el Monte
Sinaí. Pero ahora marca la entrega de la nueva ley en el Espíritu (Rom 8,2), la
ley escrita en el corazón (Jr 31,31–34; 2 Cor 3,4–6). Cuando los discípulos
están reunidos en oración, el Espíritu Santo desciende con poder. Los signos
dramáticos de esta venida -viento, fuego, un fuerte ruido- evocan la teofanía
del Sinaí (Ex 19,16–18).6 Las “lenguas de fuego” que se posan sobre cada
discípulo recuerdan la promesa de Juan el Bautista de un fuego purificador (Mt
3,11). Ellos quedan “llenos del Espíritu Santo” (Hch 2,4). Como Pablo explica en
Romanos, esto significa que ellos son llenos del amor de Dios: “Porque el amor
de Dios ha sido derramado en nuestros corazones a través del Espíritu Santo
que se nos ha dado” (Rom 5,5).

El efecto inmediato de la venida del Espíritu es que los discípulos empiezan a


“hablar en otras lenguas según el Espíritu les concedía expresarse” (Hch 2,4).
De lo que hablaban eran “las maravillas de Dios” (2,11), que es la gran obra de
salvación que se cumple en Jesús, el Mesías. Ahora ellos entienden de una
manera nueva lo que Jesús ha hecho a través de su muerte y resurrección, y
son capaces de proclamarlo con audacia y convicción. Pentecostés es lo
contrario a lo ocurrido en Babel, cuando Dios confundió las lenguas de la gente
debido a su orgullo (Gen 11,1-9). La desintegración de la sociedad humana
causada por el pecado es ahora salvada por el poder unificador del Espíritu,
como la gente llegada de diversas naciones, reunida alrededor de la Iglesia

24
llena del Espíritu. En vez de intentar “hacerse conocer” como lo hizo la gente de
Babel (Gen 11,4), ellos “invocaron el nombre del Señor” (Hch 2,21).

El don de lenguas está muy relacionado con la alabanza a Dios (2,11; ver
10,46). Como un fenómeno carismático, es la señal de la presencia del Espíritu,
una invitación a la fe. Pero no puede obligar a la fe: algunas personas
concluyen que los apóstoles ¡están borrachos! (2,13). Hay una gran ironía en la
acusación que los discípulos están “llenos de un vino nuevo.” En el Antiguo
Testamento, el vino nuevo (o vino dulce) simbolizaba la alegría y abundancia de
bendiciones que Dios daría a su pueblo en la era mesiánica (Jl 3,18; Am 9,13–
14; Za 9,16– 17). Jesús insinuó que él mismo daría el “vino nuevo” de la vida
divina (Mc 2,22; cf. Jn 2,10) que debe ser guardado en odres nuevos. Ahora
está claro lo que es el nuevo vino: ¡Es el Espíritu Santo! Pablo confirma esta
relación cuando le dice a los efesios, “No os embriaguéis con vino, llenaos más
bien del Espíritu” (Ef 5,18).

En respuesta a la acusación relativa al vino, Pedro se pone en pie como líder


de los apóstoles y da un discurso en el que él proféticamente interpreta el
evento espiritual que acaba de suceder (2,14-39). El derramamiento del
Espíritu, explica él, es el cumplimiento de la Escritura, y especialmente de la
promesa de Dios de distribuir el don de profecía entre todo su pueblo (Jl 2,28-
32). El don del Espíritu hace a la Iglesia una comunidad de profetas, esto es,
hombres y mujeres que son capaces de proclamar la palabra de Dios e
interpretar los grandes acontecimientos bajo la influencia del Espíritu Santo. La
profecía puede incluir visiones y sueños (2,17), que son frecuentes en Hechos 7
Estos carismas son un signo que “los últimos días” ya han empezado, aunque la
obra del Espíritu se completará únicamente en el “día del Señor” (2,20), el día
del regreso de Jesús en gloria y la resurrección de los muertos.

En su resumen de la buena nueva (2,22-36), Pedro explica que el don del


Espíritu es una consecuencia directa de la resurrección y ascensión de Jesús:
“Así pues, exaltado por la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu
Santo prometido y lo ha derramado; esto es lo que vosotros veis y oís.” Porque
Jesús recibió el Espíritu en su humanidad glorificada, puede derramar el Espíritu
sobre su Iglesia (cf. Jn 7,39) —un don que ya experimentamos ahora pero que
alcanzará su cumplimiento final en la resurrección del último día (Hch 24,15).

Lucas demuestra el resultado de la predicación ungida en el Espíritu: en la


conclusión del discurso de Pedro los oyentes están “con el corazón
compungido”, esto es, que experimentan una profunda convicción de pecado y
una gran necesidad de ser perdonados. Cuando le preguntan a Pedro lo que
deben hacer, él responde, “convertíos y que cada uno de vosotros se haga
bautizar… y recibiréis el don del Espíritu Santo” (2,38).

25
Los efectos del bautismo en el Espíritu

A lo largo del libro de Hechos, se evidencia que la venida del Espíritu no es


algo imperceptible, sino una realidad visible e inequívoca, “lo que veis y oís”
(Hch 2,33).8 Aquellos que reciben el bautismo en el Espíritu son de inmediato
conscientes de su presencia y actividad en sus vidas. Los efectos del bautismo
en el Espíritu como lo presenta el libro de Hechos pueden ser resumidos de la
siguiente manera.

El Espíritu trae una transformación de vida. Esto es especialmente evidente


en Pedro: el dubitativo y temeroso pescador que había negado tres veces a
Jesús es difícilmente reconocible en su valentía ,el Pedro lleno del Espíritu Santo
predica a miles y sana al hombre inválido con una palabra. El Espíritu crea una
atmósfera de alegría y continua alabanza, incluso en tiempos de persecución.9
Los carismas de profecía y lenguas, estrechamente relacionados con la
alabanza a Dios, son especialmente evidentes.10 Los discípulos hacen muchos
signos y maravillas en el nombre de Jesús. Hay un nuevo atrevimiento para
proclamar la buena nueva, incluso bajo riesgo de ser golpeados, encarcelados y
martirizados.11 Finalmente, Pentecostés da a los primeros cristianos una
profunda comunión entre ellos, una unidad de corazón que va más allá de los
límites de los intereses comunes, personalidades compatibles o un trasfondo
socio-económico compartido (Hch 2,42; 4,32).

El Bautismo, La Imposición de Manos, y El Don del Espíritu

Aunque Pentecostés es un evento único y paradigmático para la Iglesia, es


también una gracia que es continuamente renovada y profundizada. La
respuesta de Pedro en Hch 2,38 afirma la relación entre la experiencia de
Pentecostés y el sacramento del bautismo. Pedro indica que el don del Espíritu
es comunicado a través de la Iglesia por el bautismo en agua. Es por esto que
hay una profunda conexión entre el sacramento y la experiencia de
Pentecostés. Aunque esta es la norma, Lucas también presenta ocasiones en
que el bautismo y el derramamiento del Espíritu no ocurren simultáneamente.

En el relato del “Pentecostés Samaritano”, Felipe bautiza a algunos Samaritanos


que aceptan el evangelio a través de su predicación. Pero ellos reciben el
Espíritu sólo después que los apóstoles vienen de Jerusalén y les imponen las
manos (Hch 8,12–17; cf. 9,17–18; 19,5–6)12 —un gesto que la Iglesia reconoce
como parte de los orígenes del sacramento de la confirmación.13 El orden
opuesto sucede en el “Pentecostés de los Gentiles” (Hch 10-11), donde Cornelio
y su familia son bautizados en el Espíritu antes de cualquier ritual sacramental.
Lucas indica que la razón de esto es que el primer bautismo de gentiles fue un
hecho de gran importancia en el crecimiento de la Iglesia. Incluir a los gentiles
en el pueblo de Dios era una idea nueva y radical que Dios tenía que mostrar

26
de manera sumamente clara. Lucas relata como el Espíritu Santo organiza todo
el evento: Cornelio es visitado por un ángel, Pedro recibe una visión celestial, el
Espíritu habla directamente a Pedro, y la delegación enviada por Cornelio llega
en ese preciso momento. La culminación de la historia es que Pedro está
predicando el evangelio a Cornelio y su asamblea de amigos:

Al tiempo que Pedro estaba hablando, el Espíritu Santo cayó sobro todos los que
escuchaban su palabra. Y los circuncisos que vinieron con Pedro estaban
sorprendidos, porque el don del Espíritu Santo había sido derramado incluso entre
los gentiles. Ellos les escucharon hablar en lenguas y ensalzar a Dios. Entonces
Pedro declaró, “¿Acaso puede alguno negar el agua del bautismo a éstos que han
recibido el Espíritu Santo como nosotros?” Y mandó que fueran bautizados en el
nombre de Jesucristo (Hch 10,44–48).

La venida del Espíritu de una manera perceptible, como en el día de


Pentecostés, sirve como signo irrefutable que Dios está ofreciendo el don de la
salvación a estos gentiles. Cuando Pedro más tarde cuenta el incidente, sus
oyentes exclaman con sorpresa, “Así pues, también a los gentiles les ha dado
Dios la conversión que lleva a la vida”. (Hch 11,18).

Lucas también relata otra ocasión donde se repite la experiencia de


Pentecostés. En Hch 4, cuando la Iglesia empieza a ser perseguida, los
discípulos oran no por protección, sino por una mayor valentía en la predicación
de la palabra, por curaciones signos y prodigios que acompañen el mensaje. En
respuesta a su oración, “retembló el lugar donde estaban reunidos, y todos
quedaron llenos del Espíritu Santo y proclamaban la palabra de Dios con
valentía” (Hch 4,31).

Estos variados episodios indican que Dios no está limitado en la manera


como imparte el Espíritu. Convertirse en cristiano significa ser bautizado en el
nombre de Jesucristo y de recibir perceptiblemente el derramamiento del
Espíritu Santo. Estas son normalmente una sola realidad, pero debido a varias
circunstancias una puede ocurrir sin la otra. En tal caso, la que esté faltando,
sea el bautismo sacramental o la experiencia de Pentecostés, necesita ser
impartida.

Bautismo en el Espíritu y la Misión de la Iglesia

Los Hechos de los Apóstoles bien podrían llamarse los Hechos del Espíritu
Santo, porque el Espíritu aparece en todas partes y dirige toda la actividad de la
Iglesia (Hch 1,6-11). Cada nuevo paso en la misión de la Iglesia es dirigido por
el Espíritu Santo, incluyendo el bautismo de los gentiles (Hch 8,26–39; 10,1–
48), el viaje misionero de Pablo y Bernabé (13, 1-3), y la extensión de la misión

27
hacia Europa (16,9-10). A veces el Espíritu explícitamente le dice al evangelista
lo que tiene que hacer (8,29) o previene a los discípulos de ir a donde habían
planeado (16,6-7). Ser directamente guiados por el Espíritu es, como la
profecía, parte del funcionamiento ordinario de la Iglesia. Al mismo tiempo el
libro de Hechos aclara que el más alto cargo en la Iglesia, y el canal primario
para las obras del espíritu, es el de los apóstoles.

Jesús dio instrucciones a los apóstoles a través del Espíritu Santo (Hch 1,2),
y son ellos quienes disciernen y examinan cada nuevo paso tomado por la
Iglesia bajo la dirección del Espíritu (8,14; 11,22; 15,2, 6). En el concilio de
Jerusalén, sobre el tema de incluir a los gentiles, los apóstoles indican que su
decisión de autoridad fue guiada por el espíritu Santo: “Que hemos decidido el
Espíritu Santo y nosotros” (15,28). No existe contradicción entre el liderazgo
espontáneo del Espíritu y la responsabilidad de los apóstoles de supervisar y
ordenar la vida de la Iglesia. Ambos son dones del Espíritu.

2.3 San Pablo y el Don del Espíritu

Las cartas de Pablo están llenas de referencias a la actividad del Espíritu Santo
en la Iglesia y en la vida del creyente. A pesar que Pablo no usa el término
“bautizar en el Espíritu Santo”, está claramente familiarizado con el tipo de
experiencia del Espíritu que se describe en Hechos. Sus cartas, escritas antes
que los Evangelios y Hechos, despliegan un fuerte interés por guiar y pastorear
apropiadamente las obras del Espíritu en la Iglesia local. A pesar que Lucas
muestra la presencia y poder del Espíritu Santo primariamente a través de la
actividad visible de la Iglesia, especialmente su actividad misionera, Pablo
revela más sobre la obra interior de santificación del Espíritu.

Recibir el Espíritu

Para Pablo, así como para Lucas, recibir el Espíritu es un evento perceptible
que toma lugar a través de la predicación ungida del evangelio y su aceptación
en fe. Pablo con frecuencia recuerda a sus lectores acerca de este evento de
conversión, dando por sentado que son plenamente conscientes de haber
experimentado el don del espíritu. Les recuerda a los Tesalonicenses que “ya
que os fue predicado nuestro evangelio no sólo con palabras sino también con
poder (dynamis) y con el Espíritu Santo, con plena persuasión” (1 Tes 1,5). De
manera similar, sus palabras y su predicación en Corinto “no se apoyaban en
persuasivos discursos de sabiduría, sino en la demostración del Espíritu y su
poder (dynamis)” (1 Cor 2,4). El “poder” probablemente se refiere tanto a la
actividad carismática (milagros, lenguas y profecía) como a la experiencia
interior de ser convencidos más allá de ninguna duda sobre la verdad del
evangelio.14 El ruego de Pablo a los Gálatas presupone de nuevo dicha
experiencia sensible: “¿Habéis recibido el Espíritu por las obras de la Ley o por

28
la fe en la predicación?... ¿habéis pasado en vano por tales experiencias?... El
que os otorga el Espíritu y obra milagros (dynameis) entre vosotros, ¿lo hace
por las obras de la ley o por fe en la predicación?” (Gal 3,2-5). La presencia del
Espíritu en el corazón del creyente es tan perceptible que Pablo puede llamarlo
“sello” o “garantía” de nuestra herencia gloriosa de la vida por venir (2 Cor
1,22; 5,5; Ef 1,13; ver Rm 8:23). Recibir el Espíritu sirve como poderosa
confirmación de la verdad de la predicación apostólica, y como fundamento del
consiguiente crecimiento espiritual.

En varios pasajes Pablo relaciona enfáticamente el recibir el Espíritu con el


bautismo. Ser bautizado es ser “lavado” por el Espíritu (1 Cor 6,11) y es “beber
de un solo Espíritu” (1 Cor 12,13). El bautismo es una “renovación en el Espíritu
Santo” (Tt 3,5), pero también es el inicio de un proceso de toda la vida en el
que el creyente es renovado día a día (2 Cor 4,16; cf. Rm 12,2; Ef 4,23–24).

La Vida en el Espíritu

La poderosa experiencia espiritual a la que Pablo apela no es una vaga


experiencia religiosa o una “elevación espiritual”. Es la experiencia de la verdad
del evangelio –del amor de Dios manifestado en la muerte y Resurrección de su
hijo Jesús, liberándonos del pecado y llevándonos a una nueva relación con él
(Rm 5,5; Ef 1,5–8). El Espíritu Santo hace el trabajo redentor de Jesús una
realidad eficaz, una energía que gradualmente penetra toda la vida del
creyente. Pablo describe este proceder del Espíritu de formas variadas:
revelación, santificación, libertad, renovación, filiación.

El Espíritu opera principalmente dentro del corazón, el punto central de la


persona. El Espíritu ilumina los ojos del corazón (cf. Eph 1:18) por medio de la
revelación de los dones de Dios, “que Dios ha preparado para aquellos que le
aman” (1 Cor 2,9–12). Esto es, el espíritu nos hace saber de manera personal
el don que Dios nos ha concedido al enviarnos a su Hijo. A través del Espíritu,
Dios revela no solo doctrinas o preceptos sino que se revela a sí mismo (1 Cor
2,11). Los cristianos reconocen a Jesús como salvador por ser salvados, y
reconocen a Dios como “Abba, Padre” al convertirse en su hijo o hija (Rm 8,15;
Gal 4,6).

La revelación del Espíritu Santo conduce a una transformación progresiva de


vida: “Más todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un
espejo la gloria del Señor, nos vamos transformando en esa misma imagen
cada vez más gloriosos: así actúa el Señor, que es Espíritu” (2 Cor 3,18; cf. Rm
8,29; Col 3,10). Pablo con frecuencia describe este proceso como santificación,
esto es, hacerse santo, “quedar apartado” para Dios. Los cristianos son
santificados ya a través del Espíritu en el bautismo (1 Cor 1,2; 6,11), aunque

29
son santificados en la medida que colaboran con la obra del Espíritu (Rm 15,16;
1 Ts 4,3; 5,23).

El espíritu libera de la ley (Rm 8,2; Gal 5,18), refiriéndose a la experiencia de


la ley como una imposición externa que pesa sobre nosotros con condenación
(Rm 8,1; Gal 3,10). En lugar de eso, el Espíritu nos mueve a dirigirnos a Dios
espontáneamente desde el fondo del corazón, para responderle con filial afecto,
confianza y obediencia. Por esto la vida cristiana es descrita como un “proceder
según el Espíritu” (Gal 5:16, 25) o ser “guiado por el Espíritu” (Rm 8,14; Gal
5,18).

Aunque la santificación es obra de Dios, no una obra humana, el creyente no


es pasivo en este proceso. Recibir el Espíritu es comenzar una batalla continua:
la batalla entre la carne y el Espíritu, entre la inclinación humana al pecado y el
impulso del Espíritu hacia la santidad. Es una batalla para toda la vida, en la
que cada uno debe elegir constantemente a favor del Espíritu y rechazar la
carne. Pablo exhorta, “Proceded según el Espíritu, y no deis satisfacción a las
apetencias de la carne” (Gal 5,16–17; ver Rm 8,1–13). La obra santificadora del
Espíritu en una persona será completa sólo en la resurrección de los muertos,
cuando el cuerpo sea hecho “cuerpo espiritual” y comparta la gloria divina (1
Cor 15,44– 49).

Los Carismas del Espíritu

Las enseñanzas de Pablo sobre la vida en el Espíritu es el contexto necesario


para comprender los carismas del Espíritu. Un carisma, también llamado “don”
(Ef 4,7–8) o “actuación” o “manifestación” (1 Cor 12,6–7) del Espíritu, es un
regalo libremente distribuido por el Espíritu para la edificación del cuerpo de
Cristo. Los carismas no son simples cualidades naturales o habilidades
adquiridas. Son dones sobrenaturales que realizan lo humanamente imposible
(como sanaciones o milagros) o potencian un talento natural, como la
enseñanza o el servicio, a un nivel de eficacia sobrenatural. La más amplia
enseñanza de Pablo sobre los carismas está en 1 Cor 12–14, junto con una más
larga sección sobre la conducta apropiada en la liturgia (1 Cor 11–14).

Pablo enfatiza que los carismas son distribuidos libremente por el Espíritu
Santo según su voluntad. Los carismas son diferentes a la gracia santificante
que recibimos en el bautismo, aquellos son dados no primariamente para la
santificación personal de quien los recibe sino para ser ejercidos para el bien de
otros. Los carismas son formas de “servicio” (1 Cor 12,5) porque su propósito
es servir a los otros. La maravillosa diversidad de carismas está ordenada para
la unidad de la Iglesia, fundada en la unidad de un solo Dios – Padre, Hijo, y
Espíritu Santo (12,4–6).

30
Los carismas son otorgados a cada miembro del cuerpo de Cristo para el
bien común (1 Cor 12,7; Ef 4,7). Todo tiene su papel en la edificación de la
Iglesia y el avance de su misión. Todos tienen la responsabilidad de ejercitar los
dones que se les ha dado: “Pero teniendo dones diferentes según la gracia que
nos ha sido dada, ejerzámoslos en la medida de nuestra fe” (Rm 12,6; cf. 1 Pe
4,10). A pesar que los dones se otorgan libremente, los cristianos deben
“ambicionarlos” por su poderosa capacidad para edificar a otros (1 Cor 12,31;
14,1).

Pablo previene a los corintios que los carismas no son en sí mismos una
medida de santidad (cf. Hch 3,12; 1 Cor 13,1–3). Incluso en su pasado pagano
habían experimentado algo parecido a los fenómenos carismáticos (1 Cor 12,2).
Jesús los había prevenido que muchos le dirán “Señor, Señor, ¿no profetizamos
en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios, y en tu nombre hicimos
muchos milagros?” a lo que él declarará, “¡Jamás os conocí; apartaos de mí,
agentes de iniquidad!” (Mt 7,22-23). Estos textos indican que es posible que la
gente ejercite los carismas al tiempo que enseña o vive de manera incompatible
con la fe cristiana. Por otro lado, el crecimiento en santidad normalmente lleva
a mayores frutos en el ejercicio de los carismas. Los carismas deben ser
discernidos, y los criterios básicos son que dan a conocer el señorío de Jesús y
sirven realmente a la misión de la Iglesia (1 Cor 12,3; 14,7–26).

En el centro de la enseñanza paulina sobre los carismas está su gran himno


al amor (ágape) en 1 Cor 13. Este capítulo no es una dispersión sino que
provee el principio fundacional que debe ordenar todo el ejercicio de los
carismas. Incluso los carismas más grandes son nada si se apartan del amor
(13,1–3). Aunque los carismas desaparecerán un día, fe, esperanza y caridad
permanecerán (13,8–13).15 Pablo no habla del amor como un carisma, sino
como una “manera” (hodos), la forma como los carismas deben ser ejercitados,
el motivo y la medida para su uso (1 Cor 12,31). Después de explicar este
principio en el capítulo 13, Pablo aborda el uso de los carismas en el capítulo
14, donde advierte a los corintios contra el uso inmaduro y de auto-servicio de
los carismas. El propósito de los carismas no es el de entusiasmar o ganar la
atención hacia uno, excepto en el caso de las lenguas como oración personal,
que edifica a quien las usa (1 Cor 14,4). Por el contrario, los carismas son
primeramente para edificar a los otros en el amor. Pablo no está estableciendo
oposición entre carismas y amor, sino entre carismas ejercitados con o sin
amor. De hecho, todo su punto es que el ejercicio de los carismas debe ser en
sí mismo un acto de amor.

Las cartas paulinas contienen varias listas de carismas, ninguna de las cuales
pretende ser sistemática o completa. La más extensa está en 1 Cor 12,8–10 (cf.
12,28–30), que menciona la palabra de sabiduría, palabra de conocimiento, fe,

31
sanaciones, milagros, profecía, discernimiento de espíritus, lenguas, e
interpretación de lenguas. Pablo se refiere a estos como “dones espirituales”
(pneumatika, 12,1; 14,1), tal vez porque son especialmente dependientes de la
docilidad al Espíritu. La “palabra de sabiduría” y la “palabra de conocimiento”
probablemente hacen referencia a mensajes inspirados por el Espíritu que dan
una percepción nueva sobre el plan de salvación de Dios y su aplicación
práctica en la vida de los creyentes. Una “palabra de conocimiento” puede
también referirse a un conocimiento sobrenatural de ciertas cosas, tal como
Jesús conoció el pasado de la mujer samaritana (Jn 4,17) o el conocimiento de
Ananías sobre la conversión de Saulo (Hch 9,10–12). La “Fe” no es mencionada
aquí como la justificación de la fe común de los creyentes, sino como una
confianza segura que Dios va a actuar en una situación particular, el tipo de fe
que Jesús dijo que movería montañas (Mt 17,20; 21,21; 1 Cor 13,2). Las
curaciones (literalmente “carisma de curación”) son reales sanaciones de
enfermedades o discapacidades en respuesta a la oración, como se muestra
frecuentemente en Hechos. El hacer milagros, de manera similar, es el
despliegue del poder de Dios que confirma la verdad del evangelio (ver Rm
15,19; 2 Cor 12,12; Gal 3,5; Heb 2,4). El discernimiento de espíritus es la
habilidad de reconocer si un fenómeno o expresión espiritual particular, viene
del Espíritu Santo, del espíritu maligno, o simplemente del espíritu humano.

Pablo trata los tres restantes “dones espirituales” –profecía, lenguas e


interpretación de lenguas- con más detalle en 1 Cor 14. La enseñanza de Pablo
implica que hay dos formas del don de lenguas. Primero, lenguas pueden ser
una gracia para orar y alabar en un idioma desconocido (1 Cor 14,4; cf. Rm
8,26–27), un tipo de “oración no racional hecha con el corazón.”16 Segundo, las
lenguas se pueden referir a un mensaje público para la asamblea. En este
último caso, hay necesidad de alguien con el carisma de interpretación de
lenguas para comunicar su significado a la asamblea (1 Cor 14,5). Finalmente,
Pablo pone mucho énfasis sobre la profecía como un carisma que edifica de
manera especial a la Iglesia (1 Cor 14,1–5).

La profecía es una exhortación inspirada por el Espíritu, comunicando un


mensaje que no viene de uno sino de Dios. Puede incluir alguna revelación
concerniente al futuro (cf. Hch 11,27–29) o a descubrir los secretos de los
corazones (1 Cor 14,25; cf. Hch 5,2–4), pero con más frecuencia toma la forma
de animar y consolar (1 Cor 14:3) o convencer de pecado (1 Cor 14,24). La
profecía es el único carisma que aparece cada vez que Pablo hace una lista de
carismas. Junto con el apostolado, es fundacional para la Iglesia (Eph 2,20; cf.
1 Cor 12,28). Por eso Pablo siempre exhorta a los creyentes a aspirar a este
don: “pero aspirad también a los dones espirituales, especialmente a la
profecía” (1 Cor 14,1); “aspirad al don de profecía” (1 Cor 14,39); “deseo que

32
habléis todos en lenguas; prefiero, sin embargo, que profeticéis” (1 Cor 14,4–
5); “no despreciéis las profecías” (1 Ts 5,20).

El don que tiene el primer lugar en la jerarquía de carismas es el apostolado,


ese carisma que ve más allá y coordina la armoniosa interacción de los otros
carismas (1 Cor 12,28; Ef 4,11). Para Pablo no hay oposición entre el oficio y el
carisma, o entre lo institucional y las obras espontáneas del Espíritu. La Iglesia
está edificada sobre el cimiento de los apóstoles (representando su dimensión
institucional) y profetas (representando su dimensión carismática) (Ef 2,20). La
actividad del Espíritu Santo en la Iglesia está sujeta a la observación y
discernimiento de las autoridades humanas de la Iglesia. Todo esto apunta a
que para pastorear la Iglesia hay que apoyarse en el Espíritu Santo y su don
espiritual de discernimiento, y no simplemente en base a razonamientos
humanos. Ellos no son maestros de carismas; su papel es el de ordenarlos para
el bien de la Iglesia y su misión.

Pablo menciona carismas obviamente menos sobrenaturales, pero no menos


importantes. Estos incluyen el servicio, enseñanza, exhortación, donación,
administración y obras de misericordia (Rm 12,6–8; cf. 1 Pe 2,10–11). En Ef
4,11-13 hace una lista de categorías de personas que tienen dones de liderazgo
en la Iglesia: apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros. Pablo
también habla de los carismas del matrimonio y del celibato (1 Cor 7,7); y del
ministerio del orden (1 Tm 4,14; 2 Tm 1,6). A todos estos se podrían añadir
otros carismas mencionados en otra parte en Pablo o en el Nuevo Testamento:
visiones y revelaciones (Hch 9,10; 10,3; 11,5; 16,9; 18,9; 2 Cor 12,1–4),
exorcismos (Hch 8,7; 16,18), intercesión (Hch 12,5; 2 Cor 1,11), hospitalidad
(Hch 16,15), canto (1 Cor 14,26; Ef 5,19),pobreza voluntaria (1 Cor 13,3; (Flpl
4,12), y martirio (Hch 7,59–60; 12,2; 1 Cor 13,3).

Para resumir estas reflexiones bíblicas, la historia de la salvación está


articulada por la presencia del Espíritu Santo, que sobrevolaba las primeras
aguas de la creación y que se une al clamor de la desposada en el final: “¡Ven,
Señor Jesús!” (Ap 22,17, 20). Toda la escritura apunta hacia un derramamiento
escatológico del Espíritu, el cumplimiento del plan de Dios de divinizar a los
seres humanos y renovar toda la creación. Este derramamiento ocurrió
definitivamente en Pentecostés pero se renueva continuamente a lo largo del
tiempo de la Iglesia y alcanzará su consumación en la resurrección de los
muertos, en el último día. El Bautismo en el Espíritu tal como se experimenta en
la Iglesia de hoy, sólo puede ser comprendido dentro de este contexto bíblico.

3. El Bautismo en el Espíritu en la Era Patrística

33
Una pregunta que aflora de manera natural desde la experiencia
contemporánea del Bautismo en el Espíritu es: ¿Qué precedente hay sobre esta
experiencia en la historia de la Iglesia, especialmente en la etapa formativa de
los primeros Padres? Esta pregunta se funda en la convicción que una auténtica
gracia de Dios no puede estar sin continuidad con la tradición viva de la Iglesia.
Aunque una investigación profunda sobre este asunto está fuera de los
objetivos de este libro, presentamos algunos apuntes breves sobre el hecho
que, los aspectos relevantes del Bautismo en el Espíritu tal como lo
experimentamos hoy, estuvieron también presentes en la Iglesia de la era
patrística.17

3.1 Conocimiento Experiencial de Dios y de los Dones de Salvación

Los escritos de los Padres de Oriente y Occidente abundan en referencias al


don del Espíritu como una realidad vivida. Los Padre no vieron el
acontecimiento de Pentecostés descrito en Hechos como algo confinado al
pasado, sino como algo presente y vivo en la Iglesia. San Cyrilo de Jerusalén
(318–386 d.C), comentando el texto de Pentecostés y específicamente la
acusación de que los discípulos estaban “borrachos” (Hch 2,13), explicó a un
grupo de catecúmenos,

No están embriagados de la manera que se podría pensar. Ellos están ebrios, pero
de la sobria intoxicación que quita el pecado y da vida al corazón, que es todo lo
opuesto a la embriaguez física. La embriaguez hace que una persona olvide lo que
sabe; ésta, por el contrario, permite conocer cosas que no se conocían
formalmente. Ellos están ebrios porque se embriagaron con el vino de esa vid
mística de la que se afirma, “Yo soy la vid, y vosotros los sarmientos” (Jn 15,5).18

Cyrilo evidentemente esperaba que los catecúmenos llegaran a experimentar


algo similar en su bautismo. San Ambrosio (340–397 d.C), de manera similar
decía, “¡Bebamos con alegría de la sobria abundancia del Espíritu!”19 San
Agustín (354–430), predicando en una liturgia de Pentecostés, pregunta a su
congregación, “¿No se nos está dando el Espíritu Santo ahora, hermanos y
hermanas? Cualquiera piensa que no es digno de recibirlo. Ciertamente se nos
está dando ahora.”20 Estos pastores consideran el don del Espíritu Santo como
una fuente de gozo sobreabundante, un tipo de embriaguez espiritual. Pero a
diferencia de la embriaguez terrenal, el don del Espíritu eleva de la oscuridad
del entendimiento; guía hacia la santidad y el amor abnegado, y no hacia el
pecado y la conducta degradante.

La experiencia del Espíritu fue considerada como parte integrante para los
sacramentos de iniciación. La iniciación cristiana era un proceso que podía
durar entre dos y tres años, un tiempo de intensa catequesis y profunda
conversión en la que los catecúmenos eran llevados a una relación viva con el

34
Padre a través del Hijo y del Espíritu. El proceso usualmente culminaba en la
celebración del bautismo, confirmación y Eucaristía en la Liturgia de la Vigilia
Pascual. Basándose en el Nuevo Testamento, varios de los Padres usaron el
término “Bautismo en el Espíritu” simplemente como sinónimo de esta
incorporación sacramental en Cristo.21

Muchos Padres hablan de la iniciación cristiana como productora de un


conocimiento experiencial de la vida divina, en la que uno es bautizado. En
oriente, Cyrilo dice a los aspirantes que cuando ellos se bauticen,
“Comprenderán por experiencia lo sublime de las doctrinas”.22 En occidente,
San Hilario de Poitiers (300–368 d.C) explica que el Espíritu da vida a la
doctrina de nuestra filiación adoptiva:

[Después del bautismo de Jesús] una voz del cielo dice: “Tú eres mi Hijo
amado.”… Esto sucedió para que en nuestro tiempo podamos aprender lo que se
ha realizado plenamente en Cristo. Después de la inmersión en agua, el Espíritu
Santo vuela sobre nosotros desde las puertas del cielo, para que podamos
bañarnos con la unción de la gloria celestial, y que podamos convertirnos en hijos
de Dios a través de la adopción expresada por la voz del Padre.23

San Cipriano de Cartago (258 d.C) da elocuente testimonio de los efectos


del don bautismal del Espíritu en su carta a Donato, donde rememora lo
ocurrido en su propio bautismo:

Bajé hacia esas aguas de vida, y todas las manchas de mi pasado fueron lavadas.
Le entregué mi vida al Señor; él limpió mi corazón y me llenó con el Espíritu
Santo. Nací de nuevo, un nuevo hombre. Entonces, de una manera aún más
maravillosa todas mis dudas se aclararon. Pude ver ahora lo que antes me era
oculto. Descubrí que podía hacer cosas que antes me eran imposibles. Vi que en
la medida que había vivido de acuerdo a mi carne, estaba a merced del pecado y
mi destino era la muerte, pero viviendo ahora de acuerdo a mi renacer en el
Espíritu Santo había comenzado a compartir la vida eterna de Dios… No tenemos
que esforzarnos ni sudar para conseguir la perfección, no se necesita dinero ni
influencia para obtener el don del Espíritu Santo. Es repartido gratuitamente por
Dios, siempre a nuestra disposición para usarlo. Así como el sol brilla y el día trae
la luz, el arroyo irriga el campo y la lluvia humedece la tierra, el Espíritu celestial
se derrama dentro de nosotros.24

Es evidente que la iniciación cristiana en la Iglesia primitiva fue de manera


inseparable una realidad ontológica y experiencial, dando a lugar a una radical
transformación de vida.

3.2 Los Carismas en la Iglesia Primitiva

Hay evidencia que abundantes carismas se manifestaron en la Iglesia


primitiva, incluyendo los “dones espirituales” de 1 Corintios 12. En el siglo II,

35
San Justino Mártir (100–165 d.C) escribe, “Los dones proféticos permanecen
entre nosotros, incluso en el tiempo presente.”25 San Ireneo (115–202 d.C)
observa lo mismo, “Escuchamos de muchas fraternidades de la Iglesia, que
tienen carismas proféticos y que se hablan todo tipo de lenguas a través del
Espíritu; y se acercan los secretos de los hombres a la luz para su provecho, y
se exponen los misterios de Dios.”26 Ireneo testifica numerosos milagros y otros
signos del poder del Espíritu:

Aquellos que son realmente sus discípulos, recibiendo gracia de él, realizan
[milagros] en su nombre para el bien de otros, de acuerdo al carisma que cada
uno ha recibido de él. Algunos verdaderamente expulsan demonios, de tal manera
que aquellos que han sido liberados de los espíritus inmundos, frecuentemente
creen y se unen a la Iglesia. Otros tienen un conocimiento especial de las cosas
por venir: tienen visiones, y profecías. Incluso algunos curan a los enfermos
imponiéndoles las manos, y se sanan. Sí, incluso hay muertos que han sido
resucitados, y han permanecido entre nosotros por muchos años. ¿Y que más
diré? No es posible nombrar el número de los dones que en todo el mundo ha
recibido la Iglesia de parte de Dios, en el nombre de Jesucristo que fue crucificado
bajo Poncio Pilatos, y que ella ejerce día a día para beneficio de los gentiles, sin
decepcionar a nadie, sin recibir premio alguno por tales milagros. Porque la Iglesia
lo ha recibido gratuitamente de Dios, así gratuitamente lo administra.27

Varios Padres hablan de los carismas como un acompañamiento normal del


rito de iniciación cristiana. En su tratado Sobre el Bautismo, Tertuliano (160–
225 d.C) escribe:

Por consiguiente, vosotros benditos, para quienes la gracia de Dios está


esperando, cuando salís del baño santo del nuevo nacimiento, cuando extendáis
vuestras manos por primera vez en la casa de vuestra madre junto a los
hermanos, pedid al Padre, pedid al Señor, por el don especial de su herencia: los
carismas que se distribuyen.28

Cirilo de Jerusalén, de manera similar urge a los candidatos al bautismo,


“Preparaos cada uno a recibir el don celestial de la profecía… Mis palabras
finales, amados míos, en esta enseñanza son palabras de exhortación, urgiendo
a todos a preparar sus almas para recibir los carismas del cielo.”29 Hilario
igualmente exhorta a los cristianos a ejercitar los carismas: “¡Hagamos uso de
tan generosos dones!”30 En otro lugar dice:

Los que hemos nacido de nuevo con el sacramento del bautismo, experimentamos
una alegría intensa cuando sentimos dentro de nosotros el primer movimiento del
Espíritu Santo. Empezamos a adentrarnos en los misterios de la fe; somos capaces
de profetizar y hablar con sabiduría. Nos hacemos perseverantes en la esperanza
y recibimos abundantes dones de sanación. Los demonios obedecen a nuestra
autoridad. Estos dones entran en nosotros como una lluvia suave, y… poco a
poco, dan abundantes frutos.31

36
San Agustín (354–430), como es sabido, cambió de opinión acerca de los
carismas. Durante los siglos III y IV hubo un declive en los dones espirituales,
debido en parte a la herejía de los Montanistas que se caracterizó por los
excesos y abusos en el uso de los carismas.32 Como reacción ante esta herejía,
hubo una tendencia a evitar la actividad carismática. En sus primeros años
Agustín escribió que si bien los carismas habían sido necesarios durante la era
apostólica, ahora que la Iglesia había alcanzado la madurez, ya no eran
necesarios. Pero después, tras ser testigo de muchos milagros en su propia
catedral en Hipona, se dio cuenta que la Iglesia realmente necesita de los
carismas. Tiempo después escribió en sus Confesiones,

Es verdad que los enfermos no siempre son sanados… pero lo que digo no debe
ser tomado para dar a entender que no creemos que puedan suceder milagros
hoy en el nombre de Jesús. Porque en su día escribí… un ciego en la ciudad [de
Milán] recuperó la vista; y muchas otras cosas de este tipo han sucedido, incluso
en el tiempo presente, que no es posible saber todas ellas o contabilizar todos los
casos que hemos conocido.33

En La Ciudad de Dios, Agustín cuenta muchas curaciones llamativas que él


presenció.34 En una ocasión, cuando un hermano y hermana fueron
milagrosamente sanados de un terrible padecimiento, él contó la reacción de su
congregación: “Semejante maravilla levantó a hombres y mujeres juntos, que
las exclamaciones y lágrimas parecían que nunca iban a parar… Ellos
prorrumpieron con alabanzas a Dios sin palabras, pero con un sonido tal que
nuestros oídos difícilmente podían soportarlo.”35 En un sermón Agustín exhorta
a su congregación, “Nuestro Señor Jesucristo restauró la vista del ciego, levantó
a Lázaro a la vida… No permitan entonces, hermanos, que se diga que nuestro
Señor Jesucristo no hace esas cosas ahora o que prefiere hacerlo en el pasado
y no en el tiempo presente de la Iglesia.”36

Junto con el ejercicio de los carismas hubo una concienciación de la batalla


espiritual y de la autoridad que el cristiano tiene en el nombre de Jesús. San
Justino Mártir escribe de numerosos exorcismos hechos por cristianos, dando
testimonio de la verdad del evangelio:

Jesús nació por la voluntad de Dios Padre, para la salvación de los creyentes y la
destrucción de los demonios. Y ahora vosotros podéis aprender esto por lo que
veis con vuestros propios ojos. Por cuanto en todo el mundo y en vuestra ciudad
[Roma] hay muchos endemoniados a los que los otros exorcistas, hechiceros y
magos no pudieron curar, pero nuestros cristianos han curado y curan,
sometiendo y expulsando a los demonios que los poseían, en el nombre de
Jesucristo que fue crucificado bajo el poder de Poncio Pilatos.37

La vida de San Antonio escrita por San Atanasio, describe el combate


espiritual al que los padres del desierto estuvieron constantemente sometidos.

37
Atanasio cuenta que Antonio liberó a mucha gente de opresión diabólica, y él
mismo fue atacado con frecuencia por espíritus malignos pero se sobrepuso a
esos ataques por medio de la fe y la oración.

3.3 El Júbilo y el Don de Lenguas

Después del segundo siglo hay pocos escritos acerca del Don de Lenguas.
Sin embargo esto no significa necesariamente que ese carisma desapareciera
de la Iglesia. Hay una evidencia clara que el fenómeno bíblico de la Lenguas
continuó, pero con distinta terminología y tal vez con diferentes formas. Muchos
de los Padre hablan del “Júbilo”, una forma de oración y canto fuerte que se
hace sin palabras, que parece tener mucha relación con el Don de Lenguas que
experimentamos hoy en día.38 Agustín lo describe así:

El que canta con júbilo no usa palabras, pero emite un cierto sonido de alegría sin
palabras: es la voz del alma derramada en gozo, expresando tanto como puede lo
que siente, sin reflexionar en su significado. Rezumando alegría, el hombre usa
palabras que no pueden ser pronunciadas ni comprendidas, pero simplemente
deja que su alegría se despliegue sin palabras; su voz entonces parece expresar
una alegría tan intensa que él no puede explicar.39

Agustín urge a sus feligreses a orar con júbilo: “Gócense y hablen. Si no


pueden expresar su alegría, canten con júbilo: el júbilo expresa vuestra alegría
en la medida que no puede hacerlo la palabra. No dejéis que vuestra alegría se
silencie.”40 San Gregorio Magno explica,

Pero lo llamamos júbilo, cuando experimentamos un gozo en el corazón que no es


posible expresar con la fuerza de la palabra, y el triunfo del corazón desahoga con
la voz aquello que no puede expresar con el habla. Ahora, se dice apropiadamente
que la boca se llena de risa, los labios de júbilo, como en la patria celestial,
cuando el entendimiento de los justos sea elevado, la lengua se eleva en un canto
de alabanza.41

Esta alegría que fluye en una oración sin palabras puede ser lo que Pablo
llamó “orar con el Espíritu” y “cantar con el Espíritu” (1 Cor 14,15) con “salmos,
himnos y cánticos espirituales” (Col 3,16; Ef 5,19). La adoración en la Iglesia
primitiva era con frecuencia bastante expresiva, con miembros de la
congregación clamando espontáneamente palabras de alabanza y acción de
gracias. Suspiros, lágrimas, cantos espontáneos y aplausos eran comunes.42
Durante siglos, el júbilo con melodías improvisadas, fue parte ordinaria de la
liturgia, colaborando con la instauración de la música de la Iglesia medieval.43

De los ejemplos dados aquí, es evidente que la experiencia del bautismo en


el Espíritu en la Renovación Carismática Católica, tanto en su forma y
expresión, son de alguna manera únicas en nuestro tiempo, pero tienen

38
profundas raíces en la tradición de la Iglesia. Está fuera de los objetivos de este
documento discutir la actividad carismática del Espíritu desde el fin de la era
patrística hasta nuestros días. Sin embrago, es bueno puntualizar que la
totalidad de los carismas experimentados en la Renovación han sido
manifestados en diversas épocas y lugares, especialmente en la vida de santos
como Bernardo, Francisco de Asís, Gertrudis la Grande, Catalina de Siena,
Vicente Ferrer, Ignacio de Loyola, Francisco Xavier, Teresa de Ávila, Juan
Vianney, Juan Bosco, Pío de Pietrelcina, Andrés Bessette y muchos otros.

Muchos aspectos de la experiencia contemporánea del Bautismo en el


Espíritu están también presentes en la tradición mística y espiritual de la
Iglesia, especialmente en Oriente. San Simeón el Nuevo Teólogo (949–1022),
un monje bizantino, escribió mucho sobre el “bautismo del Espíritu Santo” como
una profunda unión mística con Dios que se acompaña del don de las lágrimas,
dolor de los pecados, y visiones de Dios como una luz. El ruso San Serafín de
Sarov (1759–1833) hizo su famosa declaración “el objetivo de la vida cristiana
es recibir el Espíritu Santo.” Existe evidencia abundante sobre los carismas en la
Iglesia Ortodoxa y en las Iglesias Orientales, como es el caso de la vida de
Santa Takla Haymanot de Etiopía y San Nicetas de Novgorod, Rusia.

39
Parte III

Reflexión Teológica

El derramamiento del Espíritu en la experiencia de la Renovación Carismática


Católica, que ha renovado la vida de muchos cristianos, requiere que se haga
una reflexión teológica. ¿Cuál es el propósito de Dios al dar esta gracia? ¿Es
para todos los católicos? ¿Cuál es su relación con la vida de la Iglesia, y
especialmente con los sacramentos de iniciación? ¿Cuál es el lugar de la
experiencia en la vida cristiana? Esta sección primero describirá brevemente la
interpretación teológica que se ha desarrollado en la Renovación, y luego
comentaremos algunos de los puntos teológicos más comunes sobre el
bautismo en el Espíritu.

1.Avances en la Interpretación de la Renovación Carismática Católica

Desde sus inicios en 1967, lo que vino a conocerse como Renovación


Carismática Católica se originó en una experiencia que fue llamada Bautismo en
el Espíritu Santo. ¿Por qué se usó esta terminología? Los primeros católicos en
recibir esta gracia habían sido marcados profundamente por la reciente
conclusión del Concilio Vaticano II y por la “dimensión ecuménica” en su
experiencia inicial. Ellos adoptaron el mismo término que había usado el
movimiento Pentecostal, el cual a su vez, lo había adaptado de la Escritura (ver
arriba Parte II, sección 2). Ellos entendieron este comienzo como el
cumplimiento y realización de la oración del Papa Juan XXIII para el Concilio
pidiendo “un nuevo Pentecostés.” La relación entre el “bautismo en el Espíritu”
y el acontecimiento de Pentecostés, ambos en el Nuevo Testamento y en la
experiencia contemporánea, parece mostrar lo apropiado de este término.

Los primeros católicos alcanzados por esta gracia inesperada del bautismo
en el Espíritu, pronto entendieron que esta gracia debía ser comprendida en el
contexto de una renovación profunda de la vida católica, que era el corazón y el
objetivo de Vaticano II. Ellos tuvieron un fuerte impulso de comunicar esta

40
gracia de manera amplia a la Iglesia Católica y la clara convicción de que esta
gracia era para la renovación de toda la Iglesia. Su fuerte sentido eclesial fue la
principal diferencia con los orígenes de los movimientos carismáticos en las
denominaciones Protestantes. Los católicos bautizados en el Espíritu
reconocieron la necesidad de que este movimiento fuese acogido en el interior
de la Iglesia Católica bajo la guía del Papa y los Obispos.

Desde el inicio reconocieron que este derramamiento del Espíritu necesitaba


una reflexión teológica, incluyendo un estudio de la terminología de “bautismo
en el Espíritu”, a la luz de la tradición católica. La promoción de esta reflexión
teológica fue el principal interés del Cardenal Léon-Joseph Suenens de Bélgica,
quien participó en una reunión de teólogos y líderes en Grottaferrata, Italia, en
1973 y que dio lugar a los documentos de Malinas. El primer documento de
Malinas, Orientaciones Teológicas y Pastorales para la Renovación Carismática
Católica,1 estudió la realidad emergente del movimiento a la luz de la tradición
y teología católica e hizo una serie de recomendaciones. Los autores incluían
teólogos que ya habían iniciado el esfuerzo de articular una auténtica teología
católica sobre el bautismo en el Espíritu.

El primer documento de Malinas reconoció que varios términos estaban


siendo ya utilizados para describir lo que popularmente se llamaba el bautismo
en el Espíritu Santo. En efecto, expresiones alternativas estaban siendo
adoptadas en 1972 al tiempo que la Renovación Carismática se propagaba más
allá de Norteamérica hacia otras culturas e idiomas. Uno de los motivos para
buscar expresiones alternativas fue la preocupación de evitar confusiones entre
el bautismo en el Espíritu y el sacramento del bautismo. Así, por ejemplo, el uso
más común en los países de lengua francesa es effusion de l’Esprit, y en
Italiano effusione dello Spirito. Lo mismo sucede en España (efusión del
Espiritu) y en Portugal (efusâo no Espírito), sin embargo, en Latino América los
términos más comunes son bautismo en el Espíritu y batismo no Espírito. En
Polaco se utilizan dos términos, wylanie Ducha Świętego (derramamiento del
Espíritu Santo) y chrzest w Duchu Świętym (bautismo en el Espíritu Santo),
como en el alemán Geisttaufe (bautismo-Espíritu) y Erneuerung im Heiligen
Geist (renovación en el Espíritu Santo). En algunos lugares son populares otros
términos como “nuevo Pentecostés” o “Pentecostés personal”. En contraste, el
mundo de habla inglesa ha mantenido de manera universal el término bautismo
en el Espíritu. Cuando se usan lenguaje e imágenes bautismales se hace
necesario explicar claramente su relación con el sacramento del bautismo (ver
sección 5.1 abajo).

La ventaja del término “efusión del Espíritu Santo” es que evita cualquier
sugerencia de dos bautismos, uno en agua y otro en el espíritu, que podría
devaluar al sacramento del bautismo. Cabe señalar que no existe un término

41
equivalente a “efusión” en el idioma inglés.2 Por otra parte, la ventaja de
“bautismo en el Espíritu” es que mantiene el lenguaje usado por Juan el
Bautista y por Jesús para referirse a la culminación de la obra de redención del
Espíritu Santo, en relación directa al acontecimiento de Pentecostés. También
expresa la particularidad de lo que se experimenta en la Renovación, mientras
que el término “efusión” se aplica más genéricamente a cualquier acción del
Espíritu en la vida cristiana. El término “bautismo en el Espíritu” muestra la
afinidad existente entre los movimientos Pentecostales y Carismáticos que usan
este término en común, pero los católicos deben evitar las explicaciones
confusas sobre “dos bautismos”. El uso de terminología bautismal puede
acarrear dificultades adicionales en situaciones donde existan grupos
Pentecostales o Carismáticos que tengan un cuestionable énfasis. Cada una de
las terminologías usadas tradicionalmente tiene su legitimidad y sus limitaciones
relacionadas con distintos contextos culturales y eclesiásticos. El hecho de que
se continúe utilizando diferentes términos es un indicador de la riqueza de esta
realidad, que no puede ser reducida a una única expresión.

2. El Corazón del Bautismo en el Espíritu

Las características del bautismo en el Espíritu descritas en la Parte I


demuestra que el Bautismo en el Espíritu no es un fenómeno marginal de la
vida cristiana. Tiene que ver con el corazón del evangelio, la misión del Hijo y la
del Espíritu Santo de parte del Padre. El Señor Jesús está en el centro del
testimonio carismático —Jesús encarnado, crucificado, y resucitado, que fue
concebido, inhabitado y lleno del poder del Espíritu Santo, y que vendrá en
gloria. Se abraza una perspectiva totalmente trinitaria para la cual Benedicto
XVI recuerda a la Iglesia “Jesús es el que vino para bautizar a la humanidad en
el Espíritu Santo.”3

A través del bautismo en el Espíritu, Pentecostés se hace presente y vivo en


la Iglesia de hoy. Ser bautizado en el Espíritu es ser lleno del amor que fluye
eternamente entre el Padre y el Hijo en el Espíritu Santo, un amor que cambia
a las personas hasta lo más profundo de su ser y les hace capaces de
corresponder a ese amor de Dios. De este modo los cristianos experimentan el
misterio pascual como una fuente actual de poder y gracia, que les permite
saber “la anchura y longitud, altura y profundidad… del amor de Cristo que
excede todo conocimiento” (Eph 3,18–19). Ellos claman desde sus corazones,
“Abba, Padre” (Rom 8,15; Gal 4,6), “Jesús es el Señor” (1 Cor 12,3), y “Ven,
Señor Jesús” (Ap 22,16, 20). Existe una mayor unión con las personas de la
Santísima Trinidad, y la experiencia de ser elevados para participar de la
herencia en Cristo, una primicia de la resurrección futura. Esto está en el

42
corazón mismo de lo que significa teológicamente el bautismo, tal como lo
presenta San Pablo: “Fuimos, pues, con él sepultados por el bautismo en la
muerte, a fin de que, al igual que Cristo resucitó de entre los muertos por
medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva”
(Rom 6,4). Dios, “con él nos resucitó y nos hizo sentar en los cielos en Cristo
Jesús” (Ef 2,6; cf. Col 3,3). El Espíritu Santo da poder para ponerse en “la
mente de Cristo” —para pensar como él y amar como él (Rom 13,14; 1 Cor
2,16; Flp 2,5) y por consiguiente hacer las obras que él hizo (Jn 14,12). En
principio todas estas cosas son verdad para todo Cristiano bautizado, pero a
través del bautismo en el Espíritu, éstas se convierten en una experiencia
palpable. Esto nos lleva a la victoria sobre el pecado, a tener autoridad sobre la
tentación y los engaños del maligno, y a crecer en las virtudes a través de la
unión con Jesús resucitado.4

Los carismas que caracterizan a la Renovación Carismática fluyen desde la


persona que se abandona a Jesús que es el corazón del bautismo en el Espíritu.
Los carismas son manifestaciones de la soberanía del Señor resucitado que se
nos dan para ser recibidos gratuitamente, fomentados, y usados
generosamente. Esto no significa que sea imposible abusar de los carismas, por
el contrario, cuando se usan de manera abusiva se corre el grave riesgo de
seguir otros espíritus que no son el Espíritu Santo. En el contexto de la historia
de la Iglesia, la experiencia de los carismas en la Renovación de hoy es algo
nuevo, en primer lugar, la totalidad de los carismas descritos por San Pablo en
1 Corintios están presentes como parte de la donación que el Espíritu Santo
hace a su Iglesia. En segundo lugar, los carismas están en principio disponibles
para cualquier cristiano, y no se limitan a clérigos y religiosos o aquellos que
han practicado por años la disciplina ascética. No se les concibe como gracias
especiales para gente santa sino como dones públicos que equipan al cuerpo de
Cristo para cumplir su misión. El ejercicio de los carismas por parte de millones
de católicos acarrea nuevas exigencias a la Iglesia. Hay necesidad de
desarrollar una teología de los carismas y un completo tratado sobre la
sabiduría espiritual y pastoral necesarias para su uso.5

Por su naturaleza, como originado en el Espíritu de Dios, el bautismo en el


Espíritu no puede tener un signo específico que confirme que lo hemos recibido.
Por esta razón, la doctrina que considera el don de Lenguas como un signo
necesario de los que han recibido el bautismo en el Espíritu, no es aceptable en
la tradición católica. Sin embargo, el don de Lenguas está ampliamente
difundido y con frecuencia resulta ser el primer carisma que experimentan los
que reciben el bautismo en el Espíritu. El canto en Lenguas puede jugar un
papel muy importante en la apertura de la persona a la influencia del Espíritu y
por consiguiente a toda la realidad de los dones espirituales.

43
3. Teología y Experiencia

En el Nuevo Testamento, y en la Iglesia primitiva, era sabido que los


carismas no eran simplemente una doctrina sino un hecho que se
experimentaba. El bautismo en el Espíritu por consiguiente, levanta el
cuestionamiento sobre el valor y el papel que juega la experiencia en la vida
cristiana. La tradición católica siempre ha reconocido la importancia de la
dimensión experiencial en la vida espiritual,6 aunque el rol de la experiencia
algunas veces ha sido sujeto a distorsiones teológicas. Comprendida de
manera correcta, la experiencia es algo muy humano pues involucra todas las
facultades humanas en una unidad integral (los cinco sentidos, la imaginación,
emociones, inteligencia y voluntad). La experiencia no debería ser reducida a
emociones y sentimientos, lo cual la convertiría en algo puramente subjetivo.

La experiencia cristiana no es un fenómeno vago o subjetivo que pueda ser


reducido a una o varias causas. Es una experiencia objetiva: El don que Dios
hace de sí mismo para nosotros, mediante la cruz y resurrección de Jesucristo y
por el derramamiento del Espíritu Santo. La experiencia cristiana siempre está
unida a la predicación y enseñanza de la fe. Esta ocurre escuchando la Palabra
de Dios, aceptándola en fe y participando de la vida litúrgica y sacramental de
la Iglesia. A pesar que no experimentamos a Dios directamente en esta vida,
experimentamos realidades creadas en las que Dios está presente y actuando
(participando en la liturgia, escuchando una buena predica, orando, ejerciendo
los carismas, relacionándonos con personas santas, siendo movidos por la
música y el arte cristiano).

¿Qué diferencia hace el bautismo en el Espíritu en este contexto? El


Bautismo en el Espíritu es una revelación del amor del Padre y de la verdad de
que “Jesús es el Señor” que toca profundamente la experiencia cristiana. De la
misma manera, es un sometimiento al Señorío de Jesús a través del Espíritu
Santo de tal manera que se acentúa el hecho de “ser guiados por el Espíritu
Santo” (Rom 8,14). El “piloto de la nave” no es ya el individuo sino el Espíritu
Santo. Esta es la verdadera vida en el Espíritu, una vida que exulta de alabanza
y adoración, un testimonio alegre y una comunión profunda con Dios y los
demás. A pesar de tener una dimensión experiencial, la acción de Dios en
nosotros siempre es mayor de lo que percibimos.

Es un error imaginar que existe oposición entre la experiencia cristiana y los


sacramentos. Los sacramentos, a través de los cuales somos llevados al
contacto con la experiencia pascual de Cristo, dan lugar a la fundación de la
experiencia cristiana. Incluso si tenemos una experiencia nueva de la acción de
Dios, en un contexto no sacramental, su significado completo se integra dentro

44
de los sacramentos y la liturgia de la Iglesia. La madurez cristiana es una
profunda integración personal entre la acción de Dios en los sacramentos y la
acción de Dios en el creyente.

4. La Dimensión Institucional y Carismática de la Iglesia

Reflexionando sobre los contenidos de Vaticano II, el Papa Juan Pablo II


declaró que “la dimensión institucional y la dimensión carismática… son
esenciales en la constitución divina de la Iglesia fundada por Jesús, porque
ambas colaboran en que el misterio de Cristo y su obra salvífica se haga
presente en medio del mundo”.7 Lo institucional y lo carismático son dos
caminos complementarios en los que el Espíritu obra, los cuales “contribuyen,
aunque de manera distinta, a la vida, renovación y santificación del pueblo de
Dios”.8 La dimensión institucional (o jerárquica) se refiere a todo lo que fue
instituido por Jesús durante su vida terrenal, incluyendo su elección de los doce
apóstoles; su traspaso de autoridad a ellos; su mandato de predicar el
evangelio, de bautizar, y de celebrar la Eucaristía “en memoria mía”; el poder
de perdonar pecador; y otros elementos estructurales que pertenecen al
depósito de le fe. La dimensión carismática se refiere a los dones derramados
espontáneamente en pentecostés y después por el Espíritu Santo que distribuye
libremente sus gracias cuando y donde él quiere.9 Lo institucional es transferido
de generación en generación y pertenece a la estructura visible y permanente
de la Iglesia. Lo carismático es concedido por el Señor de una manera
impredecible y no puede ser codificado. El bautismo en el Espíritu, como
manifestación de las obras espontáneas del Espíritu Santo pertenece a la
dimensión carismática pero al mismo tiempo inyecta nueva vida y dinamismo a
la dimensión institucional basada en los sacramentos.

La necesidad permanente de la Iglesia de integrar las obras carismáticas del


Espíritu con la estructura institucional se puede ver ya en el Nuevo Testamento.
El Espíritu Santo emprendió una iniciativa significativa en la Iglesia, la misión de
Pablo a los gentiles (Hch 13, 2-3), pero tuvo el cuidado de “exponer [a los
apóstoles]… el evangelio que proclamo entre los gentiles” (Gal 2,2). Cuando
apareció un cuestionamiento pastoral importante, en relación a la circuncisión
de los gentiles, Pablo y Bernabé lo plantearon a los “apóstoles y presbíteros”
para su discernimiento (Hch 15,2), y después aceptaron sus conclusiones. Las
obras carismáticas del Espíritu nunca pueden ser independientes del ministerio
ordenado. Sin la dimensión institucional no hay una tradición coherente, no
habría un cuerpo visible en el cual lo carismático sea derramado. La dimensión
carismática necesita a la institucional como seguridad contra las desviaciones y
errores, de manera que así pueda dar frutos duraderos para el cuerpo de

45
Cristo. Por otra parte, la dimensión institucional necesita a la carismática para
que la plena creatividad del Espíritu Santo sea manifestada a la Iglesia en cada
tiempo y para que la Iglesia recuerde siempre su dependencia del Señor
resucitado y de su Espíritu.10

5. El Bautismo en el Espíritu y los Sacramentos de Iniciación.

Desde los inicios de la Renovación Carismática Católica, los teólogos se han


esforzado por comprender y articular la relación entre el Bautismo en el Espíritu
y los sacramentos, especialmente los sacramentos de iniciación.11 Había dos
maneras iniciales de describir el Bautismo en el Espíritu: como una actualización
de la gracia del bautismo y la confirmación, y como un nueva venida del
Espíritu.

5.1 Una Actualización del Bautismo y la Confirmación

El Bautismo en el Espíritu es con frecuencia descrito como una


“revitalización”, “renovación” o “liberación” de la gracia del bautismo
sacramental y de la confirmación. Estas expresiones reconocen que hoy en día
el “bautismo en el Espíritu” hace referencia a una experiencia subsecuente a los
sacramentos de iniciación, aunque en la Iglesia primitiva “bautismo en el
Espíritu” hacía referencia a la iniciación sacramental y sus efectos como una
realidad ontológico-experiencial única. Los efectos normales del bautismo y la
confirmación, tal como se ve en las Escrituras y en los Padres de la Iglesia, son
una íntima comunión con el Dios trino, que fluye hacia una transformación de la
vida, en oración y alabanza, y celo por compartir el evangelio con otros, por lo
general con manifestación de carismas.12 En la medida que el cristianismo se
desarrolló y el bautismo de los niños se convirtió en la norma, aumentó la
posibilidad de recibir los sacramentos sin estos efectos subjetivos.13 En tal
situación (que es típica hoy en día), una sólida catequesis y formación son
necesarias para ayudar a la persona a desarrollar una fe viva y acoger
personalmente la nueva vida que él o ella ha recibido.

Incluso en el caso de jóvenes o adultos que reciben el bautismo o la


confirmación, y a pesar que la gracia se confiere objetivamente, los efectos
transformantes de los sacramentos en la vida de la persona pueden estar
ausentes por varios motivos.14 De acuerdo con el Catecismo de la Iglesia
Católica, la confirmación “en cierto modo perpetúa la gracia de Pentecostés en
la Iglesia” (1288). Con todo, debemos admitir que en general esto no ocurre de
una manera vital ni perceptible. Varios factores como una inadecuada
predicación de la Palabra de Dios, una fe tibia, falta de arrepentimiento del
pecado, preparación insuficiente, falta de comprensión sobre la realidad de los

46
sacramentos, mentalidad secular, u obstáculos psicológicos o espirituales
pueden impedir que los sacramentos produzcan todos su frutos.15

Desde esta perspectiva lo que ocurre en el bautismo en el Espíritu Santo es


una actualización de los sacramentos de iniciación, un “avivamiento” de los
carismas ya recibidos (2Tim 1,6). Aquí la Palabra de Dios juega un papel crucial
ya que generalmente aquellos que se preparan a recibir el bautismo en el
Espíritu reciben una predicación completa de lo que no se les había comunicado
previamente. La regeneración y la vida divina recibida en el bautismo y la
confirmación se convierten en una experiencia viva.

Si el bautismo en el Espíritu es el desarrollo normal de la vida cristiana que


empieza con los sacramentos de iniciación, se deduce que esta gracia no es
algo dado únicamente a la Renovación Carismática. Está presente de diferentes
formas en las vidas de muchos otros católicos sin referencia a la terminología
específica o al estilo de Renovación. El llamado especial de la Renovación es
poner nombre a esta gracia, proponer un contexto eclesial y una pedagogía
específica para recibirla, y de promover el desarrollo pleno de sus frutos.

5.2 Una Obra Nueva del Espíritu

El Bautismo en el Espíritu ha sido descrito alternativamente como una nueva


venida del Espíritu Santo a la vida de cada persona. Este punto de vista enfatiza
que, a pesar de que el Bautismo en el Espíritu está relacionado de manera
inherente a los sacramentos, no puede ser considerado simplemente como una
liberación de las gracias sacramentales latentes, por medio de la desaparición
de los obstáculos. La idea de liberar expresa una dimensión del bautismo en el
Espíritu: la toma de conciencia y la potencia efectiva de aquello que ya estaba
dentro de nosotros. Pero no hace mención de otro aspecto: el Espíritu de Dios
que llega de una manera novedosa a la vida de la persona otorgándole nuevos
carismas. El bautismo en el Espíritu es una acción del Espíritu Santo —en cierto
sentido, una “misión” distinta del Espíritu— y no obra de hombres. Implica no
solamente “lo ya recibido” sino también “lo nuevo que viene de lo alto”. Más
aún, la experiencia real de la gente con el bautismo en el Espíritu varía
ampliamente, a pesar de haber aspecto comunes como lo describimos más
arriba en la Parte I. Para algunas personas, hay un cambio súbito y dramático;
para otros, hay un cambio lento y gradual en el tiempo. Para muchos, el
bautismo en el Espíritu constituye su conversión adulta- un encuentro personal
con Cristo que los transforma radicalmente y los coloca en el camino del
discipulado por primera vez. Para otros, la conversión ya ha sucedido y el
bautismo en el Espíritu constituye un completo despliegue del Espíritu y sus
carismas, especialmente como preparación a una nueva misión o tarea a la que

47
Dios les está llamando. Santo Tomás de Aquino se refiere a una obra novedosa
y decisiva del Espíritu en la vida del cristiano, cuando escribe,

Hay un envío invisible [del Espíritu Santo] también para crecer en virtud o para
incrementar la gracia... Este envío invisible se puede ver de manera especial en
esos estados crecientes de gracia que mueven a las personas a realizar
actuaciones nuevas, o a nuevos estados de gracia: como por ejemplo, cuando la
persona es movida por la gracia a obrar milagros, o a profetizar, o movido por un
amor ardiente por Dios ofrece su vida como mártir, o renuncia a todas sus
posesiones, o realiza alguna otra obra así de ardua.16

A pesar que el Espíritu siempre viene cuando oramos, viene de una manera
gratuita, misteriosa, y única en cada individuo. Es por esto que nadie puede
decir que exista una manera particular, que sea obligatoria o normativa, para
recibir el bautismo en el Espíritu. Esta gracia permanece fiel a su origen que es
la de ser un don supremo, para bendición de toda la Iglesia, y que es dado y
recibido gratuitamente.

6. ¿El Bautismo en el Espíritu es para cada Cristiano?

Esta cuestión clave ha sido el centro del debate. Mucha gente en la


Renovación Carismática, tanto Protestantes como Católicos, están firmemente
convencidos que la gracia del bautismo en el Espíritu es para cada miembro de
la Iglesia. En los primeros años de la Renovación Carismática Católica, esto a
veces se expresaba en comparación con la renovación litúrgica: así como la
renovación de la liturgia era para toda la Iglesia y estaba destinada a
desaparecer en una Iglesia litúrgicamente renovada, así la Renovación
Carismática desaparecería en un Iglesia carismáticamente renovada. Otros,
incluyendo Obispos, se distanciaron de esta postura, y vieron en la Renovación
Carismática a uno de otros muchos movimientos eclesiales nuevos, cada uno
con sus propios carismas, en comunión con la Iglesia universal. El Papa Juan
Pablo II mencionó carismas particulares para la Iglesia Universal en su
enseñanza sobre asociaciones de fieles: “Todos nosotros, pastores y laicos,
tenemos el deber de promover y alimentar relaciones más fuertes y de mutua
estima, cordialidad y colaboración entre las diversas asociaciones de laicos. Sólo
de esta manera podrá la riqueza de los dones y carismas que el Señor nos
ofrece, plasmar su fructífera contribución en la edificación de la casa común”.17

Verdades importantes se están expresando en ambas posturas. Como


movimiento organizado con sus propias estructuras y patrones de iniciación y
formación, la Renovación Carismática es un movimiento eclesial entre muchos,
en el que las palabras de Juan Pablo II citadas arriba se aplican en su totalidad.

48
Pero el bautismo en el Espíritu es para todo bautizado en la medida que reaviva
el bautismo sacramental y la confirmación.

De la misma manera, carismas como éstos son para toda la Iglesia dado que
pertenecieron al ministerio de Jesús y fueron parte de lo que él confirió a la
Iglesia a través de los Doce.18 Sin embrago, la manera particular como estos
dones toman forma en diferente tiempos y situaciones, no pueden ser hechos
normativos para ninguna persona o grupo. Nadie puede decir que algunos
carismas son para todos los cristianos ya que ellos son otorgados libremente
según la voluntad del Espíritu. Este último punto también se aplica a la
espiritualidad de la Renovación Carismática que representa un camino particular
de respuesta a la gracia del bautismo en el Espíritu, pero no puede ser
considerado el único camino.

7. ¿Deberían Recibir el Bautismo en el Espíritu Personas No


Bautizadas?

La sección anterior dio lugar a la siguiente cuestión: ¿deberíamos orar


pidiendo el bautismo en el Espíritu, por personas que no están bautizadas? La
Escritura registra una ocasión donde el derramamiento del Espíritu de
Pentecostés ocurrió antes del bautismo (Hch 10, 44-48). Sin embargo, Lucas
deja claro que este suceso fue una intervención insólita de Dios, con el fin de
evidenciar que la salvación en Cristo es para los gentiles, tanto como lo es para
los judíos. En otros pasajes de los Hechos, y a través de la tradición cristiana,
bautismo y confirmación son los medios normales con los que se imparte el don
del Espíritu. A pesar que Dios es libre de dar su Espíritu como él lo desee,
incluso fuera de los sacramentos, su pueblo está obligado a respetar los canales
ordinarios de gracia que han sido establecidos por Cristo. La gente debería
recibir normalmente la oración por el bautismo en el Espíritu sólo después de
una conversión a Cristo, y de haber recibido el sacramento del bautismo. Sin
embargo, esto no niega la oración por personas no bautizadas, para que la luz
del Espíritu y su gracia les ayuden en su camino de conversión. En algunos
casos, hay personas que desean asistir a un Seminario de Vida en el Espíritu o
un retiro similar antes de entrar en el proceso de RICA. En estos casos, los
líderes deben buscar la sabiduría de Dios sobre cómo orar por estas personas y
asegurarse que tengan un buen seguimiento, invitándolos a la plena iniciación
cristiana (ver abajo, Parte IV sección 3).

8. ¿Puede Uno Ser Bautizado en el Espíritu Más de Una Vez?

49
El bautismo en el Espíritu, como se entiende habitualmente, es un encuentro
nuevo con el Espíritu en la vida de uno, una experiencia que crea una distinción
entre “antes” y “después”. En este sentido es un evento único, como
Pentecostés en la Iglesia primitiva. Sin embargo, esto no excluye la posibilidad
de renovadas visitas del Espíritu, como también ocurrió en la Iglesia primitiva
(Hch 4, 31).19 De vez en cuando todos los cristianos tienen necesidad y pueden
orar por un nuevo derramamiento del Espíritu, especialmente ante nuevas
situaciones como el matrimonio, un llamado al apostolado, una enfermedad, y
otros en los que se requiera nuevos dones del Espíritu. También puede suceder
un retroceso, en cuyo caso hay necesidad de arrepentimiento y renovación. La
Iglesia cree que todos los cristianos han recibido el Espíritu Santo en el
bautismo, pero en las oraciones nos enseña siempre a implorar nuevamente:
“¡Ven, Espíritu Santo!”

50
Parte IV

Aspectos Pastorales

El bautismo en el Espíritu Santo rinde más fruto en aquellos lugares donde


hay un buen acompañamiento y un proceso de formación e integración en la
vida de la Iglesia. Esta sección aportará algunas sugerencias sobre la manera
de recibir y vivir plenamente el bautismo en el Espíritu Santo, y explicará los
aspectos relacionados con la pastoral.

1.Preparación para el Bautismo en el Espíritu Santo

Una buena preparación ayuda a que la experiencia del bautismo en el


Espíritu no sea tomada por la gente como un acontecimiento aislado y de poca
importancia, sino como un impulso para una vida de conversión, santidad y
misión. La preparación también ayuda a la gente a abrir más su corazón a la
gracia y a crecer en su experiencia sobre la fe y la vida de la Iglesia.

Muchos católicos nunca han recibido una formación sólida. Más aún, como
señalaba el Papa Juan Pablo II, muchos católicos han sido bautizados y
catequizados sin ser suficientemente evangelizados, es decir, sin escuchar la
proclamación básica del evangelio de una manera que los lleve a un encuentro
personal con Cristo y a la conversión del corazón.1 El Cardenal Stalislaw Rylko,
presidente del Consejo Pontificio para los Laicos, ha observado que la cultura
de hoy con frecuencia “produce individuos cuya identidad cristiana es débil y
confusa, su fe es pequeña, algo más que una práctica rutinaria por lo general
influida por un sincretismo peligroso…. Una participación superficial y distraída
en la Iglesia, de manera que esta no puede impactar sus decisiones y su
conducta de manera significativa.”2 Además, muchas personas han sido heridas
por familias disfuncionales y otros efectos de la cultura de la muerte, y es por
eso que muchas veces se requiere sanación interior antes que la gente pueda
abrirse totalmente a la gracia del Espíritu Santo.

Brindar formación, especialmente a través de la predicación de la Palabra de


Dios, resulta crucial para generar un contexto y una explicación acerca de lo
que la gente está experimentando. El Concilio Vaticano II enseñó que el plan de
Dios “se realiza con hechos y palabras intrínsecamente conexos entre sí, de
forma que las obras realizadas por Dios en la historia de la salvación

51
manifiestan y confirman la doctrina y los hechos significados por las palabras, y
las palabras, por su parte, proclaman las obras y esclarecen el misterio
contenido en ellas.”(Dei Verbum,2). Este principio es también una verdad
aplicable al bautismo en el Espíritu Santo y a cada trabajo que Dios hace en la
vida humana. Existe por lo general una correlación directa entre lo que se
predica y lo que se experimenta. Predicaciones y enseñanzas sólidas preparan a
la gente a que abra el corazón para ser tocados por Dios y se les capacita para
interpretar apropiadamente lo que están experimentando. En sentido inverso, la
experiencia de Dios hace que las doctrinas de fe recobren vida de una manera
personal y existencial.

En los inicios de la Renovación Carismática, el Seminario de Vida en el


Espíritu fue desarrollado como una manera de preparar a los católicos para
recibir el bautismo en el Espíritu. El seminario por lo general se imparte como
un curso de seis o siete semanas pero también se da en un fin de semana o
incluso en un solo día, o en un formato más largo (10 semanas o más) que
incluye mayor evangelización y catequesis.3 El Seminario de Vida en el Espíritu
funciona mejor en los católicos que ya conocen lo básico de la fe. Para gente
que ha tenido poca o ninguna formación sobre la fe, sería recomendable
empezar con un programa de evangelización que proclame el mensaje básico
del evangelio.

Los testimonios personales de aquellos cuyas vidas han sido transformadas


por el Espíritu Santo son una parte importante de la formación. Esos
testimonios pueden despertar una fe expectante y ayudar a las personas a
entender la manera concreta como el Espíritu Santo actúa en nuestras vidas.

Se recomienda que la formación para el bautismo en el Espíritu incluya los


elementos que enumeramos debajo.

1.1 El Amor de Dios Padre

“El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones a través del


Espíritu Santo que se nos ha dado” (Rom 5,5). Muchas personas encuentran
difícil aceptar el amor de Dios, por experiencias de rechazo en su pasado y
porque nuestra naturaleza caída tiende a pensar que necesitamos ganarnos el
amor de Dios. Por esto, una parte importante de la preparación para recibir el
bautismo en el Espíritu Santo es una predicación clara sobre el amor personal,
incondicional y tierno que Dios tiene por cada persona, un amor que sobrepasa
infinitamente todo aquello que podamos conseguir o merecer. Esto incluye una
explicación básica sobre el Kerygma del Evangelio, esto es, la manera como
Dios ha manifestado su amor por nosotros: “Dios mostró su amor por nosotros
cuando aún éramos pecadores, Cristo murió por nosotros” (Rom 5,8; ver Jn
4,10). El conocimiento del amor de Dios, impartido por el Espíritu Santo,

52
cambia a la persona hasta lo más profundo de su corazón, convirtiéndose en el
inicio de una repuesta total de amor por él, a su vez.

1.2 El Señorío de Jesús

“En sus corazones dad culto a Cristo como Señor” (1 Pe 3,15). Las
enseñanzas deberían preparar a aquellos que no lo han hecho
conscientemente, a que inviten a Jesús a entrar en sus corazones como Señor y
Salvador. Esto requiere explicar la realidad del pecado y la buena noticia del
perdón de los pecados y la reconciliación con Dios a través de la cruz de Cristo.
Jesús es nuestro amigo y hermano; él entiende nuestras debilidades y
tentaciones, y está siempre con nosotros compartiendo las alegrías y tristezas
de nuestra vida. Verdaderamente ha vencido al pecado, y por el poder de su
cruz nosotros podemos resistir nuestras tendencias pecaminosas y vivir una
nueva vida como hijos e hijas de Dios. El reconocimiento de la autoridad
soberana de Jesús sobre todas las cosas (Hch 10,36) da a la gente paz, libertad
y un nuevo deseo de someterle sus vidas. Las enseñanzas deberían ayudar a
que la gente abrace gozosamente la llamada al discipulado, incluso cuando esto
signifique cargar con la cruz y caminar contra la tendencia del mundo.

1.3 El Poder del Espíritu Santo

“Recibiréis poder cuando el Espíritu Santo venga sobre vosotros” (Hch 1,8).
El bautismo en el Espíritu suscita una revolución interior: la vida cristiana, en
lugar de basarse en esfuerzos para crecer en santidad, a la cual Dios viene a
enriquecer y coronar, existe una profunda convicción que “por gracia hemos
sido salvados” (Ef 2,5) y que sin Cristo no somos nada.4 Este descubrimiento de
nuestra pobreza espiritual no nos desanima sino que nos invita a una confianza
verdadera en el Señor: “No por el valor ni por la fuerza, sino por mi Espíritu
dice Yahvé Sebaot” (Za 4,6). Una buena enseñanza presenta el poder del
Espíritu, antes que todo, como un poder de santificación, y en segundo lugar un
poder que nos capacita para ser testigos de Cristo de la misma manera que
Cristo recibió poder para realizar su ministerio terrenal (Lc 3,21–22; 4,18–20).
Así como la persona aprende a dejarse guiar por el Espíritu, el Espíritu suscita
en ella los frutos de la santidad: “amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad,
bondad, fidelidad, modestia, dominio de sí” (Gal 5, 22-23). En este aspecto es
de mucha ayuda dar ejemplos tomados de la vida de los santos. También
debería haber una orientación sobre como estar atentos y obedientes a las
mociones interiores del Espíritu.

1.4 Arrepentimiento, Perdón y la Batalla Espiritual.

“Y cuando os pongáis de pie para orar, perdonad, si tenéis algo contra


alguno, para que también vuestro Padre, que está en los cielos, os perdone

53
vuestras ofensas” (Mc 11,25). Para abrirnos totalmente al Espíritu Santo, hay
necesidad de arrepentirse y perdonar a quien nos haya ofendido, lo cual es una
gracia de Dios.

El bautismo en el Espíritu frecuentemente nos hace más conscientes del


pecado y de la batalla espiritual, a la manera de Jesús que fue llevado al
desierto para ser tentado por Satanás inmediatamente después de su bautismo
(Mc 1, 12-13). La formación debe incluir enseñanzas prácticas sobre como
resistir las tácticas del enemigo (sus tentaciones, ataques de temor, mentiras,
acusaciones) y como ponerse la armadura de Dios (Ef 6,12). Los demonios son
ángeles caídos y no tienen más poder que el permitido por la providencia de
Dios, y Cristo ha ganado la victoria definitiva sobre ellos en la cruz. La
enseñanza sobre batalla espiritual no debe llevar a tener miedo a los demonios
ni una insana preocupación acerca de ellos, por el contrario, ser diligentes para
resistir al pecado y tener confianza en la victoria del Señor.

En algunos lugares del mundo donde la hechicería y el ocultismo están muy


difundidos, podría suscitarse la necesidad de oraciones de liberación, y en casos
extremos un exorcismo realizado por un exorcista diocesano autorizado.
Cualquier signo de actividad demoníaca debe ser discernido antes de orar por
alguien que va a recibir el bautismo en el Espíritu. Los participantes deben ser
conducidos a renunciar a Satanás y sus obras, para lo cual la liturgia de la
renovación de los votos bautismales ofrece un buen modelo. Las enseñanzas
deben incluir una explicación de la manera como la salvación de Jesús actúa en
este sentido: Jesús nos salva 1) de todos nuestros pecados personales; 2) de
las heridas que nos causaron otros; 3) de todos los malos espíritus; 4) de la
enfermedad; 5) de la muerte.5

Se aconseja invitar a la gente a recibir el sacramento de la reconciliación


antes de la oración por el bautismo en el Espíritu. Debería animarse a la gente
a recibir los sacramentos con frecuencia, y a los otros medios que la Iglesia
ofrece para resistir al pecado y a Satanás (por ejemplo, sacramentales como el
agua bendita).

1.5 Los Carismas

“Buscad la caridad, pero aspirad también a los dones espirituales” (1 Cor


14,1). A pesar que los carismas son dados a cada miembro del cuerpo de Cristo
(1 Cor 12,7), pocos católicos son conscientes de tener carismas o de saber
utilizarlos. La preparación al bautismo en el Espíritu debería incluir enseñanzas

54
sobre los carismas que el Espíritu concede (ver Parte II, sección 2.3 arriba) y
cómo recibirlos y ejercitarlos. Los Carismas son diferentes a los dones
santificantes que se nos dan a todos en el bautismo (cf. Is 11,1-2), que
completan y perfeccionan las virtudes.6 Son también diferentes a los talentos
humanos aunque a veces pueden edificar sobre algunos talentos como es el
caso de la enseñanza o la acogida. Los Carismas son distribuidos en diferente
medida a personas distintas y son para ponerlos al servicio de los demás, para
edificación del cuerpo de Cristo. El don de lenguas es con frecuencia, pero no
siempre, el primer carisma que se recibe. Debido a que es una manera sencilla
de sumergirnos en el Espíritu, se le puede considerar como una puerta hacia
otros carismas. Sin embrago, como dijimos arriba, el don de lenguas no debe
ser considerado un signo necesario de haber recibido el bautismo en el Espíritu.

1.6 Crecimiento continuo

“Se mantenían constantes en la enseñanza de los Apóstoles, en la comunión,


en la fracción del pan y en las oraciones” (Hch 2,42). Si el bautismo en el
Espíritu es una gracia duradera, debe haber un compromiso a prácticas que
construyan una vida espiritual sólida. Al igual que en la Iglesia primitiva, esto
implica enseñanzas, comunión, sacramentos y oración.

La formación debería ayudar a la gente a desarrollar hábitos de oración


diaria y la lectura de la Palabra de Dios en el formato de la lectio divina.

El bautismo en el Espíritu da un ímpetu muy fuerte para la formación de la


comunidad. Idealmente el Seminario de Vida en el Espíritu brinda formación a
pequeños grupos que comparten su fe y se reúnen de manera regular. Los
pequeños grupos brindan a la gente un entorno apropiado para desarrollar una
amistad cristiana; compartir sus alegrías, sus penas y sus preocupaciones; y
aprenden a orar unos por otros y ayudarse unos a otros en la llamada a la
santidad. Grupos de este tipo son un poderoso antídoto a la soledad y a la
despersonalización de la sociedad contemporánea. De hecho, es imposible vivir
una vida cristiana sin algún tipo de comunidad.

A los participantes se les debería brindar oportunidades de continuar su


profundización en el conocimiento de la fe, de los santos y de las tradiciones de
la Iglesia. Hay necesidad de formación sobre la enseñanza moral de la Iglesia,
especialmente a la vista de los muchos embates de la cultura secular. La
teología del cuerpo, sobre la que enseñó Juan Pablo II en su catequesis, explica
el lugar del amor humano en el plan de Dios, y resulta de gran ayuda para
darle a la gente una visión de la belleza del plan de Dios para la vida humana.
Finalmente, la gente debería continuar alimentando su vida espiritual con la
participación regular y de todo corazón en el sacramento de la reconciliación y

55
en la Eucaristía, “la fuente y el culmen de la vida cristiana” (Catecismo de
Iglesia Católica, 1324).

1.7 Misión

“Gratis lo recibisteis, dadlo gratis” (Mt 10,8). El amor de Dios permanece vivo
en la persona únicamente en la medida que se comparte, como el agua que no
tiene drenaje se estanca. La formación debe enseñar a la gente a reconocer
como son enviados por el Espíritu: cada persona ha recibido una misión de
parte de Dios, una parte única e indispensable a realizar dentro de la misión del
cuerpo de Cristo.7 Se les llama a dejar “la estancia superior” y salir al mundo,
compartiendo la buena nueva.

Como los Papas recientes han enfatizado, todos los católicos están llamados
a evangelizar. 8 Todos están llamados a vivir testificando a Cristo tanto con la
palabra como con las acciones, en la familia, en el lugar de trabajo y en toda la
sociedad. Los laicos tienen la particular tarea de transformar la cultura dando a
conocer la luz de Cristo en cada aspecto de la sociedad. El bautismo en el
Espíritu con frecuencia impulsa un nuevo dinamismo y creatividad para esta
tarea porque la gente despierta al hecho de que han sido bendecidos y
llamados a ser heraldos del evangelio.

Compartir la misión de la Iglesia incluye ponernos nosotros y nuestros


carismas al servicio de los demás, de manera humilde. Esto significa estar
alerta a las necesidades de los otros, especialmente la pobreza material o
espiritual, y haciendo obras de caridad —compartiendo comida, techo, abrigo y
consolando; intercediendo por otros; orando por sanación y liberación; dando
testimonio de los valores cristianos y trabajando por la paz y la justicia social.

2. Oración por el Bautismo en el Espíritu

La oración por el bautismo en el Espíritu normalmente tiene lugar en un


contexto de un grupo de oración o una comunidad, en medio de hermanos y
hermanas que ya han recibido el bautismo en el Espíritu. Como el Cardenal Paul
Josef Cordes afirma: “Aquí la dimensión de comunión del Espíritu de Dios se
hace expresiva. Elige comúnmente como medios a hermanos y hermanas en la
fe, que es la fe comunitaria de la Iglesia”.9

La oración por el bautismo en el Espíritu está por lo general precedida por


una enseñanza breve para despertar la fe, explicar cómo sumergirse en el
Espíritu y sus carismas, y animar a tener una disposición apropiada de
confianza, paz, sencillez y alegría. Se pueden leer pasajes de la Escritura como:
Mc 16,15–18; Lc 11,9–13; Jn 14,16; Hch 2,1–4; 4,24–31; 10,44–46. Es

56
entonces cuando se renuevan las promesas bautismales, conducido por un
sacerdote o un diácono si es posible, usando el formato litúrgico habitual, y una
oración de entrega personal a Jesucristo. De esta manera la gente se abre a la
acción del Espíritu Santo a través de una decisión libre, que es un paso de
conversión por el cual se rinden totalmente a Jesús sin poner límites a la acción
de Dios.10

Los líderes o los miembros de la comunidad de fe oran después por cada


individuo pidiendo el bautismo en el Espíritu Santo. Esta oración se acompaña
generalmente de la imposición de manos sobre la cabeza de cada persona o
sobre el hombro. “La imposición de manos no es un rito sacramental, a pesar
que este gesto está presente con frecuencia en la celebración de los
sacramentos. Es, por el contrario, un gesto cotidiano que la tradición Judeo-
Cristiana siempre ha conocido y practicado.”11 La imposición de manos significa
que hermanos y hermanas están unidos con el individuo, caminando hombro
con hombro. La oración está marcada por la simplicidad y una fe expectante,
confiando en la promesa de Jesús: “Si, pues, vosotros, aun siendo malos,
sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el
Espíritu Santo a los que se lo pidan!” (Lc 11,13). Los líderes deben aclarar que
la acción del Espíritu es un regalo gratis de Dios, y no depende de la santidad ni
de los carismas de aquellos que están orando. No debe haber intentos de
producir ningún fenómeno particular o de controlar el fluir del Espíritu. Debido a
que el bautismo en el Espíritu pertenece a la dimensión carismática de la
Iglesia, no se debe intentar convertir la oración del bautismo en el Espíritu en
un ritual cuasi-litúrgico, sino que se debe dejar al Espíritu Santo moverse
libremente según su voluntad.

La experiencia de las personas que reciben la oración del bautismo en el


Espíritu será muy variada. Para algunos es una emoción intensa, a veces de
alegría acompañada de lágrimas. Algunos sienten el amor de Dios con
sobreabundancia, otros una sensación profunda de paz, y otros no tienen una
reacción del todo clara. Para algunos, hay una manifestación inmediata de
carismas, en otros no. Algunos experimentan cambios espirituales los días o
semanas que siguen a la oración. Los participantes deberían recibir ayuda para
entender que la presencia del Espíritu no se mide por las emociones o los
sentimientos. Por otra parte, podría haber obstáculos dentro de la persona, por
ejemplo temores, falta de arrepentimiento de algún pecado, o heridas
interiores, que impidan la completa libertad del Espíritu. Un liderazgo maduro
es esencial para discernir lo que está sucediendo y la manera de ayudar a cada
persona, de manera sensible y respetuosa.

Después de la oración por el bautismo en el Espíritu, es bueno tener un


tiempo de adoración y acción de gracias, durante el cual todos los participantes

57
sean invitados a manifestar los carismas, particularmente profecía, palabra de
conocimiento, oración o canto en lenguas y alabanza espontánea. Invitarlos al
ejercicio de los carismas no significa forzarlos; la libertad de cada persona debe
respetarse. Este tiempo de adoración comunitaria puede ser una buena
oportunidad para obtener valor y dar unos pequeños pasos iniciales para
aprender a usar y discernir los carismas. Se cometerán errores. Pero si hay un
espíritu de humildad y docilidad, los errores los llevarán a progresar.

Finalmente, debemos recordar que los medios humanos de preparación son


útiles y necesarios, Dios no está limitado por ellos. Algunas personas son
bautizadas en el Espíritu espontáneamente, sin intervención humana alguna.
Esto sucede a veces durante la liturgia o en la oración personal, en un retiro o
conferencia, o en los momentos y lugares menos esperados. En esos casos,
sigue existiendo la necesidad de formación sólida y continua para que el don de
Dios sea conducido y rinda fruto en la vida de la persona. Aquellos que tienen
a su cargo elaborar programas de formación deben recordar que su tarea no es
producir sino asistir al trabajo del Espíritu Santo, quien actúa soberanamente en
la vida de cada persona como desea.

3. Seguimiento posterior al Bautismo en el Espíritu

Desde el inicio hasta el fin, las enseñanzas de preparación, deberían dejar


claro que el Bautismo en el Espíritu no es una experiencia de un solo momento
sino el inicio de un viaje cuyo objetivo es la renovación total de la vida del
cristiano. El don del Espíritu no es estático sino un medio para crecer y dar a luz
el fruto maduro del Espíritu.12 Esto requiere que después de la oración por el
bautismo en el Espíritu se debe dar a la gente más oportunidades para crecer
en la vida espiritual. Esto debería incluir el estudio continuo de la Sagrada
Escritura y las enseñanzas de la Iglesia Católica, especialmente para laicos que
tienen el carisma de predicar al pueblo pero carecen de formación teológica.

La gente recién bautizada en el Espíritu necesita ser motivada y tener la


oportunidad de ejercitar los carismas espirituales. La formación debe ser dada
acerca de cómo usar los dones de acuerdo con su propósito, que es el de
construir el cuerpo místico de Cristo. Podría ser de gran ayuda explicar los
siguientes criterios elementales de discernimiento. El ejercicio de un auténtico
carisma

 se centra en Jesucristo y le da gloria a él, en lugar de prestar atención al


individuo;
 en el caso de un “don de palabra” como la profecía, que esté
perfectamente en consonancia con la enseñanza de la Iglesia Católica;13

58
 contribuye a la edificación del cuerpo de Cristo en el amor;
 evita poner énfasis en métodos o técnicas, como si el resultado exitoso,
por ejemplo de una sanación, dependiera más de la experiencia
individual que del don gratuito del Espíritu Santo;
 evita cualquier cosa relacionada con prácticas ocultistas, como conversar
con demonios, y está marcado por la simplicidad y la humildad,
permitiendo al Señor que actúe según su voluntad;
 está marcado por un espíritu de obediencia, tanto a los pastores de la
Iglesia como a aquellos con una legítima autoridad en la realidad local.

4. Integración en la Vida de la Iglesia

El primer fruto de la pasión de Cristo y de la resurrección y derramamiento


del Espíritu en Pentecostés fue el nacimiento de la Iglesia. Entonces como
ahora, la vida cristiana no puede ser vivida en solitario sino en comunión con el
cuerpo de creyentes establecido por Cristo. Reconociendo esto, la Renovación
Carismática ha buscado siempre estar en total comunión con la Iglesia y sus
pastores. Como se analizó arriba en la Parte III, sección 6, en un cierto sentido
la Renovación Carismática es un movimiento entre otros movimientos de la
Iglesia, con su estilo y espiritualidad particular. Pero en cierto sentido, la
Renovación es única, es el depositario de una gracia que pertenece a toda la
Iglesia y ha sido dada para la renovación de toda la Iglesia.14 Esta doble
realidad crea una responsabilidad especial para los líderes y los miembros de la
Renovación. Por un lado, son llamados a atesorar y promover la gracia del
bautismo en el Espíritu tal como ha sido expresada de manera distintiva en la
Renovación Carismática. Por otro lado, están llamados a contribuir en la
difusión de esta gracia a través de toda la Iglesia, incluso entre aquellos que no
pertenecen a la Renovación Carismática. En ambos casos, existe la necesidad
de apoyarse en la guía del Espíritu Santo porque es él quien dirige a la Iglesia a
través de la historia. Apoyarse en el Espíritu significa ser guiado y depender de
la Iglesia, reconociendo que Cristo confió a su Iglesia la autoridad de
interpretar la palabra de Dios y de discernir las obras del Espíritu.

La integración de la Renovación Carismática en la vida de la Iglesia incluye


dos aspectos: primero, crecer en la madurez eclesial como movimiento; y
segundo, buscar vías para difundir la cultura de Pentecostés en toda la iglesia y
el mundo entero, especialmente en el redescubrimiento del poder y eficacia de
los sacramentos de iniciación.

4.1 La Renovación Carismática Católica como Movimiento en la Iglesia

Desde 1975 la Renovación Carismática ha tenido una relación formal con la


jerarquía de la Iglesia, primero a través del Cardenal Suenens, después a través

59
del Obispo (hoy Cardenal) Cordes y el Cardenal Rylko del Consejo Pontificio
para los Laicos, lo cual ha significado un respaldo eclesial inestimable y un gran
apoyo. Los líderes de la Renovación Carismática participan en reuniones
internacionales y locales con otros movimientos como Los Focolares, El Camino
Neo-Catecumenal, Comunión y Liberación, Sant’Egidio, y Schönstatt. Algunas
diócesis han propuesto asociar los nuevos movimientos eclesiales, o han
formado estructuras de colaboración entre los movimientos y el ordinario de la
diócesis y las estructuras parroquiales.

La Renovación Carismática no es una entidad simple con una estructura de


organización unificada sino un abanico de movimientos y grupos unidos por la
experiencia común del bautismo en el Espíritu, incluyendo grupos de oración,
comunidades de Alianza, escuelas de evangelización, ministerios de sanación y
una amplia variedad de otros grupos y ministerios, algunos ecuménicos y otros
solamente católicos. La manera como la Renovación se incorpora en la
estructura de la Iglesia local depende en parte de las circunstancias locales,
pero algunos principios son los mismos en todos los lugares. La parroquia
constituye la principal estructura de la Iglesia local para el trabajo pastoral y el
apostolado. Como los Papas recientes han apuntado, los movimientos sirven
como una especie de levadura, trayendo a la Iglesia local un nuevo fervor y
dinamismo misionero.15 La parroquia necesita a los movimientos con su
vitalidad espiritual, y los movimientos necesitan a la parroquia para evitarse
cerrarse en ellos mismos. Los movimientos deberían cultivar una relación
cercana con el Obispo, quien tiene toda la autoridad para vigilar y regular todo
lo relacionado con la fe y el apostolado en su diócesis. El Cardenal Ratzinger
dijo de esta relación,

Los movimientos… necesitan que se les recuerde que – incluso si han encontrado
y transmitido la totalidad de la fe en su camino- son un regalo para la Iglesia
entera, y deben someterse a las demandas de esa totalidad, para poder ser fieles
a su propia esencia. Pero también debe decirse claramente a las Iglesias locales,
incluso a los Obispos, que no les está permitido ceder a una uniformidad absoluta
en las organizaciones y programas pastorales. No deben ensalzar sus proyectos
pastorales, como medida de aquello que le está permitido realizar al Espíritu
Santo.16

El Cardenal Rylko ha descrito muy bien el espíritu de mutuo respeto y


humildad que debería prevalecer:

Juan Pablo II nunca se cansó de insistir que los movimientos eclesiales y las
nuevas comunidades están llamadas a tomar su lugar “humildemente” en las
diócesis y las parroquias, sirviendo a la Iglesia con una actitud contraria al orgullo
y la superioridad con relación a otras realidades, y con verdadero espíritu de
colaboración y comunión eclesial. Y al mismo tiempo el Santo Padre insistió que

60
los pastores -Obispos y párrocos- deben dar la bienvenida a estos grupos
“cordialmente”, reconociendo y respetando sus particulares carismas y
acompañándolos con paternal cuidado. La regla de oro de San Pablo se aplica
aquí: “No extingáis el Espíritu, no despreciéis las profecías; examinadlo todo y
quedaos con lo bueno” (1 Tes 5, 19-20).17

En una reunión histórica de los movimientos laicales en Pentecostés de 1998,


el Papa Juan Pablo II habló de los nuevos movimientos como “la respuesta
providencial del Espíritu Santo” a los difíciles retos de la Iglesia de nuestro
tiempo. También llamó a los movimientos a crecer hacia la “madurez eclesial”,
esto es, producir el fruto maduro de la comunión y el compromiso dentro de la
Iglesia. La característica de la madurez eclesial, tal como lo indicó en
Christifideles Laici, 30, incluye dar prioridad al llamado a la santidad, fidelidad al
Magisterio de la Iglesia en doctrina y moral, comunión con el Papa y el Obispo
local, compartir la misión de la Iglesia, y comprometerse a mostrar el valor de
la dignidad de la persona en la sociedad humana.

4.2 Difundir la Cultura de Pentecostés

El Papa Juan Pablo II hizo la siguiente exhortación a la Renovación


Carismática Católica en 2004: “Gracias al Movimiento Carismático, una multitud
de cristianos, hombres y mujeres, jóvenes y adultos han redescubierto
Pentecostés como una realidad viva en su vida diaria. Espero que la realidad de
Pentecostés se difunda por la Iglesia como un renovado incentivo a la oración,
a la santidad, a la comunión y a la proclamación.”18 En otra ocasión urgió a los
líderes de la Renovación Carismática que ayuden a hacer realidad la “cultura de
Pentecostés”.19 Este mensaje fue repetido por el Papa Benedicto XVI.20

Una cultura es un estilo de vida compartido que incorpora de manera


profunda las creencias y valores de una sociedad. ¿Qué es una cultura de
Pentecostés? Es una cultura en la que el Espíritu Santo es conocido, amado e
invocado con frecuencia; donde la totalidad del estilo de vida fluye de la
presencia activa del Espíritu y sus carismas. Una cultura así se expresa en la
liturgia y la oración comunitaria, en la vida familiar, en la música, el arte, la
educación, el recreo, la política, y otras formas de interacción social.
Características de esta cultura son la confianza expectante de que el Señor nos
habla y actúa en nuestras vidas; la liturgia y los encuentros de oración resultan
gozosos, con alabanza espontánea y adoración; lectura frecuente y el compartir
las escrituras; lazos estrechos de hermandad entre hombre y mujeres, por lo
general en forma de comunidad; apertura al poder de Dios para sanar y liberar;
un activo empeño en la batalla espiritual; amor a Dios que se expresa en
humildes servicios entre unos y otros y a los más necesitados; un fuerte
impulso hacia el ecumenismo; celo por testificar el evangelio; y un profundo
deseo por el regreso de Cristo en gloria. Por último, una cultura de Pentecostés

61
-una cultura de la vida que se sobrepone a la cultura de la muerte- debería
impactar e influir en toda la sociedad.

El derramamiento del Espíritu en la Renovación Carismática Católica desde


1967 ha tenido un profundo impacto en la Iglesia en muchas de estas áreas,
pero la Iglesia está siempre necesitada de una mayor renovación. Aquellos que
son bautizados en el Espíritu Santo juegan un papel importante en llamar a la
Iglesia a volver a la Estancia Superior, unidos en constante oración con María y
los discípulos, esperando con expectación una venida renovada del Espíritu
Santo.

4.3 El Bautismo en el Espíritu y los Sacramentos de Iniciación

La conexión teológica entre el bautismo en el Espíritu y el bautismo


Sacramental fue discutida arriba en la Parte III, sección 5. Esta sección ofrece
algunas sugerencias para la aplicación pastoral.

En la Iglesia primitiva, cuando los sacramentos de iniciación se


administraban por lo general a los adultos, se consideraba importante que la
iniciación cristiana incluyera una conversión radical y una experiencia
transformadora de la vida divina a la cual el cristiano había nacido de nuevo.
Donde los sacramentos se imparten a bebés y niños, como sucede
ordinariamente hoy en día, los elementos de fe personal y conversión deben
facilitarse más tarde, para que los sacramentos tengan total eficacia. Este es el
caso especial de niños que crecen en un ambiente no cristiano, o en uno no
practicante. El Espíritu Santo se les da de manera objetiva a través del
bautismo y la confirmación (Catecismo de la Iglesia Católica, 1215, 1302),
aunque ese don puede quedar dormido en el alma. Más aún, incluso entre los
adultos que se integran a la Iglesia existe poca comprensión y expectativa por
el poder contenido en los sacramentos.

Por esto, para la renovación de la Iglesia hay una gran necesidad de


redescubrir todo el poder y vitalidad de los sacramentos de iniciación. Una
manera de hacer esto es a través de un programa de preparación a la
confirmación que se parezca al Seminario de Vida en el Espíritu. Un programa
así prepararía a los jóvenes, en un nivel apropiado a su edad, para acoger al
Espíritu Santo en sus vidas con gran expectativa y docilidad. Incluiría una
proclamación básica del evangelio —aquella proclamación inicial que mueve a
una persona a enamorarse de Jesús y entregarle toda su vida. Se enseñaría a
los candidatos como apoyarse en el poder del Espíritu Santo para vivir como
discípulos comprometidos de Cristo, y para crecer en santidad. También se
enseñaría sobre los carismas, y después de la confirmación, formación práctica
de cómo usarlos, especialmente en el contexto de la evangelización. Algunas
diócesis ya han comenzado a impartir programas de confirmación de este tipo.

62
Un enfoque similar se podría desarrollar para el Rito de la Iniciación Cristiana
para Adultos (RICA).

Aquellos que han sido bautizados en el Espíritu pueden jugar un rol


importante en el desarrollo de tales programas, sirviendo como catequistas, y
ayudando a demostrar que los sacramentos no están vacíos de poder pese a la
apatía, rutina o falta de fe de algunos.

5. Discernimiento Pastoral

En este casi medio siglo, desde que la Renovación Carismática empezó, ha


habido un gran crecimiento en madurez y sabiduría. Los errores cometidos en
los primeros tiempos debidos a la ignorancia y falta de experiencia se han
corregido. Pero como siempre en la vida cristiana, hay necesidad de un
discernimiento continuo, examen de conciencia, y arrepentimiento, de tal
manera que los dones de Dios no queden diluidos por el error y el pecado de
los hombres.

5.1 Perdiendo el Fuego

Cada obra del Espíritu tiene por objetivo mantener el fervor inicial y el celo
por la santidad encandilados por el don de Dios. Existe un riesgo de zozobrar
lentamente e irse a la deriva, que puede ocurrir a través de la tentación de
querer controlar el trabajo del Espíritu Santo. En lugar de depender del Espíritu
y sus dones a veces podemos apoyarnos en programas y planes humanos o en
una forma determinada de hacer las cosas. Incluso las reuniones carismáticas
pueden caer en la trampa de volverse monótonas y rutinarias. Con el tiempo
puede suceder que nos neguemos a escuchar al Señor y que dejemos de
proclamar su palabra de manera profética para el bien de la Iglesia. Esto nos
puede llevar a una pérdida de la claridad espiritual. Podemos volvernos
indiferentes a la difusión del evangelio y a la salvación de los otros. Jesús
constantemente advirtió a los discípulos del peligro de quedarse dormidos, de
volvernos tibios, de que la sal pierda su sabor (Mc 13,35–37; Mt 5,13; Ap 3,16).
Para evitar sucumbir a estos males la Renovación Carismática debe reavivar
constantemente la llama de la gracia original, la gracia de Pentecostés, tal
como hicieron los primeros cristianos (Hch 4,24–31; 2 Tim 1,6).

5.2 Sensacionalismo y Falsas Expectativas

Un buen discernimiento ayudará a evitar sensacionalismo o un énfasis


exagerado de los signos, maravillas, descansos en el Espíritu, y otras
manifestaciones visibles del Espíritu. Así como es correcto tener una fe
expectante de que Dios actuará, es incorrecto pedirle signos específicos de su

63
actuar (ver Mt 12, 38-39). De esta manera podría devaluarse los sacramentos
como principal canal de la gracia instituido por Cristo. El bautismo en el Espíritu
no sustituye a los sacramentos pero puede ser una fuente de fervor reavivado
para la celebración de los sacramentos. También puede darse una importancia
excesiva a lo demoníaco, lo que puede causar un miedo insano y hacer que la
gente no acepte responsabilidad en su pecado. El centro de atención primero
debe ser el Espíritu Santo por sí mismo como supremo dador y Don de Dios,
antes que los carismas particulares.

De manera similar, algunas personas se acercan al bautismo en el Espíritu


con falsas expectativas. Ellos podrían estar buscando simplemente una
experiencia espiritual, o una solución inmediata a sus problemas personales, o
un atajo en el camino a la santidad. Si éste es el caso, cuando la sequedad
espiritual y los problemas llegan, estas personas rápidamente desaparecen. El
bautismo en el Espíritu es una gracia de santidad, un medio para llegar a la
completa madurez cristiana. No es una forma de escape a las demandas del
discipulado: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su
cruz cada día, y sígame“ (Lc 9,23). El bautismo en el Espíritu nos da poder para
asumir esta llamada con la fuerza de Dios. Es una gracia que debe continuar
creciendo a lo largo de la vida de la persona en la medida que él o ella sean
dóciles al Espíritu en su vida cotidiana.

5.3 Elitismo y Soberbia Espiritual

El elitismo o una piedad encerrada en uno mismo, es una tentación común


de los movimientos de renovación. Aquellos que pertenecen a grupos de
oración o a comunidades deben evitar cerrarse en ellos mismos con un sentido
de autosatisfacción. Una cosa es regocijarse y dar testimonio de las maravillas
de Dios en nuestras vidas; y otra cosa es ver a los demás como si fueran
menos santos que nosotros. Debemos cuidarnos de no quedar indiferentes ante
las necesidades de los que nos rodean, especialmente las necesidades
pastorales de la Iglesia local. La ilusión de que nuestras profecías o cualquier
otro carisma venga de Dios y por consiguiente no necesita ser discernido ni
tener seguimiento, es una tentación peligrosa de soberbia espiritual. Como dice
la Escritura, todo carisma debe estar sujeto a discernimiento (1 Cor 14,21; 1 Ts
5,21; 1 Jn 4,1). Nadie es dueño del carisma que se le ha concedido. “Ningún
carisma dispensa a la persona de la sumisión y obediencia a los Pastores de la
Iglesia.”21

5.4 Divisionismo

Finalmente, todos los bautizados en el Espíritu, y especialmente los líderes,


deben permanecer alerta contra aquellos que han causado grandes daños en la
Renovación Carismática y en la Iglesia: El divisionismo. Incluso en el siglo

64
primero San Pablo tuvo que amonestar a los cristianos de Corinto por su
espíritu partidista, las “envidias y discordias” que demostraban que aún eran
“carnales” (1 Cor 1,10; 3,1–3). En la Renovación Carismática, diferencias de
opinión sinceras entre los líderes han degenerado en ásperos desacuerdos que
ha llevado a la ruptura y división de grupos de oración o comunidades.

Los enfrentamientos que desunen son la mayor táctica de Satanás para


desbaratar la obra de Dios. Jesús oró antes de su pasión “para que todos sean
uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti”(Jn 17,21). En la medida que cada
persona colabore con el trabajo purificador del Espíritu, que nos trae los frutos
de la humildad, paciencia y amor, habrá lazos de unidad más potentes que las
fuerzas que dividen. La enseñanza de Pablo es actual hoy:

Así pues, si hay una exhortación en nombre de Cristo, un estímulo de amor, una
comunión en el Espíritu, una entrañable misericordia, colmad mi alegría, teniendo
un mismo sentir, un mismo amor, un mismo ánimo, y buscando todos lo mismo
(Flp 2,1-2).

65
CONCLUSIÓN

El regalo del bautismo en el Espíritu Santo y la transformación de muchas


vidas, desde la aparición de la Renovación Carismática Católica en 1967, son
motivo de gran alegría y para dar gracias a Dios. Se puede ver a lo largo de
todos estos acontecimientos la respuesta celestial a la oración que el Papa Juan
XXIII pidió hacer a todos los católicos durante el Concilio Vaticano II: “¡Señor,
renueva tus maravillas en nuestros días, como un nuevo Pentecostés!”

Desde entonces los Papas han hablado de manera consistente y enfática


sobre la necesidad en la Iglesia de un reavivamiento del fuego de Pentecostés.
Respondiendo a la pregunta de cuál es la mayor necesidad de la Iglesia, Paulo
VI respondió “El Espíritu, El Espíritu Santo…la Iglesia necesita un Pentecostés
perenne, necesita fuego en el corazón, palabras en los labios, profecía en la
mirada”. En 1998, Juan Pablo II exhortó a cerca de medio millón de
representantes de los movimientos laicales que se habían reunido en Roma,
“Hoy, quisiera gritar a todos vosotros que os habéis reunido aquí en la Plaza de
San Pedro, y a todos los cristianos: ¡Ábranse dócilmente a los Dones del
Espíritu Santo! ¡Acepten de manera agradecida y en obediencia los carismas
que el Espíritu no cesa de repartir entre nosotros!”

El Papa Benedicto continuó con este insistente mensaje. En 2008 proclamó,


durante la Jornada Mundial de la Juventud en Australia: “Juntos invocaremos al
Espíritu Santo, llenos de confianza pediremos a Dios el regalo de un nuevo
Pentecostés para la Iglesia y para toda la humanidad en el tercer milenio”.1
Durante su visita a los Estados Unidos ese mismo año, el Papa oró:
“Imploremos a Dios un nuevo Pentecostés para la Iglesia en América. ¡Que las
lenguas de fuego, armonizando el gran amor de Dios y el celo por difundir el
Reino de Cristo, desciendan sobre todos los aquí presentes!”2 Al inicio del
Sínodo especial por África, dijo: “Pentecostés no es un hecho del pasado, el
nacimiento de la Iglesia… sino una realidad hoy: ‘Nunc Sancte nobis Spiritus.’

66
Oremos para que el Señor envíe hoy la efusión de su Santo Espíritu y recree su
Iglesia y el mundo entero”.3

Con toda la Iglesia, aquellos que pertenecemos a la Renovación Carismática


Católica pedimos con confianza al Padre por un renovado derramamiento de su
Espíritu en el tercer milenio y por una amplia difusión de los dones que ya nos
ha regalado, especialmente para emprender la nueva evangelización. “¡Ven
Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de
tu amor!”

67
Notas

Introducción
1
Mensaje de Regina Caeli, 11 de mayo de 2008.
2
Ibid. En otra parte el Papa dijo que Jesús, desde el momento de su bautismo, “fue revelado
como aquel que venía a bautizar a la humanidad en el Espíritu Santo: él vino a dar a los
hombre y mujeres vida en abundancia (cf. Jn 10,10).” (Benedict o XVI, mensaje del Angelus,
13 de enero de 2008).
3
En inglés [y en español] el término “derramamiento del Espíritu” se usa habitualmente en
referencia a eventos colectivos como el día de Pentecostés que describe Hch 2 o el fin de
semana de Duquesne. El término “bautismo en el Espíritu” por el contrario, se usa
habitualmente en relación a una experiencia individual (ver Parte III, sección 1)
4
David Barrett, George Thomas Kurian, and Todd M. Johnson, World Christian Encyclopedia:A
Comparative Survey of Churches and Religions in the Modern World, [Enciclopedia Cristiana
Mundial: Una encuesta comparativa de Iglesias y Religiones en el Mundo Moderno] 2nd ed.
(Oxford: Oxford University Press, 2001).
5
“Históricamente, este ´ despertar´ nos viene del Pentecostalismo clásico, así como el
término genérico Neo-Pentecostalismo” (Cardinal Léon- Joseph Suenens, Ecumenism and
Charismatic Renewal: Theological and Pastoral Orientations, Malines Document 2 [Ecumenismo
y Renovación Carismática: Orientaciones Teológicas y Pastorales, Documentos de Malinas 2]
[Ann Arbor, Mich.: Servants Books, 1978], 19; disponible en
www.stucom.nl/algemeen/alldocnl.htm)
6
Cardinal Walter Kasper, “Baptism in the Spirit has a fundamental role for them ” [El Bautismo
en el Espíritu tiene un rol fundamental para ellos] (Dirigido al Colegio de Cardinales, 23 de
noviembre de 2007, PCPCU Information Service, 126 [2007/IV], pp. 187–88).
7
Ver Cecil M. Robeck, Jr., The Azusa Street Mission and Revival: The Birth of the Global
Pentecostal Movement [La Misión de la Calle Azusa y el Reavivamiento: El Nacimiento del
Movimiento Pentecostal Global] (Nashville, TN: Thomas Nelson, 2006); Allan H. Anderson, An
Introduction to Pentecostalism: Global Charismatic Christianity [Una introducción al
Pentecostalismo: Cristianismo Carismático Global] (Cambridge: Cambridge University Press,
2004).

68
8
Pew Forum on Religion and Public Life, “Pentecostalism,” [Foro sobre Religión y Vida Pública,
“Pentecostalismo”] http://pewforum.org/docs/?DocID=140.
9
Novo Millennio Ineunte, 40.
10
Benedicto XVI, Letter concerning the Society of St. Pius X, 10 de marzo de 2009.
11
Guidelines on Prayers for Healing,[Directrices sobre oraciones para sanación] edición
revisada (Rome: ICCRS, 2012).

Parte I: Características and Frutos


1
El término renovación carismática (minúsculas) se usa aquí para referirse a la corriente de
gracia que ha estado presente en muchas tradiciones cristianas desde el reavivamiento de la
calle Azuza de 1906, que es distinto a la Renovación Carismática Católica como movimiento
organizado en la Iglesia Católica.
2
La afirmación de este carácter soberano de la acción de Dios a través del bautismo en el
Espíritu no debe ser entendido como un reemplazo o crítica del carácter mediador esencial de
la gracia para la salvación a través de la Iglesia, el ministerio ordinario, la liturgia y los
sacramentos (Ver Parte III, sección 4).
3
Patti Gallagher Mansfield, As by a New Pentecost [Como un Nuevo Pentecostés]
(Steubenville, OH: Franciscan University Press, 1992), 25–26.
4
Ver especialmente Ecclesia in America, 8–12.
5
Ver Lumen Gentium, especialmente 2–4; y Sacrosanctum Concilium, especialmente 5–6. En
el Catecismo de la Iglesia Católica, ver las enseñanzas sobre la Iglesia como Pueblo de Dios, El
Cuerpo de Cristo, y el Templo del Espíritu (781– 810) y la sección introductoria a la liturgia y los
sacramentos (1077–90).
6
Muchas de las canciones compuestas en la renovación carismática tienen una inspiración de
base bíblica, incluyendo muchas que son versiones de los salmos expresadas en términos y
música contemporáneos.
7
Ver Sacrosanctum Concilium, 7.
8
Hay otras listas de carismas en el Nuevo Testamento, pero la Renovación ha puesto especial
atención en aquellos que Pablo llama “dones espirituales” en 1 Cor 12 (ver Parte II, sección
2.3).
9
“Los carismas habían desaparecido no tanto de la vida de la Iglesia, como de su teología.”
(Raniero Cantalamessa, presentación en el Coloquio International sobre Carismas y Renovación
Carismátical, Roma, Abril 2008; publicado en francés como Dons et Charismes dans la foi et la
vie de l’Eglise [Nouan-le- Fuzelier, France: Editions des Béatitudes, 2009], 68).
10
En la Renovación hay también numerosos informes de una milagrosa expresión del don de
lenguas, donde el que hablaba lo hizo de manera inteligible en una lengua desconocida para él,
pero conocida para sus oyentes. Por ejemplo Don Louis Leloir, O.S.B., un experto en lenguas
bíblicas, cuenta que en una reunión de un grupo de oración carismático, se quedó
desconcertado al escuchar a una joven mujer que sólo hablaba francés, recitar una oración a la

69
Virgen María de manera fluida en Siríaco antiguo. Leloir, Désert et communion, Spiritualité
Orientale, n. 26 (Bégrolles en Mauges, France: Abbaye de Bellefontaine, 1978), 230.
11
Lumen Gentium, 12, in Vatican 11: The Conciliar and Postconciliar Documents , [Los
Documentos Conciliares y Postconciliares] ed. A. Flannery (Dublin: Dominican Publications,
1975), p. 363.
12
Este tema se trata con más detalle en el documento Guidelines on Prayers for Healing,
[Directrices sobre oraciones para sanación] edición revisada (Roma: ICCRS, 2012).
13
Ver Mateo 8,16; 10,8; Marcos 1,34; 6,13; 16,17–18; Hch 5,16; 8,7; 10,38; 19,12. El
asunto se abordó directamente en el documento de Rufus Pereira en el Coloquio Internacional
sobre la Oración de Sanación en Roma en 2001, “Exorcism and Deliverance for Healing,
Reconciliation, and New Life,” [Exorcismo y Liberación para Sanación, Reconciliación y Nueva
Vida] in Prayer for Healing (Rome: ICCRS, 2003), 237–251.
14
Los aspectos pastorales relativos a estos ministerios se trataron en Directrices sobre
Oraciones para Sanación, y están brevemente comentados en la Parte IV.
15
Raniero Cantalamessa señala que muchos movimientos de reavivamiento del pasado
“terminaron en cisma y se desarrollaron como sectas en lugar de renovar la Iglesia”, pero eso
“no ha ocurrido con la Renovación Carismática Católica, y nosotros tenemos que reconocerlo, y
más aún a la valentía de los Papas como Paulo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI que a los
miembros de la Renovación”. Presentación de Cantalamessa en el Coloquio Internacional sobre
Bautismo en el Espíritu Santo, Roma, marzo 17-20, 2011.
16
Ver Paul Josef Cordes, Call to Holiness: Reflections on the Catholic Charismatic Renewal
[Llamada a la Santidad: Reflexiones sobre la Renovación Carismática Católica] (Collegeville,
Minn.: Liturgical Press, 1997), 38.
17
Evangelii Nuntiandi, 75.
18
“La Renovación en el Espíritu, como la conocemos hoy en día, se manifiesta a sí misma
como un evento sustancialmente similar en la mayoría de la Iglesias Cristianas y
denominaciones.” (Léon-Joseph Suenens, Ecumenism and Charismatic Renewal 21).
19
“Cuando los Cristianos oran unidos, la unidad parece más cercana.” ( Ut Unum Sint, 22).
20
Ecumenism and Charismatic Renewal, 19.

Parte II: Fundamentos Bíblicos y Patrísticos


1
Cf. Jn 16,14–15; Rom 8,26. El término hebreo para Espíritu de Dios, ruah, puede significar
espíritu, viento o soplo. En el Antiguo Testamento, el Espíritu de Dios se refiere al soplo divino
que transforma una carne inerte en un ser humano vivo (Salmo 104,30; cf. Ezeq 37,10, 14) y
da poder a las personas para realizar hechos excepcionales (Éxodo 31,3; Jueces 14,6).
2
Ver, por ejemplo, Gen 4,1; Is 47,8; Jer 16,21; Os 6,3.
3
Este pasaje se puede leer de otra manera, “Si alguno tiene sed, dejadlo que venga a mí y
beba. Aquel que crea en mí, como dice la escritura, ´De su corazón brotarán ríos de agua

70
viva.´” En este caso el creyente se convierte en la fuente de la que brota el agua de la nueva
vida en el Espíritu; en el otro caso Jesús es la fuente. Ambas interpretaciones son legítimas.
4
Nótese el paralelismo con la venida del Espíritu sobre Jesús en su propio bautismo, cuando
él estaba orando (Lucas 3,21–22).
5
Hch 1,8 sirve como un índice: Después del derramamiento del Espíritu en Hch 2, el
evangelio es proclamado “en Jerusalén” en Hch 2-7, “en Judea y Samaria” en Hch 8-12, y
“hasta los confines de la tierra” , es decir, hasta Roma, en Hch 13-28.
6
Ver además la Teofanía de Elías en el Monte Horeb (Sinaí) en 1 Reyes 19, 11-13.
7
Hch 6,56; 9,10–16; 10,3–6, 9–20; 16,9; 18,9; 22,17–21; 23,11.
8
Nótese que Lucas usa una terminología muy rica para designar la llegada del Espíritu Santo:
la gente es “bautizada con el Espíritu Santo” (Hch 1,5; 11,16) o “llena del Espíritu Santo”(2,4;
9,17; 4,31); ellos “reciben el Espíritu Santo” (2,38; 8,15–19; 10,47; 19,2); el Espíritu es
“derramado” (2,17–18, 33; 10,45); “cae sobre” (8,16; 10,44; 11,15) o “viene sobre” la gente
(1,8; 19,6); Dios “concede” el Espíritu (5,32; 8,18; 11,17; 15,8).
9
Hch 2,47; 3,8; 4,21; 5,41; 11,18, 23; 13,48, 52; 15,3; 16,23–25; 21,19–20.
10
Hch 2,4, 11; 10,44–46; 11,27–28; 19,6; 21,9–11; 15,32–33; 13,1–3.
11
Hch 4,13, 31; 5,18–25, 40; 7,60; 8,3; 12,1–3; 16,23; 20,22–23; 28,31.
12
Lucas no explica por qué este segundo paso es necesario, pero una posibilidad es que la
misión de Felipe en Samaria fuera un nuevo paso para la iglesia naciente, el cual tenía que ser
confirmado oficialmente por los apóstoles. Lucas no dice que únicamente los apóstoles pueden
orar por otros para recibir el Espíritu Santo. En Hch 9,17, Pablo recibe el Espíritu de manos de
Ananías, quien es simplemente descrito como un “discípulo”.
13
Ver el Catecismo, 1315.
14
James D. G. Dunn, Jesus and the Spirit, [Jesús y el Espíritu] 2ª ed. (Grand Rapids:
Eerdmans, 1997), 226.
15
Fe y esperanza en su forma presente desaparecerán en la eternidad, porque “¿quién espera
lo que ya ve?” (Rom 8,24; ver 2 Cor 4,18; 5,7), pero en esta vida sí permanecen, junto con la
caridad, como fundamento donde se construye el edificio de la Iglesia.
16
George Montague, The Holy Spirit: Growth of a Biblical Tradition [El Espíritu Santo:
Crecimiento de una Tradición Bíblica] (Nueva York: Paulist: 1976), 155.
17
El tratado más completo sobre el bautismo en el Espíritu en la Iglesia primitiva es el estudio
de Kilian McDonnell y George T. Montague, Christian Initiation and Baptism in the Spirit:
Evidence from the First Eight Centuries, [Iniciación Cristiana y Bautismo en el Espíritu:
Evidencias de los Ocho Primeros Siglos] 2ª ed. (Collegeville, Minn.: Liturgical Press, 1994). Ver
también la respuesta de Norbert Baumert, Charisma—Taufe—Geisttaufe (Würzburg: Echter,
2001).
18
San Cirilo de Jerusalén, Catechetical Lectures, [Conferencias sobre el Catecismo] 17. 19,
citado por Raniero Cantalamessa, en Sober Intoxication of the Spirit, [La Sobria Embriaguez del
Espíritu], trans. Marsha Daigle-Williamson (Cincinnati: Servant, 2005), 2–3.

71
19
Citado en Cantalamesa, La Sobria Embriaguez del Espíritu, 1.
20
Sermon 267.3. Ver también Augustine, Sermon 225.
21
San Justino Martir, Dialogue with Trypho [Diálogo con Trifón] 29.1; Origenes, On
Jeremiah,[Sobre Jeremías] 2.3; Didymus el Ciego, On the Trinity, [CSobre la Trinidad] 2.12;
San Cirilo de Jerusalen, Catechetical Lectures, 17.18.
22
Proto-Catechesis, 12.
23
En Mateo 2,6. Ver también Catechetical Lectures, 3.1, 3; Diodochus of Photike, A Hundred
Chapters, LXXVII (Sources Chrétiennes 5 bis), 135.
24
Treatise to Donatus on the Grace of God, [Tratado para Donato sobre la Gracia de Dios]
parafraseado por Anne Field en From Darkness to Light. What It Meant to Become a Christian in
the Early Church [De la Oscuridad a la Luz. Lo Que Significaba Convertirse en Cristiano en la
Iglesia Primitiva] (Ann Arbor: Servant, 1978), 190–92.
25
Dialogue with Trypho.
26
Against Heresies, [Contra las Herejías] 5.6.1.
27
Against Heresies, 2.32.4.
28
On Baptism, 20.
29
Catechetical Lectures, 17.19; 18.32; cf. 17.37.
30
On the Trinity, 2.35.
31
Tract on the Psalms, [Tratado Sobre los Salmo] 64.14–15.
32
Para más hipótesis sobre el porqué del declive ocurrido, ver McDonnell and Montague,
Christian Initiation, [Iniciación Cristiana] 116–132.
33
Retractions, [Retracciones] I.13.7.
34
The City of God, [La Ciudad de Dios] XXII.8.
35
City of God, XXII.8.
36
Sermon 38.2.
37
Second Apology [Segunda Apología] 6.5–6.
38
Los Padres no se referían al júbilo como “hablar en lenguas” (glosolalia), probablemente
porque ellos asociaron las lenguas con el fenómeno de Pentecostés de Hechos 2, donde las
lenguas se escucharon como idiomas humanos actuales y no como un lenguaje no-conceptual.
39
On the Psalms, 99.3.
40
On the Psalms, 97.4.
41
Moralia, 8.89; cf. 24.10; 28.35. Ver también Pseudo-Jerome, Breviarium in Psalmos, XXVI;
Cassiodorus, Ps 32.3; 80.1; 97.5; Isidore of Seville, Opera Omnia, V.43

72
42
Ver Tertullian, Apology,[Apología] 39; Egeria, The Diary of a Pilgrimage, [El Diario de un
Peregrino] trans. George E. Gingres (Paramus, NJ: Newman Press, 1970), 92; F. Van Der Meer,
Augustine the Bishop (New York: Sheed and Ward, 1961), 339.
43
Místicos medievales como Richard Rolle (1300–1349) escriben sobre el júbilo: “En los
profundo del ser está la alabanza a Dios y el canto de júbilo, y la alabanza resuena con
estruendo”; Dios “me revelaría el canto que anhelo entender, y expresaría sencilla y claramente
mi grito jubiloso” Rolle, The Fire of Love, [El fuego del Amor] 32– 34, trans. Clifton Wolters
(Harmondsworth, U.K. / Baltimore: Penguin Books, 1972), 146, 153. Ver también Santa Teresa
de Ávila, Interior Castle [El Castillo Interior], VI.6.10–11.

Parte III: Reflexiones Teológicas


1
Ann Arbor, Mich.: Word of Life, [Palabra de Vida] 1974. Disponible en
www.stucom.nl/algemeen/alldocnl.htm
2
“Efusión” es una palabra poco usada en el idioma inglés y casi nunca se la relaciona con el
Espíritu Santo. “Derramamiento” (como el término alemán “Erweckung,” despertar)
usualmente se refiere [en el idioma inglés] a un acontecimiento corporativo en el que muchas
personas son tocadas y no como una experiencia individual.
3
Mensaje del Angelus en la fiesta del Bautismo del Señor, 13 de enero de 2008.
4
Este nuevo despertar en el obrar del Espíritu de santificación, nos lleva a redescubrir la
inmensidad de los recursos espirituales de la tradición Católica, tanto del período patrístico
como de la vida de los grandes santos y maestros espirituales- recursos necesitados con
urgencia para la nueva evangelización. Ver Juan Pablo II, Novo Millennio Ineunte, 33.
5
El Coloquio Internacional sobre Carismas y Renovación Carismática, tuvo lugar en Roma en
2008, y representa un importante paso hacia adelante para resolver esta necesidad, como fue
el anterior Coloquio Internacional sobre Oración de Sanación (2001). Pero las contribuciones y
discusiones demostraron lo novedoso de este asunto. De manera particular, algunos líderes de
la Renovación declararon haber desarrollado su propia comprensión y práctica sobre un área en
la cual su formación no los había preparado.
6
Ver por ejemplo, San Agustín, Tratado sobre el Evangelio de San Juan, LIV. 12.8: “ha
despertado en nosotros un gran deseo de esa dulce experiencia de su presencia en nuestro
interior; es a través del crecimiento diario que la adquirimos”; y San Bernardo, Sermones sobre
el Cantar de los Cantares 1.11: “Permitan a esos sin experiencia quemarse en su deseo que no
conozcan sino más bien que experimenten.”
7
Juan Pablo II, declaración en el Congreso Mundial de Movimientos Eclesiales, 27 de mayo
de 1998. En cursiva en el original.
8
Juan Pablo II, declaración a los miembros de los Movimientos Eclesiales y Nuevas
Comunidades, 30 de mayo de 1998.
9
En la terminología clásica los carismas se nos presentan como gratiae gratis datae (gracias
otorgadas gratuitamente) a diferencia de la gratia gratum faciens (gracia santificante) impartida
a través de los sacramentos. Esta distinción hecha por la tradición de la Iglesia es importante
en el presente para la elaboración de las relaciones entre lo institucional y lo carismático. Santo

73
Tomás de Aquino trata sobre los carismas de manera extensa en su Summa Theologiae, II-II,
171–178.
10
Ver Cardenal Joseph Ratzinger, “The Ecclesial Movements: a Theological Reflection on their
Place on the Church” [Los Movimientos Eclesiales: Una reflexión Teológica sobre su Lugar en la
Iglesia”, en Movements in the Church. Proceedings of the World Congress of the Ecclesial
Movements [Movimientos en el Iglesia. Actas del Congreso Mundial de los Movimientos
Eclesiales][ (Vatican City: Pontificium Consilium pro Laicis, 1999), 23–51. Disponible en
www.stucom.nl/algemeen/alldocnl.htm
11
Para una visión ecuménica de esta cuestión, ver On Becoming a Christian: Insights from
Scripture and the Patristic Writings With Some Contemporary Reflections [Para ser un cristiano:
Conocimiento de la Escritura y los Escritos de los Santos Padres con algunas Reflexiones
Contemporáneas], Informe de la quinta fase del Diálogo Internacional entre algunas Iglesias
Pentecostales Clásicas y la Iglesia Católica (1998–2006), par. 227–234, publicado en PCPCU
Servicio de Información 129 (2008/III), pp. 206–7. Disponible en
www.stucom.nl/algemeen/alldocnl.htm
12
Ver el Catecismo, 1216, 1265–66, 1302–03.
13
Es importante observar que el bautismo de niños es un inestimable don y una tradición
inmemorial de la Iglesia (Catecismo, 1250–52). En sí mismo, sin embargo, no es suficiente para
el florecimiento de las gracias bautismales (Catecismo, 1231).
14
En la terminología clásica, un sacramento es administrado de forma válida ex opere operato
(por el hecho mismo de la acción que se está realizando); pero el fruto real del sacramento en
la vida de la persona es ex opere operantis (desde la acción de quien lo realiza), esto es, que
depende de factores subjetivos como la calidad de la preparación, la efectividad del ministro, y
especialmente la fe del que lo recibe.
15
Ver Agustín, Sermon 269.2; Tomás de Aquino, Summa Theologiae, [Suma Teológica] III,
67– 71, especialmente 69.8.
16
Summa Theologiae I, 43, 6 ad 2.
17
Exhortation Apostólica Christifideles Laici (1988), 31. Ver también el tercer criterio para una
auténtica “Eclesialidad” en “El Testimonio para una comunión fuerte y auténtica” mencionada
en Christifideles Laici 30.
18
Ver Mateo 10,7–8; Lucas 9,2; 10,9; Marcos 16,15–18; 1 Cor 14,1.
19
Como San Agustín escribió, “El Espíritu se promete no sólo para aquel que no lo tiene, sino
también para aquel que ya lo tiene. Porque se le es dado a quien no lo tiene para que pueda
tenerlo; y al que lo tiene, para que lo tenga más abundantemente” ( Tractates on the Gospel of
John, 74.2).

Parte IV: Aspectos Pastorales


1
Catechesi Tradendae, 19.
2
Declarado en Bogotá, Colombia, 9 de marzo de 2006, disponible en
http://catholiconline.com/featured/headline.php?ID=3166

74
3
Son variado los títulos usados para este curso, tales como Seminario sobre el Espíritu Santo,
Seminario de Vida en el Espíritu, Seminario Nueva Vida, Seminario Nacer en el Espíritu, y otros.
4
Ver Raniero Cantalamessa, La Sobria Embriaguez del Espíritu, 40–41.
5
Ver el Séminaire de Vie dans l’Esprit usado en Benin, África, distribuido por Jean Pliya.
6
Sobre los dones santificantes del Espíritu, ver el Catecismo, 1831; sobre los dones
carismáticos ver 798–801.
7
Juan Pablo II, Christifideles Laici, 28.
8
Pablo VI, Evangelii Nuntiandi, 5; Juan Pablo II, Redemptoris Missio, 3.
9
Paul Josef Cordes, Call to Holiness, 13. [Llamada a la Santidad]
10
Ibid., 14.
11
Ibid., 13. Ver, por ejemplo, Gen 48,14; Deut 34,9; 2 Re 13,16; Mc 10,16; Lc 4,40; Hch
9,17; 13,3.
12
Ver McDonnell and Montague, Christian Initiation, 89 [Iniciación Cristiana]
13
Es importante reconocer que las palabras proféticas no nos dan una nueva revelación que
se añada al depósito de la fe, pero hacen que la inalterable revelación de Cristo tome vida de
una manera novedosa para la presente generación.
14
El Cardenal Suenens escribió en 1986, “Así como nos hicimos a la idea que la Renovación
Carismática era simplemente una más de varios `movimientos´, estamos perdiendo de vista
una gracia muy específica, que está penetrando la Iglesia. De hecho, no es un movimiento en
el sentido sociológico habitual del término… se le puede describir mejor como una ´corriente de
gracia´… un aliento del Espíritu Santo, válido para todo cristiano” ( Resting in the Spirit:Malines
Document 6 [Descanso en el Espíritu: Documento de Malinas 6] [Dublin: Veritas, 1986], 2;
disponible en www.stucom.nl/algemeen/ alldocnl.htm).
15
Ver Juan Pablo II, Declaración del 30 de mayo de 1998; y Cardenal Ratzinger en The
Ratzinger Report. An Exclusive Interview on the State of the Church [El Informe de Ratzinger.
Una Entrevista en Exclusiva sobre la Situación de la Iglesia] (San Francisco: Ignatius, 1985),
43–44.
16
Ratzinger, “Ecclesial Movements,” 50.
17
Rylko, Declarado en Bogotá, Colombia, 9 de marzo de 2006.
18
Homilía vespertina, 29 de mayo de 2004. Para una compilación de los mensajes papales a
la Renovación Carismática Católica, ver “Then Peter stood up…” Collection of the Popes’
addresses to the CCR from its origin to the year 2000 [“Entonces Pedro se levantó…” Colección
de discursos a la RCC desde su origen hasta el año 2000]. (Rome: ICCRS, 2000). Muchas
conferencias episcopales nacionales también han hecho declaraciones positivas sobre la
Renovación; la primera de estas fue recopilada en un trabajo de tres volúmenes por Kilian
McDonnell, Presence, Power, Praise: Documents on the Charismatic Renewal [Presencia, Poder
y Oración: Documentos sobre la Renovación Carismática] (Collegeville, Minn.: Liturgical Press,
1980).

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19
Audiencia con miembros del Comité Nacional de Servidores y del Consejo de la Asociación
Italiana Rinnovamento nello Spirito, 14 de marzo de 2002.
20
Benedicto XVI, audiencia general del 28 de septiembre de 2005.
21
Christifideles Laici, 24.

Conclusión
1
Benedicto XVI, XXIII Jornada Mundial de la Juventud, Sidney, Australia, 23 de julio de 2008.
2
Benedicto XVI, Homilía en la Catedral de San Patricio, Nueva York, 19 de abril de 2008.
3
Benedicto XVI, Declaración hecha en la inauguración del Primer Congreso General de la
Segunda Asamblea especial para África del Sínodo de Obispos, 5 de octubre de 2009.

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