CANTALAMESSA
JESUCRISTO,
el Santo de Dios
MEDITACIONES SOBRE LA DIVINIDAD
Y LA HUMANIDAD DE CRISTO
LUMEN
El autor
Raniero Cantalamessa
Sacerdote y t e ó l o g o italiano,
n a c i d o en 1934. F r a n c i s c a n o
c a p u c h i n o , fue o r d e n a d o sacerdote
en 1958 y se licenció en t e o l o g í a y
letras clásicas. En 1980 a b a n d o n ó
la d o c e n c i a universitaria para
dedicarse enteramente a la
p r e d i c a c i ó n , c o n especial hincapié
en el d i á l o g o e c u m é n i c o .
D e s d e 1980 es p r e d i c a d o r p e r s o n a l
del Papa y de la C a s a Pontificia.
C o m o tal predica c a d a s e m a n a en
C u a r e s m a y en A d v i e n t o en la
presencia del Papa, de los
cardenales y o b i s p o s de la C u r i a
r o m a n a y de los s u p e r i o r e s de
las ó r d e n e s religiosas.
Titulo original:
Gesü Cristo, il Santo di Dio.
© 1990, Edizioni Paoline, Milán, Italia.
ISBN: 950-724-418-2
2. reimpresión, 2007.
a
EL HÉROE Y EL POETA
5
Jesucristo, el Santo de Dios
6
Raniero Cantalamessa
ras las que servían para explicar el dogma, con frecuencia, redu-
cida a muchas pequeñas frases cortadas, presentadas como con-
firmación de tesis dogmáticas ya constituidas, como una de tan-
tas "pruebas", junto a las que eran extraídas de la razón, de la tra-
dición, de la Liturgia, etc.
Una vez vuelto a su significado originario, el dogma constitu-
ye, hoy como siempre, el camino más seguro para iniciar el des-
cubrimiento del verdadero Jesús. Y no sólo el más seguro, sino
también la vía más bella, la más joven, la más rica en promesas,
como todas las cosas que no se improvisan de un día para el
otro, siguiendo la última teoría de moda, sino que han madura-
do lentamente, casi al sol y al agua de la historia, y a las que to-
das las generaciones han aportado su contribución. "La termino-
logía dogmática de la Iglesia primitiva —dice Kierkegaard— es
como un castillo de hadas, donde reposan en un sueño profun-
do los príncipes y las princesas más airosas. Sólo es necesario
despertarlos, para que se yergan en toda su gloria." 1
1
Kierkegaard, S., Diario, II A 110 (tracl. ital. de C. Fabro), Brescia, 1962.
2
San Ireneo, Adv. Haer. III, 24, 1.
7
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8
Raniero Cantalamessa
9
Jesucristo, el Santo de Dios
4
Kierkegaard, S., Temor y temblor, en Obras, por C. Fabro, Florencia, 1972,
pág. 45.
10
"EN TODO IGUAL A NOSOTROS,
EXCEPTO EN EL PECADO"
La santidad de la humanidad de Cristo
CAPÍTULO I
En el cuarto Evangelio se narra un episodio que tiene
toda la apariencia de ser el equivalente, en Juan, de la confesión
de Pedro en Cesárea de Filipo. Cuando, después del discurso en
la sinagoga de Cafarnaún sobre el pan de vida y la reacción ne-
gativa de algunos discípulos, Jesús pregunta a los Apóstoles si
ellos también quieren irse, Pedro responde: "¿Señor, donde quién
vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos
y sabemos que tú eres el Santo de Dios" (Jn 6, 68-69).
El "Santo de Dios", título que equivale a "Cristo" (Me 8, 29), o
a "Cristo de Dios" (Le 9, 20), o a "Cristo, el Hijo del Dios vivien-
te" (Mt 16, 16) que se tiene en la confesión de Pedro en Cesárea.
También en este caso, la declaración de Pedro se presenta como
una revelación de lo alto y no como fruto de un razonamiento o
deducción humanos.
En los Evangelios encontramos nuevamente este mismo título
"Santo de Dios" en un contexto totalmente opuesto, aunque tam-
bién ambientado en la sinagoga de Cafarnaún. Un hombre poseí-
do por un espíritu inmundo, cuando Jesús aparece, se pone a gri-
tar: "¿Qué tenemos nosotros contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has ve-
nido a destruirnos? Sé quién eres tú: el Santo de Dios" (Le 4, 34).
La misma percepción de la santidad de Cristo, aquí ocurre por
contraste. Entre el Espíritu Santo que está en Jesús y el espíritu
inmundo existe una oposición mortal y los demonios son los pri-
meros que lo experimentan. Ellos no pueden "soportar" la santi-
dad de Cristo.
El título "Santo de Dios" reaparece varias veces en el Nuevo
Testamento y se relaciona con el Espíritu Santo que Jesús ha re-
cibido en el momento de su concepción (cf. Le 1, 35), o de su
bautismo en el Jordán. El Apocalipsis llama a Jesús simplemente
"el Santo": "Así habla el Santo..." (Ap 3, 7). Es un título conside-
rado "entre los más antiguos y ricos de significado" y tal como
para ayudarnos a descubrir un aspecto poco explorado de la per-
13
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14
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1
Orígenes, De principas, II, 6, 6 (PG 11, 214).
15
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16
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17
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2
Pannenberg, W., Grundzüge der Christologie, Gütersloh 1964, pp. 377 y ss.
18
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3
Kierkegaard, S., Los actos del amor, por C. Fabro, Milán, 1983, p. 260.
19
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21
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3- Tu solus Sanctus
22
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5
Pascal, B., Pensamientos, 793, Brunsvigc.
6
Cf. Orígenes, In Ioh. Evang., XIII, 36 (PG 14, 461).
23
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24
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7
San Gregorio de Nissa, In Cant. hom. IV(PG 44, 836).
8
Dostoievski, E, Carta a la sobrina Sonia Ivanova, en "El Idiota", Milán, 1982, p. XII.
25
Jesucristo, el Santo de Dios
9 Cabasilas, N., Vida en Cristo, IV, 6 (PG 150, 613), con el comentario de U. Ne-
ri, en la edición italiana, Turín 1971, p. 241.
26
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27
Jesucristo, el Santo de Dios
1 0
San Agustín, Sermo 243, 2 (PL 38, 1144).
1 1
Cabasilas, N, Vida en Cristo, IV, 3 (PG 150, 593).
28
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1 2
Kierkegaard, S., La enfermedad mortal, pref. en Obras, op. cit.
29
Jesucristo, el Santo de Dios
1 3
Kierkegaard, S., Diario X, 1 A 154.
1 4
Ibídem.
1
^ Lumen gentium, n. 39.
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1 6
Lumen gentium, n. 40.
1 7
Cabasilas, N., Comentario a la Liturgia divina, 36 (PG 150, 449).
31
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1 8
Guillermo de Saint-Thierry, Vita prima, I, 4 (PL 185,238).
32
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1 9
San Agustín, In Epist. Ioh. 4, 6 (PL 35, 2008).
33
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2 0
S. Buenaventura, Itinerarium mentís in Deum, VII, 4.
34
JESUCRISTO, EL HOMBRE NUEVO
La fe en la humanidad de Cristo actualmente
CAPITULO II
1. Cristo, hombre perfecto
1
San Ignacio de Antioquía, Ad TralL, 9-10.
2
Tertuliano, De carne Christi, 1, 2 y ss. (CC 2, 873).
37
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38
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4
Cf. Davies, J., The Origins ofDocetism, in Studia Patrística, VI (TuU, 81), Ber-
lín, 1962, pp. 13-15.
5 Denzinger-Schónmetzer, Enchiridion Symbolorum, Herder, 1967, n. 391.
39
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tiana.
40
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8
Cf. Machovec, M., Jesús para los ateos, Asís, 1973.
9 Cf. P. Schoonemberg, Un Dios de hombres, Brescia, 1971.
41
Jesucristo, el Santo de Dios
1 0
San Agustín, Confesiones, I, 16, 25.
42
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No más Infierno. Nada más que la Tierra." "No hay ya nada en11
1 1
Sartre, J. R, El diablo y el buen Dios, en Teatro, Milán, 1950.
1 2
Sartre, J. P., Las moscas, París 1943, p. 134 y ss.
1 3
San Ireneo, Adv. Haer. III, 16, 8-9.
43
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1 4
Diadoco de Fótica, Discursos ascéticos, 4 (SCh 5 bis, pp. 108 y ss.).
45
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1 5
Gaudium et spes, n. 22.
1 6
San Ireneo, Demostración de la Predic. Apost., 22.
46
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tura" (Col 1, 15) y de la de Juan, del Verbo "por medio del cual
todo ha sido hecho" (cf. Jn 1. 3). El hombre no tiene en Cristo
sólo a su modelo, sino a su propia "forma substancial". Como en
la ejecución de una estatua, la forma, o el proyecto, que en el
pensamiento precede a la realización, le da sustento a la materia
y la plasma, así Cristo, arquetipo del hombre, lo plasma y lo con-
figura como así mismo, definiendo su verdadera naturaleza. "Si
fuese posible —escribe Cabasilas— algún artificio para ver, con
los ojos, el alma del artista, verías en ella, sin materia, la casa, la
estatua, o cualquier otra obra." No por medio de un artificio,
17
1 7
Cabasilas, Vida en Cristo, V, 2 (PG 150, 629).
1 8
Barth, K., Dommatica ecclesiastica, III, 2, 170.
47
Jesucristo, el Santo de Dios
gado a indicar más lo que tiene en común el hombre con los ani-
males, que lo que lo distingue de ellos, como la inteligencia, la
voluntad, la conciencia, la santidad.
Jesús es, por tanto, Verdadero" hombre, no a pesar de ser sin
pecado, sino precisamente porque es sin pecado. San León Mag-
no, en su famosa carta dogmática que inspiró la definición de
Calcedonia y que, por algunos versos, constituye su mejor co-
mentario, escribía: "Él, Dios verdadero, nació con una íntegra y
perfecta naturaleza como verdadero hombre, con todas las pre-
rrogativas, tanto divinas como humanas. Al decir 'humanas', nos
referimos a esas cosas que en el principio el Creador puso en no-
sotros y que luego vino a restaurar; mientras que no hubo en el
Salvador ningún vestigio de esas cosas que el engañador super-
puso y que el hombre engañado acogió. No debemos pensar que
Él, por el hecho de que quiso compartir nuestras debilidades,
participara también de nuestras culpas. Él asumió la condición de
esclavo, pero sin la contaminación del pecado. Así, enriqueció al
hombre, pero no disminuyó a Dios." 20
1 9
San Agustín, Sermo 9, 12 (CC 41, 131 y ss.).
2 0
San León Magno, Tomus ad Flavianum, I 3 (PL 54, 757 y ss.)
48
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4. Obediencia y novedad
2 1
Kierkegaard, S., Diario, II A 110.
2 2
Kierkegaard, S., Ejercicio del cristianismo, I.
49
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50
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51
Jesucristo, el Santo de Dios
2 3
San Agustín, De Spiritu et Littera, 16, 28 (CSEL 60, 181).
52
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2 4
Péguy, Ch., El misterio de los Santos Inocentes, en Obras poéticas, París, 1975,
p. 692.
2 5
San Buenaventura, Legenda Maior, IV, 5.
53
Jesucristo, el Santo de Dios
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55
"¿CREES TÚ?"
La divinidad de Cristo e n el Evangelio de san J u a n
CAPÍTULO III
1. "Si n o creéis que Yo Soy..."
59
Jesucristo, el Santo de Dios
1
San Agustín, In Ioh. 38, 10 (PL 35, 1680).
60
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61
Jesucristo, el Santo de Dios
2
Dodd, C. H., La interpretación del WEvangelio, Brescia, 1974, p. 260.
3
Ibídem.
62
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63
• Jesucristo, el Santo de Dios
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4
San Agustín, De Natura et Gratia, 26, 29 (CSEL 5, 255).
65
Jesucristo, el Santo de Dios
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Jesucristo, el Santo de Dios
dos partes: los que creen y los que no creen que Jesús es el Hi-
jo de Dios. El que cree en Él no está condenado, pero el que no
cree ya está condenado; el que cree tiene la vida, el que no cree
no verá la vida (cf. Jn 3, 18.36). También concretamente, a medi-
da que la revelación de Jesús avanza, se ven formar dos grupos
de personas. De unos está dicho que "creyeron en Él", de los
otros, que "no creyeron en Él". En Cana sus discípulos creyeron
en Él (Jn 2, 11); muchos más, entre los samaritanos, "creyeron en
Él por su Palabra" (Jn 4, 41). Por otra parte, se habla de perso-
nas, especialmente de jefes, que "no creyeron en Él" y se agrega
que tampoco sus hermanos "creyeron en Él" (Jn 7, 5). También
después de su desaparición, lo que partirá las aguas será la fe en
Él: por una parte estarán los que, a pesar de no haber visto, cree-
rán (Jn 20, 29), y en la otra estará el mundo que se negará a creer.
Frente a esta distinción, todas las demás, antes conocidas, pasa-
rán a un segundo plano. El episodio de Tomás está allí como una
tácita invitación de Juan al lector. Llegado al final, se le invita a
cerrar el libro, a doblar las rodillas y a exclamar a su vez: "¡Señor
mío y Dios mío!" (Jn 20, 28). En esta clara y solemne profesión
de fe en la divinidad de Cristo se cumple el objetivo por el cual
Juan ha escrito su Evangelio.
Es como para asombrarse el ver la empresa que el Espíritu de
Jesús le ha permitido realizar a Juan. Él ha abrazado los temas,
los símbolos, las esperas, todo lo que había de religiosamente vi-
vo, tanto en el mundo judío como en el helenístico, haciendo
converger todo esto en una única idea, mejor dicho, en una úni-
ca persona: Jesucristo Hijo de Dios, salvador del mundo. El Evan-
gelio de Juan no está centrado sobre un acontecimiento, sino so-
bre una persona. En esto él se diferencia también de Pablo, cu-
yo pensamiento, si bien también dominado por Cristo, tiene co-
mo centro, más que la- persona de Cristo, su obra de salvación,
su misterio pascual.
Al leer los libros de algunos estudiosos, que dependen de la
"Escuela de historia de las religiones", el misterio cristiano no se
distinguiría más que en cosas insignificantes del mito religioso
68
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que "ha recibido los tributos de los pueblos que no sabían que
se los enviaban". 7
6
Cf. San Justino, II Apología, 10.13.
7
Péguy, Ch., Eve, en Obras poéticas, París 1975, pp. 1086, 1581.
69
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8
Eusebio de Cesárea, Storia Ecclesiastica, V, 28, 5 (PG 20, 513).
70
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bería hacer, también hoy, todo teólogo cristiano para merecer es-
te título.
9
Cf. Orígenes, Contra Celso, I, 26.28; VI, 10 (SCh 132, 146 y ss.; SCh 147, 202
y ss.).
71
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1 0
Cf. Kierkegaard, S., El ejercicio del Cristianismo, MI.
72
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1 1
Cf. Kierkegaard, S., Diario, X 1 A, 481.
73
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1 2
Cf. Dodd, C , op. cit., p. 409.
75
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1 3
San Agustín, In Ioh, 26, 2 (PL 35, 1607).
76
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siado grande, indigna de Dios. Puesto que tiene una idea desme-
surada de la diferencia cualitativa infinita que media entre Dios y
el hombre. No se debe disminuir lo que Dios ha hecho al encar-
narse, considerándolo casi algo ordinario y comprensible.
Debemos previamente demoler en nosotros creyentes, y en
nosotros, hombres de la Iglesia, la falsa persuasión de creer ya;
debemos provocar la duda —no sobre Jesús, por supuesto, sino
sobre nosotros mismos— para que podamos ponernos en bus-
ca de una fe más auténtica. ¡Tal vez sea un bien, si por algún
tiempo, no queremos demostrar nada a nadie, sino que nos inte-
riorizamos en la fe, y redescubrimos sus raíces en el corazón! Je-
sús le pregunta a Pedro tres veces: "¿Me amas?". Sabía que la pri-
mera y la segunda vez la respuesta había salido con demasiada
rapidez para ser verdadera. Por fin, a la tercera, Pedro entendió.
También la pregunta sobre la fe nos la debemos hacer así, tres
veces, con insistencia, hasta que nosotros también nos demos
cuenta y entremos en la verdad: "¿Crees tú? ¿Crees tú? ¿Crees tú?
¿Crees verdaderamente?" Tal vez al final podremos responder:
"No, Señor, yo no creo verdaderamente hasta el fondo. ¡Ayúda-
me a creer!"
7. Creer en Cristo
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1 4
San Agustín, In loh, 29, 6 (PL 35, 1631).
79
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80
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1 5
San Agustín, Sermo 295, 1 (PL 38, 1349).
81
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9. Invitatorio a la fe
82
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1 6
San Agustín, In Iob. 26, 2 (PL 35, 1607).
t
83
É L ES EL VERDADERO DIOS
Y LA VIDA ETERNA
Divinidad de Cristo y anuncio de la eternidad
CAPÍTULO IV
A 1 escribir a un cardenal de su tiempo, santa Catalina de
Siena decía que sobre el cuerpo de la santa Iglesia debía emitir-
se "un mugido" tal, o sea un rugido tan fuerte, como para hacer
despertar a los hijos muertos que yacían dentro de ella. (La san- 1
1
Santa Catalina de Siena, Carta 177 (al card. P. Corsi).
2
Cf. Horkeimer, M., La nostalgia del totalmente otro, trad. ital., Brescia, 1972.
87
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89
Jesucristo, el Santo de Dios
90
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8
Denziger-Schónmetzer, n. 301-302.
91
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92
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93
Jesucristo, el Santo de Dios
9
Cf. Extractos de Teodoto, 78 (GCS 17, 2, Berlín, 1970, p. 131).
94
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mo del evento gracias al cual "el que existía antes del tiempo em-
pezó a existir en el tiempo". 11
Pero todo esto había quedado, como dije, como una "nota se-
cundaria", apenas audible. El que la hizo surgir, de golpe, y pa-
sar a ser una nota dominante ha sido Kierkegaard. El misterio de
Cristo que en san Máximo, y en los Padres en general, se expre-
saba preferentemente como un misterio de trascendencia e inma-
Denzinger-Schónmetzer, n. 294.
1 1
Máximo el Confesor, Ambigua, 5 (PG 91, 1053B); cf. san Atanasio, De incar-
1 2
95
Jesucristo, el Santo de Dios
1 3
Kierkegaard, S., Apostilla conclusiva, 5; en Obras, por C. Fabro, Florencia,
1972, p. 592.
1 4
Kierkegaard, S., El concepto de la angustia, 3; op. cit., p. 153.
1 5
Heidegger, M., Ser y tiempo, 51; Milán, 1976, p. 308 y ss.
1 6
Sobre la relación entre tiempo y eternidad, cf. san Agustín, Confesiones, XI,
11.14.
96
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1 7
Cf. San Gregorio Nacianceno, Oratio, 1, 5 (PG 35, 398 C); 7, 23 (PG 35, 485
B); San Basilio, De Spir. S. 9, 23 (PG 32, 109 C).
1 8
Máximo el Confesor, Capita, I, 42 (PG 90, 1193).
97
Jesucristo, el Santo de Dios
1 9
De Unamuno, M., Cartas a J. Ilundain, de Rev. Univ. Buenos Aires, 9, pp.
135 y 150.
2 0
Ibídem, pág. 150.
2 1
Cf. San Ireneo, Adv. Haer., III, 19, 1.
98
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4. ¡Eternidad, eternidad!
2 2
Lessing, G. E., Überden Beweis des Geistes und derkraft, Lachmann X, p. 36.
2 3
Cf. Fabro, C , Introd. a las Obras de S. Kierkegaard, op. cit., p. XLVI.
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2 4
Kierkegaard, S., Apostilla conclusiva, 4, Obras, p. 458.
100
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2 5
Cf. Kierkegaard, S., El Evangelio de los sufrimientos, op. cit. p. 879 y ss.
101
Jesucristo, el Santo de Dios
i s
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ba, con un lenguaje más refinado, este mismo concepto del Po-
verello: "Sufrimos —decía— una sola vez, pero el triunfo es eter-
no. ¿Qué significa esto? ¿Que se triunfa también una sola vez?
Ciertamente. Sin embargo, hay una diferencia infinita: la sola vez
del sufrimiento es el instante, pero la sola vez del triunfo es la
eternidad; la sola vez del sufrimiento, una vez que ha pasado, no
es por tanto ninguna vez, e igualmente, pero en otro sentido, la
sola vez del triunfo, puesto que no ha pasado nunca; la sola vez
del sufrimiento es un pasaje o una transición; la sola vez del
triunfo es un triunfo que dura eternamente." 27
2
6 San Francisco de Asís, Florecillas, cap. XVIII (Fonti Francescane, n. 1848).
2 7
Kierkegaard, S., Discursos cristianos, II, 1, Turín, 1963, p. 109.
103
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5. Nostalgia de eternidad
2 8
Kierkegaard, S., El concepto de la angustia, 4, en Obras, p. 192.
2 9
Cf. San Agustín, Confesiones, X, 21.
104
Raniero Cantalamessa
3 0
Shakespeare, W., Macbeth, act. II, sec. 3, citado por Kierkegaard en El con-
cepto de la angustia, 4, en Obras, p. 188.
105
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3 1
San Agustín, Sermo 378, 1 (PL 39, 1673).
107
EL CONOCIMIENTO SUBLIME DE CRISTO
Jesucristo, una persona
CAPÍTULO V
E l objetivo de estas reflexiones sobre la persona de Je-
sucristo —ya lo dije al principio— es el de preparar el terreno pa-
ra una nueva oleada de evangelización, en ocasión de cumplirse
el segundo milenio de la venida de Cristo a la Tierra. Mas, ¿ cuál
es el objetivo primario de toda evangelización y de toda catcque-
sis? ¿Tal vez el de enseñar a los hombres cierta cantidad de ver-
dades eternas, o de transmitir a la generación venidera los valo-
res cristianos? No; es llevar a los hombres a que se encuentren
personalmente con Jesucristo, el único Salvador, haciéndolos dis-
cípulos suyos. El gran mandato de Cristo a los Apóstoles resuena:
"Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes" (Mt 28, 19).
111
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1
Denzinger-Schónmetzer, 302.
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2
Santo Tomás de Aquino, Summa Theol. II, Ilae, q. 1 a. 2, ad 2.
3
San Agustín, Sermo 243, 1-2 (PL 38, 1144).
4
San Agustín, Sermo 52, 6, 16 (PL 38, 360).
120
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5
Cabasilas, NL, Vida en Cristo II, 8 (PG 150, 552 y ss.).
121
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tía que eso existía, que la gaviota era una gaviota-existente, ge-
neralmente la existencia se esconde. Está allí, a nuestro alrede-
dor, no se pueden pronunciar dos palabras sin hablar de ella y,
finalmente, no se la toca. Cuando creía que estaba pensando en
ella, evidentemente no pensaba en nada, tenía la cabeza vacía, o
solamente una palabra en la cabeza, la palabra ser... Y luego, de
pronto, allí estaba, claro como el día: la existencia se había reve-
lado de improviso." 6
6
Sartre, J. R, La náusea (Trad. ital. Milán 1984, pp. 193 y ss.).
7
Pascal, B., Memorial, en Pensamientos, Apend.
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127
" ¿ M E AMAS?"'
El a m o r p o r Jesús
CAPÍTULO VI
Santo Tomás distingue dos grandes tipos de amor: el
amor de concupiscencia y el amor de amistad, lo que correspon-
de, en parte, a la otra distinción, más común, entre eros y ágape,
entre amor de búsqueda y amor de entrega. El amor de concu-
piscencia —dice— es aquel por el cual alguien ama alguna cosa
(aliquis amat aliquid), es decir cuando una persona ama a una
cosa, entendiendo por cosa no sólo un bien material o espiritual,
sino también a una persona, si ésta no es amada como tal, sino
que es convertida en instrumento y reducida precisamente a una
cosa. El amor de amistad es aquel mediante el que alguien ama
a alguien (aliquis amat aliquem), es decir una persona ama a otra
persona. 1
1
Santo Tomás, Summa Theol. I-IIae, q. 27 a 1.
131
Jesucristo, el Santo de Dios
2
San Juan de la Cruz, Sentencias, n. 57.
132
Raniero Cantalamessa
3
Dante Alighieri, Infierno V, 103.
133
Jesucristo, el Santo de Dios
amor no se paga más que con amor. Ningún otro precio es ade-
cuado.
Se debe amar a Jesús sobre todo porque Él mismo es digno
de amor, es amable en sí mismo. Él condensa en sí toda belleza,
toda perfección, toda santidad. Nuestro corazón necesita algo
majestuoso para amar; por tanto, nada puede satisfacerlo fuera de
Él. Si el Padre celestial encuentra en él "toda complacencia", co-
mo está escrito, si el Hijo es el objeto de todo su amor (cf. Mt 3,
17; 17, 5) ¿cómo no lo será del nuestro? Si Él llena y satisface ple-
namente toda la capacidad infinita de amar de Dios Padre, ¿no
colmará la nuestra?
Se debe además amar a Jesús porque el que lo ama es amado
por el Padre: "El que me ama —ha dicho— será amado por mi
Padre", y "El Padre mismo os ama porque me habéis amado" (Jn
14, 21.23; 16,27).
Se debe amar a Jesús porque sólo quien lo ama lo conoce: "Al
que me ama —ha dicho— me manifestaré a él" (Jn 14, 21). Si es
verdad el dicho de que "no se puede amar lo que no se cono-
ce" (nihil volitum quin praecognitum), es también verdad, espe-
cialmente cuando se trata de las cosas divinas, también lo contra-
rio, es decir, que no se conoce, sino lo que se ama. San Agustín
expresa esto diciendo que "no se entra en la verdad sino por la
caridad". 5
4
Adeste fideles, "Sic nos amantem quis non redamaret?"
5
San Agustín, C. Faust., 32, 18 (PL 42, 507).
6
Cf. Keidegger, M., Ser y tiempo, I, 5, 29 (ed. cit. p. 526, n. 5).
134
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135
Jesucristo, el Santo de Dios
7
El libro de la B. Ángela de Foligno, Quaracchi, 1985, p. 162.
136
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8
Regla de San Benito, c. IV; cf. San Cipriano, De orat. domin. c. 15.
9 Imitación de Cristo, II, 7.
137
Jesucristo, el Santo de Dios
Esta idea de algo que está por encima del amor por Cristo ha
vuelto a surgir tal vez, en el transcurso de los siglos, bajo la for-
ma de una "mística de la esencia divina". En ella se presenta, co-
mo vértice absoluto del amor divino, la contemplación y la unión
con la esencia misma simplísima de Dios, sin forma y sin nom-
bre, que se realiza en él fondo del alma, en el vacío total de to-
da imagen sensible, aunque fuese la del Cristo y de su pasión. El
maestro Eckhart habla de sumergirse el alma "en el abismo inde-
terminado de la divinidad", dando la impresión de considerar el
"fondo del alma", más que la persona de Cristo, como el lugar y
el medio de encontrar a Dios sin intermediarios. "La potencia del
alma —escribe— alcanza a Dios en su ser esencial, despojada de
todo." 11
1 0
Orígenes, Comentario al Cantar de los Cantares, 1, 3-4 (PG 13, 93): In Io-
hann 1, 28 (PG 14, 1122), donde Orígenes dice que los que están en los prin-
cipios de la vida espiritual deben volverse según "la forma del siervo", es decir
al Cristo hombre, mientras que los perfectos deben esforzarse por parecerse "a
la forma de Dios", es decir, al Logos puro.
1 1
Eckhart, Deutsche Predigten und traktate, a cargo de J. Quint, Monaco, 1955,
p. 221.261.
1 2
Santa Teresa de Ávila, Vida, 22, 1 y ss.
138
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1 3
Cf. San Justino, II, Apología, 10.13.
1 4
Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta a los obispos de la Iglesia ca-
tólica sobre algunos aspectos de la meditación cristiana, V, 16, L'Oss. Romano
15/12/1989.
139
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141
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1 5
San Buenaventura, Deperf. vitae ad sóror., 7.
1 6
San Buenaventura, Vitis mystica, 24.
142
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1 7
Cabasilas, N., Vida en Cristo, II, 9; VI, 10 (PG 150, 161, 681).
1 8
San Agustín, Confesiones, I, 1; EX, 9.
143
Jesucristo, el Santo de Dios
Lo nuestro no puede ser más que recoger las migajas que caen
de la mesa de los amos (cf. Mt 15, 27), es decir, atesorar la expe-
riencia de los grandes amantes de Jesús. Es a éstos, que ya lo han
experimentado, que se debe recurrir para aprender el arte de
amar a Jesucristo. Por ejemplo a Pablo, que deseaba desligarse
del cuerpo "para estar con Cristo" (cf. Flp 1, 23), o a san Ignacio
de Antioquía, que al dirigirse a su martirio, escribía: "Es bueno
ocultarse al mundo por el Señor y resurgir con Él... Sólo quiero
encontrar a Jesucristo... ¡Busco a aquel que ha muerto por mí,
quiero a aquel que ha resucitado por mí!" 20
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2 1
San León Magno, Discurso 2 sobre la Ascensión 2 (PL 54, 398).
2 2
Cabasilas, op. cit. IV, 4 (PG 150, 653.660).
145
Jesucristo, el Santo de Dios
146
Raniero Cantalamessa
es que ame al esposo?. ¿Hay algo más importante que esto que
ella deba hacer? ¿Hay algo de más valor, si esto falta? El amor por
Cristo es verdaderamente la actividad propia de las almas bauti-
zadas, la vocación propia de la Iglesia.
Si un joven se sintiese llamado a seguir radicalmente a Cristo
y me pidiese un consejo: Qué debo hacer para perseverar en la
vocación y ser un día un anunciador entusiasta y válido de Cris-
to, creo que contestaría sin hesitar: Enamórate de Jesús, busca es-
tablecer con Él una relación de íntima y humilde amistad; luego
puedes ir sereno hacia tu futuro. El mundo tratará de seducirte
por todos los medios, pero no lo logrará porque "lo que está en
ti es más fuerte que lo que está en el mundo" (cf. 1 Jn 4, 4).
Después que Pedro respondió: "Señor, tú sabes que te amo",
Jesús le dijo: "Apacienta mis ovejas." No se puede apacentar las
ovejas de Cristo y no se les puede anunciar a Jesucristo, si no se
ama a Jesucristo. Es necesario, como decía al principio, volverse,
de algún modo, poetas para cantar al héroe y sólo el amor nos
vuelve verdaderamente tales. Quiera el Cielo que al final de la vi-
da y de nuestro humilde servicio en la casa del héroe podamos
repetir también nosotros, a modo de testamento, las palabras del
poeta:
Esta pequeña flauta de caña
has llevado por valles y colinas,
a través de ella has soplado
melodías eternamente nuevas. ^ 2
2 3
Tagore, Gitanjali, 1.
147
"NO OS FIÉIS DE CUALQUIER ESPÍRITU"
La fe en la divinidad de Cristo hoy
CAPÍTULO VII
E n su primera Epístola, el evangelista Juan plantea cla-
ramente el problema del discernimiento de los espíritus y de los
pareceres respecto de Cristo. Escribe: "Queridos, no os fiéis de
cualquier espíritu, sino examinad si los espíritus vienen de Dios,
pues muchos falsos profetas han salido al mundo. Podréis cono-
cer en esto el Espíritu de Dios: todo espíritu que confiesa a Jesu-
cristo, venido en carne, es de Dios; y todo espíritu que no con-
fiesa a Jesús, no es de Dios; ése es el Anticristo. El cual habéis oí-
do que iba a venir; pues bien, ya está en el mundo. Vosotros, hi-
jos míos, sois de Dios y lo habéis vencido. Pues el que está en
vosotros es más que el que está en el mundo. Ellos son del mun-
do, por eso hablan según el mundo y el mundo los escucha. No-
sotros somos de Dios. Quien conoce a Dios nos escucha, quien
no es de Dios no nos escucha. En esto conocemos el espíritu de
la verdad y el espíritu del error" (1 Jn 4, 1-6).
El mismo evangelista Juan, que ya nos guió en el camino ha-
cia el acto de fe personal en Jesús, Hijo de Dios, nos introduce,
con las palabras que acabo de recordar, también en el otro aspec-
to de la fe en Cristo que se refiere a su autenticidad u ortodoxia;
en otras palabras, el contenido de la fe. Es necesario entonces
que utilicemos esta Palabra de Dios y, sobre la guía de los crite-
rios dados en ella por Juan, obremos también nosotros un discer-
nimiento de los espíritus, es decir de las voces y de las doctrinas
que hoy circulan, en la Iglesia y en el mundo, respecto de Jesu-
cristo. Nos acercamos a grandes pasos al siglo XXI y ya bullen
iniciativas para dedicar el último decenio del siglo a una evange-
lización ecuménica mundial. Una evangelización hecha por las
múltiples Iglesias cristianas con nuevo espíritu: ya no en compe-
tencia entre ellas, sino en colaboración fraternal, para anunciar al
mundo lo que tienen en común y que es mucho: la fe en Jesu-
cristo, único Señor y Salvador. Mas precisamente por esto es ur-
gente hacer un análisis de la fe. "Si la trompeta no da más que
un sonido confuso ¿quién se preparará para la batalla?" (1 Co 14,
8). Si el núcleo mismo del anuncio, que se refiere a la persona
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1. Un sistema de fe alternativo
153
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155
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1
Bultmann, R., Glauben und Versteben, II, 1938, p. 258.
156
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2
Küng, H., Ser cristianos, Milán, 1976, p. 502: "¿Cómo se puede expresar la re-
lación de Jesús con Dios? Lo podemos formular en los siguientes términos: El
verdadero hombre Jesús de Nazaret es, por la fe, la real revelación del único
verdadero Dios." Según este autor, los títulos de Imagen de Dios, Hijo de Dios,
Verbo de Dios, no designan al ser divino de Jesús, sino "el rostro humano" de
Dios: "Éste es el rostro humano que el hombre Jesús de Nazaret muestra, ma-
nifiesta, revela en todo su ser, hablar, obrar y padecer, tanto como para poder
ser definido, sin lugar a dudas, rostro de Dios o, como en el Nuevo Testamen-
to, imagen de Dios. El mismo concepto se expresa con los demás apelativos,
como Verbo de Dios, o Hijo de Dios" (op. cit. p. 503).
3
Schillebeeckx, E., Jesús, la historia de un viviente, Brescia, 1974, p. 694, escri-
be: "Por más íntima que tal unión con Dios pueda parecer en un hombre his-
tórico, nunca podremos hablar de dos componentes: humanidad y divinidad, si-
no solamente de dos aspectos totales: humanidad real en la cual se realiza el ser
de Dios, en este caso el ser del Padre. Batirse por la divinidad de Jesús en un
mundo que ya puede pasarse sin Dios, puede llegar a ser a priori, una batalla
perdida, desconociendo además el intento más profundo de la economía de la
salvación, es decir, la voluntad de Dios de venir hacia nosotros precisamente de
modo humano, con el objeto —se entiende— de ayudarnos a encontrarlo.'
4
Según P. Schoonenberg, Un Dios de hombres, Brescia, 1971, p. 98 y ss. En Cris-
to, no es la naturaleza humana la que subsiste en Dios, es decir en la persona
del Verbo, sino que Dios subsiste en la persona humana. "Ahora, en Cristo —
escribe— no es la naturaleza humana, sino la divina que es declarada
anhipostática (es decir, sin una existencia propia)... Esta interpretación podría
ser llamada la teoría de la enhipóstasis del Verbo, o en otras palabras la teoría
de la presencia de la Palabra divina, o de Dios en su Palabra, en Jesucristo." Se
trata de sustituir las dos naturalezas de una sola persona con la presencia de
Dios que todo lo gobierna en esta persona humana. Se trata entonces de una
157
Jesucristo, el Santo de Dios
158
Raniero Cantalamessa
misas, la afirmación que sigue, es decir que "el Verbo de Dios es el fundamen-
to que soporta toda la figura de Jesús" (op. cit. p. 697); se trata, en efecto, de
un fundamento inexistente, o que solamente existe desde el momento del na-
cimiento humano de Cristo. A su vez P. Schoonenberg escribe: "Todo lo que se
nos asegura, sobre la persona divina y preexistente del Hijo por parte de la Es-
critura, de la Tradición y del Magisterio, no se podrá oponer jamás a lo que se
nos anuncia sobre la persona de Jesucristo: que Él es una persona, y precisa-
mente una persona humana. Lo que se afirma de la persona divina preexisten-
te no podrá nunca anular esta única y humana persona" (op. cit. p. 92). Todo
lo que se lee, en la Biblia, sobre el Hijo de Dios o del Verbo preexistente tiene
que entenderse referente al Jesús histórico. Es en Jesús que el Hijo de Dios se
hace persona. Antes existía, a lo sumo, como un modo o una potencialidad en
Dios. El Hijo de Dios no preexiste, sino que deviene con y en Jesús de Naza-
ret (cf. op. cit. p. 96).
6 Cf. H. Küng, op. cit. p. 540: "La fe monoteísta, heredada de Israel y compar-
tida con el islam, no se debe extinguir en ninguna doctrina trinitaria. ¡No hay
otro Dios fuera de Dios!" "Peculiar en el cristianismo no es el elemento trini-
tario, sino el cristológico" (ib. p. 537). "Podríamos buscar en vano en el Nuevo
Testamento —escribe el mismo autor— la exposición de una doctrina mitoló-
gica biteísta" (p. 502). "Las concepciones míticas de entonces alrededor de la
existencia celeste, pretemporal, ultramundana, de un ser emanado de Dios,
acerca de un 'teo-drama' recitado por dos (y hasta por tres) personajes divinos,
ya no pueden ser las nuestras" (p. 505).
159
Jesucristo, el Santo de Dios
7
"¿Podemos decir —escribe Schoonenberg— que Dios es ya trinitario en su
preexistencia? Parecería que no. Muchos se remontan a la Trinidad preexisten-
te procediendo desde la divinidad de Cristo y del Espíritu que Él nos ha dona-
do; pero en este proceso utilizan un concepto de inmutabilidad divina que ofre-
ce a la crítica muchos puntos débiles. Este motivo no da derecho a llegar a la
conclusión de que Dios sea trinitario ya en su preexistencia" (op. cit. p. 93).
"Los títulos cristológicos del Nuevo Testamento pueden ser interpretados en el
sentido de que el Logos sólo a partir de la encarnación obtiene su ser persona
respecto del Padre (su ser Hijo). Con esto no se le quita nada a su divinidad
definida en Nicea, siempre que se pueda hablar de un divino volverse persona
del Logos" (P. Schoonenberg, Monophysitisches und dyophysitisches Sprechen
über Christus, en Wort und Wahreit 27, 1972, p. 26l). E. Schillebeeckx, op. cit.
p. 708, no comparte esta conclusión de Schoonnenberg escribiendo que "no es
sólo en la encarnación de Jesucristo que Dios se vuelve trinitario" y que ésta es
una idea que él "no consigue siquiera pensar". Pero, francamente, tampoco en
él puede verse cuál puede ser la alternativa a esa conclusión tan radical de
Schoonnenberg. Si esta alternativa existe, es verdaderamente, como la define él
mismo, una teología a la tercera potencia, es decir prácticamente inaferrable.
Por otra parte, lo que él excluye, es que Dios se vuelve trinitario sólo en la en-
carnación, no que se vuelva trinitario. Me parece que tenemos, en estos auto-
res el esquema cristológico dinámico y unitario de los alejandrinos (el Verbo
que se hace carne), pero lleno de un contenido típicamente antioqueno que es
el de la absoluta integridad, física y personal, de la naturaleza humana de Cris-
to. A la tesis del Hijo de Dios que se vuelve carne, se opone, precisamente, la
tesis de la carne que se vuelve Hijo de Dios.
8
San Atanasio, Contra Arianos 1, 17-18 (PG 26, 48).
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9
San Antonio, Contra Arianos I, 8 (PG 26, 28).
1 0
San Atanasio, Ad Serapionem I, 28 (PG 26, 294).
1 1
Schillebeeckx, E., op. cit. p. 669.
1 2
Schillebeeckx, E., op. cit. 19. Este autor intentaba sustraer a Jesús del mono-
polio indebido de las Iglesias y escuchar sobre Él también las voces de afuera,
que nos proporcionan "una imagen que puede también ser piedra de parangón
para las imágenes que los fieles se han formado en el curso de los siglos de Je-
sús" (ib. p. 19). El intento en sí es bueno, pero el resultado ha sido, yo creo,
un tácito vuelco de las posiciones que se tienen Mt 16, en el diálogo entre Je-
sús y los apóstoles en Cesárea de Filipo. "¿Quién dicen —preguntó Jesús— los
hombres que es el Hijo del hombre?" Y la respuesta fue: "¡Un profeta!" Pero Je-
sús, aparentemente insatisfecho por esta respuesta, repite: "Y vosotros, ¿quién
decís que soy yo?" Y Pedro contesta por revelación divina: "¡El Hijo del Dios vi-
viente!". En la teoría que convierte a Jesús en profeta escatológico, las posicio-
nes parecen revertidas, como si el evangelista se hubiese equivocado al referir
el orden de las preguntas y las respuestas. La respuesta más veraz y satisfacto-
ria ya no es la de "Hijo del Dios viviente", sino la de profeta, no la de los Após-
toles, sino la de la gente de afuera.
1 3
San Jerónimo, Diálogos contra Luciferianos, 19 (PL 23, 181): "Ingemuit totus
orbis et arianusm se esse miratus est."
163
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1 4
Küng, H., op. cit. p. 505. Según este autor, la doctrina de la preexistencia es-
taba en el aire, en la cultura tardo-antigua. "¿En semejante clima espiritual no
debían parecer plausibles teorías análogas sobre la preexistencia de Jesús, Hijo
de Dios y Verbo de Dios? Pensar según categorías helenísticas de orden físico-
metafísico, era una actitud natural. El elemento mítico dio, en semajante con-
texto, un importante aporte, pero no llegó a imponerse por completo" (op. cit.
p. 503-504). Küng no dice sólo que las concepciones de Nicea ya no pueden
ser las nuestras, sino que tampoco pueden ser las nuestras las del cuarto Evan-
gelio. Lo que él define como teo-drama de varias personas divinas está aún más
acentuado en la descarnada definición de Nicea. Allí se habla, en efecto, de un
Padre que enseña a su Hijo, que lo envía al mundo, que lo espera y de un Hi-
jo que mira lo que hace el Padre, que está con Él en la Creación... No creo que
se pueda explicar todo esto diciendo "que no se disponía entonces de otros ins-
trumentos conceptuales" (op. cit. p. 507).
164
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1 5
San Ireneo, Adver. Haereses, V, 1, 3.
1 6
Pablo de Samosata, Fragmento siriaco 26 (ed. H. de Riedmatten, Les actes du
procés de Paul de Samosate, Fribourg, 1952).
1 7
Símbolo del III Sínodo de Antioquía (ed. A. Hahn, Bibliothek der Symbole
und Glaubensregeln in der alten Kirche, 1962, p. 194.
166
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dios" 11
"Anatemizamos—se lee, además, en las fuentes— a los
que dicen que Cristo, como hijo de Dios, mediador e imagen de
Dios, no existe ab aeterno, sino que se ha vuelto tal, es decir Cris-
to e Hijo de Dios, sólo en el momento en que asumió de la Vir-
gen nuestra carne, es decir, desde hace menos de cuatrocientos
años." Contra el concepto de ellos acerca de una preexistencia
18
sólo intencional del Verbo, las fuentes ortodoxas escriben: "Si al-
guien dice que el Hijo, antes que María, existía sólo según previ-
sión y no que era engendrado por el Padre antes de los siglos pa-
ra ser Dios y por medio de Él hacer venir todas las cosas, sea ana-
tema." Por tanto, Fotino ya conocía la idea de una preexisten-
19
1 8
Ibídem.
1 9
Fórmula del Sínodo de Sirmio del 351 (ed. A. Hahn op. cit. p. 197). Además
de la expresión "según previsión" (Katá prognósin, prokatangeltikós), encontra-
mos también en las fuentes la expresión "a modo de anticipación" (prochresti-
kós).
2 0
Cf. San Hilario de Poitiers, De Trínitate, X, 21, 50 (PL 10, 358.385); contra los
que dicen que en Cristo la divinidad ha obrado "por gracia, como en un profe-
ta", cf. san Gregorio Nacianceno, Carta la Cledonio, 22 (PG 37, 180).
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2 1
La expresión "generado, no creado" (genitus, non factus) del credo de Nicea
tiene un significado polivalente y juzga prácticamente toda cristología. Dice, del
Hijo de Dios, lo que es y lo que no es. Todas las tentativas de explicar la divi-
nidad de Cristo a partir de algo sobrevenido a continuación y precisamente: a)
en la Creación del mundo (Arrio), b) en el nacimiento de María (Hipólito, Mar-
celo de Ancira), c) en el bautismo del Jordán y en la resurrección (adopcionis-
tas), todas estas tentativas están rechazadas por ese non factus, no hecho, es de-
cir no creado. Todas las cristologías, en las que se puede decir "que había un
tiempo en que el Hijo no estaba", están, de esta manera, anuladas para siempre.
Por otra parte, todas las tentativas de negar o de atenuar la divinidad de Cristo,
reduciéndolo a un profeta, o a un hombre en el que obra el Espíritu y la Pala-
bra de Dios, se encuentra anulada por ese genitus, generado, entendido en el
sentido fuerte y absoluto, como lo entendió el Concilio de Nicea. En esto, la de-
finición de Nicea no hace más que interpretar fielmente el cuarto Evangelio. Juan
se coloca a un paso del genitus, non factus de Nicea y es más, ya lo contiene.
El Jesús de Juan afirma: "Antes que Abraham fuese (genesthai), Yo Soy (Egó Ei-
mi) (Jn 8, 58). "Lo que debe hacerse notar aquí —escribe un eminente exége-
y
ta moderno— es, ante todo, la contraposición de los dos tiempos de verbos ge-
nesthai, llegar al ser, aoristo, y einai, ser, presente continuo. Con esto se quiere
decir que Jesús no puede ser colocado en la serie de personajes históricos, que
se ha iniciado con Abraham y se ha continuado con los profetas. Él afirma, no
sólo, ser el más grande de todos los profetas, superior también a Abraham, sino
que pertenece a otro orden de existencia. El verbo genesthai, devenir, no es apli-
cable, de ninguna manera, al Hijo de Dios. Él debe ser colocado fuera del con-
texto temporal. Se trata, en efecto, de uno que puede afirmar Egó eimi, expre-
sión que corresponde al 'antbü del Antiguo Testamento con la cual se califica-
ba el ser único y eterno de Dios mismo" ( C D. Dodd, La interpretación del IV
Evangelio, Brescia, 1974, p. 326). No son, por tanto, sólo la Tradición y los con-
cilios los que son rechazados con la idea de que han interpretado la fe según
esquemas y exigencias contingentes, sino que es la misma Escritura. La crítica de
R. Bultmann a la fórmula "Cristo es Dios", recordada más arriba, no se dirige en-
tonces sólo al concilio de Nicea, sino a algo con mayor autoridad aún. Su pre-
gunta, acerca de que si hubiera sido mejor evitar totalmente dicha fórmula, no
se dirige solamente a los Padres de Nicea, sino a los autores mismos del Nuevo
Testamento y, en particular, como se ha visto, a Juan.
170
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2 2
Según H. Küng, Nicea entendía condenar en Arrio sólo una forma de poli-
teísmo, no la negación de la plena divinidad y eternidad del Verbo, como si ver-
daderamente a Arrio le interesara "introducir con malas artes en el cristianismo
una nueva forma de politeísmo" (op. cit. p. 507). Según E. Schillebeeckx (op.
cit., p. 611), Nicea no sería más que un intento de interpretar la fe en base a la
praxis litúrgica y a la experiencia de salvación, sobreentendiendo, con esto, que
también hoy una interpretación de la divinidad de Cristo no puede venir más
que leyendo nuestra actual praxis y experiencia de salvación, distintas de las de
entonces. Contra esto se debe hacer notar que el argumento soteriológico fue
desarrollado sobre todo por Atanasio que escribe después, no antes, del conci-
lio de Nicea. La discusión conciliar no se basó principalmente sobre ese argu-
mento, sino sobre los textos de la Escritura. Si es verdad que el argumento so-
teriológico influyó en la definición del dogma cristológico, es también verdad
que fue la definición dogmática la que ayudó a desarrollar y a tomar concien-
cia de las implicancias cristológicas de la salvación.
171
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San Agustín, Confesiones, 1, 4.
2 4
San Agustín, Enarr. in Ps. 85, 12 (PL 36, 1090). Yo veo, por el contrario, en
la definición de Nicea e incluso antes, en Juan, las afirmaciones más demitifica-
doras que pueda haber sobre Dios. El Jesús de Juan dice: "Vosotros sois de aba-
jo, yo soy de arriba, vosotros sois de este mundo, yo no soy de este mundo"
(Jn 8, 23). Esto parece la quinta-esencia de un lenguaje mítico (abajo-arriba) y
en cambio, no es otra cosa que lo que entiende la moderna teología dialéctica
cuando habla, hoy, de la infinita diferencia cualitativa entre tiempo y eternidad,
entre Dios y el mundo.
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2 5
Küng, H., op. cit., p. 509.
2 6
Schillebeeckx, E., op. cit., p. 711.
2 7
Pascal, B., Pensamientos, 862, Brunschwicg.
173
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2 8
Küng, H., op. cit., p. 531.
174
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según el cual sólo el que es neutral frente a ella puede decir al-
go objetivo sobre la fe. Por todas las cosas nos basamos hoy so-
bre la experimentación, como criterio de comprobación de la ver-
dad, excepto para la fe. Se cree que los únicos que pueden de-
cir algo objetivo y fundado sobre la fe son los que están afuera,
los que la miran sólo desde el exterior, según el principio cientí-
fico de la neutralidad del estudioso frente al objeto de su propia
búsqueda. Nos comportamos a veces, respecto del creyente,
exactamente como obraríamos respecto de un loco. El último que
podría decir algo sobre la locura, evidentemente, ¡es el propio lo-
co! Se cree que el último que pueda decir algo válido sobre su
propia fe sea precisamente aquel que cree y que profesa la fe.
Juan escribía a los primeros cristianos: "En cuanto a vosotros,
estáis ungidos por el Santo y todos vosotros lo sabéis... La un-
ción que de Él habéis recibido permanece en vosotros y no ne-
cesitáis que nadie os enseñe" (1 Jn 2, 20.27). ¿Qué significan es-
tas palabras sobre el maestro interior? ¿Que cualquier cristiano lo
sabe todo y no debe aprender nada de los demás? Ciertamente
que no. También aquí el trasfondo es la comunidad cristiana y el
mundo. No necesitáis que nadie os instruya desde fuera de la un-
ción, es decir fuera del ámbito en que obra la unción, que es el
ámbito de la Iglesia; no necesitáis, ni podéis, en lo que atañe es-
pecíficamente a la fe, ir a la escuela de los del mundo que no
tienen la unción y que no creen.
Cierta hermenéutica se ha vuelto hoy el sitio donde la razón
toma su revancha sobre la fe. Con ella se toma con una mano lo
que la fe le ha dado a Dios con la otra. Basta afirmar, por ejem-
plo, sin ni siquiera tener que demostrarlo, que "todas las afirma-
ciones sobre la filiación divina, sobre la preexistencia, sobre la
mediación en la Creación o en la encarnación, muchas veces re-
cubiertas por sobreestructuras mitológicas propias de su tiempo,
en última instancia no tienen otro objeto que el de mostrar la ex-
traordinaria unicidad, originalidad, e insuperabilidad del llamado,
concretándose en Jesús, para que de golpe seamos dispensa-
3 0
3 0
Ibídem, p. 508 y ss.
177
Jesucristo, el Santo de Dios
3 1
Schillebeeckx, E., op. cit., 611 y ss.
3 2
Kierkegaard, S., Para el examen de st mismos, I, en Obras, por C Fabro, Flo-
rencia, 1972, p. 914.
178
Raniero Cantalamessa
179
Jesucristo, el Santo de Dios
180
Raniero Cantalamessa
3 3
Schillebeeckx, E., op. cit., p. 611: "El Cristianismo será vivo y auténtico úni-
camente si cada época, en base a la relación propia con Jesucristo, se pronun-
cia de nuevo por Jesús de Nazaret. Entonces es imposible fijar antes la esencia
de la fe cristiana, para luego, por así decirlo, en segunda instancia, interpretar-
la de modo que se adapte a nuestra época. El que, con las Iglesias cristianas,
confiesa el significado universal de la fe en Jesús, deberá entonces tener la hu-
mildad de adoptar también las dificultades que ello comporta; o bien deberá re-
nunciar a dicha pretensión de universalidad. Solamente estas dos posibilidades
son auténticas y coherentes. Aceptar la universalidad, y negar simultáneamente
el problema hermenéutico —y sostener entonces una sola definición exclusiva
de la esencia del cristianismo, ne varietur— no es un camino accesible, ni una
posibilidad auténtica; es por otra parte un desconocimiento y un vaciamiento
efectivo de la verdadera universalidad de la fe cristiana."
181
Jesucristo, el Santo de Dios
182
Raniero Cantalamessa
3 4
Schweitzer, A., Geschichte der Leben-Jesu-Forscbung, Munich, 1966, II, pp.
620 y ss.
183
Jesucristo, el Santo de Dios
184
Raniero Cantalamessa
3 5
Cf. K. Rahner, Chalkedon-Ende oderAnfang?, en DasKonzil von Chalkedon,
III, Würsburg, 1954.
3 6
Cf. San Agustín, De Trinitate, VII, 6, 11 (PL 42, 943 y ss.).
185
Jesucristo, el Santo de Dios
186
Raniero Cantalamessa
3 7
San Agustín, Enar. en Ps. 120, 6 (PL 36, 1609).
187
Jesucristo, el Santo de Dios
3 8
cf. Anónimo, La nube del no saber, 7, ed. ital., Milán, 1981, pp. 142 y 55.
188
• de autores
• temático
• general
ÍNDICES
índice de autores
Adamantius, 90.
Adeste fideles, 134.
Agustín (s.), 28, 33, 48, 52, 60, 65, 76, 79, 81, 83, 96, 104, 107,
120, 134, 143, 172, 185, 187.
Alfonso de Ligorio (s.), 137.
Angela de Foligno (b.), 136, 143.
Anónimo, La nube del no saber, 188.
Apeles, 37.
Apolinario de Laodicea, 39.
Arrio, 156, 165, 169.
Artemón, 166.
Atanasio (s.) 20, 160, 163.
191
Catalina de Siena (s.), 87.
Celso, 71.
Cipriano (s.), 137.
Cirilo de Alejandría (s.), 44.
Claudel R, 123.
Clemente (s.), 90.
Eckhart, 138.
Eusebio de Cesárea, 70.
Extractos de Teodoto, 94.
Fabro, C, 99.
Fórmula del Sínodo de Sirmio, 167.
Fotino, 166.
Francisco de Asís, 53, 102, 103.
192
Hilario de Poitiers (s.), 167.
Hipólito Romano, 170.
Horkheimer M., 87.
Husserl E., 119.
193
Marción, 37.
Máximo, el Confesor (s.), 95, 97 y ss.
Tagore, 147.
Teodoto de Bizancio, 94.
Teresa de Ávila (s.), 138.
194
Tertuliano, 9, 37, 38, 90.
Tomás de Aquino (s.), 120, 131.
195
índice temático
Adopcionismo, 166.
Alma de Cristo, 15, 38.
Amor, de concupiscencia y de amistad, 131, 140, 145.;
por Jesús, 129 y ss;
actividad propia de los bautizados, 145 y ss;
perfección del a. de Cristo, 18 y ss.
Apolinario de Laodicea, herejía de, 39.
Arrianismo, 153, 171, 173;
la fórmula arriana "había un tiempo en que el Hijo no
existía", 170, 186.
Artemón, herejía de, 166.
197
Densificación, 172.
Deseo de santidad, 33.
Dichos de Jesús, auténticos y no auténticos, 60.
Dios, Padre del cosmos, de Israel, de Jesucristo, 162;
"no abandona si no es abandonado", 65;
devenir Trino de Dios, 160;
amor por Dios y amor por Cristo, 135 y ss.;
el "Dios de segundo rango", 168.
Divinidad de Cristo hoy, 57 y ss.;
la fe de los cristianos es la divinidad de Cristo., 187.
Docetismo, 35 y ss., 43, 166.
Dogma, cristológico, 5 y ss.;
origen del d. de las "dos naturalezas", 88 y ss.;
d. y Escritura, 6, 8, 44;
fuerza del d., 49;
los dogmas "estructuras abiertas", 6, 115, 152;
"anticuerpos" de la Iglesia, 152;
los dogmas, ¿tesis o hipótesis?, 153, 176;
valor apofático del d., 185.
Ebionismo, 166.
Ecumenismo, 186.
Edificación, 29.
Encarnación, y amor de Dios, 137;
y misterio pascual, 44, 49;
punto de intersección entre eternidad y tiempo, 96.
Enhipóstasis, teoría de la e. del Verbo, 157.
Entero, "lo necesito todo entero", 188;
"Yo soy" (Ego Eimi) del IV Evangelio,
Escándalo, fe en la divinidad de Cristo y posibilidad de e., 71,
77.
Escritura y Tradición, 7, 159.
Escuela de historia de las religiones, 68.
Esencia, mística de la e. divina, 138, 141.
198
Espíritu Santo, 27, 34, 64, 73 y ss., 80 y ss, 123, 143, 188;
"luz de los dogmas", 7 y ss.;
"anticipo de eternidad", 106 y ss.;
Espíritu Santo y plausibilidad racional en teología, 174.
Eternidad, grito del .despertar cristiano, 85 y ss.;
"partícipes de la e. divina", 97.
Eucaristía, 28, 122, 145.
Evangelización, 10, 111, 151 y ss., 187.
Existencia, y esencia, 88, 93, 119, 123;
y tiempo, 94;
el descubrimiento de la e., 122.
Existencialismo, 88, 134.
199
Historia y Espíritu, 173.
Hombre, nuevo, 49 y ss.;
"imagen de la imagen de Dios", 46;
"ser finito, capaz de infinito", 105;
¿ser-para-la-muerte o ser-para-la-eternidad?, 96;
concepto moderno secular de h., 41 y ss.;
h. como naturaleza, proyecto y vocación, 42, 45, 50.
Homoousios, 171, 185.
Humanidad, de Cristo y santidad, 11 y ss.;
asunción de la h., 40.
Humanismo, cristiano, 50;
ateo, 51;
"humanismo cristológico integral", 41.
Humildad y fe en la divinidad de Cristo, 65.
200
persona "divina" o persona "humana", 41;
"generado, no creado", 170;
Logos total, 69;
"perfecto en humanidad y perfecto en divinidad", 39, 44
y SS.;
"uno e idéntico", 43;
"una persona", 111 y ss.;
el Jesús histórico, 182;
el Jesús para los ateos, 41;
mediador, 28, 95;
luz del mundo, 62;
"única esperanza del todo mundo", 38;
causa y forma de nuestra santidad, 27;
don y modelo, 30;
el "Yo" de Cristo, 117;
gracia de Cristo, 27;
impecabilidad de Cristo, 15, 17, 39 y ss.;
trascendencia humana de Cristo, 41;
el nombre de Jesús, 123 y ss.
Juan, Evangelio de, 68 y ss.
Judaismo, esquema teológico del, 168.
201
María y el IV Evangelio, 69.
Mediación de Cristo, 140.
Memoria de Jesús, 145 y ss.
Milenarismo y bimilenarismo, 188.
Mística, de la esencia divina, 138, 141;
renana especulativa, 138.
Modalismo, 166, 169.
Monoteísmo y doctrina de la Trinidad, 168, 176.
202
Religiones no cristianas, 139.
Resurrección y santidad de Cristo, 17 y ss., 73.
203
Trascendencia, "humana" de Cristo, 41;
t. e inmanencia, 95.
Trinidad, y cristología, 114;
y encarnación, 154;
homogeneidad de la T , 163.
204
índice general
Introducción
El héroe y el poeta 5
205
III "¿CREES TÚ?"
La divinidad de Cristo en el Evangelio de san Juan .57
206
VI. "¿ME AMAS?"
El amor por Jesús 129
207
Establecimiento Gráfico LIBRIS S.R.L.
MENDOZA 1523 (1824) • LANÚS OESTE
BUENOS AIRES • REPÚBLICA ARGENTINA
T a m b i é n en Editorial Lumen
L a g r a c i a está en t o d a s partes
James Stephen Behrens
Ser h u m a n o en plenitud.
L a m a y o r g l o r i a de D i o s
Joan Ciiittister
El desierto en la c i u d a d
Cario Carretto
U n viaje a la e s p e r a n z a
Jesús María Silveyra
D i a r i o de u n ermitaño
Thomas Merton
Semillas de e s p e r a n z a
Henri Nouwen
Palabras de m i s e r i c o r d i a
Rahner, Merton, Haring et al
Paz.
T e o l o g í a p a r a el n u e v o milenio
Walter Wink
Transformación.
Una dimensión olvidada
de la vida espiritual
Anselm Grün
En b u s c a de espiritualidad.
L i n c a m i e n t o s para u n a
espiritualidad cristiana
en el s i g l o X X I
Ron Rouieiser
S o p l a r s o b r e la herida
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Invitación a la belleza
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RANIERO
CANTALAMESSA
JESUCRISTO,
el Santo de D i o s
ISBN 950-724-418-2