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SICARIO 5 PUNTOS

EE.UU., 2015

Dirección: Denis Villeneuve

Guión: Taylor Sheridan

Fotografía: Roger Deakins

Duración: 121 minutos

Intérpretes: Emily Blunt, Benicio del Toro, Josh Brolin, Victor Garber, Jon Bernthal

Por Horacio Bernades

En el momento mismo en que aparece en escena, tomado primero de espaldas y recién después
de frente --con la clase de mirada ladeada que la imagen estándar otorga al que oculta algo o
mucho--, cualquiera se da cuenta de que ese señor que dice representar al Departamento de
Estado no juega con cartas de curso legal. Más todavía si lo encarna Josh Brolin, que siempre
parece estar guardándose uno o más ases. Qué y cuánto oculta, cuándo, cómo y por qué va a
querer trampear a esa Bambi con chaleco antibalas que es Kate Macer (que más que agente del
FBI parece agente de tránsito, por su nivel de ingenuidad) es lo que queda por develar en el
siguiente par de horas de este thriller de narcos y antinarcos, de uno y otro lado de la frontera
entre El Paso y Ciudad Juárez. Thriller que por sus aires de seriedad parecería encaminado a
destapar connivencias bastante más graves, de mucho más alto nivel, que las un poco de
entrecasa que finalmente trama.

Dirigida por el canadiense Denis Villeneuve --quien tras ese festival del golpe bajo políticamente
correcto llamado Incendios (2010) saltó a Hollywood con la dupla de Prisioneros y El hombre
duplicado, ambas de 2013--, Sicario arranca con un primer acto de denso clima amenazante. Un
comando del FBI, conducido por la agente Macer (Emily Blunt, obligada a la expresión de asombro
de una alumna de jardín) se topa, en el desierto de Arizona, con un hallazgo tan macabro que les
revuelve el estómago a todos. Suena un poco forzado que eso les ocurra a miembros de una
brigada especial, pero el carácter truculento le permite cumplir su función persuasiva sobre el
espectador. La cosa se torna más persecutoria a partir del momento en que sus superiores ponen
a Macer en manos de Brolin, que la interroga como si fuera ella la culpable.

Cierra ese primer acto el operativo que tiene a narcos mexicanos por objetivo, y que podría llevar
del otro lado de una frontera tan real como simbólica. Participan de él un tipo que no se sabe a
qué intereses responde (Benicio del Toro, suavemente siniestro) y un montón de comandos a los
que uno no quisiera tener de amigos, mucho menos de enemigos. Quienes lo conducen advierten
reiteradamente que las posibilidades de que el ficcional Cartel de Sonora intente asesinarlos son
tantas como las de que Boca Juniors salga campeón este año. Por las dudas que no haya quedado
claro, en Ciudad Juárez los reciben cuatro cuerpos desmembrados, colgados de un puente.
Toda esa primera mitad, que se remata con un tiroteo muy bien construido, está vista a través de
los ojos de la inexperta Macer. Punto de vista que permite al espectador hallar un alter ego que lo
represente. Aunque, claro, el espectador difícilmente comparta su curiosa tendencia a creerles
todo a sus superiores. A partir del momento en que consuman su objetivo, el protagonismo se va
desplazando de Macer a Medellín, seudónimo con el que en los bajos fondos fronterizos conocen
al personaje de Del Toro. Medellín tiende a ejercer sobre la trama el efecto de una aspiradora,
chupándose la identificación que, mal que mal, el personaje de la agente permitía generar. Y todo
para consumar una venganza demasiado chiquita, en relación con la densidad dramática a la que
este thriller algo infatuado aspira.

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