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Silencio y Secreto en la

Tradición cristiana*
JACOPO AMMI

“Necio que calla es tenido por sabio, el que cierra sus labios es
inteligente”. (Prov, 17,28)

“Todo tiene su momento, y cada cosa su tiempo bajo el cielo. (...)


su tiempo el hablar y su tiempo el callar”. (Eclesiatés 3, 1 y 7)

“Se pronto para escuchar, y tardo en responder. Si sabes algo,


responde a tu prójimo, si no, mano a la boca. Hablar puede traer
gloria y deshonra, porque la lengua es la ruina del hombre. Que
no te llamen murmurador, no enredes a los demás con tu lengua,
porque sobre el ladrón cae la vengüenza, y una severa condena
sobre el que habla con doblez”. (Eclesiástico 5, 13-15)

“Bueno es esperar en silencio, la salvación de Yavhé”. (Lam 3, 26)

“Limitaos a decir: Sí, Sí; No, No. Pues lo que pasa de aquí pro-
viene del Maligno”. (Mat 5, 37)

“Tenedlo presente, hermanos míos queridos: que cada uno sea


diligente para escuchar y tardo para hablar y para la ira.” (St, 1,19)

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Silencio y Secreto en la Tradición cristiana

INTRODUCCIÓN

La palabra silencio, proviene del sustantivo latino silentium. En


latín, existían dos verbos con el significado de: “hacer silencio, callarse
o callar”, estos eran: silere y tacere. “Silere tenía el significado de sere-
nidad, de no movimiento, un silenciarse impersonal. Tacere, por el con-
trario un callar “activo”, una voluntad que pretendía antes bien la disci-
plina del no hablar con el propósito de ajustar, o por así decir, de anular
las disonancias producidas por todo que rodea al ser humano”1. Aún,
“Podría pensarse que el silentium es la lógica de la nada, su correspon-
diente, pero resulta, bien al contrario, un atento escuchar en todas las
direcciones, advertir, lo más desnudadamente posible, la voz en la que se
ha vaciado cuanto existe. No puede concebirse como una oposición de la
palabra ni como una pausa o interrupción del habla, ni tan siquiera como
el reverso del ruido ni tomarse como un concepto sinónimo de estatici-
dad. Es antes que otra cosa, un estado mental, un mirador que permite
captar toda la amplitud de nuestro límite y, sin embargo, no padecerlo
como línea última. Estar sosegado en lo limitado es tarea del silencio”.2

Hoy dia, resulta paradójico escribir sobre el silencio, tanto por su


naturaleza intrínsecamente inefable, como por la profunda aversión ante
el mismo que experimenta el hombre moderno. Seguramente la hipertro-
fia activista y la sugestión lúdico-técnica propia de nuestro tiempo tendrá
algo que ver en ello. Este rechazo visceral del silencio, en tanto que con-
dición imprescindible para la contemplación se manifiesta en nuestros
días en la tendencia centrífuga (huida del centro), extrovertida (volverse
hacia fuera) y dispersa (opuesta a concentrada), está íntimamente ligado
al miedo a la soledad. Hoy nadie quiere estar solo, ni social ni mental-
mente, hemos excluido el silencio y nos entregamos a todo tipo de entre-
tenimiento para huir de nuestro interior, razón por la que muchas personas
1
Ramón Andrés, No sufrir compañía. Escritos místicos sobre el silencio, Editorial
Acantilado. Barcelona, 2010. Página 13.
2
Ibídem pág. 11.

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Jacopo Ammi

jamás alcanzan el centro de su ser, pues les da miedo encontrarse consigo


mismos, en la soledad del corazón, encontrándose desterrados de su ver-
dadera existencia, sumidos en la ignorancia de sí mismos.

Respecto a la relación entre silencio y soledad creemos oportunos


traer a colación estas palabras de René Guénon: “En cuanto a la soledad,
conviene señalar de entrada que su asociación con el silencio es en cierta
manera normal y hasta necesaria, y que, incluso en presencia de otros
seres, aquél que hace en él el silencio perfecto forzosamente se aísla de
ellos por eso mismo; por lo demás, silencio y soledad también se hallan
implicados uno y otra igualmente en el significado del término sánscrito
mauna, que es sin duda, en la tradición hindú, el que se aplica más exac-
tamente a un estado como el del que hablamos presentemente”.3

En nuestra opinión la exhortación y la obligación de guardar silen-


cio tiene varios significados. En primer lugar, el silencio tiene una justi-
ficación moral (practicar la virtud y abstenerse del pecado) relacionada
con la obediencia, con la disciplina, es decir con el sometimiento de la
voluntad humana a la divina. De esta manera, de lo que se trata es humi-
llar al ego, al adversario interior, al “dragón” al que hay que combatir en
el interior del alma humana4, privándole de su sustento principal: la ver-
borrea incesante y el discurso mental ininterrumpido y recurrente que ali-
mentan el carácter ilusorio del ego.

Pero más allá de esta interpretación, pensamos que la verdadera


razón del mismo estriba en su dimensión metafísica. Creemos que se
podría establecer una analogía o equivalencia entre el ternario: No Ser-
noche-silencio y su correspondencia Ser-día-palabra, siendo este último
ternario una afirmación o manifestación del primero. Pues como dice
Guénon: “La multiplicidad, siendo inherente a la manifestación, y acen-
3
René Guénon, Mélanges, Gallimard, París, 1990, pág. 45.
4
Ananda K. Coomaraswamy, ¿Quién es Satán y dónde está el infierno?, Letra y
Espíritu nº3, Barcelona, 1999.

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tuándose tanto más, si puede decirse, cuanto más se desciende a grados


inferiores de ésta, aleja pues necesariamente de lo no manifestado; por lo
que el ser que quiere ponerse en comunicación con el Principio debe ante
todo hacer la unidad en él mismo, tanto como sea posible, por la armoni-
zación y el equilibrio de todos sus elementos, y debe también, al mismo
tiempo, aislarse de toda multiplicidad exterior a él. La unificación así rea-
lizada, incluso si no es todavía más que relativa en la mayor parte de los
casos, no deja de ser, según la medida de las posibilidades actuales del ser,
una cierta conformidad a la “no dualidad” del Principio; y, en su límite
superior, el aislamiento toma el sentido del término sánscrito kaivalya,
que, expresando al mismo tiempo las ideas de perfección y totalidad, llega,
cuando posee toda la plenitud de su significado, a designar el estado abso-
luto e incondicionado, el del ser que ha accedido a la Liberación final”.5

Es necesario pues volver al silencio, a ese clima interior de silencio


que hace que resuene en las profundidades del espíritu la llamada miste-
riosa de Dios y la posibilidad de ir a su encuentro. Un silencio que acalle
resonancias agresivas y resentimientos, que nace de la humildad y des-
pierta la caridad hacia los demás. Porque sólo la experiencia vivida en
nuestra soledad interior nos capacita para encontramos con Dios y con
nosotros mismos. Un silencio, en fin, donde mora el misterio.

Presentamos a continuación una selección de textos cristianos que


versan sobre el silencio, precedidos acompañados de un breve comentario
correspondiente, así como de una sucinta biografía del autor del mismo.

5
René Guénon, Mélanges, Gallimard, París, 1990, págs. 45-46.

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Jacopo Ammi

I) SENTENCIAS DE LOS PADRES DEL DESIERTO6

Con el Edicto de Milán (313), se pone fin a las persecuciones del


Imperio Romano contra los cristianos y comienza un periodo de toleran-
cia religiosa que finalizaría con la proclamación del cristianismo como
única religión oficial del Imperio (Edicto de Tesalónica, 392). En este
contexto se inicia el movimiento ascético de los Padres del desierto. Se
trata de un conjunto de monjes (hombres y mujeres), ermitaños y anaco-
retas, que abandonaron la vida decadente y disoluta de las ciudades
viviendo en las soledades del desierto y llevando una vida de renuncia,
disciplina (ascesis) oración y contemplación para así alcanzar la llamada
hesykia (o paz interior). Tal fenómeno se produjo primero en los desiertos
de Siria, Egipto, Palestina y más tarde en la región de Capadocia (actual
Turquía). A estos monjes se les conoció como “Padres” (abba) o
“Madres” (amma) del desierto. De la mayoría de ellos, apenas se tienen
datos biográficos; otros como con San Antonio Abad (251-356) célebre
por su biografía escrita por San Atanasio (Vida de San Antonio) o San
Simeón el Estilita (390-459), famoso por permanecer vivo 37 años enci-
ma de una columna de 17 metros de altura, se convirtieron en paradigma
de la vida ascética.

La vida y obra de estos Santos del desierto tendrá gran resonancia


en la espiritualidad cristina por su radicalidad y autenticidad de vida. Una
vida repleta de proezas, ayunos, penitencias, visiones extáticas, aparicio-
nes divinas, combates contra el diablo, etc.

Con posterioridad, sus dichos o sentencias (apotegmas) que reco-


gen también aspectos de su vida ascética fueron recopilados y traducidos
a numerosos idiomas. Presentamos a continuación una selección de apo-
tegmas relacionados con el tema objeto de este artículo.

6
Sentencias de los Padres del Desierto, Editorial Desclée de Brouwer, 2ª edición
revisada, Bilbao.

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Silencio y Secreto en la Tradición cristiana

El dominio de sí mismo se manifiesta en la guarda de la lengua

7- Se decía del abad Agatón que durante tres años se había metido
una piedra en la boca, hasta que consiguió guardar silencio.

13- Se contaba lo siguiente del abad Dióscoro de Namisias: “Comía


pan de cebada y de harina de lentejas. Y cada año se ponía la observancia
de una práctica concreta. Por ejemplo, no ir en todo el año a visitar a
nadie, o no hablar, o no tomar alimentos cocidos, o no comer ni frutas ni
legumbres. Y así procedía en todas sus obras. Y apenas terminada una
cosa, comenzaba otra, y siempre durante un año”.

27- El abad Macario el mayor, decía en Scitia a los hermanos:


“Después de la misa en la iglesia, huid, hermanos”.Y uno de ellos le pre-
guntó: “¿Padre, dónde podremos huir más lejos de este desierto?”. El
abad puso su dedo en la boca y dijo: “De esto, os digo, que tenéis que
huir”. Y él entraba en su celda y cerrando la celda se quedaba.

39- Un día el abad Sisoés decía con parresía: “Créeme; hace treinta
años que no ruego a Dios por mis pecados, sino que le digo en mi oración:
‘Señor Jesucristo, defiéndeme de mi lengua’. Pero hasta ahora, caigo por
causa de ella y cometo pecado”.

44- El abad Sisoés decía: “Nuestra verdadera vocación es dominar


la lengua”.

49- El mismo dijo: “El monje que no retiene su lengua en los


momentos de ira, tampoco dominará las pasiones de la carne cuando lle-
gue el momento”.

50- Decía también: “Es mejor comer carne y beber vino que comer
la carne de los hermanos murmurando de ellos”.
Jacopo Ammi

51- Decía también: “Que tu boca no pronuncie palabras malas, pues


la viña no tiene espinas”.

59- Un anciano cayó enfermo y no pudo tomar alimento durante


muchos días. Su discípulo le pidió permiso para prepararle algo que le
reconfortase. Fue y le preparó una papilla con harina de lentejas. Había
allí colgado un vaso que contenía un poco de miel y otro lleno de aceite
de lino que olía muy mal y que sólo servia para la lámpara. El hermano
se equivocó y en vez de miel echó en la papilla el fétido aceite. Al gustarlo
el anciano no dijo nada y siguió comiendo en silencio. Y el hermano le
insistía para que comiese más. Y el anciano haciéndose violencia volvió a
comer. Insistió el hermano por tercera vez, pero el anciano rehusó dicien-
do: “De veras, hijo, no puedo más”. El discípulo le animaba diciéndole:
“Padre, está muy bueno, voy a comer contigo”. Y al probarlo, y compren-
der lo que había hecho, se arrojó rostro en tierra, diciendo: “¡Ay de mí,
padre!, te he asesinado, y me has cargado con este pecado porque no has
dicho nada”. Y el anciano respondió: “No te angusties, hijo; si Dios hubie-
ra querido que comiese miel, tú hubieras puesto miel en esta papilla”.

No todo el que habla falta al silencio


y no todo el que calla guarda silencio

51- Decía también: “Es hombre aquel que se conoce a sí mismo”.


Y añadió: “Hay personas que parecen guardar silencio, pero su corazón
condena a los demás. En realidad están hablando sin cesar. Otros hablan
desde la mañana hasta la noche y sin embargo guardan silencio”. Esto
dijo porque él nunca hablaba más que para el provecho de los que oían.

No hay nada mejor que callar

58- Un hermano preguntó al abad Pastor: “Si veo una cosa, ¿crees
que debo decirla?”. El anciano le respondió: “Escrito está: ‘El que res-
ponde antes de escuchar se busca necedad y confusión’ (Prov 18,13).
Habla si te preguntan. Si no te preguntan, calla.”

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Silencio y Secreto en la Tradición cristiana

18- Contaba el abad Pastor que el abad Moisés preguntó al hermano


Zacarías, cuando éste estaba a punto de morir: “¿Qué ves?” Y él contestó:
“Veo que no hay nada mejor que callar, Padre”. Y le respondió el abad:
“Es verdad, hijo mío, guarda silencio”. A la hora de su muerte, el abad
Isidoro que estaba junto a él mirando al cielo, dijo: “Alégrate, hijo mío
Zacarías, porque se han abierto para ti las puertas del Reino de los cielos”.

El silencio puede edificar más que las palabras

3- Cuando el abad Amoés iba a la iglesia no permitía que su discí-


pulo caminase a su lado. Debía seguirle de lejos y si se acercaba para pre-
guntarle alguna cosa, le respondía con brevedad y enseguida lo enviaba
detrás de sí. Decía: “No sea que hablando de algo que sea de utilidad al
alma, nos deslicemos en algún tema que no sea conveniente. Por eso no
te permito que te quedes a mi lado”.

4- Al comenzar una entrevista, preguntó el abad Amoés al abad


Arsenio: “¿Cómo me ves en este momento?” Arsenio le contestó: “Como
un ángel, Padre”. Más tarde le volvió a preguntar: “Y ahora, ¿cómo me
ves?” Y Arsenio le dijo: “Como si fueras Satanás, porque aunque tu con-
versación ha sido buena, ha sido como una espada para mí.”

42- Teófilo, de santa memoria, obispo de Alejandría, vino en cierta


ocasión a Scitia. Los hermanos, que estaban reunidos, dijeron al abad
Pambo: “Di unas palabras al obispo para que quede edificado de este
lugar”. Y el anciano respondió: “Si no queda edificado por mi silencio,
tampoco lo hará por mis palabras”.

Saber callar es digno de alabanza

7- Decían del abad Hor: “Nunca ha mentido, jamás hizo ningún jura-
mento, nunca maldijo a nadie, jamás habló a nadie si no era necesario”.

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8- El abad Hor decía a su discípulo: “Cuida de no traer a esta aldea


ninguna palabra profana”.

Calla y te salvarás

10- Un ermitaño salió al desierto vestido sólo con un saco de lino.


Después de tres días de marcha, subió a uña roca y vio a un hombre que
pacía como una bestia, en medio de una pradera verde. Bajó sin que le
viera y se abalanzó sobre él. Pero el anciano, como estaba desnudo y no
podía sufrir el olor a hombre, a duras penas pudo escapar de sus manos y
huyó. El hermano salió tras él gritando: “Espérame, que te sigo por amor
a Dios”. Pero el otro se volvió y le dijo: “Y yo te huyo por amor de Dios
también”.

El hermano se quitó la túnica y continuó la persecución. Al ver el


anciano que se había quitado el vestido, se detuvo y cuando estuvo cerca
le gritó: “Cuando te despojaste de lo que venía del mundo, te he espera-
do”. “Padre, dijo entonces el hermano, dime una palabra para salvarme”.
Y el otro le contestó: “Huye de los hombres, calla y te salvarás”.

II) SAN JUAN CLÍMACO7

Reproducimos a continuación el undécimo escalón de la Santa


Escala. En este capítulo el autor condena la locuacidad y la verborrea
como origen de la vanidad, de la ignorancia y de los demás pecados. Por
el contrario, exalta el silencio como fundamento de la oración y de la vida
espiritual. Creemos que la claridad expositiva y la elocuencia de San Juan
Clímaco sobre el tema que nos ocupa nos dispensa de hacer más comen-
tarios al respecto.
7
Ver nota biográfica en el nº 39 de Letra y Espíritu. Citas tomadas de San Juan
Clímaco, La Santa Escala, Editorial Apostolado Mariano, Colección Ichtys, Buenos
Aires, 1990.

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Undécimo escalón: de la locuacidad y el silencio

1. Ya hemos visto cuan peligroso es juzgar al prójimo y cómo este


vicio alcanza aun a los de apariencia espiritual; aunque se puede agregar
que ellos son juzgados y atormentados con su propia lengua. Ahora me
resta decir que ella es la causa de este vicio y explicar rápidamente que
por esa puerta es por donde entra y sale.

2. La locuacidad es la silla de la vanagloria, sobre la que ella se des-


cubre y se muestra. Es la marca de la ignorancia, puerta de la calumnia,
madre de la villanía, servidor de las mentiras, reina de la contrición, artí-
fice de la pereza, destierro de la meditación y destrucción de la plegaria.

3. Por el contrario, el silencio es madre de la oración, reparo de la


distracción, examen de los pensamientos, atalaya de enemigos, incentivo
de la devoción, compañero perpetuo del llanto, amigo de las lágrimas,
recordatorio de la muerte, pintor de tormentos, inquisidor del juicio divi-
no, sostén de la santa tristeza, enemigo de la presunción, esposo de la
quietud, adversario de la ambición, auxiliar de la sabiduría, obrero de la
meditación, progreso secreto para un secreto acercamiento a Dios.
4. El que conoce sus pecados cuida su lengua, pero el charlatán aún
no se conoce como debe.

5. El amante del silencio se acerca a Dios, y en lo secreto de su


corazón reconoce Su luz.

6. El silencio de Jesús confundió a Pilatos: “La voz baja y humilde


conforta el alma, mientras que la vanagloria la destruye”.

7. San Pedro dijo una sola palabra, por la que luego lloró al recordar
lo que está escrito: “Observaré mis caminos para no pecar con mi lengua”
y “Caer por la propia lengua es como caer de lo alto”.

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8. No quiero detenerme mucho en este punto, aunque las artimañas


de este vicio incitan a ello. Hablaba yo con un gran hombre (cuya opinión
tenía mucho valor para mí) de la paz de la vida solitaria. La murmuración,
me decía, conviene recordar que se engendra en el hábito de la charlata-
nería, o en la vanagloria, y finalmente en la gula, porque el mucho hablar
siempre anda junto al mucho comer. De allí que muchos que consiguieron
refrenar su apetito, lograron también refrenar su lengua.

9. El que se ocupa de la muerte acorta las palabras; y aquél que alcanza


la virtud de la aflicción del alma, huye de la murmuración como del fuego.

10. El que ama la soledad, permanece callado; pero aquel que se


complace en el trato con los hombres, es sacado de su celda por su pasión.

11. El que ya sintió el ardor del fuego del Espíritu Santo, huye del
trato de los hombres mundanos como la abeja del humo, pues como el
humo daña a los insectos, así la compañía de los hombres es perjudicial
al recogimiento. El agua de un río no corre derecho si no tiene un cauce
por donde hacerlo ni riberas que lo detengan. Pocos hombres pueden
sofrenar su lengua y afrontar a tan peligroso enemigo.

III) SAN BERNARDO DE CLARAVAL8

Si la vida cisterciense estuvo totalmente orientada hacia el encuen-


tro mutuo del Creador y su criatura espiritual, es normal que San
Bernardo atribuya la mayor importancia a la soledad y al silencio. Y esto
porque toda búsqueda de Dios implica interioridad y recogimiento para
poder llevar a cabo la voluntad divina. Este recogimiento en lo íntimo de
la conciencia es requisito imprescindible para pasar al encuentro con
8
Ver nota biográfica en el nº 39 de Letra y Espíritu. Citas tomadas de San Bernardo,
Obras completas, Tomo V, Sermones sobre el Cantar de los Cantares, BAC, Madrid,
1984.

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Dios. De aquí que sea necesario potenciar este aspecto de la soledad y el


silencio en el conjunto de las demás motivaciones. La soledad y el silen-
cio son una preparación consciente y querida para la venida del Verbo al
alma que se desprende de las demás preocupaciones.

En San Bernardo aparece la idea constante de la íntima relación


entre la contemplación y la acción, decir, entre la experiencia de Dios y
la conducta de ella derivada. La mención al Espíritu que se presenta ante
nuestro espíritu como un Esposo celoso que solicita toda nuestra aten-
ción, va seguida de la descripción detallada de todo aquello que obstacu-
liza a nuestra conciencia, esa multitud de pensamientos y de juicios que
la invaden de continuo. El silencio, pues, es una observancia cisterciense
muy importante, de tal modo que San Bernardo lo considera el guardián
de la Religión.

Según el Abad de Claraval se puede abusar de la palabra por diver-


sos motivos: para distraerse, para imponerse con presunción, por vana-
gloria, por hablar mal con ironía, por quejarse del alimento, por confesar-
se pecador para parecer humilde, o para atraer la atención.

Sermón nº 40. 4-5 sobre el Cantar de los Cantares

4. ¿Por qué alas de una tórtola? La tórtola es una avecilla recatada


que no convive con varios, sino que vive feliz sólo con su pareja. Y cuan-
do la pierde, en adelante se queda solitaria. Por tanto, tú que escuchas
esto, no oigas en vano lo se escribió para ti y ahora se trata y expone para
ti. Si te sientes movido por estos impulsos del Espíritu Santo y te apasiona
convertir tu alma en esposa de Dios, esfuérzate por embellecer las dos
mejillas de tu intención. Imita a esta castísima avecilla, y quédate solo en
su soledad, como el Profeta, porque te has elevado sobre ti mismo. En
efecto desposarte con el Señor de los ángeles es superior a ti mismo. ¿O
no está por encima de ti estar unido al Señor y ser un espíritu con él?
Siéntate, pues, solitario como la tórtola. Que nada te turbe entre la muche-

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dumbre de los demás; olvida, incluso, tu pueblo y la casa de tu padre; y


el Rey se prendará de tu belleza.

¡Oh alma santa!, permanece solitaria y resérvate exclusivamente


para el Señor, a quien has elegido para ti entre todos. Huye de las gentes,
huye hasta de tus familiares; aléjate de los amigos e íntimos, hasta del que
te sirve. ¿No sabes que tienes un esposo muy pudoroso, que de ninguna
manera te regalaría con su presencia delante de otros? Aléjate, pues, pero
con el corazón, no corporalmente; con tu intención, con tu devoción, con
tu espíritu. El Santo Ungido del Señor, tu aliento, busca la soledad de tu
espíritu, no la del cuerpo, aunque a ratos, no está mal que te separes tam-
bién corporalmente, cuando puedas hacerlo con discreción, en especial
durante la oración.

El Señor te ha mandado cómo debes cumplirlo: Tú, cuando quieras


rezar, métete en tu cuarto, echa la llave y ora9. Él cumplió lo que dijo:
pasaba las noches orando a solas. No sólo se escondía de las turbas, tam-
poco admitía consigo a ninguno de sus discípulos ni familiares. Al final,
cuando se le venía encima la muerte, llevó consigo a sus tres más íntimos.
Pero se arrancó de ellos, porque deseaba orar. Haz tú lo mismo cuando
quieras orar.

5. Por lo demás, sólo te exige la soledad del corazón y del espíritu.


Estarás solo si no piensas en torpezas, si no te afecta lo presente, si des-
precias lo que angustia a muchos, si te aburre lo que todos desean, si evi-
tas toda discusión, si no te impresionan las desgracias, si no recuerdas las
injurias. De lo contrario, no te encontrarás solo ni en la soledad más abso-
luta. ¿Ves cómo puedes vivir solo rodeado de muchos y entre muchos
solo? Puedes estar solo por frecuente que sea tu trato con los hombres.
Líbrate únicamente de ocuparte en vidas ajenas como juez temerario, o
como espía curioso. Aunque sorprendas a alguién en la mayor atrocidad,
no juzgues a tu prójimo, más bien excúsalo. Si no puedes excusar su
9
Mat 6, 6.

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acción, excusa su intención, piensa que ha sido por ignorancia, por sor-
presa o debilidad. Cuando la certeza haga imposible toda excusa, amonés-
tate a ti mismo y haz esta reflexión: “Ha sido una tentación muy fuerte.
¿Qué habré hecho yo, si hubiese sido tan violenta conmigo?”.

Pero os recuerdo que hablo con la esposa y no estoy instruyendo al


amigo del esposo, que tiene sobre sí otras razones para evitar el pecado y
para enmendarse del pecado. La esposa, no; está libre de esos menesteres
vive sola para sí y para aquel a quien ama, su Esposo y Señor, que es Dios
bendito por siempre. Amén.

IV) EXTRACTOS DE LA REGLA DE SAN BENITO10

San Benito (Nursia, 480 - Montecassino, 547) está considerado


como el padre del monacato occidental y fundador de la Orden de los
Benedictinos. Es el autor de la llamada Gran Regla, Regla ascético-
monástica cuyos capítulos sirvieron de inspiración para la elaboración de
otras Reglas monásticas, particularmente la del Císter redactada por San
Bernardo de Claraval.

En su Regla, San Benito se ocupa de la importancia del silencio en


el capítulo sexto, aunque no falten alusiones al mismo en el resto de la
obra. Sobre dicho tema, el Padre de los monjes se hace eco de la tradición
monástica anterior a él. El silencio del que habla san Benito -la taciturni-
tas- no es el simple callar material, sino que se trata de una actitud del
corazón indispensable para escuchar la Palabra de Dios y prestar atención
al hermano. El silencio, pues, no es para San Benito un mutismo orgullo-
so y agresivo, sino disponibilidad total para acoger la Palabra Divina y
atención humilde a los otros. De aquí que el silencio que impone la Regla,
se puede interrumpir cuando así lo reclama la caridad. Digamos que en el
10
Regla de San Benito. Introducción y Comentario por Garcia M. Colombás (monje
benedictino), 3ª edición, BAC, Madrid.

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Jacopo Ammi

silencio hay una fuerza de purificación, de clarificación y de comprensión


de lo esencial: por eso el silencio es fecundo.

Presentamos a continuación un extracto de referencias al silencio


incluidas en su Regla.

4. Instrumentos de las buenas obras

“Abstenerse de palabras malas y deshonestas.


No ser amigo de hablar mucho.
No decir palabras vanas o que provoquen la risa.
No gustar de reír mucho o ruidosamente.
Escuchar con gusto las lecturas santas.
Postrarse con frecuencia para orar.”

6. La taciturnidad

Cumplamos nosotros lo que dijo el profeta: “Yo me dije: vigilaré mi


proceder para no pecar con la lengua. Pondré una mordaza a mi boca.
Enmudecí, me humillé y me abstuve de hablar aun de cosas buenas”.
Enseña aquí el profeta que, si hay ocasiones en las cuales debemos renun-
ciar a las conversaciones buenas por exigirlo así la misma taciturnidad,
cuánto más deberemos abstenernos de las malas conversaciones por el cas-
tigo que merece el pecado. Por lo tanto, dada la importancia que tiene la
taciturnidad, raras veces recibirán los discípulos perfectos licencia para
hablar, incluso cuando se trate de conversaciones honestas, santas y de edi-
ficación, para que guarden un silencio lleno de gravedad. Porque escrito
está: “En mucho charlar no faltará pecado”. Y en otro lugar: “Muerte y vida
están en poder de la lengua”. Además, hablar y enseñar incumbe al maes-
tro; pero al discípulo le corresponde callar y escuchar. Por eso, cuando sea
necesario preguntar algo al superior, debe hacerse con toda humildad y res-
petuosa sumisión. Pero las chocarrerías, las palabras ociosas y las que pro-
vocan la risa, las condenamos en todo lugar a reclusión perpetua. Y no con-
sentimos que el discípulo abra su boca para semejantes expresiones.

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Silencio y Secreto en la Tradición cristiana

42. El silencio después de las completas

En todo tiempo han de cultivar los monjes el silencio, pero muy


especialmente a las horas de la noche. En todo tiempo, sea o no de ayuno
-si se ha cenado, en cuanto se levanten de la mesa-, se reunirán todos sen-
tados en un lugar en el que alguien lea las Colaciones, o las Vidas de los
Padres, o cualquier otra cosa que edifique a los oyentes; pero no el
Heptateuco o los libros de los Reyes, porque a los espíritus débiles no les
hará bien escuchar a esas horas estas Escrituras; léanse en otro momento.
Si es un día de ayuno, acabadas las vísperas, acudan todos, después de un
breve intervalo, a la lectura de las Colaciones, como hemos dicho; se lee-
rán cuatro o cinco hojas, o lo que el tiempo permita, para que durante esta
lectura se reúnan todos, si es que alguien estaba antes ocupado en alguna
tarea encomendada. Cuando ya estén todos reunidos, celebren el oficio de
completas, y ya nadie tendrá autorización para hablar nada con nadie. Y
si alguien es sorprendido quebrantando esta regla del silencio, será some-
tido a severo castigo, a no ser que lo exija la obligación de atender a los
huéspedes que se presenten o que el abad se lo mande a alguno por otra
razón; en este caso lo hará con toda gravedad y con la más delicada dis-
creción.

V) SAN GREGORIO NACIANCENO

Gregorio Nacianceno (Nacianzo, Capadocia 329 - Constantinopla


389), llamado también Gregorio de Nacianzo o Gregorio el Teólogo, fue
arzobispo de Constantinopla, sede episcopal en la que tuvo un papel des-
tacado durante la celebración del Segundo Concilio Ecuménico (de
Constantinopla). Junto con Basilio el Grande y Gregorio de Nisa, es
conocido como uno de los tres Padres Capadocios. Está considerado
como el completo estilista retórico de la Patrística. Tuvo una gran fama
de orador y filósofo, formado en la tradición clásica, hizo grandes apor-
taciones metafísicas a la teología trinitaria, contribuyendo decisivamente

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Jacopo Ammi

a la formulación del dogma trinitario (Misterio de la Santísima Trinidad).


Entre sus obras en prosa destacan: los cinco discursos teológicos, fuga y
autobiografía, la pasión de Cristo y las homilías sobre la natividad. De su
obra poética (Carmina) reproducimos el bellísimo Himno al Dios
Inefable que es también un Himno al silencio.

HIMNO AL DIOS INEFABLE

“¡Oh Tú, el más allá de todo!


¿cómo llamarte con otro nombre?
No hay palabra que te exprese
ni espíritu que te comprenda.
Ninguna inteligencia puede concebirte.
Sólo tú eres inefable, y cuanto se diga ha salido de ti.
Sólo tú eres incognoscible,
y cuanto se piense ha salido de ti.
Todos los seres te celebran,
los que hablan y los que son mudos.
Todos los seres te rinden homenaje,
los que piensan y los que no piensan.
El deseo universal, el gemido de todos, suspira por ti.
Todo cuanto existe te ora,
y hasta ti eleva un himno de silencio

todo ser capaz de leer tu universo.


Cuanto permanece, en ti solo permanece.
En ti desemboca el movimiento del universo.
Eres el fin de todos los seres; eres único.
Eres todos y no eres nadie.

Ni eres un ser solo ni el conjunto de todos ellos.


¿Cómo puedo llamarte, si tienes todos los nombres?

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Silencio y Secreto en la Tradición cristiana

¡Oh Tú, el único a quien no se puede nombrar!,


¿qué espíritu celeste podrá penetrar las nubes
que velan el mismo cielo?

Ten piedad, oh Tú, el más allá de todo:


¿cómo llamarte con otro nombre?”11

11
Nacianceno G. Poemata Dogmatica, Hymnus ad Deum XXIX en Migne, JP.
Patrologiae cursus completus, Series Graeca, PG, 37, Paris, 1862.

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