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Luis silva Santisteban explica que: la realidad nacional son aquellos aspectos
que tienen que ver con la existencia y reproducción de los sistemas en
cuestión, con su desarrollo histórico, con sus necesidades y con todo aquello
que influye en la sociedad en su conjunto.
Por su parte, Eva Ríquez, afirma que: la realidad nacional del Perú, está
constituida por el conjunto de recursos humanos, naturales, financieros,
elementos institucionales, relaciones creadas por los distintos grupos sociales,
políticos y culturales a lo largo de la historia y los vigentes dentro del territorio
nacional, así como las relaciones que se generan entre estos y en el exterior.
¿Cómo ayudar a solucionar los problemas cuando más del 60% de la población
económicamente activa está ligado al sector informal y prescinde del aparato y
las reglas del estado para producir y subsistir? ¿cómo trabajar juntos, si se
desconoce como conciudadano a los hombres y mujeres de los diversos
grupos lingüísticos y étnicos de la amazonía y del país? ¿cómo resolver
nuestros problemas, si tenemos un precario concepto del sentimiento de la
solidaridad y respeto entre los habitantes del Perú? ¿cómo lograr la integración
del Perú al resto de América Latina y al nuevo orden internacional, si estamos
desunidos? El reto está planteado, depende solo de nosotros.
2. ¿Qué entendemos por Nación?
De todos modos, sigue siendo un concepto impreciso puesto que no todo grupo
con un carácter propio se considera a sí mismo una nación o es considerado
por otros como tal. En esta tarea resulta clave el desarrollo político e histórico
por el que ha discurrido el grupo, pero también resulta importante el factor
psico-sociológico; una conciencia de la propia identidad nacional.
Un nuevo paso adelante supuso la concepción del Estado como una relación
jurídica entre el príncipe y los súbditos. Esa relación jurídica se suponía
fundada sobre un hipotético e imaginario contrato originario: el contrato social.
La revolución francesa es la que consigue unir definitivamente los conceptos de
Estado y nación en una relación desconocida hasta entonces. En ese momento
se produce la politización del concepto de nación que pasa a ocupar el lugar
preponderante en la simbiosis de ambos.
Según García Canclini, tener una identidad sería ante todo tener un país, una
ciudad, un barrio, una entidad donde todo lo compartido por los que habitan en
ese lugar se vuelve idéntico o intercambiable. Es en este territorio donde la
identidad se pone en escena, se celebra, se dramatiza mediante rituales
cotidianos. Los que no comparten estos rituales en estos territorios son los
extraños, los diferentes. En este sentido, recuperar el patrimonio es recuperar
la relación con el territorio que vuelve a ser el de antes, con sus santuarios
identitarios expresados en la cultura material y espiritual. Los lugares
emblemáticos se vuelven sagrados por el hecho de contener símbolos de
identidad, objetos, recuerdos, donde se conserva la identidad en su versión
auténtica.
Al tratar el tema de las identidades hay que tener en cuenta en primer lugar la
relación entre identidad y cultura, aunque necesariamente ciertas culturas no
generen identidades. Por otro lado, la identidad sólo existe en y para los
sujetos. Su lugar está en la relación social; se produce en el seno de un
proceso relacional.
Los peruanos, debemos ya superar las ideas que siempre justifican el fracaso.
Es hora de encarar los problemas con la verdad, dejar a un lado las mentiras
mitológicas, cuya ideología mágico-religiosa, se espera compensar con
esperanzas mesiánicas, de lideres que solo han conocido adversidades y
fracasos, por la inacción e inobservancia de las autoridades. Es hora de tener
victorias reales, en todas las áreas del quehacer nacional.
Solo los propios peruanos, o sea nosotros, los llamados a construir la imagen
regional y nacional exitosa y con futuro, que tanto necesitamos para crear una
sólida identidad nacional.
Todos somos dueños de una identidad y sobre eso no hay duda; pero, no todos
nos sentimos orgullosos de ella, ni la valoramos como debe ser. Pertenecemos
al estado peruano, vivimos en su territorio y estamos regidos por sus leyes.
Pero, no nos sentimos plenamente identificados con él. Según distintos
investigadores existen principalmente dos causas importantes del problema:
una está en nuestro pasado histórico y otra en la influencia de la globalización.
Son diversos los acontecimientos de nuestra historia que han contribuido para
que no forjemos una sólida identidad nacional. Por un lado, en nuestro
inconsciente colectivo, persiste la idea del sometimiento; y, por el otro, no
sabemos lidiar con nuestra heterogeneidad cultural, geográfica, social.
Actualmente, vivimos los efectos negativos de aquella desintegración; y sus
principales consecuencias las encontramos en nuestro espíritu pesimista y
nuestros fuertes prejuicios raciales.
La conciencia y el carácter nacional del peruano o del Perú, tiene las siguientes
características: el Perú, es una nación con marcadas diferencias históricas y
culturales, en la selva, la sierra y la costa. El Perú, es una nación
predominantemente mestiza, racial y culturalmente; debido a su gran mosaico
racial. El Perú, es una nación con el predominio del español como lengua
nacional sobre las otras lenguas nativas. Y el Perú, es una nación con marcada
tendencia a aceptar modelos y costumbres foráneas, menoscabando los
valores tradicionales del Perú.
8. El poder
Gran parte del debate sociológico reciente sobre el "poder" gira sobre el
problema de definir su naturaleza como constrictiva o como permisiva. Así, el
poder puede ser visto como un conjunto de formas de constreñir la acción
humana, pero también como lo que permite que la acción sea posible, al
menos en una cierta medida. Gran parte de este debate está relacionado con
los trabajos de Foucault, quien, siguiendo a Maquiavelo, ve al poder como "una
compleja situación estratégica en una determinada sociedad". Siendo
puramente estructural, su concepto involucra tanto las características de
constricción como de facilitación. Para Max Weber la sociedad moderna está
amenazada por el fenómeno creciente de la concentración del poder dentro de
las organizaciones. Su discípulo Robert Michels advirtió que en las
organizaciones modernas, tanto privadas como estatales, se tiende a quedar
bajo el control de reducidos, pero poderosos grupos políticos o financieros.
Aunque los líderes son elegidos democráticamente, según Michels, con la
mejor intención, por las dos partes, se observa una tendencia a integrarse en
élites del poder que se preocupan básicamente por la defensa de sus propios
intereses y posiciones a toda costa. En otras palabras podría decirse que en la
actualidad corremos el peligro de que las élites del poder, nacidas en la
sociedad a traveés de procedimientos legítimos, entren en un proceso
mediante el cual el poder aumenta y se perpetua a si mismo
retroalimentándose y produciendo, por tanto, más poder.
Son tres los elementos del Estado: pueblo, territorio y poder político. Los dos
primeros son irreformables.
Un Estado eficaz. Que sepa diseñar sus objetivos. Que pueda encontrar y
mantener el rumbo. Que para ello los partidos políticos dejen de ser un
conciliábulo de ambiciosos y se conviertan en lo que el pueblo reclama:
organizaciones al servicio del país.
Un Estado eficiente. Para que alcance los objetivos trazados, con el menor
costo posible.
Un Estado honesto. Para que la clase política entienda alguna vez que el
Estado no es un botín que se gana cada cinco años. Para ello se necesitan
efectivos mecanismos de control. No más "Genaros Matutes". Que los que
dirijan esos mecanismos sean elegidos por el pueblo. El país ya no confía en la
oposición.
El poder regional y nacional, sólo será efectivo siempre y cuando, los estados
nacionales lleguen a equilibrar y desarrollar elementos necesarios como: la
fuerza – poder (desarrollo de la capacidad productiva y económica del país) y
el poder – influencia (capacitado y especializado cuerpo diplomático, efectivo
plan de propaganda del poder, potencial y de la realidad nacional, salvaguarda
de los intereses nacionales en los tratados o convenios internacionales, etc.).
En los que concierne al potencial regional y nacional, diremos que esta hace
referencia al “conjunto de recursos de todo orden, materiales y espirituales,
utilizables y posibles de ser utilizados por el estado, para la consecución de los
objetivos nacionales” (9), con el fin de lograr el bienestar general y lograr la
seguridad del país; esta es la definición propuesta por el Centro de Altos
Estudios Militares – CAEM, hoy Centro de Altos Estudios Nacionales – CAEN.
El potencial regional y nacional, reside en la capacidad de utilizar
racionalmente los recursos naturales, humanos, económicos, culturales,
geográficos y físicos, así como los recursos jurídicos.
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Lectura seleccionada
¿ES OTRO EL ROSTRO DEL PERÚ? Identidad, diversidad y cambio
Max Hernández
Es otro el rostro del Perú. Cuando el viejo país rural se volcó sobre las
ciudades se pensó que el país profundo había irrumpido de súbito. De pronto,
los embates de la globalización comenzaron a sacudir nuestra sociedad,
todavía premodema en muchos aspectos. Al conjuro de la modernización, las
antiguas estructuras normativas crujen, las identidades colectivas se disuelven
en el vértigo de los cambios. Mientras todo ello ocurre, el mundo desarrollado
se desliza hacia la posmodernidad.
Se puede intuir una diferencia esencial entre el momento actual y el que se
está gestando. Una serie de signos refleja un cambio radical a escala
planetaria: una época está terminando. Hay quienes dicen que se trata del fin
de los fundamentos tradicionales en que se basó la actividad económica,
quienes perciben una transformación sustantiva en el ámbito de lo cultural y
quienes señalan un cambio de ritmo en los ciclos de producción científica y
tecnológica. No falta quien habla del fin de la historia. La rapidez de los
cambios ha desestabilizado los modelos de su propia interpretación: ninguno
permite comprender a cabalidad la transición del orden moderno al que lo
reemplazará.
El descubrimiento del Nuevo Mundo configura una de las primeras
manifestaciones de un fenómeno histórico que tuvo su punto de partida en
Europa hace cinco siglos. Entonces se inició la llamada modernidad, un
proceso de larga duración que acabaría por quebrantar el Antiguo Régimen,
liberar las energías individuales y abrir cauce a la democracia.
Poco a poco se fue moldeando una forma de experiencia que se extendería a
todos los ámbitos de la vida. En el último medio siglo se expandió con fuerza
avasalladora por doquier. Una nueva manera de vivir el tiempo y el espacio, un
nuevo modo de comprenderse a sí mismo y a los demás y una nueva
concepción de las posibilidades y los peligros parecieron alcanzar vigencia
global. Por una de esas paradojas de la historia, ahora que el mundo se ha
hecho uno, las credenciales que otorgaban al fenómeno histórico de la
modernidad validez universal parecen mostrar a las claras sus deficiencias.
Ahora bien, las primeras oleadas de dicho fenómeno llegaron muy pronto a
estas tierras. Las rutas de navegación habían dado paso a intercambios que
podían dar lugar a posibilidades impensadas. La llegada de los conquistadores
españoles, avanzada de la expansión colonial europea, iba a producir efectos
de magnitudes insospechadas. Una consecuencia paradójica fue que se
sedimentó una estructura social que resistió el paso del tiempo. La sociedad
quedó inmovilizada y un tempo lento, que no fue perturbado siquiera por la
Independencia, campeó en estos horizontes.
Las condiciones concretas dentro de las que se fue forjando lo que hoy
conocemos como el imaginario social impusieron constricciones y acuñaron
estereotipos. Una elite situada en la cúspide de una sociedad mayoritariamente
analfabeta y marcadamente estratificada tuvo el monopolio de la reflexión
sobre nuestra realidad. El espacio privilegiado que ocupaba fue el lugar en el
que convergían precarias identificaciones. Ahí se armaban los discursos
hegemónicos que justificaban la dominación, aprisionaban las mentalidades y
servían como insumos para el “sentido común”. Es cierto que esto no era del
todo ajeno a las críticas: en diversos momentos de nuestra historia se llegó a
cuestionamientos más o menos radicales. Espacio, discurso, imágenes e ideas
muestran hoy los signos de un grave deterioro. Tal vez menos por efecto de los
cuestionamientos que por las transformaciones que han llevado al descrédito
los valores establecidos y las utopías que pretendieron subvertirlos.
En la turbulenta atmósfera del momento actual se dispersan y entremezclan
signos en flujo ininterrumpido, imágenes en sucesión caótica, símbolos que
desdeñan valores consagrados, resistencias a los cambios. Si se quiere dar
cuenta del proceso de emergencia de la nueva topografía social los parámetros
de observación deben ser modificados. Los viejos códigos que fijaban a cada
quien “en su sitio” han quedado atrás. Los trazos inscritos por la resistencia
indígena, los designios metropolitanos, los sueños mestizos, las ambiciones
criollas y los anhelos de los inmigrantes se asientan sobre un territorio testigo
de desplazamientos masivos de la población y discurren por una realidad
demográfica plural que muestra los efectos de mezclas realizadas al margen de
las normas convencionales.
Cualquier visión que se pretenda hegemónica se desvanece al mero contacto
con la realidad actual. Los viejos moldes están en trance de desorganización.
Las aceleradas variaciones no caben dentro de ellos.
En medio de los remolinos que se forman cuando la correntada tropieza con la
inercia que se le opone importa pensar con lucidez. Comprender y asimilar las
nuevas condiciones exige emprender una radical transformación mental y
emocional. Este ensayo se propone explorar los obstáculos que la dificultan. La
tarea exige revolver los detalles de ciertos hechos conflictivos, penetrar en la
estructura íntima de algunos embrollos que se siguen agitando en los abismos
de nuestro ser y remover asuntos soterrados en nuestra historia, marcada a
fuego por sucesos y angustias que aún hoy día nos acechan.
El pasado es siempre pensado desde preocupaciones e inquietudes del
presente. Mas, en contraste con la impronta contemporánea que afecta toda
indagación acerca del pasado y al margen del ámbito consciente en el que se
registran las fluctuaciones y los cambios, existe una dimensión inconsciente
acotada por los mismos procesos defensivos que la constituyen. De ahí la
persistencia de fenómenos que, al margen del tiempo lineal y cronológico,
instituyen un dominio atemporal que se expresa en la insistencia de las
repeticiones. Quienes pretenden desconocer el pasado olvidan que lo reprimido
tiende a retornar.
Sepultar bajo la amnesia los aspectos dolorosos de la historia no permite
superarlos. Más bien se corre el riesgo de repetirlos. Es necesario recordar,
examinar, elaborar. Procesar con sentido crítico las oscilaciones de nuestra
sensibilidad, los avatares de nuestra experiencia cultural y las tribulaciones de
nuestra identidad. Entender porqué ciertos hechos pretéritos aparecen como
fenómenos sociales recurrentes sirve al propósito de liberarse de su reiterativa
tiranía. Trasladar el instrumental psicoanalítico a los predios de la historia
puede permitir descubrir la persistencia intrusiva del pasado en el presente,
abrir la posibilidad de recordarlo y reconocer aquellas oportunidades que nos
ofreció y no supimos aprovechar.
***
En la época de los descubrimientos, España emergía como un imperio
inmenso. La realidad física, histórica, social y económica designada por el
nombre “Perú” perteneció a aquel imperio en el cual no se ponía el sol y que
pronto habría de entrar en decadencia. En los momentos iniciales, el nombre
Perú prefiguraba vagamente un espacio mítico cuyas anticipadas riquezas
incendiaban la codicia de los veteranos conquistadores que se consumían en
Panamá. Una voz surgida de las fricciones fonéticas y de los malos entendidos
entre conquistadores y aborígenes, sin procedencia conocida del español ni del
quechua ni de ninguna de las lenguas o dialectos africanos o antillanos, daría a
la postre nombre a la nación. Si bien al pronunciar el nombre del Perú se siente
el eco de su historia, nada hay en la palabra que indique una conexión precisa
con el pasado precolombino. Se trata más bien de una voz nueva que nombra
una vieja realidad que adquiría nuevo sentido a partir del encuentro.
Si el nombre de la patria evoca tales resonancias, la elección del sitio en que
tuvo lugar la fundación de la capital indica la dirección de los trazos que
delinearían el futuro del territorio conquistado. Si el clima y la cercanía al mar
fueron determinantes en la elección del lugar –excéntrico con respecto al
Ande– la designación de Lima como capital pronto configuró una nueva
geografía política del territorio conquistado. La fundación de Lima concretó, en
adobe y barro, un nuevo foco que contrastaba con las pétreas construcciones
cusqueñas. Desde entonces, la nación gravitaría describiendo una elipse en
tomo a dos centros, uno definido por su condición colonial y el otro por su
pasado andino.
El modo como Occidente se hizo presente en el Nuevo Mundo produjo en éste
una grave ruptura. Las fuerzas desatadas alcanzaron la magnitud de un
cataclismo y se prolongaron en dilatadas consecuencias. En el caso concreto
del Perú, la Conquista hendió en dos el zócalo de la futura nación.
Una súbita grieta recorrió los puntos frágiles y fracturó los cimientos sobre los
que se asentaron tanto las estructuras sociales cuanto lo que se podría
denominar el imaginario fundante de la nación. Por una parte, el cambio
abrupto alteró las bases mismas de la convivencia, por otra, la irrupción de lo
occidental en lo andino signó la partida de nacimiento de la nación. A la luz del
tiempo transcurrido vemos cómo tal dualidad continúa afectando la
construcción subjetiva de nuestra realidad social.
Desde la perspectiva de este trabajo, interesa menos el acontecimiento
concreto de la Conquista que la virtualidad de sus sentidos. Más que precisar
sus exactas circunstancias intenta seguir sus repercusiones. Las
reverberaciones del desgarrón inicial afectan todas y cada una de las múltiples
formas que recogen el pasado: el mito, el ritual y la leyenda; los símbolos,
religiosos o profanos; los monumentos y los documentos.
Inciden en lo recordado y en lo olvidado, afectan las prácticas sociales. No
escapan a ellas los héroes, las efemérides, los textos culturales, la tradición
oral ni la historiografía culta. Una vez producido, el desgarro se fue ahondando
y sus efectos se hicieron presentes por doquier. El paso del tiempo no fue
suficiente para suturarlo.
A lo largo de cuatro siglos y medio el orden dominante hizo que ciertas
vivencias, representaciones y emociones propias de las circunstancias
históricas y del acontecer social se fueran remitiendo a los recesos más
profundos de los más diversos modos de sentir lo peruano. Un conjunto de
representaciones adversas alojado en las psicologías individuales se habría de
imprimir en las costumbres y de fijar en las normas colectivas que definen y
regulan las distancias sociales. La fractura inicial se fue consolidando y los
elementos contrarios que la habían causado se alinearon en los bordes de la
gran escisión que ha afectado la continuidad de esa capa profunda en la que
se entretejen los lazos sociales. La inicial discordancia dio forma a incesantes
desencuentros, a decisiones conflictivas y a sentimientos de alienación que
atraviesan nuestros hábitos cotidianos, inciden en nuestras opiniones y
creencias, imponen patrones sobre la realidad social en la que vivimos y
configuran formas de concebir lo propio en clave ajena.
La sujeción de estas realidades geográficas, sociales y económicas a los
imperios de Occidente redujo la diversidad de las tradiciones, uniformó las
formas culturales y colocó en el centro de la reflexión subjetiva una imagen del
hombre concebida según criterios coloniales. El Perú fue pensado durante
mucho tiempo con las categorías mentales del colonizador, su imagen se
recortó de acuerdo al mismo patrón que definió la subordinación de la
población indígena a los grupos españoles y criollos dominantes. Ello limitó las
posibilidades abiertas por los múltiples intercambios iniciados en el siglo XVI y
restringió nuestra participación con pleno derecho en la cultura universal.
El ingreso del Perú a la periferia de la geografía económica se inscribió en el
momento mismo en que la expansión imperial de Occidente empezaba a
configurar los trazos de la Geographia Mundi que ha regido desde entonces.
Tal partida de nacimiento y tal colonización del espacio contribuyeron a que la
dinámica expansión de Occidente diera lugar a la paradójica inmovilización de
la sociedad colonial. Todo ello tuvo efectos sobre las complejas relaciones que
se establecieron entre las dimensiones étnicas, sociales y culturales de la
población y que han hecho que nuestra identidad se refracte a través del
prisma de una construcción problemática.
Los orígenes de nuestro destino colectivo llevan, pues, el triple sello de la
escisión, la paradoja y el problema. Es cierto que cuatro siglos y medio de
historia indican que mucho agua ha corrido bajo los puentes. Pero, también lo
es que una porción muy importante de la sociedad peruana quedó al margen
de los grandes cambios que se fueron dando en otras partes del mundo. Así,
las cuestiones suscitadas por la Reforma, al auge del pensamiento racional y
los principios que dieron cauce a la transformación científica e industrial
Llegaron a muy pocos en estas latitudes. La preocupación por la singularidad,
la subjetividad y el valor único del individuo, derivada del pensamiento europeo
de fines del siglo XVIII, apenas si llegó a alcanzar a algunos miembros de la
elite.
No obstante, a comienzos del siglo XIX, se selló el hecho sin precedentes de la
Emancipación. Nuestro país, como tantas repúblicas hermanas, se libró del
yugo colonial. Pese a ello, la sociedad no vivió nada comparable a aquellas
transformaciones que se produjeron a lo largo del siglo XIX en Europa y en los
EE.UU., cuando las convulsiones de la revolución democrática coincidían con
la industrialización y el desarrollo económico.
La revolución industrial reducía al hombre a la condición de trabajador y
transformaba la naturaleza en propiedad rural y terreno urbano. El individuo y
las masas irrumpían en simultáneo en el escenario social. El individuo cobraba
conciencia de sus derechos y los exigía en formaciones de masas.
En el Perú, luego de un largo preludio, estos procesos comenzaron a darse en
la segunda mitad del siglo XX. Tuvieron características muy propias que
constituyen los trazos de nuestra historia contemporánea.
La migración del campo a la ciudad al conjuro de la promesa del desarrollo
transformó el perfil demográfico. El viejo país rural se hizo urbano, las olas del
“desborde popular” cercaron al Estado. El marco institucional de la sociedad
fue incapaz de dar respuesta a los acelerados procesos de cambio social y la
intelectualidad se vio en aprietos pues, si bien no dejó de consignar el hecho,
no dio con la respuesta que correspondía a la nueva sociedad que se estaba
formando.
En las postrimerías del milenio el Perú, socavado por una inflación incontenible,
vivió un período de violencia que puso en peligro la continuidad no sólo del
Estado sino de la nación. La subversión –cuyas modalidades y causas aún no
llegan a ser cabalmente comprendidas– fue derrotada por el esfuerzo
ciudadano y de las Fuerzas Armadas. El clima de temor y aprensión afectaba a
todos los estratos de la sociedad. El país no encontró los cauces que lo
condujeran a gobernarse en democracia. En las condiciones actuales, cuando
la tecnología que hace posible la comunicación instantánea parece haber
disuelto los límites de la geografía, cuando la permeabilidad entre lo interno y lo
externo hace tan difícil y complejo definir el interés nacional, la tarea
democrática de construir el bien común continúa pendiente.
Las dificultades que enfrenta cualquier reflexión que intente incluir los aspectos
subjetivos de las realidades sociales en juego en nuestro país reflejan lo
complejo de la agenda de la gobernabilidad democrática de nuestra sociedad.
Conscientes de la pluralidad de nuestras tradiciones cabe preguntarnos sobre
las condiciones que puedan contribuir a reforzar el sentimiento de ser una
comunidad que comparte una historia y la capacidad de imaginar un futuro que
se conjuguen en la idea de avanzar hacia el porvenir. La tradición no es un
obstáculo para enfrentar el futuro, son necesarios los instrumentos para
encontrar nuevas formas de transmitirla y para trabajar en el campo de la
redefinición y recreación de las identidades nacionales.
***
Una reflexión de esta índole no pretende ser un apunte acerca de los
obstáculos con los que se han tropezado las transformaciones sociales en e1
Perú, ni un registro apurado de las oscilaciones del sentimiento de lo nacional.
No sigue, paso a paso, el itinerario de la progresiva configuración de la
perspectiva criolla, la trayectoria de la resistencia indígena o los vaivenes de la
incierta noción de mestizaje. Roza temas vinculados al imaginario social, las
mentalidades y las representaciones, pero no se ciñe a los métodos que los
historiadores o los científicos sociales prescriben. Parte de una intuición, de
cierto modo de sentir el pasado. Fue concebida como una propuesta sucinta,
apenas unas notas hilvanadas por su filiación psicoanalítica. El notable
despliegue de la investigación histórica y de las ciencias sociales y lo accesible
del material permitió que a lo largo del proceso de consultas y discusiones
realizado por AGENDA: Perú se fueran enhebrando algunos datos
provenientes de los hallazgos de la arqueología y de la etnohistoria, de la
renovada historia colonial, de las controversias sobre la Emancipación y de las
plurales aproximaciones a la vida republicana y a la realidad social
contemporánea con extendidas preocupaciones por el presente.
La perspectiva elegida se orienta hacia asuntos cuya condición conflictiva los
hace perdurar en regiones situadas más allá de los confines de la memoria. De
ahí su tono de confidencia. Si se mira hacia el pasado es con el propósito de
calar en ese fondo del que parecen brotar actitudes, comportamientos,
costumbres y reflejos colectivos para comprenderlos y cuestionarlos. Esta
indagación hurga en el pasado en un intento de descubrir el presente. Se
aproxima a las experiencias que han troquelado la subjetividad y se pregunta
por el lugar que le ha sido asignado en el cuerpo social para proceder a
exhumar ciertas cuestiones inconscientes ligadas a las dificultades que impiden
el diálogo, obstaculizan la cohesión social y no permiten enfrentar los cambios
creativamente.
Una nueva economía-mundo, un nuevo paradigma científico y una nueva
tecnología estimulan cambios inimaginables. En medio de corrientes
encontradas, entre los espejismos del futuro y las murallas del pasado
permanece el reto de preguntarse: ¿Cómo se instituyeron –y sustrajeron a la
crítica– determinados modos de pensar y sentir? ¿Cuáles son los usos y
costumbres que consagran las injusticias y desigualdades imperantes?
¿Cuándo se inició el contrapunto de sospechas que agudiza las divisiones
sociales? ¿Dónde empezó a girar la espiral de mutuas incomprensiones que
agita antagonismos y enfrentamientos? El momento en que vivimos nos obliga
a responderlas.
Estamos acostumbrados a pensar en el marco de esquemas que privilegian lo
homogéneo y proponen visiones del desarrollo que corresponden al modelo
europeo occidental de Estado-Nación. En medio de los cambios que genera la
explosión de las tecnologías de la teleinformación y de la brecha creciente
entre expectativas y oportunidades, las contradicciones propias del nuevo
orden global fracturado abren también nuevas posibilidades de comprensión y
de acción sobre nuestra realidad. La Geographia Mundi es otra: el gran flujo
comercial se desplaza hacia el Pacífico, la información instantánea disuelve los
límites nacionales. El pluralismo es uno de los signos de la época. Si se supera
la escisión y las visiones excluyentes que la acompañan, las coordenadas que
señalaron nuestra inserción en el mundo como paradójica a hicieron
problemática la definición de nuestra identidad pueden constituirse como
ventajas. El tiempo histórico cesará de seguir detenido por el trauma. Además,
nos será posible construir la imagen de la nación a partir de la heterogeneidad,
en la convivencia de las diversas maneras de entender el mundo. Así, las
múltiples perspectivas sociales y los variados tempos con los que se entretejen
los hilos de nuestra herencia plural seguirán enriqueciendo nuestro tejido
intercultural.
Habitamos una región del mundo que ha experimentado las desventajas y las
fallas de la expansión de Occidente tanto o más que sus ventajas. El proceso
de globalización es irreversible. Pretender sustraerse a sus efectos implica
creer que es posible vivir fuera del propio tiempo. Hoy, cuando la
interdependencia es cada vez más mayor, tanto más específicos y novedosos
son los reclamos de los movimientos sociales que agitan nuestra época. En la
actual encrucijada, nuestra historia y diversidad hacen posible una mirada
amplia, capaz de comprender que los apremiantes problemas del momento se
tendrán que resolver sin renunciar a aquel saber guardado en los sustratos
profundos. Lo que parece rezago “premoderno” podrá entenderse de otra
manera si aprendemos a redefinirlo a la luz de las nuevas circunstancias.
En los distintos momentos de la elaboración de este trabajo se ha tomado en
préstamo instrumentos propios de varias disciplinas. Los diversos momentos
de nuestra historia y las distintas facetas del momento actual han sido
enfocados desde diferentes ángulos y discutidos en varios contextos. El diseño
de la exposición articula percepciones provenientes de enfoques distintos.
Intenta ofrecer algunos puntos de reparo y señalar algunos nudos que es
mprescindible desatar para efectuar los reajustes y los cambios de
mentalidades que demanda la transición presente. En consonancia con los
anhelos y aspiraciones recogidos a lo largo de las consultas y de los trabajos
realizados por AGENDA: Perú se ha puesto especial énfasis en lo que puede
contribuir a realizar las promesas de integración nacional, justicia social,
afirmación ciudadana, legitimación política y transformación productiva dentro
de un marco de libertad y democracia. Es otro el rostro del Perú. ¿Nos
reconocemos todos en él? La incertidumbre abierta por la pregunta es el punto
de partida de esta reflexión.
Capítulo II
1. El neoliberalismo
El modo más sutil que puede arbitrar una ideología para imponerse y perdurar
es proclamar la muerte de las ideologías y mostrarse bajo otro semblante, por
ejemplo, la ciencia. Es lo que sucedió por casi un siglo con el positivismo. La
ciencia positiva hace las veces de la política, la filosofía y la teología, y siempre
como evidencia apodíctica y sagrada. Y así, disentir razonablemente de una
hipótesis científica, pasa a ser un sacrilegio y una rebelión; y el que se atreve a
tanto no merece el honor de una respuesta científica sino la marginación
condescendiente o brutal: ha perdido la contemporaneidad y no tiene sentido
dirigirle la palabra.
Igual que la nación tiene que salir al mercado del mundo, el pueblo debe salir
también al mercado nacional pagando los servicios y el consumo en su valor
real y sometiéndose todos al mercado de trabajo. Tampoco el Estado puede
sobreprotegerse a sí mismo y entrar en el mercado como si fuera una
corporación privada. El Estado es público; su función sería crear condiciones
para que funcione el mercado y velar porque no se alteren. Su finalidad es
velar por el bien común, no realizarlo. Ese bien lo realizan los ciudadanos a
través de las organizaciones económicas en la concurrencia del mercado.
-La desregulación, medio que elimina parte de los controles oficiales a favor de
la producción privada de bienes y servicios.
-Eliminación de subsidios.
El caso práctico que se menciona es el Chile. Para 1970 Allende había ganado
las elecciones y su programa económico socialista planteaba realizar
modificaciones estructurales, aumentar los salarios reales, reducir la inflación,
aumentar la tasa de crecimiento del PIB, incrementar el consumo interno y
reducir la dependencia al exterior. Nada se materializó. Los sueños comunistas
y la cadena capitalista convivían en la persona de Allende. En la intimidad tenía
planeado no tocar los intereses de la burguesía, mientras hablaba de justicia
proletaria.
Desde el punto de vista de los neoestructuralistas, la principal palanca de
desarrollo es el comercio exterior. El primer paso es reducir los aranceles y
otras trabas al comercio, es el inicio, pero no es suficiente.
3. La globalización
3.1. Antecedentes
Entre 1910 y 1945, una serie de crisis económicas, en particular la gran depresión
de 1929, y las dos sangrientas guerras mundiales (básicamente intra-europeas),
causan grandes sufrimientos a los pueblos y enormes daños a las economías,
llevando a la retracción del volumen y la importancia de los flujos internacionales de
comercio. En esas condiciones se produce en 1917 la Revolución Rusa que
establece el primer estado comunista: la Unión Soviética.
En 1945, poco antes de finalizar Segunda Guerra Mundial, las Naciones Unidas,
aún en proceso de constitución, realizan una Conferencia Financiera en Bretton
Woods (EEUU), donde se decide crear el Fondo Monetario Internacional y el Banco
Mundial. Poco después, en 1947, se firma el Acuerdo General de Aranceles y
Comercio (GATT), antecesor de la OMC.
3.3. Su naturaleza
Estas fueron las pautas de una primera relación comercial, la misma que fue
modificándose para beneficio de ambas partes como en China e India, donde la
sapiencia política supo conducir los negocios para aprovechar la tecnología que les
llegaba. Actualmente estos dos países no sólo ofrecen mano de obra barata, sino
que adicionalmente ofrecen personal altamente capacitado en ciencias, ingeniería y
tecnología que ofrecen consultorías y servicios del más alto nivel a grandes
corporaciones internacionales.
Por otro lado tenemos las crisis internas de los países ricos, sus altos costes de
producción que confluyen con la apertura de los países del este, China e India que
modifican sus posiciones políticas respecto al mercado de capitales y su inclusión
como miembros de la Organización Mundial de Comercio (OMC).
Desde otra óptica, esas mismas ventajas pueden verse como defectos. La
inmediatez de los eventos económicos puede llevar a que la onda expansiva de
los efectos de cualquier crisis financiera internacional es más amplia y puede
perjudicar a mucha más gente (por ejemplo, la crisis de los mercados asiáticos
de 1998). Agrupaciones anti- globalización argumentan además que este
sistema aumenta la brecha económica entre los pueblos, al acentuar aún más
las diferencias entre los países pobres productores de materias primas y las
naciones desarrolladas (más aún, grupos económicos específicos) dueñas de
la riqueza, al mismo tiempo que supone una destrucción de la ecología mundial
al dejar a naciones subdesarrolladas como fuentes de recursos naturales
baratos para países con alta demanda. O sea, la globalización estaría
permitiendo que una pequeña élite se enriquezca a costa de todo el resto del
mundo. Y desde el punto de vista cultural, se acusa a la globalización de crear
una tendencia hacia la homogeneidad: se teme que las culturas locales vayan
progresivamente desapareciendo y perdiendo su identidad para dar lugar a
patrones de conducta extranjeros, como por ejemplo la difusión del idioma
inglés o la adopción de la fiesta de Halloween. Es decir, se va camino a una
unidad cultural hegemónica de predominio de Occidente en desmedro de una
cultura global basada en la diversidad.
4. Desarrollo sustentable
Para que el reforzamiento mutuo entre estos aspectos ocurra son necesarias la
motivación y la capacidad de innovación generalizadas propias de un sistema
donde conviven una economía de mercado y una democracia política. Lograrlo
no es tarea fácil y en algunos casos implicará sacrificar un objetivo en favor del
otro, sobre todo en países donde la superación de la pobreza y la satisfacción
de las necesidades básicas son la principal prioridad, a pesar de que ello
signifique la depredación de sus ecosistemas.
Las diferencias entre países hace que el desarrollo sustentable sea aún una
meta muy lejos de alcanzar para muchos de ellos. Aunque los países
industrializados, especialmente los nórdicos, están más avanzados, todavía
existen países ricos que se resisten a asumir conductas productivas y un estilo
de desarrollo más sustentables. Los países más pobres, a su vez, sufren las
consecuencias de la "huella ecológica" que deja la exportación de sus materias
primas y recursos naturales (bosques nativos, minerales, fuentes energéticas,
productos agrícolas, praderas y ganados) a lugares como Europa, Japón o
Estados Unidos. Estos últimos disponen de los recursos económicos y
humanos, y de los conocimientos necesarios para desarrollar las tecnologías
que permiten industrializar y comercializar los productos provenientes del
mundo en desarrollo, obteniendo la mayor ganancia que resulta de agregar
valor a los recursos naturales. Dada esta asimetría, aumentan las diferencias
sociales y ambientales entre los países ricos y pobres.
4.1. Dimensiones del desarrollo sustentable
4.1.5.Dimensión tecnológica
5. La agenda 21
5. 2. Evolución de la agenda 21
Los países del Sur, por sobre el objetivo de satisfacer primero las necesidades
básicas, destina bienes y servicios, para establecer cultivos de exportación,
poniendo en riesgo la seguridad y soberanías alimentarias y culturales de las
comunidades locales y nacionales.
También hay que indicar que existe un contrasentido entre lo que se dice y lo
que se hace en materia del cuidado ambiental, así por ejemplo, mientras en la
Agenda 21 se recomienda el cuidado de los ecosistemas en la realidad las
grandes empresas son las que más deterioran el ambiente en nuestros países
pobres. Lo que se puede llamar la Deuda Ecológica involucra el reclamo de la
deuda que los países del Norte tienen con los países del Sur, por la extracción
y exportación de bienes naturales del sur, tales como el petróleo, minerales,
bienes forestales, marinos y genéticos que en su proceso de extracción están
destruyendo los ecosistemas y la base de sobrevivencia de los pueblos.
Se calcula que el valor del germoplasma del Tercer Mundo que usa la industria
farmacéutica asciende a 47.000 millones de dólares. En otras cosas por el
ahorro en términos de investigación de uso y principios activos de las plantas,
debido al conocimiento de las plantas por parte de los pobladores de
comunidades locales.
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Lectura seleccionada.
La década del 80 fue el decenio del fin del velasquismo; significó el retorno
conservador de Fernando Belaúnde a la presidencia en 1980; pero no regresó
el viejo orden, el Estado no se desprendió de las empresas públicas ni la tierra
fue devuelta a los antiguos latifundistas. Fue sorpresa la supervivencia del
aprismo a la desaparición del fundador, la aceptación de la democracia por una
izquierda legal que la asume en tanto que una nueva forma de militancia.
Sorpresa el “fenómeno” Alan García, el “fenómeno” Vargas Llosa, el
“fenómeno” Fujimori. Qué sorpresa, qué fenómeno; el Imperio había decidido
que había llegado la hora para cambiar a los viejos partidos como aliados
tradicionales en el control de los países coloniales, semicoloniales o
neocoloniales. Estos partidos habían demostrado ineficiencia, en el manejo de
la cosa pública, ineficiencia en la política de aplicación de métodos económicos
que aperturen, amplíen o vinculen de mejor manera el mercado nacional a los
productos de exportación, necesario para la reactivación del aparato productivo
del imperio.
Los ochenta es el período de la inflación galopante, tanto o más que los años
treinta, un tiempo excepcional, uno de esos momentos de ruptura y continuidad
en la historia de los peruanos. Además en este período se acumuló y condensó
un conjunto de crisis que pusieron en cuestión la viabilidad del Perú como
nación.
En otros trabajos hemos analizado con detalle las condiciones bajo las cuales
un gobierno como el de Fujimori pudo emprender un drástico ajuste económico,
conocido como el fujishock, y un conjunto de reformas neoliberales bastante
radicales. Debido a varias circunstancias previstas e imprevistas se generó una
coalición entre Fujimori-militares-organismos multilaterales, que se constituyó
en la clave para que un país casi desintegrado pudiera ser gobernado y pudiera
emprender el largo camino de la estabilización, las reformas y la recuperación
económica y política. Los militares se constituyeron en una mezcla de partido
político con fuerzas del orden que facilitaron la aplicación de las políticas
económica y social. Los organismos internacionales le dieron viabilidad
financiera a un país que, en aquel momento, estaba considerado como “paria”
del sistema financiero internacional. Así, con esta inusual alianza, el frente
interno, donde el accionar terrorista y guerrillero había puesto en situación de
emergencia más de la mitad del territorio nacional, y el frente externo pudieron
ser controlados. Ante la orfandad de planes e ideas económicas del gobierno
Fujimorista, los organismos multilaterales propusieron la aplicación de las
recetas del “Consenso de Washington”, como única posibilidad de solución a
los agobiantes problemas que tenía el Perú. A mi modo de ver, este apoyo
teórico y doctrinario fue el mayor aporte de los organismos de Washington,
pues éste les permitiría controlar la aplicación de las reformas y obtener
ganancias gracias a los diversos préstamos que ofrecieron al Perú.
Lo cierto es que también había prisa en los funcionarios del gobierno de “hacer
todo lo antes posible”, bajo la premisa de que en un ajuste estructural hay que
proponer como 100 para lograr como 40 ó 60 . Es por ello, que la liberación del
mercado de capitales se hizo antes de iniciar las reformas propiamente,
generando efectos adicionales sobre los precios y sobre el nivel de actividad.
El efecto de todas estas medidas es obvio que generó una recesión importante
con una caía del PBI de -5.1% el año 1990, con un rebote al año siguiente y
estancamiento el año 1992. El aspecto político más remarcable del fuji-shock
fue la débil resistencia de las organizaciones sindicales, políticas y sociales a
cambios que los estaban afectando en sus salarios, en sus niveles de vida, en
su empleo y en su bienestar. Probablemente, esta baja resistencia es la que
permitió que se siguiera adelante con medidas más radicales: las reformas.
El año 2000 terminó con un resultado positivo, mientras que el 2001 tuvo un
crecimiento casi cero, debido a la retracción de la inversión pública y a una
balanza de cuenta corriente negativa y elevada. Se podría decir que también,
desde un punto de vista económico, fue un momento de transición de una
economía que durante el período fujimorista funcionó y creció basada sobre los
factores de la liberación económica y financiera provocados por las reformas
mismas, mientras que después de la crisis asiática y sobre todo a partir del
2000 los factores de crecimiento provinieron de la dinámica de países como la
China, los Estados Unidos y los países de América del Sur, cuya demanda
supo aprovechar el Perú en la medida que durante la década anterior se había
incrementado notablemente su oferta exportadora, gracias a las nuevas
inversiones sobre todo en minería. La cautela económica del gobierno de
transición parecía sintonizar con estos cambios, pues su política económica
siguió los fundamentos convencionales bajo la estrecha supervisión de los
organismos de Washington.
Los resultados macroeconómicos, durante este gobierno, han sido los más
continuos, estables y prometedores, al punto que el Perú pasó a ser
considerado un país emergente, en busca de la calificación de inversión a nivel
internacional. ¿cuál o cuáles han sido los factores que llevaron a este
resultado? Se podría atribuir a tres factores básicamente: 1. El mantenimiento
de la vigas maestras de la política económica: equilibrio fiscal, política
monetaria por meta inflacionaria, y apertura externa. 2. El crecimiento mundial,
sobre todo de las economías china, americana e india, que permitió
incrementar la demanda por materias primas, sobre todo de minerales. 3. La
estabilidad del crecimiento de la inversión privada. Ninguno de estos factores
tienen que ver con una política macroeconómica pro-activa, al contrario la
política económica se ciñó a las normas del FMI, en consecuencia, la
estabilidad y el crecimiento fueron el resultado de factores mas bien exógenos
al gobierno. Quizás ésta sea una razón importante por la que el ciclo
económico se separó del ciclo político, generando un proceso de crecimiento
económico muy poco afectado por la permanente turbulencia social, aunque de
baja intensidad, que hubo durante todo el gobierno toledista. Es bueno
recordar, que en algún momento la popularidad del gobierno llegó a menos de
10% y la del congreso a un porcentaje similar, sin que ello haya llevado a
deslegitimar al gobierno y, eventualmente, a su caída, como fue el caso de los
países vecinos: Bolivia y Ecuador.
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Lectura seleccionada
Introducción
El Perú está en una situación única y extraordinaria: tiene una economía
estable que crece, está siendo ya considerado un país emergente, las
proyecciones económicas de largo plazo son muy favorables, el crecimiento de
la población está cayendo, tiene suficientes reservas internacionales, es decir
desde el punto de vista económico todo está listo para dar un gran salto
adelante. Los problemas vienen por el lado distributivo, reflejados en el
descontento de la mayoría y en la fragmentación y tensión política. En
consecuencia, el problema consiste en conectar la extraordinaria coyuntura
económica con los problemas distributivos, a partir de una nueva concepción
de las políticas públicas que permita incluir a las mayorías en el dinamismo
económico. Una gran oportunidad y un gran desafío.