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RECONOCIMIENTO DE GOBIERNO

Esta situación se da exclusivamente en los casos de Gobiernos de facto. El


cambio constitucional de un Gobierno no supone en modo alguno la
exigencia de reconocimiento del nuevo gobierno. Sólo en los llamados
Gobiernos de facto se plantea la necesidad de que los demás miembros de
la comunidad internacional reconozcan al nuevo gobierno como el que
representa a ese Estado. La práctica es, cuando esta situación se produce,
que los Estados deben aguardar que el nuevo gobierno tenga un control
efectivo sobre el territorio. Por lo demás, es usual que el nuevo Gobierno,
al comunicar a los demás miembros de la comunidad internacional la nueva
situación, así como la nueva composición del Gobierno, manifieste su
intención de cumplir con los compromisos internacionales,
fundamentalmente los tratados internacionales que vinculan a ese país.

1.9 EL NO RECONOCIMIENTO A LOS GOBIERNOS DE FACTO


A través de la práctica del no reconocimiento a los gobiernos de facto en
América Latina, se ha tratado de desalentar se violente el ordenamiento
constitucional de los países de la región, formulándose doctrinas y normas,
algunas de las cuales pasamos a describir.

La doctrina Tobar fue formulada en 1907 por el Ministro de Relaciones


Exteriores de Ecuador, Dr. Carlos Tobar, y propugnaba que los Estados del
continente americano deben abstenerse de reconocer un gobierno que
hubiese tomado el poder por la fuerza.

En América Latina, donde si bien, no existe una tradición democrática,


más sí una firme vocación por la democracia, la doctrina Tobar conoció de
la simpatía popular y también de la frustración de la realidad
latinoamericana donde el régimen democrático se ve a menudo interferido
por revoluciones militares.
Años más tarde, en la década de los 50, el presidente de Venezuela,
Rómulo Bethancourt relanzó los postulados de la doctrina Tobar,
absteniéndose Venezuela de reconocer gobiernos de facto.

La doctrina Bethancourt constituyó un nuevo y plausible esfuerzo por


alentar la consolidación de las democracias en América Latina, pero las
mismas realidades que enfrentó la doctrina Tobar se encargaron que
Venezuela abandonara esta doctrina.

Un nuevo intento se hizo en el Perú. Si bien no se formuló doctrina alguna


como las anteriores mencionadas, la Constitución Política de 1979 dice en
su artículo 141:

«El Estado sólo garantiza el pago de la deuda pública que contrajeron los
Gobiernos constitucionales de acuerdo con la Constitución y la ley».
Este dispositivo tendía a desalentar el implantamiento de gobiernos de
facto, pues de esta manera se dificulta también el reconocimiento,
sabedores los otros Estados de que sus acreencias no serán reconocidas por
el Estado peruano si las deudas son adquiridas por gobiernos no
constitucionales. La Constitución de 1993 no contiene este dispositivo.

Finalmente la Organización de los Estados Americanos con el propósito


de desalentar la interrupción del orden constitucional de los países del
hemisferio aprobó por iniciativa del Perú y Canadá la Carta Democrática
Interamericana el 11 de setiembre de 2001.

Este documento, que tiene la categoría de Resolución de la Organización,


busca la reafirmación del orden democrático de los países de la OEA, ya no
a través de la sanción de no reconocimiento a los gobiernos de facto, como
hicieron las anteriores doctrinas que hemos mencionado, sino más bien con
la exclusión de los Estados cuyos gobiernos quiebren el orden
constitucional, de las labores de la Organización regional.
1.10 LOS GRUPOS BELIGERANTES E INSURGENTES
1.10.1 Beligerantes

No se trata aquí de Estados beligerantes que están envueltos en una


conflagración internacional, sino de grupos rebeldes que dentro de las
fronteras de su mismo Estado se levantan en armas contra el gobierno
existente. Cuando esta situación se produce, y logran mantenerse en ese
estado de rebeldía durante un tiempo prolongado, controlan determinada
porción de territorio y responden a una autoridad central, los rebeldes
pueden ser considerados en el derecho internacional como beligerantes, es
decir, obtener un reconocimiento internacional que no supone en modo
alguno el desconocimiento del gobierno central que los beligerantes
contestan. Este reconocimiento de beligerancia señala ciertas obligaciones
que los rebeldes deben cumplir, como son las de conducir las hostilidades
de acuerdo con las Convenciones de Derecho Humanitario de Ginebra.

La beligerancia es una noción más extensa que la insurrección. El


Grupo Beligerante se sitúa frente al Gobierno en condición de sostener una
verdadera lucha que tiene como fin la secesión del Estado o la sustitución
del Gobierno en funciones. El Grupo Beligerante, para ser reconocido
como tal, debe cumplir con una serie de requisitos. Así, debe tener el
control de un territorio en el que ejercerá las funciones de un verdadero
Gobierno, es decir, se conducirá como soberano: dictará leyes, administrará
justicia y ejercerá todas las competencias territoriales. Además, el grupo
insurgente deberá poseer unas fuerzas armadas organizadas según un
principio jerárquico, emplear uniformes e insignias, portar las armas en
lugar fijo y visible y conducirse respetando las normas de los conflictos
armados internacionales.
Frente a la constitución de un Grupo Beligerante, las medidas policiales
serán evidentemente insuficientes y el empleo de medidas de excepción
tendrá una dudosa eficacia.33 La única solución posible será el empleo de
las fuerzas armadas, que deberán actuar como en un conflicto internacional.
En esta situación, el Gobierno no podrá actuar como en una guerra sin
reconocer a su adversario igual derecho, pues en una guerra son necesarios
por lo menos dos beligerantes, ambos en la misma condición jurídica y con
las mismas posibilidades de actuar. «Como consecuencia del
reconocimiento de beligerancia, un conflicto civil interno queda equiparado
a una guerra cuya conducción es regida por el Derecho Internacional. [... ]

El reconocimiento de beligerancia coloca al movimiento revolucionario


en un pie de igualdad jurídica con el Gobierno legítimo». El Gobierno
podrá entonces reconocer la situación de beligerancia, o no hacerla. Si no la
reconoce, deberá responder por todos los actos de los rebeldes, es decir,
asumir responsabilidad internacional. En esa situación, se privará de poder
emplear ciertas medidas militares para combatir a los rebeldes, como el
bloqueo, el derecho de visita y captura de naves y aeronaves, y tampoco
podrá impedir el reconocimiento por un tercer, Estado. El reconocimiento
de beligerancia hará que para el Estado ces la responsabilidad Internacional
por los actos de los rebeldes y, sobre todo, da al gobierno la posibilidad de
actuar como en una verdadera guerra internacional. De otro lado, el
reconocimiento al Grupo Beligerante le da a este las mismas atribuciones
que el Gobierno para hacer la guerra, así como el derecho de ser tratado los
combatientes capturados como prisioneros de guerra. Dicho tratamiento
deberá ser aplicado de manera recíproca por el Gobierno y por el grupo
Beligerante a tenor de las disposiciones del 3º Convenio de Ginebra de
1949 sobre el tratamiento de prisioneros de guerra.

1.10.2 Insurgentes

La insurgencia también puede ser susceptible del reconocimiento


internacional. Es, si se quiere, un grado menor que el beligerante, pues a
diferencia de éste, carece de control efectivo sobre una parte sustancial del
territorio y puede darse que no tenga la autoridad central que el beligerante
posee. Al igual que los beligerantes están obligados a respetar las
Convenciones de Derecho Humanitario de Ginebra.

La insurrección es un levantamiento, una oposición violenta a la


autoridad constituida (de iure o de facto), que sobrepasa los límites de una
simple revuelta pasible de control policial, y que deviene en tal punto
peligrosa que para controlarla se hace necesario tomar medidas de carácter
militar y utilizar a las fuerzas armadas. En consecuencia, se hace necesario
que el Gobierno emplee poderes extraordinarios -usualmente permitidos
por la constitución-. Estos poderes extraordinarios están constituidos por el
estado de sitio o la ley marcial esta Última en los países anglosajones, que
implican la suspensión de los derechos individuales y la sumisión a la
jurisdicción militar. 18 La otra posibilidad es el empleo de medidas
militares, como la acción de las fuerzas armadas para hacer frente a los
insurrectos. La insurrección como categoría jurídica encuentra su lugar en
el Derecho Penal, como delito de insurrección propiamente dicho o como
rebelión, motín, sedición o traición.

Cuando en un país estalla un movimiento revolucionario el mismo es


tratado como un asunto puramente interno sujeto a las leyes nacionales y se
mantiene en esta situación mientras el Gobierno establecido continúe
ejerciendo el control efectivo sobre el territorio y las fronteras. Se aplican
las disposiciones constitucionales o legales que permiten al Gobierno
declarar estado de emergencia estado de sitio, toque de queda etc.; los
insurrectos están sometidos a las disposiciones penales vi-gentes y los actos
que ejecutan pueden ser considerados delitos tales como sedición y
conspiración.
Sin embargo, cuando la insurrección toma una dimensión tal que las
simples medidas de policía e incluso el empleo de poderes de excepción
resultan insuficientes para el restablecimiento de la paz interna de manera
que se hace necesario el recurso a verdaderas operaciones militares típicas
de un conflicto internacional, el Gobierno puede -con una declaración de
reconocimiento de insurrección – tomar las medidas militares para
detener la insurrección. Pero este reconocimiento producirá efectos
jurídicos tales como la obligación de u-atar a los insurgentes como
prisioneros de guerra, y la exclusión de la responsabilidad internacional del
Estado por los actos cometidos por los insurgentes; no implicará, sin
embargo, el otorgamiento de la categoría de Grupo Beligerante y los
derechos inherentes a dicha institución.

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