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Si queremos comprender, sea como aprendices, como maestros, o como ambas cosas al
tiempo, las dificultades que plantean las actividades de aprendizaje debemos comenzar
por situar esas actividades en el contexto social en el que se generan.
Para comprender mejor la relevancia social del aprendizaje, y por tanto la importancia
de sus fracasos, podemos comparar el aprendizaje humano con el de otras especies.
Como señala Baddeley las distintas especies que habitan nuestro plante disponen de dos
mecanismos complementarios para resolver el perentorio y grave problema de adaptarse
a su entorno:
- Uno es la programación genética que incluye paquetes especializados de respuestas
ante estímulos y ambientes determinados. Se trata de un mecanismo muy eficaz, ya que
permite desencadenar pautas conductuales muy complejas, sin apenas experiencia
previa y con un alto valor de supervivencia.
- El otro mecanismo adaptativo es el aprendizaje, es decir, la posibilidad de modificar o
moldear las pautas de conducta ante los cambios que se producen en el ambiente. Es
más flexible y por tanto más eficaz a largo plazo, por lo que es más característico de las
especies superiores, que deben enfrentarse a ambientes más complejos y
extremadamente cambiantes.
De entre todas las especies, los humanos somos sin duda los que disponemos no sólo de
una inmadurez más prolongada y de un apoyo cultural más intenso, sino también de
capacidades de aprendizaje más desarrolladas y flexibles, algunas compartidas con otras
especies y otras específicamente humanas, hasta el punto de que aún no han podido ser
replicadas ni emuladas por ningún otro sistema.