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Artes y ciencias del texto.

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ARTES Y CIENCIAS DEL TEXTO

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COLECCIÓN ESTUDIOS CRÍTICOS DE LITERATURA

CONSEJO ASESOR

Carlos Alvar (Universidad de Ginebra)


Alberto Blecua (Universidad de Barcelona)
Francisco Javier Díez de Revenga (Universidad de Murcia)
Germán Gullón (Universidad de Ámsterdam)
José-Carlos Mainer (Universidad de Zaragoza)
Francisco Marcos Marín (The University of Texas at San Antonio)
Evangelina Rodríguez Cuadros (Universidad de Valencia)
Fanny Rubio (Universidad Complutense de Madrid)
Andrés Sánchez Robayna (Universidad de La Laguna)
Ricardo Senabre (Universidad de Salamanca)
Jenaro Talens (Universidad de Ginebra)
Jorge Urrutia (Universidad Carlos III de Madrid)
Darío Villanueva (Universidad de Santiago de Compostela)
Domingo Ynduráin (Universidad Autónoma de Madrid) (†)

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FRANÇOIS RASTIER

ARTES Y CIENCIAS
DEL TEXTO

Traducción de Enrique Ballón Aguirre

BIBLIOTECA NUEVA

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grupo editorial
siglo veintiuno
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Título original: Arts et Sciences du texte, 2001

© François Rastier, 2012


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Índice

INTRODUCCIÓN ....................................................................... 11

CAPÍTULO 1. LINGÜÍSTICA Y SEMÁNTICA DE LOS TEXTOS ............ 25


1. ¿Qué es un texto? .................................................... 26
1.1. Los polos extrínsecos del texto ....................... 26
1.2. Definiciones discutidas .................................. 31
1.3. Proposiciones ................................................. 34
2. El estatuto de una lingüística de los textos: objetos y
objetivos .................................................................. 36
2.1. Las contradicciones de la filología .................. 37
2.2. Las contradicciones de la hermenéutica ......... 39
2.3. Las contradicciones de la lingüística .............. 42
3. La desontologización de los textos ........................... 49
4. La semántica de los textos ....................................... 52
4.1. De las problemáticas del signo a la problemáti-
ca del texto .................................................... 52
4.2. Propuestas descriptivas .................................. 54
4.2.1. Los componentes del plano del signifi-
cado .................................................. 55
4.2.2. La interacción entre los componentes
semánticos ......................................... 59
4.2.3. Las formas semánticas y sus dinámicas . 59
4.3. Transformaciones ........................................... 64
4.4. Enunciación e interpretación ......................... 66

CAPÍTULO 2. LA SEMIÓTICA: DEL SIGNO AL TEXTO .................... 69


1. La semiótica como teoría del texto .......................... 71

[7]

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2. Hjelmslev: los límites de un paradigma semiótico de
los textos ................................................................. 74
2.1. Hjelmslev y el gesto discursivo de los Prolegó-
menos ............................................................ 74
2.2. Los Prolegómenos como programa para las
ciencias .......................................................... 76
2.3. ¿Hacia una problemática semiótica del texto? .. 81
3. La fundación formal y el fundamento hermenéutico .. 85

CAPÍTULO 3. FILOLOGÍA DIGITAL ............................................ 95


1. La situación epistemológica ..................................... 95
1.1. La constancia de la filología: digitalización y
gramaticalización ........................................... 95
1.2. La evolución de las problemáticas lingüísticas 98
2. Dominios de la filología digital ................................ 103
2.1. La extensión y la renovación del concepto de
texto .............................................................. 104
2.2. ¿«Recursos lingüísticos» o corpus? ................ 107
2.3. La codificación ............................................... 111
2.3.1. Hacia una tipología de los códigos ...... 112
2.3.2. Hacia una codificación plurilineal ....... 113
2.3.3. Hacia una epistemología de la codifica-
ción ...................................................... 114
3. Renovaciones de la interpretación ........................... 115
3.1. Caracterizaciones ........................................... 116
3.2. Planos del contexto y del intertexto ................ 116
3.3. La lectura no lineal ........................................ 117
3.4. El acceso inmediato al corpus ........................ 119
3.5. Las metodologías ........................................... 120

CAPÍTULO 4. HERMENÉUTICA MATERIAL. A LA MEMORIA DE PETER


SZONDI ......................................................................... 123
1. Planteamientos epistemológicos .............................. 123
2. Los déficits hermenéuticos de las ciencias del lenguaje 127
2.1. Lingüística y semiótica ................................... 127
2.2. Tres círculos aporéticos .................................. 129
2.3. La problemática del texto y sus fundamentos
hermenéuticos ............................................... 131
3. Interpretación y corpus ............................................ 133
4. Las estrategias interpretativas .................................. 137
4.1. El enigma de la evidencia ............................... 139
4.2. Regímenes de la oscuridad ............................. 147
4.3. Ilustración: la claridad de Heráclito ............... 150
4.4. Proposiciones ................................................. 152

[8]

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5. El alejamiento del Ser .............................................. 158

CAPÍTULO 5. RETÓRICA E INTERPRETACIÓN: EL EJEMPLO DE LOS


TROPOS ............................................................................. 163
1. Retórica ausente y lingüística restringida ................. 165
2. Tropos y significación .............................................. 170
2.1. De la palabra propia al sentido propio o literal,
hasta las ideas principales .............................. 170
2.2. El desvío y el discurso pedestre ...................... 174
2.3. Ontología y figuras ......................................... 177
3. La semántica léxica y los tropos ............................... 186
4. Semántica interpretativa de los tropos ..................... 196
5. Direcciones .............................................................. 201

CAPÍTULO 6. ESTILÍSTICA Y LINGÜÍSTICA DE LOS ESTILOS ........... 205


1. El estilo, del género al genio .................................... 206
2. Las dificultades de la lingüística para definir el estilo .. 212
3. La interacción de los componentes lingüísticos y el
problema del idiolecto ............................................. 219
4. Hacia una lingüística de los estilos .......................... 222

CAPÍTULO 7. TEMÁTICA Y TÓPICA ........................................... 231


1. La situación actual ................................................... 231
2. Por una concepción unificada de las estructuras
temáticas y tópicas ................................................... 236
3. Temática: teoría y método ........................................ 240
3.1. Para precisar la definición del tema ................ 240
3.2. Del análisis léxico al análisis temático ............ 248
3.3. El ejemplo de los sentimientos en la novela
francesa ......................................................... 252
3.4. Metodología: de la co-ocurrencia a la correla-
ción ................................................................ 257
3.5. De la filología a la hermenéutica de los senti-
mientos .......................................................... 260
4. Tópica ..................................................................... 263
4.1. Redefinir el topos ........................................... 263
4.2. Problemas de método ..................................... 267

CAPÍTULO 8. POÉTICA GENERALIZADA ..................................... 277


1. ¿Por qué los géneros? .............................................. 278
2. La poética, ¿una lingüística de los géneros? ............ 282
2.1. Un nivel de análisis fundamental .................... 282
2.2. Las dos problemáticas .................................... 285
2.3. Las vías del estudio de los géneros ................. 287
2.4. Por una concentración disciplinaria ............... 290

[9]

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3. Los géneros y la enunciación ................................... 291
3.1. La poética diomediana y los tres «géneros» .... 291
3.2. Los tres «géneros» y la poética de los indexa-
dores ............................................................. 292
3.3. Enunciación y Análisis del discurso ............... 296
4. Proposiciones descriptivas ....................................... 300
4.1. Los componentes textuales ............................ 300
4.2. La semiosis textual ......................................... 302
5. De los géneros al intertexto ..................................... 305
5.1. Deontología y metodología ............................ 305
5.2. Del corpus al intertexto ................................. 311
6. Debates en lingüística de los géneros ....................... 312
6.1. Funciones del lenguaje y géneros primarios ... 313
6.2. Algunas objeciones ........................................ 317
6.2.1. Que algunos géneros no se designan
como tales ......................................... 317
6.2.2. Que el texto no tenga género o que ten-
ga varios ............................................ 318
6.2.3. La problemática de la heterogeneidad .. 320
6.3. Juegos de categorización y regímenes herme-
néuticos ......................................................... 325
7. Géneros y mediaciones simbólicas ........................... 331

EPÍLOGO. TEXTOS Y CIENCIAS DE LA CULTURA .......................... 333

COLOFÓN A LA EDICIÓN ESPAÑOLA (2012). ENCANTADORES NOVE-


LESCOS ............................................................................. 345

BIBLIOGRAFÍA ......................................................................... 365

GLOSARIO-ÍNDICE DE NOCIONES ................................................ 387

[10]

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INTRODUCCIÓN

Actualmente los críticos, los profesores o los analistas del


contenido, usan nociones tomadas de la retórica, la estilística,
la semiótica, la poética, etc. Este feliz eclecticismo, ¿permi-
te adivinar la existencia de tradiciones comunes, préstamos
recíprocos y tal vez perspectivas complementarias entre sus
disciplinas? Es difícil definir un punto de vista general que las
pudiese ordenar ya que sus estatutos se mantienen inconexos;
así, mientras la filología y la lingüística reivindican su carácter
científico, la retórica y la hermenéutica son técnicas o, si la
palabra molesta, «artes»1. Por último, en el transcurso de los
años 60 del pasado siglo, en Francia, al parecer, la temática
y la poética pretendieron un estatuto autónomo; la primera,
se inclinaba hacia la crítica literaria mientras que la segunda
lo hacía a la ciencia de la literatura que los formalistas rusos
habían reivindicado, renovando de ese modo el proyecto de
los primeros románticos. En lo referente a la estilística, mez-
cla proteica de crítica y de lingüística, su estatuto muy galo
de disciplina «de concurso», fue suficiente para justificar su
existencia académica en el Hexágono2.
El cómodo término disciplina, aunque es hoy poco atracti-
vo, hubiera permitido designar a la vez las «artes», las ciencias

1
Schleiermacher, especialmente, define la hermenéutica como un arte
(Kunst).
2
Remisión al territorio francés que tiene forma de hexágono. [T.]

[11]

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y los discursos teóricos que no pretenden ser ciencias ni técni-
cas. Intentemos, sin más, considerarlos en conjunto, otorgán-
doles provisionalmente un objeto común, los textos orales y
escritos, pero sin prejuzgar sus objetivos que son divergentes.
Los textos interesan más o menos a los lingüistas y los
psicolingüistas; en cambio, ellos interesan mucho a los «lite-
ratos» y a varios otros en didáctica o en informática, en pocas
palabras, atraen a las gentes del texto esparcidas en diversas
diásporas y divididas en muchas tribus académicas. En ese
estado de cosas, una síntesis parecería prematura cuando no
ilusoria, pues el conjunto de los textos supone un dominio de
objetividad en el cual cada disciplina elige su residencia como
le conviene. Más allá de las ciencias del lenguaje, todas las
ciencias sociales los tratan, con pleno derecho, para los obje-
tivos que les conciernen. Al proponer cierta distancia episte-
mológica —y académica— he querido encontrar un punto de
vista que permita ordenar, en parte, una materia inmensa, y
esbozar a la vez un proyecto intelectual: reunificar la filología
y la hermenéutica en el seno de una semántica de los textos
con vocación descriptiva. Para llevar a cabo este proyecto me
he apoyado en una práctica obstinada de descripción y en la
frecuentación, a menudo asistida, de corpus digitales. De allí
que antes de proponer un survey3 o presentar un panorama de
la cuestión, haya deseado exponer propuestas, facilitar acce-
sos imprevistos y buscar lo que podría permitir una federación
de las disciplinas del texto.
Convengamos así que el texto es una dimensión del len-
guaje y que los textos constituyen el objeto empírico de la lin-
güística4. Lejos de haber sido superado por los nuevos medios
de comunicación de masas, el texto conoce una edad nueva,
comparable a la revolución filológica y editorial del Renaci-
miento. El texto se enriquece con los instrumentos mediáticos,
en otras palabras, es la complejidad del texto la que permite
comprender las semióticas plurales5.

3
Examen, reconocimiento. [T.]
4
Las lingüísticas de corpus que se desarrollan con la digitalización han
hecho mucho por reanimar esta evidencia.
5
Varios proyectos del Centre National d’étude des Télécommunications
[Centro Nacional de Estudio de las Telecomunicaciones] y del Institut Na-
tional de l’Audiovisuel [Instituto Nacional de lo Audiovisual] se sustentan
en la problemática del texto para la indexación de imágenes y de documen-
tos multimedia.

[12]

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Excepción francesa.— A pesar de que se encuentra nu-
merosas y a menudo excelentes introducciones a la lingüística
textual, a la semiótica literaria, a la estilística, etc., esta obra
tiene pocos precedentes ya que esquiva un tabú pues, en Fran-
cia, la separación entre las letras y las ciencias ha sido y toda-
vía sigue siendo más grave que en otros lugares. Cuvier, poco
sospechoso de efusiones literarias generosas, ya deploraba esa
ablación: «Se razona siempre como si la ciencia excluyera la
literatura o, incluso, si es posible que un sabio no sea letrado.
Proposición absurda (…) los conocimientos llamados litera-
tura son una condición necesaria para todo progreso real de
las ciencias»6.
Las letras fueron afectadas por el exceso de severidad
anti-retórica de las Luces, y fue en nombre del progreso que
las artes del lenguaje se sacrificaron a la diosa Razón; en
efecto, gracias a la pluma de D’Alambert, la Enciclopedia
solo trató la retórica en el artículo Colegio [Collège] para
reducirla a «puerilidades pedantes». El rumbo revoluciona-
rio suprimió la retórica de las materias de enseñanza en el
momento mismo en que se creó ese idioma moderno, lástima
imperecedero, que es la lengua de trapo, es decir, eso en que
se convierte la elocuencia privada de sus dimensiones crítica
y ética7.
El contenido de la enseñanza de la retórica fue dividi-
do entre la Gramática general y razonada —ya en ese en-
tonces cognitiva, puesto que se proponía ser «el análisis de
las sensaciones, de las ideas y de los juicios, así como de
los medios para expresarlos con exactitud»— y las Bellas-
Letras reducidas a la «lectura sensible» de las obras literarias
(Marmontel)8.
Esta separación fue redoblada por la separación entre los
rangos literarios y científicos. El ministro Fortoul, al crear
en 1852 el bachillerato en ciencias, declaró: «Sería quimérico

6
Cuvier, « De la part à faire aux lettres et aux sciences dans l’instruction
publique » [«Sobre la parte que toca a las letras y a las ciencias en la instruc-
ción pública»], Le Moniteur universel, 3 de noviembre de 1807.
7
Osemos una alegoría: la Señora Retórica en su lecho de muerte ¿no
ha legado todos sus secretos a sus dos hijas ingratas, Propaganda y Publi-
cidad?
8
Cf. Douay, 1992, pág. 502. Sin alejarse mucho de la «lectura sensible»,
el vanguardismo académico contemporáneo la prolongó simplemente con
la lectura pulsional.

[13]

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querer imponer a los espíritus simples, que forman la mayoría,
la obligación de llevar juntamente los estudios científicos y
los estudios literarios»9. En 1989, bicentenario de la Revolu-
ción Francesa, otro ministro prohibió estudiar el latín a los
alumnos que preparaban un bachillerato científico, latín que
Cuvier estigmatizó ya como instrumento de los teólogos10. El
cientificismo jacobino y el espiritualismo posromántico coin-
cidieron así en crear dos «culturas» opuestas, allí donde solo
había una. Esta falsa querella, trasvasada al dominio propio de
las Letras, volvió a poner indefinidamente en escena un con-
flicto molieresco entre los hombres honestos y los pedantes
o, peor aún, los especialistas. Las ciencias del lenguaje nunca
tuvieron buena reputación en el establishment literario, como
lo atestiguaron ya los elogios asesinos de Jean Hytier a Leo
Spitzer. El buen tono académico se ofende con la erudición
y se espanta con los tecnicismos, especialmente cuando osan
asociarse al entusiasmo intelectual.
Todavía hoy la separación entre lingüística y literatura pa-
rece insuperable, como si la literatura no fuese un arte del
lenguaje; por ejemplo, Antoine Compagnon afirma: «histo-
ricismo y formalismo reducen la literatura a la no-literatura:
la historia y el lenguaje»11. Este gesto de rechazo se repite
regularmente y así el panfleto de Pavel Le mirage linguistique
[El espejismo lingüístico, 1989] llega a denunciar el demonio
de la teoría y a hacer el elogio del sentido común (cf. Com-
pagnon, 1998).
El prejuicio académico, convertido en sentido común, se
sustenta especialmente en el conformismo necesario para los
concursos de cátedra. La titularización de cátedra fue creada
bajo Luis XV para compensar la expulsión de los jesuitas,
pero luego aparecieron muchas disciplinas desafortunadas
que han quedado «sin concurso», como la lingüística, la an-
tropología, la psicología o la sociología, tanto que su ubica-
ción en los estudios literarios permanece, naturalmente, muy
discreta.

9
Citado por Gusdorf, 1966, I, pág. 32.
10
Esquisse d’un tableau historique des progrès de l’esprit humain [Boce-
to de un cuadro histórico de los progresos del espíritu humano], 9a. época,
en Obras, ed. Garat y Cabanis, 1801, pág. 300.
11
Dictionnaire des genres et notions littéraires [Diccionario de los gé-
neros y nociones literarias]. Paris: Albin Michel, 1997, pág. 417, entrada
Crítica.

[14]

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La corriente dominante de la crítica universitaria se ha
contentado, por su parte, con una virtuosa y confortable in-
digencia: como ha descuidado su dimensión crítica respecto
a su objeto y para consigo misma, no encuentra ni su objeto
ni, correlativamente, su lenguaje, pues no llega a determinar
la distancia que los separa. Fácilmente se convierte en un dis-
curso literario, algo fusionado con la literatura, que culmina
en el Rimbaud, le fils [Rimbaud hijo] de Pierre Michon, bue-
na novela cuyo personaje principal se llama Arthur [Arturo].
Así, la crítica universitaria se difunde corrientemente en las
monótonas idealidades románticas que han reemplazado a
los textos: la Literaridad12, el Estilo, el Lector, el Autor, el
Inconsciente del Texto, el Intertexto, el Cuerpo —simple in-
versión del Espíritu Absoluto. Al principio de «placer crítico»
opondría gustosamente un principio de «realidad filológica»;
por ejemplo, en las seis primeras frases de dos ediciones de
Hérodias [Herodías]13 he contado doce diferencias, tanto de
puntuación como de léxico. Por lo demás, nosotros solemos
alimentarnos con leyendas, tal el caso de Flaubert que nunca
ha dicho ni escrito: Madame Bovary, soy yo.
En materia de lenguaje, por fortuna los creadores —¿por
qué no atender lo que dicen?— han sido siempre menos pu-
ritanos que los críticos. A las palabras que Mallarmé dirigía
a Degas: «No es con ideas que se escribe los poemas, es con
palabras», añadamos: «La literatura es y no puede dejar de
ser considerada como algo distinto a una especie de exten-
sión y de aplicación de ciertas propiedades del lenguaje»
(Borges, O. C., I, pág. 1154)14. De esta manera, sin pretender
emitir juicios estéticos, las ciencias del lenguaje tienen algo
que decir. Tomemos, a modo de muestra, la oposición hum-
boldtiana entre forma interior y forma exterior, a partir de
la cual Dámaso Alonso fundó la distinción entre lo poético
y lo poemático. La anhelante crítica francesa la adoptó para
oponer el sentido a una misteriosa significancia y rechazar,
al mismo tiempo, toda descripción semántica. Las formas li-

12
¿Qué sería de una musicología que se diera por objeto la Musicalidad,
afirmando que la música no está hecha de sonidos?
13
Último de Tres cuentos de Gustave Flaubert (1821-1880), obra pu-
blicada en 1877. [T.]
14
Cita que hace J. L. Borges de la Introduction à la poétique [Intro-
ducción a la poética] de Paul Valéry, en una nota de lectura del 10 de junio
de 1938. [T.]

[15]

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terarias le parecieron ser la constancia de una significancia,
significancia que les habría sido infundida precedentemente
por los sentimientos, los pensamientos o un inconsciente de
los cuales dichas formas serían la traducción; y que, además,
sería provechoso leer, reivindicando la teoría emocional de la
creación y la empatía de la hermenéutica posromántica. La
obra culminaría en el hombre, la lengua en el estilo, la forma
exterior en una forma interior.
¿Y si la forma interior fuera solo la parte todavía no des-
crita de la forma exterior? Ciertamente, el peso de la tradición
lógico-gramatical en las ciencias del lenguaje las ha llevado
a desentenderse de las formas de organización de los textos,
las desigualdades cualitativas, los ritmos tanto semánticos
como fónicos, etc. Pero desde que dichas formas reivindican
su lugar en una semiótica de las culturas, deben dar cuenta,
en su nivel de análisis, de esas cualidades que todavía perma-
necen misteriosas.
Se dice que habiéndose ausentado el Dios creador, poco a
poco fue reemplazado por los artistas quienes, de artesanos
honestos, se transformaron en esos demiurgos que se multi-
plican desde entonces. La desacralización de las Escrituras
y su objetivación por la filología fueron compensadas por la
sacralización de la Literatura. En consecuencia, todo lo que
puede objetivar la literatura, lograr un corpus digno de estu-
dios críticos sometidos a debates y conjeturas, aparece como
un sacrilegio rastrero. Mientras uno se mantenga en el comen-
tario más o menos devoto, todo marcha bien; pero en cuanto
uno trate de escrutar la letra, tenga la osadía de salir del es-
pacio de la oración académica o se sustente en diagramas, en
figuras, peor todavía, en cifras, todo no es más que jerga. Por
lo demás, las revistas de estudios literarios casi no publican
diagramas fuera del texto pero sí, en cambio, láminas como la
fotografía de la casa de Madame Bovary o esos conmovedores
grabados que a ella le gustaban tanto.
El estudio de las lenguas y el de las literaturas sin duda
se complementan. Al definir la gramática, Dionisio de Tra-
cia, ese filólogo alumno de Aristarco que codificó nuestra
tradición gramatical, culmina la gramática con la crítica de
los poemas que considera ser «la parte más bella» (Technè
grammatikè, I, 1). En el Renacimiento, las humanidades se
volvieron inseparables de las ciencias del lenguaje. ¿Será
ocioso recordar el célebre texto en que Poliziano reivindicó
para el gramático el derecho de interpretar, incluso de evaluar

[16]

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las obras?15 Por último, en la Alemania romántica el proyecto
mismo de una historia comparada de las literaturas se formó
estrechamente unido al proyecto de la lingüística histórica y
tanto Friedrich Schlegel como Wilhelm von Humboldt afir-
maron que, con toda evidencia, no se puede elaborar la his-
toria de las lenguas sin hacer la historia de los textos que las
concretan, las establecen e incluso las crean.

Complementación de las disciplinas.— No obstante,


todo parece separar las disciplinas del texto. Estas disciplinas
no tienen la misma historia, pues unas al parecer son inme-
moriales mientras que otras son centenarias. Si la gramática
y la retórica han avecindado en el trivium16 durante milenio y
medio, la estilística y la lingüística tienen dos siglos mientras
que la temática, solo algunas décadas.
Las disciplinas del texto conviven, aunque de modo diferen-
te, en el mismo dominio empírico, tanto por su estatuto episte-
mológico y académico como por sus objetivos, sus métodos o
sus procedimientos de comprobación, en fin, por el concepto
mismo de texto del cual parten a la vez que lo producen.
Ninguna de dichas disciplinas puede pretender, entonces,
alguna hegemonía, ya se trate de la lingüística o de cualquiera
de las otras. Recordemos esta conclusión de Ricoeur: «la re-
tórica sigue siendo el arte de argumentar, con el propósito de
persuadir a un auditorio de que cierta opinión es preferible a
su rival. La poética continúa siendo el arte de construir intri-
gas a fin de ampliar el imaginario individual y colectivo. La
hermenéutica es el arte de interpretar los textos en un contex-
to distinto al de su autor y al de su auditorio inicial, con el afán
de descubrir nuevas dimensiones de la realidad. El alcance to-
talizador de las tres operaciones mayores —argumentar, confi-
gurar, describir de nuevo— hace que cada una sea excluyente
respecto de la otra, pero la limitación de su estatuto original
las condena a la complementación» (1986b, pág. 155).

15
Cf. Lamia, 1492; texto latino, en 1971, I, pág. 460; trad. infra, cap. I,
nota 59.
16
El trivium, división inferior de las siete artes liberales, se componía de
la gramática, la lógica y la retórica. La vecindad milenaria de la gramática
y de la lógica en el seno del trivium, ha hecho mucho por la unidad de esas
disciplinas de base que se sucedían al comienzo de los cursos escolares,
mientras que la retórica era estudiada más tarde y la hermenéutica era re-
servada a los doctores.

[17]

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Si ciertas disciplinas como la estilística —útil centro de reen-
cuentro académico— hacen de esa complementación un eclec-
ticismo, preguntémonos, ¿es esto suficiente para justificar las
especificidades de las disciplinas? Sin pretender reorganizarlas,
¿no sería prudente reunirlas o, por lo menos, precisar su estatu-
to recíproco tratando con tino las transposiciones entre ellas, de
manera tal que cada una pueda aprender de las otras?
Para tomar contacto con las otras disciplinas y especialmen-
te las disciplinas literarias, la lingüística no debe contentarse
con estudiar —o decretar— las reglas de la lengua, sino que
ganaría mucho planteándose el problema de la descripción
ideográfica: calificar, en el nivel de análisis que le corresponde,
las diferencias entre dos textos, incluso entre dos pasajes, no
supone rebajarla o menospreciarla. De hecho, dado que se
encuentra tradicionalmente vinculada a la lógica (por el conte-
nido) y a la gramática (por la expresión), la lingüística podría
dirigirse hacia las disciplinas todavía aparentemente alejadas
de ella como la retórica y la hermenéutica.

Las dos problemáticas.— A partir de la estigmatización


platónica de los sofistas y desde que Aristóteles reservara los
enunciados decidibles (apofánticos) a la dialéctica que devino
en la lógica, remitiendo los otros enunciados a la retórica, dos
problemáticas se reparten la historia de las ideas lingüísticas.
Estas dos disciplinas definen dos preconcepciones del lengua-
je, o bien como medio de representación o bien como medio
de comunicación; en términos concisos, la primera define el
sentido como una relación entre el sujeto y el objeto mientras
que la segunda como una relación entre sujetos. Al sustentarse
en toda la tradición lógica y gramatical, la primera privilegia el
signo y la proposición; ella se plantea los problemas de la refe-
rencia y de la verdad, aun tratándose de ficciones. Remitiendo
los hechos de lenguaje a las leyes del pensamiento racional,
se centra en la cognición y así el cognitivismo constituye su
culminación actual. La otra problemática, menos unificada, de
tradición retórica o hermenéutica, tiene como objeto los textos
y los discursos en su producción y su interpretación; se puede
considerar que se centra en la comunicación17. Ella se plantea

17
En vista de las insuficiencias de las teorías de la comunicación, prefe-
riríamos hablar de transmisión (cf. el autor, 1995b), comprendiendo allí la
transmisión cultural, es decir, la del patrimonio semiótico.

[18]

Artes y ciencias del texto.indb 18 15/12/11 11:44:48


los problemas de sus condiciones históricas y de sus efectos
individuales y sociales, especialmente en el plano artístico.
Las dos problemáticas se oponen, en cierto modo, como
lo teórico a lo práctico, las ciencias del lenguaje a las artes
del lenguaje, o también, más oscuramente, como la razón a la
imaginación o, incluso, la virtud al placer. En breve, llamare-
mos a la primera problemática del signo y a la segunda pro-
blemática del texto. Reanudando una distinción que remonta
por lo menos a Dumarsais, convengamos en el hecho de que la
significación es una propiedad de los signos y el sentido, una
«propiedad» de los textos. Si se profundiza la distinción entre
sentido y significación, diremos que un signo, al menos cuan-
do se encuentra aislado, no tiene sentido, y un texto no tiene
significación18. La noción transitoria de contexto puede servir
para oponer esos dos conceptos ya que, como se ve en semán-
tica lexical y en terminología, la significación es el resultado de
un proceso de descontextualización; de allí su planteamiento
ontológico, ya que tradicionalmente se caracteriza al Ser por
su identidad en sí. Al contrario, el sentido presupone una con-
textualización máxima, tanto en el «habla» —el contexto es
todo el texto— como por la situación, definida mediante una
historia y una cultura, más allá del hic et nunc considerado
únicamente por la pragmática. De esta manera, mientras que
la significación es presentada tradicionalmente como una rela-
ción, el sentido puede ser representado como un recorrido.
Al privilegiar el estudio del sentido, la semántica interpre-
tativa19 toma como objeto al texto antes que al signo y define el
sentido como el resultado de la interpretación. Así, la semán-
tica interpretativa descansa en las disciplinas del texto, desde
la crítica literaria hasta el derecho, y puede articularse en dos
tipos de teorías: la hermenéutica filosófica y la hermenéutica
filológica. Como la semántica interpretativa debe describir
grandes variedades, se halla naturalmente más próxima de la
segunda, pues si la primera busca las condiciones a priori de
toda interpretación, la segunda trata, al contrario, de especi-
ficar la incidencia de las prácticas sociales y concluye en una
tipología de los textos.
El estudio de los signos y el de los textos ciertamente se
complementan, pero las problemáticas lógico-gramatical y re-

18
Estos puntos serán desarrollados en el capítulo II.
19
Cf. el autor, 1987.

[19]

Artes y ciencias del texto.indb 19 15/12/11 11:44:48


tórica/hermenéutica difieren en mucho. La primera tiene una
gran autoridad y una fuerte unidad pues hasta hace poco gra-
mática y lógica se desarrollaron juntas y en torno a las mismas
categorías tales como los conceptos de categoría, de predica-
ción, de categorema y sincategorema, etc. La segunda casi no
admite tener unidad y, en apariencia, todo separa la retórica y
la hermenéutica: la oralidad y la escritura, la enunciación y la
interpretación, incluso la Contra-reforma y la Reforma, la per-
suasión y la Gracia, la latinidad y la sajonidad, etc. Lo que im-
porta, para nuestros fines, es que la retórica y la hermenéutica
son artes, no disciplinas teoréticas como la lógica y la gramá-
tica universal. La problemática retórica/hermenéutica rompe
así con los postulados ontológicos que fundan la problemática
lógico-gramatical; en efecto, esta problemática admite el carác-
ter determinante de los contextos y las situaciones, llevándonos
entonces, podría decirse, a una «des-ontología». Las artes, dis-
ciplinas prácticas o por lo menos empíricas, solo pueden ser
comprendidas en una praxeología y exigen una ética.

La semántica de los textos.— La lingüística, de Chomsky


a Milner, al buscar una cientificidad casi newtoniana, trató
de separarse no solo de las humanidades sino de las ciencias
sociales, corriendo el riesgo de llegar a caricaturizarse pues
renunciaba a la perspectiva crítica que hubiera podido heredar
de la filología.
Puesto que la lingüística se limitó a proyectar su concep-
ción lógico-gramatical sobre los textos, las perspectivas se tri-
vializaron, tal cual lo muestran las gramáticas del texto que
se agotaron en la búsqueda de las evasivas «reglas» textuales.
Ahora bien, quedaron por «textualizar» igualmente tanto la
lingüística como las otras disciplinas del texto, lo cual implica
una descripción de la complejidad y una reflexión epistemoló-
gica sobre las ciencias de la cultura. La noción de lingüística
textual solo cumplió la función pedagógica de recordar que el
texto es la dimensión fundamental de las lenguas. Por lo tanto,
antes que una lingüística del texto, precisamos una lingüística
sin más que admita todos los planos de complejidad de su ob-
jeto, desde la palabra hasta la frase y el texto, luego del texto
al género, al discurso y al corpus.
Todavía se impugna a la semántica el lugar marginal que se
le concedió tardíamente. En efecto, la semántica, al exceder el
marco morfosintáctico, establece el vínculo entre los planos
de la palabra y de la frase; enseguida entre el plano de la frase

[20]

Artes y ciencias del texto.indb 20 15/12/11 11:44:48


y el del texto que, como sabemos, no tiene definición morfo-
sintáctica. La semántica de los textos, pequeño distrito de la
lingüística, tropezó naturalmente con la estilística, la retórica,
la temática, la narratología y la hermenéutica. Sin tratar de
confederar esas disciplinas o cuerpos teóricos heterogéneos,
la semántica puede ahora tratar de formular algunos de sus lo-
gros en un lenguaje común. Ella debe también tener en cuenta
otras disciplinas, como las disciplinas jurídicas, religiosas y
especialmente las literarias, a riesgo de mantener relaciones
regulares con disciplinas juzgadas poco científicas, lo que, en
resumidas cuentas, parece ser mejor que sostener relaciones
confusas con las ciencias llamadas duras.
Si bien las ciencias de la cultura no son exactas, pueden,
no obstante, pretender ser rigurosas. Por ello la semántica se
encuentra delante de esta alternativa bien trazada por Visetti:
«la semántica o es una ciencia descriptiva (una ciencia de di-
ferencias cualitativas de la que Husserl no hubiera renegado)
o es un arte metódico, un saber riguroso que se inscribe en las
formas de la ciencia pero enseñando a los iniciados a leerlas
de otro modo. Finalmente, se podría decir a manera de recon-
ciliación, que la semántica tiene que ver con los fenómenos y
que, efectivamente, ella los fija no para determinar los objetos
sino para definir allí los modos de acceso o de tránsito» (cf. el
autor, 1999a, pág. 115).

Cerca, pero sin llegar a la estética.— No disipemos com-


pletamente la feliz ambigüedad de la palabra arte que, en el
título de este libro, nos recuerda tanto los artes y oficios como
los planteamientos estéticos de la literatura; de hecho, es res-
pecto de la estética que las disciplinas del texto rivalizan a
menudo, se enfrentan y dejan entrever sus lagunas.
Incluso las disciplinas no literarias se enfrentan al problema
de las artes del lenguaje. Por un lado, las lenguas incluyen en
su «material» los aciertos estéticos, por ejemplo, los lingüis-
tas que realizan trabajo de campo saben que los informantes
emplean categorías apreciativas para justificar la razón de una
expresión, de un giro; el llamado sentimiento lingüístico del
hablante, ¿no será un conjunto de apreciaciones de gusto?
Entre dos palabras igualmente lícitas es común que se impon-
ga la «mejor formada»; por otro lado, la diacronía lingüística
tiene, por cierto, sus regularidades, pero estas no son inde-
pendientes de las evaluaciones colectivas (cf. el autor, 1999b).
Además las lenguas son estructuradas por doquier mediante

[21]

Artes y ciencias del texto.indb 21 15/12/11 11:44:48


categorías apreciativas y, dado el caso, ninguna medida per-
mite separar lo frío de lo glacial, lo caliente de lo quemante,
a no ser los umbrales evaluativos que estructuran las clases
lexicales mínimas. Es por ello que se podría evocar una estéti-
ca fundamental que si bien no alcanza a las artes del lenguaje,
no deja de ser su sustrato.
Abreviando la problemática, no podríamos decirla mejor
que Guy Jucquois: «la diferencia entre lingüística y literatura
es artificial: esa diferencia solo se constituye, en el mejor de
los casos, desde el momento que clausura la frase y anuncia
el texto; solo tiene el propósito de alejar del poder herme-
néutico a aquellos a los que se atribuye la calificación de la
interpretación» (1986, pág. 199). Los pretendidos «métodos
lingüísticos» no pondrán fin a la crisis de los estudios litera-
rios; al contrario, son estos los que siempre saldrán ganando
si prestan la más escrupulosa atención a las formas linguales.
Complementariamente, la lingüística se halla muy necesita-
da de una reflexión sobre las técnicas del lenguaje y sobre la
literatura, de tal modo que los cursos de lingüística para los
«literatos» no son menos deseables que los cursos de literatura
para los lingüistas. Las Letras llevan las de ganar con una in-
terdisciplinaridad interna que les permitiría, a fin de cuentas,
enfrentar la interdisciplinaridad externa.
A ello se añade el hecho de que los fundadores de la lin-
güística moderna han logrado mucha de su inspiración con el
estudio de la literatura y la mitología. Humboldt otorgó una
creciente atención al estudio de las lenguas en los corpus lite-
rarios, como lo demuestran sus estudios del Bhagavad-Gita,
del Tchoung young, e incluso de los relatos cosmogónicos de
las islas Tonga. Bréal, fundador de la semántica moderna, de-
fendió su tesis sobre el mito de Hércules y Caco. Saussure
preparó, a partir de 1903, la revolución epistemológica que
confirma, a su modo, el Curso de lingüística general, gracias a
sus trabajos sobre el verso saturniano y las leyendas germáni-
cas20. Los estudios de lengua y de literatura se complementan
con razón, pues «la lengua se forma a través de sus hablantes
en una literatura que recibe así una función motriz en su ca-
racterización, y constituye parte integrante del estudio de las
lenguas» (Thouard, 2000a, pág. 170).

20
Su primer libro se tituló Mélanges de linguistique et de mythologie
[Misceláneas de lingüística y de mitología], 1877.

[22]

Artes y ciencias del texto.indb 22 15/12/11 11:44:48


La interpretación unificadora.— Si no es posible unifi-
car las disciplinas del texto, se puede en cambio plantear una
cuestión común que ellas pueden enfocar de manera diversa:
la de la interpretación. Pero dicha cuestión parece ser blanco
de una prohibición en la que recala Descombes que quiere en-
viar la hermenéutica al Templo, olvidando las hermenéuticas
jurídicas y literarias; Adam, que en su afán por reestructurar la
estilística con la gramática, reconoce el interés de Spitzer «no
obstante sus presupuestos hermenéuticos» (1999, pág. 11); o
de Biasi quien no titubea, por su parte, en asimilar la herme-
néutica al integrismo, según un punto de vista «resueltamente
mediológico, laico y antifundamentalista»21. De esta manera,
solo se tolera los temas hermenéuticos convenientemente al-
terados, por ejemplo, Bajtín reproduce santurronamente la
hermenéutica alemana tardía, que conocía a las mil maravillas
pero evidentemente no podía citar; y su barniz marxista de
circunstancias le permitió dar crédito a los temas románticos
del intertexto, de la dialógica, etc22.
En cuanto a los lingüistas, estos mantienen el postulado de
la separación entre semántica e interpretación. Georges Klei-
ber se proponía, en una fórmula muy clara, «establecer, en la
construcción del sentido, lo que es del César de la semántica
y lo que corresponde al Dios de la interpretación»23. Habría,
en consecuencia, una parte del sentido independiente de toda
interpretación, lo que, sin duda comprende el antiguo sentido
literal renovado por el positivismo al que Kleiber se adhiere ex-
plícitamente. Sin embargo, la cuestión de la interpretación se
replantea insistentemente por doquier: ¿cómo reconocer un sen-
tido literal?, ¿un tema?, ¿un topos?, ¿un tropo?, ¿un «sistema»?
Así, dicha cuestión nos servirá de hilo conductor pues reúne el
principio de placer y el principio de realidad en una epistemolo-
gía de la dificultad: el sentido es el objeto de una búsqueda en la
que solo tienen éxito aquellos que dudan.
En el seno de las ciencias del lenguaje, se planteó el proble-
ma de la interpretación casi únicamente en forma restrictiva

21
«La hermenéutica siempre flirteó con el idealismo y lo intemporal; ella
detesta la ciencia, porque su modelo implícito es el Libro, el texto sagrado apo-
yado en la glosa y el comentario. Para la hermenéutica, el Texto es el único Dios
y el crítico es su profeta. En esas condiciones, es difícil escapar por largo tiempo
a la tentación integrista» (Le Monde, 14 de febrero de 1997, pág. XII).
22
La teoría de Bajtín deriva de la dialéctica de Schleiermacher.
23
Lettre du départment SHS, 54, CNRS, mayo de 1999, pág. 26.

[23]

Artes y ciencias del texto.indb 23 15/12/11 11:44:48


para las palabras antes que para los textos. Asimismo, la se-
mántica interpretativa propuso ampliar el objeto y los obje-
tivos de la lingüística y precisar las fronteras que la separan
de la hermenéutica filosófica y de la filología, pero también
aquellas que la distinguen de las otras disciplinas del texto,
como la poética, la retórica y la estilística. Por lo demás, la
lingüística comparte con las otras ciencias de la cultura un
estatuto epistemológico común; dicho estatuto presupone que
la descripción sea también una interpretación y exige que la
metodología se sustente en una deontología.
Las disciplinas que evocaremos sucesivamente pueden ser
agrupadas en dos modestas tetralogías. La primera —lingüís-
tica, semiótica, filología, hermenéutica— interesa a todos los
textos; la segunda —retórica, estilística, temática y poética—
evoca, hoy día, los textos literarios. Advertiremos que en vir-
tud del principio de finitud original reconocido por Ricoeur,
no hemos tratado de jerarquizarlas ni de articularlas artifi-
cialmente. Al interior de la primera tetralogía, la lingüística
y la semiótica rivalizarán para, en primer lugar, tratar el tex-
to; luego mostraremos cómo la filología y la hermenéutica se
complementan. La segunda tetralogía dará su lugar, ante todo,
a las disciplinas que se vinculan con los discursos y los textos
singulares, la retórica y la estilística; enseguida, a las que tra-
tan las normas, la tópica y la poética de los géneros.
Queda por indicar que las diversas secciones de este libro
reproducen y refunden publicaciones anteriores (especialmente
1994a y c, 1995b, 1996b y e, 1997, 1999a, 2000b y e). Ellas se
han beneficiado con las críticas y sugerencias de varios colegas
y amigos, por ejemplo, Françoise Douay me permitió ampliar
el capítulo sobre la retórica y Ronald Landheer, abreviarlo: la
pluma no trabaja menos cuando acorta que cuando agrega.
Quiero expresar mi gratitud a todos aquellos que me han
invitado a exponer estas ideas y que han participado en mis
seminarios, y muy en particular a los miembros del equipo Se-
mántica de los textos (Sémantique des textes)24, al que dedico
esta obra. Tengo, finalmente, una deuda especial con Évelyne
Bourion, que me ayudó a corregirla25.

www.texto-revue.fr.
24

La versión española de esta obra ha contado con la colaboración de


25

Federico Salazar Bustamante; dejamos constancia de nuestro reconocimien-


to por su gentil diligencia. [T.]

[24]

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CAPÍTULO 1

Lingüística y semántica de los textos

Las lingüísticas textuales se han multiplicado especialmen-


te en Europa desde hace más de treinta años, y en la actualidad
disponemos de diversos panoramas que es inútil repetir (cf. la
antología de van Dijk, 1985; Jeandillou, 1997). Sin considerar
a la lingüística textual como un sector disciplinario autónomo,
interroguemos la capacidad de la lingüística para describir
los textos. Ella se limita, por lo general, a la frase, pues debe
todavía mucho a la herencia secular de la gramática: la lingüís-
tica histórica y comparada fundaba sus comparaciones en el
análisis morfosintáctico y las gramáticas formales contempo-
ráneas han reforzado aún más esta reducción. Es todavía una
disciplina normativa que por medio del juego de ejemplos y
de contraejemplos trata de instaurar o mantener las normas
de gramaticalidad, incluso de semanticidad. En cuanto a la
inversa, el aspecto descriptivo domina; ella acuerda a los he-
chos un lugar muy diferente, eximiéndose de imponerles un
orden en forma de reglas absolutas. Además, tales reglas son,
evidentemente, inválidas en el plano del texto.
Pese a la autoridad de la tradición gramatical, en realidad
todo compromete a la lingüística a considerar los textos como
objeto; en esta situación ella enfrenta fenómenos de una escala
muy diferente, podría decirse, un verdadero agrandamiento.
No abandona el plano de la frase pero puede volver a esta de
una manera nueva, en la medida en que lo global determina

[25]

Artes y ciencias del texto.indb 25 15/12/11 11:44:48


lo local. Si no es posible reducir un texto a una serie de frases,
sin duda cada una recibe del texto en que figuran determina-
ciones inevitables, incluso sobre su sintaxis, su morfología1 y
aun su fonética.

1. ¿QUÉ ES UN TEXTO?

Tomemos provisionalmente la palabra texto en su sentido


más extenso, es decir, como el plano de la descripción lin-
güística. Pero ya en esta perspectiva, hay que precisar y ha-
cer evolucionar el concepto de texto. En primer lugar, ciertas
tradiciones filológicas y hermenéuticas nos han transmitido
una concepción un poco sacralizada del texto. Para ellas, un
texto es sobre todo un escrito: una vez que su letra ha sido
fijada, deviene en una referencia para la filología, constituye
autoridad para la hermenéutica jurídica y da fe para la herme-
néutica religiosa. En pocas palabras, el texto tiene una función
institucional en las sociedades de derecho escrito y para las
religiones del Libro.
Además, queda por definir y especificar la textualidad; y
nos será preciso pasar del texto en tanto plano teórico de com-
plejidad —como en las «gramáticas del texto»— a los textos,
definidos entonces como unidades empíricas.

1.1. Los polos extrínsecos del texto

La semántica es deudora de la semántica léxica, asociada al


signo aislado y remitida, por lo general, a una representación
mental o a un referente antes que a los otros signos. De hecho,
el signo no ha salido aún de su densa soledad.
Si evaluamos la incidencia del modelo del signo según
Bühler sobre la concepción funcional del texto, las dificultades
causadas por la aproximación tradicional de la significación
pueden ser medidas. Bühler parte de la afirmación del Cratilo
de que la lengua es un organon, un instrumento, pero repro-
cha a Platón haberse atenido a la relación entre los sonidos
y las cosas. Al modelo clásico de la representación que va de

1
Sobre las variaciones morfosintácticas según los textos, cf. Malrieu y
Rastier, 2001.

[26]

Artes y ciencias del texto.indb 26 15/12/11 11:44:48


la palabra a la cosa por medio del concepto, Bühler le agrega
dos polos, el emisor y el receptor, y especifica tres relaciones
semióticas que en conjunto elevan el fenómeno acústico a la
dignidad de signo:

(i) La representación de cosas y de estados de cosas o de


relaciones, pues el signo es un símbolo;
(ii) La expresión, ya que el signo es un índice o síntoma
del emisor;
(iii) La apelación, puesto que el signo es una señal para
el receptor (Sprachtheorie, 1965, I, 1.2).

El signo se encuentra así limitado a ser un objeto simple-


mente material que solo tiene sentido en relación a tres relata
no lingüísticos: el mundo de referencia, el emisor y el receptor.
De este modo, el modelo de Bühler añade al modelo aristo-
télico presentado al comienzo del Peri hermeneias2 los dos
polos del emisor y del receptor; y, al mismo tiempo, asigna al
concepto significado ubicaciones psicológicas, remitiéndolo a
esos dos personajes-polos bajo diferentes especies semióticas.
De esta manera, él añade a un modelo de la expresión —peri
hermeneias significa de la expresión antes que de la interpre-
tación—, un modelo de interpretación de tipo indicial, surgi-
do de la tradición retórica y renovado por el agustinismo3. La
fuerza y la originalidad del modelo de Bühler residen, así, en la
síntesis de los dos paradigmas principales de la significación,
referencial e inferencial, a los cuales se puede asociar simbó-
licamente los nombres de Aristóteles y Agustín.
Si bien es útil reconocer esos tres polos extrínsecos de la
significación, hay que recordar que a ellos les corresponden
tres reducciones clásicas:

(i) Un modelo de la referencia no es un modelo del tex-


to. Aun si la explicación extrínseca de la significa-
ción por la referencia se apoya en la larga y potente
tradición del realismo filosófico4, la referencia sigue

2
Una presentación de ese modelo que dio nacimiento al triángulo se-
miótico clásico palabra / concepto / cosa, se encuentra en el autor, 1990.
3
Sobre ese modelo indicial de la inferencia, cf. el autor, 1991, cap. III.
4
Jacques (1992, pág. 94) atribuye a Aristóteles estos dos criterios: «un
texto es uno porque habla de un solo y mismo objeto, del cual es motivo,
o porque se mantiene junto (sundesmô) por conjunciones» y remite al Peri

[27]

Artes y ciencias del texto.indb 27 15/12/11 11:44:48


siendo concebida como una propiedad del signo y
de la proposición, pero se torna evasiva en el plano
del texto.
(ii) Un modelo de la intención o de la producción no
puede pasar por ser un modelo del texto, al menos
mientras no se halle articulado a un modelo lingüísti-
co; e incluso entonces, la intención se mantiene como
una conjetura.
(iii) Un modelo de la interpretación no es tampoco un
modelo del texto. Las abstracciones como el Lector-
modelo (Eco) o el Superreader (Riffaterre) hiposta-
sían las performances bien atestiguadas de esos dos
autores, pero parece que no pueden pretender una
validez más amplia.

Esas tres reducciones se apoyan en dos simplificaciones


ordinarias en las ciencias del lenguaje, siempre fascinadas por
las ciencias de la naturaleza o de la vida. La simplificación
causal quisiera que hubiese causas aislables y que el efecto se
reconociese íntegramente en la causa que, aquí, es la inten-
ción del emisor o del receptor. Esta simplificación muestra el
prestigio de las ciencias físicas que el positivismo5 ha exaltado,
permitiendo reducir los hechos humanos a los hechos físicos,
luego neuronales y, por último, físico-químicos. Dicha simpli-
ficación se basa en la idea de un determinismo universal que
quisiera hacer regir por las mismas leyes todos los niveles de
la realidad o todos los «estratos del Ser».

hermeneias, 17a 15-17, Poética, 1457a 28 y sig., Metafísica, 1045a 12 y sig.


El primer criterio es extensional y supone que el referente determina la
coherencia; el segundo es intencional y hace depender de articulaciones
lógicas o sintácticas lo que hoy se conoce como cohesión o conectividad.
La presentación es seductora, pero hay que notar la diferencia entre las dos
acepciones de la palabra logos en el texto de Aristóteles: la definición sirve
de ejemplo para la primera, la Ilíada ilustra la segunda. La primera es de
inspiración lógica, referencial, y anticipa la acepción de logos como propo-
sición declarativa; la segunda es de inspiración retórica y poética.
5
Véase, por ejemplo, la célebre declaración de Taine: «no importa que
los hechos sean físicos o morales, siempre tienen causas (…). El vicio y la
virtud son productos como el vitriolo o el azúcar» (Introducción a la His-
toire de la littérature anglaise [Historia de la literatura inglesa], en Molino,
1989, pág. 16). El positivismo lógico mantuvo las mismas tesis fundamenta-
les, seguido por el cognitivismo ortodoxo en su programa de naturalización
del espíritu.

[28]

Artes y ciencias del texto.indb 28 15/12/11 11:44:48


La simplificación funcional deposita la huella del pensa-
miento —tradicionalmente considerada como autárquica y do-
minadora— en el nivel más profundo del lenguaje. Al admitir
que el lenguaje es un instrumento determinado por sus funcio-
nes, se asume el modelo de las ciencias de la vida y el precepto
de adaptación por el cual la función crea el órgano. La lingüís-
tica funcional procede de esta otra forma de determinismo6.
En lingüística textual, el funcionalismo subtiende numerosos
modelos que clasifican los textos según su función dominan-
te (véase, por ejemplo, el modelo de Beaugrande y Dressler,
1984; para una discusión, cf. infra, cap. VIII). Sin embargo,
las ciencias de la cultura no tienen acceso a las causas sino
a las condiciones que ellas pueden jerarquizar y problema-
tizar. Además, como las funciones de los objetos culturales
varían con las culturas, según las prácticas y las situaciones,
es sin duda cuestionable su determinación a priori.
El modelo de Bühler, que es la fuente principal de las ti-
pologías funcionales contemporáneas —especialmente la de
Jakobson—, depende de una semiótica del signo y define el
signo en sí, aislado (no se sabe cómo) de todo contexto lin-
güístico. Por regla general, la tradición de la filosofía del len-
guaje se confunde respecto al sentido textual al definirlo según
criterios semióticos7 y la subordinación del signo a tres relata
extralingüísticos, impide concebir la textualidad pues remite
el texto a niveles ontológicos distintos del lenguaje, ocultando
así su estatuto propio.
El procedimiento lingüístico que deseamos ilustrar va, al
contrario, del texto a sus polos extrínsecos o correlatos no
lingüísticos. Este procedimiento toma, entonces, su distancia
respecto de otros enfoques, por ejemplo, el abordaje filosófico
del positivismo lógico parte del referente para hacer del signo

6
Véase la primera tesis del Círculo Lingüístico de Praga, 1929: «La
lengua, producto de la actividad humana, comparte con esta actividad el
carácter de finalidad. Cuando se analiza el lenguaje en tanto expresión o en
cuanto comunicación, la intención del sujeto hablante es la explicación que
se le presenta más fácilmente y como la más natural. De este modo, el aná-
lisis lingüístico debe ser considerado desde el punto de vista de la función.
Desde ese punto de vista, la lengua es un sistema de medios de expresión
apropiados para un fin» (trad. franc. en Change, 3, 1969). Esta concepción
corriente ha proseguido su camino especialmente en el funcionalismo de
Martinet o el de Halliday.
7
Aquí se entiende semiótica en sentido restringido de teoría del signo;
para una discusión, véase el cap. II.

[29]

Artes y ciencias del texto.indb 29 15/12/11 11:44:48


su representación; los accesos psicológico y sociológico parten
del emisor o del receptor. Todos estos enfoques proceden de
los polos extrínsecos y van hacia el texto, a fin de dar cuenta
de él pero tratando de ahorrarse el alto costo de su descrip-
ción8.
La propuesta de una semántica de los textos no consiste
en negar la incidencia de esos polos haciendo conjeturas so-
bre una especie de solipsismo lingüístico, sino en controlar el
recurso a tales polos en función del sentido textual. La inter-
acción de los signos en un texto define, de facto, una proble-
mática semántica muy distinta. A las problemáticas del signo,
esto es, a los modelos de la significación fuera de contexto,
se opone, en efecto, la problemática del texto, fundada en el
análisis diferencial, y que define el sentido por la interacción
paradigmática y sintagmática de los signos lingüísticos, no
solo entre ellos sino en relación con el texto global.
La reflexión sobre los polos extrínsecos del texto permite
plantear los problemas de su ubicación común y de su inte-
racción. En el marco limitado de una semántica lingüística,
esos polos tienen una incidencia sobre el texto por interme-
dio del género que define, a su vez, el lugar del enunciador y
del destinatario; el género circunscribe igualmente el lugar del
referente (cf. cap. VIII). Esos tres lugares son, así, los «polos
intrínsecos»: su relación con el enunciador real, el destina-
tario real y el mundo real —polos extrínsecos figurados en
el modelo de Bühler— es enigmática o por lo menos excede
la ambición de una semántica de los textos. Nos parece, en
efecto, que ese modelo depende de la filosofía y se podría leer
en la obra de Ricoeur el triple recorrido que va de esos tres
polos extrínsecos hasta el texto y su retorno, manera ejemplar
de «mediatizar el Cogito por todo el universo de los signos».
Adoptando un camino inverso —pero tal vez complemen-
tario— que parte del texto a fin de discernir allí los polos
extrínsecos y retornar hacia él, nosotros abandonamos las tres
mímesis que escenifica Ricoeur (1983) y separamos el texto
de lo «Real» mediante una teoría de la impresión referencial;
lo apartamos del Autor, definiendo el estilo como un tipo
de regularidad lingüística, y del Lector, convertido en sim-

8
El recorrido de las reducciones difiere, pero en todos los casos ellas
garantizan el texto —que depende de lo semiótico— a partir de una on-
tología del mundo (referente) o de las representaciones (del emisor o del
receptor).

[30]

Artes y ciencias del texto.indb 30 15/12/11 11:44:48


ple operador del recorrido de las tres mímesis. Proponemos,
entonces, una desontologización que se encamina según tres
direcciones:

(i) Reemplazar el problema de la referencia por el de la


impresión referencial;
(ii) Sustituir el problema del enunciador por el del foco
enunciativo tal cual es representado en el texto y/o
situado por las reglas del género; y
(iii) Cambiar el problema del destinatario por el del foco
interpretativo en condiciones análogas9.

El lector real se imagina, ciertamente, un mundo, un autor


y tal vez a él mismo. Sus representaciones, atribuidas a la rea-
lidad supuesta de los polos extrínsecos, se convierten para él
en lo «real». Nosotros adoptamos, respecto a este lector, una
posición agnóstica de acuerdo con la voluntad de hablar de
obras en términos de obras, no de sujetos ni de mundos.

1.2. Definiciones discutidas

Tres definiciones del texto, tomadas en préstamo sucesiva-


mente a un filólogo, a un filósofo analítico y a un fenomenó-
logo, permitirán precisar nuestra problemática.
Jacques Perret dice expresarse como filólogo cuando escri-
be: «Un texto de escritura presenta e implica siempre cierto
número de realidades distintas: 1/ El mundo, o mejor, algo
del mundo, entendiendo por mundo una colección de objetos
que existen o que son considerados como existentes indepen-
dientemente del texto: las Ideas de Platón, Dios, los astros, la
batalla de Waterloo, etc.; 2/ Una lengua (inglés, alemán, etc.)
de la cual el texto es una muestra; 3/ Un autor; 4/ El texto
mismo» (1975, pág. 14). En esta definición oblicua, el texto
se define por su relación con la lengua y con dos polos extrín-
secos, el mundo y el autor.
Por su parte, Francis Jacques, que prolonga la filosofía ana-
lítica, presenta esta «definición indicativa del texto escrito»:

9
La indiferencia del texto respecto de la ontología y de sus pretendidas
determinaciones se hace manifiesta cuando los polos intrínsecos se multipli-
can: los enunciadores, los destinatarios y los mundos representados pueden
multiplicarse sin que cambie, lingüísticamente hablando, nada esencial.

[31]

Artes y ciencias del texto.indb 31 15/12/11 11:44:48


«Sea un conjunto de frases dotadas con una coherencia global,
que presenta un comienzo, un medio y un fin. Agreguemos
que su unidad transfrásica puede convertirse en objeto de un
supra-código que hace de ello una totalidad» (1992, pág. 93).
Pero un texto no es un conjunto de frases: no es un conjunto
y la frase, unidad sintáctica, no tiene ningún privilegio para
definirlo. El hecho de tener un comienzo, un medio y un fin
define por cierto, en el capítulo VII de la Poética de Aristóte-
les, eso que forma un todo; sin embargo, ello solo vale para la
tragedia y las «historias bien organizadas». En cuanto a los gé-
neros breves desprovistos a menudo de estructura narrativa,
especialmente los gnómicos o paremiológicos, es dudoso que
ese criterio pueda ser tomado en consideración. Finalmente,
por coherencia global sin duda hay que entender aquí cohe-
sión o «unidad transfrásica». ¿En qué se distingue ella de una
totalidad? Ese carácter adicional provendría de un «supra-
código». Pero, de hecho, no es el texto el que se encuentra
supra-codificado sino es la frase artificialmente aislada la que
resulta infra-codificada si no se tiene en cuenta las normas de
género propias del texto. A pesar de ello, la definición de F.
Jacques tiene el mérito de definir el texto, por así decirlo, en sí
mismo, independientemente del autor, del lector o del mundo.
Pero esta definición es solo indicativa y Jacques afirma más
adelante que es incompleta y que todo texto crea un mundo10
que apunta hacia el mundo real; así pues, él define en última
instancia el texto en relación a ese polo extrínseco.
Ricoeur formuló la definición más interesante para nuestros
propósitos: «El paradigma del texto se caracteriza por: 1/ La

10
F. Jacques piensa así que «el lenguaje literario se orienta hacia una rea-
lidad exterior que alcanza o no alcanza» (1992, pág. 119). Esta referencia
suspensiva no queda suspendida, ya que los predicados aplicables al objeto
del discurso permiten «engendrar el mundo textual» (pág. 120). Pero los
mundos textuales de los textos de ficción apuntan hacia el mundo real: «Las
referencias literarias que son parte de los mundos ficticios, son accesibles
a partir del nuestro. Y, recíprocamente, el mundo real es accesible a partir
de ellos» (pág. 114). La referencia es así sustituida por una relación de
accesibilidad entre mundos; pero el mundo real sigue siendo un parangón
y permite, de alguna manera, marcar la referencia ficticia. De esta manera,
todas las grandes novelas «revelan el principio de la ficción que las sustentó.
Ellas se dirigen hacia una referencia en el mundo real que es su terminus ad
quem» (pág. 112). Ese rodeo por los mundos posibles, leibniziano una vez
más, permite así «preservar el contenido de verdad del texto» (pág. 109) y
no «renunciar al realismo filosófico de la referencia» (pág. 97).

[32]

Artes y ciencias del texto.indb 32 15/12/11 11:44:48


fijación de la significación; 2/ Su disociación respecto de la in-
tención moral del autor; 3/ El despliegue de referencias no os-
tensivas; 4/ El abanico universal de sus destinatarios» (1986a,
pág. 199). Si el texto continúa así ligado a los tres polos extrín-
secos que le reconoce el modelo de Bühler (el autor, el mundo
y el destinatario), Ricoeur asume, respecto de ese modelo, tres
formas diferenciadas de autonomía: si bien conserva un autor,
lo disocia de su intención; se dirige hacia un mundo, pero
sin designarlo directamente; tenía destinatarios, pero ahora
se dirige a todos. Se podría reconocer en el tema del abanico
universal de los destinatarios un tema cristiano; incluso, en el
de la fijación de la significación, un tema más precisamente
reformado, pero ello supondría recurrir a una intención moral
impertinente para nuestros fines. Lo esencial sigue siendo el
retiro del texto respecto a esos tres polos extrínsecos que ya
no pueden pretender determinarlo directamente.
A pesar de la diversidad de sus elecciones filosóficas, los
tres autores que acabamos de comentar se adhieren a una con-
cepción realista de la significación: para ellos, el texto cobra su
sentido en relación a los correlatos no lingüísticos. Aun cuan-
do la incidencia del autor o del destinatario se presta a debate,
se concibe a la significación como referencia a un mundo, de
acuerdo con la tradición aristotélica para la cual las palabras
representan a las cosas por intermedio de los conceptos.
Puesto que en los dominios de la inteligencia artificial y de
la lingüística cognitiva han aparecido nuevas concepciones del
texto, nos es indispensable discutirlas antes de proponer una
definición positiva11.
Un texto, ¿es una cadena de caracteres, como se admite
corrientemente en lingüística informática? De convenir en ello,
se reduciría el texto solo a su sustancia gráfica; se incitaría a su
tratamiento secuencial o, más exactamente, determinista, me-
diante una ventana de lectura desplazada linealmente, como
ocurre a menudo con los analistas sintácticos; por último, se
le separaría de su entorno local (su situación) y global (la
cultura de la que procede). Se reduciría así el lenguaje a su sig-
nificante, como lo hace adrede la diplomática; y además solo
se trataría de palabras a las que corresponderían, en el mejor
de los casos, esas cadenas de caracteres. En este extremo, la

11
Reiteramos en este párrafo los elementos del autor et ál., 1994,
cap. VII.

[33]

Artes y ciencias del texto.indb 33 15/12/11 11:44:48


semántica se encuentra eludida de facto: se cree poder pasar
lisa y llanamente de la cadena de caracteres al concepto.
Un texto tampoco es una serie de instrucciones, algorít-
mica o no, como quisieran la semántica de procedimientos
y la psicología que ella ha influenciado, por ejemplo la de
Johnson-Laird. Esta definición concibe el texto a imagen de
un programa informático clásico (que es, ciertamente, una
serie de instrucciones) y asimila la comprensión a su aplica-
ción por el espíritu computer. Sin embargo, una instrucción
informática es ejecutada necesariamente por el ordenador (o
computadora electrónica), mientras que un interpretante, tal
cual es definido por la semántica interpretativa, es solo un ín-
dice que debe ser reconocido como tal por el lector pudiendo,
pese a todo, ser despreciado. La noción de instrucción supone
una concepción normativa de la interpretación. Por lo demás,
si un programa consiste en una serie de instrucciones, estas
son colectivamente necesarias y suficientes para su ejecución;
al contrario, las interpretaciones de un texto pueden serle ex-
trínsecas, comenzando por el pacto genérico que su lector u
oyente asegura al darle sentido12.
Por último, un texto no es una serie de esquemas cognitivos
(proposiciones mentales, modelos mentales, escritos, planos,
etc.). Su lectura suscita, desde luego, correlatos mentales, pero
su estructura no consiste en tales correlatos. En relación a la
psicología, el texto aparece no como un conjunto de represen-
taciones sino como un conjunto estructurado de coerciones
sobre la formación de las representaciones.

1.3. Proposiciones

En la tradición filológica, el texto se opone al discurso


como lo escrito a lo oral13, pero a la hora de la desmateria-
lización digital hay que pensar en una revisión, y la oposi-

12
Sería prudente discutir la noción de instrucción tal cual es utilizada
por Eco (Lector in fabula) o por la Escuela de Constanza: «El texto es un
conjunto estructurado de instrucciones de lectura» (Rutten, 1980, pág. 73).
La noción a veces anticipada de resolución de problemas (Adam, 1990,
pág. 114) pertenece al mismo paradigma computacional y calculador. Para
un desarrollo, cf. infra, cap. IV.
13
Esta restricción aparece tanto en Perret, «Un texte d’écriture» [Un texto
de escritura] (1975, pág. 14) como en los desconstruccionistas, «Un texte est

[34]

Artes y ciencias del texto.indb 34 15/12/11 11:44:48


ción entre escrito y oral debe ser superada por la noción de
soporte. Resumamos lo dicho en una definición: un texto
es una serie lingüística empírica corroborada, producida
en una práctica social determinada y fijada en cualquier
soporte. Por lo tanto, un texto puede ser escrito u oral, e
incluso presentado por medio de otros códigos convencio-
nales como el alfabeto Morse, el ASCII14, etc. y manifestarse
en interacción con otras semióticas (cinta cinematográfica,
etc.). Estas tres condiciones definitorias han de entenderse
como sigue:

(i) El texto es corroborado: no es una creación teórica


como sería el ejemplo de lingüística forjado por el
lingüista. Esta primera condición enuncia un princi-
pio de objetividad.
(ii) Es producido en una práctica social determinada: se
trata de un principio de ecología. El conocimiento
(o la restitución) de esta práctica, hoy todavía insufi-
ciente, es necesario, aunque solo sea porque asegura
la delimitación del texto15.
(iii) El texto es fijado en un soporte: tal es la condición
de su estudio crítico, que supone la discusión de
las conjeturas. Esta condición empírica rompe con
el exclusivo privilegio de lo escrito y recuerda que
la sustancia de la expresión no es definitoria del
texto.

La unidad empírica del texto no implica la fijeza de su sig-


nificación, la intención de su o sus autores, sus referencias no
ostensivas, ni la interpretación que le sea dada por sus destina-

un discours écrit, fixé» [Un texto es un discurso escrito, fijado] (T. Le Goua-
ziou, en Encyclopédie philosophique, París, PUF, 1990, II, 2, pág. 2578). Di-
cha restricción explica las reservas de ciertos retóricos respecto del concepto
de texto, muy dependiente, según ellos, de lo escrito.
14
ASCII: American Standard Code for Information Interchange. La
norma ASCII es utilizada para la codificación de caracteres en informática.
[T.]
15
La definición empírica de Weinrich, «Un texto […] puede ser definido
como una serie significante de signos entre dos interrupciones manifiestas
de la comunicación» (1982, pág. 198), rompe ciertamente con lo escrito,
pero descansa estrechamente en la noción de comunicación. La noción de
interrupción manifiesta requiere de precisiones; por ejemplo, un diálogo
puede ser considerado como un solo y mismo texto.

[35]

Artes y ciencias del texto.indb 35 15/12/11 11:44:49


tarios. A la descripción lingüística le corresponde caracterizar
esos cuatro polos16.
No evocamos aquí los rasgos estructurales que definirían la
textualidad en sí ni tampoco postulamos universales textuales,
aun si la antropología lingüística puede distinguir parentescos
en los principios estructurales de los mitos. Ciertos géneros
rigen los textos compuestos por una frase, una palabra, una
enumeración, y nuevas prácticas sociales pueden suscitar ma-
ñana géneros hoy imprevisibles: si bien existen reglas de bue-
na formación17, ellas son relativas a los géneros mas no a la
textualidad. Los universales en esta materia solo son «esencias
nominales», en otras palabras, conceptos que parecen útiles
para describir los discursos, los géneros y los textos.

2. EL ESTATUTO DE UNA LINGÜÍSTICA DE LOS TEXTOS:


OBJETOS Y OBJETIVOS

Una lingüística de los textos se enfrenta obligadamente a


una dificultad mayor: ligar la «letra» del texto —entendida en
sentido filológico y gramatical— con su «espíritu», es decir, las
diversas interpretaciones que obliga y suscita. La lingüística
restringida, dominada por el positivismo y el formalismo, no
se preocupó en su momento por describir la «letra» de los
textos y se contentó con estudiar los ejemplos que ella misma
producía u obtenía como muestras.
El objetivo de describir el «espíritu» fue reivindicado du-
rante mucho tiempo por una hermenéutica de tradición hei-

16
Otras tareas análogas tocan a las disciplinas vecinas en una semiótica
de las culturas, como la iconología.
17
Si Genette define indolentemente el texto como una «serie más o me-
nos larga de enunciados verbales más o menos provistos de significación»
(1987, pág. 7), Slakta precisa: «Secuencia bien formada de frases ligadas
que progresan hacia un fin» (1985, pág. 138). Esta definición suscita varias
incógnitas y objeciones: (i) Un texto no es una secuencia de frases, aunque
se encuentren ligadas. (ii) ¿Qué es una secuencia bien formada? La noción
de expresión bien formada supone reglas sintácticas estrictas, en el sentido
lógico-matemático del término. Recordamos el debate en Cognitive Science
a comienzo de la década los años 1980: este debate mostró, a quien todavía
titubeaba, que las gramáticas del texto no producen reglas de buena forma-
ción en sentido técnico. (iii) Según la tradición aristotélica. tender hacia un
fin es característico de los géneros narrativos o, al menos, cerrados; se puede
poner en tela de juicio que esta sea una propiedad de todo texto.

[36]

Artes y ciencias del texto.indb 36 15/12/11 11:44:49


deggeriana, lamentablemente escindida de su sustrato textual.
Entre una filología positivista y una filosofía especulativa, una
lingüística abierta a los textos y consciente de su estatuto her-
menéutico, debe objetar, reducir e incluso anular, la antigua
separación de la letra y del espíritu. Entre la forma material
del texto y sus interpretaciones, todo un sistema de normas
—comprobadas por las estructuras textuales— asegura la me-
diación indispensable. Mejor dicho, la identificación misma de
los signos mínimos no escapa a las condiciones hermenéuticas;
y el reconocimiento de las coerciones lingüísticas puede, en
reversa, librar a la hermenéutica de su involución especulativa
(cf. infra, cap. IV).

2.1. Las contradicciones de la filología

La larga y compleja tradición filológica nació con la pri-


mera sofística, la única que, en su tiempo, atribuyó al texto
suficiente importancia para estudiarlo por sí mismo, sin so-
meterlo a criterios éticos u ontológicos. La Poética y la Re-
tórica de Aristóteles muestran indirectamente esta primera
filología, hoy más o menos desaparecida. Las relaciones de
la filología y la gramática se precisaron en el siglo II antes
de nuestra era en Alejandría, donde se complementaron dos
opiniones: la gramática es un anexo de la filología y la crítica
es la culminación de la gramática. Dionisio de Tracia, alumno
de Aristarco, precisó lo siguiente: «La gramática es el conoci-
miento empírico de lo que comúnmente se dice en los poetas
y los prosistas» (Technè grammatikè, I, 1)18; la crítica (crisis
poèmatikon) constituye la última parte y la más bella19. En
esa época, la filología no estaba separada del problema de la

18
Sexto Empírico da la siguiente variante: «El conocimiento empírico
llevado lo más lejos posible» (Contra los gramáticos, § 57) y Di Benedetto
estima que esta definición es auténticamente dionisiana; ella refleja, en todo
caso, la actividad de los filólogos alejandrinos. La lección ordinaria con-
cuerda mejor con la tradición de la gramática escolar que, lejos de querer
estudiar los autores por ellos mismos, simplemente trata de encontrar ahí
una norma escrita.
19
La crítica (krisis) que él previó no juzgaba el valor estético sino la
autenticidad. Dionisio homenajeó a la escuela de Pérgamo, cuyos autores
reivindicaban el título de kritikos, mientras que la escuela de Alejandría se
contentaba, por lo común, con grammatikos.

[37]

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interpretación, como lo muestran especialmente las exégesis
alegóricas practicadas por los estoicos. Pero Crates, adversario
y rival de Aristarco, rechazó por adelantado la síntesis dioni-
siana y, según Sexto Empírico, trató de distinguir la crítica de
la gramática: «el crítico tiene que ver con la ciencia del logos
íntegra, mientras que el gramático se contenta con explicar
las palabras raras, dar razón de los acentos y solo conoce ese
género de cosas» (Contra los gramáticos, § 79). Este viejo
debate, ¡sigue vigente!
Los Padres de la Iglesia, preocupados por no atenerse a
la letra, practicaron brillantemente el alegorismo sin, por lo
demás, tratar de equilibrar la filología y la hermenéutica20.
A continuación, los hombres del medievo cuidaron poco la
exactitud lingüística y no distinguieron siempre el texto de sus
glosas. Al contrario, el desarrollo de los estudios médicos y ju-
rídicos que exigían textos seguros, la investigación y la crítica
de los manuscritos antiguos, así como el aporte de las letras
bizantinas, concurrieron todos desde el siglo XIV a hacer de la
filología el fundamento práctico del humanismo. Ella alentó,
a la vez, las investigaciones formales sobre la estructura de los
textos y las investigaciones enciclopédicas sobre la historia de
las lenguas y de las sociedades.
A partir de los siglos XVII y XVIII, la filología se extendió
de la Antigüedad al conjunto del patrimonio europeo en len-
gua vulgar. Su historicismo se empeñó a veces en impugnar
el cartesianismo (cf. Vico, De constantia Philologiae, 1725)
y de ahí las reservas formuladas sobre ella por las corrientes
cientificistas, especialmente en Francia21.
Luego de la hermenéutica pietista de las Luces, el tema crí-
tico22 del humanismo de la Reforma quedó incomprendido por

20
Por la misma época, un pagano africano, Martianus Capella, describió
en una graciosa alegoría las bodas de Mercurio, dios de los hermeneutas,
y de Filología, que accedía así al rango de diosa. Esta unión milenaria no
parece haberse consumado todavía.
21
En la Enciclopedia, D’Alambert la definía así: «Especie de ciencia
compuesta con la gramática, la poética, las antigüedades, la historia, la
filosofía e incluso, a veces, con las matemáticas, la medicina, la jurispru-
dencia, sin tratar ninguna de esas materias a fondo ni separadamente pero
estudiándolas todas en parte.»
22
El método de la crítica textual, elevado al plano teórico, se halla
en el origen de la filosofía crítica desde Kant. En efecto, el proyecto de la
filosofía crítica deriva, por una involución especulativa, de la crítica filoló-
gica, mediante el triple precedente del Traité théologico-politique [Tratado

[38]

Artes y ciencias del texto.indb 38 15/12/11 11:44:49


las Luces francesas. Además, la ambición totalizadora de la
filología alemana que con Wolf y Boeckh especialmente trató
de abarcar la totalidad de la cultura antigua, sufrió rápidamen-
te una involución especulativa, por ejemplo en Schelling.
De modo inverso, a lo largo del siglo XIX la práctica filo-
lógica sufrió una involución positivista que llevó a separar
académicamente las disciplinas que estudian la materialidad
del texto, por ejemplo, la paleografía, de aquellas que tra-
tan su interpretación, como la estilística. La filología estuvo a
punto de quedar reducida al estudio minucioso de los textos
escritos en las lenguas muertas. Por otra parte, la lingüística se
distinguió progresivamente separando el estudio de los textos
del estudio de las lenguas23. Y si bien la filología tuvo la repu-
tación de haber dado nacimiento a la lingüística, sus métodos
exigentes le atribuyeron, según dice Culioli, la reputación de
madre abusiva; pero los rigores de la madre, ¿justifican la
ingratitud de la hija?

2.2. Las contradicciones de la hermenéutica

La hermenéutica nunca fue una disciplina autónoma;


siempre se dividió entre las reflexiones filosóficas y un cuer-
po técnico de preceptos y de reglas de interpretación diver-
samente teorizado. En nuestra tradición y en un comienzo,
la hermenéutica fue un arte de explicar los textos fundado-

teológico-político] de Spinoza, de la Histoire critique du vieux testament


[Historia crítica del antiguo testamento] de Richard Simon —este orato-
riano atrajo los rayos de Bossuet al discriminar los géneros en la Biblia— y
del Dictionnaire historique et critique [Diccionario histórico y crítico] de
Bayle. La noción de crítica conservaba entonces algo de su origen judicial,
pues la crítica, dice Bayle, «sustenta, sucesivamente, el personaje de un
abogado demandante y el de un abogado defensor» (art. Arquélao, 290b).
Para Kant, esta actividad se convertirá en la de la Razón que representará
los papeles de procurador, abogado y juez, pero también el de acusado. Ella
será inicialmente absuelta, luego condenada por sus sucesores. Solo queda,
en el discurso jurídico, el tema de la legitimación.
23
Cf. Saussure: «La lengua no es el único objeto de la filología que, ante
todo, quiere fijar, interpretar, comentar los textos. La filología usa su méto-
do propio que es la crítica. Si la filología aborda las cuestiones lingüísticas
es, sobre todo, para comparar los textos de diferentes épocas, determinar la
lengua particular de cada autor, descifrar y explicar las inscripciones redac-
tadas en una lengua arcaica u oscura» (1972, págs. 13-14).

[39]

Artes y ciencias del texto.indb 39 15/12/11 11:44:49


res ya fuesen literarios, jurídicos o religiosos. La explicación
obedeció generalmente a objetivos éticos y así desde las in-
terpretaciones estoicas de Homero a las de los Padres de la
Iglesia, la conformidad con la moral o con la fe la guiaba y
la justificaba.
Mientras que el humanismo alentó el retorno a los textos
fuentes y a su restablecimiento filológico, la Reforma, al afir-
mar que la Escritura se interpretaba por sí misma (scriptura
sui ipsius interpres), ponía fin al magisterio dogmático y a la
autoridad de la tradición. Al rechazar la alegoría, el método
propuesto por Flacius Illyricus permitió redefinir y describir
de nuevo el sentido literal, incluso en los pasajes más oscuros,
esclareciéndolo merced al contexto global (Clavis scripturae
sacrae, 1567). Ese principio, sin duda de origen retórico, reco-
noció al texto una totalidad que no podía concebir el alegoris-
mo o, al menos, que debilitaba al dedicarse a lecturas parciales
aunque —o porque— eran conformes con la fe. Flacius rem-
plazó, por decirlo de algún modo, el magisterio dogmático de
la Iglesia por el del texto mismo, aplicando la consigna lutera-
na scriptura sola. Cualesquiera que fuesen sus consideracio-
nes teológicas, esta decisión justificó una atención extrema al
texto puesto que ella unificaba, de alguna manera, la letra y el
espíritu, permitiendo entonces concebir criterios descriptivos,
en cierto modo, internos a los textos.
Dicha decisión tuvo una gran resonancia al extenderse a
otros textos distintos de las Escrituras. Por ejemplo, la her-
menéutica general de Dannhauer (circa 1630) unificaba las
hermenéuticas teológica, jurídica y médica. Ella distinguía
claramente sentido y verdad, marcando así la incidencia de
un orden interno al texto24. Las hermenéuticas «especiales»,
particularmente la teológica, literaria y jurídica, florecieron en
los siglos XVII y XVIII. Correspondió a Schleiermacher (1768-
1834) formular un ambicioso programa general del cual de-
riva la hermenéutica material contemporánea. Por una parte,
extendió el campo de la hermenéutica de lo religioso a lo li-
terario, de lo literario a lo escrito y de lo escrito a lo oral,
planteando así por primera vez el problema hermenéutico de
la conversación (cf. Szondi, 1975, pág. 295). Por otra parte,
pasando de lo general a lo universal, trazó el proyecto de una

24
Esta distinción fundamental reaparece en el séptimo capítulo del Trai-
té théologico-politique [Tratado teológico-político] de Spinoza (1670).

[40]

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hermenéutica que expondría los principios universales de la
comprensión. De este modo, prolongó una evolución subje-
tivista que, en el siglo precedente, había dirigido la teoría de
los afectos en A. H. Francke o la de los puntos de vista (Sehe-
punkte) en Chladenius. A fines de su vida, todo ello lo llevó a
desplazar el acento principal de la hermenéutica del interpre-
tandum, el texto, hacia su intérprete, el lector, proyectando
allí una teoría trascendental de las condiciones subjetivas de la
interpretación. De manera muy problemática, Schleiermacher
trató de unificar una ciencia general de los textos y una filoso-
fía trascendental de la comprensión. El problema de la géne-
sis nos ofrece aquí un ejemplo esclarecedor: Schleiermacher,
al mismo tiempo que reformuló el objetivo de comprender
mejor al autor que lo que él mismo se comprendió, proyectó
reconstruir la génesis del texto. La crítica genética, tal cual fue
puesta en práctica por Szondi (cf. e. g., 1975, pág. 190 y sig.),
ilustra el desarrollo científico de ese proyecto.
Los sucesores de Schleiermacher eligieron de buena gana
una vía especulativa. Tal es el caso de Dilthey que escribió
la historia de la hermenéutica moderna o por lo menos trazó
su origen, pero la espiritualizó un poco, borrando de pasada
el nombre de Humboldt que precisamente daba a la herme-
néutica toda su dimensión lingüística. El paradigma del texto
se debilitó con Dilthey y el sentimiento vivido devino en el
origen y el fin de toda comprensión. Por último, la ontologi-
zación de la hermenéutica llevó, con Heidegger, a despreciar
las restricciones filológicas y deliberadamente a «violentar el
texto», despejando así el camino al irrisorio antinomismo de
los desconstruccionistas.
Una semántica de los textos debe unir la «letra» del texto
—entendido en sentido filológico y gramatical— con su «espí-
ritu», esto es, con las diversas interpretaciones que determina
e incentiva, evitando de este modo dos actitudes unilaterales
que llamaremos el «literalismo» y el «espiritualismo». El «li-
teralismo» pertenece a una lingüística restringida, dominada
por el positivismo y el formalismo que se reúnen en el positi-
vismo lógico y la filosofía del lenguaje anglosajona. Sigue dos
vías principales. La vía formalista, asemántica, reduce el signo
solo a su significante; ella considera únicamente la forma de
los «símbolos» y calca su sentido a partir de su composición
sintáctica. La vía sustancialista remite la palabra a su sentido
literal, que supuestamente se impone por evidencia pero que,
en realidad, es el resultado de una construcción interpretativa

[41]

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y nadie ha sido capaz de proponer un método para producirlo.
Como los usos efectivos hacen poco caso del sentido literal,
se creó la noción de sentido derivado y, si bien se distingue
del sentido literal para mitigar sus insuficiencias, lo único que
logra es confirmar su preferencia (cf. infra, cap. V).
El «espiritualismo» tomó, a su vez, dos vías. La primera
fue la de una hermenéutica post-heideggeriana que culminó
en el desconstruccionismo. La segunda, heredada del menta-
lismo clásico transferido por la semántica cognitiva, separa
el sentido de las lenguas y de los textos para fundarlo en un
espacio trascendental (Langacker) o en una fenomenología
experimental (Johnson).
Nosotros abordaremos la filología (cap. III) y la herme-
néutica (cap. IV) para mostrar cómo evitar esas dos actitudes
unilaterales, privilegiando la unidad de esos dos planos del
texto.

2.3. Las contradicciones de la lingüística

Destaquemos un primer síntoma: la rareza de la palabra


texto en los escritos lingüísticos. Esta palabra, escasa en la lin-
güística francesa, ya estaba ausente en la terminología lingüís-
tica de Marouzeau quien, no obstante, fue influenciada por la
tradición filológica. Según un estudio estadístico de Brunet,
ella es menos frecuente en lingüística que en la mayoría de las
demás disciplinas25. Los usos terminológicos recientes pueden
explicar ese hecho singular: «En lingüística francesa, el con-
cepto de texto es poco utilizado; se prefiere los conceptos de
discurso y enunciado» (Arrivé et ál., 1986, pág. 670). Según
tales autores, la palabra texto es empleada con el sentido de
corpus, por lo general escrito, o de habla (saussuriana). ¿Sería
consecuente concluir, entonces, con Coquet, que el texto «no
es objeto de estudio del lingüista ni del lógico ni del pragma-
tista» (1988, pág. 91)?
El texto es concebido a menudo como una serie de enun-
ciados. Así, Horst Isenberg afirmaba: «entendemos por texto
una secuencia coherente de enunciados que se utiliza en la

25
Su relativa frecuencia en el corpus del banco Frantext tiene un ratio
de 2,20, contra 2,30 en historia, 2,30 en etnología, 13,50 en filosofía y
78,50 en derecho.

[42]

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comunicación lingüística» (1970, pág. 21); y extrañamente
proponía en otro lugar, como ejemplo de texto, el siguiente:
Pedro quemó el libro; no le gustaba. Ese punto de vista perdu-
ra en autores tan diferentes como Stati26 o Danlos, que define
el «discurso» como un par de frases. En el mejor de los casos,
los textos se definen como ¡«encadenamientos discursivos un
poco largos»! (Auroux, 1996, pág. 260). Busquemos las cau-
sas de semejante reducción.

La verdad y el límite de la frase.— La limitación de la


lingüística al espacio confinado de la frase, es una constancia
del peso del logicismo en la construcción misma de la mor-
fosintaxis, cuya unidad mayor es la frase. Y, más allá, esa li-
mitación procede de la gran pregunta platónica que todavía
atormenta a la semántica veridictoria: ¿cómo la lengua puede
decir la verdad? La respuesta corriente ha sido dada por la
concepción representacional del lenguaje: la relación entre las
cosas mismas fundaría la verdad de la predicación27. Como se
sabe, solo las proposiciones decidibles son capaces de tener
valor de verdad y de ello se sigue la definición de la frase
como una totalidad de sentido. Los principales gramáticos
que han fijado nuestra tradición (cf. Dionisio, Techné, 11;
Apolonio Díscolo, Sintaxis, 2, 10; Prisciano, II, 53, 28) están
de acuerdo en este punto. La evolución del sentido mismo de
la pareja logos / lexis parece, desde esa perspectiva, pasable-
mente sintomática: mientras que en Platón y Aristóteles logos
se opone a lexis como el contenido a la expresión, los estoi-
cos tienden a oponer el logos como unidad compleja (juicio o
frase) a lexis como unidad simple, es decir, como palabra. A
los gramáticos alejandrinos solo les quedó asimilar la unidad
compleja a la unidad completa: logos designa a la frase como
totalidad semántica y lexis a la palabra como parte de la frase.
De esta manera los gramáticos limitaron a la frase el sentido

26
Cf. «Nos limitaremos en esta obra a los encadenamientos de dos enun-
ciados y de dos réplicas dialogales» (1990, pág. 12).
27
Compárese el ejemplo de Aristóteles: «Desde luego, tú no eres blan-
co porque sea verdadero nuestro juicio de que tú eres blanco, sino, al con-
trario, porque tú eres blanco, nosotros decimos algo verdadero al afirmarlo»
(Metafísica, IX, 10, 1051b, 6 [Metafísica. Introducción, traducción y notas
de Tomás Calvo Martínez. 2ª. Reimpr. Madrid, Editorial Gredos, S. A.,
2003, pág. 390]; cf. Categorías, 12, 14b 16 y sig.) y la célebre fórmula de
Tarski: «La nieve es blanca es verdad si y solamente si la nieve es blanca».

[43]

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de la palabra logos que, en Aristóteles, podía designar un texto
tan largo como la Ilíada28.
La noción de totalidad de sentido es especialmente engaño-
sa. Según Benveniste, la frase sería «una unidad completa, por-
que comprende a la vez sentido y referencia: sentido, porque
se halla informada con significación; y referencia, porque se
refiere a una situación ya dada» (1966, pág. 130). El carácter
distintivo de la frase sería el hecho de ser un predicado: «No
hay función proposicional que una proposición pueda cumplir.
Por lo tanto, una frase no puede servir de integrante a otro tipo
de unidad. Ello se debe especialmente al carácter distintivo, en-
tre todos, inherente a la frase, de ser un predicado» (pág. 128).
El argumento de Benveniste, puramente lógico, demuestra una
sujeción de la gramática a la lógica: «Se situará la proposición
en el nivel categoremático (…). No hay nivel lingüístico más
allá del nivel categoremático» (págs. 128-129, énfasis nues-
tro). Benveniste separaba, así, la frase del discurso; y la lengua
en tanto sistema, de la lengua en cuanto instrumento de co-
municación. Una vez echado el discurso fuera de la lingüística
de la lengua (cf. 1966, pág. 130)29, las aporías prestadas a una
lingüística «del habla» no encuentran solución.

El «discurso pedestre» y la normalización de la len-


gua.— Dionisio de Tracia definía ya la frase (logos) como
«una composición en prosa que manifiesta un pensamiento
completo» (Technè, § 11). ¿Por qué, entonces, limitarse a la

28
Incluso si estas observaciones —inevitablemente sumarias— deben
mucho a Lallot (1989, págs. 119-125), no nos deben hacer olvidar que
logos es una de las palabras más polisémicas imaginables, incluso entre
los gramáticos. Pero como todavía lo muestra la palabra lógica, logos tuvo
que ver, en parte y corrientemente, con la razón y el razonamiento. Por
ejemplo, en Platón logos designa la facultad de razonar (Parménides, 135e;
República, 582 e). Es de esta acepción que luego se pasa, a menudo, a la de
juicio o de predicación.
29
La teoría de Benveniste tuvo notable fortuna ya que se sustentaba
en prejuicios muy compartidos. R. Barthes, por ejemplo, los resume en
los siguientes términos: «Es sabido que el que el objeto de la lingüística,
el que determina a la vez su trabajo y sus límites, es la frase (por muchas
dificultades que encontremos para definirla): más allá de la frase, se acabó
la lingüística, pues lo que entonces empieza es el discurso y las reglas de
combinación de las frases son diferentes de las de los monemas; pero, más
acá tampoco hay lingüística, porque entonces lo que uno cree que halla no
son sino sintagmas informes, incompletos, indignos…» (1984, pág. 154).

[44]

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prosa, literalmente al enunciado pedestre (pezè lexis)? Cier-
tos escoliastas han argüido con pleno derecho que la prosa
representa el lenguaje sin adornos, natural (kata phusin). Esta
restricción sin razón gramatical ciertamente continúa, como
lo sugiere Claude Imbert, una definición de origen estoico
que, por los requerimientos de la lógica, hacía del logos un
enunciado estrictamente normado, sin disfraces retóricos (cf.
Lallot, 1989, pág. 122). Dicho enunciado es, ante todo, el
enunciado asertivo, y no es sorprendente el hecho de que Aris-
tóteles haya remitido, desde un principio, los enunciados no
asertivos a la poética y a la retórica (cf. Peri hermeneias, 17a).
Los defensores de la semántica veridictoria proceden hoy de
manera semejante, enviando esos enunciados a la pragmática,
que se ha sustituido a la retórica o por lo menos ha recogido
algunos de sus despojos. En pocas palabras, es a la domina-
ción milenaria de la gramática por la lógica que hoy se debe,
sin duda, la limitación de los estudios lingüísticos a la frase
más declarativa y más trivial posible.

La soledad de la frase.— El uso sistemático de los ejem-


plos y de los contra-ejemplos muestra hasta qué punto el es-
pacio de convalidación en lingüística se restringe todavía a la
frase, ya que por regla general los ejemplos no se extienden
más lejos. Ello supone asumir el prejuicio que la proposición,
como totalidad de significación, no recibe ninguna determina-
ción de su contexto y puede, por ende, ser estudiada aislada-
mente, sin que se reconozca la determinación de lo local por
lo global. Así definida, la frase se reduce a una abstracción,
cosa en la cual Z. Harris convenía con lucidez: «la frase no
existe en el uso real que se hace del lenguaje, donde siempre
hay un contexto de enunciación» (1969, pág. 10). Es decir, la
frase es claramente un artefacto de los gramáticos30.
Pese a ello, Culioli afirmaba: «el texto escrito nos obliga, de
manera ejemplar, a comprender que no se puede pasar de la
frase (fuera de la prosodia, fuera de contexto, fuera de situa-
ción) al enunciado, mediante un procedimiento de extensión.

30
Por haber desdeñado esto, la lingüística restringida no se agenció los
medios para pensar su restricción. Cuando, por ejemplo, Fauconnier estima
que Ella tiene buenas piernas es una frase ambigua porque también puede
ser referida a una escena de canibalismo, involuntariamente advierte cuán-
tos falsos problemas puede suscitar el estudio de frases sin confirmación,
sin contexto, sin texto, sin situación.

[45]

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De hecho, se trata de una ruptura teórica con consecuencias
imprevisibles» (1984, pág. 10). Esta ruptura es doble puesto
que compromete, a la vez, a la situación y al contexto, que para
nosotros se extiende al texto. La lingüística de la frase debe
beneficiarse, en reciprocidad, de los efectos de esta ruptura.
No se puede ignorar que, por ejemplo, la morfosintaxis varía
incluso con los géneros y los discursos. Joëlle Tamine ha de-
mostrado que la aposición asume un determinante o no según
se encuentre en una novela o en un diario, concluyendo justa-
mente que la tipología de los textos debe esclarecer el análisis
sintáctico (1976, pág. 139)31. Aún la fonética varía con los
géneros, como lo muestra el estudio de los géneros lisonjeros
conocidos por sus fricativas y sus vocales anteriores.
Resumiendo, no hay dos lingüísticas por derecho, una que
estaría centrada en la morfosintaxis y la otra en el texto; esos
dos planos de descripción sin duda se complementan. Si los
textos son el objeto empírico de la lingüística, aislar las frases
o a fortiori las palabras es resultado de procedimientos meto-
dológicos más complejos de lo que parece.

Reducciones.— La pretendida soberanía del «pensamien-


to» sobre el lenguaje ha llevado siempre a subestimar, incluso
a descuidar la diversidad de las lenguas y de los textos32. Esa
supuesta soberanía lleva también a hacer de la frase la expre-
sión de una proposición mental, creencia que no es propia de
la semántica lógica pues existen diversas formas de mentalis-
mo; en la semántica cognitiva ella se ejerce más firmemente
todavía, aunque bajo otras formas.
Las nociones de enunciación y de «textualización» dan fe
igualmente de la presión del mentalismo. La manera de con-
cebir el nivel conceptual ha evolucionado desde luego, pero

31
Para un análisis sistemático de las variaciones morfosintácticas en
corpus, véase Malrieu y Rastier, 2001.
32
La filosofía del lenguaje, especialmente gracias a la filosofía analítica
y a su padre fundador Stuart Mill, ha transmitido hasta nuestros días los
marcos teóricos del pensamiento medieval que no otorga ningún interés
particular a la diversidad de las lenguas. De allí la persistencia o el rema-
nente de problemas, como el de la efabilidad, revocados o prescritos por la
filología del Renacimiento y luego por la lingüística histórica y comparada.
Como la filosofía del lenguaje —de la cual derivan la semántica veridictoria
y la pragmática— no hace caso alguno de la diversidad de las lenguas, sin
duda ella debería haber cedido el paso a una filosofía de la lingüística.

[46]

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el sentido lingüístico continúa siendo atribuido a la manifes-
tación de conceptos o de operaciones mentales. El proceso
de engendramiento que iba de los contenidos y operaciones
mentales a su expresión lingüística y, por ello mismo, ligaba
la teoría clásica de las ideas a la gramática, se ha transpuesto,
bajo diversas formas, en la psicomecánica de Guillaume, en
el recorrido generativo de Greimas, en la teoría de la enun-
ciación de Culioli, en los diversos modelos psicolingüísticos
como el de Levelt, etc. La semántica cognitiva prosigue hoy
esta larga tradición especulativa que parte de lo mental para
ir a lo lingüístico, trazando así de nuevo, en diversas etapas,
la infusión del espíritu en la materia33.
La tradición ontológica quiso resolver la cuestión de la textua-
lidad mediante el principio de composicionalidad: el todo sería
una totalización de las partes (Plotino)34, principio que recobró
Leibniz y luego Frege. Ese precepto funda toda teoría lógica del
texto, en Montague, Kamp, Asher, etc., pero se le aplica peor
que a los planos inferiores, ya que no existe sintaxis del texto
capaz de regular la composición de las frases entre ellas35.
La legitimidad de la extensión de la descripción lingüística a
los textos sigue siendo impugnada de diversas maneras. Molino
sugiere así «la heterogeneidad de los textos, para la cual no cree-
mos (…) que exista ciencia única» e ironiza sobre la magnífica
Ciencia de los textos (1989, pág. 40). Ahora bien, la relación
mediata de los textos con diversos dominios de objetividad no
supone que la lingüística devenga en la Ciencia Universal. La
heterogeneidad del objeto, comprendida como diversidad, es la
suerte de toda ciencia descriptiva y antes de ser un obstáculo, es
una condición para su existencia. De la heterogeneidad de los
textos, no se puede concluir la imposibilidad de una ciencia de
los textos sino, al contrario, su necesidad.

33
Cabe interrogarse aquí sobre el carácter generativo de las gramáticas
generales y universales desde el siglo XIII. Ellas recibieron, de diverso modo,
la influencia del neoplatonismo: como se sabe, Plotino y su escuela descri-
bieron todo tipo de mediaciones graduales entre el espíritu y la materia. Si
la separación de las formas y de las sustancias es platónica, la graduación de
las mediaciones o conversiones que permiten pasar de las unas a las otras
parece característica del neoplatonismo.
34
Cf. el autor, 1992a.
35
En el plano epistemológico, la lingüística formal contemporánea es la
heredera de las gramáticas universales que florecieron del siglo XIII al XVIII: la
ciencia sigue siendo concebida como un cuerpo de conocimientos racionales
demostrados deductivamente.

[47]

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Logros.— Se puede distinguir dos tipos principales de
teorías del texto: semióticas y lingüísticas. Las teorías semió-
ticas más conocidas, como la de Greimas, consideran el nivel
lingüístico como una variable de superficie pero, con la am-
pliación del campo de los estudios lingüísticos, el principio
de una semiótica discursiva autónoma se volvió cada vez más
indefendible (cf. infra, cap. II). Las teorías lingüísticas, por su
parte, pueden reducirse a cuatro tipos.

(i) Las teorías obtenidas de la semántica formal, en que


la más conocida es la de Kamp, tienen una comple-
jidad técnica notable pero no se prestan a una des-
cripción comparativa de los textos. De hecho, ellas
no van más allá del parágrafo y, por ejemplo, en su
ámbito el concepto de género no pudo ser reformu-
lado.
(ii) Las teorías pragmáticas y enunciativas se han dedica-
do a identificar las marcas de la enunciación (como
los indexicales), a clasificar los actos de habla y a
estudiar las estructuras argumentativas de los textos
que se acomodan a ello. Esas teorías se adecúan al
análisis de las interacciones micro-sociológicas, es-
pecialmente al estudio de las conversaciones; están
vinculadas a ciertos géneros orales, pero no se han
prestado a la tipología de los textos, especialmente
porque reivindican una definición trascendental de la
comunicación, como lo muestran al seguir a Grice,
Sperber y Wilson con su postulado de un principio a
priori de la pertinencia comunicativa.
Estos dos primeros tipos de teorías lingüísticas
son compatibles entre sí, al menos por el parentesco
de la pragmática y de la semántica formal en el seno
del positivismo lógico.
(iii) Las teorías semánticas originadas en la corriente saus-
suriana, como las de Coseriu, Heger y Greimas (1966),
tienen por dominio predilecto la semántica léxica, la
teoría de las isotopías y el análisis narrativo.
(iv) Las teorías «retóricas» surgidas del estudio de las len-
guas de especialidad (Swales, Bhatia), se esfuerzan
por describir la diversidad de los textos en función
de las prácticas socializadas; ellas han acumulado ob-
servaciones preciosas en dominios como el lenguaje
jurídico.

[48]

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La convergencia de las dos últimas tradiciones se explica
por su rechazo común del objetivismo y del inmanentismo.
Ambas han demostrado ya una capacidad descriptiva superior,
en especial para las aplicaciones informáticas, cosa que permi-
tirá, a mediano plazo, decidir por razones de eficacia.

3. LA DESONTOLOGIZACIÓN DE LOS TEXTOS

Para describir los textos en sí mismos y por ellos mismos,


hay que sustraerlos de la ontología que siempre garantizó su
sentido, debido a la concepción realista de la significación.
En el momento ejemplar del Renacimiento, la crítica de la
ontología siguió varias vías, en primer lugar el abandono del
procedimiento deductivo por un procedimiento inductivo y
el remplazo de la demostración por la conjetura abierta a la
refutación36 que condujeron a redefinir el tipo de verdad al
que pueden aspirar las ciencias del lenguaje. En segundo lu-
gar, el abandono del referente, garantía de la verdad, permitió
la investigación sobre el entorno, conjunto de condiciones de
producción y de recepción del texto y caución de la autentici-
dad. Se pudo hablar, así, de la desontologización del lenguaje
por Lorenzo Valla (1982 [1439-1457]): al loar a Quintiliano,
Valla hizo el elogio del uso y culminó en lo que se llamó un
«empirismo lexicográfico» y un «relativismo histórico».
En un mismo movimiento, la ratio gramatical vio minimi-
zada su pertinencia y «se sustrajo a la gramática un aparato de
categorías para darle un corpus de ejemplos» (Lardet, 1992,
pág. 200). Este cambio de orientación se trasladó a la ense-
ñanza. Si bien la lógica, garante de la verdad y pieza maestra
del cursus universitario medieval, se encontró escindida de los
studia humanitatis, la gramática se mantuvo y se sumó a una
retórica amplificada y revalorizadora, a la vez, por la poética,
la historia, la filosofía moral y la enseñanza del griego (Lardet,
1992, pág. 189). Según Poliziano, el gramático también podía
obrar como el criticus antiguo37. Frente al pensamiento surgi-

36
Al contrario, en una axiomática se puede modificar por petición de
principio los axiomas y las reglas, pero no las conclusiones, ya que ellas se
infieren necesariamente.
37
Angelo Poliziano responde así, en 1492, a sus colegas que le repro-
chaban a él, que solo era un gramático, acometer a Aristóteles: «Los gra-

[49]

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do de la eternidad y del presente, se asistió en ese momento al
nacimiento de la razón histórica y de la conciencia histórica;
el Renacimiento fue la primera época en pensarse como tal.
Contra el universalismo de la ratio, ciertos humanistas reco-
nocieron la pluralidad irreductible de los textos, de las lenguas
y, por lo tanto, de las culturas.
El concepto de texto pudo, así, unir la lingüística a la filo-
logía y a la hermenéutica, y hoy permite formular el proyecto
de unificar la práctica filológica y la teoría semántica de la
interpretación. De inmediato nos asalta una pregunta crucial:
¿cómo concebir la unidad de los dos planos del lenguaje, mez-
cla —juzgada intolerable— de sensible e inteligible? Se puede,
por cierto, responder que la lengua tiene de facto, si no por
vocación, una función mediadora entre esas dos esferas. Más
aún, esta respuesta debe acoger favorablemente la unidad de
los dos planos del lenguaje, contenido y expresión. Una con-
cepción no dualista debe integrar significantes y significados
en los mismos recorridos; ellos son, por lo demás, discrimi-
nados por los mismos tipos de operaciones, y los significantes
no se encuentran más «constatados» que los significados. Al
estudiar las relaciones semánticas en contexto, hemos detalla-
do, por ejemplo, las analogías entre el tratamiento de los con-
trastes en la percepción semántica y en la percepción visual o
auditiva (cf. 1991, cap. VIII).
La noción de recorrido interpretativo permite dar cuenta y
razón de la relación problemática entre los dos planos del len-
guaje. En efecto, la semántica interpretativa ha enfatizado en
varias ocasiones que la actualización de los rasgos semánticos
exigía el paso por sus interpretantes que, según ella, son los

máticos deben, de hecho, explicar e interpretar todo género de escritor:


los poetas, los historiadores, los filósofos, los médicos, los jurisconsultos.
Nuestra época, que se reconoce tan poco en las cosas antiguas, ha relegado
al gramático a un círculo estrecho; pero, en comparación con los Antiguos,
este orden tenía tanto de autoridad que ellos (i. e. los gramáticos) eran los
únicos censores y jueces de todos los escritores, tanto que eran también
llamados críticos. De esta manera, como lo dijo Quintiliano, ellos no solo
se permitían marcar los pasajes dignos de censura con pequeñas comas,
sino también de alejar de la familia, como a los hijos ilegítimos, los libros
apócrifos; además, decretaban a su talante aquellos que constituían parte
del orden de los autores y aquellos que estaban excluidos de ese orden. En
efecto, gramático en griego significaba nada menos que hombre de letras
en latín; pero nosotros lo hemos reducido a un juego trivial, como en una
trastienda» (1971, I, pág. 490; trad. Fosca Mariani Zini).

[50]

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significantes, por ejemplo, la rima es por lo común el índice
de una relación semántica entre sememas. Con los ritmos y
la prosodia se establecen, entre los planos del lenguaje, no
solo las homologías sino los contactos constantes, como las
entonaciones que pueden repetir, suplir e incluso contradecir
el contenido de las lexías y hasta de los períodos. Finalmente,
los géneros han codificado por doquiera los tipos de relacio-
nes entre los dos planos del lenguaje38. En pocas palabras, la
semántica de los textos enfatiza los contactos que los recorri-
dos interpretativos establecen entre los planos del lenguaje,
no solo para afirmar la solidaridad de esos planos sino para
amenguar el prejuicio milenario según el cual el sentido es
independiente de las lenguas.
Subsiste, empero, una duda: afirmar la autonomía de lo
semiótico y la del texto en especial, podría llevar a una «reon-
tologización del texto»; el texto encontraría su sentido en él
mismo y podría ser objeto de un estudio inmanente. Cuando
Adorno afirma en su Théorie esthétique [Teoría estética] que
la obra de arte es una mónada, centro de fuerzas y de res al
mismo tiempo, reitera la monadología leibniziana y actualiza
la cuestión de las entelequias escolásticas. A todo esto, la se-
miótica estructural aplicó a veces un inmanentismo que pa-
rece renovar el ontologismo, ya que el inmanentismo supone
siempre una autarquía del objeto, lo cual se adecua a la defini-
ción hjelmsleviana de la estructura como «entidad autónoma
de dependencias internas».
La concepción ontológica de la objetividad esconde el pro-
blema de los puntos de vista bajo «procedimientos» metódicos
que serían independientes, sin plantear la cuestión de los cá-
nones hermenéuticos ni la cuestión de la identificación de las
relaciones estructurales. Ahora bien, la autonomía estructural
no quiere decir independencia: si bien priman las relaciones
internas, a menudo las relaciones externas son las únicas que,
gracias a un rodeo en el corpus, permiten discernirlas; en tal
caso, solo se puede establecer las relaciones internas mediante
las relaciones externas. Los interpretantes externos son singu-
larmente necesarios en lo concerniente a los valores; por ejem-
plo, las evaluaciones que permiten identificar a los actores y

38
Véase el cap. VIII. Las formas de esas relaciones varían naturalmente
con las lenguas, pero el principio que las gobierna tiene sin duda un alcance
antropológico: el acuerdo de la expresión y del contenido por homología
estructural parece asociado a un efecto de verdad.

[51]

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a las funciones de un relato quedan muchas veces implícitas
en el texto estudiado.
A condición de establecer y caracterizar de manera crítica
las relaciones estructurales, la decisión de clausurar el texto
y estudiarlo como una globalidad puede escapar a la onto-
logía. Si cada tipo o cada ocurrencia de relación presupone
un punto de vista capaz de discernir la estructura, ella puede
definirse entonces como una globalización de sus puntos de
vista.
La concepción crítica de la interpretación solo reconoce, en
consecuencia, una objetividad que sea una subjetividad múl-
tiple, que exprese la multiplicidad de las interpretaciones y
de los «horizontes de espera» o presunciones que las dirigen:
desde el momento en que el objeto textual es interpretable, él
es el sustrato en el cual se apoyan las diversas interpretacio-
nes, de la misma manera que el objeto «físico» es el sustrato de
diversos horizontes. Su objetividad se infiere del hecho de que
es el soporte de diversas descripciones o, en otras palabras,
que en él se encuentran varios mundos.
La diversidad de las interpretaciones no implica necesaria-
mente una partición; dicha diversidad permite también las dis-
crepancias, ya que no hay verdadero dialogismo sin polémica.
La concepción crítica puede, por ende, escapar a las teorías
irénicas de la empatía (Einfühlung) que sin duda deben mu-
cho a las teologías del pietismo39.

4. LA SEMÁNTICA DE LOS TEXTOS

4.1. De las problemáticas del signo


a la problemática del texto

Tres problemáticas de la significación centralizadas en el


signo, dominan la historia de las ideas lingüísticas occiden-
tales40.

39
Irenismo del gr. eirênikos, pacífico, derivado de eirênê, paz, y del lat.
eclesiástico irenicus. Actitud de comprensión destinada a aproximar los
cristianos de diferentes confesiones más allá de sus divergencias de orden
dogmático. Por extensión, el irenismo es la actitud intelectual que lleva a
tolerar errores graves por deseo exagerado de paz y conciliación. [T.]
40
Resumimos aquí propuestas detalladas en otro lugar (1991, cap. III;
1994a, cap. II).

[52]

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(i) La problemática de la referencia, de tradición aristo-
télica, define la significación como una representa-
ción mental, más precisamente, como un concepto.
Ella es reiterada hoy de modo diverso por la semán-
tica veridictoria y la semántica cognitiva.
(ii) La problemática de la inferencia, de origen retórico y
de tradición agustiniana, define la significación como
una acción intencional del espíritu que pone en rela-
ción dos signos o dos objetos. Esta problemática es
desarrollada actualmente por la pragmática.
(iii) La problemática de la diferencia, de origen sofísti-
co, desarrollada por los sinonimistas de las Luces,
luego por Saussure con la teoría del valor y, por úl-
timo, por la semántica llamada estructural, define la
significación como resultado de una categorización
contrastiva.

La problemática del sentido tiene por objeto el texto, no


el signo, y define el sentido como interpretación pasiva o ac-
tiva41.
Para unificar las tres problemáticas de la significación bajo
la problemática del sentido, la problemática de la diferen-
cia cumple un papel mediador desde que se la traslada del
paradigma al sintagma y de la palabra al texto, a fin de dar
cuenta de la categorización de las formas semánticas. La re-
unión puede ser concebida en dos etapas: primero, articular
las problemáticas de la referencia y de la inferencia bajo la
problemática de la diferencia; luego, aplicar ese dispositivo al
texto para describir los recorridos interpretativos. Es posible
entonces unificar la problemática léxica de la diferencia y la
problemática del sentido, lo semiótico y lo textual, a fin de dar
cuenta de la inferencia y de la referencia42. Para lograrlo debe

41
La oposición entre significación y sentido tiene un alcance más gene-
ral y puede ser extendida a otras semióticas. Así, parece que coincide con
la distinción entre la iconografía y la iconología propuesta por Panofsky
(Essais d’iconologie [Ensayos de iconología], 1967, pág. 26 y sig.).
42
El propósito es tratar la inferencia y la referencia en el marco de una
semántica diferencial. La inferencia es estudiada en el plano microsemánti-
co por la teoría de los semas aferentes, aquellos cuya actualización resulta
de una coerción contextual, a diferencia de los semas inherentes que son
heredados, por defecto del tipo, por la ocurrencia. Los recorridos interpre-
tativos que identifican esas coerciones pueden comprender todo tipo de

[53]

Artes y ciencias del texto.indb 53 15/12/11 11:44:49


especificarse el concepto de recorrido interpretativo. Trazar
un recorrido interpretativo en el plano del texto obliga a la
cooperación de todas las problemáticas semánticas, tanto para
tomar en cuenta la diversidad semiótica, interna a las lenguas,
como para especificar los funcionamientos característicos de
los textos.
Las ciencias del lenguaje podrían, en tal caso, concentrarse
en torno de un objeto, el texto, y de un objetivo, la interpre-
tación. Su programa depende, efectivamente, del problema
de la pertinencia que dirige toda identificación de unidades,
especialmente de las unidades semánticas. Ahora bien, este
programa depende del orden hermenéutico, ya que la per-
tinencia de una unidad lingüística cualquiera depende de la
interpretación. En síntesis, no hay pertinencia en lengua: la
lengua propone una gama de virtualidades y el texto retiene
una parte que solo es actualizada en unidades lingüísticas, en
y por la interpretación.

4.2. Propuestas descriptivas

Las principales tareas de una semántica de los textos se


organizan en tres líneas convergentes: emprender una semán-
tica unificada para los tres principales planos de descripción
(palabra, frase y texto); elaborar categorías para una tipolo-
gía de los textos (literarios y míticos, científicos y técnicos);
desarrollar esas teorías descriptivas en relación con los trata-
mientos automáticos de los textos. Veamos enseguida algunos
planteamientos teóricos (expuestos anteriormente en 1989 y
1994) que permitirán precisar esos objetivos.

inferencias que encaran conocimientos de todo orden en los planos de la


frase y del texto. En lo concerniente a la referencia, la semántica diferencial
la trata ante todo describiendo las coerciones semánticas sobre las repre-
sentaciones; en especial, las imágenes mentales son correlatos psíquicos de
los significados. La cuestión de la referencia se convierte, así, en la de la
constitución de las impresiones referenciales, que requiere una colaboración
de la semántica y de la psicología.
La problemática de la diferencia, transpuesta del orden paradigmático al
orden sintagmático, sobrepasa el problema de la significación y accede a la
cuestión del sentido; por ejemplo, los semas inherentes solo son actualiza-
dos en función de licencias o prescripciones contextuales y textuales.

[54]

Artes y ciencias del texto.indb 54 15/12/11 11:44:49


4.2.1. Los componentes del plano del significado
La producción y la interpretación de los textos pueden ser
concebidas como una interacción no-secuencial de los siguien-
tes componentes autónomos: temático, dialéctico, dialógico y
táctico.

A) La temática.— La noción de tema tiene diversos usos


en crítica temática, en lingüística de inspiración praguense
(por oposición a rema) y en análisis del discurso (topic por
oposición a focus). La semántica descriptiva puede aclarar
esta noción definiendo el tema como una agrupación estruc-
turada de semas. Según el estatuto de esos semas, es oportuno
distinguir los temas genéricos y los temas específicos (cf. infra,
cap. VII).
Un tema genérico es definido por un sema o una estructura
de semas genéricos recurrentes. Esta recurrencia define una
isotopía o un haz de isotopías genéricas (es decir, una agrupa-
ción de semas genéricos concurrentes). Las isotopías genéri-
cas, especialmente las que dependen de dominios semánticos,
determinan así el «sujeto» (topic) del texto al inducir las im-
presiones referenciales dominantes43. Por ejemplo, los textos
técnicos, al estar obligados por un dominio de aplicación, solo
manifiestan un dominio semántico, mientras que los textos
literarios pueden yuxtaponer varios.
Se puede distinguir cuatro especies de temas, según los
tipos de clases semánticas que ponen de manifiesto: (i) Los
temas taxémicos son inducidos por los miembros de un mis-
mo taxema, o clase lexical mínima de interdefinición. (ii) Los
temas dominales son inducidos por los miembros de un mismo
dominio semántico. Las lenguas de especialidad describen y
estructuran los dominios semánticos. (iii) Los temas dimensio-
nales son inducidos por los miembros de una misma dimensión
semántica. Las dimensiones evaluativas o tímicas, los tonos, los
espacios modales, los planos temporales o cronotopos, definen
en los textos otras tantas suertes de isotopías dimensionales.

43
Recordemos que el Quijote emplea ese sentido de ‘sujeto’ (cf. Miguel
de Cervantes. Don Quijote de la Mancha. Madrid: Real Academia Espa-
ñola, 2004, págs. 88, 491, 561) y que en el Diccionario de autoridades
(‘sugeto’) significa «la materia, asunto o tema de lo que se habla o escribe»,
acepción (3) que aún conserva el DRAE (2001). [T.]

[55]

Artes y ciencias del texto.indb 55 15/12/11 11:44:49


(iv) Los temas relacionados con un campo semántico son más
variables debido a que los campos no son clases de lengua sino
agrupamientos ligados a una situación práctica.
Los temas específicos son agrupaciones recurrentes de
semas específicos que hemos propuesto nombrar moléculas
sémicas. Estos temas no son necesariamente dependientes de
una lexicalización particular; no obstante, en los textos técni-
cos las moléculas sémicas tienen una lexicalización privilegia-
da, incluso exclusiva, pues las disciplinas técnicas repelen la
equivocidad.

B) La dialéctica.— Como la dialéctica trata los interva-


los de tiempo representado y las evoluciones que allí aconte-
cen, comprende, entre otras cosas, las teorías del relato. Ella
se define en dos niveles; aquí recordaremos simplemente sus
principales conceptos. El primer nivel, llamado eventual, apa-
rece en todos los textos estructurados merced a un componen-
te dialéctico. Sus unidades de base son los actores, los roles y
las funciones, en el sentido de tipos de acción representadas.
Un actor puede ser definido como una clase de actantes. Él
se constituye por la totalidad de actantes anafóricos cuyas de-
nominaciones lexicalizan uno o varios de sus semas. Un actor
se compone de tres especies de rasgos: una molécula sémica
constituida por los semas específicos de sus actantes; los se-
mas genéricos (en ciertos géneros, los actores no comprenden
necesariamente el rasgo /animado/)44; y los semas aferentes,
que son los roles construidos a partir de los casos semánticos
asociados a los actantes que el actor abarca. El conjunto de
roles de un actor define su esfera interaccional, la misma que
evoluciona con los intervalos temporales. Se puede clasificar
a los actores según el número y la naturaleza de los roles que
los caracterizan.
Las funciones son, en cambio, interacciones típicas entre
actores; por lo tanto, son clases de procesos. Como los acto-
res, las funciones son definidas por una molécula sémica y los
semas genéricos; de este modo, el don es una función irénica
(de transmisión, con valencia ternaria) y el desafío una fun-
ción polémica (de enfrentamiento, con valencia binaria). Las

44
El concepto de actor, así definido, no tiene ninguna relación privile-
giada con la noción de personaje. Los personajes de una epopeya son, por
ejemplo, actores, pero con el mismo rango que las piezas y los útiles de las
instrucciones para instalar un artefacto.

[56]

Artes y ciencias del texto.indb 56 15/12/11 11:44:49


funciones corresponden a las valencias actoriales. Las funcio-
nes pueden agruparse en sintagmas funcionales, por ejemplo,
un intercambio se compone de dos transmisiones: el enfrenta-
miento de un ataque y un contraataque.
El nivel agonístico, jerárquicamente superior al nivel de
los acontecimientos, tiene como unidades de base los agonis-
tas y las secuencias. Un agonista es un tipo constitutivo de
una clase de actores. Es frecuente, por lo menos en los textos
míticos, el hecho de que los actores dependientes de un mis-
mo agonista sean indexados en isotopías genéricas diferentes
pero, no obstante, se encuentren en relación metafórica. Por
ejemplo, en Toine de Maupassant45, la Vieja en la isotopía
humana se encuentra en relación metafórica con el Gallo en
la isotopía animal, el Viento en la isotopía metereológica y la
Muerte en la isotopía metafísica46. Los agonistas son definidos
por los elementos comunes de las moléculas sémicas y de los
roles de sus actores.
Las secuencias son definidas por homologación de sintag-
mas funcionales de la misma forma. Como los sintagmas que
ellas homologan ocupan posiciones diferentes en el tiempo
dialéctico, son ordenadas por las relaciones de lógica narrativa
(presuposiciones) no cronológicas.
La distinción entre nivel de los acontecimientos y nivel ago-
nístico nos lleva a detallar la noción de relato. El componente
dialéctico de los textos prácticos solo trae consigo, en general,
un nivel de los acontecimientos, mientras que los textos de
ficción lo redoblan con un nivel agonístico.
En este marco así esbozado, el relato depende de la dialéc-
tica y la narración de la dialógica. Esos dos componentes se
hallan evidentemente relacionados. Por ejemplo, la función
contrato consiste en un intercambio de procesos de transmi-
sión situado en los mundos de lo posible asociados a los ac-
tores contratantes; en tanto intercambio de promesas, dicha
función depende de la dialéctica, pero las promesas mismas,
en cuanto unidades modalizadas, dependen de la dialógica.

C) La dialógica.—La dialógica da cuenta de la modaliza-


ción de las unidades semánticas en todos los planos de com-

45
Guy de Maupassant (1850-1893) publicó el relato Toine en el Gil
Blas del 6 de enero de 1885; fue incluido posteriormente en Cuentos y
novelas [Contes et nouvelles]. [T.]
46
Cf. el autor, 1989, donde se encontrará ejemplos detallados.

[57]

Artes y ciencias del texto.indb 57 15/12/11 11:44:49


plejidad del texto. Un universo es el conjunto de las unidades
textuales asociadas a un actor o a un foco enunciativo: toda
modalidad es relativa a un emplazamiento (un universo) y una
localización (un actor). Por ejemplo, cuando el narrador de La
prima Bette (La Cousine Bette)47 habla de una mala buena ac-
ción, «buena» remite al universo de dos actores y «mala» a su
propio universo. Cada universo es susceptible de dividirse en
tres mundos: el mundo factual está compuesto por unidades
que incluyen la modalidad asertórica; el mundo contrafactual,
está integrado por las unidades que implican las modalidades de
lo imposible o de lo irreal; el mundo de lo posible, por las que
llevan consigo la modalidad correspondiente48. Dichos mundos
y universos pueden evolucionar según los intervalos de tiempo
dialéctico.
La dialógica funda la tipología de los enunciadores repre-
sentados. Por ejemplo, los textos de los manuales de instruc-
ción técnica solo comprenden un foco enunciativo y un foco
interpretativo no nombrados. Al contrario, los artículos cien-
tíficos multiplican los enunciadores delegados mediante citas
o alusiones y precisan los focos interpretativos por medio de
guiños rituales destinados a los iniciados.

D) La táctica.— Este último componente registra la dis-


posición lineal de las unidades semánticas en todos los planos.
Ciertamente la linealidad del significado mantiene relaciones
estrechas con la del significante, pero no se confunde con ella
en ninguno de los planos. La posición relativa de las unidades
del significante puede ser utilizada, sin duda, como índice de
las relaciones distribucionales entre las unidades del signifi-
cado. En pocas palabras, cuando el texto tiene una estructura
dialéctica y cuando el tiempo representa esa linealidad, las
posiciones de las unidades semánticas no se ordenan necesa-

47
Honoré de Balzac (1799-1850) publicó la novela La Cousine Bette
en 1846. Reunida con Le Cousin Pons [El primo Pons], publicada original-
mente en 1847, llevan el título Les parents pauvres [Los parientes pobres],
apartado de las Escenas de la vida parisiense de la Comedia humana. [T.]
48
No pretendemos, sin embargo, que la teoría lógica de los mundos
posibles se aplique a la semántica de los textos. El mundo de lo posible
no es un mundo posible en el sentido de Leibniz, quien en su Teodicea no
veía ningún obstáculo para que las novelas de Mademoiselle de Scudéry se
realizaran algún día.

[58]

Artes y ciencias del texto.indb 58 15/12/11 11:44:49


riamente según la linealidad del significante ni según la linea-
lidad del tiempo representado.

4.2.2. La interacción entre los componentes semánticos


En los diferentes planos de análisis, cada unidad semántica
puede ser caracterizada en función de cuatro componentes:
por su posición en el universo semántico y por una marcación
identificadora, modal, temporal o distribucional. Solo una de-
cisión metodológica puede aislar esos cuatro componentes en
interacción simultánea y no jerárquica.
La semántica de los textos tiene por objetivo direc-
to describir esta interacción, según los cuatro órdenes de
la descripción lingüística: paradigmático, sintagmático, re-
ferencial y hermenéutico. En efecto, cada uno de los tipos
de marcado de una unidad semántica que permiten estos
cuatro componentes es capaz de cuatro tipos de descripción.
Una forma semántica cualquiera puede ser así descrita en
relación a un repertorio de formas lo cual supone, entonces,
una descripción paradigmática; puede ser descrita como una
parte de un encadenamiento de formas (descripción sintag-
mática), como resultado de un recorrido de constitución o
de reconstitución (descripción hermenéutica); finalmente,
en relación con las formas no lingüísticas (descripción re-
ferencial).
Cada uno de los componentes es, también, susceptible de
distinguir tres grados de sistematización, según si esa siste-
matización se remite al sistema funcional de la lengua, a las
normas sociolectales de los discursos y de los géneros o a las
normas idiolectales de los estilos (cf. cap. VI).

4.2.3. Las formas semánticas y sus dinámicas


En el plano textual como en los otros, las unidades son re-
sultado de segmentaciones y categorizaciones sobre las formas
y los fondos semánticos que se puede designar con el nombre
general de morfologías. Su estudio se divide en tres seccio-
nes: relaciones entre fondos, por ejemplo, en el caso de los
géneros que, como la parábola, comprenden varias isotopías
genéricas; relaciones entre formas; y, sobre todo, relaciones
de las formas con los fondos, cruciales para el estudio de la
percepción semántica.

[59]

Artes y ciencias del texto.indb 59 15/12/11 11:44:50


Esas morfologías semánticas pueden ser objeto de diversas
descripciones, según los componentes. Por ejemplo, un grupo
estable de rasgos semánticos (o molécula sémica) remitido a
los cuatro componentes puede ser descrito como tema, como
actor, como meta o fuente de un punto de vista modal y como
sitio en la linealidad del texto. Además, a cada componente
le corresponden ciertos tipos de operaciones productivas e
interpretativas.
Si bien la descripción estática puede ser conveniente para
algunas aplicaciones, por ejemplo en didáctica, una descripción
más fina debe restituir el aspecto dinámico de la producción y
de la interpretación de los textos. La primera etapa consistirá
en describir las dinámicas de esos fondos y de esas formas; por
ejemplo, la construcción de las moléculas sémicas, su evolución
y su eventual disolución. Estas dinámicas y sus optimizaciones
son parametradas de manera diferente según los géneros y los
discursos, pues las formas y los fondos son allí constituidos y
reconocidos en función de diferentes normas. Por lo demás,
como los contratos de producción y de interpretación asociados
a los géneros y a los discursos guían el recorrido de esas morfo-
logías, la semántica de los textos debe adaptar sus descripcio-
nes a esos regímenes morfológicos (cf. cap. VIII).
La percepción de los fondos semánticos parece estar relacio-
nada con los ritmos y la percepción de las formas, con los con-
tornos, cuyos límites prosódicos pueden presentar una imagen.

Ritmos y fondos.— Si los fondos semánticos se constituyen


por las isotopías producidas, en general, por la recurrencia de
rasgos genéricos, la temporalización de esas recurrencias es ase-
gurada por los ritmos. Es bien conocida la función fundamental
de los ritmos en la percepción: ellos tienen un efecto de faci-
litación a corto plazo, cuyo correlato lingüístico es la creación
de zonas de pertinencia y dan cuenta así, en parte, de la pre-
sunción de isotopía que permite actualizar los semas (cf. 1987,
cap. III)49. Se puede distinguir los ritmos homogéneos, instau-
rados por la recurrencia de un mismo rasgo o de un mismo
agrupamiento de rasgos, y los ritmos heterogéneos que, como
el quiasmo, alternan los rasgos o agrupamientos. Esos ritmos se
extienden al plano macrosemántico; por ejemplo, la estructura

49
Esta facilitación es únicamente una pre-activación local, pero existen
pre-activaciones globales vinculadas al género y a la situación.

[60]

Artes y ciencias del texto.indb 60 15/12/11 11:44:50


elemental del relato tal como la describe Greimas consiste en
un quiasmo. Sin volver al tema del origen poético del lenguaje
—que, por ejemplo, se encuentra en Vico— debe subrayarse la
función que asumen los ritmos, de diversas escalas temporales,
en la producción y en la percepción del lenguaje50.

Contornos de las formas.— De la misma manera que


los períodos presentan contornos semánticos correlativos a
sus contornos melódicos, en el plano superior los textos pre-
sentan contornos que la interpretación tiene como objetivo
reconocer y recorrer, ya que la identificación y el recorrido
son indisociables.
Hace tiempo que la semántica estructural se sustentó en una
metáfora fonológica y concibió los rasgos semánticos a ima-
gen de los rasgos fonológicos, pero descuidó los factores pro-
sódicos, sin duda porque su carácter directamente semántico
contraviene la separación ontológica entre los dos planos del
lenguaje. Más generalmente, y del mismo modo que la concep-
ción métrica y cuantitativa del verso se opone a su concepción
acentual, se puede completar y sin duda superar la concepción
distribucional del texto mediante una concepción morfosemán-
tica que tenga en cuenta las desigualdades cualitativas.
Desde ese mismo punto de vista deben ser abordados los
problemas de identificación de las unidades; por ejemplo, la
frase es una segmentación lógica mientras que el período es
una segmentación fisiológica y/o emocional51. Más allá del

50
Por ejemplo, la coincidencia del ethos del orador y del pathos del
oyente descansa, sin duda, en la sincronización rítmica de los flujos emo-
cionales.
51
En el plano del período, la prosodia lleva a plantear el problema del
reconocimiento de las formas semánticas. Efectivamente, hoy se comienza
a medir el papel que desempeña la prosodia en la percepción del lenguaje y
especialmente en el aprendizaje: los patrones prosódicos son precozmente
reconocidos e imitados por el niño antes de lo que se llama, por restricción,
el estado lingüístico. Pues bien, la prosodia ha sido poco y mal estudiada en
lingüística, dado que su carácter continuo no conviene a los procedimientos
gramaticales de segmentación y discretización; y su expresión directa de
las valorizaciones y de los afectos, inquieta al racionalismo gramatical. No
obstante, muchos textos son solo segmentables gracias a una verbalización
prosódica, o bien porque sus frases son largas (Saint-Simon, Proust), no
puntuadas (Claude Simon), o bien porque su escritura es elíptica, como
la Tora masorética cuyo texto es legible únicamente recurriendo a cantile-
nas regladas, «acentos conjuntivos-disjuntivos gráficamente ausentes —los

[61]

Artes y ciencias del texto.indb 61 15/12/11 11:44:50


período, cuya extensión es medida, sin duda, por nuestras
capacidades motrices y respiratorias, el texto no tiene signi-
ficante propio, identificable por medio de procedimientos de
significación, a no ser por las demarcaciones fuertes como las
pausas largas o los cambios de capítulo. Esta es una razón fun-
damental para escapar al modelo del signo, pues las unidades
semánticas textuales no tienen significantes aislables como las
partes del discurso; ellas están constituidas por conexiones de
significados de los planos inferiores del período, del sintagma
y de la semia. Tales conexiones no constituyen una red uni-
forme; algunas son puestas de relieve, valorizadas, modaliza-
das, y esos relieves son del mismo orden cualitativo que el de
aquello que es transmitido por la entonación.

Recorridos.— El sentido de un texto no se deduce de una


serie de proposiciones sino que resulta del recorrido de for-
mas macro-semánticas que tienen su propia capacidad signi-
ficativa, por su desarrollo y por las valorizaciones que se le
añaden. Incluso en la comprensión de los textos se tropieza
con problemas análogos a los que plantea el reconocimiento
de formas sonorizadas o incompletas52.
Las desigualdades cualitativas marcan los lugares o mo-
mentos destacables a los que se podría llamar puntos noda-
les semánticos, definidos por su alto grado de conectividad.
Los más fáciles de aislar son las réplicas que transforman la
estructura narrativa o las palabras que conectan varias isoto-
pías genéricas53; ellos son, generalmente, los blancos a los que
apuntan los gestos enunciativos54.
Gestos y movimientos, puntos nodales y momentos críti-
cos, tempo del ritmo y fraseado de los contornos permiten

té’amim— que permiten la pausa y modulan la rapidez de la lectura permi-


tiendo, por lo tanto, un ritmo» (Banon, 1987, pág. 42).
52
La semiótica de tradición hjelmsleviana da cuenta de ello mediante
operaciones de catálisis. En inteligencia artificial, los scripts se dedican a
dar cuenta de esas integralidades perceptivas, pero en la problemática del
cálculo, lo cual hace insoluble el problema del desencadenamiento de pro-
cedimientos (frame-problem).
53
Ello no supone que esos puntos de síntesis o de escisión sean las «ma-
trices» del texto; la genética textual permite, al menos, formular hipótesis
sobre ese punto (cf. el autor, 1992a, 1997a).
54
Los recorridos interpretativos deben reconocer los movimientos tex-
tuales, como los crescendos, las rupturas, que corresponden a lo que se
puede llamar, según Françoise Douay, los gestos del enunciador.

[62]

Artes y ciencias del texto.indb 62 15/12/11 11:44:50


concebir el texto, más allá de una concatenación de símbolos,
como un curso de acción semiótica55. El género codifica la
conducta de esta acción, pero lo que se podría llamar el duc-
tus particulariza a un enunciador y permitiría caracterizar el
estilo semántico por los ritmos y las huellas particulares de los
contornos de formas.
La concepción morfosemántica del texto escapa al atomismo
de la tradición gramatical y permite detallar el concepto de reco-
rrido interpretativo. Poco importa aquí que sus representaciones
figuren las dinámicas en un espacio o los ritmos en el tiempo.
El problema fundamental de la segmentación se plantearía así:
el ritmo permite percibir el intervalo y el movimiento permite
discretizar la secuencia. Esos conceptos intermediarios hacen
posible concebir la relación de lo global a lo local de una manera
menos simplista y menos estática que la que une el elemento al
conjunto o la parte al todo. El acceso de lo global a lo local —en
la memorización por ejemplo (toda interpretación supone una
memorización)— es mediatizada por las formas semánticas56.
A fin de cuentas, esta concepción morfosemántica puede
ser modelizada por la teoría de los sistemas dinámicos; es
entonces que los fondos semánticos aparecen como series de
puntos regulares y las formas son discretizadas por sus puntos
singulares (cf. el autor, 1999b). Su recorrido productivo o
interpretativo supone un ritmo, célula de base de toda acción,
que determina los segmentos regulares de las formas y cuya
variación señala los puntos singulares.
La oposición entre las concepciones lógico-gramatical
y retórica/hermenéutica de la interpretación, se traduce así
por diferencias en los regímenes temporal y aspectual de los
procesos productivos e interpretativos. A la regularidad dis-
tribucional e iterativa de los intervalos iguales del tiempo lógi-
co-gramatical se oponen, en el tiempo retórico/hermenéutico,

55
Un texto, parte semiótica de una práctica social, participa de un con-
junto codificado de acciones.
56
Tomemos el ejemplo de ese viejo poeta del reino nzakara, en el Alto-
Oubangui, a quien Eric de Dampierre pedía aclaraciones lingüísticas: «No
le era suficiente escuchar su propio registro. Requería tomar su arpa, volver
a interpretar previamente el fragmento para luego comentarlo» (prefacio a
las Satires de Lamadani [Sátiras de Lamadani], París: Les Belles Lettres,
1994). Aquí solo se trata de mnemotecnia: un pasaje de un texto debe ser
comprendido como un momento de una práctica.

[63]

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las alternancias de lo puntual y de lo durativo, de lo perfectivo
y de lo imperfectivo.

4.3. Transformaciones

La interdependencia de los dos planos del lenguaje, que se


manifiesta en los recorridos enunciativos e interpretativos entre
signos, se extiende naturalmente a las unidades de rango su-
perior, como los esquemas prosódicos o métricos se extienden
al plano de la expresión y las reactivaciones o transformacio-
nes de moléculas sémicas (topoi, actores, funciones narrativas)
al plano del contenido. Según los componentes apuntados, en el
plano textual debe distinguirse las transformaciones temáticas,
dialécticas (narrativas), dialógicas (modales, según los «puntos
de vista» y las «posiciones de habla») y tácticas (posicionales).
Denominaremos metamorfismos al conjunto de esas transfor-
maciones. Allí incluiremos los meromorfismos57 que son de-
finidos como relaciones entre partes del texto que presentan,
de manera compacta y local, las formas amplificadas en otros
lugares de manera global y difusa. Por ejemplo, las configura-
ciones codificadas como la descripción inicial, la parábola o el
sueño premonitorio, son transpuestas en la serie del texto por
otras formas más extensas. Los meromorfismos traducen en
lingüística los fenómenos de solidaridad de escala.
Además de los metamorfismos que interesan a las formas
semánticas, hay que tener en cuenta las transposiciones que
interesan a los fondos58. Si disponemos enseguida los ejemplos
según los cuatro componentes semánticos, tenemos:

Componentes Metamorfismos Transposiciones


semánticos
Temática Transformación de un tema Cambio de isotopía
Dialéctica Transformación narrativa Cambio de secuencia
Dialógica Cambio de foco Cambio de tono
Táctica Cambio de sucesión Cambio de ritmo
(Ej. inversión o quiasmo) semántico

57
Del gr. , partes y , forma. [T.]
58
Hemos tratado el problema de los fondos semánticos por una teoría de
la isotopía (1987) y queda mucho por hacer para desarrollar la cuestión de
las isotopías tonales y de los colores emocionales a los que ellas inducen.

[64]

Artes y ciencias del texto.indb 64 15/12/11 11:44:50


La generación de un texto consiste en una serie de meta-
morfismos y de transposiciones que se puede poner en eviden-
cia, en lo oral, por el estudio de las reformulaciones y, en lo
escrito, por el de los borradores. Su interpretación consiste,
en gran parte, en la identificación y evaluación de los meta-
morfismos: por ejemplo, el sentido de un relato es articulado
por las transformaciones temáticas y dialécticas.
Los metamorfismos intratextuales e intertextuales son
idénticos en su principio, pero los primeros se despliegan en
un espacio conexo, limitado por la clausura textual, mientras
que los segundos se despliegan, con recorridos hipotéticos,
en espacios lejanos. Sin embargo, las relaciones binarias en-
tre textos son claramente confirmadas, tanto en el plano del
significante como en el plano del significado. De este modo,
en Apollinaire Le pont Mirabeau [El puente Mirabeau] reitera
el esquema de rimas de un cantar popular del siglo XIII; La
chanson du Mal-aimé [La canción del malquerido] reprodu-
ce, transformándola, la tópica del comienzo del canto II del
Paraíso de Dante (cf. infra, cap. VII)59. Las formas textuales
se transponen de manera tal que se puede reconocer las ana-
logías pese a las transformaciones. Por otra parte, la intertex-
tualidad solo se puede comprender y describir estableciendo el
linaje de metamorfismos que estudia especialmente la tópica.
Las tres grandes concepciones contemporáneas de la forma
—el esquema, la gestalt y el noema (en sentido husserliano)—
dependen de un punto de vista trascendental: el esquema, de
tradición kantiana, tiene una función de mediación entre lo
inteligible y lo sensible, pero no tiene ninguna relación con
el lenguaje aunque Bartlett le confiriera una función recor-
datoria, análoga a la de una función narrativa; sin embargo,
después de Minsky (1975) el cognitivismo «clásico» descui-
dó, por lo general, esta dimensión temporal. El concepto hus-
serliano de noema designa, en lo que le concierne, el objeto
virtual tal cual es construido como correlato mórfico de la
multiplicidad de las noesis; este concepto sirve para dar parte
de lo que se conoce como invariancia perceptiva. Por último,
el concepto de gestalt, surgido principalmente de las teorías

59
Guillaume Apollinaire (1880-1918). Los poemas Le pont Mirabeau
y La chanson du Mal-aimé fueron incluidos en el poemario Alcools [Alco-
holes] de 1913. [T.]

[65]

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de la percepción, integra plenamente las dimensiones de la
acción y de la temporalidad.
Para tratar el problema de las formas textuales sin reducirlas
a los esquemas o a los noemas fenomenológicos, hemos elabo-
rado la noción de molécula sémica, forma capaz de diferentes
lexicalizaciones sintéticas o analíticas, en un mismo texto, una
misma lengua, dos lenguas o dos sistemas semióticos. Como for-
mas, las moléculas sémicas son susceptibles de metamorfismos
intra- o inter-lingüísticos, como también de transposiciones por
sustitución del fondo semántico sobre el cual aparecen. Ellas
permiten dar cuenta de la traducción y de la intersemioticidad,
sin postular un nivel de representación abstracta independiente
de las lenguas y de los sistemas de signos.

4.4. Enunciación e interpretación

Sin ser de ningún modo calcos invertidos una de la otra,


la enunciación y la interpretación van a la par y pueden ser
consideradas como dos formas de una misma actividad apli-
cada al mismo dominio de objetividad semiótica. Por el tejido
complejo de relaciones que la acción semiótica opera entre los
dos planos del lenguaje y que hace que todo signo enuncia-
do o interpretado pertenezca necesariamente a un texto, ella
realiza sin duda, como toda acción, un apareamiento siempre
problemático de lo sensible y de lo inteligible.
Los recorridos elementales son recuperados y desarrollados
en el plano del texto con un alto grado de complejidad. Tanto
en la enunciación como en la interpretación, la acción y la per-
cepción semánticas se ejercen sobre tres tipos de «unidades»:

(i) Los fondos perceptivos que establecen las isotopías


genéricas;
(ii) Las formas regulares o secciones regulares de formas
que establecen las isotopías específicas;
(iii) En fin, las formas singulares o secciones singulares
de las formas que marcan las alotopías.

Como toda forma es definida por su capacidad de transpo-


sición, la ruptura de esta capacidad crea un acontecimiento
caracterizado por una repentina desigualdad cualitativa. La
actividad enunciativa e interpretativa consiste en elaborar
formas, establecer fondos y hacer variar las relaciones fondo-

[66]

Artes y ciencias del texto.indb 66 15/12/11 11:44:50


forma. La generación de los fondos y de las formas se efectúa
mediante una rectificación repetida (reformulaciones, correc-
ciones y reactivaciones), tan es así que un texto se genera, de
alguna manera, reinterpretándose: su producción es ya una
interpretación y el autor, al corregirse, releyéndose, no cesa
de interpretarse a sí mismo. En los géneros orales sucede de
modo semejante, pues la elocución es también su propio co-
mentario que explica y contraviene. Esas variaciones permiten
al enunciador conciliar, en lo que está a su alcance, las coac-
ciones de la lengua, del discurso, del género, de la situación y
de lo que ya ha sido dicho o escrito.
De modo paralelo, el recorrido interpretativo de las formas
textuales no es un proceso secuencial determinista pues, en lo
oral, puede ser roto por las reformulaciones y los pedidos de
esclarecimiento; en lo escrito, por las remisiones hacia atrás.
Brevemente, tanto en el transcurso de la enunciación como
en el de la interpretación, el sujeto no es o no es solo un ma-
nipulador de categorías trascendentales; este se halla situado
de modo triple: en una tradición lingüística y discursiva, en
una práctica que concreta el género textual que emplea o in-
terpreta, y en una situación que evoluciona y a la cual debe
adaptarse sin cesar.
Su curso de acción semiótica conoce, desde luego, dos
orientaciones complementarias, la rememoración y la antici-
pación. Hoy se sabe que la memoria no es un simple acceso a
los recuerdos almacenados en algún lugar fijo, sino imagina-
ción y recreación sensomotriz a partir de lo que en psicología
se conoce como índices de recuperación. Así, la rememoración
como la anticipación hacen participar a la imaginación: entre
la imaginación retrospectiva de la rememoración y la imagi-
nación prospectiva de la anticipación, la transacción práctica
del presente es obligada, a la vez, por lo que ha sido dicho
y lo que va a ser dicho. La enunciación y la interpretación
toman también por objeto no la relación entre la cosa a decir
o a comprender y su expresión, sino la relación entre lo ya di-
cho, ya escuchado —o ya escrito y ya leído— y sus previsibles
continuaciones.
Para confirmar lo expuesto, mencionemos ahora lo que po-
dríamos llamar la teoría de las dos memorias. Una corriente
actual de la psicología contemporánea concibe la «memoria
semántica» como la reviviscencia de acontecimientos vividos y,
como anota Cornuéjols, las asociaciones más fuertes entre las
palabras se relacionan con la repetición de situaciones «reales»

[67]

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o narrativas (1998, pág. 272). En el otro plano del lenguaje,
esto también vale para las asociaciones fonéticas: al formular
lo que se llama teoría motriz de la percepción, Liberman y Mat-
tingly han demostrado que la interpretación de los sonidos del
lenguaje («información auditiva») despierta representaciones
articulatorias, y la imaginería funcional ha confirmado que el
análisis acústico en las tareas de apreciación de las rimas acti-
va, por ejemplo, las áreas implicadas en la articulación, espe-
cialmente la de Broca. De este modo, la categorización de los
sonidos que, como toda categorización, exige una transposi-
ción memorística, encara una planificación de la acción. En
resumen, tanto por lo que se conoce como memoria semántica
como por la memoria fonética, aunque se les pueda separar,
la interpretación y la (re)producción van a la par, y el pasado
como el futuro solo son la dimensión temporal de la acción que
nos permite interpretar el presente y obrar en él.
Si la anticipación es acompañada por movimientos retros-
pectivos que corrigen o adaptan la diferencia del curso de la
acción en relación a su planificación inicial o presente60, ese
principio excede la enunciación y la interpretación de un texto
o de toda otra performance semiótica, y se aplica al tiempo de
la tradición y a las otras actividades de traspaso como la tra-
ducción y el comentario (cf. el autor, 1996a)61. El carácter no
únicamente retrospectivo sino también el carácter prospectivo
del relato, son solo un caso particular, ejemplar ciertamente,
de ese estatuto general de las performances semióticas.
La complementación de la enunciación y de la interpreta-
ción —y para cada una de ellas, de la retrospección y la anti-
cipación— permite evidentemente relativizar las oposiciones
sumarias entre el conocimiento y la acción, la contemplación
y la práctica, el lenguaje y los actos.

60
La enunciación testifica, de alguna manera, una transacción entre
un principio de realidad lingüística y un principio de placer enunciativo.
Entonces, el lenguaje no es más un medio de expresión sino un principio
de (la) realidad.
61
Como las situaciones históricas no se repiten, la repetición es imposi-
ble y la tradición misma se elabora más por la anticipación de lo nuevo que
por la reproducción del pasado.

[68]

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CAPÍTULO 2

La semiótica: del signo al texto

La semiótica parece ser aún hoy una disciplina sin fronte-


ras; en consecuencia, nosotros la abordaremos restrictivamen-
te a fin de interrogarla en relación al texto. En nuestro criterio,
la lingüística es la semiótica de las lenguas y de los textos, pero
como la semiótica y la lingüística han llevado destinos separa-
dos, también nos será preciso interrogar sus relaciones.
¿Semiótica o semiología? Las disparidades terminológicas
traducen, sin duda, diferencias epistemológicas. La principal
interesa a la disciplina fundadora de la ciencia de los signos:
para la tradición ilustrada por Peirce, es la lógica filosófica;
para la tradición saussuriana, la lingüística. La primera tra-
dición se dedica a la tipología de los signos y a la definición
formal de sus relaciones, privilegia los lenguajes formales1 y
busca, en su teoría, las categorías fundamentales del estudio
de las lenguas. La otra problemática toma como punto de
partida el lenguaje antes que los signos, pero espera superar
la lingüística: así, los Prolégomènes à une théorie du langage
[Prolegómenos a una teoría del lenguaje] de Hjelmslev (1943)
presentan una semiótica general que debe permitir la descrip-
ción de todos los sistemas de signos. Esa especie de semiótica

1
Tal es el caso de la Formal Philosophy de Richard Montague (1974)
que prosigue, a su modo, el proyecto lógico de Carnap.

[69]

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conserva del saussurianismo un no-realismo de principio, con
lo cual el problema de la referencia no se plantea más en los
términos tradicionales; y una forma de holismo estructural
que postula que el sistema preexiste a sus elementos, como
las relaciones a los términos.
Cuatro concepciones de la semiótica, desigualmente repre-
sentadas, corresponden actualmente a otras tantas extensiones
de su objeto. La primera limita el campo de investigación a los
sistemas de signos no lingüísticos, como las señales de tráfico,
los blasones o los uniformes; ella ha sido ilustrada por los lin-
güistas funcionalistas como Georges Mounin o Luis Prieto. La
segunda define el lenguaje como conjunto de los principios co-
munes a las lenguas y a los sistemas de signos no lingüísticos
(Louis Hjelmslev, Algirdas Julien Greimas). Esta investiga las
relaciones semióticas y las estructuras fundamentales, como
el «cuadro (o cuadrado) semiótico» según Greimas, forma a
priori de toda significación.
Si extendemos todavía el concepto de semiótica más allá
de los sistemas de signos intencionales, la semiótica pue-
de definirse en tanto estudio de la manera cómo el mundo
—comprendidos los signos— tiene sentido. Por lo tanto, en
la tradición de la teoría agustiniana de los signos naturales, la
semiótica puede estudiar los índices: una nube significa lluvia
de modo distinto a la palabra lluvia; pero por ejemplo, según
Eco la semiótica puede develar la unidad de esas maneras de
significar, dado que el signo será definido, muy generalmente,
como una cosa que se encuentra en lugar de otra, de acuerdo a
la fórmula escolástica aliquid stat pro aliquo. Esta concepción
de la semiótica culmina generalmente en una fenomenología,
como la faneroscopía de Peirce.
Algunos autores amplían, finalmente, los alcances de la
semiótica más allá del mundo humano y, entonces, confían
un lugar justificado a la semiótica animal o zoosemiótica. Al
reunir las ciencias sociales y las ciencias de la naturaleza y de
la vida, aprovechan incluso nociones como la de código ge-
nético para promover una especie de pansemiotismo, forma
renovada de la filosofía de la naturaleza.
A esas cuatro concepciones les corresponden otros tantos
tipos epistemológicos. La primera utiliza el método compara-
tivo y hace de la semiótica una disciplina descriptiva, es de-
cir, una ciencia social entre otras; la segunda, más ambiciosa,
otorga a la semiótica la misión de «servir de norma a todas
las ciencias humanas» (Hjelmslev); la tercera se confunde con

[70]

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una filosofía de la significación; por último, la cuarta tiende
a borrar la distinción tanto entre las ciencias como entre las
ciencias y la filosofía.

1. LA SEMIÓTICA COMO TEORÍA DEL TEXTO

Estas divergencias sobre la semiótica general no han impe-


dido, sino todo lo contrario, que se multipliquen las semió-
ticas específicas. La semiótica discursiva, que en los años 70
del siglo XX tuvo por tarea mitigar la ausencia de una lingüís-
tica textual desarrollada, se dividió en sub-disciplinas según
los tipos de discurso: jurídico, político, religioso, etc2. En ese
entonces, se hizo sentir la necesidad de una semiótica discur-
siva, ya que en lingüística las teorías del texto más visibles se
mantenían sujetas a la problemática lógico-gramatical3. Sin
embargo, la semiótica discursiva según Greimas4, llegó a con-
siderar el nivel lingüístico como una variable «de superficie».

2
Otras semióticas se distinguen por criterios sensoriales o «modali-
dades» de la expresión: semiótica visual, auditiva, etc. Otras más se espe-
cializan en función de las prácticas culturales: semiótica de la danza, del
cinema, de la publicidad, de la cocina, etc. Otras, finalmente, tienen por
objeto sistemas particulares (semiótica gestual) o sectores de la realidad
arbitrariamente definidos: semiótica del relato, psicosemiótica, etc.
3
Ellas reducían la textualidad a las relaciones entre frases adyacentes,
como las concordancias de tiempo o las anáforas, que son otras tantas isoto-
pías locales. Su estudio se acompañaba, lamentablemente, con una reduc-
ción proposicional del texto. Su principio, ilustrado especialmente por Van
Dijk, consistió, luego de una codificación de frases en proposiciones, en su-
primir las proposiciones consideradas como secundarias, para solo conser-
var finalmente una proposición, llamada macroproposición que, se pensaba,
representaba al texto. A comienzos de los años 1960, Ruwet ya había mos-
trado esta vía al resumir un soneto de Louise Labé a la macroproposición
Yo te amo. El valor caracterizante de ese género de descripción parece débil,
pues millares de otros sonetos de la época ciertamente habrían conducido al
mismo resultado. El «formato proposicional» permite la reducción del texto
a lo que se puede concebir como la problemática lógico-gramatical; de esta
manera tuvo gran éxito, especialmente en psicolingüística. [Los veinticuatro
sonetos y tres elegías del Cancionero de Louise Labé (¿1524?-1566) fueron
publicadas por Jean de Tournes en Lyon (1556)]. [T.]
4
El recorrido generativo enlaza la significación —en que la estructura
elemental, el «cuadro (o cuadrado) semiótico», es instituido como modelo
constitucional, por definición el más «profundo» concebible de toda semió-
tica— al texto, que depende de las estructuras de superficie.

[71]

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Actualmente, con la ampliación del campo de los estudios
lingüísticos, el principio de una semiótica discursiva autóno-
ma se volvió cada vez más difícil de defender. Una semiótica
discursiva autónoma no sería más que «el revés cómplice»
de una lingüística restringida. Fuera del hecho de que hay
que concentrar las ciencias del lenguaje, no se puede man-
tener una frontera disciplinaria entre el texto y la frase, por
ejemplo, una isotopía se instituye por la recurrencia de semas
(unidades micro-semánticas del plano inferior al semema) y,
en consecuencia, puede extenderse a la totalidad de un texto.
Pero se objetará que ciertas unidades textuales parecen ser
independientes de las lenguas como las funciones narrativas o
los actores que son unidades semióticas o, se diría hoy de buen
grado, conceptuales y cognitivas. Ese juicio corriente debe ser
contradicho. Por ejemplo, la semántica textual construye los
actores y las funciones como moléculas sémicas típicas, pero
los semas son unidades lingüísticas y no conceptos o represen-
taciones5. No obstante, algunos autores sostienen todavía que
las unidades textuales serían independientes de las lenguas y
de las culturas, y que las unidades lingüísticas solo serían for-
mas superficiales, o sea, no esenciales de la manifestación.
Sin duda, la semiótica contemporánea heredó de las ciencias
del lenguaje cierta repelencia para tratar el texto y privilegió
tanto al signo, lugar de la referencia, como a la proposición,
lugar de la verdad. Benveniste lo confirma contundentemente
cuando escribe que «la semántica es el ‘sentido’ resultante
del encadenamiento, de la adecuación a la circunstancia y del
ajuste de los diferentes signos entre ellos. Es absolutamente
imprevisible. Es un abrirse al mundo. En tanto que la semióti-
ca es el sentido cerrado sobre sí mismo y contenido, en cierto
modo, en sí mismo» (1974, pág. 2). La frontera de la propo-
sición sería la demarcación entre esas dos disciplinas o, por lo
menos, entre sus objetos. La problemática del signo —propia
de la lógica y la filosofía del lenguaje respecto al contenido,
y de la tradición gramatical que culmina en la morfosintaxis
contemporánea en cuanto a la expresión— se encuentra así
incorporada a la semiótica, mientras que la semántica se halla,
por derecho, asociada al paradigma del texto.
La semiótica, heredera de las filosofías lógicas de la sig-
nificación —que se vinculan sobre todo a la definición y a la

5
Para una discusión, véase el autor, 1987, cap. I y 1991, cap. III.

[72]

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tipología de los signos, antes que a las teorías del sentido sur-
gidas de la práctica hermenéutica—, considera buenamente
al texto como un signo. Esta concepción, que se encuentra en
Peirce, Eco (cf. «el mensaje equivale al signo», 1992, pág. 32)6
e incluso Greimas7, descuida evidentemente la diferencia de
nivel de complejidad entre el signo y el texto, e impide pensar
en la incidencia del texto sobre sus signos.
La semiótica contemporánea no ha producido, de hecho,
una teoría del texto compatible con la problemática retóri-
ca/hermenéutica. Frecuentemente la práctica descriptiva de
los semióticos contemporáneos supera, por cierto, las teorías
lógico-gramaticales que ellos mismos invocan, pero sus teorías
están empeñadas en la significación propia del signo mas no
en el sentido propio del texto. Hjelmslev, al elegir la prueba de
la conmutación para definir las unidades lingüísticas de todos
los planos, comprometió la definición del contenido a partir
del paradigma del signo8. La teoría greimasiana, más com-
pleja en lo atinente a la especie, distingue la significación del
sentido, pero hace proceder este último de la primera. Espe-
cialmente el recorrido generativo greimasiano, mediante toda
una serie de conversiones, trata de derivar el sentido textual
de la estructura elemental de la significación, estructura em-
blemáticamente resumida en un cuadro booleano debilitado
—el «cuadro (o cuadrado) semiótico»— que todavía trasluce
el origen lógico del concepto de significación9.
Las relaciones entre semántica y semiótica resultan un tan-
to más ambiguas10 si se tiene en cuenta que la semiótica, en

6
Véase también: «El macro-signo que es Le Rouge et le Noir [Rojo y
negro] puede ser visto como el interpretante de la proposición Napoleón
falleció el 5 de mayo de 1821» (ibíd.).
7
Cf. «… el texto se presenta como un signo del cual el discurso, articu-
lado en isotopías figurativas múltiples, no sería más que el significante que
invita a descifrar su significado» (Greimas, 1976, pág. 267).
8
La significación o denotación es entonces definida como la relación
entre una unidad del plano del contenido y la unidad correspondiente del
plano de la expresión.
9
En lo que me concierne, considero simplemente esta estructura ele-
mental, presentada en Greimas y Rastier (1968), como una de las estructu-
ras atestadas entre las clases lexicales simples.
10
Por ejemplo, la semiótica de Hjelmslev precedió su semántica estruc-
tural (1957). Pero la semiótica de Greimas (presentada en Du Sens [Del
sentido] en 1970) surgió de su Sémantique structurale [Semántica estruc-
tural] (1966).

[73]

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la medida en que se limita a los signos, solo ha producido
teorías de la significación, mientras que la semántica, al menos
cuando se ocupa de los textos, está llamada a producir teorías
del sentido.

2. HJELMSLEV: LOS LÍMITES DE UN PARADIGMA SEMIÓTICO


DE LOS TEXTOS

Más de medio siglo después de la aparición de los Prolé-


gomènes à une théorie du langage [Prolegómenos a una teoría
del lenguaje]11, obra emblemática de la semiótica de tradición
saussuriana, es hora de medir el camino recorrido. Con este
propósito, comenzaré por interrogar a los Prolegómenos en lo
concerniente al texto.

2.1. Hjelmslev y el gesto discursivo de los Prolegómenos

El gesto de Hjelmslev es ante todo discursivo o puede ser


estudiado como tal, ya que la oratio dirige la ratio. Por las
formas de la exposición teórica, Hjelmslev afirma, más cla-
ramente que Saussure y Peirce, la voluntad de romper con la
historia, a pesar de que sus obras anteriores, especialmente
los Principes de grammaire générale [Principios de gramática
general]12 y La catégorie des cas [La categoría de los casos],
pretendían situarse en la historia de las ideas lingüísticas y con
frecuencia contribuyeron notoriamente a ella. En los Prolegó-
menos, la teoría del lenguaje toma una forma deductiva y se
afirma explícitamente contra la teoría humanista (cf. 1971a,
pág. 15)13 pues, por lo común, una teoría axiomática casi no
deja lugar a la doxografía.
Hjelmslev rompe, al mismo tiempo, con la problemati-
zación: la teoría del lenguaje no asume carácter crítico, no
cede el paso a los debates y conjeturas, algo que deja ya en-
trever la contundente brevedad de los capítulos (una media

El original danés (1943) fue traducido al francés en 1968.


11

Versión española de Félix Piñero Torres, Madrid: Editorial Gredos S. A.,


12

1976. [T.]
13
Citamos la segunda edición francesa de los Prolegómenos (1971)
remitiéndonos, cuando convenga, al texto danés (nuevamente publicado
en 1993).

[74]

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de cinco páginas en la edición de referencia). El laconismo
siempre ha seducido a los defensores de una virtud científica,
incompatible con los encantos de la retórica; esa brevedad se
opone aquí implícitamente a la copia humanista —aunque
dicha concisión sea una de las formas supremas de la elo-
cuencia y los Prolegómenos le deban, sin duda, una parte de
su autoridad.
La concepción de la ciencia que ellos ilustran surge de los
Analíticos segundos de Aristóteles que la definen como un
cuerpo de conocimientos racionales obtenidos deductivamen-
te. En las ciencias del lenguaje, nosotros le debemos todos los
proyectos de gramáticas universales desde el siglo XIII. El mo-
delo contemporáneo es, sin duda, los Principia Mathematica,
como lo señala la presentación axiomática del Resumen [Ré-
sumé] de Hjelmslev (1975), pero es necesario, además, recor-
dar entre las dos guerras mundiales la empresa de Bloomfield
(A Set of Postulates for the Science of Language, 1926) y la de
Bühler (Die Axiomatik der Sprachwissenschaften, 1933). La
presentación del Resumen como un cuerpo dogmático de de-
finiciones y de reglas se inspira sin duda en esos programas, lo
que nos lleva a preguntarnos, ¿no hay cierto adanismo en se-
mejante gesto de dominación repetido centenares de veces?
La voluntad de ruptura en la historia es redoblada por una
ruptura con la diacronía14. Por último, el gesto de constitu-
ción, característico del modernismo, se traduce por la ausen-
cia de bibliografía que señala la voluntad de hacer tabla rasa15.
Una vez más, Hjelmslev hubiera querido fundar la semiótica
sin tener en cuenta la tradición antigua y clásica, inseparable
de la metafísica incluso hasta en Peirce; ello le habría permiti-
do, en especial, romper con el realismo que caracteriza a esta
tradición.

14
En sus escritos de la década de 1930, Hjelmslev teorizó sobre la pan-
cronía, pero este tema desaparece enseguida.
15
En los Prolegómenos hay referencias dispersas, pero el Résumé de la
théorie du langage [Resumen de la teoría del lenguaje] no trae ninguna. El
déficit bibliográfico se convertirá en tradición, pues siguiendo el ejemplo de
Hjelmslev, Greimas suprimió toda bibliografía a partir de 1966, seguido de
inmediato por Pottier. [En las versiones inglesa y española de Semiótica —
Diccionario razonado de la teoría del lenguaje de A. J. Greimas y J. Courtés,
vols. I y II (Madrid: Editorial Gredos S. A., 1982 y 1991), la bibliografía de
referencia fue preparada por los traductores, D. Patte y E. Ballón Aguirre,
respectivamente]. [T.]

[75]

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2.2. Los Prolegómenos como programa para las ciencias

Tal vez no han llamado mucho la atención los dos primeros


capítulos y las dos últimas palabras del libro, Humanitas et
universitas. A pesar de ser un excelente filólogo, al comienzo
de la obra Hjelmslev toma partido contra la filología y el hu-
manismo que juzga relativistas. Para asegurar a las ciencias
humanas un fundamento seguro propone, en cambio, una
fundación formal de la lingüística, ampliada de inmediato a
las otras ciencias humanas (1971a, pág. 18). Esta extensión
no deja de incidir en su tipo epistemológico; por ejemplo, la
historia puede devenir predictiva: «Su teoría permitiría des-
cribir todos los acontecimientos posibles (es decir, todas las
combinaciones posibles de elementos), y las condiciones de su
realización» (pág. 16)16.
En una segunda etapa, al final de la obra, la teoría del len-
guaje pasa de las letras a las matemáticas por la lingüística
(pág. 137), luego a todas las ciencias e incluso al «saber hu-
mano en su conjunto», lo que sin duda justifica las dos últimas
palabras de la obra. Así, ese programa hace de la teoría del
lenguaje la unificadora de todas las ciencias. Hjelmslev refor-
mula allí, a su manera, la tesis neo-positivista de la unidad
de la ciencia que Morris y Carnap reanudaron en 1938 en la
Encyclopaedia of Unified Science; pero Hjelmslev coloca esta
unificación bajo la égida de la lingüística y no de la lógica17.
Locke, primer autor moderno en denominar y definir la se-
miótica, concibió muy tradicionalmente los signos como sim-
ples instrumentos del espíritu18; él reformuló la tripartición

16
Ese grandioso programa aventaja en ambición al de los marxistas,
pero, como este, transforma la historia de disciplina descriptiva en discipli-
na predictiva. El acceso a lo posible resulta del programa formal y parece,
según Hjelmslev, inseparable de la ambición científica: «El fin de toda cien-
cia es saber concluir de lo constatado a lo posible» (1971b, pág. 140).
17
A la voluntad de unificación teórica correspondía ya, en La categoría
de los casos, la unidad de los objetos: «Los objetos de la lingüística son del
mismo orden objetivo que los objetos de toda otra ciencia, y se hallan some-
tidos a las mismas condiciones generales del conocimiento» (1935, pág. 86).
Esta noción de condiciones generales presupone la tesis de la unidad de las
ciencias que niega toda especificidad a las ciencias de la cultura.
18
Locke distingue tres tipos de ciencias: la física «es el conocimiento
de las cosas como ellas son en su propia existencia, en sus constituciones,
propiedades y operaciones»; la práctica, dominada por la ética, «enseña los

[76]

Artes y ciencias del texto.indb 76 15/12/11 11:44:50


estoica de los conocimientos en física, lógica y ética, de tal
manera que la semiótica solo fue un nombre nuevo para una
lógica que reconocía la importancia de los signos.
La «nueva» tripartición tiende a romper con el dualismo de
la materia y del espíritu, puesto que la semiótica no se deja re-
ducir ni a la primera ni al segundo. Por lo demás, la semiótica
contemporánea desempeñó un papel epistemológico positivo
en la medida en que pudo oponerse al reduccionismo confir-
mado por la tesis de la unidad de la ciencia. Mientras que la
semiótica lógico-positivista de Morris y Carnap erigía, con la
tripartición sintaxis/semántica/pragmática, el obstáculo prin-
cipal para el desarrollo de las ciencias del lenguaje durante
los últimos cincuenta años del siglo veinte, la semiótica de
Hjelmslev, en razón sin duda de su origen lingüístico, logró
una mejor adecuación a su objeto pues al rechazar especial-
mente el realismo ingenuo de la denotación y de los valores
de verdad, reconoció oblicuamente la especificidad ontológica
de lo semiótico.

¿Es posible resolver por la metodología el problema de


adecuación de la semiótica? — Una primera dificultad de
la teoría hjelmsleviana surge con el principio de inmanencia.
Algunos han concluido que el sentido es inherente al texto y
que basta con ponerlo en evidencia merced al método apro-
piado. Se debe impugnar esta interpretación, pero subsiste el
hecho de que en la teoría hjelmsleviana el método constituye
el objeto, de tal manera que una semiótica es definida como
una mutación —término genérico que reúne la conmutación
y la permutación— vinculada al mismo plano y al mismo
rango.
Del atomismo del positivismo lógico se mantiene, no obs-
tante, el postulado de que las unidades lingüísticas en los
dos planos son discretas19, lo cual justifica la conmutación.
Pero es dudoso que este postulado convenga al estudio de
los textos; por ejemplo, Hjelmslev previó utilizar la prueba
de conmutación para el análisis de los géneros y de las obras

medios de aplicar bien nuestras propias potencias y acciones»; finalmente la


semiótica, llamada también lógica en tanto que «las palabras son allí la parte
más corriente», «consiste en considerar la naturaleza de los signos de que se
sirve el Espíritu para hacer comprender las cosas o para comunicar su cono-
cimiento a los otros» (Ensayo sobre el entendimiento humano, IV, 21).
19
Cf. Greimas y Courtés, 1979, art. «Hermenéutica».

[77]

Artes y ciencias del texto.indb 77 15/12/11 11:44:50


(cf. 1971a, pág. 229). Ahora bien, sería sorprendente que esta
prueba, ya discutible en el plano del morfema, sea aplicable
a grandes unidades, pues se basa en la no variación de los
contextos inmediatamente adyacentes a la unidad definida:
¿qué sucedería, por ejemplo, con la conmutación de las gran-
des unidades textuales, muchas de las cuales son desfasadas
(funciones narrativas que franquean dos capítulos, efectos de
contratiempos, etc.) e incluso no tienen una posición aislable?
La conmutación no se limita solamente a las unidades lingüís-
ticas elementales, las únicas susceptibles de ser comparadas,
sino que no tiene evidentemente en cuenta los contextos y los
intertextos, los mismos que, sin embargo, tienen un carácter
constituyente, de tal manera que el sentido no es inmanente
al texto sino a la práctica de interpretación20.
La conmutación, producto de una lingüística del signo,
culmina con el análisis morfológico; aplicada a la semióti-
ca, permite discernir la significación de los signos aislados
y agruparlos en paradigmas mínimos, perdurando entonces
útil, aunque muy limitadamente, para un análisis de la signifi-
cación léxica. A fin de dar cuenta del sentido de un texto o de
toda otra performance semiótica compleja, los procedimien-
tos de análisis conmutativo no son suficientes puesto que la
interpretación no se reduce a un análisis.

El rechazo de la interpretación.— Si la noción de inter-


pretación no ha sido conservada por Hjelmslev entre las 454
definiciones del Resumen, se debe ciertamente a que no le era
útil; en efecto, «lo que decide si hay signo o no, no es el hecho
de que sea interpretado» (1971a, pág. 140). Esta posición
parece estar relacionada con el estatuto ancilar, o más preci-
samente, no esencial, de la semántica en la teoría hjelmslevia-
na. La distinción entre forma y sustancia separa el análisis de
la interpretación que resulta sin pertinencia para un análisis
definido como formal. Lo formal es considerado más allá de
lo fenoménico: los procedimientos se aplican objetivamente,
mediante una metodología sin sujeto que no tiene en cuenta
ni la enunciación ni la generación, ni la comprensión ni la
interpretación.
Estrictamente hablando, los símbolos formales no dependen
desde luego de la semiótica, ya que forman parte de las «mag-

20
Cf. el autor, 1989, I, cap. III.

[78]

Artes y ciencias del texto.indb 78 15/12/11 11:44:50


nitudes no semióticas interpretables» (1971a, pág. 143)21.
Como en lógica, la interpretación queda así excluida del sis-
tema: «Para el cálculo de la teoría, no hay ningún sistema
interpretado sino solamente sistemas interpretables. No hay,
entonces, en ese punto, ninguna diferencia entre el álgebra
pura o el ajedrez, de un lado, y, por ejemplo, una lengua, del
otro» (1971a, pág. 141). En consecuencia, la interpretación
de un texto o de otra performance semiótica no tendrá ningu-
na participación en su descripción.

Por una crítica filológica.— A todo esto, no se puede


hacer caso omiso del problema de la interpretación ya que
este gobierna el problema de la identificación de las unidades.
Las precisiones filológicas simples sobre la fecha, el género,
el autor y los destinatarios del texto condicionan efectiva-
mente, en sentido fuerte, su comprensión y, en sentido débil,
su interpretación: el recorrido de la interpretación parte de
esas condiciones hermenéuticas para reconstituir las formas
semánticas del texto, y luego retorna de esas formas hacia sus
condiciones, a fin de someter su pertinencia a examen críti-
co. Esos dos movimientos diseñan el rudimento de un círculo
hermenéutico.
Pero Hjelmslev considera que los factores tenidos por ex-
ternos, como las normas y los estilos, deben ser considera-
dos después de la descripción de las semióticas denotativas
y connotativas. Tal es el objeto de la meta-semiología y de
la meta-semiótica, respectivamente. La primera, idéntica en
la práctica a la descripción de la sustancia, trata del sonido
y del sentido; la segunda analiza los múltiples «sentidos del
contenido» (nacionales, regionales, estilísticos, personales,
etc.): «Así como la meta-semiología de las semióticas deno-
tativas tratará en la práctica los objetos de la fonética y de la
semántica en una forma reinterpretada, la mayor parte de la
lingüística sociológica y de la lingüística externa de Saussure
encontrarán su lugar en la meta-semiótica de las semióticas
connotativas bajo una forma, ella también, reinterpretada»
(1971a, pág. 156).
En este punto, Hjelmslev es deudor de la logística russe-
lliana que teoriza la relación del lenguaje con el metalengua-

21
Los sistemas de símbolos son considerados como monoplanos y por
lo tanto no son semióticas (cf. 1971a, pág. 142).

[79]

Artes y ciencias del texto.indb 79 15/12/11 11:44:50


je. El corte que ella instaura debe ser problematizado, pues
los usos metalingüísticos de una lengua no la transforman en
metalenguaje: simplemente difieren de los otros usos por sus
normas. Hjelmslev reconoce por cierto que la lengua es su
propia metalengua, pero no obstante quiere crear un código
simbólico propio para la teoría del lenguaje. Aquí persiste
una ambigüedad, pues la teoría no es un metalenguaje. La
teoría consiste en definiciones; ahora bien, la definición, en
términos hjelmslevianos, es una división en la misma len-
gua y en el mismo plano. La equivalencia entre lo definido y
lo definiente no puede ser confundida con una identidad;
y además depende de convenciones locales22. Pero la teo-
ría hjelmsleviana no distingue, en ese punto, la equivalen-
cia de la identidad: postula la identidad de lo definido y de
lo definiente y por ello la adecuación del lenguaje y del me-
talenguaje.
Una primera objeción tiene que ver con la separación entre
metasemiología y metasemiótica. La metasemiología, al estar
constituida con objetos irreductibles por el análisis, estudia la
sustancia del contenido, pero no se ha insistido lo suficiente
en el hecho de que esos objetos son simplemente los objetos
físicos y, como tales, son susceptibles de un estudio estadístico
(cf. pág. 150). Al contrario, la metasemiótica acoge las con-
tribuciones de la etnología, de la sociología y de la psicología
(cf. pág. 151). Pero la semántica, tal como la entendemos, no
distingue el objeto del fenómeno; ella solo tiene que ver con
los fenómenos y las coerciones lingüísticas sobre la fenomena-
lidad. De este modo, los programas de física del sentido son
reduccionistas; en cambio, para una semiótica de las culturas
los objetos se constituyen por evaluaciones sociales y no por
datos físicos. Si se conviene con ello, la metasemiótica debería
absorber la metasemiología.
La segunda objeción tiene que ver con las relaciones entre
disciplinas y metadisciplinas. Por un lado, la metasemiología
debería dirigir el estudio de las semióticas denotativas; por
ejemplo, la semántica gobierna la sintaxis y la conmutación se
basa en el reconocimiento de equivalencias semánticas cuyo
fundamento queda implícito. De otro lado, la metasemiótica

22
El módulo de equivalencia depende de un punto de vista compartido.
Por ejemplo, una equivalencia como una rata es un ratón grande será acep-
tada en las clases elementales y rechazada en la enseñanza secundaria.

[80]

Artes y ciencias del texto.indb 80 15/12/11 11:44:50


debería dirigir el estudio de las semióticas connotativas ya
que tanto la situación del texto como la del intérprete rigen
la interpretación sin, por lo demás, determinarla estrictamen-
te. En resumen, en el futuro esas metadisciplinas no pueden
ser rechazadas: dado que la interpretación condiciona a la
descripción23, ellas son efectivamente presupuestas por toda
interpretación regulada.

2.3. ¿Hacia una problemática semiótica del texto?

El objeto texto y el concepto de texto.— Entre los lingüis-


tas que generalmente se detienen en la frase o, como Benve-
niste, teorizan ese límite de hecho, le corresponde a Hjelmslev
el raro mérito de considerar que la teoría del lenguaje es una
teoría del texto (cf. 1971a, pág. 26): «Es verdad que el análisis
del texto (…) toca al lingüista como una obligación insoslaya-
ble» (1971a, pág. 28). Si los datos del lingüista se compendian
en el texto «en su totalidad absoluta y no analizada» (1971a,
pág. 21), ello no implica que este sea, por sí mismo, el objeto
de la teoría. En otras palabras, el texto puede ser un objeto
empírico transitorio sin, por lo tanto, ser considerado como
un objeto de conocimiento24. La definición de los Prolegó-
menos no permite dilucidar ese punto: «Un texto puede ser
definido (…) como una sintagmática en que las cadenas son
manifestadas por todos los sentidos» (1971a, pág. 138). En
este aspecto el texto se opone al lenguaje, que es la paradig-
mática correspondiente. Ahora bien, la teoría hjelmsleviana
pretende describir al lenguaje, no al texto.
El Resumen precisa, además, que un texto es la sintag-
mática de una semiótica denotativa (cf. 1975, pág. 14). En
consecuencia, las sintagmáticas de las semióticas connotati-
vas —entre las cuales la crítica de ascendencia barthesiana o
greimasiana ha colocado los textos literarios— simplemente
no serían textos. Ello suscita una dificultad suplementaria, a
menos que se admita que la teoría del lenguaje se edifica sobre
los textos denotativos, lo que por lo menos sería normativo.

Para un desarrollo, cf. el autor et ál., 1994, cap. I.


23

Así, la influencia de Hjelmslev sobre la lingüística textual alemana,


24

especialmente Peter Hartmann y su alumno S. J. Schmidt, solo sería la con-


secuencia de una equivocación ya indicada por Coseriu (en Stempel (ed.),
1971, pág. 194).

[81]

Artes y ciencias del texto.indb 81 15/12/11 11:44:50


De esta manera, para la teoría hjelmsleviana del lenguaje,
el texto es primigenio pero no fundamental; solamente sirve
de punto de partida al análisis. Pero esta descomposición, que
Hjelmslev llama deducción, ¿permite luego retornar al texto?

¿Es el texto una unidad lingüística?— Según Conte


(1985, pág. 174), este no es el caso: todo lo que es dicho o es-
crito sería un texto. Para hacer esa afirmación, Conte se refiere
al pasaje de los Prolegómenos que acabamos de citar (1971a,
pág. 138). A fin de designar el texto como unidad, Hjelmslev
habla de obra (1971b, pág. 228; work en el original inglés,
cf. 1973, pág. 151). En una conferencia de 1947, critica a la
filología por no haber estudiado las grandes unidades del con-
tenido y da como ejemplo la poesía o la literatura científica,
los escritos de un mismo autor, las obras consideradas aisla-
damente y luego las partes de esas obras25. Este uso evita así
la ambigüedad ordinaria que asigna al texto dos antónimos: en
tanto que se opone al lenguaje, el texto es solo una manifesta-
ción de una extensión cualquiera; en cuanto que se distingue,
por ejemplo, del capítulo o de la frase, es una unidad o, según
nosotros, un plano de complejidad.
Pero en los Prolegómenos, texto en singular (danés: text)
designa una sintagmática, mientras que textos en plural (da-
nés: texter) designa las unidades lingüísticas que no son so-
lamente unidades empíricas, ya que pueden ser engendradas
por la teoría26.

El texto sin textualidad.— Aquí surgen tres obstáculos


de generalidad decreciente:
A) Los textos generados no son interpretados.— La
teoría que se apoya en el análisis de textos atestados tiene un
carácter predictivo y define los textos posibles: «Gracias a los
conocimientos lingüísticos así adquiridos, podemos construir
todos los textos concebibles o teóricamente posibles para una
misma lengua (…). También hay que (…) hacer lo mismo para
los textos de cualquier lengua» (1971a, pág. 27). El proyecto
supera aquí en amplitud al programa bastante ulterior de la

25
Hjelmslev considera como signos las obras y las otras estructuras del
contenido que llamaríamos géneros y discursos, pues piensa inventariarlos
empleando la prueba de conmutación.
26
Sémir Badir (1998) analizó muy nítidamente las razones e implica-
ciones de esta contradicción.

[82]

Artes y ciencias del texto.indb 82 15/12/11 11:44:50


gramática generativa que únicamente procuró engendrar frases,
topándose con las mismas dificultades de principio. La primera
de estas dificultades es que los textos atestados y los textos po-
sibles no tienen el mismo estatuto: los primeros son ocurrencias
y los segundos son tipos. Los primeros están situados y son, por
lo tanto, interpretables; los segundos se hallan desprovistos de
situación y, por lo tanto, desprovistos de sentido.
B) El texto es homogéneo pero no es polisemiótico ni
polisistemático.— ¿Por qué la teoría generaría a los textos y
no al texto, designando ese partitivo una sintagmática infini-
ta? En nuestro criterio, la teoría solo podría generar al texto
en razón de que su único objetivo es describir «la lengua,
según la cual se construye la estructura de todos los textos de
una misma naturaleza presupuesta» (1971a, pág. 27). Aho-
ra bien, un texto no es simplemente producto de un uso del
sistema lingüístico, por más que se admita la homogeneidad
o la isonomía estructural de ese sistema, sino que resulta de
la interacción entre ese sistema y otros sistemas de normas
socializadas como el discurso, el género o incluso el idiolec-
to. En particular, las normas que permiten individualizar un
texto y poner fin a su generación no dependen del sistema de
la lengua. Una teoría del lenguaje no puede, en consecuencia,
producir los textos puesto que se limita a describir el sistema
funcional de las lenguas.
Dado que, por añadidura, el texto es definido como una
sintagmática, es reducido a un solo orden (op. cit., pág. 138).
Sin embargo, es preciso tener en cuenta cuatro órdenes que
corresponden a otros tantos modos de descripción lingüísti-
ca: los órdenes paradigmático, sintagmático, hermenéutico y
referencial (cf. el autor et ál., 1994, cap. I). La asimilación de
lo paradigmático al sistema de la lengua acarrea, por fuerza,
pesadas consecuencias, ya que los paradigmas textuales, como
los géneros, no dependen de la lengua.
Por último, ante todo se desprende una contradicción entre
el postulado metodológico de una homogeneidad estructural y
la valerosa constatación de que todo texto depende de varios
sistemas (estilos, tonos, movimientos; cf. op. cit., pág. 145).
Hjelmslev la formuló lúcidamente: «Hemos trabajado supo-
niendo que el texto dado presenta una homogeneidad estruc-
tural (…). Al contrario, todo texto (…) contiene por lo común
derivados que se sustentan en diferentes sistemas» (1971a,
pág. 145). Pero esta constatación in fine, en el penúltimo ca-
pítulo de los Prolegómenos, debería haber llevado a refundir

[83]

Artes y ciencias del texto.indb 83 15/12/11 11:44:51


los 21 que lo preceden pues, en efecto, el carácter polisemióti-
co y polisistemático de todo texto debe ser reconocido al inicio
de la teoría de la textualidad.
C) La totalidad sin globalidad.— Si bien Hjelmslev no
emplea la palabra unidad respecto del texto, utiliza en cambio
la expresión totalidad absoluta (danés: absolutte helhed). Ello
plantea la cuestión de la relación entre lo global y lo local en
el seno del texto. El método de análisis tiene, en Hjelmslev,
una función definitoria. Pues bien, «el único procedimiento
posible para obtener el sistema que subtiende ese texto [como
totalidad], es un análisis que considere al texto como una cla-
se analizable en componentes» (1971a, pág. 21). Se objetará
que el elemento no es, en sí mismo, local, y que lo global no
podría definirse como una clase. Pero Hjelmslev se precave de
confundir la relación conjuntista entre la clase y sus elemen-
tos y la relación merológica27 entre la parte y el todo. Contra
el «realismo ingenuo» de la logística, enfatiza que el análisis
tiene como propósito identificar no las partes del objeto dado
(aquí el texto) sino las relaciones que lo definen, tanto es «que
una totalidad no se compone de objetos sino de dependencias»
(1971a, pág. 37). Como no se trata solamente de las relacio-
nes y las dependencias entre las partes sino también entre las
partes y el todo, subsiste no obstante el hecho de que «la tota-
lidad del objeto examinado es solo su suma» (1971a, pág. 36),
lo que define una especie de composicionalidad estructural y
prohíbe describir la incidencia local sobre lo global, tanto más
cuanto que las relaciones estructurales fundamentales (inter-
dependencia, determinación y constelaciones) se establecen
entre las partes del objeto, no entre el objeto y sus partes.
En suma, Hjelmslev tiene en cuenta el texto, pero los pro-
cedimientos que le aplica no tienen en cuenta la textualidad.
Si, entonces, la distinción entre el texto como sintagmática y el
texto como unidad no es problematizada, es porque la teoría
no da cuenta de la textualidad y, sin duda, no podría concebir-
la: los procedimientos descriptivos son, efectivamente, de tipo
morfosintáctico y extienden al plano del texto los conceptos y
los métodos del plano inferior.
Además de la prueba de conmutación que evocábamos an-
teriormente, el análisis del texto conserva también del análisis

27
Cf. cap. I, nota 57; merológico, tratado sobre las partes simples de
los cuerpos. [T.]

[84]

Artes y ciencias del texto.indb 84 15/12/11 11:44:51


morfosintáctico el principio de homogeneidad estructural que
le permite efectuar una segmentación en unidades del mismo
rango. Ese principio es definitorio del objeto, aun si el concepto
de homogeneidad se cuenta entre los indefinibles de la teoría.
Pero el enfoque morfosintáctico no explica las desigualdades
cualitativas entre unidades del mismo rango, por ejemplo, los
sememas no tienen evidentemente la misma conectividad y al-
gunos se hallan en el centro de haces isotópicos complejos;
las relaciones que mantienen entre ellos no se limitan a las de-
pendencias inspiradas por el modelo sintáctico, especialmente
cuando dichas relaciones seleccionan contextos lejanos.
El análisis hjelmsleviano del contenido estudia ahí la forma
(y no la sustancia, que particularmente estudia la semántica)
porque postula que el sistema lingüístico es una forma que
puede ser estudiada independientemente de la sustancia. Pero
la semántica estudia las normas y no el sistema lingüístico
reducido a una forma.
Finalmente, aunque la teoría prevé la generación de textos
posibles, no retorna a los textos que ella misma analiza. Como
no produce interpretación, no describe los recorridos diferen-
ciados de lo global a lo local y luego de lo local a lo global. El
análisis describe un proceso inverso al que autoriza e impone
el principio de composicionalidad. En el paso del todo a las
partes, esta descomposicionalidad28 no contribuye más que lo
que contribuye la composicionalidad en las operaciones inver-
sas. Semejante déficit resulta, a no dudarlo, del objetivismo
mantenido por la teoría hjelmsleviana del lenguaje, especial-
mente por el proyecto de fundación formal de la semiótica.

3. LA FUNDACIÓN FORMAL Y EL FUNDAMENTO HERMENÉUTICO

Retornemos al problema de la fundación de la semiótica,


privilegiando la cuestión del texto y de las otras performances
semióticas complejas. La fundación formal de la semiótica ha

28
Hjelmslev enfatiza claramente lo que separa el análisis del método
lingüístico considerado ordinario: «Es un movimiento que analiza y espe-
cifica, y no un movimiento que sintetiza y generaliza, lo contrario del pro-
cedimiento inductivo tal como lo conoce la lingüística tradicional» (1971a,
pág. 21). Como deducción, el análisis se opone a la inducción filológica y
como descomposición, se opone a la composición lógica. Pero nos parece
que la asimilación entre deducción y descomposición es inválida.

[85]

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seguido en el siglo XX dos vías principales: la fundación lógica
en Morris y Carnap y la fundación lingüística en Hjelmslev.
La primera vía emanó tanto de Peirce, en el cual se inspiró
Morris, como de Frege, que siguió Carnap. Ella condujo a la fi-
losofía formal de Montague y a la pragmática formal, especial-
mente en Lewis, Stalnacker y Vandervecken. La gnoseología
que la subtiende, en su versión ordinaria, es la del positivismo
lógico: la lingüística se funda allí a partir de la semiótica de los
lenguajes formales (cf. Chomsky, Montague). La semiótica del
paradigma llamado simbólico de las investigaciones cognitivas
constituye el desarrollo mayor de esa corriente.
La vía seguida por Hjelmslev procede, al contrario, de una
lógica de inspiración husserliana cuyo no-realismo se opone
decisivamente al positivismo lógico. La denotación es allí de-
finida como una relación entre el contenido (magnitud se-
miótica) y la expresión, y no como una relación entre una
expresión y un objeto. De ello se desprende la legitimidad y la
importancia del análisis del contenido, precisamente donde el
positivismo lógico privilegia el cálculo sintáctico.
El desacuerdo entre las dos corrientes estalla a propósito
del signo. A imagen de las lenguas, para Hjelmslev toda se-
miótica es biplana; también, según él, la «concepción logística
de la semiótica como monoplana» habría llevado a una gene-
ralización prematura a partir de estructuras no semióticas29.
En consecuencia, el debate recae en el concepto de símbolo
y en el de la semiosis. La semiótica hjelmsleviana conserva
ciertamente, por su rechazo del realismo, un alcance ejem-
plar que le permite pensar en la autonomía de lo semiótico.
Correlativamente, rehusándose a remitir la significación a co-
sas enigmáticas o estados de cosas, la semiótica hjelmsleviana
inicia una ruptura con la metafísica.
Sin embargo, las dificultades con las que tropezó tienen
que ver con los presupuestos compartidos con el positivismo
lógico, presupuestos que sostienen su fundación formal30: los
objetos serían discretos e idénticos a ellos mismos; su iden-
tificación y su categorización serían el resultado del método

29
Cf. 1971a, p.142. Para el positivismo lógico el signo es un «objeto
físico particular», pero su significación proviene de su interpretación exter-
na en términos de referencia, mientras que para Hjelmslev la expresión y el
contenido son evidentemente indisociables.
30
Como la lingüística formal, la semiótica formal no ha producido nun-
ca cálculos formales en el sentido técnico del término.

[86]

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científico, ello independientemente de todo sujeto puesto que
el mundo fenomenal no depende de la teoría; por último, lo
empírico y lo formal serían distintos, de manera que sea posi-
ble compendiar los objetos en su forma relacional.
Surgen, igualmente, tres dificultades:

(i) La validez y la adecuación de la teoría son disociadas;


si «la teoría no depende de la experiencia» (1971a,
pág. 24), si su validez es distinta de su aplicabilidad
y sin recurrir al Intelecto arquetipo, ¿cuál es la ga-
rantía de su valor empírico?31
(ii) La potencia de la teoría es tal que solo puede ser
utilizada por reducción. En compensación de su am-
bición formal, ella debe dar cuenta de lo posible (fra-
ses, textos y lenguas posibles). Por lo demás, la teoría
alcanza desde un comienzo tal generalidad que reba-
sa las especificidades de su objeto inicial y entonces
la teoría lingüística se desarrolla inevitablemente en
semiótica pues, por su generalidad, los axiomas de la
teoría del lenguaje no pueden seguir siéndole especí-
ficos (cf. 1971a, pág. 25).
(iii) Con la especificidad del objeto, la teoría falla tam-
bién en cuanto a la especificidad de la disciplina se-
miótica que se encuentra disminuida al estándar del
cientismo nacido del modelo de la física newtoniana:
«Una ciencia se esfuerza siempre por comprender los
objetos como consecuencias de una razón o como
efectos de una causa» (1971a, pág. 108). Pues bien,
esta tesis aparentemente unitaria no conviene a las
ciencias sociales, ya que ellas solo pueden pretender
describir las condiciones, no identificar las causas.

Aun en este asunto, la problemática del texto puede sernos


esclarecedora. Para describir los textos, se precisa disponer de
una teoría de las normas y no solamente del sistema en sentido
fuerte, pues allí donde las reglas exigen o excluyen, las normas
sugieren y permiten. Las reglas de un sistema formal no tienen
diacronía y su aplicación no está, en principio, sometida a con-
diciones externas. Mientras las reglas estipulan lo posible in

31
Una dificultad del mismo orden llevará a Fodor a formular el princi-
pio del solipsismo metodológico.

[87]

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abstracto, las normas se mantienen en lo probable. Además,
el inventario, la jerarquía y la aplicación de las normas de-
penden no solo de las condiciones históricas cambiantes, sino
de situaciones variables aun en sincronía. Del mismo modo,
las reglas lingüísticas, lejos de tener el carácter apodíctico
de las reglas de los lenguajes formales, podrían ser solo nor-
mas inveteradas convertidas en reglas por la tradición norma-
tiva de la gramática. Si no es así, ¿cómo explicar que ellas no
sean siempre necesarias ni nunca suficientes para dar cuenta
de las regularidades de un corpus textual?
Urge, pues, interrogar el deseo de reglas absolutas que
ha presidido las fundaciones formales de la semiótica32. Ni
la formalización ni los formalismos son de ninguna manera
controvertidos, pero sí lo es el poder de fundación que se
les confiere. La ambición formal es así, tal vez, solo una forma
no crítica de la ambición trascendental.
En el siglo XX, el positivismo aunó el formalismo al fisica-
lismo más cosista. De esta manera, el empirismo del positi-
vismo lógico no tiene, pese a su nombre, nada de inductivo: a
partir de una ontología objetivista pobre, normaliza prejuicio-
samente lo real por su asimilación a lo material. El principio
de empirismo de Hjelmslev se reduce, en cuanto le toca, a
un voto de adecuación que lamentablemente casi no ha sido
cumplido33.
En los días que corren las gramáticas cognitivas y la semio-
física thomiana se oponen al cognitivismo clásico, no sobre
el principio del funcionalismo sino sobre la naturaleza de los
formalismos y la ontología que ellos presuponen; el programa
de naturalización, es decir, de reducción de lo semiótico a lo
físico, es hasta ahora común a todos los paradigmas cogni-
tivos.
Según Jean Ladrière, se puede distinguir tres tipos de cien-
cias: formales, empírico-formales y hermenéuticas. Las cien-
cias humanas y/o sociales —cuyo nombre señala, sin más, la
coexistencia del humanismo y del marxismo en nuestras uni-
versidades— serían llamadas mejor ciencias hermenéuticas.

32
Cf. Grondin: «Todo sucede como si las ciencias humanas, que como
tales tratan el mundo sublunar, tuvieran necesidad de alguna cosa compara-
ble a un punto de Arquímedes, con el fin de merecer todavía existir a título
de ciencias respetables» (1992, pág. 116).
33
Recordemos que para Hjelmslev la descripción de la sustancia del con-
tenido es, en última instancia, el cometido de la física (1971a, pág. 156).

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Aunque la gran corriente del positivismo científico haya ten-
tado subyugar a las ciencias hermenéuticas bajo las ciencias
formales o empírico-formales, ellas se distinguen tanto por
el tipo de objetivación que les permite constituir su dominio
como por sostener una posición propia del sujeto científico:
así, a falta, tal vez, de no poder explicar, en el sentido causal
del término34, está condenado a comprender. La descripción
es, entonces, una interpretación, y la explicación científica
consiste en discernir, situar y jerarquizar las condiciones de
la comprensión.
Aquí se presentan dos vías. O bien se considera que la
situación de interpretación debe ser caracterizada trascenden-
talmente y, como invita a pensar la tradición metafísica, se
vincula el problema de la interpretación al problema del Ser
(esta solución condujo a Heidegger a «aventajar» la historici-
dad de los textos y a descuidar las condiciones filológicas de
su lectura, hasta el proyecto explícito de forzarlas); o bien se
decide restituir a las lenguas, como formaciones históricas y
culturales, una finalidad constituyente y se plantea el proble-
ma de la interpretación en función de las lenguas. Esta última
solución puede atribuirse a Cassirer: partir de una filosofía de
las formas simbólicas hacia una semiótica de las culturas.
De esta manera y propiamente hablando, la fundación fi-
lológica es un fundamento. Ella se sustenta en la tradición
histórica, en tres planos: la historia de los textos, la historia
de sus interpretaciones que le es inseparable y la historia de
los métodos históricos, y los métodos de interpretación. La
tradición mantiene del pasado lo que está vivo en el presente;
ella es siempre una transferencia, es decir, pone en vigencia,
bajo nuevas condiciones, los logros refigurados por ello (cf.
el autor, 1996a). Su fecundidad se mide por la magnitud de
esas refiguraciones.
Si se quisiera mantener el término fundación, habría que
precisar que esta fundación no puede ser remitida a una rup-

34
El problema de la prueba está en debate: «Para la comprensión filoló-
gica de los textos existe, entre la prueba y la inteligencia, una relación muy
diferente a aquella que en otro tiempo se postuló a partir de las ciencias
exactas (…). El carácter demostrativo de lo factual es revelado solo por la
interpretación mientras que, inversamente, lo factual indica una vía a la
interpretación. Esta interdependencia de la prueba y del acto de conoci-
miento es una de las manifestaciones del círculo hermenéutico» (Szondi,
1982, pág. 23).

[89]

Artes y ciencias del texto.indb 89 15/12/11 11:44:51


tura originaria sino que cada nueva interpretación puede prefi-
gurar otras y solo las funda al permitirlas. Esas «fundaciones»
siempre recomenzadas no merecen su nombre, puesto que no
legitiman nada; sin establecer un espacio de validez decisoria,
como lo hacen los postulados de las fundaciones formales,
ellas inician tan solo líneas interpretativas que pueden desapa-
recer o acumularse, pero no obtienen su riqueza de ninguna
verdad preestablecida.
La semiótica lógico-gramatical y la semiótica retórica/her-
menéutica dependen así de tipos epistemológicos muy dife-
rentes: la primera formula, en última instancia, la ambición
de engendrar mediante reglas y leyes las frases hasta textos
posibles; la segunda es descriptiva y tiende hacia una con-
cepción idiográfica antes que nomotética de la ciencia; la pri-
mera se inclina hacia el dogmatismo de los postulados y de
los axiomas, la segunda hacia el empirismo de los contextos
y de las situaciones; por último, mientras que la primera se
dirige hacia una fundación trascendental, la segunda asume
un fundamento histórico. Además y a excepción de esos tipos
epistemológicos, dos concepciones gnoseológicas se enfrentan
o se complementan:

(i) La concepción metafísica propone que para conseguir


el conocimiento hay que abstraerse de lo contingente
y plantear los elementos como normas. Ese principio
aristotélico deriva de las cosmologías presocráticas
para las cuales el universo surgió de la combinación
de elementos simples: le debemos, por una parte, la
teoría de los números en el pitagorismo, luego en
el platonismo y, por otra parte, el atomismo de los
materialistas antiguos. El positivismo lógico y poste-
riormente el cognitivismo ortodoxo reunieron ambas
corrientes: el formalismo de la tradición idealista y
el fisicalismo de la tradición materialista. En las dos
tradiciones el conocimiento es considerado como el
reflejo de una ontología y las divergencias solo tienen
que ver con el ángulo mundano o espiritual de esta
ontología; el programa cognitivista de naturalización
del sentido tiene, por lo demás, el objetivo de neutra-
lizar esta última contradicción.
(ii) La concepción histórico-crítica considera al conoci-
miento como un aprendizaje en el seno de las prác-
ticas sociales y lo hace inseparable de sus modos de

[90]

Artes y ciencias del texto.indb 90 15/12/11 11:44:51


transmisión. En este caso, la deontología prevalece
sobre la ontología. La semiótica se convierte en el
sitio del conocimiento, y por eso se acusa fácilmente
de relativista a esa concepción; de manera oblicua,
se reconoce con ello que los principios de la deonto-
logía tienen su origen no más en una metafísica sino
en una antropología cultural.

Las semióticas de fundamento formal inevitablemente se


vuelven transemióticas, es decir, semióticas que unifican to-
dos los sistemas de signos bajo los mismos principios racio-
nales; como se observa en Hjelmslev, el mismo formalismo o,
al menos, los mismos axiomas valen para todos los sistemas
de signos. De ese modo, ellas son universales y solamente su
punto de partida lógico o lingüístico las diferencia y a veces
las opone.
Al contrario, las semióticas con fundamento hermenéu-
tico conciben el campo de la semiótica bajo el modo de la
diversidad, pues la pluralidad de los sistemas de signos no se
deja limitar a un principio común: se renuncia, entonces, al
concepto general de signo propuesto por la escolástica y ense-
guida por Eco, aliquid stat pro aliquo (para una discusión, cf.
el autor, 1996a). Paralelamente, se renuncia a la concepción
instrumental del lenguaje y de los otros sistemas de signos.
Dado que, salvo para la tradición racionalista, no existe ni-
vel conceptual neutro en relación con toda representación,
no existe tertium comparationis entre los sistemas de signos
pero tampoco interlengua entre las lenguas ni «lenguaje del
pensamiento», del logos endiathétos de los estoicos a la lingua
mentalis de Occam o al language of thought de Fodor.
En la tradición occidental Lessing, con su Laocoon (1766),
fue el primero en rechazar tanto la unicidad de la cosa-a-decir,
que preexistiría a su enunciación, como en admitir que los
diversos sistemas de signos dan acceso a mundos diferentes.
Lessing, sobre todo en su posteridad con F. Schlegel, es, en
nuestro criterio, el iniciador de una semiótica de las prácticas
artísticas vinculada a la crítica y la hermenéutica, cuya gran
fecundidad ha sido demostrada, por ejemplo, en la iconología
de Panofsky.
En resumen, las dos tradiciones contemporáneas que riva-
lizaron por volver a fundar la semiótica, la tradición filosófica
con Peirce y la tradición lingüística con Saussure, encontraron
su unidad de facto en la problemática lógico-gramatical al in-

[91]

Artes y ciencias del texto.indb 91 15/12/11 11:44:51


clinarse los filósofos peircianos por la lógica y los lingüistas
saussureanos por la gramática (de ese modo, Hjelmslev exten-
dió los métodos gramaticales al estudio de los textos).
El déficit hermenéutico de la semiótica contemporánea se
agravó, sin duda, por el desconocimiento de la hermenéuti-
ca filológica. Eco opuso así la semiótica a una hermenéutica
filosófica implícitamente compendiada por la teoría heideg-
geriana: «Si ese punto de vista prevalece [que el lenguaje es
la voz del Ser], entonces no hay lugar para una semiótica o
una teoría de los signos. Solo subsiste una práctica continua
y apasionada de interrogación de los signos: la hermenéutica»
(1988, pág. 193). Así, aunque la semiótica recuse el prejuicio
ontológico, la hermenéutica filológica se encuentra excluida
de hecho35.
No obstante, asistimos a un florecimiento de la problemá-
tica retórica/hermenéutica. Guardando las proporciones, esta
evolución se manifiesta en diversos autores: primeramente en
los Écrits de linguistique générale [Escritos de lingüística ge-
neral] de Saussure, inéditos durante mucho tiempo (2001);
en Wittgenstein, del Tractatus hasta las últimas obras donde,
incluso en la forma de la exposición, es posible seguir el paso
de una problemática a la otra; también se puede mencionar la
evolución de Eco, del Trattato de semiotica generale [Tratado
de semiótica general] (1975) a los Limiti dell interpretazio-
ne [Límites de la interpretación] (1992) y la evolución de
Greimas, desde la lexicología (cf. su tesis de 1948 sobre el
vocabulario de la moda)36 hasta la semántica del texto (cf. su
Maupassant, 1976).
Los autores que supieron unir el análisis de la lengua y el
estudio de los textos lograron, de hecho, superar la contradic-
ción entre las dos problemáticas. En la tradición filológica,
los trabajos de romanistas como Spitzer, Pagliaro, Coseriu o
Heger han aportado ciertas novedades. Actualmente, la ex-
pansión de los medios de comunicación favorece el desarrollo
de la semiótica. En efecto, la problemática del texto no con-
cierne únicamente a las lenguas sino también a otras semióti-
cas, como la ópera, el cine, etc. Arriesguémonos a decir que

35
Sin embargo, el déficit hermenéutico no es un déficit filosófico, como
lo muestra especialmente la incidencia del neo-tomismo, ya sea reivindicado
(en Kalinowski, Deely, Beuchot) o no (en Greimas, Courtés, Eco).
36
A. J. Greimas. La mode en 1830. París: Presses Universitaires de
France, 2000. [T.]

[92]

Artes y ciencias del texto.indb 92 15/12/11 11:44:51


esta problemática podrá también aportar a esos dominios de
estudio un suplemento hermenéutico necesario, incluso nue-
vos fundamentos.
Una profundización de la problemática del texto podrá, sin
duda, contribuir a integrar la lingüística a una semiótica gene-
ral de las culturas. Los objetos culturales se distinguen por su
complejidad y el carácter problemático de su interpretación;
son producidos en prácticas y situaciones diferenciadas y ge-
neralmente encaran varios sistemas y normas, por ejemplo, las
danzas, los ritos, los juegos. Entre los objetos culturales, los
textos son performances semióticas que se cuentan entre las
más complejas y ejemplares.
Además de la complejidad propia de la textualidad, los tex-
tos establecen no solo las lenguas, los géneros y los estilos, sino
los sistemas gráficos y tipográficos (un signo de puntuación no
funciona como un morfema), prosódicos, gestuales; recorde-
mos que a lo oral siempre se le asocia una gestualidad. Todos
esos aspectos son comúnmente descuidados por la semiótica y
por las lingüísticas que se limitan a la morfosintaxis. Por últi-
mo y ante todo, las relaciones semánticas que la interpretación
establece o reconoce entre las diferentes partes de un texto
encaran por lo común, aunque no siempre, los interpretantes
que dependen de otros sistemas semióticos distintos a las len-
guas. De este modo, desde que se privilegia la cuestión de la
interpretación, el estudio de los textos llega a ser una vía para
dar cuenta de las relaciones entre los sistemas de signos.
Las semióticas globales son filosofías (cf. Locke, Peirce,
Apel); sin duda, ellas deben su carácter global a su naturaleza
filosófica. Al contrario, las semióticas científicas tienen ob-
jetos regionales: lenguas, imágenes, música, etc. De manera
semejante, una semiótica general solo puede ser federativa;
ella define el campo en que la lingüística, la iconología, la
musicología y las otras ciencias de la cultura proceden a sus
intercambios pluridisciplinarios.
Al habernos decidido considerar a la lingüística como una
semiótica de las lenguas y de los textos, hemos tomado partido
por una semiótica federativa y no por una ciencia única que
trataría todos los lenguajes y todo tipo de signos. Sin pretender
determinar aquí el régimen y la extensión de esta federación,
volveremos sobre su principio en la conclusión de este libro.

[93]

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CAPÍTULO 3

Filología digital

El déficit filológico de las ciencias del lenguaje contemporá-


neas redobló durante mucho tiempo su déficit hermenéutico. El
desprecio de la filología fue una postura corriente del romanticis-
mo tardío, especialmente de la tradición nietzscheana. Por lo de-
más, en la primera mitad del siglo XX, las lingüísticas universales
abandonaron la perspectiva diacrónica que mantenía una relación
entre lingüística y filología, prefiriendo una sincronía olvidadiza y,
a decir verdad, indefinible sin un punto de vista pancrónico.
Sin embargo, en diversas comunidades de investigación
como Digital Resources for Humanities, el desarrollo de los
bancos textuales y de la lingüística de corpus es acompañado
de facto por una inesperada renovación de la filología que
denominaremos filología digital.

1. LA SITUACIÓN EPISTEMOLÓGICA

1.1. La constancia de la filología:


digitalización y gramaticalización

Desde comienzos de la década de 1950, Roberto Busa for-


muló el proyecto de una «filología electrónica»1 al codificar a

1
Efectivamente, sin tomar en cuenta este hecho, la informática revolu-
cionó la filología al realizar algunas de sus tareas más rutinarias. El corpus

[95]

Artes y ciencias del texto.indb 95 15/12/11 11:44:51


Tomás de Aquino en tarjetas perforadas. El presente capítulo
intenta inscribirse en la línea de este pionero que remarcó jus-
tamente la necesaria renovación de la filología ligada a la in-
formatización (1997, pág. 4). La informática lingüística salió
de su gueto técnico y si la filología sale de su gueto erudito se
comprenderá que ambas están separadas solo por las formas
dogmáticas del progresismo.
En la historia de las ciencias del lenguaje los grandes vi-
rajes son acompañados por las mutaciones de los soportes y
los cambios de escala de los objetos empíricos que imponen
nuevas tareas y son objeto de nuevas demandas sociales. Los
progresos descriptivos de las ciencias del lenguaje acompaña-
ron siempre la recopilación y la elaboración de corpus textua-
les, por ejemplo, los corpus védicos por la escuela de Panini,
la transcripción y la colación de los corpus homéricos y la
constitución de la biblioteca de Alejandría por la escuela de
Aristarco, la biblioteca vaticana por Valla, la mediciana por
Poliziano y las ediciones princeps de los clásicos de la antigüe-
dad por los Aldes, los Plantin, los Estienne, etc.
La tradición de nuestras ciencias del lenguaje fue instau-
rada, en torno a la Biblioteca, por la filología alejandrina; la
tradición gramatical, en particular el inventario que aún per-
manece invariable de las partes del discurso, se fijó allí con
la Technè de Dionisio de Tracia. La segunda gran etapa fue la
filología del Renacimiento que precedió, suscitó y asistió al
desarrollo de la imprenta; se le debe también las primeras
gramáticas de las lenguas vulgares.
Luego de la escritura y la imprenta, la digitalización inaugu-
ra una tercera etapa en la historia de los soportes (cf. el autor,
1991); ella es asistida por reorganizaciones epistemológicas
que interesan al conjunto de las ciencias del lenguaje. Prosi-
guiendo nuestra periodización, Auroux (1994) curiosamente
sustituye la imprenta por la gramatización (elaboración de
gramáticas), la misma que, según él, compendia la revolución
del Renacimiento. Esta noción le sirve para unificar esas tres
etapas al afirmar que la historia de las ciencias del lenguaje

cerrado de una lengua antigua puede caber en un disco compacto. Ade-


más, se han acelerado considerablemente las operaciones filológicas como
la copia, la colación y la comparación de los manuscritos. Algunas tareas
más técnicas, como el establecimiento de los árboles genealógicos de los
manuscritos (stemmata), pueden también ser asistidos por ordenadores (o
computadoras).

[96]

Artes y ciencias del texto.indb 96 15/12/11 11:44:51


se confundiría con la de la gramatización. Empero, tiene el
inconveniente de ligar la escritura a la gramática y coloca o
mantiene la gramática en el centro de las ciencias del lenguaje.
Pero la gramatización es, sin duda, solo un aspecto del gran
movimiento filológico relacionado con el establecimiento y la
edición de textos en lengua vulgar y, más allá, con la evange-
lización de las nuevas colonias y la Reforma.
Distingamos más claramente la historia de los soportes y
la de los tratamientos del lenguaje, puesto que cada nuevo
soporte permite nuevos tratamientos, pero no los determina.
Una nueva tecnología define precisamente un nuevo modo de
interacción entre un tratamiento y un soporte. A diferencia
de la imprenta, la gramatización no es una tecnología sino
un tipo de descripción lingüística. Permitida por la escritura,
desarrollada con la imprenta, ella continúa hoy con los trata-
mientos automáticos del lenguaje y las lingüísticas de corpus.
Tiene una vocación normativa: «Las lenguas, objetos descritos
por las gramáticas, se convierten en verdaderos artefactos»
(Auroux, 1995, pág. 10). Pero la descripción no es suficiente
para modificar el objeto; solo lo puede hacer una prescripción
y nuestra tradición gramatical es normativa ya que, de Prizia-
no a Milner (1989), la gramaticalidad procede por decisiones
de agramaticalidad2. En efecto, las lenguas han sido siempre
artefactos incluso antes de la gramatización (cf. Roy Harris,
1982) y solo son «naturales» en la medida en que la cultura
lo es también; las lenguas se confunden con la tradición cul-
tural que ellas condicionan y de las cuales, al mismo tiempo,
resultan.
El desarrollo actual de la digitalización parece prolongar
la gramatización porque dicho desarrollo exige un esfuer-
zo de normalización sin precedente, pero no tiene una re-
lación privilegiada con una problemática lógico-gramatical;
al contrario, al imponer una nueva relación empírica a los
textos, promoviendo los nuevos problemas que plantea su
codificación y sus recorridos, la digitalización puede llevar a
una renovación de la hermenéutica filológica. La gramática
encuentra allí su lugar, importante pero secundario: como
el trabajo sobre la lengua parte de los textos para volver a

2
Las obras como los diccionarios y las gramáticas han sido siempre,
directamente o no, fruto de una voluntad normativa que ha determinado
ciertos aspectos de sus estructuras; por ejemplo, los diccionarios son un
archivo de contextos reificados y unificados bajo un formato común.

[97]

Artes y ciencias del texto.indb 97 15/12/11 11:44:51


ellos, la gramática resulta siendo una disciplina auxiliar de la
empresa filológica.

1.2. La evolución de las problemáticas lingüísticas

Dando por descontado los nuevos medios y objetivos de


aplicación, la informática, que es una tecnología semiótica,
actualmente está en trance de renovar la lingüística, no des-
de el exterior sino desde el interior, al proponerle acceder de
manera distinta a sus objetos. La situación actual parece ser
el resultado de cuatro evoluciones convergentes.

El fin de las ambiciones cognitivistas.— El desarrollo de


la informática no cambió de golpe las problemáticas lingüísti-
cas. Así, la primera teoría lingüística que integró la informáti-
ca le fijó objetivos definidos antes de su aparición; Chomsky,
alumno de Carnap, le confirió la misión de enumerar el con-
junto de frases gramaticales de una lengua, a imitación de las
«expresiones bien formadas» de un lenguaje formal. Luego,
los tratamientos automáticos del lenguaje (TAL), lejos de ser
una provincia cualquiera de la lingüística o de la informática,
sirvieron con el chomskysmo de carrera a las principales con-
cepciones del cognitivismo, y fueron utilizados para «probar»
las teorías antes que para describir los objetos. Los cogniti-
vistas añadieron al objetivo de la formalización la tarea de
simular la comprensión3, generalmente en dos etapas, primero
el análisis sintáctico y enseguida la construcción de formas
lógicas proposicionales.
La informática lingüística se enfrentó, entonces, a dos ti-
pos de dificultades: la informática parece haber sido la víc-
tima paradójica del computacionalismo que le fijó misiones
grandiosas, mientras que la lingüística sufrió los límites de
la problemática lógico-gramatical privilegiada por la aplica-
ción informática. Las teorías lógico-gramaticales permitieron
ciertamente la construcción de analizadores morfosintácticos

3
El objetivo de simular la comprensión del lenguaje es inaccesible, ya
que la comprensión depende de sujetos situados y de tareas. Reduciendo
incluso la comprensión a la construcción de formas lógicas proposicionales,
no se pudo automatizar la codificación proposicional, pues las frases no
comprenden una significación independiente de una pertinencia definida
en el plano del texto.

[98]

Artes y ciencias del texto.indb 98 15/12/11 11:44:51


y de formalismos de representación proposicional, pero no
obstante están a punto de ser abandonadas, al menos como
teorías explicativas y descriptivas globales.
En lugar de representaciones completas de la frase, las nue-
vas aplicaciones solicitan más bien representaciones parciales
del texto. Mientras que el objetivo de la representación de los
conocimientos requirió captar el máximo de «informaciones»
en un formalismo, los nuevos objetivos del análisis imponen
seleccionar un mínimo: la salida de un analizador puede re-
ducirse, por ejemplo, a un par de rasgos semánticos pertinen-
tes en relación a los objetivos de la aplicación (cf. Cavazza,
1996). Ahora bien, esas representaciones dependen de las ta-
reas de interpretación, pasándose así de una problemática de
la representación4 a una problemática de la interpretación, y
del programa cognitivista de simulación de comprensión al de
la ayuda a la interpretación. Se podría, desde luego, definir
la interpretación como una comprensión parcial, hasta degra-
dada; pero como la problemática interpretativa subordina la
asignación del sentido a una tarea que define los regímenes de
pertinencia, se puede, al contrario, considerar la interpreta-
ción como una comprensión «realista», en fin posible por ser
deliberadamente limitada: ella no postula una ontología y no
tiene un objetivo de representación. Como la interpretación
no concibe ninguna hipótesis universalista sobre las categorías
del espíritu, la semántica de la interpretación permite, conse-
cuentemente, la descripción de las normas que dependen de
lo que se llama la doxa o las ideologías.

El auge de la lingüística de corpus.— La situación epis-


temológica de la lingüística está por cambiar, gracias a dos

4
En el seno mismo de las investigaciones cognitivas el primado y aun la
existencia de las representaciones han sido impugnados, tanto en la corriente
conexionista por autores como Smolensky, McClelland y Rumelhart, como
en las corrientes emergentistas, por ejemplo, las de la autopoiësis y de la
enacción (Varela).
Si la lingüística cognitiva, especialmente en sus desarrollos california-
nos, se presentó como una alternativa global al chomskysmo, conservó
el primado de las representaciones modificando solamente su formato, y
prosiguió de otra manera la tradición especulativa y prelingüística de las
gramáticas generales que hace del lenguaje «una ventana abierta a la cogni-
ción» (Jackendoff), pero de hecho abierta al sujeto trascendental. En pocas
palabras, es porque la gramática ha sido siempre cognitiva que nunca ha
sido textual.

[99]

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movimientos convergentes. En el plano epistemológico, el em-
pirismo prevalece poco a poco sobre el dogmatismo y se llega,
por ejemplo, a rehabilitar el distribucionalismo o los métodos
cuantitativos; en el plano metodológico, los tratamientos au-
tomáticos del lenguaje cambian correlativamente su relación
al objeto: se quería analizar las frases y hoy se subordina ese
objetivo a la codificación y al aprovechamiento de los corpus
digitalizados.
La lingüística de corpus5 tomó mucho tiempo para impo-
nerse. Además, los primeros corpus informatizados fueron
constituidos y utilizados en la fabricación de productos tradi-
cionales, las concordancias y los diccionarios (en Francia, el
Trésor de la langue française [Tesoro de la lengua francesa]).
Durante mucho tiempo, el planteo del tratamiento automático
de los corpus no fue casi discernido. Pese a los trabajos de pio-
neros como Roberto Busa o Jean-Claude Gardin, fue preciso
esperar el escaneo y la informatización de la edición misma
para disponer de corpus importantes. Desde comienzos de
los años 1980 los corpus informatizados se multiplicaron y
crecieron muy rápido, por ejemplo, de 1983 a 1993, el tamaño
del British National Corpus aumentó diez veces, pasando de
un millón a diez millones de palabras.
Si bien muchos corpus son acumulados sin principios cla-
ramente definidos, mejora la calidad de las informaciones atri-
buidas a ciertos corpus. Se han constituido corpus arbóreos
(treebanks) y los indicadores (logiciales) de análisis morfosin-
táctico son ahora de dominio público.
Todo ello se dirige a una reposición o a una mutación del
objeto empírico de la lingüística, y se pone una atención re-
novada a la diversidad interna de las lenguas tal cual ella se
expresa en la variedad de los discursos, de los géneros y de los
textos (cf. cap. 8).

La nueva demanda social.— Además de todo ello, la de-


manda social ha evolucionado y las necesidades de los medios
profesionales se incrementan, especialmente en los dominios
de los dictámenes periciales y del análisis del contenido. Por
ejemplo, cierta compañía de seguros busca lingüistas para

5
Es sorprendente que se haya puesto en práctica una lingüística sin
corpus, en que los ejemplos forjados y sin contexto servían —o casi ser-
vían— de dominio empírico. Actualmente cabría evocar, en plural, a las
lingüísticas de corpus que admiten una alegre diversificación.

[100]

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analizar las estructuras narrativas en 9,000 declaraciones de
accidentes mortales; un servicio dependiente del Ministerio
de Defensa quiere analizar 120,000 páginas de documentos
históricos sobre los Balcanes para diseñar una prospectiva
partiendo de secuencias de acontecimientos; finalmente, en
el dominio de mercado se trata de superar mediante análisis
factorial los métodos lexicométricos, tan probados como li-
mitados.
Ahora bien, en el plano de ayuda al análisis semántico, los
indicadores muy utilizados como Tact, Alceste o Cándido se
limitan, en lo esencial, a colocaciones de cadenas de caracte-
res. Quedan todavía más o menos inasequibles las unidades
superiores al sintagma, las unidades no léxicas, las estructuras
textuales y los parámetros de género. Entre las aplicaciones
clásicas de inteligencia artificial y de documentación auto-
mática, se resiente la necesidad de crear instrumentos de in-
vestigación y de exploración asistidas. Ello requiere poner a
punto nuevas aplicaciones lingüísticas, por ejemplo, el acceso
semántico a los bancos textuales, la creación de sub-corpus
de pertinencia enriquecida, la interrogación texto-texto sin
tesauro, la difusión automática de documentos dirigida a un
objetivo (cf. Pincemin, 1999a); de ahí el desarrollo de las in-
vestigaciones en el dominio de la interpretación asistida (cf.
Tanguy, 1997; Thlivitis, 1998).
Frente a la masa creciente de datos disponibles, se busca
medios informáticos para eliminar los datos no pertinentes
para la aplicación. Una primera estrategia, surgida de la tra-
dición documental, mediatiza la relación con los textos por
un tesauro y/o una indexación. Fuera de conservar un aspecto
normativo, es difícil hacer evolucionar los tesauros y las in-
dexaciones. Ahora bien, para aprovechar los corpus textuales
es sin duda preciso poder modificar los requerimientos en fun-
ción de las necesidades de la investigación, en lugar de prede-
terminarlos. La segunda estrategia se desarrolla con el acceso
informático al texto pleno. Esta estrategia permite caracterizar
un texto en función de un requerimiento puntual por análisis
de la pregunta, o de un requerimiento durable definido por el
perfil del usuario; o, incluso, de indexar contractivamente lo
requerido en relación a los otros textos del corpus o de un sub-
corpus de trabajo. Ninguna de estas dos estrategias escapa a
tales contradicciones: se manipula las palabras para estudiar
los textos y se manipula las cadenas de caracteres para estu-
diar los significados.

[101]

Artes y ciencias del texto.indb 101 15/12/11 11:44:51


En las aplicaciones de semántica textual, la interacción con la
informática se sitúa tanto en el plano metodológico como en el
plano teórico. No se trata de construir proyectos que funcionen
en algunas frases-test, sino de utilizar los indicadores existentes,
combinando ahí diferentes instrumentos (analizadores morfoló-
gicos, estadísticos, etc.) para auxiliar al tratamiento semántico
de los corpus y poner a punto un sistema de ayuda al análisis
semántico que supere los métodos fundados en las co-ocurren-
cias de palabras clave, permitiendo seleccionar los sub-corpus
pertinentes en función de las tareas a cumplir (cf. cap. 7).
Los sistemas de análisis semántico asistido deben respon-
der a necesidades muy diversas para poder progresar más allá
de una aplicación. Sea, por ejemplo, una aplicación de Difu-
sión dirigida6: en función del perfil de cada usuario, estableci-
do por su resumen de actividad, los textos digitalizados le son
encaminados por correo electrónico. El objetivo es mejorar
la aplicación superando los cálculos de proximidad entre los
documentos y teniendo en cuenta para ello la estructura de
los textos divulgados.
Las necesidades a satisfacer no son solamente técnicas.
Para definir el pliego de condiciones de una posición de tra-
bajo hay que prever las estrategias de interrogación y, para
realizar esta tarea, decidir una visión clara de las estructuras
semánticas de los textos y de sus procesos de interpretación.

Las comunidades de investigación.— Paralelamente, las


comunidades científicas y académicas tuvieron evoluciones
notables. La lingüística se fija como objetivo la descripción
asistida por ordenadores (o computadoras) de los sistemas lin-
güísticos, mientras que la informática lingüística se propone
el tratamiento informático de los datos lingüísticos, sin que,
por lo demás, esos dos objetivos sean siempre distinguidos
claramente. Las aplicaciones son diversas como creación de
diccionarios informatizados y de redes semánticas (Wordnet,
Eurowordnet), vigilia terminológica, traducción automática,
aprovechándose cada vez más los corpus alineados como base
de conocimientos, informática documental (Information Re-
trieval) y proyectos de investigación.
Se han establecido nuevas convergencias entre comunida-
des de investigación, no respecto a objetivos sino sobre el ob-

6
Véase el sistema Decid, elaborado por Princemin (1999a).

[102]

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jeto, en torno a la Text Encoding Initiative (TEI) inaugurada
en 1987 a iniciativa de la Association for Computers and the
Humanities que tiene para nosotros una importancia episte-
mológica especial: ella, además de marcar un reconocimiento
del problema de la textualidad por todas las comunidades que
utilizan los tratamientos automáticos del lenguaje, requiere
una nueva reflexión sobre los criterios tipológicos. De ahí el
rejuvenecimiento inesperado de la filología que hasta ahora
se mantuvo casi sin relación con la informática lingüística. En
efecto, desde que se describe y trata no ejemplos sino textos,
se impone una deontología para definir las condiciones de
recolección, de establecimiento, de transcripción de los textos
y luego para codificar sus articulaciones.
En pocas palabras, la evolución de los tratamientos auto-
máticos del lenguaje y el desarrollo de las nuevas lingüísticas
de corpus desde el comienzo de la década de 1990 están a
punto de dar una nueva base empírica a la problemática retó-
rica/hermenéutica y un terreno experimental a la lingüística
de los textos7. Así, en adelante es posible el acceso a los textos
con medios técnicos ligeros y potentes (CD, Web, etc.). El
ámbito de los textos disponibles, orales o escritos, cada vez
mejor codificados y estructurados, crece muy rápidamente y
permite la expresión de nuevas necesidades sociales.
La semántica de los textos, emancipada del objetivismo
estructuralista como del atomismo gramatical del análisis del
discurso, permite elaborar tratamientos automáticos que tie-
nen en cuenta la textualidad8. Al conciliar la crítica filológica
y las prácticas interpretativas diferenciadas en función de las
tareas y de las situaciones, la semántica de los textos puede
encontrar así nuevos dominios de aplicación en los corpus
digitalizados.

2. DOMINIOS DE LA FILOLOGÍA DIGITAL

Mientras que la imprenta estuvo relacionada indirecta-


mente con la gramaticalización, la digitalización parece estar

7
Ver en particular la revista TAL, 1995, 36, 1-2 (número especial di-
rigido por Benoît Habert). Esta evolución no tiene nada de lineal y Benoît
Habert nota precisamente que se nombra tree-banks a los corpus arbóreos,
como si un texto pudiera reducirse a una serie de frases.
8
Cf. Tanguy, 1998; Thlivitis, 1998; Princemin, 199a.

[103]

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directamente relacionada con los tratamientos automáticos.
He aquí por lo menos una representación esquemática de las
relaciones entre edición digital e interpretación asistida, en
tres niveles: el de los textos, el de las balizas que los anotan y
el de los indicadores de etiquetaje y de recorrido:

Selección TEXTOS Selección

EDICIÓN Anotaciones BALIZAS Anotaciones INTERPRETACIÓN

Concepción INDICADORES Uso

La edición anticipa y permite la lectura en los tres niveles.


Es en función de esta lectura que concibe sus productos: a la
selección y el establecimiento de los corpus por el editor, les
corresponde la elección de sub-corpus por el intérprete; la
transcripción y el balizado de los textos anticipan la interpre-
tación, ya que todo signo es un soporte para la descripción;
por último, los indicadores operan en función de los balizados
que les permiten tratar los textos. Brevemente, la digitaliza-
ción le permite a cada uno de esos niveles una ayuda para la
interpretación y el desarrollo de nuevas prácticas interpreta-
tivas.

2.1. La extensión y la renovación del concepto de texto

El concepto de texto se enriquece considerablemente con la


digitalización. A las técnicas de registro de la voz que permi-
tieron constituir los textos orales se añade nuevos objetos filo-
lógicos que permiten debate y conjeturas, así como la materia
lingüística de lo oral (Blanche-Benveniste, 1992). La oposi-
ción misma entre oral y escrito, fundamental para la reflexión
filosófica hasta Derrida y aun la tradición teológica9, pierde su
pertinencia; la falsa disputa entre escrito y oral está en trance
de quedar proscrita por la digitalización.

9
Un texto fundador puede ser transmitido por vía oral o escrita: la
coexistencia de esas dos vías despierta cuestiones difíciles, tanto para la
tradición platónica como para la Tora oral y los hadit del profeta, etc. Lo
oral tiene la reputación esotérica y clara, mientras que lo escrito, exotérico
y oscuro, requeriría su elucidación por una tradición oral.

[104]

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La digitalización ha permitido, además, liberar la dispa-
ridad de los soportes, tanto que lo oral y lo escrito pueden
mezclarse, por ejemplo, con las anotaciones vocales a un texto
escrito. Se sabe que toda performance lingüística puede acti-
var varias semióticas (por ejemplo, prosódicas, quinesiológi-
cas, tipográficas), pero la digitalización permite combinarlas
en los textos multimedia que anuncian, de manera tal vez in-
superable, los manuscritos iluminados con figuras10.
La filología digital forma parte, evidentemente, de las cien-
cias de la cultura. Los lingüistas que comúnmente trabajan
con frases sin anotar su lugar de procedencia han descuidado
el hecho de que un texto resulta de la creación continua de
aquellos que lo transmiten, tanto respecto de su expresión
como de su contenido. De este modo, un texto, como todo
objeto cultural, exige una distancia crítica sobre sí, aunque
solo sea para tener en cuenta su estatuto histórico y así poder
estudiarlo. A riesgo de apenar a los espíritus «positivos», la
filología recuerda que los textos no son datos sino construc-
ciones problemáticas surgidas de diversos procedimientos.

(i) La inscripción pone el texto a disposición de los


usuarios en un soporte permanente, haciendo así po-
sible la crítica. Del papiro al disco duro, cada soporte
impone sus características y dispone los modos de
segmentación física, como las páginas o los ficheros.
Aunque por lo común la concepción ordinaria de lo
escrito sea deudora del recuerdo escolar del dictado,
lo escrito no es por naturaleza una transcripción de
lo oral (existe, además, todo tipo de escrituras no
fonéticas), pero se impone como un orden autóno-
mo del lenguaje. Si lo oral fue tal vez históricamente
primero, no se sigue que sea primordial.
Se cambie o no de soporte, en cada inscripción el
texto es modificado: si con la transposición el texto
puede ganar o perder, es imposible reproducirlo de
modo idéntico.
(ii) El establecimiento es consecuencia de una inter-
pretación, lo que justifica el principio mismo de la
hermenéutica filológica. La interpretación culmina

10
El enriquecimiento recíproco de las semióticas de un texto multime-
dia ha sido poco estudiado, salvo para el caso del cine.

[105]

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con la emendatio que, mediante la crítica de las in-
terpretaciones, corrige los errores transmitidos y
abre así la vía a nuevas interpretaciones. Ella mis-
ma lleva a enriquecer el texto, a establecerlo dando
de él mejores lecciones, incluso nuevas ediciones, y
los grandes intérpretes terminan corrientemente por
proponer nuevas ediciones de los textos que estu-
dian (cf. la edición de Platón por Schleiermacher).
El establecimiento puede ser considerado así como
una culminación de la interpretación. Al menos
toda versión de un texto resulta de una interpreta-
ción y permite otras; es esta una forma del círculo
filológico.
(iii) Un texto depende de un sistema gráfico que emplea
varias semióticas: fuera de las letras, se notan los es-
pacios, la puntuación, las articulaciones que parcelan
el texto en párrafos, etc. El abalizamiento (tagging)
es una noción reciente pero una práctica antigua,
pues los caracteres rubricados y las letras floridas
medievales eran ya, de alguna manera, balizas. De
hecho, las letras y las balizas son dos elementos com-
plementarios de nuestros sistemas gráficos.
(iv) En la perspectiva caracterizadora de la hermenéutica
filológica, un texto aislado no es casi interpretable,
y por lo tanto se impone la colección crítica de los
textos. Esta no tiene como fin acumular los data, tal
cual sostienen ciertos decidores, sino hacer que los
textos sean legibles; tan es así que la textualidad y la
intertextualidad son interdependientes. Todo texto,
por más singular que sea, solo se deja comprender
en el seno de la multiplicidad de textos del mismo
género y del mismo discurso, a la cual se agrega, si tal
sucede, la multiplicidad «interna» de los borradores
y las variantes.
(v) La caracterización es un resultado de la crítica. En
la concepción documental, un texto es titulado, cla-
sificado, asociado a los descriptores y a los identi-
ficadores, repertoriado, todo lo cual lo asocia a los
corpus de lectura y de interpretación. Pero, por otra
parte, se debe mencionar los programas de ayuda
a la caracterización que superan la extracción de
palabras-clave: los sistemas como DECID (cf. Prin-
cemin, 1999a) ponen de relieve la eficacia práctica

[106]

Artes y ciencias del texto.indb 106 15/12/11 11:44:51


y el interés teórico de una perspectiva interpretativa
en la materia.
(vi) Mientras que el positivismo definía el sentido como
lo que permanece invariante en una serie de trans-
codificaciones, la semántica diferencial estima, al
contrario, que el sentido no depende menos de lo
que varía en la transcodificación. Como la noción
de código es muy fuerte, definiremos la transposi-
ción como el paso entre dos semióticas, dos lenguas,
incluso dos discursos. Dos formas de transposición
corresponden a los dos planos del lenguaje. Entre
las transposiciones de la expresión, se encuentra, por
ejemplo, la vocalización de un texto escrito, la escri-
tura de un texto oral o simplemente la copia de un
escrito. La transposición puede «perder» informacio-
nes, pero «añadir» otras; es por eso que leer un texto
en voz alta es de todas maneras una interpretación,
en el sentido estético del término. En el plano del sig-
nificado, la interpretación toma la forma del comen-
tario que transpone el sentido del texto comentado y
lo incrementa así con un nuevo intertexto. En los dos
casos, la transposición de un plano del texto tiene
evidentemente incidencias sobre el otro.

2.2. ¿«Recursos lingüísticos» o corpus?

La vaga noción de «recursos lingüísticos», muy usada en la


burocracia europea, designa todo tipo de «datos» sin princi-
pio de elaboración común. No es raro que se rebusque en la
Red corpus cuyos textos, por lo general dudosos11, no están
documentados. Para satisfacer los requisitos filológicos míni-
mos y para que esos textos puedan ser reunidos en corpus, un
banco textual debe estar constituido por textos integrados a
las fuentes identificadas y coleccionados según los principios
comunes de edición y codificación. Ese banco debe permitir

11
He aquí cómo comienza en una «edición» de la red (web) Les plaisirs
et les jours [Los placeres y los días] de Proust: «Los antiguos griegos lleva-
ban a sus muertos pasteles, leche y vino. Seducidos por una ilusión más re-
finada, aunque no más sensata, nosotros les ofrendamos flores y litros [sic]!
Si le doy este, es en primer lugar porque es un libro de imágenes [sic]». [M.
Proust (1871-1922) publicó Los placeres y los días en 1896]. [T.]

[107]

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reagrupamientos de textos para constituir los sub-corpus de
trabajo más diversos. Brevemente, la selección, la normaliza-
ción y la codificación de los textos, permiten transformar los
bancos textuales en verdaderos corpus.
Las opiniones divergentes sobre los «recursos textuales»
reflejan las diferentes concepciones de los corpus. La con-
cepción lógico-gramatical que ordinariamente prevalece en
la comunidad de los tratamientos automáticos del lenguaje
se satisface con muestras, ya que considera al corpus mismo
como una muestra, por ejemplo, cuando Sinclair escribe:
«Un corpus es una colección de datos linguales que son se-
leccionados y organizados según criterios lingüísticos explí-
citos para servir de muestra al lenguaje» (1996, pág. 9) y
agrega que un corpus «está constituido por un gran número
de palabras». La palabra y no el texto es, entonces, la unidad
considerada.
Si aquí está ausente el concepto de texto, se debe a que
los procedimientos de muestreo de la problemática lógico-
gramatical se dirigen a destruir la textualidad que no llega a
concebir. De esta manera, el British National Corpus cuenta
con 100 millones de palabras pero ningún texto completo: se
ha extraído pasajes al comienzo, al final y al medio de los tex-
tos para evitar las variaciones debidas a su estructura; de las
obras fuentes solo quedan así extractos de 45,000 caracteres,
determinados de modo aleatorio al interior de los capítulos.
En el Brown Corpus, consagrado a los textos anglo-norteame-
ricanos, se encuentra 500 extractos de 2,000 ocurrencias en
15 géneros; el corpus LOB (Lancaster, Oslo, Bergen) hace lo
propio para el inglés. Esos corpus recogen trozos del texto
pero no los textos; ellos dependen de una problemática que
admite la dimensión textual, pero sin considerar a los textos
como objetos culturales a respetar en su integridad. ¿Qué se
diría de un arqueólogo que rompiera las vajillas antes de estu-
diarlas, mezclaría los fragmentos y luego los tiraría al azar? El
concepto de «lengua general» está aquí en entredicho, desde
el momento en que se le instituye borrando las disparidades
entre los discursos y los géneros. Mientras que la lengua histó-
rica es una acumulación pancrónica de todos los textos, la len-
gua «funcional» es concebida como una totalidad compuesta
por todos los textos en sincronía; allí se presume que la lengua
es la misma según los géneros y los usos o, al menos, que se
puede legítimamente descuidar sus variaciones, a pesar de que
estas sean considerables.

[108]

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La idea de un corpus que reflejaría la lengua en su conjunto
es evidentemente ilusoria, dado que, salvo por decisión nor-
mativa, no se puede considerar un corpus de referencia como
universal. En efecto, nos referimos a un corpus en función
de requerimientos sociales y de aplicaciones que es imposible
prejuzgar y así las necesidades del sintaxista y las del seman-
tista podrían diferir; el sincronista y el diacronista no tendrán
las mismas exigencias, etc.
En la concepción retórica/hermenéutica, un banco textual
puede ser definido como un conjunto en el cual se puede se-
leccionar los corpus de referencia, conjuntos de textos com-
pletos recopilados y codificados según principios explícitos
comunes. Cada aplicación, cada uso del banco, cada tarea de
interpretación define luego un corpus de trabajo en el seno del
corpus de referencia elegido.
La experiencia ha confirmado que las teorías lógico-grama-
ticales, cuya aplicación no excede el período, no pueden re-
presentar la incidencia recíproca entre las partes de un mismo
texto ni entre textos de un mismo corpus. Por lo demás, como
esas teorías no pueden definir las nociones de pertinencia y
de resalte relativo, no permiten utilizar los medios estadísti-
cos. Por último, ellas no pueden hacer variar sus enfoques en
función de las tareas. Al contrario, una semántica interpreta-
tiva, en la medida en que considera al texto como la unidad
fundamental, puede plantear y tratar los problemas de inter-
textualidad (cf. Thlivitis, 1998). Además, como no se funda
en una ontología unificadora sino en una praxeología, puede
adaptarse a las variaciones de las tareas y de las aplicaciones12.
Por último, los métodos cuantitativos tanto de resalte como de
diferencia reducida, están de acuerdo con el principio diferen-
cial de la semántica interpretativa (cf. Deza, 1999).
La noción misma de corpus debe ser afinada, ya que un
corpus no es un conjunto de datos: como siempre ocurre en
las ciencias de la cultura, los datos se hacen con lo que se da
(cf. n. 140) y el punto de vista que preside la constitución de
un corpus condiciona naturalmente las investigaciones pos-
teriores. Cuatro ejes de evaluación permiten caracterizar un
corpus:

12
Para que una teoría pueda adaptarse a las aplicaciones descriptivas es
preciso que no sea (o sea poco) dogmática: limitar sus postulados al mínimo
(ausencia de ontología predefinida, primitivos, tesauros) le permite generar
versiones parciales o debilitadas de ella misma.

[109]

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A) La representatividad no tiene nada de objetiva y de-
pende del tipo de utilizaciones previstas. Si por ello se en-
tiende una extensión propia a la manifestación de un tipo de
fenómenos se nota, por ejemplo, que un corpus destinado al
estudio de las regularidades fonéticas o de puntuación puede
ser tal vez cien veces menos amplio que un corpus destinado
al análisis temático. Si, al contrario, se postula un criterio
cualitativo que quisiera, por ejemplo, que una selección de
obras represente una literatura, ese criterio simplemente se
convierte en normativo, en la misma medida que instituye un
canon.
B) La homogeneidad de un corpus depende también del
tipo de investigación. Las investigaciones lingüísticas referi-
das al sistema de la lengua no tienen en cuenta las variaciones
de género: de hecho, todo texto en lengua española puede
pertenecer a su corpus.
A continuación viene la homogeneidad relacionada con el
hecho de pertenecer a un mismo discurso (jurídico, religioso,
etc.). La homogeneidad parece haber sido algo sobreestimada:
por ejemplo, en dos listas de sesenta adjetivos obtenidos de
dos corpus de degustación, oral y escrito, solo una decena son
comunes (cf. Normand, 1999, págs. 89 y 97), y se puede notar
que ninguno se encuentra en la misma clase puesto que, de un
corpus al otro, todas las clases son reconfiguradas.
Finalmente, la homogeneidad de género debe ser privi-
legiada por defecto, aún en las investigaciones estilísticas
(cf. caps. VI y VIII). Por regla general, en lo concerniente
a su género o al menos a su discurso, las investigaciones en
semántica de los textos deben tratar corpus tan homogéneos
como sea posible; efectivamente, un texto puede «perder» sen-
tido si es colocado entre textos ociosos, pues la comparación
con ellos no permite seleccionar oposiciones pertinentes. Sin
embargo, la recomendación de homogeneidad no tiene nada
de exclusiva, ya que la crítica filológica puede llevar a proble-
matizar las variaciones del corpus.
C) Los objetivos y los medios a ser utilizados se relacio-
nan también con la apertura o la clausura del corpus. Los
corpus abiertos interesan especialmente a las aplicaciones de
antigua tecnología o de informática documental. Al contra-
rio, los corpus cerrados tienen siempre un aspecto normativo,
pues sus textos son de algún modo instituidos en canon.
En el transcurso de una investigación, el corpus de referen-
cia y el corpus de trabajo son siempre cerrados, puesto que

[110]

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deben ser predefinidos. Además, por su metodología compa-
rativa, la lingüística solo puede trabajar útilmente sobre cor-
pus definidos.
D) Como todo artefacto, un corpus debe ser sustentado:
ello economiza la evolución de los corpus abiertos; y todo
corpus, incluso cerrado, que no sea objeto de una elaboración
continua, caduca y paradójicamente se vuelve inutilizable si
no es utilizado13.
Se puede asignar diversos objetivos a la elaboración de un
corpus: probar y mejorar su homogeneidad, su representativi-
dad y su codificación; producir allí subconjuntos pertinentes
para una categoría de solicitudes o ayudar al análisis semán-
tico de las estructuras textuales. El ciclo de validación de un
corpus comprende las siguientes fases: presunción unificadora
que preside la reunión del corpus, establecimiento, enriqueci-
miento, anotaciones, comentario y aprovechamiento.

2.3. La codificación

Ningún corpus se encuentra verdaderamente «desnudo»,


desde el momento que diferencia los textos y las partes al
interior de esos textos. Por lo demás, todo signo gráfico pue-
de ser considerado como una codificación, por ejemplo, una
letra puede valer como una sílaba en los sistemas de escritura
sin vocales, como un índice etimológico en una grafía cien-
tífica, etc. En otras palabras, la codificación de los textos es
una extensión de la escritura cuyos sistemas no han dejado de
enriquecerse y complicarse, tal el caso de la notación de los
sonidos, de las «ideas», de los intervalos entre las palabras, las
pausas y las entonaciones, etc.
Los sistemas de codificación son, generalmente, polisemió-
ticos. De modo parecido a un mapa que yuxtapone, sin que se
advierta, semióticas muy diferentes, unas métricas otras no,
un texto escrito yuxtapone varios tipos de notaciones en el
plano grafémico (letras y diacríticos), en el plano prosódico
(puntemas y blancos), en el plano secuencial (secciones: pá-
rrafos, capítulos, libros).

13
Sucede lo mismo en el plano del contenido: un texto que deja de ser
leído, al hallarse escindido de su tradición interpretativa, puede llegar a
ser ilegible.

[111]

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2.3.1. Hacia una tipología de los códigos

Si todo signo es un soporte para la interpretación, las letras


son los soportes locales, es decir, las balizas de los puntos
necesarios del recorrido interpretativo en su globalidad. Dis-
tingamos cuatro tipos de balizas:

• Una articulación consiste en la adición a una cadena de


caracteres de un signo suplementario que indica una
posición en una sección del significante: comienzo de
párrafo, saltos de página, capítulos, etc.;
• Una etiqueta es una glosa mínima normalizada, local,
insertada por medio de categorías «metalingüísticas»:
fonéticas, prosódicas, morfosintácticas y semánticas14;
• Un index designa un punto local heterogéneo por un
relieve cualitativo: rubricado, subrayado, parpadeo (en
la red), modalización (como la itálica) o posición des-
tacada (por ejemplo, la letra florida)15;
• Por último, se puede extender la noción de ancla a la
remisión a otras partes del texto (llamadas de nota), a
otros textos (referencias) o a las semióticas heterogé-
neas (punto de inserción de imágenes, por ejemplo).

Considerando el conjunto de signos gráficos como puntos


del recorrido interpretativo sobre las formas textuales, se pue-
de distinguir tres regímenes de ese recorrido: los puntos regu-
lares, que son las letras; dos formas de puntos singulares: las
singularidades locales (index) y las singularidades globales en
diferentes planos (articulaciones); por último, las anclas abren
las bifurcaciones de los recorridos interpretativos hacia otras
formas textuales que dependen del paratexto o del intertexto.
Las etiquetas redoblan la linealidad —ya muy relativa— del
texto por las líneas homogéneas de categorías generalmente
poco numerosas. Ellas no constituyen formas autónomas sino

14
Cada tipo de etiquetaje concretiza un punto de vista diferente y su
multiplicación permite una caracterización cruzada. Si bien la mayoría de
etiquetas usuales marcan la incidencia del sintagma y de la frase sobre la
palabra, algunas indexaciones semánticas marcan la incidencia del texto
sobre la palabra.
15
El relieve no es concebible para la problemática lógico-gramatical que
supone una isonomía de los signos.

[112]

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que, al transcodificar las cadenas de caracteres, instauran un
infratexto que no es interpretable de modo independiente del
texto que ellas transcodifican.
El conjunto de balizas se reúne con el nombre de codifi-
cación. Uno de los méritos de la Text Encoding Initiative fue
dar a todas las balizas que acabamos de distinguir —articula-
ciones, etiquetas, index y anclas— un formante unificado que
puede hacerlas intermanejables.
Como los indicadores evolucionados solo pueden verdade-
ramente aprovechar los corpus si sus textos son balizados, la
codificación es totalmente estratégica16; en cambio, los textos
«desordenados» son poco provechosos para la investigación
ya que solo conllevan puntos regulares, pero una forma se
reconoce, en primer lugar, por sus puntos singulares.

2.3.2. Hacia una codificación plurilineal

En los sistemas alfabéticos dominantes, la sucesión de los


signos gráficos es estricta, aun si ciertos diacríticos, por ejem-
plo, los puntos-vocales en las escrituras semíticas, se superpo-
nen como sobre un pentagrama musical. Actualmente, con la
digitalización, la imagen del pentagrama se vuelve realidad y
se puede etiquetar los textos en tres niveles principales: a nivel
fonético, por medio de convertidores grafemas-morfemas17 e
incluso de indicadores métricos (cf. Beaudouin, 1988, 2000);
a nivel sintáctico, los analizadores o parsers permiten atri-
buir etiquetas morfológicas (partes del discurso) pero tam-
bién indicar los grupos sintácticos y sus funciones18; en fin,
a nivel semántico, los etiquetajes por rasgos genéricos indi-
can las dimensiones y los dominios semánticos. Ese tipo de
etiquetaje, todavía embrionario, aprovecha los diccionarios
electrónicos.

16
Solo podemos mencionar aquí los estándares internacionales re-
cientes: TEL lite y XML — para eXtended Markup Language, lenguaje
extendido de balizaje; ese metalenguaje de representación de la estruc-
tura y del contenido de los documentos simplifica la norma SGML y se
convierte en un verdadero estándar de intercambio de documentos en la
red Internet.
17
Para un estado de la cuestión en francés, cf. Yvon et ál., 1998.
18
Para el francés se puede destacar los buenos resultados del indicador
(logicial) Cordial U (cf. Malrieu y Rastier, 2001).

[113]

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Estos tres tipos de etiquetaje no tienen nada nuevo en lo con-
cerniente a su principio y su utilización es sometida a múltiples
precauciones, pero los tratamientos automáticos han permitido
oponerlos y aprovecharlos a la vez. Se obtiene así textos «tabu-
lares» en que cada unidad, cualquiera sea su porte, corresponde
a una lista de anotaciones abierta que concretan materialmente
el hecho de que la lectura enriquece al texto, como lo confirma
la antigua práctica de las glosas19. El objetivo buscado, muy
prometedor en vista de los primeros resultados, consiste en per-
mitir las interrogaciones combinando restricciones en varios
planos, por ejemplo, al estudiar los contextos del lexema mar en
los corpus literarios, Denise Malrieu (por aparecer) estableció
una correlación con la posición de los puntemas: esa palabra es
significativamente seguida por puntuaciones fuertes y frecuen-
temente se coloca al final de sintagma o frase. Esta correlación
puede ser extendida a otros lexemas imperfectivos, como cielo,
etc., pero no a los perfectivos como pared. Se descubre así una
forma recurrente de cláusula semántica que termina el grupo
o el período en una especie de amplificación para un lexema
imperfectivo. De esta manera se puede hacer evidente todo
tipo de fenómenos desapercibidos, como las variaciones mor-
fosintácticas según los géneros (cf. Malrieu y Rastier, 2001), las
correlaciones entre los tiempos verbales y la puntuación o
las clases morfológicas y las estructuras narrativas.

2.3.3. Hacia una epistemología de la codificación

La concepción lógico-gramatical privilegia al signo y espe-


cialmente el etiquetaje morfosintáctico. Dicha concepción pro-
cura también la marcación de secuencias «formales», como los
patrones morfosintácticos de tipo N de N. En el plano semánti-
co, ella privilegia los signos calificados referenciales: en primer
lugar, se dedica a codificar las «entidades» y especialmente los
nombres propios; y, en segundo lugar, trata de caracterizar las
relaciones entre entidades por relaciones ontológicas (relacio-
nes de pertenencia, relaciones parte-todo), proyectando las
redes semánticas utilizadas como tesauros sobre los textos a
etiquetar. La red Wordnet es hoy el ejemplo más desarrollado

19
Materialmente, un texto codificado en un nivel de detalle intermedio se-
gún las recomendaciones de la TEI lite puede crecer la mitad en extensión.

[114]

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(más de 100,000 términos). El privilegio otorgado a los diccio-
narios, tesauros, redes semánticas, todos los cuales, se conside-
ra, representan la ontología del dominio, se explica fácilmente,
pues esos tipos de documentos son, ellos mismos, productos
concretos de la problemática lógico-gramatical. Sin embargo,
se pone en duda la estabilidad y el carácter discreto de las
unidades semánticas, desde el momento que se les remite a los
signos en contexto. No se puede transponer el etiquetaje mor-
fológico en lugar del etiquetaje semántico, ya que en el plano
textual las unidades semánticas son difusas, por ejemplo, los
temas o los actores pueden recibir lexicalizaciones múltiples,
ninguna de ellas privilegiada (cf. cap. VII).
Al contrario, la concepción retórica/hermenéutica privile-
gia lo global y particularmente los membretes descriptivos de
los corpus y del texto; enseguida, esa concepción dedica una
precaución especial a la codificación y al aprovechamiento
de las grandes articulaciones de los textos. En lugar de partir
de una ontología prefijada, de la cual el texto solo sería una
manifestación siempre parcial e imperfecta, la concepción re-
tórica/hermenéutica trata de hacer emerger correlativamente
las regularidades y las singularidades y hacerles corresponder,
por construcción interpretativa, los fondos y las formas se-
mánticas.

3. RENOVACIONES DE LA INTERPRETACIÓN

Al proponer corpus fiables, aunque solo sea para establecer


los textos, la filología debe interpretarlos. El establecimiento
y la interpretación se prolongan actualmente en dos tipos de
aplicaciones, el etiquetaje asistido y la ayuda a la interpre-
tación20. Así, lejos de limitarse al plano de la expresión, la
filología digital asume un componente semántico que interesa
al texto y al intertexto. Después del rollo y el códice, lo digital
inaugura, en efecto, una tercera época de lo escrito, caracteri-
zado por el acceso inmediato al corpus y la lectura no lineal.
Estos dos nuevos factores llevan a reconsiderar en conjunto
la textualidad y la intertextualidad.

20
La modelización informática de los recorridos interpretativos es un
programa ambicioso: en efecto, hay que conocer los recorridos efectivos,
describir sus estrategias y tácticas para poder asistirlos sin forzarlos (cf.
Tanguy, 1997).

[115]

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3.1. Caracterizaciones

Sin entrar en un debate sobre la inmanencia, convengamos


en que un texto puede ser caracterizado de manera interna
o externa. La caracterización interna, cuando es analítica,
reduce el texto a una cadena de caracteres y a una serie de
palabras. La caracterización externa, cuando es local, pre-
cisa del uso al cual está destinado el texto y los puntos de
vista que dependen de las tareas de interpretación (a veces
independientes del uso previsto). Cuando es global, la carac-
terización sitúa el texto en su intertexto y, ante todo, en su
corpus de estudio; es percibido entonces en función de los
otros textos, ya que las relaciones de interpretación mutua
hacen que la lectura de un texto exija los «rodeos» mediante
los otros.
Para la caracterización asistida de los textos se puede prever
tres estrategias: la indexación contrastiva de todos los textos de
un corpus sin pre-análisis semántico, por medio de indicadores
que permitan poner de manifiesto los picos y las depresiones
estadísticas; la caracterización de las secciones (parágrafos, por
ejemplo) pertinentes para una aplicación y la determinación de
los criterios para su puesta en evidencia (posición, índices); y
la creación de sub-corpus semánticamente enriquecidos para
responder a los objetivos de la tarea en curso.

3.2. Planos del contexto y del intertexto

La actividad interpretativa procede principalmente por


contextualización. Dicha actividad remite el pasaje consi-
derado, por muy breve que sea (puede ser una palabra), a
su entorno, según zonas de localidad (sintagma, período) de
tamaño creciente, a otros pasajes del mismo texto, convo-
cados por los procedimientos de asimilación o de contraste
y, por último, a otros pasajes de otros textos, elegidos en
el corpus de referencia y que así ingresan en el corpus de
trabajo.
Ninguna de esas tres contextualizaciones es determinista,
en el sentido de colocación en Inteligencia Artificial, lo cual
supone un recorrido lineal palabra por palabra. La primera
puede ser retrógrada; las otras dos están poco obligadas por la
linealidad del o de los textos que son objeto de aproximacio-

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nes. En todos los casos, ya sea que contextualice o que recon-
textualice, la práctica de las aproximaciones genera sentido de
modo inevitable aunque no compulsivo, según un principio
de contextualidad que podría enunciarse así: dos signos o dos
pasajes de un mismo texto, colocados lado a lado, seleccionan
recíprocamente los elementos de significación (semas). Este
intercambio transforma su significación en sentido, o bien por
validación de rasgos inherentes o bien por actualización y/o
propagación de rasgos aferentes.
Al principio de contextualidad le corresponde el principio
de intertextualidad que se aplica en otro plano pero de manera
análoga: dos pasajes de textos diferentes, por muy breves que
sean, aun reducidos a la dimensión de un signo, desde que son
puestos uno al lado del otro, seleccionan recíprocamente los
elementos de significación (semas). Ese intercambio determina
su sentido, por actualización y/o propagación de rasgos afe-
rentes.
En un plano todavía superior, se puede formular un prin-
cipio de architextualidad21: todo texto colocado en un corpus
recibe determinaciones semánticas y modifica potencialmente
el sentido de cada uno de los textos que lo componen.
En la relación entre el texto y el corpus se decide, por úl-
timo, el «reencuentro» entre el autor y el lector: el primero
escribe un texto a partir de un corpus, que el segundo restituye
a partir del texto. La comprensión del texto, en sus relaciones
tanto internas como externas, procede por contextualización e
intertextualización, tan es así que puede permitir reconstituir
los corpus de referencia y de trabajo del autor22.

3.3. La lectura no lineal

En relación con el rollo que imponía un recorrido o, al


menos, un desarrollo lineal del texto, el códice por el hojal-
dre, el uso de listas de remisiones, sumarios e índice, permi-

21
O, en homenaje medio en broma medio en serio a Genette, principio
de Architexto.
22
Véase, por ejemplo, el escritorio de Dumarsais, reconstituido por
Françoise Douay, en su edición del Traité des tropes [Tratado de los tropos].
Ese principio se aplica también a lo oral en que el corpus está constituido
por el «universo discursivo» de los locutores, como por su historia conver-
sacional común cuando se trata de una relación interlocutiva prolongada.

[117]

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tió aproximar rápidamente los pasajes —la rapidez tiene su
importancia, y se conoce la fuerza de los efectos de cotejo
en la lectura. Esta posibilidad revolucionó los modos de lec-
tura y favoreció el estudio de los textos al permitir pasar
del espacio bidimensional del rollo a un espacio tridimensio-
nal estratificado.
Si los tratamientos del texto parecieron, en principio, vol-
ver al rollo al adoptar el principio del desenfilado lineal por
las bandas de desarrollo laterales sobre el espacio en blan-
co, las funciones de recorrido y de investigación mejoraron y
actualmente permiten convocar todas las ocurrencias de una
palabra, incluso de una cadena o un lema23. Las propiedades
del códice, revolucionarias en otros tiempos, se vieron mul-
tiplicadas: en el espacio multidimensional del texto digital,
todo pasaje puede ser puesto en relación con cualquier otro,
sea o no sea preestablecido por los vínculos hipertextuales.
Esos modos de contextualización aumentada modifican tanto
la concepción de textualidad como la de intertextualidad. Por
otra parte, los textos dejan aparecer su diversidad interna.
La ontología de la totalidad que, en el romanticismo tardío
hizo del Libro una mónada cerrada, se ve impugnada por la
posibilidad práctica de aislar las partes y las secciones, luego
de contrastarlas con el conjunto de la obra o con el conjunto
del corpus en el cual se halla inserto.
Además, las páginas tienen dimensiones variables a mer-
ced del intérprete y en función de la codificación. Su tamaño
puede exceder el del libro para identificarse, por ejemplo, con
la obra de un autor o el conjunto de textos de un mismo gé-
nero, lo cual concretiza un sorprendente principio que enun-
ciaron Friedrich Schlegel y Schleiermacher: todos los autores
que han escrito en un mismo género, deben ser considerados
como un solo autor. Sea lo que fuere, el hecho de poder poner
instantáneamente en serie un gran número de textos, inclu-
so sobre un punto de detalle, permite invalidar las hipótesis
o suscitarlas sin recurrir a la cultura «general», siempre con
agradables lagunas24. Ese principio de realidad no se opone de
ninguna manera al principio de placer.

23
Además, desde los años 60, la producción automatizada de las con-
cordancias ya había acompañado discretamente la expansión de la temática
literaria.
24
Tal el caso de un ilustre crítico que citaba en un coloquio una senten-
cia característica de Chateaubriand, que desgraciadamente no se encuentra

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3.4. El acceso inmediato al corpus

Al hacerse virtual, el espacio de la biblioteca no cesa de


cambiar, no solo en su extensión sino también en su relación
misma con los textos que incluye25. He aquí algunos factores
contrastados de esta evolución:
La autenticidad.— La Red misma es considerada a menu-
do como un inmenso corpus, lo que rechaza toda pretensión
filológica a la autenticidad y a la autoridad. Por otra parte, los
textos pierden su identidad y a veces las actualizaciones se
suceden de hora en hora. Por último y muy corrientemente,
no son documentados: bajo un diluvio de datos dudosos, la
elaboración de tipologías, incluso de cánones, son objeto de
requerimientos insistentes.
La disponibilidad.— En otros tiempos solo eran dispo-
nibles los textos suficientemente valorizados como para ser
recopiados; por ese medio sentaban autoridad y se les vincu-
laba a su autenticidad, a pesar de que fuesen falsificados. Hoy
textos de todo tipo se vuelven disponibles en masas inmensas,
e incluso se debe concebir técnicas de filtrado para preservar-
se de esos «datos».
La textualidad.— Antes de la imprenta, por lo general los
grandes textos eran conocidos gracias a colecciones de extrac-
tos, los florilegios, cuyo eco tardío son los manuales escolares.
Ello concordaba con una estética de la hazaña, del trozo de va-
lentía o del recitado. La imprenta permitió alcanzar fácilmente
textos completos y editar obras completas, mientras que los
antiguos debían satisfacerse, en el mejor de los casos, con
las grandes obras. Actualmente se dispone de trabajos sobre
corpus que exceden las capacidades anteriores: por ejemplo,
¿quién hubiera pensado realizar trabajos de temática en 350
novelas (cf. el autor et ál., 1995, e infra, cap. VIII) o en con-
trastar la morfosintaxis de los géneros de millares de textos
(cf. Malrieu y Rastier, 2001)?

en su obra. Sin embargo, los especialistas presentes opinaron, pues en su


genio nuestro crítico había creado, en efecto, una sentencia típica. Solamen-
te la consulta de un texto digital permite evitar ese género de error brillante
y disipar diversas leyendas.
25
Una pequeña biblioteca municipal cuenta hoy cien veces más libros
que una gran biblioteca principesca del siglo XV.

[119]

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La igualdad.— Por regla general, desde que se decide
que los textos de un corpus digital son dignos de ser reuni-
dos, no son jerarquizados y todos llegan a ser iguales en
derecho, lo cual, para los textos literarios, amenaza ciertos
prejuicios de gusto. En efecto, las respuestas a un cuestiona-
rio podrán yuxtaponer crudamente pasajes de textos ilustres
y desconocidos, serios y burlescos, elevados y vulgares. Ello
rompe de modo radical con la concepción monumental de
la literatura y despierta discretas inquietudes en el empíreo
pedagógico.

3.5. Las metodologías

A la reiterada pregunta hecha por los informáticos sobre


la «transportabilidad» de los indicadores y la omnivalencia
de la metodología, es forzoso responder que una metodolo-
gía no puede ser definida in abstracto puesto que depende
siempre de una tarea, por ejemplo, didáctica. Es convenien-
te articular, mediante estrategias interpretativas, una deon-
tología general con los sesgos prácticos impuestos por las
tareas.
Los logros tácticos no llegan, por lo común, a compensar
las lagunas de la estrategia interpretativa. Es posible poner a
punto tácticas de extracción por medio del empleo de patro-
nes morfosintácticos para filtrar los resultados, por ejemplo,
si se hace una investigación sobre los intervalos de tiempo,
evidentemente hay que poder eliminar el adjetivo segundo.
Sin embargo, como la creación y uso de útiles, el reajuste
de los escritos de uso es insuficiente para constituir un mé-
todo.
Ello plantea el delicado problema de la formación y de la
convalidación de las hipótesis interpretativas. El acceso a los
bancos textuales permite conducir experimentos en ese do-
minio que involucra un interés heurístico considerable. Por
ejemplo, un sistema que proponga subcorpus con pertinencia
enriquecida puede permitir invalidar muy cómodamente las
hipótesis interpretativas, pero también formular otras, ya que
algunas regularidades dispersas en el corpus parecen «impo-
nerse por sí mismas» y adquirir un valor heurístico; ponga-
mos por caso, si se constituye cuidadosamente el corpus de
referencia, el hecho de enfatizar las palabras que sobrepasan
un umbral de diferencia reducido permite a algunas de ellas

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«llamar a la puerta»26. Sin embargo, ese subrayado, imagen
lejana de las palabras rubricadas en los manuscritos antiguos,
es muy relativo pues para modificarlo basta con marcar de
otro modo la diferencia reducida o hacer variar el corpus de
referencia. Es, entonces, una etiqueta temporal pero que con-
cretiza a la vez una hipótesis general sobre el funcionamiento
textual e intertextual y permite reactivar, aun suscitar, las hi-
pótesis interpretativas.
Así, la filología digital da acceso a las ciencias del len-
guaje a un dominio con porvenir y puede permitirle resolver
ciertos atolladeros, por ejemplo, la deontología que preside
la constitución de los corpus debilita el objetivismo inge-
nuo, ya que no se tiene otros datos que aquellos que uno
se da27.
Correlativamente y no sin paradoja, el principio de placer
o, al menos, la arbitrariedad del lingüista —más seguro toda-
vía que lo arbitrario del signo— podría encontrarse limitada
y el punto de vista crítico de la filología debería permitir con-
solidar las metodologías.
Las teorías parciales, surgidas generalmente de la filosofía
del lenguaje, como la semántica veridictoria o la pragmáti-
ca de los conectores, no tienen utilidad establecida para el
tratamiento de los corpus. Más generalmente, la insostenible

26
Por ejemplo, necesité diez años para comprender la importancia del
número diez en la novela de Maupassant titulada Toine (cf. el autor, 1989,
lib. II, cap. V); en cambio, el test de la diferencia reducida me lo puso
instantáneamente ante los ojos y aun me permitió sacar provecho de una
ocurrencia en la primera línea que, lo confieso, se me había escapado, a
pesar de que ella hubiera reforzado mi propósito.
27
La noción de dato invita a la prudencia. En primer lugar, las informa-
ciones no interpretables como, por ejemplo, las frecuencias absolutas, no
merecen ser consideradas como datos.
Un dato es «dado» no al observador sino por el observador, solo por
el hecho de que una hipótesis presidió su compilación. Por ejemplo, toda
acepción está vinculada con un género y un discurso: para hacerla interpre-
table y transformar su ocurrencia en dato conviene, por lo tanto, restituir
este entorno. Del mismo modo que en arqueología, mezclar los vestigios
de un mismo campo de excavaciones llevaría al fracaso, mezclar textos he-
terogéneos por el tipo de discurso, el género y la época impediría restituir
sus normas semánticas. Si la elección de un corpus responde a una espera
global, todo subconjunto del corpus convocado por un requerimiento res-
ponde a una hipótesis. «El arte» de la interpretación consiste así en cruzar
los requerimientos para objetivar las esperas satisfaciéndolas o, mejor to-
davía, renovándolas.

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división entre sintaxis, semántica y pragmática pierde su pres-
tigio28.
Finalmente, en la nueva relación con lo empírico que fa-
cilitan los medios informáticos y exige la demanda social, sin
duda la lingüística sabrá encontrar una legitimidad reforzada
y respuestas útiles.

28
Las teorías lingüísticas sufrieron una triple limitación que procede de
la tripartición entre sintaxis, semántica y pragmática: se circunscribieron a lo
sintáctico y por lo tanto a la frase; recurrieron a una semántica veridictoria
inadecuada para las lenguas e incapaz de pensar su diversidad; y a una prag-
mática que desemboca en una microsociología de las interacciones verbales,
pero inadecuada para tratar los textos escritos y desacoplados de la interlo-
cución.

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CAPÍTULO 4

Hermenéutica material
A la memoria de Peter Szondi

Al reunificar la hermenéutica y la filología, la hermenéuti-


ca material instala la problemática de la interpretación en el
centro de las ciencias del lenguaje.

1. PLANTEAMIENTOS EPISTEMOLÓGICOS

La hermenéutica, entendida aquí como teoría de la inter-


pretación de los textos y de las otras performances semióticas,
no hace mucho fue transpuesta como filosofía por diversas
corrientes fenomenológicas que abandonaron el dominio de
los textos. Por otra parte, la hermenéutica filosófica contem-
poránea se constituyó merced a una negación de las ciencias
del lenguaje, como lo confirma el olvido de Humboldt por
Dilthey y el desprecio de las ciencias en general por los hei-
deggerianos.
También, para un lingüista, la hermenéutica filosófica se
encuentra alejada de modo diverso. Las grandes categorías
hermenéuticas se han difuminado con el pietismo de las Luces
que las había elaborado poco a poco y de las cuales Schleier-
macher hizo la síntesis innovadora. Los problemas de la inter-
pretación persisten, pero requieren una nueva formulación. La

[123]

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potencia de una hermenéutica crítica no ha sido puesta toda-
vía al servicio de las ciencias del lenguaje: queda por unir los
logros de la filología y de la lingüística comparada en el seno
de una semántica de los textos, a fin de restituir a las ciencias
del lenguaje su estatuto de disciplinas hermenéuticas.
Aunque ciertas formas de cientismo quieren alegar un pri-
vilegio de extraterritorialidad para las ciencias, no pueden
pretender regular toda interpretación y deben ser interpre-
tadas. Como formaciones culturales, ellas requieren así una
perspectiva hermenéutica. Sin embargo, conviene modular
el tema hermenéutico. Si se trata de epistemología, este nos
aconseja, pese a Dilthey, a no separar por principio las cien-
cias del espíritu de las ciencias de la naturaleza, aun si ellas
tienen que ver con modos de complejidad diferentes y tal vez
irreductibles. Si se trata de gnoseología y si conocer consis-
te en restituir las condiciones, esto es, una situación global
que permita categorizar y especificar lo local, la perspectiva
hermenéutica hace posible proponer los principios comunes
para recusar el objetivismo, la reducción de la descripción
científica a la explicación causal y la ontología espontánea del
representacionalismo.
Si se continúa llamando propiamente hermenéuticas a las
ciencias de la cultura, queda por plantear el problema herme-
néutico en las ciencias físicas y lógico-formales. La determi-
nación tradicional de las ciencias de la naturaleza sobre las
ciencias de la cultura inauguró un proceso de reducción cuyo
programa cognitivista de naturalización del sentido es el últi-
mo tramo. Reconocer el régimen propio de las ciencias de la
cultura permite, a la inversa, culturizar el sentido.
¿Hay que hablar, por lo tanto, de un paradigma herme-
néutico? Además de no alinearnos con la epistemología de
Kuhn, preferimos hablar simplemente de la perspectiva her-
menéutica, destacando su valor crítico. La hermenéutica no
es para nosotros una doctrina metafísica directriz; en cambio,
aceptamos esta hipótesis: «El punto de vista hermenéutico se-
ría (…) aquel que recusa por principio toda idea según la cual
el sujeto humano enfocaría su realidad a partir de estructuras
filtrantes dadas, ya sean lógicas o estéticas. La hermenéutica
sería el antitrascendentalismo por excelencia, la doctrina que
dice que toda forma del comportamiento cognitivo del hom-
bre se elabora siempre como rectificación interpretativa de
ella misma» (Salankis, 1997, pág. 413). Esta ambición puede
ilustrarse en las ciencias del lenguaje.

[124]

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Hace poco Peter Szondi formuló el proyecto de una herme-
néutica material. La expresión hermenéutica material, tomada
de Schleiermacher, designa una forma plena y ambiciosa de
la hermenéutica crítica de tradición filológica. Esta denomi-
nación, algo paradójica, se justifica especialmente porque di-
cha unificación compromete una reflexión sobre la unidad de
los dos planos del lenguaje, contenido y expresión. Podemos
reconocerle tres temas principales: el tema antidogmático o
crítico, el tema antitrascendental o descriptivo (empírico) y
el tema anti-ontológico o agnóstico. Estos temas responden,
por una parte, a las necesidades de una semántica que debe
pensar la diversidad de los textos en el seno de una semiótica
de las culturas. Para ello hay que romper con el prejuicio se-
gún el cual los sentidos dan testimonio del Ser y este debe ser
juzgado con la vara metafísica de la referencia y la verdad1.
Por último, esos temas epistemológicos concuerdan con una
concepción de la vida como actividad de modificación e inter-
pretación constante del Umwelt (cf. el autor, 1996c).
La hermenéutica material unifica la hermenéutica y la filo-
logía en una semántica de la interpretación. Si bien la herme-
néutica material no es una filosofía, sin embargo presupone
una epistemología, una metodología y una deontología. La
epistemología es la de las ciencias de la cultura. La metodolo-
gía une la crítica filológica y el comparatismo lingüístico; ella
admite o impone una consciencia de la relatividad histórica.
La deontología es impuesta por el carácter fundamentalmente
localizado de la actividad interpretativa2; como tal, no escapa
al problema de la responsabilidad: sus dos principios inmedia-
tos son el respeto del texto, en su letra como en su espíritu, y
la benevolencia en la producción del sentido, a fin de acreditar
las suertes de la interpretación a cuenta del texto y del autor.

1
Por lo demás, la ciencia no es un discurso sobre el Ser. Las teorías
que lo pretenden, como lo hace el fisicalismo cognitivo al asimilar el Ser al
mundo de los estados de cosas, solo lucharían contra la religión al desdeñar
el dogmatismo sobre sus formas caducadas, para reducirse, como lo hacen
ciertas corrientes de filosofía analítica, a una escolástica sin dios.
2
La interpretación es localizada pues se ubica en una práctica social y
obedece a los objetivos definidos por esta práctica. Como dichos objetivos
definen, a su vez, los elementos retenidos como pertinentes, se debe aban-
donar la idea de una interpretación totalizante y definitiva, puesto que la
interpretación de un texto cambia con los motivos y las condiciones de su
descripción. Las hermenéuticas jurídica y religiosa, cada una a su manera,
han planteado aunque no resuelto ese problema.

[125]

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Si según J. Ladrière la hermenéutica es «la disciplina que
se ocupa de la interpretación de los signos en general y de los
símbolos en particular» (1969, pág. 108), una semántica de
la interpretación podría pretender ocupar ese campo en lo
concerniente a los «signos» lingüísticos, por poco que pueda
reflexionar, reevaluar y reapropiarse de las tradiciones her-
menéuticas. No obstante, la separación de la hermenéutica
y de la filología ha sido calada hondo por los planteamientos
metafísicos. El idealismo alemán ha prolongado así el dualis-
mo luterano: el signo, al menos en la tradición cristiana, ha
sido siempre concebido a imagen del hombre3. Si la filología
estudia la letra del texto sagrado y la hermenéutica su sentido,
solo pueden seguir vías divergentes, por poco que se separe
el cuerpo del alma. Los efectos del dualismo romántico tardío
han llevado así, una vez más, a separar las disciplinas de la
letra y las del espíritu, lo que todavía se deja sentir hoy.
Una semántica de los textos tiene como objetivo, al con-
trario, contribuir a su unificación, precisando las coerciones
lingüísticas sobre la interpretación, las mismas que han sido,
por lo demás, admitidas y jerarquizadas de modo diverso por
las tradiciones hermenéuticas. De este modo, dicha semántica
contribuye a los siguientes tres objetivos: concentración de
las ciencias del lenguaje y de las disciplinas del texto; aquí,
la reunificación de la hermenéutica y de la filología; allá, la

3
La separación del cuerpo y del alma es de tradición helénica antes
que hebrea. Su homologación a las relaciones del signo y de la significación
es recurrente: la letra es el cuerpo, la significación el alma, o al menos el
espíritu. Esa homologación recibió el considerable respaldo de San Pablo y
luego de San Agustín que afirmaba, por ejemplo, que pensar según la letra
es pensar carnalmente (cf. De doctrina cristiana, III, 5, 9). Orígenes ya
hacía explícitamente la comparación entre la letra y el espíritu, el cuerpo y
el alma (cf. Tratado de los principios, I, 2).
Las acentuaciones del dualismo incidieron naturalmente en las relacio-
nes del alma y del cuerpo, pero también del significante y del significado.
Por ejemplo, Lutero retoma la antropología del Concilio de Toledo (668)
según el cual «el hombre consiste en dos sustancias; a saber, el alma y el
cuerpo» (in Süs, 1969, págs. 59-60), y no la tesis tomista del Concilio de
Viena (1311-1312), por la cual «el alma racional es verdaderamente y por
ella misma la forma del cuerpo humano» (ibíd., pág. 59). Ello no puede
dejar de tener relación con la separación del signo y del sentido que practica
todavía el positivismo. Preservemos por lo menos el hecho de que la separa-
ción del sonido y del sentido procede de planteamientos metafísicos que no
son menores que los que presiden a los del cuerpo y del alma.

[126]

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restitución de la dimensión crítica en la actividad descriptiva
de las ciencias de la cultura. Este programa requiere reconocer
la dimensión crítica de la filología, la dimensión textual de la
lingüística y la dimensión lingüística de la hermenéutica. Para
llevarlo a cabo, nos parece que la mejor vía conduce a recono-
cer las separaciones injustificadas entre letra y espíritu, signo
y sentido, redobladas, en el sentido mismo, por la distinción
entre sentido literal y derivado.

2. LOS DÉFICITS HERMENÉUTICOS DE LAS CIENCIAS DEL LENGUAJE

2.1. Lingüística y semiótica

Las ciencias del lenguaje heredaron de la tradición grama-


tical un sólido objetivismo. Ciertamente, no hace mucho ellas
redoblaron el estudio del enunciado con el de la enunciación,
pero se han dedicado a encontrar las marcas y partículas de la
enunciación, lo que constituye, a la vez, una manera de reifi-
carla y atomizarla. Por lo demás, como la lingüística privilegia
la frase y las reglas de la gramática frasal, termina por plantear
los problemas hermenéuticos de manera reductora4.
En las teorías semióticas de tradición lógica, la problemá-
tica del signo domina la del texto. La interpretación es defini-
da en relación a las unidades ya supuestamente discretizadas,
como son los conceptos, las expresiones y los referentes. Aun
cuando según la lógica clásica la univocidad de la interpre-
tación es abandonada, su principio referencial permanece,

4
Por ejemplo, según Auroux, la tesis hermenéutica para las ciencias
del lenguaje consistiría en aseverar que «el conocimiento de los fenómenos
es idéntico a las representaciones conceptuales que el sujeto tiene de sus
actividades lingüísticas y es la causa productora de los fenómenos observa-
bles. Se puede encontrar esta concepción en la noción tradicional de regla
de gramática que aplica un sujeto consciente» (Auroux, 1992, pág. 40; he
suplido las abreviaturas). Esta formulación de la tesis hermenéutica parece
ser, a la vez, muy estrecha y muy amplia. En primer lugar, no deja ningún
campo al problema de la interpretación. Al margen de que el debate sobre
la conciencia lingüística del sujeto hablante y sobre su conocimiento de las
reglas nos parece ocioso, esta formulación es perfectamente compatible
con una interpretación procesal del pensamiento y podría ser la de una
psicolingüística chomskyana. Olvida, por último, la intersubjetividad y la
historia, o sea precisamente los dos dominios privilegiados por la aproxi-
mación hermenéutica.

[127]

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ya que ella es simplemente manifestada en una pluralidad de
mundos posibles (cf. Eco, 1994, cap. III).
Ahora bien, nosotros estimamos que un signo en cuanto
tal no puede ser interpretado, puesto que al aislarlo precisa-
mente se le separa de sus condiciones de interpretación y de
su contexto, es decir, del texto. En otras palabras, el signo no
es el objeto de la interpretación sino un artefacto normativo
de la tradición ontológica, interminablemente preocupada por
las relaciones entre el concepto, el signo y la cosa. Por cierto,
diversas prácticas teóricas y técnicas bien establecidas borran
esta evidencia y, por ejemplo, los diccionarios prolongan in-
definidamente las ontologías al estabilizar las significaciones
de manera normativa.
Este punto nos invita a redefinir la semiosis: ella debe ser
remitida a los dos planos del contenido y de la expresión de
los textos y de las otras performances semióticas, y no ser
definida más como una simple relación entre el significante
y el significado del signo, como la inferencia en la tradición
intencionalista o la presuposición recíproca en la tradición
estructuralista. Finalmente, pese a las teorías inferenciales o
asociacionistas, el significante no es el punto de partida, ya
que él mismo debe ser reconocido.
Las relaciones constituyentes del sentido van de significa-
dos a significados, pero también de los significados hacia los
significantes; de tal manera que la semiosis se define como
una red de relaciones entre significados en el seno del texto
y considera los significantes como interpretantes que permiten
construir algunas de esas relaciones (cf. supra, cap. I). Por
último, la semiosis solo puede ser fijada como resultado de la
interpretación, no como su punto de partida. La identificación
de los significantes parece ser uno de los puntos de entrada en
el recorrido interpretativo, pero dicha identificación es prece-
dida por las previsiones y presunciones que definen el contra-
to propio del género textual de la práctica en curso; también
dicha identificación parece ser un punto de retorno.
El hecho de redefinir así la semiosis, la remite necesaria-
mente al concepto de recorrido interpretativo. En otras pala-
bras, el sentido no está ya dado por una codificación previa
que asociaría estrictamente un significante y un significado
o una clase de significados (puesto que la lengua no es una
nomenclatura): el sentido es producido en los recorridos que
discretizan y unen los significados entre ellos, pasando por los
significantes.

[128]

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Además, para el lingüista la significación de una palabra se
confunde con la historia de sus interpretaciones. Para el locu-
tor, en cambio, la significación se confunde con la tradición
interpretativa en la cual él mismo se sitúa y que, a su manera,
perpetúa. Como los signos son interpretaciones reificadas, la
significación de una palabra no se reduce a una relación entre
los «signos», el concepto y la cosa, ni incluso al tradicional
aliquid stat pro aliquo sobre el cual se ha querido fundar la
semiótica (cf. Eco, 1992)5.

2.2. Tres círculos aporéticos

En lingüística y más precisamente en gramática, el défi-


cit hermenéutico creó varias aporías. Se sabe que toda teoría
gramatical, por lo menos después de Prisciano6, dispone lo
posible en lo imposible y las prescripciones en las prohibicio-
nes sin, por lo demás, recuperar la brillante idea de Donato de
una gramática permisiva. El «diferencial» entre lo gramatical
y lo agramatical tiene una función constitutiva reconocida (cf.
Milner, 1989) y, sin duda, coloca a la gramática y tal vez a la
lingüística entre las disciplinas normativas donde esta última
se codea con la teología y la jurisprudencia, mientras que la
semántica textual encuentra su ubicación entre las disciplinas
descriptivas como la filología y la historia.
El diferencial gramatical transpuesto al plano semántico
origina la oposición entre lo aceptable y lo inaceptable. Un
gran debate sobre la aceptabilidad perturbó hace poco la con-
ciencia lingüística; sus protagonistas trataron simplemente de
reducir la potencia exorbitante de las gramáticas generativas,
sin discernir el carácter normativo de la gramaticalidad, a for-
tiori, de la aceptabilidad, ni objetar el hecho de que solo las
secuencias gramaticales, a semejanza de las expresiones bien

5
No obstante, en Eco se encuentra una extensión de esta concepción
escolástica de la semiosis: «En un sistema semiótico, cualquier contenido
puede convertirse, a su vez, en una nueva expresión que puede ser inter-
pretada o sustituida por otra expresión» (1992, pág. 24). Eco define así la
semiosis ilimitada o, preferiblemente, indefinida, que describe Peirce y que
radicaliza la teoría medieval de la connotación pero que queda deudora del
paradigma del signo.
6
Prisciano hace notar que nadie dice ego facis y Auroux ve en ello el
equivalente, para las ciencias del lenguaje, del teorema de Pitágoras.

[129]

Artes y ciencias del texto.indb 129 15/12/11 11:44:52


formadas en lógica, están provistas de significación7. El debate
no tuvo éxito pues, para lograrlo, hubiera sido preciso poder
describir las normas antes que dictarlas, restituyendo así al
lenguaje su dimensión social e histórica, dimensión de la cual
precisamente la gramática universal quería abstraerse.
Los conceptos fundamentales de gramaticalidad y acepta-
bilidad no pueden ser definidos fuera de la interpretabilidad
que, después de todo, depende de la situación y que los so-
brepasa, podría decirse, de manera doble, ya que la agrama-
ticalidad puede ser aceptable o al menos ser corrientemente
aceptada y lo inaceptable puede ser interpretable o por lo me-
nos es corrientemente interpretado8. Casi no se cae en cuenta
de ello puesto que, extrañamente, el concepto de competencia
se aplica por lo común a la generación o a la enunciación
pero no al análisis o a la interpretación. Aun en semántica
cognitiva, la competencia es comprendida siempre como com-
petencia generativa no como competencia interpretativa. Sin
embargo, la competencia interpretativa excede la competencia
generativa y de esa manera, ordinariamente, se comprende
mejor que lo que se habla.
A mi entender, ninguna teoría lingüística ha sido capaz
de plantear el problema de la interpretabilidad. La lingüís-
tica agrava así el déficit hermenéutico de la gramática, de la
que ella misma salió. Para comenzar a cubrir ese déficit sería
necesario, en un primer tiempo, separar lo gramatical de lo
aceptable y de lo interpretable, pero para admitir enseguida
que la interpretabilidad determina la aceptabilidad y luego la
gramaticalidad9. Lo inaceptable y lo agramatical son, en efec-
to, interpretaciones que se rechaza en nombre de una norma;
pero aquello que no es interpretado no es tampoco reconoci-

7
Evidentemente, ello coloca a la semántica bajo la rección de la lógica.
8
Tanto las experiencias sobre la interpretación de las no-palabras (o
logatomos), multiplicadas en psicología desde Noble, como las experien-
cias sobre la interpretación de textos en lengua desconocida (llevadas a
cabo no hace mucho en el seno del proyecto europeo Galatea) advierten
elocuentemente sobre el carácter incoercible y compulsivo de la interpre-
tación.
9
Las series gramaticales inaceptables, muy apreciadas por los autores
medievales de sophismata y puestas al día por Chomsky, siguen siendo un
artefacto de la lingüística. De acuerdo a nuestra perspectiva descriptiva,
estimamos que toda serie atestada debe ser aceptada por el lingüista. Lle-
gamos así a conclusiones inversas a las de Martin (1979) que subordina la
interpretabilidad a la gramaticalidad.

[130]

Artes y ciencias del texto.indb 130 15/12/11 11:44:52


do, y se mantiene más acá de los juicios de aceptabilidad y de
gramaticalidad.
Otras elecciones epistemológicas y metodológicas contri-
buyeron a alejar la lingüística moderna de la cuestión herme-
néutica. En lugar de interrogarse sobre los fundamentos, se
multiplicaron los gestos de fundación —la axiomatización es
solo un ejemplo. Se continuó buscando reglas allí donde úni-
camente se puede encontrar regularidades, causas donde solo
se accede a condiciones —esas causas son siempre buscadas
en otro lugar, en el mundo o en el espíritu. En todos los casos,
la autonomía y la especificidad de la esfera semiótica han sido
descuidadas, incluso ignoradas. Ahora bien, las ciencias de
la cultura, propias de la esfera semiótica, se dedican a pro-
ducir el sentido, a transcribirlo, a transponerlo en el tiempo,
a traducirlo en el espacio; para ellas explicar es mostrar las
condiciones, no buscar las causas.
El déficit filológico y el déficit hermenéutico llevaron así
a olvidar el carácter cultural de las lenguas pretendidamente
«naturales».

2.3. La problemática del texto


y sus fundamentos hermenéuticos

Comprensión e interpretación.— Hace un tiempo y en


otro lugar remitimos el problema de la comprensión al de la
interpretación. La explicación que precisa esa remisión con-
siste en una paráfrasis de tipo definitorio: la especificación de
los rasgos semánticos pertinentes (en función de esas condi-
ciones) y de sus estructuras en todos los planos del texto.
La explicación supone la identificación de las condiciones
de producción y de interpretación del texto, mientras que la
comprensión, en sentido fuerte, presupone un sujeto psicoló-
gico o filosófico10. De allí las siguientes tesis:

10
Dejamos, entonces, a la filosofía o a la psicología los problemas de
la enunciación y de la comprensión, en sentido fuerte; y a la hermenéutica
filosófica dejamos tres problemas fundamentales: el problema del tiempo
vivido y de la consciencia íntima del tiempo; el de la subjetividad (los re-
corridos interpretativos que constituyen el sentido son las coerciones lin-
güísticas que se imponen al sujeto y no los recorridos reales que él puede
efectuar); en fin y correlativamente, rehusamos atribuir el sentido de los
textos al sentido de lo vivido.

[131]

Artes y ciencias del texto.indb 131 15/12/11 11:44:52


(i) Como los otros signos, los signos lingüísticos son el
sustento de la interpretación, no su objeto, y la iden-
tificación de los signos en cuanto tales resulta de los
recorridos interpretativos.
(ii) El problema de la significación solo puede ser plan-
teado de manera válida si se tiene en cuenta las con-
diciones de interpretación.
(iii) Por último, la interpretación, situada en una práctica
social, obedece a los objetivos de esta práctica que
definen los elementos preservados como pertinentes.
La interpretación de un texto cambia, también, con
los motivos y las condiciones de su descripción.

Las condiciones de interpretación se disponen por grados


sucesivos. En el primer grado, el texto como globalidad, la
interpretación determina el sentido de sus unidades locales y
ello va evidentemente en contra del principio de composicio-
nalidad que rige todas las semánticas lógicas. A esta determi-
nación se añade luego una determinación de la situación de
interpretación sobre el texto mismo considerado en su con-
junto.

El orden hermenéutico.— Para discurrir sobre esas deter-


minaciones se puede distinguir, además de los órdenes sintag-
mático, paradigmático y referencial, un orden hermenéutico:
es el de las condiciones de producción y de interpretación de
los textos (cf. el autor et ál., 1994, cap. I). Este comprende,
además de los fenómenos llamados de comunicación, lo que
corrientemente se conoce como factores pragmáticos, pero los
rebasa al incluir las situaciones de comunicación codificadas,
diferidas y no necesariamente interpersonales. Debido a que
da prueba de la situación histórica y cultural de la producción
y de la interpretación, su estudio tiene en cuenta las diferen-
cias de situación histórica y cultural que pueden separar la
producción de la interpretación.

Para la psicología cognitiva la comprensión se remite a la construcción


de representaciones conceptuales. Nosotros no recurrimos a las represen-
taciones psíquicas porque el sentido lingüístico no consiste en tales repre-
sentaciones. Desligar el sentido lingüístico de las representaciones como
de los objetos permite, paradójicamente tal vez, mostrar la variedad de sus
condiciones de actualización.

[132]

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Mientras los órdenes paradigmático y sintagmático facilitan
el estudio de las relaciones entre el texto y los diversos grados
de sistematicidad que lo estructuran (el mejor conocido es el
sistema funcional de la lengua), el orden hermenéutico permi-
te la mediación entre, de un lado, el texto y, del otro, la histo-
ria y la sociedad de donde procede dicho texto, mediante un
rodeo de las prácticas en que es producido e interpretado.
El carácter crítico del punto de vista hermenéutico así in-
tegrado a la descripción lingüística concierne al problema de
la identificación de los fenómenos descritos. Como siempre
ocurre en las ciencias humanas, son fenómenos definidos y no
objetos pues es imposible aislar allí un nivel de complejidad,
a no ser por comodidad temporal del método. La aprehensión
del plano de complejidad superior, el del texto, dirige la de los
niveles de complejidad inferiores y la globalidad de la práctica
social dirige la globalidad del texto.
El orden hermenéutico así concebido depende plenamente
de la lingüística. Este orden atestigua una hermenéutica inte-
grada que toma aquí la forma de una semántica interpretativa,
mas no de una hermenéutica integradora cuya culminación
sería una filosofía del sentido.

3. INTERPRETACIÓN Y CORPUS

Estas propuestas convergen al dirigirse hacia una refunda-


ción interpretativa de la semántica y, más allá, de la semiótica,
a partir de ciertas tesis que interesan al plano del signo y del
texto.
Ningún signo es, de por sí, referencial, inferencial o dife-
rencial. Esas relaciones son privilegiadas por diversas teorías,
pero los recorridos interpretativos efectivos son más comple-
jos y su análisis no permite encontrar relaciones simplemente
calificables, por ejemplo, las inferencias interpretativas no son
formales pero dependen de lo que Russell llamaba inferencia
animal; ello equivale a decir que los recorridos interpretati-
vos son sin duda más cercanos a los procesos perceptivos del
reconocimiento de formas que al cálculo.
Si el texto (o la performance semiótica) es la unidad fun-
damental para la problemática retórica/hermenéutica, sin em-
bargo hay que precaverse de confundir lo fundamental y lo
elemental: por ejemplo, el signo lingüístico (morfema) es una
unidad mínima, pero de ello no se sigue que sea fundamental.

[133]

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El texto es la unidad fundamental; sin embargo, la unidad
lingüística máxima es el corpus de referencia. Esta expresión
requiere dos precisiones. El corpus depende del punto de vista
que presidió su constitución. Se entiende aquí la palabra refe-
rencia en su acepción filológica. La referencia al sentido lógico
es solo, sin duda, una reificación de la referencia filológica
y es por ello que el orden hermenéutico domina el orden refe-
rencial; de hecho, solo se refiere siempre a una doxa, es decir,
a un conjunto de axiomas normativos localmente establecidos
por el corpus de los textos orales o escritos que adquieren
autoridad en la práctica en curso. Por ejemplo, la referencia
de La Cousine Bette [La prima Bette]11 no es «directamente»
la Francia de Luis Felipe sino, en primer lugar, incluso exclu-
sivamente, La Comédie humaine [La Comedia humana], a la
cual se agrega las novelas de Eugène Sue12 que Balzac quería
igualar y aventajar.
El sentido resulta así de activar relaciones internas y exter-
nas al texto; en otras palabras, del encuentro de un contexto
y un intertexto. En resumen, la determinación de lo local por
lo global se ejerce de dos maneras: por incidencia del texto
sobre sus partes y por incidencia del corpus sobre el texto.
Se podría ciertamente objetar que el primer tipo de inciden-
cia es estructural, inmanente de algún modo, y el segundo
contingente, «impuesto desde el exterior». Sin embargo, el
texto apunta a su intertexto, ora en general por las normas de
su género ora en particular por las menciones o las citas. La
relación con una exterioridad que, convencionalmente, fun-
da el proceso de objetivación dispone la significación sobre
la representación de una alteridad ontológica plena (la del
mundo de los objetos) y la funda en algo «real» que es solo la
doxa de los positivistas. En cambio, para la problemática re-
tórica/hermenéutica la exterioridad del texto está constituida
por otros textos y, más generalmente, por otras performances
semióticas: si para hacer objetiva la interpretación y el sentido
que resulta de ella el requisito fundamental de una alteridad es
mantenido por la referencia al corpus, no obliga ya a recurrir
a una ontología inconexa entre el lenguaje y lo «real» ni a un

Véase la nota 47 del cap. I. [T.]


11

Eugène Sue (1804-1857), rival literario de Balzac, fue autor de Los


12

misterios de París (1842 a 1843) y, entre muchas novelas, Los misterios del
pueblo (16 vol., 1849-1857). [T.]

[134]

Artes y ciencias del texto.indb 134 15/12/11 11:44:53


acto de fe que subordinaría la apariencia de los significados a
la esencia de las cosas.

Semántica del texto y recorridos interpretativos.— He-


mos visto que las lecturas no lineales renuevan los recorridos
interpretativos propios de los usos tradicionales del libro (cf.
cap. III). Los sistemas de asistencia a la interpretación deben
permitir los movimientos de ampliación o de reducción del
corpus de referencia o del corpus de trabajo. En efecto, hacer
variar sistemáticamente el corpus de trabajo permite someter
a prueba las hipótesis y problematizar la interpretación y la
caracterización.
Adoptar, por otra parte, un punto de vista global, lleva a
trabajar no por acrecentamiento y adición, sino por escogi-
miento13, especialmente para definir y circunscribir los sub-
corpus enriquecidos. Se trata, en el seno de esos sub-corpus,
de discriminar y caracterizar los pasajes por analogía en la
investigación de los pasajes paralelos o bien por contraste en
la investigación de pasajes en relación de transformación. La
identificación de formas textuales puede, entonces, hacerse
por conminación cualitativa y así se busca, por ejemplo, co-
ocurrentes estadísticos y correlatos semánticos asociados a los
temas (cf. infra, cap. VII).
Pese a ello, los recorridos globales no son una extensión de
los recorridos locales: aquellos que determinan las operacio-
nes de actualización y de virtualización semánticas en el plano
de la palabra son preactivados por los recorridos globales en
el plano del texto. El parametraje de las relaciones entre lo
global y lo local es un problema abierto: este difiere verosímil-
mente según los géneros y los discursos que admiten diversos
regímenes de contextualidad y de textualidad.
Por último, para describir las formas textuales los sistemas
de asistencia a la interpretación deben abandonar los prejui-
cios de igualdad cualitativa y de isonomía. En efecto, los objeti-
vos y coerciones prácticas, diferenciadas en discursos, géneros
y estilos, configuran indirectamente las formas textuales. Al
contrario del postulado de las teorías proposicionales, las des-
igualdades cualitativas caracterizan esas formas; por ejemplo,
las variaciones de concentración de las formas semánticas

13
Tomo prestado este término a Pincemin (1999a). él nos recuerda lo que
en historia del arte se llama via di levare: se extrae la estatua del bloque.

[135]

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según si su manifestación es compacta (por lexicalizaciones
sintéticas) o difusa (por diversos rodeos perifrásicos). Otro
régimen de desigualdades cualitativas, la pertinencia en rela-
ción a la tarea en curso, reorganiza, finalmente, las salientes
relativas de las formas semánticas.
Finalmente, a las problemáticas lógico-gramatical y re-
tórica/hermenéutica les corresponden dos concepciones del
intertexto. La primera buscará un «léxico» y una «sintaxis» co-
munes a los textos del corpus: el léxico estará constituido por
temas o topoi (en el sentido no argumentativo del término) y
la sintaxis, por funciones narrativas o «secuencias textuales».
Temas y topoi reaparecen en uno y otro texto, lo mismo que
las funciones narrativas, cosa que ha justificado, por ejemplo,
el estudio de los motivos en folclorística. Sin embargo, todo
nuevo empleo es también una transformación y la narratología
de la literatura oral se ha orientado al estudio de las familias
de transformaciones.
Procediendo de lo global a lo local y considerando en esta
vía las palabras como pasajes de textos, se puede concluir que
las clases lexicales se forman por colocaciones repetidas aun-
que no inveteradas que resultan de la manifestación repetida
de los mismos temas (cf. cap. VII). Así, los trabajos de Met-
tinger (1994) sobre la novela policial mostraron que las opo-
siciones semánticas en el plano lexical son determinadas por la
tópica del género (como la oposición murder/suicide)14 y son
moduladas por patrones sintácticos como la enumeración.
La problemática retórica/hermenéutica busca enlaces sin-
gulares de citación, reempleo y transformación entre series o,
mejor, líneas genéricas de textos singulares. Esa problemática
diferencia tales enlaces según los corpus, ya que los regímenes
de intertextualidad varían sin duda según los discursos. Así,
en los discursos científicos, filosóficos y literarios la cita no
desempeña el mismo papel, puesto que los regímenes de ho-
menaje, de apropiación y de plagio difieren grandemente.
En esta problemática se basa la teoría de los recorridos in-
tertextuales. Ellos pueden ser diferenciados, en primer lugar,
por un criterio de centralización. Cuando el recorrido es difu-
sor, el texto, o simplemente uno de sus pasajes elegido como
punto de ingreso, es utilizado para requerir y activar poco a
poco todo el corpus. Al contrario, el recorrido puntual va de

14
Ing. murder: asesino; suicide: suicida. [T.]

[136]

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texto a texto, incluso de pasaje en pasaje, o de una palabra de
un texto a una palabra de otro; puede suceder también que
una lexía de un texto solo comunique con otra del mismo texto
mediante otro texto. Según las hermenéuticas, se privilegia
uno u otro tipo de recorrido: así, la hermenéutica jurídica es
puntual (pues es racionalizante), mientras que la hermenéu-
tica religiosa, sobre todo en la tradición rabínica, parte de un
texto para recorrer todo el corpus.
El criterio de conectividad merece igualmente ser aprovecha-
do. Algunos recorridos en lazada conexa y transitiva permiten el
retorno interpretativo hacia el texto de origen; otros, no. Final-
mente, otros llevan a interpretar a su turno los textos que han
servido de punto de pasaje al recorrido intertextual, por ejemplo,
el poema Il superstite [El sobreviviente] de Primo Levi permite
enlazar las palabras sobre Branca d’Oria en el canto XXXIII del
Infierno de Dante con el discurso de Ulises en el canto XXVI,
aun cuando no se cite explícitamente esos pasajes15.
La teoría de los recorridos interpretativos al interior de un
corpus está por elaborarse, ya que este es uno de los dominios
más complejos de la hermenéutica material. Ella nos compro-
mete a remitir las prácticas interpretativas a las estructuras
textuales objetivadas de modo diverso por esas prácticas. Se-
gún los discursos y los géneros, los modos de los recorridos
preferenciales, incluso exclusivos, son habilitados por contra-
tos interpretativos generalmente implícitos (por ejemplo, un
anuario no será casi leído como texto continuo).
En resumen, los recorridos textuales e intertextuales de-
penden de tres factores: de una práctica descriptiva, de un
contrato interpretativo propio del género de los textos o del
tipo de discurso y de las estructuras particulares de los textos.
La jerarquía entre esos factores varía según la tarea.

4. LAS ESTRATEGIAS INTERPRETATIVAS

La consciencia interpretativa nace de la dificultad de com-


prender. Esta dificultad promueve dos cuestiones: ¿qué es un
texto ilegible?, ¿dónde debe detenerse la interpretación?

15
El poema de Primo Levi, Il superstite [El sobreviviente] fue escrito el
4 de febrero de 1984; cf. François Rastier. Ulises en Auschwitz. Primo Levi
el sobreviviente. Barcelona: Reverso Ediciones SL, 2005, págs. 15-16. [T.]

[137]

Artes y ciencias del texto.indb 137 15/12/11 11:44:53


La ilegibilidad como la sobreinterpretación podrían ser
categorías normativas propias de las hermenéuticas de la cla-
ridad. Si es muy difícil demostrar que se otorga demasiado
sentido a un texto, lo es todavía más pretender que no lo tie-
ne. ¿Cómo puede afirmarse que un texto es ilegible? Estamos
condenados al sentido y, por ejemplo, lo atribuimos con todo
derecho a obras hechas enteramente con no-palabras, como el
Finnegan’s Wake de Joyce o algunos libros de Guyotat.
Un texto solo puede ser ilegible para las hermenéuticas de la
claridad. Esas hermenéuticas positivas, que proponen delimi-
tar la interpretación y consideran a la comprensión «normal»
como natural e incondicionada, comparten más o menos las
tesis características: la interpretación es puntual, desencade-
nada por las «instrucciones» locales; la interpretación obedece
a las reglas de pertinencia (Sperber, Eco) que le confieren eco-
nomía y eficacia; y consiste en una elucidación que restablece
en sus derechos soberanos un sentido literal momentáneamen-
te velado. Esas tesis están de acuerdo con las perspectivas
referencial e inferencial sobre la significación, predispuestas
en una semiótica de tradición lógico-gramatical.
Ahora bien, la noción misma de claridad debe ser aclarada.
Reconociendo el carácter global e incoercible de la interpre-
tación, sus variaciones de régimen y de técnicas, su función
de problematización del pretendido sentido literal, hay que
precisar todavía el régimen de la dificultad, articular la crítica
filológica y la descripción semántica, y reconocer sus derechos
al equívoco, a la paradoja y al enigma, no para disiparlos sino
para circunscribirlos caracterizando sus funciones.
Al subordinar la cuestión de la significación del signo a la
del sentido del texto, la semántica interpretativa considera
que el «sentido» literal es construido, al igual que los sentidos
derivados; solo difieren por la complejidad de los recorridos
interpretativos que los reconocen o los instituyen. Esta semán-
tica conduce así a una hermenéutica de la dificultad, para la
cual la claridad es una conquista y no un dato. Considerando
que el sentido no es inmanente al texto sino a la práctica de
interpretación, ella problematiza allí los siguientes factores: en
especial su estatuto social, el corpus de referencia, el corpus
de los comentarios, las reglas prescritas, los recorridos admi-
tidos, la colectividad de los intérpretes y la colectividad de los
testigos de la interpretación. Ninguno de esos factores va de
suyo, puesto que en materia de interpretación toda metodolo-
gía sin duda se sustenta en una deontología reificada.

[138]

Artes y ciencias del texto.indb 138 15/12/11 11:44:53


A los dos regímenes tradicionales de la interpretación, el de
la claridad y el de la oscuridad, corresponden aparentemente
dos preconcepciones del lenguaje: como velo diáfano o como
gruesa cortina. Luego de «oscurecer» la noción de claridad,
nuestro propósito será el de esclarecer la noción de oscuridad,
para terminar por desestimar la metáfora del lenguaje como
velo, traslúcido o no. Si la hermenéutica de la claridad puede
parecer válida para los textos claros —aquellos cuyos modos
genético, mimético y hermenéutico son, al menos, normados
con nitidez—, la hermenéutica de la oscuridad la remite a la
situación de la interpretación más que al texto, cuando estima
que el sentido reside en el esfuerzo que se hace para alcanzarla
y se concreta en el recorrido interpretativo.
Se puede distinguir dos concepciones principales de la re-
lación entre la oscuridad y la claridad. Ya sea que la clari-
dad general reserve la hermenéutica para los pasajes oscuros,
identificables y aislables en cuanto tales (es, por ejemplo, la
posición de Locke), ya sea que la oscuridad es la regla (según
Friedrich Schlegel, por ejemplo) y, entonces, todo el texto de-
pende de la hermenéutica, puesto que los pasajes claros no
están, ellos mismos, libres de dificultades. En el primer caso,
la hermenéutica es instrumental; en el segundo, constitutiva.

4.1. El enigma de la evidencia

La problemática de la claridad, centrada en la visión inme-


diata, depende desde luego de una teoría de la revelación, en
el sentido más amplio. Ella procedería ora de la benevolencia
divina derramada sobre la Escritura ora, según las tan bien
nombradas Luces, sería el producto de una representación
racional del orden natural, y la oscuridad solo sería entonces
una dificultad temporal que procede del prejuicio y que disipa
el conocimiento.
Pues bien, la evidencia resulta de nuestra adaptación a si-
tuaciones bien conocidas, aquellas en que se actúa sin pensar.
También, como percepción no crítica, se nos viene sin que
sepamos por qué ni cómo. La evidencia, efecto de la confianza
en la razón, impide plantear el problema de la adhesión y, a
fortiori, de la persuasión. En tal caso ella esconde su génesis,
pues todo «dato» es el resultado oscurecido de un proceso de
conocimiento. De esta manera, la inmediatez del sentido lite-
ral procedería del prejuicio enceguecedor de la doxa.

[139]

Artes y ciencias del texto.indb 139 15/12/11 11:44:53


El paradigma comunicativo.— Las teorías de la claridad
alcanzaron en el siglo XX un desarrollo notable16 con el posi-
tivismo lógico y la teoría de la comunicación. En su ideología
de la transparencia, por una metáfora que Sokal adrede omite
revelar, el texto se convierte en un mensaje, el lector en un
receptor, etc17. Traspuestos al dominio del intercambio oral
por la extensión de máximas conversacionales, de las cuales la
más pertinente para nuestros fines es sed claros de Grice, los
problemas específicos de la interpretación de los textos des-
aparecen. Las principales tesis de la ideología comunicativa
pueden resumirse así:

• Existiría un sentido literal, inmediatamente identifica-


ble en otros tiempos por la simplex apprehensio to-
mista, luego por la perspicuitas scripturae luterana y
hace poco por la evidencia según el Círculo de Viena18.
Cuando el sentido literal es oscurecido, la interpretación
puede y debe restablecerlo en sus derechos anulando el
desvío para enseguida retornar a él19. Por ejemplo, la
contradicción es comúnmente percibida como índice de
un sentido derivado; de allí la definición del tropo como
desvío (cf. cap. V). Ya que la reescritura del sentido
literal permite restablecer la isotopía, la interpretación
restaura una especie de transparencia ontológica del

16
El modelo de la comunicación —en mi criterio uno de los principales
obstáculos epistemológicos para el desarrollo de las ciencias del lenguaje—
define, sabemos, el lenguaje como un código, el texto como un mensaje y
el intérprete como un descodificador. No distingue casi el emisor, el autor y
el narrador. Opone la función poética y la función referencial, prohibiendo
plantear claramente el problema de la mímesis y de su función ontogónica.
Ese modelo de la comunicación, surgido del positivismo lógico, muestra el
irenismo bien entendible que lo inspiró al final de la segunda guerra mun-
dial, pero no lo justifica en el plano teórico.
17
Cf. el autor, 1996a.
18
El principio de composicionalidad, llamado impropiamente ley de
Frege, rige todas las semánticas lógicas y las teorías del texto que se derivan
de él. Este principio estipula que se obtiene el sentido de una expresión
por composición del sentido de sus sub-expresiones. Ahora bien, el sentido
de las sub-expresiones elementales es obtenido recurriendo a la evidencia,
tanto que la evidencia funda toda semántica lógica.
19
En el plano epistemológico, ese prejuicio de claridad determina el
argumento de Sokal sobre la utilización de metáforas en el discurso cientí-
fico: ellas deben reconducir a lo literal, es decir, deben dirigirse a esclarecer
y no oscurecer…

[140]

Artes y ciencias del texto.indb 140 15/12/11 11:44:53


lenguaje que vuelve a ser velo fino y regular. El régi-
men de la claridad reduce así la interpretación a una
elucidación —pero los medios de elucidación retornan
al sentido literal que, no obstante, no deja de ser, él
mismo, enigmático.
• Las dificultades serían puntuales, locales, y proven-
drían ora de las incertidumbres filológicas ora de cono-
cimientos incompletos; recurrir a la enciclopedia sería
suficiente para hacerlos desaparecer. La interpretación
es puesta en funcionamiento por la dificultad, definida
esta por la imposibilidad puntual de establecer el sen-
tido literal. Por ejemplo, un crítico ilustre puso no hace
mucho en mayúsculas los pasajes oscuros de un texto
de Breton que él intentó explicar: toda la explicación
que siguió fue determinada por esa elección indiscu-
tida.
• El texto no es contradictorio y la buena interpretación
disminuye o relativiza sus contradicciones. Este pos-
tulado de uniformidad se sustenta en una teoría de la
representación: interpretar es identificar los referentes
litigiosos en una ontología. La encarnación ordinaria
de la ontología es la enciclopedia que el intérprete sabe
consultar oportunamente; pues bien, una enciclopedia
no es contradictoria, dado que resulta de la descontex-
tualización de fragmentos de textos, lo que le permite
pasar como un inventario del mobiliario ontológico del
mundo.
• El paradigma comunicativo supone que el texto es com-
pleto, que sus lagunas son elipsis y que pueden ser su-
plidas por inferencia. Complementariamente, el texto
será calificado de uniforme o, mejor, isónomo. La iso-
nomía se debe o bien a un prejuicio sobre el autor20 o
bien a un prejuicio sobre la representación: los teóricos
de las Luces pensaron así que el desacuerdo no afecta la
relación entre el autor y el lector, sino la identificación
de lo que es representado, es decir, la interpretación
semántica en sentido lógico del término. Restablecer

20
Véase «la idea de que el autor es el Espíritu Santo y no hace nada en
vano, de donde no hay abundancia, no hay tautología» (Schleiermacher,
1987, pág. 105). El principio cognitivo de pertinencia formulado por Sper-
ber y Wilson reemplazaría aquí el Espíritu Santo por el Mind [ing. entendi-
miento, mentalidad, inteligencia]. [T.]

[141]

Artes y ciencias del texto.indb 141 15/12/11 11:44:53


la isonomía del texto permitiría restituir la intención
del autor, como la identidad en sí del mundo, lo cual
atestigua la Enciclopedia en que todo es puesto, por
principio, en el mismo plano.
• La interpretación más «económica» sería la mejor. En
esta materia se pasó de la relación señal/ruido de la teo-
ría de la información al principio de pertinencia según
Sperber y Wilson21.

Debate sobre la pertinencia.— A modo de breve ilus-


tración, veamos la incidencia de ese paradigma en Eco, uno
de los autores con opiniones más matizadas en la corriente
irénica contemporánea.
Él defiende naturalmente el sentido literal: en su criterio
existe «un sentido literal de los ítems lexicales, aquel que los
diccionarios registran en primer lugar, aquel que el hombre
de la calle citaría de inmediato si se le pidiera el sentido de
una palabra dada» (1994, pág. 12; véase también el parágrafo
titulado «Defensa del sentido literal», págs. 33-35).
Eco recupera el principio según el cual la interpretación
debe ser puesta en marcha cuando las máximas conversacio-
nales son violadas22. Así, «se decide interpretar una secuencia

21
Ese principio recupera el principio de economía ya formulado por
Maupertius en su Cosmologie [Cosmología] de 1750 para balancear la pro-
videncia divina y que, por lo demás, fue invalidado poco después por la
lingüística histórica y comparada. No obstante, el principio de economía
no es desconocido en hermenéutica y se le encuentra, por ejemplo, en Dan-
nhauer, el primero en formular el principio de una hermenéutica general
(Idea Boni Interpretis, Strasbourg, 1630; Hermeneutica sacra, Strasbourg,
1654); pero encuentra su lugar verosímilmente por medio del aristotelismo
paduano que se desarrolló a partir del estudio de Galeano (cf. Thouard, en
prensa): la economía consiste en un buen equilibrio global, a imagen de la
salud orgánica —y no se define como un principio de beneficio inmediato,
como en la filosofía anglo-sajona contemporánea.
22
Según Grice, una contribución es cooperativa si respeta o viola osten-
siblemente las máximas de conversación. Dichas máximas son las siguien-
tes: las dos sub-máximas de cantidad, (i) «dad tanta información como sea
necesaria» y (ii) «no deis más información que la requerida»; la máxima de
calidad («que vuestra contribución sea verificada»), que se declina en dos
sub-máximas, (i) «no afirméis lo que creáis ser falso» y (ii) «no afirméis
aquello de lo que no tenéis prueba»; la máxima de relación («sed pertinen-
te»); por último, la máxima de manera «sed claro», declinada en cuatro
sub-máximas: (i) «evitad las oscuridades», (ii) «evitad ser ambiguo», (iii)
«sed breve» y (iv) «sed ordenado».

[142]

Artes y ciencias del texto.indb 142 15/12/11 11:44:53


de enunciados como un discurso alegórico únicamente porque
ella violaría de otra manera la regla conversacional de la im-
portancia (Grice, 1967): el autor cuenta con demasiados deta-
lles los acontecimientos que no parecen esenciales al discurso
y, en consecuencia, induce a pensar que sus palabras tienen un
segundo sentido» (Eco, 1994, págs. 154-155). ¡Este sería el
caso de Dante desde el tercer verso de La Divina Comedia!
La teoría de los mundos posibles permite salvar la referen-
cia, que entonces se vuelve simplemente ficcional. La inter-
pretación «representa el mundo posible diseñado durante la
interacción cooperativa entre el texto y el Lector Modelo». En-
seguida esta interpretación es confrontada al «mundo actual o
real», definido amablemente así: «Lo que se llama mundo ac-
tual es aquel al que nos referimos, con razón o sin ella, como
siendo el mundo descrito por la Encyclopaedia Universalis o
por Le Monde» (1994, pág. 214). La referencia se constituye
así con recurrencias a la doxa, tal cual ella aparece en esos
escritos.
Como la interpretación es cuestión de conocimiento, la os-
curidad solo procede de una difícil transacción de competen-
cias: «Todo acto de lectura es una transacción difícil entre la
competencia del lector (el conocimiento del mundo compar-
tido por el lector) y el tipo de competencia que un texto dado
requiere para ser leído de manera económica» (Eco, 1994,
pág. 63). Esta opinión parece haber sido acuñada en el rin-
cón del buen sentido y es con pleno derecho que Eco acude
frecuentemente al sentido común (cf. 1992, pág. 39 y 1994,
pág. 234, la relación establecida entre economía, el princi-
pio del menor esfuerzo, el sentido común y el enfoque en un

Definidas a priori, las máximas de Grice no son generales, pues no


son obtenidas de un estudio comparativo de las «conversaciones» en las
diferentes culturas —se olvida, por otro lado, que la conversación es un
género o, más precisamente, una clase de géneros que no tiene las mismas
normas según las sociedades. Esas máximas, generalmente contradichas,
están exentas de cualquier sospecha: los enunciados que las observan las
aplican tanto como aquellos que no las observan. Por lo tanto, ellas escapan
a todo contra-ejemplo, pero quedan como un ejemplo excelente del irenis-
mo comunicativo: por su enunciado mismo, se comprende que el lenguaje
debe decir la verdad, que la información es cuantificable y que puede ser
dosificada exactamente. La noción de cantidad de información no tiene,
sin embargo, ningún sentido fuera de la teoría estadística que la originó y
que solo puede calificar las probabilidades de aparición de caracteres o de
cadenas de caracteres.

[143]

Artes y ciencias del texto.indb 143 15/12/11 11:44:53


acuerdo colectivo). Sin embargo, la noción de competencia
no explica nada: ella evoluciona sin cesar y la interpretación
la crea en la medida en que ella lo permite. Hablar de cono-
cimiento en la materia supone que comprender consiste en
remitirse a lo ya conocido, y no a enterarse en el seno de una
práctica. La oscuridad se reduce, entonces, a un desacuerdo
entre presupuestos.
Por añadidura, lo que el texto postula para ser leído de
manera económica no es necesariamente lo más simple: para
encontrar una lectio facilior válida, hay que tomar a menudo
la vía más difícil, la de la reconstrucción histórica. Finalmente,
como la economía resulta del principio del menor esfuerzo, no
maximiza las interpretaciones —la aproximación griceana no
ha producido, a mi entender, ninguna interpretación de texto
que haya aportado algo nuevo. Las lecturas «económicas», so-
bre todo cuando se aplican a autores como Dante, no parecen
ser productivas.

Crítica del irenismo.- El régimen de la claridad es así rei-


vindicado por las teorías irenistas, en otras épocas, por el pie-
tismo y las luces, hace poco, por la cibernética informacional
y las teorías de la comunicación23. El neokantismo de Grice
introduce en el irenismo moderno la noción de economía, pu-
ramente cuantitativa aunque sin ninguna métrica. A fin de
cuentas, el principio de economía casi no es observado por
sus seguidores, pues hacen grandes esfuerzos por recobrar un
sentido literal, no sin dejar de presentarlos como efecto de una
facilidad natural.
Antes del romanticismo, las hermenéuticas reformadas se
conformaban con el postulado tradicional de la claridad. Las
primeras críticas teóricas del irenismo hermenéutico fueron
formuladas por F. Schlegel y Schleiermacher24. Su reflexión,

23
El irenismo moderno en materia de interpretación procede, sin duda,
de la idea kantiana —prometida al éxito universitario, al menos en las fa-
cultades de teología— de que la religión puede ser contenida en los límites
de la simple razón.
24
Según Scheleiermacher, el irenismo procede de una máxima laxista
y aludiendo apenas a F. Schlegel, se le puede resumir en dos postulados:
«Postulado de la comunidad: todo aquello que es verdaderamente bueno,
grande y bello, es inverosímil, pues es extraordinario y al menos sospechoso.
Axioma de la costumbre: como sucede en casa y en torno a nosotros, ello
siempre ha debido ser así, ya que todo eso es muy natural» (Lycée, § 25).

[144]

Artes y ciencias del texto.indb 144 15/12/11 11:44:53


de inspiración tanto filológica como filosófica, se ejerció de
manera no sistemática en tres direcciones:

• Contra la doxa, fuente del prejuicio y de la claridad con-


veniente que de allí emana, se emplea la paradoja: así,
el Witz en Schlegel reviste una función metafísica;
• Contra el prejuicio según el cual una claridad global
envolvería las oscuridades locales, Schleiermacher no
otorga ningún privilegio a los pasajes pretendidamente
claros y por lo tanto no se concentra en los puntos de
oscuridad;
• Por último, a la ontología de tradición parmenidiana
que implícitamente funda la isonomía de los textos,
Schlegel opone una ontología contradictoria y proble-
mática, de tradición heracliteana, que introduce un
tema polémico en la hermenéutica.

No siendo el sentido inmanente al texto sino a sus prácticas


de interpretación, debe ser remitido a ellas. Así, el sentido no
es literal, es la lectura la que lo es, a veces con razón cuando se
ejerce a propósito de los géneros y de las prácticas literalistas.
Pretender la claridad es adoptar una estrategia literalista para
disolver la oscuridad. Se podría objetar, no obstante, que lo
oscuro es solo lo difícil y que la dificultad es la suerte de toda
interpretación. La oscuridad concretizaría, entonces, el recha-
zo tanto del concepto de interpretación como del esfuerzo
crítico para medir nuestra ignorancia.
Toda interpretación consiste en un recorrido; de este modo,
para pasar de una palabra interpretada a su vecina que no
lo es todavía hay que propagar por presunción los rasgos ya
actualizados, y/o hacer un rodeo por los interpretantes que
dependen de la doxa (entre ellos los topoi, que son los axio-
mas normativos) y otros textos conocidos en el corpus. Un
texto parece fácilmente legible y claro cuando los tres tipos de
interpretantes25 obtenidos de pasajes anteriores del texto, de
topoi y de pasajes del intertexto devienen, a la vez, accesibles
y no contradictorios.
La previsión es principalmente tarea de la doxa: un texto
‘endójico’ [endoxal] parecerá más «claro» que un texto ‘para-

25
Los interpretantes solo son identificados y aislados como momentos
del recorrido.

[145]

Artes y ciencias del texto.indb 145 15/12/11 11:44:53


dójico’ [paradoxal]. Ello explica que las doxas más normadas,
las de las disciplinas científicas, permitan volver muy claros,
pero solamente para los expertos, los textos que dependen de
ellas; por ejemplo, en el plano léxico no se lamenta más, en
principio, ni la polisemia ni el equívoco.
Por regla general, los textos claros no contradicen lo que
se espera de ellos, o sea, los prejuicios vigentes26. De esta ma-
nera, la hermenéutica de la claridad es solo una hermenéutica
‘endójica’ [endoxal] que conviene a las colectividades seguras
de sus razones (académicas, teológicas, etc.) y se beneficia con
todas las seducciones dogmáticas de la evidencia.
Esta hermenéutica ve, en general, deficiencias en las difi-
cultades. Así, los textos que imponen o requieren recorridos
interpretativos complejos, no conexos, ramificados, indefini-
dos, en lazada, serán rechazados como ilegibles o normaliza-
dos; por ejemplo, se persiste en explicar las Iluminaciones27
por el crepúsculo.
Recordemos cuán reductoras son esas estrategias que to-
man como ejemplo el resumen en su forma extrema y hacen
del relato la expansión de una frase llamada macroproposi-
ción (según el modelo proposicional formulado no hace mu-
cho por van Dijk y Kintsch). Genette afirmaba paralelamente:
«La Odisea y En busca del tiempo perdido solo amplifican (en
sentido retórico) de alguna manera enunciados como Ulises
retorna a Ítaca o Marcel deviene escritor» (1972, pág. 75).
Esta estrategia se dirige evidentemente a un prosaísmo, me-
diante un retorno a la cuna de la doxa. Riffaterre resume así
Les Bijoux [La joyas] de Baudelaire: «Ella mostraba poses eró-
ticas para excitarme» (cf. 1979, págs. 45-60), transponiendo
en fantasma universitario benigno un canto sobre el adorno
de la Sulamita y la nuditas criminalis28.
Las hermenéuticas de la claridad transforman, entonces,
los misterios en problemas y los problemas en soluciones pro-
saicas. Sin embargo, suprimir la dificultad no es resolverla y al

26
Véase la teoría psicológica de la disonancia cognitiva, por la cual
Festinger confirmó experimentalmente que se rechaza o se descuida las tesis
que no concuerdan con las ideas aceptadas.
27
El poemario Illuminations (1886) de Jean-Arthur Rimbaud (1854-
1891). [T.]
28
Opuesta a la inocente nuditas naturalis como a la indigente nuditas
temporalis, esta desnudez se adorna con joyas como se le ve de Cranach a
Manet y hasta van Dongen.

[146]

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no reconocer ningún lugar a la oscuridad, se corre gran riesgo
de caer en un discreto oscurantismo.

4.2. Regímenes de la oscuridad

Como sugiere Denis Thouard, es conveniente distinguir en-


tre el régimen hermenéutico de la oscuridad y los usos retóricos
de la oscuridad. La oscuridad hermenéutica, constante, difundi-
da por doquier, sigue siendo difícil de especificar. Al contrario,
en una práctica dirigida a la persuasión, la oscuridad retórica
es puntual, local, y apunta a la emoción, a la intimidación e in-
cluso a la conmoción. Sin embargo, dado que tiene sentido por
su diferencia, es compatible con el régimen general de la clari-
dad —gracias a lo cual también ha podido ser admitida por la
problemática lógico-gramatical que, sin reconocer sus razones,
reduce sus efectos mediante el retorno al sentido literal.
Se podrá objetar, por cierto, que una oscuridad local, en un
punto crucial, puede proyectarse al conjunto del texto. Pero
la oscuridad retórica está condicionada mientras que la os-
curidad hermenéutica condiciona toda acción interpretativa,
siendo preciso entonces remitirla a lo que F. Schlegel llamaba
la no-comprensión positiva.
Se comprende de hecho con el nombre de oscuridad todo
tipo de dificultades que pueden agruparse en tres secciones
principales:

(i) La oscuridad de lo distante: la situación socio-histó-


rica de la génesis del texto y la de su interpretación
se hallan muy alejadas en el tiempo y/o en el espacio
para permitir reconstruir los interpretantes externos
al texto.
(ii) La oscuridad de lo implícito: una reconstrucción in-
terna del recorrido interpretativo es necesaria, pero
falta por saber si es posible.
(iii) La oscuridad de lo oculto: algo esencial no es dicho
(por ejemplo, en Faulkner) y no puede ser dicho (así,
Dante en el Paraíso usa pretericiones para lo que
excede al lenguaje y al hombre).

Desarrollemos este último punto. Todas las oscuridades


no valen lo mismo, ya que las estrategias de oscuridad son
diversas y es oportuno discernir sus factores:

[147]

Artes y ciencias del texto.indb 147 15/12/11 11:44:53


(i) Las funciones de la oscuridad: crear una elite, cuan-
do una declaración solo debe ser comprendida por
aquellos a quienes se les destina; elevar al lector me-
diante una ascesis; revelar lo que no puede ser dicho
bajo el régimen de la claridad, porque sería encegue-
cedor, o solo se le puede adivinar.
(ii) Las estructuras textuales, características de los textos
oscuros, son las que crean recorridos interrumpidos
o, al contrario, insaturables dada su polivalencia, in-
decidibles por ser equívocos, etc.
(iii) Los tres modos, genético, mimético y hermenéutico,
de los cuales procede ese tipo de estructura.

La mímesis particular de lo oscuro es fragmentaria, pues


destruye la doxa, es decir el «mundo», y sin embargo no cons-
truye otro allí. Tampoco es considerada como referencial ni es
medida con la vara de la verosimilitud, menos aún con la de la
verdad factual. Generalmente esta mímesis se vincula con una
revelación reservada a la elite de aquellos que, al superar las
dificultades interpretativas, habrían hecho el esfuerzo de mos-
trarse dignos de ella. En el plano hermenéutico resulta una
situación de iniciación del lector y, por lo mismo, una drama-
tización de la lectura que puede convertirse en una búsqueda
o una ascesis. La mímesis traduce a menudo la incidencia de
una ontología singular de la cual depende la legibilidad, ya que
se crea el mundo como el texto, incluso por él. Así, para leer
Heráclito o Friedrich Schlegel, que escenifican las ontologías
de la contradicción e incluso del caos, la dificultad se vuelve
un asunto principal.
El régimen de la oscuridad es el de la distancia, tanto en
relación al texto como en relación a uno mismo en la práctica
crítica. En este caso, la oscuridad no es un defecto de comu-
nicación sino una comunicación de modo distinto, el de una
transmisión que puede ser también la herencia de un enigma.
Ello ocurre, por ejemplo, con los tres pasajes de los Evangelios
que relatan el hecho de que Jesús se puso a explicar sus pro-
pias parábolas pero —corriendo el riesgo de entristecer a los
profesores de hermenéutica— solo aclara un enigma a cambio
de otro enigma.
Las dos fuentes tradicionales de la claridad son la Ley na-
tural y la Gracia, al menos cuando se piensa que Dios practica
la accommodatio retórica. Pero desde que esas fuentes se ago-
tan, la oscuridad se acrecienta. Así, un escepticismo no objeti-

[148]

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vista que retrocedería en relación a las dos formas mayores de
la trascendencia, el Mundo y Dios, conduciría inevitablemente
al régimen interpretativo de la dificultad.
A esas dos fuentes de la claridad les corresponden, ac-
tualmente, dos modos de la presencia: por un lado, el modo
subjetivista de la fenomenología y, por otro lado, el modo ob-
jetivista del positivismo lógico y del cognitivismo ortodoxo.
La presencia funda una hermenéutica de la claridad, cuando
la interpretación se limita a disipar lo que todavía la vela. En
efecto, la presencia atestigua la inmanencia del sentido en el
Ser. En lo concerniente al lenguaje oral, la presencia reviste
dos figuras: en el modo objetivista, la evidencia de los estados
de cosas en el hic et nunc de la interlocución; en el modo
subjetivista, la prueba inefable de la voz, en la conmoción del
encuentro.
Al contrario, el modo de la ausencia es el de la huella,
siempre problemática, y de la distancia histórica que la filo-
logía reflexiona. El texto escrito, constitutivamente privado
de la presencia, instaura una distancia que rechaza ese modo
compulsivo y no reflexivo de interpretación que llamamos cla-
ridad.
El modo revelador, alegórico, de la interpretación procura,
entonces, superar la ausencia para restaurar la presencia29;
en ello estriba, por ejemplo, una ambigüedad de la imagen,
convertida en icono desde el momento que acompaña a su
prototipo.
Si nos alejamos de la metafísica de la luz tan impuesta en
la tradición occidental, tanto la claridad como la oscuridad se
doblegan ante el régimen de la dificultad. Los dos regímenes, el
de la oscuridad y el de la claridad, quedan igualmente enigmá-
ticos para quien no comparta la concepción representacional
del lenguaje. Como heredamos de la filología y de las ciencias
históricas una problemática crítica, conservamos el régimen
único de la dificultad que puede concebírsele de dos maneras,
erística o polémica. En el modo polémico, de tradición heide-

29
El filósofo Salustio afirmaba: «los mitos imitan a los dioses en cuanto
a lo proferible y a lo no proferible, a lo visible y a lo invisible, a lo evidente
y a lo escondido» (De las cinco especies de mitos y ejemplos de cada uno) y
«el mundo mismo es un mito, ya que los cuerpos y las cosas son aparentes
en él y las almas y las inteligencias están allí ocultas» (Sobre los mitos que
son divinos y por qué), cf. F. Cumont, «Salluste le Philosophe» [Salustio el
filósofo], Revue de philologie, XIV, 1892, págs. 49-56.

[149]

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ggeriana, hay que violentar al texto; de ahí el antinomismo de
Paul de Man y de los desconstruccionistas norteamericanos.
En el modo erístico, la interpretación requiere un esfuerzo, su
éxito no está garantizado y, aun menos, no es definitiva debido
a que ciertas estructuras textuales son insaturables y, como lo
enfatizaba F. Schlegel, debido también a que una obra clásica
no puede ser jamás completamente comprendida.

4.3. Ilustración: la claridad de Heráclito

Heráclito es considerado el parangón de la oscuridad. Haya


dicho lo que haya dicho Heiddeger que, a decir verdad, se
apoyaba con entusiasmo en una edición dudosa, no se puede,
sin incurrir en ligereza filológica, plantear a propósito de la
obra de Heráclito la hipótesis de una ontología ni ciertamente
de una anti-ontología.
Desde que se sale de la ontología habitual de la claridad
doxal, se discierne mejor el lenguaje, en primer lugar, el de la
filosofía30. El hecho de que después de Kant el estilo almido-
nado de las cancillerías haya dominado de facto la filosofía
trascendental, no trae aparejado que la filosofía se oponga a
la poesía como una prosa. Los intentos sin duda antitéticos
de Heidegger y de Merleau-Ponty —cuya Prosa del mundo
restituye la polisemia de la palabra prosa— están allí para
recordárnoslo.
En el dominio de la expresión como en el del contenido, se
podría oponer la isonomía de Parménides a la heteronomía de
Heráclito. Sin duda, esta oposición corresponde a dos modos
distintos de impresión referencial, el realismo empírico y el
antinomismo (cf. el autor, 1992b). El primero, irénico, supone
una función representacional del lenguaje; el segundo, polémi-
co, crea los universos contrafactuales y contradictorios entre
ellos. Los regímenes interpretativos de la claridad y de la oscu-
ridad podrían ser remitidos a esos dos modos miméticos.
Ahora bien, en la tradición occidental, el discurso filosófico
conoce dos grandes tipos, el discurso argumentativo y el dis-
curso revelacional, que parecen oponerse de la siguiente mane-
ra: al primero le toca la claridad y lo transmisible; al segundo,
la oscuridad cuando no el esoterismo. Los dos pretenden desde

30
Cf. el autor, 2001a.

[150]

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luego la verdad, pero ¿cómo una verdad puede ser oscura? He-
ráclito escribe, a propósito del Oráculo de Delfos, esta fórmula
célebre: Outé legei, outé kryptei, alla semainei [no revela ni
oculta, pero significa]. El sentido escapa, entonces, a las oposi-
ciones entre lo evidente y lo oculto, lo claro y lo oscuro.
El escándalo más profundo del texto heracliteano no con-
cierne, sin duda, a su legendaria oscuridad, sino a su claridad,
enfatizada por varios autores antiguos, especialmente Dióge-
nes Laercio. Más exactamente, a la mezcla o alternancia de
claridad y oscuridad: ni la una ni la otra, en efecto, no son
por ellas mismas tan fascinantes como su mezcla, de donde
indudablemente procede el merecido éxito de géneros como
la parábola, que dicen del modo más claro posible que hay
que buscar alguna cosa más allá de la claridad. Así, el texto
no señala al lector ninguna posición a la cual pueda atenerse.
Obligado a cambiar siempre, el lector se ve sometido por un
patetismo interpretativo, obligado a buscar la claridad en los
pasajes oscuros pero también la oscuridad en los pasajes cla-
ros, sin jamás poder fiarse de lo que encuentra. Fascinado de
esa manera, es sojuzgado por el narrador; la dramatización
implícita de la enunciación representada no es más la irénica
del don y de la recepción sino la polémica de la decepción. En
el caso de Heráclito, ¿se trataba de una voluntad de iniciación
de parte de un sacerdote de la Artemis de Éfeso? La angus-
tia del lector podría ser efecto de formas semánticas notables
como el doble hipálage indecidible y otras figuras ambiguas
(cf. Mouraviev, 1996; el autor, 2001c).
Ciertamente, se podría definir el efecto de la verdad poé-
tica por el isomorfismo entre el plano del contenido y el de la
expresión; por ejemplo, dos quiasmos, fonético y semántico,
pueden corresponderse. El «espíritu» significado se vincula así
indisolublemente con el «cuerpo» significante, de lo cual sin
duda se desprende la función de la poesía en toda revelación.
Pero a la verdad como isomorfismo, Heráclito opone de hecho
el trastorno oracular de las contradicciones estructuradas en-
tre contenido y expresión. Consideremos ahora el efecto parti-
cular de esas relaciones polémicas en ciertos fragmentos. Una
mímesis específica abandona la presencia del canto poético
por la distancia de lo escrito. Mientras que Parménides escribe
en verso un poema que pasado el exordio nos parece prosaico,
Heráclito escribe en prosa lo que hoy llamaríamos poesía. Él
no podía escribir en verso, ya que su texto debería haber sido
oral —no se imaginaba, en ese entonces, la poesía sin canto ni

[151]

Artes y ciencias del texto.indb 151 15/12/11 11:44:53


música. Pues bien, la dinámica de su polivalencia se sustenta
en lo escrito, por ejemplo, la doble acentuación de bios en el
fragmento B 34 (sobre el nombre del arco, arma de muerte,
que también significa la vida) hace imposible una vocalización
única. Además, muchas técnicas poéticas que emplea Herácli-
to serían imposibles o imperceptibles sin la permanencia de
lo escrito, por ejemplo, los palíndromos, anagramas y otros
procedimientos descubiertos por Mouraviev.
Por último, Heráclito censura a Hesíodo (frag. 57), estima
que Homero y Arquíloco merecían varazos (frag. 42) y fus-
tiga a los aedas de plaza (frag. 104); desconfía de los oídos
más aún que de los ojos (frag. 101a), piensa que el logos es
cosa del alma (frag. 115). Todo ello lleva a la misma vía: el
rechazo de la voz cantada de la poesía. Se sabe, también, que
Heráclito, hecho rarísimo, no enseñó sino que simplemente
depositó su libro en el templo de Artemis. Si buscó una poesía
sin oralidad, por lo tanto escrita y en prosa, puede que sea el
primer escritor, en sentido moderno, escritor de un escrito sin
comunicación ni transmisión oral. Al menos encontramos en
los fragmentos que nos quedan la indistinción de lo claro y
de lo oscuro que preexistía a la hermenéutica de las grandes
religiones reveladas.

4.4. Proposiciones

A la oposición de lo claro y de lo oscuro corresponden, a


no dudarlo, dos paradigmas semánticos, el de la significación
y el del sentido: el primero centrado en la palabra, el segundo
en el texto. Sus planteamientos no tienen la misma amplitud y
Spinoza nota justamente que nos dedicamos más a modificar
o deformar el sentido de un texto que la significación de una
palabra31.
Su historia es contrastada y en relación con ella se podría
oponer la interpretación gramatical y la interpretación alegó-
rica, la filología y la hermenéutica, la letra y el espíritu, etc.
Actualmente, en el seno mismo del positivismo lógico, la opo-
sición entre significación y sentido devino en la oposición del
sentido literal y del sentido derivado que preside el reparto en-
tre semántica veridictoria y pragmática de la comunicación.

31
Cf. Tratado teológico-político, cap. VII.

[152]

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El emplazamiento mismo del intérprete difiere según la
problemática, como lo sugiere Eco cuando afirma que «el in-
térprete —como protagonista activo de la interpretación— es
ciertamente presupuesto en el transcurso de un proceso de co-
municación (yo digo rosa a alguien, y ese alguien comprende
que yo entiendo ‘flor roja’). Pero este intérprete no se encuen-
tra necesariamente en un sistema de significación, es decir, en
un sistema de instrucciones que hace corresponder ‘flor roja’,
como interpretante correcto, a la expresión rosa» (1994, p
239). Sea lo que fuere respecto a la oposición comunicación/
significación, la concepción codificadora de la significación
hace superfluo al intérprete.
Tomarlo en consideración parece, al contrario, indispen-
sable, ya que él es el agente de una práctica situada que de-
termina, con los recorridos interpretativos, la producción del
sentido. Se debe reconocer que el sentido no está ni en el
objeto (texto) ni en el sujeto (intérprete), sino «en» su aco-
plamiento, en el seno de una práctica social. Para el intér-
prete como para el enunciador se imponen dos coacciones
in praesentia, la situación y el contexto, y dos coacciones in
absentia, el género y el intertexto. Esas coacciones tienen un
alcance semiótico general y se extienden a todos los objetos
culturales.
En el plano micro-semántico mismo, la oposición entre
significación y sentido corresponde a dos tipos de semas.
Desde el momento en que el contexto no lo contradice, los
semas inherentes son actualizados bajo el régimen de la cla-
ridad, pues son heredados por defecto del tipo en la ocu-
rrencia; tienen un cometido central para las teorías de la
claridad, ya que ellos «expresan claramente la idea», en la
medida en que corresponden al tipo léxico tal cual es fijado
por la doxa vigente. Al contrario, la actualización de los
semas aferentes requiere del rodeo mediante los interpretan-
tes contextuales o externos (situacionales o intertextuales).
Ellos son, en consecuencia, primordiales para las teorías de
la oscuridad, tanto más cuanto que la longitud y la com-
plejidad de los recorridos interpretativos no es limitable a
priori.
Pese a ello, una semántica interpretativa no debe oponer
sus modos de actualización; de hecho, la distinción en-
tre semas inherentes y aferentes concretiza en el plano micro-
semántico las diferencias entre facilidad (claridad) y dificul-
tad (oscuridad) en términos de complejidad de los recorridos,

[153]

Artes y ciencias del texto.indb 153 15/12/11 11:44:53


entre los cuales no se reconoce una diferencia de naturaleza
sino de grado32.
En semántica, la oposición de la claridad y de la oscuridad,
de la denotación y de la connotación, encuentra su solución en
la tipología de los recorridos interpretativos. Las lecturas que
tienden a la sub-interpretación literalista privilegian los rasgos
inherentes; las que sobre-interpretan multiplican los rasgos
aferentes en las lecturas crípticas, derivativas o deseadoras.
Si se plantea ahora el problema de la interpretación ya no
en el plano más local sino en el más global, se puede oponer
las estrategias de elucidación y de enigmatización. Las difi-
cultades interpretativas aparecen, entonces, como aplicacio-
nes de esas estrategias33. Ellas difieren según los géneros y
los discursos. Por ejemplo, el acertijo o la novela policial se
mantienen bajo el régimen de la dilucidación: se busca una
solución única y garantizada, cuya existencia se conoce pero
no su tenor. Al contrario, la parábola resulta de una enigmati-
zación: se sabe que hay que buscar, pero que no hay solución
única y garantizada. De esta suerte, el régimen mismo de la
elucidación difiere según se trate de aclarar o de esclarecer, de
disipar la oscuridad o circunscribirla.
En resumidas cuentas, ya sean genéticas o interpretativas,
al fin y al cabo las estrategias de elucidación conducen al texto
hacia un ideal terminológico que ponga fin tanto a la polisemia

32
La semántica interpretativa tiene correlatos psicolingüísticos a nivel per-
ceptivo. Incluso la balística ocular, aunque reputada automática e inconsciente,
parece depender de un régimen interpretativo. Por el modo de escrutinio de la
palabra, bajo el régimen de la claridad, el punto de escrutinio de la fóvea, cuyo
ángulo es igual a 2%, se sitúa luego del centro de la palabra y se puede inferir de
ello una verificación tardía de la anticipación; al contrario, bajo el régimen de la
oscuridad, el punto de escrutinio se sitúa en el centro de la palabra, incluso al
comienzo (cf. Lavigne-Tomps, 1996). En cuanto a los caracteres cualitativos de
la fijación, ellos se oponen por las fijaciones cortas y poco numerosas a las fija-
ciones largas y numerosas. Los comportamientos oculomotores dependen así de
los tipos de recorridos interpretativos locales, que corresponden a los regímenes
hermenéuticos de lo claro y de lo oscuro. Se puede deducir que la percepción
misma del significante depende del modo de tratamiento del significado y con
ello de los modos mimético y hermenéutico del texto.
33
Así como las lenguas de arte son «mises en abyme» del intertexto,
cada una de sus palabras remite, por lo común de manera polémica, a una
alta tradición. [La especialización de «abyme», que en heráldica francesa
designa el centro del escudo (1671), inspiró al novelista André Gide la ex-
presión «mise en abyme» que, a la vez que restablece la etimología, remite a
un procedimiento de repetición en espejo del sujeto o de la acción]. [T.]

[154]

Artes y ciencias del texto.indb 154 15/12/11 11:44:53


como al equívoco, y transforme su «sentido» en significaciones
consideradas denotativas, en uno u otro mundo. La claridad
resultante supone la no contradicción del mundo representado.
Es hacia ese ideal que tienden los textos científicos, por lo menos
aquellos que reflejan los principios del positivismo moderno.
Una hermenéutica filológica puede formular la hipótesis de
que los textos no significan menos por sus pasajes tenidos por
oscuros que por los pasajes considerados claros. La dificultad
incita especialmente a multiplicar los recorridos interpretativos;
por lo tanto a multiplicar las tentativas y a aumentar el sentido
en proporción de las conexiones establecidas por la lectura. De
este modo se comprende mejor las estrategias educativas de la
oscuridad y la dificultad de los textos de revelación. Allí donde
son claros, se sabe que no hay que comprenderlos según la le-
tra; allí donde son oscuros, revelan al lector sus límites, aun los
de toda lectura, por una especie de intimidación hierática. Toda
revelación queda velada, ya que la oscuridad que la envuelve no
es para ella un obstáculo, sino que la constituye.
No obstante, los textos que parecen accesibles y pretenden
la claridad, como los del clasicismo francés, por su complejidad
estructural podrían también ser clasificados entre los textos di-
fíciles. El régimen general y único de la dificultad que hemos
reconocido anteriormente corresponde al reconocimiento de
la complejidad, tanto así que la oposición entre lo claro y lo
oscuro debe ser superada por el estudio de los grados de com-
plejidad. De hecho, los textos complejos, ya parezcan claros u
oscuros, son susceptibles de ser indefinidamente releídos, dado
que en cada época de la historia como en cada momento de la
vida, se les puede encontrar por recontextualización un sentido
nuevo que no contradice su estructura. Así, la interpretación
no anula la dificultad; la precisa, sin hacerla desaparecer. La
interpretación no suspende la dificultad, y lo que ha sido escla-
recido sin embargo no deviene claro, pues la consciencia de la
complejidad no se confunde con la simplicidad.
Como aquí no se trata de recetas, el problema de la meto-
dología no es evidentemente neutro respecto de las precon-
cepciones del lenguaje ni de la deontología que, aunque sea
negada, acompaña necesariamente las prácticas interpretati-
vas. Se puede formular tres recomendaciones:

(i) Que la interpretación caracterice lingüísticamente


sus propios procedimientos y que extienda así la crí-
tica filológica a la hermenéutica misma.

[155]

Artes y ciencias del texto.indb 155 15/12/11 11:44:53


(ii) Que por respeto filológico rechace la evidencia como
la violencia, formas irénicas o polémicas de la buena
conciencia.
(iii) Que la interpretación problematice su relación con
la práctica social donde se ubica, pues solo puede ser
comprendida en relación a la práctica que le ha dado
lugar (incluso en esta práctica).

Si por falta de un dogma no nos corresponde discernir aquí


lo bueno de lo malo, propongamos en cambio algunos criterios
para caracterizar una lectura «interesante». Comencemos por
los criterios negativos: en general, una lectura «sin interés»
solo lee los pasajes, reducidos a los puntos del texto, sin casi
preocuparse por el contexto, la textualidad o la intertextuali-
dad; concibe lo global como extensión de lo local; utiliza los
códigos que transforman al texto en todo o en parte, según el
modelo de desciframiento34 o de lo que se llama interpretación
sintáctica, en la acepción formal del término; no caracteriza el
texto en relación a otros textos; parte de preconcepciones para
ilustrar una teoría sobre el lenguaje o el arte, una tesis sobre el
autor o la escritura, incluso sobre el lector o la lectura.
Al contrario, una interpretación «interesante» obedece en
general a cuatro tipos de obligaciones.
Obligaciones críticas.— Su metodología es explícita. Satis-
face los imperativos filológicos que tocan no solo la lengua sino
la historia. Se adapta a las convenciones del género textual.
Obligaciones hermenéuticas.— Ella observa o construye
en el texto algo todavía inadvertido pero que no podrá ser
luego descuidado: enriquece los recorridos interpretativos e
incluso traza uno que sea ejemplar. Trata finalmente con tino
el lugar de lo que no ha visto.
Obligaciones históricas.— Ella recusa o integra otras lec-
turas35. Origina otras interpretaciones: entra en la historia del

34
En la práctica, los métodos de interpretación del texto que se centran
en el signo no permiten dar cuenta de la textualidad: las lecturas simbólicas
diversas que crean metáforas in absentia, el uso de «claves» psicoanalíticas o
aun el anagramatismo tienen en común el hecho de resumir el texto a un signo,
o a algunos, del cual o de los cuales el texto solo sería el despliegue. Dichos
métodos casi no tienen en cuenta la variedad interna y externa de los textos.
35
«La lectura diestra consiste en lo que se lee con otros, incluso se trata
de leer también la lectura de los otros» (F. Schlegel. Fragmentos sobre la
poesía y la literatura, II, pág. 699).

[156]

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texto, a menudo en ruptura con esta historia, pero inaugura
en su seno un linaje interpretativo. Incluso lleva a modificar
la interpretación de otros textos.
Obligaciones éticas.— Ella compromete a su autor, que
debe asumir una deontología. No pretende ser la única posible
ni la mejor, la más económica o la más exhaustiva. Transfor-
ma, finalmente, la simple necesidad de comprender en deseo
de interpretar36.
Uno de los problemas más delicados es el ético, dado que
una interpretación puede legítimamente pretender la validez,
aun la verdad, proponerse como la mejor posible en un mo-
mento dado y ser reconocida como tal. En especial, la inter-
pretación de los documentos históricos puede recusar así las
pretensiones del revisionismo, ya que el carácter crítico del
método histórico permite precisamente evitar el descrédito
con que lo amenazan los falsarios.
Sin concluir estas reflexiones exploratorias, tenemos ahora
la posibilidad de distinguir tres formas de ilegibilidad. No vol-
vamos sobre la primera, creada por el prejuicio laxista de la
claridad. La segunda resulta de un límite trascendental que es
preciso trazar de nuevo retornando a la lectura schlegeliana de
Kant. Más allá del magisterio dogmático de una Iglesia, la cues-
tión de los límites de la interpretación deriva históricamente,
en efecto, del criticismo filosófico de Kant: «En su Crítica de la
razón pura, no solamente postuló la imposibilidad de compren-
der sino que sancionó metódicamente esa imposibilidad»37. Si
Kant no la radicalizó es debido en parte a que no tematizó el
problema del lenguaje, simplemente porque postulaba su cla-
ridad y lo consideraba clásicamente como un medio de conoci-
miento. Para Schlegel, en cambio, la incomprensión se debe sin
duda a la naturaleza poética del lenguaje, postulada por Vico,
Herder y Hamann antes que por él. Paralelamente, Schleier-
macher hizo de la duda sobre la posibilidad de comprender la
condición de la hermenéutica, tema desarrollado también por
Humboldt en su teoría de la comprensión.
La tercera forma de ilegibilidad, de naturaleza filológica,
retoma en el seno de las ciencias del lenguaje el tema crítico

36
Una necesidad puede ser satisfecha, un deseo solo puede ser avivado.
El deseo de interpretar el texto concierne al deseo de participar, al comen-
tarlo, en su elaboración y transmisión.
37
F. Schlegel. Kritische Aufgabe, XVIII, pág. 63; trad. en Thouard,
1996, pág. 61.

[157]

Artes y ciencias del texto.indb 157 15/12/11 11:44:53


que Kant precisamente traspuso de la filología de las Luces a
la filosofía trascendental. La hermenéutica filológica reconoce
y privilegia, en efecto, el carácter situado de la interpretación
que la filosofía deplora al hablar de la finitud histórica y subje-
tiva del intérprete, finitud que él puede problematizar sin que
ello suponga reducirla.
Puesto que una obra nunca es comprendida completamen-
te, puede devenir clásica y continuar siendo leída en diferentes
lugares, épocas y civilizaciones. Pero una parte de ilegibilidad
—en esta última acepción filológica del término— permanece
necesariamente, y este límite indefinido nos preserva del in-
finito, evitando que la lectura se detenga un día en una com-
prensión absoluta.
El sentido actual de un texto resulta de su desciframiento
recomenzado y de la confrontación que opone sus interpreta-
ciones transmitidas a las que proponemos hoy. Ciertos pasajes
que nos parecen claros son antiguas oscuridades o más bien
dificultades superadas, pero otros, de los cuales no se decía
una palabra pues parecían evidentes a todos, por ese mismo
hecho devinieron ilegibles con el tiempo.
Si por lo tanto la interpretación incumbe como un deber,
dado que mantiene legibles los textos, ¿quiere decir que cada
lectura acrecienta el libro? Sí, en la medida en que ella misma
acrecienta el corpus de los textos donde cobra su sentido.
Para ir más allá sería necesario entablar una reflexión en
donde la claridad ceda a la lucidez y la oscuridad al oscuran-
tismo; utilizando una imagen, la reflexión haría de la interpre-
tación ese fulgor amenazado pero sereno que deja ver en el
mismo espacio la página del libro y el rostro del lector.

5. EL ALEJAMIENTO DEL SER

Hemos visto cómo las máximas comunicativas de Grice,


inspiradas por un kantismo empobrecido, consideran regu-
larizar todo acto comunicativo38. La semántica interpretativa
rechaza, por su lado, toda pretensión que caracterice trascen-
dentalmente la situación de comunicación y la situación de
interpretación. Sea que se funden en una metafísica, sea en

38
Si el universalismo es la forma suprema del etnocentrismo, su carác-
ter etnocéntrico es menos exorbitante que su pretensión normativa.

[158]

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una física, que coloquen el Ser en este mundo o en otro, es
conocida la función reductora de las caracterizaciones tras-
cendentales39.
Ya sea que se considere el lenguaje una facultad de la especie
o un don divino, las lenguas y los textos no son menos for-
maciones culturales. Los textos proceden de prácticas diferen-
ciadas, indefinidamente variables. Toda interpretación y toda
situación de interpretación pertenecen enteramente a la histo-
ria. Por ejemplo, no se puede comprender las interpretaciones
patrísticas sin remitirlas a los objetivos edificantes de los cuales
proceden, pues las técnicas interpretativas pierden su propiedad
significativa cuando son separadas de sus propósitos40. Ellas se
reducen a recetas, incluso cuando cada tipo de texto requiera
un tipo de interpretación; y si bien no hay interpretaciones per-
fectas, algunas pueden ser tenidas por adecuadas41.
A menos de convertir los textos sagrados en parangones de
todo texto, hay que admitir —si se entra por un instante en la
discusión ontológica— que el lenguaje pertenece por entero
al étant [estar]. Un texto, su situación y la práctica de la que
depende son fenómenos históricos. En el dominio religioso,
algunas formas de teología pretenden, por cierto, reglamentar
la exégesis, pero ello no debe ocuparnos aquí. El terrorismo
heideggeriano y el terrorismo positivista han batallado respec-
to del lenguaje en nombre de dos concepciones opuestas del
Ser y, subsidiariamente, del conocer. Pero el problema de la
interpretación de los textos no fue elucidado, pues la autono-
mía relativa de la semiótica era negada.

39
Al plantear que la situación de interpretación puede ser caracterizada
trascendentalmente, Gadamer (1960, pág. 178) encuentra, por ejemplo, a
David Lewis (1972): el prejuicio ontológico puede unir así la hermenéutica
filosófica con el positivismo lógico.
40
Por ejemplo, los estudios de Compagnon (La seconde main [La
segunda mano], París, Le Seuil, 1978) y de Todorov (Symbolisme et in-
terprétation [Simbolismo e interpretación], París, Le Seuil, 1978) deben
su carácter reductor a una aproximación positivista de la interpretación,
reducida a sus técnicas.
41
A pesar de ser discutible la noción de interpretación perfecta anun-
ciada, por ejemplo, por Schleiermacher, solo tiene pertinencia en teología y
para una exégesis ideal. Algunos quisieran, entonces, arrinconar la herme-
néutica en el Templo (cf. Descombres, 1983); pero ello supone, al parecer,
confundir la exégesis con la teología. La interpretación de los textos sagra-
dos no es una disciplina sagrada; en otras palabras, la exégesis depende de
una semántica de los textos.

[159]

Artes y ciencias del texto.indb 159 15/12/11 11:44:53


Dos formas de realismo, empírico o trascendental, se opo-
nen secularmente, pero comparten el prejuicio de que el sen-
tido es una representación y el lenguaje un instrumento de
representación (cf. el autor, 1992b). En todos los casos, el
lenguaje es desposeído del sentido, que deviene extrínseco:
solo lo encuentra en una relación con «otra cosa», física o
ideal, respecto de la cual el lenguaje cumple únicamente una
función ancilar42.
Sin embargo, el sentido no es una representación ni el len-
guaje un instrumento: es una parte del mundo en que vivimos,
si bien no es ese mundo mismo. Más generalmente, toda on-
tología es metafísica y el materialismo no es una excepción
cuando dispone normativamente sobre el Ser de las cosas.
Sea o no sea una doxa que no quiere reconocerse como tal,
convengamos que el Ser no es el dominio del sentido —y por
ello el lenguaje no puede decir nada sobre él.
El único problema ontológico que se plantea a la herme-
néutica material es, al menos, el de la ontología de lo semió-
tico. Ciertamente este problema no es poca cosa y se puede
trazar dos direcciones para abordarlo:

(i) O bien una ontología diferenciada que haría de lo


semiótico un «estrato del Ser» particular, cuyas rela-
ciones con los otros estratos quedan por elucidar;
(ii) O bien una ruptura con la ontología que llevaría a
asumir que el sentido funda y manifiesta la doxa, y
entonces solo puede percibirse en el seno de prác-
ticas sociales de generación e interpretación de sig-
nos. Preferimos tomar esta segunda dirección que sin
duda se inspira en la tradición retórica.

Como la comprensión trascendental es imposible, la herme-


néutica puede ser unificada con la filología que así se extiende

42
La posición ejemplar de Eco ilustra aquí los límites de la tradición
semiótica. Después de haber mencionado alusivamente, hace tiempo, «el
basamento de la semiótica» que «no puede ser excluido del discurso de
la semiótica sin que resulten lagunas inquietantes en la teoría entera» (cf.
1975, págs. 33-35), nombra finalmente «ese algo que nos lleva a producir
los signos» y que «nos decidimos a llamar el Ser [Essere]», considerado
como «el horizonte, el baño amniótico, en el cual se mueve naturalmente
nuestro pensamiento» (1997, págs. 4-8 passim), ese zócalo duro del Ser que
garantiza los límites de la interpretación (pág. 35).

[160]

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a las condiciones que rodean el texto, en los dos momentos
históricos de su producción y de su interpretación, mientras
que la hermenéutica determina sus incidencias sobre el texto
y los efectos del texto en esos dos momentos históricos. Con
la condición de lograr su historización, la semántica interpre-
tativa podría pretender tener éxito en esta unificación.
Aunque durante mucho tiempo se ha querido oponerlas
como una disciplina de la «letra» a una disciplina del «espí-
ritu», la filología y la hermenéutica se complementan: la fi-
lología recomienda o disuade, incluso prohíbe o prescribe,
pero de manera crítica y no dogmática; delimita el espacio
de interpretación y coacta el recorrido del intérprete pero sin
determinarlo. Ella satisface, de algún modo, el principio de
realidad, mientras que la hermenéutica es atraída, a menudo,
por un principio de deseo, cuando no de placer. No obstante,
ellas se encuentran cuando, por ejemplo, la generosidad inter-
pretativa lleva a mejorar la letra misma del texto.

[161]

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CAPÍTULO 5

Retórica e interpretación:
el ejemplo de los tropos

E le cielo di Venere si può compare a la Rettorica


per due proprietadi: l’una si è la chiarezza
[del suo aspetto,
che è suavísima a vedere più che altra Stella;
l’altra si e sua apparenza, or di mane, or di sera.
DANTE, Convivio, II, XIII, 131

La problemática retórica/hermenéutica, surgida de la so-


fística y también de las hermenéuticas jurídica, literaria y re-
ligiosa, concibe al lenguaje como el sitio de la vida social y de

1
«Y el cielo de Venus se puede comparar con la retórica por dos pro-
piedades: una es la claridad de su aspecto, que es más suave a la vista que
ninguna otra estrella; otra es su aparición por la mañana y al atardecer». El
Convite, Tratado II, XIII [XIV], 13, en Obras Completas de Dante Alighie-
ri. Versión castellana de Nicolás González Ruiz, sobre la interpretación
literal de Giovanni M. Bertini. Colaboración de José Luis Gutiérrez García,
traductor de «El convite». Cuarta Edición. Madrid, Biblioteca de Autores
Cristianos, 1980, pág. 605. Allí se incluye la siguiente glosa: «Dante explica
que “por la mañana” quiere decir “cuando el retórico habla a la vista del
oyente” (discurso oral) y “por la tarde, es decir, por detrás, cuando el retó-
rico habla por medio del escrito, es decir, a distancia”». [T.]

[163]

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las ocupaciones humanas, las ocupaciones de la ciudad para
el derecho y la política ciertamente, pero también el lugar de
la historia cultural, tradición e innovación determinada por la
creación y la interpretación de los grandes textos. Más allá de
los efectos de moda, el «retorno» de lo retórico y el floreci-
miento de las teorías lingüísticas de la interpretación parecen
mostrar una evolución general a favor de una concepción re-
tórica/hermenéutica por fin vuelta a fundar.
El retorno de lo retórico no es una resurrección de la retó-
rica como disciplina: el imperio retórico fue desmembrado, las
condiciones y el estatuto de la palabra pública fueron irrever-
siblemente trastornados2. Además, los olvidos interesados se
multiplicaron y se decretó el fin de la retórica para repartirse
mejor sus despojos. He aquí algunos ejemplos: Lakoff y John-
son descubrieron triunfalmente hace veinte años la catacresis,
mientras que Ducrot reinventaba los topoi. Los teóricos del
blending, Fauconnier y Turner, acaban de descubrir ciertas
formas de la contaminatio. Adam presenta como una novedad
la teoría de las secuencias que retoma la teoría de las figuras
no tropos, como la descripción. Por último, al teorizar la in-
teractividad se redescubre actualmente los problemas de la
accommodatio3. Sin embargo, estos meritorios descubrimien-
tos se sustentan cada vez más en teorías parciales que casi no
permiten progresar hacia una indispensable concentración de
las ciencias del lenguaje. Sería deseable que esas teorías se
hicieran más conscientes de su historia, más críticas sobre sus
límites y participaran mejor de una reflexión sobre el estatuto
hermenéutico de los objetos lingüísticos.

2
Por ejemplo, la duración promedio de las comunicaciones políticas
en los medios en los Estados Unidos en 1999 ha sido de quince segundos.
Ciertamente, los spots no escapan a la retórica; ellos condensan sus virtudes
o sus defectos, pero las células-imágenes se esfuerzan por hacer que la actio
prevalezca sobre la inventio y la dispositio: la conducta de los oradores-
comunicantes prevalece sobre sus declaraciones, casi intercambiables.
3
También la ontología encuentra ecos lejanos de la retórica: los estados
de cosas de la filosofía positivista del lenguaje, los Sachverhalten del primer
Wittgenstein, ¿no son una transposición de los estados de causa reperto-
riados por la retórica judicial desde Hermágoras y entre los cuales el Peri
staseon de Hermógenes presentaba una síntesis sistemática? No sería sor-
prendente: desde Valla se sabe que la res, la cause de los oradores antiguos,
se convirtió, sin cambiar de nombre, en la cosa de los lógicos medievales
que fijaron los marcos teóricos de la filosofía del lenguaje.

[164]

Artes y ciencias del texto.indb 164 15/12/11 11:44:54


1. RETÓRICA AUSENTE Y LINGÜÍSTICA RESTRINGIDA

En otras épocas la gramática se aliaba, en el seno del tri-


vium, sea con la lógica, sea con la retórica. Su heredera, la
lingüística, actualmente titubea entre la cognición y la comu-
nicación. O bien una alianza con las investigaciones cognitivas
la acerca a una psicología logicizada (pues no se puede tratar
el conocimiento sin plantear el problema de la verdad); o bien,
en el paradigma de la comunicación, renueva las relaciones
con la retórica y replantea los problemas de la verosimilitud y
de la ficción. Así, la retórica encuentra una actualidad lingüís-
tica tanto por su objeto, el discurso (entendido como desplie-
gue textual), como por su objetivo, la persuasión, extendida
en comunicación.
El renovado interés en Francia por la retórica es el índice
alentador de las evoluciones convergentes hacia una semántica
del texto4. Efectivamente, el mentalismo tradicional de la lin-
güística francesa está a punto de distender algo su cometido5.
La tradición retórica, en su corriente principal, no ha definido
nunca sus dominios en relación a las operaciones abstractas
del espíritu humano, puesto que se fija en los efectos y no en
las causas supuestas de las formas discursivas. Por último, la

4
Francia destinó a la Retórica una suerte especial. Como se sabe, los
representantes eminentes de las Luces se dejaron llevar al establecimiento de
la ecuación sumaria retórica = latín = Jesuitas. Los Ideólogos y gramáticos-
filósofos —a quienes debemos las primeras instituciones universitarias de
la República y del Imperio— se esmeraron por reducirla a un apéndice de la
gramática; luego Victor Cousin la suprimió de los programas. «Guerra a
la Retórica y paz a la Sintaxis» (Contemplaciones [Contemplations], I, VII):
esta consigna de Victor Hugo resume bastante bien la opinión de su siglo.
5
Este cometido sigue siendo considerable, pues se sustenta en la tra-
dición gramatical francesa que, en lo esencial, remonta a Beauzée y a los
gramáticos-filósofos. Las reglas lingüísticas son consideradas como los me-
dios para expresar el pensamiento y, por lo tanto, se les remite a las opera-
ciones del espíritu. Las diversas escuelas lingüísticas de tradición francesa
renovaron esta problemática sin modificar su principio. En el siglo XX, las
corrientes de pensamiento ilustradas por Victor Henry, Ferdinand Brunot
y Gustave Guillaume titubearon, cada uno a su manera, entre la lógica y la
psicología, puesto que evidentemente necesitaban una teoría de las opera-
ciones mentales. Ellos se prolongan actualmente en la vía de un mentalismo
«cognitivo», tanto más seductor cuanto que de hecho la lingüística y antes
que ella la gramática han sido siempre cognitivas.

[165]

Artes y ciencias del texto.indb 165 15/12/11 11:44:54


renovación de la retórica coincide con el interés creciente de
los lingüistas por el texto.
El mérito de la pragmática habría sido encauzar su reflexión
más allá de la frase, con lo cual ella también sería heredera de
la retórica6. Efectivamente, a menudo la pragmática hace las
veces de la semántica del texto (varios autores hacen uso, por
ejemplo, de nociones como pragma-semántica o pragmática
textual). En el transcurso de la década de 1970 la pragmática
se desarrolló oponiéndose a la lingüística restringida, pero no
pudo controvertir seriamente la tripartición morrisiana que
definía su emplazamiento al lado de una sintaxis formal y de
una semántica veridictoria. Ella respetó simplemente la divi-
sión de tareas impartida: a la semántica veridictoria le corres-
pondería definir el sentido literal; a la pragmática, tratar el
sentido derivado y especialmente los tropos (cf. e.i. Kempson,
1977, cap. V). No obstante, la noción de sentido literal es
todavía más enigmática que la de sentido derivado y fundarse

6
Luego de la caída del trivium (gramática/lógica/retórica), efectiva-
mente la pragmática lo remplazó en parte. Hemos recordado ya cómo la
tripartición morrisiana sintaxis/semántica/pragmática reformuló el trivium
a su manera (cf. el autor, 1990). Si fuese necesario, esta sustitución revela-
dora recuerda que los problemas debatidos hoy en pragmática aparecieron
ya en los orígenes de la retórica. Tomemos el ejemplo de los actos de habla.
Protágoras clasificaba ya las frases en preguntas, respuestas, órdenes y vo-
tos. Los estoicos, para quienes la retórica era todavía solo una parte de la
lógica, distinguían entre los lekta completos, las órdenes, las prohibiciones,
las dudas, etc. (cf. Sextus Empiricus, Adversus Matemathicos, 8, 71-73;
Diógenes Laercio, Vidas de los filósofos, V, 65-68). No se trata aquí de
una clasificación sintáctica, ya que si al menos creemos a Plutarco, un mis-
mo enunciado podía transmitir varios de esos actos: «Ellos pretenden que
aquellos que formulan una prohibición dicen una cosa prohibiendo otra y
ordenando una tercera» (Sobre las contradicciones de los Estoicos, 1037d).
En pocas palabras, como Colón América y Fillmore los casos, Austin fue
sin duda el último en «descubrir» los actos de lenguaje. Aun más, este casi
no ha dado cuenta de su complejidad: su descripción de los preformativos
queda técnicamente sin alcanzar los tratados de los sacramentos producidos
por la escolástica.
La pragmática no es, por supuesto, un simple sustituto de la antigua
retórica: ella recupera y desplaza la problemática retórica en dos de sus
dominios mayores: (i) La teoría de los actos de lenguaje trata de fenómenos
hace poco clasificados en las figuras no tropos. (ii) La teoría de la argu-
mentación trata la elocuencia, pero separada de sus géneros (de donde sus
pretensiones universalistas, incluso fundacionales; cf. i. e. Anscombre: «La
argumentación debe figurar desde el nivel más profundo de la descripción
semántica», 1985, pág. 343).

[166]

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en ella lleva una vez más a definir los tropos como un desvío
en relación a la verdad factual que reflejaría idealmente el
sentido literal7. Además, la pragmática, rama de la semiótica
entendida como filosofía del lenguaje, conserva un programa
universalista y, por lo tanto, no se preocupa de la especificidad
de las lenguas ni de la especificidad de las formas textuales.
Finalmente, la filosofía del lenguaje que inspira la pragmática
concibió siempre las formas retóricas como obstáculos a la
transparencia ideal del lenguaje.
Cuando la retórica era una técnica semiótica teorizada, un
«arte», el hecho de presentarla como una disciplina descrip-
tiva equivalía a dar de ella una visión muy escolar. Parece,
por lo demás, imposible resucitarla como disciplina aplicada,
pues el discurso público ha cedido su lugar a los medios de
comunicación. Tampoco puede pasar por una ciencia ni se le
haría justicia si se deja pasar las incoherencias de ese legado
sin uniformidad, venido de diferentes épocas y producido por
teorías y prácticas desaparecidas. Sin embargo, es necesario
estudiarla no solo en sí misma sino para salvaguardar su nú-
cleo racional y dar cuenta de los fenómenos que ella trataba.
En el transcurso de los milenios de su historia, la retórica
ha sido a veces incensada y a menudo vilipendiada. El orador
asumía ora la figura del sabio promotor de las virtudes (según
Isócrates o Cicerón, por ejemplo) ora la del sofista enemigo
de lo verdadero (según Platón). Las condenas prevalecieron y
ese moralismo atestigua el estatuto ambiguo que la tradición
dualista occidental otorga a las tecnologías semióticas. Como
técnicas, deben ponerse al servicio del bien y en cuanto a lo
semiótico, como el dualismo no puede concebir esa mezcla de
lo sensible y lo inteligible, debe siempre ponerse al servicio
de lo verdadero —verdad de los pensamientos y verdad de los
hechos— para merecer alguna dignidad ontológica.
La retórica se definió como un arte oratorio, una técnica de
la elocuencia: la triple elocuencia de la Cátedra, de la Tribuna

7
Salvo si trata de recuperar la filosofía transcendental (K. O. Appel),
la pragmática es seducida por la problemática del positivismo lógico que,
en Morris y Carnap, presidió su definición y así se ve llevada a reducir las
formas retóricas, colocándolas bajo la jurisdicción última de los juicios de
verdad. En cuanto al sentido derivado, este no es descrito en el seno de
una semántica unificada sino remitido a las teorías especulativas de la in-
tencionalidad; de ahí, por ejemplo, la indigencia de la «retórica cognitiva»
propuesta por Sperber en 1975.

[167]

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y del Foro (olvidemos aquí la elocuencia académica). El anti-
retorismo de los Modernos, desde los Enciclopedistas hasta los
lingüistas contemporáneos, la habría separado de la elocuen-
cia y, al mismo tiempo, gramaticalizado y escolarizado. De las
cinco partes de la retórica, solo conservaron la elocución, de
la elocución, las figuras y de las figuras, los tropos. Esas tres
restricciones sucesivas corresponden a tres reducciones: de las
prácticas sociales (donde se ejerce la elocuencia) al discurso,
del discurso a algunas de sus formas, de esas formas a la pala-
bra, pues los tropos se definen, entonces, como modificaciones
del sentido de la palabra. En fin, por una cuarta restricción, la
retórica escindida de la elocuencia perdió su dimensión oral
y pudo, tanto mejor, ser anexada a la gramática que, como su
nombre lo indica, siempre formó parte de lo escrito.
El Traité des tropes ou des differents sens [Tratado de los
tropos o de los diferentes sentidos] de Dumarsais, primera
obra francesa que les fue exclusivamente consagrada, desem-
peñó un gran papel en ese proceso de restricción. Este Tratado
subordinó la retórica a la gramática y es por ello, sin duda, que
tuvo un gran éxito en la Revolución. Su compendio rivalizó
luego en las escuelas con las Figures du discours [Figuras del
discurso] de Fontanier, hasta que la retórica desapareció de los
programas. Lejos de oponerse a una retórica restringida, cosa
que afirmaba hace algún tiempo Gérard Genette8, esas obras
participaron en su reducción9. Ciertamente, después de ellos
esa limitación se acentuó hasta la caricatura, y la retórica se
redujo casi a la extraña pareja metáfora/metonimia, celebra-
da por Jakobson (1963)10, luego deificada y naturalizada en-
tre los «universales cognitivos», esquemas de la imaginación
pura que estructuran la experiencia y la identidad personal
(cf. Johnson, 1992, págs. 350-357). La Rhétorique générale
[Retórica general] del Grupo µ hizo justicia a la retórica, pero

8
Pierre Fontanier publicó Figures du discours entre 1821 y 1830; esta
obra fue reeditada en 1968 por Flammarion (París) con una introducción
de G. Genette. [T.]
9
Recordemos que Dumarsais fue, en Francia, el primer autor en tratar
aisladamente las figuras. Por cierto, un abismo —y ¡qué siglo, 1730-1830!—
lo separa de Fontanier. Retrospectivamente, el primero comienza con auto-
ridad un movimiento que el otro acabará en una pedantería menesterosa.
10
Los inventarios se redujeron sin cesar, desde los 350 tropos de Henry
Peacham (The Garden of Eloquence [El jardín de la elocuencia], 1577)
hasta los diez de Lausberg y los cuatro de Fraunce.

[168]

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se limitó a los tropos. Será todavía menester algún tiempo
más antes que los trabajos de historia, actualmente en cur-
so, permitan medir la extensión de nuestra ignorancia, tanto
más cuanto que en Francia la historia de las ideas lingüísticas,
centrada en la morfosintaxis y la filosofía del lenguaje, asignó
poco espacio a la retórica11.
La reciente reducción de la retórica a las figuras y luego a
los tropos, al desocializarla, la hizo susceptible de ser pensada
por una lingüística de la lengua (y no del uso). Esa restricción,
que privó a la retórica de su dimensión discursiva y textual,
permitió tratarla en el marco familiar y confortable de la frase.
Así gramaticalizada la retórica, el problema de los tropos se
convirtió simplemente en una cuestión de semántica lexical
que vamos a tratar primero en cuanto tal, con la intención de
restituir enseguida su dimensión textual. La suerte atribuida
a la retórica invita, en efecto, a una reflexión sobre su gra-
maticalización en lo que ella tiene de más aceptable y mejor
conocido, los tropos. Después de la Syntaxis [Sintaxis] de
Despautère (1527) los tropos fueron integrados a la gramáti-
ca. Pues bien, a la gramaticalización de los tropos se le opon-
drá aquí una retorización de la gramática y, más generalmente,
de la lingüística.
Tenemos, sin embargo, una cuestión metodológica previa.
Los tropos se usan comúnmente en lexicografía para articu-
lar las diferentes acepciones de una palabra entre ellas. Se
utiliza principalmente operadores tales como por metáfora,
por metonimia o por sinécdoque. Este uso remonta, en mi
conocimiento, a las Luces y Robert Martin le dio una presen-
tación teórica (1983). No obstante, la recuperación de con-
ceptos retóricos como también de conceptos lógicos, puede
ciertamente mitigar la insuficiencia teórica de la lingüística,
pero no puede obliterarla. Muy por el contrario, a la lingüís-
tica le corresponde describir el funcionamiento de los tropos
que siendo nombrados y recibidos, no son consecuentemente
definidos de manera sistemática12.

11
El antirretorismo jacobino está muy presente y en el espacio francó-
fono es de Bélgica que vino la renovación de la retórica con Perelman y la
Escuela de Bruselas para la argumentación y la Escuela de Lieja para los
tropos. Los colegas suizos no se han quedado atrás con Morier para las
figuras y Grize para la argumentación.
12
Debemos distinguir aquí entre los dos usos que hace la lingüística de
los conceptos retóricos como operadores: en semántica histórica son em-

[169]

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2. TROPOS Y SIGNIFICACIÓN

Las figuras son definidas desde Quintiliano como las ma-


neras de hablar que se alejan de la manera «natural y ordina-
ria». La reflexión sobre los tropos inicia, pues, la cuestión de
la significación natural y ordinaria que será debatida por los
Modernos hasta nuestros días.

2.1. De la palabra propia al sentido propio o literal,


hasta las ideas principales

La división de la significación lexical, necesaria para distin-


guir la figura de lo que no lo es, puede seguir tres vías: oponer
las palabras (la palabra propia a la palabra figurada); los usos
de una misma palabra (el sentido propio o el sentido literal
al sentido figurado); por último, las partes de la significación
de la palabra (las ideas principales a las ideas accesorias, la
denotación a la connotación).

La palabra propia.— «Cuando para significar una cosa


nos servimos de una palabra que no le es propia y que el
uso había aplicado a otro tema, esta manera de explicarse es
figurada; y esas palabras que se traslada de la cosa que ellas
significan propiamente, a otra cosa que solo significan indi-
rectamente, se les llama Tropos» (Lamy, 1699, pág. 90). Tal
es, pues, el tropo definido por diferencia de la palabra propia
que Dumarsais definía así: «es siempre la más conocida y la
más común la que le es propia» (1988 [1757], pág. 79) y da
como ejemplo la palabra gema que en latín significaba botón
(yema) y luego, por figura, piedra preciosa.
Los filósofos y gramáticos sueñan desde el Cratilo con la
ortonimia o designación correcta y directa. Los Estoicos con-

pleados para pasar de un estado de lengua a otro; en lexicología sincrónica,


para articular entre sí las diferentes acepciones de una palabra.
Si Jakobson utilizó conceptos retóricos, parece ser que lo hizo por ca-
recer de una teoría semántica satisfactoria, pero sin percatarse de que la
retórica no podía hacer las veces de esa teoría. Solo el Grupo µ (1970)
y Le Guern (1971) emprendieron meritoriamente la empresa de definir
semánticamente los tropos, en lugar de utilizar ingenuamente los tropos
en semántica.

[170]

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sideraban que el nombre cae directamente del pensamiento
hacia lo que designa y comparaban esta caída con la del estile-
te que se clava derecho (orthon) en el suelo (cf. Lallot, 1989,
pág. 141). Pottier, último a la fecha, define así el ortónimo:
«palabra justa» (1992, pág. 42), «designación privilegiada,
inmediata» (1992, pág. 123)13.

El sentido propio.— El tropo, escribe Sanctius, es «un


adorno del discurso, en las palabras consideradas aislada-
mente, por el cual la significación propia ha sido cambia-
da por otra» (1984 [1582], pág. 102); «el Tropo cambia la
significación propia de una palabra o de una expresión en
otra», pondera el Padre Colonia (1717, pág. 102); «los Tropos
—readmite aun Dumarsais— son figuras por las cuales se hace
tomar a una palabra una significación que no es precisamente
la significación propia de esa palabra» (1988, pág. 69)14. Bre-
vemente, la definición del tropo se sustenta aquí en la noción
de significación propia o primera: «el sentido propio de una
palabra es la primera significación de la palabra. Una palabra
es tomada en sentido propio cuando significa aquello para lo
cual ha sido establecida primeramente» (Dumarsais, 1988,
pág. 73). Ese primeramente es a considerar no (o no única-
mente) en sentido etimológico sino en sentido etiológico: el
sentido físico en la teoría empirista del origen de las ideas,

13
Pottier da como ejemplo: «en casa, lo que tengo en mis pies son za-
patillas» (ibíd.) y define como toma de distancia (i.e. desvío) en relación
con el ortónimo, la metáfora, la metonimia y los diversos tipos de perífrasis
(cfr. 1992, págs. 123-125).
14
Esta definición célebre conlleva dos dificultades. La primera toca a la
dimensión de la unidad afectada, que puede ser inferior (los «accidentes»
de la palabra) o superior a la palabra (la expresión, en sentido moderno de
sintagma; incluso la frase o el texto íntegro, en el caso de tropos como la
alegoría). De hecho, la reflexión y los debates recaen en la palabra, índice
que queda de una concepción «filosófica» de la lengua como nomenclatura,
y de las palabras como medios de expresión de las ideas y de designación de
las cosas. La segunda dificultad, igualmente enfatizada por F. Douay (1988,
pág. 244, n. 14), se debe al hecho de que en el resto del tratado una palabra
solo posee, propiamente hablando, una significación. De ahí la fórmula
confusa de Ducros en su compendio: «los Tropos son figuras mediante las
cuales se hace tomar a una palabra una significación que no es precisamente
la significación de esa palabra» (1988, pág. 369). Para resolver esta difi-
cultad, los gramáticos-filósofos de las Luces no disponían de la distinción
moderna entre tipo y ocurrencia.

[171]

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adoptada por los gramáticos-filósofos de las Luces15. Como la
historia es así doblegada por el origen, los sentidos figurados
van a separarse de la naturaleza y esta es una de las razones
del antiretorismo de las Luces16. Encontramos aquí una con-
tradicción motriz entre el progreso de los conocimientos y la
diferencia de la naturaleza: la Revolución Francesa tratará de
resolverla mediante una restauración de la virtud original bajo
los rasgos de la diosa Razón.
Esta definición del sentido propio casi no sería actualmente
posible, ya que hoy disponemos de la distinción entre lengua
histórica y lengua funcional17. Así, el primer sentido, ya sea
etimológico (histórico) u original (etiológico), no entra en la
definición de un semema, puesto que un semema se define al
interior de una red de oposiciones en sincronía.

El sentido literal.- Los gramáticos-filósofos de las Luces


habrían laicizado el sentido literal (garantizado en las Escritu-
ras), mudándolo en sentido propio (garantizado en el estado
de naturaleza) o subordinándolo a él. Dumarsais definió el sen-
tido literal riguroso como «el sentido propio de una palabra»
(1988, pág. 205)18. Asentada hace tiempo por el alegorismo
pauliano y el magisterio dogmático de la Iglesia, la distinción

15
Los sentidos abstractos vienen luego, dado que la abstracción solo
se establece con el progreso del conocimiento. Esta tesis clásica, invalidada
desde hace buen tiempo por Meillet, es recuperada hoy en semántica cog-
nitiva (Sweetser, Traugott). La historia del lenguaje seguiría la historia del
conocimiento humano, de la cual es el instrumento privilegiado. El sentido
etimológico tendría así estrecha vinculación con el origen. Esas creencias
son muy extendidas e informan la práctica lexicográfica: por ejemplo, desde
el diccionario latino de Gaffiot hasta el Trésor de la langue française [Tesoro
de la lengua francesa], el sentido físico es presentado siempre antes que los
sentidos abstractos, como si les hubiese preexistido.
16
Beauzée, por ejemplo, en el artículo «Hipálage» de la Enciclopedia,
traduce resueltamente hipálage por subversión.
17
Coseriu obtiene de esto una consecuencia para la distinción saussu-
reana entre sincronía y diacronía: el sistema de la lengua que es el objeto de
la lingüística es el de la lengua funcional, aquel que efectivamente funciona
en un estado de lengua dado (es decir, construido).
18
El sentido literal comparte, aparentemente, la anterioridad del sentido
propio, no porque él como este haya sido instituido en primer lugar sino
porque adviene primero al espíritu: «el sentido literal es aquel que las pala-
bras excitan primero en el espíritu de aquellos que comprenden una lengua,
es el sentido que naturalmente se presenta al espíritu» (1980, pág. 204). En
ese naturalmente, se encuentra la naturaleza.

[172]

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entre sentido literal y sentido espiritual se laicizó también en
su otro polo, el sentido espiritual que devino simplemente
alegórico (como en el compendio de Ducros, § 42-43) o inte-
lectual en Fontanier. De esta manera, fuera de la letra de las
Escrituras, la noción de sentido literal se confunde con la de
sentido propio, pues la verdad no se encuentra en la revela-
ción sino en la representación asegurada por la palabra.
Para los pragmáticos contemporáneos, el sentido literal se
opone todavía al sentido derivado; así, ellos han acumulado
una considerable literatura sobre el sentido literal, necesario
para definir el sentido derivado. El sentido llamado figurado es
solo una especie de sentido derivado, en la medida en que la
pragmática da cuenta de las figuras en términos de intención
derivada19.

La idea principal y las ideas accesorias.— Al introdu-


cir una nueva distinción, la Lógica de Port-Royal distinguió
dos partes en el sentido de las expresiones figuradas: «las ex-
presiones figuradas significan, además de la cosa principal, el
movimiento y la pasión de quien habla, e imprimen una y otra
idea en el espíritu, en lugar de que la expresión simple mar-
que únicamente la verdad desnuda» (Arnauld y Nicole, 1970
[1673], pág. 131). Los Señores20 conciliaron y jerarquizaron
de ese modo los dos paradigmas mayores de la significación: el
paradigma representacional de tradición aristotélica, del cual
depende hasta nuestros días la verdad desnuda, y el paradig-
ma intencionalista, de tradición agustiniana, que admite el
movimiento y la pasión21. Así, el problema de la relación entre

19
Sobre la noción literal en los pragmáticos, cf. i. e. los empleos de
las nociones de «significado literal» y de «significación literal» en Ducrot
(1972, pássim) o de «sentido literal» y de «valor patente» en Kerbrat, 1986,
págs. 66-68; para una discusión, cf. Searle, 1978.
En semántica veridictoria el sentido literal funda toda teoría: una propo-
sición decidible solo es tal porque sus términos son tomados en sentido lite-
ral. Mejor, la ley de Frege que permite calcular el sentido de las expresiones
complejas se basa igualmente en ese concepto enigmático. Szabolcsi le da
esta formulación: «el sentido literal (literal meaning) de una expresión está
determinado únicamente por los sentidos literales de sus sub-expresiones y
su modo de composición» (1981, pág. 41).
20
Apelativo que se dio a los jansenistas de la abadía de Port-Royal. [T.]
21
Sobre esas dos problemáticas, véase el autor, 1991, cap. III. La jerar-
quía entre el corazón, en el que se realza la idea accesoria, y la razón, de la
que se realza la idea principal, se encuentra invertida en otra parte, pues se

[173]

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el sentido propio y el sentido figurado se encuentra transpues-
to en el seno mismo de la expresión figurada.
Al tratar el origen del sentido figurado, Dumarsais reiteró
la distinción de los Señores pero utilizó, siguiendo a Lamy, la
versión lockeana de la noción de idea accesoria. Dumarsais
admitió que la idea principal y la idea accesoria tienen nom-
bres distintos: «el nombre propio de la idea accesoria se halla
frecuentemente más presente en la imaginación que el nombre
de la idea principal y a menudo también esas ideas accesorias,
al designar los objetos con más circunstancias de lo que ha-
rían los nombres propios de esos objetos, los pintan con más
energía y más agrado» (1988, pág. 75). La interpretación del
tropo consistirá, por asociación, en pasar de la idea accesoria
a la idea principal, es decir, en restablecer el nombre de la
idea principal. En suma, la interpretación del sentido figurado
consistió simplemente en retornar al sentido propio e incluso
a la palabra propia. Un prosaísmo sistemático permitió así al
gramático reducir el desvío que lamenta y anular la figura22.

2.2. El desvío y el discurso pedestre

Verosímilmente, la teoría de las figuras y la gramaticaliza-


ción del griego tuvieron relación. En especial, los gramáticos
alejandrinos se vieron ante la temible tarea de fijar una norma
escrita del griego para establecer los grandes textos, en pri-

conoce la predilección de Port-Royal, de los oratorianos y de Descartes por


las pasiones en detrimento de los argumentos y de las figuras (cf. Douay,
1992, pág. 469). La distinción introducida por los jansenistas tiene verosí-
milmente su origen en las lógicas y las gramáticas universales intencionalistas
de tradición agustiniana que se desarrollaron a fines del siglo XIII. Muchas de
ellas se deben a los agustinos o a los franciscanos, siendo la más célebre la
de Occam: la distinción entre denotación y connotación que introdujo en su
lógica podría ser estudiada nuevamente, desde ese punto de vista.
22
Véase el indigesto comentario de Dumarsais a ese verso de la Sra.
Deshoulières, L’amour languit sans Bacchus et Cérès [El amor languidece
sin Baco ni Ceres]: «es decir que no se sueña casi en hacer el amor cuando
no se tiene de qué vivir» (1988, pág. 319). Esta restauración del sentido
propio prosigue una larga tradición. Los escoliastas de Dionisio de Tra-
cia glosaban ya la interpretación de los tropos (exégèsis) por la etimología
(hexes hodégèsis, poner en orden). Esta interpretación es siempre concebida
como una explicación, es decir, un retorno a la expresión corriente (kuria
léxis, cf. Lallot, 1989, págs. 76-77).

[174]

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mer lugar el corpus homérico. Ellos restituyeron los desvíos
en relación a esta norma ora de las variaciones históricas o
dialectales ora de los usos figurados.
Para Dionisio de Tracia, figura tutelar de nuestra tradición
gramatical, la segunda parte de la gramática es la explicación
de los tropos poéticos. Pero hemos visto que él definía la frase
como una unidad de prosa (cf. cap. I § II). La enigmática no-
ción de prosa o sermo pedestris no es jamás definida positiva-
mente. A la apoteosis del discurso pedestre le corresponde, sin
embargo, el destierro del discurso alado. La gramaticalización
de la retórica habría sido un medio de ponerla bajo la depen-
dencia de la lógica y luego de calificarla mediante los criterios
positivos pero metafísicos de lo verdadero. El discurso pe-
destre, convertido hoy en «lenguaje ordinario», goza de una
transparencia denotativa y permite una representación natural
y directa. El desvío se define en relación a este ideal.
La teoría de la figura como desvío, nota justamente Do-
uay, es «característica de los gramáticos-filósofos, desde
que subordina la retórica a la gramática» (1992, pág. 206).
Esta subordinación parece inevitable puesto que se considera
que existe un estado normal o natural del lenguaje y que se
otorga a la gramática la tarea de describirlo23. El estado nor-
mal es, de hecho, un puro artefacto que resulta del carácter
normativo de la gramática.
Los autores contemporáneos heredaron la noción de des-
vío. Jean Cohen funda en ella su teoría del lenguaje poético,
cuya esencia consistiría en la «violación de las normas del
lenguaje» y cuyo parangón sería el discurso científico que
se considera dice lo verdadero. Riffaterre lo utiliza un mo-
mento para definir el estilo. El Grupo µ llama grado cero a
la norma, en la cual se reconoce de inmediato una vicisitud
del discurso pedestre24 y define enseguida la retórica como

23
Dumarsais, desarrollando la definición de Scaligero, para quien la
figura «es solo una disposición particular de una o varias palabras», precisa
en el artículo «Figura» de la Enciclopedia que esta disposición «es relativa
al estado primitivo y, por así decirlo, fundamental, de las palabras y de las
frases. Los diferentes desvíos que se hace en este estado primitivo y las
diferentes alteraciones que se le aportan logran las diferentes figuras de pa-
labras y de pensamientos» (1988, pág. 316). Se ve aquí que la figura altera
la naturaleza distanciándose de ella.
24
«Todo lo que forma parte del código lingüístico constituye una nor-
ma, es decir, un grado cero: ortografía, gramática, sentido de las palabras.

[175]

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un «conjunto de desvíos» (1970, pág. 45). Desde luego, los
lingüistas contemporáneos han multiplicado las definiciones
de desvío, apoyándose, por ejemplo, sin verosimilitud técni-
ca, en la teoría de la información (como Jakobson, 1963, o el
Grupo µ, 1970, págs. 38-42). Si el «grado cero» reemplazó
la naturaleza, quedó la imagen de un lenguaje neutro, sin
ornamento, pura idealidad salida de la filosofía del «lenguaje
corriente». La noción de desvío conserva la misma función
de definición y de juicio de las figuras: Jean Peytard emplea-
ba así, a propósito de las figuras poéticas, la misma palabra
subversión que se le escapó a Beauzée, pero esta vez en un
sentido laudatorio muy de la década de 1960.
Rehusamos definir los tropos por la noción de desvío, pues
consideramos el lenguaje pedestre como una creación de la
tradición gramatical, fundada en una concepción denotativa
del lenguaje tal que este podría decir lo verdadero25. Fuera
precisamente de los ejemplos de gramática, como Sócrates
corrió o the cat is on the mat, nadie ha podido exhibir un tex-
to en lenguaje neutro, puramente denotativo. En efecto, todo
texto depende de un género y por ello de un discurso (jurídi-
co, pedagógico, etc.) que refleja por sus normas la incidencia
de la práctica social en que se ubica. Incluso la violación de
las normas gramaticales, tales como son decretadas por los
lingüistas, depende de las normas del género y del discurso
considerado.
La gramática y luego la lingüística, constituidas por el
olvido original de este espacio de normas, no se preocupan
por el hecho de que las reglas lingüísticas edificadas sobre
este olvido compartan el estatuto de las normas retóricas. Si
convenimos que las lenguas son formaciones culturales, las
reglas lingüísticas y las regularidades retóricas solo difieren
por su grado de prescripción, no por naturaleza. Sin embargo,
el uso, según decía Dumarsais, es el «tirano de las lenguas»
(1988, pág. 304); pero esta tiranía, que nos toca describir, no
juzgar, fija no obstante las convenciones «referenciales» según
los discursos y los géneros y, por lo tanto, la «significación

Agregamos el código ‘lógico’, definido por la veracidad del discurso» (1970,


pág. 38). Enfaticemos la relación entre la norma gramatical (en sentido
extenso) y el código lógico.
25
No es que no lo pueda sino que esta verdad depende de las con-
venciones propias del género del texto y de la práctica social en la cual es
producido e interpretado.

[176]

Artes y ciencias del texto.indb 176 15/12/11 11:44:54


propia» de las palabras, así como las esperas previsibles en su
contexto de uso.

2.3. Ontología y figuras

En su Metafísica, Aristóteles funda la unidad objetiva de


la significación de las palabras en la esencia (ousia) o mis-
midad (to ti esti) de lo que ellas designan: «por significación
única entiendo esto: si hombre significa tal cosa y si algún ser
es hombre, tal cosa será la esencia del hombre» (Gamma, 4,
1006a 32). Aubenque concluye justamente de esto que «la
permanencia de la esencia es así presupuesta como el funda-
mento de la unidad del sentido: es porque las cosas tienen una
esencia que las palabras tienen un sentido» (1962, pág. 128).
Es por ello que nuestra tradición gramatical, comenzando por
la tipología de las partes del discurso, fue fundada en los crite-
rios ontológicos que se traslucen en la división entre palabras
plenas y vacías, categoremáticas y sincategoremáticas, etc26.
El deseo de ortonimia, según el cual cada palabra indexaría
su cosa, obsede nuestra tradición y, a veces, justifica la existen-
cia de los tropos por «la escasez de palabras propias»: tal es,
por ejemplo, la opinión de Cicerón (De Oratore, III, 55), de
Vossius (Institutiones oratoriae, IV, 6, 14), de Rollin (1728,
t. II, pág. 246) y de Ducros (1817 [1988, pág. 304])27. Las

26
Este es un efecto mayor de la concepción realista de la significación
(cf. el autor, 1990, 1992a, b). La clasificación de las partes del discurso
se ha mantenido más o menos invariable desde la exposición canónica de
Dionisio de Tracia hasta nuestros días (de Chomsky a Langacker). Los cri-
terios ontológicos que la fundan se traslucen todavía en la terminología (i.e.
sustantivo: sustancia, ousia). El privilegio ontológico del nombre lo hizo
aparecer desde hace veinticinco siglos a la cabeza de todas las listas de las
partes del discurso. La clasificación de las partes del discurso no está, por
supuesto, fundada en el único criterio ontológico, pues este es redoblado o
completado desde Aristóteles por los criterios puramente morfológicos que
lo naturalizan de alguna manera. Pero persiste preeminente: por ejemplo,
Langacker (1991) define los nombres en relación a los objetos (con rede-
finición espacial de la objetividad). Y Charaudeau recuerda: «los seres son
expresados por una categoría tradicionalmente llamada nombre o sustan-
tivo» (1992, pág. 21).
27
Ducros la toma prestada de Dumarsais quien, sin embargo, la rechaza
pero sin criticarla radicalmente: «no creo que haya un número suficiente-
mente grande de palabras que remplacen a las que faltan» (1988, pág. 77).

[177]

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palabras figuradas devienen así palabras propias de reemplazo
y los tropos son puestos al servicio de la antigua creencia de
que la lengua es una nomenclatura.
Una vez establecidas las palabras propias, todavía queda
por asegurar su univocidad. Un gran sueño de univocidad
atraviesa nuestra tradición, que para los Modernos resume el
fuerte principio de Sanctius: Unius vocis unica est significatio
[una palabra, una y solo una significación]. Este principio cho-
ca, sin embargo, con la multiplicidad de los usos y Dumarsais,
en una célebre página sobre la catacresis, ve en ello un aleja-
miento del origen, aunque no de la naturaleza, y una fuente
de irregularidades28. Los principios conjuntos de ortonimia y
univocidad tendrán naturalmente una gran incidencia en la
definición como en el uso de los tropos.
Dichos principios servirán para articular las diferentes sig-
nificaciones de las palabras: algunas serán llamadas derivadas
de una significación considerada inicial29, por metáfora, meto-
nimia o sinécdoque; se salva así algo de la univocidad alterada
por la multiplicidad de las significaciones30. En semántica cog-
nitiva las significaciones llamadas prototípicas desempeñan
hoy la misma función (cf. el autor, 1991, cap. VII).
Cuando la palabra asume un sentido figurado, su división
en «idea principal» e «ideas accesorias» permite salvaguardar

El tema de la desproporción entre el número de nombres y el de las cosas,


se encuentra ya en las Refutaciones sofísticas de Aristóteles (I, 165a 11).
28
«Las palabras no pudieron conservar mucho tiempo una simplicidad
que las limitó a un solo uso; es lo que causó varias irregularidades aparentes
en la Gramática y el régimen de las palabras: solo se puede dar razón por el
conocimiento de su primer origen y el desvío, por así decir, que una palabra
ha hecho de su primera significación y de su primer uso» (1988, pág. 96).
29
Poco importa aquí si en efecto ella goza de una anterioridad histó-
rica.
30
Mejor aún, esos principios dirigen el dispositivo mismo de lo que
corrientemente se llama definición de una palabra. La tradición gramatical
que presidió nuestras reglas lexicográficas definió el método semasiológi-
co: hace corresponder a un significante todos los sentidos que es capaz de
transmitir. Ahora bien, por regla general, esos diferentes sentidos tienen
una historia diferente, no dependen de las mismas prácticas sociales, de
los mismos discursos, de los mismos géneros y no se encuentran en los
mismos textos. En lo esencial, la polisemia es un artefacto suscitado por
los principios de ortonimia y univocidad. Para reducirla se busca a menudo
interdefinir los diferentes sentidos de una palabra. Katz y Fodor han en-
sayado así interdefinir diversos sentidos de bachelor: estudiante, soltero,
foca y caballero…

[178]

Artes y ciencias del texto.indb 178 15/12/11 11:44:54


la ortonimia y la univocidad, puesto que la idea principal es
responsable del sentido denotativo, lo que sin duda permite
decirla en cuanto tal. Cuando el Grupo µ define el grado cero
por la univocidad prolonga la solución de Port-Royal, rempla-
zando la idea principal por los semas esenciales: «el grado cero
absoluto sería, entonces, un discurso reducido a sus semas
esenciales […], es decir, a los semas que no se podría suprimir
sin retirar, a la vez, toda significación al discurso. En todos
nuestros discursos los semas esenciales aparecen, desde lue-
go, recubiertos con una información no esencial, de ninguna
manera redundante, sino colateral» (1970, pág. 37). Guardé-
monos, sin embargo, de homologar las distinciones entre idea
principal e ideas accesorias, semas esenciales y colaterales,
con la oposición aristotélica entre la sustancia y el accidente.
Si la idea principal, la parte propia del sentido figurado o los
semas esenciales son los correlatos mentales y/o semánticos
de la sustancia, las ideas accesorias o semas colaterales no son
de ninguna manera accidentes del objeto designado sino que
reflejan la actitud del locutor, de acuerdo con el punto de vista
agustiniano de los Jansenistas.
La sustancia es el ser en su esencia (ousia). La idea princi-
pal o sentido propio refleja su positividad. La ortonimia pro-
cede del carácter discreto del objeto y la univocidad asegura
su representación correcta por la palabra31. Complementaria-
mente, la tesis de que la significación de la palabra es idénti-
ca a ella misma —salvo su disfraz con una figura— afirma o
confirma la permanencia de la esencia. Las palabras propias y
la lengua pedestre, creaciones del esencialismo, aseguran una
función ontogónica: aseguran que el mundo es un conjunto de
objetos, pues ellas lo representan32.
Desde luego, los tropos solo pueden velar, enmascarar,
maquillar, disfrazar. Ellos serán apreciados por su manera de
decir el Ser. La fuerza de la concepción realista del lenguaje

31
De este modo, el discurso pedestre, en el grado cero, es homogéneo,
idéntico a sí mismo, y por lo tanto categorizable por la morfología y la sin-
taxis. La tesis de la unidad en sí de la lengua supone la unidad del mundo
que se considera está representada por ella, y que sin duda la funda.
32
Si se extiende la noción lockeana de esencia nominal, las esencias solo
existen porque tienen un nombre. El carácter puramente ontológico del rea-
lismo semántico aparece aquí: el sentido de la palabra sería la designación
de un objeto, cuya objetivación misma procede de una creencia inveterada
en la virtud representativa de la palabra.

[179]

Artes y ciencias del texto.indb 179 15/12/11 11:44:54


fue tal que los tropos fueron definidos por su manera de repre-
sentar lo real —y no por su función en el seno de las formas
textuales. A los diferentes tipos de realismo les corresponde-
rán diversas actitudes éticas respecto a las figuras.
Al constatar la imposibilidad de un realismo trascendental,
el platonismo condena la mímesis con sus medios, que son
las figuras. Sócrates da el ejemplo comparando el encanto de
la poesía a la fugaz frescura de la juventud, pura apariencia
que anula su traducción en lenguaje pedestre: «si se despoja a
las obras de los poetas del encanto de la poesía y se les recita
reducidas a ellas mismas, tú sabes la figura que hacen (…). Se
puede compararlas a esos rostros que no teniendo otra belleza
que su frescura, dejan de atraer la mirada cuando la flor de
la juventud los ha abandonado» (República, X, 602b)33. Los
poetas serán entonces desterrados; en cuanto a los sofistas, los
primeros en teorizar las figuras, Platón no encuentra palabras
lo suficientemente duras al hablar de máscaras, de pretextos
falsos, incluso de disfraz en el sentido más indecente del tér-
mino (cf. e.g. Gorgias, 463d-465d). Sin vinculación con el
Ser, son acusados de «traficar las cosas del alma», de tratar de
ilusionar, no de esclarecer: como la cocina o el tocador, es un
simulacro que apunta hacia lo agradable y descuida el bien. El
rigorismo platónico inaugura, así, un antiretorismo que pro-
seguirá bajo nuevas formas con el literalismo de la Reforma y
el naturalismo de las Luces.
Pero esta posición quedará aislada entre los Antiguos. Sin
desistirse del principio moral por el que el lenguaje debería
decir lo verdadero, el aristotelismo (antes que Aristóteles mis-
mo) y los grandes retóricos romanos (Cicerón, Quintiliano)
pusieron las figuras al servicio de lo verosímil. La retórica po-
día convencer, pero debía desistirse de las seducciones falsas.
No se trataba de traicionar la causa de la verdad —aunque
solo fuese la verdad convencional que permite decir el de-
recho— sino de hacerla accesible al común de los mortales,
enfatizándola con los ornamentos convenientes. En lugar de
disfrazar la realidad, las figuras participan en hacerla evidente,

33
El dualismo platónico obtiene de ello el argumento de la división que
instaura en el seno mismo del lenguaje: a Sócrates como a su interlocutor
les parece evidente que se pueda y se deba reducir un poema a su contenido
conceptual, juzgarlo a medida de su verdad; y que su expresión pueda y
deba ser revocada como un disfraz, aunque como aquí sea natural (las flores
de la juventud y las de la retórica no son permanentes).

[180]

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en la energeia que permite apreciarla. Como si para desarmar
a los críticos la retórica debiera redimirse por la apariencia de
lo verdadero, ya que las figuras estarían puestas al servicio de
un realismo temperado.
Con el alegorismo cristiano se confirió a los tropos una
misión sin precedentes, pues las Escrituras fueron objeto de
una lectura figurada. No solo el Antiguo Testamento es una
alegoría del Nuevo sino que los acontecimientos relatados en
los Evangelios son, ellos mismos, objeto de una lectura por
figuras34. De ser un ornamento del discurso, la figura devino
en un modo hermeneútico y, sobre todo, lejos de alejarse de
lo verdadero, ella permitió encaminarse hacia él. El sentido
moral de la Escritura fue, entonces, llamado tropológico. El
disfraz condenado por el platonismo se convirtió en un velo
decente o un rebozo35. Las figuras no fueron más artificios

34
San Pablo dice de los hijos de Israel: «Omnia in figuram contingebant
illis» [Todo esto les acontecía en figura] (I, Cor., 10,11; véase también Orí-
genes, Tratado de los principios, I, 5-8; para los datos tocantes a la historia
de la noción de sentido figurado, todavía hoy muy vivaz, cf. el autor, 1987,
cap. VIII). La lectura alegórica no es, evidentemente, propia de los cris-
tianos y más bien domina toda la Antigüedad tardía. Los Estoicos habían
alegorizado a Homero para moralizarlo. En los primeros siglos de nuestra
era, ese modo hermenéutico se generalizó tanto en los cristianos como en
los paganos: Porfirio (comentario sobre la Odisea), Martianus Capella (Las
bodas de Mercurio y de Filología), Macrobio (Saturnales), Servius (comen-
tario sobre la Eneida). Se practicará hasta comienzos del Renacimiento, por
ejemplo, en el Ovidio moralizado de Berchorius (Pierre Bersuire, teólogo,
amigo de Petrarca): fue necesario esperar al Concilio de Trento para poner
fin a la moralización alegórica de las obras paganas.
35
Cf. Isidoro de Sevilla: «Las metáforas y las otras locuciones trópicas
envuelven lo que debe ser comprendido luego en los atavíos (amictis) fi-
gurados, para ejercitar el sentido del lector y para que no pierda, desnudo
y bajo la mano, su valor» (in Douay, 1988, pág. 244). Este pasaje podría
introducir una reflexión sobre la imagen de la desnudez. En la Antigüedad
griega, gymnos logos es un discurso verídico, sin rodeos. Horacio alude,
por ejemplo, a la nuda veritas (Carmina, I, 24, 7). Esta virtuosa desnudez
está relacionada con el origen de la humanidad (cf. Petronio, Satiricon,
88: «Priscis temporibus cum adhuc nuda virtus placeret»). Para la teología
medieval, remite al estado original sin pecado: nuditas naturalis (para un
desarrollo, cf. Panofsky, 1967, págs. 225-229).
Sin embargo, algunos imaginaban la Verdad cubierta con un tenue velo,
pero decente (así Filóstrato, Imagines, I, 27). No deberíamos asombrarnos
de que el lenguaje védico sea a veces velado. Teológicamente, es una marca
de la apófasis; así, el pseudo-Dionisio declara: «Es imposible que el rayo
divino brille para nosotros si no está envuelto con la diversidad de los velos

[181]

Artes y ciencias del texto.indb 181 15/12/11 11:44:54


cosméticos sino flores (Flores rhetorici, para Alberico del
Monte Casino) o gemas y perlas (según Alain de Lille). Bre-
vemente, en servicio del magisterio dogmático de la Iglesia,
las figuras permitieron descubrir —o producir— la realidad
trascendente, aproximando los misterios sagrados; ellas se
convirtieron, de esta manera, en los instrumentos del realis-
mo trascendente.

sagrados» (La jerarquía celeste, I, XXX). El velo tiene que ver, entonces,
con el comparante, a saber, las metáforas de las cosas corporales, afirma
Tomás de Aquino (Suma teológica, Ia, preg. 1, resp. 3; ello tuerce evidente-
mente la declaración dionisiana, ya que Dionisio trataba todas las metáforas
y no solamente las de las «cosas corporales»).
La función ambigua de las figuras como ornamentos se aclara si se con-
viene que toda expresión lingüística es un velo en el cual ellas brillan como
gemas admirables o perniciosas. Más prosaicamente, Cicerón, Vossius,
Rollin las comparan con los vestidos que permitieron primero al hombre
cubrirse (empajando la falencia de los nombres) y luego adornarse, uniendo
así lo útil a lo agradable.
Los gramáticos de las Luces conservaron la imagen fundadora del velo,
pero trataron de despojarla de sus ornamentos, luego de quitarle —no por
supuesto para contemplar el rostro divino sino las verdaderas operaciones
del pensamiento— la razón, en trance, a su vez, de ser divinizada. Destutt
de Tracy alaba así a Dumarsais: «Lo veo como el primero de los gramáticos;
al menos, no conozco alguien que, bajo el velo de la expresión, discierna tan
hábilmente la verdadera operación del pensamiento» (1817, t. II, pág. 8).
Peirce recupera la metáfora de la expresión como velo, considerando que
«uno no puede nunca despojarse completamente de ese vestido, sino solo
cambiarlo por otro más diáfano» (1956, I, pág. 171). Y respecto al ornatus
facilis, Jakobson declara todavía que «en las formas literarias de ese género,
los procedimientos lingüísticos son muy sobrios y la lengua no parece ser
más que un vestido casi transparente» (1963, pág. 243). Barthes mismo, a
propósito del análisis del relato, considera que «hay que despegar la película
estilística» (1984, pág. 151).
Lo que se llama el giro lingüístico o linguistic turn, propio de la filoso-
fía analítica, puede también caracterizarse por el hecho de «reconocer una
imposibilidad radical en aprehender el pensamiento desnudo, sin vestidu-
ra lingüística» (Nef, 1992, pág. 151). Frege muestra, a su manera, que la
distinción entre el «cuerpo» y el «velo» depende de la lógica y, más allá, de
la ontología: «Se debe separar del contenido de una frase la parte que se
puede solamente aceptar o rechazar como verdadera o falsa. Llamo a esta
parte el pensamiento expresado por la frase (…). Es solamente esta parte
del contenido el que concierne a la lógica. Llamo coloración [Farbung]
del pensamiento a toda otra cosa que maquilla el contenido de una frase»
(Posthumous Writings, University of Chicago Press, pág. 198; el color y el
disfraz son asociados a la ficción, como lo muestra el francés, sous couleur
de y el italiano, sotto colore). [En español: so o bajo color de]. [T.]

[182]

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En todos los casos, la actitud respecto a las figuras depende
de la relación con el Ser. Para los partidarios de un realismo
empírico, el lenguaje es un medio de representar este mundo y
los tropos obstaculizan esta representación. Para los seguido-
res de un realismo trascendente, el lenguaje permite develar,
aunque sea un poco, el otro mundo y los tropos participan
de esta tarea de revelación, incluso de renovación. Sea que el
movimiento de conversión que define el tropo parta del Ser
tal cual es representado en sentido propio, sea que, al con-
trario, se dirija hacia él, según sea inmanente o trascendente
a la naturaleza representada en el sentido natural, el tropo
pretenderá mentira o revelación.
En la edad clásica se puede oponer los grandes teóricos
de las figuras —casi todos inspirados por la Contra-Reforma,
por lo general los jesuitas (Gracián)— a los defensores de los
conocimientos positivos como D’Alambert36. En efecto, sin el
soporte de la fe, las figuras solo son ornamentos redundantes
ante la mirada de la razón37. El prosaísmo de los gramáticos-
filósofos obedece verosímilmente a una estrategia general de
literalización que, por lo demás, apoya la crítica de la reli-
gión38.
En el transcurso del siglo XIX, el doble triunfo del positivis-
mo y del idealismo especulativo, uno partidario de un realis-
mo empírico, el otro de un realismo trascendente, inspirará el

36
Dumarsais no está exento de ese positivismo: «Es muy importante
para un joven, desde que comienza a juzgar, que solo consienta a lo que
es verdadero, es decir, a lo que es» (Dumarsais, 1979, t. V, pág. 192, in
Douay, 1988, pág. 279). El desarrollo del positivismo se hace transparente
con la creciente función de la evidencia. Perelman anota justamente que
«la decadencia de la Retórica a partir de fines del siglo XVI, se debió al as-
censo del pensamiento burgués que generalizó la función de la evidencia,
ora la evidencia personal del protestantismo, ora la evidencia racional del
cartesianismo ora, finalmente, la evidencia sensible del empirismo» (1977,
pág. 21). ¿Y si esta evidencia solo fuera una energeia? El positivismo vive
de la ilusión realista de que los hechos pueden imponer su orden al discurso
o, por lo menos, de que ellos permiten juzgarlo a su medida.
37
El artículo «Retórica» de la Encyclopédie [Enciclopedia], que trata
anónimamente la clase de retórica, la define como aquella «donde se enseña
a los jóvenes los principios del arte oratorio. Se estudia la retórica antes
que la filosofía, es decir que se aprende a ser elocuente antes de haber
aprendido algo y, para decirlo claramente, antes de saber razonar» (1765,
XIV, pág. 250).
38
Véase la ocurrencia de Voltaire: «La paloma le hizo un hijo a la mujer
del carpintero.»

[183]

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exilio de la retórica. El estudio de los textos fue, por así decir-
lo, escindido, y su dimensión semiótica fue dejada de lado en
cuanto tal: la «letra» de los textos fue atribuida a una filología
positivista y su «espíritu» a las hermenéuticas especulativas.
Actualmente, el positivismo lógico, muy influyente en los
medios lingüísticos por el sesgo de la filosofía analítica, conce-
de que el sentido veridictorio es simplemente distinto del sen-
tido pragmático o retórico, postula que deben ser estudiados
por separado y que solo el primero depende de la lingüística39.
Al contrario, la hermenéutica fenomenológica, en particular
gracias a Ricoeur, ve en las figuras y especialmente la metá-
fora, una «promoción del sentido» (1975). Y de Heidegger a
Szondi las corrientes hermenéuticas más opuestas, meditaron
sobre los mismos poetas, Hölderlin, Mallarmé, Celan.
Esos debates entrañan divergencias no solo sobre el objeto
de conocimiento sino sobre las facultades de conocer: dianoia
o noesis. El sentido literal y el lenguaje pedestre se dirigen a
la razón; el sentido figurado, el lenguaje alado, al intelecto o
al alma pasional. La Lógica de Port-Royal atestigua ejemplar-
mente ese conflicto: mientras que para Nicole la metáfora es
el estigma de «esa debilidad de la naturaleza que repele la ver-
dad simple» (citado por Pelegrin, 1983, pág. 74) y mientras
que los Señores consideran que la expresión simple marca «la
verdad desnuda» (1970, pág. 131), ¿por qué la razón no sería
suficiente para conocer a Dios y por qué los Padres han usado
tanto las figuras?: «No habiendo sido propuestas las verdades
divinas únicamente para ser conocidas sino sobre todo para
ser amadas, reverenciadas y adoradas por los hombres, es de
ahí sin duda que la manera noble, elevada y figurada con que
los Santos Padres las trataron les es mucho más adecuada que
un estilo llano y sin figuras (…) puesto que esa manera no nos
enseña solamente esas verdades sino que nos representa tam-
bién los sentimientos de amor y de reverencia con los cuales
los Padres hablaron de ello» (1970, págs. 132-133). Se ve así
que el estilo sin figura habla a la razón mientras que el estilo
figurado habla al corazón. Los Señores, fervientes agustinia-
nos, abdicaron de la razón por humildad y reconocieron que
un estilo llano es, en esos menesteres, menos útil y menos
agradable ya que «el placer del alma consiste más en sentir

39
Al primero le interesan las frases; al segundo, los enunciados. La
lingüística solo estudiaría las frases (según Sperber, 1975, pág. 388).

[184]

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los movimientos que en adquirir los conocimientos» (1970,
pág. 133)40.
Por último, las diferentes actitudes en relación a las figuras,
encaran las diferentes concepciones de la temporalidad y, más
precisamente, de la historialidad. El tropo, como movimiento
de conversión, disjunta y reúne dos momentos del tiempo o
dos edades del mundo. Según se prefiera el primer momento
al segundo o el segundo al primero, el tropo disfraza o devela,
y nos aleja o aproxima a lo verdadero.
Para los Antiguos la edad de oro había pasado y a los mora-
listas que pululan en la edad de hierro en que nos encontramos
todavía les ha sido fácil ver en los tropos un disfraz del origen,
atestiguado por el sentido propio. Pero el pesimismo helénico
se vio sometido al mesianismo judío: el cristianismo, al fundar
el reino de la Gracia, invirtió la flecha del tiempo y los tropos
pudieron anunciar una salvación41. Al parecer, la actitud res-
pecto a los tropos estaba en proporción a las concepciones de
la salvación: en la edad clásica, las Reformas abandonaron
los tropos con la alegoría mientras que la Contra-Reforma los
puso en el programa de todos los colegios. Grandes teóricos,
como Gracián en España o Tesauro en Italia, les consagraron
los primeros tratados de envergadura. En Francia, jesuitas y
jansenistas adoptaron frente a ellos posiciones contrastadas.
Los gramáticos de las Luces siguieron a Port-Royal; Dumar-

40
La teoría de las ideas accesorias expuesta en el capítulo XIV de la Lo-
gique [Lógica] será desarrollada, en la edición de 1683, por un capítulo su-
plementario consagrado al problema fundamental de la transubstanciación.
A los ministros reformados que sostenían que en Esto es mi cuerpo, esto
significa el pan, los Señores oponen el hecho de que por el cambio efectuado
por Jesucristo, hoc tuvo «dos diferentes determinaciones al comienzo y al
inicio de la proposición» (pág. 139). Pues hoc solo significaría la idea prin-
cipal de cosa presente y únicamente variaría por las ideas añadidas (que, en
esta ocurrencia, los Señores no dicen accesorias, pero que técnicamente lo
son). Poco importa que el tropo haya tenido lugar in rebus o «que el pan de
la Eucaristía subsista en su propia naturaleza, con tal que despierte siempre
en nuestros sentidos la imagen de un pan que nos sirve para concebir de qué
manera el cuerpo de Jesucristo es el alimento de nuestras almas» (pág. 82).
En esta piadosa antanaclasis, las ideas accesorias que desempeñan un papel
considerable son bien distintas de la idea significada.
41
El sentido alegórico permitía pasar del Antiguo al Nuevo Testamento
y, así, del reino de la Ley al de la Gracia; el sentido anagógico permitía, por
último, pasar a la tercera edad historial, a la de la Iglesia triunfante y de la
vida celeste de los Bienaventurados.

[185]

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sais fue apodado, con razón, el ateo jansenista. Cuando el
materialismo naturalista incorporó el pesimismo agustiniano,
la diferencia progresiva respecto a la naturaleza apareció en-
tonces como una versión laica de un pecado original imborra-
ble. La afirmación del sentido propio se convirtió, más tarde,
en un retorno a la ley natural que restauró fugitivamente la
interpretación literal.
Al contrario, el idealismo romántico compendió los tropos
en la metáfora y la metáfora en la imagen convertida en sím-
bolo, pues vio en la imagen el medio para instaurar el reino
del Espíritu (Novalis). La mística contemporánea de la poesía,
en Reverdy o Breton, debe mucho a la «realidad suprema de
esas imágenes» (Breton, 1988, pág. 52).
Parecería que la semántica lexical se encuentra muy lejos
de esos debates que oponen oscuramente la ciencia y la ley,
y en los que el adversario toma por turno la figura del cien-
tismo y de la superstición. Pero sus planteamientos son tales
que modelaron la semántica léxica misma y, desde luego, su
tratamiento del problema de los tropos.

3. LA SEMÁNTICA LÉXICA Y LOS TROPOS

Como el lenguaje por sí mismo no es capaz más de lo fal-


so que de lo verdadero, la semántica lingüística solo puede
afirmar su autonomía abandonando, por una parte, el realis-
mo que define la significación como referencia a un mundo
—empírico o trascendente, poco importa; por otra parte, las
categorías subsidiarias de lo verdadero y de lo falso, utiliza-
das ciertamente en lógica pero constitutivamente metafísicas
—pues ellas suponen una relación fundadora entre los nom-
bres y las cosas42. La palabra, liberada de la soledad en que la
mantenía su enfrentamiento con un referente fantasmático, no
tiene en adelante ninguna preeminencia ni tampoco ninguna
autonomía.
Para reducir la diversidad de sentidos contextuales que
asume una misma palabra, se ha propuesto cuatro soluciones
principales:

42
En material de lenguaje, esa relación problemática constituyó la tra-
dición metafísica occidental. Incluso la verdad intencional se sustenta, en
último análisis, en la verdad extensional.

[186]

Artes y ciencias del texto.indb 186 15/12/11 11:44:54


(i) Derivarlos, como hemos visto, a partir de un sentido
propio original43.
(ii) Definir una significación en lengua, de la cual se po-
drá derivar los sentidos contextuales, especialmente
los sentidos figurados. Esta solución se encuentra en
Dumarsais y Beauzée formuló su exposición sistemá-
tica; hoy es, por lo general, la más admitida.
(iii) Postular un significado común a todos los empleos,
el mismo que Guillaume nombra significado de po-
tencia. Esta solución supone una intuición originante
del concepto44.
(iv) Postular que una de las acepciones de la palabra es
prototípica y que las otras se organizan alrededor
de ella por los grados de tipicidad. Esta solución se
inspira en la teoría de Rosch45. El sentido prototípico
se aproxima al sentido propio en la medida en que,
según Rosch, se funda por naturaleza.

Nosotros no seguimos ninguna de esas direcciones, pues no


adoptamos una perspectiva semasiológica sino onomasiológi-
ca que define los significados en el seno de clases semánticas,
tanto en lengua como en contexto. Además, no deseamos re-
ducir las disparidades semánticas sino describirlas: un hápax
goza en esta materia de un interés igual aunque no superior a

43
Esta solución supone una naturaleza, aunque solo sea una primera
convención. El progresismo de las Luces invierte así el platonismo pues la
naturaleza ocupa el lugar del cielo de las ideas y la revolución política toma
el rodeo moralizador de una restauración de la ley natural, de la misma ma-
nera como posteriormente el marxismo invertirá el hegelismo, volviéndolo
a poner «sobre sus pies».
44
Podría remitirse dicha solución al bergsonismo de Guillaume. El
significado de potencia no debe ser confundido con el núcleo sémico que
comprende los rasgos semánticos compartidos por las diferentes acepciones
de una misma palabra (cf. Pottier, 1974).
45
Langacker propone para el mismo falso problema una solución di-
ferente que la de Katz y Fodor al constatar, por ejemplo, los grados de
tipicidad entre los diversos sentidos de ring, desde el espacio pugilístico
hasta el anillo nasal (1986, pág. 3). El sentido típico ¿no sería una versión
imprecisa del sentido propio? Esta solución se aproxima a la precedente y el
sentido típico podría ser definido como un significado «de potencia» vuelto
inmanente. En todo caso, los lexicólogos influenciados por el guillaumismo
se inspiraron en Rosch. (Picoche, Kleiber). Para una discusión, cf. el autor,
1991, cap. VII.

[187]

Artes y ciencias del texto.indb 187 15/12/11 11:44:54


las acepciones más corrientes, al menos para una concepción
caracterizadora de la semántica46.
Partamos de la oposición entre sentido y significación tal
cual es presentada por Beauzée en el artículo sentido de la En-
ciclopedia (1765, XV, pág. 16), debido a que dicha oposición
se convirtió en una distinción de sentido común en semántica
francesa (Martin, Ducrot, Charaudeau, etc.). Reiterando y je-
rarquizando los criterios propuestos por Dumarsais, Beauzée
distingue el contenido en contexto, que llama sentido, del
de la palabra aislada. En esta última, distingue la significa-
ción47 fundamental, y las acepciones que la especifican. De
este modo difieren los estatutos ontológicos del sentido, de la
acepción y de la significación: el primero pertenece al objeto
empírico de la semántica, los otros dos son reconstrucciones
del gramático (en efecto, la palabra aislada es un artefacto del
lingüista)48.
No es cierto, por añadidura, que la palabra existe en lengua
ni al menos que se halle provista de una significación deter-

46
Concepción que ciertamente se opone al punto de vista nomotético
de la lingüística, ella misma heredera de la tradición normativa de la gra-
mática.
47
Como la mayoría de términos y conceptos de la semántica tradicio-
nal, significación (significatio) proviene de la escolástica (Guillaume de
Sherwood). «Cada palabra, afirma Beauzée, tiene primeramente una signi-
ficación primitiva y fundamental que le viene de la decisión constante del
uso» (1778, pág. 740). La significación primitiva se divide en significación
objetiva («idea fundamental que es el objeto individual de la significación de
la palabra» (ibíd.)) y significación formal (equivalente al modo de significar
escolástico). La significación objetiva es la que está «sujeta, ella misma,
a diferentes acepciones» (ibíd.), pero enfaticemos que dichas acepciones
«solo son diversos aspectos de la significación primitiva y fundamental»
(pág. 741). Esta problemática hace de la significación el sentido propio,
primitivo y fundamental; los sentidos figurados deben colocarse entre las
acepciones que dependen de él. Tal distinción permanece actualmente váli-
da en muchos estudiosos; así, Charaudeau afirma que «todo signo posee un
sentido constante a ser considerado no como un sentido pleno sino como
un sentido “en potencia”, disponible para ser empleado en las diversas si-
tuaciones que le dieron su especificidad de sentido» (1992, pág. 15). El
sentido constante es llamado también sentido de lengua y el sentido espe-
cífico, sentido de discurso. Se ve que el lingüista deifica en la lengua sus
deseos de constancia. Por lo demás, se reconoce el significado de potencia
guillaumiana en la noción de sentido constante.
48
Las dificultades encontradas por la síntesis automática del habla de-
muestran que la palabra nunca es percibida aisladamente.

[188]

Artes y ciencias del texto.indb 188 15/12/11 11:44:54


minada —aunque la secular empresa de gramaticalización del
léxico haya hecho todo por callar esa duda. Los morfemas y
las reglas de la sintaxis interna de la palabra dependen, por
cierto, del sistema funcional de la lengua; pero si esas reglas
permiten decidir si una palabra pertenece a la lengua, ninguna
permite prever la significación de una combinación gramatical
de morfemas que forman una palabra posible o atestada. Una
arquera [archère], por ejemplo, no es una tiradora al arco;
pero mañana puede convertirse en eso, en una federación
deportiva algo feminista. Eso equivale a decir que la signi-
ficación de una palabra depende de normas que en función
de las prácticas sociales y de su evolución pueden modificar,
crear o suprimir las acepciones. De suerte que, propiamente
hablando, la palabra no tiene significación sino una o varias
acepciones. La significación propia, principal o prototípica, es
sin duda un artefacto de la lingüística que, so capa de ordenar
las acepciones (y de organizar los artículos de diccionario),
le permite salvar indirectamente la ontología, por más que la
pretendida identidad en sí del referente disponga la unidad de
sentido de la palabra, hipostasiada en significación.
Pese al prejuicio onomástico que hace de la lengua una
nomenclatura, conviene distinguir en el léxico tres grados de
integración: el léxico de los morfemas, el de las lexías (agrupa-
ciones fijadas de morfemas; muchas de esas agrupaciones son
palabras) y el de las fraseologías. Solo el primero puede ser re-
mitido a la lengua pues los otros dos dependen de las normas.
Esas normas son determinadas por el discurso y por el género
del cual depende todo texto. Ellas pueden ser modificadas con
la evolución de la práctica social en que se ubican y evolucio-
nan, consecuentemente, en una temporalidad diferente a la de
la lengua, hecha esta de normas inveteradas.
Si por lo tanto la significación es un artefacto, los tropos no
pueden ser definidos en relación a ella. ¿Habrá entonces que
definirlos por una relación entre acepción y sentido? Conven-
gamos provisionalmente que las acepciones son semias tipos
y los sentidos, ocurrencias. Distingamos entonces entre se-
mia tipo y semia ocurrencia49 y formulemos provisionalmente
una definición que mantenga la noción de tropo50: hay tropo

49
La semia es el significado de la lexía. Una semia se compone de uno o
varios sememas; ella especifica lo que se llama significado lexical.
50
Una semia tipo puede comprender dos tipos de semas: semas inhe-
rentes (genéricos o específicos) y semas aferentes. Los semas inherentes

[189]

Artes y ciencias del texto.indb 189 15/12/11 11:44:55


cuando un semia ocurrencia, en lugar de heredar por defecto
todos sus rasgos semánticos de la semia tipo, actualiza por
prescripciones contextuales al menos un sema aferente (en
caso de propagación de rasgos) y/o sufre la supresión de por
lo menos un sema inherente (en caso de inhibición). Esta defi-
nición restringida queda en el estrecho marco de la semántica
léxica (microsemántica) y no tiene en cuenta, por ejemplo, la
aferencia de los rasgos semánticos casuales, que depende de la
mesosemántica ni, a fortiori, de aferencias macrosemánticas.
Subsisten tres cuestiones en debate:

(i) Convengamos que el carácter de las semias tipo de-


pende de las normas del discurso considerado; una
vez hecha esta restricción, se les puede llamar signi-
ficaciones. Ellas son definidas en sincronía, pero la
relación entre las diferentes significaciones de una
lexía depende de la semántica histórica. No obstante,
como los tipos son reconstrucciones a partir de las
ocurrencias, las significaciones propias son elabora-
das a partir de los sentidos contextuales y especial-
mente de los sentidos trópicos; así, no es el sentido
trópico el que es derivado a partir de la significación
propia, sino la significación propia la que es construi-
da normativamente por abstracción de los sentidos
contextuales, entre los cuales cuentan los sentidos
trópicos. Por lo tanto y en esta medida, ella misma
es derivada…

notan las diferencias en el seno de clases de sememas: por ejemplo, «bisturí»


se opone a «escalpelo» por el sema /para los vivos/, «mausoleo» se opone
a «memorial» por el sema /presencia del cuerpo/. Se distingue los semas
genéricos que indexan el semema en diversas clases y los semas específicos
que diferencian los sememas en el contexto de lexías pertenecientes a una
misma clase: por ejemplo, «per-» y «fres-» en el contexto de «pera» y «fre-
sa» o «peraleda» y «fresal» (pero no de «peraile» y «fresar»). Los semas
aferentes notan las relaciones aplicativas de una clase mínima de sememas
(taxema) o de semias (taxemia) en otra. Por ejemplo, los miembros del
taxema //«hombre», «mujer»// son lamentablemente en español el extre-
mo de una relación de aplicación que tiene como fuente los miembros del
taxema //«fuerza», «debilidad»//. Ese tipo de aplicación da cuenta tanto
de los fenómenos llamados de connotación, así como de los fenómenos de
tipicidad. Las relaciones aplicativas dependen de normas sociales distintas
al sistema de la lengua; de ahí, sin duda, el carácter «periférico» atribuido a
menudo a los semas aferentes.

[190]

Artes y ciencias del texto.indb 190 15/12/11 11:44:55


(ii) Queda por generalizar el estatuto de los tropos más
allá de la catacresis. Estos son muy comunes en to-
dos los géneros aunque, sin duda, muchos no son
identificados y no han sido nombrados. Por ejemplo,
en Queso o queso blanco que se lee en el menú de
un restaurante, la primera ocurrencia de ‘queso’ es
trópica ya que el rasgo /fermentado/ que no pertene-
ce al tipo, se encuentra actualizado por disimilación
contextual.
(iii) Finalmente, hay que elaborar una tipología de los
recorridos interpretativos que prescriben o inhiben
las actualizaciones en función de obligaciones y de
licencias contextuales, o incluso modifican el relieve
relativo de los semas en el seno de las semias ocu-
rrencias (cf. el autor, 2001b).

Al filo de los siglos, los teóricos de la retórica discutieron


el número de los tropos, a la vez que se esforzaron por redu-
cirlos a un pequeño número de clases: dos en Cicerón, cuatro
en Sanctius, seguido por Vossius y Colonia, tres en Beauzée,
dos en Jakobson51. Estos excelentes intentos se limitan, en lo
esencial, a la taxonomía.
Nosotros entendemos más bien describir las operaciones
de construcción del sentido. En semántica léxica, ello nos lle-
va a remitir los tropos a la estructura del léxico y a la acción
del contexto que sin cesar la instituye y la modifica a la vez.
En efecto, para una semántica interpretativa, el problema se
plantea del siguiente modo: ¿cómo describir los recorridos
interpretativos que constituyen el tropo? Subsidiariamente
¿qué prescripciones y obligaciones definen esos recorridos?
Es entonces el contexto lo que instituye el tropo, no su desvío

51
Jakobson parece redescubrir por sí mismo (cf. 1963, cap. III), des-
pués de dos milenios, la distinción ciceroniana entre translatio y mutatio
que corresponden en él a la distinción que opone metáfora y metonimia
(cf. Douay, 1988, pág. 287): en un pasaje del Orator, Cicerón propone una
bipartición de los ornamentos del discurso en translatio y mutatio: «Como
el cielo por estrellas, el discurso es adornado por palabras transpuestas o
intercambiadas. Como es corriente, entiendo por transpuestas aquellas que
por su semejanza son tomadas, por recreo o por necesidad, de otra cosa.
Entiendo por intercambiadas, aquellas que en lugar de la palabra propia
son tomadas con la misma significación de otra cosa que sigue por vía de
consecuencia» (§ 37).

[191]

Artes y ciencias del texto.indb 191 15/12/11 11:44:55


en relación con un sentido propio. Precisemos a continuación
los caminos elementales de esos recorridos, sus operaciones
elementales y sus condiciones.
Los caminos elementales de la aferencia dependen de la
estructura de las clases léxicas52. Las aferencias genéricas re-
lacionan por lo menos dos clases diferentes; las aferencias es-
pecíficas relacionan los elementos de una misma clase.

(i) Cuando se relaciona semias pertenecientes a dos do-


minios o dimensiones semánticas diferentes, se tra-
ta de una conexión metafórica (cf. el autor, 1987,
cap. VIII) que propaga en la semia comparada los
rasgos genéricos aferentes. Los rasgos evaluativos
afectados al dominio o dimensión comparante son

52
La clase mínima es el taxema. En su seno son definidos los semas
específicos del semema, así como su sema menos genérico (micro-genérico):
por ejemplo, /monumento funerario/ para «mausoleo» y «memorial». En la
lengua francesa, los taxemas reflejan las situaciones de elección; por ejem-
plo, «autobús» pertenece al mismo taxema que «metro», a diferencia de
«autocar» (que, por su parte, pertenece a la misma clase que «tren»). Los
taxemas codificados en lengua son, de hecho, frecuentemente modificados
en discurso (por ejemplo, en una cantina: Cervezas 6 francos, Bebidas 4
francos, donde el rasgo /no alcoholizado/ es aferido en bebidas mientras que
todos los diccionarios definen la cerveza como una bebida. El campo es una
jerarquía estructurada de taxemas como //«autobús», «metro», «RER»// y
//«autocar», «tren»//. En los discursos, los sememas dependientes de dife-
rentes niveles jerárquicos del campo pueden encontrarse yuxtapuestos (por
ejemplo, ¿«vino» o «champaña»?, ¿«beaujolais» o «agua»?).
La clase de generalidad superior es el dominio. Un dominio comprende
varios campos; por ejemplo, el dominio //transportes// comprende el de
medios de transporte, el de vías de comunicación, etc. Cada dominio está
relacionado con una práctica social determinada y los indicadores lexico-
gráficos como quím. (química) o mar. (marino) son, de hecho, indicadores
de dominio. En las lenguas escritas de los países desarrollados se puede
contar centenas de dominios. Dos pruebas permiten diferenciarlos: (i) En el
interior de un mismo dominio no existe, por regla general, polisemia léxica,
pues la polisemia resulta precisamente de la multiplicidad de dominios.
(ii) Entre las unidades miembros de un mismo dominio, no se establece
conexión metafórica; al contrario, las metáforas se establecen generalmente
entre dominios diferentes y obtienen su efecto de las diferencias de valori-
zación entre los dominios.
Por último, las dimensiones dividen el universo semántico en grandes
oposiciones como /animado/ vs /inanimado/ o /humano/ vs /animal/. Las di-
mensiones son frecuentemente gramaticalizadas y lexicalizadas (por ejemplo,
en español, «boca» vs «hocico»). Las dimensiones dividen los dominios.

[192]

Artes y ciencias del texto.indb 192 15/12/11 11:44:55


igualmente propagados; de ahí los efectos de pro-
moción evaluativa o de devaluación, discutidas hace
mucho en los debates sobre la conveniencia de las
metáforas. Por último, los rasgos específicos de la
semia comparada son realzados por asimilación e in-
cluso propagados a partir de la semia comparante.
Cuando, por ejemplo, en La prima Bette el barón
Henri Montès de Montéjanos es comparado suce-
sivamente a un jaguar, un león y un tigre, los ras-
gos genéricos que le son aferidos son /animalidad/
y /felinidad/; un rasgo específico /sudamericano/
es destacado por asimilación a «jaguar»; dos rasgos
específicos son aferidos: /valiente/ (por «león») y
/celoso/ (por «tigre»). Las conexiones simbólicas en-
tre dominios plantean problemas hermenéuticos que
trataremos más adelante.
(ii) En el seno de un mismo dominio, la relación entre
una semia y la semia que nombra el taxema en que es
incluida, instaura las relaciones jerárquicas. Del su-
bordinado al subordinante, la relación es llamada hi-
peronímica; en el sentido contrario, hiponímica. Las
semias no valorizadas son especialmente susceptibles
de recibir empleos genéricos (por ejemplo, «calle»
en el taxema de las vías de comunicación urbanas)53.
Sus rasgos específicos son, entonces, virtualizados.
(iii) En el seno de un mismo taxema, las desigualdades
cualitativas entre semias permiten recorridos que
van de las semias valorizadas (parangones) hacia
las menos valorizadas, o a la inversa (cf. el autor,
1991, cap. VII y 1999c). Si evidentemente no hay
conexiones metafóricas entre dominios al interior de
un mismo taxema, se destaca las conexiones entre
dimensiones, por ejemplo, para comprender Este te-
nedor es un cuchillo, se produce una disimilación
entre universos, es decir, entre dimensiones moda-
les («tenedor» /universo1/ vs «cuchillo» /universo2/,
correlacionada a la disimilación /destinación/ vs
/uso/).

53
Reformulamos la oposición intenso/extenso propuesta por Hjelmslev
en términos cuantitativos de densidad sémica y/o cualitativos de valoriza-
ción. Los términos poco densos y/o poco valorizados son utilizados como
genéricos (cf. el autor, 1999c).

[193]

Artes y ciencias del texto.indb 193 15/12/11 11:44:55


(iv) Consideremos, finalmente, las relaciones entre semas
al interior de una semia. A la lexicalización de uno de
sus semas, se le pueden asociar por aferencia otros
semas de la misma semia. Por ejemplo, «violinista»
comprende el rasgo /violín/, pero «violín», que lexi-
caliza ese rasgo, puede recibir los rasgos /humano/ y
/ergativo/ (en lugar de /instrumental/)54. La aferen-
cia se ha propagado, así, de lo instrumental a lo er-
gativo. Ese tipo de aferencia da cuenta de fenómenos
generalmente clasificados bajo la rúbrica metonimia.
En los grafos semánticos cuyos vínculos son caracte-
rizados55, se les puede representar como inferencias
que vinculan un nudo del grafo a otro.

Esos cuatro recorridos elementales son descritos aquí en sin-


cronía. Sin embargo, encuentran ciertos correlatos en diacronía.
Por ejemplo, el rasgo /humano/, aferente a ouailles [«fieles»]
en antiguo francés, devino inherente en francés moderno. O
aun, las extensiones de sentido se hacen a partir del parangón
mientras que las restricciones de sentido van hacia él56.
Los recorridos elementales se basan en las operaciones fun-
damentales como la disimilación y la asimilación, operaciones
que seguramente tienen una gran función en percepción se-
mántica57.
Antes de examinarlas más adelante, subrayemos dos conse-
cuencias de la concepción de sentido léxico que presentamos
aquí. Una «palabra», más precisamente, una lexía, no tiene
por principio una significación única o propia, sino acepciones
(en el sentido de Beauzée) que comparten o no uno o varios
semas comunes. La polisemia atestigua las relaciones históri-
cas entre acepciones y las atestadas de antiguo no gozan de
ningún privilegio particular. La lexicografía yuxtapone, por
cierto, las acepciones que dependen de diferentes discursos

54
Es el caso del apelativo Primer violín para aludir al primer violinista
en una orquesta sinfónica o de cámara. [T.]
55
Según las propuestas de Sowa, 1984; ver, por ejemplo, infra, cap. VII,
§ III, el grafo del Aburrimiento.
56
Cf. el autor, 1991, cap. VIII; 1999c.
57
Sobre las operaciones interpretativas de asimilación y de disimilación,
véase el tratamiento de las tautologías y de las contradicciones en el autor,
1987, cap. VIII, y Françoise Douay (1993) a propósito de la antanaclasis y
de la paradiástole.

[194]

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y épocas; pero salvo los casos de antanaclasis o de silepsis, la
polisemia no concierne a la lexicología sincrónica.
Finalmente, las acepciones consideradas como tipos son
reconstrucciones y ninguno de sus rasgos semánticos se actua-
liza en todas las ocurrencias58. De ello se colige que ninguna
parte del contenido léxico goza de una identidad en sí tal que
podría sostener una ontología sustancialista. En términos on-
tológicos —puesto que la ontología debe mucho a las teorías
arcaicas del léxico y además ha pagado generosamente sus
deudas en relación a las teorías modernas—, el «referente»
léxico solo sería así un agrupamiento transitorio de acciden-
tes, indefinidamente modificado por el contexto. Como por
definición la ontología clásica ha concedido a los accidentes
únicamente un valor inesencial, solo podía reconocerlos sub-
ordinándolos a una sustancia que representa la significación
propia y en nuestro criterio la constituye.
Los semas inherentes y aferentes difieren por los recorridos
interpretativos que los actualizan y no por el estatuto ontoló-
gico de sus pretendidos referentes. Los tropos se distinguen
a fortiori únicamente del o de los sentidos «literales» por el
grado de complejidad de los recorridos interpretativos que
permiten pasar de la ocurrencia al tipo.
Entre las condiciones de los recorridos interpretativos, se
distingue las condiciones hermenéuticas que se remiten al dis-
curso, al género del texto y a la situación de comunicación, ya
sea directa o diferida; y los interpretantes que ellas permitirán
aprehender en cuanto tales. Las condiciones hermenéuticas
quedan preeminentes. Por ejemplo, en la lectura del sintagma
conferencias fundentes, se puede esperar la imagen de sim-
posios enternecedores, incluso de seminarios lascivos pero si
esas palabras son escritas en una pizarra debajo del tendal de
una frutería, es suficiente para determinar su acepción y con-
cluir que fundentes no depende de un tropo59. Si, al contrario,

58
Ello no solo vale para las semias sino para los sememas, ya sea que
pertenezcan a los gramemas o a los lexemas. Por ejemplo, se le puede aferir
un pasado compuesto al rasgo /futuro/ como en «Mañana, en un suspiro de
las bondades consteladas / La primavera ha quebrado las fuentes selladas»
(Valéry). De la significación en lengua del pasado compuesto, solo queda
aquí el rasgo /perfectivo/.
59
Por lo menos un tropo repertoriado. No fundiéndose esas conferen-
cias por sí mismas sino en la boca del feliz comprador, fundentes podría ser
aproximada a la figura participación.

[195]

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yo les anunciase un relato gracioso, ustedes se aprestarían a
recibir todas las silepsis.
Los interpretantes, por su parte, no deben ser confundidos
con las instrucciones y solo son reconocidos como índices a
posteriori. Esas determinaciones de lo local por lo global, dan
acceso ciertamente a la cuestión hermenéutica.

4. SEMÁNTICA INTERPRETATIVA DE LOS TROPOS

Como un índice suplementario del hecho de que la retórica


se gramaticalizó, muchos autores piensan que la identificación
de los tropos cae de su peso y que una metonimia o una antí-
tesis se reconocen como un pronombre o una preposición60.
Tal cual sucede a menudo, atomismo y positivismo van aquí
a la par.
Antes de debatir su interpretación, se precisa restituir la di-
mensión textual de las figuras. Como la gramaticalización de
la retórica contiene por lo esencial los tropos en el espacio
de la frase y las figuras no-tropos en el del parágrafo, cuando
los gramáticos citan y comentan los textos no proceden como los
retóricos. La comparación de los tratados de Gracián y de Du-
marsais autoriza un paralelo artificial pero edificante, tanto por
el número y la calidad de los textos estudiados como por el
estatuto del plano textual. Dumarsais y la mayoría de sus su-
cesores eludieron la dimensión textual donde se despliegan los
tropos y el problema muy delicado de la composición de las
figuras; al contrario, Gracián la trata con el nombre de agudeza
compuesta61. A esta separación en el objeto le corresponde una
división en la teoría entre el estudio de los tropos y el del texto
en su conjunto.
Una semántica interpretativa puede restituir la dimensión
textual de los tropos y reconsiderar esas «figuras de signi-

60
Por ejemplo, las «figuras micro-estructurales» (los tropos) son «aque-
llas cuya existencia aparece manifiesta y materialmente» (Molinié, 1992,
pág. 153).
61
En español en el original [T.]. Gracián le consagra el segundo libro
de su tratado, en el que plantea claramente el problema de la determinación
de lo local por lo global: «el todo, tanto en la composición física como en
la artificiosa, es la parte más noble e incluso si su perfección se sustenta
en la de las partes, él agrega a las de unas y las otras la que es esencial, su
armoniosa unión» (1983, pág. 182).

[196]

Artes y ciencias del texto.indb 196 15/12/11 11:44:55


ficación» como «figuras de sentido», en otras palabras, los
momentos singulares de los recorridos interpretativos. La se-
mántica interpretativa encuentra así una serie de cuestiones
de importancia creciente.
A) ¿Cómo identificar las figuras sin interpretante codifi-
cado y reconocido como tal? Tomemos el ejemplo inevitable
de la metáfora. Para la metáfora in praesentia, su interpre-
tante es la disparidad de los dominios o de las dimensiones.
Si en el contexto es dominante una isotopía genérica, el se-
mema indexado sobre esta isotopía será comparado y el otro
comparante. Por ejemplo, en Sol cuello cortado (Apollinaire,
Zona [Zone]), «sol» es comparado porque es isótopo, en el
contexto, con «dormir», «mañana», etc. A falta de isotopía
genérica dominante, el sintagma contradictorio solo será una
especie de oxímoron62. Precisemos ante todo que la isotopía
dominante, incluso comparada, no es el sentido literal, ya que
no se da de por sí sino que es construida y puede variar con
los momentos del texto. La isotopía comparante difiere por lo
general de la isotopía dominante, pero esta diferencia no es
una digresión y menos un desvío63. Cierta unidad semántica
comparada en un lugar de un texto podría devenir compa-
rante en otro. Por ejemplo, en Magnitudo parvi, ángel con
mirada de mujer se invierte la orientación metafórica del cli-
ché o frase estereotipada mujer con mirada de ángel (Hugo,
Contemplations [Contemplaciones]). La incompatibilidad o
simplemente la alotopía entre dos sintagmas no implica que
uno sea desviante y el otro no; cuando la alotopía impone o
supone una disimilación de isotopías genéricas, estas pueden
contraer relaciones de dominancia y/o de jerarquía. Lo que
se llama sentido literal correspondería, entonces, imperfecta-
mente, a la isotopía genérica dominante cuando es devaluada
en relación a la isotopía dominada64.

62
Se ha hecho de la alotopía el criterio que permite reconocer la metá-
fora (cf. Groupe µ, 1977). Pero queda por precisar lo que permite recono-
cerla, en qué contextos esta disparidad es percibida y en qué condiciones
es tenida por intolerable.
63
Al parecer Kleiber no ha comprendido ese punto cuando nos presta
la tesis del desvío que siempre hemos combatido (1994, pág. 38).
64
La dominancia es un criterio cualitativo de extensión y de densidad
sémica: la jerarquía, un criterio cualitativo de evaluación. El proceso tradi-
cional de promoción del sentido (Ricoeur), característico de la alegoriza-
ción religiosa y artística, consiste en pasar de una isotopía dominante pero

[197]

Artes y ciencias del texto.indb 197 15/12/11 11:44:55


En cuanto a la metáfora llamada in absentia, esta instau-
ra una conexión simbólica que debe ser identificada por las
conjeturas concordantes sobre el discurso, el tipo de obra, el
género del texto y la jerarquización idiolectal de las isotopías.
Por ejemplo, en la primera estrofa de Fiesta de la paz, Hölder-
lin escribe: «Armónicamente ordenados, una suntuosa fila, /
al lado ahí y allá ascendiendo sobre / el suelo allanado, están
las mesas» [Tische] (trad. Bollack et al.)65. Durante la contro-
versia motivada para establecer si la descripción de este salón
de banquete era una metáfora del mundo divino, Szondi, sus-
tentándose en otros poemas, precisó en qué condiciones se
podía leer «montañas» en esta ocurrencia de «mesas» [Tische]
(cf. 1982, pág. 16-19): de hecho, a partir de cierta fecha no se
encuentra más metáfora de este tipo en la poesía de Hölderlin
porque allí el mundo humano y el mundo divino no se sepa-
ran más. En pocas palabras, la metáfora llamada in absentia
se reduce a una conexión simbólica que debe ser identificada
por las conjeturas concordantes sobre el discurso, el tipo de
obra, el género del texto y la jerarquización idiolectal de las
isotopías. Pues bien, como vio claramente San Agustín, dicha
metáfora depende de un acto de fe.
En fin, ¿cómo identificar las relaciones metafóricas a larga
distancia? Nuestras hipótesis sobre las conexiones metafóri-
cas entre la ciudadela de Machaerous y la cabeza de San Juan
en Hérodias [Herodías] de Flaubert, cuyas descripciones están
separadas por toda la extensión del texto, solo han podido
ser corroboradas por la lectura ulterior de los borradores (cf.

jerárquicamente inferior a una isotopía dominada pero jerárquicamente


superior. Así, como dice René Char, «los dioses están en la metáfora» (Á
faulx contente).
65
Los versos citados son los versos 5 a 8. La traducción de Jean Bo-
llack et al. es dada en Szondi, 1991, pág. 190 [La traducción española es
de Rafaél Gutiérrez Girardot, Friedrich Hölderlin, Fiesta de paz, Primera
reimpresión, Bogotá: El Áncora Editores, 1995, págs. 38-39. T.]. He aquí
la primera estrofa del texto original: «Friedensfeier.— Der himmlischen,
still wierderklingenden, / Der ruhigwandelnden Töne voll, / Und gelüftet
ist des altgebaute, / Seeliggewohnte Saal; um grüne Teppiche duftet / Die
Freudenwolk’ und weithinglänzen stehn, / Gereiftester Früchte voll und
goldkränzter Kelche, / Wohlangeordenet, eine prächtige Reihe, / Zur Seite
da und dort aufsteigend über dem / Geebneten Boden die Tische. / Denn
ferne kommend haben / Hieher, zur Abendstunde, / Sich liebende Gäste
beschieden» (F. Hölderlin, 1943, Sämtliche Werke. Grosse Stuttgarter Aus-
gabe, Stuttgart, Ed. F. Beissner, vol. 3, pág. 533).

[198]

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1992a). Como el acto hermenéutico consiste en seleccionar
los pasajes paralelos, ciertamente debe ser problematizado; de
esta manera, debimos aproximar, en la descripción del Templo
de Jerusalén: «El sol hacía resplandecer sus murallas de már-
mol blanco» y «las gotitas en su frente parecían un vapor en
el mármol blanco» en la descripción de la danza de Salomé al
final del cuento66.
Puesto que en todo texto lo global determina lo local,
incluso las figuras reputadas simples como la antítesis de-
penden evidentemente de clases semánticas que pueden ser
idiolectales, o simplemente quedar implícitas. La reconstruc-
ción de esas clases es, entonces, necesaria para identificar
la figura. Por ejemplo, en el sintagma rampante misticismo
que para Gracq describe el silencio de las ciudades flamen-
cas, discernir la antítesis supone recurrir a la tópica de la
ascensión.
Además, el género instaura un contrato interpretativo, tan-
to así que los regímenes de identificación y de construcción
de los tropos difieren con los géneros. Por ejemplo, en los
géneros maravillosos casi no se encuentra metáforas o, al me-
nos, el régimen metafórico es «aligerado». Efectivamente, en
los mundos que esos géneros maravillosos construyen, todo
deviene, por decirlo de algún modo, literal, y, por ejemplo, en
el cuento de las Botas de siete leguas, estas botas no tienen
nada de hiperbólico y permiten franquear literalmente esta
respetable y anticuada distancia.
B) Al participar en la construcción interpretativa de for-
mas semánticas como las moléculas sémicas, las figuras son
percibidas en relación a los fondos semánticos, entre los cua-
les los mejor descritos son las isotopías genéricas. No se po-
dría desprenderlas de esos fondos, incluso si como lo sugería
hace tiempo el Grupo µ, la diferencia puede ser redefinida
como una alotopía. Así, al admitir el carácter perceptivo del
tratamiento semántico, se admite la función constituyente del
contexto concebido ante todo como fondo: la conexión enig-
mática de lo literal con lo figurado se transpone en la que
une las formas a los fondos constituidos por las recurrencias

66
Se encuentra un interpretante en los borradores, folio 403: Herodías,
una vez detenidas sus manos al final de la danza, espera su recompensa,
«un poco de sudor en sus sienes como el rocío sobre un mármol blanco».
Se nota la paronomasia temple / tempes [templo / sienes] (cf. el autor,
1997a).

[199]

Artes y ciencias del texto.indb 199 15/12/11 11:44:55


sistemáticas de los semas genéricos. Las figuras son, entonces,
medios para construir esas formas y conectarlas a esos fondos.
Si Aby Warburg, al tratar las técnicas artísticas, columbró al
buen Dios «en los detalles» mientras que Jean-Pierre Richard
lo veía «entre los detalles», será preciso «verlo» en todas par-
tes, es decir, concebir la unidad de las formas y los fondos
semánticos.
Tomemos, por ejemplo, este aforismo de Char (1983,
pág. 383): Luire et s’élancer — prompt couteau, lente étoile
[Alumbrar y punzarse — rápido cuchillo, lenta estrella]. Por-
menoricemos ahora un recorrido interpretativo: (i) La antoni-
mia entre «rápido» y «lenta» opone los dos últimos sintagmas.
(ii) El rasgo /puntual/ común a «rápido» y «punzarse» induce,
por analogía, a actualizar /durativo/ no solo en «lenta» sino
también en «alumbrar». En un ritmo semántico AB, BB, AA,
los dos haces de isotopías específicas A (/celeste/, /durativo/)
y B (/terrestre/, /puntual/) componen dos «fondos» semánti-
cos en relación antitética. Las moléculas sémicas (/lentitud/,
/objeto resultativo/) y (/rapidez/, /instrumental/) se despren-
den allí como formas. Una conexión temática metafórica entre
esas dos moléculas es asegurada por el rasgo /luminosidad/;
una conexión dialéctica, lo es por la antigua creencia que ima-
ginaba que las estrellas eran perforaciones hechas con cuchillo
en el telón del cielo (véase en Obsession [Obsesión] de Bau-
delaire, la rima étoiles / toile [estrellas / telón]). Observemos
que la actualización del rasgo /durativo/ en alumbrar no es
suficiente para constituir un tropo, incluso según la definición
conservadora que dábamos anteriormente. «Alumbrar» com-
prende, en lengua francesa, ora el rasgo /durativo/ ora el rasgo
/puntual/, ambos repertoriados en los diccionarios sin dife-
rencia de acepción. La relación antitética entre «alumbrar» y
«punzarse», aunque imprevisible fuera de contexto, permite
actualizar el rasgo /durativo/ en «alumbrar», prueba de que
la actualización de los rasgos inherentes puede ser la culmina-
ción de los recorridos trópicos. Sin embargo, en este ejemplo
no se llega a la univocidad ya que la y que une alumbrar y
punzarse es el interpretante de una especie de hipálage que
permite reconocer además, de acuerdo a la tópica literaria,
la luminosidad del cuchillo y el movimiento de las estrellas y,
alusivamente, la brevedad del aforismo y la perennidad de la
poesía.
C) Finalmente, en mi conocimiento, el problema de las
figuras agrupadas o asociadas en masa, no ha sido planteado

[200]

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desde Seudo Longino67. Algunas figuras son propias de ciertos
discursos y de ciertos géneros. En nuestra tradición, el hipála-
ge solo se encuentra en el discurso literario y, generalmente, en
poesía lírica. Pero este caso no es de ningún modo aislado.
Cada figura depende de un tipo de impresión referencial que
se puede llamar estesia. Por ejemplo, al estudiar las formas del
realismo trascendente en literatura, hemos notado la asociación
frecuente de oxímoron, adunaton, hipálage y antítesis. Se agre-
ga, por ejemplo, en L’union libre [La unión libre] de Breton,
silepsis, zeugma y paronomasia68. Todas esas figuras tienen en
común el hecho de afrontar, o bien por conjunción o bien por
disjunción, unidades semánticas opuestas de modo diverso. Al
quebrantar especialmente las isotopías genéricas, ellas partici-
pan en la destrucción de la impresión de referencia empírica y
favorecen la impresión de referencia a lo trascendente (cf. el
autor, 1992b) que tradicionalmente busca nuestra poesía lírica,
por lo menos hasta el surrealismo (cf. el autor, 1992b, 1998b).

5. DIRECCIONES

Si bien es muy urgente retorizar la lingüística, no basta, en


cambio, con la simple importación de conceptos y de catego-
rías heredadas de la retórica. En vez de reducir la retórica a

67
Tratado de lo Sublime, XX, 1: «La concurrencia de las figuras hacia un
mismo punto pone corrientemente en movimiento, de la manera más enér-
gica, las pasiones, cuando dos o tres de esas figuras, mezcladas en sinmoria
[asociación], se prestan unas a las otras fuerza, persuasión, belleza…».
68
He aquí algunos ejemplos: paronomasia mollets de moelle [pantorri-
llas de médula] (v 27); silepsis sobre pies en ma femme aux pieds d’initiales
[mi mujer con pies de iniciales] (v 28), sobre ojos en aux yeux de bois
toujours sous la hache [a los ojos de madera siempre bajo el hacha] (v 59),
sobre brazos en aux bras d’écume de mer [a los brazos de espuma de mar]
(v 26), sobre garganta en à la gorge de Val d’or [a la garganta de Val d’or]
(v 31), sobre movimientos en mouvements d’horlogerie et de désespoir [mo-
vimientos de relojería y de desesperación] (v 26, con zeugma); adunaton en
loutre entre les dents du tigre [nutria entre los dientes del tigre] (v 4), langue
de pierre incroyable [lengua de piedra increíble] (v 9), mélange de blé et de
moulin [mezcla de trigo y de molino] (v 24); oxímoron en taupinière marine
[montículo marino] (v 34), balance insensible [balance insensible] (v 47);
hipálage en Ma femme au sexe de miroir / Ma femme aux yeux pleins de
larmes [Mi mujer con sexo de espejo / Mi mujer con ojos llenos de lágrimas]
(vv 54-55; discusión, en el autor, 1998b)…

[201]

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lo que la morfosintaxis puede tolerar y dedicarse a utilizar los
tropos como categorías de descripción no analizadas de otro
modo, se trata de desarrollar una semántica léxica contextual,
articulándola a una semántica de los textos. En esta concep-
ción morfosemántica, los tropos son momentos notables de
los recorridos interpretativos; los más discutidos correspon-
den, sin duda, a los puntos críticos.
Los tropos asumen, así, cuatro funciones generales según
si modifican los fondos semánticos, las formas semánticas o
las relaciones entre formas y fondos: (i) Ruptura de fondos
semánticos (alotopías) y conexión de fondos semánticos (po-
lisotopías genéricas). (ii) Ruptura o modificación de formas
semánticas: si se les describe como moléculas sémicas, esas
transformaciones se operan por adición o supresión de rasgos
semánticos. (iii) Modificación recíproca de formas semánti-
cas por alotopías específicas (antítesis) o metátesis semánticas
(por ejemplo, la hipálage). (iv) Modificación de los empalmes
entre formas y fondos: toda transposición de una forma sobre
un fondo modifica esta forma; de ahí, por ejemplo, los cam-
bios sémicos inducidos por las metáforas.
Esas funciones, o mejor esos efectos, no son especializados
y una misma figura puede acarrear varios de ellos. Por último,
los recorridos entre fondos o entre formas no son pasajes de
un fondo a otro, o de una forma a otra: en la hipótesis de la
percepción semántica, esos recorridos se alían a la percep-
ción de formas ambiguas; así, una metáfora permite percibir
simultáneamente dos fondos semánticos (de donde el efecto
anagógico que se le atribuye a menudo); una hipálage permite
percibir simultáneamente dos formas o dos partes de formas,
en una ambigüedad que recuerda las clásicas ilusiones visuales
del pato-conejo o de la vieja-joven.
Los tropos solo pueden ser comprendidos, brevemente, si
se les remite a sus condiciones genéticas, a sus efectos mimé-
ticos y a su función hermenéutica. Desde que se abandona la
ontología por la praxeología, las formas semánticas no son
más reificadas en las significaciones y llegan a ser momentos
estabilizados de procesos productivos e interpretativos. Los
tropos, contornos críticos de esas formas y relaciones típi-
cas entre ellas, constituyen un repertorio de conductos que
edifican las formas, las hacen evolucionar y las desarticulan.
Lejos, pues, de reducirse a los ornamentos que disfrazan un
cuerpo ontológico ya dado por la significación, los tropos son
un medio para producirla e interpretarla. Consecuentemente,

[202]

Artes y ciencias del texto.indb 202 15/12/11 11:44:55


no se sobreponen a la significación sino que la constituyen y
la organizan en el plano frasal, la transponen al plano textual
y la transforman así en sentido.
Los tropos varían según las culturas, las lenguas y las tra-
diciones69. Algunos tropos complejos suponen, sin duda, las
lenguas escritas. Su inventario no está de ningún modo con-
cluido y la empresa, emprendida hace tiempo por el Grupo µ
para reorganizar sistemáticamente la tropología con criterios
lingüísticos, merecería ser proseguida. Una tropología semió-
ticamente reestructurada tendría ciertamente un gran alcance
antropológico. Los mitos no se reducen a las estructuras na-
rrativas descritas como series de acontecimientos; los mitos
articulan las transposiciones, los metamorfismos (cf. supra,
cap. I) que obligan y condicionan lo que Ricoeur llama la
inteligencia narrativa, y que desde el plano de la palabra al
del texto dan cuenta de las transformaciones temáticas, dialé-
cticas y dialógicas.
A fin de cuentas, se impone una apertura semiótica de la
tropología ya que los tropos, por lo menos los más generales,
pertenecen de facto al vocabulario y a las teorías de las prin-
cipales disciplinas estéticas de las artes visuales (arquitectura,
pintura, escultura, cine), incluso musicales, sobre todo en la
música barroca que fue la «retórica de los dioses». Así se pudo
hablar de una virtuosidad tropológica de Palladio e incluso
algunos autores han comparado la disposición del soneto a la
de la fachada barroca, etc. Esas asimilaciones arriesgadas no
deben llamarnos a sonrisa: cada estésis —pareja artística de
la episteme— comprende, en efecto, un inventario general
de relaciones y de mutaciones que articulan las asociaciones de
tropos privilegiados por una época.

69
Por ejemplo, en la tradición helénica y luego cristiana, que no desistió
de una ontología dualista, la metáfora debe sus exorbitantes privilegios al
hecho de ser utilizada para unir los dos reinos del Ser. Al contrario, en la
tradición japonesa, dominada por el budismo, de pensamiento no dualista
y cuya ontología es negativa, la metáfora es rarísima —como, por lo demás,
la personificación de los objetos o las fuerzas naturales. En especial en los
haikús, la metáfora cede ante el juego de palabras que evidentemente no
tiene nada de su carácter hierático (cf. Coyaud, 1996, pág. 299).

[203]

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CAPÍTULO 6

Estilística y lingüística de los estilos


El corazón mismo del lenguaje, que hay que buscar
antes en la estilística que en la gramática.
ERNST CASSIRER, La philosophie des formes
symboliques, I, pág. 72.

La acogedora noción de estilo, que puede ser utilizada por


doquier sin nunca comprometerse, dio motivo a una disciplina
académica cuyo estatuto se mantiene en discusión.
La obra de un autor, pensaba Hjelmslev, es la mayor unidad
lingüística concebible. Gran parte de los lingüistas, tradicio-
nalmente obnubilados por la palabra y la frase, no han presta-
do atención a esa declaración ya que la lingüística restringida,
al tratar de describir y no de dictar las reglas, no puede con-
cebir describir lo particular, en primer lugar, la especificidad
de un texto y de una obra.
Un retorno a la noción de estilo permitiría a la lingüísti-
ca un ahondamiento epistemológico: ¿no sería una discipli-
na descriptiva, capaz de pensar lo particular como las otras
ciencias sociales?1, ¿no podría plantear ella el problema de

1
La máxima aristotélica según la cual solo hay ciencia de lo general
fue interpretada bajo el ángulo de la universalidad, con el exitoso resulta-

[205]

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la especificidad de los textos y, por ejemplo, describir, en el
nivel de análisis que le es pertinente, lo que distingue la obra
de Balzac de la de Céleste de Chabrillan?2 Si convenimos en
el interés heurístico de esta pregunta, deviene inútil declarar
preteórica la noción de estilo3 escudándose en una cientifici-
dad declamatoria. Esa cuestión tiene, en efecto, el mérito de
plantear sintéticamente dos problemas que la lingüística debe
enfrentar: el de las normas idiolectales y el de los caracteres
estéticos de un texto.

1. EL ESTILO, DEL GÉNERO AL GENIO

La antigua distinción de los tres estilos, elevado, mediano


(mediocris) y simple (humilis), aparece en el marco de la re-
tórica4 y Cicerón, al comienzo del Orador, en una disertación
que conoció extraordinaria fortuna, los incorpora a las tres
escuelas de elocuencia principales —ática, rodiana y asiáti-
ca, respectivamente. Cuatro siglos más tarde, Diómedes co-
rrelacionó explícitamente esta tripartición a una jerarquía de
los géneros. Durante la misma época y en su comentario de
Virgilio, Donato la relaciona con lo que llamaríamos una te-
mática diferenciada: a cada estilo le corresponde una edad del
mundo, un estado social, un tipo de paisaje, etc5. Esta triple
homologación de los tipos de elocuencia, de los géneros y de

do para las ciencias de la naturaleza que se conoce. Ella se basaba en una


ontología de los tipos: la ciencia describe las formas típicas inmanentes
a la materia. Debe dudarse, en cambio, que esa ontología convenga a las
ciencias de la cultura que describen regularidades situadas más acá de
las leyes universales y que se dirigen a reconocer el interés científico de los
objetos singulares.
2
Céleste Mogador (1824-1909), esposa del conde de Chabrillan, emba-
jador inglés en Australia, escribió doce novelas, veintiséis piezas teatrales,
siete operetas, poemas y canciones. [T.]
3
Nicolas Ruwet ilustra así la concepción escatológica de la historia de
las ideas propia de la escuela chomskyana, cuyas teorías no pueden concebir
los fenómenos estilísticos.
4
Se sabe que las teorías estéticas autónomas solo aparecieron a media-
dos del siglo XVIII. En cuanto a la poética, no se constituyó como disciplina
y no fue nunca anexada al trivium de modo duradero.
5
Se registra, por ejemplo, las siguientes series: miles, equus, gladius,
castrum/laurus, agrícola, bos, aratrum, ager, pomus/pastor, ovis, baculus,
pascua, fagus.

[206]

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los temas aseguró un buen milenio de estabilidad a la teoría
de los estilos de la Antigüedad tardía.
Hace tiempo consideramos que la jerarquía de los tres es-
tilos «es claramente homóloga a una jerarquía social» (1972,
pág. 85); arriesgándonos a disipar esa claridad, ha llegado
la hora de precisar tal declaración. La jerarquía de los esti-
los atestigua a su modo la jerarquía de las funciones en la
ideología indoeuropea. El estilo sublime corresponde a la
segunda función que para simplificar llamaremos guerrera:
ella es puesta en práctica en la epopeya. Los estilos mediano
y simple corresponden a dos aspectos de la tercera función
(productora): la pastoral es uno de sus dominios predilectos.
En cuanto a la primera función sacerdotal, esta aparece en los
debates sobre lo sublime, especialmente en el Seudo Longino.
En la estética neoplatónica del Renacimiento la poesía lírica
y trágica. que siempre estuvo ligada a lo sagrado6, disputará
lo sublime a la epopeya. El género más alto subsume así las
dos primeras funciones7. Los dos grandes géneros que nos
quedan, la poesía lírica —no hay otra— y la novela, sucesora
ingrata y aburguesada de la epopeya, muestran todavía muy
lejanamente esos dos aspectos de lo sublime.
El hecho de que la jerarquía de los estilos corresponda a
la jerarquía indoeuropea de las castas se trasluce aquí y allá8

6
Los aedas eran considerados como los mediadores entre los hombres
y los dioses. Cf. Lacointe, 1991, t. I, pág. 164: «Para Boccaccio, por ejem-
plo, la poesía debe su origen a las necesidades del culto; como los lugares
sagrados y sus sacerdotes, ella está relacionada con un acto de separación
de lo profano». Sus inventores «estimaban que [el culto] excedía en nobleza
a toda otra cosa y quisieron que, lejos de todo estilo de expresión popular
o pública, se emplease palabras dignas de ser pronunciadas delante de la
divinidad (…). Además, para que esas palabras parecieran tener más efica-
cia, quisieron que fuesen compuestas de acuerdo a determinados ritmos que
harían sentir alguna dulzura y alejaran la pena y el sufrimiento. Y cierta-
mente fue necesario hacerlo no en una forma vulgar o usual, sino elaborada,
rebuscada (exquisita) y nueva».
7
Los complejos debates para saber si convenía distinguir lo grande
de lo sublime tendían sin duda a especificar los estilos propios de las dos
primeras funciones; el gran estilo y lo sublime se oponían entonces como
lo áulico y lo sagrado.
8
Jean de Garlande plantea en su Poetria: «Item sunt tres styli secundum
tres status hominum: pastorale vital convenit stylus humilis, agricolis me-
diocres, gravis gravibus personis, quae praesunt pastoris et agricolis» (Hay
tres estilos, conforme a los tres estados de los hombres: el estilo humilde
conviene a la vida pastoral, el moderado a los campesinos, el grave a las

[207]

Artes y ciencias del texto.indb 207 15/12/11 11:44:55


hasta el Renacimiento. Así, Fabri homologa los tres estilos con
los tres estados: el primero conviene a los grandes, compren-
diendo al papa y a los reyes, el segundo, a los burgueses, y el
tercero a los labradores y sirvientes (1521; cf. Lecointe, 1991,
t. I, pág. 169). En pocas palabras, la noción de estilo recibe
hasta el Renacimiento una acepción genérica9 que sirve para
clasificar y sobre todo para jerarquizar los tipos de discursos
y de textos.
Pero con la individualización progresiva de los artistas y las
primeras teorías modernas del genio, la noción de estilo ter-
minó por resumir las particularidades de un autor, como si al
trascender los géneros tradicionales el genio creara su propio
género. Esta evolución culminó con la estética romántica de
la que todavía somos deudores.
Las vacilaciones de los autores de los siglos XVII y XVIII re-
velan esta evolución. Para resolver la ambigüedad, La Mothe
le Vayer propuso llamar caracteres a los estilos en sentido
genérico10. No tuvo seguidores y Dumarsais simplemente pro-

gentes importantes que prevalecen sobre los pastores y los campesinos) (in
Tatarkiewicz, History of Aesthetics, t. II: Medieval Aesthetics, Mouton, La
Haya, 1970, pág. 123). Sabemos después de los trabajos de Duby, espe-
cialmente Les trois ordres et l’imaginaire du feudalisme [Los tres órdenes
y el imaginario del feudalismo], que esos órdenes proceden de la ideología
trifuncional puesta en evidencia por Dumézil.
9
Por lo demás, a los estilos corrientemente se les llama genera dicendi.
De la jerarquía de los géneros de discurso a la jerarquía social solo hay un
paso y el florecimiento de la burguesía es paralelo a la disolución de los
tres estilos. Ejemplo emblemático: reiterando burlonamente el incipit de
la Eneida, Furetière afirma al comienzo de su Roman bourgeois [Novela
burguesa]: «Canto los amores y las aventuras de muchos burgueses de París,
de uno y otro sexo», sustituyendo así los amores a las armas, las mujeres a
los hombres y los burgueses a los héroes. [Antoine Furetière (1619-1688)
publicó su Novela burguesa en 1666]. [T.]
También la afirmación de Auerbach «fue la historia de Cristo, con su
mezcla radical de realidad cotidiana y de trágico sublime, la que derrotó la
regla clásica de los estilos» (1968, pág. 550), sin duda debe ser matizada:
las traducciones de las Escrituras, desde la Vulgata hasta la Authorized
Version, no han dejado de reducir los contrastes y rupturas de tonos de la
poesía hebraica, para establecer el estilo sublime que convenía a lo sagrado.
Sin duda es la Novela y no el Evangelio la que arruinó el sistema clásico de
los estilos.
10
Esta es una adaptación de la terminología griega: «Hay que distinguir
entre los estilos y los caracteres; estos últimos son limitados y a menudo
parecidos en varios autores, allí donde los estilos son infinitos y siempre di-

[208]

Artes y ciencias del texto.indb 208 15/12/11 11:44:55


puso conservar las dos acepciones: «Además de las diferentes
maneras de expresar los pensamientos, maneras que deben
convenir a los temas de los que se habla, y por lo cual se
llama estilo de conveniencia, tenemos todavía el estilo per-
sonal: es la manera particular con la cual cada uno expresa
sus pensamientos» (Traité des tropes [Tratado de los tropos],
II, 2). D’Alambert, no obstante ser frecuentemente precursor,
solo conservó la acepción especificadora: «Se llama estilo a
las cualidades más particulares del discurso, más difíciles y
más raras, que distinguen el genio o el talento de quien es-
cribe o habla» (Obras [Oeuvres], t. III, pág. 198). En cuanto
a Rivarol, retrógrado de buena gana, se atuvo a la acepción
genérica.
La formación del concepto moderno de estilo se encuentra
esbozada en la lectura individualizante que hace Hamann del
Traité du style [Tratado del estilo] de Buffon (cf. Thouard,
1995). Pasa de lo universal de la Humanidad en Buffon a
la unicidad singular del individuo y lee la fórmula «el estilo
es el hombre mismo» como si fueran a la par la afirmación
de la producción del discurso y la formación de la subjetivi-
dad. Si la obra de Adelung Über den Deutschen Styl (1785)
trata de ligar el estilo a la lengua antes que al individuo, es
Schleiermacher quien prosiguió la individualización ya apre-
ciable en las notas de Hamann. La posición defendida en Über
den Stil (1790-1791) lo llevó en su Herméneutique générale
[Hermenéutica general] de 1819 a distinguir dos enfoques
complementarios en todo texto. El enfoque llamado grama-
ticalidad trata de restituir el código, mientras que el enfoque
psicológico o técnico trata de sondear la distancia abierta por
el utilizador de la gramática para expresar algo que no perte-
nece al dominio compartido. Si la gramática constituye lo ge-

ferentes como los rostros que no dejan nunca de tener algún rasgo particular
que los distingue» (Considérations sur l’éloquence française de ce temps
[Consideraciones sobre la elocuencia francesa de este tiempo], 1638). La
contradicción entre las dos concepciones del estilo se encontrará en el co-
razón de La Réthorique ou l’art de parler [La Retórica o arte de hablar]
de Bernard Lamy (1675). Luego de reconocer la infinita diversidad de los
estilos, debido tanto a la variedad de los temas como a la de los autores, no
obstante, Lamy intenta lograr una tipología según los tipos de elocuencia
(asiática, rodiana, ática); según los siglos; según la tripartición clásica en
sublime, mediano y simple; y según lo que llamaríamos los tipos de discurso
(el de los historiadores, de los poetas, etc.).

[209]

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neral para una comunidad de lenguaje (Sprachgemeinschaft),
«la interpretación técnica trata de mostrar cómo un locutor
particular subvierte más o menos ese código compartido e
inscribe así su individualidad, dejando una huella en el códi-
go: es lo que Schleiermacher llama estilo»11. De esta manera,
Schleiermacher extiende el estilo más allá de las formas lite-
rarias, haciendo en cierto modo de la inventio la invención
de sí mismo y, del estilo, tanto el efecto como la causa de la
individualidad. Por otro lado, el estilo no es más una norma
sino un uso original de la norma común12.
El concepto de estilística y la palabra Stylistik aparecen
en alemán a fines del siglo XVIII (un poco después la palabra
Linguistik) y el calco francés aparece solo en 1872. Por lo
que sabemos, Novalis es el primero en emplearlo en 1800. Si
esta primera estilística alemana parece «un reemplazo parcial
de la retórica», como lo afirma Douay (1992, pág. 485), se
convierte rápidamente en una rehabilitación trascendente y
así la estilística romántica opuso su evolución especulativa a
una retórica muy escolar.
En Francia, al contrario, como lo muestra la Encyclopédie
méthodique [Enciclopedia metódica] (1786), la Retórica se
ve dividida13 en Gramática y Estilo, y allí Marmontel trata
el conjunto de la Literatura en cinco partes: estilo, versifi-
cación, poesía, retórica, literatura. El estilo se resume a 92
figuras, por lo esencial de pensamiento. Esto anuncia la ul-
terior división de la enseñanza de literatura en, de un lado,
gramática y estilística, y, del otro, una crítica que solo será
una lectura impresionista de las grandes obras14. Las pruebas
de admisión a los estudios superiores reflejan todavía hoy
esa división.
La concepción individualista del estilo predominó defini-
tivamente con la estética romántica, algo que, por ejemplo,

11
Wissmann, 1997, pág. 79.
12
Se encuentra aquí una aporía corriente de las teorías del desvío: la
lengua común no es solo el alemán, es también un discurso tenido por neu-
tro, el de los negocios. En otras palabras, se remite el sentido propio ora a
la lengua ora a un lenguaje ordinario. Pero el lenguaje ordinario no es una
simple proyección de la lengua.
13
«Desmembrada» escribe Douay, 1994, pág. 11.
14
Cf. Marmontel, Éléments de littérature [Elementos de literatura],
1787; La Harpe, Cours de Littérature ancienne et moderne [Curso de lite-
ratura antigua y moderna], 1799.

[210]

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la mística del estilo en Flaubert lo confirma. Recordemos
algunas etapas de su historia. De la sacralidad de la palabra,
la Vãc védica, quedó en algunos presocráticos, como De-
mócrito, una divinización del logos. A la función del poeta,
verosímilmente de origen sacerdotal, le correspondió un en-
tusiasmo que le preocupa a Platón, especialmente en el Ion.
Esta noción se mantuvo en la tradición retórica y en autores
tan poco místicos como Aristóteles (cf. la Poética, 1455a),
Cicerón (cf. en el De Oratore, II, 46; Pro Archia, 8, 18-19) o
Quintiliano (cf. en Institution oratoire, II, 4, 4 y 6-7, el tema
del spiritus)15.
En el Renacimiento, la antigua noción de genio o, mejor,
de ingenium, especie de inclinación natural de la persona,
frecuentemente determinada por las influencias astrales, se
encuentra unida a la de inspiración poética; tal es el fervor en
Boccaccio (especialmente en la Genealogía deorum, XIV) y
luego el furor platonicus en Ficino. Como lo ha demostrado
ejemplarmente Jean Lecointe, ese encuentro dará origen al
concepto de genio literario, personalidad de elite cuyo arque-
tipo es Dante, que va a dominar la cultura occidental hasta
Joyce. El genio literario trasciende el sistema jerárquico de
los géneros del discurso, aun si se anima naturalmente en lo
sublime. Esta concepción se asoció así, de diverso modo, a la
religión: Dante y Petrarca se inspiraron en San Francisco de
Asís, Boccaccio contó a Moisés y David entre los inventores
de la poesía y Ronsard se atribuyó, de buena gana, la elevada
función de intermediario entre Dios y el Príncipe.
Pero por un camino que queda por describir en detalle, a
medida que el tema de la inspiración se desleía, poco a poco el
genio debió todo a su estilo, especie de gracia personal vertida
en sus obras, hasta por sus obras. El trabajo literario concebi-
do como una ascesis, cuyo primer gran místico fue Flaubert,
devino para nuestros contemporáneos —desde Mallarmé has-
ta Blanchot— en portador de una misión anagógica, pues el
estilo se convirtió en medio para aspirar a una realidad más
alta e incluso, por el grado cero y la escritura blanca, en instru-
mento de una teología negativa adecuada para anular este bajo
mundo. Como toda mística, esta tuvo sus sacristanes, aunque,

15
Este tema era tan común que Horacio ironiza sobre el ingenium (cf.
Ars poetica, 275 y sig. y Sermones, I, 4, 39 y sig.) y Ovidio hace de él un
argumento para seducir a las bellas (Est deus in nobis, et sunt comercia
coeli, cf. Ars amandi, v 552).

[211]

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como Barthes16, tentados por el mundo; ellos permanecieron
devotos del Texto.
Las grandes tentativas literarias contemporáneas siguen
siendo acreedoras de la figura del genio que se formó en el
Renacimiento. Si bien el surrealismo con la escritura automá-
tica bajo el dictado del inconsciente es la única de ellas que
ha conservado el arcaico tema de la inspiración17, todas han
hecho del estilo un absoluto personal.
La historia del estilo ha pasado así de una mística de las
castas, tal cual la reflejaba la jerarquía de los géneros, a una
mística del individuo, creador genial. Las dos místicas no son
incompatibles y Louis Dumont indica oportunamente que en
India la única vía para escapar del sistema de castas es la re-
nuncia al mundo. El renunciante (samnyasin) entra entonces
en otro orden de lo sagrado. La vocación literaria, tal cual ha
sido vivida desde Petrarca hasta nuestros días, tal vez no deja
de tener relación con esa secesión. En pocas palabras, la no-
ción de estilo en el transcurso de su historia ha codeado repe-
tidamente el misticismo, y las creencias a veces supersticiosas
que la colman aseguran sin duda su perennidad.

2. LAS DIFICULTADES DE LA LINGÜÍSTICA PARA DEFINIR EL ESTILO

De modo más general, el descalabro académico de la retó-


rica a fines del siglo XIX dejó vacante, por así decirlo, la noción
de estilo. La gramática, disciplina en otro tiempo vecina en el
trivium y posteriormente desarrollada en lingüística, aunque
sin apropiarse de dicha noción, la introdujo y mantuvo de
manera problemática y marginal en el campo de las ciencias
del lenguaje. Las reveladoras dificultades que entonces se al-
zaron no han encontrado hoy una solución general. Paradóji-

16
Alusión a Le degré zéro de l’écriture [El grado cero de la escritura]
publicado por Roland Barthes [1915-1980] en 1953. [T.]
17
Les champs magnetiques [Los campos magnéticos], el libro de Breton
y Soupault, célebre como manifiesto de la escritura automática a pesar de
su manuscrito muy corregido, reproduce desde su título la imagen platónica
del imán: «Como el imán transmite de un anillo de hierro a otro su virtud, de
la misma manera la Musa inspira a los poetas que comunican su entusiasmo
a los rapsodas y luego a la multitud» (Ion, V). Este tema, muy frecuente en
el Renacimiento, se le encuentra especialmente en las Silvas de Policiano
(cf. Nutricia, vs. 193-196; Ambra, vs. 14-17).

[212]

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camente, Bally al fundar la estilística en 1905 como disciplina
académica, emprendió en su Précis de stylistique [Manual de
estilística] una doble ruptura; por una parte con lo individual
y, por la otra, con la estética. Bally pretendió «separar para
siempre el estilo y la estilística», a fin de limitarse al estudio
del uso oral, reputado como espontáneo. Nos parece que esta
doble ruptura resulta de las pretensiones científicas de esta
estilística y de su inclusión correlativa en la lingüística des-
criptiva. Si hoy Bally no tiene ya una gran influencia, sus ideas
preconcebidas merecen atención pues ellas sacan a la luz las
dificultades que hasta ahora experimentan los estilísticos que
se valen de las ciencias del lenguaje.
¿Puede construirse una lingüística del habla, en el senti-
do saussuriano del término? La oposición entre lengua y ha-
bla promueve verosímilmente una síntesis entre la sociología
masiva de Durkheim y la sociología individualista de Tarde.
Cuando Bally se pregunta si la estilística encontrará su objeto
«en una lengua particular» o «en el sistema de expresión de
un individuo aislado» (1951, pág. 17), admite ciertamente un
sistema individual; pero como su teoría no prevé nada entre
el sistema de la lengua y ese sistema particular, la articulación
entre ambos sistemas no puede ser precisada18. Además, las
otras teorías lingüísticas contemporáneas desdeñan también
el espacio de las normas19. Esta inmensa laguna entorpece la
reflexión sobre los géneros y los discursos, retardando así la
federación de las disciplinas que tratan el lenguaje (cf. infra,
cap. VIII).
Lo que separa por siempre jamás el estilo de la estilística es,
según Bally, el hecho de que la literatura «hace un uso volunta-
rio y consciente de la lengua (…) y sobre todo (…) emplea la
lengua con una intención estética» (1951, pág. 19). Bally no
ha sido seguido en su rechazo de la estética y la mayoría de los
estudiosos contemporáneos del estilo toman explícitamente la

18
Al contrario, los manuscritos de Saussure recientemente encontrados
confirman que en su curso él trataba explícitamente de articular la lingüís-
tica de la lengua y la lingüística del habla (cf. 2001); la edición de Bally
y Séchehaye parece haber despreciado deliberadamente este aspecto del
pensamiento saussuriano.
19
En la corriente de la lingüística estructural europea, solo Coseriu
ha planteado ese problema en toda su amplitud (1969). En Francia y en
el dominio de los estudios literarios franceses, el mérito le corresponde a
Philippe Hamon.

[213]

Artes y ciencias del texto.indb 213 15/12/11 11:44:55


literaridad por objeto. Pero su decisión remarca, no obstante,
la incapacidad duradera de la lingüística para tomar en cuenta
los factores estéticos en el uso de las lenguas, no solo en lo
concerniente a las artes del lenguaje y la estética teorizada sino
aun sobre lo que podría llamarse la estética fundamental.
El universo humano no está hecho, por una parte, de co-
nocimientos y, por otra, de emociones. Esta distinción omni-
presente, incluso en las ciencias cognitivas actuales, reitera sin
fundamento la arcaica separación entre el corazón y la razón20.
Hoy, solo el dualismo metafísico tradicional todavía llega a
separar los juicios de las emociones y, en las neurociencias,
el descubrimiento progresivo del cerebro hormonal disipa ac-
tualmente la imagen de un cerebro neuronal acalabrotado e
informatizado, un puro fantasma del racionalismo dogmático.
La neutralidad informática es, sin duda, únicamente un arte-
facto modernista concedido al prejuicio pertinaz según el cual
el lenguaje es un simple instrumento ideográfico a ser usado
por el pensamiento racional.
Reconozcamos, sin embargo, que el universo humano está
constituido por apreciaciones sociales e individuales que son
objeto de la estética fundamental. Esta depende de la lingüís-
tica cuando tiene como objeto el material lingüístico mismo.
En el plano morfológico, todas las lenguas comprenden mor-
femas apreciativos, mejorativos o peyorativos (cf. e.g. el afijo
—acci— en italiano). En el plano inmediatamente superior, el
léxico de las lenguas abunda con evaluaciones y los umbrales
de aceptabilidad estructuran las clases léxicas elementales (cf.
e.g. las oposiciones como grande/enorme o frío/glacial). Las
unidades fraseológicas, muy numerosas en todo texto, reflejan
y propagan a fortiori una doxa social. En el plano de la frase,
se puede considerar que toda predicación es una evaluación.
Por último, en el plano textual, el análisis narrativo, por ejem-
plo, ha remarcado muchas veces la importancia de las moda-
lidades llamadas tímicas21. En suma, la estética fundamental
define el sustrato semiótico sobre el cual se edifican las artes

20
Dicha separación tiene sólidos fundamentos metafísicos, especial-
mente en la tradición agustiniana. El seudo-Agustín, Alcher de Clairvaux,
separa así claramente el alma cognitiva y el alma desiderativa. Las inves-
tigaciones cognitivas actuales mantienen esta división, aunque solo sea al
menospreciar el alma desiderativa.
21
Las modalidades tímicas comprenden la categoría euforia/disforia
cuyo término neutro es adiaforia. [T.]

[214]

Artes y ciencias del texto.indb 214 15/12/11 11:44:56


del lenguaje y, claro está, se establece más acá de las estéticas
filosóficas22, sin tener nada en común con cualquier «función»
estética, poética o estilística.
Bally remarca otros límites originales de la estilística en la
siguiente definición canónica: «La estilística estudia los hechos
de expresión del lenguaje organizado desde el punto de vista
de su contenido afectivo, es decir, la expresión de los hechos
de sensibilidad por el lenguaje y la acción de los hechos de len-
guaje sobre la sensibilidad» (1951, pág. 1). De la concepción
instrumental del lenguaje como medio de expresión deriva
una perspectiva funcional; brevemente, «el lenguaje expresa
el contenido de nuestro pensamiento, a saber, nuestras ideas
y nuestros sentimientos» (1951, pág. 1). Sus dos funciones,
lógica y afectiva, obran concurrentemente y el análisis estilís-
tico debe desenredar sus efectos: «Es únicamente por la deter-
minación del contenido lógico de una expresión que su valor
afectivo puede ser puesto en evidencia» (1951, pág. 16).
Sin tratar de retrasar la historia del funcionalismo con-
temporáneo, recordemos que la función afectiva corresponde
aquí a la función emotiva en Marty y luego en Bühler (1934,
I, 2), recuperada por Jakobson en su célebre modelo funcio-
nal (1963, pág. 214) con el nombre de función emotiva o
expresiva. Se sabe que, entre otros, Jakobson previó, con un

22
Se ve lo que separa nuestro designio, por muy alusivo que sea aquí,
de las estéticas trascendentales que inauguran la Crítica del juicio: nosotros
no planteamos ni el problema del gusto ni el de lo bello. Nos limitamos
a las condiciones lingüísticas de toda estética, independientemente tam-
bién de una reflexión sobre el arte. Sin embargo, nos encontramos delante
de un problema que el kantismo evidentemente no pudo plantear, ya que
atribuyó al lenguaje solo una función ancilar: el de la presentación de lo
diverso fenomenal, en lo concerniente al sentido de los textos y de las
otras manifestaciones semióticas. Esta presentación del sentido como dato
depende de lo que hemos llamado la percepción semántica. El objetivo
de la semántica interpretativa es precisamente construir esos datos para
elevarlos al rango de hechos.
La estética fundamental depende de la semiótica. Esta puede tomar
dos vías complementarias, conectando las investigaciones sobre el aparato
perceptivo con los estudios sobre las valorizaciones culturales: en lo con-
cerniente a los colores, por ejemplo, cada sociedad semiotiza a su modo
los universales perceptivos. La estética fundamental se coloca en un lugar
crucial de articulación entre las investigaciones cognitivas y las ciencias
sociales, en la medida en que el estudio de la percepción semántica permite
pensar al mismo tiempo las coerciones neuropsicológicas y culturales que
se ejercen sobre la construcción del sentido.

[215]

Artes y ciencias del texto.indb 215 15/12/11 11:44:56


eclecticismo que despierta entusiasmo23, una función poética
que se caracteriza por «el acento puesto sobre el mensaje por
su propia cuenta» (1963, pág. 218). Pero si esto es así, ¿la
estilística estudia la función expresiva y la poética, la fun-
ción poética? En una obra mayor de la estilística estructural,
Riffaterre propone este compromiso: «El estilo es compren-
dido como un subrayado [emphasis] (expresivo, afectivo o
estético) añadido a la información transmitida por la estruc-
tura lingüística, sin alteración de sentido. Lo que equivale a
decir que el lenguaje expresa lo que el estilo pone de relieve»
(1971, págs. 30-31). Riffaterre mantiene de esta manera la
distinción entre la función expresiva y la función informa-
tiva —que parece análoga a la función de expresión de las
ideas o función lógica en Bally, la función de representación
en Bühler y la función denotativa, cognitiva o referencial en
Jakobson. Pero se presenta una duda: ¿colocaría Riffaterre el
subrayado o «emphasis» propio, según Jakobson, de la fun-
ción poética, bajo la dependencia de una función «expresiva,
afectiva o estética», o bien resume la función expresiva en
una función de «puesta de relieve» que hace del estilo, así
concebido, la puesta en marcha de una función poética en
sentido jakobsoniano?24 Afirma simplemente que «la función
poética corresponde evidentemente al aspecto del lenguaje
descrito por la estilística» (1971, pág. 174) y que sería mejor
nombrarla función estilística o formal (pág. 148). Así, la con-
fusión reina: la estilística trataría la función poética mientras
que el estilo dependería de la función expresiva.
La concepción funcional del lenguaje lleva generalmente
a tales contradicciones. Riffaterre, rectificando una prime-
ra definición del estilo como desvío, escribe: «El estilo es la
puesta de relieve que ciertos elementos de la secuencia verbal
imponen a la atención del lector, de tal manera que este no
puede omitirlos sin mutilar el texto y no puede descifrarlos sin
encontrarlos significativos y característicos (lo que racionaliza

23
La multiplicación de las funciones en Jakobson, resulta sin duda de
una estrategia ecléctica: a cada una le corresponde una disciplina y/o una fa-
cultad presumida del espíritu humano. Además, su definición de la función
poética recuerda mucho la función autotélica del mito según Schelling.
24
Riffaterre reintroduce en el estilo la dimensión estética excluida por
Bally, lo que aproxima todavía más la función poética y la función expresiva.
él asume incluso lo contrario de Bally al afirmar: «Entiendo por estilo litera-
rio toda forma escrita individual con intención literaria» (1971, pág. 29).

[216]

Artes y ciencias del texto.indb 216 15/12/11 11:44:56


reconociendo allí una forma de arte, una personalidad, una
intención, etc.)» (1971, pág. 31). Sin oponer el estilo a la fun-
ción referencial, continúa definiéndolo como una puesta de
relieve que remite al lector, es decir, al polo funcional ocupado
en Jakobson por la función conativa. La función expresiva es
entonces mediada por ese lector, lector que se ve llevado a
reconocer lo que Bally llamaba «la intención estética de un
autor» (cf. en Riffaterre, una «forma de arte», una «persona-
lidad», una «intención»).
De este modo y sin provecho notable puede darse la
vuelta por los tres polos tradicionalmente reconocidos en
la comunicación lingüística: el emisor-autor, el referente, el
receptor-lector25. Una vez excluido el referente, el estilo resi-
diría en el mensaje; allí reflejaría al autor a los ojos del lector;
pero sin embargo no queda menos misterioso y el enfoque
funcional, reivindicado o no en cuanto tal, parece llevar a
tres atolladeros:

(i) Define el estilo en relación con las realidades extra-


lingüísticas (psicológicas), de conformidad con la
concepción instrumental del lenguaje.
(ii) Divide los textos en unidades estilísticas (cf. «ciertos
elementos») y unidades no estilísticas, lo que inevi-
tablemente conlleva un despiezo teórico que solo un
prejuicio de eclecticismo puede declarar admisible.
(iii) De hecho solo puede pensar la interacción de las
funciones en términos de dominación temporal o
constante, puesto que dichas funciones reflejan con-
cepciones diferentes del lenguaje que únicamente
encontrarían su síntesis en una psicología de las fa-
cultades.

25
En Jakobson como en el Riffaterre de esa época, la literatura es con-
cebida a partir de un modelo de la comunicación lingüística inspirado por
la teoría de la información. Por ejemplo, Riffaterre piensa que la estilística
«estudia el rendimiento lingüístico cuando se trata de transmitir una fuerte
carga de información» (1971, pág. 145). Sin embargo, la teoría de la infor-
mación no se aplica a las lenguas puesto que ella interesa a los receptores
electromagnéticos con capacidad variable, y la noción de comunicación lin-
güística atañe todavía menos a la literatura: una problemática Homero no
puede definirse como encodificador de una Odisea que debería ser descodi-
ficada para comprender lo que ha querido decir y reconstituir su «intención
estética» (cf. Thérien, 1990, pág. 20).

[217]

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Las dificultades de la lingüística tanto para definir el estilo
como para integrar la estilística, dependen no obstante menos
de la preponderancia de la aproximación funcional que del
desconocimiento voluntario de la estética fundamental y el
alejamiento creciente de las teorías formalistas contemporá-
neas respecto de los estudios literarios.
Mantengámonos provisionalmente en una concepción
minimalista de la estilística, considerada como un simple
punto de encuentro entre las ciencias del lenguaje, los es-
tudios literarios y la estética. Su eclecticismo —que la hizo
muy acogedora— se adecuó a la involución especulativa que
llevó a los estudios literarios a esencializar al Autor y la
Obra, el Intertexto y la Literaridad. Esas esencias imponen-
tes son, no obstante, objetivadas en el plano gramatical más
restringido por diversos «rasgos», estilemas, tropos, etc.; de
ahí la disparidad persistente entre las ambiciones teóricas
globalizadoras y las capacidades descriptivas que muy a me-
nudo casi no dan cuenta de la textualidad. Si la estilística,
disciplina académica necesaria y poco suficiente, ocupa una
posición académica importante para la concentración de las
ciencias del lenguaje, es todavía menos interesante que su
problemática objeto.
Como la literatura es un arte del lenguaje, depende de la
crítica en tanto arte y de la lingüística en cuanto lenguaje;
pero ni la crítica literaria ni las ciencias del lenguaje podrían
pretender monopolizar su estudio. Si la crítica literaria no
puede atenerse al principio del placer y a los devaneos en-
cantadores, las ciencias del lenguaje no pueden privilegiar el
discurso literario ni tampoco tratar los problemas estéticos.
Sin embargo, la estilística es el lugar privilegiado de su en-
cuentro, donde la historia de la literatura puede convertirse
en una historia de las formas, de los géneros y de los proble-
mas estéticos, sustentándose en el análisis lingüístico de los
textos.
La inmemorial contradicción entre el crítico y el gramá-
tico ha sido fecunda, hasta tal punto que exige el rigor y la
habilidad de aquellos que tienen la osadía de asumir simul-
táneamente las dos funciones. No obstante, si la estilística
deviene una disciplina autónoma, arriesgaría abandonar tanto
la ambición estética como la ambición científica, al presentar
su contradicción como resuelta por su autoproclamada exis-
tencia.

[218]

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3. LA INTERACCIÓN DE LOS COMPONENTES LINGÜÍSTICOS
Y EL PROBLEMA DEL IDIOLECTO

A fin de atender las necesidades de la caracterización se-


mántica de los textos, hemos propuesto distinguir cuatro com-
ponentes (temático, dialéctico, dialógico y táctico, cf. cap. I)
y se puede distinguir todavía otros componentes en el plano
de la expresión (cf. cap. VIII). La lingüística estructural no ha
dejado de remarcar que muchos fenómenos estilísticos depen-
den de la interacción entre el sonido y el sentido, especialmen-
te en el estudio de los textos poéticos.
Cada componente del contenido y de la expresión com-
prende, además, grados de sistematización26:

(i) El más riguroso es el del sistema funcional de la len-


gua que, se cree, impone sus reglas a todo uso; sin
prejuzgar la homogeneidad de ese sistema, se le pue-
de nombrar dialecto.
(ii) Vienen enseguida las normas sociales que obran en
todo texto. Se pueden llamar sociolectos a los ti-
pos de discursos instaurados por esas normas. Un
sociolecto corresponde a una práctica social (por
ejemplo, judicial, política, religiosa); cada uno de
ellos tiene su léxico propio estructurado en domi-
nios semánticos y se articula en diversos géneros tex-
tuales (por ejemplo, el alegato, la cuestión pública,
la homilía).
(iii) Por último, cada uso de la lengua está infaliblemente
marcado por las disposiciones particulares del pre-
tendido «emisor»27: sin presuponer que constituyan
un sistema, se puede llamar idiolecto al conjunto de
regularidades personales o «normas individuales»
que ellas manifiestan. Si convenimos en llamar esti-
los a las formaciones idiolectales, los estilos literarios
solo cuentan en parte los estilos lingüísticos; ellos
son los más sistematizados, pero nada permite, salvo

26
Cf. el autor, 1987, págs. 40-41; 1989, pág. 49.
27
Es particularmente claro para la expresión oral —las cerraduras de
mando vocal son inviolables— y la escritura manuscrita; no se puede des-
cartar la hipótesis de que suceda lo mismo con el plano del contenido.

[219]

Artes y ciencias del texto.indb 219 15/12/11 11:44:56


un prejuicio estético a menudo legítimo, desechar las
otras formaciones idiolectales28.

Los tres grados de sistematización que acabamos de distin-


guir son, desde luego, relativos, y únicamente una metodolo-
gía comparativa puede permitir distinguir en un determinado
corpus lo que proviene de cada uno. Admitamos que un texto
se incorpora a una lengua por su dialecto; a un sociolecto por
su género y su discurso; y a un idiolecto por su estilo:

Entornos Uso Práctica social Uso


indeterminado determinado
Instancias Lengua Discurso Habla
lingüísticas
Grados Sistema Normas Normas
de sistematización funcional socializadas individuales
Sistemas «Dialecto» Sociolecto Idiolecto
Formas Textualidad* Géneros Estilos
Disciplinas Lingüística Poética Estilística
restringida — Lingüística — Lingüística
de los discursos de los estilos
*
Esta palabra es entendida en su sentido más neutro, para recordar que el
objeto empírico de la lingüística está constituido por textos, aquí conside-
rados sin diferenciación.

La mención de las disciplinas requiere algunas precisiones:


(i) De hecho, la lingüística restringida solo estudia en los textos
el sistema funcional de la lengua, lo cual le prohibe pensar la
textualidad, puesto que las estructuras textuales no dependen
de ese sistema. (ii) La poética, que no se ha constituido como
disciplina, estudia tradicionalmente los géneros literarios29 sin,

28
Ellas siguen siendo poco estudiadas, pues una lingüística diferencial,
homóloga de la psicología diferencial, es inconcebible para las lingüísticas
que toman la delantera en la escena académica.
29
Cf. infra, cap. VIII. La palabra poética, índice de este estatuto impre-
ciso, es también utilizada para designar el estudio lingüístico de la poesía
(en Jakobson, por ejemplo). Una excelente síntesis se encuentra en Combe,
1993.

[220]

Artes y ciencias del texto.indb 220 15/12/11 11:44:56


por lo demás, tratar los otros géneros. (iii) La estilística conoce
un límite análogo, en la medida en que se reduce a los estilos
literarios: ella ganaría al fundamentarse en una teoría general
de los idiolectos, ya sean literarios o no. El desarrollo de una
lingüística de los estilos podría contribuir a este fin.
Una lingüística no restringida debería integrar o federar
—la cuestión queda abierta— las descripciones de cada grado
de sistematización. La diversidad de sus estatutos hace difícil
este intento; sin embargo, los cordiales encuentros fronterizos
entre la estilística y la poética están llenos de enseñanzas: por
ejemplo, los estudiosos del estilo se preocupan con pleno dere-
cho por la literaridad, que evidentemente excede los desempe-
ños individuales; los estudiosos de la poética tratan con talento
las obras singulares; además, ciertos autores muy interesantes
en esas dos comunidades, se preocupan por la lingüística. En
resumen, ninguno de los tres grados de sistematización puede
ser objeto de una disciplina aislada; son precisamente grados
—relativos por naturaleza— que únicamente las distinciones
académicas permiten oponer. La distinción entre, de un lado,
una lingüística del texto y, del otro, la poética y la estilística,
no radica en sus objetos empíricos30, sino, indudablemente, en
los alcances de sus objetivos. En efecto, la estilística y la poé-
tica se proponen definir la literaridad reduciéndose de facto a
los textos literarios y paraliterarios, y sin duda seguirán siendo
mezclas felizmente inestables de las ciencias del lenguaje y las
filosofías estéticas; de hecho o de derecho, la lingüística no
puede tomar como objeto la literaridad, idealidad romántica
que pertenece a la semiótica de nuestra cultura.
Estas precisiones nos permiten finalmente arriesgar una de-
finición: como los tres grados de sistematización estructuran,
cada uno, componentes del contenido como de la expresión,
de la misma manera que se puede definir un género como una
interacción sociolectal entre componentes, es posible definir
un estilo como una interacción idiolectal entre componentes.
Esta interacción es de rango inferior en relación al género ya
que interesa a los corpus menos extendidos pero, en compen-
sación, sus prescripciones pueden ser más sistemáticas y más
fuertes31. Por ejemplo, algunas rimas son propias de ciertos

Incluso si el de la lingüística del texto es más extendido.


30
31
La jerarquía de los grados de sistematización no es una subordina-
ción; así, un estilo puede transgredir las reglas del género, del discurso e
incluso de la lengua.

[221]

Artes y ciencias del texto.indb 221 15/12/11 11:44:56


autores y participan en la caracterización de su estilo, ya se
trate de un hápax como, en Mallarmé, ptyx/Styx o militaire/
hormis l’y taire [militar/salvo acallarlo ahí] o aéroplane/Apo-
llonios de Tyane [aeroplano/Apolonio de Tiana], en Apolli-
naire, incluso, clavijas obsesivas como astres/pilastres [astros/
pilastras] en Hugo.
Si entonces la lengua, el género y el estilo conocen diferen-
cias de grado y no de naturaleza, en lo esencial difieren por la
fuerza de sus prescripciones y por el tipo de temporalidad en
el cual se mueven: en líneas generales, un dialecto tiene como
escala de duración el milenio; un sociolecto el siglo; un estilo,
la decena.

4. HACIA UNA LINGÜÍSTICA DE LOS ESTILOS

Formulamos estas conclusiones provisionales para insis-


tir en la legitimidad de una redefinición lingüística del con-
cepto de estilo. La oposición lengua/habla parece fundada
cuando se la reduce a la oposición sistema/proceso, pero
en realidad es triplemente inadecuada. En efecto, el sistema
de la lengua, apremiante sin duda en los niveles fonológico
y morfosintáctico, es mucho menor de lo que los lingüistas
creen y sus reglas podrían ser solo normas inveteradas. Por
otra parte, el habla en sentido saussuriano no es efecto de
una pura libertad, y además Saussure previó explícitamente
una lingüística del habla32. Para desarrollar la lingüística del
texto hay que rechazar la contradicción que opone el sistema
de la lengua —pensado como universal, idéntico a sí mismo
y obrando por doquier en cada producción lingüística— al
habla, concebida como puramente individual aunque solo
sea particular.
Hay que sustituir esta relación aporética entre contradic-
torios —lo universal y lo individual— por una relación entre
contrarios, por definición susceptible de coexistir. Como la
generalidad de las normas globales evidentemente no con-
tradice la particularidad de las normas locales, el espacio de
las normas puede convertirse en el espacio de una lingüística

32
La célebre formula final del Curso de lingüística general que evoca
la lengua «en ella misma y por ella misma» y que tanto se ha reprochado a
Saussure, no es de él sino de Franz Bopp (1816).

[222]

Artes y ciencias del texto.indb 222 15/12/11 11:44:56


unificada donde las reglas no tienen nada en común con las
reglas de los lenguajes formales, puesto que su aplicación está
siempre sometida a un haz de condiciones que no se podrían
erigir ni en axiomas ni en postulados. Además, como los in-
tercambios lingüísticos son precisamente un lugar de sociali-
zación, las variaciones individuales no son nunca puramente
idiosincrásicas. Así, no nos retendrá la distinción académica
entre lengua y estilo y, como en todas las ciencias de la cultura,
los conceptos de la lingüística no son —no deberían ser— ni
normativos ni estrictamente idiográficos33.
Como disciplinas descriptivas, la estilística y la poética
dependen de la lingüística general. Ellas aprecian la particu-
laridad y la generalidad de las formas textuales mediante el mé-
todo comparativo y, en consecuencia, sus resultados dependen
de los corpus. Ellas producen conocimientos al emanciparse
de la concepción dogmática de la lengua y del misticismo del
individuo creador.
Queda todavía por describir de manera unificada, adoptan-
do las convenciones conceptuales y terminológicas comunes,
las diversas formas semánticas reconocidas por las disciplinas
que tratan el texto, ya sea de los estilemas según Hjelmslev,
de los temas de la crítica temática, de los motivos de la folclo-
rística (cf. infra, cap. VIII), de los mitemas de la antropología
estructural e incluso de los ideologemas barthesianos. Así, los
tres planos principales de la descripción lingüística, la palabra,
la frase y el texto, pueden ser descritos como integrando las
unidades de estructura análoga a los niveles de complejidad
diferentes. Ello permite utilizar una metodología comparativa
interna, por homologaciones y transformaciones en el seno de
un mismo texto, como también externa, para reconocer las
relaciones entre los textos.

33
E. Cassirer, 1991, pág. 144. La cita correspondendiente en la tra-
ducción española de Wenceslao Roces, dice: «Cada ciencia de la cultura
va creando determinados conceptos de forma y de estilo, y los emplea para
lograr una visión sistemática de conjunto, para establecer una clasificación
y una distinción de los fenómenos de que trata. Estos conceptos de forma, a
que nos referimos, no son «nomotéticos», ni son tampoco puramente «idio-
gráficos». No son nomotéticos, pues no pretenden establecer tales o cuales
leyes generales de las que puedan derivarse deductivamente los fenómenos
estudiados. Pero tampoco pueden ser reducidos a una consideración histó-
rica» (Ernst Cassirer. Las ciencias de la cultura. México, Fondo de Cultura
Económica, 1951, pág. 91). [T]

[223]

Artes y ciencias del texto.indb 223 15/12/11 11:44:56


Tal unificación contribuye a una teoría de las formas sim-
bólicas que depende, con pleno derecho, de una semiótica
general de las culturas. En el seno de nuestra tradición, se
trata de relacionar las morfologías semánticas y expresivas
propias de los géneros y de los estilos con las teorías estéticas,
explícitas o no, a las que ellas corresponden y de las cuales
son tanto las causas como los efectos. Convengamos en llamar
estesis esas «visiones del mundo» suscitadas y obligadas por
los diversos tipos de morfologías. Al parecer ellas comprome-
ten cuatro grandes dominios de caracterización, de magnitud
creciente:

• Los elementos de formas semánticas, como los tropos,


codifican los momentos de recorridos interpretativos,
en el marco de convenciones de género y de discurso;
• Los tipos de impresiones referenciales están relacio-
nados tanto con la temática como con los recorridos
interpretativos que los construyen. La codificación de
las impresiones referenciales depende de las culturas
en que cumplen diversas funciones teogónicas y cos-
mogónicas;
• Los tonos, que son isotopías evaluativas, sitúan los tex-
tos en las dimensiones éticas y patéticas. Carecemos
todavía de una lingüística de los tonos y, especialmente,
de estudios contrastivos según las culturas;
• Los tonos y las impresiones referenciales determinan las
formas a posteriori de la fenomenalidad: ellas inscriben
lo vivido propio de la experiencia cultural, e incluso la
forma cultural de la experiencia vivida. Es en este sen-
tido que Proust formó nuestra visión del mundo, como
él mismo lo hizo notar a propósito de Flaubert.

Para poder apreciar la situación epistemológica de ese pro-


yecto, volvamos a los grandes proyectos de antropología que
presidieron tanto la constitución disciplinaria del estudio sis-
temático de las literaturas como de la lingüística histórica y
comparada.
Mientras que el estudio de las lenguas cuenta con una tra-
dición milenaria, la lingüística comparada solo formuló su
proyecto científico a fines del siglo XVIII. Este proyecto de-
pende de una antropología general, que Humboldt orientó
hacia la caracterización de las diferencias entre las lenguas, en
contraste con las gramáticas filosóficas contemporáneas que

[224]

Artes y ciencias del texto.indb 224 15/12/11 11:44:56


de Port-Royal a Tracy heredaron el aristotelismo escolástico
y postularon la universalidad de las operaciones subyacentes
del espíritu. Sin detenerse únicamente en la diferencia de las
lenguas, Humboldt se atuvo a la diversidad de los usos singu-
lares que las configuran (cf. Thouard, 2000a, pág. 170, e in-
fra, Epílogo). A fin de unir crítica, filosofía y poesía, Friedrich
Schlegel concibió paralelamente un proyecto de enciclopedia
que uniría la preocupación por la totalización y el respeto de
la individualidad de las obras (cf. Athenareum, frag. 116).
Ese proyecto, aunque fue abortado, contiene una «teoría de la
cultura» e incluso, como lo señalara Dilthey, una metodología
de las ciencias humanas, y dará nacimiento a los trabajos de
historia de la literatura, especialmente de la poesía, que ten-
drán una incidencia determinante en todo el romanticismo
europeo34.
De esta manera, el estudio histórico y comparado de las li-
teraturas y la lingüística histórica y comparada, salieron de los
grandes proyectos de antropología cultural orientados hacia la
descripción de las diversidades. Ambos se prologaron además
en la romanística que siempre supo unir los estudios de lengua
y de literatura35. También se puede considerar que el problema
de los estilos y de las normas locales depende plenamente de
la lingüística histórica y comparada; los proyectos de antropo-
logía en los que se originó, tanto en Friedrich Schlegel como
en Humboldt, concuerdan perfectamente sobre este punto.
La descripción de las lenguas es, en efecto, solo una etapa
de la caracterización de los discursos, de los géneros y de los
textos singulares. La descripción de los estilos, especialmente
literarios, constituye así la culminación del programa de ca-
racterización que permitió pasar de las gramáticas universales
a la lingüística general. En efecto, cada lengua obtiene su «ca-
rácter» de los usos que sin cesar la configuran.
Nos encontramos aquí en el cruce de la lingüística y la
teoría literaria: ¿bajo qué condición un texto se convierte

34
Véase las lecciones de Viena sobre la historia de la literatura, publi-
cadas en 1815 y traducidas al francés por W. Duckett en 1829 con el título
Historia de la literatura antigua y moderna; y las lecciones de su hermano
August Wilhelm Schlegel sobre el arte, la literatura y el arte dramático,
traducidas al francés en 1814 por Mme. Necker de Saussure.
35
Véase los grandes nombres de la estilística, Leo Spitzer, Ernst Auer-
bach, Antonino Pagliano (creador de la crítica semántica), Dámaso Alon-
so, etc.

[225]

Artes y ciencias del texto.indb 225 15/12/11 11:44:56


en obra? Ello depende de su carácter, que lo hace singular e
irremplazable y le permite así fundar la tradición interpretati-
va que puede erigirlo como clásico. Si se identifica ese carácter
con el estilo, una perspectiva subjetivante puede remitirlo al
autor y explicarlo por su biografía psicológica, mientras que
una perspectiva objetivante lo remite a las formas textuales
particulares. Elegimos la segunda vía, pues debemos explicar
las obras como tales, en cuanto obras: un autor (dócil recons-
trucción de los biógrafos) puede parecer comprensible, pero
esta comprensión empática no explica nada de su obra, obra
donde el autor se difumina a la vez que no se expresa. Ade-
más, es más fácil creer comprender a los autores que conocer
las obras.
Si convenimos que el estilo está en las obras y no en los
autores, tal vez un estilo sea solo la abstracción de una obra.
Se llama estilo a sus regularidades propias; la obra responde
por su estilo y no a la inversa. Se presenta entonces una difi-
cultad suplementaria: en el seno mismo de una obra singular,
las particularidades estilísticas no son uniformes; en algunos
pasajes el autor se separa de la tradición, en otros lugares
enfatiza su pertenencia a ella.
En cuanto al «estilo de autor», este plantea el problema de
las regularidades en el regazo de las obras de un mismo escri-
tor; allí se ve cómo se establecen los linajes estilísticos, pues
los caracteres de las primeras obras se desarrollan en las que
siguen. De manera comparable, un género puede ser descrito
no como un tipo o una clase sino como un linaje genérico
de reescrituras (cf. cap. VIII). Pese a esto, los artistas tie-
nen varios estilos, aunque ello se deba solo a que usan varios
géneros: por ejemplo, Francesco di Giorgio Martini procede
de Lippi en pintura y de Donatello en escultura, aunque sus
estéticas sean muy diferentes36.
Para evitar la involución psicológica y plantear correc-
tamente el problema estético, distingamos sin embargo la
identificación y la caracterización o, si se prefiere, los rasgos
«morellianos» y los rasgos «spitzerianos». Morelli, médico
italiano, revolucionó a fines del siglo XIX las atribuciones de
las pinturas al descubrir los rasgos especialmente anatómicos,
como los lóbulos de las orejas, cuya ejecución característica

36
El problema estético en escultura era entonces, ¿qué hacer después de
Donatello?; y en pintura, ¿qué hacer después de Filippo Lippi?

[226]

Artes y ciencias del texto.indb 226 15/12/11 11:44:56


había escapado hasta entonces tanto a los falsificadores como
a los expertos. En cuanto a Spitzer, se le reprochó con frecuen-
cia el hecho de caracterizar las obras por los rasgos formales
que parecían elegidos arbitrariamente pero que, a pesar de
ello, le permitían entrar en el círculo de una interpretación
reveladora.
Así, a la identificación por los caracteres morellianos se
puede oponer la caracterización por los caracteres spitzeria-
nos. Los primeros, repartidos regularmente, se repiten de obra
en obra y no se distinguen por una conectividad semántica
particular; los segundos, al contrario, son singulares, con alto
grado de conectividad y son objeto de transposiciones en to-
dos los planos de complejidad de la obra, por ejemplo, el uso
singular de la hipálage remite en Borges a una ontología nega-
tiva que dirige la estructura metafísica de su obra entera (cf.
el autor, 2001c).
Esta distinción nos lleva a separar los rasgos de factu-
ra y los fenómenos de estilo propiamente dichos. Un autor
podría, por cierto, estilizar sus propios rasgos morellianos
cuando, por ejemplo, se parodia a sí mismo o, más profun-
damente, cuando elabora su estilo para no dejar nada al azar
de la costumbre; tal es, sin duda, una de las razones de la
extrañeza de Flaubert. Después de todo, la estilística, disci-
plina crítica, puede admitir sin problema que la estilización
sea también una actividad crítica: el autor, que es el primer
crítico de su obra, deja atrás a los críticos futuros en su
propio terreno.
Pero una contradicción parece arruinar la reconducción
del estilo al autor: sus obras solo pueden ser inmediatamente
federadas, es decir, unidas por alianza, gracias a los rasgos
morellianos y entonces su denominador común se reduce a los
rasgos de factura; el «estilo de autor» sería así lo que hay de
más superficial en la obra. Desde luego, los estilos de las obras
de un mismo autor pueden compartir características comunes
que generalmente quedan como secundarias y dependen de
rasgos morellianos; pero en cuanto a lo esencial, esos estilos
varían con los géneros que usa el autor y los diversos proyec-
tos estéticos en los cuales se compromete.
Al contrario, el «estilo de una obra» se define por los rasgos
generadores de la estructura artística. Esas formas particula-
res se trasponen tanto en el plano de la expresión como en
el del contenido, tanto en el plano de la frase como en el del
texto global.

[227]

Artes y ciencias del texto.indb 227 15/12/11 11:44:56


En resumen, la identificación «morelliana» permite atri-
buir una obra a su autor, aislarla en su corpus de referencia,
pero no describir el funcionamiento propio de sus recorridos
genéticos, miméticos y hermenéuticos; a la inversa, la carac-
terización «spitzeriana» permite su singularización interna y
se dirige a identificar las coerciones que su forma artística
ejerce sobre sus recorridos. En fin, esta identificación supone
y permite a la vez una interpretación que recorre el corpus
de referencia en que la obra se singulariza, pues a menudo
los recorridos interpretativos requieren interpretantes que se
encuentran en otros textos.
¿De dónde provienen los rasgos morellianos? Esos hábi-
tos prácticos de factura son generalmente compatibles con las
normas de lengua, de discurso y de género. Ellos aprovechan
las posibilidades que se les ofrecen, por elecciones recurrentes
en el seno de una norma permisiva. Esta selección del material
lingüístico, discursivo y genérico constituye una primera fase,
elemental, de la estilización que radicaliza ya ciertas propie-
dades sistemáticas.
Los rasgos identificadores más eficaces son los rasgos mo-
rellianos de «bajo nivel», como la frecuencia de las letras: tal
cual lo han confirmado varios trabajos de lingüística cuan-
titativa, dicha frecuencia permite tanto la identificación de
los autores como de las obras. Incluso esos rasgos de «bajo
nivel» pueden ser objeto de una elaboración estilística y cam-
biar de estatuto, por ejemplo, el juego dramático de Perec con,
en primer lugar, la frecuencia de las letras en La disparition
[La desaparición]37. La frecuencia anormal de una letra, aquí
cero, es promovida entonces al rango de rasgo spitzeriano,
entendido como principio organizador.
Efectivamente, los «rasgos» spitzerianos no son, propia-
mente hablando, rasgos en el sentido atomista del término
sino formas de organización, transportables a diferentes nive-
les de complejidad, entre los cuales establecen solidaridades
de escala. Devienen así principios organizadores de la textua-
lidad. Por ejemplo, la hipálage en Borges es parte de los rasgos
spitzerianos: la permuta indecidible de atributos que carac-
teriza las hipálages se transpone a nivel secuencial (táctico)

37
Georges Perec (1936-1982) publicó su novela La disparition [La des-
aparición] en 1969; se caracteriza por estar escrita sin la letra e. En cambio
Les revenentes [Las repeticiones] de 1972, fue escrita sin las vocales a, i, o,
u, solo con la letra e. [T.]

[228]

Artes y ciencias del texto.indb 228 15/12/11 11:44:56


por las formas en quiasmo; a nivel narrativo (dialéctico), por
los relatos en que los actores intercambian sus propiedades;
a nivel enunciativo (dialógico), por la indistinción del lector
y del narrador, etc.
Los rasgos spitzerianos son propios de los textos literarios
mientras que los rasgos morellianos se descubren en otros
discursos.
Esos dos modos de descripción estilística son acordes con
los objetivos de una lingüística no restringida. Si, al contrario,
sobrepasando el objetivo ya ambicioso de una individuación,
se fija a la caracterización el cometido último de conducir a
una individualización, si no se ha dejado de reconducir la
obra al autor tal como se le imagina, esa caracterización será
confiada a las delicias insulsas de la empatía universitaria.
Los tres estilos antiguos, en su extensión mayor, prefigu-
rarían de alguna manera lo que llamamos las estesias. Los
estilos individuales, en sentido moderno, contribuyen a hacer
evolucionar las estesias constituidas cuando se despliegan en
su seno. En una corriente general que condujo después del
Renacimiento a una valorización de la individualidad en todos
los planos (económico, jurídico y especialmente ético), cada
artista ambicioso trata de crear una estesia original.
Una teoría de las estesias justificaría tal vez esta intuición
de Goethe, recuperada por Cassirer, de que el estilo se susten-
ta en los fundamentos más profundos del conocimiento, en la
medida en que nos es permitido descifrarlo bajo formas com-
prensibles; esa teoría remarcaría, sin duda, el carácter estético
de lo que llamamos el conocimiento.

Si la estilística ha sucedido en parte a la retórica, el es-


tilo siempre ha sido censurado por las mismas razones que
las figuras; Séneca definía ya el estilo como desvío y defecto
(carta 114). Norma gramatical y normatividad moral se han
vinculado a menudo
Se opone falsamente un lenguaje neutro, no marcado, lite-
ral, que dependería de la lingüística, a un lenguaje marcado,
singular y figurado, que sería el de la literatura38. Fuera del
hecho de que no se puede exhibir un lenguaje neutro, puro

38
El romanticismo tardío en que todavía nos encontramos ha valori-
zado, por cierto, el desvío y la singularidad, y la literatura contemporánea
se ha construido sobre la crítica y aun la negativa de todo sociolecto (lo
muestran de modo diverso Flaubert, Mallarmé, los surrealistas, Blanchot,

[229]

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artefacto del imaginario gramatical, se sabe que el lenguaje
literario no es asunto de adornos o figuras.
A diferencia de la oposición entre lo literal y lo figurado,
la oposición entre lo estereotipado y lo atípico puede ser esta-
blecida a partir del corpus y recibir un fundamento filológico
propio para conciliar las disciplinas literarias y lingüísticas.
Nosotros vamos a asegurarnos de ello abordando a continua-
ción la temática y la poética.

Barthes); la literatura contemporánea aseguró especialmente esta función


crítica, desviando o destruyendo los estereotipos.

[230]

Artes y ciencias del texto.indb 230 15/12/11 11:44:56


CAPÍTULO 7

Temática y tópica
Lo que determina la nobleza de la leyenda, como
de la lengua, es el hecho de que condenadas una y otra
a solo servirse de elementos traídos ante ellas y con
un sentido cualquiera, los reúnen y obtienen continua-
mente un sentido nuevo.
FERDINAND DE SAUSSURE, 1986, pág. 307.

1. LA SITUACIÓN ACTUAL

Las revoluciones epistemológicas de las ciencias humanas


se originaron en la metodología de la lingüística histórica y
comparada: en folclorística con Bédier y Propp, en ciencias
religiosas con Dumézil, en antropología con Lévi-Strauss. No
obstante, a excepción de ciertos cantones de la romanística y
de la literatura comparada, ese movimiento general interesó
poco a los estudios literarios. Al menos en Francia, dichos
estudios se contentaron con poner el discurso de las Bellas
Letras a tono con el vaivén de la moda.
Quien quiera exponer con detalle las unidades textuales
encuentra muchos obstáculos. El culto de las obras monumen-
tales, concebidas románticamente como totalidades singula-
res, devalúa todo tratamiento relativo a los corpus literarios.
La búsqueda de causas externas hace de las obras un reflejo

[231]

Artes y ciencias del texto.indb 231 15/12/11 11:44:56


de una sociedad o la expresión de un autor: así, las teorías
post-marxistas del realismo, siempre muy vivas, desdibujan
las obras detrás de la historia social que ellas representarían;
en cuanto a las psicologías de las profundidades, estas redu-
cen la interpretación a códigos simbólicos y, en el peor de los
casos, encadenan al diván a esos pobres Gustave y Marcel1.

La noción de tema ocupa un lugar especial en el paisaje in-


telectual francés. La crítica temática procedente de Bachelard
ha sido tan bien aceptada por las autoridades académicas, que
los programas de los certámenes la honran regularmente y los
asuntos de memoria y de tesis que se inspiran en ella se cuen-
tan por centenas cada año. Se ha difundido de tal manera, que
muchas de las colecciones de textos para uso de los escolares,
desde el pequeño clásico al manual, están ahora organizados
por temas.
La muy usada noción de tema es, en general, intuitiva2. Al
menos, las definiciones corrientes no tienen relación precisa
con las ciencias del lenguaje. Por ejemplo, J.-P. Richard, cuyos
estudios temáticos se distinguen por su fineza, define el tema
como «un principio concreto de organización, un esquema
u objeto fijo en torno al cual se propendería a constituir un
mundo» (1961, pág. 24), fórmula que rinde pleitesía a la fe-
nomenología existencial.
La noción filosófica de tema nos parece insuficiente. Ya
sea que designe una categoría trascendental, un esquema o
un arquetipo en sentido jungiano, nuestro objetivo es mos-
trar la formación y la evolución de los temas en el meollo de
una semántica histórica y comparada, parte integrante de una
semiótica de las culturas mas no de una antropología filosó-
fica3; ya sea que se aplique a una relación de un sujeto con el

1
Gustave Flaubert y Marcel Proust. [T.]
2
Trousson (1981, pág. 12 y sig.) consigna, por ejemplo, estas defini-
ciones: «punto de encuentro entre un espíritu creador y una materia lite-
raria o simplemente humana» (Cl. Pichois y A. M. Rousseau); «un evento
o una situación infantiles» (J.—P. Weber); «red organizada de obsesiones»
(Barthes). A lo cual Callot (1988, pág. 80) agrega esta definición de Do-
ubrovsky: «El tema […] no es otra cosa que la coloración afectiva de toda
experiencia humana» que es ponderada al subrayar que el tema «expresa la
relación de un sujeto con el mundo sensible» (pág. 81).
3
La definición del Trésor de la langue française [Tesoro de la lengua
francesa] confirma el peso de esta especie de antropología en materia
de temática: «Unidad del contenido (de un discurso, de un texto o de

[232]

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mundo y se quiera hacer de ello la causa de su lenguaje, aun
si esta relación es mediatizada por su expresión. En los dos
casos la autonomía relativa de lo semiótico se encuentra elu-
dida, puesto que el mundo o el asunto filosófico gobiernan la
problemática del tema.
Definir el tema como un «concepto» o como la expresión
de una «coloración afectiva» lo mantendría a distancia de las
ciencias del lenguaje, mientras que la semántica de los textos
debe dar cuenta de los temas.
Los diccionarios e índices temáticos reflejan el estado me-
diocre de las concepciones contemporáneas del tema. Si, por
ejemplo, como lo hizo notar F. Surdel (1995), no se encuen-
tra allí el tema de la piedad, es porque los sentimientos, a
fortiori los sentimientos caritativos, están de hecho excluidos
del campo de la temática contemporánea que, influenciada
especialmente por Bachelard y Merleau-Ponty, se ha dedicado
de preferencia a describir las cualidades sensibles antes que
las cualidades morales. En nuestro conocimiento, hasta ahora
ningún diccionario de temas ha sido construido a partir de un
corpus. La mayoría se limita a compilar listas sin principio de
definición común y sus clasificaciones de buen sentido escon-
den su carácter heteróclito. La intuición, indispensable, debe
ser sometida a un control metodológico. Ciertos pretendidos
temas como la agresividad son categorías descriptivas gene-
rales que pueden corresponder a las hipótesis antropológicas
pero no a los temas en un corpus literario clásico. El carácter
anacrónico de las categorías descriptivas debe ser problema-
tizado: si la agresividad es tan vieja como Caín, el concepto
de agresividad es eminentemente moderno. Hacer justicia a
los textos del pasado, poder darles sentido, implica también
apreciar lo que nos separa de ellos.
A diferencia de los lexemas, los temas no son signos y de-
penden de otras normas distintas a las de la lengua. Si el lexe-
ma y el tema difieren tanto por el nivel como por el plano de
análisis —pues el primero es un signo dependiente de la mor-
fología y de la microsemántica y el segundo es una unidad del
contenido en el plano mesosemántico—, es claro que no todo
lexema es un tema. Un análisis temático que se mantuviese

una obra literaria) correspondiente a una constante de lo simbólico o


del imaginario». Ahora bien, un tema puede ser específico de un texto o
de un grupo de textos y ¿cómo fiarse de esas constantes eminentemente
discutibles?

[233]

Artes y ciencias del texto.indb 233 15/12/11 11:44:56


en el plano léxico contaría potencialmente con tantos temas
como palabras de la lengua, salvo por supuesto si se reduce
este inventario de manera normativa y no crítica como lo ha-
cen los diccionarios de temática. Se objetará que los temas son
ordinariamente nombrados por un lexema; pero ese lexema es
simplemente una lexicalización privilegiada del tema y se po-
dría encontrar muy bien temas sin lexicalización privilegiada
(como el que hemos descrito en L’Assommoir [La taberna]4,
cf. el autor, 1989, II, 2).
A la par de todas las unidades semánticas, un tema es
una construcción, no un dato. También la temática depende
de condiciones hermenéuticas: de facto, la interpretación de
los datos textuales se sitúa en un círculo metodológico que
depende del círculo hermenéutico. Toda selección de corpus,
toda muestra en un corpus, toda colección de datos es deu-
dora de una elección que debe hacerse explícita. En otras
palabras, para alcanzar sus objetivos, la temática debe guiar
el análisis léxico y luego interpretar sus resultados, sin lo cual
quedarían inutilizados para una semántica textual. El análisis
léxico, en el que la estadística es un auxiliar, no propone por
sí mismo los índices para el análisis temático. Los indicado-
res de interrogación imponen algunos procedimientos, pero
no proponen nada; solo sirven para confirmar o refutar las
hipótesis, con lo cual todo depende de la estrategia de inter-
pretación.
La semántica de los temas y topoi se encuentra así ante
la feliz necesidad de innovar, dado que las teorías en que se
podría inspirar no se fijaban los mismos objetivos y trataban
corpus diferentes. Pero por ello no dejan de ser menos una
importante fuente de reflexión.
La folclorística respondía a la necesidad de hacer inteligible
la multitud de variantes orales recogidas y es esa tentativa la
que originó la definición lévi-straussiana del mito como serie
de transformaciones. Si ha pasado algo de la materia de los
cuentos a las novelas, se le encuentra ciertamente reconfigu-
rada y si, por ejemplo, en Aarne y Thompson se reconoce
algunos motivos novelescos, nada permite afirmar que ellos
aseguren las mismas funciones en los cuentos y en las novelas.
Ahora bien, las funciones y, especialmente en literatura, las

4
Esta novela de Émile Zola (1840-1902) fue publicada en 1877 y es la
sétima del ciclo de los Rougon-Macquart. [T.]

[234]

Artes y ciencias del texto.indb 234 15/12/11 11:44:56


funciones estéticas, parecen ser definidoras de las unidades
textuales.
Por último, la problemática de la folclorística se formó
hace más de un siglo, lo que al fin y al cabo no le quita nada;
pero desde Bédier la semántica le ha aportado por lo menos
ciertas novedades.
La narratología es igualmente una fuente de enseñanzas.
La Morfología del cuento de Propp, una de las cumbres de
la folclorística, solo pretende describir el cuento maravilloso
ruso. El análisis estructural de los relatos, en su tradición grei-
masiana, tiene su origen en Propp pero ostenta pretensiones
universales. Ahora bien, Propp eligió el cuento del matador
de dragones (núm. 300 en la clasificación de Aarne y Thomp-
son) como modelo y parangón de los otros cuentos de su cor-
pus, sin duda porque le parecía ejemplar y completo5. Esta
ejemplaridad, como el inventario de las funciones y actantes
narrativos que pone de relieve, se limita a ese corpus y está
determinado por su contexto histórico y cultural, como más
tarde lo hizo notar el mismo Propp en Les racines histori-
ques du conte merveilleux [Las raíces históricas del cuento
maravilloso]6. Establecer entonces, sin simplificarla, esta es-
tructura narrativa en parangón de toda narratividad y luego
de toda textualidad7, es arriesgarse un poco. Es verosímil, en
efecto, que los cuentos populares rusos reflejen a su modo la
ideología trifuncional común a las poblaciones de origen indo-
europeo. La triplicación de las pruebas es un ejemplo de ello,
como lo es su homologación con la jerarquía de las castas: el
héroe pertenece a la casta productora durante la prueba califi-
cante, entra en la casta guerrera en el transcurso de la prueba
principal y finalmente se integra a la casta sacerdotal por la
prueba glorificante. Es dudoso que ese modelo convenga, por
ejemplo, a los corpus obtenidos de otras tradiciones semíticas
o amerindias. Brevemente y pese al importante aporte de la
narratología greimasiana, algunas reservas nos parecen útiles.

5
Los mismos Aarne y Thompson lo colocaron a la cabeza de su corpus
de cuentos maravillosos, sin duda por las mismas razones.
6
La versión española lleva el título Las raíces históricas del cuento; ha
sido publicada por la Editorial Fundamentos de Madrid, en 1982. [T.]
7
Como se sabe, según Greimas-Courtés (1979, pág. 153), «las estructu-
ras semio-narrativas [surgidas del análisis de Propp — F. R.] constituyen la
instancia ab quo [sic], el nivel más abstracto del recorrido generativo», de
las que procedería todo texto e incluso toda manifestación semiótica.

[235]

Artes y ciencias del texto.indb 235 15/12/11 11:44:56


Deliberadamente universalista y anhistórica, esta narratolo-
gía utilizó siempre las mismas categorías y naturalmente las
encontró en cualquier parte; no reconoció ninguna diferencia
fundamental entre lo escrito y lo oral de los relatos míticos, ni
entre una lengua y otra, puesto que las estructuras de superfi-
cie son consideradas superficiales8; además, ello se extiende a
los sistemas de signos no lingüísticos. Finalmente, la narrato-
logía greimasiana no trató de caracterizar la textualidad9.
Una última tradición surgió de la retórica. La tópica contem-
poránea se inspira en la narratología más que en la tradición
retórica, pues trata de temática antes que de argumentación.
Dicho esto, tanto en Curtius como en Grassi es la pertenencia
a la tradición lo que se encuentra en juego al usar la noción de
topos. Sin embargo, la concepción de Curtius puede terminar
por desindividualizar al autor y, correlativamente, descuidar la
textualidad: no es falso el hecho de que el texto sea un centón,
aunque limitado10.

2. POR UNA CONCEPCIÓN UNIFICADA


DE LAS ESTRUCTURAS TEMÁTICAS Y TÓPICAS

En correlación a la dualidad de concepciones del lenguaje,


lógico-gramatical y retórica/hermenéutica, dos concepciones
del topos y de las otras unidades textuales se oponen por de-
recho y se complementan de hecho. La primera concepción

8
Así como no hay nada más profundo en el hombre que su piel, estaría
tentado de decir que lo que hay de más profundo en el texto, es su super-
ficie.
9
Ella descuidó por lo menos tres de sus grandes modos de categoriza-
ción: (i) Los géneros son considerados por Greimas y Courtés como formu-
laciones «ideológicas» y como tales no pertinentes (véase en su Diccionario,
1979, el art. género); de hecho, las estructuras narrativas, aun privilegiadas,
no son suficientes para definir un género. (ii) Según los tipos de mímesis,
los tipos de formas semánticas varían, como sus modos de evolución. (iii)
Los tipos de estesis pueden ser remitidos a los estilos (en el sentido de la
antigua retórica), tonos y registros (cf. supra, cap. VI).
10
Las reservas mentales políticas no estuvieron ausentes en las decla-
raciones de Curtius. Él pensaba insistir sobre la continuidad europea, pero
antes que en una tradición judeo-cristiana, en una tradición grecorromana
que el tercer Reich debía coronar imaginariamente. Quería también apo-
yarse en el universalismo ario de Jung para «una comprensión más clara de
la historia del alma europea».

[236]

Artes y ciencias del texto.indb 236 15/12/11 11:44:56


tiende a hacer del topos un elemento del vocabulario textual
y como una frase es un encadenamiento de palabras, un texto
sería un encadenamiento de topoi11. Si por la tópica es útil
aprovechar los términos de comparación entre los textos, los
topoi deben permitir discriminar las transformaciones; breve-
mente, fuera de sus contextos, solo son tipos normativamente
restituidos pero, considerados en sus variaciones contextua-
les, permiten una mejor comprensión de la textualidad y de la
intertextualidad.

Estructuras paradigmáticas.— Si bien existen paradig-


mas temáticos y tópicos, la metodología de su (re)constitu-
ción difiere sin duda de la de los paradigmas léxicos, pues no
tienen el mismo estatuto. El problema de la organización pa-
radigmática de los temas y topoi se plantea de modo diferente
al de la organización de los paradigmas léxicos propiamente
dichos, y en un plano de complejidad superior. Las clases de
temas no dependen entonces de la lexicología, todavía menos
de la lexicografía12, sino de la temática o de la tópica, si con-
venimos en nombrar así al estudio de las formas semánticas
estereotipadas en el plano intermediario del período o del
parágrafo13.
En semántica léxica, la relación estructural más simple es
la antonimia. Los estudios de concurrencias léxicas muestran,
por ejemplo, que en la novela los nombres de sentimiento
son frecuentemente asociados a su antónimo14. Si bien la
antonimia es frecuente en el plano léxico, no es seguro que
sea generalizable en el plano temático o tópico; así, algunas
lexicalizaciones de temas pueden encontrarse en relación de

11
De manera comparable, la lingüística textual concibió el texto como
una serie jerarquizada de proposiciones; la semiótica narrativa de funcio-
nes, etc.
12
Aunque los «diccionarios de temas» puedan servir todavía, especial-
mente en pedagogía.
13
Se puede distinguir tres acepciones de la palabra topos. La más tra-
dicional, desde la retórica de Aristóteles, es una forma argumentativa este-
reotipada; ella fue recuperada por ciertos pragmatistas, con una extensión
menor. La segunda, que hemos utilizado nosotros (1987), es un axioma nor-
mativo socializado (como Los gascones son jactanciosos) que permite una
aferencia. La tercera designa una estructura temática estereotipada, familiar
en historia de la literatura: por ejemplo, el topos del locus amoenus.
14
Véase los sintagmas contradictorios indicados por Bourion (1995),
como enloquecido de alegría, aterrorizar de amor, deseo pánico.

[237]

Artes y ciencias del texto.indb 237 15/12/11 11:44:56


antonimia, otras no. Mientras que los sememas antónimos
solo difieren corrientemente por un sema, la antonimia entre
temas se manifiesta por series de oposiciones sémicas. Por
ejemplo, el topos complejo de la flor al borde del abismo,
muy recurrente en la época romántica, comprende dos temas,
Flor y Abismo, que pueden ser lexicalizados por rosa, planta,
sima, precipicio, vértigo, profundidad, etc. Se oponen por las
categorías sémicas /sobresaliente/ vs /ahuecado/, /frágil/ vs
/potente/, /atrayente/ vs /repugnante/, /viviente/ vs /mortal/,
/coloreado/ vs /sombrío/ (cf. el autor, 1989, pág. 63).
Los temas y los topoi son susceptibles de diversos tipos
de agrupaciones. Una sola molécula sémica, como la de la
Espada, puede devenir parte de un grupo que relaciona dos
moléculas tales como la Pluma y la Espada, las Armas y los
Amores, la Mamá y la Prostituta15. Las agrupaciones terna-
rias son legión en la tradición indoeuropea, debido a lo que
Dumézil llamó la ideología trifuncional; las agrupaciones qui-
narias abundan en China, como lo ha señalado especialmente
Gernet; las septenarias, en la Antigüedad del Medio Oriente,
sin duda por la influencia del culto astral babilonio. En suma,
esas agrupaciones son homólogas de los taxemas en el plano
léxico, pero sus estructuras reflejan normas de otro orden. Por
lo demás, las parejas antitéticas, como las Armas y los Amo-
res, oponen y unen los dominios y dimensiones tópicas.
Para trazar un límite entre tema y topos, admitamos que
un tema es recurrente al menos una vez en el mismo texto; un
topos, al menos una vez en dos autores diferentes. La temá-
tica debe tener en cuenta tanto los topoi como los «temas
personales»16 y detallar los tratamientos personales de los to-
poi, especificados e incluso modificados por su contexto. En
efecto, ella estudia las variaciones de los topoi en los linajes
de sus reactivaciones.
Los topoi dependen de los sociolectos, por lo tanto, de un
estudio de los géneros y de los discursos (cf. cap. VIII); los
temas dependen de los idiolectos y, en consecuencia, de un

15
A diferencia de los precedentes, este complejo tópico es lamentable-
mente omnipresente.
16
Personal significa aquí idiolectal, dependiente de normas individua-
les. Algunos autores, como Trousson, piensan que los temas personales no
son temas propiamente hablando y conservan el nombre de temas para los
topoi. Ello resulta de los objetivos de la literatura comparada, que privilegia
la tópica.

[238]

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estudio de los estilos (cf. cap. VI). Además de esto, posterior-
mente incluiremos una diferencia de complejidad.

El estudio de los motivos.— En una tradición que remon-


ta a la folclorística del siglo XIX, tema y motivo son frecuen-
temente asociados17. Ahora bien, la noción liberal de motivo
requiere algunas aclaraciones ya que pese a las proposiciones
teóricas de los formalistas rusos, las listas de motivos no se
distinguen de los inventarios de temas y, dependiendo de las
bibliografías, en ellas se encuentra tanto el Judío errante o el
feminismo en la Eneida, como el mesmerismo o el tabaco.
Hace poco Trousson propuso una distinción: un motivo es
«un telón de fondo, un concepto amplio que designa ora cierta
actitud —por ejemplo, la rebelión— ora una situación de base,
impersonal, cuyos actores todavía no han sido individualiza-
dos», mientras que un tema sería «la expresión particular de
un motivo, su individualización (…). Se dirá que el motivo
de la seducción se encarna, se individualiza y se concretiza en
el personaje Don Juan» (1981, págs. 21-22). Esta definición
confunde las relaciones tipo/instancia y función/actor que se
unen en el vínculo seducción/Don Juan; además, esas rela-
ciones no son diferenciadas de las relaciones fondo/forma y,
como en Sauer, el motivo es comparado a un telón de fondo.
Los motivos pueden ser redefinidos como estructuras tex-
tuales complejas de rango superior, macrosemántico, que
comportan elementos temáticos pero también dialécticos,
por cambio de intervalo temporal, y dialógicos, por cambio
de modalidad. Por ejemplo, el motivo del muerto agradecido,
repertoriado en el Motif-Index of Folk-Literature [Índice de
Motivos de la Literatura Folclórica]18 de Thompson, es una
estructura temática y dialéctica compleja que activa las fun-
ciones deceso, beneficio y gratitud, así como ciertos actores
humanos. En resumen, el motivo es un sintagma narrativo

17
Bédier empleaba la palabra elemento, y motivo nos viene de Vessé-
lovski; ha sido recogido por Chklovski: «Entiendo por motivo la unidad
narrativa más simple que, en forma de imagen, respondía a las diversas exi-
gencias del espíritu primitivo y de la observación cotidiana» (según Segre,
1988, pág. 10). Esta definición llevará a Tomachevski y Propp a ver en los
motivos funciones narrativas.
18
Motif-Index of Folkliterature, a clasification of narrative elements in
folktales, ballads, myths, fables, medieval romances, exempla, fabliaux, jest-
books, an local legends. Bloomington, Indiana University Press, 1975. [T.]

[239]

Artes y ciencias del texto.indb 239 15/12/11 11:44:56


estereotipado, instaurado parcialmente por los topoi, mientras
que el tema es una unidad del plano inferior, no necesariamen-
te estereotipada y que se encuentra en toda suerte de textos.
Brevemente, el tema es al sintagma narrativo lo que el topos
es al motivo; o sea:

Unidades temáticas Unidades dialécticas


En un discurso Topos Motivo
o un género
En un texto Tema Función, sintagma
narrativo

3. TEMÁTICA: TEORÍA Y MÉTODO

3.1. Para precisar la definición del tema

Según se privilegie el signo o el texto y, en el signo, el sig-


nificante o el significado, puede definirse el tema por diversas
vías. La vía lexicográfica, tributaria de una lingüística del sig-
no, define el tema como una palabra-vedette, generalmente un
sustantivo, al cual se le colacionan diversos parasinónimos o
equivalentes parciales; un diccionario de temas será, entonces,
un subconjunto de un diccionario.
La vía semántica, al contrario, depende de la lingüística
del texto y no confiere preeminencia a una palabra-vedette
identificada por su significante19; ella especifica el tema en el
seno de redes de recurrencias y de transformaciones.

La definición semántica.— Si se denomina tema a una


estructura estable de rasgos semánticos (o semas), recurren-
te en un corpus y susceptible de diversas lexicalizaciones,
esta definición debe ser especificada caracterizando dichos
rasgos, ese corpus y esas lexicalizaciones, planteando a con-
tinuación tanto las cuestiones de interrelación de los temas
entre ellos como de la constitución de los paradigmas temá-
ticos.

19
Hemos presentado ejemplos de temas sin lexicalizaciones privilegia-
das en Zola (1989, II, cap. II) y en Éluard (1991, cap. VIII).

[240]

Artes y ciencias del texto.indb 240 15/12/11 11:44:56


Como la noción de categoría semántica es muy vaga20,
se distingue entre semas genéricos y específicos (cf. Pottier,
1974). Unos indexan los sememas en las clases (taxemas, do-
minios y dimensiones), los otros los oponen a los miembros
de su clase de definición. La recurrencia de un sema genérico
induce a una isotopía genérica y, a veces, en su acepción ge-
neral, la palabra tema es empleada para designar el «asunto»
de un texto, es decir, su isotopía genérica dominante, general-
mente un dominio semántico21. Por ejemplo, se podría carac-
terizar muy débilmente a La Princesse de Clèves [La Princesa
de Cleves]22 como una novela de amor. Al respecto, nosotros
hemos hablado de tema genérico, lo que es algo excesivo, ya
que una isotopía no es una estructura23.
Al contrario, un tema específico puede definirse como una
molécula sémica, es decir, una agrupación estructurada de se-
mas específicos. Una molécula se representa por medio de un
grafo semántico cuyos nudos son etiquetados por los semas,
mientras que los vínculos lo son por los primitivos semánticos
(casos y relaciones estructurales). He aquí un ejemplo desa-
rrollado a propósito del tema El aburrimiento.
Titubeamos en volver al aburrimiento luego de la tesis de
Sagnes (1969), las obras de Bouchez (1973) y de Éveline Mar-
tin (1993, págs. 146-202), pero los datos ya reunidos y elabo-
rados nos permitirán abreviar nuestra ilustración.
Un sentimiento es una estructura actancial en que un ac-
tante humano es afectado por evaluaciones. Esta estructura
puede ser representada por un grafo semántico24 que describe
su molécula sémica (cf. fig. 1). Definamos ante todo el conte-

20
Todorov definía el tema como «una categoría semántica que puede
estar presente a lo largo de todo el texto o aun en el conjunto de la lite-
ratura (por ejemplo, el tema de la muerte)» (en Ducrot y Todorov, 1972,
pág. 283).
21
Cf. supra, cap. I, § 3. Nosotros nos distanciamos evidentemente tanto
de la problemática realista corriente en filosofía del lenguaje como de la
lingüística funcional de tradición praguesa, influenciada por ella, para las
cuales el tema es el referente o el «soporte» del enunciado.
22
Célebre novela de Marie-Madeleine de La Fayette (1634-1696), pu-
blicada en 1678. [T.]
23
Para una tipología de los temas genéricos, cf. el autor, 1989, I,
cap. IV.
24
Con ese nombre, hemos adaptado los grafos conceptuales definidos por
Sowa (1984) a las necesidades de la descripción lingüística; sobre las ventajas
y los límites de este tipo de representación, cf. el autor, 1989, cap. V.

[241]

Artes y ciencias del texto.indb 241 15/12/11 11:44:57


nido del grafo destacando de manera diferenciada las etiquetas
de sus nudos y de sus vínculos. El grafo se divide aquí en dos
secciones: una negada (en adelante N), que describe la pose-
sión de un objeto de valor, la otra afirmada (en adelante A),
que describe la acción del sentimiento sobre el sujeto.

GRAFO N

EGO : x ER /posesión/ AC OBJETO: x


/humano/

AT RE AT

/euforia/ /mejorativo/

GRAFO A

/imperfectivo/

AT

EGO:
SENTIMIENTO: x ER /privación/ AC
/humano/

AT AT

/iterativo/ /disforia/

NB.— El grafo N está negado. ER abrevia ergativo, AC acusativo, AT atri-


butivo, RE resultativo. Esos grafos son tipos, ya que algunos de sus nudos,
etiquetados en mayúsculas, no son presentados (como lo recuerda el sím-
bolo x).

[242]

Artes y ciencias del texto.indb 242 15/12/11 11:44:57


Enumeraremos los constituyentes de la molécula sémica así
figurada, ilustrándolos con algunas expresiones típicas.
El actante Ego es especificado solamente por el sema /hu-
mano/; los otros semas son propagados por el contexto: Ego
es Ergativo en N y Acusativo en A. El agente es así definido
entonces por el rasgo /sentimiento/, en cambio las otras espe-
cificaciones del Aburrimiento son definidas por las relaciones
entre el agente y el resto del grafo.
El actante Acusativo en N es especificado por una evalua-
ción positiva /mejorativo/, mientras que el proceso es negado.
Pues bien, en los contextos se encontrará el sema /privación/
expresado por rodeos negativos: ningún medio de compren-
der, ninguna ocupación, no sabiendo qué hacer, él no en-
cuentra nada concreto, sin que el deseo se mezclase ahí; los
prefijos: inacción, imposibilidad; finalmente otras expresiones
solo son negativas por inferencia, como vacío, manos colgan-
tes, provincia.
El proceso es caracterizado en A por dos semas:

(i) /imperfectividad/: indefinidamente, embotamiento


meditativo, postración de moribundo, abatimien-
to sin límites; pero también el empleo frecuente de
tiempos verbales imperfectivos, especialmente el im-
perfecto; o, incluso, araña, domingo;
(ii) /iteratividad/: disgregado, devora, amasado, carco-
me, lepra, hábitos sin cesar recomenzados, los días
se sucedían, una regularidad monótona, él encontra-
ba […] el mismo aburrimiento.

En estas expresiones, los dos semas son frecuentemente


lexicalizados juntos25, por ejemplo, en vagar. El resultado del
proceso es un sema /disforia/ asignado a Ego y que se lexi-
caliza por expresiones como vacío, embotamiento, duerme,
languidecer.
La capacidad descriptiva de esta representación puede ser
probada en los ejemplos que muestran cómo los escritores
se apropian del tema. Cuando Prévert alude a «aquellos que
se mueren de aburrimiento el domingo por la tarde porque

25
Esos dos semas aspectuales tienen una gran importancia en la repre-
sentación de lo vivido, en la medida en que las formas de lo vivido corres-
ponden a los tipos de temporalización (cf. el autor, 1999b).

[243]

Artes y ciencias del texto.indb 243 15/12/11 11:44:57


ven venir el lunes» (Paroles [Palabras], 1946, págs. 19-21),
remotiva el domingo sobre una isotopía social. Mediante la
amenaza del lunes, topos del populismo de época26, hace del
trabajo lo que inclusive estropea la inacción. O aun cuando
Barthes anota: «El aburrimiento no está lejos del goce: es el
goce visto desde las orillas del placer» (1973, pág. 43), insta,
gracias al goce, al objeto del deseo del cual el Ego está separa-
do (grafo N). La separación es figurada por la imagen del río
que retoma los rasgos /imperfectividad/ e /iteratividad/; y el
placer es asociado clásicamente al aburrimiento27, encontrán-
dosele en el mismo lugar en el grafo N. La revisión lacaniana
del tema habría consistido en situar el Goce allí donde los
poetas finiseculares colocaban el Azur.
Un tema, definido así como molécula sémica, puede recibir
diversas expresiones mediante unidades que van del morfema
al sintagma. Para simplificar las nombraremos lexicalizacio-
nes, distinguiendo las lexicalizaciones sintéticas, que mani-
fiestan al menos dos semas, de las lexicalizaciones analíticas,
que solo manifiestan uno. En efecto, un tema puede ser ma-
nifestado de manera difusa, por ejemplo en un párrafo donde
sus diversos semas serán lexicalizados por turno. En cuanto a
la lexicalización sintética, no goza de ninguna preeminencia
teórica en relación a las otras lexicalizaciones: no se trata de
la «palabra justa» frente a la cual todas las otras expresiones
solo serían avatares imperfectos28. Según los discursos y los
géneros, las normas de lexicalización de los temas varían: la
poesía lírica cultiva las lexicalizaciones analíticas, mientras
que las sintéticas son de rigor en los discursos técnicos.
Inclusive si su lexicalización más sintética depende de una
clase bien identificada, los temas son independientes de una clase

26
En los talleres todavía se dice ça va comme un lundi [va bien como
un lunes] para significar ça irait bien si on n’avait pas encore une semaine
à tirer [iría bien si no se tuviera que aguantar todavía una semana más].
27
E. Martin, op. cit. pág. 108, realza en los textos anteriores l’air d’ennui
dans les étreintes ardentes, l’ennui de cet accouplement [el aire de aburri-
miento en los abrazos ardientes, el aburrimiento de este apareamiento].
28
Un tema puede tener una lexicalización privilegiada (por ejemplo, am-
bición) o varias (piedad, conmiseración, compasión). Puede tratarse de una
lexía (amor paterno) o no tener nombre conservado por el uso (sentimiento
de lo bello, amor al arte). La parasinonimia de las lexicalizaciones privilegia-
das se manifiesta por el hecho de que no aparecen en los mismos contextos;
por ejemplo, esplín aparece raramente en el contexto de aburrimiento, no
porque le sea muy alejado sino porque, sin duda, le es muy próximo.

[244]

Artes y ciencias del texto.indb 244 15/12/11 11:44:57


semántica o, más exactamente, pueden manifestarse en diver-
sas isotopías genéricas. Por ejemplo, si se nombra Aburrimien-
to a la molécula sémica que comprende los rasgos /privación/
(especialmente: /inactividad/), /imperfectivo/, /iterativo/ (a
menudo combinados en /monotonía/), se nota que ese tema
puede manifestarse por araña, por domingo o por monótono.
Aquí no se trata de metáforas, ya que un tema específico es,
en principio, independiente de toda isotopía genérica; en otras
palabras, no hay denominación apropiada, incluso si la pala-
bra aburrimiento es una denominación cómoda. Por ejemplo,
aunque esa palabra se encuentra solamente cuatro veces en
Madame Bovary, los componentes del tema aparecen a menu-
do, especialmente respecto a Carlos. Así, en esta frase célebre:
«La [/iterativo/]29 conversación de Carlos era [/imperfectivo/]
plana [/imperfectivo/, /monotonía/] como una acera de ca-
lle [/monotonía/], y las ideas de todo el mundo [/iterativo/,
/monotonía/] desfilaban allí [/imperfectivo/, /iterativo/] en
su vestido ordinario [/iterativo/, /monotonía/], sin [/priva-
ción/] provocar emoción [/euforia/], risa [/euforia/] o ilusión
[/euforia/]» (I, VII)30. La palabra aburrimiento está ausente,
pero los semas característicos del tema del Aburrimiento se
repiten masivamente. La discordancia entre la reiteración del
tema y sus lexicalizaciones, confirma el principio ya advertido
por Hjelmslev de que no hay isomorfismo entre los planos
de la expresión y del contenido, pese a los deseos de cierta
lingüística del signo.
Las moléculas sémicas son formas semánticas simples, mien-
tras que las isotopías genéricas son fondos semánticos en los
cuales ellas se muestran a la percepción (cf. supra, cap. I § IV).
En ciertos discursos, la relación entre formas y fondo es uní-
voca; pero en el discurso literario, las formas análogas pueden
presentarse sobre fondos diferentes que se encuentran, a su vez,

29
El sema /iterativo/ es aferente por un rodeo complejo que toscamente
se puede resumir de este modo: el empleo del singular y del definido supone
una sola conversación o, como aquí, un mismo tipo de expresión que se
repite día tras día.
30
El foco enunciativo que preside la descripción es, entonces, el de
Ema. Se sabe que Flaubert pasa por el creador del estilo indirecto libre,
precisamente en Madame Bovary. Esta manera de representar la enuncia-
ción mantiene verosímilmente una ambigüedad que podría ser remitida a
la incapacidad de los actores de asumir tanto sus deseos (cf. grafo N) como
la realidad (grafo A).

[245]

Artes y ciencias del texto.indb 245 15/12/11 11:44:57


en relaciones de jerarquía y de dominación entre ellos. Cuando
dos ocurrencias de la misma molécula son destacadas sobre dos
isotopías diferentes, puede decirse que se encuentran en rela-
ción metafórica, pero la orientación de esta relación depende
del predominio entre isotopías y del recorrido interpretativo
que la establece. En otros términos, estremecimiento no es una
metáfora de miedo; estas dos palabras lexicalizan, de facto, el
mismo tema en dos isotopías genéricas, la primera física, la
segunda moral. La oposición entre las dimensiones /física/ y
/moral/ es, entonces, secundaria para el análisis temático.
Queda, desde luego, por precisar la incidencia de los fon-
dos sobre las formas y las modificaciones que el añadido de
un rasgo genérico puede aportar a una molécula sémica. Una
teoría de las clases semánticas es útil para lograrlo, pero no
es suficiente para constituir una temática dado que esa teoría
solo concierne a los fondos.
La relación compleja entre forma y fondo enfatiza la de-
pendencia de la percepción semántica respecto al contexto (cf.
el autor, 1991, cap. VIII). Esa relación no es estática y debe
ser concebida a imagen de una figura geométrica en un plano:
las formas mismas tienen, efectivamente, modos de difusión
diversos y pueden pasar a un segundo plano. Así, un tema
puede ser latente o saliente, según sea que los constituyentes
se dispersen o agrupen y se manifiesten por lexicalizaciones
analíticas o sintéticas.

El plano del análisis temático.- La noción de unidad


textual es algo ambigua, dado que un análisis de texto puede
quedar en el plano de la palabra, como lo hace, por ejemplo, la
estadística léxica. Sin embargo, un texto puede ser analizado
en tres planos principales, micro, meso y macrosemántico,
que corresponden respectivamente al semema, al contenido
del período y a la estructura textual. Esos tres planos también
corresponden a las zonas de localidad que interesan a la pro-
pagación de los rasgos semánticos: es máxima al interior del
sintagma y buena entre los sintagmas de un mismo período;
entre períodos, esta propagación requiere que las estructuras
macrosemánticas se hagan cargo de ella.
Cada rasgo semántico tiene un potencial de activación que
se difunde localmente en función de las inhibiciones y faci-
litaciones reguladas por las estructuras morfosintácticas. Se
puede distinguir dos casos notables según la naturaleza de los
rasgos y el modo de propagación de la activación:

[246]

Artes y ciencias del texto.indb 246 15/12/11 11:44:57


(i) La actualización de un rasgo favorece su reiteración
por efecto de recensión: en tal caso, y según el esta-
tuto de ese rasgo, ello induce a una isotopía genérica
o específica31.
(ii) La actualización de un rasgo favorece también la rei-
teración de los rasgos vecinos en la misma molécula
sémica; es por eso que las lexicalizaciones parciales
de un mismo tema son frecuentemente concurrentes
en el mismo período, aun en el mismo sintagma. Este
fenómeno, que podría ser denominado paratopía, se
le encuentra en las anáforas asociativas32. Las difu-
siones de activación son el correlato semántico de
los fenómenos que la Gestalt llamaba leyes de buena
continuidad y que la psicología cognitiva estudia con
el nombre general de iniciación (priming). Ellas jus-
tifican semánticamente el estudio estadístico de las
co-ocurrencias léxicas por el análisis temático.

Por sus recurrencias, el tema interesa a la macrosemántica,


pero como unidad depende de la mesosemántica. Sus diversas
lexicalizaciones aparecen generalmente en un espacio inferior
a trescientas palabras; un espacio de más o menos cincuenta
palabras parece bastar para identificar las cuatro quintas par-
tes de las ocurrencias de un tema.
La presentación de la temática relativa a los diferentes
dominios del análisis textual excedería los objetivos de este
capítulo. Anotemos simplemente las relaciones del tema res-
pecto de los otros componentes textuales. En relación con la
táctica, el tema tiene posiciones identificables —en sus mani-
festaciones densas—, y se puede poner de relieve los ritmos
temáticos. Respecto a la dialéctica, las ocurrencias agrupadas
de los correlatos de un tema tienen una misma posición en un
intervalo dialéctico; y en cuanto a la dialógica, son situadas en
un mismo mundo y en un mismo universo.

31
La producción de los antónimos, masivamente confirmada por los
asociacionistas del último siglo, es un ejemplo de activación en el seno de
un mismo taxema, por la constitución de una isotopía genérica mínima.
32
Por ejemplo, en Subimos a un taxi. El paseo fue embriagador, paseo
lexicaliza un sema aferente de taxi. No postulamos un tratamiento determi-
nista por el cual la propagación de activación iría de la palabra hacia aque-
llas que la siguen inmediatamente, ya que algunos recorridos interpretativos
son retrógrados.

[247]

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Todo ello permite especificar los temas en relación a las
unidades de los otros componentes semánticos que encaran
las diferencias dialécticas, dialógicas o tácticas. Por ejemplo,
se define como actor33 un tema recurrente en varios intervalos
dialécticos e integrado a las estructuras dialécticas.

3.2. Del análisis léxico al análisis temático

Especifiquemos ahora las dificultades teóricas encontradas


para pasar del análisis léxico al análisis temático. ¿Cómo saber
si un lexema da o no acceso a un tema? Aquí encontramos el
problema de la pertinencia. Para esclarecerlo, planteémoslo a
propósito de una palabra, ombligo, en Flaubert. La elección
de ese «tema» nos ha sido sugerida por una afirmación vertigi-
nosa de Frédéric Nef: «Madame Bovary no tiene una infinidad
de ombligos posible; simplemente no tiene ombligo. En todos
los mundos accesibles a partir del nuestro, es un individuo in-
completo a quien falta esta propiedad» (1992, pág. 10). Ahora
bien, si la palabra ombligo se repite dieciséis veces en la obra
de Flaubert, comprendiendo allí los relatos de viaje y la corres-
pondencia (ed. Conard), no figura en Madame Bovary. Sin
embargo, luego de una encuesta podemos valernos de algunos
descubrimientos modestos.
En la primera versión de L’Éducation sentimentale [La
educación sentimental] (1845) se encuentra una comadre «de
más o menos cuarenta y siete años, bastante lozana todavía,
ataviada y bien alimentada, un poco alta en apariencia, ojos
agudos y cotorreo rápido, muy proporcionada de garganta,
ya que por ello se entiende lo que va desde el mentón hasta
el ombligo» (pág. 39)34. La Tentation [La tentación (de San
Antonio)] de 1849 reitera: «A la sombra de la viña, echada
en el césped, ella mueve los labios para atrapar la uva ma-
dura: un grano cae, se desliza sobre su mejilla y rodando en-
tre sus senos, la cosquillea entera, desde el mentón hasta el
ombligo» (pág. 360). La correspondencia atestigua también

33
La relación de un tema con las lexicalizaciones de sus atributos es
homóloga a la relación del actor con las lexicalizaciones de sus actantes.
Por lo demás, empleamos la misma notación para el tema y el actor: una
mayúscula en la inicial.
34
En esta sección, como al final de ese capítulo, las referencias han sido
tomadas de la bibliografía de Frantext, accesible en su sitio en la red.

[248]

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esta acepción original de ombligo como límite inferior de una
garganta abundosa, respecto de las mujeres griegas, ya sean
modernas («Ellas toman su vestido y para esconder el rostro,
descubren lo que se ha convenido llamar garganta, es decir,
el espacio comprendido entre el mentón y el ombligo», Corr.,
1850, pág. 136) o bien antiguas como lo revela esta descrip-
ción de un bajo relieve en el Acrópolis: «Solo quedan los dos
senos, desde el nacimiento del cuello hasta debajo del ombli-
go» (Corr., 1852, pág. 298).
En la Tentación de 1847, el ombligo femenino se eroti-
za35 todavía más hasta anunciar el sexo: «Busqué primero una
mujer como conviene: de raza militar, esposa de un rey, muy
buena, extremadamente bella, el ombligo profundo, el cuerpo
firme como el diamante; y en el tiempo de plenilunio, sin auxi-
lio de fuerza alguna, entré en su vientre» (pág. 123).
En Salammbô [Salambó] y la Tentación, el ombligo tiene
aún otra acepción: es entonces vinculado con lo divino o lo
mágico, como origen de uno o varios cordones umbilicales,
incluso de cadenas que deberían encantar a los numerosos
psicoanalistas de Gustavo [Flaubert]: «Su cuerpo ocupaba el
techo entero. De su ombligo pendía, de un hilo, un enorme
huevo» (Salambó, pág. 81). O incluso: «Varias vías partían
delante de él. En cada una de ellas, una triple fila de cadenas
de bronce, fijadas al ombligo de los Dioses Patæques, se ex-
tendía paralelamente de un extremo al otro» (pág. 163). En
la Tentación de 1849, las cortesanas «compraron a los magos
las láminas de metal que se llevan en el ombligo» (pág. 219).
El ombligo genitor se encuentra en: «Los fetos cuádruples
sujetándose por el ombligo» (Tentación, 1849, pág. 408)36.
Pero devino místico37 en: «Contemplaba sonriendo elevarse
de mi ombligo el verde tallo de donde debía nacer el nuevo

35
Cf. el Cantar de los cantares: «Tu ombligo es un ánfora redonda,/
donde no falta el vino». [Quinto poema, 7.3. Versión de la Biblia de Jerusa-
lén. México: Editorial Porrúa S. A., 1988, pág. 922]. [T.]
36
El texto se convierte en 1856: «Los fetos cuádruples se sujetaban por
el ombligo y valsaban como trompos» (pág. 599, repetido literalmente en
1874, pág. 197).
37
El ombligo tuvo, por así decirlo, una función central en la controver-
sia sobre el hesicasmo que, en Bizancio del siglo XIV, enfrentó especialmente
Barlaam de Seminara con Gregorio Palamas. En efecto, los místicos atonitas
practicaban la oración del corazón para acceder a la visión de la luz divina;
pues bien, ellos consideraban el ombligo como el «lugar del corazón» en el

[249]

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dios» (pág. 448). En 1874: «En el ombligo del dios brotó un
tallo de loto; y en su cáliz aparece otro dios de tres rostros»
(pág. 123).
En la correspondencia se encuentra una última acepción.
Para los hombres, el ombligo divide, platónicamente, el cuer-
po en dos: «Solo debemos entrar en la vida real hasta el ombli-
go. Dejemos el movimiento en la región de las piernas» (Corr.,
1857, pág. 46)38.
Esas tres acepciones corresponden a tres formas textuales
diferentes. La primera lexicaliza muy oblicuamente un tema
propio de la correspondencia, el tema del pecho femenino39.
La segunda es una lexicalización parcial del motivo de la Gé-
nesis monstruosa, recurrente en las novelas orientalizantes (la
Tentación y Salambó). La tercera acepción no corresponde
tampoco a un tema, si convenimos en que se precisa por lo
menos una recurrencia para constituir tema. Así, la palabra
ombligo es una lexicalización parcial de un tema en la corres-
pondencia, de un motivo en dos novelas, y de un topos aislado
en la correspondencia.
En resumen, un lexema puede no lexicalizar ningún tema,
pero también puede lexicalizar varios. Por último, su vincula-
ción con el plano temático es relativo a un discurso (literario,
médico, etc.), un género y un corpus. En consecuencia, la
relación con el corpus no es la misma para el análisis léxico
y el análisis temático. El corpus debe ser máximo para un
estudio lexicográfico que pretenda hacer evidentes todas las
posibilidades de la lengua. En el análisis temático, debe ser
restringido adrede, para poder caracterizar la especificidad
de los discursos y de los géneros: los temas de la novela no
son los del ensayo ni los del poema. Por ejemplo, al examinar
un corpus muy amplio que mezclaba novelas y ensayos en el
período 1830-1870, nos percatamos de que los sentimientos
de la novela no eran los del ensayo. Por ejemplo, el sentimien-
to de fraternidad, recurrente en las obras de Leroux, y el de
equidad en Proudhon no han sido relevados en las novelas, a

cual había que concentrarse; de ahí el apodo de onfalopsíquicos (que tienen


el alma en el ombligo) con que los ridiculizaba el cáustico Barlaam.
38
Esta división, todavía actual en expresiones como debajo de la cin-
tura, constituye por cierto un topos, pero su ocurrencia aislada en nuestro
corpus no permite integrarlo en un análisis temático.
39
Cf. e. g. esta descripción de Kuchuk-Hanem (1850) en Corr., t. II,
pág. 174: «Es una bribona imperial, tetona, carnosa».

[250]

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excepción confirmadora de Les Misérables [Los Miserables],
obra que, a decir verdad, alterna capítulos novelescos y otros
que dependen del género ensayo.
Suponiendo incluso que la misma palabra se encuentre en
géneros diferentes, nada asegura que se remita a los mismos
temas: amor se encuentra, desde luego, en poesía y en la nove-
la, pero el tema del Amor difiere no obstante en esos géneros;
de hecho, no se encuentra la misma molécula sémica ni las
mismas lexicalizaciones ni los mismos antónimos. A diferen-
cia de la poesía, en la novela el Amor se opone a la Ambición
—tema ausente en la poesía—, y la palabra amor tiene como
antónimo ambición (cf. Erlich, 1995).
Así, la temática se aleja de la lexicología y a fortiori de la
lexicografía. Los métodos lexicográficos son impropios para
el análisis temático, los elementos enciclopédicos que a menu-
do se mezclan con las definiciones son inútiles y, por último,
la estructura del artículo de diccionario no sería apropiada
para un repertorio temático. Por lo tanto, para progresar, la
temática debe rebasar el análisis léxico. Sin embargo, la te-
mática es deudora de ese análisis, especialmente por razones
de facto que competen al estado del arte, por un lado, solo
la interrogación de bancos informatizados permite verificar
ciertas hipótesis y proponer datos allí donde nadie tendría la
idea de buscarlos40, por otro lado, los indicadores de interro-
gación aceptan como unidad la cadena de caracteres, simple
significante, y solo constatan co-ocurrencias de significantes
que pueden ser sometidas a tratamiento estadístico41. Lo que
entonces se plantea consiste en pasar de ese zero meaning al
análisis temático, a mitigar la ausencia de «datos semánticos»
sacando provecho de la teoría semántica.

40
Cf. Béhar y Bernard (1995) sobre la abundancia de nombres de
sentimientos en Raymond Russel, mientras que toda la tradición crítica
insiste sobre el método de escritura de Russel que no concede a esos
nombres ningún lugar. [Las obras de Raymond Russel (1877-1933) in-
fluenciaron el surgimiento, a fines de la década de los 50, del Nouveau
Roman [Nueva novela] (Alain Robbe-Grillet, Marguerite Duras, Michel
Butor, etc.) y durante la década de 1960 de Oulipo (Ouvroir de Littera-
ture Potentielle) que incluyó a Raymond Queneau, Georges Perec, Italo
Calvino, etc.]. [T.]
41
Esta situación es sin duda temporal y los sistemas conexionistas per-
miten hacer emerger, por aprendizaje y discretización en grandes corpus,
haces de concurrencias específicas, pero sin modificar, por consiguiente, las
condiciones hermenéuticas que hemos remarcado.

[251]

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La palabra a partir de la cual puede comenzar la investi-
gación temática no es el objeto, a diferencia de una palabra-
vedette que sería objeto de una investigación lexicográfica.
Desde luego se va a buscar, utilizando los medios informa-
tizados de asistencia, otras palabras y expresiones que sean
co-ocurrentes. Una vez interpretadas, las co-ocurrencias para
las que se habrá identificado una relación semántica serán
consideradas como correlatos, es decir, como lexicalizaciones
complementarias de la misma molécula sémica. La red de co-
rrelatos conecta las manifestaciones lexicales del tema. Pero
se requiere poder discernir los mejores puntos de entrada en
esa red: la «vedette» es solo uno de esos puntos de entrada
que presume lexicalizar sintéticamente el tema que se trata
de describir.

3.3. El ejemplo de los sentimientos en la novela francesa

El corpus elegido y seleccionado en el banco de datos Fran-


text agrupa 350 novelas francesas publicadas de 1830 a 1970.
Su extensión permite plantear los problemas de descripción en
una escala diferente a la de las monografías que se dispone de
ordinario. ¿Qué es un sentimiento en la novela, cuántos son
tales sentimientos y, si constituyen un sistema, cómo se orga-
nizan? Muchas ideas preconcebidas deben ser reconsideradas.
Ya en camino encontraremos problemas imponentes: ¿cómo
pasar de de lo cuantitativo a lo cualitativo, de los datos a los
hechos, del léxico al texto, de lo semántico a lo hermenéutico?
Sin pretender resolverlos, deseamos precisarlos42.

¿Qué es un sentimiento?— Al analizar el campo léxico de


los sentimientos, no postulamos que sea uniforme ni que sea
una unidad de lengua; dicho campo contiene, sin duda, varios
taxemas, pero no constituye un dominio delimitado por la in-
cidencia de una práctica social. Se trata, por lo tanto, de un
agrupamiento ad hoc, convocado por la práctica descriptiva.
Al enumerar los nombres de los sentimientos, no pretende-
mos contar con otros tantos temas. Unos pueden lexicalizar el

42
Me sustento en una encuesta colectiva presentada en el autor et ál.,
L’analyse thématique des dones textuelles. L’exemple des sentiments, Paris,
Didier, 1995.

[252]

Artes y ciencias del texto.indb 252 15/12/11 11:44:57


mismo tema (piedad, compasión), otros, temas diferentes, por
ejemplo, la palabra sentimiento significa, por defecto, «amor»
(cf. Le Rouge et le Noir [Rojo y negro], pág. 406, Eugénie
Grandet [Eugenio Grandet], pág. 57) y tiene como antóni-
mos matrimonio (Nucingen, pág. 627), desdicha (Le Rouge
et le Noir, pág. 407) e interés (La duchesse de Langeais [La
duquesa de Langeais], pág. 249)43.
Para hacer evidentes las dificultades, describamos rápida-
mente las etapas de una investigación léxica preparatoria de
los trabajos resumidos en esta sección. Se trata de hacer «ma-
nualmente» —es decir, intelectualmente— un inventario de
los sentimientos en un subcorpus constituido por 138 novelas
o sea una por año en el intervalo cronológico elegido, a ex-
cepción de dos años en que el banco de datos no contaba con
ninguna novela. Con este propósito hemos seleccionado los
contextos de sentimiento y de sentimiento de, en la extensión
de una frase. La lista así obtenida, que veremos en detalle más
adelante, fue cruzada luego consigo misma; invocando todos
los pasajes que contenían al menos dos miembros de esta lista
pudimos, a la vez, seleccionar un subcorpus con alta frecuen-
cia sentimental y evitar en lo esencial las ambigüedades que
podían asignarse a las ocurrencias aisladas44.

Reservas de inventario.- Durante esta emotiva lectura,


encontramos en primer lugar el problema clásico de la polise-
mia: sentimiento, que en un principio designaba la facultad de
sentir, ya se tratase de la sensibilidad física o de la consciencia,
llegó a designar también, en el transcurso del siglo XVIII, los
afectos y pasiones del alma. Esta evolución acompañó, sin
duda, la conquista de la interioridad. La primera acepción
perdura en nuestro corpus y se halla en, por ejemplo, el sen-
timiento de su traje; se le encuentra hasta el primer tercio del
siglo XX, especialmente en los autores conservadores en políti-
ca (Barrès) que se complacen con algunos arcaísmos, inocente
medio de recobrar los buenos viejos tiempos.
Algunos sentimientos no tienen lexicalización sintética y se
manifiestan mediante lexías complejas; en el mejor de los ca-
sos son recurrentes, pero a veces varias son empleadas de ma-

43
Las referencias corresponden a la bibliografía de Frantext, accesible
en la red en su sitio.
44
Cuando, por ejemplo, una súplica sobre amor selecciona las ocurren-
cias en expresiones como por amor de Dios o los hijos del amor.

[253]

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nera aparentemente equivalente. Se podrá hablar, entonces,
de sentimientos sin nombre, como el sentimiento de lo bello,
que Balzac llama sentimiento inexpresable (Le colonel Cha-
bert [El coronel Chabert], pág. 48); o el sentimiento maternal,
denominado también de la maternidad (el más santo de todos,
Dumas, Monte Cristo, II, pág. 254; ternura de las tripas, B.
Groult, pág. 883), de ser madre; de madre (Rops, pág. 597).
Se trata, más técnicamente, de temas sin lexicalización privi-
legiada. Esos sentimientos sin nombre merecerían, ellos solos,
un estudio particular: el estudio de Danielle Bouverot (1995)
permite medir su dificultad e interés. Ellos invitan a remarcar
aún más los límites de una aproximación estrictamente léxica,
tanto más que los métodos de interrogación y los cálculos es-
tadísticos difieren según se trate de lexicalizaciones sintéticas,
de sintagmas integrados o de sintagmas no integrados. Ahora
bien, para el análisis semántico se requerirá integrar los resul-
tados de esos diversos tratamientos en un protocolo común.
¿Será preciso, por ejemplo, considerar equivalentes los pa-
rasinónimos como espoir, espérance?45 Para homologarlos es
prudente preguntarse si se encuentran en relación de coloca-
ción. Si este no es el caso, son semánticamente bastante próxi-
mos como para ser sustituibles en contexto. Esto no implica,
sin embargo, que tengan los mismos correlatos: espérance, por
ejemplo, es más conveniente en los contextos religiosos. En
suma, los parasinónimos tienen distribuciones complementa-
rias, lo que explica que sus clasificaciones sean raras o nulas.

Anatomía de los cuerpos extraños.— Los elegidos dejan


traslucir contenidos que no son corrientemente clasificados
como sentimientos. Por ejemplo, «dignidad» fue eliminado de
una primera lista por el «sentimiento lingüístico» mayoritario
de los colegas consultados. No obstante, encontramos «un
sentimiento de dignidad personal y de orgullo» (Maupassant,
Contes et nouvelles [Cuentos y novelas], pág. 177) y se puede
concluir que localmente «dignidad personal» entra en la clase
de los sentimientos —hay, por lo demás, equivalentes sinoní-
micos como altivez, nobleza de sentimientos [fierté].

45
Como sucede con cualquier parasinónimo, al traducirse los vocablos
franceses espoir y espérance al español solo difieren por matices semánti-
cos; así. espoir conviene más a, por ejemplo, tener muchas esperanzas o
confiar en…, mientras que espérance se adecua a esperanza de vida o en
perspectiva. [T.]

[254]

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Pero ¿cómo interpretar coordinaciones como «de furia y
de venganza» (France), «otro sentimiento que el orgullo y la
fuerza» (Tharaud), «de malestar y de aversión» (Aymé), «de
cólera y de reivindicación» (Rops), «de serenidad, de poder,
de libertad», «de pesar, de mortificación» (Martin du Gard)?
Es verosímil que aquí coexistan las dos acepciones de senti-
miento que registramos más arriba, por una especie de antana-
clasis diacrónica que aparece especialmente en: «sentimiento
de alegría desconocida y de elección maravillosa» (Gracq) o
«sentimiento de permanente disgusto, de permanente impo-
tencia y de permanente descomposición» (Simon). En esos
casos, antes que considerar el sentimiento inesperado como
correlato de otro, es mejor admitir que el inventario de los
sentimientos no se ha detenido de ningún modo y que las
variaciones contextuales reflejan normas individuales propias
de los autores particulares.
Aquí todavía habrá de tenerse en cuenta el hecho de que el
sintagma es la zona de localidad que facilita la propagación ma-
yor de rasgos semánticos. La parataxis instaura especialmente
las relaciones de equivalencia (cf. «el amor, la ternura, la fideli-
dad» (Abellio)), lo mismo que la comparación (cf. «sentimiento
de asombro comparable a la angustia» (Duhamel)), la grada-
ción (por ejemplo, «sentimiento de responsabilidad, incluso de
culpabilidad» (Martin du Gard); «sentimiento de admiración,
casi de envidia» (Green)). No se podría olvidar tampoco que la
mezcla de sentimientos constituye parte de la psicología nove-
lesca y se encuentra enumeraciones como: «amistad, sentimien-
to, tentación, olvido, silencio, erotismo» (Sabatier) que parecen,
antes que despropósitos poéticos, novelas en miniatura.

Clasificación propuesta.— Los sentimientos han sido


clasificados según dos criterios. Por una parte, su estructura
actancial (ego pasivo, reflexivo, activo respecto a uno o varios
congéneres u objetos); por la otra, el taxema en que son in-
dexados. El primer criterio predomina y así las secciones fina-
les comprenden los sentimientos relacionales. La presentación
que sigue es tosca, pues carece de clasificación cruzada:
I. Sentimientos ónticos: Existenciales: aburrimiento, an-
gustia, ansiedad, asombro, confusión, de culpabilidad (deses-
peración), despreocupación, esperanza46, estupor, extravío, de

46
En sentido de espoir, cf. nota precedente.

[255]

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la fatalidad, impotencia, incertidumbre, inquietud, melanco-
lía, nostalgia, resignación, de seguridad, de (su, la) soledad.
Los sentimientos aspectualizados son anticipadores: ansiedad,
esperanza, despreocupación, inquietud; o retrospectivos: nos-
talgia, resignación.
Tímicos: alborozo, alegría, amargura, ardor, cólera, con-
tento, desamparo, descontento, desesperación, desgracia,
despecho, dicha, disgusto, entusiasmo, exaltación, éxtasis,
felicidad, furia, horror, indiferencia, indignación, júbilo, lasi-
tud, malestar, miedo, pánico, placer, plenitud, repugnancia,
repulsión, satisfacción, serenidad, sorpresa, terror, tristeza.
Pueden dividirse en eufóricos: alborozo, alegría, dicha, éx-
tasis, felicidad, júbilo, satisfacción; y disfóricos: amargura,
desamparo, descontento, desesperación, desgracia, malestar.
II. Sentimientos relacionales: Interpersonales: admira-
ción, afecto, agradecimiento, amistad, amor, amor propio,
antipatía, anti-simpatía, aversión, benevolencia, camarade-
ría, complicidad, confianza, crueldad, curiosidad, descon-
fianza, delicadeza, envidia, estima, exasperación, fastidio,
frustración, gratitud, humillación, indulgencia, ingratitud,
inquietud, ira, ironía, orgullo, pavor, pudor, rencor, respeto,
sentimiento (por defecto = amor), sentimiento de inferioridad,
simpatía, sumisión, de (la, su) superioridad, tacto, temor, ti-
midez, vanidad, veneración, vergüenza. Se dividen a su vez
en pasivos y activos, eufóricos y disfóricos.
Sociales: (i) Sentimientos de filiación: amor filial, amor
maternal, de la familia, sentimiento filial, sentimiento mater-
nal, de la maternidad, de parentesco, paternal, de la paterni-
dad, de la piedad filial, ternura. (ii) Sentimientos de alianza:
celos, fidelidad, amor (en otra acepción). (iii) Sentimientos
sociopolíticos: ambición, sentimiento colonial, del deber, de
sus deberes, de sus derechos, dignidad, de disciplina, frater-
nidad, heroísmo, honor, humanidad, de indignación, interés,
sentimiento jerárquico, sentimiento nacional, de opresión, pa-
triotismo, sentimiento patriótico, de la propiedad, rebelión, de
responsabilidad, de solidaridad.
III. Sentimientos «metafísicos»: (i) religioso: caridad, com-
pasión, esperanza47, sentimiento de falta, fe, fervor, humildad,
piedad, sentimiento religioso, de religión, remordimiento —
esta sección comprende los sentimientos relacionales; (ii) esté-

47
En sentido de espérance, ibíd.

[256]

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ticos: del arte, de la belleza, de lo bello, de la verdadera belleza,
sentimiento inexplicable, poético.

Es decir, contamos con 128 designaciones de sentimientos,


antes de la reducción de los parasinónimos. Sin duda, esa cifra
depende en parte del corpus tratado, pero hemos notado un
efecto de saturación: al filo de la lectura, los nuevos sentimien-
tos devienen cada vez más raros. La distinción determinante es
ciertamente la de la evaluación positiva o negativa. Esas dimen-
siones semánticas dividen el campo de los sentimientos, lo que
confirma por otros medios el análisis factorial dirigido por Bru-
net48. Cabe notar, de modo más general, que los resultados de
nuestro análisis semántico y los de su análisis estadístico con-
cuerden globalmente, aunque esos estudios hayan sido llevados
a cabo de manera separada. Ello confirma que las proximidades
estadísticas se fundan bien en las proximidades semánticas.

3.4. Metodología: de la co-ocurrencia a la correlación

El paso del análisis léxico al análisis temático lleva de sig-


nos no interpretados a las unidades semánticas que resultan
de un recorrido interpretativo. Este se concretiza por el paso
de los co-ocurrentes a los correlatos.

La co-ocurrencia interesa a los significantes.— Los


co-ocurrentes solo son los significantes —algunos los llaman
también formas o cadenas de caracteres— asociados estadísti-
camente por el método del diferencial reducido o del diferen-
cial hipergeométrico49. Conviene distinguir ahora varias zonas
de co-ocurrencia: inmediata, próxima y lejana. Al contrario de
la intuición, las co-ocurrencias inmediatas no son siempre de
gran interés para el estudio temático. Si se interroga el banco
textual a partir de palabras aisladas, el ruido más sensible se
debe a los constituyentes de las expresiones fraseológicas que
vuelven con insistencia. Las expresiones completamente inte-

48
Cf. 1995, fig. 5: la parte izquierda, disfórica, se opone a la parte dere-
cha. Se verifica subsidiariamente la distinción entre los sentimientos ónticos
(en la parte baja del cuadro) y los sentimientos relacionales (en lo alto).
49
Tomar en consideración el diferencial absoluto impide en la práctica
apreciar los contrastes y aleja la investigación de los principios de la lin-
güística comparada.

[257]

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gradas en francés como avoir à coeur [empeñarse] o savoir
par coeur [saber de memoria] desvirtuarían, por ejemplo, un
estudio sobre las partes del cuerpo50. Se debe tener también en
cuenta los fenómenos de co-ocurrencia restringida, propios de
los sintagmas menos integrados (como éprouver un sentiment
[padecer un sentimiento]) que Mel’ uk estudió con el nombre
de funciones léxicas, por ejemplo, en su análisis de joie [gozo]
(1981, pág. 25) y de désespoir [desesperación] (pág. 22), la
función Oper 1 adquiere el mismo valor éprouver [padecer]; es
claro que esa co-ocurrencia no permite diferenciar el goce de la
desesperación. Por regla general, en los sintagmas en vía de fi-
jación se nota una desemantización de los constituyentes cuyas
lexías se confunden en una sola; la co-ocurrencia de esos cons-
tituyentes solo tiene también una pertinencia débil o nula.
Es, al contrario, en el contexto independiente de las fijaciones
fraseológicas que se encuentran los co-ocurrentes más pertinen-
tes. Por extrapolación, ¿se puede formular la hipótesis de que el
contexto inmediato sea más sensible a las normas sociolectales
que el contexto mediato del orden del párrafo? El asunto es
delicado pues se encuentra usos individuales de los topoi tanto
en el plano del sintagma como en el plano del párrafo. Advirta-
mos, sin embargo, que en el plano de la expresión el párrafo es
homólogo (no análogo) al período en el plano del contenido. Es,
por lo tanto, en esta medida que se encuentra lo esencial de los
co-ocurrentes que corresponden al tema investigado.

La correlación interesa a los significados.— Las uni-


dades de co-ocurrencia son las cadenas de caracteres que no
corresponden término a término a las unidades de correlación
que son las lexías. Estas últimas distinguen dos zonas de lo-
calidad que favorecen de modo decreciente la propagación de
los rasgos semánticos: el sintagma y el período (cf. el autor et
ál., 1994, cap. V).
La calificación de los co-ocurrentes es crucial, ya que per-
mite el paso de lo cuantitativo (los co-ocurrentes estadísticos)
a lo cualitativo (los correlatos semánticos). Esta se rige bajo
los principios hermenéuticos que lo global determina lo local
y que la hipótesis gobierna la objetivación. Por ende, los co-
ocurrentes solo son elevados a la dignidad de correlatos si es

50
Traducidos literalmente, estos modismos equivaldrían a tener al cora-
zón y saber por corazón que ciertamente no tienen sentido en español. [T.]

[258]

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posible establecer una relación de isotopía o de paratopía con
otros co-ocurrentes. Por ejemplo, entre los co-ocurrentes de
aburrimiento, domingo y araña se seleccionan mutuamente en
el contexto de la inacción. Ambos lexicalizan uno de los compo-
nentes del tema investigado y es en ese entendimiento que son
calificados. Como los correlatos son los significados, las clases
morfológicas que los manifiestan no tienen importancia en ese
nivel de análisis; en efecto, el mismo sema puede ser lexicaliza-
do por un prefijo, un nombre, un adjetivo, un verbo, etc51.
Para transformar las co-ocurrencias en correlaciones, nos
fundamos en la hipótesis de que el contexto cercano es es-
tructurado por las isotopías (que marcan la pertenencia a un
mismo fondo semántico) o las paratopías (que marcan la per-
tenencia a la misma forma semántica).
Todo correlato puede ser vinculado por una relación casual
con otro correlato, o comparte al menos un sema con al menos
otro correlato. Por lo tanto, un correlato X puede compartir el
sema a con el correlato Y y el sema b con el correlato Z, etc.;
no obstante Z comparte el sema c con X o con W, etc. La red de
relaciones casuales o de equivalencia parcial así diseñada cons-
tituye el tema. Si esas relaciones no pueden ser establecidas, la
hipótesis inicial debe ser revisada, ya que no se ha elegido un
buen punto de entrada y se ha dirigido la interrogación a partir
de un semema débilmente correlacionado con el tema investi-
gado; o incluso, no se trata de un tema —o, al menos, de un
tema estabilizado en el corpus elegido. La investigación de los
co-ocurrentes y la promoción de algunos al rango de correlato,
readmite así en un plano inferior, pero en una nueva escala
cuantitativa, la antigua técnica hermenéutica de los pasajes pa-
ralelos, ya teorizada antes de nuestra era por Hillel el viejo.
Resumamos las principales etapas de una investigación te-
mática asistida:

(i) Elección de las hipótesis en función del objetivo ge-


neral de la investigación (un pre-análisis estadístico
puede guiar la investigación de las hipótesis, pero
la frecuentación previa del corpus es indispensable
para guiar las intuiciones).

51
Incluso los signos de puntuación pueden encontrarse resemantiza-
dos, por ejemplo, a ciertos sentimientos se asocia puntos de exclamación, a
otros, puntos de suspensión (cf. Bourion, 1998).

[259]

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(ii) Investigación de los co-ocurrentes por el método es-
tadístico de los diferenciales reducido o hipergeomé-
trico.
(iii) Transformación interpretativa de los co-ocurrentes
en correlatos y constitución de las redes temáticas
(esta etapa es facilitada si se practica una interroga-
ción simultánea en varios co-ocurrentes; cf. Bourion,
1995, (I.2)52.
(iv) Convalidación de los resultados por cruce del análisis
temático con el análisis de otros componentes del mis-
mo corpus, por prueba en un corpus de control o por
confrontación con otras investigaciones temáticas.

3.5. De la filología a la hermenéutica de los sentimientos

Deontología.— ¿Cómo formular la hipótesis inicial, cómo


elegir la o las palabras que permitan ingresar en la red temáti-
ca? Una recomendación general sugiere elegir palabras del cor-
pus, para evitar proyectar los anacronismos. Al querer estudiar
el sentimiento de inferioridad en la novela del siglo XIX, Rosette
Choné (en un trabajo inédito) no encontró un solo testimonio;
al contrario, el sentimiento de abatimiento es frecuente, aunque
no figure en los diccionarios temáticos y sea extraño a la doxa
contemporánea en materia de sentimientos. La hipótesis que
presidió la interrogación debe ser reformulada o abandonada
dado que el sentimiento de abatimiento afectivo de los perso-
najes situados en el último peldaño de la escala social resulta
de la opresión y de la injusticia ejercida sobre ellos. Dicho sen-
timiento es descrito desde el exterior, pues esos personajes no
tienen la palabra en esas novelas de otros tiempos; al contrario,
el sentimiento de inferioridad, creación contemporánea surgida
de un psicoanálisis vulgarizado, afecta a los personajes vistos
del interior y no tiene una causa social bien identificada.
¿Cómo elegir, entonces, los temas que sirven para indexar
las obras? O bien se refleja la doxa presente en la materia o
bien se trata de restituir los temas importantes para la época.
Sin verdaderamente pretender transportarnos por la temática

52
El requerimiento simultáneo en varios co-ocurrentes (dependientes
de diversas clases morfológicas) permite seleccionar un sub-corpus denso
y pertinente.

[260]

Artes y ciencias del texto.indb 260 15/12/11 11:44:57


a las mentalidades de otro tiempo, para evitar el narcisismo
de las investigaciones que solo conservan lo que reconforta
sus hipótesis, nosotros podemos al menos someter a revisión
las nuestras, para acoger, por ejemplo, los sentimientos sin
nombre, entremezclados o desaparecidos.
Si hoy se reconoce ampliamente la necesidad de un análisis se-
mántico para el tratamiento automático de los textos, el empleo
de métodos informáticos para el estudio de los textos literarios
está sujeto a caución, por no considerarse a la informática como
un medio técnico a utilizar con serenidad pero sin mojigatería:
bien sabemos que sus recursos principales son la rapidez y la
memoria. La informática no es un organum teórico y su empleo
no prejuzga en nada la legitimidad de una temática asistida.
Al privilegiar evidentemente lo cualitativo, los estudios lite-
rarios desconfían de lo cuantitativo y los estilísticos de renom-
bre exclaman con vehemencia que no les agradan las cifras. A
pesar de esta prevención, lo cuantitativo y lo cualitativo no se
oponen de ninguna manera, ya que solo un análisis cualitativo
puede hacer significativos los fenómenos cuantitativos nota-
bles. En la medida en que dicho análisis permite interpretar
los fenómenos cuantitativos, la semántica de los textos puede
ser útil para ello. Por ejemplo, Erlich (1995) estudió las ráfa-
gas temáticas de la Ambición y del Amor en Le Père Goriot
[El padre Goriot]; allí los silencios léxicos, como él indica, no
son por consiguiente silencios temáticos. Cuando las palabras
amor y ambición se ausentan, no por ello los temas del Amor
y de la Ambición se encuentran menos actualizados y se po-
dría sostener por paradoja que en esa novela la Ambición y el
Amor se intensifican cuando no son nombrados53 y culminan
con la muerte del personaje epónimo, donde a pesar de ello se
carece de sus lexicalizaciones privilegiadas.

Por una temática histórica y comparada.— La exten-


sión del corpus permite romper con la historia monumental;
en efecto, él comprende grandes obras, pero perfiladas en un
fondo constituido por otras que lo son menos. Respondiendo
a un requerimiento, un sistema puede yuxtaponer sin vergüen-
za Jean Dutourd y Marcel Proust, cosa que ningún estudiante
de literatura osaría. Aun si la estética romántica nos ha acos-

53
Lo mismo anteriormente, a propósito del Aburrimiento en Madame
Bovary.

[261]

Artes y ciencias del texto.indb 261 15/12/11 11:44:57


tumbrado a considerar las grandes obras como incompara-
bles, desde el momento en que no son las únicas, es preciso
caracterizarlas por contraste con las otras, y se comprenderá
mejor su singularidad.
Las grandes obras son mucho menos previsibles que las
otras y los métodos estadísticos corrientes se les aplica bastan-
te mal. La palabra aburrimiento, por ejemplo, rara en Madame
Bovary, menudea en las novelas que la imitan. ¿Sus autores
son tal vez menores porque dicen torpemente lo que los mayo-
res solo sugieren? No por ello merecen menos atención.
Pese a todos esos inconvenientes, una exploración estadís-
tica inicial permite sugerir cuáles son las normas que obran en
un corpus. Ahora bien, la literatura como discurso está, ante
todo, hecha con esas normas. Discernir allí el uso particular
permite precisar la especificidad histórica de la obra singular,
no ciertamente en relación a un ilusorio lenguaje neutro sino
respecto al empleo ordinario de las normas literarias.
Los temas, en cuanto formas semánticas, están involucra-
dos con la historia cultural de la cual son una expresión privi-
legiada, especialmente cuando su recurrencia los promueve al
rango de topoi. El ejemplo de los sentimientos es revelador: las
fechas de aparición de nuevos sentimientos no dejan de tener
su interés así estén relacionados ora con la historia política,
como el sentimiento político que aparece en 1912 y reaparece
en 1940, ora con la historia de la meta-psicología, como ese
sentimiento de frustración que apareció en 1960. El estudio
de F. Surdel (1995) presenta una excelente ilustración de la
evolución diacrónica de los sentimientos. A partir de los años
1870, la piedad se convierte en un sentimiento sospechoso, no
a causa de los Communards [Comunales]54 o sus adversarios
sino por los ataques provenientes de los escritores católicos, de
Bloy a Mauriac. Tan es así que ese sentimiento, al perder sus
últimos soportes, se ausentó de la novela y sin duda de la vida;
lo humanitario tomó su lugar en otros contextos distintos.
De modo más general, una historia global del mundo senti-
mental deviene posible. Por ejemplo, Brunet mostró un oscu-
recimiento continuo de los sentimientos en la novela después
de 1830 y una temática comparada según los géneros permiti-
ría especificar, a no dudarlo, las particularidades de cada uno
en materia de sentimientos.

54
Los Communards, partidarios de la Comuna en 1871. [T.]

[262]

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Desde las formas culturales a lo vivido: los sentimien-
tos y los afectos.— Hemos definido los temas y topoi como
unidades semánticas, pero estos estereotipos lingüísticos co-
rresponden sin duda a representaciones socializadas recurren-
tes. ¿Cómo se relacionan con su expresión lingüística?
Continuemos con el ejemplo de los sentimientos. Una
primera vía de respuesta consiste en buscar cómo los senti-
mientos padecidos encuentran su expresión lingüística. Pero,
el mundo sentimental, ¿no está unido a su representación?
Quizá lo está para los escritores y para sus lectores asiduos.
Sin embargo, fuera de la cultura literaria, los sentimientos,
¿no son inseparables de su verbalización?
La media docena de emociones de base repertoriadas por
los etólogos explican tal vez la existencia de los afectos, pero
no la variedad de los sentimientos, menos aún el carácter
histórico y cultural de su expresión. La acedía eremítica y la
depresión nerviosa tienen tal vez los mismos sustratos bioquí-
micos pero no la misma historia ni el mismo estatuto cultural.
Los sentimientos, como formas culturales, varían según las
épocas y las sociedades; por lo demás, no son necesariamente
individualizados en cuanto tales, ya que suponen un sujeto
autónomo y dotado de una vida interior. Cada quien sabe cuán
difícil es traducir los sentimientos de una lengua a otra, incluso
cuando se trata de sociedades culturalmente muy próximas.
Brevemente, una cultura transforma los afectos en senti-
mientos. Un hombre normal, dice Sacks, es un hombre que
puede contar su historia. Pero ese relato requiere de una
verbalización y, ¿quién sabe si nuestra vivencia, al menos en
cuanto persiste más allá del instante, no depende de ella?

4. TÓPICA

4.1. Redefinir el topos

El tipo, tal cual es definido por Panofsky en iconología


(1967, pág. 17), corresponde explícitamente al topos en his-
toria de la literatura en Curtius55. Topoi y motivos son dos

55
Siguiendo el ejemplo de Panofsky, propongamos una precisión: el
topos de la mujer de la espada deviene en tipo desde el momento en que,
por ejemplo, se le identifica como Judith. En ese caso un tipo es una especie
de topos cuya molécula sémica contiene un nombre propio.

[263]

Artes y ciencias del texto.indb 263 15/12/11 11:44:57


especies de formas semánticas; como tales, ellos tienen una
historia, son tributarios de corpus y su estudio depende de la
semántica histórica y comparada.
Se puede distinguir dos niveles de definición del topos56:

(i) En el primer nivel, el de las atribuciones, un topos


es una predicación normativa apodíctica: las X son
Y, por ejemplo (o el amor es ciego). Puede ser re-
presentado por un grafo semántico del tipo [X*]
[ATributivo] [Y*] (adaptando la notación de
Sowa, 1984). Ella, la predicación normativa apodíc-
tica, forma parte de los saberes compartidos; es por
eso que hemos afirmado que la tópica es un sector
sociolectal de la temática57.
(ii) En el segundo nivel, el de las funciones, se admite los
topoi más complejos que corresponden, por ejemplo,
a las funciones narrativas o los motivos: se obtendrá
entonces fórmulas como Amor-inhibe-expresión58,
que se anotará así: [Amor] (ERgativo) [Inhibe]
(ACusativo) [Expresión].

Los argumentos de las predicaciones, que corresponden a los


nudos de los grafos, son moléculas sémicas o configuraciones
estructuradas de rasgos semánticos. Ellas corresponden a lo que
se conoce como temas. Por ejemplo, lo que se anota con [Amor]
podrá ser lexicalizado de mil maneras, el arquero, el ángel ciego,
Cupido, el sentimiento, etc., poniendo de manifiesto cada lexi-
calización uno o varios semas que constituyen la molécula.
Los topoi atributivos sirven para construir las moléculas
sémicas que instalan los nudos de los grafos de funciones, por
ejemplo, según el grafo que sigue, Amor podrá ser expandido
en: [Amor] [ATributivo] [ciego].

56
Aunque la definición fue el procedimiento mayor del positivismo ló-
gico, no es un medio de conocimiento; por lo menos, no creemos que ella
depende de una «naturaleza de las cosas», simple objetivación de nuestros
presupuestos: ella debe adaptarse a nuestros objetivos.
57
En la teoría clásica de la argumentación, un topos es aquello bajo lo
cual cae una multiplicidad de entimemas; con términos más modernos, en
inteligencia artificial y en psicología cognitiva se dirá que el topos permite
una completitud de script (pudiendo quedar, entonces, implícito).
58
Extraigo este topos del inventario constituido por la Sociedad de
análisis de la tópica novelesca (Sator).

[264]

Artes y ciencias del texto.indb 264 15/12/11 11:44:57


El análisis sémico permite analizar los motivos o los temas
en haces de rasgos, los cuales son susceptibles de diversas lexi-
calizaciones, en número indefinido a priori. Si se describe así
el topos, como una molécula sémica, no puede ser indexado
exclusivamente en un componente, puesto que contiene rela-
ciones que dependen de otros componentes. Convengamos sin
embargo que un topos, en el sentido general del término, es
un encadenamiento recurrente de por lo menos dos moléculas
sémicas o temas. Este encadenamiento es un vínculo temporal
tipo para los topos dialécticos (narrativos) y un vínculo modal
para los topos dialógicos (enunciativos)59.
Cada uno de los temas comporta al menos un rasgo inva-
riante60 que puede depender de «niveles de generalidad» dife-
rentes. Además, otros rasgos que pueden parecer contingen-
tes tienen una función de identificación que se podría llamar
«moreliana», por ejemplo, el rojo para Caperucita roja, las
cenizas para Cenicienta.
Los diversos nudos del grafo semántico que representan
los topos son presentados de modo diverso, algunos pueden
corresponder a las clases lexicales mientras que otros a una
lexicalización obligatoria (como el nombre Arlequín); otros
más, finalmente, pueden quedar vacíos. En suma, su «grado
de abstracción» no es uniforme.
En cuanto a los rasgos semánticos que son representados
por las lexicalizaciones, se puede distinguir los siguientes: los
rasgos genéricos implícitos, como /animado/, /humano/, etc.;
los rasgos particularizantes que distinguen las ocurrencias
singulares; y los rasgos identificadores, algunos facultativos,
otros obligatorios, como los atributos «de naturaleza» en los
géneros didácticos o edificantes. Si todavía se carece de me-
dios para describir la combinatoria restringida de esos diver-

59
El problema que se presenta aquí es que la oposición relato/narra-
ción, desarrollada por la narratología a lo Genette, hace de la narración un
problema de «punto de vista». Al contrario, el adjetivo «narrativo», en ex-
presiones como «estructuras narrativas», remite al relato y no a la narración.
Por lo tanto, a los topos dialécticos les corresponde toda transformación de
contenidos (en forma de relato o no) mientras que a los topos dialógicos les
compete todo lo que tiene que ver con la enunciación representada. Véase
en el cap. I, apartado Proposiciones descriptivas, el punto (ii), sobre la dia-
léctica [T.: comunicación personal del autor].
60
Ello permite distinguir el topos de una función narrativa abstracta que
representa un grafo en que todos los nudos son variables y solo los vínculos
son marcados como tipos.

[265]

Artes y ciencias del texto.indb 265 15/12/11 11:44:57


sos rasgos, el análisis en rasgos semánticos es crucial puesto
que dos ocurrencias de un topos que no comparten ninguna
lexicalización deben poder ser reconocidos; tal es, por lo de-
más, el único medio para salir de la lógica documental de la
palabra clave.
Para la problemática lógico-gramatical el tipo es atempo-
ral, y la proximidad con, o la conformidad de la ocurrencia al
tipo, es valorizada; se hablará, entonces, de mejor ejemplar61.
Tampoco esta problemática puede concebir la historia de los
tipos ni apreciar la variabilidad de las ocurrencias. Nosotros
le opondremos el hecho de que los tipos son reconstruccio-
nes transitorias, según los objetivos de la práctica en curso,
y no gozan de ninguna preeminencia ontológica sobre las
ocurrencias. En la problemática retórica/hermenéutica, la
oposición entre tipo y ocurrencia debe ceder ante la oposi-
ción entre ocurrencia-fuente y ocurrencia-reactivación. Las
ocurrencias-fuente pueden convertirse canónicas y ser eleva-
das al rango de parangones. Por otro lado, ya que de hecho el
cambio de los contextos hace imposible toda repetición, las
reactivaciones modifican y transforman las fuentes. De esta
manera, la relación entre el tipo y la ocurrencia es mediati-
zada por una serie de reescrituras y de interpretaciones que
ellas expresan. Entonces el problema de la interpretación no
se plantea más a propósito de la relación atemporal entre
tipo y ocurrencia, sino en el seno de una tradición, en una
temporalidad narrativa, valorizada. La textualidad misma
está hecha de esas exposiciones, desarrollos, reactivaciones
y variaciones.
Dos tesis sobre el estatuto del topos se oponen en tal caso:
o bien es un tipo con presentaciones parciales, o bien no es un
tipo pues no es uniformemente abstracto. No es tampoco un
prototipo (en el sentido de Rosch), ya que tiene una historia.
Es por lo tanto un parangón que inaugura una tradicionalidad
—y conserva de la primera ocurrencia, devenida canónica,
los rasgos que pueden enseguida parecer contingentes. La
serie de las ocurrencias puede ser descrita como una familia
de transformaciones cuya «fórmula tópica» enuncia las in-
variantes. Esta «familia» es ordenada en el tiempo, ora en la
temporalidad y en la sucesión del texto, ora en el tiempo no

61
La relación entre el tipo y la ocurrencia procede de la teoría de la
abstracción, resto del platonismo en el aristotelismo.

[266]

Artes y ciencias del texto.indb 266 15/12/11 11:44:57


métrico de la tradición. Si el orden temporal es pertinente,
se debe a que las relaciones entre fuente y reactivación son
de aprendizaje, de rivalidad, de emulación, de reapropiación,
de adaptación. Esas relaciones dependen de una práctica his-
tórica en que la obra singular conserva un rol iniciador: El
sueño de Polifilo de Francesco Colonna, Arcadia de Jacopo
Sannazaro62, etc.

4.2. Problemas de método

El problema de la codificación.— Tradicionalmente, la


lingüística textual extendió al texto los procedimientos de
segmentación tomados de la morfosintaxis. Las unidades así
aisladas, por ejemplo en el análisis del relato, eran codifica-
das, luego encadenadas en sintagmas donde se buscaba las
reglas distribucionales63. Pero de la misma manera que una
frase no se reduce a una serie de partes del discurso, incluso
jerarquizados por un árbol de dependencias, un texto no es
un encadenamiento de proposiciones. Además, en todos los
casos, no se trata de interpretar unidades que se daría como
discretas o ya discretizadas sino de discretizar las unidades
mismas como momentos de recorridos interpretativos. A me-
nudo la codificación suele ser útil, en ocasiones indispensable,
pero conviene tener presentes sus límites:

• Toda codificación depende de la problemática lógico-


gramatical —como también el concepto mismo de
código;

62
El sueño de Polifilo (1449) ha sido tradicionalmente atribuida a F. Co-
lonna (1432-1527); J. Sannazaro (1455-1530) escribió su Arcadia (1501)
entre 1481 y 1486. [T.]
63
Aunque esos procedimientos solo han sido aplicados, por lo general,
luego de una codificación proposicional, cuya idea remonta a Propp. Esa co-
dificación fue sistematizada por Greimas, de quien van Dijk y Kintsch luego
la tomaron silenciosamente, para convertirse en la norma de las gramáticas
textuales del cognitivismo ortodoxo. La codificación proposicional tuvo un
éxito enorme, pues permitía evitar la cuestión hermenéutica —por lo de-
más, toda codificación es una interpretación normativa y no cuestionada en
cuanto tal. Por una parte ella reducía el texto a una serie de proposiciones y,
complementariamente, la conformaba a las exigencias del positivismo lógico
en que cada proposición representa un estado de cosas, en un mundo de
referencia o en un mundo posible.

[267]

Artes y ciencias del texto.indb 267 15/12/11 11:44:58


• La codificación proposicional privilegia las unidades
pequeñas o medianas en relación a las grandes, que no
se dejan representar de manera analítica. El formato
proposicional es una culminación de la problemática
lógico-gramatical;
• La concepción del lenguaje implícita en la codificación
irénica: se supone, de facto, que en un texto todo está
dicho; por lo menos, no se codifica lo que no está di-
cho64;
• Toda codificación es normativa, pues solo retiene un
pequeño número de entidades y de relaciones como
contrapartida a su abstracción. Además, una codifica-
ción instaura una homogeneidad cualitativa entre los
elementos de sus fórmulas y una isonomía entre esas
fórmulas. ¿Cómo, por ejemplo, codificar esta frase de
Sade?: «Yo parricidaba, yo incestuaba, yo asesinaba,
yo prostituía, yo sodomizaba» Histoire de Juliette [His-
toria de Julieta] (en Sade, Oeuvres romanesques, Bi-
blioteca de la Pléiade, t. I, pág. 292). Sería necesario,
en efecto, restituir los objetos borrados, cosa que es un
problema menos trivial de lo que parece. Por otro lado,
la violencia hecha a los actores —y a la lengua…— es
borrada por la codificación65; en consecuencia, hay que
contemplar la posibilidad de tenerla en cuenta en un
momento ulterior del análisis.

Problemas de historia y de identificación.— La identifica-


ción de los topoi plantea naturalmente los problemas complejos
que se emparentan con la percepción de formas sonorizadas.
He aquí algunos ejemplos de complejidad creciente:

A) La transformación por negación.— ¿Cómo recono-


cer la negación de un topos? Al comienzo de Gerusalemme
liberata [Jerusalén liberada] (I,II), Tasso escribe: «O Musa,
tu che di caduchi allori / Non circondi la fronte in Elicona»66,

64
Aparte de las operaciones de catálisis en Hjelmslev y Greimas, y la de
compleción de script, en Schank, que recoge el principio.
65
Yendo más lejos, se podría sugerir que la codificación de los relatos
es muy tentadora, ya que todo relato es normativo y secretamente morali-
zante.
66
[Oh Musa, tú que de laureles caducos / No circundas tu frente en
Helicón].

[268]

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negando con esos laureles caducos el topos de invocación bien
conocido que solicita por lo menos los laureles de la inmorta-
lidad. Son caducos por paganos; en efecto, antes que Urania,
Tasso elige como Musa a la Virgen que lleva la corona de
gloria entre los coros bienaventurados: «Ma su nel cielo infra
i beati cori / Hai di stelle immortali aurea corona»67. La doble
negación, por antonimia (caduchi) y por partícula (non cir-
condi), prepara así la transposición del topos pagano a una
isotopía religiosa: el modesto Helicón deja su lugar al cielo
y la corona de hojas, a una aureola de estrellas. Al modificar
el exordio tradicional de la epopeya, Tasso, sin saber que sus
votos no serían casi atendidos, remarca que él entiende abrir
así un nuevo linaje genérico, el de la epopeya cristiana.

B) La concatenación.— ¿Cómo no ver en el célebre ver-


so de Apollinaire Mon beau navire ô ma mémoire [Mi bello
navío oh mi memoria] (La Chanson du Mal-Aimé [La can-
ción del malquerido], estrofa 11) la reactivación del topos de
invocación a Mnemosina, la Memoria madre de las Musas (cf.
Homero, Virgilio, Valerius Flaccus, Estacio, Boyardo, Ariosto,
Tasso)68, pero encadenado al topos de la escritura como nave-
gación? Si esos dos topoi tomados aisladamente solo tienen un
débil valor caracterizador, su encadenamiento lo tiene grande,
y permite aproximar el poema de Apollinaire y La Divina co-
media. Ese bello navío se parece mucho, en efecto, a la na-
vicella de Dante, en que la invocación a las Musas, proferida
desde una barca, se encuentra en el canto primero del Purga-
torio y en el segundo del Paraíso. Se podría mostrar cómo La
Canción del malquerido transforma precisamente ese segundo
canto. Por ejemplo, Revienne le soleil de Pâques [Vuelve el
sol de Pascuas] remite al domingo de Pascuas, día de la visión
danteana. Ella ocurrió al amanecer del 10 de abril (del año
de gracia 1300) que devino en Era el alba de un día de abril.
El domingo se transpone y se pluraliza en Les dimanches s’y
éternisent [Los domingos allí se eternizan], y la eternidad se
vuelve monotonía. Siempre al comienzo del canto II, il mio
legno che cantando varca [por el bogar canoro de mi leño] se
convierte en La barque aux barcarols chantants (…) / Voguait

67
[Mas al cielo entre los coros bienaventurados / Tú llevas la corona de
oro de estrellas inmortales].
68
Gerusalemme liberata, I, XXXVI: «Mente, de gli anni e de l’oblio
nemica (…)».

[269]

Artes y ciencias del texto.indb 269 15/12/11 11:44:58


[La barca de los barcaroles cantantes (…) / Vogaba]. Por
último, Beatriz que el poeta llama Madonna, parece devenir
ya no más en la Virgen gloriosa que le muestra San Bernardo,
sino en Virgen de los siete dolores (las siete espadas), etc. Es
solo hasta los baisers florentins [besos florentinos] que, para
los conocedores, se puede señalar irónicamente la reescritura
antinómica de Dante.
Mientras que la literatura, por decirlo así, se secularizó y
la crítica se dividió en tribus —luego de los veintenemistas,
se espera los veintiunimistas— convencidas, por principio, de
que la historia literaria puede dividirse en ciclos, la historia de
la literatura —quiero decir de la creación literaria, escandida
por otra forma de temporalidad, desenganchada en lo esencial
de la historia político-social—, es la de las tradiciones y la de
las rupturas que ilustra, por ejemplo, la tópica y que puede
ver a Apollinaire dialogando con Dante, Baudelaire con Saint-
Amant, el Aragon del Paysan de Paris [Campesino de París]
con Boecio, Hopkins o Char con Heráclito, como en otros
tiempos Montaigne con Plutarco o Leibniz con Plotino.

C) La transformación por transposición de tono.—


¿Cómo tratar el cambio de tono? El soneto Quand vous serez
bien vieille […] dévidant et filant [«Cuando vos seáis muy
vieja (…) devanando e hilando»] de Ronsard es dado por los
manuales como ejemplo de la «delicadeza del poeta» (Lagarde
y Richard); pero la vieja hilandera, en la poesía italiana en la
que Ronsard se inspira, es una harapienta tardíamente retra-
tada (cf. por ejemplo Poliziano, Rima, CXIV). La dama está,
por lo tanto, amenazada de conocer la pesadumbre antes que
el remordimiento, pero además amenazada de recibir una alu-
sión burlona: la palabra vieille [vieja], de adjetivo en el verso 1
se convierte en sustantivo en el verso 11 (cette vieille accrou-
pie [esta vieja en cuclillas]), precisando así la amenaza.
Si la transformación por transposición de tono desplaza los
umbrales de aceptabilidad que dividen las clases semánticas,
la interpretación conserva la huella de ese desplazamiento y
suscita un efecto paradójico: esa relación intertextual es una
potente fuerza de ambigüedad.
La parodia y lo burlesco se han habituado evidentemente
a esas transposiciones de tono, combinadas a las negaciones
por antonimias. Los versos de Claudio Rodríguez «ben veo
que es morena / baja, floja de carnes», serían incomprensibles
sin el intertexto baudeleriano que recupera el topos barroco

[270]

Artes y ciencias del texto.indb 270 15/12/11 11:44:58


de la bella en duelo. De Longue, mince, en grand deuil (…)
[Alta, fina, en gran duelo (…)], baja invierte alta, floja de
carnes invierte fina; por último, morena tal vez transpone en
gran duelo, pero invierte lo rubio implícito de la transeúnte
baudeleriana69.

D) La transformación por cambio de isotopía.—


¿Cómo tratar la ironía? Tomemos un ejemplo: Beauté / sou-
vent j’emploie ton nom/et je travail à ta publicité / je ne suis
pas le patron / Beauté / je suis ton employé [«Belleza / fre-
cuentemente empleo tu nombre / y trabajo en tu propaganda
/ no soy el patrón / Belleza / soy tu empleado»] (J. Prévert,
Fatras, París, Gallimard, 1966, pág. 129). Prévert reactiva el
poema patriótico de Éluard, al aprovechar irónicamente su
forma de letanía inspirada en la tradición cortés de la canso,
pero restituye Belleza en lugar de Libertad, así como modi-
fica el tema cortés de hacer resonar el nombre (empleo tu
nombre, recupera evidentemente j’écris ton nom [escribo
tu nombre]; y el senhal [sendal] de la dama deviene publici-
dad). Pero, sobre todo, Prévert transpone el tema cortés del
service d’amour [servicio de amor] (transpuesto del vasallaje
aristocrático) en asalariado pequeño-burgués. Desmitifica de
este modo no solo a Éluard, sino a toda la tradición lírica que
él creía superar.

E) La transformación por permutación de actores.—


¿Cómo reconocer un topos así transformado, por ejemplo, el
topos de la bella dormida, magistralmente ilustrado por Henri
Coulet, en «la vieja soltera se había prometido proteger ese
pobre niño, que ella había admirado durmiendo» (La Cousi-
ne Bette [La prima Bette, ed. Allem, pág. 60])? De hecho, la
vieja soltera es viril y el «pobre niño», el escultor Wenceslao
Steinbock, tiene rasgos femeninos: ella tiene «cualidades de
hombre» (pág. 31) mientras que él tiene una «boca rosada y
bien delineada, un pequeño mentón» (pág. 78); él es compa-
rado a una «oveja» (pág. 97), aunque su nombre signifique
cabra montés; y la pareja que forman es presentada como
el «matrimonio de esa energía femenina y de esta debilidad

69
Agreguemos que ben veo invierte lo repentino de la aparición bau-
deleriana (un éclair [un relámpago]), cf. Antonio García Berrio, 1999,
pág. 679.

[271]

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masculina» (pág. 59). Así, el «desvío» de la ocurrencia tópica
devela la verdad sobre el género (gender) de los personajes.
En consecuencia, reconocer el topos no es cosa fácil e iden-
tificar una reactivación no permite en modo alguno prejuzgar
su sentido. Me parece que las contradicciones entre reacti-
vaciones deben ser el objeto principal de la investigación y
que el inventario de los topoi es solo un medio para discernir
sus contradicciones. Además, el «diálogo» entre reactivacio-
nes incorpora rasgos que no están representados en el «tipo».
Apollinaire reactiva a Dante y no a Virgilio o Estacio a pesar
de que ambos emplean los topoi de la navegación y de la in-
vocación pero, si no me equivoco, sin combinarlos. De esta
manera, las reactivaciones no son interpretadas por la media-
ción de su relación con un tipo sino por las relaciones directas
o indirectas que ellas mantienen.
Brevemente, una teoría de las transformaciones tópicas es
necesaria para la identificación misma de los topoi. Además,
las decisiones metodológicas se imponen para precisar cuán-
do un topos pierde su identidad. Esta cuestión requiere una
concepción filológica de la intertextualidad más rigurosa que
la que todavía prevalece.
Las transformaciones se explican por la eficacia de con-
textos nuevos y, más generalmente, por la incidencia deter-
minante de las coerciones intratextuales sobre las relaciones
intertextuales, así como las evoluciones de la doxa. El estudio
de las recurrencias de topoi cobra todo su alcance cuando una
transformación entre fuente y reactivación permite esclarecer
e incluso descubrir la relación global de dos textos singulares;
así, el topos de la escritura como navegación habrá permiti-
do descubrir que La Chanson du Mal-aimé [La canción del
malquerido] es una reescritura desesperada del segundo canto
del Paraíso.

La recontextualización.— La abstracción interpretativa


que preside la constitución o el reconocimiento de un topos
resulta de una descontextualización. Ella permite aproximar
en un punto los textos del corpus y con eso pone en práctica la
antigua y potente técnica hermenéutica de los pasajes parale-
los. Se podría entonces buscar las variaciones correlativas que
permiten explicar o al menos describir cómo un topos varía
con sus contextos, según las épocas y los proyectos estéticos.
Por ejemplo, el topos Amor-inhibe-expresión que he encontra-
do en el inventario propuesto por la Sociedad de estudios de

[272]

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la tópica novelesca (Sator), guardaría por definición la misma
significación en La Princesse de Clèves [La princesa de Cle-
ves] y en Manon Lescaut. Pero sus ocurrencias evidentemente
no tienen el mismo sentido: si sucede a Des Grieux callarse
delante de Manon, como a Nemours delante de la Princesa, no
es de ninguna manera por respeto sino por exceso de deseo, y
ese silencio anuncia el paso al acto70.
La oposición entre significación y sentido refleja sin duda
la contradicción entre la problemática lógico-gramatical que
preside la institución del topos en tipo y la problemática retó-
rica/hermenéutica que preside la interpretación de sus reac-
tivaciones. Efectivamente, esto nos lleva a distinguir entre
dos concepciones del tema y del topos: la concepción lógico-
gramatical hace de ello una unidad textual, dependiente de
un «vocabulario» y de una sintaxis; en cambio, la concepción
hermenéutica hace de ello una forma singular que concretiza
las permanencias y las rupturas en la tradición de un género,
y por lo tanto debe ser interpretada como tal. Esas dos con-
cepciones deben ser distinguidas pero articuladas.

Cuadro doxal e ideología.— Antes de los topoi, toda


definición de tipo debe estipular un conjunto de grandes ca-
tegorías fundamentales (que hemos llamado dimensiones),
articuladas por oposiciones como hombre/mujer (sexo), mas-
culino/femenino (género), amo/criado, dominante/dominado,
aparente/real, natural/mágico. Si las ocurrencias que actuali-

70
He aquí algunas piezas del expediente: «Se sentó frente a ella, con ese
temor y esa timidez que dan las verdaderas pasiones. Quedó algún tiempo
sin poder hablar. Mme. de Cleves no estaba menos sobrecogida, de manera
que guardaron silencio largo tiempo» (pág. 318, edición Niderest de los Ro-
mans et nouvelles [Relatos y novelas], Garnier-Bordas, 1990). Y también:
«No se puede expresar lo que sintieron M. de Nemours y Mme. de Clèves al
encontrarse solos y en situación de hablar por primera vez. Quedaron cierto
tiempo sin decir nada (…)» (pág. 403, como se ve, la inhibición alcanza al
narrador: no se puede expresar).
Ahora bien, se vuelve a encontrar ese topos en boca de Des Grieux
mismo: «Yo estaba en una especie de transporte, que me privó por algún
tiempo la libertad de la voz y que solo se expresaba por los ojos. Mmlle.
Manon Lescaut (es así que, me dijo, la llamaban) pareció muy satisfecha de
este efecto de sus encantos». Añade, cuando pierde «la libertad de la voz»:
«reconozco que yo era menos niño de lo que creía», pues se trata entonces
de una revelación de su virilidad. Los contemporáneos no se equivocaron
—ni Manon, que vio con satisfacción un efecto de sus encantos.

[273]

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zan los valores típicos son doxales y aquellas que no los actua-
lizan paradojales, en todos los casos la categoría es pertinente
a priori, por defecto, en un género, en un discurso (literario,
religioso, etc.) e incluso en un universo discursivo.
El conjunto de esas categorías constituye el fondo de eva-
luaciones colectivas que se podría llamar doxa fundamental o
ideología implícita. Seamos bien conscientes de que las trans-
formaciones contradictorias entre las ocurrencias de un topos
tienen a menudo como efecto, aunque no por fin, subvertir
las formas canónicas de esta doxa. El criado que manda, la
mujer que representa un papel masculino, son, por ejemplo,
figuras frecuentes que confirman a contrario las correlaciones
canónicas entre categorías. De hecho, los topoi narrativos más
interesantes son aquellos que infirman los topoi —esta vez en
sentido aristotélico, retórico del término—, enunciados nor-
mativos del tipo los hombres prevalecen sobre las mujeres o
los amos sobre los sirvientes71. Se les podría llamar parado-
jales, aunque sean muy corrientes y los espíritus apesadum-
brados como los graciosos siempre se han lamentado o reído
a carcajadas viendo a las mujeres o a los criados imponer su
«poder».
Las transformaciones narrativas internas de un texto son
evidentemente articuladas por las mismas correlaciones doxa-

71
Toda paradoja supone naturalmente una doxa social, incluso la insti-
tuye. En contraste, la paradoja define una doxa individual que ahí se opone.
A esas dos doxas, se añade una tercera, aquella en la que se apoya el mora-
lista para escenificar las dos primeras: está hecha de juicios ordinarios, que
no son infirmados ni aprobados como tales, escapando así al enfrentamiento
de las valorizaciones antitéticas. Chamfort escribe, por ejemplo: «M…, co-
nocido por su mundanería, me decía que lo que más lo había formado, era
haber sabido acostarse, dada la ocasión, con mujeres de 40 años y escuchar
a los viejos de 80» (§ 700). La oposición «acostarse» vs «escuchar» parece
original pero no deja menos de rearticular la distinción tradicional entre
el cuerpo y el espíritu. En cuanto a la oposición entre 40 y 80, reactiva el
antiguo topos que una mujer es solo la mitad de un hombre (de donde,
por ejemplo, la expresión familiar mi mitad). Ello subraya una aporía de
la paradoja: para devaluar una doxa, se está obligado a apoyarse en otra y
la crítica de las ideas recibidas se sustenta, inevitablemente tal vez, en un
sentido común tan trivializado que pasa desapercibido; tanto más, que la
lengua misma está hecha por doxas inveteradas, de las cuales ningún texto
se halla exento. Cf. el autor, 1996d. [Sébastien Roch Nicolas Chamfort
(1741-1794) es autor de la colección Pensamientos, máximas y anécdotas
compilada por Ginguené y publicada en 1803; contamos con varias traduc-
ciones al español]. [T.]

[274]

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les o paradójicas. Así, los espíritus exagerados han enfatizado
que Jesús-Barrabás debía, por razones estructurales, tener ac-
ceso a la existencia: ahí donde Jesús Nazareno representa el
justo condenado es preciso el refuerzo complementario de un
criminal indultado.
En suma, en un género y una época dados, las mismas cate-
gorías articulan sin duda la textualidad y la intertextualidad.

[275]

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CAPÍTULO 8

Poética generalizada

Luego de debatir el problema de la caracterización es-


pecífica a propósito del estilo, ahora nos ocuparemos de la
caracterización genérica de los textos. El momento parece,
por lo demás, oportuno para plantear el problema general del
estatuto de los géneros en las ciencias del lenguaje. Hemos
visto que el desarrollo de los bancos textuales impone a una
filología digital la tarea de codificar el género de los documen-
tos; por otro lado, la lingüística de corpus que actualmente se
desarrolla exige una nueva relación con lo empírico y lleva a
exceder las objeciones especulativas formuladas en contra del
principio mismo de una tipología de los géneros.
Si la cuestión de los géneros es tradicionalmente tratada
por la poética, el nombre mismo de esta disciplina evoca siem-
pre la literatura; es, sin embargo, el conjunto de las normas
y de los usos lingüísticos, orales y escritos, artísticos o no, el
que depende de lo que se podría llamar una poética generali-
zada. Como la distinción platónica entre praxis y poesis no es
aquí admisible, se entiende poética en el sentido práctico del
término y ya no solamente estético. El hecho de adoptar un
punto de vista unificado sobre los géneros literarios y no lite-
rarios permite también reconsiderar las objeciones a menudo
convergentes levantadas por la crítica contemporánea contra
el estudio de los géneros literarios y por la lingüística textual
contra el estudio de los géneros en globo.

[277]

Artes y ciencias del texto.indb 277 15/12/11 11:44:58


La poética generalizada deberá romper con el universalis-
mo tradicional de la poética trascendental y asumir una nue-
va tarea: describir la diversidad de los discursos (literario,
jurídico, religiosos, científicos, etc.) y su articulación con los
géneros1. Lo que se ventila no es baladí pues los textos son
configurados por las situaciones concretas en las cuales parti-
cipan; además, mediante los géneros y los discursos, ellos se
articulan con las prácticas sociales en que ocurren las situa-
ciones de enunciación y de interpretación.
Luego de un esbozo de antropología semiótica de los gé-
neros, discutiremos las cuestiones epistemológicas que suscita
su estudio en lingüística.

1. ¿POR QUÉ LOS GÉNEROS?

Además de la función mediadora de lo semiótico, la huma-


nidad se caracteriza por la especificación de las prácticas y la
división correlativa del trabajo. A cada tipo de práctica social
le corresponde un dominio semántico y un discurso que lo
articula. Con singular profundidad, Dante explica así cómo
la humanidad superó la confusión de las lenguas: en el taller
de construcción de Babel, los obreros de los diversos oficios
pudieron continuar comprendiéndose, ya que compartían
prácticas comunes2. Mientras que el número de las lenguas
decrece rápidamente, un segundo taller —menos grandioso
pero igualmente difícil— promueve la lingüística: describir la
diversidad irreducible de los discursos y de los géneros.
Como no existe práctica general no especializada, el con-
cepto de lengua general es todavía normativo. Incluso los in-

1
La lingüística casi no trata la diversidad de los discursos, salvo en las
aplicaciones lexicográficas. La poética tradicional trata únicamente el dis-
curso literario, sin preocuparse de otros discursos. Antes que una dimensión
de análisis (véase el discourse analysis de Harris, El Análisis del discurso,
etc.) dependiente de la dicotomía lengua/discurso, nosotros definimos los
discursos como tipos de usos lingüísticos codificados que corresponden a
prácticas sociales diferenciadas y articulan dominios semánticos propios: se
distingue así el discurso político, el discurso científico, etc.
2
Cf. De Vulgari Eloquentia (I,7): «Solo quedó una misma lengua (lo-
quela) para aquellos que se habían agrupado en una sola y misma tarea; así,
quedó una lengua para todos los arquitectos, otra para todos los cargadores
de piedras, otra más para todos aquellos que las labraban y así de idéntico
modo para cada uno de los obreros».

[278]

Artes y ciencias del texto.indb 278 15/12/11 11:44:58


tercambios lingüísticos que parecen más espontáneos son, de
hecho, reglados por las prácticas sociales en los cuales ellos
se ubican, dependiendo entonces de un discurso y de un gé-
nero3.
Cada práctica social se divide en actividades específicas a
las cuales les corresponde un sistema de géneros en coevolu-
ción4. Los géneros siguen siendo así específicos respecto de
los discursos e incluso de los campos prácticos: un tratado
de física no obedece a las mismas normas que un tratado de
lingüística. Si los discursos pueden influenciarse recíproca-
mente, cada sistema genérico es, no obstante, autónomo, y
evoluciona según sus propias leyes (cf. Rastier y Pincemin,
1999).
El género, doblemente mediador, asegura no solamente la
relación entre el texto y el discurso, sino también entre el
texto y la situación, tal cual son unidos en una práctica. La
relación entre la práctica y el género determina el lazo que se
establece entre la acción en curso y el texto escrito u oral que
lo acompaña.

3
Toda interacción tiende, en efecto, a normarse, y los intercambios in-
terpersonales que nos parecen espontáneos dependen de las reglas de juego
interpersonal y del contrato social. Tampoco la conversación, por ejemplo,
constituye un género ni un discurso —pese a una opinión corriente en aná-
lisis conversacional: desde la entrevista para un trabajo hasta la conversa-
ción de cantina, todos disponemos de decenas de géneros conversacionales
específicos, vinculados a diferentes prácticas.
4
El concepto de práctica necesita algunas aclaraciones. Todas las prác-
ticas, comprendiendo aquellas que activan principalmente lo semiótico, han
sido pensadas hasta hace poco bajo el modelo de las prácticas de produc-
ción; de ahí, por ejemplo, la noción de condiciones de producción en Análi-
sis del discurso. El marxismo «real» no reservaba ningún lugar específico al
lenguaje y solo ha producido, por lo demás, estudios de política lingüística
o de sociolingüística. En el marco de su antropología basada en la división
entre físico e ideológico, no podía, efectivamente, pensar el nivel semiótico
de las prácticas. Desde sus comienzos la escuela francesa de Análisis del
discurso, surgida del althusserismo, programó así también su investigación:
a una lingüística de la enunciación le tocó identificar las marcas formales del
discurso (sustentándose, por ejemplo, en el discourse analysis asemántico
de Harris) y a una teoría de las ideologías, mantenida por una instancia
política, le tocó interpretarlas. En ese dispositivo no quedó ningún lugar
para una semántica de los textos; en efecto, la teoría de las prácticas sociales
dependía de la teoría de las ideologías y del materialismo histórico, lo que
naturalmente hizo ociosa, cuando no sospechosa, toda teoría lingüística de
los géneros (cf. infra, § 3).

[279]

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Si convenimos en no erigir como postulado la distinción
entre poien y prattein, entre la obra y el trabajo, la poética
generalizada supone una praxología: en tanto en cuanto teo-
ría de la acción en y por el lenguaje, ella invoca a su vez a
una deontología, entendida no como una moral normativa
sino como una reflexión crítica sobre las relaciones de adap-
tación recíproca entre los medios y los fines de la actividad
descriptiva.
Dado que la lingüística es tributaria de la ontología5 que
de ordinario preside a las tipologías esencialistas, promover
una deontología es adoptar una perspectiva praxológica que
conviene a los textos y permite conectarlos con las prácticas
en que son producidos e interpretados. Si se hubiera acordado
entender por pragmata no las «cosas» del positivismo lógico
sino, como en tiempos de Aristóteles, las ocupaciones huma-
nas, sin duda la pragmática hubiera podido tratar esas cues-
tiones. Sin embargo, las normas lingüísticas y la diversidad de
las lenguas, de los discursos y de los géneros no figuraron, de
hecho, en la agenda de esta disciplina. Como parte de la filo-
sofía del lenguaje ordinario, sus desarrollos interaccionistas la
llevan hoy a integrarse a la microsociología.
División del trabajo, especificación de las prácticas y ritua-
lización de las actividades, todo ello forma la base antropoló-
gica de la poética generalizada. Ya que todo texto se vincula a
la lengua por un discurso y a un discurso mediante un género
(cf. el autor, 1989), el estudio de los géneros debe convertirse
en una tarea prioritaria para la lingüística. Dicho estudio re-
viste una importancia primordial, en la medida en que el léxi-
co6, la sintaxis en buena parte y el conjunto de las estructuras

5
Es tributaria en todos los planos, aunque solo sea por las categorías
ontológicas que presiden la distinción de las partes del discurso, pero tam-
bién por el modelo referencial de la significación, la teoría binaria de la
predicación, la noción misma de predicación, etc.
6
Los lexemas pueden ser remitidos a los discursos, de lo cual dan una
idea aproximada los indicadores lexicográficos como cocina o marina. Efec-
tivamente, muchas de nuestras palabras dependen de un discurso y de uno
solo: en una lengua como el francés, el 60% de las palabras son monosémi-
cas. En lexicología de corpus se ha evidenciado especificidades discursivas
netas: por ejemplo, un estudio contrastivo de Biber (1993a) permitió hacer
evidente una lista de 6,000 palabras, la mayor parte concretas, propias de
los textos funcionales (cf. impatiently [neologismo por impacientemente]
o sofa [sofá]); más aún, según los datos inéditos recogidos por E. Bourion,
el amor es solo dicho platónico en la novela, ya que la palabra platónico no

[280]

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textuales son coercidas por los géneros. Además, como los
textos no son gobernados por reglas —en el sentido más fuer-
te del término, que es de uso corriente en lingüística— sino
por normas, dicho estudio debe permitir articular los conoci-
mientos sobre la estructura de la lengua con las observaciones
sobre la estructura de los textos particulares. Por último, la
metodología de la lingüística descriptiva misma depende de
los géneros y debe adaptarse a ellos, ya que los recorridos
de producción y de interpretación son relativos a determina-
dos géneros; de ahí el carácter primordial de su estudio.
Sin embargo, la metodología no se reduce a una tipología.
Como desde hace mucho el carácter relativo de las clasifica-
ciones forma parte de las ideas preconcebidas, es fácil ironizar
sobre la tipología de las tipologías. De esta manera, Genette
subsume la noción de género bajo categorías más generales y
define el architexto como conjunto de las categorías generales
o «trascendentes» de las cuales depende cada texto (cf. 1986,
págs. 157-158). No obstante, un género no se confunde con
una simple clase ni ciertamente con un tipo; instituye, por
añadidura, un sistema de normas inmanentes al texto y no
trascendentes.
Si los dominios de actividad corresponden a los discursos,
debe reconocerse una mediación entre los discursos y los gé-
neros, la de los campos genéricos. Un campo genérico es un
grupo de géneros que contrastan e incluso rivalizan en un
campo práctico: por ejemplo, en el seno del discurso literario,
el campo genérico del teatro se dividía en comedia y tragedia;
en el seno del discurso jurídico, los géneros orales constituyen
un campo genérico propio (requisitoria, alegato, sentencia).
En el seno de los campos prácticos, las prácticas específicas
corresponden a los géneros; a los transcursos de la acción,
que son las ocurrencias de esas prácticas, les corresponden
los textos orales o escritos. O sea:

Praxología Dominio Campo Práctica Transcurso


de actividad práctico de la acción
Lingüística Discurso Campo Género Texto
genérico

pertenece al vocabulario de la poesía. Sobre las variaciones morfosintácticas


según los géneros, véase Malrieu y Rastier, 2001.

[281]

Artes y ciencias del texto.indb 281 15/12/11 11:44:58


Los discursos evolucionan en temporalidades diferencia-
das y no se hallan en competencia (de ahí, por ejemplo, la
diacronía diferenciada de la palabra cara en los discursos li-
terario, religioso y médico, cf. el autor, 1999c); al contrario,
los géneros se encuentran en competencia en el seno de los
campos genéricos; por ejemplo, el drama romántico sintetizó
los elementos de la tragedia y de la comedia.
Este capítulo, limitado a la poética de los géneros, solo
abordará secundariamente la poética de los discursos y de los
campos genéricos.

2. LA POÉTICA, ¿UNA LINGÜÍSTICA DE LOS GÉNEROS?

Podemos aún asombrarnos, como en otros tiempos Nor-


throp Frye, que los géneros parezcan todavía un objeto «nue-
vo». Ello se debe, sin duda, al retraso en los dos dominios de
la investigación lingüística, el de los textos y el de las normas,
de los cuales dependen los géneros y cuyo estudio permite
articular la lingüística de la lengua con la del habla o, en otras
palabras, la competencia y la performance. Correlativamen-
te, dos perspectivas metodológicas han sido descuidadas, casi
olvidadas: el comparatismo, que supone un punto de vista
serial y diferencial en el estudio intralingüístico mismo y la
perspectiva histórica, según la cual los textos se ordenan por
esos linajes formales que son los géneros.

2.1. Un nivel de análisis fundamental

A) Todo texto es presentado en un género y percibido a


través de él; también la lengua es actualizada en los géneros,
pero como el trabajo del gramático consiste en prescindir de
ello, tiene dificultades para reconocerlo. Mientras que la pala-
bra o, más precisamente el morfema, es la unidad lingüística
elemental, el texto es la unidad fundamental pero no máxima,
pues todo texto fija su sentido en un corpus. Ahora bien, por
lo general el corpus de textos del mismo género se suele impo-
ner: se juzga una deliberación de consejo de administración en
relación a las precedentes; la de un poema en relación a otros
poemas y no en relación a las novelas. Como el género es, así,
el medio de acceso privilegiado al intertexto, la creación de un
corpus de referencia en que el texto estudiado fijará su sentido

[282]

Artes y ciencias del texto.indb 282 15/12/11 11:44:58


al encontrar sus interpretantes debe naturalmente tener en
cuenta su género7.
B) El género predomina sobre las otras regularidades lin-
güísticas. Es aún el discurso, incluso el género, lo que determi-
na la lengua: por ejemplo, el latín fue la lengua de la religión,
el inglés, la de la aereonáutica.
C) Correlativamente, las normas de discurso y de género
permiten la traducción. No se traduce solamente de una len-
gua a otra, sino de un discurso y de un género en una lengua
hacia los discursos y géneros análogos u homologados en otra.
Las traducciones son fáciles y hasta automatizables cuando los
géneros se corresponden. Al contrario, se precisa mil trans-
posiciones cuando los géneros no corresponden y no tienen la
misma historia, lo que sucede casi siempre en literatura.
D) Las regularidades de género prevalecen sobre las re-
gularidades idiolectales o estilísticas. Por ejemplo, un estudio
estadístico de Muller y Brunet (1988) concluyó que el género
trasciende a los autores: al comparar las novelas, el teatro y los
poemas de Hugo, Lamartine y Musset, no pudieron encontrar
a los autores, pues las regularidades de género predomina-
ban sobre las regularidades de «estilo»; cualquiera que sea el
criterio elegido, ellos encontraban un novelista, un poeta y
un escritor de teatro. Por su parte, Beaudouin (1993; 2000,
cap. VIII) utilizando un indicador de clasificación automática,
contrastó cuatro piezas, Le Menteur [El mentiroso], Sertorius,
Les Plaideurs [Los litigantes], Andromaque [Andrómana], o
sea una tragedia y una comedia para Racine y Corneille. El
primer nivel de clasificación opuso claramente casi todos los
fragmentos (más del 90%) de las comedias a los de las trage-
dias y fue solamente en un segundo nivel de la clasificación
que apareció la oposición entre autores al interior de cada uno
de los géneros.

Mejor todavía, las especificidades estilísticas solo son de-


finibles en relación a las normas de género y, secundariamen-

7
Es por ello que, a la inversa, las colecciones de obras completas que
mezclan los géneros y hasta los discursos más diversos, como si el autor
hubiese vertido sobre todos sus escritos una gracia uniforme, son a veces in-
apropiadas para una investigación metódica. Por ejemplo, la palabra mujer
es muy rara en los escritos de Gracq; pero si se tiene en cuenta la Pentesilea
que tradujo de Kleist y que recogen sus Obras completas en la colección de
La Pléiade, dicha palabra tiene una frecuencia tranquilizadora.

[283]

Artes y ciencias del texto.indb 283 15/12/11 11:44:58


te, a las normas de discurso. Durante mucho tiempo se ha
definido y descrito el estilo usando una teoría del desvío que
presupone la existencia de un pretendido lenguaje ordinario.
Sin embargo, los usos ordinarios del lenguaje no escapan de
ningún modo a la determinación que ejercen sobre ellos los
discursos y los géneros. La estilística del desvío mereció críti-
cas severas; pero, el pretendido desvío que manifiesta un uso
lingüístico, ¿no se resumiría en las divergencias respecto de
las previsiones a que inducen las normas del discurso y del
género? Estudiaremos al final de este capítulo esos juegos con
las previsiones.
Pues bien, se ha querido justamente completar la lingüística
de la lengua con una lingüística de las normas (cf. Coseriu,
1969). La poética como teoría de las normas definiría de alguna
manera la «lengua» cuyos estilos constituyen el «habla». Esta
analogía no supone, por cierto, contradicción entre las normas
y su uso: por regla general, cada rango de generalidad, discurso,
género y estilo, se organiza en el marco de las licencias autori-
zadas por el rango superior, según una gramática permisiva. La
complementación entre poética y estilística se entiende, enton-
ces, como la de dos métodos antes que dos disciplinas, serial
para la poética, caracterizador para la estilística:

Ligüística Poética de los Poética de los Estilística


restringida discursos géneros
Norma Norma Norma Norma
general discursiva genérica particular

No opongamos lo universal de la lengua a lo singular del


estilo, sino formas de generalidad, esencialmente morfosin-
tácticas y fonológicas, a las particularidades crecientes; los
usos particulares pueden contradecir las normas generales sin
invalidarlas. En lugar de tenerlas a distancia en los confines
literarios, una lingüística no restringida podría sin duda in-
cluir la poética y la estilística —aunque tal reacomodo deba
enfrentar ciertamente vivas resistencias académicas8.

8
Las constituciones de la Academia francesa preveían que ella diera
una poética y una retórica, pero únicamente produjo una gramática y un
diccionario.

[284]

Artes y ciencias del texto.indb 284 15/12/11 11:44:58


E) El género es el nivel estratégico de organización en el
que se definen tres modos fundamentales de la textualidad.
El modo genético determina o al menos coacta la producción
del texto; este modo es a su vez coercido por la situación y la
práctica. El modo mimético da cuenta de su régimen de impre-
sión referencial (cf. el autor, 1992b). Por último, el modo her-
menéutico rige los recorridos de interpretación. Por ejemplo,
en un corpus de cuentos, se actualizará sin reparos el rasgo /
animado/ en sintagmas o lexías que comprenden «en lengua» el
rasgo /inanimado/ y las botas de siete leguas no tendrán nada
de hiperbólico: de este modo, las normas del género tienen una
incidencia sobre los recorridos de actualización de los semas.
El modo hermenéutico debe reglarse, en principio, desde el
modo genético y es conveniente interpretar según el género.
Se puede, desde luego, declarar superada la noción de gé-
nero, como lo hicieron los críticos postrománticos partidarios
de una concepción rapsódica del discurso o monumental de la
obra (cf. hace tiempo Barthes, en Le plaisir du texte [El placer
del texto])9. Se puede también afirmar, siguiendo a Greimas,
que los géneros son formaciones ideológicas que no requie-
ren describirse; pero la semántica tiene por objeto describir
especialmente las formaciones ideológicas o, si se prefiere, las
normas de la doxa, que dan cuenta tanto de la estructuración
del léxico como de la estructuración de los textos. Hacer explí-
citas las normas de género en términos lingüísticos no excluye
sino, al contrario, se apoya en las definiciones ingenuas o eru-
ditas de los géneros. El «sentimiento genérico» es una parte
del «sentimiento lingüístico», pues las lenguas se aprenden en
los géneros y, por lo tanto, nos parece lícito partir de las defi-
niciones «no científicas» para completarlas, sistematizarlas y
precisar sus fundamentos.

2.2. Las dos problemáticas

En un comienzo, la poética, teoría del texto artístico, solo


pudo desarrollarse verdaderamente en la problemática retóri-
ca/hermenéutica. De hecho, en la historia de la poética occi-

9
R. Barthes (1915-1980) publicó El placer del texto en 1973 y su ver-
sión española apareció en 1982, México, Siglo XXI Editores (traducción
de Nicolás Rosa). [T.]

[285]

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dental parece que siempre se han enfrentado dos concepciones
del estatuto del lenguaje y de las humanidades, incluso de la
humanidad. Será preciso recordar el Renacimiento del siglo
XII y a Jean de Salisbury, a Henri d’Andeli, que quiso conducir
contra la Sorbona la Bataille des VII ars [Batalla de las VII
artes]10, la suerte que mereció la opinión apresuradamente
prestada de Tomás de Aquino sobre la poética11, la integración
de la gramática a la poética en el Leys d’Amors de Guilhem
Molinier12, la enseñanza de la poética en la Academia floren-
tina, por Landino y luego por Policiano, por último, el lugar
que ella ocupó en el Renacimiento en los studia humanitatis.
Mientras que la lógica, pieza maestra del cursus universitario
medieval, se vio separada, la poética agregó una retórica am-
plificada y revalorizada a la vez, la historia, la filosofía moral
y la enseñanza del griego… (cf. Lardet, 1992, pág. 189).
Según las épocas, la gramática se unió a la lógica o se
aproximó a la retórica. El asunto no es solamente escolar o
académico, ya que dos problemáticas y dos concepciones del
lenguaje se expresan por turno en esas alianzas. Las de la gra-
mática y las de la lógica, vecinas en las disciplinas escolares
del trivium, al evolucionar juntas prevalecieron más tiempo.
En el transcurso del siglo XX se vio así a la gramática, conver-
tida en lingüística, aliarse con la lógica, pero a veces también
con la retórica o las disciplinas del discurso y del texto que se
proponen reemplazarla. Mientras que el positivismo lógico re-
novó la alianza milenaria de la gramática con la lógica creando
las gramáticas formales, el «formalismo» ruso, la Escuela de
Praga y luego el estructuralismo de la década de 1960 reno-
varon de diversas maneras la alianza entre la lingüística y las
artes del lenguaje, alianza consolidada por el romanticismo
de Iena13.

10
La Bataille et le Mariage des VII arts (siglo XIII) de Henri d’Andeli fue
publicada por primera vez por Achile Jubinal en 1838. [T.]
11
«Infima inter omnes doctrina», Summa teológica, I parte a, cuest. I,
art. 9.
12
La compañía de los Juegos Florales —la sociedad literaria viva más
antigua de Occidente— fue fundada en Toulouse en 1323 por siete trovado-
res a fin de perpetuar las tradiciones del lirismo cortés; en 1536 se promulgó
el célebre tratado de gramática y poética Les leys d’Amors de Guilhem
Molinier, canciller de la compañía. [T.]
13
Como emblema de esa corriente puede citarse el artículo de R. Jakob-
son «Lingüística y poética» (en 1963), cuya repercusión en Francia fue
importante (véanse los trabajos de Hamon, Greimas, Genette).

[286]

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Los requerimientos para elaborar la teoría de los géneros
provinieron, sin embargo, de los estilísticos antes que de los
lingüistas. Karl Viëtor afirmaba en 1931: «El concepto de ‘gé-
nero’ no tiene un empleo tan unificado como el requerido
para que finalmente se progrese en ese difícil terreno» (en
Genette y Todorov (eds.), 1986, pág. 10). Sesenta años más
tarde, Dominique Combe escribía todavía: «Aún es hora de
la teoría, no tanto de los géneros constituidos (…) como de la
noción misma de género (…), una noción que, a pesar de
la amplitud de los trabajos que le son consagrados, no siempre
puede recibir una definición unívoca» (1992, págs. 5-6). Sin
embargo, los obstáculos persisten y esta nota sarcástica de
Frye conserva toda su frescura: «La teoría de los géneros no ha
aventajado a sus primeros fundamentos, dados por Aristóteles
(…). Gracias a los autores griegos estamos en condiciones de
distinguir lo cómico de lo trágico en el teatro (…). Cuando
nos es preciso relacionarnos con otras formas variadas, como
la mascarada, la ópera, el cine, la danza clásica, los misterios,
las moralidades, la Commedia dell’arte y el Zauberspiel, nos
encontramos casi en la misma situación que los doctores del
Renacimiento que se negaban a curar la sífilis porque Galeno
nunca había hablado de ella» (1969 [1975], pág. 25).
Las dificultades para progresar fueron experimentadas
tanto por los poetistas «literarios», a quienes las ciencias del
lenguaje no les aportaban gran cosa, como por los lingüistas
que, al no poder tratar la cuestión de los géneros en términos
gramaticales y carecer de teorías del texto elaboradas, la dele-
gaban a sus colegas «literarios».

2.3. Las vías del estudio de los géneros

Puesto que dos concepciones del texto se oponen de dere-


cho, dos vías principales se ofrecen al estudio de los géneros,
aun siendo deseable —por irenismo más que por eclecticis-
mo— que se complementen de hecho. La primera extiende al
texto las vías del análisis gramatical para, por procedimientos
de segmentación, constituir una sintagmática y una teoría de
las distribuciones de las unidades textuales. Esta extensión
encuentra naturalmente varias dificultades, ya que la macro-
sintaxis reconoce desde luego unidades más allá de la frase,
pero estas no difieren casi de las figuras no tropos de la re-
tórica tradicional. La imposibilidad a menudo reivindicada

[287]

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de definir los géneros se desprende de esta definición muy
estrecha de las unidades textuales. Por último, y sobre todo,
la noción lógica de tipo, fundamental para la problemática
lógico-gramatical, es sin duda inadecuada para describir la
evolución histórica de los géneros.
Al contrario, la problemática retórica/hermenéutica conci-
be de manera totalmente diferente la relación entre lo global
y lo local. En esta problemática, tal cual se expresa, por ejem-
plo, en semántica interpretativa, el estudio de los géneros no
es una extensión tardía sino el punto de partida para la carac-
terización de los textos y la constitución de los corpus.
Las divergencias entre problemáticas aparecen muy cla-
ramente respecto de las unidades textuales. La concepción
lógico-gramatical tiende a hacer de la unidad un elemento de
«vocabulario» textual; como una frase es un encadenamien-
to de palabras, un texto resultaría de un encadenamiento de
unidades: proposiciones, secuencias, funciones. La lingüística
textual concibió así el texto como una serie estructurada de
proposiciones, la narratología greimasiana planteó el discurso
como una concatenación de funciones narrativas, etc. Esas
unidades son discretas y localizables, como lo confirma, por
ejemplo, el nombre de secuencia14.
La concepción retórica/hermenéutica no niega evidente-
mente las regularidades, pero no remite exclusivamente las
formas semánticas a las localizaciones espacio-temporales, ya
que esas formas no son objetos en el sentido cósico del térmi-
no. Al menos no se puede prejuzgar su forma de objetivación
sometiéndolas a los procedimientos de análisis gramatical: lo-
calización, conmutación, jerarquización con unicidad de los
enlaces, tipificación unívoca de las relaciones, caracterización
formal de la identidad categorial. En efecto, las manifestacio-
nes de las unidades textuales pueden ser difusas (isotopías,
haces isotópicos) o rapsódicas (temas).
La ontología lógico-gramatical atribuye a las unidades
textuales la discreción y la presencia, la identidad en sí y la

14
Este nombre es utilizado tanto en lingüística textual como en narrato-
logía. Definir la unidad por la localización espacio-temporal y la identidad
en sí es un gesto característico de la ontología clásica, tal cual ha sido perpe-
tuada en la tradición aristotélica. En consecuencia, todo fenómeno complejo
es concebido como una combinación de unidades y la descripción científica
misma, como un análisis; ello supone la determinación de lo global por lo
local, mediante diversas formas de composicionalidad.

[288]

Artes y ciencias del texto.indb 288 15/12/11 11:44:58


isonomía, según la imagen ingenua de los objetos físicos; la
concepción retórica/hermenéutica admite, al contrario, que
las objetividades que construye sean continuas, implícitas,
varíen en el tiempo y, según sus ocurrencias y sus contextos,
distingan entre ellas desigualdades cualitativas y no dependan
uniformemente de las mismas reglas.
Otra divergencia tiene que ver con las dos fuentes princi-
pales de los criterios empleados en la definición del género: la
filosofía del lenguaje y la lingüística. Se sabe que la filosofía
del lenguaje, surgida del positivismo lógico, dividió su estudio
en semántica, sintaxis y pragmática. La semántica y la sintaxis
así concebidas no utilizan el concepto de género. Por el con-
trario la pragmática, cuidadosa de la acción, advirtió la rela-
ción entre el género y la acción. ¿Quiere decir que se le puede
definir extendiendo la noción de acto de habla? El género,
¿es un macro-acto, como lo definió Maingueneau (cf. 1990,
págs. 11-12)?15 ¿Qué macro-acto correspondería a Samson
Agonistes o El paraíso perdido?16
De manera muy diferente a lo que sucede en pragmática, la
problemática retórica/hermenéutica se empeña en reformular
la relación entre los textos y el entorno social e histórico del
cual dependen los géneros y las prácticas sociales que los de-
finen. En lugar de la vía dogmática que postula las funciones
a priori del lenguaje, se prefiere una vía histórico-crítica que
restablece la tradición filológica de la lingüística y considera al
texto, a la vez, en su situación y en su corpus de referencia.
Dos actitudes se oponen de facto en la historia de la poé-
tica: o bien se obtiene de una preconcepción del lenguaje un
pequeño número de géneros perfectos o de funciones a priori
y, conforme a la problemática normativa (en general de tra-
dición lógico-gramatical), se proyecta esta red trascendental
sobre los textos estudiados; o bien se adopta una problemá-
tica descriptiva ilustrada por los retóricos y los poetas como

15
Por su parte, Kerbrat busca rasgos tipológicos y toma partido por
los «tipos de intercambios» en lugar de los géneros, según el número y la
naturaleza de los participantes, el fin de la interacción y el tipo de «forma-
lidad» (cf. 1990). Las tipologías pragmáticas, ya sean enunciativas o, como
aquí, microsociológicas, justifican el punto de vista separatista de Genette:
a la poética le corresponderían los géneros mientras que a la pragmática los
modos de elocución.
16
Ambos poemas de John Milton fueron publicados por primera vez
en 1671. [T.]

[289]

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Quintiliano, Peletier du Mans, Sydney, Vauquelin de la Fres-
naye, incluso Boileau. Para ellos, las clasificaciones a priori
de los géneros son insuficientes, y tratan de enumerar y des-
cribir los géneros en su época sin tratar de subsumirlos bajo
categorías generales17. Más adelante formularemos algunas
proposiciones en ese prudente sentido.

2.4. Por una concentración disciplinaria

La separación entre poética y lingüística continúa siendo


estricta, especialmente en Francia donde la lingüística no se
halla integrada a la enseñanza de la literatura, a no ser por
el medio poco comprometedor de la gramática. Además, la
poética, disciplina descriptiva, no corresponde a los estereo-
tipos del cientismo, a los cuales los lingüistas han sido sensi-
bles hasta una época reciente. Así, Todorov oponía no hace
poco la poética, considerada como ciencia del discurso, a la
lingüística, como ciencia de la lengua (cf. 1968, pág. 105)18.
También según él la poética debería estudiar la literaridad,
conforme al programa de los formalistas rusos. No obstan-
te, el concepto esencialista de literaridad, que los formalistas
rusos heredaron del romanticismo alemán tardío, impide a la
vez generalizar la poética y pensar los géneros en su asiento
social y lingüístico. Pero desde que se abandona la persecu-
ción ilusoria de la literaridad, la poética puede devenir en
esta parte de la lingüística que trata de las normas discursivas
y genéricas, de acuerdo con el proyecto saussuriano de una
lingüística del habla.

17
Es lo que resumió excelentemente, a propósito de la literatura, el
formalista ruso Tomachevski: «hay que realizar una aproximación descrip-
tiva en el estudio de los géneros y reemplazar la clasificación lógica por
una clasificación pragmática y utilitaria teniendo únicamente en cuenta la
distribución del material en marcos definidos» («Temática», en T. Todorov
(ed.), 1965, pág. 306).
18
La oposición fáctica entre ciencia del discurso y ciencia de la «lengua»
no nos retendrá, pues la lingüística de los textos no puede descuidar ninguna
de esas dos dimensiones: la lengua es solo la reconstrucción normativa de
las regularidades observadas en discurso. Saussure mismo, a quien se ha
reprochado tanto privilegiar la lingüística de la lengua en detrimento de una
lingüística «del habla» o del discurso, insistió sin embargo muchas veces en
su carácter indisociable (cf. Saussure, 2001).

[290]

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3. LOS GÉNEROS Y LA ENUNCIACIÓN

3.1. La poética diomediana y los tres «géneros»

En el tercer libro de La República, Platón distingue entre


lo mimético puro, tragedia y comedia, lo narrativo (ditiram-
bo) y lo mixto (epopeya). El relato narrativo (diégesis, 293a)
ocurre cuando el poeta habla en su propio nombre «sin tratar
de hacernos creer que es otro quien habla», mientras que la
imitación (mímesis) sucede cuando expone directamente las
palabras de los personajes. Platón trata entonces un problema
ético-político: ¿cómo asegurar el reino de la verdad y de la
virtud, asegurándose de que cada uno asuma sus palabras,
en lugar de separar cínicamente el decir y el locutor como lo
hacen los retóricos y los poetas?19 Aristóteles reagrupará esos
dos modos bajo el concepto de mímesis, distinguiendo así la
mímesis directa y la indirecta (o diégesis, cf. Poética, 1460a);
Homero tiene para él el mérito de alternar esos dos modos.
Aristóteles distingue, de hecho, entre los modos dramático y
narrativo, superior o inferior, o sea, respectivamente, la tra-
gedia, la epopeya, la comedia y la parodia; la oposición entre
dramático y narrativo es fundamental para la tradición que
inaugura.
Aunque atribuida a Platón por Todorov y a Aristóteles por
Bajtín y muchos otros, la tripartición de los géneros épico,
lírico y dramático remonta a Diómedes, en el siglo IV de nues-
tra era20. La teoría de ese gramático conocerá una fortuna
considerable y, apoyada en la perennidad de las tradiciones
escolares, proseguirá discretamente hasta nuestros días. Dió-
medes llama géneros (genera) a los modos miméticos platóni-
cos y les hace subsumir las species, que nosotros llamaríamos
hoy géneros, por ejemplo, el genus imitativum, en el que los
personajes hablan, se divide en trágico, cómico y satírico. Dió-
medes será seguido por los poetistas del medievo como Jean
de Garlande.

19
Es esta una constante tanto en el pensamiento de Platón como en el
de Sócrates que pone en escena: la ironía socrática no salva a Fedro cuando,
en su entusiasmo, este se rebaja a repetir un discurso de Lisias.
20
Me baso en la excelente síntesis de Genette (1986). Al oponer de ma-
nera criterial lo diegético y lo heterodiegético, Genette recobra en su teoría
de la narración el criterio platónico: ¿Quién habla?

[291]

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A partir del Renacimiento, la tripartición diomediana adop-
ta su figura moderna: lírica21, épica, dramática; se le encontra-
rá dondequiera, en Cascales, Dryden, Milton, Houdar de La
Motte, Baumgartner, fundador de la estética, etc22.
Friedrich Schlegel, al transponer esta tríada al plano filosó-
fico asegurando que la poesía lírica es subjetiva, la dramática
objetiva y la épica subjetivo-objetiva23, restablece un género
mixto a partir de un criterio filosófico. Su hermano August-
Wilhelm la pondera ordenando esa tripartición en una sucesión
dialéctica prometida a un auspicioso porvenir: «Épica, lírica,
dramática: tesis, antítesis, síntesis» (1963, II, págs. 305-306).
Hegel la repite en su Estética, oponiéndose a Schelling, quien
prefiere el orden lírico, épico y dramático.
Todavía se la encontrará en Staiger (1946) donde la tripar-
tición permite distinguir tres discursos: poético, novelesco y
teatral.

3.2. Los tres «géneros» y la poética de los indexadores

La historia de los tres géneros no se detiene ahí, pues dos


años después Wolfgang Kayser, en Das Sprachliche Kunstwerk
(1948), establece la siguiente proporción: yo corresponde al
género lírico, tú al género dramático y él (o ella) al género
épico. La idea de fundar la tipología de los géneros en los
pronombres será reiterada por las teorías de la enunciación
contemporáneas que la ampliarán al conjunto de los deícti-
cos y a los tiempos verbales. En un artículo ilustre (1966,
pág. 237 y sig.) pero en el que se descuida la genealogía,
Benveniste opone así el uso de los historiadores (La historia
griega de Glotz) y de los novelistas (Gambara de Balzac), a fin
de distinguir entre dos regímenes de enunciación, la historia
y el discurso.

21
Se llama entonces líricos a todo tipo de poemas no miméticos.
22
El P. Rapin llegará hasta afirmar incluso que todos los géneros se re-
ducen a los tres géneros del poema perfecto, o sino son imperfectos: «Puede
distinguirse la Poética general en tres diversas especies del Poema perfecto,
en Epopeya, Tragedia y Comedia, y esas tres especies pueden reducirse
solamente a dos en que una consiste en la acción y la otra en la narración»
(1674, II, 1).
23
La teoría de los géneros y la práctica de su estudio en F. Schlegel son
mucho más complejos de lo que esta tripartición permite suponer.

[292]

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El criterio sigue siendo platónico (¿quién habla?): «Nadie
habla aquí», escribe Benveniste respecto del régimen de enun-
ciación que llama historia, tomando como ejemplo a Glotz
(pág. 241)24. Al contrario, en el discurso, alguien hablaría
—tal es Balzac, confundido aparentemente con el narrador
de Gambara25. En efecto, Benveniste prosigue: «Debe en-
tenderse discurso en su mayor amplitud: toda enunciación
supone un locutor y un oyente y, en el primero, la intención
de influenciar al otro de algún modo. Es, primordialmente,
la diversidad de los discursos orales de toda naturaleza y de
todo nivel, desde la conversación trivial hasta la arenga más
adornada. Pero es también el conjunto de escritos que repro-
ducen los discursos orales o que se prestan de ellos los giros
y los fines como correspondencia, memorias, obras didácti-
cas, brevemente, todos los géneros donde alguien se dirige a
alguien, se enuncia como locutor y organiza lo que dice en
la categoría de la persona» (págs. 241-242). Quedaría por
sustentar la extraña opinión que la novela (o el relato corto,
como Gambara) reproduce los discursos orales o se presta
sus giros y fines.
La definición benvenistiana del discurso recupera, además,
el tema platónico de la superioridad de lo oral sobre lo escrito
(cf. Platón, Cartas, VII). Se le encontrará como fundadora
de la escuela francesa del Análisis del discurso y todavía hoy
permite oponer el discurso, que determina la enunciación, al
texto que resulta de ella26.
A partir de «marcas» enunciativas ligeras y discutibles,
puesto que un historiador puede decir yo, un novelista em-
plear el perfecto como Camus en L’étranger [El extranjero],
Benveniste opone así un género, el tratado histórico —y no la
historia— a una noción, el discurso, que no tiene consistencia

24
La ambigüedad es patente entre el régimen de enunciación llamado
historia, que es un concepto lingüístico, y la historia como objeto de los
historiadores y nombre de su disciplina.
25
Esto recuerda mucho la tradición platónica en que la coincidencia
entre la enunciación representada y la enunciación asumida es un punto
decisivo de la ética.
26
Cf. Guespin: «La noción de texto, vaga e inoperante (salvo si se en-
cuentra su convalidación en el trabajo de D. Slakta), será sustituida por los
conceptos de enunciado y discurso» (1971, pág. 3). Entre las numerosas
repeticiones, véase en Viala (1999, págs. 12-15) la sección titulada «Dis-
curso antes que texto».

[293]

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a menos de subsumirle un grupo de géneros no definidos de
otro modo. Esto incita a formular algunas notas y preguntas:

• Toda enunciación, incluso en historia, ¿no supone un lo-


cutor y un oyente, o un autor y un lector y, en el primero,
la intención de influenciar al otro de alguna manera?
• En todos los géneros alguien se dirige a alguien, se
enuncia como locutor y organiza lo que dice en la ca-
tegoría de la persona: la tercera persona no presupone
menos la primera que la segunda. Después de todo, no
se debería confundir a los narradores y los autores, a
la enunciación representada y la enunciación efectiva
—que, al fin y al cabo, depende de la psicología antes
que de la lingüística.
• La pregunta platónica —¿quién habla?— no procede
en Benveniste del problema propiamente metafísico y
moral de la verdad; pero a pesar de ello postula que el
sujeto de la enunciación asume27 su declaración. Tenien-

27
Para esto Benveniste recurre a la significación misma del pronombre
yo: «Yo solo puede ser definido en términos de ‘locución’, no en términos
de objeto, como sucede con un signo nominal. Yo significa “la persona que
enuncia la presente instancia del discurso que contiene ‘yo’”» (1964, I,
pág. 252). De la persona, aquí en el sentido gramatical del término, pasa
simplemente a la persona en sentido de individuo: «Yo es “el individuo
que enuncia la presente instancia de discurso que contiene la instancia lin-
güística yo”» (ibíd.). Este paralogismo patente se apoya en la presentación
tipográfica que no distingue el yo gramatical y el Yo filosófico, la mención y
el concepto. Como la asimilación forzada recae en un pronombre sujeto, su
éxito se debe, sin duda, a que parece verificar lingüísticamente el prejuicio
ontológico que, en la tradición gramatical misma, presidió la confusión en-
tre el sujeto de la frase, el sujeto de la enunciación representada, y el sujeto
«a secas»: la homonimia de esos tres «sujetos» lo atestigua todavía hoy.
Dejemos pasar la leyenda tenaz que los nombres representan los obje-
tos, para quedarnos con el pronombre yo. Según la tradición del positivis-
mo lógico, reactivada aquí por Benveniste, los indexadores como yo tienen
un contenido puramente referencial, lo que justifica su nombre, pero en
referencia a la situación de comunicación. De ahí la controversia formal
respecto a los indexadores entre la semántica, que trata la referencia, y la
pragmática, que describe la situación.
Que yo se refiera a la persona que habla es una evidencia, lástima, errónea,
ya que no es posible confundir el sujeto hablante, el enunciador y el locutor.
Por un lado, nosotros no dejamos de mencionar los yo atribuidos a otros, o
pronunciados por otros, y objetar que allí se trata de mención, de heterogenei-
dad o de polifonía supone estar conforme con la teoría de la asunción prono-

[294]

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do esto en cuenta, no vale la pena remitir la diferencia
entre historia y discurso a los diferentes proyectos de
objetivación que se traducen por diversos modos de
impresión referencial.

Para una poética generalizada, el valor criterial de las «mar-


cas de enunciación» es discutible; no se ganaría nada creando
una categoría de los textos en yo que reuniría, por ejemplo,
À la recherche du temps perdu [En busca del tiempo perdido],
los juramentos, las cartas y los testamentos, cuando los textos
en él reunirían a Balzac y los informes policiales. En otras pa-
labras, los modos de enunciación no son de ninguna manera
suficientes para determinar los géneros; además, este no era
el objetivo inicial de Platón y Aristóteles.
Benveniste, como en otra época el P. Rapin aunque de
manera distinta, remonta entonces de Diómedes a Platón,
limitándose a los dos géneros puros, el dramático o acción
convertida en historia, y la diégesis, ese relato en que el autor
habla en su propio nombre, discurso. Sin que su tradición
filosófica sea problematizada, esta oposición se funda en un
criterio gramatical y se impone a los jóvenes que actualmente
están obligados, en las pruebas de bachillerato, a subrayar las
«marcas de la enunciación».
Es dudoso que las marcas de la enunciación representada
sean suficientes para caracterizar un género o un discurso, e

minal. Por otro lado, aquel que enuncia puede perfectamente designarse por
tú (cf. Apollinaire, Zone [Zona]), por él (De Gaulle, Mémoires [Memorias]),
por nosotros (yo mismo, supra, I), por vosotros (Butor, La Modification [La
Modificación]). Por lo demás, otras variaciones tan amplias se encuentran en
lo oral: por ejemplo, el yo didáctico o el él forastero remiten a la segunda per-
sona. Pero, sobre todo, el contenido de los pronombres como el de los otros se-
memas varía con los contextos y al filo del texto con el contenido de los actores
que ellos indican: el yo de Combray no es más el del Temps retrouvé [Tiempo
reencontrado]. Varía igualmente según los discursos: por ejemplo, en su Testa-
ment [Testamento], Villon alterna magistralmente el yo lírico y el yo jurídico.
Varía, por último, según los géneros, por ejemplo, en La Fontaine donde se
debe poner en tela de juicio si el yo de las Fables [Fábulas] es el mismo que el
de las paráfrasis sobre los Psaumes [Salmos]. Este último punto sería especial-
mente embarazoso si se quisiera fundar una tipología de los géneros a partir de
los pronombres. En pocas palabras, el pronombre yo significa, sin más ni más,
que el enunciador representado en el texto está momentáneamente situado en
una zona identificadora (cf. el autor, 1996a) —como en otros casos podrían
estarlo nosotros, el Estadio tolosano o la nación francesa.

[295]

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incluso una clase transdiscursiva de géneros. En efecto, ellas
constituyen solamente una parte pequeña de uno de los com-
ponentes textuales (la dialógica, cf. infra, IV) y ningún com-
ponente textual puede, por sí solo, determinar un género.
Además, el postulado de que el locutor asume su discurso
lleva a tener una visión restrictiva del uso lingüístico. Este
plantea, efectivamente, el problema de la sinceridad: como la
sinceridad es indecidible por la enunciación oblicua, se valo-
riza la enunciación directa y la expresión oral, y se desdeña
lo que podría constituir un obstáculo a la transparencia de la
enunciación como, por ejemplo, las reglas del género.
Brevemente, las teorías de la enunciación padecen al lucu-
brar en el concepto de género porque el sujeto de la enuncia-
ción sigue siendo el sujeto trascendental de la filosofía y no el
sujeto localizado de la psicología y de la sociología.

3.3. Enunciación y Análisis del discurso

La enunciación es corrientemente invocada para oponer el


texto, considerado como un producto, al «discurso», defini-
do como el conjunto de condiciones de esta producción. Esa
oposición superpone la dualidad aristotélica entre la potencia
y el acto a la dualidad humboldtiana entre energeia y ergon;
así, describir el discurso daría cuenta del texto y las marcas
de la enunciación atestiguarían, en calidad de huellas en el
texto mismo, la actividad discursiva. Sin embargo, la actividad
discursiva no conoce géneros o, al menos, los géneros que no
son nunca evocados para describirla, ya que ella es concebida
como la expresión pura de un sujeto.
Parece comprenderse, al fin y al cabo, que la enunciación
está del lado de la «vida», pues el «discurso» se asemeja a un
retoño del género lírico28. La invocación a la enunciación y a

28
De allí a veces un lirismo exaltado, incluso discretamente oscurantis-
ta: «Es en la época de Sócrates que florecieron las lecturas alegóricas de la
epopeya. Todas las contorsiones contemporáneas, textología, narratología,
semiología, cuyo fin es hacer declarar bajo tortura a todos los textos agrupa-
dos en los campos de la literatura, no tienen otro origen. Pero nunca se ha
hecho declarar a un cadáver. La significación solo surge en la enunciación
y es entonces que ella se impone con evidencia» (Dupont, 1994, pág. 108).
Ese tema «vitalista» no es raro tampoco en lingüística positiva, como lo
muestran estas palabras de Auroux: «El texto escrito es algo muerto, pues

[296]

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la evidencia subjetiva recuerda, por otro lado, que las teorías
contemporáneas de la enunciación derivan de la corriente del
idealismo subjetivo del romanticismo, a la par que el estruc-
turalismo procede de su corriente objetiva29.
El Análisis del discurso apoya su teoría de la enunciación
en refuerzos contradictorios: en el positivismo lógico (que
permanece en el hic et nunc donde la pragmática eligió alo-
jarse) y, a la vez, en el mito de la presencia, aquí la del sujeto
de la enunciación, que es uno de los fundamentos de la onto-
logía occidental. La escuela francesa del Análisis del discurso
adecuó, en efecto, la teoría de la enunciación a sus propios
objetivos, conservando la garantía lingüística de Benveniste
pero con el fin explícito de remitir el sentido a sus condicio-
nes sociales de producción; en este punto no varió, desde los
programas de Dubois o Guespin a Guihaumou et ál., 1994, o
a Adam, 1999, pág. 8630.
Esta escuela postula la asunción del enunciado por el
enunciador. Jean Dubois, en un artículo-programa que ofi-
ciosamente lanzaba esa corriente teórica, respondía así a la
pregunta ¿quién habla?: «El análisis del discurso implica que
todo texto emitido por un locutor es, de un modo u otro,
asumido por el autor y que existe una relación directa entre
el sujeto de enunciación y su texto» (1969, págs. 118-119)31.

no permite el diálogo, la interrogación o la adaptación al contexto» (1996,


pág. 194). Son estos los argumentos del Fedro (275 c-e), que el autor dirige
contra los técnicos informáticos.
29
Este punto requeriría un desarrollo propio, pues el romanticismo ale-
mán constituía la base filosófica del formalismo ruso: por ejemplo, Jakobson
reconocía en el ocaso de su vida haberse prestado de Novalis su concepto
de estructura y Propp recordaba que la clave interpretativa de su Morpho-
logie du conte [Morfología del cuento] se encuentra en sus epígrafes, todos
tomados de los trabajos morfológicos de Goethe.
30
«El análisis de los discursos […] tiene como tarea, en un marco de
complejidad más vasto, integrar los datos sociohistóricos al análisis. Para
ello debe proponer categorías y conceptos que permitan pensar las condi-
ciones psicosociales de producción y de recepción». La función emblemática
de Bajtín es precisamente decir las «formas concretas de discursos depen-
dientes de las relaciones de producción y de la estructura sociopolítica»
(Adam, 1999, pág. 87).
31
Esta teoría de la asunción se basa en la asimilación del locutor, del autor
y del sujeto hablante. Se precisa aún que ese sujeto sea idéntico a sí mismo
para garantizar la estabilidad de la asunción: «Todo análisis del discurso im-
plica que el enunciado considerado es homogéneo respecto del sujeto que lo
ha producido» (Dubois, 1969, pág. 119). Esta «implicación» exorbitante es

[297]

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Postular esa relación directa obliga a no distinguir la enun-
ciación efectiva, como acto, y la enunciación «representada»
por los indexadores y diversas marcas; o a plantear que esas
marcas testimonian la enunciación efectiva —como si, en un
enunciado, toda palabra, toda relación no testificara igual-
mente esta enunciación.
Complementariamente, se opone el enunciado (el «texto»)
a la enunciación que allí confiere un discurso: «El discurso
es el enunciado considerado desde el punto de vista del me-
canismo discursivo que lo condiciona. Una mirada echada a
un texto desde el punto de vista de su estructuración “en len-
gua” también hace de él un enunciado; un estudio lingüístico
de las condiciones de producción de ese texto hará de él un
discurso» (Guespin, 1971, pág. 10). Las «condiciones de pro-
ducción» que permiten pasar del enunciado al discurso son,
claro está, «el marco institucional, (el) aparato ideológico en
el cual él (el enunciado) se inscribe, (las) representaciones que
lo subtienden, (la) coyuntura política, (la) relación de fuerzas,
(los) efectos estratégicos buscados, etc.» (Robin, 1973, citada
por Guespin, 1976, págs. 4-5)32.
Ahora bien, la noción de condiciones de producción fue
transpuesta del materialismo histórico y utilizada por el Análisis
del discurso para instaurar una trascendencia del sentido res-
pecto del texto, puesto que esas condiciones son consideradas
de hecho como determinaciones causales. El sentido, del cual el
texto solo manifestaría las marcas, le es efectivamente extraído
mediante dos movimientos sucesivos: el movimiento subjetivis-
ta, que supone la asunción del texto-enunciado por el sujeto de

necesaria para establecer que es la ideología la que habla a través del sujeto
—lo que, se juzga en esta misma cita, a veces es comprobado.
32
Pêcheux, principal teórico del Análisis del discurso, tratando de enun-
ciar «los elementos estructurantes de las condiciones de producción del
discurso», concluye: «En los mecanismos de toda formación social existen
reglas de proyección que establecen las relaciones entre las situaciones (ob-
jetivamente definibles) y las posiciones (representaciones de esas situacio-
nes)» (1990 [1969], pág. 118). Esta proyección permite la proyección de lo
social sobre lo individual y la enunciación permite enseguida la proyección
de lo individual en lo lingüístico. Ello explica por qué posición significa
aquí, a la vez, posición de clase y posición de habla. La relación entre
situación y posición depende del materialismo histórico; es por ello que el
Análisis del discurso se sustenta en «el análisis de la superestructura ideoló-
gica en su lazo con el modo de producción que domina la formación social
considerada» (Pêcheux y Fuchs, 1975, pág. 15).

[298]

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la enunciación, y el movimiento sociologista, que remite el texto
a sus condiciones ideológicas de producción, es decir, en último
análisis, a las relaciones de producción. Esos dos movimientos
combinados caracterizan el freudo-marxismo althusseriano que
explícitamente presidió el nacimiento del Análisis del discurso
(cf. Guilhaumou y Maldidier, 1979; Sarfati, 1997).
Se comprende, entonces, que para el Análisis del discurso
el estudio de los géneros textuales parezca, en el mejor de los
casos, secundario, ya que depende de la dimensión del enun-
ciado; en el peor de los casos, molesto, dado que ese estudio
supone una relación con lo social por las normas intralingüís-
ticas de las cuales dependen los géneros, y no por las «con-
diciones de producción» en que residen las causas sociales
externas a las que se reduce los textos. Como la concepción
tradicional de la ciencia exige remontar de los efectos a las
causas, el Análisis del discurso exige remontar del texto a las
determinaciones sociales e ideológicas que lo han producido.
La clasificación de los discursos en función de las posicio-
nes ideológicas suscita, de hecho, distinciones como «discur-
so burgués/discurso feudal; discurso jacobino/discurso sans
culotte»33 (Guilhaumou y Maldidier, 1979, pág. 19). Desde
ese momento, los géneros devienen variables no esenciales:
«Avanzaremos sustentándonos en un gran número de anota-
ciones contenidas en lo que se llama “los clásicos del marxis-
mo” que las formaciones ideológicas así definidas comportan
necesariamente, como uno de sus componentes, una o varias
FORMACIONES DISCURSIVAS, interrelacionadas, que determinan
LO QUE PUEDE Y DEBE SER DICHO (articulado en forma de una
arenga, de un sermón, de un panfleto, de una conferencia,
de un programa, etc.) a partir de una posición dada en una
coyuntura dada» (Haroche, Henry, Pêcheux, 1971, citados en
Guilhaumou y Maldidier, 1979, pág. 17). En esta problemá-
tica, los discursos o formaciones discursivas corresponden a
posiciones de clase (por ejemplo, el discurso feudal), cual-
quiera que sean los géneros en los cuales ellas se enuncian:
un mismo género como el panfleto puede, efectivamente, ser
aprovechado por las diversas clases presentes, sin determinar
ni condicionar «lo que puede y debe ser dicho»34.

Referencia a los grupos revolucionarios franceses de 1792. [T.]


33

Se tuvo que esperar hasta 1991 para que Maingeneau afirmara justa-
34

mente: «El AD [por Análisis del discurso] no puede dejar de tener en cuenta
los géneros» (1991, pág. 178).

[299]

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Sin embargo, si se deja de buscar las «condiciones de pro-
ducción» de un texto en las causas sociales externas, ellas con-
sisten especialmente en las normas de discurso y de género
que, por lo demás, no pueden pretender el exorbitante estatu-
to de causas. Ellas pertenecen simplemente al nivel semiótico
de la práctica y no se resumen a la incidencia de otros niveles,
psicológico o sociológico. Desde ese momento, la lingüística
textual se hizo finalmente independiente de la instancia políti-
ca que supuestamente decía la verdad sobre el sentido.

4. PROPOSICIONES DESCRIPTIVAS

4.1. Los componentes textuales

Para establecer el marco conceptual de una semántica de


los géneros, se puede concebir la producción e interpretación
de los textos como una interacción no secuencial de compo-
nentes autónomos: temática, dialéctica, dialógica y táctica (cf.
cap. I). Cada uno de estos componentes puede ser un incenti-
vo de criterios tipológicos diversos, pero no es suficiente para
caracterizar un género. Los criterios dialógicos o «enunciati-
vos», cualquiera que sea su importancia, no gozan, por princi-
pio, de ninguna preeminencia. Dicho esto, propongamos una
hipótesis: en el plano semántico, los géneros serían definidos
por las interacciones normadas entre los componentes que
acabamos de evocar. Subsidiariamente, los caracteres particu-
lares de cada texto son definidos por una interacción propia
de sus componentes semánticos, que especifica la interacción
definitoria del género. En el plano semántico, únicamente la
temática y la táctica son necesarias en todo texto: es el caso lí-
mite de la enumeración. Las otras interacciones binarias ates-
tadas vinculan temática y dialógica, de una parte; temática y
dialéctica, de la otra.
La temática de un texto puede describirse inicialmente por
su extensión, es decir, la parte del universo semántico en uso,
como por sus restricciones de facto. Remitida a la táctica,
esta extensión es linealizada en isotopías o especificada en
moléculas sémicas; tanto las unas como las otras pueden ser
caracterizadas por su posición relativa en el texto.
Las moléculas sémicas, remitidas a la dialéctica, devienen,
por adjunción de rasgos casuales aferentes, en actores o fun-
ciones, incluso —luego de homologación— en agonistas o se-

[300]

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cuencias. Remitidas a la dialógica, las isotopías y moléculas
sémicas se emplazan en los espacios modales. Para los textos
narrativos, ello da pie para describir las esferas posibles o
irreales del relato. Para los textos descriptivos, permite dar
cuenta de los «puntos de vista» y las evaluaciones que le son
inseparables. La dialéctica de un texto puede ser especificada
por el tipo de proceso que ella establece, especialmente según
sean reversibles o no, de sucesión estricta y completa. Los
textos prácticos o, al menos, aquellos que describen los proce-
dimientos, no utilizan la elipsis de las funciones ya que tienen
objetivos didácticos; al contrario, los textos míticos utilizan
esas elipsis, en la medida en que refuerzan la pertenencia a
una cultura, al presuponer los conocimientos de sus reglas.
La sucesión estereotipada de las funciones en los sintagmas
funcionales sirve aquí de interpretante y permite suplir las
funciones previstas pero faltantes.
La dialógica ha sido bien estudiada para los textos litera-
rios, pero lo ha sido poco para los otros. En efecto, la con-
cepción representacional del lenguaje lleva a considerar los
textos científicos y técnicos como objetivos, tanto mejor si se
considera que ellos se reglan a sí mismos en esta concepción y
multiplican los ritos de objetivación. Las variantes dialógicas,
remitidas a la temática y a la dialéctica, introducen las desni-
velaciones entre mundos y las ramificaciones del tiempo.
Remitido a los otros componentes, el componente táctico
permite definir los ritmos semánticos (temáticos, dialécticos o
dialógicos), definidos tanto por la correlación a una unidad o
una clase de unidades como por la correlación a una serie de
posiciones en la sintagmática del significado.
Las interacciones ternarias y cuaternarias entre los compo-
nentes podrían, a su vez, ser exploradas. Tomemos el ejemplo
de la técnica narrativa del suspenso. El relato está constituido
por la interacción entre una estructura temática y una estruc-
tura dialéctica. El desacoplamiento con la estructura táctica
se hace de dos maneras codificadas: por prolepsis, cuando
el narrador revela al comienzo cuál será el fin del relato; por
analepsis, cuando calla, a menudo hasta su final, el comienzo
del relato. Ellas oponen, entre otras, la tragedia a la novela
policial, en que la analepsis corresponde a dos estrategias dia-
lógicas, la del secreto para el narrador y la de la develación
para el intérprete.
Los géneros deben ser estudiados en el seno de los discur-
sos y de las prácticas sociales en que se ubican: ciertamente

[301]

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puede tener un interés teórico comparar la estructura dialéc-
tica de los manuales con la de las instrucciones para armar
un artefacto y la de las recetas de cocina, pero no se puede
descuidar el hecho de que no dependen del mismo discurso
y no son interpretados ni aplicados de la misma manera; los
buenos cocineros siguen su inspiración. Además, los discursos
activan diversos géneros, debiendo restituirse su sistemática
para comprender las especificidades de cada uno.

4.2. La semiosis textual

Si lo que antecede interesa al plano del significado, en el


plano del significante las normas de género no son menos im-
portantes; sin embargo —y esta es una laguna—, los compo-
nentes de la expresión no han sido descritos en sus relaciones
con los componentes del significado.

Componentes del significado Componentes del significante


Temático Mediático (escrito, oral,
polisemiótico)
Dialéctico Rítmico
Dialógico Prosódico-tonal
Táctico Distribucional (secciones)

Según una hipótesis fuerte, la condición de correlación en-


tre dos componentes vale igualmente en el plano del signifi-
cante: para especificar un género en esos dos planos también
es conveniente identificar por lo menos una correlación en el
plano del significante y una en el plano del contenido. Las des-
cripciones «espontáneas» de los géneros ordinariamente unen,
de hecho, los criterios de contenido y expresión; ello sucede,
por ejemplo, cuando Dante enfatiza que el soneto conviene a
las armas y a los amores.
En poesía persa clásica, en Rûmi por ejemplo, el ghâzal se
caracterizaría del siguiente modo:

• Temática: ausencia de isotopía genérica dominante.


• Dialógica: un narrador habla en su nombre, multiplica
las imprecaciones, las atestaciones del género lírico.

[302]

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• Dialéctica: ausencia de narratividad, pero alternativas
contradictorias.
• Táctica: sistema de inversiones, como tú das/tú tomas
(cf. e.g. Rûmi, 1999, págs. 98-99).

En cuanto al plano del significante, se caracteriza por una


doble reiteración, por la sucesión de dísticos de la misma
estructura que acaban, todos, con la repetición de la misma
palabra. De ahí la impresión global que todo, significante y
significado, converge en el mismo punto, lo que conviene al
ethos obsesional de ese género amoroso y/o místico.
Más técnicamente, por los métodos de clasificación auto-
mática, V. Beaudouin, en un estudio sobre el teatro de Cor-
neille y de Racine, llegó a cruzar criterios de semántica léxica
(calificación de campos semánticos y de taxemas) y criterios
de expresión de primera y segunda articulación: longitud de
las palabras, ritmo de los alejandrinos y estructura métrica
de los hemistiquios (cf. 2000, cap. VIII). Beaudouin obtiene
correlaciones muy precisas y la convergencia entre los crite-
rios se organiza en torno al concepto de género, categoría de-
terminante para caracterizar la correlación entre el contenido
y la expresión.
El estudio de los géneros lleva así a plantear el problema
de la semiosis textual. Se define corrientemente la semiosis,
en el plano del signo, como una relación entre significado y
significante; pero casi no se interroga sobre los planos supe-
riores, como si su sentido se dedujese por composición de la
significación de los signos. Pues bien, justamente un género
define una relación normada entre significante y significado
en el plano textual, por ejemplo, en el género del artículo
científico, al plano del significante en el primer párrafo le co-
rresponde ordinariamente una introducción en el plano del
significado; en el género de la novela, por lo común se trata
de una descripción.
La semiosis limitada propuesta por la lengua para los pla-
nos inferiores, del morfema a la frase, solo deviene efectiva
si es compatible con las normas de género, incluso de estilo,
que aseguran la semiosis textual35. Tampoco una palabra es la

35
Si el sistema de la lengua, tal cual lo conciben los lingüistas, no de-
termina la semiosis textual, no obstante obliga a la semiosis en los planos
de complejidad inferiores. En el plano de los morfemas, la lengua propone
emparejamientos de significante/significado (por ejemplo, re- es iterativo); en

[303]

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misma en un escritor y en otro; y la proposición gramatical
solo tiene sentido en un período, es decir, como pasaje de un
texto.
Fuera de los regímenes de producción e interpretación de
los textos, la semiosis textual determina, al parecer, el modo
de mímesis. Por regla general, a medida que las relaciones
entre los dos planos del texto son normadas, es más intenso su
efecto de realidad empírica o trascendente, como lo confirman
los textos gnómicos o religiosos.
En ciertos discursos, como el discurso literario, puede ela-
borarse y aplicarse normas adicionales para formar los «estilos
de autor»; pero ya sea para especificarlas o para controvertir-
las, ellas se apoyan en las normas genéricas.
En resumen, el problema de la arbitrariedad del signo se
transpone al plano del texto respecto a lo que podría llamar-
se, provisionalmente, lo arbitrario del texto. Este resulta del
emparejamiento contingente entre las estructuras genéricas
del plano del significado y del plano del significante36. Sin
embargo, el contenido mismo de la noción de arbitrario se
modifica desde el momento que se pasa de una problemática
del signo a una problemática del texto. Lo arbitrario del signo
concierne, efectivamente, a la contingencia histórica que em-
pareja tal significado con tal significante. Pero en el plano del
texto se debe abandonar, junto con esta noción de arbitrario,
la antigua distinción entre la naturaleza (phusei) y la conven-
ción (thesei): como en una cultura todo es convención, un
texto solo tiene por legalidad interna sus normas, en primer
lugar, su género —lo cual es igualmente válido para los otros
objetos culturales.

el plano de las lexías, las palabras son ya unidades «de discurso» y la puesta en
relación de sus morfemas son regladas por una sintaxis «interna»: su significa-
ción y su modo de semiosis dependen del contexto; en los planos del sintagma
y de la frase, la sintaxis constituye el modo de emparejamiento privilegiado
entre significante y significado: ella depende del primero, por la morfosintaxis
y las «estructuras de superficie»; y del segundo, por las «estructuras profun-
das» que pertenecen al plano del significado (funciones casuales, etc.).
36
Por ejemplo, la balada francesa tiene un número fijo de estrofas, pero
el número de sus versos no lo es, y no es casi nunca narrativa; la balada an-
glosajona tiene, por el contrario, un número de estrofas variable pero con un
número de versos fijo y por lo general es narrativa. Las poéticas esencialistas
y normativas, como la de Boileau, han considerado evidentemente esas con-
tingencias genéricas como conveniencias fundadas en naturaleza, cosa que no
es falsa si se llama naturaleza a las costumbres inveteradas de una sociedad.

[304]

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5. DE LOS GÉNEROS AL INTERTEXTO

5.1. Deontología y metodología

La extensión del comparatismo lingüístico conlleva ocho


empresas tipológicas:

(i) La tipología de las lenguas, evidentemente.


(ii) Dado que en las diversas etapas de la historia de cada
lengua esta admite usos propios respecto a los tipos
de prácticas sociales, una tipología de los discursos
(religioso, literario, jurídico, etc.) debe dar cuenta
de ello.
(iii) Cada discurso cuenta un número determinado de
campos genéricos (por ejemplo, el teatro en litera-
tura).
(iv) Los campos genéricos se subdividen en géneros, cuya
tipología da cuenta de la diversidad externa de los
textos.
(v) La tipología de los textos trata luego la diversidad
interna de los géneros.
(vi) La de las partes de un texto trata las secciones, par-
tes de textos delimitadas por criterios de expresión,
y las configuraciones, partes de textos definidas por
criterios de contenido.
(vii) La de las morfologías trata el parentesco de los tex-
tos, independientemente de los géneros: en los textos
hay un «vocabulario» de formas semánticas, algunas
de las cuales han sido reconocidas e inventariadas
por las tradiciones retóricas y poéticas —por ejem-
plo, las figuras no tropos—, pero también hay otras
que no son nombradas, como las moléculas sémicas;
esta tipología puede trascender las fronteras lingüís-
ticas (por ejemplo, los motivos en folclorística).
(viii) Por último, la tipología de los usos genéricos di-
ferenciada de la de las clases de usuarios o de los
«estilos»37.

37
Por ejemplo, como lo ha notado Sueur (1982), en las respuestas
abiertas a una encuesta, los locutores sin diploma emplean en lo oral más
pronombres, negaciones y verbos que el promedio; los diplomados de la
enseñanza superior, más nombres y adjetivos; Verlaine, en las Canciones sin

[305]

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Aunque a menudo se les confunda, se puede distinguir tres
concepciones del género: la clase, el tipo y el linaje:

(i) La concepción clasificatoria debe enfrentar todos los


problemas ordinarios de las taxonomías, no siendo
el menor de ellos la variabilidad de los criterios. Se
ha tratado, ciertamente, de reformar esta concepción
utilizando la noción de «aire de familia», corriendo
así el riesgo de multiplicar y debilitar los criterios sin
tener los medios para jerarquizarlos38.
(ii) La concepción tipológica debe caracterizar la relación
entre tipo y ocurrencias. Ahora bien, los tipos de tex-
tos son modelos hipotéticos y sus ocurrencias tienen
sentido tanto porque recurren al tipo como porque
se separan de él. Además, ninguna teoría de los tipos
ha logrado constituir una semántica de la variación
de las ocurrencias respecto de los tipos. La teoría de
los prototipos introdujo, sin duda, vaguedad en las
taxonomías, pero sin llegar a calificar esta variación,
puesto que solo describe la relación entre ejemplares
centrales y periféricos por la métrica cuantitativa del
número de rasgos (la cue validity).

Las dos primeras concepciones del género, la clase y el


tipo, dependen de la problemática lógico-gramatical: la prime-
ra, del imaginario clasificatorio de la gramática; la segunda,
de la lógica.

(iii) La tercera concepción considera al texto como una


«generación» en un linaje de reescrituras. En el seno
mismo de los géneros, lo que se denomina subgé-
neros son linajes genéticos específicos, por ejemplo,
desde La Celestina los autores de las novelas pica-
rescas se imitaron unos a otros, como es lógico; la

palabras [Romances sans paroles], emplea cuatro veces más pronombres de


segunda persona que Rimbaud en las Iluminaciones [Illuminations], etc.
38
No conservamos aquí las nociones de juego de lenguaje y aire de
familia que parecen demasiado vagas para definir una cuarta concepción
del género. La primera no es más específica para los textos que la de acto
de lenguaje; la segunda tal vez debe su éxito a su imprecisión, que permite
usarla dondequiera.

[306]

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Arcadia de Sannazaro inicia el linaje europeo de la
novela pastoril, etc39.

El estatuto de los géneros como la relación entre los tex-


tos y sus géneros, sin duda difiere según los discursos: en los
discursos normativos los textos son producidos e interpreta-
dos bajo el modo de la permanencia, como ocurrencias de su
tipo; en los discursos normados pero no normativos los textos
son producidos e interpretados como transformaciones de sus
fuentes.
Medir las diversidades supone una reflexión sobre los cri-
terios: suponiendo incluso que sean fundadas, las oposiciones
como ficción vs no-ficción son demasiado burdas y clasifican,
en el mejor de los casos, clases de discursos pero no de gé-
neros. Tengamos también cuidado de confundir los «tipos de
textos» y los géneros: los tipos de textos son, por lo común,
clases que solo se basan en un criterio; por ejemplo, hemos
visto que los famosos genera de Diómedes solo se distinguen
por el criterio de la enunciación representada.
Sin pretender que las especies culturales se parezcan a las
naturales, tomemos el ejemplo de la clasificación de las espe-
cies: ¿cuál sería el valor de una teoría que agrupara al gato,
el pulpo y la cabra con el justo pretexto de que esos animales
superiores tienen la pupila hendida verticalmente? Las tipolo-
gías que confieren un carácter determinante a un solo criterio,
como la de Benveniste, proceden no obstante de esa manera
y son normativas —con razones menos sólidas que el Levítico
cuando clasifica a los animales según si tienen la pezuña hen-
dida o llevan escamas.
Al asimilar la teoría de los géneros a la tipología de los
textos, se olvida que la definición de un tipo de texto depende
del analista; motivado por un pretexto o una aplicación, el
analista puede inventar una categoría cualquiera que divida
un corpus: novela en yo o en él, textos largos o cortos, de antes
o después de 1945, como en la Biblioteca Nacional de Francia,
etc. Por lo demás, los adversarios del estudio de los géneros
glosan sobre la relatividad, cuando no la vanidad, de tales

39
Ejemplo menos noble pero más reciente, Beauvisage (2001) demos-
tró, mediante un estudio estadístico de variables morfosintácticas, cómo
Jean-Patrick Manchette inició en Francia el linaje genérico que llevó a di-
ferenciar al polar de la novela policial. [Se denomina polar a la novela de
misterio, negra, equivalente al «thriller» norteamericano]. [T.]

[307]

Artes y ciencias del texto.indb 307 15/12/11 11:44:59


tipologías. Si, por decirlo de algún modo, la tipología puede
asumir un principio de placer, la teoría de los géneros debe
obedecer a un principio de realidad, ya que los géneros no
deberían de ninguna manera ser creados por los poetistas.
La poética debe producir y jerarquizar por cierto los crite-
rios descriptivos, pero sobre todo debe buscar sus interaccio-
nes. Los géneros son, efectivamente, definidos por un haz de
criterios y, por otra parte, ellos deben su criterio de objetivi-
dad a la multiplicidad de esos criterios. La cohesión del haz
de criterios, tanto en el plano del significado como en el del
significante, estructura la textualidad y determina la semiosis
textual. La evolución diacrónica del haz da cuenta de la evo-
lución del género, mientras que los «tipos» de textos fundados
en un solo criterio persisten siendo anhistóricos.
Como los géneros quedan subordinados a los discursos, la
existencia de géneros transdiscursivos es dudosa, debido a la
vecindad de otros géneros o, si se trata de géneros incluidos,
otros contextos de inclusión son suficientes para modificarlos;
un proverbio, por ejemplo, no tiene el mismo sentido en un
discurso lúdico o en un discurso jurídico, la carta de nego-
cios no tiene casi nada en común con una carta personal de
discurso privado, pues la correlación entre el contenido y la
expresión sigue siendo un criterio para definir el género40. De
hecho, ninguna tipología de los textos fundada en criterios
definidos independientemente de los géneros (como oral vs
escrito, público vs privado, etc.) ha permitido aislar los géne-
ros: por ejemplo, las tentativas de clasificación automática di-
rigidas por Biber concluyeron en variaciones muy importantes
según los corpus, pero sin llegar a aislar los géneros41.
Se objetará, desde luego, que un género es solo un tipo
entre otros, incluso «un género de tipo». La cuestión queda-
rá resuelta cuando se haya producido conjuntos de criterios
estables y coherentes, independientes de todo conocimiento

40
El proyecto de una tipología transdiscursiva parece así ilusoria: por
ejemplo, un texto técnico no puede ser asimilado a un texto científico; e
incluso en los discursos tan próximos como los discursos científicos, los
géneros no son exactamente comparables, ya que cada disciplina tiene sus
tradiciones y sus normas.
41
Por medio de un análisis multidimensional, Biber (1993a) estudia las
co-ocurrencias entre 67 rasgos morfosintácticos en las mil primeras pala-
bras de diversos textos de inglés contemporáneo. Para una discusión, véase
Malrieu y Rastier, 2001.

[308]

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previo de los géneros y de los discursos, que no mezclen ni los
géneros ni los discursos y que tengan una pertinencia teórica
y práctica. El reto ha sido lanzado: la tipología de los textos
será independiente de la teoría de los géneros. Pero los nuevos
criterios tipológicos que se propone en lingüística de corpus
solo se aplican eficazmente en función de la diferencia de los
géneros y la confirman en lugar de invalidarla.
Como en nuestra hipótesis es el estudio de los géneros lo
que permite determinar la pertinencia de los criterios, toda
tipología rigurosa de los textos procedería de una tipología
de los géneros. Sin embargo, en este punto, la tarea científica
propia de la lingüística difiere de las tareas técnicas (didácti-
cas, etc.) para las cuales se podrá admitir diversas tipologías
y difiere, igualmente, de las tareas de otras disciplinas como
la sociología, la historia o la psicolingüística.
Una semántica de los géneros puede buscar criterios de
correlación entre componentes semánticos como estos, a títu-
lo indicativo: temático abierto/cerrado, concentrado/difuso;
estructura dialéctica ordenada, desordenada, impertinente,
orientada hacia un fin positivo o negativo; dialógico que varía
o no los focos de la enunciación y de la interpretación repre-
sentadas; táctica pertinente o no pertinente, etc.
La combinatoria de los componentes no es, en modo al-
guno, libre, ya que muchas combinaciones posibles no están
atestadas, por ejemplo, no se encuentra en ninguna parte en
la historia de ese género baladas no narrativas, que contasen
un número variable de estrofas y cuyo número de versos fuese
fijo; o aun, como lo notaba Zumthor, las estructuras narrativas
de la chanson de toile42 hubieran podido ser, en teoría, inclui-
das en los cuentos, pero estas quedaron específicas. Aunque la
combinación de los rasgos definitorios de un género parezca
contingente, no por ello es menos coactiva.
De cada discurso depende un sistema de géneros o asocia-
ción genérica. Cada grupo de prácticas sociales correspon-
diente a un discurso se divide en actividades específicas (por
ejemplo, el jurado de tesis, la conferencia, el curso, la correc-
ción de copia, etc.), cada una con sus géneros. Por ejemplo,

42
Se llamó chansons de toile o d’histoire a los cantares de los teje-
dores del norte de Francia y de las costureras o hilanderas a comienzos
del siglo XIII. Son canciones narrativas que adoptan las formas métricas
(decasílabos asonantes o rimados seguidos por un refrán) y melódicas de la
canción de gesta. [T.]

[309]

Artes y ciencias del texto.indb 309 15/12/11 11:44:59


en el discurso médico se puede distinguir los géneros escritos
de que dispone un profesor de hospital en su práctica profe-
sional; ellos son tres: el resumen de observación clínica, el
artículo científico y la carta al colega.
Para vincular los géneros a los discursos, la poética gene-
ralizada tiene por tarea estudiar las asociaciones de géneros
en su especialización y en su co-evolución. A este respecto
solo nos encontramos al comienzo de las investigaciones y
la experiencia muestra que los estudiantes de letras, incluso
sus profesores, se desconciertan mucho cuando se les pide
inventariar los géneros que utilizan. La dificultad es aún ma-
yor pues todos los discursos no tienen el mismo régimen
genérico. Si los discursos pueden influenciarse unos a otros
y compartir rasgos comunes en el seno de lo que Foucault
llamaba una episteme, cada uno de los sistemas genéricos
se mantiene, no obstante, autónomo y evoluciona según sus
propias leyes, como lo prueban sus diferentes evoluciones
diacrónicas.
Cuando se estudia las relaciones entre los géneros en la
obra de los autores que han practicado varios, se encuentra,
transpuesto, el problema de las asociaciones de géneros. Por
ejemplo, en Primo Levi, los poemas incluidos a título de citas
o exergos en los testimonios, novelas y ensayos permiten hacer
comunicar las temáticas de esas obras de géneros diferentes y
restituir la unidad de su universo semántico, aunque aborden
temas propios que no hubieran podido figurar en los otros
géneros. Forzando una especie de intertextualidad propia a
la obra, cada poema citado evoca en cada libro la presencia
de los otros. Si se reúne esos poemas, Ad ora incerta (1984)
permite relacionar los relatos de testimonio como Se questo
è un uomo (1957) y La tregua (1963), una novela como Se
non ora, quando? (1982) y un ensayo como I sommersi e i
salvati (1986).

Merced a tres razones convergentes, se puede considerar al


género como el nivel de base en la clasificación de los textos:

(i) No hay géneros supremos (ningún género de gé-


neros), dado que los criterios de agrupación de los
géneros son los discursos —y las prácticas que les
corresponden. Las grandes categorías de la expre-
sión, como la prosa o lo oral, también llevan a re-
agrupamientos ociosos (lo oral, desde la solicitud en

[310]

Artes y ciencias del texto.indb 310 15/12/11 11:44:59


ventanilla a la requisitoria, evidentemente solo tiene
una unidad, la prosa).
(ii) Las partes de géneros son, ellas mismas, relativas a
esos géneros, por ejemplo, la descripción inaugural
en la novela del siglo XIX no es una simple ocurrencia
de la descripción.
(iii) Los subgéneros como la novela «educativa» o la no-
vela policial son definidos por diversas restricciones
que interesan ora al plano de la expresión (por ejem-
plo, la novela por cartas, el tratado versificado) ora
al plano del significado. Ellas deben ser especificadas
según los componentes empleados, por ejemplo, te-
mático y dialéctico para la novela policial, dialógico
para las novelas fantásticas, táctico para los sonetos
preliminares, etc. Se evitará aplicar criterios contin-
gentes: la novela del siglo XVII es, por ejemplo, una
creación puramente académica43.

5.2. Del corpus al intertexto

La caracterización razonada de los géneros es previa a la


constitución de corpus plenamente utilizables para las tareas
de descripción lingüística. Cualesquiera que sean los crite-
rios elegidos, no se puede obtener gran cosa de un corpus
heterogéneo, pues las especificidades de los géneros se anulan
recíprocamente y las disparidades que quedan no pueden ser
interpretadas para caracterizar a los textos. Ahora bien, con el
avance de la digitalización, nos encontramos frecuentemente
ante corpus heterogéneos, por ejemplo, los corpus obtenidos
de una misma empresa de prensa (cf. Illouz et ál., 1999, res-
pecto del diario Le Monde), incluso de otros corpus que son
simplemente recogidos en la Red.
Los recorridos interpretativos en el seno del corpus y los
modos de intertextualidad dependen evidentemente de la
deontología que presidió la constitución de ese corpus. Los

43
He aquí cómo una obra universitaria divide el teatro: «El género dra-
mático: La Tragedia. La Comedia. La farza. La commedia dell’arte. El vau-
deville. —Las comedias especializadas: La comedia-ballet. La Comedia de
carácter. La comedia heroica. La comedia de costumbres. —El Drama: El
Drama burgués del siglo XVIII. El Drama romántico. El Drama simbolista.
El melodrama».

[311]

Artes y ciencias del texto.indb 311 15/12/11 11:44:59


recorridos intertextuales privilegiados se extienden, en primer
lugar, entre los textos del mismo linaje; luego entre los del
mismo género y, finalmente, entre los géneros de un mismo
discurso. Las relaciones entre discursos nunca son directas
sino que siempre están mediatizadas por transposiciones (véa-
se, por ejemplo, la imagen del discurso jurídico en las novelas
de Balzac).
Las relaciones en el seno del género dominan las relaciones
entre los linajes. En el seno del discurso, las relaciones de un
género a otro suponen transposiciones (comprendiendo las
inclusiones, citas, etc.). Por ejemplo, en Primo Levi, la cita
del canto XXVI del Infierno de Dante en el capítulo XI de Se
questo è un uomo permite vincularlo con el poema Il supers-
tite, que cita por alusión el canto XXXIII, del cual se encuen-
tra, a fin de cuentas, las huellas en el mismo capítulo XI. No
obstante, los recorridos intertextuales tanto genéticos como
interpretativos, se establecen preferentemente entre textos del
mismo género44.

6. DEBATES EN LINGÜÍSTICA DE LOS GÉNEROS

La crítica literaria todavía no se ha librado del romanti-


cismo tardío. Luego de Croce que, de conformidad con su
estética idealista, denunciaba en los géneros falsas categorías
situadas entre lo universal de la belleza y lo singular de las
obras, siguió el Barthes del Placer del texto que llamaba a la
lucha contra los sociolectos filisteos: el Texto, como en otras

44
Las investigaciones lingüísticas dedicadas al sistema de la lengua no
tienen en cuenta las variaciones de género: todo texto español puede per-
tenecer a su corpus. Si el grado mínimo de la homogeneidad es la unidad
de lengua, es legítimo, aun fuera de las investigaciones lingüísticas «unifi-
cadoras», permitir las investigaciones interdiscursivas. Comparemos, por
ejemplo, Rousseau en las Confesions [Confesiones], sobre una dama cuyo
nombre callaremos: «No me era necesaria incluso la propiedad: para mí era
suficiente el goce; y hace tiempo que he dicho y sentido que el propietario
y el poseedor son a menudo dos personas muy diferentes, aun dejando de
lado los maridos y los amantes» (libro V, pág. 72); y en un género muy
diferente, Proudhon, en el prefacio de Qu’est-ce que la proprieté? [¿Qué
es la propiedad?], 1840, pág. 157: «Si se me permite la osadía de servirme
de esta comparación, un amante es poseedor; un marido es propietario».
Una investigación limitada a los textos literarios nunca hubiera permitido
constatar la ubicuidad de ese topos.

[312]

Artes y ciencias del texto.indb 312 15/12/11 11:44:59


épocas la Obra simbolista, permanece incomparable y crea su
propio género45. En los estudios literarios contemporáneos la
clasificación no tiene buena fama: es declarada imposible o
inútil merced a un prejuicio modernista, pero de hecho post-
romántico, que redobla la voluntad de los creadores de deve-
nir en inclasificables. Este rechazo ya injustificable para los
textos literarios antiguos, lo sería a fortiori para los textos
técnicos y científicos, etc.
En el seno mismo de la poética y de la lingüística, diversas
objeciones se han opuesto a la constitución de una teoría de
los géneros. Examinaremos sucesivamente dos tesis, aquella
por la que los géneros son definidos por las funciones del len-
guaje y la de que existen géneros primarios; enseguida, cuatro
objeciones, la de la designación (un texto no designa su géne-
ro), las de la ausencia o de la multiplicidad de los géneros: un
texto puede depender de varios géneros o de ninguno; por
último, la de la heterogeneidad: un texto se reduciría a las
unidades de rango inferior, lo que haría ilusoria o inesencial
la categorización de su género.

6.1. Funciones del lenguaje y géneros primarios

Si las funciones del lenguaje nos remiten a una antropo-


logía anhistórica de los géneros, tributaria de la filosofía del
lenguaje, la tesis de que existen géneros primarios parece refe-
rirse a una antropología histórica, aunque la noción de origen
pueda depender de ello.
La poética idealista alemana parece contradecirse al afir-
mar la historicidad de los géneros a la vez que utiliza para

45
Para una morfología histórica, los géneros admiten una evolución
«lamarkiana» más que «darwiniana». Al menos en el discurso literario,
su historia es escandida por innovaciones individuales. Mientras que en
la antigua tradición la problemática de la imitación y de la rivalidad siem-
pre prevaleció, después del Renacimiento, con la formación de la figura
moderna del creador, la vinculación de la obra al género estuvo siempre
subordinada a la afirmación del individuo… de genio. Así, Giordano Bruno
considera en Les Fureurs heroïques [Los furores heroicos] que los poetas
crean los géneros y no a la inversa. El tema prometeico de la creación de
los géneros será desarrollada por el romanticismo y Friedrich Schlegel
llegará, a veces, hasta afirmar que hay tantos géneros como obras. Esa de-
claración se volvió trivial y reencontró toda su frescura en el vanguardismo
contemporáneo.

[313]

Artes y ciencias del texto.indb 313 15/12/11 11:44:59


su tipología categorías trascendentales46 y, en consecuencia,
anhistóricas, como sucedió con el caso de los géneros diome-
dianos.
Las tipologías funcionales contemporáneas tropiezan
con la misma dificultad, pues ellas definen los géneros por
las funciones a priori del lenguaje. Las escuelas funcionalis-
tas, especialmente la inglesa (con Halliday) y la pragüense
(con Jakobson), que desarrollaron esas tipologías, se fundan
en la tesis filosófica perenne según la cual el lenguaje es un
instrumento47 —y no la parte esencial del medio semiótico
en que vivimos. Por lo tanto, ellas enumeran los géneros de
usos que el hombre puede hacer del lenguaje y, extrañamente,
solo retienen un número reducido. A continuación, Longacre
distingue cuatro tipos de discursos: narrativo, procedimental,
expositivo y exhortativo; de Beaugrande y Dressler, tres: des-
criptivo, narrativo y argumentativo cuyas funciones, además,
dominan de modo desigual en los tres tipos de textos que
ellos distinguen (literario, poético y científico); van Dijk, dos,
narrativo y argumentativo, que él define como esquemas tex-
tuales o superestructuras48. Lo narrativo y lo descriptivo son
dos modos de la representación, definidos como tales desde la
Poética de Aristóteles. Por ello se oponen a lo procedimental
y a lo argumentativo, que son dos modos de acción, sobre las
cosas y sobre los espíritus respectivamente, y se oponen, en
cierto modo, como el hacer al hacer-hacer49.
Todo texto resultaría de una «dosificación» de esas funcio-
nes: un aviso de entrevista, por ejemplo, sería un texto procedi-

46
Viëtor (1931) estimaba todavía que esos tres géneros corresponden
a tres actitudes fundamentales de lo humano.
47
La definición de los géneros por las categorías enunciativas procede,
además, de una forma de funcionalismo: ella se basa en lo que Bühler lla-
maba la función expresiva, para dar un fundamento lingüístico a su punto
de vista trascendental.
48
Se puede, por supuesto, imaginar otras funciones, por ejemplo, la
didacticidad que, según Beacco y Moirand, caracteriza tanto un curso de
lengua, un artículo de vulgarización, una conferencia en el Colegio de Fran-
cia, como la explicación espontánea de una receta de cocina (cf. Branca-
Rosoff, 1999, pág. 15).
49
Encontramos aquí las articulaciones mayores de los dos grandes para-
digmas occidentales de la significación, representacionalista e intencionalis-
ta. Su uso podría ser simplemente etnocéntrico, lo cual no quita nada a su
valor descriptivo cuando se trata de textos provenientes de nuestra cultura,
pero no los califica para fundar una tipología con pretensión universal.

[314]

Artes y ciencias del texto.indb 314 15/12/11 11:44:59


mental e injuntivo. Desde ese momento, los tipos funcionales
definen las clases muy acogedoras y reagrupan los textos hete-
róclitos; si, por ejemplo, se colocan juntos los textos con do-
minación argumentativa, podría yuxtaponerse la tesis de un
filósofo y el alegato de un abogado. Así, las recomendaciones de
la Text Encoding Initiative (TEI)50 distinguen cuatro funciones:
entertain, persuade, inform, express, modulados por diversos
grados. Entre los ejemplos dados por sus autores, podría asom-
brarnos que una conversación familiar y una novela tengan la
misma fórmula funcional (entertain: degree high; inform: degree
medium). La relación entre las configuraciones textuales y las
funciones queda imprevisible, pues una argumentación puede
ser grotesca y, consecuentemente, participar en el entertain-
ment; una descripción puede asumir una función demostrativa,
etc. Además, a partir de las presuntas funciones del lenguaje no
se puede concluir sobre las diversas prácticas en las cuales un
texto es puesto en marcha.
En suma, las tipologías funcionales trascienden las divisio-
nes en discursos y en géneros sin lograr fundarlas. Las fun-
ciones del lenguaje, si las hay, todavía no han sido fundadas
para una tipología intercultural: ¿por qué tendrían las mismas
funciones en todo tiempo y en todo lugar, si las propias cultu-
ras codifican su uso de modo tan diverso?
Si se renuncia a la idea de que el lenguaje es determinado
por un pequeño número de funciones a priori, se puede plan-
tear el problema de la función de los géneros y de su relación
con la estructura de los textos de la cual dependen. Si cada
género ocupa una función propia en una práctica social, cada
texto la especifica; por ejemplo, en el discurso culinario todas
las recetas cumplen una función didáctica pero no por ello
son equivalentes… Las funciones atestadas de los textos va-
rían con las prácticas sociales y su número es imprevisible. Al
crear nuevos géneros en situaciones nuevas, creamos sin cesar
nuevas funciones del lenguaje.
Desde que se fija a los géneros un origen oral, lo peyorativo
de lo escrito se refleja en su genealogía: los géneros escritos
derivarían de los géneros orales. Bajtín distinguió así géneros
primarios y géneros secundarios: «Los géneros secundarios del
discurso —la novela, el discurso, el teatro, el discurso científico,
el discurso ideológico, etc.— se dan en el marco de un inter-

50
Sobre la TEL, cf. supra, cap. III.

[315]

Artes y ciencias del texto.indb 315 15/12/11 11:44:59


cambio cultural (principalmente escrito) —artístico, científico,
sociopolítico— más complejo y relativamente más evoluciona-
do. Durante el proceso de su formación, esos géneros secunda-
rios absorben y transmutan los géneros primarios (simples) que
se constituyeron en circunstancias de un intercambio verbal
espontáneo. Los géneros primarios, al volverse componentes
de los géneros secundarios, se transforman y adquieren una
característica particular: pierden su relación inmediata con lo
real existente y con lo real de los enunciados de otro» (1984,
pág. 267). Ese postulado filosófico remonta, al menos, a las gra-
máticas generales de las Luces. Si bien carecemos de datos, por
lo menos podemos formular algunos elementos de reflexión:

(i) ¿Por qué los hipotéticos géneros «primarios» ten-


drían preeminencia, por qué su supuesta anterioridad
histórica les conferiría un alcance etiológico? Pode-
mos dudar que la teoría de los géneros primarios dé
acceso a la de los géneros secundarios.
(ii) Si se tiene en cuenta las descripciones etnológicas y
etnometodológicas, nada permite pensar que el inter-
cambio oral, tenido por «simple» y «espontáneo», no
sea siempre ritualizado. La espontaneidad es, por lo
demás, un tema edénico.
(iii) Los géneros escritos no derivan de los géneros orales:
¿qué sería del billete de avión, de la hoja de seguri-
dad social, etc.?
(iv) Lo oral no tiene una mejor relación con lo real que
lo escrito —a menos que se confunda lo real y la si-
tuación y que no se limite la situación al hic et nunc,
como lo ha hecho siempre el positivismo. ¿Por qué un
género oral como la broma o chanza tendría una mejor
relación con lo real que el testamento? Los géneros es-
critos parecen adicionales porque la lingüística ha edi-
ficado la lengua a partir de su olvido. Con las nuevas
prácticas nacen sin cesar nuevos géneros tanto orales
como escritos, como el monólogo mendicante en los
vagones del metro, el mensaje por la red o el mensaje
en el contestador automático, que de entrada o muy
rápidamente no deben nada a los géneros anteriores.

La filogénesis de los géneros queda, no obstante, como


problema abierto que sin duda redobla el de la filogénesis
del lenguaje.

[316]

Artes y ciencias del texto.indb 316 15/12/11 11:44:59


6.2. Algunas objeciones

6.2.1. Que algunos géneros no se designan como tales

La teoría romántica de la novela pretende hacerla trascen-


der los géneros, de la Lucinda de Schlegel a los Miserables de
Hugo, al Ulises de Joyce, etc. Como lo enfatizaba ya el cura
en el capítulo XLVII de la primera parte de Don Quijote de
la Mancha51, la mezcla de los géneros es característica de las
novelas y la duda se extiende al contenido de las obras como
al nombre que se les puede dar.
Comencemos por el nombre. Dos estrategias nos permiten
sembrar la duda: no poner el nombre novela a las novelas, o
ponerlo a diversos escritos —Igitur se titulaba Drama; Para-
dis de Sollers se subtitula Novela. La primera estrategia es
enteramente clásica. Según la cuenta de Deloffre, de las 250
novelas aparecidas en Francia entre 1700 y 1715, ninguna se
titula novela sino Historias o Aventuras, según si asumen o
no un giro realista.
Genette, al dar por sentado ciertas dudas sobre la posibi-
lidad de una tipología de los géneros, constata: «en todos los
casos, el texto mismo no tiene por qué conocer, y en conse-
cuencia declarar, su cualidad genérica: la novela no se designa
explícitamente como novela ni el poema como poema» (1992,
pág. 12). Esta constatación se extiende fácilmente, por ejem-
plo, al manual de uso de Word 98 que no se titula manual de
uso sino Sea eficaz con Word 98, a las palabras billete de banco
que no están escritas en los billetes de banco, etc. Solo el soneto
de Oronte se designaba como tal52; así, del hecho de que un

51
A propósito de las novelas de caballería, el cura sostenía: «la escritu-
ra desatada de estos libros da lugar a que el autor pueda mostrarse épico,
lírico, trágico, cómico». La lasitud de los críticos verifica el buen sentido
del cura; así, Alastair Fowler constataba: «The “novel” has assimilated other
kinds of prose fiction. A genre so comprehensive can have but a weak uni-
tary force. Indeed the novel has largely ceased to function as a kind in the
ordinary way» [La «novela» ha asimilado otros tipos de la prosa de ficción.
Es un género tan comprensivo no obstante solo puede tener una débil fuerza
unitaria. En efecto, la novela ha dejado de funcionar como un género en
criterio corriente] (1982, pág. 118). Un comentario más extenso del tema
se encuentra aquí, en el Colofón a la edición española. [T.]
52
Oronte, personaje de Le misanthrope [El misántropo] de Molière
(1666), trata (segundo acto, escena 2) de leer a Alceste uno de sus malos

[317]

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texto no exhiba su género, no se infiere de ningún modo que
no lo tenga.

6.2.2. Que el texto no tenga género o que tenga varios

Los ejemplos controvertidos son casi siempre literarios,


pues la dificultad para categorizar en literatura forma parte de
la diversión letrada. Genette parece lamentar que la identifica-
ción del género sea «implícita y sujeta a discusión (por ejem-
plo, ¿a qué género pertenece La Divina Comedia?)» (1992,
pág. 12), cuestión primordial que requiere del lector precisar,
sin necesariamente lograrlo, los regímenes mimético y herme-
néutico del texto. En esta ocurrencia, el ejemplo de Dante es, a
la vez, más y menos concluyente de lo que parece: lo es menos,
ya que la palabra misma comedia, aunque no fue elegida, en-
tre otras razones, para designar la combinación de géneros, sí
lo fue para designar al menos la de los tonos53. Sin embargo,
esta obra pertenece a un género, el de la visión, común en el
discurso místico. Mas, por su novedad, ella inaugura un linaje
genérico al cual pertenece a posteriori, como parangón tal
vez insuperable54. En efecto, transpone la visión del discurso
religioso al discurso literario y del latín a una lengua vulgar. A
pesar de la tesis corriente de que la gran obra55 crea su propio
género, tampoco hay que entender que se declara caduca la
noción de género, sino que recrea su género por el linaje de

sonetos y conocer la opinion que este le merece; ello levanta una peligrosa
cuestión de honor. En efecto, Alceste critica honestamente el afectado so-
neto y rehúsa aplaudirlo, aconsejando a Oronte no leerlo más en público;
Oronte reacciona coléricamente convirtiéndose en enemigo jurado de Al-
ceste. [T.]
53
Dante usa el tono bajo para el Infierno, moderado para el Purgatorio
y sublime para el Paraíso; por ejemplo, designa a un viejo respectivamente
como vecchio, veglio y sene. En su carta a Cangrande, precisa, entre otras
cosas, que el término comedia se aplica a un relato que apunta hacia una
mejora, a la inversa de la tragedia.
54
Es sin duda por ello que la posteridad ha calificado esta Comedia de
divina.
55
Este punto se extiende a las otras artes. Por ejemplo, el In Nomine,
género inglés de fantasía para violas, es, por definición, construido a partir
del motivo del canto llano del Benedictus de la misa Gloria tibi trinitas de
John Taverner.

[318]

Artes y ciencias del texto.indb 318 15/12/11 11:44:59


reescrituras que ella inicia y las transformaciones irreversibles
que así le impone.
La objeción según la cual el mismo texto puede recibir va-
rias categorizaciones y depender de varios géneros, merece
también ser discutida. Adam toma como ejemplo J’accuse [Yo
acuso] de Zola: «Aprovechemos de este ejemplo para afirmar,
desde ahora, que un texto es raramente monotípico. La com-
binación genérica permite a J’accuse tomar la forma de un tex-
to dirigido al más alto magistrado del Estado, de inscribirse
en un diario que aumenta el cargo de esas declaraciones ex-
tendiéndolas del autor mismo a la redacción de L’Aurore. Por
último, la retórica judicial permite adelantar el acto ilegal de
la acusación que Zola acomete: “Al plantear esas acusaciones,
no ignoro que me pongo al alcance de los artículos 30 y 31
de la ley de prensa del 29 de julio de 1881 que castiga los
delitos de difamación. Y es voluntariamente que me expongo
a ello”» (Adam, 1999, pág. 37). De hecho, los criterios que
permitirían diferentes clasificaciones no tienen el mismo peso,
que una carta abierta aparezca en un diario, nada más nor-
mal, que lance un desafío judicial, ello forma igualmente parte
de los recursos del género. Así, la caracterización correcta del
género permite ordenar el conjunto de los caracteres específicos
del texto, incluso y sobre todo si este transgrede las normas.
Casi la totalidad de los discursos diferencia estrictamente
sus géneros, por ejemplo, en el discurso jurídico no se puede
confundir la inculpación y el alegato, el decreto y el texto de
ley, en el discurso técnico, ninguna ambigüedad entre el ma-
nual de uso y el certificado de garantía, etc. Desde luego que
el discurso literario occidental reciente difumina ciertas fron-
teras entre sus propios géneros, pero ello no constituye ningún
obstáculo para el programa de una poética generalizada.
La reflexión sobre los géneros queda, no obstante, deudora
de la ontología romántica que concebía dos formas de la totali-
dad: la mónada de la obra, de la cual deriva la noción moderna
de Texto como estructura cerrada, y la hénada del Intertexto
(o del Architexto) que vale por la totalidad de la Literatura56.
El género, noción impura, histórica y fluctuante, no pertenece
a ninguno de esos niveles ontológicos puesto que no es ni sin-
gular como la Obra ni universal como el Intertexto. El género,

56
Hénada, significa el Gran Todo, el ser como totalidad y no como
sustancia singular (mónada). [T.]

[319]

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concebido entonces como una generalidad relativa, una simple
clase sin incidencia sobre la textualidad, remite a una proble-
mática architextual a la vez que se «desposee» al texto de él,
como si el architexto no estuviera constituido por otros textos,
en primer lugar, por otros textos del mismo género.

6.2.3. La problemática de la heterogeneidad

La heterogeneidad de todo texto ha sido postulada57 hasta


convertirse en definitoria de la lingüística textual misma. Sin
embargo, ese postulado es romántico en el sentido fuerte del
término ya que solo conviene al género epónimo del romanti-
cismo, la novela. La teoría bajtiniana de la novela, que deriva
claramente de la estética romántica, prolonga la influencia de
ese postulado, a la vez que esconde su origen por evidentes
razones de orgullo nacional y de conveniencia política.
A pesar de que la heterogeneidad es un carácter tradicional
del género novelesco moderno, no por ello debilita el concepto de
género, incluso para la novela. En efecto, la mezcla de los géneros
alega en su favor. Diversos géneros literarios han sido definidos
por su heterogeneidad: sátira, por ejemplo, significa mezcolanza
(satura), como comedia (commedia)58. Queda el hecho de que,
por imagen, el mixed-grill es un plato y no una mezcla de platos;
los estilos Napoleón III, Biedermaier o postmoderno son estilos
compuestos y no —lástima— ausencias de estilo. Brevemente,
el tema literario reciente de la heterogeneidad de todo texto no
puede obstaculizar la empresa de la poética.
Fuera de las prácticas lúdicas o literarias, los géneros com-
puestos son, por lo demás, bastante raros, ya que la mayoría
de los textos obedecen a normas explícitas: informes de acti-

57
Tomemos el ejemplo recurrente de Adam: «El texto es una estructura
secuencial fundamentalmente heterogénea» (1990, pág. 117). «El objetivo
de la lingüística textual es simple: proseguir el análisis lingüístico más allá
de la frase compleja y de las simples parejas de frases y, por muy difícil
que parezca, aceptar situarse en las fronteras de la lingüística a fin de dar
cuenta de la heterogeneidad de toda composición textual» (1992, pág. 20).
«El modelo de estructura composicional que propongo y que rompe con la
idea misma de tipología de los textos» (1996, pág. 31).
58
Parece que los géneros compuestos son categorizados ordinariamente
de bajos, como en general las producciones heterónomas, mientras que los
géneros sublimes son isónomos.

[320]

Artes y ciencias del texto.indb 320 15/12/11 11:44:59


vidad, órdenes de misión, sin hablar de los cheques y de los
pagarés. ¿Cuál sería la heterogeneidad de las instrucciones
para instalar un artefacto?
Distingamos, en suma, dos sentidos de heterogeneidad: si
se trata de desigualdades cualitativas entre secciones de un
texto, la tesis es trivial pero verdadera; si se trata de diversas
procedencias, es falso para la mayoría de los discursos, pero
trivial para el discurso literario donde todo texto reescribe
otros textos.

Secuencias y unidades textuales.— Precisemos ahora el


estatuto de las desigualdades entre las unidades. Antes de
que se le redujera a algunos tropos, la retórica definía las
unidades del plano del período o del párrafo como figuras
no tropos, por ejemplo, la descripción o el diálogo. La teoría
de las figuras no tropos fue revivida implícitamente en lin-
güística, llamando secuencias a esas figuras. Adam propone
así esta definición del texto: «Un texto es una estructura je-
rárquica compleja que comprende n secuencias —elípticas
o completas— del mismo tipo o de tipos diferentes» (1992,
pág. 91, def. 2)59.
Lo que se ventila aquí es teóricamente importante: ¿es po-
sible considerar un texto como la combinación de sus partes,
lo que permitiría extender al texto el principio lógico-gra-
matical de composicionalidad? Si tal fuera el caso, la tex-
tualidad podría ser definida en el plano de la macro-sintaxis
y, en efecto, Adam llama a las secuencias tipos de texto. La
reducción gramatical del texto prosigue, entonces, definien-
do las secuencias mismas por las combinaciones de unidades
de nivel inferior, intrafrásico, especialmente las «marcas de
enunciación». Ella culmina definiendo los géneros como tipos
de sucesiones de secuencias. Los criterios gramaticales que
presiden a la localización de marcas enunciativas, permitirían
así dar cuenta y razón de la textualidad y aún de la intertex-
tualidad genérica.
Sin evocar el problema de la universalidad de las secuen-
cias tradicionales en nuestra cultura, su poder como criterio
es discutible por diversas razones.

59
Cualquiera que sea el texto, las secuencias seleccionadas son de cinco
o seis tipos: narrativo, descriptivo, argumentativo, instruccional-injuntivo,
explicativo-expositivo, dialogal-conversacional. Más adelante precisaremos
su relación con la teoría de las funciones del lenguaje.

[321]

Artes y ciencias del texto.indb 321 15/12/11 11:45:00


(i) La función de una secuencia no se da por sí misma.
Por ejemplo, la descripción de paisaje al comienzo
del Fedro es ya un elogio de lo natural que prepara la
crítica implícita del discurso artificioso de Lisias.
(ii) Las secuencias no son las mismas según los géneros y
los campos genéricos: la descripción novelesca difiere
de la descripción poética; en poesía, la descripción en
la sátira o en la elegía no tienen casi nada en común.
No es suficiente identificar una secuencia, pues que-
da por describir en qué tal diálogo o tal descripción
es novelesco o poético. En efecto, sus mismos usos
dependen del género y no lo definen, por ejemplo, el
diálogo se encuentra en la poesía paródica o ligera,
pero no en la poesía lírica.
(iii) La misma objeción vale a fortiori cuando se cambia
de discurso: la descripción clínica y la descripción
novelesca no tienen nada en común.
(iv) Si las secuencias fuesen definitorias, se debería clasi-
ficar por ejemplo en categorías diferentes una novela
epistolar y una novela que comprenda diálogos.
(v) Complementariamente, la carta en la novela es la ima-
gen de un género en otro y no una simple inclusión.

En pocas palabras, la noción de secuencia no puede de-


finir la de género pero la completa en un nivel de análisis
inferior; mejor, el género determina las secuencias y no a la
inversa: es ese un efecto ordinario del principio de que lo
global determina lo local. Tampoco se puede contar con una
composicionalidad genérica: un género no es definido por sus
secuencias, en el sentido de que el género se reduciría simple-
mente a un efecto de sus combinaciones. En el plano mesose-
mántico y macrosintáctico, una lingüística de los textos debe,
por supuesto, describir las configuraciones que corresponden
a las figuras no tropos60. Si bien los índices «formales» pueden

60
Para el término secuencia preferimos conservar su acepción en na-
rratología y nombrar configuraciones esta especie de figuras no tropos, que
nos queda por precisar, a manera de ciertos «juegos de lenguaje» según
Wittgenstein: poner un ejemplo, insertar una anécdota, etc. La introducción
más bella al problema se encuentra, sin duda, en Cicerón, Orator, XXXIX,
134-136 (sed sententiarum ornamenta malora sunt…), que presenta las
figuras no tropos «no como cosas, por jerga y reificación de los sustantivos
griegos, sino por los verbos, latinos, corrientes, como otros tantos gestos

[322]

Artes y ciencias del texto.indb 322 15/12/11 11:45:00


contribuir a descubrir esas configuraciones, no se limitan a las
«marcas» de la enunciación representada: así, un ejemplo, en
un texto didáctico de experto, podrá señalar un caso particu-
lar, un caso regular, una situación no atestada, etc. (cf. el autor
et ál., 1994, cap. VII).

Planteada en principio, la heterogeneidad parece ser un


artefacto que resulta o bien de una teoría ecléctica (cf. Roulet,
1991, pág. 120) o bien de una combinatoria de puras fun-
ciones o puras categorías a priori61. Incluso en los géneros
polimorfos y rapsódicos como la novela, un texto no depende
de varios géneros sino de un género cuyas configuraciones no
son uniformes.

Las inclusiones como transposiciones.— Sin embargo,


las figuras no tropos o configuraciones podrían ser conside-
radas como géneros incluidos. Esta inclusión parece normal
para los géneros incluidos que ordinariamente son clasificados
en la ambigua categoría del peritexto. Un título, una dedicato-
ria, un prólogo, las notas de autor, por lo común suponen una
obra e incluso se puede sentir placer al leer listas de títulos62.
Estos géneros obedecen a normas tan estrictas como las otras:
un título de tratado no obedece a las mismas reglas que un
título de tesis o ensayo.
Otros géneros parecen poder asumir dos formas de existen-
cia autónoma o dependiente, aislada o incluida. Por ejemplo,
el retrato o la carta son géneros que pueden ser incluidos y
transpuestos en una novela; así, Bussy-Rabutin salpica la His-
toire amoureuse des Gaules [Historia amorosa de los Galos]

de tino que el orador debe incorporar…» [repito aquí a Françoise Douay,


comunicación personal]. De este modo, las configuraciones son gestos es-
tereotipados de la enunciación representada y, en esta medida, dependen
de la dialógica. Ellas son actos de lenguaje, no en el sentido austiniano,
que supone un sujeto filosófico, sino en el sentido lingüístico, que remite
a los focos de la enunciación representada: un personaje, un orador o un
narrador, como el de un artículo científico que coloca un pasaje en nota o
que introduce un ejemplo.
61
Todo real es impuro y el purismo gramatical siempre se ha alzado en
contra de lo mixto.
62
Pienso en los títulos programáticos de Balzac, como la muy esperada
Anatomie des corps enseignants [Anatomía de los cuerpos docentes]. Pa-
trick Rambaud recibió el premio Goncourt por haber escrito la novela que
todavía faltaba luego del título balzaciano La bataille [La batalla].

[323]

Artes y ciencias del texto.indb 323 15/12/11 11:45:00


con decenas de cartas y de retratos, innovación que contribu-
yó a crear la forma de la novela clásica francesa. Esos géneros
mundanos —uno privado, el otro además juego de salón—
todavía no estaban plenamente integrados en un discurso li-
terario en vías de reforma.
Tocamos aquí una cuestión delicada, la de los vínculos en-
tre género incluido y género incluyente. Un género incluyente
solo integra imágenes transpuestas del género incluido. De
esta manera, las cartas de una novela epistolar no pertenecen
al mismo género que las cartas de una colección de correspon-
dencia. Ellas no participan evidentemente de la misma forma
de textualidad ni tampoco del mismo discurso pues el discurso
privado difiere del discurso literario, incluso intimista63. Se en-
contrará un ejemplo malicioso de transposiciones en la receta
de las jibias al hinojo que, en su Voyage en Italie [Viaje por
Italia], Giono confiere a un mozo de café veneciano: la receta
subvierte a la vez las reglas culinarias, ya que evoca las rela-
ciones de ese mozo con la verdulera y una tendera hidrópica,
pero también la del relato de viaje, pues el relato biográfico
que incluye la receta es casi ostensiblemente imaginario64.
Como complemento, se puede llamar rapsódicos a los gé-
neros que incluyen las réplicas de los géneros autónomos y
cuyo parangón es la novela, por ejemplo, en La vie, mode
d’emploi [La vida, manual de empleo], subtitulada, por lo

63
Las transposiciones de un discurso en otro plantean problemas de-
licados. Por ejemplo, Les liaisons dangereuses [Las relaciones peligrosas]
inspiran las Mémoires [Memorias] de Lauzun, escrito íntimo no destinado
a ser publicado. Imitando a Valmont que dice todo a la Merteuil, Lauzun
lo redacta en 1783 para la marquesa de Coigny. Los seductores, incluso
aquellos que son tenidos por libertinos, ¿no deben sus verdaderos éxitos a
su cabeza novelesca?
64
He aquí el comienzo: «Él me pregunta si me agradan las jibias relle-
nas. Él tenía como buena amiga una hortelana. Ella empujaba su barca de
verdulera en el canal. Le bastaba con acercarse al pretil: ella le pasaba un
calabacín, un tomate, un puñado de milamores. Él flirteaba con una mujer
que tenía la tienda de abarrotes del rincón rio Terra, detrás del Tempio
Israelitico. Ella era casca, es decir, tenía las piernas y los pies de elefante.
Es una enfermedad que viene del lado dálmata. Ella no podía moverse. Se
la tomaba como estaba. Ella le daba los remanentes de los sacos de arroz.
Hay que picar la ensalada y el perifollo con una puntita de ajo y mucho
perejil. El perejil es muy bueno para el hombre. Da gracia al andar. Se corta
también en trocitos los tentáculos de las pequeñas jibias […] (Journal, poè-
mes, essais [Diario, poemas, ensayos], Gallimard, Biblioteca de la Pléiade,
1995, pág. 596).

[324]

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demás, novelas (¡en plural!), Perec incluye temas de diser-
taciones, un árbol genealógico, un sumario de revista belga,
una etiqueta adhesiva, una tarjeta postal instructiva, menús de
restaurantes, tarjetas de visita humorísticas, etc65.

6.3. Juegos de categorización y regímenes hermenéuticos

A diferencia de la mayoría de discursos, el discurso literario


aprovecha las ambigüedades de categorización. No obstante,
el equívoco no es la polisemia puesto que la categorización
no da pie a lo indefinido de todos los posibles sino a algunas
vías cuidadosamente sembradas de obstáculos. Que la lite-
ratura aproveche sus géneros no implica que sean etiquetas
contingentes; al contrario, ellos dan sentido a los juegos de
categorización.
Los géneros incluidos, especialmente los del peritexto, des-
empeñan por lo común una función de ajuste del régimen
hermenéutico. Tomemos el ejemplo del título: cuando, en una
primera versión, Le curé de Tours [El cura de Tours] se titula-
ba L’abbé Troubert [El abad Troubert]66, la atribución de las
funciones de los actores era muy distinta y el lector veía en la
primera aparición de Troubert la de un diabolus ex machina,
mientras que el título definitivo hace del juguete de los acon-
tecimientos, el cura François Birotteau, el personaje principal,
y el lector, como él, solo descubre tardíamente la maquinación
de la que ha sido víctima.
Los caracteres de la expresión, aparentemente secunda-
rios, determinan también el régimen hermenéutico. Cuando
la novela La Cousine Bette [La prima Bette] apareció en El
Constitucional, contaba 38 capítulos; en la edición de librería,
en 1847, esa cifra se elevó a 132, con títulos no menos pinto-
rescos. Al dividir así su novela cuando no le era exigida nin-
guna entrega, Balzac, ¿quiso recordar su carácter de folletín,

65
Aparecida en 1936, Murders off Miami [Asesinos fuera de Miami],
de Dennos Wheatley et ál., es una novela policial en forma de expediente
que contiene el facsímil de un telegrama de la Western Union, diversos
informes policiales, cartas manuscritas, un mapa, declaraciones de testigos
(firmadas), fotografías, un trozo de cortina ensangrentada y dos sobres, uno
contiene un cerillo y el otro, un rizo de cabellos.
66
La edición del relato con este título data de 1843; en 1832, en que se
publicó por primera vez, llevó por título Les Célibataires [Los solteros]. [T.]

[325]

Artes y ciencias del texto.indb 325 15/12/11 11:45:00


resaltándolo? Parece muy probable, pues La Cousine Bette
replicaba el éxito considerable del folletín que Eugène Sue
acababa de publicar en el mismo Constitucional. En efecto,
esa novela debe ser leída como un folletín superlativo, mien-
tras que la crítica tradicional, apegada a los parangones que
ella misma erige, la lee como una novela «seria», en resumidas
cuentas, de segundo rango.
Pero, ¿debe conservarse la idea de un régimen hermenéu-
tico preferencial o considerarse que toda obra es susceptible
de depender de varios géneros y, en consecuencia, de varios
regímenes? Como lo nota con gracia Alberto Manguel, «cla-
sificado en Ficción, Los viajes de Gulliver de Jonathan Swift,
es una novela de aventuras humorística, en Sociología, un es-
tudio satírico de Inglaterra en el siglo XVIII, en Literatura para
niños, una fábula divertida donde se encuentra enanos, gigan-
tes, caballos que hablan; en Imaginarios, un precursor de la
ciencia-ficción; en Viajes, un viajero fabuloso; en Clásicos, una
parte del patrimonio occidental» (1998, pág. 257). Todas esas
clasificaciones se sustentan en una propiedad de la obra, pero
no equivalen entre sí: toda obra, cualquiera sea su género,
puede convertirse en un clásico: aunque recurra a elementos
maravillosos como los animales que hablan, no por ello está
destinada a los niños, etc. La poética no tiene nada que ver
con la clasificación de los anaqueles de una biblioteca. A partir
del siglo XVI, de Thomas Moro y Rabelais a Cyrano, del segun-
do libro del Quijote a la Città del sole de Campanella67, de los
viajes extraordinarios del abad de Aubignac68 hasta el Icaire
de Cabet69, se desarrolla en Europa un género sin nombre, el

67
La ciudad del Sol de Tomasso Campanella (1568-1639) tuvo dos
redacciones en italiano, en 1602 y 1623, y en latín, en 1613 y 1631. Fue
publicada por primera vez en latín, en Francfort, 1623. [T.]
68
Los viajes extraordinarios de François Hédelin, abad de Aubignac
(1604-1676), son dos: Histoire du temps, ou Relation du royaume de Co-
queterie, extraite du dernier voyage des Holandois aux Indes du Levant
[Historia del tiempo o Relación del reyno de Coquetería, extraída del último
viaje de los Holandeses a las Indias del Levante] (1654) y Macarise, ou la
Reyne des Isles fortunées, histoire allégorique contenant la philosophie mo-
rale des stoïques sous le voile de plusieurs aventures agreables en forme de
roman [Macarise o el Reyno de las Islas afortunadas, historia alegórica que
contiene la filosofía moral de los estoicos bajo el velo de varias aventuras
agradables en forma de novela] (1664). [T.]
69
El Voyage en Icaire [Viaje por Icaira] de Étienne Cabet (1788-1856)
fue publicado en 1840, reedición de Voyages et aventures de Lord William

[326]

Artes y ciencias del texto.indb 326 15/12/11 11:45:00


viaje fabuloso que persigue un doble objetivo de crítica y de
reforma social. Gulliver depende de él. En el transcurso del
siglo XIX ese género se escinde y da origen a la ciencia-ficción,
que alcanza la segunda sección del discurso literario, como a
la utopía social que se acerca al discurso político.
La lectura según el género es un imperativo filológico, crítico
y hermenéutico, aun cuando la lectura «a contra-género» es
posible por cada quien. Un texto cuyo género se desconoce se
parece a un juego cuyas reglas se ignora. En una conferencia so-
bre la novela policial (1999, pág. 762 y sig.), Borges imaginaba
un lector de novelas policiales leyendo a su talante el comienzo
de Don Quijote: «En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre
no quiero acordarme (…)». Si el narrador no quiere acordarse
de ese nombre ¡es porque, sin duda, él es el culpable! Borges
imaginará luego leer La imitación de Cristo como una novela de
Céline y Eco, pese a su talento, no llegará a ello. En su principio,
esas dos «experiencias de pensamiento» muestran el absurdo
que ocurriría si se lee un texto de un género según las reglas de
otro; ese extravío benigno parece, por lo demás, bastante raro,
ya que solo se encuentra de él ejemplos forjados.
La identificación del género es precisamente uno de los
objetivos filológicos de la crítica de atribución, que no debe
solamente identificar los autores sino también los géneros. De
su identificación dependerá el modo de lectura, o contrato her-
menéutico, y con ello los recorridos interpretativos. Tomemos
el ejemplo de las Lettres à Sara [Cartas a Sara] de Rousseau70:
¿se trata de escritos íntimos o de una obra literaria? La historia
de la literatura, a pesar de su indiscreción, no ha identificado a
la destinataria y como el narrador parece un vejete hiperbólico
que recoge todas las trivialidades de la pasión y sus epístolas
están organizadas por una estructura narrativa implícita, vero-
símilmente se trata de una novela epistolar paródica.
Durante dos siglos se ha leído las Lettres portugaises [Car-
tas portuguesas]71 como el testimonio acabado de la pasión
imposible de una religiosa ibérica y fue preciso esperar hasta

Carisdall en Icarie [Viajes y aventuras de Lord William Carisdall en Icaira]


publicado sin nombre de autor en 1839. [T.]
70
Las Lettres à Sara de Jean-Jacques Rousseu (1712-1778) fueron com-
puestas en 1762 y la edición crítica del manuscrito de la BPUN ha sido
hecha por Frédéric Eigelding, Bulletin de l’Association Jean-Jacques Rous-
seau, No. 53, 1999. [T.]
71
Las Lettres portugaises de Rousseau fueron publicadas en 1669. [T.]

[327]

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los comienzos de la década de 1960 para columbrar que esa
lejana reclusa sustentaba extrañamente el elogio de Luis XIV.
Ese libro fraguado se convirtió entonces en un escrito de corte
que debía ser contado entre las primeras novelas epistolares;
cambió desde ese momento de discurso y de género, pasando
de la escritura íntima a la obra literaria, de la correspondencia
a la novela y del grito de la pasión al análisis psicológico. Por
supuesto, también cambió del todo su régimen interpretativo
y las almas sensibles desistieron de esta obra que así llegó a
ser pitanza de las mentes sólidas.
Como siempre, el problema filológico y el problema herme-
néutico están vinculados, ya que la identificación del género
depende de la interpretación, tanto más cuanto que esta la
condiciona. En el caso de los textos literarios, dicha identifi-
cación depende de la comprensión del proyecto estético. To-
memos el controvertido ejemplo de Nadja: ¿se trata de una
novela o de un relato biográfico?72 Consideremos las láminas
fuera del texto, especialmente las fotografías, que, como las
fechas, tienen una función testimonial. ¿No sería Nadja un
relato fantástico? Como se sabe, lo fantástico necesita de lo
cotidiano para aportarle algo extraño73. Aquí es la locura la
que desempeña el papel de una fuerza mágica.
El problema estético al que responde Nadja podría, en-
tonces, formularse de la siguiente manera: ¿qué hacer luego
de Aurélia [Aurelia] de Nerval74 y cómo superarla? Ahora la
locura del narrador nervaliano es revertida a la heroína, pero
los temas principales permanecen, en primer lugar, el del tea-
tro: ved en Nadja las fotografías de la pieza Les Détraquées
[Las trastornadas]75 (1992, II, pág. 67), la de la actriz Blanche
Derval (pág. 673), la nota de Breton sobre las comediantes y
cierta prevención respecto a ellas que mantiene en su casa «el

72
Nadja de André Breton (1896-1966) fue publicada por primera vez
en 1928. [T.]
73
Madeleine Bonnet afirma al contrario: «Nadja es, sin lugar a dudas,
un relato autobiográfico en que todo tiende no solo a la verdad sino a la
exactitud» (en Breton, 1988, I, pág. 1496). Ella se funda en «las cartas de
Breton a Simona, las cartas de Nadja a Breton» y las conversaciones con
«los raros testigos sobrevivientes»; pero esos documentos no pertenecen al
discurso literario, e inmerso en ese corpus Nadja evidentemente no puede
ser remitido a su proyecto estético.
74
La última obra de Gérard de Nerval (1808-1855) Aurélia apareció
póstumamente e incompleta en 1865. [T.]
75
Este drama en dos actos fue representado por primera vez en 1921. [T.]

[328]

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recuerdo de Vigny, de Nerval» (nota de 1962, ibíd.)76. Como
Aurélia, de la cual deriva y con la cual rivaliza, Nadja parece
más bien una novela fantástica; lo atestiguan el tono biográ-
fico que asegura la mímesis empírica y la irrupción de la lo-
cura que asegura la mímesis trascendente. Esas dos mímesis
alternan sin separarse, lo cual es un rasgo característico de
lo fantástico. Así, la duda se disipa algo sobre el género de
Nadja, novela fantástica que toma prestado tanto a la novela
de amor como al testimonio biográfico y, por ese doble débito,
mantiene una duda que depende del proyecto estético surrea-
lista mismo. De este modo, las indecisiones fantásticas del
relato son redobladas en el plano artístico por las indecisiones
de la narración.
Los incipit formulan implícitamente las primeras estipula-
ciones, a menudo decisivas, del contrato de lectura. Tomemos
tres ejemplos concordantes de denegaciones que revelan el
género.

(i) Desde su primera línea, la descripción del lugar en


la Arcadia de Sannazaro, que obedece a los cánones
del locus amoenus, anuncia de entrada el género bu-
cólico por las palabras non umile monte77. Si esta
montaña es llamada no humilde —y no soberbia o
altiva— es para introducirnos, por medio de esta de-

76
Si Breton, que no era un aficionado a las notas al pie de página, trein-
ta años después las añade a Nadja, es sin duda porque su proyecto no fue
comprendido. Al evocar a Vigny y Nerval, alude aquí tanto a Marie Dorval
como a Jenny Colon. En el nombre de la actriz Blanche Derval, que tal vez
lo eligió a propósito, verosímilmente Derval evoca Marie Dorval. Además,
Blanche recuerda a todo lector algo familiarizado con Nerval, al alienista
que lo curaba y anuncia al profesor Joseph Babinski, ilustre neurólogo que
internó a Breton en el Hospital de la Piedad, y fue consejero del autor de Les
Détraquées (cf. ibíd.). El tono de la frase al que aluden las dos notas sobre
Babinski y Nerval es innegablemente nervaliano: «El papel era representado
por la más admirable y sin duda la única actriz de ese tiempo, a la que he
visto actuar en las “Dos máscaras” además de en varias otras piezas donde
ella no era menos bella pero de quien, tal vez para mi gran vergüenza, no he
vuelto oír hablar» (ibíd.). Mejor todavía, la segunda nota de 1962 comienza
así: «¿Qué quise decir? Que debí acercarme a ella, tratar de develarme a
cualquier precio la mujer real que era ella» (ibíd.).
77
«Giace nella sommità del Partenio, non umile monte de la pastorale
Arcadia, un dilettevole piano [En la cumbre del Partenio, montaña no hu-
milde de la pastoral Arcadia, se extiende un delicioso rellano]».

[329]

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negación, al «estilo» humilde o moderado que, por
principio, conviene a los pastores y a los rebaños.
(ii) En el exordio del Paradise Lost [Paraíso perdido],
Milton, invocando una Musa celeste que es, a la vez,
Urania y la inspiradora de Moisés, utiliza también
una negación para significar que se propone elevarse
por encima del estilo medio: «I thence / Invoke thy
aid to my adventrous Song, / That with no middle
flight intend to soar / Above th’Aonian Mount, whi-
le it persues / Things unattempted yet in Prose or
Rime» (I, vv 12-16)78.
(iii) Por último, en el primer verso de Zone de Apollinai-
re — Bergère ô tour Eiffel le troupeau des ponts bêle
ce matin [Pastora, oh Torre Eiffel el rebaño de los
puentes bala esta mañana]—, se trata todavía del
mismo «estilo» humilde o moderado que es evocado
mediante palabras señalizadoras (pastora, rebaño,
bala) y luego rechazado en el verso siguiente: Tu en
as assez de vivre dans l’Antiquitè grecque et romaine
[Tú estás harta de vivir en la Antigüedad griega y ro-
mana]. En los dos casos, la definición de la posición
genérica procede por medio de una denegación ini-
cial que lleva a Apollinaire al lirismo de una visión, la
de una especie de parusía aeronáutica de un sublime
modernista opuesto a todo bucolismo (cf. el autor,
1989, II, cap. V).

Estas tres denegaciones iniciales confirman una jerarquía


de los géneros poéticos y novelescos y, con mayor razón, la de
los tonos o de los «estilos», como se decía en otros tiempos.
La elección de un tono se marca al inicio por la alusión dene-
gatoria de un tono superior o inferior. Además, ese carácter
oblicuo de la declaración evoca también la modestia prescrita
al autor de la invocación, en el momento mismo en que se
coloca bajo una protección divina —o papal en el caso de
Apollinaire.
Cuando, al contrario, el autor confunde los índices de gé-
nero o se niega a darlos, la lectura puede tomar un giro angus-

78
«Allí invoco tu ayuda para mi azaroso Canto: no es de un vuelo tem-
plado que quiere tomar su libre curso por encima de los montes de Aonia,
mientras que persigue las cosas que no han sido jamás tentadas todavía ni
en prosa ni en verso» (trad. Chateaubriand).

[330]

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tioso o humorístico. Por ejemplo, el lector —o, al menos, el
«modelo de lector»— es sorprendido al enterarse, en el octavo
capítulo del Quijote, que está leyendo una dudosa traducción
del árabe; su perplejidad se acrecienta todavía más en el se-
gundo libro, cuando se percata que los propios personajes han
leído ya el primero. Si le place quedar desconcertado, helo ahí
ya en la modernidad.

7. GÉNEROS Y MEDIACIONES SIMBÓLICAS

Prolonguemos, finalmente, el tema antropológico que in-


trodujo este capítulo. Los géneros parecen participar de dos
mediaciones complementarias: tanto la mediación simbóli-
ca que articula lo individual y lo social (cf. Clifford Geertz,
1972) como la mediación semiótica que separa lo físico y lo
representacional (el autor, 1996c).
La poética generalizada comprende en su conjunto la me-
diación simbólica; el género comparte, a la vez, el carácter
público de la acción individual socializada y la norma social
donde ella se ubica. Utilizar los géneros idiosincrásicos no
implica pertenecer aún a la sociedad, como el niño que apren-
de a hablar, o ser rechazado por ella, como el alienado. Las
performances semióticas son sancionadas como convenientes
o no, ya se trate de escribir informes sobre cierta actividad o
de danzar el paso doble en función de su conformidad con las
normas de género.
En todo tiempo y lugar, la miscelánea de los géneros ha
sido sospechosa de ser moralmente reprensible, signo de du-
plicidad o de confusión, incluso de subversión, y las obras
perdurablemente subversivas son, en general, reputadas incla-
sificables. Así, tal vez la novela era considerada como inmo-
ral79, no solo porque ciertamente hablaba de amor sino por-
que su estructura rapsódica le permitía subvertir las normas,
incluyendo las suyas.
Sin pretender que solo haya leyes de género, no obstante
este persiste como la instancia mayor de actualización y de
normalización de la lengua. Las reglas lingüísticas no depen-
den directamente de situaciones sociales o políticas determi-
nadas, pero las normas de los géneros pueden adecuarse a

79
Se prohibía a las jovencitas.

[331]

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ellas, o las adecuan, por diversas mediaciones. Su estudio,
unido al de las otras normas, puede dar cuenta de la incidencia
de lo social sobre el uso y, de esta manera, sobre la lengua.
Así como las normas sociales constituyen el fondo que
permite comprender las acciones individuales, el estudio del
género permite percibir complementariamente la singularidad
de los textos. Si, por las posiciones enunciativas e interpreta-
tivas que codifican, los géneros diseñan «en bajorrelieve» la
persona como conjunto de funciones sociales, la personalidad
se afirma e incluso se constituye por el uso singular de los
géneros80. De este modo, el aprendizaje de los géneros podría
ser considerado como el lugar semiótico en que se instaura la
intersubjetividad en cuanto ella es mediatizada por la Ley.
En sus escritos pedagógicos, Schleiermacher captó per-
fectamente lo que se ventila en el aprendizaje de los géne-
ros. Si aprender es abandonar los géneros idiosincrásicos, «el
lenguaje pese a todo es algo que se comparte en común por
la mediación de la comunidad, y [los niños] abandonan rápida-
mente sus invenciones lingüísticas para integrarse en la vida
de la lengua común» (1876, pág. 231; trad. Berner, 1995,
pág. 207). En práctica y muy especialmente en didáctica, la
teoría de los géneros encuentra así perspectivas prometedoras,
puesto que la lengua solo se produce y se percibe a través de
los géneros.

80
Entre el sociologismo de Bajtín y el individualismo de Wittgenstein,
hay que volver a la historia de la dialógica: Schleiermacher, Feuerbach,
Kierkegaard, Stirner. Ella ha sido pasablemente oscurecida por los debates
entre Apel y Habermas, y no se ha tenido en cuenta que la dialógica de
Bajtín es una recuperación tardía de los principales temas de la dialéctica
de Schleiermacher.

[332]

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EPÍLOGO

Textos y ciencias de la cultura


Solo una disciplina de la interdisciplinaridad puede
convenir a la interpretación de los fenómenos humanos.
G. AGAMBEN, Stanze, 1988, pág. 149 n. 26.

El desafío.— Las ciencias sociales se encuentran en un


viraje decisivo: el sociologismo desprendido de ciertas formas
perimidas del marxismo ya no puede proponerles o imponer-
les más un lenguaje común; ellas están expuestas a las tenta-
tivas de reducción provenientes de las neurociencias y de las
ciencias cognitivas; por último, la tecnologización creciente
de la investigación científica solo permite subvencionar los
programas capaces de culminar verdaderamente en patentes.
Sin embargo, a medida que el desafecto e incluso la sospe-
cha respecto de las ciencias «duras» toman un sesgo agravado,
las ciencias sociales son objeto, desde hace una quincena de
años, de solicitudes apremiantes, a menudo formuladas tor-
pemente, concernientes al Sentido1. Ellas tienen motivos para

1
En contrapartida a esa renovación de interés, ellas son objeto de
ataques repetidos aunque no siempre nuevos, como lo comprueba el caso
Sokal. [Referencia a la denuncia que hicieron los físicos Alan Sokal y Jean
Bricmont en el libro Impostures intellectuelles [Imposturas intelectuales],
París: Ed. Odile Jacob, 1997, donde expusieron la mala utilización que ha-

[333]

Artes y ciencias del texto.indb 333 15/12/11 11:45:00


responder, pues han acumulado conocimientos sin precedente
sobre la diversidad de las lenguas y de las sociedades huma-
nas; el esfuerzo, también sin precedente, de inventario y con-
servación del patrimonio cultural a escala mundial requiere
actualmente de una reflexión teórica para pensar la diversidad
de ese patrimonio en el tiempo y en el espacio. Helas aquí en-
frentadas al desafío de revalorizar la diversidad cultural para
evitar que esta se siga reduciendo. Sin oponer un relativismo
friolero a un universalismo dogmático, ello lleva a afirmar la
autonomía y la especificidad de la esfera cultural y a proseguir,
en la dirección trazada especialmente por Cassirer, la empresa
de una filosofía de las formas simbólicas. Ella delimita los
contornos de una semiótica de las culturas y confía discernir
un proyecto refundador para las ciencias sociales, víctimas
todavía de diversas ideologías2.

cen algunos filósofos, psicoanalistas y teóricos de las ciencias sociales de


teorías o conclusiones de las ciencias «duras» (física, matemática, etc.).
Allí los autores dedican sendos capítulos a Lacan, Baudrillard, Kristeva,
Virilio, etc. Por ejemplo, entre las más comentadas, estaba la afirmación de
Lacan de que el órgano eréctil es igualable a la raíz cuadrada de (- 1), lo
cual, juzgado desde el punto de vista de las matemáticas, carece de sentido.
Pero con mucha anterioridad [Correspondances sémiotiques No. 0, junio
de 1984, pág. 3] F. Rastier en una nota criticaba ya el postulado de Julia
Kristeva, «la joya, la piedra preciosa, es vista, interpretada como el revés
de la analidad»]. [T.]
2
En una conferencia en la Universidad de Todos los Saberes, titulada
Les humanités ou la critique de la spécialisation [Las humanidades o la
crítica de la especialización], Marc Fumaroli afirmaba, respecto del mar-
xismo definido como «la primera de las ciencias humanas»: «El desmentido
infligido al marxismo hizo vacilar directamente la credibilidad de todas las
otras “ciencias humanas” aparecidas bajo sus pasos o refundidas con su
ejemplo […]. Ni el estructuralismo, fundado en una lingüística que reveló
rápidamente sus límites, ni la historia de las mentalidades impersonales,
hoy desactivada y dividida contra ella misma, ni la antropología, también
dispersada en especialidades que no tienen más la osadía de proyectar vastas
generalizaciones, para no decir nada de la sociología, no se han librado de la
sospecha que roe el concepto mismo de “ciencia” aplicado a lo extraño radi-
cal del ser humano concreto» (Le Monde, 21 de noviembre 2000, pág. 16).
Se precisa, pues, una inspiración grande y bella para creer que las ciencias
humanas son políticamente sospechosas. Esta certeza fue, desgraciadamen-
te, compartida no hace mucho por todos los regímenes totalitarios, entre los
que se cuenta aquellos que preconizaban el socialismo real, que se afanaron
por prohibirlas o reducirlas bajo el pretexto de que habrían sido ciencias
burguesas —o bolchevizadas. Y, sin embargo, según Fumaroli, ellas se en-
contrarían en el origen de las masacres que ensangrentaron el siglo que

[334]

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La cuestión del texto y de su interpretación permitió pre-
cisar ese proyecto. Por un lado, la complejidad de los textos
indica la insuficiencia de las nociones ordinarias de código,
de sistema de signos, de comunicación, etc. e incita a una
reflexión sobre las prácticas sociales en que son producidos
e interpretados. De otro lado, su sentido depende de la inter-
pretación, de la contextualización interna por la investigación
de pasajes paralelos y la vinculación con otros textos en el
seno de un corpus; invita, así, a pensar una teoría general de
la interpretación de los objetos culturales.

La paradójica objetividad del sentido.— La obra


ejemplar de los grandes filólogos, como Spitzer, Auerbach
o Bollack muestra la fecundidad del proyecto de unificar la
hermenéutica y la filología. Como el sentido de los textos no
les es inmanente, para establecerlo hay que tener presente su
carácter de formaciones culturales. Varias disciplinas partici-
pan por vocación y derecho, sino de hecho, en esta empresa
federativa.
Sin embargo, la lingüística y el conjunto de las ciencias
sociales titubean desde su formación entre los modelos de las
ciencias de la naturaleza, de las ciencias de la vida y de las
ciencias lógico-formales; todos los proyectos reduccionistas
se apoyan en ese titubeo, del cual importa salir precisando
el modo propio de objetividad crítica del objeto cultural y
las formas de su temporalidad. La federación de las ciencias
de la cultura solicita, además, una concepción común de la
objetividad.
Se sabe que la experiencia ingenua varía sin cesar de-
pendiendo de quien la realiza y que el método experimental
pretende eliminar esas variaciones. El positivismo trató de re-
ducirlas, aunque solo sea dejándolas de lado, pero sin éxito, ya
que siempre queda un resto que no se puede eliminar. Incluso

acabamos de pasar. Si no se puede dejar de estigmatizar las «carnicerías y


los desastres», nuestro erudito profesor, ¿tiene suficiente fundamento como
para ponerlas a cuenta de un «pedantismo megalómano»? Los pedantes, les
digo, son la causa de todos los males de la humanidad… y de las humanida-
des. Por qué no tomarse libertades con la historia; después de todo, no es
más que una ciencia humana… En cuanto al nombre de las humanidades,
se repite que el hombre es inefable y no podría devenir objeto de ciencia; se
vilipendia repetidamente a las ciencias humanas en nombre del Sujeto —de
hecho, del Ego. ¿No se arriesga con ello cierta superstición narcisista?

[335]

Artes y ciencias del texto.indb 335 15/12/11 11:45:00


en las ciencias de la naturaleza, en física cuántica por ejemplo,
la situación del observador forma parte de la situación expe-
rimental; Ferdinand Gonseth y luego Gilles Cohen-Tannoudji
han utilizado con ese propósito la imagen del horizonte: efec-
tivamente, el horizonte pertenece a nuestro campo de visión
que él mismo parece limitar. Lo real objetivo no existe menos
como conjunto de conjeturas: en un lenguaje unitario es eso
sobre lo cual trazamos nuestro horizonte; y en un lenguaje
infinitario lo real objetivo se constituye con todos los hori-
zontes posibles. Esta situación es la suerte común de todas
las ciencias, su mínimo hermenéutico. Pero si en las ciencias
de la naturaleza, al menos las ciencias físicas, la situación del
observador es determinada por sus coordenadas también físi-
cas, localizables en el espacio-tiempo, en las ciencias sociales
el espacio es mediatizado por la cultura y el tiempo físico por
la historia y la tradición. La situación espacio-temporal del
observador es así redoblada por la situación histórico-cultural
del intérprete. Ahora bien, el lingüista no es solamente un
observador sino también un intérprete. La crítica filológica
desempeña, de alguna manera, la función del método expe-
rimental, no para eliminar ilusoriamente toda subjetividad
sino para jerarquizar las subjetividades. La objetividad de las
ciencias de la cultura se constituye, entonces, mediante el re-
conocimiento crítico de su parte de subjetividad3.
Al decir que el sentido del texto es inmanente no al texto
sino a la práctica de interpretación, reconocemos que cada
lectura, «sapiencial» o no, traza un recorrido interpretativo
que corresponde al horizonte del lector. La semántica de los
textos propone una descripción de los recorridos interpreta-

3
Veamos esta reflexión de Szondi respecto de la filología, pero que con-
viene a toda ciencia social tentada por el modelo de las ciencias de la natu-
raleza: «Desde que ella trata de poner entre paréntesis al sujeto cognoscente
en nombre de una pretendida objetividad, corre el peligro de desnaturalizar,
recurriendo a métodos inapropiados, los hechos impregnados de subjetivi-
dad, sin ser capaz de percibir su error» (1981, pág. 15).
Otro aspecto de la distancia crítica, la ironía, es muy mal comprendido e
importa rehabilitarlo: «Que la ironía romántica, con los Schlegel justamen-
te, haya podido promover una actitud auténticamente filológica y científica
(con, en especial, el impulso determinante dado a la lingüística indoeuro-
pea), es un fenómeno que no se ha interrogado suficientemente en la pers-
pectiva de una fundación crítica de las ciencias humanas» (Agamben, 1998,
pág. 9). La ironía distingue, sin duda, los sabios —de que carecemos— de
los científicos ordinarios.

[336]

Artes y ciencias del texto.indb 336 15/12/11 11:45:00


tivos: el sentido actual del texto es solo una de sus actualiza-
ciones posibles, mientras que el sentido «completo» estaría
constituido por el conjunto de las actualizaciones, en otras
palabras, por el conjunto de los horizontes posibles. El sen-
tido de un texto solo es clausurable por la interrupción de
sus lecturas que, entonces, pertenecen al pasado; se despide,
así, de la tradición y de la vida, y esta clausura testifica antes
un cierre que una plenitud, pues un libro cerrado ya no tiene
sentido. Al contrario, los textos que son releídos conservan
un sentido abierto. Su sentido tiene una historia viva, la de su
tradición interpretativa, serie no cerrada de reescrituras que
son otras tantas nuevas lecturas; ellas dependen de la práctica
en que se colocan, obedeciendo a objetivos éticos, estéticos o
cognitivos. No obstante, el placer, el deber y la voluntad de
saber son insaciables. Sobre este punto crucial, una semántica
de los textos puede distinguir entre las estructuras cerradas,
que agotan la lectura, y las estructuras abiertas, que permiten
al lector transformar el equívoco en infinito.
Discernir la especificidad de las ciencias de la cultura per-
mite, además, dejar atrás la dudosa distinción entre «ciencias
humanas» y «ciencias sociales», tal vez eco lejano de los cadu-
cos combates entre el humanismo y el marxismo.
Su riqueza reside en dos diversidades: la de las culturas,
que las hace moverse en los tiempos y los espacios diferencia-
dos y, para cada objeto cultural, la multiplicidad de los pará-
metros no reproducibles, que impiden toda experimentación
en sentido estricto y descartan, al mismo tiempo, el modelo de
las ciencias físicas. Los hechos humanos y sociales, promovi-
dos incluso al rango de hechos observables, son producto de
construcciones interpretativas.
Las ciencias de la cultura tienen así por vocación dar cuen-
ta del carácter semiótico del universo humano. Para conocer
lo humano por el hombre esas ciencias deben reconocer la
parte que él ocupa en dicho conocimiento, no solo como des-
tinatario crítico de «resultados» sino como actor dotado de
afectos y de responsabilidad.

Proyecto antropológico y caracterización.— En un


escrito de juventud, Humboldt trazaba este programa: «Hay
que estudiar el carácter de los sexos, las edades, los tem-
peramentos, las naciones, etc., con el mismo cuidado que
las ciencias naturales estudian las razas y las variedades del
mundo animal. Aunque propiamente hablando no se trate

[337]

Artes y ciencias del texto.indb 337 15/12/11 11:45:00


de saber cuán diverso puede ser el hombre, hay que hacer
como si se tratase de determinar cuán diverso es, de he-
cho, el hombre individual»4. El programa antropológico
de Humboldt distinguió tres etapas sucesivas: caracterizar
la diferencia sexual, luego la diferencia nacional, por último,
la diferencia lingüística, lo que lo llevó a consagrarse, de
1819 a su muerte, a la lingüística comparada. Mientras que,
lamentablemente según algunos, el número de los sexos es
muy restringido, las naciones se cuentan por centenas y las
lenguas por millares. Pero su diversidad no se detiene allí y
Humboldt los considera en su diversidad interna, hasta tra-
tar sus usos individuales. Así, su programa antropológico va
de la humanidad al individuo y culmina reconociendo tantas
lenguas como hombres.
Hasta entonces solo Montaigne había esbozado una antro-
pología de la diversidad, en forma por lo demás radical, sin
pretensión científica; ella encontró en Humboldt sus funda-
mentos epistemológios y no solamente éticos. Mientras que la
filosofía del lenguaje es universalizante, la caracterización de
las lenguas supone que la lingüística alcance el estado idiográ-
fico y pueda, entonces, superar el estado nomotético; incluso
si, a diferencia de los fenómenos físicos, reconoce en las leyes
lingüísticas una generalización de los fenómenos singulares y
no repetibles5.
De esta manera, el programa de caracterización reviste
un gran alcance epistemológico y Humboldt anota: «En el
mundo inorgánico no hay individualidad que podría ser con-
siderada como un ser existente en sí y en el mundo orgánico
las ciencias no descienden nunca hasta el individuo» (GS, VI,
pág. 150; Trabant, 1999, pág. 129). En este sentido, el pro-
ceso de caracterización es definitorio de las ciencias de la
cultura. Correlativamente, la unicidad del objeto que culmina
en la obra de arte no reproducible puede convertirse en ca-
racterística del objeto cultural. Por último, la caracterización
es un proceso progresivo e indefinido que puede extenderse
a las partes del objeto y llegar a mostrar, por ejemplo en el

4
Plan d’une anthropologie comparée [Plan de una antropología com-
parada], GS, I, pág. 390.
5
Transponiendo una distinción husserliana, se puede sugerir que las
ciencias exactas son nomotéticas y que las ciencias rigurosas son idiográfi-
cas. Las ciencias de la cultura son rigurosas en la medida en que ponen de
manifiesto la exigencia crítica.

[338]

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estudio de un texto, por qué tal palabra en tal contexto es un
hápax6.
El alcance de esta epistemología de la diversidad nos pare-
ce considerable. ¿Cómo transformar en punto de vista de la
diversidad los postulados tradicionalmente universalistas de
la gnoseología y de la epistemología?7 Hasta la constitución
de la lingüística general, la diversidad de las lenguas e incluso
sus parentescos eran conocidos pero no eran objeto de un
programa de comparación, ya que se contentaban con redu-
cirla a los principios racionales comunes expresados por las
gramáticas generales que aspiran a lo universal. Ella solo se
convirtió en problema científico a partir del momento en que
se pudo salir de lo universal y en que su contingencia pudo
devenir significativa8.
La medida de la diversidad de las culturas siguió el mismo
camino que la percepción de la diversidad de las lenguas. De
hecho, el descubrimiento en este último cuarto de siglo de «cul-
turas» animales, especialmente en los primates, bajo la forma

6
El programa de caracterización se aplica así a las lenguas: «Dada una
estructura lingüística particular, el carácter es el efecto de las transformacio-
nes inducidas en el transcurso de la historia por los locutores en su uso de la
lengua y depositada en ella. En efecto, nada es fijo, los hábitos se inscriben
poco a poco en la lengua, no solo en el plano semántico y fonético sino en
la organización sintáctica misma. Las lenguas no han sido dadas de una vez
por todas pues pueden emerger nuevas y otras, desaparecer. (…) El carácter
de una lengua es así el precipitado de los actos de discurso, en la medida
que se asentaron en la lengua. A este respecto, la lingüística humboldtiana
se interesa por las performances individuales de los locutores, cuyas innova-
ciones son registradas por la literatura. (…) El concepto de ‘carácter’, en el
sentido preciso empleado por Humboldt, permite, de este modo, articular las
aproximaciones sincrónicas y diacrónicas del lenguaje. Aplicado a las obras,
permite enfocar el desarrollo de una lingüística textual al integrar, en su cam-
po, las realizaciones singulares del discurso» (Thouard, 2000a, pág. 170).
7
Desde el redescubrimiento en el siglo XIII de los Analíticos segundos,
la tesis aristotélica de que solo hay ciencia de lo general ha sido interpretada
como un principio de universalidad.
8
Las gramáticas universales que rivalizaron en el transcurso del siglo
XX continuaron el programa medieval y clásico (por ejemplo, Chomsky rei-
vindicándose de Port-Royal): de hecho, su objetivo no es caracterizar la
diversidad de las lenguas. Al presentar el programa minimalista chomskya-
no, Pollock escribe, por ejemplo: «Las lenguas nacionales como el francés,
el chino y el italiano no incumben directamente a la lingüística: en efecto,
no son realidades psicológicas/neurofisiológicas individuales sino entidades
históricas, políticas y sociológicas, como las naciones que a veces les corres-
ponden» (1997, pág. 11).

[339]

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elemental de transmisión de hábitos adquiridos, sugiere que la
innovación y su transmisión no son suficientes para definir
la especificidad de las culturas humanas; la diversificación
de las prácticas técnicas y semióticas las distingue de las cultu-
ras animales, lo cual eleva la caracterización progresiva al rango
de programa unificador para las ciencias de la cultura.
Sin volver al debate entre Herder y Kant, recordemos el
planteamiento intelectual de tomar por objeto la diversidad
cultural. Como según Kant la Razón se desarrolla plenamente
en la especie y no en el individuo, la diversidad no es esencial
desde el punto de vista de la Razón; de ahí el universalismo
y el cosmopolitismo que se deriva de ello9. Pero el concepto
de cosmopolitismo debe ser reelaborado para limitar el uni-
versalismo que alentó su vigencia. La perspectiva semiótica
puede, en efecto, separarse de la filosofía trascendental «re-
emplazando», incluso como condición del conocimiento, la
Razón por las culturas y restituyendo a la descripción de los
objetos culturales el carácter crítico que la filosofía kantiana
se había prestado de la filología. Si la Razón puede ser pura,
una cultura no lo es nunca, ya que es producto de su historia.
Comparar las culturas y las lenguas equivale a pasar de lo
universal a lo general, pero también de la identidad postulada
a la equivalencia conquistada, de lo universal a lo mundial.
Persiguiendo un objetivo de caracterización, una semiótica
de las culturas debe, pues, ser diferencial y comparada, puesto
que una cultura solo puede ser comprendida desde un punto
de vista cosmopolita o intercultural; efectivamente, para cada
una, el conjunto de las otras culturas contemporáneas y pasa-
das desempeña el rol de corpus. De hecho, una cultura no es
una totalidad ya que se forma, evoluciona y desaparece en el
intercambio y conflicto con las otras.
La lingüística histórica y comparada ha adquirido en ese
punto una experiencia a elaborar y transmitir. Lo que se pos-
tula es importante: ¿cómo reconstruir el concepto de huma-
nidad más allá de la teología dogmática y de la biología que
rivalizan en cuanto determinismo? ¿Cómo concebir la huma-
nidad a partir de las humanidades, comprendiendo en ello
especialmente a las ciencias sociales?

9
Cf. Idée d’une histoire universelle d’un point de vue cosmopolitique
[Idea de una historia universal desde un punto de vista cosmopolítico], 1784
(trad. fr. L. Ferry, Oeuvres, Gallimard, Bibliothèque de la Pléiade, t. II).

[340]

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Mediaciones.— El lugar del mundo semiótico, en posición
mediatriz en el hombre entre el mundo físico y el mundo de las
(re)presentaciones, determina la función epistemológica de la
semiótica misma. Hemos tomado partido por una semiótica
de las culturas y no por las semióticas universales o transe-
mióticas, una suerte de filosofías del sentido olvidadizas de su
dimensión reflexiva.
Algunas precisiones terminológicas se imponen aquí.
Hemos utilizado dos expresiones, ciencias de la cultura y
semiótica de las culturas, ninguna de las cuales conviene per-
fectamente a nuestro propósito: mientras que la primera ha
sido prestada de Cassirer (1991[1936-1939]), la segunda re-
mite implícitamente a la escuela de Tartu. La permuta de los
plurales que subraya su yuxtaposición permite plantear dos
preguntas: ¿una o varias ciencias? ¿la cultura o las culturas?
Para Cassirer, ciencias de la cultura se opone implícitamen-
te a ciencias de la naturaleza, y esta oposición se superpone
a la que Dilthey trazó entre las ciencias del espíritu (Geis-
teswissenschaften) y las ciencias de la naturaleza (Naturwis-
senchaften); sin embargo, Cassirer transpone implícitamente
como cultura el espíritu de Dilthey. La reflexión gana, ya que,
incluso si la lengua alemana distingue lo intelectual, geistig, y
lo espiritual, geistlich, el término forjado por Dilthey es prue-
ba de un espiritualismo individualizante que no podía verda-
deramente ayudar a federar un campo científico.
Al contrario, reduciendo las culturas a las superestructuras
si no inesenciales al menos no determinantes, el marxismo
trató de regir las ciencias sociales pero no hizo nada por uni-
ficarlas, a pesar de haberles otorgado una referencia «mate-
rialista» imperativa.
Si el término ciencias del espíritu es muy vago y muy vasto,
el término ciencias sociales parece, por su parte, demasiado
restrictivo desde que se describió la complejidad de las socie-
dades animales. Es precisamente la cultura y la diversificación
de las culturas lo que distingue a las sociedades humanas.
Entre la falsa unidad diltheyana y la instrumentalización
marxista, queda por elaborarse una concepción crítica. Sin
duda la semiótica puede contribuir a ello; pero, la semiótica
de las culturas contemporánea, ¿tiene la capacidad de hacer-
lo? Para la escuela de Tartu, la expresión semiótica de las
culturas (o de la cultura) viene, a no dudarlo, de los estudios
literarios que fue el dominio de Iouri Lotman, su principal ani-
mador. Sin embargo, esta semiótica de las culturas, convertida

[341]

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en culturología, reemplazó en los cursos de enseñanza rusos
al Diamat (por materialismo dialéctico) manteniendo, por lo
general, los mismos profesores. Ella parece estar tentada, a
veces, de reemplazar la dialéctica de clases antagonistas por
la de culturas antagonistas, lo que no procedería sin ciertos
desvíos nacionalistas. Las mentalidades estarían formadas por
la lengua y la nación; por lo tanto, un no ruso no podría, de
hecho, comprender un texto ruso —lo que recuerda ciertas
tesis de Heidegger sobre el Grund, fondo de pertenencia na-
cional y tradicional que condicionaría toda comprensión. Ade-
más, cada cultura parece estar presentada como una mónada
asediada que, en relación a las otras, solo tendría sobrestima
o repulsa según su «grado de desarrollo». Esta ambivalencia,
aunque frecuente en la historia intelectual rusa, no podría ser
elevada al rango de definición de la cultura.
La expresión semiótica de las culturas, ¿remite a una sola
ciencia o a varias? En el primer caso, se inclinará hacia una an-
tropología filosófica, por ejemplo, la de Cassirer en su Essai sur
l’homme [Ensayo sobre el hombre]10: un campo de reflexión
como este, muy necesario, evidentemente no debe pretender
ser una ciencia. En el segundo caso, se tratará de restituir la
unidad de las ciencias humanas y la reflexión sobre lo semiótico
en tanto dominio científico, antes que sobre la semiótica como
ciencia. En efecto, la omnipresencia de los signos hace, por así
decirlo, imposible la constitución de la semiótica como disci-
plina. Especialmente una semiótica de las culturas, ¿no sería
una ciencia de las ciencias? Antes que una disciplina, es este un
proyecto intelectual: redefinir la especificidad de las ciencias
humanas y sociales, pues las culturas comprenden la totalidad
de los hechos humanos, hasta la formación de los sujetos. Sin
embargo, es difícil concebirlas, por falta precisamente de un
punto de vista semiótico sobre la cultura. En otras palabras, es
el reconocimiento de la especificidad y de la autonomía relativa
del mundo semiótico lo que permite delimitar el campo de las
ciencias de la cultura y de terminar con el dualismo tradicional
que ordena la división propuesta por Dilthey.
El proyecto saussuriano de una semiología nace de la volun-
tad de definir el orden científico al que pertenece la lingüística:

10
El título de esta obra de Cassirer escrita originalmente en inglés es An
essay on man; la traducción alemana lleva por título Was ist der Mensch?
y la española Antropología filosófica. [T.]

[342]

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«Se ha discutido por saber si la lingüística pertenecía al orden
de las ciencias naturales o de las ciencias históricas. Ella no
pertenece a ninguna de las dos, sino a un compartimiento de
las ciencias que, si no existe, debería existir con la palabra se-
miología (…), el sistema semiológico ‘lengua’ es el único (…)
que debió enfrentar esta prueba de encontrarse en presencia
del Tiempo, que no se haya fundado simplemente de vecino
a vecino por consentimiento mutuo sino también de padre a
hijo por el imperativo de la tradición, y al azar de lo que su-
cedería a esta tradición, algo no experimentado fuera de ella,
no conocido ni descrito» (1974, II, pág. 47). Si aquí está claro
que la semiótica es concebida como un compartimiento de las
ciencias y no como una disciplina demás, la noción de tiempo
tradicional, distinguido de hecho del tiempo histórico, merece
gran atención. Las performances semióticas se manifiestan en
el tiempo de la tradición, forma de temporalidad propia de
los objetos culturales que no se confunde ni con el tiempo
físico ni con el tiempo de la historia11. Si las ciencias naturales
se satisfacen con el tiempo darwiniano de la evolución, las
ciencias de la cultura se mueven en un tiempo lamarkiano,
hecho de tradiciones y de rupturas. Ese tiempo tradicional
no obedece a las métricas del tiempo histórico: ni regular, ni
conexo, ni determinista, da acceso a las retrospecciones, las
anticipaciones, pone en contacto los contemporáneos con los
antiguos, los próximos con los extraños. La hermenéutica y la
filología nos permiten, juntas, acercar ese tiempo interno del
mundo semiótico.
Entre tiempo físico y tiempo tradicional, el tiempo histórico
ocupa una posición doblemente intermediaria: a la vez tiempo
externo del acoplamiento de las sociedades con su entorno y
tiempo interno de su autorreflexión, en que dichas sociedades
eligen lo que constituye un acontecimiento para ellas.
Las formulaciones del proyecto de la semiótica de las cul-
turas se encuentran dispersas en diversos autores, y no se ha
constituido como disciplina autónoma. En efecto, la semiótica
mantiene una vocación epistemológica: federar las ciencias de
la cultura en torno de los conceptos de lenguaje y de interpre-

11
Es preciso releer aquí estas palabras de Saussure: «Constatamos
inmediatamente la plena insignificancia de un punto de vista que parte
de la relación entre una idea y un signo fuera del tiempo, fuera de la trans-
misión, relación que, ella sola, nos enseña, experimentalmente, lo que vale
el signo» (1968, I, pág. 273).

[343]

Artes y ciencias del texto.indb 343 15/12/11 11:45:00


tación, desplazar la oposición metafísica entre el sujeto y el
objeto en una distinción relativa entre la interpretación y
el signo12, restituir la complejidad radical de los textos y otras
performances semióticas sin tratar de unificarlas en una totali-
dad. Como una totalidad se define por la unidad en sí, no tiene
verdaderamente sentido, ya que el sentido está constituido con
diferencias irreductibles, reconocidas, instituidas y calificadas
por los recorridos interpretativos. La semiótica de las culturas
se encuentra, está entendido, ante la necesidad constitutiva de
romper con las ontologías, tanto la de las ciencias de la natura-
leza como la de las ciencias lógico-formales.
Ella da acceso así, por una parte, a la etnología de las cien-
cias humanas y, por la otra, a una filosofía de las formas sim-
bólicas. Frente a los programas reduccionistas que amenazan
al conjunto de las ciencias de la cultura, su desarrollo es un
planteamiento para los años por venir: de un lado, la semiótica
de las culturas parece ser la única perspectiva global suscep-
tible de oponerse al imperativo computacional que ha hipo-
tecado la problemática y los resultados de las investigaciones
cognitivas. De otro lado, comprender la mediación semiótica
es indispensable para describir los factores culturales en la
cognición, hasta ahora gravemente desestimados. Para cultu-
rizar las ciencias cognitivas se precisará, además, reconocer el
carácter culturalmente localizado de toda actividad de conoci-
miento, comprendiendo allí la actividad científica.
Lo cultural se identifica aquí con lo humano, ya que la
mediación semiótica, característica de la cognición humana,
sin duda la define como tal. Se funda, de esta manera, el es-
pacio de una reflexión sobre la génesis de las culturas, evi-
dentemente vinculada con la filogénesis pero escapando
a las descripciones de tipo neo-darwiniano. La distinción de
las formas simbólicas, la diversificación de las lenguas, la
de las prácticas sociales, la de las artes, todos esos procesos
persiguen la hominización por la humanización, pero requie-
ren su autonomía respecto del tiempo de la especie, y con-
dicionan la formación del tiempo histórico sin, no obstante,
dejarse adaptar a sus rápidas escansiones.

12
El signo es una interpretación objetivada y estabilizada en su pretexto
significante.

[344]

Artes y ciencias del texto.indb 344 15/12/11 11:45:00


COLOFÓN A LA EDICIÓN ESPAÑOLA (2012)

Encantadores novelescos
La lectura del Quijote rectifica continuamente
lo que le sucedería a Don Quijote si se le dejara
correr sin valerse de Cervantes.
FERDINAND DE SAUSSURE, Leg., pág. 193.

Who sayes that fictions onely and false hair


Becomes a verse? Is there in truth no beauty?
GEORGE HERBERT, Jordan (I, v. 1-2).

Este libro no tiene remate, ya que el proyecto presentado


en la Introducción es, sin duda, demasiado vasto. A un colo-
fón solo le cabe plantear una coherencia retrospectiva, pero
cuando Enrique Ballón Aguirre me sugirió amablemente desa-
rrollar una referencia alusiva al Quijote en el último capítulo
y, en él, al episodio del cura donde opina sobre las novelas,
aproveché la ocasión para comentar algunos temas como los
de la narración, la impresión referencial y la responsabilidad
histórica. Aunque cada uno de estos tres temas merece otros
tantos volúmenes, dejaré lo gravoso del tratado a cambio de la
excesiva rapidez del ensayo. Este colofón será, así, un adiós a
tres ilusiones que todavía perturban los debates sobre la litera-
tura: el dominio transparente del autor, la referencia del texto

[345]

Artes y ciencias del texto.indb 345 15/12/11 11:45:00


a los mundos posibles y la libertad artística como inhibición
de la responsabilidad histórica del autor y del lector.
A no dudarlo, las ciencias del texto nacieron —con la
filología y la hermenéutica— del comentario a la epopeya,
cuando los bibliotecarios de Alejandría trataron de estable-
cer el corpus homérico. Ahora bien, la epopeya, de la que los
libros de caballería fueron tan solo un avatar tardío, no tiene
ni comienzo ni fin propiamente dichos; tan es así, que los
personajes principales pueden sucederse o volverse secunda-
rios y, en esas renovaciones incesantes, la cuestión misma se
convierte en heroína, pues sugiere y permite mil prolongacio-
nes. Esto es precisamente lo que reprochaba el canónigo de
Toledo a las novelas de caballería, en su discusión literaria
con el cura ante el Ingenioso Hidalgo «enjaulado y aprisio-
nado» (I, XLVII, pág. 486)1.
Parece que las ciencias del texto, como las epopeyas que
ellas comentan, tampoco tienen inicio ni cabo y es por eso
que son auténticamente saussurianas (la reflexión de Saussure
fue marcada por sus estudios de corpus épicos, especialmente
los Nibelungen). La epistemología que las funda, formulada
por Saussure, en sí misma no tiene nada de axiomática y no
pretende encontrar ningún comienzo absoluto. De hecho, ella
señala una ruptura fundamental con la metafísica, siempre en
busca de axiomas, de postulados, de universales, de categorías
a priori.
El desafío al que debo responder me impele volver a la lite-
ratura pese a que, por su reflexión sobre el lenguaje, el Quijote
la aventaja. En todo caso, la literatura, por su actividad crítica,
esclarece también los textos no literarios. No es dable, por
lo demás, oponer simplemente los textos y las obras, menos
aún hacer de los textos un dominio de objetividad científica
como cuando, por ejemplo, se sugiere que la noción de obra
es estrictamente ideológica, tal cual lo hacen en Francia los
programas escolares vigentes al indicar que las obras son tex-
tos «percibidos como literarios».
Las ciencias de la cultura son ciencias de los valores sin
que de ello se colija que son normativas (de la misma mane-
ra que describir las interpretaciones no supone imponerlas).
Las ciencias del texto deben, entonces, esclarecer lo que da

1
«Y aprisionado»: y esposado. Las citas y remisiones al Quijote provie-
nen de la edición de la Real Academia Española (2004). [T.]

[346]

Artes y ciencias del texto.indb 346 15/12/11 11:45:00


valor a los textos2 y en qué condiciones algunos se convierten
en obras; las obras literarias no son, por consiguiente, sim-
ples productos de librería, aunque sean premiadas, porque
requieren ser interpretadas, exigen un distanciamiento crítico
y convocan a la colectividad de sus intérpretes.

El autor incierto.— Sobre todo después de la traducción


al español (que sucede a las versiones italiana, búlgara y árabe
de este libro), yo ya no soy más el único autor, pues Enrique
Ballón Aguirre me permitió mejorar el original. Tengo, ade-
más, el placer de reconocer que aquel fue compuesto en buena
parte por todos aquellos a quienes quise homenajear.
En el Quijote, como también espero suceda a este libro que
concluye, las figuras del autor y del lector se multiplican des-
pués del célebre capítulo en que el narrador descubre, en un
mercado de Toledo, el manuscrito árabe del Quijote (I, IX),
cuya traducción por un morisco se extiende hasta el fin de la
obra.
Desde Alonso Quijano hasta el enigmático autor árabe
Cide Hamete Benengeli, la duda se extiende sobre los narra-
dores, los personajes y la identidad del autor. Pues bien, una
magnitud lingual cualquiera —con mayor razón un texto— no
se reduce a un contenido y a una expresión que determinan su
tenor. El texto actualiza de facto dos instancias, el punto de
vista y la garantía: ambas determinan su alcance3. Por ende,
la multiplicación de los puntos de vista y la puesta en tela de
juicio de las garantías problematizan —a veces indefinidamen-
te— la trascendencia de un texto. En el discurso literario, muy
especialmente en la novela moderna que inaugura el Quijote,
la función crítica del género se manifiesta por la indetermina-
ción a priori del punto de vista y de la garantía.
El hecho de poner en duda el punto de vista nos aparta de
toda literatura edificante y, en primer lugar, de las novelas
de caballería. Cervantes lo enfatiza cuando uno de los perso-
najes del Quijote (el cura Pero Pérez) hace este comentario
de la Galatea: «Muchos años ha que es grande amigo mío ese
Cervantes, y sé que es más versado en desdichas que en ver-
sos. Su libro tiene algo de buena invención: propone algo, y no
concluye nada» (I, VI, pág. 68). Es precisamente esto lo que

2
Cf. el autor, 2011a y b.
3
Cf. el autor , 2011b.

[347]

Artes y ciencias del texto.indb 347 15/12/11 11:45:00


le reprocha Montherlant en su prefacio a la edición francesa:
«¡Vaya! […] ¡ni una simple frase de dos líneas para decir que,
sea lo que fuere, es Don Quijote quien tiene la razón y que
son los muchachos triunfantes que lo mantean los figurantes
confirmados de la vulgaridad y de la mediocridad!» (1962,
pág. 12). Aquí la conmovedora solidaridad de los mozalbetes
obstaculiza cualquier comprensión.
Por lo tanto, el Quijote contiene su propia poética. Como
cualquier personaje memorable, Alonso Quijano, el modesto
hidalgo convertido en Don Quijote y pronto en Caballero de
los Leones, vagabundea a la buena ventura por las llanuras
de La Mancha en busca de su autor como de los lectores, tal
cual la obra, al encuentro de su valor y de nuestro placer.
El protagonista es, frecuentemente, una figura del lector;
él, el protagonista, descubre su vida en el hilo del relato. Ya
Ulises había escuchado contar su propia historia en la corte de
los feacios, aun antes de que se le invitara a decir su nombre.
Don Quijote, lector supremo, no es más que un personaje
y su vida se vuelve libro. Desde el final de la primera parte,
encuentra a un canónigo de Toledo que leyó sus aventuras
antes que él mismo y que nosotros. Ese canónigo, que se había
ejercitado en redactar los versos heroicos de las novelas de
caballería, se enseñorea ahora como una representación de las
figuras del autor. En el debate literario que se alza en torno a
la jaula de Don Quijote, el cura adopta el punto de vista del
crítico mientras que el canónigo, más sutil, el del escritor. Si
bien lamenta que a menudo las novelas estén mal compuestas,
no las condena en bloque. Recordando las reglas (aristotéli-
cas) de la buena composición, el canónigo, ¿quiere convencer
al extravagante encerrado en una jaula rodante, empalizada
con barrotes que parecen tachaduras? Ciertamente el canó-
nigo admite que las figuras heroicas no carecen de encanto,
pero termina por comprometer a Don Quijote para que lea los
libros de historia.
¿Por qué a nuestros contemporáneos, los críticos a la ca-
beza, no les aprovecharía seguir ese consejo oportuno? Los
incansables intercambios de golpes que terminaron por des-
acreditar a las novelas de caballería, los volvemos a encon-
trar en los juegos de video, los shoot them up4 que, por lo

4
Jonathan Littell reproduce la visión subjetiva de esos juegos de matanza
indiscriminada en su descripción de la masacre de Babi Yar; cf. el autor, 2009.

[348]

Artes y ciencias del texto.indb 348 15/12/11 11:45:00


demás, recuperan la tópica de la heroic fantasy procedente de
lo que se conocía como los entretenimientos de Bretaña, los
de los Amadís y los Galos. Animadas por los encantadores de
lo virtual, esas peripecias repetitivas figuran la violencia con
un maniqueísmo aniñado y moralizante sin reposo. Mientras
los combates se perpetúan en las diversiones de masa (como
Worlds of Warcraft que convoca a millones de warriors), se
olvida de buena gana las masacres de la historia contempo-
ránea y, a cambio, se aprestan a preparar nuevos exterminios
con juegos de simulación militar como Modern Warfare o
Blackwater. Allí la impunidad general es favorecida por el
anonimato y la seudonimia.
¿Cómo hablar, entonces, de responsabilidad? Parece que
el escritor se ha vuelto todopoderoso y rehúsa cualquier res-
ponsabilidad, aun cuando revisa la historia, llama al asesinato
(Céline, Dantc) o atenta contra la memoria de los resistentes
y de las víctimas del exterminio (Littell, Haenel). Fuera de su
eventual figura mediática, un autor no encuentra, sin embargo,
otra identidad que su responsabilidad ética y secundariamente
jurídica. Su responsabilidad estética varía con sus obras; el
resto queda ignorado, conjeturable u ocioso.

La gran ilusión referencial.— Don Quijote padece una


locura que extrañamente se parece al cabal buen sentido
de los semantistas contemporáneos inspirados por la filoso-
fía del lenguaje. Él confía ciegamente en la teoría del lenguaje
que fue la escolástica de su tiempo (Suárez), la misma teo-
ría que se prolonga en la nuestra bajo una forma por lo gene-
ral simplificada y dogmática: las palabras remiten a las cosas
y su referencia es garantizada por una ontología5. Mediante
la filosofía del lenguaje, esta creencia encantadora transmite
a la narratología contemporánea la distinción capital —pero
errónea— entre ficción y no-ficción. Pues bien, ella no es so-
lamente compatible con una magia evocatoria sino que es el
fundamento mismo de toda magia, puesto que enlaza imagi-
nariamente dos órdenes inconexos de la realidad: las palabras
y las cosas. La referencia reúne esos dos principios: primero,
por medio de una relación de similitud, como es el caso de la

5
Impedidos de pormenorizar este tema con más detalles, nos permitimos
remitir al curioso lector a algunos estudios recientes sobre la ilusión referen-
cial, la verosimilitud y el ontologismo; cf. el autor, 2001, 2005b y d, 2008.

[349]

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representación e incluso el de la iconicidad; y, enseguida, gra-
cias a una relación de imposición ostensiva que sigue actuan-
do aun cuando el referente ha desaparecido (según Kripke, la
rigidez del nombre propio es un ejemplo notable)6.
Las teorías de la referencia ficticia tienen un desarrollo
considerable estos últimos decenios. En su versión cognitiva,
se apoyan en las nociones de escena y escenario (las imágenes
mentales son tratadas ciertamente en las mismas zonas que las
percepciones efectivas), mientras que en su versión más popu-
lar, ellas se sustentan en la noción informal de mundo posible,
no obstante que la teoría de los mundos posibles es una lógica
modal aplicada a las proposiciones susceptibles de enumera-
ción y decisión, y que un texto no puede ser de ningún modo
transcodificado en una serie de tales proposiciones.
En cierta reflexión sobre la Providencia aplicada a la on-
tología, Leibniz creó la teoría de los mundos posibles para
resolver especialmente el problema del estatuto de las novelas:
ellas son lo que puede suceder un día pero que no acontece o
no todavía, pues Dios ha querido que vivamos en el mejor de
los mundos posibles. Utilizar la teoría de los mundos posibles
para estudiar las novelas, como lo hizo por ejemplo Thomas
Pavel (1988), es solo un retorno a las fuentes implícitas o ig-
noradas. No obstante, la capacidad descriptiva de semejante
empresa continúa siendo enigmática: se proyecta la obra en el
mundo de la misma obra que se postula a partir de ella, pero
la relación entre la obra y su mundo sigue siendo puramente
tautológica. El único efecto de esta proyección es salvar el
dogma de la referencia declinándolo en todos los mundos.

6
«Si analizamos —resume Frazer— los principios del pensamiento so-
bre los que se funda la magia, sin duda encontraremos que se resuelven
en dos: primero, que lo semejante produce lo semejante, o que los efectos
semejan a sus causas, y segundo, que las cosas que una vez estuvieron en
contacto, se actúan recíprocamente a distancia, aun después de haber sido
cortado todo contacto físico» (1965, págs. 33-34). Frazer nombra el primer
principio ley de semejanza y al segundo ley de contacto; ellos serán retoma-
dos por Freud y Mauss. Por la representación, la palabra queda en contacto
con su referente, y el contacto permanece. «El miedo a un nombre solo
aumenta el miedo a la cosa misma», anota justamente Joanne K. Rowling
en Harry Potter à l’école des sorciers [Harry Potter en la escuela de los
hechiceros, título traducido al francés del original inglés Harry Potter and
Sorcerer’s Stone; en español Harry Potter y la piedra filosofal] [T.] Nuestra
crítica de la referencia depende de la tradición saussureana, en la medida
en que ella es necesariamente escéptica.

[350]

Artes y ciencias del texto.indb 350 15/12/11 11:45:01


Para Don Quijote en su jaula, los encantadores han en-
marañado las referencias de las palabras, de tal suerte que la
experiencia empírica aparente es solo una falsificación de
la verdad novelesca; por eso el mundo actual, tal como creemos
verlo, no sería otra cosa que el peor de los mundos. Antaño,
hasta Descartes y Leibniz, el Intelecto arquetipo garantizaba
la verdad de nuestros pensamientos y la referencia de nuestras
palabras; pero, en los días que corren, la referencia se ha vuel-
to inescrutable (lo reconoció Quine) y el problema de la refe-
rencia de los textos a sus «mundos» sigue siendo el mismo.
La prueba de la verdad totalmente referencial de las novelas
no es, por ello, la Providencia, sino que depende de la opinión
común. Don Quijote usa a las mil maravillas el argumento de
autoridad cuando responde al canónigo: «Los libros que están
impresos con licencia de los reyes y con aprobación de aque-
llos a quien se remitieron, y que con gusto general son leídos
y celebrados de los grandes y de los chicos, de los pobres y de
los ricos, de los letrados e ignorantes, de los plebeyos y caba-
lleros…, finalmente, de todo género de personas de cualquier
estado y condición que sean, ¿habían de ser mentiras […]?»
(I, L, pág. 509). Don Quijote revela así el fundamento doxal
de la teoría de la referencia.
En efecto, la referencia se mantiene inmutable, permane-
ce como asunto de doxa, es decir, de prejuicio, dado que el
realismo es siempre un conformismo que se toma por una
conformidad referencial. Don Quijote, figura del lector con-
formista que somos a ratos, no comprendió la función crítica
de la novela en donde él mismo figura, pero sus palabras lo
ponen oblicuamente en evidencia.
La impresión referencial es por cierto una engañifa, pero
urge describir sus condiciones, declinar los regímenes miméti-
cos según los discursos, literarios o no, y, en literatura, según
los campos genéricos (teatro, poesía, novela, etc.), los géne-
ros, los estilos y las obras.
Las artes sacan desde antiguo buen provecho de las añaga-
zas que nos vinculan con nuestro entorno, y han creado otras
que las aumentan. Si esas filfas deben su capacidad de ilusio-
nar a su propio sustrato fisiológico, no se limitan en modo
alguno a dicho sustrato. Una palabra puede desencadenar una
representación que creeremos es su referente, así como la rana
confunde una mancha negra con una mosca.
Lejos de ser embustes concertados, las artes son juegos
reflexivos con las ilusiones. La función crítica de la novela (y

[351]

Artes y ciencias del texto.indb 351 15/12/11 11:45:01


más generalmente de la literatura) sería la de criticar las con-
diciones de esos juegos y relacionarlas con las problemáticas
mayores, tanto de la hermenéutica (el punto de vista) como de
la filología (la garantía). Ya que la moda en curso se atiene a
los making of, me permito confesar que este libro se origina en
una obra todavía inconclusa sobre el realismo en lingüística y
en literatura. Las obras no crean mundos, más bien interpelan
nuestro deseo de tomar las evocaciones por realidades. Definir
la distancia implica espantar la ilusión. En una fórmula céle-
bre, Coleridge definió la lectura literaria como a voluntary
suspension of disbelief. Esta suspensión es un acto de des-
prendimiento, a no confundir con la creencia referencial: al
ser voluntaria, es revocable en cualquier instante.
La dimensión crítica de la empresa artística promueve una
reflexión sobre la fascinación y la referencia trastornada; como
toda impugnación de la ontología, ella revoca las creencias
identitarias de los sujetos y la sociedad. La identidad enigmá-
tica de los personajes problematiza la nuestra, lo que está lejos
de una identificación y hasta de esa empatía comulgante que
se ha llamado la Einfühlung7.
En materia de crítica, a los científicos tal vez les aprove-
charía inscribirse en la escuela cervantina, pues la ilusión teó-
rica no deja de tener relaciones con la ilusión referencial. La
«ciencia normal» tiende sin cesar a cosificar sus conceptos y
quienes lo deciden anteponen su conformismo: para la inves-
tigación y el formateo de las informaciones, se construye hoy
a gran costo las ontologías de la «web semántica» fundadas en
una semántica referencial que excluye toda dimensión crítica.
Los lingüistas, por lo demás, nunca se quedan a la zaga. Las
frases analizadas, que se supone representan lo real gracias a
las proposiciones decisorias tales como The cat is on the mat,
no son menos fantasmales de lo que lo sería, por ejemplo,
Dulcinea emporca los cerdos.
A Don Quijote, que creía que los libros eran el mundo, le
concederemos por cierto que son nuestro mundo, pero con
esta restricción en forma de aproximación: el mundo de la
referencia es un mundo de referencias (bibliográficas) y la
ontología, una antología. El rechazo de la referencia permite
erigir una semántica autónoma con respecto a las especula-
ciones metafísicas sobre el mundo de las cosas y la lingüística

7
La intropatía. [T.]

[352]

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puede terminar por constituirse en ciencia plena. Ella asume,
entonces, la dimensión crítica que hereda de la filología y de
la hermenéutica. Como ocurre con las otras ciencias humanas,
la dimensión crítica del conocimiento se las arregla muy bien
con un escepticismo sin resignación —ese mismo que, según
Kelsen, es el irrefragable fundamento de toda democracia.

Ruinas de la ficción.— En el romanticismo tardío en el


que todavía nos encontramos, la literatura creyó alejarse del
mundo social pero no lo consiguió, pues ella le pertenece. Su
vigor crítico le evita, empero, toda determinación unilateral y
le permite contraponerse a las pretensiones del sociologismo.
En 1531, un edicto real prohibió en las Indias la impresión
y la exportación de novelas de caballería y de toda otra forma
de ficción literaria. Ciertamente, los caballeros de Cortés y
Pizarro, así como sus mastines, que se alimentaban de carne
humana, habían puesto ya fin a todo ideal caballeresco. Con
el primer genocidio moderno, el principio de realidad prevale-
ció. Desde ese entonces la colina de las Musas se puebla cada
día con víctimas insepultas.
En 1555 las Cortes de Valladolid solicitaron que esta pro-
hibición se ampliase a España. Es verdad que en toda Europa
la renovación de la poética aristotélica y el recelo de la Iglesia
—ilustrado al final del Quijote tanto por el cura como por el
canónigo— pedían terminar con ellas. De Orlando furioso a
Don Quijote de la Mancha, el héroe se vuelve loco, lo có-
mico se impone, y así el género experimenta una evolución
radical.
La cuestión de la historia, inicialmente revocada por la
alegre inverosimilitud de Ariosto, solo será planteada in
petto por las múltiples novelas fantásticas y críticas como,
por ejemplo, los relatos de viajes utópicos de Cyrano de Ber-
gerac. Pero dicha cuestión será planteada de manera muy
distinta por Cervantes: su manuscrito es obra de un historia-
dor árabe, que lleva por título Historia de don Quijote de la
Mancha, escrita por Cide Hamete Benengeli, historiador ará-
bigo (I, IX, pág. 86). Ahora bien, los árabes eran, en ese en-
tonces, reputados mentirosos, pero aquí, por objetividad: «Si
a esta se le puede poner alguna objeción cerca de su verdad,
no podrá ser otra sino haber sido su autor arábigo, siendo
muy propio de los de aquella nación ser mentirosos; aunque,
por ser tan nuestros enemigos, antes se puede entender ha-
ber quedado falto en ella que demasiado. Y así me parece a

[353]

Artes y ciencias del texto.indb 353 15/12/11 11:45:01


mí, pues cuando pudiera y debiera extender la pluma en las
alabanzas de tan buen caballero, parece que de industria8 las
pasa en silencio: cosa mal hecha y peor pensada, habiendo
y debiendo ser los historiadores puntuales, verdaderos y no-
nada apasionados9 y que ni el interés ni el miedo, el rencor
ni la afición10, no les hagan torcer del camino de la verdad,
cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las
acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente,
advertencia de lo porvenir» (I, IX, pág. 88). Borges, en su
Pierre Menard, autor del Quijote, vio justamente en el final
de este fragmento un puro elogio retórico de la historia. Pero
este elogio, tan paradójico en comparación con el comienzo
del mismo fragmento que evoca un silencio, en una palabra,
mentiroso, esconde una antigua rivalidad: la de la poesía
(dramática) y la historia, en el noveno capítulo de la Poética
de Aristóteles.
El elogio de la historia es repetido por el canónigo que ve
en ella un excelente antídoto de las malas novelas, puesto que
no solamente la historia es verídica sino que tiene un alcan-
ce ético y enriquece al lector con enseñanzas morales. Luego
de enumerar las hazañas de los grandes hombres belicosos,
desde Viriato hasta César, el canónigo concluye: «Esta sí será
lectura digna del buen entendimiento de vuestra merced, se-
ñor don Quijote mío, de la cual saldrá erudito en la historia,
enamorado de la virtud, enseñado en la bondad, mejorado en
las costumbres, valiente sin temeridad, osado sin cobardía,
y todo esto, para honra de Dios, provecho suyo y fama de la
Mancha, do, según he sabido, trae vuestra merced su principio
y origen» (I, XLIX, pág. 504).
Hoy día, el antiguo debate parece remozarse cada vez más
pero bajo nuevas condiciones, ya que interesa tanto a la ca-
tegoría de la ficción como a la relación entre la literatura y la
verdad. Por un lado, la literatura institucional se reduce casi
al género de la novela, único género comercialmente rentable;
los otros géneros, especialmente los poéticos, están margina-
lizados. Por otro lado, esa literatura es asimilada a la ficción
y la distinción bibliográfica entre ficción y «no-ficción» parece
ser intangible. Aún se funda en la concepción positivista de la

8
«De industria»: a propósito.
9
«Nonada apasionados»: en modo alguno parciales.
10
«El rencor ni la afición»: el odio ni la amistad.

[354]

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referencia que caracterizaría a la «no-ficción», noción todavía
más enigmática que la de ficción. Basándose en la distinción
entre «discurso» y «relato», merced a la cual Benveniste opo-
nía, una vez más, el relato novelesco (una novela de Balzac)
a la historia (un tratado de Glotz), la narratología contem-
poránea buscó «marcas» linguales que diferenciarían esos
dos regímenes. Desde luego las encontró, pero esas marcas
enunciativas son evidentemente superficiales, dependientes de
convenciones genéricas evolutivas y sin relación precisa con la
veridicción de los textos11.
Sin embargo, el valor propio de los testimonios literarios
quiebra esas certidumbres. El testimonio literario es un género
cuya poética, casi ignorada, puede enseñarnos mucho. Nacido
de la Primera Guerra Mundial, trabajado en la Segunda espe-
cialmente por los sobrevivientes del exterminio, ese género lite-
rario se incrementó en las literaturas de los países emergentes,
desde Argelia hasta Camboya o Ruanda, y en las de América
Latina. Por su ambición ética, va a contracorriente de las con-
cepciones cínicas o decorativas del arte. Este género desquicia
las categorías de la filosofía del lenguaje: los hechos devienen
inseparables de los valores; la estilización, de la investigación
de la verdad. De esta manera, el «deber de memoria» se vuelve
un deber de educación. Gracias al abanico universal de sus des-
tinatarios, funda humildemente la noción de literatura mundial
alrededor de los valores que portan los derechos humanos12.
El testimonio quebranta el edificio teórico de la poética
contemporánea que se las arregla con una estética anestesia-
da, en la que se excluye todo juicio de valor. Sustentándose
en la filosofía del lenguaje anglosajona, Genette estima que
los libros que dependen de los géneros «fácticos», como el
testimonio, son textos y no obras y solo pertenecen a una
literatura «condicional»13. En resumen, al no depender de la

11
El problema de los regímenes miméticos puede encontrar soluciones
empíricas merced a la comparación sistemática de corpus etiquetados, dife-
renciados en discurso, campos genéricos y géneros; cf. el autor 2011a. Un
indicio entre otros: los falsos testimonios y las novelas históricas hacen pre-
valecer el yo, mientras que en los testimonios auténticos prima el nosotros
(en general, el autor sobrevive gracias a una solidaridad y declara por los
otros sobrevivientes como por los camaradas desaparecidos).
12
Cf. el autor, 2005, 2010a y b.
13
«A esta diferencia de extensión (la de un texto y la de una obra literaria)
le corresponde la oposición entre los dos regímenes de literalidad: el constitu-

[355]

Artes y ciencias del texto.indb 355 15/12/11 11:45:01


literatura institucional, un testimonio solo puede ser definido
como un texto simplemente documentario y, al no correspon-
der a las categorías de la ficción, especialmente novelesca, ni
a las que se concede a la historia, queda incomprensible.
En consecuencia, al testimonio generalmente se le ha pa-
sado por alto, llegando a ser, para ciertos críticos de literatura
comparada o en los Holocaust Studies, inubicable; e igual-
mente se le ha tachado de espurio, ora al declararlo imposible
por mil razones blanchotianas14 (Derrida) ora al afirmar que
el exterminio era un «acontecimiento sin testigo» (Shoshana
Feldman)15.
Quedaba por privar al testimonio de su valor histórico y,
paso seguido, afirmar la superioridad de la novela sobre la
historia. Los elogios a las novelas históricas manipuladoras
no escasean, desde Virgil Georghiu a Robert Merle, de Jean-
François Steiner a Jonathan Littell, cuyo best-seller marcó en
200616 una especie de vuelco de las relaciones entre novela e
historia. Pregonando un profesionalismo a la estadounidense,
Littell compiló la documentación clásica para confirmar que
su novela se halla históricamente fundada. Sus reivindicacio-
nes históricas le valieron los satisfecit de historiadores como
Pierre Nora, Christian Ingrao o Max Gallo; incluso Claude
Lanzmann otorgó a Littell patente de historiador. Todos pusie-
ron de relieve la exactitud y la perfecta información. La tram-
pa funcionó magníficamente y esos historiadores hablaron de
una novela histórica sin preguntarse si la historia en cuestión
no era una simple decoración para una ficción vendible.
¿Es por ventura la historia una acumulación de minucias
factuales verdaderas o más bien un esfuerzo de comprensión,
de objetivación, a partir de todos los documentos disponi-
bles? Littell pone en práctica tres medios comprobados para

tivo, garantizado por un complejo de intenciones, de convenciones genéricas,


de tradiciones culturales de todo tipo, y el condicional, que depende de una
apreciación estética subjetiva y siempre invalidable» (1991, pág. 87).
14
Remisión al crítico y teórico de la literatura francesa M. Blanchot
(1907-2003). [T.]
15
Derrida teorizó la imposibilidad del testimonio (2007). Tanto más mor-
tificado con la historia de que su tutor Heidegger llevó al nazismo al estado
teórico para introducirlo en la filosofía y de que algunos de sus inspiradores
como Blanchot y Bataille fueron por lo menos ambiguos con el hitlerismo, el
desconstruccionismo reduce de buen grado a la historia a una lúgubre ficción
narrativa (véase el confuso pero ilustre Metahistory de Hayden White, 1975).
16
Les Bienveillantes [Las Benevolentes], París, Gallimard, 2006. [T.]

[356]

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degradar la historia de los historiadores: conservar solo los
hechos, servirse de ellos como decorado y hacer que la historia
retroceda hasta el testimonio de aquellos que tienen interés
declarado en travestirla, en primer lugar, los verdugos. Con-
tradiciendo todos los criterios éticos y estéticos del testimonio,
su narrador, un nazi-belga-circunciso-SS-escatófago-hipocon-
dríaco-homosexual-incestuoso-matricida-salvador-ubicuo-
omnisciente, es igualado al testigo y así la novela histórica se
convierte, a la vez, en testimonio imaginario, en testimonio
falso y en alegato de descargo. De todo ello resulta una desrea-
lización, una virtualización radical del exterminio, convertido
en simple documentación, como en otros tiempos los asuntos
de Bretaña que tanto fascinaban a Don Quijote.
Confundiendo las fronteras entre las víctimas y los ver-
dugos, Littell va mucho más allá de una simple inversión de
valores. El historiador y el testigo, aunque discrepen, se en-
cuentran en la misma voluntad de establecer los hechos y las
responsabilidades, pero los testimonios de los verdugos ima-
ginarios y de las víctimas reales no pueden ser evidentemente
puestos en el mismo plano.
Algunos quisieran que hoy la misión del testimonio pase
de los sobrevivientes a sus verdugos. En una reseña favorable
de Les Bienveillantes [Las Benevolentes], un historiador es-
cribe: «Los lectores están fascinados porque sienten bien que
si se quiere comprender las masacres, las atrocidades, estamos
obligados a pasar por el discurso de los verdugos, no por el de
las víctimas, inocentes por definición»17. No entendemos por
qué la culpabilidad sería una garantía histórica: según esta te-
sis de la verdad en el Mal, solo los criminales dirían la verdad.
La culminación de ese proceso es la usurpación, por el verdu-
go ficticio, de la función que hasta entonces tenían los testigos
reales. De esta manera, la deslegitimación del testimonio se
cumple a cabalidad cuando se toma por realidad la historia
vista por un personaje de novela. La confusión se consuma
cuando Susan Suleiman presenta al personaje Aue como si
fuera un testigo histórico fiable, confundiendo así persona y
personaje, anacronismo y ciencia histórica18.

Christian Ingrao, Libération, 7.11.2006.


17

Cf. R. E. Golsan y S. Suleiman (2009, pág. 196). Poco importa que


18

ese nazismo sea históricamente fabuloso, ya que efectivamente se trata de


hacerlo actual, deseable y comercializable; y para colmo, acumulando los

[357]

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Dos vías complementarias se abren entonces a los histo-
riadores: afirmar la superioridad de la novela y elaborar una
historia virtual. La superioridad de la novela se debería a sus
capacidades de evocación de una «verdad de la historia» pa-
radójicamente inaccesible a los historiadores. Así, luego que
un prólogo anónimo afirmara «la fuerza intrínseca de la distin-
ción entre verdad y ficción» (2011, pág. 3), según Pierre Nora,
Littell permite «a través de la verdad novelesca, la evocación
sensible de una verdad de la historia que los historiadores no
tenían los medios de alcanzar» (2011, pág. 12) [la énfasis es
nuestra]. La segunda vía interesa a la historia contrafactual
que moviliza una ontología posibilista de ascendencia leibni-
ziana para describir lo que habría podido pasar. Relanzada en
1991 por Geoffrey Hawthorn en su obra Plausible Worlds:
Possibility and Understanding in History and Social Sciences,
esa ontología inspira el programa de la historia contrafactual
formulada por Niall Ferguson en el libro colectivo Virtual His-
tory: Alternatives and Contrafactuals (1997). Los autores se
preguntan gravemente allí lo que hubiera sucedido si Hitler
hubiese desembarcado en Inglaterra en 1940 o ganado la ba-
talla de Stalingrado en 1943. Esta curiosa empresa transfor-
ma lo contrafactual en posible, basándose en la teoría de los
mundos posibles.
Es perfectamente comprensible que el principio de reali-
dad incomode a los contemporáneos; pero ya Ariosto anticipó
—genialmente— la historia contrafactual. En un artículo gra-
ve contra el negacionismo, Levi cita irónicamente estos versos
que parodian a Dante:

Y si quieres que la verdad no te sea tergiversada,


torna la historia en su contrario:
los griegos fueron vencidos,
y Troya victoriosa;
mientras que Penélope fue meretriz19.

sufragios de los intelectuales y de los universitarios. La argolla se cierra


cuando la revista de la Fundación Auschwitz reproduce esas palabras.
19
«E, se tu vuoi che ‘l ver non ti sia ascoso, / Tutta al contrario l’istoria
converti: / Che I Greci totti, e che Troia vittrice, / E che Penelopea fu mere-
trice». La fuente no es citada; se trata de Orlando furioso, XXXV, 27, 4-8;
cf. L’assimetria e la vita, Turín, Einaudi, 2002, pág. 101. El debate atraviesa
el siglo y Tasso en su Segundo discurso del Arte Poético, 1, cita el mismo
pasaje de Ariosto para proponer que la literatura respeta la historia.

[358]

Artes y ciencias del texto.indb 358 15/12/11 11:45:01


En suma, la historia real aparece como una forma incom-
pleta de la historia ficticia, ella misma inferior a la novela his-
tórica. Siempre más moderno de lo que parece, el mismo Don
Quijote podría pasar por desconstruccionista, ya que no cree
en la no-ficción. Como hace poco Hayden White (1975), él no
llega a distinguir la novela de la historia. La ficción novelesca
contemporánea reivindica la libertad y rechaza toda responsa-
bilidad20. Dicho esto, el principal obstáculo a la libertad sigue
siendo la creencia en la omnipotencia irresponsable del autor,
correlato del autotelismo de la obra, que Genette llama su
intransitividad: este podría ser uno de los sentidos simbólicos
de la jaula que encierra a Don Quijote durante el debate sobre
la poética de las novelas.
La historia contrafactual, la superioridad de la novela
histórica sobre la historia, todo eso debe ser puesto en pers-
pectiva en función de la expansión económica del sector de-
negado, cuyo crecimiento acompaña al de internet y de las
industrias de la comunicación. No es suficiente recordar
que el negacionismo histórico se expande en tiempo real y
en el barullo maquinador de la red (web), tanto que la rea-
lidad de los hechos es impugnada en el momento mismo
que ellos suceden, desde los atentados del 11 de septiembre a
la muerte de Bin Laden. Los Estados no van a la zaga de los
internautas y los encantadores de la CIA no dejan de difundir
las maravillosas imágenes de los escondites novelescos —a la
Jules Verne— de ese hechicero islamista. En 2004, Karl Rove,
consejero especial de George Bush (h.), explicaba el funda-
mento teórico de la soberanía imperial: «Somos un imperio y
creamos nuestra propia realidad»21. ¿La soberanía consistiría

20
«No hay moral ni responsabilidad en literature», declaraba hace tiem-
po Christine Angot (Libération, 29. 6. 1999). La autoficción reivindicada
es, desde luego, una cubierta para los incansables relatos en clave que le han
valido tantas denuncias judiciales y no nos impiden ignorar sus sodomías
con un rapper sarkozysta.
21
«The aide [Karl Rove] said that guys like me were “in what we call
the reality-based community”, which he defined as people who “believe that
solutions emerge from your judicious study of discernible reality”. I nodded
and murmured something about enlightenment principles and empiricism.
He cut me off. “That’s not the way the world really works anymore.” He
continued “We’re an empire now, and when we act, we create our own real-
ity. And while you’re studying that reality —judiciously, as you will— we’ll
act again, creating other new realities, which you can study too, and that’s
how things will sort out. We’re history’s actors… and you, all of you, will be

[359]

Artes y ciencias del texto.indb 359 15/12/11 11:45:01


en deshacerse de la historia para afirmar la omnipotencia del
imperio… y de la novela?
Extrañamente, todavía cabemos en el espacio de discusión
del Quijote, dado que en el Renacimiento floreció ya la cues-
tión de las relaciones entre las armas y las letras (arma et lit-
terae), la rivalidad entre Ars y Mars. Cervantes, soldado hasta
su madurez, escenificó ese debate con el personaje mismo del
Ingenioso Hidalgo. Además, en su tiempo otro debate artís-
tico tuvo por objeto la representación de la naturaleza o su
superación. Kantorowicz lo resume del siguiente modo: «El
arte ¿debía imitar la naturaleza o rebasarla? […]. Para hacerlo
¿cuál era el papel de la ficción, cuál era su relación con la ver-
dad?» (1984, pág. 35). El planteamiento era, evidentemente,
el de la potencia de la libertad humana: ¿podía esa libertad
rebasar la constatación de san Agustín: la criatura no puede
crear (creatura non potest creare)?
Aquí nos topamos, desde otro ángulo, con la noción de fic-
ción que nos viene del derecho romano. Ella permitía aplicar
el derecho fuera de Roma, mientras que las formas ritualiza-
das se referían a la Urbs misma, por ejemplo, conferir allí una
personalidad jurídica a entidades abstractas tales como una
corporación. En el Medievo, en su rivalidad con el Empera-
dor, el poder jurídico del Papa llegó hasta modificar el orden
ontológico, lo que presupone un poder divino (Tancredo escri-
bió así hacia 1220, en una glosa a las decretales de Inocencio
de 1198: De nichilo facit aliquid ut deus [Como Dios, él puede
hacer algo de nada]). Henri de Suse va aún más lejos que ese
poder de creación: Ens non esse, non ens fore [Él puede hacer
que lo que es no sea, y lo que no es, sea]22. Un jurista francés,
Gui Pape (muerto en 1497), transfiere ese poder al soberano
temporal: «Él [el Emperador] puede legalmente restituir la vida
a una persona muerta y dispensar más allá del derecho». Para
otorgar plenipotencia al artista, únicamente faltaba equipararlo
al soberano: cuando Petrarca, revestido con el manto de púr-
pura del rey de Nápoles, fue coronado en el Capitolio, se pudo
constatar la primera etapa de esta equiparatio. Panofsky retrasó
perfectamente las etapas de la divinización del artista en el Re-
nacimiento que obtiene, con el poder de crear, el título de divi-

left to just study what we do.”» (Suskind, Ron Faith, «Certainty and Presi-
dency of George W. Bush», The New York Times Magazine, 17.10.2004).
22
Cf. Kantorowicz, ob. cit., págs. 42-43.

[360]

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no, dado en primer lugar a Miguel Ángel —de quien heredaron
luego las caprichosas divas. Pero el tema de la omnipotencia del
Artista es, pese a todo, un tema contemporáneo23.
Efectivamente, el Romanticismo radicalizó la misión del
Arte y el artista asumió la figura muy familiar del Superhom-
bre, cuya misión es transgredir, hasta llegar a invertir los va-
lores. A él le toca escribir la historia, como el héroe de Littell,
familiar de Blanchot, lleno de Sade y Bataille. Ya hemos teni-
do la oportunidad de remarcar las falsificaciones en su libro,
que son otras tantas ofensas a la memoria de los resistentes
(Wolf Kieper, Zoïa Kosmodemianskaïa)24. Más radicalmen-
te todavía, en una novela premiada, Yannick Haenel confie-
re al gran resistente Jan Karski palabras según las cuales el
año 1945 es el peor en la historia del siglo XX, y según las cua-
les en ese entonces solamente hubo «cómplices y mentirosos»
(2009, pág. 115)25. Es cierto que para Haenel «la literatura
es un espacio libre en que la ‘verdad’ no existe»26. La pieza
adaptada de su novela se titula Jan Karski (Mon nom est une
fiction) [Jan Karski (mi nombre es una ficción)] y el expe-
diente pedagógico ministerial afirma al respecto: «Yannick
Haenel inaugura una nueva perspectiva para la transmisión
de la Shoah»27.

23
Kantorowicz, prendado de la teología política, promueve una teología
artística de la plenipotencia. Miembro del círculo de Stefan George, conocía
bien estos versos que anunciaban el nuevo Reich: «Holten die Himmlischen
gnädig / Ihr letzt geheimnis.. sie wandten / Stoffes gesetze und schufen /
Neuen raum in den raum…» («Neues Deutschland», § 5 v. 3-6, en Das Neue
Reich (1928) [Benevolentes, los Celestes muestran / su último secreto, ellos
cambian / las leyes de lo real y crean / en el espacio un nuevo espacio].
24
Cf. el autor, 2009.
25
Este es un tema nazi por excelencia: Nuremberg habría sido una
mentira de los vencedores, responsables de todo. Haenel deroga la noción
misma de crimen contra la humanidad: «Pretender que el exterminio es
un crimen contra la humanidad, es proteger ingenuamente una parte de la
humanidad, es dejarla incautamente fuera de ese crimen» (pág. 167, ver
también 165 y passim). Si toda la humanidad es culpable, ¿cómo diferenciar
a las víctimas de los victimarios?
26
Cf. Le Monde, 26.01.10, pág. 19.
27
Jan Karski (Mon nom est une fiction), Pièce (dé)montée [Jan Karski
(Mi nombre es una ficción), Pieza (des)montada] No. 134, julio de 2011,
pág. 3. Según Philippe Sollers, el libro de Yannick Haenel, premio Interallié
2009, es «una novela muy buena que abre nuevas perspectivas a la ficción
contemporánea en su manera misma de repensar la historia». http://www.
pileface.com/sollers/article.php3?id_article=972

[361]

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Si, como buen hechicero, el novelista puede «recrear» la
historia, sin embargo no puede eludir su responsabilidad.
Cuando en 1966, en su Treblinka (prefaciada por Simone de
Beauvoir), Jean-François Steiner describía la muerte del geno-
cida Demjanjuk, en realidad lo protegía, ya que Demjanjuk,
entonces escondido en los Estados Unidos, fue liberado de
inmediato28.
Las novelas históricas y los falsos testimonios son escritos
con un mismo énfasis que, por cierto, los hace muy seductores:
Les Bienveillantes [Las Benevolentes] se vendió 3.000 veces
más rápido que la primera edición de Se questo è un uomo29.
Además, las falsificaciones, cuando son descubiertas, como
Fragments d’une enfance [Fragmentos de una infancia] de Bin-
jamin Wilkomirski, o Survivre avec les loups [Sobrevivir con
los lobos] de Misha Defonseca, prosiguen lisa y llanamente su
carrera internacional. El énfasis, siempre irrefutable, se afirma
ocurra lo que ocurra como un potente factor de desrealización
que sustrae a los falsarios de todo juicio crítico.
Con el advenimiento del Romanticismo, la literatura fue
abusivamente asimilada a la ficción: buscando una misión an-
gélica o satánica, el arte literario se definía en oposición a la
horrible realidad del mundo (Flaubert). Pero el mito quiere
sin cesar retornar a la historia. Pues bien, como lo vio clara-
mente Cassirer en su crítica del romanticismo nazi —el Sta-
hlernes Romantik de Goebbels—, el mito irrumpe en un baño
de sangre. Con tal éxito, que incluso hoy por hoy los asesinos
reivindican los poderes de la ficción30.
En el mundo del consumo —del cual forma parte la comu-
nicación— se enaltece naturalmente el principio del placer.

28
Jean-François Steiner, autor de un libro a la gloria de los «paras»
[paracaidistas franceses temidos por su crueldad durante la guerra de Ar-
gelia. T.], atestiguó en 1977 a favor de Maurice Papon, un antiguo ministro
convicto de complicidad de crímenes contra la humanidad, y en octubre de
l979 participó en la red que organizó la huida de Papon a Suiza.
29
Primo Levi. Se questo è un uomo, Turín, Einaudi [traducción al es-
pañol de Pilar Gómez Bedate: Si esto es un hombre, Barcelona, Muchnik,
1987]. [T.]
30
En el prólogo de su memorándum de 1518 páginas, 2083, une décla-
ration d’indépendance européenne [2083, una declaración de independen-
cia europea], Anders Breivik, genocida noruego, se adhiere a la ficción: «El
autor, aficionado a la ciencia-ficción, quiso crear un estilo completamente
nuevo de escritura que tuviera la potencia de impactar […] con una increí-
ble conspiración que es obra de ficción».

[362]

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La realidad no vende. Para el individualismo del consumidor
soberano, «es mi elección» se convierte en un criterio de ver-
dad. La Iglesia Cientológica recluta a sus feligreses con el lema
publicitario: «¡Si es verdad para ti, es porque es verdad!».
Misha Defonseca elucida concluyentemente las consecuencias
literarias de ese principio: «Con todo mi ser, sentí día tras día
que mi historia es verdadera. Mis noches fueron irrumpidas
por pesadillas, la realidad se mezclaba ahí […] para mí no era
una ficción. Mi abogado me dijo que era «mi» verdad. Tiene
razón, es mi verdad»31.
El individualismo es solo un argumento para el ultralibera-
lismo que aboga por la desregulación en nombre de la libertad.
Para sus partidarios consecuentes, la misma realidad les parece
una reglamentación insoportable. Lo hemos visto con la crisis
de las subprimes, resultado de una manipulación colosal. Con
la expansión de las preocupaciones por la salud pública y el
medio ambiente, el sector económico de la denegación está en
pleno desarrollo, como lo muestra, por ejemplo, el Climatega-
te: encontramos allí los mismos actores, los mismos elementos
de lenguaje, los mismos tipos de argumentación, ya se trate
de la industria química y farmacéutica, de las petroleras, de lo
nuclear, de la industria del tabaco y del armamento32.
Cuando la literatura institucional une esos dos principios,
el principio del placer y la denegación de la realidad, se con-
vierte en uno de los sectores de la industria de la desinfor-
mación. Ahora que los encantadores se han apoderado de las
novelas, Don Quijote cambia de campo y se refugia en la rea-
lidad. Él no cree más en los encantadores33. Hoy, por ejemplo,

31
Le Figaro, 29.2.2008.
32
Debemos notar, por otro lado, que las técnicas estilísticas del rehusar,
del rechazo, trascienden los dominios empíricos: hemos constatado notables
parentescos linguales entre los sitios racistas y los sitios protabaco, entre los
sitios «científicos» (que utilizan las fraseologías negacionistas) como entre
los blogs donde palabras como ayatola vuelven para dedicar toda reglamen-
tación a las gemonías, es decir, a los castigos infamantes.
33
«Dadme albricias, buenos señores de que ya yo no soy don Quijote
de la Mancha, sino Alonso Quijano, a quien mis costumbres me dieron
renombre de ‘bueno’. Ya soy enemigo de Amadís de Gaula y de toda la
infinita caterva de su linaje; ya me son odiosas todas las historias profanas
de la andante caballería; ya conozco mi necedad y el peligro en que me pu-
sieron haberlas leído; ya, por misericordia de Dios escarmentando en cabeza
propia, las abomino», y el cura confirma que «verdaderamente está cuerdo
Alonso Quijano el Bueno» (II, LXXIV, págs. 1100-1101).

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en Francia una asociación humanitaria se denomina orgullo-
samente Los hijos de Don Quijote. El Ingenioso Hidalgo ha
comprendido que la verdad es, en último análisis, una noción
ética: ella emerge no de la adhesión, del sentimiento íntimo,
de la certidumbre o de la creencia, sino de la crítica, entendida
como ruptura del consenso y combate contra la mentira y la
ceguera. Logren, pues, las artes y ciencias del texto, por su
vigor crítico, educarnos en la realidad.

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GLOSARIO-ÍNDICE DE NOCIONES

actante: complejo sémico que comprende un sema casual.


actor: unidad del nivel eventual de la dialéctica, compuesto
por una molécula sémica a la que se le asocian funciones
(roles).
aferencia: inferencia que permite actualizar un sema aferente.
agonista: tipo constitutivo de una clase de actores; los agonis-
tas dependen del nivel agonístico de la dialéctica.
alotopía: relación de disjunción exclusiva entre dos sememas
(o dos complejos sémicos) que comprenden semas incom-
patibles; por extensión, ruptura de una isotopía.
ancla: en un texto digital, remisión a otras partes del texto
(llamada de nota), a otros textos (referencia) o a las se-
mióticas heterogéneas (por ejemplo, punto de inserción de
imágenes).

baliza: signo anexo al texto digital. Distinguimos cuatro tipos:


articulaciones, etiquetas, índices y anclas.

campo genérico: grupo de géneros que contrastan e incluso


rivalizan en un campo práctico; por ejemplo, en el seno
del discurso literario, el campo genérico del teatro se divi-
de en comedia y tragedia; en el seno del discurso jurídico,
los géneros orales constituyen un campo genérico propio
(requisitoria, alegato, sentencia).
campo semántico: conjunto de clases semánticas mínimas
(taxemas) empleadas en una tarea.

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caracterización: especificación de la singularidad de un texto
o de una performance semiótica; la caracterización es un
resultado de la crítica.
caso (semántico): relación semántica entre actantes. Primiti-
vos semánticos de método, los casos no se confunden con
las funciones sintácticas.
complejo sémico: estructura semántica temporal que resulta
de la reunión de las semias en el sintagma (por activación
e inhibición de semas, salientes y supresiones, así como
por aferencia de semas casuales). En el plano textual, los
complejos sémicos análogos son considerados como ocu-
rrencias de la misma molécula sémica.
componente: instancia sistemática que en interacción con
otras instancias de la misma clase ordena la producción
y la interpretación de las series lingüísticas. Para el plano
del contenido, se distingue cuatro componentes: temático,
dialéctico, dialógico y táctico.
co-ocurrente: forma recurrente en el contexto, cercana a una
forma de entrada en un corpus digital.
configuración: forma de organización del plano mesosemánti-
co (por ejemplo, el diálogo, la descripción) anteriormente
catalogada como una figura no tropo.
contenido: plano del texto o de la performance semiótica
constituido por el conjunto de los significados.
contexto: para una unidad semántica, conjunto de las unida-
des que tienen una incidencia sobre ella (contexto activo) y
sobre el cual ella tiene una incidencia (contexto pasivo). El
contexto distingue tantas zonas de localidad cuantos pla-
nos de complejidad haya. En el plano superior, el contexto
se confunde con la totalidad del texto.
contrato: función dialéctica que consiste en un intercambio
de procesos de transmisión situados en los mundos de lo
posible asociados a los actores contratantes.
correlato: los co-ocurrentes entre los cuales se identifica una
relación semántica son considerados como correlatos o
lexicalizaciones complementarias de la misma molécula
sémica.
cronotopo: fondo semántico constituido por la recurrencia de
un mismo sema temporal; isotopía temporal.

dialéctica: componente semántico que articula la sucesión de


los intervalos en el tiempo textual, como los estados que
allí se ubican y los procesos que ahí se desarrollan.

[388]

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dialecto: lengua funcional o lengua considerada en sincronía,
por oposición a la lengua histórica.
dialógica: componente semántico que articula las relaciones
modales entre universos y entre mundos; su descripción da
cuenta de la enunciación representada.
dimensión: clase de sememas de generalidad superior, inde-
pendiente de los dominios. Las dimensiones son agrupadas
en pequeñas categorías cerradas (por ejemplo, //animado//
vs //inanimado//). Las evaluaciones dependen de las di-
mensiones semánticas.
discurso: conjunto de usos lingüísticos codificados vinculado
a un tipo de práctica social; por ejemplo, discurso jurídico,
médico, religioso, etc.
disimilación: actualización de semas aferentes opuestos en
dos ocurrencias del mismo semema, o en dos sememas pa-
rasinónimos.
dominación: una isotopía domina otra si contiene las marcas
de la enunciación representada y/o si determina la impre-
sión referencial. Ver jerarquía.
dominio: grupo de taxemas vinculado a una práctica social.
Es común a los diversos géneros propios del discurso que
corresponde a esta práctica. En un determinado dominio
por lo general no existe polisemia.
ductus: particularización de un enunciador, permitiendo así
caracterizar su estilo semántico por los ritmos y las huellas
propias de los contornos de formas.

entorno: conjunto de los fenómenos semióticos asociados a un


pasaje o a un texto; más generalmente, contexto no lingüís-
tico que incluye las condiciones históricas.
estesia: «visión del mundo» suscitada y obligada por un tipo
de morfología semántica. Las estesias comprenden diversos
dominios de caracterización de amplitud creciente: los ele-
mentos de formas semánticas, como los tropos; los tipos de
impresiones referenciales; los tonos, isotopías evaluadoras.
estética fundamental: conjunto de evaluaciones que constitu-
yen el sustrato semiótico sobre el cual se edifican las artes
del lenguaje. Si se relaciona las investigaciones sobre el
aparato perceptivo a los estudios sobre las valorizaciones
culturales, el estudio de la estética fundamental se ubica en
un lugar de articulación entre las investigaciones cogniti-
vas y las ciencias sociales, pero se mantiene más acá de las
estéticas filosóficas.

[389]

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estilo: uso de un sociolecto propio de un enunciador; norma
idiolectal.

filología: como disciplina que establece y estudia los textos en


todos los niveles de análisis, la filología es el fundamento de
la lingüística. La filología digital trata los documentos digita-
lizados y comprende los textos de comunicación de masas.
fondo semántico: conjunto de los haces de isotopías sobre los
cuales se destacan las formas semánticas.
forma semántica: grupo estable de semas articulados por rela-
ciones estructurales; por ejemplo, molécula sémica.
frase: estructura sintáctica de un enunciado normado elemental.
función (dialéctica): interacción típica entre actores.

género: programa de prescripciones (positivas o negativas) y


de licencias que regulan la producción e interpretación de
un texto. Todo texto depende de un género y todo género
de un discurso. Los géneros no pertenecen al sistema de la
lengua en sentido estricto, pero sí a otras normas sociales.
gramema: morfema perteneciente a una clase fuertemente
cerrada, en un estado sincrónico dado. Por ejemplo, luego,
-er (en correr).

hermenéutica: teoría de la interpretación de los textos. Surgi-


da históricamente de la tarea de fijar los textos antiguos, la
hermenéutica filológica estableció el sentido de los textos,
en la medida en que depende de la situación histórica en la
cual han sido producidos. En cuanto a la hermenéutica filo-
sófica, independiente de la lingüística, trata de determinar
las condiciones trascendentales de toda interpretación.
hermenéutica material: forma plena de la hermenéutica filo-
lógica.
heteronimia: disparidad de las normas que actúan en el seno de un
texto o, más generalmente, de una performance semiótica.
idiolecto: uso de una lengua y otras normas sociales propio de
un enunciador.

impresión referencial: representación mental obligada por la


interpretación de un pasaje o de un texto. Esta representa-
ción puede definirse como un simulacro multimodal.
infratexto: formado por el conjunto de las etiquetas insertas
en un texto digital, el infratexto es ininterpretable indepen-
dientemente del texto que ellas transcodifican.

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interpretación: asignación de un sentido a un pasaje o texto.
interpretante: unidad del contexto lingüístico o semiótico que
permite establecer una relación semántica pertinente entre
las unidades conectadas por un recorrido interpretativo.
isonomía: regularidad sistemática. Véase heteronomía.
isosemía: isotopía prescrita por el sistema funcional de la len-
gua (por ejemplo, concordancia, rección).
isotopía semántica: efecto de la recurrencia de un mismo
sema. Las relaciones de identidad entre las ocurrencias del
sema isotopante inducen relaciones de equivalencia entre
los sememas que los incluyen.

jerarquía: evaluación relativa, en un universo semántico, de


las diversas clases que definen las isotopías genéricas; tra-
dicionalmente, en una metáfora, el comparado disfruta de
una evaluación superior al comparante.

lectura: resultado de la interpretación del texto. Transcrita,


una lectura es un texto producido por transformación de
un texto-fuente, que se considera describir científicamente
o no. Se distingue la lectura descriptiva, que estipula los
rasgos semánticos actualizados en el texto; la lectura pro-
ductiva, que los añade; por último, la lectura reductora,
que los descuida.
lexema: morfema que pertenece a una o varias clases débil-
mente formadas, en un estado sincrónico dado, por ejem-
plo, corr- en correr.
lexía: grupo estable de morfemas que constituye una unidad
funcional.
lógico-gramatical (problemática): definiendo la significación
como una relación de representación, la problemática ló-
gico-gramatical privilegia el signo y la proposición y, por lo
tanto, plantea los problemas de la referencia y de la verdad,
aunque sean ficticios; esta problemática remite los hechos
del lenguaje a las leyes del pensamiento racional y se centra
en la cognición.

masivo: agrupamiento de tropos —o flores de retórica— de-


pendientes del mismo modo mimético.
mereomorfismo: relación entre partes de un texto que presen-
tan, de manera compacta y local, formas ampliadas en otra
parte de manera global y difusa; por ejemplo, las configura-
ciones codificadas como la descripción inicial, la parábola,

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el sueño anunciador, son transpuestas en la continuación
del texto por otras formas más extendidas.
metamorfismo: transformación temática, dialéctica (narrativa),
dialógica (modal, según los «puntos de vista» y las «posicio-
nes de habla») o táctico-posicional.
modo genético: regulado por el género, incluso el estilo, el
modo genético determina o al menos coacta la producción
del texto; él mismo es obligado por la situación y la prác-
tica.
modo hermenéutico: modo de organización que rige los reco-
rridos de interpretación.
modo mimético: modo de organización que determina el régi-
men de impresión referencial del texto.
molécula sémica: agrupamiento estable de semas, no necesa-
riamente lexicalizada, o cuya lexicalización puede variar.
Por ejemplo, un tema o un actor se constituyen por molé-
culas sémicas.
morfema: signo mínimo, no descomponible en un estado sin-
crónico dado. Por ejemplo, retropropulsores cuenta con
cinco morfemas.
morfologías semánticas: fondos y formas semánticos.
morfosemántica: estudio de las formas semánticas y especial-
mente de las moléculas sémicas. Por extensión, estudio de
las formas y de los fondos semánticos, así como de las re-
laciones entre esas formas y fondos.
motivo: estructura textual compleja de rango macrosemán-
tico, un motivo puede comprender elementos temáticos,
dialécticos (por cambio de intervalo temporal) y dialógicos
(por cambio de modalidad). Por ejemplo, el motivo del
muerto reconociente es una estructura temática y dialécti-
ca compleja que emplea las funciones deceso, beneficio y
gratitud, así como actores humanos. De este modo, el mo-
tivo es un sintagma narrativo estereotipado, parcialmente
inducido por los topoi.
mundo: conjunto formado por los complejos sémicos asocia-
dos a un actor y modalizados igualmente en un mismo in-
tervalo de tiempo textual.

nivel agonístico: nivel de la dialéctica constituido por agonis-


tas y secuencias. Sólo los relatos comprenden este nivel,
jerárquicamente superior al nivel evenimencial.
nivel evenimencial: nivel de la dialéctica constituido por los
actores y las funciones.

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onomasiología: descripción que parte de una unidad del con-
tenido para estudiar sus modos de lexicalización. Véase
semasiología.
orden hermenéutico: orden de las condiciones de producción y
de interpretación de los textos. Comprende los fenómenos
de comunicación, pero aventaja los factores pragmáticos al
incluir las situaciones de comunicación codificadas, diferi-
das, y no necesariamente interpersonales. Es inseparable
de las situaciones histórica y cultural de la producción y la
interpretación.
orden paradigmático: orden de la asociación codificada. Una
unidad semántica sólo asume su valor relativamente a otras
que son sustituibles con ella y que forman su paradigma de
definición.
orden referencial: orden que determina la incidencia de lo lin-
güístico sobre los estratos no lingüísticos de la práctica.
Participa en la constitución de impresiones referenciales.
orden sintagmático: orden de la linearización del lenguaje,
en una extensión espacial y/o temporal. Da cuenta de las
relaciones de posición y de las relaciones funcionales; de
ahí que sea el lugar de las relaciones contextuales.

palabra: agrupamiento de morfemas completamente integrado.


paratopía: relación entre las diversas lexicalizaciones parciales
de una misma unidad mesosemántica o macrosemántica.
percepción semántica: construcción y reconocimiento de for-
mas semánticas; estas operaciones son reguladas por las
operaciones de tipo perceptivo.
período: unidad textual compuesta de sintagmas que mantie-
nen relaciones de concordancia obligatoria.
pertinencia: activación de un sema. Se distingue tres tipos de
pertinencia (lingüística, genérica o situacional), según que
la activación sea prescrita por el sistema de la lengua, el
género del texto o la práctica en curso.
plano: grado de complejidad. Los principales planos son el
morfema, el sintagma, el período y el texto.
polisotopía: en sentido restringido, propiedad de una serie
lingüística que comporta varias isotopías genéricas cuyos
semas isotopantes se encuentran en relación de incompa-
tibilidad; en sentido extenso, propiedad de una serie que
comporta más de una isotopía.
práctica social: actividad codificada que encara las relaciones
específicas entre el nivel semiótico —del cual dependen

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los textos—, el nivel de las representaciones mentales y el
nivel físico.
praxología: estudio de las performances semióticas en su re-
lación con los otros dos niveles de la práctica, representa-
cional y físico.

realismo empírico: dispositivo mimético que instituye una im-


presión referencial de mundo factual.
realismo trascendente: dispositivo mimético que instituye una
impresión referencial de mundo contrafactual.
recorrido interpretativo: serie de operaciones que permiten
asignar uno o varios sentidos a un pasaje o a un texto.
red asociativa: conjunto de las relaciones que permiten iden-
tificar la recurrencia de una molécula sémica.
referencia: relación entre el pasaje o el texto y la situación en
que es producido e interpretado. Para determinar una re-
ferencia es necesario precisar en qué condiciones un pasaje
o un texto induce una impresión referencial.
retórica/hermenéutica (problemática): problemática poco
unificada, de tradición retórica o hermenéutica, que tiene
por objeto los textos, discursos y performances semióticas
complejas en su producción y su interpretación. Centrada
en la comunicación y más generalmente en la transmisión,
se propone determinar sus condiciones históricas y sus
efectos individuales y sociales, especialmente en el plano
artístico.
ritmo semántico: correspondencia regulada entre una forma
táctica y una estructura temática, dialéctica o dialógica; el
quiasmo es un ejemplo simple.
rol: valencia dialéctica elemental de un actor. Cada función
confiere un rol a cada uno de los actores que participan
de ella.

secuencia: unidad dialéctica del nivel agonístico, constituida


por homologación de encadenamientos isomorfos de fun-
ciones.
sema: elemento de un semema, definido como la extremidad
de una relación funcional binaria entre sememas. El sema
es la unidad de significación más pequeña definida por el
análisis. Por ejemplo, /extremidad/ en «cabeza».
sema aferente: extremidad de una relación antisimétrica en-
tre dos sememas pertenecientes a taxemas diferentes. Un
sema aferente es actualizado por instrucción contextual.

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Por ejemplo, /no alcoholizado/ para «bebida» en: «Bebida:
6 francos; Cerveza: 8 francos».
sema específico: elemento del semantema que opone el seme-
ma a uno o varios sememas del taxema al que pertenece.
Por ejemplo, /sexo femenino/ para «mujer».
sema genérico: rasgo semántico que marca la pertenencia del
semema a una clase semántica (taxema, dominio o dimen-
sión).
sema inherente: sema que la ocurrencia hereda del tipo, por
defecto. Por ejemplo, /negro/ para «cuervo».
semantema: conjunto de los semas específicos de un semema.
semasiología: descripción que parte de una unidad de expre-
sión para estudiar sus significaciones atestadas o posibles.
Véase onomasiología.
semema: significado de un morfema.
semia: significado de una lexía.
semiosis: si la semiosis es definida corrientemente como la
relación entre significado y significante que constituye el
signo, no se la puede limitar a ese plano: puesto que ningún
signo es aislado, la semiosis debe ser comprendida como la
relación, en el plano textual, entre el plano del contenido y
el plano de la expresión; esa relación compleja es normada
principalmente por el género del texto.
sentido: conjunto de los semas inherentes y aferentes actuali-
zados en un pasaje o en un texto. El sentido se determina
en relación al contexto y a la situación, en el seno de una
práctica social.
significación: significado de una unidad lingüística, definida
haciendo abstracción de los contextos y de las situaciones.
Toda significación es, así, un artefacto.
significado: contenido de una unidad lingüística.
sociolecto: uso de una lengua funcional, propia de una prácti-
ca social determinada.

taxema: clase de sememas mínima en lengua; por ejemplo, la


clase de cubiertos: «cuchillo», «cuchara», «tenedor».
temática: estudio de los temas, moléculas sémicas del plano
mesosemántico.
tema (específico): molécula sémica dependiente del plano
mesosemántico.
tema genérico: fondo semántico constituido por la recurren-
cia de uno o varios semas genéricos. Los temas genéricos
determinan así el «sujeto» (tópico) del texto, induciendo

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por los haces de isotopías las impresiones referenciales do-
minantes.
texto: serie lingüística autónoma (oral o escrita) que consti-
tuye una unidad empírica y es producida por uno o varios
enunciadores en una práctica social atestada. Los textos
son objeto de estudio de la lingüística.
tópica: estudio de las formas semánticas estereotipadas.
topos: 1.- interno: en sentido general, encadenamiento re-
currente de por lo menos dos moléculas sémicas o temas. Este
encadenamiento es un vínculo temporal tipificado para los
topoi dialécticos (narrativos) y un vínculo modal para
los topoi dialógicos (enunciativos). Mientras que un tema
es recurrente al menos una vez en el mismo texto, un topos
reaparece por lo menos una vez en dos autores diferentes.
2.- externo: axioma normativo que subtiende una aferen-
cia socializada. En la teoría clásica de la argumentación,
un topos es aquello bajo lo que cae una multiplicidad de
entimemas.
transposición: 1.- interna: cambio de fondo semántico. 2.- ex-
terna: pasaje entre dos textos, dos discursos, dos lenguas,
incluso dos semióticas.
transemiótica: semiótica que pretende dar cuenta de varios
lenguajes por medio de una teoría única.

universo: conjunto de proposiciones o unidades textuales


atribuidas a un actor del enunciado o de la enunciación
representada.
universo de asunción: parte de un universo semántico com-
puesto por las proposiciones atribuidas a un actor del
enunciado o de la enunciación representada.

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