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Filosofía y efectos especiales

 Por Pablo Capanna
Al comienzo de uno de los diálogos de De Republica, Platón puso una historia que daría que
hablar en los siguientes 2500 años. El filósofo solía recurrir a esta clase de cuentos, ya fuera
para introducir el tema que iba a desarrollar como para resumir las conclusiones en un ejemplo
fácil de entender y de recordar. Entre esos “mitos” platónicos mi favorito es la historia del Anillo
de Giges, la mejor metáfora de la impunidad que conozca.
La “alegoría de la caverna” es otro de los mitos que Platón propuso para ejemplificar su teoría
del conocimiento, que no viene al caso tratar aquí.
Básicamente, quiso ilustrar la distancia que hay entre la ignorancia y la educación, recurriendo
a una situación ficticia. Pedía que imagináramos a unos cautivos que siempre hubieran vivido
en una caverna, sin conocer la luz del sol. Encadenados como estaban, sólo podían ver el
fondo de la cueva, sobre el cual se proyectaban unas sombras que llamaríamos chinescas de
no ser griegas. Eran las sombras de unos objetos que pasaban del otro lado del muro que
cerraba la entrada y apenas dejaba pasar alguna claridad. Para los prisioneros un odre y una
mesa eran una sombra redonda y otra cuadrada; eso era lo único que percibían del objeto que
pasaba frente a su cueva.
Supongamos, dice Platón, que uno de ellos logra liberarse y salir de la caverna. Tras un inicial
deslumbramiento, se da cuenta de que hasta entonces ha vivido en la ilusión y corre a
contárselo a sus compañeros. Es bastante difícil que le crean, concluye Platón; seguramente
se reirán de él y hasta se pondrán violentos si pretende que miren la verdad de frente.
Esta es la historia, y aunque Foucault la deformó para hacerla servir a sus propios fines, Platón
sigue siendo el autor, y algún derecho tiene.
En los últimos tiempos, mucha gente ha vivido en carne propia experiencias similares, desde
los que se liberan de alguna dictadura hasta los que despiertan pobres tras el estallido de una
burbuja económica.
Se ha dicho más de una vez que esta historia podría ser una anticipación del cine, de la
televisión y hasta de Internet. Conocemos algunas versiones bastante recientes, como el
Underground de Emir Kusturica o La penúltima verdad de Philip K. Dick.
Ya que estamos, también podríamos hablar de la trilogía Matrix, que en algo se parece a todo
eso. Hoy en día, el guionista que tiene la suerte de encontrar una idea no la suelta hasta hacer
por lo menos tres películas.

LA TRILOGIA MATRIX
La saga de Andy y Larry (los Wachowski Bros.) dejó una ganancia de unos 1300 millones de
dólares. Una cifra que, conforme a los valores vigentes, nos obligaría a pensar que si no es
genial le anda cerca.
Los guionistas, a quienes se les nota su paso por la historieta, supieron confeccionar un vistoso
videojuego, pensado para un público que vive en la informática y admira a los hackers, con un
estilo entre punk y manga. En sus películas predomina cierta estética “sado” y las abundantes
peleas de karatecas ingrávidos tienen cierto aire de comedia musical con vampiros. El hecho
de que estemos en un mundo virtual lo permite todo. Los protagonistas usan unas sotanas que
ya no se ven ni en el Vaticano, y usan anteojos de sol aunque anden por túneles tenebrosos.
Hay bichos inciertos, alimañas regurgitadas y cosas gelatinosas de dudosa entidad.
Para ponerles nombre a sus personajes, los dos hermanos han gastado las enciclopedias de
mitología e historia antigua. De este modo nos encontramos con Icaro, Perséfone, Níobe,
Sophia y Jasón y hasta con la Pitonisa y Nabucodonosor. No faltan Morfeo (el dios del sueño),
Logos (la razón) y hasta algún Sören, por Kierkegaard. El Merovingio ha sido agraciado con
ese nombre tan sólo por ser francés.
Uno de los temas de la saga, más allá de las dudas acerca de la realidad en que vivimos, es
saber si las máquinas algún día llegarán a dominarnos. El tema ya era viejo desde 1872,
cuando Samuel Butler escribió Erewhon. Isaac Asimov le había dado la respuesta optimista,
auspiciando una integración humano-robótica. Pero las películas del ciclo Terminator habían
vuelto a amedrentarnos con un futuro dominado por los robots y lleno de tipos tan fieros como
Schwarzenegger.
En la trilogía, los seres humanos han cometido el error de crear la inteligencia artificial, que no
sólo los ha diezmado antes de someterlos, sino que ahora se dedica a criar fetos humanos
para chuparles “la energía”. Es algo que puede ser efectista pero resulta bastante absurdo,
habiendo mejores recursos energéticos. Si admitimos además que han destruido toda la vida
orgánica en la superficie del planeta, ¿con qué alimentarán a sus baterías humanas?

EL ULTIMO REDUCTO
La omnipotente inteligencia artificial ha creado un mundo virtual llamado Matrix, una
escenografía con el estilo de la época en que se filmaron las películas. Como no es real, todo
es posible ahí, desde hacer imposibles cabriolas hasta volar. En ese mundo la magia funciona.
Hay fantasmas, ángeles, demonios, vampiros y marcianos, aunque no sean otra cosa que
software. El malvado agente Smith, que muta y se multiplica constantemente, ha terminado por
infestar a toda la Matrix, como un verdadero virus informático.
Los pocos humanos libres que quedan se han ocultado bajo tierra y se abroquelan en la ciudad
de Sion que, como su nombre lo indica, está en Medio Oriente. Tienen una tecnología bastante
sofisticada, aunque sus equipos sean de aspecto ruinoso y se muevan por sus túneles en
vistosas naves voladoras.
El héroe Neo es un hacker que vive en el mundo virtual de la Matrix hasta el momento en que,
entre patadas, persecuciones y saltos, se toma unos minutos para enterarse de que “el mundo
es una mentira”, que todos somos esclavos, encerrados en una prisión y que él es el
encargado de salvarnos.
Nada nuevo desde los gnósticos del siglo II, esos que enseñaban que el mundo real no existía
y que el cuerpo era un estorbo. En el mundo de la Matrix, la mente es la que manda: el cuerpo
no puede vivir sin alma y un personaje se queja de sentir asco por tener un cuerpo físico,
aunque se supone que es virtual.
A esta altura, hay que notar que la metáfora de Platón se ha invertido. Si allá la verdad estaba
fuera de la caverna, a la luz del sol, aquí los cavernícolas son los que viven en la “realidad” y la
ficción está afuera. De yapa aparece el problema de la libertad: si todo ya está determinado y
sabés qué va a ocurrir, ¿para qué decidir? Porque esto es un juego, podría contestar Neo, y
todo está pensado para que ganen los buenos.
La frontera entre lo real y lo virtual es algo confusa: para pasar de un mundo a otro los buenos
caen en trance y recurren a la tecnología para proyectar su mente. Pero también pueden
hacerlo recurriendo a una droga que viene en pastillas azules. En ese mundo “mental” la
química también funciona, a menos que las pastillas sean simbólicas.

FILOSOFIA BARATA
Si esto es un videojuego y hay muchos que lo disfrutan, están en su derecho, mientras no
pretendan convencernos de otra cosa. Pero ocurre que Matrix ha sido alabada como una obra
maestra de la ciencia ficción, y muchos han llegado a creerlo. Admitamos que el concepto de
ciencia ficción es bastante flexible y si lo acotamos demasiado caeremos en la censura, pero
uno diría que si se invoca a la ciencia y la tecnología habrá que dar por lo menos algunas
explicaciones plausibles. Aquí la ciencia ficción se agota en las máquinas, las naves, los rayos,
los chispazos y el humo colorido, pero los personajes confían más en sus amuletos, luchan
contra las posesiones satánicas, se transfiguran y resucitan.
Cuando la Pitonisa le revela a Neo su destino, le señala un cartel donde supuestamente dice
“conócete a ti mismo” en latín. Pero lo que dice el letrero (¡en letra gótica!) no es latín ni griego
ni ninguna lengua conocida.
Lo más bizarro son los diálogos de la batalla final, que, más allá de los excelentes efectos
especiales, me recuerdan aquellos viejos libritos españoles del Capitán Rido y su ayudante
Sancho, tan ricos en monstruosas batallas interplanetarias. Aquí se habla de “30º de
aceleración” y de poner “la energía a 90 grados”, como si se tratara de ángulos en lugar de
kilómetros o ergios, y nos quedamos con las ganas de saber qué serán los “reportes
holográficos”.
Pero Matrix no sólo es ciencia ficción. Hay quien pretende que es filosofía.
Las tres películas funcionan como un test proyectivo, donde cada uno ve lo que quiere ver,
como si fueran una verdadera Matrix. Hay quien ha encontrado en ellas una alegoría del
psicoanálisis, una denuncia de la alienación capitalista y hasta una parábola cristiana. El
premio se lo ganó el filósofo estadounidense William Irwin, que también descifró la filosofía de
los Simpson y el Dr. House. Irwin proclamó que “Matrix es la película más filosófica que jamás
se haya hecho: cada paso de su vertiginoso argumento puede vincularse con algún problema
filosófico”.
Allí donde los torpes que nos movemos a la luz del día sólo somos capaces de ver lo
vertiginoso de las artes marciales y el chisporroteo de los cortocircuitos, el filósofo que viene de
la caverna posmoderna es capaz de encontrar el argumento rico en cuestiones filosóficas.
Se puede comprender a esos profesores sufridos y voluntariosos que ante el desafío de
enseñar filosofía a chabones reacios a pensar, vieron en Matrix un arma decisiva y antes de
que pasara de moda diseñaron prolijas guías de clase que relacionaban cada escena del film
con algún punto del programa. También se entiende que aquellos otros filósofos que regentean
amenos cafés del pensamiento hayan recibido con alborozo un recurso que permitía animar
sus sesiones e incrementar la consumición. Pero la filosofía no es fácil y, por más divertida que
se pretenda hacerla, da tanto trabajo como cualquier ciencia.

MATRIX ATACA
Faltaba decir que los más fascinados con la película fueron los conspirativos paranoides. Hace
tiempo que emprendieron una tenaz labor para apropiarse del prestigio de Matrix y ponerlo al
servicio de sus ideas. El ufólogo Val Valerian lleva publicados unos diez volúmenes con el título
de Matrix, donde pretende convencernos de que los diarios mienten, porque estamos
dominados por varias razas extraterrestres.
Este tipo de literatura suele circular en ambientes bastante cerrados, pero no ha faltado quien
le diera una inesperada proyección, mediante exitosos bestsellers y cierta presencia mediática.
Se trata del inglés David Icke, un ideólogo conspirativo de origen New Age, que tiene su propia
editorial y vende centenares de miles de libros.
Cuando Icke vio Matrix debe haber creído que le hablaban a él. Ex goleador, periodista
deportivo y militante verde, una vidente de Brigthon le había anunciado un futuro brillante como
profeta. Peregrinó a las ruinas incaicas, donde sintió que se le despertaba la serpiente
Kundalini; anduvo un tiempo vestido de índigo para conservar la energía, escuchó voces, hizo
escritura automática y acabó convencido de que por su boca hablaba la Divinidad.
Por supuesto, no era el único ni el primero. La novedad es que Icke, poco después de concluir
la saga de los Wachowski, escribió Hijos de Matrix (2001) e hizo correr la versión de que había
colaborado en el libreto de las películas.
Hijos de Matrix retomaba todos sus delirios anteriores: estamos dominados por una raza de
reptiles extraterrestres, los lagartos controlan a nuestros gobiernos, nos encaminamos a un
Estado Mundial fascista, etc.
A esta probada receta, Icke le agregó los ingredientes antisemitas, anticatólicos y
antimasónicos que siempre atraen algún público: los Protocolos decían la verdad, el Papa
oculta el secreto de Fátima y la raza aria es superior a todas las demás...
Era previsible que Icke sería citado como autoridad por esas milicias paramilitares de los
Estados Unidos que se pertrechan para enfrentar al inminente Armagedón.
Hay tipos, diría uno, que tendrían que haberse quedado en la caverna. Después de todo, con
Platón estas cosas no pasaban...

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