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Los neutrinos son las partículas más esquivas de la naturaleza.

Fueron descritos por primera vez desde


un punto de vista teórico en la década de los '30 por Wolfgang Pauli, uno de los padres de la Física
Cuántica (le debemos, entre otras aportaciones, el conocido como Principio de exclusión). Sin embargo,
su descubrimiento experimental se produjo dos décadas y media más tarde, a mediados de los años '50.

Hay una razón contundente que explica por qué estas partículas son tan difíciles de detectar: apenas
interaccionan con la materia ordinaria. Además, su masa es pequeñísima, su carga eléctrica es neutra y
no se ven influenciados por la interacción nuclear fuerte ni por la fuerza electromagnética, aunque sí por
la gravedad y la interacción nuclear débil. No cabe duda de que son unas partículas muy especiales.

Sería necesario fabricar una plancha de plomo con un espesor de un año luz para conseguir que la mitad
de los neutrinos que la atraviesan colisione

Los científicos suelen ilustrar lo difícil que es capturar un neutrino explicando que cada segundo varios
trillones de estas partículas atraviesan tanto la Tierra como a nosotros sin colisionar con ninguna otra
partícula (aunque, como veremos más adelante, en realidad unos pocos sí colisionan).

También se puede ilustrar lo esquivos que son recurriendo a la mecánica cuántica, que asegura que sería
necesario fabricar una plancha de plomo con un espesor de un año luz (9,46 × 1012 km) para conseguir
que la mitad de los neutrinos que la atraviesan colisione con las partículas del bloque de plomo. Sin
embargo, a pesar de lo escurridizos que son, tenemos varios observatorios que son capaces de
detectarlos. Uno de ellos es el auténtico protagonista de este artículo.

El Super-Kamiokande tiene una baza inesperada: el gadolinio

Super-K, que es como se conoce habitualmente al Super-Kamiokande japonés, es una auténtica mole.
Este observatorio está situado en Hida, una ciudad ubicada en el área central de Honshu, la mayor isla
del archipiélago japonés. Está construido en una mina, a 1 km de profundidad, y mide 40 metros de alto
y otros 40 metros de ancho, lo que le da un volumen parecido al de un edificio de quince pisos (si
queréis conocerlo con más detalle os sugiero que echéis un vistazo al profundo artículo que le
dedicamos en exclusiva).

Super Kedad

En su interior se acumulan nada menos que 50.000 toneladas de agua con una pureza extrema rodeadas
por 11.000 tubos fotomultiplicadores, que, sin entrar en detalles complejos, son los sensores que nos
permiten «ver» los neutrinos (explicamos el funcionamiento de esta obra de ingeniería con todo detalle
en el artículo que he enlazado en el párrafo anterior). Lo que realmente somos capaces de observar es la
radiación Cherenkov que generan los neutrinos al pasar por el agua.

Lo curioso, y esta es la auténtica novedad, es que los científicos que trabajan en el interior de Super-K
han descubierto que utilizando un agua un poco menos pura pueden observar neutrinos que han
recurrido una distancia mayor, y que, por tanto, proceden de supernovas más antiguas. La «impureza»
que han añadido al agua es el gadolinio, un elemento químico que pertenece al grupo de las tierras
raras, y que, si se incorpora en la proporción adecuada, incrementa de una forma importante la
sensibilidad del detector.

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