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Una facción ultra del grupo político realista dio lugar al carlismo, debido al pleito dinástico
provocado por la sucesión de Fernando VII.
Hasta 1830 en que nació Isabel, fruto del cuarto matrimonio del rey, Carlos Mª Isidro, el
hermano de Fernando VII, había sido el heredero al trono. Tras el nacimiento de su hija, el rey
publica la Pragmática Sanción que posibilita el reinado de una mujer.
Los partidarios de Carlos Mª Isidro presionan al rey (sucesos de La Granja, 1832) para la
abolición de la P. Sanción, pero la reina Mª Cristina, que se hizo cargo del gobierno durante la
enfermedad del rey, decretó una amnistía que permitía el regreso a España de los liberales
moderados exiliados. Tras el fallecimiento del monarca en 1833, estalló la guerra entre los
partidarios de Carlos Mª Isidro y los de la reina Mª Cristina y su hija Isabel, la futura reina.
Detrás de los carlistas, que fueron a la guerra bajo el lema Dios, Patria, Rey y Fueros se
alineaban los defensores del Antiguo Régimen, sectores importantes del clero y los grupos sociales
que se sentían perjudicados por el liberalismo centralista. El carlismo encontró sus principales apoyos
sociales en las zonas rurales, entre los campesinos pequeños propietarios, los jornaleros y pequeños
artesanos
Las regiones de predominio carlista fueron el País Vasco y Navarra, que temían que el triunfo
del liberalismo implicaría la abolición de los fueros históricos que poseían y que significaban la
exención de impuestos, la autonomía de los municipios, la exención del servicio militar y la existencia
de tierras comunales para los campesinos pobres que carecían de tierras. También contaron con el
apoyo de buena parte del campesinado del interior de Cataluña, Galicia y Aragón. En estos
territorios, la reivindicación foralista, según la cual las regiones debían mantener sus instituciones
autónomas de gobierno y su propio sistema de justicia, será recurrente a lo largo del siglo.
En el exterior, los carlistas tuvieron las simpatías de las grandes monarquías absolutistas,
Rusia, Austria y Prusia, pero su apoyo apenas tuvo ningún efecto práctico para la causa carlista.
Don Carlos se sintió traicionado por Maroto y no aceptó el acuerdo, aunque no podía
continuar la guerra sin su ejército. El conflicto se alargó durante un tiempo porque el general Cabrera
resistía en el Maestrazgo y se negaba a rendirse; prosiguiendo la lucha hasta que el general Espartero
tomó Morella (Castellón). En julio de 1840, los últimos combatientes cruzaron los Pirineos con
destino a Francia y finalmente Don Carlos se exilió a Francia donde renunció a sus derechos al trono a
favor de su hijo Carlos Luis. Sin embargo su exilio no fue el final del carlismo, ya que aún se
sucedieron dos conflictos más a lo largo del siglo, aunque ninguno de ellos puso realmente en peligro
al estado liberal.
Además de los elevados costes humanos, este conflicto casi permanente durante la primera
mitad del reinado de Isabel II, tuvo otras repercusiones:
- Convirtió a los liberales en el más seguro apoyo del trono de Isabel II.
- Dio protagonismo político a los militares en la defensa del régimen liberal. Los generales se
pusieron al frente de los partidos políticos y convirtieron la fórmula del pronunciamiento en
un recurso para cambiar de gobierno o reorientar la política.
- Enormes gastos de guerra condicionaron las reformas como la desamortización de
Mendizábal.
10.2.- Isabel II. La organización del régimen liberal.
1.- Introducción.
La primera década del reinado de Isabel II coincide con su minoría de edad, por lo que actúan
como regentes, en primer lugar su madre, Mª Cristina (1833-1840) y, tras los altercados
revolucionarios de 1840, el general Espartero (1840-1843).
En un primer momento hay un período de transición al liberalismo, tras el pacto entre los
antiguos grupos dominantes y las fuerzas sociales liberales.
El texto jurídico de esta etapa fue el Estatuto Real (abril de 1834), carta otorgada que
establecía unas Cortes bicamerales (Estamento de Próceres, la mitad designados por el rey) y
estamento de Procuradores (elegidos por sufragio censitario, 0,15 %).
Además, en estos años se volvió a decretar la desaparición de los señoríos jurisdiccionales y los
mayorazgos.
En 1836, el pronunciamiento de los Sargentos de la Granja (1836), obligó a la regente a
reimplantar la Constitución de 1812 y nombrar nuevo gobierno que convocó Cortes Constituyentes
(son las elegidas con la finalidad de elaborar una nueva constitución). La composición de la nuevas
Cortes dio un predominio a los progresistas que elaboraron la Constitución de 1837, para dar cabida
a las distintas tendencias liberales. En ella se establecía:
El dominio político de los progresistas fue efímero ya que la regente se apoyo en los
moderados (1837-1840), lo que llevo nuevamente al progresismo hacia la vía de la insurrección
militar bajo el liderazgo del general Espartero.
Espartero, un militar que había ganado su prestigio en Hispanoamérica y las guerras carlistas,
asumió la regencia con el apoyo de los progresistas y del ejercito (ayacuchos). A lo largo del periodo
se continúa la obra desamortizadora (bienes del clero regular) lo que genera la enemistad de la
Iglesia.
El acuerdo comercial de libre cambio que Espartero se propuso firmar con el Reino Unido le
granjeo la hostilidad de la industria textil catalana, lo que se materializó en la Revuelta de Barcelona
de 1842. Espartero bombardeó la ciudad, lo que le acarreó una gran impopularidad.
Entre mayo y junio de 1843 se produjo una revuelta general contra el regente con
participación militar y de población civil. Narváez derroto a las tropas del gobierno en Torrejón de
Ardoz y Espartero partió hacia el exilio.
1.- Introducción.
La mayoría de edad de Isabel II abrió una nueva etapa política caracterizada por el
predominio absoluto de los moderados, que gobernaron durante la mayor parte del reinado (17 años
de los 25 de la etapa), ya que solo estuvieron fuera del gobierno en dos ocasiones:
El gobierno fue controlado por el general Narváez que lideró un periodo e estabilidad y
orden respaldado por el ejército y las elites sociales.
El autoritarismo de los gobiernos moderados crea una oposición integrada, no solo por los
carlistas, sino también por los progresistas a los que se unen en 1849 el Partido Demócrata, situado a
la izquierda del progresismo que reivindica el sufragio universal. A partir de este momento
demócratas y progresistas protagonizaran revueltas en Madrid y Sevilla.
La situación económica de crisis en los últimos años del gobierno moderado alentó el clima
de tensión social. La reacción del ejecutivo, dirigido por Bravo Murillo, fue gobernar aún con mayor
dureza, por lo que la presión de la oposición se radicalizó.
Dado que el sistema electoral censitario y manipulado no les daba ninguna posibilidad de
gobernar, los progresistas utilizaron nuevamente el pronunciamiento como vía para acceder al
poder. El resultado fue la sublevación dirigida por los generales Dulce, O’Donnell y Ros de Olano, el
día 28 de junio de 1854, en Vicálvaro; de ahí el nombre de Vicalvarada con que se la conoce.
La situación se mantuvo muy incierta hasta que los sublevados publicaron el manifiesto de
Manzanares, que recogía alguna de las propuestas de los progresistas. Los levantamientos populares
en algunas ciudades como Barcelona, Madrid, San Sebastián y Zaragoza forzaron a la reina a recurrir
a Espartero, quien se autoproclamó presidente del Consejo de Ministros y compartió el poder con
O’Donnell, que asumió el Ministerio de la Guerra.
Entre las primeras medidas del nuevo gobierno destacó la restauración de 1837 y el inicio de
la redacción de otra mucho más progresista, La Constitución de 1856. Ésta, que no llegó a entrar en
vigor, proclamaba la soberanía nacional y ampliaba los derechos individuales. Además aprobó una
nueva ley municipal que ampliaba el censo de electores y acababa con la intervención del gobierno
en la designación de alcaldes.
Otra iniciativa importante fue una nueva ley de desamortización (1855), impulsada de
Pascual Madoz puso a la venta el doble de bienes que la anterior de Mendizábal. Además de las
propiedades eclesiásticas, nacionalizó y vendió bienes de uso y propiedad común, lo que agravó la
situación de municipios y agricultores, ya que los ayuntamientos obtenían sus ingresos del alquiler
de los bienes del ayuntamiento y los bosques y pastos comunales eran una fuente de recursos para
los campesinos. Esta ley seguía primando los intereses de los burgueses y terratenientes.
Una nueva ley de ferrocarriles (1855) favoreció que en pocos años se desarrollara una
modesta red de vías férreas. Esta ley hizo posible que los inversores contasen siempre con la garantía
de obtener unos beneficios a cuenta del Estado. Muchas empresas de capital extranjero,
principalmente francés, construyeran tramos de la red por los que obtenían unos importantes
beneficios y, a la vez, daban salida a sus productos industriales. Además, la especulación con los
terrenos por los que debía pasar el ferrocarril posibilitó un rápido enriquecimiento de constructores
y propietarios.
En 1855, el estallido de una huelga general en Barcelona y la propagación de una nueva epidemia de
cólera contribuyeron a inestabilizar la situación política, marcada, desde 1854, por los sucesivos
cambios de gobierno a causa de la difícil convivencia en el poder de progresistas y unionistas.
Los gobiernos de esta etapa tuvieron como finalidad garantizar a la vez las libertades y el
orden público, para contentar a moderados y progresistas. Además supusieron una etapa de mayor
estabilidad política y un cierto crecimiento económico, favorecido por la coyuntura internacional. La
extensión del ferrocarril, de las tierras cultivadas, de las instituciones financieras y de la industria
textil catalana son buena muestra de ello.
En el terreno político se realizó una labor claramente en consonancia con las ideas
moderadas: se reinstauró la Constitución de 1845, se suprimió la desamortización eclesiástica y no se
llegó a aprobar la prometida ley de prensa. En política exterior, se emprendieron una serie de
aventuras militares que parecían renacer el espíritu colonial.
Por otra parte, se puso especial énfasis en dar una imagen de honestidad política: se
revisaron las listas electorales para corregir los numerosos errores y se iniciaron algunos procesos
contra políticos acusados de corrupción. Sin embargo, los intentos fracasaron y Posada Herrero,
ministro de Gobernación, destacó por su habilidad para componer a su favor los resultados
electorales.
La política exterior.
Desde 1863 hasta 1868 se sucedieron gobiernos moderados y unionistas dirigidos por
conocidas figuras de la política como Narváez o Bravo Murillo, a la vez que se iban radicalizando las
posturas de los progresistas.
La muerte de O’Donnell y Narváez hizo aún más evidente el agotamiento del modelo
moderado en que se apoyaba la monarquía y facilita la aparición de una nueva generación de
políticos. En 1866 se reunieron en Ostende (Bélgica) progresistas y demócratas con el objetivo de
preparar una coalición contra la monarquía moderada de Isabel II.
De hecho, tanto Isabel II como la corte estaban muy desprestigiadas. La vida privada de la
reina, la corrupción de la corte y la influencia de personajes como la monja milagrera sor Patrocinio o
el confesor padre Fulgencio eran constante motivo de denuncia y de mofa en la prensa. Pero fue
sobro todo la crisis financiera y de subsistencia que se desencadenó en 1866 la que acabó de crear el
clima que llevó al final de la monarquía.
10.3.- Sexenio democrático (1868-1874). Amadeo I y la 1º República.
El candidato considerado idóneo fue el hijo de Víctor Manuel II, rey de Italia, Amadeo de
Saboya. En principio cumplía todos los requisitos: pertenecía a una casa real con tradición liberal, era
católico y su elección no inquietaba ni a Francia ni a Prusia, las dos potencias continentales europeas
que se encontraban enfrentadas. Los Cortes le nombraron rey el 16 de noviembre de 1870 por un
escaso margen de votos, 191 contra 120. Prim, el principal valedor del nuevo rey, fue asesinado, en
circunstancias que no llegaron a aclararse, tres días antes de la llegada de Amadeo I.
Sin embargo, la división entre las fuerzas políticas hizo imposible mantener la estabilidad. En
el gobierno se sucedieron los progresistas de Práxedes Mateo Sagasta, los radicales de Manuel Ruiz
Zorrilla y los viejos unionistas encabezados por Francisco Serrano; partidos todos ellos que contaban
con escaso apoyo real entre los electores. Las elecciones continuaron siendo fraudulentas y la
abstención llegó al 50 %.
En este contexto, los republicanos, los carlistas y los partidarios de una restauración
borbónica en la figura del príncipe Alfonso, hijo de Isabel II, ganaron adeptos. En abril de 1872, el
pretendiente de los carlistas, Carlos VII entró en España y se produjo un nuevo levantamiento en las
provincias vascas y en Navarra. Aunque fueron derrotados, algunas partidas siguieron actuando en
Cataluña y en el Maestrazgo y, después de su reorganización, en el País Vasco y Navarra hasta 1876.
El 11 de febrero de 1873, decepcionado del curso que había tomado la política española,
Amado I abdicó. El pacto entre los radicales de Ruiz Zorrilla y los diputados republicanos hizo que ese
mismo día, el Congreso y el Senado proclamaran la República por 285 votos contra 32.
La revolución cantonalista.
La proclamación del carácter federal del la república aceleró la exigencia de los republicanos
Intransigentes de establecer la estructura federal del estado de abajo a arriba, es decir, sobre la
federación de unidades más pequeñas hasta la conformación definitiva del Estado. Esto suponía el
rechazo a que dicha estructura federal viniera impuesta desde las Cortes o por el propio gobierno
central.
El resultado de este planteamiento fue la formación de cantones por toda la periferia del
Mediterráneo, Levante y Andalucía: el movimiento cantonalista se inició el Alcoy, donde tuvo lugar
una huelga general anarquista y el asesinato del propio alcalde republicano; continuaron Cartagena,
Sevilla, Cádiz, Torrevieja, Almansa, Málaga, Salamanca, Valencia,… Su trayectoria fue diversa
aunque, en general, los cantones fueron sometidos muy pronto, salvo en Málaga ya que las
autoridades se habían puesto al frente de la insurrección y en Cartagena que resistió hasta enero de
1874 con el apoyo de la marina.
Para sofocar el movimiento cantonal, la República giró a la derecha con el apoyo del ejército.
El nuevo gobierno de Salmerón se propuso sofocar el cantonalismo y frenar el avance carlista,
además de reprimir a los internacionalistas cerrando sus locales y deteniendo a sus militantes. Estas
actuaciones determinaron fuertes polémicas en las Cortes que llevaron a la dimisión del gobierno en
Septiembre de 1873.
Durante el siglo XIX los liberales españoles llevaron a cabo desde el poder una reforma
agraria, cuyos tres momentos básicos fueron:
- La abolición del régimen señorial.
- La supresión de los mayorazgos.
- Las desamortizaciones de Mendizábal y Madoz.
La supresión de los mayorazgos se produjo en 1820, durante el trienio liberal, aunque las
resistencias de la nobleza retrasarían su culminación hasta 1841. El mayorazgo había sido la fórmula
por la que las casas nobiliarias en los siglos anteriores habían podido mantener una gran parte de sus
propiedades; el primogénito de la casa recibía por herencia un bloque de bienes del que no era
propietario, sino usufructuario, y que podía aumentar con compras, pero nunca vender,
manteniendo el deber de transmitirlo a su heredero. La abolición suponía que estos bienes eran
declarados libres y que, por tanto, podían ser vendidos por sus titulares.
Las desamortizaciones, primero de los bienes eclesiásticos y luego de los pueblos, fue la
medida práctica de mayor trascendencia tomada por los gobiernos liberales, y se desarrolló durante
todo el siglo XIX, entrando incluso en el XX.
Suponía dos momentos bien diferenciados: primero, la incautación por parte del Estado de
esos bienes, por lo que dejaban de ser de "manos muertas"; es decir, dejaban de estar fuera del
mercado, para convertirse en "bienes nacionales"; y segundo, la puesta en venta, mediante pública
subasta, de los mismos. El producto de lo obtenido lo aplicaría el Estado a sus necesidades.
La desamortización de Mendizábal.
El decreto desamortizador, publicado en 1836, en medio de la guerra civil con los carlistas,
puso en venta todos los bienes del clero regular -frailes y monjas-. De esta forma quedaron en manos
del Estado y se subastaron no solamente tierras, sino casas, monasterios y conventos con todos sus
enseres -incluidas las obras de arte y los libros-. Al año siguiente, 1837, otra ley amplió la acción, al
sacar a la venta los bienes del clero secular -los de las catedrales e iglesias en general-, aunque la
ejecución esta última se llevó a cabo unos años más tarde, en 1841, durante 1a regencia de
Espartero.
Las causas que explican este retraso o fracaso de la industrialización en la España del Siglo
XIX son:
- Motivos políticos: la pérdida le los territorios americanos, la guerra le la Independencia,
la inestabilidad durante el reinado le Fernando VII y las guerras carlistas más tarde.
- La escasez de carbón. Este mineral era de mala calidad y poco abundante en la
península.
- La carencia de materias primas. Por ejemplo, el algodón, materia prima para la industria
textil catalana, debía importarse enteramente.
- La deficiente red de comunicaciones; además, la orografía hispana encarecía y
dificultaba los transportes.
- El atraso tecnológico español.
- La falta de capitales nacionales.
- La dependencia técnica, financiera y energética del exterior.
- La debilidad del mercado interior español a causa de la baja capacidad adquisitiva y de
consumo de la mayor parte de la población, especialmente de la rural.
- El excesivo apego de los grupos industriales españoles a las protecciones arancelarias,
cuya consecuencia fue la escasa competitividad en el mercado internacional de los
productos manufacturados españoles por su mayor precio y su menor calidad.
- Factores socioculturales como la ausencia de mentalidad empresarial o el elevado índice
de analfabetismo, cuyo efecto económico fue dificultar a los trabajadores la ampliación
de sus conocimientos. La responsabilidad del analfabetismo es atribuible a la insuficiente
política educativa estatal.
Por sectores, es preciso destacar como en la industria siderúrgica se impusieron los altos
hornos para la producción de hierro utilizado para la fabricación de maquinaria textil, instrumentos
agrícolas y material ferroviario. Por otra parte, en el sector textil se introdujeron hacia 1840 la
máquina de vapor y las máquinas de hilar, imponiéndose paulatinamente la mecanización en el
proceso de fabricación.
A) La industria textil.
El apoyo recibido desde los gobiernos legislando medidas proteccionistas, que prohibían la
entrada de manufacturas extranjeras de algodón, fue definitivo, porque, a partir de ese momento y
durante el resto del siglo XIX, los textiles catalanes coparon el mercado nacional. Además de
Cataluña, algunas áreas de Levante, Madrid, Málaga y Béjar en la industria de paños de lana
mantuvieron focos textiles de importancia.
B) La siderurgia
Desde el algodón, la incipiente industria se encaminó hacia el hierro y el acero, y los altos
hornos sustituyeron las viejas ferrerías y forjas. Los decenios de 1830 a 1850 contemplaron la
hegemonía siderúrgica andaluza, con Málaga y Marbella como principales centros, en manos de la
familia Heredia. En el decenio de 1860 se produjo el predominio asturiano, localizado en Mieres y La
Felguera, cuando la fundición al carbón vegetal no pudo competir en precios con la fundición al
carbón mineral; finalmente, hacia 1870 los Ybarra en Vizcaya promovieron la renovación tecnológica
con el proceso Bessemer, alcanzando el 30 por 100 de la producción nacional, de manera que en
1880 la siderurgia vizcaína tenía la primacía del acero.
D) El sector comercial
En 1856 se creó el Banco de España, que sustituía al Banco Español de San Fernando, banco
oficial fundado por el Estado en 1829 y cuya principal función fue emitir billetes y prestar dinero al
Gobierno. Un decreto de 1874 transformó al Banco de España en Banco Nacional, con el monopolio
de emisión de papel moneda garantizado con un depósito de oro y plata en barras igual en valor
como mínimo al 25 % total de los billetes emitidos. Este Banco puso en circulación demasiados
billetes para poder prestar generosamente al Estado, que así pagaría sus deudas; dicha práctica
provocó el aumento de la inflación.
- Creación de la peseta como nueva unidad del sistema monetario en octubre de 1868,
durante el Sexenio Democrático.
Evolución demográfica.
La población española creció de manera continuada durante el siglo XIX. La población total
hacia 1800 era de 11.500.000 habitantes aproximadamente, mientras que el censo de 1877 calculaba
el número de habitantes en 16.634.000. La densidad de población permaneció baja (30 hab./km2 en
1857). La tendencia demográfica española de incremento poblacional sostenido se mantuvo porque
disminuyeron las tasas de mortalidad, fenómeno relacionado con la mejora de la alimentación, los
adelantos económicos y los avances médico-sanitarios (a pesar de las epidemias de cólera de 1833,
1854 y 1859, que provocaron la muerte a 350.000 personas). Las tasas medias aproximadas de
mortalidad y natalidad para este período son:
- Mortalidad, 30 %o
- Natalidad, 37 %o (esta tasa se mantuvo alta).
En 1865, el 80% de los españoles vivían en núcleos rurales. Aunque los niveles de
urbanización eran bajos, las principales ciudades crecieron constantemente (de 1834 a 1877
diecisiete capitales duplicaron su población), lo que hizo necesario eliminar antiguos recintos
amurallados y ensanchar el entramado urbano. En 1853, Madrid contaba 236.000 habitantes y
Barcelona 215.000. Entonces, París tenía ya 1.000.000 de habitantes.
A lo largo del siglo aumentó la migración interna hacia los grandes núcleos urbanos como
consecuencia de la superpoblación agraria y la mejora de los transportes. La emigración de población
joven por motivos económicos, especialmente hacia Cuba, afectó mayormente a ciertas regiones
como Galicia, Asturias y Cantabria. La estructura de la población activa española por sectores
económicos en 1860 era la siguiente:
Por debajo de esta clase social encontramos a las clases medias urbanas, un grupo muy
heterogéneo y todavía numéricamente reducido compuesto por empleados públicos, oficiales del
Ejército, abogados, médicos, profesores, pequeños propietarios rurales, tenderos, artesanos y
pequeños fabricantes.
A lo largo del S. XIX se agravaron los conflictos sociales, aumentando la violencia de las
agitaciones campesinas y multiplicándose las huelgas de obreros urbanos ligadas al crecimiento,
todavía lento, de la clase proletaria y a sus iniciales intentos asociativos.
En 1864, se creó en Londres la Asociación Internacional de los Trabajadores (AIT) con el fin
de coordinar la lucha obrera contra el capitalismo; el manifiesto y los estatutos fueron redactados
por Carlos Marx. Pronto se dividió en dos tendencias: los seguidores de Marx (socialistas) y los de
Bakunin (anarquistas)
En 1871 llegó Paul Lafargue, yerno de Marx, con el fin de aglutinar la tendencia socialista.
Tras el golpe de estado del general Pavía, que ponía fin a la República, el gobierno declaró
ilegales las asociaciones obreras ligadas a la AIT iniciándose la represión y persecución policial. Los
anarquistas se dividieron en dos tendencias: la de quienes proponían replegarse para esperar
tiempos mejores y la de quienes proponían la "política de los hechos", esto es, el terrorismo; la Mano
Negra, (1874-1883) fue signo de esto último, aunque la oligarquía andaluza exageró las acciones
terrorista, para acabar con toda reivindicación laboral.