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VAYJI
28 – Y YACOB VIVIO…: La Sidrá que relata la muerte de Yacob tiene por título: Yacob
vivió. De igual modo, la que cuenta la muerte de Sara se titula: {Jayè Saràh} “la vida de
Sara”. “Los justos siguen viviendo más allá de la tumba”, dirán los Sabios (Ber. 18b),
gracias al ejemplo que nos dan y al patrimonio espiritual que le legan a la posteridad.
Por esta razón, como dice Rashí en XLIX, 33, Yacob, nuestro padre, no ha muerto”.
Esta última Sidrá del Libro del Génesis proyecta sobre el final de la vida de Yacob la
dulce luz del crepúsculo. La existencia del Patriarca se ha visto sacudida varias veces
por violentas tempestades y sus propias bases se han tambaleado. Ahora, tendido en
su lecho de muerte, Yacob les concede a sus hijos la suprema bendición. Está en paz
con Dios y ya no teme a la muerte. “¡Quiero dormir con mis padres!”, dice. A través de
sus últimas palabras, oímos la siguiente oración: “¡En tu salvación espero, Señor!” Pues
él sabe que nunca podrá alcanzar su meta sin la ayuda de Dios. También está en paz
con sus semejantes: Esav, Labán, Dinah y Yosef. ¡Qué acumulación de luchas,
sufrimientos y penas ha supuesto para él cada uno de estos dramas! Sin embargo,
Yacob muere prodigando bendiciones. Sus comienzos han sido los de un “hombre
tranquilo morador de tiendas”, pero que nunca se ha apartado de las cosas de este
mundo. Desde luego, Yacob no ha sido infalible, pero posee una virtud que muy pocos
hombres tienen: la de ver en cada prueba enviada por el destino el bien que encierra
de cara al futuro. Así pues, ha errado y tropezado, pero siempre ha vuelto a recuperar
su nivel de perfección moral. Su admirable entereza se ha forjado en el yunque del
sufrimiento. El Zohar dice que Yacob pasó en la tierra de Egipto los mejores años de
su vida. Allí, libre por fin de preocupaciones, disfrutó de una existencia tranquila, de la
paz familiar y de los homenajes que le tributaron los egipcios gracias al prestigio del
que Yosef gozaba entre ellos. Además, tuvo también el placer de ver a su familia “crecer
y multiplicarse sobremanera”, como nos lo ha indicado el anterior versículo. La relación
directa que existe entre este hecho y la “verdadera vida” que Yacob tuvo por fin el
privilegio de vivir en Egipto, explica, según el Zohar, la ausencia de separación entre
las dos secciones, cosa muy excepcional en la Escritura.
Rashí invoca dos motivos distintos para explicar esta falta de solución de continuidad:
“Después de la muerte de Yacob, los ojos y el corazón de Israel “se cerraron”, como la
nueva sección que, al estar encadenada a la anterior carece de apertura, debido a los
sufrimientos de la esclavitud, pues ya empezaban a esclavizarlos”. Esto alude
forzosamente a la servidumbre espiritual, puesto que, Rashí indica en Ex. VI, 16 que la
esclavitud propiamente dicha no empezó antes de que murieran todos los jefes de tribu.
El segundo motivo invocado es el siguiente: “Yacob quería revelarles lo que iba a
suceder al final de los tiempos, pero se le “cerró” la visión. (Véase al respecto nuestro
Comentario en XLIX, I).
S.R. Hirsch profesa, sin embargo, una opinión muy distinta. Dice lo siguiente:
Hubiéramos podido pensar que los diecisiete años de vida apacible que Yacob pasó en
Egipto constituyeron la época más importante de su existencia y que, por lo tanto,
merecían figurar en un capítulo aparte, separado de los demás. Por el contrario, la
Torah sitúa esta época feliz en la prolongación de los años de sufrimientos y
tribulaciones, sin señalar en absoluto la transición. Esto es porque los años de
sufrimiento fueron los que le permitieron a Yacob convertirse en Israel y preparar a su
familia a su futura vocación mesiánica. Desde el punto de vista nacional, aquellos años
tan difíciles fueron los que más importancia tuvieron, mientras que los años felices
vienen a ser como el coronamiento de la existencia del Patriarca, pero sólo desde una
perspectiva puramente individual. Por eso la Escritura los presenta como la simple
consecuencia natural de toda la vida anterior.
DIECISIETE AÑOS: Yosef era el vivo retrato de su madre. Cada vez que Yacob le
miraba, le parecía ver a Raquel, su amada esposa, que le había sido arrebatada
prematuramente. Por esta razón, el Patriarca se sentía inmensamente feliz cuando
tenía a Yosef a su lado. Pero cuando Yosef cumplió los diecisiete años, el destino se lo
arrebató también. (XXXVII, 2), y, desde entonces, Yacob lloró, día tras día, su felicidad
perdida. Por este motivo, el Eterno quiso compensarle de todos sus sufrimientos
concediéndole, al final de su vida, otros diecisiete años en compañía de su hijo Yosef.
(Zohar). Desde luego, puede resultar sorprendente que los mejores años del Patriarca
hayan sido los que pasó en el Exilio, tras abandonar la Tierra Prometida. Pero este
hecho nos permite comprender mejor las observaciones iniciales que Rashí hace sobre
la Sidrá y que ya hemos mencionado más arriba: A pesar de la vida feliz y
despreocupada que los hijos de Israel llevaron en Egipto, a pesar de la bendición que
les aseguró aquel “crecimiento prodigioso”, sus “ojos y sus corazones se cerraron”, es
decir, que se replegaron sobre sí mismos a causa de “la servidumbre espiritual” que los
amenazó desde su llegada a Egipto; y, por otra parte, el don visionario del Patriarca
empezó a debilitarse hasta el punto de que no pudo revelarles a sus hijos el porvenir.
Pues si la vida acomodada y las riquezas materiales son patrimonio de las naciones del
mundo, la inspiración profética y la luz de la verdad son prerrogativas de la Tierra Santa.
La Sidrá de {Vayetzè} nos ofrece un ejemplo análogo. No está subdividida en párrafos
ni en {Parashàh Petujàh}, ni en {Parashàh Setumàh}; y, por ende, se presenta como
una “sidrá cerrada”. Su contenido se refiere al primer viaje que el Patriarca efectúa fuera
de la Tierra Prometida con el propósito de fundar un hogar. Sus hijos nacen y crecen
en tierra extraña, pero, a la hora de educarlos, Yacob “cierra los ojos y el corazón” a su
entorno pagano. El Patriarca vuelve obstinadamente sus pensamientos y sus miradas
hacia la Tierra de sus antepasados.
LOS DIAS EN QUE ISRAEL: En el versículo anterior que trata de la vida del Patriarca,
el texto designa a éste con el nombre “Yacob” mientras que aquí a propósito de su
muerte, le llama “Israel”. El contrario hubiera resultado más lógico, ya que la Escritura
suele emplear el nombre “Yacob” cuando el Patriarca se encuentra en un estado de
debilidad, y el nombre “Israel” en el caso opuesto. Por esta razón, Rabi Yoséf explica
que, enfocados desde la perspectiva de su próxima muerte, todos “los días” de la vida
del Patriarca se nos aparecen como rodeados por la aureola de gloria que confiere el
nombre “Israel”. Lo que significa que, a la hora de su muerte, este santo varón
comparecerá ante el Juez de los Cielos con el título de nobleza más alto que posee.
(Zohar).
HABIA DE MORIR: ¿Cómo supo que iba a morir? Tenía por entonces 33 años menos
de los que tenía su padre cuando murió; ¿no está escrito acaso que cuando un hombre
se acerca a la edad a la que murieron sus padres, debe estar preocupado cinco años
antes y cinco años después? (Rashí XXVII, 2). Lo que ocurre, dice Najmánides, es que
sintió sus fuerzas declinar y su cuerpo debilitarse, sin estar realmente enfermo. Nada
hay más alejado de la verdad, replica Rabi Haim Ben Attar; la debilidad física no
constituye una prueba de la proximidad de la muerte. Pero los justos son capaces de
detectar ciertos síntomas durante los treinta días que preceden su fin, es decir desde
el momento en que se decreta su muerte en las esferas celestiales. La imagen de Dios
que ven reflejada en el rostro humano empieza a oscurecerse a partir de entonces.
Otro de los motivos que tenía el Patriarca para no querer ser enterrado en Egipto es el
que Rashí expresa de la manera siguiente: “No quisiera que los egipcios me rindan un
culto idólatra.” Pero, ante todo, lo que Yacob deseaba era poder descansar en Tierra
Santa, pues sabía que su suelo les aportaba a los muertos la paz eterna. Rashí cita al
respecto una sentencia del Talmud (Ket. 111b) que expresa esta verdad en los
siguientes términos: Los muertos que están fuera de Tierra Santa sólo resucitarán a
costa de los sufrimientos provocados por las migraciones subterráneas que habrán de
efectuar para llegar a ella. Aunque no tenemos la pretensión de interpretar con exactitud
el sentido de esta metáfora, creemos lícito admitir que el cuerpo humano aspira por
naturaleza a reunirse con su tierra de origen y que sufre cuando permanece alejado de
ella. “El polvo vuelve a la tierra, allí donde estaba, y el espíritu se torna a Dios quien le
ha dado.” (Eclesiastés XII, 7). Esta tendencia natural a volver a los orígenes es común
a todos los elementos de la Creación.
Ahora bien, cuando Dios creó al hombre “del polvo de la tierra”, tomó este polvo del
lugar donde se alzó ulteriormente el altar del Templo de Jerusalem, como nos lo enseña
una tradición bastante difundida (Leyes del santuario Cap.2). Allí se encuentra el
“ombligo del mundo” y el punto de origen de la criatura. Esto nos permite comprender
porque es precisamente en aquel lugar y en sus contornos donde los restos mortales
del hombre encuentran, más que en cualquier otra parte, la paz y el descanso que
anhelan.
CAPITULO XLVIII
QUE SE LE DIJO A YOSEF: Rashí explica: “Un mensajero le trajo la noticia. Algunos
dicen que era Efrayím, quien solía estudiar junto a Yacob. Cuando éste cayó enfermo
en Goshen, marchó a la capital para anunciárselo a su padre.” Podemos deducir de
ello, dicen los Tosafistas, que Yosef no acostumbraba a estar con su padre. Pues temía
que le hiciese preguntas sobre las circunstancias de su venta como esclavo en Egipto,
y que estas preguntas le obligasen a denunciar el incalificable comportamiento de sus
hermanos. Quería evitar ante todo que su padre los maldijera, cosa que hubiera
acarreado la destrucción de la familia. ¿Acaso no había perdido a su madre, estando
ella aún en la flor de la edad, a causa de una palabra imprudente que su padre había
pronunciado a la ligera? (XXXI, 32).
Y EL TOMO CONSIGO A SUS DOS HIJOS: Como sabía que su abuelo Isaac había
esperado el momento en que sintió su muerte cercana para bendecir a sus hijos, Yosef
tomó entonces a sus dos hijos para que pudiesen beneficiarse al mismo tiempo que él
de la suprema bendición de su padre. Las últimas advertencias también suelen
pronunciarse durante los días que preceden la muerte, por los cuatro motivos indicados
por Rashí. (Deut. I, 3). Yosef deseaba asegurar, a través de su propia posteridad, la
continuidad de la gran tradición familiar. Este ardiente anhelo le incitó a llevar a sus
hijos ante su padre con el fin de que, antes de morir éste, recibiesen su bendición y,
con ella, la de sus antepasados Abraham e Isaac. Esta escena en la que vemos a un
padre tener la alegría de presentarle sus hijos a su propio padre y de hacerlos bendecir
por él constituye la apoteosis de la vida de Yosef y le ofrece a cada padre judío la
estampa ideal de la armonía perfecta que existe entre las generaciones pasadas y
futuras cuando las unen las mismas santas aspiraciones. En cuanto a Yosef, la
bendición que Yacob les concedió a sus hijos debió proporcionarle una inmensa
satisfacción después de la lucha heróica que había tenido que mantener en Egipto para
salvaguardar la fe ancestral dentro de su propio hogar.
Hemos expuesto ya, en nuestro comentario del capítulo XXXV, 23, los motivos por los
cuales Yacob quiso atribuirle a Yosef dicho privilegio. Cabe añadir que, de manera
general, Yacob procuró siempre hacer prevalecer el mérito personal sobre el privilegio
que otorga el nacimiento. Véase, más lejos, el comentario de los v. 14 y 20.
Por último, no debemos perder de vista que Leví, el tercer hijo de Yacob había sido
destinado por su padre, desde hacía ya mucho tiempo, a la celebración del Culto Divino;
por los motivos indicados en el comentario del capítulo XXVIII, v. 22. La tribu que
procediese de él, quedaría pues excluida del reparto territorial de la Tierra Prometida
(Deut. XIV, 27). De esta manera, el número doce que era el número de tribus entre las
cuales había de efectuarse el reparto como se había dispuesto desde los orígenes;
véase el comentario del capítulo XXXV, v. 22, estaba preservado. En otras palabras,
Yacob quiso restablecer el número doce poniendo a Menashé y a Efrayìm en el lugar
de Leví y del mismo Yosef, ya que, como lo explica Rashí en el capítulo L, v. 13, este
último no debía figurar entre las doce tribus.
7 – CUANDO HUBE VENIDO DE PADAN: Esta frase, que no parece tener relación con
el tema desarrollado hasta ahora, ha sido explicada por Rashí de la manera siguiente:
“Bien sé que te impongo grandes molestias pidiéndote que me lleves a Canaán para
enterrarme allí, a pesar de que yo no hice lo mismo por tu madre, y sin embargo, ella
murió muy cerca de Beth-lèjem…Pero has de saber que si la sepulté en aquel lugar fué
por orden de Dios, para que pueda socorrer a sus hijos cuando Nabucodonosor se los
lleve camino del destierro y pasen por allí. Raquel saldrá entonces de su tumba y llorará
e implorará para ellos la Misericordia Divina, como está escrito en el Libro de Jeremías
(XXXI, 15). La palabra {badèrej… “en el camino”} alude a la ruta de aquel exilio futuro.
Para Najmánides, sin embargo, el motivo alegado por Yacob para justificar el hecho de
no haber enterrado a Raquel en la sepultura familiar de Majpelá, es muy distinto; puede
deducirse del mismo texto bíblico y de su manera de recalcar que Raquel murió
repentinamente “en el camino”. Confrontado con las enormes dificultades que implicaba
el tener que hacerse cargo de una familia tan numerosa y de un ganado tan
considerable, Yacob, que, por otra parte, carecía en el camino de medios apropiados
para trasladar los restos mortales de su esposa con todos los honores que le debía,
renunció a efectuar este traslado. No obstante, declara Najmánides, estos argumentos
aducidos por el Patriarca eran sólo los motivos aparentes de la decisión que había
tomado, los que le sirvieron de pretexto. Las verdaderas razones, que hemos expuesto
en nuestro comentario del capítulo XXXV, v. 18, se sitúan en un plano totalmente
distinto, y nos permiten comprender, al igual que la explicación de Rashí citada más
arriba, que el hecho de haber inhumado a Raquel “al borde del camino” tenía un
significado profundo. Es por ello por lo que Yacob no pudo acceder al deseo expresado
por Yosef (Pesiktá R.) de trasladar el cuerpo de su madre a la Cueva de Majpelá.
EL LOS BESO Y LOS ABRAZO: “Quiso experimentar una alegría profunda a través de
este contacto con sus amados hijos, para que la Shejiná entrase en él, pues ella no
reside en medio de la tristeza y del abatimiento sino allí donde reinan la alegría y la
serenidad” (Midr. Agadá). Pero cuando vió que la Shejiná tardaba en darle la
inspiración, se puso a hablar de otros temas, como consta en el versículo siguiente,
hasta que Yosef, postrándose en tierra ante él, imploró la Gracia Divina para que le
concediese a sus hijos la bendición paterna.
GUIANDO ADREDE LAS MANOS: Así es como Rabi Janan-el, citado por Bajyáh,
interpreta estas palabras. En lugar de cambiar de sitio a sus dos nietos, como lo afirma
este comentarista, Yacob prefirió cruzar las manos sobre sus cabezas, para “no humillar
a Menashéh, que era el primogénito” (Maharshal). Por eso debemos traducir las
palabras {Ki Menashèh ha-bejòr} como “pues Menashéh era el mayor” y no como
“aunque Menashéh era el mayor”, como lo propone Rashí. La preocupación de Yacob
por no humillar al primogénito de Yosef resulta tanto más comprensible cuanto que el
Patriarca había manifestado ya en varias ocasiones su predilección por el hijo menor,
lo cual había provocado unas crisis bastantes graves en el seno de la familia. Desde
luego, no trataba de ocultar esta predilección, por los motivos que hemos expuesto en
nuestro comentario del capítulo XXXVII, v. 14; pero consideraba, sin embargo, que era
necesario tratar a Menashéh con ciertos miramientos para salvaguardar la concordia
entre los dos hermanos.
En cuanto a los motivos de su preferencia por el menor, el mismo Yacob los expone:
“el mayor, dice, se convertirá también en un pueblo y será también grande pero su
hermano menor será más grande que él y su posteridad será una muchedumbre de
naciones.” El Patriarca atribuye pues la preeminencia del más joven a lo que sabe de
su futuro destino, no al efecto de su bendición; pero cabe suponer que la distinción con
la que honra a Efrayìm se debe también a consideraciones de orden moral. Ahora bien,
Efrayìm había pasado diecisiete años estudiando nuestra ley, junto a su abuelo,
mientras que Menashéh, quien desempeñaba el cargo de intendente en el palacio de
Yosef (Rashí XLII, 23 y XLVIII, I), se había dedicado a los asuntos temporales. Estas
diferencias de personalidad entre Efrayìm y Menashéh le confirmaron a Yacob una
verdad que la experiencia le había enseñado ya en varias ocasiones, a saber, que el
hermano menor suele salvaguardar mejor que el mayor la vocación moral y espiritual
de la familia. Así pues, una vez más, el Patriarca actuó de acuerdo con esta verdad,
mientras meditaba en el futuro lejano de las tribus de Efrayìm y de Menashéh, aquel
futuro sombrío que acababa de entrever en su visión profética. El propósito de su
bendición fué pues el de invocar, para sus nietos, el “mérito de los padres” (Zejùt Avòt)
y la protección Divina.
15- Y BENDIJO A LOS HIJOS DE YOSEF DICIENDO: “EL DIOS DELANTE DE
QUIEN ANDUVIERON MIS PADRES, ABRAHAM E ISAAC; EL DIOS QUE ME HA
GOBERNADO DESDE QUE EXISTO HASTA EL DIA DE HOY.
15- BENDIJO A LOS HIJOS DE YOSEF DICIENDO: Según Najmánides, Yacob bendijo
a Yosef al bendecir a sus hijos. Pues la bendición suprema para un padre, es la que
colma a sus hijos. Pero Ben Attar interpreta el versículo de la siguiente manera: “Bendijo
a Yosef, y luego, les dijo a sus hijos, etc…
No obstante, Yacob establece una distinción entre los dos favores. Atribuye el sustento
diario a la intervención Divina {Ha-Elohim} y la salvación de los peligros a la acción del
àngel tutelar {Ha-Mal-àj}. Filósofos y exegetas se han esforzado por hallar la explicación
de esta diferencia y han llegado a la siguiente conclusión: El sustento que consiguen
diariamente todas las criaturas, desde las más grandes hasta las más pequeñas, es un
fenómeno sobrenatural del que sólo Dios “detiene la clave” (Ber. 35a). Esto significa
que dicho fenómeno no procede de las leyes que rigen la naturaleza sino de una
intervención providencial. ¡Cuántas veces en el curso de su larga existencia, en la que
los años de miseria y de duro trabajo alternaban con los años de prosperidad, el
Patriarca había podido comprobar la realidad de aquel prodigio, ¡el prodigio de la Gracia
Divina que nunca abandona a los que tienen fe en ella! Por eso, al final de su vida,
expresa el ardiente deseo que sus amados nietos puedan beneficiarse a su vez de esta
bendición.
BENDIGA A LOS MUCHACHOS: En el libro titulado Emunàh Ramà, el filósofo Abr. Ben
David Haleví explica el singular empleado aquí: Aunque el verbo en cuestión tiene
también por sujeto al Dios mencionado en el anterior versículo, como el àngel no es
más que el representante de la Divinidad y su instrumento, no hay más que un solo
agente. (pp.83-84)
Pero el texto admite también la siguiente interpretación: “Que mi nombre sea invocado
por ellos.” Es decir que el Patriarca expresa en su bendición el deseo de que su propio
nombre y el de sus antepasados lleguen a ser conocidos y célebres gracias a las obras
y a los méritos de sus descendientes. Desea que la conducta ejemplar de sus hijos y
de sus nietos sea el motivo por el que el mundo exalte el nombre del padre. No cabe
mayor ni más hermosa bendición.
Fué tal la importancia que llegó a tener esta parte de la bendición que el pez se convirtió
en el emblema de la tribu de Efrayìm y figuró en su bandera (Cf. de M. M. Kasher).
Algunas poblaciones paganas lo consideraron como el dios de la fertilidad y lo adoraron.
Y hoy día, incluso, son muchos los que siguen utilizando el emblema del pez como
talismán para conjurar los efectos del mal de ojo. Estos efectos proceden del poder
oculto que tienen los celos, el rencor y la envidia de nuestro prójimo.
Si Yosef fué considerado digno de ser protegido del mal de ojo, y si su descendencia
se benefició también de esta protección, fué porque había tenido el gran mérito de
“cerrar los ojos” ante la tentadora, la esposa de su amo, cuando servía en la casa de
Putifar. {ben poràt `alè `àyin}. Él era el hijo benemérito “a causa del ojo”; por eso recibió
la bendición paterna que lo elevó “por encima del mal de ojo” (XLIX, 22), como lo indica
Rabi Abahù (Zeb. II8b). Yosef mereció el calificativo de {Tzadik} porque consiguió
santificar su mirada {Kedushat ha`ayin}.
No obstante, Yacob pudo tener otros motivos para evocar el mundo de los peces.
Hemos subrayado ya, en varias ocasiones, su afición a la vida solitaria, su tendencia a
apartarse de las poblaciones autóctonas, su preocupación por educar a sus hijos de la
mejor manera posible, en un entorno homogéneo, libre de influencias extranjeras
(véase el comentario del capítulo XXXV, v. 27). Por eso, al darles la bendición a sus
hijos, se le presenta a la mente la imagen del mundo acuático. En efecto, los peces
viven su vida aparte, en un entorno distinto; su existencia transcurre sin problemas en
unas profundidades inaccesibles a las miradas de los hombres. Como estos moran en
otro elemento, ignoran la vida alegre, despreocupada y feliz que aquellos seres se
transmiten de generación en generación. Pues bien, es así como el Patriarca desea
que sus descendientes vivan, sólo que {be-kerev ha-aretz} en el centro de la tierra. El
Patriarca desea que prosperen, felices y seguros, en su propio elemento, y allí donde
el mundo que los rodea no pueda seguirlos ni sospechar el significado profundo de su
existencia. Estarán entonces, como dice Onkelos en su interpretación de este versículo,
“en medio de la humanidad, en la tierra, como los peces en el mar.”
17 – MAS COMO VIESE YOSEF: Algunos comentaristas afirman que hizo el gesto de
desplazar la mano de su padre antes que éste pronunciase las bendiciones referidas
anteriormente, pues el texto no dice “su padre puso la mano derecha sobre…”,
empleando el pasado (shat) sino el futuro {yashìt}. Yosef vió que su padre iba a poner
la mano derecha sobre la cabeza de Efrayím, y esto le disgustó. En efecto, Yosef tenía
presentes a la mente los dramáticos incidentes que había provocado ya varias veces,
en el seno de la familia, la preferencia de Yacob por su hijo menor, preferencia que
manifestaba abiertamente. Consideró pues que tenía derecho a emplear todos los
medios posibles para evitar que semejantes conflictos surgiesen también entre sus
propios hijos. Pero su padre no compartía su manera de ver, como podemos deducirlo
de su respuesta. Todo esto explica el enfrentamiento breve, aunque vehemente al que
asistimos aquí entre el padre y el hijo, y el gesto imperativo esbozado por éste.
18 – Y DIJO YOSEF A SU PADRE: “NO ASI, PADRE MIO, PUESTO QUE ESTE ES
EL PRIMOGENITO; PON TU DERECHA SOBRE SU CABEZA.”
19 -PERO REHUSO SU PADRE, DICIENDO: “LO SE, HIJO MIO, LO SE; ESTE
TAMBIEN VENDRA A SER PUEBLO, Y EL TAMBIEN SERA GRANDE; Y SIN
EMBARGO SU HERMANO MENOR SERA MAS GRANDE QUE EL; Y SU LINAJE
VENDRA A SER UNA MULTITUD DE FAMILIAS.”
SU HERMANO MENOR SERA MAS GRANDE QUE EL: Pues de él, dice Rashí, saldrá
Yehoshua, quien le dará a Israel en herencia la Tierra Santa y le enseñará la Torah.
Hemos indicado ya anteriormente que el estudio de la Torah era patrimonio de Efrayim
(véase el comentario del v. 14) y que esta vocación espiritual fué el motivo por el que
el Patriarca le concedió a él la preeminencia. Pero, por otra parte, la tribu de Efrayim se
distinguió por su sentimiento de fidelidad hacia la Tierra Santa. Pues además del hecho
de que Yehoshua tuvo el mérito de llevar a cabo la conquista de Canaán, lo que
constituyó una hazaña de alcance universal, mucho antes de su advenimiento, la tribu
de Efrayim demostró su profundo apego a la tierra de los antepasados, sacudiendo el
yugo de la esclavitud egipcia y emigrando colectivamente para ir a establecerse en ella.
(San. 92). Esta tentativa de liberación prematura se terminó por la derrota de los
valientes guerreros de Efrayim, pero sus cadáveres, que cubrían el valle del país de los
Filisteos, resucitaron en los tiempos del Profeta Ezequiel, quien proclamó: “Así habla el
Señor: Yo abriré vuestras tumbas, os haré salir de vuestros sepulcros, ¡oh pueblo mío!
y os llevaré a la tierra de Israel…” (XXXVII, 12). Aunque es cierto que la tribu de Efrayim
había cometido un pecado rompiendo las cadenas del exilio antes de que sonara la
hora fijada por la Providencia para la liberación, sus intenciones no dejaban por ello de
ser puras. Lo que la movía era la nostalgia de la Tierra Santa, y si aspiraba a sacudir el
yugo egipcio, era porque deseaba vivir allí donde pudiese servir mejor a Dios. Por esta
razón, la voz del Profeta reconoce sus méritos en el discurso consolador que les dirige
a los hijos de Raquel: “Ya oigo, dice el Eterno, el lamento de Efrayím: “Me has castigado
y he aceptado el castigo, como un novillo indómito; acógeme de nuevo y volveré a ti,
pues tú eres el Eterno, mi único Dios… me he arrepentido; he comprendido mis faltas
y me he golpeado el pecho; lleno de vergüenza y confusión, reconozco que expío el
oprobio de mi juventud.” ¿Es para mí Efrayím un hijo tan querido, un niño tan regalado
que, cuanto más hablo de él, más quiero recordarle? Sí, mis entrañas por él se
conmueven, tendré compasión de él, dice el Eterno” (Jer. XXXI, 18-20). Estos fueron
también los sentimientos del Patriarca cuando entrevió el futuro de sus hijos. Para él
también, Efrayím era “el hijo querido, el niño regalado” (Zohar).
Rabì Yitzjàk Arama, quien analiza esta cuestión en su libro titulado “Akedàt Yitzjàk”
(XXIII) expone la concepción bíblica sobre el particular citando, a modo de ilustración,
la siguiente parábola: En uno de los grandes reinos de la Antigüedad, existía la
costumbre de elegir para el cargo de rey al ciudadano más sabio, digno y valiente de
todos. El principe real no heredaba la corona. Pero sucedió que uno de los monarcas
que ocuparon el trono consiguió una popularidad extraordinaria, porque además de
bueno era sabio y había llevado a cabo conquistas y reformas acertadas. Sus súbditos,
que le tenían mucho cariño y deseaban expresarle su gratitud, le juraron establecer su
dinastía sobre el reino e instituir a partir de entonces un sistema de monarquía
hereditaria en el que, los derechos de sucesión le correspondiesen automáticamente al
primogénito del rey. El pueblo cumplió su palabra durante varias generaciones, pero
sucedió que el primogénito de uno de los descendientes del ilustre fundador de la
dinastía resultó ser un hombre incapaz, un mentecato y un desvergonzado; y que su
hermano menor, en cambio, resultó ser virtuoso, inteligente y valiente. Los súbditos del
rey decidieron entonces organizar un gran banquete en honor al principe heredero
después de la muerte del rey, y cuando el pretendiente al trono acabó de beber y de
deleitarse con todos los apetitosos manjares que le habían servido, los sabios del reino
fueron a hablarle de las abrumadoras responsabilidades y de los sacrificios personales
que implicaba el ejercicio del poder, y le aconsejaron encarecidamente que renunciase
a él en favor de su hermano menor, para poder así entregarse libremente a todos los
placeres que le brindaba la vida. El principe aceptó; acto seguido, el Consejo del Reino
se reunió, proclamó rey al hijo menor y decidió abolir la cláusula del derecho hereditario
que le había sido concedida antaño al primogénito en homenaje al eminente fundador
de la dinastía.
21 – ISRAEL DIJO ADEMAS A YOSEF: “He aquí que voy a morir. Más Dios estará con
vosotros…”. el hecho de que estas palabras sean pronunciadas frente a la muerte les
confiere una dimensión profética. Le aportan a Yosef la absoluta certeza de que Dios
permanecerá junto al pueblo de Israel durante su exilio y que le liberará para llevarle de
vuelta a la tierra de sus antepasados. Por eso, esta frase se ha convertido, para Israel,
en una fuente inagotable de confianza en Dios a lo largo de los siglos de destierro y
aflicción. Yosef se la repetirá casi textualmente a todos sus hermanos, antes de morir
(capítulo L, v. 24), añadiendo algunas alusiones a los signos anunciadores de la
liberación {Simanè Gueulàh} tal como se los ha oído formular a su padre. Y, como lo
subraya Rashí (en Deut. XXXIII, v. 28) también Moshéh hace referencia, antes de morir,
a esta promesa solemne de liberación del pueblo judío enunciada por el Patriarca en
su lecho de muerte.
UNA PORCION MAS QUE A TUS HERMANOS: Rashí añade: “En recompensa por la
molestia que vas a tomarte ocupándote de mí sepultura, te doy en patrimonio un
territorio donde serás inhumado. ¿Y cuál es este territorio? El de Shejem”. Véase el
comentario del capítulo XXIII, v. 17.
CAPITULO XLIX
1 – ENTONCES LLAMO YACOB A SUS HIJOS: “Yacob empezó su bendición allí donde
Yitzjak había terminado la suya.” En efecto, la palabra {Vayikrà} con la que Yacob
comienza su discurso enlaza con aquel otro empleado por Isaac en XXVIII, I. Y, a su
vez, Moisés tomó la continuación de la bendición de Yacob (las palabras {vezòt asher
dibèr abihèm}, Deut. XXXIII, I, son un eco de la frase final de Yacob {vezot ha-erajàh},
v. 28). Por último, David empezó sus himnos allí donde finalizaban las bendiciones de
Moisés (las palabras {ashrè ha-ìsh, Salmo I, v. I, repiten el último deseo expresado por
la Torah {ashrejà Yisrael} Deut. XXXIII, 29). Así pues, cada una de las tres fases
sucesivas de la historia judía va acompañada de la bendición ancestral que les da la
inspiración a los jefes de las generaciones siguientes. El propósito de la bendición de
Yacob, quien la basó en la que había recibido de su padre, fué la consolidación de la
familia de la que había de proceder el pueblo de Israel. Moisés bendijo a su pueblo en
el umbral de la Tierra Prometida con miras a su conquista, y en ella se inspiró de la
bendición solemne de los Patriarcas. En cuanto a David, su Libro de Salmos puede
considerarse como una bendición que le prodigó a Israel con el fin de dotarle del medio
de expresión universal necesario para la propagación de la fe monoteísta y la
realización de su tarea mesiánica. Desde esta perspectiva, la bendición de David viene
a ser la perpetuación de las bendiciones anteriores.
Este elemento imponderable, la doctrina judía lo concibe bajo una forma más directa y
más personalizada. Allí donde los hombres no ven más que el efecto de un azar ciego,
el judaísmo sabe reconocer la intervención de la Providencia. La Providencia toma la
apariencia de un factor inmaterial, independiente de la voluntad humana, que procede
de una esfera sobrenatural y se inserta en el denso tejido de nuestras actividades
económicas, sociales, científicas o culturales para ejercer en ellas una influencia
determinante. Este factor no es otro que la bendición Divina, la que aporta al esfuerzo
del hombre el elemento de éxito y prosperidad que hace crecer y florecer sus empresas
y que se sustrae a cualquier previsión, cálculo, evaluación o especulación. El deseo de
“buena suerte” que solemos formular cada vez que nuestro prójimo se lanza en alguna
empresa nueva, y que revela nuestra creencia en la intervención de un factor metafísico
en la vida económica, no es otra cosa que la traducción laica de la bendición Divina.
Esta constituye uno de los factores más constructivos y creadores de nuestra
existencia, pues como dice el autor de los Proverbios “La bendición del Eterno es lo que
enriquece” (X, 22). Este es el momento en que “los hijos de Israel” se disponen a
emprender la tarea histórica de constituirse en nación independiente; por eso, antes de
abandonar esta vida, el Patriarca pide a Dios que los bendiga para que tengan éxito en
esta empresa de alcance universal.
La idea de Yacob de revelarles a sus hijos el final de los tiempos procedía sin duda de
su deseo de aportarles el consuelo moral que podían necesitar dadas las
circunstancias. En efecto, ante ellos se abría entonces la sombría perspectiva de una
vida de esclavitud y de exilio que había de perdurar durante varios siglos, pues todos
sabían que así se lo había anunciado Dios a Abraham. El “final mesiánico” representa,
para Israel, la eterna esperanza, la confianza inquebrantable y la certeza del triunfo del
bien sobre el mal. Por eso Yacob quiso transmitirles a sus hijos esta fe en el final de los
tiempos que las circunstancias habían de fortalecer.
Por empezar, he aquí que debe destituir al mayor del puesto de jefe que le corresponde
dada su calidad de primogénito. Pues no olvida que el pecado cometido antaño por
Rubén, cuando “profanó el lecho paterno” (XXV, 22) ha revelado su temperamento
fogoso “como agua que bulle” (Rashí explica: La impetuosidad y la precipitación con las
que te enojaste se parecen a las aguas que fluyen apresuradamente). Es cierto que
Rubén ha hecho penitencia, pero, aunque ha conseguido así rehabilitarse a nivel
personal, como jefe de sus hermanos, está descalificado. Pues la penitencia no ha
modificado el fondo de su carácter.
¿Significa esto que Rubén no merecía la bendición paterna? No sería del todo justo
afirmarlo ya que las palabras que le dirige Yacob pueden ser interpretadas tanto
favorable como negativamente. Volvemos a encontrar aquí, en el comentario elaborado
por el Midrash (Rabá c. 98), la controversia entre Rabi Yehoshu`a y Rabi Eliezer, por
un lado, y Rabi Eleazar Hamudaì, por otro, que os hemos referido en nuestro
comentario del capítulo XXXV, v. 22, a propósito del relato bíblico del pecado de Rubén.
En el pasaje que nos interesa ahora los dos primeros tanaím citados atribuyen a las
palabras dirigidas por Yacob a su hijo mayor un sentido más peyorativo, más severo,
que Rabi Eleazar Hamudaì. Ante esta discrepancia de pareceres, que pone de
manifiesto la ambigüedad de los términos empleados por el Patriarca, los Sabios, a
modo de conclusión ponen las siguientes palabras en la boca de Yacob: “Ni te alejo ni
te acerco; dejo el asunto pendiente hasta la llegada de Moisés quien actuará contigo
como le parezca.” ¿Hemos de comprender acaso que Yacob quiso aplazar la decisión
definitiva y hacerla depender de la conducta futura de su hijo? Esto es, en efecto, lo que
podemos inferir de la parábola citada por el Zohar al respecto: “Estando en su lecho de
muerte un padre de familia, el Rey fué a visitarle. Al verle, el moribundo dijo: Depositaré
mi fortuna entre las manos del rey para que la guarde y se la entregue a mi hijo cuando
le considere digno de poseerla. Es así como actuó Yacob con Rubén. Le concedió su
bendición, pero se la dejó en reserva en espera del día en que se mostrase digno de
ella.”
5 – SHIM`ON Y LEVI HERMANOS SON: Tras la destitución del hijo mayor, los honores
de la primogenitura debían haberles correspondido a los hermanos que le seguían
cronológicamente. Sin embargo, ni el segundo, ni el tercer hermano fueron
considerados dignos de dichos honores. En Shejem, a raíz de la desgracia de Dinah,
(capítulo XXXIV) ambos habían demostrado tener un sentido de la solidaridad fraternal
del que su padre se hubiera enorgullecido si no hubiera degenerado en actos de
violencia desenfrenada totalmente indignos de los herederos de Yacob. El hecho de
vengar el honor de una hermana ultrajada atestigua indiscutiblemente la existencia, en
el vengador, de un elevado concepto de la pureza. Pero esta loable exigencia dista
mucho del furor vengativo que ocasionó la matanza perpetrada por los dos hermanos.
La violencia de éstos es peligrosa, su salvaje desenfreno puede tener graves
consecuencias. Por lo tanto, ninguno de ellos merece ser investido de la autoridad que
le corresponde al jefe. Con Shim`ón y Leví, Yacob se enfrenta al mismo dilema que le
ha planteado Reuvén. ¿Debe acaso tener en cuenta sus desenfrenos temperamentales
y negarles su bendición a dos hijos cuyos descendientes van a formar parte, al igual
que las demás tribus del pueblo de Dios? La honradez y rectitud de su carácter le hacen
vacilar, y finalmente, decide, una vez más, conceder su bendición, dejando, no
obstante, en manos del futuro Profeta, del hombre que estará más cerca de Dios que
él mismo, la responsabilidad de su atribución. Ahora bien, cuando a este Profeta, que
no era otro que Moisés, le llegó la hora de bendecir a las tribus de Israel, se encontró
con que la situación había evolucionado, pues los dos hermanos, antaño inseparables,
se habían distanciado considerablemente el uno del otro (Zohar). Leví se parecía por
entonces a “un hombre que, tras pedirle prestada al rey una suma de dinero, se la
devuelve y está incluso en condiciones de prestarle dinero a su vez. En cambio,
Shim`ón era como el hombre que le ha pedido un préstamo al rey y que no sólo no se
lo devuelve, sino que vuelve a endeudarse con él. “En efecto, Leví había contraído una
deuda con Dios participando a la matanza de Shejem. Pero luego, había “reembolsado
su préstamo” en el desierto, cuando, en el episodio del becerro de oro había sido la
única tribu en contestar a la llamada de Moisés. “¡Que el que está a favor del Eterno,
venga conmigo!” Es más, fué un hijo de la tribu de Levi, Pinjas, el sacerdote, quien tomó
la iniciativa de defender la causa de Dios, en Shitim, “apartando así la cólera de Dios
de los hijos de Israel” (Números XXV, 10). Con Shim`ón, sucedió todo lo contrario. No
solo siguió siendo deudor de Dios por los crímenes perpetrados en Shejem, sino que
además cometió otro pecado en Shitim, cuando Zimri, jefe de una familia shim`onitas
por el lado paterno, se entregó públicamente a la depravación con una mujer madianita.
(ibìd.). En esta ocasión, las dos tribus cuyos antepasados habían sido inseparables, se
enfrentaron violentamente la una a la otra. El acto profanatorio perpetrado por los
Shimeonitas fué vengado, una vez más, por el acto de devoción incondicional a la causa
Divina protagonizado por los Levitas. Por eso Moisés le dió su bendición a Levi mientras
que se la denegó a Shim`ón, y, sin nombrarle siquiera, integró la bendición que le
correspondía a la que le dió a Yehudah (Sifré, Deut. XXXIII, 8; véase Najmánides ibìd.).
Pues “la posesión que les tocó a los Shim`onitas estaba en medio de las de los hijos de
Yehudàh.” (Yehoshù`a XIX, 1).
DE LA PRESA, HIJO MIO, SUBISTE: Véase el comentario del capítulo XXXVII, v. 33,
donde relacionamos esta frase con los acontecimientos referentes a la venta de Yosef,
de acuerdo con la interpretación de Rashí. La mayoría de los comentaristas atribuyen,
sin embargo, un sentido diferente a esta parte del versículo. Lejos de entregarse a la
brutalidad y al desenfreno después de haber conseguido la victoria, Yehudah “vuelve a
subir” a su nivel moral tras efectuar su captura y llevarse su trofeo. (Palabra derivada
de tèref, triunfo).
HASTA QUE VENGA SHILO: El Mesías a quien pertenece la corona.” Rashí sigue aquí
la traducción de Onkelos sobre la cual Yoséf Albo hace el siguiente comentario en su
libro “Ha -`Ikkarim”: “la fe mesiánica estriba en la tradición, pues, de acuerdo con la
tradición, Onkelos, el prosélito, el discípulo de Shema`ayá y Avtalión, que eran
contemporáneos del segundo Templo, interpreta la frase citada como una alusión al
Mesías. Esta interpretación se ha perpetuado hasta nuestros días y no podemos
rechazarla. Pues si lo hiciéramos, también podríamos rechazar toda nuestra fe religiosa
y explicar los versículos de distinta manera. Todo estriba pues en la tradición.” (IV, 42).
Al contrario de Maimónides, para quien la fe mesiánica forma parte de los trece artículos
de fe de la doctrina judía, Yoséf Albo mantiene que la creencia en el Mesías está
anclada en la tradición, como lo atestiguan varios pasajes de los Profetas relativos al
Redentor, sin ser por ello objeto de un artículo de fe específico. Pues esta creencia,
que, por lo demás, no es exclusiva de la religión mosáica, se deriva del principio de la
retribución del bien y del mal. Procede de la esperanza en la victoria final del bien. Sea
lo que fuere, nuestro versículo es la primera alusión bíblica al advenimiento del Mesías
en un lejano futuro, y, por tanto, el primer fundamento de dicha creencia. Es el que
nuestros Sabios suelen citar para apoyar nuestra fe en la venida del Redentor, y el que
han invocado siempre, durante la Edad Media, los dignatarios más entendidos de las
comunidades judías en las numerosas disputas que tuvieron que mantener con los
representantes de las demás religiones. Una amplia literatura exegética y apologética
se ha constituído en torno a este pasaje bíblico que admite muchas interpretaciones,
pero cuyo significado fundamental no ha sido alterado por el paso del tiempo. En
cambio, lo que sí puede dar lugar a dudas es la intención a la que obedecía el Patriarca
cuando pronunció esta frase. ¿Cuál era su propósito? ¿Adelantar un pronóstico sobre
la forma en que iban a evolucionar las cosas o decretar de manera imperativa que la
tribu de Yehudah era la única “tribu real”, y que las demás estaban excluidas de esta
dignidad? Esta última opinión es la que profesan Maimónides (Leyes de la Monarquia
Cap. 1, Par. 9) y Najmánides, quienes consideran como usurpadores a los reyes
procedentes de cualquier tribu que no fuera la de Yehudah. Así explican que el reinado
de estos monarcas hayan sido generalmente Instante breve, como en el caso de los
jashmonèos, que eran descendientes de los Levitas y cuyo poderío se hundió en la
deshonra al cabo de algunas generaciones. Además de sus muchos pecados, la
dinastía jashmonèa había practicado el cúmulo de las funciones sacerdotales y reales,
lo cual está prohibido por la ley enunciada en Números XVIII, 7.
Pero Rabi Nissim de Gerondi objeta que, si interpretamos las palabras del Patriarca en
el sentido de una orden, tendremos que admitir que todos los soberanos del reino de
Israel fueron usurpadores y que, por otra parte, la orden de Yacob no se aplicó nunca
al pie de la letra excepto en la época de David y de Salomón quienes reinaron sobre
las doce tribus. Llega pues a la conclusión de que las palabras, del Patriarca debe
interpretarse como una profecía o una bendición que se aplica a la época en la que los
judíos tuvieron su independencia nacional, lo cual excluye por tanto a la disnastía
jashmonea; y que concierne exclusivamente el período histórico iniciado por el rey
David (véase Rashí), ya que David marcó el principio del reinado de la tribu de Yehudah,
el reinado de Saúl no está pues en cuestión. A partir de entonces, el cetro no se escapó
nunca totalmente de las manos de Yehudah (Discurso 7). Los Tosafistas también
opinan que nuestra frase tiene el valor de una bendición (Yomá 26a) que se cumplió
sólo parcialmente debido a la conducta indigna de algunos representantes de la estirpe
davidiana (Sam. II, 7).
HASTA QUE LLEGUE SHILO: “Es el rey Mesías a quien pertenece la corona” (Rashí).
Hasta su advenimiento, Yehudah detendrá el cetro y reinará sobre su nación, pero el
Mesías, hijo de David, reinará sobre la congregación de todos los pueblos, {velò yikehàt
`amìm}
11 – EL ATARA EN LA VID SU POLLINO: “Es así como Yacob entrevé al Mesías. Pero
¿cómo le ve? Le ve como el vencedor de la humanidad, montado no en un caballo sino
en un pollino. El asno es la bestia de carga que simboliza universalmente el bienestar
apacible y la grandeza nacional pacífica, al contrario de los caballos, que representan
la potencia bélica. Por eso, de todos los animales impuros, el asno ha sido consagrado
por la expresión {Pèter jamòr} como el representante de todos los bienes muebles. Este
es el animal que transporta, con paso sosegado, al hombre y sus pertenencias. Esto
explica que el poder de los reyes judíos no pudiese expresarse en número de caballos
y que le estuviese prohibido al monarca {le-harbòt sus}. El futuro redentor de Israel y de
la humanidad se nos presenta pues aquí asociado con el asno, y esta imagen suscita
una doble visión de paz y bienestar material. Pues el hecho de poder atar al animal, y
sobre todo al {`ayìr}, el impetuoso “pollino”, a la vid, es revelador de un desarrollo
prodigioso de la naturaleza, gracias al cual la vid adquiere la robustez de un árbol y de
una abundancia extraordinaria. La imagen del Mesías “montado en un asno” es también
la que se le aparece al profeta Zejariyàh en su visión mesiánica, cuando dice: “¡Salta
de júbilo, hija de Sión, alégrate, hija de Jerusalem! He aquí que tu rey viene hacia ti,
justo y victorioso, humilde y montado en un asno, en la cría de una asna” (IX, 9, S.R.
Hirsch).
12 – ESTARAN ENCENDIDOS SUS OJOS CON EL VINO: Como lo subraya Rashí, los
versículos II y 12, evocan de manera hiperbólica la abundancia de bienes que producirá
la tierra cuando se cumplan los tiempos. Para Yacob, la era mesiánica cuya fecha de
advenimiento ha intentado revelarles a sus hijos al principio, pero sin conseguirlo, se
presenta como un rejuvenecimiento de la naturaleza, como un retorno al Paraíso. Las
bendiciones del Cielo y la concordia que reinará entre los hombres crearán un estado
de felicidad temporal en el que el hombre dejará de edificar su grandeza a base de
esclavizar o aniquilar a sus semejantes. Los vestidos de los poderosos de este mundo
no llevarán manchas de sangre humana; la generación del Mesías rebosará vitalidad,
tendrá los “ojos brillantes” y vigor, sus “dientes serán más blancos que la leche”.
Y SU COSTADO ESTARA HACIA SIDON: En la bendición que les concede a los dos
hermanos, Moisés añade: “Ellos invitan a los pueblos a ir a la montaña”, cosa que Rashí
(ibìd.) explica de la manera siguiente: “Atraídos por el comercio de Zebulùn, los
mercaderes extranjeros penetran en su territorio mientras él permanece dentro de sus
fronteras; dicen: ya que nos hemos tomado la molestia de venir hasta aquí, vayamos
hasta Jerusalem, veamos cual es la Divinidad que esta nación venera y cuáles son sus
costumbres. Descubren que todo Israel adora a un solo Dios y sigue el mismo régimen
alimenticio, al contrario de lo que sucede en las demás naciones, donde el dios de los
unos no se parece al dios de los otros y donde el alimento de los unos difiere del de los
otros. Dicen entonces: “No existe ningún pueblo tan puro como éste” y se convierten
allí, como está escrito: “Allí ofrecen sacrificios piadosos” {sham yizbeju zivjè tzèdek}.
Según otra versión atribuida por el Midrash Rabbá cap. 99 a Rabi Asha, la conversión
de los pueblos que el comercio de Zebulùn atraía hacia la Tierra Santa se debía a la
admiración que sentían por la tribu de (Yisajar, pues a pesar de estar dedicada a los
estudios religiosos, ésta disfrutaba de una situación acomodada. Yisajar proporcionaba
pues “el material para los prosélitos {Jamòr gàrem}, en otra lectura {jòmer la gerìm}.
15- Y COMO VIESE QUE ERA BUENO EL DESCANSADERO, Y QUE LA TIERRA ERA
AMENA: Rashí explica: Vió que tenía una tierra bendita, buena para producir frutos, y,
sin embargo, inclinó el hombro para llevar el yugo de la Torah y se convirtió en el
esclavo tributario de Israel al aceptar la carga que consistía en fijar para ellos las
decisiones de la Torah y en contestar a sus preguntas.
En cambio, Malbim y S.R. Hirsch toman al pie de la letra la palabra {ha-àretz} y traducen
la frase por: “Vió que el trabajo del campo era agradable.” En efecto, si Yehudah es la
tribu real y Zebulun la tribu comercial, la de Yisajar representa la agricultura y constituye,
por ende, el núcleo del pueblo judío. El hombre judío no trabaja por amor al trabajo y al
lucro; trabaja con miras a asegurarse la {Menujàh …tranquilidad}. Deja para los demás
el poder y la riqueza y considera que el ocio conseguido mediante el esfuerzo personal
es el bien más valioso que puede proporcionarle su labor. Por esta razón, Yisajar se
dedicó a explotar las riquezas espirituales de la nación. El conocimiento profundo de la
Torah no se adquiere mediante una dedicación exclusiva a los asuntos profesionales,
sino gracias a las horas de ocio que constituyen el producto más apreciable del trabajo:
{Menujàh ki tov} Yisajar comprendió pues que la agricultura era el medio más eficaz
para alcanzar el estado ideal en el que el hombre “hace de la Torah su meta principal y
del trabajo una ocupación accesoria.” Y fué así, aceptando pagar “el tributo del trabajo
agrícola {Vaihi lemàs `ovèd},” como consiguió convertirse en la tribu más intelectual de
la nación judía.
21 – NAFTALI ES UNA GACELA SUELTA: “Las tribus de Israel están comparadas con
animales” (Sotá 11b). Yehudah está comparado con un cachorro de león, Yisajar con
un asno huesudo, Dan con una serpiente, Naftalí con una gacela y Benjamín con un
lobo. Esta observación del Talmud tiene, según S. Edels, un significado preciso que
procede de su contexto. Su propósito es insistir en el hecho de que los rasgos distintivos
que caracterizan a cada una de las tribus deben conservar la fuerza elemental del
instinto y no verse nunca afectados por las taras de la sociedad y de la civilización,
como sucede en el caso de los animales que encarnan estas características.
“Los señores acostumbran a enviarse gacelas los unos a los otros. Las gacelas que
nacen en los países nórdicos se crían en las cortes de los paises del sur. Si se les ata
un mensaje en los cuernos, salen disparadas en dirección a su ciudad natal,
convirtiéndose así en mensajeras “de felices noticias” (imrè shèfer). He aquí lo que
podemos leer en el Talmud de Jerusalem: El emperador romano Diocleciano les
imponía excesivos gravámenes a los habitantes de Panaje, hasta el punto de que éstos
decidieron abandonar su ciudad. Un consejero le dijo entonces al emperador: “Si se
marchan, volverán, pues es ley de naturaleza. Hagamos la experiencia enviando a
algunas gacelas de nuestro país a una comarca alejada. Acabarán por regresar.” Así
se hizo. Las gacelas fueron enviadas a Africa, y allí las ataron para que no se
escaparan. Cuando se les devolvió la libertad, al cabo de 13 años, volvieron
inmediatamente a su tierra de origen” (Najmánides).
Naftalí era el prototipo del hombre satisfecho “colmado de favores, lleno de la bendición
del Eterno” (Deut. XXXIII, 23). Además, tenía el don de la elocuencia, y “cuando abría
la boca en alguna reunión, su palabra corría como la miel” (Targumin; el nombre
{Naftalì} se compone de las palabras {nòfet lo}, “la miel que le corre”, como en
Proverbios XXIV, 13). Esta facilidad que tenía para expresarse le predestinaba a ser el
portador de buenas noticias. El mismo Naftali había tenido ya la oportunidad de
desempeñar esta función, en algunos textos consta, en efecto, que él fué el primero en
anunciarle a Yacob la noticia de que Yosef estaba aún vivo. (Targ.). En lo sucesivo, sus
descendientes demostraron ser diplomáticos natos pues aliaban al encanto de su
elocuencia, la habilidad y el tacto. (Tanj.). Naftalí se convirtió en el mensajero ideal;
nunca traicionó la misión que le encomendaban; además, era capaz de encargarse de
las operaciones más audaces, pues su espíritu penetrante e inspirado y su gracia
irresistible hacían de él el mejor portavoz de todos los hermanos, en la más noble
acepción de la palabra.
Desde luego, el jefe incontestable de los hijos de Israel, era Yehudah. “Tus hermanos
te rinden su homenaje” le había dicho su padre. Yehudah gozaba de una autoridad
natural y de una popularidad que nadie le discutía mientras que Yosef, cuyas aptitudes
físicas y espirituales eran sin duda más brillantes aún que las de Yehudah había
despertado desde el principio los celos y el odio de sus hermanos. “Le han atormentado,
le han asaetado, se han ensañado contra él los arqueros.” Por esta razón, no pudo
aspirar al puesto de jefe. Sin embargo, Yosef era superior a Yehudah en grandeza moral
y en virtud. No fué Yehudah sino él quien mereció el calificativo de {Tzadik… “justo”},
que le atribuye la tradición judía (Yomá 35b). Su padre le llama aquí el “coronado entre
sus hermanos”, pues lleva la diadema invisible de la perfección moral. Este homenaje
excepcional que el Patriarca le rinde a su hijo desde su lecho de muerte se debe a la
fuerza de carácter y a la magnanimidad que Yosef ha demostrado en dos ocasiones,
en relación con dos acontecimientos cuya importancia ha sido determinante en su vida.
Yacob los recuerda aquí discretamente, a través de las palabras eufémicas que le dirige
a su hijo.
La primera victoria moral que Yosef consiguió fué la castidad que observó en Egipto en
medio de las múltiples seducciones a las que estaba expuesto diariamente. “Cada día,
exclama Rabi Yojanán, el Eterno glorifica él mismo la virtud del soltero que vive en una
gran ciudad sin entregarse al pecado” (Pes. 113a) . En Egipto, la perversión de las
costumbres y los desenfrenos sexuales había llegado a los más innobles extremos,
como lo atestigua la propia Torah. (Levít. XVIII, 3). Pero Yosef permaneció
soberanamente insensible a la depravación que le rodeaba. Supo incluso resistir a la
tentación constante del pecado al que la esposa de su amo le invitaba y defender su
virtud a riesgo de perder la vida – pues ella había formulado amenazas de muerte –
mientras que Yehudah se había entregado a un acto de depravación en un momento
de debilidad. Yosef nunca conoció semejantes debilidades, a pesar de que su belleza
era tan extraordinaria que “las muchachas caminaban en lo alto de la muralla” para
contemplarle cuando pasaba. Había sabido dominar sus instintos “reprimiendo su
fuerza viril.” {vatèshev be-etàn kashtò}. (véase el comentario del capítulo XXXIX, v. 12;
según Sotá 36b). “Su virilidad se había esparcido por sus manos” {va-yafòzu zero`e
yadàv}, dice Rashí”, gracias a la energía moral que poseía y que se debía a la influencia
remota del “poderoso Yacob” (ibìd.). El recuerdo de su padre era, en efecto lo que había
retenido a Yosef impidiéndole caer en el pecado, incluso en Egipto. (Véase el
comentario ib., v. II). Así pues, El Patriarca, la “roca de Israel”, guía a su hijo como un
pastor {ro`e èven Yisrael}, desde lejos. El salmista también glorificará el extraordinario
ascendiente que el padre ejercía sobre aquel hijo perdido en un país lejano desde hacía
ya muchos años: “Pastor, Israel, escucha; tú que guías a Yosef como un rebaño…
{nohèg ka-tzòn Yosèf}” (LXXX, 2).
Este dominio de sí mismo que Yosef demostró en su lucha contra sus impulsos
sensuales, volvió a confirmarse en otro ámbito moral. Yacob alude a ello en su
bendición cuando entrelaza los dos principales méritos de su hijo. Sus hermanos, dice,
le hostigaron y “los arqueros le asaetearon”, pero él no aprovechó la magnífica
oportunidad que tuvo de devolverles el daño que le habían hecho. Aunque se convirtió
en el virrey de Egipto, con poderes casi ilimitados, supo olvidar, mostrarse generoso y
renunciar a saciar un apetito de venganza que estaba justificado. Lejos de volver su
arco contra ellos, cuando estuvo en condiciones de hacerlo, “lo dejó descansar”, a pesar
de que “los brazos de sus manos estaban ya adornados de oro”, alusión a las joyas
reales”. Este cambio milagroso que se había producido en su vida, Yosef se lo debía a
la misma Providencia que había guiado los pasos de Yacob. También el Patriarca había
reconocido en Dios la “fuerza Todopoderosa” {Abir} (como en Isaías I, 24) que le había
sacado de las profundidades de la aflicción. En todas las fases de su existencia, Yacob
había sentido a Dios como un pastor que le guiaba como luego guió a su hijo Yosef, y
que volcaba toda su solicitud en aquella “piedra de Israel {Evèn Yisrael}” que no era
otra que la que antaño había consagrado convirtiéndola en Beth- El, en la piedra angular
de la familia que había de pertenecer a Dios {ve-haèven ha-zòt} (XXVIII, 22). Esta
piedra, en la que Yacob había reclinado su cabeza cansada poco después de salir
huyendo de la casa paterna donde su hermano le había amenazado con matarle, había
constituido desde entonces para él el símbolo de su más profundo desamparo y, al
mismo tiempo, el de la maravillosa bendición Divina que había recibido en sueños en
aquel lugar. Esta bendición se había realizado totalmente; por eso, en el atardecer de
su vida, Yacob le dedicó sus pensamientos a esta “piedra de Israel”, con el corazón
rebosante de gratitud. (Hirsch). En cuanto a Yosef, el Patriarca reconoció en él al hijo
que mejor había comprendido la misión moral del hombre. Él era el verdadero heredero,
“el elegido entre sus hermanos”, el auténtico “justo” que aliaba la nobleza de
sentimientos con los dones excepcionales que le había prodigado la naturaleza. Yosef
merecía el título honorífico de {Tzadik}. porque, en los momentos de mayor tentación,
había sabido dominarse y permanecer inquebrantablemente fiel a la fe y al Dios de su
padre. Por esta razón, es al “Dios de su padre, {me-El Avìja} “a quien Yacob implora
para pedirle que siga protegiendo a su hijo Yosef.
Yosef se presenta aquí como el hermano que ocupa, junto a Yehudah, el puesto más
eminente en el seno de la familia de Israel. Esta se sitúa en efecto entre dos polos, el
de la autoridad del jefe (Maljùt) y el de la piedad y la rectitud (Tzadik). La historia bíblica
aparece marcada en todo su recorrido por esta bipolaridad cuyos orígenes se remontan
a la bendición de Yacob. Pero contrariamente a la tribu de Yehudah que permaneció
fiel a su vocación mesiánica, los descendientes de Yosef se apartaron del buen camino.
Consiguientemente, la concordia que la tribu real y la tribu más piadosa intentaron
establecer entre sí no resistió el paso del tiempo. El cisma que se produjo entre el reino
de Yehudah y el de Yosef, Efrayim ilustra este trágico antagonismo. No obstante, el
profeta Ezequiel nos ha anunciado, en nombre del Eterno, la reconciliación que tendrá
lugar en los tiempos mesiánicos entre ambas tribus: “Tomaré el árbol de Yosef con el
árbol de Yehudah y haré de ellos un solo tronco, que sea una sola cosa en mi mano.
Tendrán todos un solo, rey y dejarán de formar dos naciones; ya no estarán divididos
en dos reinos” (XXXVII, 19-22).
Pero el Zohar y los Targumìm relacionan esta última frase con los sacrificios rituales
que habrían de celebrarse en el territorio de Benjamín cuando se edificase en él el
templo de Jerusalem (Zeb. 44b). Para Yacob el porvenir glorioso del más joven de sus
hijos estaba ligado a este privilegio excepcional que le fué concedido a Benjamín por
los motivos expuestos en nuestro comentario del capítulo XXXIII, v. 2 y XXXV, V. 18.
Según esta teoría, el versículo debe interpretarse de la manera siguiente: “Benjamín es
un lobo devorador” alude al altar donde se consumían los animales sagrados, también
llamado {Ariel}, el león de Dios, porque el fuego celestial se parecía a un león
agazapado. (Véase Rashí, Isaías XXIX, 1). “Por la mañana se sacia con la presa” alude
al sacrificio matinal que se ofrece todos los días {`olàt ha-bòker}. La ofrenda de la
mañana es una manifestación de amor con la que el hombre expresa el deseo que tiene
de elevarse hacia Dios desde que despunta el día. La palabra {`ad} que figura en este
hemistiquio es como un eco de aquel otro {ve-shavtà `ad” Ado-nài Elo-hèja} que
tenemos en la frase: “volverás al Eterno, tu Dios” (Deut. XXX, v.2). Y “por la tarde reparte
el botín” alude a las generosas bendiciones prodigadas por el Cielo al atardecer, gracias
al altar y al culto que se celebra en él cada mañana.
28 – TODAS ESTAS SON LAS TRIBUS DE ISRAEL, DOCE, Y ESTO FUE LO QUE
LES DIJO SU PADRE CUANDO LOS BENDIJO: A CADA UNA LA BENDIJO
CONFORME A SU PROPIA BENDICION.
28 -TODAS ESTAS SON LAS TRIBUS DE ISRAEL: Todos los hijos de Yacob son
iguales en piedad, todos ellos son {Tzadikím} (Targ. Yonatán) a pesar de los defectos
que el mismo padre acaba de señalar. Los doce hijos son dignos del Patriarca, dignos
de formar parte de las {Shiv-tè Yisrael… “tribus de Israel”}, título honorífico que aparece
aquí por primera vez. Cuando la raíz es buena, dirá Abarbanel, todas las ramas, y todos
los tallos son buenos también. Así pues, la labor de selección del bien y de eliminación
del mal, empezada a través de la descendencia del primer Patriarca, con miras a la
creación de la nación santa (véase el comentario del capítulo XVI, v. 15), acaba aquí
en la posteridad del tercer Patriarca, “Su lecho era totalmente perfecto” dirá Rashí
(XLVII, 31).
DOCE: Véase el comentario del capítulo XLVI, v. 27. La Escritura reafirma aquí el
número doce, que es el que fijó ya en el capítulo XXXV, v. 22, a pesar del
desdoblamiento de la tribu de Yosef que se ha producido desde entonces. La tribu de
Yosef cuenta como una sola entidad en todos los casos en que Leví figura entre los
hijos de Yacob, y cuenta en cambio por dos cuando el texto trata del campamento de
Israel en el desierto o de la instalación de las tribus en el territorio de Canaán.
Las características atribuidas a las doce tribus por el Patriarca, las marcaron de manera
indeleble. A la par que permanecían fieles a su fe común, estas desarrollaron sus
respectivos particularismos, reconociendo su legitimidad. Estos particularismos son los
que originaron la diversidad de los rituales de oraciones en los diferentes sectores de
la nación judía. “Son doce las puertas del Cielo que corresponden a las doce tribus.
Cada una de éstas posee su propio tipo de oraciones y las eleva a Dios por una de
aquellas puertas. No es conveniente, por tanto, modificar las costumbres establecidas
(Minhaguìm) ver Maguèn Abrahàm Cap.8 del Shuljàn `Arùj.
A CADA UNA LA BENDIJO: Comentario de Rashí: “El texto debió decir: A cada tribu la
bendijo, de acuerdo con su propia bendición. ¿Por qué dice: las bendijo? Porque cada
una, en particular, se benefició de la bendición colectiva {otam} y porque todos los
hermanos, en conjunto, se beneficiaron de cada bendición individual.
Rashí, por su parte, cita una sentencia talmúdica (Taanit 5b) en la que se hace constar
que la palabra “muerte” no ha sido pronunciada por la Escritura a propósito de Yacob.
¿No dicen acaso nuestros maestros que “Yacob, nuestro padre, no ha muerto?” Esta
observación que, como lo precisan los comentaristas, no debe interpretarse al pie de la
letra, tiene un sentido figurado que hemos explicado ya en nuestro comentario del
capítulo XLVII, v. 28, al principio de la Sidrá. A los que preguntan por qué es Yacob el
único de los tres Patriarcas a quien la Escritura ha considerado digno de este
tratamiento, Bajyáh les contesta recordándoles que Yacob realizó en su persona la
unión armoniosa de las virtudes que sus antepasados habían cultivado por separado:
el amor a Dios y a los hombres, que era atributo de Abraham, y el espíritu de obediencia
y disciplina incondicionales, que era el rasgo más característico de Isaac. Entre
Abraham quien encarnaba el principio del {Jesed… amor} y su hijo Isaac quien
encarnaba el del {Din… derecho y legalidad}, Yacob trazó el camino real, el del término
medio (Rajamin = Tiferet, constituido por el amor que suaviza la justicia (véase el
comentario del capítulo XXV, v. 27). Esta vía abierta por Yacob es la de la armonía y la
de la verdad (titèn emèt li-Ya`akov. Y contrariamente al amor y a la justicia que pueden
conocer, en el curso de la Historia, fases de eclipse y derrota y que además contienen
cada uno el germen de su recíproca negación, la vía de la unión armoniosa de ambos
conceptos (Rajamin ve-din) triunfa en todas las épocas y en todas las latitudes. Perdura
eternamente sin atravesar momentos de decadencia o apagamiento. El principio básico
de Yacob se cierne sobre la muerte o está por encima de la muerte.
CAPITULO L
1 -Y LO BESO: Rabi Ch. Ben Attar hace la siguiente observación: “No es conveniente
besar a un muerto, porque su impureza se transmite al que le está besando. No
obstante, Yacob era una excepción, pues seguía viviendo en el sentido espiritual de la
palabra. La muerte no le alteró.” Rabi Yehudah Jasid declara en el párrafo cuarto de su
testamento que trae mala suerte abrazar a un hijo difunto, y A.Z. Eisenytadt añade que
ésto es cierto en aquellos casos en que el muerto es un hijo o una hija, pero no cuando
es uno de los padres, como se infiere del ejemplo de Yosef.
El Zohar, por su parte, sostiene una tesis fundamentalmente distinta. No creas, dice,
que el propósito de Yosef al embalsamar el cuerpo de su padre era conservarlo intacto
durante el largo viaje que tenía que efectuar hasta Canaán. Lo embalsamó para cumplir
la voluntad de su padre quien sabía que su cuerpo había alcanzado el grado supremo
de la santidad y estaba pues exento de toda impureza levítica. En efecto, Yacob se
parecía a Adam, física y moralmente, y su vida era complementaria de la del primer
hombre como lo hemos explicado en el comentario del capítulo XXVII, v. 28. Por
consiguiente, sus restos mortuarios debían descansar en la cueva de Majpelá, junto a
los de Adam quien había sido creado por las manos de Dios y había de conservar, por
lo tanto, eternamente, su integridad original. Era pues “justo y necesario” que el cuerpo
de Yacob permaneciese también intacto. Así interpreta el Zohar la frase que dice:
{Ya`akov avinu no murio} El cuerpo de los hombres santos que mueren por el beso
Divino, no está afectado por la impureza levítica. (Najmánides, Números XIX, 2. Véase
también Toss. Ket. 103b).
Y EMBALSAMARON LOS MEDICOS A ISRAEL: El Patriarca había ordenado que se
mantuviesen apartados de su ataúd todos los egipcios y también los nietos suyos que
estaban casados con mujeres cananeas (Rashí, v. 13), con el fin “de no alejar a la
Shejiná” (Midr.). ¿Cómo se explica entonces que Yosef les entregase a los médicos
egipcios el cuerpo de su padre para que lo tratasen? Rabi Yehudah Jasid trata de
contestar a esta pregunta demostrando que los médicos actuaron sólo por mediación
de los criados que habían adoptado la fe de Yosef o de los propios hijos del Patriarca.
S. Jasidim 1563).
4 – Y CUANDO HUBIERON PASADO LOS DIAS DEL LLANTO POR EL, HABLO
YOSEF A LA CASA DE PARO, DICIENDO: “SI ES QUE HE HALLADO GRACIA EN
VUESTROS OJOS, OS RUEGO QUE HABLEIS EN OIDOS DE PARO, DICIENDO.
4 – Y CUANDO HUBIERON PASADO LOS DIAS DEL LLANTO POR EL: A la muerte
de Moisés, la Escritura dice: {Veyitemù yemè bèji} “se cumplieron así los días del llanto”
(Deut. XXXIV, 8). Esta diferencia de formulación se explica por el hecho de que Moisés
murió a las puertas de la Tierra Prometida. Los hijos de Israel vivían entonces con la
feliz perspectiva de poder acceder en un futuro cercano a la condición de pueblo libre
residente en su propia tierra. Por esta razón, el luto de Moisés acabó al expirar el plazo
habitual de treinta días. En cambio, la desaparición de Yacob tomó las proporciones de
una desgracia nacional, pues con él se apagaba el último representante de la época de
los Patriarcas. Al morir él, sus descendientes sintieron que perdían a su gran protector
y que, a partir de entonces, su situación en Egipto iba a volverse más precaria. Por este
motivo, “los días de luto pasaron” sin llegar por ello a su fin, al contrario de lo que
sucedió con Moisés.
Pero, observa S. Edels, lo que Yosef temía ante todo era que el Faraón se opusiera a
dejar salir el ataúd de Egipto. Sabía, en efecto, que el Faraón y sus súbditos
consideraban a Yacob como un santo que “desde su llegada a Egipto, les había traído
la bendición del Cielo, pues la racha de hambre había terminado y el Nilo había vuelto
a tener crecidas.” (Rashí). Era pues de esperar que el Faraón quisiera asegurarle a su
país la presencia benéfica del ataúd del Patriarca. (Sotá 36a). Finalmente, después de
que varias personas hubiesen intervenido en vano a favor de Yosef, el Faraón cedió,
pero sólo porque temía que el virrey descubriese un secreto cuya revelación podía
costarle a él el trono, como lo explica Rashí en el v. 6. “De no ser por el juramento que
le prestaste a tu padre, no te habría dado mi consentimiento.” El Faraón temía pedirle
que violara su promesa pues sabía que Yosef le contestaría entonces: “Si ha de ser así,
violaré la promesa que te hice de no revelar que yo conozco la lengua sagrada además
de las setenta exigidas por el reglamento y que tú en cambio, no la conoces”, lo que
significa, según la ley en vigor, que no tienes derecho a ocupar el trono. (Véase el
comentario del capítulo XLI, v. 39).
5 – EN LA SEPULTURA QUE CAVE PARA MI: El Midrash citado por Rashí interpreta
la palabra {kariti} en el sentido de: “he comprado”. Yosef pensó sin duda que el
argumento de querer enterrar a su padre en una sepultura que éste había adquirido con
su dinero convencería más al Faraón que el motivo invocado por el propio Yacob: el de
querer descansar junto a sus antepasados.
10- Y LLEGADO QUE HUBIERON A LA ERA DE ATAD, QUE ESTA AL OTRO LADO
DEL YARDEN, ALLI HICIERON EL DUELO CON GRANDE Y MUY DOLOROSA
LAMENTACION; PUES HIZO YOSEF POR SU PADRE DUELO DE SIETE DIAS.
10- Y LLEGADO QUE HUBIERON A LA ERA DE ATAD (DE LOS ESPINOS): El nombre
{Itèd} no puede ser más que simbólico, pues no está mencionado en ningún otro lugar
de la Escritura, dice Rabi Samuel Ben Najmán (Jer. Sotá I, 10). He aquí lo que Rashí
explica al respecto, basándose en el Talmud (Sotá I3a): “Le pusieron este nombre a
aquel lugar porque había sido el teatro de cierto acontecimiento: todos los reyes de
Canaán y los principes de Ismael se habían juntado allí para librar batalla. Cuando
vieron la corona de Yosef colgada del ataúd de Yacob, colgaron también sus coronas
en él, de tal manera que el ataúd quedó rodeado de coronas, al igual que una era de
granja cercada por una valla protectora de espinos”. Las coronas que rodeaban el ataúd
del Patriarca eran 36; además de la de Yosef, estaban las de los principes de Israel,
que eran doce, y las de los principes de Esàv, que eran 23. (Rashí ib.). Como éstas, las
coronas que los reyes de las naciones regalan a veces a los judíos, en un arranque de
generosidad, suelen estar, desgraciadamente cubiertas de espinas.
La interpretación del Zohar es, sin embargo, distinta. Se apoya en la frase del texto que
dice: “Este es un gran luto para los egipcios” (Abel Mitzrayim); para los egipcios, no
para los hijos de Israel. En efecto, los sabios egipcios habían acogido con gran alegría
la noticia del fallecimiento de Yacob, el santo cuya presencia bastaba para proteger a
su descendencia contra cualquier intento de dominación por parte de la población
autóctona. Pero al llegar a Atad, nombre que significa “espina”, los adivinos egipcios
leyeron en los astros que el porvenir de su pueblo estaba cargado de espinas y que su
poderío no sobreviviría al advenimiento de la nación judía. La palabra {Ited} cuyo valor
numérico es idéntico al de la palabra {Yad}, mano (14), alude a la “mano grande” (Yad
ha-jazakàh) que el Eterno extendió contra los egipcios” (Ex. XIV, 31) para hundirlos en
las aguas del Mar Rojo. Los astrólogos vieron pues una mano dirigida contra los
egipcios con espinas entre los dedos dispuestas a pincharlos sin piedad. Entonces se
sumieron en un “gran luto”, un luto “doloroso” y “por eso se le puso al lugar… el nombre
de “Luto de Egipto”.
QUE ESTA AL OTRO LADO DEL JORDAN: La palabra {be`ever} puede significar “más
allá de” o “del lado de acá”. {El Jizkùni} expresa la segunda acepción del vocablo, pues
entiende que el texto se refiere a la tierra de Canaán. En efecto, fueron los habitantes
de Transjordania quienes presenciaron el “gran luto” celebrado en Atad, en Canaán.
Desde su punto de vista, Atad se encontraba “más allá del Jordán” (Rashbam, Deut. I,
1, y otros comentaristas comparten esta opinión).
HIZO YOSEF POR SU PADRE DUELO DE SIETE DIAS: Rabi Abraham Ibn Ezra afirma
que estos siete días siguieron a la ceremonia del sepelio, pero los Tosafistas opinan,
por el contrario, que en la época presinaítica, la semana de duelo precedía el entierro
(M. K. 20a) como parece indicarlo el texto. Sea lo que fuere, lo que sí podemos afirmar
es que la costumbre de observar un luto de siete días se remonta a la época de los
Patriarcas. Maimónides decreta lo siguiente al respecto: “Según la Torah, el luto ha de
durar sólo un día, el día de la muerte y del entierro. La semana de luto no corresponde
a ninguna ley sinaítica a pesar de que la Escritura dice: “Guardó por su padre un luto
de siete días”. Pues la Torah que Israel recibió después, estableció, al respecto una
nueva ley que redujo a un día la duración del duelo. Los siete días de luto, así como los
siete días del banquete de bodas (Leyes de Luto Cap. 1 Halajàh 1) fueron instituidos
para Israel por nuestro Maestro Moisés” (véase el comentario del capítulo VII, v. 4).
12- ASI, SUS HIJOS HICIERON CON EL SEGUN LES HABIA MANDADO.
12 – ASI, SUS HIJOS HICIERON CON EL SEGUN LES HABIA MANDADO: ID significa
también “con sinceridad” (por ejemplo, en Proverbios XI, 19). Los hijos de Yacob
actuaron, pues, con sinceridad; es decir sin tratar de comprender los motivos que
habían incitado a su padre a repartirlos según el orden que describimos a continuación.
Actuaron de aquella manera sólo porque él les había “ordenado” que así lo hicieran.
Este orden de marcha establecido por el Patriarca, que fué también el que reprodujeron
las tribus cuando organizaron su campamento, era el siguiente: El puesto de
vanguardia, al este, estaba ocupado por las tribus de Yehudah, Yisajar y Zebulun que
asumían el mando político y espiritual de la nación. Al sur se agrupaban las tribus de
Simeón y de Gad bajo la dirección de Rubén, prototipo del {Bà`al Teshuvàh}. Este lado
representaba pues el gobierno moral de Israel. En el polo opuesto, al norte, acampaban
las tres tribus de Dan, Asher y Naftalí, las que detenían las riquezas materiales de la
nación. Por último, al oeste, estaba la retaguardia, compuesta por las tribus de Efrayim,
Menashéh y Benjamín que cargaban con la responsabilidad de la defensa (Salmo
LXXX, v. 3).
Esta distribución reproduce, en el ámbito reducido de la organización social y nacional,
la armonía preestablecida que reina entre las fuerzas elementales a nivel universal. El
profeta Ezequiel descubre parcialmente el misterio cuando nos revela la disposición de
las cuatro fuerzas que rodean el carro celestial donde reposa la Majestad Divina (I, 10).
En su visión, la primera de estas cuatro {Jayòt}, o fuerzas universales, estaba situada
al este y tenía rostro humano; en efecto, esta fuerza representaba la supremacía del
espíritu, prerrogativo del hombre; y su localización al este se debía a que el oriente es
la cuna de la humanidad, el lugar “en el que puso Dios al hombre creado por El” (Gen.
II, 8). La segunda, situada al sur, tenía “la cara del león”. Ahora bien, el rey de los
animales simboliza el elemento fuerza, pero el colmo de la fuerza no es de orden físico,
sino de orden moral. “Más vale el que se domina a sí mismo que el que conquista
ciudades.” (Prov. XVI, 32) pues es preciso tener “el coraje del León” para poder ser fiel
a Dios. (Avot v. 23). La tercera fuerza, situada al norte del carro Divino tenía cara de
toro y representaba los atributos físicos y materiales de la estructura universal. Por
último, la cuarta {Jayà-h} tenía cara de águila. Símbolo de majestad y de victoria, el
águila garantiza la perennidad de las fuerzas existentes. Desde el puesto que ocupa, al
oeste, vela “sobre su nido, revolotea sobre sus polluelos, despliega sus alas para
acogerlos y los lleva sobre sus robustas plumas” (Deut. XXXII, II).
14 -Y TODOS LOS QUE HABIAN SUBIDO CON EL: No faltaba ni un sólo hombre
cuando la comitiva regresó a Egipto, a pesar de las batallas que los hijos de Esàv habían
librado contra los hijos de Yacob para vengar la muerte de su padre, después de que
Yosef hubiese sepultado al suyo. Estos asaltos efectuados por los ejércitos de Esàv
desencadenaron una serie de guerras entre pueblos enemigos y también entre antiguos
aliados, que afectaron a numerosos países de Asia Menor y de Africa, extendiéndose
incluso hasta Italia, país donde un nieto de Esàv consiguió instituir la monarquía. Yosef
Ha Cohen Ben Gurión, presunto autor de los libros de Crónicas Sefer Yashar y Yosipon,
nos hace una descripción de este momento histórico.
Rashí explica detenidamente que la conjunción {lu} significa en este caso “quizás”,
hecho único en toda la Escritura. A los que preguntan entonces por qué emplea el texto
esta palabra aquí en lugar de {ulài}, Rabenu Ch. Ben Attar les contesta que el primer
sentido de {lu} es: “ojalá o con tal que”, y que ésta es la idea implícita en la frase de los
hermanos. En efecto, en el secreto de sus corazones, ellos pensaban lo siguiente:
“¡Ojalá Yosef se ponga a odiarnos y a devolvernos todo el daño que le hemos hecho!
No quedaría entonces ningún rastro de nuestro pecado y no tendríamos motivos para
temer que recayese sobre nuestros hijos o sobre nuestra posteridad.” De hecho, el
pecado de los hermanos de Yosef permaneció impune ya que la sanción de la justicia
Divina intervino sólo varios siglos más tarde, en la época de los diez mártires (véase el
comentario del capítulo XLIV, 17).
16 -DE SUERTE QUE MANDARON DECIR A YOSEF: “TU PADRE MANDO, ANTES
DE SU MUERTE, DICIENDO.”
17 -Y LLORABA YOSEF MIENTRAS HABLABAN CON EL: Durante los largos años de
sufrimientos y humillaciones, no le habíamos visto llorar ni una sola vez. Sin embargo,
Yosef lloraba con facilidad cuando le embargaba la emoción; esto sucedió, por ejemplo,
cuando volvió a ver a sus hermanos, tras haber estado separado de ellos durante tantos
años, y cuando ellos le recordaban a su padre, como en este caso. A pesar de ser un
gran político y un economista eminente, Yosef era un soñador y un sentimental.
Algunos piensan que el hecho de que las malas acciones de los hijos de Yacob
estuviesen al servicio del bien anula su culpabilidad hacia Yosef, pero no hacia Dios.
(S. Hasidim, ed. M. N. p. 437). Otros piensan, por el contrario, que, aunque Dios no les
tuvo en cuenta su delito, por considerar que había sido el instrumento de un gran bien,
los hermanos seguían en deuda con la justicia de los hombres. La sanción fué sólo
aplazada pues se aplicó más adelante, en los tiempos de los diez mártires, de acuerdo
con el principio según el cual Dios “castiga la iniquidad del padre en los hijos.” (Bajyáh).
Por último, otros tercian enunciando la siguiente opinión, que ha sido bastante
controvertida: El hecho de que la Providencia haya escogido a los hijos de Yacob para
servir de instrumento del bien demuestra que no eran culpables ni ante Dios ni ante los
hombres. Por lo demás, los hermanos de Yosef habían actuado sin conocimiento de
causa y su conducta procedía de un juicio equivocado. (Ver Bejòr Shòr y Or Ha-
Chayim). Por último, el Zohar estima que el arrepentimiento manifestado por ellos en
varias ocasiones les había dado derecho a la absolución. Por lo tanto, es de suponer
que Yosef les había perdonado. Es más, Yosef consideró de su deber consolarlos y
apaciguar el sentimiento de culpabilidad que experimentaban desde que la muerte le
había arrebatado a su padre, “el àngel tutelar” de la familia. En efecto, sus hermanos
creían que debían interpretar el exilio y sus sufrimientos, cuyo tremendo rigor
empezaban a presentir, como un castigo que Dios les enviaba para que expiasen su
delito. “No temáis”, les repitió Yosef, “yo os mantendré”, es decir, yo seguiré
protegiéndoos contra los males que entraña la vida en el exilio.
Lo que podemos deducir de tan diversas opiniones es que persisten ciertas dudas en
torno a la rehabilitación moral de los hermanos de Yosef. ¿No será esto una
confirmación de lo que nos enseña Rabi Meír, a saber, que los principios en los que se
basa Dios para absolver a los hombres no le han sido revelados a ningún mortal, ni
siquiera a Moisés, que fué el más grande de los profetas? (Ber. 7a). Pues debemos
persistir en el camino del bien y de la virtud independientemente de nuestras
perspectivas de gracia y de perdón.
Y VIVIO YOSEF CIENTO DIEZ AÑOS: “Los cargos públicos acortan la vida humana.
Fíjate en Yosef: Si dejamos de lado a Benjamín, era el más joven de sus hermanos, y
sin embargo murió antes que todos ellos”. Además, Yosef desempeñaba ya sus
funciones de virrey cuando cometió el error de faltarle el respeto a su padre (véase el
comentario XLIII, 28), pecado que expió con la reducción de sus años de vida (véase
Rashí Ex. XX, 12: “Respeta a tu padre y a tu madre para que tus días se alarguen. Si
los respetas, se alargarán; si no se acortarán).”
23 – Y YOSEF VIO LOS HIJOS DE EFRAYIM: Según Ibn Ezrá, el texto alude aquí a
los hijos de la tercera generación, pues la palabra {bene} estado construido. Lo que
podemos deducir de este versículo es que, a pesar de lo que acabamos de decir, Yosef
conoció la felicidad de ser abuelo en mayor grado que cualquiera de sus hermanos. La
Torah nos ofrece pues, al final de su vida, una ilustración de la sentencia midrájica que
dice: “Al contrario de lo que sucede con los impíos, la vida de los justos empieza con
sufrimientos y acaba en la felicidad” (Gen. Rabbá cap. 66). Efectivamente, ninguno de
sus hermanos había sufrido tanto como él.
LOS HIJOS DE MAJIR: Majir tuvo un hijo llamado {Gui-àd} que fué el antepasado de
Tzelòfjad; aquel cuyas hijas eran célebres por su extraordinario apego a la Tierra
Prometida (I Crónicas, VII, 15). Esta alusión interviene en el preciso momento en que
Yosef expresa su deseo de ser inhumado en Tierra Santa. Significa pues que la
Escritura quiere recalcar la gran influencia que la fe de un antepasado puede ejercer
sobre las generaciones de sus descendientes, incluso las más lejanas (Bajyáh).
SOBRE LAS RODILLAS DE YOSEF: Es una alusión al hecho de que Yosef efectuó
personalmente la circuncisión de sus nietos (Targ. Yonatán).
DE SEGURO OS VISITARA DIOS: Los recuerdos son dos: {Pakòd yif-kòd} Uno de ellos
hace referencia a Moisés, y el otro al Rey Mesías. Así pues, las últimas palabras que
Yosef les dirige a los hijos de Israel son una exhortación a confiar en Dios a pesar de
todos los infortunios que pueda depararles el futuro. Dios “se acordará” y enviará a su
Redentor, no sólo para salvar a su pueblo de la tiranía egipcia, sino también para librarle
de todos los tormentos, hasta el advenimiento final del Rey Mesías. Yosef, quien había
experimentado tantos cambios milagrosos a lo largo de su vida, estaba más calificado
que sus hermanos para considerar la confianza en Dios como el balance de sus
experiencias que había acarreado, si bien involuntariamente, el descenso de toda la
familia a la tierra de exilio. Por eso quiso transmitirle, antes de morir, su certeza de que
el pueblo de Israel conseguirá un día su liberación nacional.
Antes de volver la página y de llevarnos, con el segundo Libro, a los abismos de dolor
que los judíos conocieron en Egipto, la Escritura abre aquí solemnemente las
perspectivas de salvación mesiánica, confirmando así nuestra eterna creencia de que
Dios proporciona el remedio antes de enviar el mal (Megg. 13b).
Y HAREIS LLEVAR MIS HUESOS DE AQUI: Como sabía por tradición que la cueva de
Majpelá estaba reservada para los Patriarcas y la primera pareja, Yosef no precisó el
lugar de su sepultura. Se limitó a decirles: Enterradme donde queráis (Najmánides
XLIX, 31). Lo único que le importaba realmente era que le inhumasen en Tierra Santa.
Finalmente, fué en Shejem, Yehoshù`a. XXIV, 32) donde los hijos de Israel enterraron
su ataúd; lo llevaron pues al lugar donde antaño le habían vendido como esclavo, para
reparar así, por lo menos parcialmente, la falta cometida por sus antepasados. La
inhumación de Yosef se llevó a cabo con todos los honores que suelen tributársele a
un principe que ha vivido y que ha muerto como un santo, en el lugar que había sido
antaño el teatro del odio y de la tragedia.
Según el Zohar “los cuerpos de los justos que no han conocido nunca el pecado, no
alteran, al ser inhumados en Tierra Santa la pureza levítica del país. En cambio, los
cuerpos impuros de los impíos, lo mancillan. En cuanto a los que, tras salir del país,
contraen en el extranjero la impureza de las naciones y luego vuelven para ser
enterrados en Tierra Santa, he aquí lo que dice el Profeta de ellos: “Venís, profanáis mi
tierra y convertís mi heredad en un lugar abominable” (Jer. II, 7). Yosef, por su parte,
había conservado la pureza perfecta de su cuerpo, a pesar de haber vivido fuera de
Tierra Santa. Sin embargo, no quiso que su cuerpo fuese sepultado en Canaán.
Contrariamente a su padre, se limitó a pedir que “llevasen allí sus huesos”, solamente
sus huesos. i Bienaventurados los que viven y mueren como justos en Tierra Santa y
que preservan así su cuerpo y su alma para la eternidad!”
DE AQUI: Cuando la Escritura, en el Libro del Exodo (XIV, 19), menciona este
juramento que Yosef les tomó a sus hermanos, añade la palabra {itejèm}, “con
vosotros”, lo cual da lugar a la siguiente interpretación de Rashí: “Podemos deducir de
ello que también se llevaron consigo los huesos de todos los jefes de tribu, pues está
escrito: “con vosotros” o sea, al mismo tiempo que los vuestros.
¿O los médicos egipcios, porque deseaban tributar a sus restos mortales los honores
reales de acuerdo con la usanza del país? Yehudah y Rabi Pinjas (Rabbá cap. 100)
profesan distintas opiniones al respecto. Pero, sea lo que fuere, el embalsamiento de
Yosef no pudo tener el mismo significado que el que le dieron al de su padre, por los
motivos que hemos expuesto más arriba, en el comentario del v. 2.