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VAYIGASH
Sin embargo, Rabenu Bajyáh subraya el hecho de que Yehudah recurre primero a la
persuasión, como lo atestigua su largo discurso. Esta manera de actuar corresponde a
la que recomienda el Libro de los Proverbios de Salomón cuando dice: “Una respuesta
amable calma la ira, más una palabra áspera excita la cólera” (XV, 1). La interpretación
de Bajyáh encaja con la comparación del Midrash Tanjumah que exponemos a
continuación y en la que se le aplica a la retórica de Yehudah la siguiente sentencia de
los Proverbios: “El pensamiento que yace en el fondo del corazón humano es como el
agua profunda: el hombre inteligente sabe sacarlo”. (XX, 5). Este pensamiento, explica
el Midrash, puede compararse con un pozo tan profundo que nadie consigue sacar agua
de él. Surge entonces un hombre que ata varias cuerdas entre sí y varios cubos los
unos a los otros hasta poder alcanzar y sacar el agua. De la misma manera, el
pensamiento secreto que yacía en el fondo del corazón de Yoséf les resultaba
impenetrable a los diez hermanos. Pero, gracias a su sentido psicológico, Yehudah
supo “descender hasta el fondo del pensamiento” del virrey. Supo hacer vibrar las
cuerdas más sensibles de su corazón describiendo con conmovedoras palabras el
indecible dolor que abrumaría a su padre si Benjamín no volvía con él; y consiguió
vencer así el comportamiento altanero y frío de su hermano. A pesar de todo lo
inteligente que era Yoséf, concluyen nuestros Sabios, fue Yehudah, en definitiva, quien
le dominó.
OYEME, SEÑOR MIO: RUEGOTE QUE HABLE TU SIERVO UNA
PALABRA: Najmánides se pregunta por qué sintió Yehudah la necesidad de hacer un
discurso tan largo y de recapitular todo lo que había sucedido hasta entonces entre
ellos. No le convence, en efecto, la explicación de Rashí. Según este, todo el discurso
de Yehudah gira en torno a un reproche que le hace a Yoséf. Es como si dijera: Te
comportas como el Faraón; prometes y no cumples tu palabra. Nos dijiste que querías
“poner tus ojos sobre Benjamín”. A eso le llamas tú: “poner los ojos”. Najmánides opina,
en cambio, que lo único que se proponía Yehudah era despertar en el corazón de Yoséf
su compasión por Benjamín, y que contaba para ello con el temor a Dios que Yoséf
había expresado anteriormente en palabras (XLII, 18) y en actos (XLII, 23). Por eso
recalcó en su discurso que la venida de Benjamín a Egipto se debía exclusivamente a
la excesiva insistencia de Yoséf y que a su padre se le había partido el corazón al tener
que separarse de su hijo menor en contra de su voluntad. ¿Era justo que Yoséf tratase
ahora de retener a Benjamín y de hacer de él un esclavo recurriendo para ello a una
artimaña? “Has estado provocándonos desde el principio. ¿Por qué motivo nos hiciste
a nosotros tantas preguntas y no se las hiciste a ningún otro comprador? ¿Acaso te
pedimos la mano de tu hija? ¿Acaso querías tú casarte con nuestra hermana?” (Rashí).
Y Yehudah concluyó entonces: “Ten pues consideración por nuestro anciano padre,
tómame a mí como esclavo, en lugar de quedarte con Benjamín. Esto es actuar con
justicia”. Así pues, para alcanzar el objetivo al que nos hemos referido anteriormente,
Yehudah va alternando, con un arte consumado, argumentos sentimentales y
reproches a penas velados, apelando a veces al sentido de la justicia y de la piedad
que presiente en su interlocutor, y profiriendo otras veces amenazas encubiertas que
rugen sordamente, como dice el Midrash, en el tono airado de su voz.
Rabi Yonatán añade: Los mismos ángeles bajaron de los cielos para asistir al
encarnizado combate que libraron entre sí “el león y el toro”. Pues decían: En general,
el toro se asusta del león. Pero la lucha que está desarrollándose aquí ante nosotros
sólo cesará en los días del Mesías, como lo anuncia el profeta Isaías cuando evoca la
venida del Redentor: “Entonces cesará el afán de rivalidad de Efrayím el representante
de los descendientes de Yoséf y los odios de Yehudah desaparecerán; Efrayím dejará
de envidiar a Yehudah y Yehudah dejará de ser enemigo de Efrayím” (XI, 13-Tanj). En
efecto, si enfocamos los hechos desde una perspectiva histórica, observamos que esta
reconciliación entre los dos hermanos no sobrevivió al pasar el tiempo: Cuando, tras la
muerte de Salomón, el reino de Israel se escondió en dos partes antagónicas, una se
llamó Yehudah y la otra Efrayím. En cuanto a Benjamín, permaneció siempre junto a
Yehudah, su gran protector, y nunca se alió con Efrayím y Menashéh, los hijos de Yoséf,
cosa que éste presintió dolorosamente desde el principio (&. Com. XLIII, 29).
CAPITULO XLV
3 – YO SOY YOSEF: “¡Ay de nosotros en el día del juicio! ¡Ay de nosotros en el día de
las reprimendas Pues si los hijos de Ya`akòv estaban tan consternados que no podían
contestar a los reproches de Yoséf, que era sin embargo más joven que ellos, ¿qué
pasará el día del Juicio Final cuando el Santo Bendito sea le pida cuentas a cada ser
humano?” Esta sentencia, que ha sido atribuida a diferentes autores, figura con algunas
variantes en el Talmud Jaguigá (4b), en el Midr. Rabbá y en el Midrash Tanj. Nos incita
a la siguiente reflexión: Los hijos de Ya`akòv habían considerado siempre que su
comportamiento con Yoséf estaba plenamente justificado. Habían invocado una serie
de argumentos para dar una apariencia de legalidad a lo que era en realidad un acto
criminal, (véase al respecto nuestro comentario del cap. XXXVII, v. 20) y se habían
convencido poco a poco a sí mismos de su total inocencia. No obstante, cuando llegó
por fin la hora de la verdad tras un intervalo de tiempo de veintidós años, les bastó con
oírle pronunciar a Yoséf las dos palabras {Ani Yosèf} para enmudecer de espanto. Fue
tal el impacto de esta brevísima reprimenda que se rasgó de pronto el velo de la mentira
y que los hermanos tomaron conciencia repentinamente de la vanidad de todas sus
excusas y pretextos, y de la fragilidad del flamante “sistema de defensa” que habían
estado edificando durante largos años. Ninguno de los argumentos aparentemente
válidos que solemos invocar para justificarnos es capaz de resistir a la luz deslumbrante
de la verdad. “¡Qué pasará entonces el día del Juicio Final, cuando tengamos que rendir
cuentas de nuestros actos ante Dios!”.
¿VIVE MI PADRE TODAVIA?: “¿Es cierto que a pesar de haber sufrido tanto nuestro
anciano padre sigue aún vivo?” Este es, aparentemente, el sentido de la pregunta. En
la mente de Yoséf, el recuerdo de su venerado padre tiene prioridad sobre los demás
pensamientos, y su pregunta no es de las que esperan respuesta. Es, más bien, una
expresión de asombro.
En cambio, el Zohar atribuye un sentido figurado a estas palabras: Como los hermanos
de Yoséf manifestaban su estupefacción al descubrir que el antiguo esclavo se había
elevado a la dignidad de rey, Yoséf les explicó que atribuía su ascensión al hecho de
haber respetado siempre la Alianza de Abraham cuyo signo es la circuncisión, símbolo
indeleble de pureza sexual. La circuncisión es el sello Divino grabado en la zona genital;
por lo tanto, gracias a ella podemos tomar conciencia de que la pureza de costumbres
constituye el patrimonio eterno de los hijos de la Alianza. Ahora bien, fue precisamente
a partir del momento en que Yoséf se negó categóricamente a entregarse a la
depravación con la mujer de su amo, cuando su destino inició el cambio de rumbo
decisivo que le llevó finalmente al trono. El respeto de la Alianza sagrada, concluye el
Zohar, lleva al hombre a la grandeza, como lo atestiguan también otros ejemplos
bíblicos, en particular el de Bo’az.
19 – Y TU ORDENA: “HACED ESTO: “Diles que te he dado permiso para ello” (Rashí).
Desde que habían empezado los años de hambre, estaba prohibido exportar grano por
medio de vehículos; para poder exportar trigo utilizando este medio de transporte, era
preciso solicitar del Faraón una derogación especial. (el Rashbàm). Por esta razón, los
carros que Yoséf le envió a su padre por orden del Faraón, constituyeron para Ya`akòv
una prueba tangible de la benevolencia del rey de Egipto hacia él, y también del poderío
de Yoséf. Los carros estaban destinados no sólo al transporte del trigo sino también a
la mudanza de la familia patriarcal. Por eso, cuando Ya`akòv los vio, “su espíritu revivió”.
(v. 27).
Sin embargo, no fue en realidad el Faraón sino Yoséf quien tomó la iniciativa de enviar
los carros, como consta en el versículo 27. Los motivos que le incitaron a ello serán
explicados más adelante. El Zohar hace constar, por su parte, que la palabra {Tzuvèta}
no lleva la {He} final contrariamente a lo que prescribe la norma de lo que infiere que la
frase puede interpretarse de la siguiente manera: “Lo que tú has ordenado que se
hiciera, hacédlo”.
21 – Y LOS HIJOS DE ISRAEL LO HICIERON ASI; Y YOSEF LES DIO CARROS POR
MANDATO DE PAR-OH; DIOLES TAMBIEN PROVISION PARA EL CAMINO.
25 – ELLOS, PUES, SUBIERON DE EGIPTO: “La Tierra Santa es más alta que los
demás países” (Rashí, v. 9; según Kidd., 69 a). Esta sentencia tiene un sentido figurado,
precisa Maharal Beèr ha-Golàh Cap. VI. Está relacionada con la afirmación según la
cual la Tierra Santa se encuentra ubicada en el centro del mundo. (Kidd. ibìd.) Ahora
bien, cada punto situado en la circunferencia de un cuerpo esférico es más alto que
cualquier otro punto situado en cualquier otro sector. En realidad, el centro del mundo
al que aludimos aquí no es el centro geográfico. Se trata más bien del centro ideal que
constituye el punto de conjunción de los extremos opuestos, como por ejemplo los del
espíritu y los de la materia. La Tierra Santa es el lugar geográfico llamado a realizar
esta unión armoniosa de los contrarios y a difundirla por el mundo. En este sentido
puede decirse que constituye la parte central de nuestro planeta y su zona de mayor
“altura” espiritual.
VIO LOS CARROS QUE YOSEF HABIA ENVIADO: Al recalcar que los carros habían
sido “enviados por Yoséf” y no por el Faraón, la Escritura quiere dar a entender que
aquellos carros eran como una “señal” dirigida por Yoséf a su padre. Esta señal aludía
al pasaje bíblico de la becerra {`agalàh} es un homónimo de {`eglàh}, vehículo que
estaba estudiando con su padre justo antes de separarse de él. El Midrash relacionado
con este versículo y del que poseemos varias versiones está relatado en el Zohar, en
nombre de Rabi Eleazar, de la manera siguiente: La becerra es el animal que debe
ofrecerse en expiación de un homicidio de autor desconocido. Este sacrificio les
incumbe a los ancianos de la ciudad más cercana al cadáver, y ellos deben declarar
que sus manos no han derramado aquella sangre y que no son culpables de haber
dejado salir a la víctima de su ciudad sin comida y sin acompañamiento (Deut. Cap.
XXI). Pues bien, Ya`akòv había enviado a Yoséf al encuentro de sus hermanos,
sabiendo que le odiaban, y le había dejado marcharse sólo, sin comida y sin
acompañamiento. Por esta razón, se sintió personalmente culpable de la desaparición
de su hijo y exclamó: “Descenderé a la tumba culpable hacia mi hijo” (XXXVII, 35).
Adivinando los graves remordimientos de su padre, Yoséf le envió los carros a guisa de
alusión al sacrificio de la becerra, como para tranquilizarle y para darle a entender que
él también podía declarar con la cabeza alta: “Nuestras manos no han derramado esta
sangre y nuestros ojos no la han visto derramar”. Ya`akòv comprendió entonces que
Yoséf le consideraba totalmente inocente “y su espíritu revivió”
CAPITULO XLVI
1 – Y VINO A BEER SHÈV`A: Lleno de un júbilo que jamás había conocido hasta
entonces, Israel se pone en marcha con todos los suyos para ir al encuentro de Yoséf,
su amado hijo. Se dirige hacia el sur y se detiene muy cerca de la frontera, en Beer
Sheva, ciudad que ciertos episodios de la historia de sus antepasados han hecho
famosa. Anteriormente ya, en el momento de abandonar el hogar paterno para
marcharse a casa de su tío Labán, a Padán-Aràm, el mismo Ya`akòv había hecho una
escala en Beer Shèv`a. Pues pensaba: “Mi padre y mi madre me han ordenado ir a
Aràm, que está fuera de la Tierra Prometida. Iré primero a Beer Shèv`a, lugar donde
Dios le prohibió a mi padre salir de Tierra Santa, para preguntarle allí al Señor si
aprueba mi partida.” Así pues, Ya`akòv se detuvo a meditar en Beer Shèv`a antes de
marcharse al extranjero para fundar un hogar y empezar una nueva vida (véase el
comentario del Cap. XXVIII, 10). Aquí le vemos regresar una vez más a esta ciudad
antes de proseguir su viaje. Como antaño, lo que busca en este lugar es la inspiración
Divina, pues desea saber “si Dios, quien le ha prohibido allí a su padre emigrar fuera
de Tierra Santa, aprueba a pesar de toda su partida.” El deseo de recibir la bendición
Divina antes de emprender el descenso a Egipto es tanto más comprensible cuanto que
Ya`akòv y sus hijos experimentan, a pesar de todo, vivas aprensiones ante la
perspectiva de tener que abandonar la “Tierra Prometida”, su tierra natal, para
marcharse a un país extranjero donde Dios sólo sabe a qué sufrimientos van a
exponerse. Los hermanos de Yoséf habían experimentado ya esta clase de inquietudes
a la hora de emprender su primer viaje a Egipto, como lo hemos subrayado en el com.
del cap. XLII, v. 1.
Pero Ya`akòv tenía además otro motivo, muy distinto, para ir a Beer Shèv`a: “Fue allí
para cortar los cedros nuevos que Abraham había plantado en esta ciudad (según
consta en Gen. XXI, 33)” (Rabbá c. 94) y los hizo transportar a Egipto como lo indica
Rashí a propósito de la construcción del Tabernáculo “¿Cómo se explica que los judíos
tuviesen madera de Shittim en el desierto? Por la siguiente razón: Gracias a su don
profético, el Patriarca Ya`akòv había previsto que Israel tendría que edificar un día el
Tabernáculo en el desierto. Decidió pues transportar a Egipto algunos cedros nuevos y
les ordenó a sus hijos llevárselos consigo cuando saliesen de aquel país” (Ex. XXV, 5).
Podemos observar que, antes incluso de penetrar en lo que será la futura tierra de exilio
de sus descendientes, Ya`akòv prepara ya, como lo hizo antes que él su abuelo
Abraham, la edificación del santuario que, en un futuro lejano, constituirá el baluarte
moral del pueblo judío contra la asimilación y la decadencia y el centro de difusión de
su ideal de santidad, garantizándole al mismo tiempo la presencia de Dios en su seno
y su protección.
Sin embargo, Rashí cita la interpretación del Midrash (Toràt Cohanìm) según la cual los
sacrificios de {Shelamìn} tienen como finalidad el establecimiento de la paz en el
mundo, ese Shalom… (tan anhelado). Basándose en esta interpretación, Najmánides
como también Racanati y Bajyàh admite que Ya`akòv, quien temía las consecuencias
de su “descenso a Egipto” para su posteridad – como lo hemos demostrado más arriba,
quiso abrir una era de paz y de conciliación a la hora de emprender el camino del futuro.
Por eso ofreció su sacrificio “de paz” al Dios de su padre Yitzjàk y no al de Abraham,
pues era a su padre a quien el Eterno había dirigido la siguiente advertencia: “¡No
desciendas a Egipto!” y Ya`akòv recordaba este solemne aviso. Forzado por las
circunstancias a establecerse en aquel país, ofreció pues su sacrificio estando ya a las
puertas de la tierra de Egipto para implorar a Dios que le concediese la “doble paz”
(Shelamìm), la paz interior que quería ver reinar dentro de su familia y la paz exterior
que quería establecer con todos los extranjeros, sus enemigos en potencia.
No obstante, el texto habla aquí de una “visión nocturna, no de un sueño a secas, como
suele hacerlo casi siempre. Según Najmánides, este detalle pone de manifiesto la
importancia que debemos darle a la hora nocturna en la que se produce la visión y que
es la del {Din rafe}, es decir la de la clemencia en el juicio. Como lo hemos explicado
ya en el com. del cap. XXVIII, 11, toda la vida de Ya`akòv corresponde a la fase nocturna
del día. Su vida, que se reduce a una larga serie de dolorosas pruebas, parece estar
cubierta por las sombras de la noche. Pero, así como la noche está orientada hacia el
alba y conlleva la certeza de que existe un Dios de misericordia que vela fielmente sobre
los que duermen, de igual modo, en la vida de Ya`akòv se filtra un rayo de esperanza
que poco a poco transforma las tinieblas en claridad. Asimismo, el Eterno se revela a
Ya`akòv en las “visiones de la noche”, en el preciso momento en que comienza la
“noche del Galut”., para anunciarle solemnemente que, tras esta noche incipiente,
llegará el alba de la liberación. Pues si Dios desciende ahora con él a Egipto, más tarde,
también subirá de Egipto con él. (La noche es el momento del día en que la indulgencia
templa el juicio del Señor; por esta razón, al principio de nuestra oración vespertina,
invocamos el atributo de la misericordia {Vehù rajùm}. Y así como los destinos de
Abraham se decidían por la mañana y los de Isaac en el crepúsculo (com. XXIV, v. 11),
los de Ya`akòv se deciden durante la noche. La visión de la escalera celestial se
produce la noche de su viaje a Jarán; el engaño del que es víctima por parte de Leah
también tiene lugar de noche; de noche lucha contra el ángel de Esàv; y de noche recibe
la orden Divina de descender a Egipto.
¡YAACOV! ¡YAACOV!: Es una llamada enérgica, cariñosa y severa al mismo tiempo,
que deja presentir nuevas misiones, poco gloriosas, quizá, en la medida en que Dios
llama al Patriarca por su antiguo nombre, Ya`akòv, no por el nombre “Israel”, el título de
nobleza que El mismo le concedió. Pero Ya`akòv contesta sin vacilar: “Heme aquí, estoy
dispuesto a aceptar cualquier tarea que me asignes.” (véase nuestro com. del cap. XXII,
11) Cuando Dios llama a Abraham, a Ya`akòv y a Samuel repitiendo dos veces sus
respectivos nombres, estos nombres “duplicados” están separados el uno del otro en
el texto por una raya vertical llamada {Pasèk} Esto te enseña, dice el Zohar, que
aquellos personajes experimentaron a lo largo de su vida una evolución moral muy
importante, y que llegaron a la vejez con un grado de perfección muy superior al que
tenían siendo jóvenes. Moshè es el único caso en el que la raya divisoria no figura
cuando Dios le llama dos veces de entre la zarza ardiente. (Ex. III, 4). Pues él fue
perfecto desde el momento de su venida al mundo.
NO TEMAS…: Estas palabras de aliento, Dios se las dirige a cada uno de los tres
Patriarcas en distintas ocasiones. Primero, a Abraham, durante la guerra de los cuatro
reyes (XV,1) Luego a Yitjàk, con motivo de sus conflictos con los Filisteos y de la
escasez de agua (XXVI, 24); por último, a Ya`akòv, cuando toma el camino del exilio.
Estas tres promesas de protección que Dios les hace a sus siervos en diferentes trances
de su vida, nos permiten comprender que la Providencia se manifiesta en cualquier
momento y circunstancia. Nos incitan a confiar en Dios y a desterrar el miedo y la
desmoralización de nuestros corazones.
Tras citar el punto de vista de Maimónides sobre las ideas de Onkelos, Najmánides
analiza detalladamente los principios a los que se atiene este último en su traducción y
llega a una conclusión algo distinta. Opina, en efecto, que la idea directora de Onkelos
no es la de evitar los antropomorfismos. Según él, su traducción se inspira en
consideraciones de orden cabalístico. Sugiere, en particular, que cuando Onkelos
traduce literalmente la frase: “Yo descenderé contigo a Egipto”, lo hace con el propósito
de aludir a la sentencia talmúdica según la cual la Shejiná o Presencia Divina acompaña
a Israel en sus peregrinaciones por entre las naciones (Sabb. 89 b y Megg. 29 a). Esta
idea, que subraya la solicitud de Dios hacia un Israel miserable y errante, le pareció tan
importante que renunció a parafrasear el versículo. La opinión de Najmánides es
compartida por autores tales como Rabi I. Arama, Rabenu Bejàyeh y Rabenu Ch. Ben
Attar. Este último añade, además, apoyándose en varios ejemplos, que la Presencia de
Dios junto a los hombres que sufren es más o menos constante, y que su grado de
constancia depende tanto de su número y calidad como del tiempo y del lugar.
YOSEF PONDRA SU MANO SOBRE TUS OJOS: Dios avisa al Patriarca que
permanecerá en Egipto hasta el día de su muerte (Rabbá).
7 – SUS HIJOS Y LOS HIJOS DE SUS HIJOS CON EL, SUS HIJAS Y LAS HIJAS DE
SUS HIJOS, Y TODO SU LINAJE TRAJO YAACOV CONSIGO A EGIPTO.
8 – ESTOS, PUES, SON LOS NOMBRES DE LOS HIJOS DE ISRAEL QUE VINIERON
A EGIPTO, YAACOV Y SUS HIJOS: EL PRIMOGENITO DE YAACOV, REUVEN.
ESTOS, PUES, SON LOS NOMBRES DE LOS HIJOS DE ISRAEL: Esta enumeración
nos indica que todos los hijos de Ya`akòv conservaron sus nombres judíos ya que
encontramos los mismos nombres en todos los pasajes bíblicos que figuran a
continuación. Si la Escritura nos recuerda aquí estos nombres con motivo de la salida
de Canaán, y también más adelante, con motivo de la llegada a Egipto, es porque desea
poner de manifiesto la importancia que tiene la conservación de los nombres judíos
frente al peligro de asimilación que acecha a los que “llegan a la tierra de exilio”. Al
conservar sus nombres de origen, los hijos de Ya`akòv se dotaron de un escudo moral
y espiritual que les sirvió de autodefensa hasta el día de su liberación. Este fue uno de
sus principales méritos: {Shelo shinù et shemàm} no cambiar sus nombres; gracias a
ello, pudieron conservar su identidad judía. (Lev. Rabbá cap. 32).
Pero, más allá de esta consideración, es obvio que la presente enumeración tiene
también un significado más general: Por primera vez, vemos aquí a todos los miembros
de la familia unirse en perfecta armonía para servir al mismo ideal sagrado, con el
mismo espíritu de abnegación absoluta. Al igual que las ramas de un árbol que se
alimentan todas a partir de una sola raíz, las setenta personas que componen esta
familia sacan sus fuerzas de la misma y única raíz, una raíz profundamente anclada en
la fe de los Patriarcas. La familia fundada por Ya`akòv constituyó el núcleo del futuro
pueblo de Dios. Por esta razón, la Escritura quiere dar a conocer a la posteridad los
nombres de sus miembros; y, al mismo tiempo, al enumerarlos, nos da a entender que
los orígenes de esta familia de noble cepa patriarcal, profundamente piadosa y
estimada por los representantes de la monarquía egipcia, no se remontan a alguna tribu
anónima de nómadas, ni a una partida de revolucionarios, ni tampoco a una secta de
profetas exaltados.
QUE VINIERON A EGIPTO: Rashí explica el tiempo presente del verbo de este
versículo diciendo que se refiere al momento preciso de la llegada a Egipto; por tanto,
“no debe sorprendernos que el texto no diga: que llegaron”. Sin embargo, podemos
observar que la Escritura emplea el mismo tiempo en la primera frase del Éxodo: “He
aquí los nombres de los hijos de Israel que “llegan” {ha-baìm} a Egipto”. El empleo del
presente responde pues a una intención más profunda que el Rabi de Beltz explica de
la manera siguiente: Todos los judíos de todos los tiempos deben hacerse cuenta que
llegaron aquel mismo día, “con Ya`akòv “, a la tierra de su exilio, es decir que deben
inspirarse diariamente del espíritu del Patriarca. Sea cual sea el número de años que
han pasado ya entre las naciones, nunca se considerarán a sí mismos como personas
enraizadas en la cultura del país, sino como recién llegados que han conservado sus
vínculos afectivos con su país de origen y su cultura nacional. (véase el com. de Ex. I,
1).
Esto alude al acto de libertinaje corriente entre los kena`anìtas al que se entregó en
Shetim, Zimri, el hijo de Salú, Jefe de familia de la tribu de Shim`ón, según consta en
Números XXV, 14. (véase Sanh. 82b.) Desde luego, entre la época en la que vivió Dinàh
y aquella en la que tuvo lugar el acto de depravación cometido por Zimrì, median varios
siglos; por lo tanto, la identificación de éste como “hijo de la kena`anìta” resulta algo
sorprendente. Lo más probable es que el Midrash haya querido explicar el gesto inmoral
de Zimrì, tan característico de las costumbres kena`anìtas, por el hecho de que el alma
de su antepasada, Dinàh, había sido mancillada por su cohabitación con Shejèm, el
kena`anìta.
15 – ESTOS SON LOS HIJOS DE LEAH, LOS CUALES ELLA PARIO A YAACOV EN
PADAN-ARAM, Y ADEMAS DINAH SU HIJA: TODAS LAS ALMAS DE SUS HIJOS
Y DE SUS HIJAS FUERON TREINTA Y TRES.
15 – TREINTA Y TRES: Rashí advierte: “Si cuentas bien, hallarás sólo treinta y dos.
Yojèved nació entre las murallas cuando estaban ya entrando en la ciudad, como está
escrito: “Yojèved, hija de Leví, que le nació en Egipto” (Núm. XXVI, 59). El nacimiento
tuvo lugar en Egipto, pero no la gestación.” Rabì D. Kimjì y Rabì Ibn Ezrá opinan, por
su parte, que Ya`akòv está personalmente incluído en el número treinta y tres como
parece darlo a entender el versículo 8. Ibn Ezrá impugna la tesis de Rashí haciendo
constar que, si admitimos la validez de esta tesis, Yojèved tenía 130 años cuando dio
a luz a Moshéh, lo cual hubiera constituído un milagro que la Torah no hubiera pasado
por alto. Najmánides, por su parte, rebate este argumento alegando los motivos que
hemos expuesto en nuestro com. del cap. XVII, v. 17 y en Ex. II, 2.
18 – ESTOS SON LOS HIJOS DE ZILPA: La Toràh suele nombrar primero a los hijos
de Leah y de Rajèl, y después a los de sus esclavas. Aquí, sigue un orden distinto pues
procede en función de la importancia numérica. Por esta razón, los hijos de Zilpàh están
nombrados antes que los de Rajel.
Es el único de los diez hijos de Binyamìn cuyo nombre no ha sido explicado por la fuente
talmúdica que acabamos de mencionar. Pero Rashí, citando el Midrash Tanjumah, lo
interpreta de la manera siguiente: “Su boca era semejante a la de su padre (el tèrmino
{Mupìm} significa, según esto, “dos bocas”). Ambas estaban llenas de sabias sentencias
que Ya`akòv había aprendido en la escuela de Shèm y de `Eber”. (Véase también
Rashí, Números XXVI, 39).
En efecto, Rabi Meír es aquel de nuestros Maestros que nos exige tomar en
consideración la opinión de la minoría tanto como la de la mayoría, cuyo criterio es el
que generalmente logra imponerse (Julín, 11b.). Esto explica que haya querido subrayar
en su Sefer Torah, es decir en su enseñanza, el gran valor que llegó a tener en la
Historia una tribu tan reducida numéricamente como lo era al principio la de Dan.
Aunque su antepasado había tenido sólo un hijo, esta tribu se convirtió más tarde en
una de las más numerosas de todas.
25 – ESTOS SON LOS HIJOS DE BILHA, LA CUAL LAVAN DIO A SU HIJA RAJEL,
Y ELLA PARIO ESTOS A YA`AKOV: TODAS LAS ALMAS, SIETE.
27 – SETENTA: Son muchas las explicaciones que se han propuesto para resolver el
siguiente problema planteado por los Sabios del Talmud: “Globalmente, el total es de
setenta personas; pero si las cuentas una por una, encontrarás sólo sesenta y nueve”.
(B. B. 123b). Ya os hemos referido anteriormente, en el v. 15, las opiniones de los que
tratan de completar el número “global” recurriendo a Yojèved, la hija de Leví, que nació
en el preciso momento de la llegada a Egipto, o al mismo Patriarca. Otros sugieren
completar la cifra con la hija de Dinàh, Asnat, o con su hermana gemela, …etc…
(Rabbenu Asher al final de Pesajim no. 40, opina que la Escritura tiene por costumbre
redondear la cifra cuando sólo falta una unidad). Por último, Rabi Eli`ezer explica que
el Eterno se asoció personalmente a los sesenta y nueve miembros de la familia, pues
está escrito: “Descenderé contigo a Egipto” (Pirké de Rabì. Eli`ezer 39).
La Presencia Divina (Shejináh) que la Toràh nos muestra aquí “acompañando a Israel
en sus peregrinaciones por entre las naciones” (véase el com. del v. 4) permanece junto
a los hombres para protegerlos en las horas de angustia. Este fue también el caso de
los habitantes de Sodoma. “El Eterno quería asociarse a los nueve justos de la ciudad
para que fuesen diez, número requerido para la salvación de la ciudad”. (Rashì XVIII,
28). De igual modo, se asoció a los hijos de Ya`akov en condiciones similares, con
motivo de la venta de Yoséf), como lo hemos indicado ya en nuestro comentario del
cap. XXXVII, v. 33. Por esta razón, en su bendición, el salmista invoca al Dios que se
mostró tan solícito con Ya`akov: “¡Que el Eterno te escuche, dice, en la hora de la
angustia! ¡que el nombre del Dios de Ya`akov te proteja!” (Salmo XX, 2).
No obstante, el hecho de que la Torah enuncie aquí el número setenta – que repite
luego en Éxodo I, 5 y en Deut. X, 12 – cuando la composición del total es aún incierta y
da pie a varias interpretaciones, resulta significativo. Nos recuerda otro caso análogo,
el del número 613 que, según afirma el Midrash en Deuteronomio XXXIII, 4,
corresponde al total de nuestras mitzvot. En efecto, la composición de esta cifra ha sido
objeto de numerosas controversias. Otro tanto sucede con los 39 trabajos prohibidos
en Shabbat: la suma global se acepta sin discusión, pero existen discrepancias en torno
a la identificación de los diferentes trabajos. En todos estos ejemplos, da la sensación
de que el número en sí es a priori de carácter axiomático. Bajyàh trata en efecto este
tema en relación con las fuentes antiguas del Sefer Ha-Bahir. Se basa en el versículo
del Éxodo que dice: “Llegaron a Elim; allí había doce manantiales y setenta palmeras.
Acamparon junto a las aguas” (XV, 27). Los doce manantiales del versículo estaban
destinados a alimentar las setenta palmeras. Ahora bien, existe la misma relación, a
nivel espiritual, entre las doce tribus de Israel y las setenta naciones del mundo (véase
Rashí, Números XXIX, 35) que están aquí representadas por los setenta miembros de
la familia patriarcal, nucleo del pueblo judío. Como lo explica Rashí en Deut. XXXII, 8,
el número setenta adquiere así su significado pleno.
Pero estos números no han sido fijados arbitrariamente. Están inscritos en los datos
naturales del orden cosmogónico y constituyen el fundamento de las dimensiones
espaciales y temporales: El doce aparece en los signos del Zodíaco y en los
correspondientes meses del año, así como en las divisiones del día solar. También
determina las categorías del espacio ya que cada uno de los cuatro puntos cardinales
se subdivide, en la rosa de los vientos, en tres sectores. La división del tiempo en años
de doce meses o en días de doce horas procede asimismo de la multiplicación por tres
de los cuatro elementos básicos constituidos por las cuatro estaciones o las cuatro
fases sucesivas, diurnas y nocturnas, del día (el alba, la mañana, el mediodía y el
crepúsculo).
Rashí cita también otra interpretación del verbo…. {le-horòt}, en la que se le atribuye el
sentido de “enseñar”: Ya`akov envió a Yehudáh para que le preparase una casa de
estudios donde se pudiese impartir la enseñanza de la ley de Dios. Cada vez que
Ya`akov se desplazaba hacia algún país extranjero, su primera preocupación era
fortalecerse moralmente “para sí mismo”, como puede deducirse de la palabra {le-
fanàv} “delante de sí”, que figura dos veces en este versículo dedicándose al estudio
de las cosas sagradas y buscando en ellas su inspiración esto fue, en efecto, lo que
hizo antes de marcharse a Jarán; ver el com. del cap. XXVIII, v. 10). Predicando con el
ejemplo, les enseñó a los judíos de todos los tiempos cuál era el deber más importante
que cumplir cada vez que emigraban a otro país: asegurar para sí mismos y para sus
hijos la enseñanza sagrada.
DE GOSHEN: La palabra {Gòshnah} tiene el mismo valor numérico (358) que la palabra
{Mashíaj} Mesías. El redentor será llamado a liberar a Israel del yugo de las cuatro
naciones que le han esclavizado: la egipcia, la babilónica, la griega y la romana. Ahora
bien, el Mesías que desciende de David, y por tanto, de la tribu de Yehudáh, será
precedido por el Mesías que desciende de Yoséf. Uno de los motivos por los que
Ya`akov decidió bajar a Egipto era el ardiente deseo que tenía de ver realizarse algún
día esta unión mesiánica de sus dos hijos, Yehudáh y Yoséf. Envió pues al primero al
encuentro del segundo porque, como entre ellos dos representaban el conjunto de las
doce tribus, las diez que se perdieron y las dos que permanecieron fieles a la casa de
Salomón, tenía la esperanza de que, juntos, preparasen el advenimiento del Mesías si
admitimos esta interpretación, la segunda parte del versículo se refiere a Yoséf: El
enseña el camino del Mesías “antes” que Yehudáh.
En su libro Benè Yisajar el autor de esta explicación, Rabi Tzvì E. Shapiro, dice también
lo siguiente: Las cuatro letras de la palabra {Gòshnah} son idénticas a las que están
inscritas en las cuatro caras del trompo de Janukáh, fiesta que suele coincidir con la
lectura pública de la Sidrá. Estas letras son las iniciales de las cuatro palabras que
designan las fuerzas humanas cuya corrupción provocó los sufrimientos purificadores
del exilio que nos infligieron las cuatro naciones citadas más arriba. Las fuerzas en
cuestión son las de los elementos físicos, sensitivos e intelectuales del alma y también
las fuerzas genéricas que abarcan el conjunto de las facultades humanas: {guf, Sèjel,
nefesh, hakòl} sus iniciales componen la palabra {Gòshnah}. En la fiesta de Janukáh,
cuando la llama de la esperanza mesiánica vuelve a iluminar las noches de nuestro
exilio, el trompo viene a ser el símbolo de los cuatro reinos que nos esclavizaron debido
a nuestra cuádruple degeneración; pero también viene a recordarnos que la existencia
humana y la Historia de los pueblos giran en torno al eje mesiánico y que todo
desemboca finalmente en {Gòshnah}, es decir en la salvación mesiánica (sham Jòdesh
Kislèv).
CAPITULO XLVII
1 – VINO, PUES, YOSEF Y DIO PARTE A PAR-OH, Y DIJO: “MI PADRE Y MIS
HERMANOS, CON SU GANADO MENOR Y SUS VACADAS, Y TODO LO QUE
POSEEN, HAN VENIDO DE LA TIERRA DE CANAAN, Y HE AQUI QUE ESTAN EN
LA TIERRA DE GOSHEN.”
No obstante, varios textos midrájicos recogen la opinión según la cual la Justicia Divina
tuvo en cuenta la ingratitud manifestada por Ya`akov en su respuesta: “Te quejas de
haber sido desgraciado, le reprocha el Eterno, y olvidas que te he salvado de las manos
de Esàv y de Labán, y que te he devuelto a tu hija Dinah y a tu hijo Yosef. En
consecuencia, el número de los años de tu vida no alcanzará el de los años de tus
padres, como acabas de anunciarlo precipitadamente. De los 180 años de la vida de
Yitzjak, te serán reducidos 33, Ya`akov murió a los 147 años, número que corresponde
al de las palabras contenidas en estas dos frases (v. 8 y 9).” Este Midrash puede
explicarse por la sentencia que dice que el Eterno hace pagar a los justos hasta las
menores faltas que cometen. (Ta`anìth IIa). Pues la responsabilidad jurídica del hombre
crece en proporción de su grado de moralidad. Por esta razón, la tesis que acabamos
de exponer es perfectamente compatible con aquella otra explicación de la reducción
de los años de vida de Ya`akov que ha sido expresada por {Ba`al ha-Turìm} en este
mismo capítulo, v. 28: Ya`akov había pronunciado antaño, a la ligera, una maldición
contra “aquel de los miembros de su familia a quien hallasen en posesión de los dioses
de Labán; {lo yijyèh} “¡que no viva!” había exclamado (XXXI, 32). Esta maldición
injustificada afectó a su esposa Rajel, quien murió prematuramente. Pero además se
volvió contra él, ya que también él murió precozmente, 33 años antes de lo normal;
pues el 33 es el número que corresponde a la palabra {Yijyèh}.
19- ¿POR QUE HEMOS DE PERECER ANTE TUS OJOS, ASI NOSOTROS COMO
NUESTRA TIERRA? COMPRANOS A NOSOTROS Y A NUESTRA TIERRA, POR EL
PAN; Y NOSOTROS Y NUESTRA TIERRA SEREMOS SIERVOS DE PARO; Y
DANOS SIMIENTE, ASI VIVIREMOS Y NO MORIREMOS, Y LA TIERRA NO
QUEDARA DESOLADA.
19- Y DANOS SIMIENTE: Aunque admitamos, con Rashí, que este diálogo entre Yosef
y los egipcios tuvo lugar al final del segundo año, poco después de la llegada de
Ya`akov, podemos comprender el miedo que experimentaron los egipcios ante la
perspectiva de ver transformarse su territorio en un desierto, en el caso de que el suelo
permaneciese baldío durante cinco años más. Pues lejos de permitir que la tierra arable
descanse y se regenere la pausa de siete años provoca un debilitamiento sensible de
sus capacidades de producción. Como no podían sospechar aún el efecto benéfico de
la bendición que el Patriarca le había dado al Faraón, los egipcios temían que su tierra
“quedase desolada.” El profeta Ezequiel nos pinta con las tintas más negras el cuadro
de lo que semejante desolación significa para Egipto. (XXIX, 8-12).
Pero, preguntan algunos, ¿ya que Yosef gobernaba con tanta sabiduría y clarividencia,
por qué no se opuso a esta presión del clero? La respuesta es la siguiente: Yosef
conservaba su gratitud hacia Potifera, el sacerdote de On (Heliópolis), con cuya hija se
había casado; y también hacia los sacerdotes egipcios que habían abogado por él
cuando la mujer de su amo le había acusado de intento de seducción y que le habían
salvado, por tanto, de la pena de muerte, según consta en el Targum Yonatán, XXXIX,
v. 20 (Perùsh ha-Tùr). Por eso no quiso perjudicarlos.
SEREMOS SIERVOS DE PAR-OH: Aunque las medidas tomadas por Yosef en Egipto
demuestran, sin lugar a dudas, el gran genio político del hijo de Ya`akov, hay quien se
pregunta por qué motivo la Escritura las considera lo bastante importantes desde el
punto de vista pedagógico o doctrinal para referírnoslas tan detalladamente. Suele
contestarse que, a través de este informe pormenorizado la Torah nos proporciona un
elemento de apreciación fundamental: El texto bíblico nos expone aquí la secuencia de
acontecimientos históricos que hicieron de Egipto la “casa de los esclavos” {Bet
`Avadìm}. Descubrimos pues que fueron los propios egipcios quienes expresaron el
deseo de deshacerse de sus tierras y quienes adoptaron aquella actitud implorante ante
Yosef. “Hallemos ahora gracia a los ojos de nuestro Señor y seremos siervos del
Faraón.” Esta era la mentalidad servil del pueblo junto al cual los hijos de Israel iban a
vivir durante varios siglos. Con él, conocieron todas las torturas físicas y morales de la
persecución como también las peores humillaciones pues el desprecio de la dignidad
humana y de la libertad individual eran las características básicas de aquella sociedad.
Pero fué gracias a estos tremendos sufrimientos como adquirieron la madurez
necesaria para comprender y amar la Ley que recibieron al salir de la “casa de los
esclavos” y que exaltaba los principios de libertad y dignidad humana. Gracias a ellos,
comprendieron mejor que el hombre no debe servir a nadie más que a Dios y que sólo
Él debe ser el Amo de todas las criaturas y el dispensador de todas las tierras. “De la
tiranía más desarrollada de la antigüedad salió el régimen que colocó por encima de
todos los principios el de la libertad del ser humano.” (Henri George).