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Tras la revolución, los tunecinos hacen ahora frente a las dificultades de un proceso de
transición que promete ser largo y tener muchos obstáculos. En Egipto, pese a la salida
de Hosni Mubarak, transcurrirán aún años hasta que se sepa si la “revolución de la
dignidad” de la plaza Tahrir ha expulsado o no al viejo régimen. Está por ver en qué
medida se producirá un “efecto dominó democrático” regional. El futuro del mundo
árabe permanece en la incertidumbre. ¿Qué efecto tendrán las transiciones políticas en
Túnez, Egipto y quizá en otros países sobre la frágil estabilidad regional? ¿Qué clase de
gobiernos pueden esperarse y cómo cambiarán el delicado equilibrio de poder en
Oriente Próximo?
El significado amplio de este movimiento de liberación árabe es, como sostiene Rami
Khouri, nada menos que el principio del desmantelamiento del orden poscolonial
instaurado por Francia y Reino Unido en los años sesenta y setenta, que dio lugar a los
gobiernos disfuncionales y autocráticos sostenidos por las superpotencias durante la
guerra fría y por Estados Unidos y los antiguos colonos europeos en la actualidad.
Los efectos de imitación han sido evidentes: miles de jóvenes en Yemen, Jordania,
Argelia, e incluso en Siria y Libia, alentados por los sucesos en Túnez y Egipto, han
salido a la calle para exigir la dimisión de sus respectivos gobiernos corruptos.
Alarmados por la huida de Zine el Abidine ben Alí y la salida de Mubarak del poder, los
autócratas de la región han reaccionado inmediatamente. En pánico, se han apresurado
a adaptarse a la nueva situación. Así, en Yemen, el presidente Abdulah Saleh anunció
que no se presentará de nuevo a las elecciones presidenciales previstas para 2013. En
Jordania, el rey Abdalá II destituyó al gobierno en respuesta directa a la demanda
popular, previniendo una mayor ola de rabia que podría cuestionar al propio monarca.
En Argelia, el presidente Abdelaziz Bouteflika prometió derogar la ley de emergencia en
vigor desde hace 18 años y abrir un proceso de reformas políticas. En varios países
árabes se aumentaron los subsidios del pan y otros productos básicos. El gobierno
egipcio, en un intento fallido de salvarse tras dos semanas de protestas masivas,
aumentó los salarios de los funcionarios públicos un 15 por cien. El rey de Bahréin llegó
a pagar el equivalente a 2.000 euros a cada familia.
¿Qué posibilidad de éxito tienen estas estrategias? Los ciudadanos árabes están
acostumbrados a que sus gobernantes ofrezcan reformas cosméticas para calmar las
aguas, por lo que los avances repentinos no resultarían creíbles. Henry E. Hale señalaba
en 2005 en un artículo en World Politics que los cambios de poder en estos sistemas de
“presidencialismo patronal” siguen ciclos de contestación política en vez de una
secuencia de progreso o transición lineal. Así, las expectativas de la élite en cuanto a un
cambio de liderazgo inminente conducen a una dinámica cíclica de contestación y
Los ciclos de apertura política y represión descritos por Hale no sólo mantienen el statu
quo del autoritarismo, sino que también pueden acabar con la estabilidad, al hacer a los
países “vulnerables al conflicto social, a las luchas internas de poder y a las disputas
regionales”. Dada la debilidad institucional en todos los países árabes, ninguno de ellos
estará capacitado tras una revolución popular para reemplazar inmediatamente el
aparato del viejo régimen. Los pactos entre los distintos grupos sociales serán
esenciales para que la transición avance de manera pacífica y constructiva. Esta
realidad conlleva el riesgo de que, una vez disminuida la atención internacional tras la
propia revolución, la vieja guardia pueda recuperar su poder por la puerta trasera.
Pero lo que es seguro es que las revoluciones han roto la cultura del miedo en el mundo
árabe. No todas las revueltas acabarán en revolución, y aquellos regímenes autoritarios
que han logrado salvarse se apresurarán a introducir algunas concesiones políticas con
el fin de calmar las aguas. A medio plazo, no obstante, puede esperarse una mayor
represión por parte de los regímenes que pervivan, con el fin de evitar una amenaza o
una ola de protestas como la actual. El resultado será que mientras algunas “islas
democráticas” encaminan la transición política, el resto del mundo árabe se volverá más
autocrático.
Ningún otro asunto ha sido discutido con tanto fervor y controversia como el futuro
papel del islam político en Oriente Próximo. A menudo igualando islamismo con
extremismo e incluso con terrorismo, los debates en Europa han recordado sobre todo
el trauma de la guerra civil en Argelia y la revolución iraní, como evidencia de las fatales
consecuencias que supone la llegada al poder de los islamistas. Asimismo, las
elecciones palestinas de 2006, que llevaron a Hamás al poder, se han citado como
prueba de que admitir elecciones genuinas en el mundo árabe conduce al extremismo.
El modelo teocrático iraní está siendo contrastado con el modelo turco, una democracia
laica con partidos de referencia religiosa.
el aumento de los precios de los productos de primera necesidad, que dieron lugar a
protestas y disturbios en octubre de 1988. El gobierno del Frente de Liberación Nacional
(FLN) pretendió estabilizar el país y asegurar su permanencia en el poder a través de la
apertura política. Cuando en 1991 el Frente Islámico de Salvación (FIS) logró la mayoría
en las primeras elecciones libres y justas del país, una junta militar derrocó al
presidente Chadli Benyedid, con el fin de revocar los resultados electorales y restablecer
el control autoritario, lo que precipitó el estallido de la violencia. Pero el desencadenante
de la guerra civil argelina no fue el intento de democratización. El terreno estaba
abonado para el golpe debido a la falta de legitimidad, la polarización social, una débil
oposición y la confrontación entre el régimen y los islamistas. Así, en vez de una lección
sobre los riesgos inherentes de la democratización, Argelia es un ejemplo claro de los
peligros de la autocracia liberalizada.
Evitar el desmoronamiento
La perpetuación del ciclo de liberalización y represión, tal como lo describe Hale, podría
dejar la región en un estado de fragilidad permanente. La gobernanza irresponsable,
junto con la precariedad económica y las expectativas exageradas, aumenta aún más la
brecha entre las élites gobernantes y la sociedad. Esto aumenta el atractivo de los
elementos radicales y el riesgo de que el sistema se desmorone en un momento dado,
ya sea debido a una revolución, al terrorismo o a una guerra civil. En este sentido, las
revoluciones árabes demuestran que es necesario romper esos ciclos mediante la
participación inclusiva y la reforma política antes de que el sistema se desmorone.
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