Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
PRIMERA PARTE.
LA BATALLA.
Y se cansó de matar,
soldado de tanta talla…
así comienza este cuento
donde el silencio se calla.
…
3
Se ha dicho:
- así he de ver
a aquel que mi vida acaba -,
pero las lanzas ajenas
ni lo hieren ni lo matan.
el soldado no sabía
que así su suerte trazaba.
Lo hacía porque sabía
que no hay paso ni hay desgracia
Entonces son dos las mujeres: la moza que lo espera y la bruja que junta sangre y barro en su
tinaja.
Entonces son dos los hombres: el que dejó de pelear y el que quiere robar el cuerpo de la bruja.
ignorando que con las brujas, como con los inmortales, no se puede.
La bruja sonrió.
Entonces era uno el hombre: el de la lanza clavada en el barro que del otro chorreaba sangre
mezclada con la tierra, barro churo para gualicho pues.
Así huyó Santiago de la ciega San La Muerte, que hasta los dioses le temen.
Se dice que pierden más los inmortales que los hombres si los pilla el filo de la guadaña.
Así será si lo dicen.
Entonces viento y fieras se escabulleron entre tolas y poblados, polvareda y fugitivos. El sol
hachaba el suelo cuando el Gauchito regresó ebrio al almacén de Sardeti 1. Sardeti estaba tras el
mostrador, asustado no sólo por el recién llegado sino porque todo el desierto se venía
encarajinando.
- Usted me tiene que explicar toda esta mierda, Sardeti, - le dijo el Gauchito clavando su
faca en el mostrador y sus ojos rojos en los de Sardeti, que retrocedía prudente. - Los que
viven van huyendo y yo tengo mi caballo atado a la puerta de su almacén. ¿Dónde carajo
nos vamos a meter?, - le preguntó cuando Sardeti miraba a las espaldas del Gauchito, tras
la puerta, hacia el desierto.
- Puede que sea, y así me agencio un bulto para el viaje. Flor de gil soy.
sube la bandita
chura y machadita,
para San Santiago,
para Santa Anita
plantita de quinchamal,
1
Sardeti fue la primera víctima conocida del cuchillo de Juan Moreira. Fue almacenero y no le pagó el arreo que le había
encargado.
8
humito de quinchamal,
incienso del peregrino,
que se enciendan tus bracitas
que ya vamos en camino
he venido a agradecer
lo que ya me has concedido:
mi familia, mi trabajo,
y estos mis buenos amigos
he venido con mi fe
y esa es mi forma de pago
al Santo de mis abuelos
que es la imagen de Santiago
y la partida había ganado el sitio con la misma furia que la tormenta.
- Pensar que nosotros éramos los brutos, - siguió el Gauchito viendo los alaridos que se
alzaban sobre el horizonte.
- Ya no le creo, Sardeti. Gente como usted nos arruinó la cabeza y al menos debiera tener
caballo.
Y luego:
- Si viera, - dijo el Gauchito. – Ni bien dejaba el rancho vi esa turba de ñanduces, cuices y
cimarrones atropellándose unos a otros, empolvados como bataclanas, desesperados.
Corrían hacia el horizonte, viera, y entre ellos, cuadrúpedo como bestia, huía un
compañero de tantas montoneras.
Y el Gauchito, mirando el vaso de caña que volvía a vaciar, dijo que a mi me gusta la cumbia.
9
- La cumbia es hermana bastarda del bolero, - le dijo Sardeti, - una bastarda de cabellos
teñidos de rubio que genera tanta ternura como deseo y es capaz de hablar en todas las
tonadas, una bastarda que va de brazo en brazo y de beso en beso y cambia despecho por
desprecio.
- No me venga con boludeces, - dijo el Gauchito. – Vea que soy hombre de cuchillo.
El Gauchito escupió de lado. En el palenque lo esperaban su caballo y Sardeti, que estaba atado y
lastimado.
- ¿Quién no?
- Pero ellos lo dicen, y dicen que la revolución se dibuja con escuadra y compás.
- El General decía que eran también socialismos el de España y el de Suecia, ¿por qué no
íbamos a tener uno propio?
- Que cosa.
- Vea que Hernández escribió el Martín Fierro en un hotel, y cuando la partida golpeó la
puerta tuvo que esconder la cocaína bajo la cama y saltar por la ventana. Entonces somos
como esas almas que se la pasan muriendo y encarnando de hotel en hotel.
- Y aun así nunca estarás preparado, - le dijo la Virgen y el Gauchito pensó en su propio
martirio en manos de otro gaucho tan villero y en ese oficio que tendrá de santo milagrero
curando las enfermedades de quienes van de morir.
- No voy a permitir que se humille así a una puta, - dijo el Gauchito mientras la Cautiva
caminaba por la acera.
10
- Los diablos y los santos danzan juntos por las calles, - concluyó Sardeti, - y eso no
podíamos haberlo previsto.
- Nunca se mata al Diablo porque nos encarna, - dijo el Gauchito y el cantante de boleros
cantó que bajaban Gil y Sardeti
y al paso que cabalgaban
se iba abajando el poniente,
- ¿Todos?
La mano en el cuello
de la noble bestia
marcaba el silencio
que baja la cuesta.
- Todos somos de su hacienda, ¿o se cree que los únicos que sufren son los gauchos?
al gringo en el suelo
levantando tierra
como pena el viento.
- Cualquiera tropieza.
11
- Yo no tropecé.
Sardeti lo miraba
tentado en reírse
por las cosas extraviadas
que el Gauchito Gil le dice.
Y después de la rodada,
como era la oración,
hicieron fuego en la pampa
y el fuego les dio calor.
Camina Sardeti
delante el caballo
y el gaucho lo pecha
mientras va marchando.
Más allá le dice: ¿sabe, Sardeti? Una vuelta me llamó el dotor y me dijo: bájeme a ese zurdito de
Sardeti que anda diciendo que habla por los gauchos, y acá hay uno sólo que habla por los
gauchos, dijo, y yo le dije: vea, dotor, que no mato por encargo, mierda, y el dotor se echó a rir y a
desmochar arbolitos con el rebenque y me dijo: nadie mata por amor, me dijo. ¿Tiene miedo,
Sardeti?
- Es cierto, - dijo Sardeti. – Pero los escritores, encima, nos representamos el dolor.
- Algo así.
- No sea gil, Sardeti. Usté no sabe cuanto gustaba el Martín Fierro en las pulperías. ¿Usté es
puto, Sardeti?
- Y entonces, ¿por qué mierda me acompaña a las tolderías? No tengo amigos de su laya.
- Si.
- Vea, Sardeti. Llegaba al rancho cuando vi a una vieja riendo con descaro. Me dijo que pa
que trabaja usté. Junto a la chacra, dijo, hay tapao. Miurda que me ilusionó salir de pobre,
y no terminaba de besar a mi china que ya manotiaba la pala y me ponía a cavar. Así golpié
una laja, y debajo de la laja aullaban las fieras de lo lindo. Vea, Sardeti, la vida se llenó de
espantos y nada fue lo mismo.
Corrían por el desierto los seres más atroces que en la imaginación hubiera. Vano es describirlos,
basta con hundir la cabeza en los deseos propios y se los ve. Son todos iguales, todos hieden, y
tras los espantos, como entreverados, venían los hombres de la partida acelerando y levantando
13
polvareda cuando coleaban haciendo rechinar los frenos de sus motos, echando humo por los
caños de escape. Y así le fueron rebanando la carne al Gauchito, y cada uno guardó en su pecho la
leyenda del cuchillo del matrero.
- Encomendado a San La Muerte, - gritó el Gauchito, - de una sola forma he de morir, y ese
modo no fue dicho, Señor de la Buena Muerte, con fe en Dios Todopoderoso, vengo a
implorarte. Te ruego que me ayudes con tus milagros, que estés conmigo en los
momentos de peligro. Líbranos de toda maldad, ampáranos de toda herejía, protégenos
del aliento incendiario del demonio, ayúdanos a ser buenos hijos de Dios en ésta vida y
que podamos tener una buena y santa muerte. Señor de la Buena Muerte, Padre y Madre
de la Humanidad, Señor de todo lo creado. Tú que fuiste coronado de espinas y sufriste
por nosotros, ayúdame con tus milagros, te lo ruego humildemente. ¡Oh Esqueleto
Milagroso!, hazme encontrar lo que busco. Si fuera en manos extrañas, que se arrepienta
y sufra todo minuto, horas y días, semanas, meses y años de su vida, que no pueda
trabajar tranquilo, que esté siempre pensando en mí y reciba tu castigo eterno, poderoso
Esqueleto Santo. Señor La Muerte, como mi abogado te tomo. Tú que eres el poseedor de
los espíritus del mundo, haz que traiga rendido a mis pies quien lo haya llevado. Enciendo
ésta vela con motivo de los milagros y maravillas que has realizado en mi vida. Deseo
alabar tu gran nombre, Señor de La Buena Muerte, por tus milagros y salvaciones. Bendito
eres ¡Oh Señor San La Muerte! Mi Ángel Protector. ¡Oh Señor San La Muerte! Poderoso
Espíritu Esquelético. Grande es tu bondad y eficientes tus intercesiones. Humildemente te
agradezco las gracias concedidas. Agradezco que siempre me escuches, agradezco por
todos tus favores, y que siempre atiendes mis pedidos. Te agradezco y te pido que me
sigas protegiendo. Señor la Muerte, mi Abogado te nombro y te pido que lo sigas siendo.
Que nadie pueda hacerme daño ni brujería, ni pueda dañarme. Que como lo haga, le
vuelva. Glorioso Señor de La Muerte, abogado mío en todo momento. Tú que fuiste
perseguido hasta la misma muerte, ayúdame en ésta partida para que salga triunfante
como tu de los infiernos. Así te pido Señor, que con tu fuerza poderosa, todo sea conmigo
en los cuatro vientos del mundo. Señor San La Muerte, espíritu esquelético, poderosísimo
y fuerte por demás, como un Sansón en tu majestad, indispensable en los momentos de
peligro yo te invoco seguro de tu bondad. Ruega a nuestro Dios Todopoderoso que me
conceda todo lo que le pido: que se arrepienta para toda la vida el que daño o mal de ojo
me hizo, y que se vuelva contra él enseguida. Para aquel que en amor me engaña pido que
lo hagas volver a mi, y si desoye tu voz extraña, buen espíritu de la muerte, hazle sentir el
poder de tu guadaña. En el juego y en los negocios mi abogado te nombro como el mejor y
a todo aquel que en mi contra se viene por siempre jamás, hazlo perdedor. ¡Oh San La
Muerte! Mi Ángel Protector.
Y dijo el Guachito:
- Yo podría ser cualquiera de esas cosas que quiere decir ser milico, y no lo soy porque me
gusta más la pampa o porque lo quiso mi destino, qué se yo. Para ellos, matarme puede
significar un ascenso; para mi, es la obligación de seguirlo a las tolderías. Pero no se
descuide, Sardeti, lo mío no es cuestión de principios.
Y la toldería era un inmenso harem y lanzas, un hacer huevo hasta la hora del malón, una resaca
de paco que se paga con el nuevo asalto, un largo olvido de la mujer perdida…
SEGUNDA PARTE.
LAS SUPLICANTES.
Las mujeres caminan engrilladas. Entre ellas, la Guerra puso diablitos que las tocan lujuriosos.
Cuando llegan a orillas del río, recogen sus faldas para beber pero el Gaucho 2 les da de chicotazos
para que sigan:
en la otra banda las espera la sed de los soldados, les dice y ellas se lamentan y lloran
Mamita yo te recé
pero el horror de igual modo
vino en la tropa a robarme
y quemó mi choza y mi wawa para que no tuviera voluntad de defenderme.
¿Qué dios tremendo sentenció la guerra?
Vidita si me querís
no me tengas por la fuerza
y la Mamita marcha con ellas para consolarlas, pero ellas lloran tanto que no la ven.
¿Adonde han de ir?, les pregunta mientras les seca el sudor con un pañuelo.
…
2
Se entiende que el Gaucho y el Gauchito son dos personas distintas.
15
Yo no elegí el Carnaval
eso es cosa de la vida,
el sábado me quemé
y el miércoles fui ceniza.
Pero es que no hay sendero por fuera del cerro, les dice la Mamita.
No hay rastro más allá del dolor.
Hace falta el cuerpo para llegar a Dios.
El soldado, que sube hacia el Abra para escuchar la palabra salvadora, las ve venir por la otra
banda.
Quiere decirles que no crucen el río
pero el Gaucho lo exige
y la Mamita se va porque aún no es tiempo de que la vea.
Ay mocita si supiera
entonces que tu destino
era servir a las tropas
mejor no hubiera querido.
El Gaucho lanza una dentellada de fiera para que el soldado se mantenga a la distancia.
Tira de la soga para que la barca venga a recoger a las cautivas.
Algunas se dejan caer a las aguas para morir ahogadas.
Los soldados sonríen porque saben que el combate va a terminar en el cuerpo de una mujer.
Sube el peregrino
dudando al andar
y en su duda sigue
llorando su mal.
Porque a la cautiva
la llevan a amar
y ella se arrastra por la senda que lleva hasta la barca.
Abrase tu cuerpo,
vuélvase a cerrar.
Vos bajás al valle,
yo subo al altar.
Y desde el camino que sube escucha el llanto de las mujeres y el resplandor de la batalla.
Ay.
(a veces hay que mirar de lejos el torbellino y se ven la carne y los ojos, dice)
(y han dicho que no soy más que un cálculo, dice Dios y ríe)
o responden en su andar
a una inteligencia hermosa
que por alguna razón
abre el pimpollo en la rosa?
Y el Padre, desde las nubes, escucha los llantos de los mortales mientras prepara el cántaro del
consuelo
y deja los pétalos de lluvia en manos de Santa Rosa
para que una mañana los vuelque sobre la tierra.
Bajo unos cartones, al fondo de una calleja embarrada de la villa, algo que latía llamó la atención
de Gil y de Sardeti, que se acercaron con la cadencia de la desidia para verlo y olerlo con
desagrado. Una voz pastosa comenzó con la presentación:
Estimado amigo:
... también puedo asegurarle que me he labrado los sucesos posteriores, cuando en un triquis nos
fletan que no hay ejército sino algunos agavillados. Al General Urquiza algunos lo dan porque ha
defeccionado, otros por distinto motivo: mas todos se dan la mano en su desconcepto: todo lo que
siento muy de corazón. Aquí no sabemos a qué carta quedar, porque estamos como en el limbo:
19
dígame algo de nuestra situación, y qué es lo que se debe hacer. Saluda a usted su amigo,
Alejandro Azula,
y el llanto de la cautiva era un incienso lento y tibio sobre los techos de chapa de la toldería. Así se
enamoró Sardeti. De niña se llamaba Norma y era callada y dulce, pero a la orden de malón se
llamaba Gaby y alzaba lanza y gritos. Cierta vez, dicen, se llegó hasta el fortín con los muchachos,
alzó al jefe de la tropa, que había hecho mucho daño, y lo ajustició. ¿Qué hace que una mujer alce
la lanza? ¿Sigue siendo mujer si se suma al malón? No es lo mismo la ráfaga de metralla que la
caricia ni es lo mismo alzar una criatura que un fusil.
Las cautivas nacen en el pueblo en hogar acomodado y se las lleva un malón, que es como el
viento. Algunas son vendidas a prostíbulos, otras le paren herederos al cacique y otras salen a
robar bancos y son las más temidas de la villa. Sardeti no podía sino enamorarse de una mujer así,
que de regreso a los toldos susurraba con voz de Libertad Lamarque pero nunca olvidaba que
había montado en furia para cagarse en la Zanja de Alsina y su fila de fortines. Nadie se excitaba
con la foto que la señalaba BUSCADA y databa la recompensa como un marcador de tragaperras
en el lugar más visible de la oficina del sheriff. Después cantaba una canción sobre Evita, pero eran
distintas.
Su verdadero amor (nunca amó a Sardeti) fue el Sargento Kirk, hombre de tropa pero leal, uno de
los primeros soldados que tuvo el General antes de las pendejadas. El Sargento Kirk sabía que, en
la primera de cambio, voltearía la cabalgadura para unirse a los malones. De chicos, Norma y el
Sargento Kirk fueron vecinos. De grandes fueron vencidos. Una partida que andaba por los
suburbios disparó sobre un negrito que corría. El cadáver fue el del Sargento Kirk, que no era
negro y la cautiva se volvió más india e impenetrable tras llorar el duelo y dicen que nunca aceptó
el sexo de Sardeti, y que Sardeti decía: coger donde cogió el Sargento Kirk es como jugar al fútbol
donde jugó Maradona. El Gauchito lo despreciaba por esas boludeces.
La cautiva se hizo tan india que sólo pudo amar a un gringo, el Sargento Kirk, y se dejó querer por
otro, Sardeti. La derrota, que la estaqueó para siempre, tiñó de mierda todos los rincones de la
vida mientras un manifiesto jordanista repetía que he esperado en los Júpiter Tonante de la
política, en los próceres de la situación, y los que no se convertían en verdugos aceptaban el rol de
cómplices.
El 23 de octubre de 1868, Evaristo López escribía que llevo el encargo de participar a todos los
compañeros de armas el triste desenlace de la más santa de las causas, y Ricardo López Jordán
respondía que he demorado la contestación de tu estimable esperando de día en día poder
comunicarte alguna noticia de importancia a nuestros propósitos de levantar nuestro partido a la
altura que se merece y que conviene a los intereses del país.
He estado alucinado con el placer de ver (según mi juicio) a nuestro general y amigo en el terreno
que todos deseamos, pero según noticias hoy el hombre vuelve a la calma matadora de sus
verdaderos intereses, que son los de su partido y los del país. Dios lo guarde.
Luego Cáceres le escribe diciendo que los sucesos de Corrientes han tenido, amigo mío, un
término fatal para nuestra causa y para nuestros amigos y paisanos míos. Tres mil correntinos han
abandonado sus intereses y familias, todo por la justicia del gobierno nacional y las sucias
maquinaciones de infames desleales
20
alce la lanza,
suba al camión,
sale la villa
para el malón
lleva la niña
wawa quepiada,
rojo de hierba
en su mirada
gritos de guerra,
gritos de cancha,
gritos resaca
que se entrelazan
alce la lanza,
suba al camión,
sale la villa
para el malón.
Dura la previa
como tres días,
trazan los mapas
con cocaína
cruzando el río
los guachos van
hiriendo el celo
de la ciudad.
Y qué mierda.
Junto a la tranquera,
el de ojos celestes,
gaucho y caudillo,
patrón y jinete,
los llama a sosiego
y a hablarles se atreve:
y no hubo desmanes
pues todo el abismo
fue llenar la plaza
con mi peronismo.”
Mas la camioneta
llegó en esa hora
con fardos de vino
y algunas gaseosas
y dijo el puntero:
- Ustedes prosigan,
que el malón asuste
las casas gorilas.
Y no pasaba la tarde
que ella murió
cuando los aviones
bombardearon la plaza.
El malón regresa,
el malón es llamas…
- vamos, Sardeti.
Francisco Gómez Mendieta le escribe a Mariano Querencio, en agosto de 1871, que yo, mi amigo,
no acepto las medidas truncas y a medias, porque siempre son mortales en los peligros extremos,
y la experiencia nos ha enseñado a ser revolucionarios. No más cuartel, no más misericordia para
23
los salvajes. Establezcamos entre ellos y nosotros la barrera de la eternidad si queremos tener
patria. Usted comprende que nuestras virtudes, que nuestras consideraciones han servido de
nada; seamos inexorables, ya que lo pide la felicidad del pueblo Entrerriano; no tenemos sed de
sangre, pero si de justicia. Sea el terror el orden del día. Yo y todos los compañeros de aquí que se
han conservado fieles, están inspirados en estas ideas y esperamos que otros también lo estén. El
portador lo instruirá de otras cosas que no puedo confiar a la pluma
y en una misma trinchera
entre barro y pajonal
dos gauchos con un caudillo:
Ricardo López Jordán.
El primero es periodista
y escribió, entre otras cosas,
sobre la vida y la muerte
del general Peñaloza.
- ¿Yo?
Alguna vez alguien, siempre alguien, siente que debe ponerle palabras al silencio. Juan Bautista
Alberdi creyó que a Juan Manuel de Rosas lo completaban sus palabras y se las ofreció, en vano,
ya que el caudillo de ojos claros jamás respondió a sus cartas. Juan Domingo Perón no iba a
responder las últimas cartas de John William Cooke, pero le había respondido a las primeras. Rosas
intuyó que las palabras pervierten el silencio, Perón hablaba todo lo que Irigoyen supo callar y el
despechado Alberdi se sumó a sus enemigos.
- Yo no seré santo sino porque me asesinaron, será porque fui devoto de San La Muerte,
don Hernández.
- Usted disculpe, - aportó Angel Rama, que era uruguayo. – Ascasubi nunca cantó lo que
sienten los gauchos sino lo que querían sus patrones, aunque con voz de gaucho. Y eso es
mucho.
- Así hacen los que cantan, don Rama. También Hernández. Siempre la palabra es propiedad
del patrón, aunque sean palabras federales.
- No vaya a crer, nos gusta escuchar esos cantos que fingen ser los nuestros.
- Será, pero me he quedado pensando en eso de que la muerte puede ser un santo. Si es
así, le falta una tercera parte a mi libro.
- Nunca lo supo.
- Y hedor, y desamparo.
26
- ¿Para quién?
Otro lo contempla
de pie como un cerro
y la sangre roja
va lamiendo un perro.
- Alguna vez Juan Bautista Alberdi creyó que estaba llamado a decir las palabras de Juan
Manuel de Rosas, y Juan José Hernández Arregui las de Juan Domingo Perón.
- Eso es robar, amigo. Usté, que es inteligente, debe entender lo que le digo.
Y al ocaso rojo,
para la oración
alguien canta en luto
la triste canción.
Y la canción canta
al son de guitarras
lo que los cuchillos
la carne desgarran.
- Mire, Sardeti. Fierro nos cantó cuando ya estábamos muertos o éramos otra cosa, y nos
cantó así nomás, sin encarajinarnos con explicaciones. Acaso en La Vuelta, que le va hacer.
Pero los que quieren explicarme lo que digo, esos me dan por el quinto forro de las bolas.
¿Me entiende, Sardeti?
…
TERCERA PARTE.
Santiago conmovía la guerra con su espada y su capa de fuego en los techos de las casas y la
sangre cayendo en el desierto y se detenía cuando el vencido caía bajo su caballo
y cabalgaba abriendo tajos en la estrategia ajena
con tanta furia que se ganó un lugar en aquella cueva en que los antiguos daban testimonio de los
Dioses y de los Héroes y de los años de seca y de bonanza
y aparecía en el horizonte cuando la suerte se volcaba contra España.
Y Santiago predicó
por esos valles de España
que se hicieron a la mar
con espada y con guadaña.
Nadie lo olvidará cabalgando como si dijera que nada alcanza contra las razones últimas
ni el llanto de la madre: deja que tu hijo se deshaga en el olvido
ni el llanto del hijo: temerás porque nada importa de lo que es aunque nada pueda importar fuera
de lo que está siendo
28
y cuando los hombres creyeron que era cosa posible frenar tanto dolor
Santiago alzó su filo sobre los cuellos
echando a rodar cabezas
porque nada pueden y nada pudieron.
La Mamita Candelaria
un día llamó a Santiago
para dormirse en el sueño
del lecho de su hijo amado.
y a España no regresó
ya como apóstol del Cristo
sino en capa de soldado
contra moros y judíos,
La Candelaria aparece
callada en el horizonte
cada vez que al español
la victoria se le esconde.
…
29
A la Difunta le llevaron
el marido con la tropa,
le dejó un hijo pequeño
y toda la vida rota.
Y al saberse su asesino
para el cielo cabalgó,
desde entonces el Gauchito
pelea para aquel que se persigna ante su altar sin importar la causa, que al fin de cuentas no hace
a la batalla.
…
31
El Gaucho que lleva a las cautivas hacia la barca no es otro que el Malo,
aunque no usa tridente
sino que da voz de mando.
Y así arde la batalla donde los hombres perecen y los Eternos combaten.
Porque no hay dios que tolere día y noche el llanto de sus hijos.
Pero es la guerra la paz y en medio de tanta sangre hay un diseño que embellece la luz donde los
dioses son a su modo y son vistos al nuestro.
- todo lo verán después de muertos, ¿para qué quieren arrastrarse entre las sombras?
Porque bien sabe el padre que la batalla más cruenta muestra la armonía
pero lo ignoran estos pollitos que corren
por los campos como vientos
por los cerros perseguidos por el Halcón
33
Pese al olor de la carne rancia, pese al frío y al viento, el paisano clavó el cuchillo en medio el
campo para volver, beber y empedarse el miedo.
Había aprendido el oficio en Suipacha, aún mozo y ¡qué mierda!, en la victoria jode menos,
pero en Huaqui los porteños y los paisanos se recelaban y la Mamita se reflejaba sobre el lago y la
derrota,
descarnar la tierra se había vuelto un servicio de mierda pero alguien tenía que hacerlo, y hubo
que hacerlo cada vez que una montonera y una tropa se cruzaban.
Lo llamaban y le decían: che, gaucho, hay que destapar quintos de plata y él clavaba su cuchillo en
el mediocampo y corría los fiambres con la bota hasta ver la luminaria,
y cavaba y la fosa se hacía alacranes, monos, perros y uñas y era un amasijo de pedazos de carne
suya y de las bestias entre el amasijo de carne de lo que fuera la batalla.
Por eso bebía, porque Sardeti le robaría el alma y él no tenía miedo y mataba hasta que cada trozo
de carne era un quinto de plata
y entonces Sardeti y el Comandante iban con sus bolsas y se alzaban con el botín.
34
- Tendrá rima el canto, que otro compás no le conozco. Y tiene ritmo el cabalgar, que es la
raíz del canto, no más.
- Vea, amigo. Le concedo que del futuro usted disponga. Ya no voy a insistir con que es el
mismo rojo el de la montonera que el de la barricada, y acepto que le alcance con las
veinte verdades y los viejos sindicatos. Lo que le ofrezco, - le dijo tomándolo del brazo, - es
mostrarle de donde viene.
- ¿Y de ande?
- Vea, Moreira. Si usté lo mató y sigue andando, será que es el Malo. ¿Cómo no le voy a
crer?
- Ustedes, por si las dudas, cambien de nombre, - les dijo Gil sabiendo que iba al muere. –
Yo pego un vistazo y después les cuento.
Y el gaucho clavó el cuchillo sobre el escritorio aventando apuntes. Rodolfo Kusch levantó los ojos.
El filósofo sonríe.
- A mi tampoco.
- ¿Cómo es eso?
- Como le digo. Y a mi no me gusta que me saquen nada, no porque este harapo valgo unas
monedas, sino porque es mío. En todo caso, porque no es suyo.
- Lo escuché cantar.
- Lo sé. Diría que todos, y me gustan sus modos, yo que le canto a la patria que nace.
- No se esfuerce, don Hidalgo. Para cielo tengo el que nos cubre, y ni ganas de más. Voy a
contrapuntear con el Malo.
- …
36
- Y no me venga con que malos son los godos y los traidores. Le hablo de aquel que sonríe
cuando se caen los caballos. Si usted aún cree, quédese con el canto. Yo rompo la guitarra.
Poco más allá, cuando se carcomió el sueño en degüellos y los caudillos traicionaban, Fierro sigue
la conversación con Gil.
- Ahora que ya no hay lanzas ni banderas, tuve el consuelo de aconsejar a mis hijos.
- Mire, don Fierro, los dos alzamos tacuaras y los dos fuimos matreros.
- No es mucho, pero el nombre es lo único que me queda. Usté, aunque ha roto la guitarra,
seguirá cantando. Que cada quien escuche lo que quiera. Yo creo que atrás del horizonte
hay una huella, ¿sabe? A veces sueño con que le cantaré al Barbudo las cuitas de los
paisanos, y eso que no soy cantor, aunque lo haya dicho don Gutiérrez.
- Busco al caudillo.
- Descrea de su lealtad, no tiene memoria ni para mis tangos, que ya cantan todos.
- No defendemos causas, trabajamos. Usté con el cuchillo, yo con la guitarra, pero no hay
más fidelidad que el salario, vea. Y hay salario mientras haya.
- Entonces me agarrarán, y eso es la muerte, lo sabe, y yo quiero morir cogiendo con una
puta.
Es Julio Sosa quien termina de cantar y se sienta en una de las cuatro mesas del bar de utilería. La
imagen la repiten espejos en blanco y negro. Julio Sosa sirve en dos vasos desde un botellón de
ginebra.
37
- Ni en el tango.
- ¿No?
- ¿No ve?
- Y como soy il morto qui parla, me hice clandestino. La legalidad no admite estos chistes.
- A vos te proscribe una piña en la esquina de Alcorta y Castilla. Yo, al menos, voy a morir
peleando.
- No seas pelotudo, Troxler. A vos te mata el mismo tipo por el que te jugaste la vida.
Rodrigo pisa el acelerador pero ni aun así se puede sacar de encima al tipo que le puso el cuchillo
en la garganta.
- ¿Y qué otra cosa te crees que son los gauchos? Aunque no soy tan pulcro como el de la
estampita.
- Y es como si siguiera hablando con Fierro, pero no creo que lo entiendas. Siempre es lo
mismo y no creo que lo entiendas. Cada día me vuelvo más mierda, y no creo que lo
entiendas aunque te interese, - agregó como si dijera que valía la pena todo lo sufrido y
sonriendo le explicó que es como un pacto con el Malo pero al revés: - primero se paga y
usted ya pagó o lo está pagando, - le dijo. - ¿Qué verdad puede decirnos quien no se va
volviendo cada día más mierda?
38
La muerte le da nombre a los bastardos, dijo el Viejo: muchas veces los hombres no tienen
nombre hasta que los matan. Yo ya estaba ebrio y suelo perder el control y la memoria, dijo. Pero
el olvido del alba no es completo y uno carga, con la resaca, la culpa de lo que pudo haber pasado:
lo que los otros saben y uno sospecha,
como será, Madrecita,
Mamita, cómo será,
la ebriedad se me echó encima,
la noche es macha nomás.
Disculpen la guarangada
pero es guaranga la vida
cuando nos larga ignorantes
a jugarnos la partida.
Yo no lo dudo, compadre,
no tengo por qué dudarlo
pero me atengo al silencio
los días en que ando sano.
- pero Fierro les hablaba a ustedes y queríamos que le hablara al resto de la patria,
- no rompa las bolas, Sardeti, somos una mierda, no otra cosa, la mierda de los patrones y la
mierda de las ciudades,
- entonces las conclusiones corren por su cuenta, - dijo Gil con una sonrisa traviesa,
CUARTA PARTE.
Mucho es pues.
¿Y mucho es la vida de mi wawita?
Que se haga Su voluntad es lo justo, le dijo la Candelaria
y la Difunta volvió a morir.
Al hacerlo
seguían los deseos
del hombre y los designios de Dios.
Sola en el cerro
sólo puede ser dos cosas:
espanto o perdición.
El soldado se arrodilló
y ella le acarició los cabellos.
Le pidió que volviera al aclarecer
cuando el sol da sus destellos.
Si el Ser en su plenitud
no puede sino el silencio,
y si no se puede decir
lo que no es, por no serlo,
Si pides la compasión
las razones abandonarán la tierra como un vapor perdido.
- ¿Y qué he de pedir?
- No pidas,
pero el soldado miró hacia lo bajo, donde sufrían los derrotados y los victoriosos corrían hacia las
Suplicantes.
Después subió sus ojos hacia los de la Mamita.
Yo sé de todo el dolor
por ser la Madre del Cristo,
escudera de Santiago
que lo que debe ser ha visto.
La Mamita tomó la mano del soldado para mostrarle como, en lo bajo, los dioses abandonaban el
campo de batalla.
Horrorizado, el soldado vio que el mundo se desdibujaba.
Vio que sólo quedaban los hombres con sus espadas y hacia el poniente las tropas de los Eternos
alejándose.
A Santiago en su poder
veneraron los vencidos
sedientos en su derrota
de dioses vivos.
Y fue la última vez en que los dioses participaron de las peleas de los hombres.
En la frontera
uno y otro bando
se preparan
para la guerra.
Y en el campo
son degollados
los cuerpos
de los vencidos.
Nada cambió
en este valle
sólo
que ya no hay verdades.