Está en la página 1de 21

JOHN LOCKE

SEGUNDO TRATADO SOBRE


EL GOBIERNO CIVIL
1690

Capítulo II, “Del Estado natural”

4. Será necesario que tengamos en cuenta cuál es el estado que se hallan


naturalmente los hombres para entender bien en qué consiste el poder
político y para remontarnos a su verdadera fuente, a mencionar; un estado de
libertad completa para organizar sus acciones y para disponer de sus
propiedades y de sus personas según crean, sin necesidad de pedir permiso
y sin depender del arbitrio de otra persona, dentro de los límites de la ley
natural.

Es asimismo un estado de igualdad, dentro del cual toda autoridad y toda


jurisdicción son recíprocas, en el que nadie más que otro, porque lo más
indiscutible es que seres de la misma especie e igual rango, nacidos para
compartir sin distinción todas las ventajas de la Naturaleza y para
aprovecharse de las mismas facultades, sean también iguales entre ellos, sin
humillación ni sometimiento, excepto que el Dueño y Señor de todos ellos,
en una clara manifestación de su voluntad, haya establecido el derecho
indiscutible al poder y la soberanía en uno de ellos mediante un
nombramiento evidente y diáfano.

6. No obstante , aunque ese estado natural sea un estado de libertad, no es


lícito, pues aunque el hombre goce de una libertad sin límites para disponer
de su propia persona y de sus propiedades en dicho estado, esa libertad no
le da derecho para destruirse a sí mismo, ni a ninguna de las criaturas que
posee, excepción hecha cuando se trata de consagrarla a un empleo más
sublime que el de su simple y llana conservación. El estado natural está
regido por una ley natural, y ésta obliga a todos. Es ley, equivalente a la
razón, instruye a los seres humanos que quieren consultarla y muestra que,
siendo iguales e independientes, nadie debe dañar a otro semejante en su
vida, salud, libertad o propiedades; porque, creados los hombres, como fruto
de una hacedor omnipotente e infinitamente sabio, siendo todos ellos siervos
del Unico Señor soberano, venidos al mundo por orden y para servicio
suyo, pertenecen a su hacedor que los creó para que existan mientras le
plazca a El y no a otros. Al estar dotados de las mismas facultades y
participar todos en una comunidad de Naturaleza, no puede considerarse
que exista entre nosotros una subordinación tal que nos permite aniquilarnos
mutuamente, como si los unos hubiésemos sido creados para el servicio de
los otros, como fueron creados los seres de inferior rango, para que
nosotros los utilizáremos. Del mismo modo que cada uno de nosotros está
comprometido a su propia conservación y a no abandonar voluntariamente
el puesto que ocupa, lo está también, cuando no se trata de su
conservación, a cuidar por la del resto de los seres humanos y a no
quitarles vida, a no dañar ésta, ni todo lo que tiende a la conservación de
la vida, libertad y propiedad.

7. Y para evitar que los hombres agradan los derechos de los demás, que
se dañen mutuamente, y para que se cumpla la ley de la Naturaleza, que
mira por la paz y el mantenimiento de todo género humano, ha sido puesta
en manos de todos los hombres, dentro de este estado, la aplicación de la
ley naturaleza; por eso cualquier tiene el derecho de castigar a los
infractores de esa ley con un castigo que impida su violación. Vana seria la
ley natural, como todas las leyes relativas a los hombres de este mundo, si
no existiese nadie con poder para obligarla ejecutar en dicho estado natural,
abogado de esta manera por los inocentes y poniendo su obstáculo a los
culpables, y si en el estado de la Naturaleza un hombre puede castigar a
otro por cualquier infracción que haya cometido, todos los hombres tendrán
el mismo derecho, por convivir en un estado de igualdad perfecta, en el
que nadie tiene superioridad o dominio sobre otro, y todos tienen derecho a
hacer lo que su semejante para obligar al cumplimiento de dicha ley.

Capítulo VIII, “Del comienzo de las sociedades políticas”

§ 95. Siendo, según se ha afirmado ya, los hombres libres, iguales e


independientes por naturaleza, ninguno de ellos puede ser arrebatado de ese
estado y dominado por la autoridad política de otros sin que intervenga su propia
autorización. Esta se otorga a través del pacto hecho con otros hombres de unirse
y contribuir en una comunidad designada a proporcionarles una vida grata, firme
y pacífica de unos con otros, en el disfrute tranquilo de sus propias posesiones y
una protección mayor contra cualquiera que no conforme esa comunidad. Esto
puede llevarlo a la práctica cualquier cantidad de individuos, ya que no afecta a la
libertad del resto, que continúan estando, como se encontraban hasta ese
momento, en la libertad del estado de Naturaleza. Una vez que cierto número de
individuos han permitido en establecer una comunidad o gobierno, desde ese
mismo instante quedan coligados y constituyen una sola corporación política,
dentro de la cual la mayoría tiene la capacidad de dirigir y de obligar a todos.

§ 96. Efectivamente, una vez que, un determinado número de hombres ha


formado una comunidad gracias a la autorización de cada individuo, por ese
motivo, han constituido un cuerpo con dicha comunidad, con autoridad para
obrar como un solo cuerpo, lo que se alcanza por el deseo y la elección de la
mayoría. De otro modo es imposible actuar y realmente constituir un solo cuerpo,
una sola comunidad, que es a lo que cada persona ha otorgado su consentimiento
al entrar en la misma. El cuerpo se dirige hacia donde lo inclina la mayor fuerza, y
esa fuerza es la autorización de la mayoría; por ese motivo se encuentran todos
obligados por la decisión que tome la mayoría. Por eso observamos que en las
asambleas conferidas por leyes positivas para poder obrar, pero sin que esas
normas positivas hayan determinado una cantidad fija para que puedan hacerlo,
la decisión de la mayoría es acatada como decisión de la totalidad de sus
componentes, y por la ley natural y la del entendimiento se supone que obliga por
portar dentro de sí el poder de la totalidad.
§ 97. De esa forma, todos aquellos que autorizan a constituir un cuerpo político
bajo un régimen aceptan ante todos los componentes de esa sociedad el deber de
acatar la resolución de la mayoría y dejarse dirigir por ella; de otra forma no
tendría ningún valor el convenio inicial por el que cada uno de los componentes se
incorpora con los demás dentro de la comunidad y no existiría tal convenio si cada
miembro continuara siendo libre y sin más vínculos que los que poseía cuando se
hallaba en el estado de Naturaleza. ¿Habría siquiera indicio de pacto o de nuevo
acuerdo si cada componente no se considerase obligado más que a lo que le
pareciera bien a él, o a lo que tolerase por decisión propia de las normas de la
sociedad en que está integrado? De hacerlo de esta manera disfrutaría de una
libertad tan grande como la que poseía antes de confirmar el compromiso, y la
misma que cualquier otro hombre en estado de Naturaleza que consintiese
someterse y tolerar en los actos de la misma que le agradaran.

§ 98. Si no existe motivo para que la autorización de la mayoría sea tomada como
decisión de la totalidad e imperioso para todos, no existirá nada que pueda
transformar a una resolución en acto del conjunto excluida del consentimiento
unánime. Aunque es casi siempre inalcanzable ese consentimiento general, ya que
las enfermedades y los negocios profesionales obligatoriamente distancian a un
determinado número de individuos de las asambleas públicas, aun tratándose de
sociedades más minoritarias a las que constituyen un Estado. Aparte, es poco
menos que imposible alcanzar la unanimidad, debido a la variedad de opiniones y
de la lucha de intereses que fatalmente se pone de manifiesto en cuanto se juntan
unos cuantos hombres. De manera, pues, que si la entrada en una sociedad se
realizara en tales condiciones sería como las visitas de Catón al teatro, que entraba
únicamente para salir. Una institución de esa especie reduciría al poderoso
Leviatán a una existencia más corta que la de la más débil de las personas, y ni
siquiera le dejaría durar el espacio del día en que nació, algo imposible de
presuponer, porque resulta impensable que los seres racionales deseen conformar
e instituir sociedades con el único fin de disgregarlas. En el lugar en que la
mayoría no puede compeler al resto de los componentes es imposible que la
comunidad obre como un solo cuerpo y, consecuentemente, inmediatamente
volverá a disolverse.

§ 99. Por tanto, debe suponerse que aquellos que, abandonando el estado de
Naturaleza, se establecen en sociedad, proporcionan todo el poder imprescindible
para los objetivos de esa integración en comunidad a la mayoría de aquélla, a no
ser que, de forma tácita, convengan que deba estar en un número de individuos
superior al que constituye la simple mayoría. Y se da por supuesto que esto lo
hacen por la sencilla razón de organizarse dentro de una sociedad política, no
necesitándose otro tratado que ese entre las personas que se unen o que forman
una comunidad. Obtenemos, pues, que lo que empieza y verdaderamente
constituye una sociedad política cualquiera no es otro hecho que la autorización
de una cantidad cualquiera de personas libres susceptibles de conjuntar mayoría
para ligarse e integrarse dentro de tal comunidad. Y eso, y exclusivamente eso, es
lo que originó o podría dar origen a un régimen legítimo.
Este documento ha sido reproducido con fines exclusivamente docentes, para su
uso por profesores y alumnos de Derecho Constitucional.

Capítulo IX : De los fines de la sociedad política y del gobierno

123. Si en el estado de naturaleza la libertad de un hombre es tan grande como


hemos dicho; si él es señor absoluto de su propia persona y de sus posesiones
en igual medida que pueda serlo el más poderoso; y si no es súbdito de nadie,
¿por qué decide mermar su libertad?

¿Por qué renuncia a su imperio y se somete al dominio y control de otro poder?


La respuesta a estas preguntas es obvia. Contesto diciendo que, aunque en el
estado de naturaleza tiene el hombre todos esos derechos, está, sin embargo,
expuesto constantemente a la incertidumbre y a la amenaza de ser invadido por
otros. Pues como en el estado de naturaleza todos son reyes lo mismo que él,
cada hombre es igual a los demás; y como la mayor parte de ellos no observa
estrictamente la equidad y la justicia, el disfrute de la propiedad que un hombre
tiene en un estado así es sumamente inseguro. Esto lo lleva a querer abandonar
una condición en la que, aunque él es libre, tienen lugar miedos y peligros
constantes; por lo tanto, no sin razón está deseoso de unirse en sociedad con
otros que ya están unidos o que tienen intención de estarlo con el fin de
preservar sus vidas, sus libertades y sus posesiones, es decir, todo eso a lo que
doy el nombre genérico de “propiedad”.

124. Por consiguiente, el grande y principal fin que lleva a los hombres a unirse
en estados y a ponerse bajo un gobierno, es la preservación de su propiedad,
cosa que no podían hacer en el estado de naturaleza, por faltar en él muchas
cosas:

Primero, faltaba una ley establecida, fija y conocida; una ley que hubiese sido
aceptada por consentimiento común, como norma de lo bueno y de lo malo, y
como criterio para decidir entre las controversias que surgieran entre los hombres.
Pues aunque la ley natural es clara e inteligible para todas las criaturas racionales,
los hombres, sin embargo, cegados por sus propios intereses y por no haber
estudiado dicha ley debidamente, tienen tendencia a no considerarla como
obligatoria cuando se refiere a sus propios casos particulares.

125. En segundo lugar, falta en el estado de naturaleza un juez público e


imparcial, con autoridad para resolver los pleitos que surjan entre los hombres,
según la ley establecida. Pues en un estado así, cada uno es juez y ejecutor de la
ley de naturaleza; y como los hombres son parciales para consigo mismos, la
pasión y la venganza pueden llevarlos a cometer excesos cuando juzgan
apasionadamente su propia causa, y a tratar con negligencia y despreocupación
las causas de los demás.
126. En tercer lugar, falta a menudo en el estado de naturaleza un poder que
respalde y dé fuerza a la sentencia cuando ésta es justa, a fin de que se ejecute
debidamente. Aquellos que por injusticia cometen alguna ofensa, rara vez
sucumbirán allí donde les es posible hacer que su injusticia impere por la fuerza.
Una resistencia así hace que el castigo resulte peligroso, y aun destructivo, para
quienes lo intentan.

127. Así, la humanidad, a pesar de todos los privilegios que conlleva el estado de
naturaleza, padece una condición de enfermedad mientras se encuentra en tal
estado; y por eso se inclina a entrar en sociedad cuanto antes. Por eso sucede que
son muy pocas las veces que encontramos grupos de hombres que viven
continuamente en estado semejante. Pues los inconvenientes a los que están allí
expuestos (inconvenientes que provienen del poder que tiene cada hombre para
castigar las transgresiones de los otros) los llevan a buscar protección bajo las leyes
establecidas del gobierno, a fin de procurar la conservación de su propiedad. Esto
es lo que los hace estar tan deseosos de renunciar al poder de castigar que tiene
cada uno, y de entregárselo a una sola persona para que lo ejerza entre ellos; esto
es lo que los lleva a conducirse según las reglas que la comunidad, o aquellos que
han sido por ellos autorizados para tal propósito, ha acordado. Y es aquí donde
tenemos el derecho original del poder legislativo y del ejecutivo, así como el de los
gobiernos de las sociedades mismas.

128. Porque en el estado de naturaleza (omitiendo ahora la libertad que se tiene


para disfrutar de placeres inocentes), un hombre posee dos poderes:

El primero es el de hacer todo lo que a él le parezca oportuno para la preservación


de sí mismo y de otros, dentro de lo que le permite la ley de la naturaleza; por
virtud de esa ley, que es común a todos ellos, él y el resto de la humanidad son
una comunidad, constituyen una sociedad separada de las demás criaturas. Y si no
fuera por la corrupción y maldad de hombres degenerados, no habría necesidad
de ninguna otra sociedad, y no habría necesidad de que los hombres se separasen
de esta grande y natural comunidad para reunirse, mediante acuerdos declarados,
en asociaciones pequeñas y apartadas las unas de las otras.
El otro poder que tiene el hombre en el estado de naturaleza es el poder de
castigar los crímenes cometidos contra esa ley. A ambos poderes renuncia el
hombre cuando se une a una privada, si pudiéramos llamarla así, o particular
sociedad política, y se incorpora a un Estado separado del resto de la humanidad.

129. El primer poder, es decir, el de hacer lo que cree oportuno para la


preservación de sí mismo y del resto de la humanidad, es abandonado por el
hombre para regirse por leyes hechas por la sociedad, en la medida en que la
preservación de sí mismo y del resto de esa sociedad lo requiera; y esas leyes de la
sociedad limitan en muchas cosas la libertad que el hombre tenía por ley de
naturaleza.

130. En segundo lugar, el hombre renuncia por completo a su poder de castigar, y


emplea su fuerza natural —la cual podía emplear antes en la ejecución de la ley de
naturaleza, tal y como él quisiera y con autoridad propia— para asistir al poder
ejecutivo de la sociedad, según la ley de la misma lo requiera; pues al encontrarse
ahora en un nuevo Estado, en el cual va a disfrutar de muchas comodidades
derivadas del trabajo, de la asistencia y de la asociación de otros que laboran
unidos en la misma comunidad, así como de la protección que va a recibir de toda
la fuerza generada por dicha comunidad, ha de compartir con los otros algo de su
propia libertad en la medida que le corresponda, contribuyendo por sí mismo al
bien, a la prosperidad y a la seguridad de la sociedad, según ésta se lo pida; lo cual
no es solamente necesario, sino también justo, pues los demás miembros de la
sociedad hacen lo mismo.

131. Pero aunque los hombres, al entrar en sociedad, renuncian a la igualdad, a la


libertad y al poder ejecutivo que tenía en el estado de naturaleza, poniendo todo
esto en manos de la sociedad misma para que el poder legislativo disponga de ello
según lo requiera el bien de la sociedad, esa renuncia es hecha por cada uno con la
exclusiva intención de preservarse a sí mismo y de preservar su libertad y su
propiedad de una manera mejor, ya que no puede suponerse que criatura racional
alguna cambie su situación con el deseo de ir a peor. Y por eso, el poder de la
sociedad o legislatura constituida por ellos, no puede suponerse que vaya más allá
de lo que pide el bien común, sino que ha de obligarse a asegurar la propiedad de
cada uno, protegiéndolos a todos contra aquellas tres deficiencias que
mencionábamos más arriba y que hacían del estado de naturaleza una situación
insegura y difícil. Y así, quienquiera que ostente el poder legislativo supremo en
un Estado está obligado a gobernar según lo que dicten las leves establecidas,
promulgadas y conocidas del pueblo y no mediante decisiones imprevisibles; ha
de resolver los pleitos por jueces neutrales y honestos, de acuerdo con dichas
leyes; y está obligado a emplear la fuerza de la comunidad, exclusivamente, para
que esas leyes se ejecuten dentro del país; y si se trata de relaciones con el
extranjero, debe impedir o castigar las injurias que vengan de afuera, y proteger a
la comunidad contra incursiones e invasiones. Ytodo esto no debe estar dirigido a
otro fin que no sea el de lograr la paz, la seguridad

Capítulo XI, “Del alcance del poder legislativo”

134. Siendo el supremo objetivo de los hombres al introducirse en sociedad el


goce de sus bienes en paz y seguridad, y conformando las normas instituidas en
esa sociedad el magno istrumento y método para alcanzarla, la ley primera y
básica de todas las sociedades políticas es la de la determinación del poder
legislativo, lo mismo que la ley primera y fundamental natural, que debe
administrarse incluso al poder de legislar, es la de la protección de la comunidad y
de cada uno de sus integrantes (hasta donde lo consienta el bien público). No
solamente es el poder legislativo el poder supremo en aquellas manos en que la
sociedad lo puso en una ocasión. Ningún edicto o disposición, sea de quien sea,
esté expuesto en la fora que lo esté y cualquiera que sea la autoridad que lo apoye,
poseen la fuerza y el poder de coacción de una ley si no ha sido legitimada por el
poder legislativo seleccionado y determinado por el pueblo. Puesto que, sin esta
legitimación, la ley no podría poseer la condición absolutamente imprescindible
para que lo sea, a saber, el consenso de la comunidad, ya que no existe nada por
encima de ella con autoridad para promulgar leyes si no es a través de su
autorización y con el poder que esa comunidad le ha dado. Observamos por ello
que toda obediencia, incluso la que uno puede estar obligado a asumir por causa
de los vínculos más solemnes, se basa en este poder supremo en último término, y
está determinada por las leyes que él dicta. Ninguna promesa realizada a
cualquier poder extranjero, ni a una autoridad interior subordinada, puede
libertar a ningún integrante de la comunidad del compromiso de someterse al
poder legislativo cuando éste actúa como consecuencia de la función que tiene
asignada. Tampoco pueden exigirle ninguna obediencia en contra de las normas
de ese modo establecidas, ni forzarle a llegar más lejos que los términos de éstas.
Puesto que es absurdo imaginar que pueda encontrarse obligada en último
término a acatar dentro de la comunidad cualquier otro poder que no tenga en ella
la autoridad suprema.

§ 135. Ahora bien: el poder legislativo supremo, tanto cuando es desempeñado


por una sola persona como cuando lo es por varias, tanto si es desempeñado de
una forma continua como si lo es solamente a intervalos, se conserva, aunque sea
el supremo poder de cualquier Estado, supeditado a las siguientes limitaciones:
EN PRIMER LUGAR no es ni puede ser un poder totalmente discrecional sobre
los bienes y las vidas de los individuos. No siendo sino el poder conjunto de todos
los integrantes de la comunidad, que se ha otorgado al individuo o asamblea que
gobierna, no puede ser mayor al que poseían esos mismos individuos cuando se
encontraban en estado de Naturaleza, antes de integrarse en la comunidad, poder
que rechazaron a favor de la sociedad política. Ninguna persona puede transmitir
a otra un poder superior al que ella misma posee, y ninguna persona posee poder
arbitrario absoluto sobre sí misma, ni sobre otro individuo; ninguna persona tiene
autoridad para acabar con su propia vida ni para desposeer a otra persona de su
vida o de sus propiedades. Hemos argumentado que nadie puede supeditarse al
poder veleidoso de otro; y ya que en el estado de Naturaleza nadie tenía a su
disposición poder arbitrario sobre la existencia, la libertad o las propiedades de
otro, y sí tan sólo el que la Naturaleza le ofrecía para su propia salvaguardia y la
de los demás seres humanos, eso es todo lo que él ofrece o puede dar a la sociedad
política y, a través de ésta, al poder legislativo. Por tanto, el legislador no puede
sobrepasar ese poder que le proporcionan. El poder del legislador solamente
alcanza hasta donde alcanza el bien público de la comunidad.
Es un poder que no tiende a otro fin que el de la salvaguardia, y por ese motivo
nos puede tener el derecho de aniquilar, supeditar o empobrecer a sus súbditos
deliberadamente. No dejan de tener vigencia los deberes que dimanan de las leyes
naturales al entrar en sociedad; hay situaciones en que se convierten en más
rigurosas y en que tienen, por las leyes humanas, sanciones semejantes a ellas y
explícitas para hacer cumplir sus observaciones. De esa forma la ley natural se
mantiene como regla eterna de todos los individuos; sin exceptuar a los
legisladores. Las normas que éstos decretan y por las que han de guiarse los actos
de los demás deben, igual que sus propias acciones y las del resto de las personas,
acomodarse a la ley natural, o sea, a la voluntad de Dios, de la que esa ley es una
manifestación. Siendo la conservación de las que llegan a ser lo que denominamos
leyes del Estado, el núcleo mismo del cuerpo político, ya que es la ley la que rige
sus órganos, la que conserva su cohesión y los pone en funcionamiento para que
cumplan los cuidados exigidos por el bien común. Las leyes políticas, prescritas al
orden exterior y al gobierno de los hombres, no serán jamás entendidas en su
sentido verdadero si no se parte del supuesto de que la voluntad del hombre es
perseverante y rebelde interiormente y opuesta a todo tipo de obediencia a las
leyes sagradas de su naturaleza. En resumen, suponiendo que el hombre, dada la
incorrección de su espíritu, posee muy poco más valor que una bestia salvaje, las
leyes, en consecuencia, pretenden regir sobre la manera de sus actos exteriores de
forma que no supongan ningún obstáculo para el bien común, en búsqueda del
cual se constituyeron las sociedades. Si no ejercitan eso las leyes no son perfectas.»
(HooKER: Eccl. Pol., libro 1, sec. lo.)

§ 136. EN SEGUNDO LUGAR, la autoridad suprema o poder legislativo no


puede asignarse el derecho de gobernar por decretos circunstanciales y arbitrarios;
por el contrario, está comprometida a suministrar la justicia y a designar los
privilegios de los súbditos por mediación de normas fijas y decretadas, aplicadas
por magistrados elegidos y conocidos. Como la ley natural no es una ley escrita, y
solamente puede hallarse en el interior de la mente de los individuos, no es fácil
persuadir de su equivocación, allí donde no hay jueces instituidos, a aquellos que
por arbitrariedad o por conveniencia la deforman y la falsean. Por ese motivo no
vale como debiera para determinar los derechos y proteger los bienes de aquellos
que están sometidos a ella, sobre todo en los lugares donde cada uno es juez,
intérprete y ejecutor a la vez, ni para implantarla en un caso propio. Aparte, quien
posee el derecho de su parte comúnmente no dispone sino de su propia fuerza, y
ésta no es suficiente para protegerse a sí mismo de las injusticias y condenar a los
culpables. Para impedir esas dificultades, que redundan en perjuicio de los bienes
de los individuos cuando éstos se hallan en el estado de Naturaleza, los hombres
establecen las sociedades; de esa manera disponen de la fuerza conjunta de toda la
sociedad y pueden utilizarla en proteger y defender sus bienes, y así es como
pueden determinar reglas fijas que las delimiten y que permitan conocer a todos
cuál es la suya. Por esa razón los hombres renuncian a su propio poder natural en
favor de la comunidad en que se establecen, y por eso la sociedad sitúa el poder
legislativo en las manos que considera más adecuadas, ordenándole que gobierne
mediante normas promulgadas. De otra forma, su bienestar, su paz y sus bienes
continuarían en idéntica incertidumbre que cuando vivían en el estado de
Naturaleza.

§ 137. El poder arbitrario absoluto o el de reinar sin normas fijas instituidas no


pueden ser compatibles con los fines de la comunidad y del gobierno. Los
individuos no rechazarían la libertad del estado de Naturaleza para integrarse en
comunidad, ni se doblegarían a un gobierno, si no fuera para proteger sus vidas,
sus bienes y libertades, y para proporcionarse la paz y el bienestar mediante leyes
instituidas de derecho y de posesión. Es inconcebible que traten, aun si poseyeran
autoridad para hacerlo, de colocar en manos de una o varias personas un poder
absoluto sobre sus personas y propiedades, dar poder al juez para que ejecute
arbitrariamente sobre ellos los dictados de una voluntad sin límites. Sería tanto
como ponerse en peor situación que la que poseían en el estado de Naturaleza, ya
que en el interior de ésta disponían de la libertad de proteger su derecho contra las
injusticias del resto de los individuos, encontrándose en situación de igualdad con
respecto a la utilización de la fuerza para conservar aquel derecho, tanto si éste era
atacado solamente por un hombre como si lo era por una confabulación de
muchos. Imaginando que se hubieran depositado al poder arbitrario absoluto y a
la decisión de un legislador se habrían despojado a sí mismos y habrían situado a
aquél de forma que hiciera presa en ellos cuando creyese oportuno. Frente al
poder arbitrario de una sola persona que tiene a sus órdenes a cien mil, el resto de
las personas se encuentran en situación más desfavorable que cuando cada cual se
hallaba expuesto al poder arbitrario de cien mil individuos por separado. Y eso
dudando de que quien dispone de tal fuerza posee una voluntad mejor que la de
las demás personas, a pesar de que aquella fuerza sea cien mil veces mayor que la
de cualquiera de éstas. Sea el que sea el modo de gobierno por el que se rige la
sociedad política, el poder supremo debe reinar mediante normas promulgadas o
acatadas y no por edictos improvisados o por decisiones imprevistas. Si sucediera
esto último, la raza humana se hallaría en peores condiciones que cuando se
encontraba en el estado natural. Habría provisto a un hombre, o a unos pocos, con
el poder conjunto de todo un grupo, para que de esa forma pudiese forzar al resto
a obedecer, como mejor considerase a su voluntad, los dictados desmedidos y
arbitrarios de sus repentinos pensamientos, o de su voluntad indeterminada y
desconocida hasta ese instante. Y eso sin instituir ninguna norma capaz de guiar y
de parangonar sus actuaciones. Del mismo modo que la autoridad de que dispone
el gobierno solamente le ha sido confiado para el bien de la comunidad, y no debe
ser arbitrario y ejercitado a voluntad, de esa misma forma debe ser aplicado
mediante leyes determinadas y promulgadas. Así el pueblo estará en condiciones
de saber sus obligaciones y vivirá seguro y protegido dentro de los términos de la
ley; los regentes, por su lado, estarán dentro de los límites fijados - y la autoridad
que poseen en sus manos no los conducirá a utilizarla para objetivos y apoyándose
en métodos que los integrantes de la comunidad desconocen y a las que
voluntariamente no se habrían acoplado.
§ 138. EN TERCER LUGAR, el poder soberano no puede quitar ninguna parte de
sus bienes a un hombre sin el beneplácito de éste. Siendo la protección, de la
propiedad la finalidad del gobierno, y siendo ése el motivo que condujo a los
hombres a asociarse en comunidad, se supone y se necesita para ello que esos
individuos puedan poseer; de otra manera habría que imaginar que los
individuos, al integrarse a la comunidad, perdían lo que constituía la finalidad de
tal agrupación, lo cual es un absurdo lo suficientemente grande para que alguien
lo acepte.
Consecuentemente, si los hombres, una vez en el interior de la sociedad, pueden
poseer bienes, tendrán un derecho a esas propiedades, que por norma de la
sociedad son suyas, que hará que ninguna persona lo tenga a quitárselas, en su
totalidad o en parte, sin su propia aprobación. Si no sucede así, es como si no
tuvieran ese derecho de propiedad. Puesto que, claramente hablando, no es
propiedad más que aquello que otro puede arrebatarme cuando le convenga sin
mi autorización. Por eso es una equivocación pensar que el poder soberano o
legislativo de una sociedad política puede actuar como se le antoje, disponer
arbitrariamente de las posesiones de sus súbditos, o que puede quitarles una parte
de las mismas si así lo desea.
No es muy de temer que eso suceda en Estados en que la autoridad legislativa la
sustentan total o parcialmente sucesivas asambleas, y cuyos integrantes, una vez
disgregada la asamblea, quedan supeditados a la ley general de su país en total
igualdad con los demás. En cambio, en los Estados en que el poder supremo se
halla en asambleas fijas, siempre vigentes, o en un solo individuo, como sucede en
las monarquías, siempre existe el riesgo de que ese individuo o esos individuos
terminen por creer que ellos poseen intereses diferentes a los de los demás
integrantes de la comunidad. En ese caso se verán inducidos a aumentar sus
propias riquezas y poderío arrebatando al pueblo lo que mejor les parezca. En
ningún modo existe seguridad para los bienes de un individuo, aunque haya leyes
buenas y justas que determinen la delimitación de las distintas propiedades de los
súbditos, si aquel que les ordena tiene la autoridad de arrebatar al particular la
porción de su propiedad que desee para utilizarla y disponer de ella a su antojo.

§ 141. EN CUARTO LUGAR, el poder legislativo no puede transmitir el poder de


hacer leyes a otras manos, puesto que ese poder solamente lo posee por atribución
del pueblo. El pueblo es el único que puede determinar cuál ha de ser la forma de
gobierno de la sociedad política, y eso lo hace al establecer el poder legislativo, y
decidir las manos en que debe encontrarse. Una vez que el pueblo ha afirmado:
«Nos sometemos a lo que resuelvan tales o cuales individuos y a ser regidos por
normas hechas por tales hombres en tales formas», ya ninguna persona puede
intentar imponer sus leyes a los demás; ni la comunidad queda vinculada por tales
leyes, y sí únicamente por aquellas decretadas por quienes esa comunidad ha
autorizado y escogido para tal función.

§ 142. He aquí las demarcaciones que la función que le ha sido encargada por la
comunidad y por la ley de Dios y la ley natural impone al poder legislativo de
toda sociedad política, cual-quiera que sea su forma de gobierno: Primero. Deben
gobernar conforme a las leyes estable-cidas y promulgadas, que no deberán ser
modificadas en casos particulares, y tendrán que ser las mimas para el rico y para
el pobre, para el preferido que se halla en la Corte y para el labrador que maneja el
arado. Segundo. En último término, tales leyes no tendrán otro objetivo que el
bien de la comunidad. Tercero. No se deberán recibir impuestos sobre las
propiedades del pueblo sin la autorización de éste, que lo dará directamente o a
través de sus delegados.
Esto alude casi exclusivamente a los gobiernos donde el poder legislativo está en
ejercicio de modo permanente, o por lo menos en aquellas sociedades políticas en
que el pueblo no ha guardado una parte del poder legislativo a compromisarios
que él elige de cuando en cuando.
Cuarto. El poder legislativo no puede ni debe transmitir a ninguna otra persona la
facultad de hacer leyes; debe dejarla donde el pueblo la estableció.
Capítulo XII:Del poder legislativo, del poder ejecutivo y del poder
federativo de la comunidad política

§ 143. El poder legislativo es aquel que posee el derecho de determinar cómo debe
utilizarse la fuerza de la sociedad política y de los integrantes de la misma. No es
imprescindible que el órgano legislativo se mantenga en ejercicio continuamente;
las leyes tienen como finalidad ser cumplidas de forma continua y poseen vigencia
permanente; para hacerlas solamente se necesita un poco tiempo. Además,
tampoco es aconsejable, pues para la debilidad humana sería una tentación
demasiado grande delegar la función de ejecutar las leyes a las mismas personas
que poseen la tarea de realizarlas, puesto que el género humano tiene tendencia a
aferrarse al poder. Ello devendría a que rehuyesen la obediencia a esas mismas
normas elaboradas por ellos, o que las formulasen y aplicasen de acuerdo con sus
propósitos particulares, llegando por ello a que esos propósitos fueran diferentes
de los del resto de la sociedad, resultado contrario a los fines de la comunidad y
del gobierno. Por ese motivo, en las sociedades políticas bien organizadas y en que
se mira como es debido por el bien de la totalidad de quienes la integran, el poder
legislativo suele establecerse en manos de varias personas; éstas, debidamente
conjuntadas, poseen por sí mismas, o en colaboración con otras, el poder de
redactar leyes, y una vez promulgadas éstas se disgregan los legisladores estando
ellos mismos sometidos a ellas. Esto supone para dichos legisladores una razón
complementaria poderosa para procurar adecuarlas al bien público.

§ 144. Pero por el mismo motivo de que las leyes se elaboran de una vez, y que su
realización sólo requiere un período de tiempo bastante corto, aunque su
capacidad de obligar es duradera y constante, siendo como es preciso aplicarlas
ininterrumpidamente y de una forma permanente, necesitamos que haya un poder
siempre en ejercicio que se encargue de la ejecución de las mismas mientras estén
vigentes. De ahí surge el que con frecuencia se encuentren separados los poderes
legislativo y ejecutivo.
§ 145. En toda comunidad política hay otro poder al que podría asignársele el
calificativo de natural, ya que corresponde a una capacidad que tenía
naturalmente cada uno de los hombres de integrarse en sociedad. Aunque los
componentes de una sociedad política continúan siendo siempre personas
diferentes y son gobernados por las leyes de la comunidad en sus relaciones
mutuas y como tales personas, sin embargo, todos ellos en grupo y con respecto a
los demás seres humanos constituyen un solo cuerpo; este cuerpo se halla situado
en relación al resto del género humano en idéntico estado de Naturaleza en que
estaban antes todos los miembros que lo forman. Por ese motivo las controversias
que se originan entre uno cualquiera de los componentes de la sociedad y otros
individuos que se hallan fuera de la misma pertenecen a la comunidad entera; el
perjuicio ocasionado a un componente de ese cuerpo compromete a todo él en la
tarea de reclamar una indemnización. Obtenemos, pues, que la comunidad,
considerada en su conjunto, forma un solo cuerpo, y que este cuerpo se halla en el
estado de Naturaleza con respecto al resto de los Estados o individuos externos a
la comunidad.

§ 146. Por ese motivo ese poder conlleva el derecho de la guerra y de la paz, el de
formar tratados y alianzas y el de entablar todas las negociaciones que sean
necesarias con las personas y las sociedades políticas ajenas. A ese poder podría
denominársele federativo, si eso parece bien. El vocablo es indiferente para mí con
tal de que se entienda bien de qué se trata.

§ 147. E1 poder ejecutivo y el federativo son diferentes realmente en sí mismos; no


obstante, a pesar de que uno de ellos comprende la ejecución de las normas
comunales de la sociedad dentro de la misma y a todos los que la integran, y el
otro abarca a la protección de los intereses de la población en el exterior, en
relación a quienes pueden servirles o perjudicarle, sucede que casi siempre suelen
encontrarse vinculados. Aunque la acertada o errónea dirección de este poder
federativo acarree graves consecuencias a la sociedad política, es mucho más
difícil normalizarlo por mediación de leyes positivas determinadas ya de
antemano que el poder ejecutivo.
Por ese motivo es necesario encomendarlo ale comedimiento y a la sabiduría de
aquellos que tienen la misión de ejercerlo para el bien público. Las leyes
concernientes a las relaciones mutuas de los individuos están encargadas de regir
sus actos y por ello pueden anticiparse perfectamente a los mismos. Pero el
método a seguir cuando se trata de extranjeros varía mucho según la forma que
éstos tienen de obrar y de las transformaciones que se dan en sus intereses y en
sus propósitos. Consecuentemente, es necesario dejar un margen amplio a la
iniciativa cautelosa de las personas a quienes está confiado ese poder para que
ellas lo ejerciten en interés de la comunidad pública con la mayor destreza posible.

§ 148. Tenemos, pues, que si el poder ejecutivo y el poder federativo de cada


sociedad son diferentes en sí mismos, sin embargo, es difícil el separarlos y
situarlos en manos de diferentes personas a un mismo tiempo. Ambos requieren la
fuerza de la comunidad para su ejercicio y es prácticamente imposible poner
simultáneamente esa fuerza en diferentes manos y que no se encuentren
mutuamente en relación de subordinación. Tampoco se podría encomendar el
poder ejecutivo y el poder federativo a personas que pudieran actuar por
separado, puesto que en esa situación la fuerza pública se encontraría situada bajo
órdenes diferentes, lo cual más tarde o más temprano acarrearía desórdenes y
desgracias.

Capítulo XIII: De la subordinación de los poderes de la


comunidad política

§ 149. A pesar de que en una sociedad política consolidada y bien fundamentada,


que obra conforme a su propia naturaleza, o sea, para la protección de la
comunidad, no pueda haber sino un poder soberano único, el legislativo, al que
todos los demás se hallan y deben encontrarse supeditados, como el mencionado
poder legislativo es solamente un poder al que se le ha encomendado la función
de actuar para el logro de determinados fines, siempre le queda al pueblo el poder
supremo de distanciar o cambiar los legisladores si cree que obran de una forma
contraria a la misión que se les ha encomendado. En ese caso el poder regresará
necesariamente a quienes con anterioridad lo entregaron; ahora éstos pueden
depositarlo de nuevo en confianza a las personas que consideren aptas para
asegurar su propia salvaguardia.
De esa forma la sociedad mantiene perpetuamente el poder soberano de reducirse
a los intentos y cavilaciones de cualquier persona, incluso de sus propios
legisladores, siempre que éstos sean tan ineptos o tan crueles como para intentar, y
llevar a la práctica, maniobras contrapuestas a las libertades y a los bienes de los
hombres. Ningún individuo ni comunidad de individuos posee poder para
renunciar a su propia conservación y, como consecuencia, a los medios de
lograrla, otorgando ese poder a la voluntad absoluta y al dominio arbitrario de
otra persona. Siempre que alguien intente colocar a los integrantes de la
comunidad en esa condición de esclavos ellos tienen el derecho de proteger un
poder del que de ningún modo puede deshacerse, y por ese mismo motivo lo
tienen a desprenderse de los individuos que violan esa ley básica, sagrada e
inmutable de la propia conservación, que fue la que los indujo a agruparse en
sociedad. En ese aspecto puede asegurarse que la comunidad es siempre el poder
supremo; pero no si se la trata supeditada a una forma específica de gobierno,
puesto que el poder del pueblo no puede ejercerse sino cuando queda disuelto el
gobierno que tenía.

§ 150. Siempre, y en toda situación, el poder legislativo es el poder supremo


durante el tiempo que subsiste el gobierno, ya que quien puede imponer leyes a
otro necesariamente ha de ser superior a él. Como el poder legislativo realmente
sólo puede serlo por la facultad que posee de dictar leyes a todos los integrantes
de la sociedad global y separadamente, marcando con esas leyes las pautas por las
que han de regirse en sus acciones, y que otorgan poder para forzar a cumplirlas
cuando cualquiera falta a ellas, necesariamente tendrá que ser poder supremo el
legislativo, y necesariamente el resto de los poderes encomendados a
componentes o a partes de la sociedad tendrán que proceder de aquél y estarle
supeditados.

§ 151. Hay algunas comunidades políticas en que el poder legislativo no está en


ejercicio de forma permanente, y en que el ejecutivo está representado por una
sola persona que también participa en el poder legislativo. En dichas comunidades
políticas, y en un sentido bastante aceptable, puede afirmarse también que esa
persona concreta es el poder soberano, no porque tenga todo el poder supremo
atribuido en sí misma, o sea, el de elaborar leyes, sino porque tiene todo el poder
supremo de ejecución del que todos los jueces inferiores derivan sus diferentes
poderes subalternos; o, al menos, la mayor parte de ellos. Y como tampoco hay un
poder legislativo que le sea superior, puesto que no puede dictarse ninguna ley sin
su aprobación, siendo poco probable por ello que ninguna de dichas leyes pueda
someterlo nunca a la otra parte del poder legislativo, puede afirmarse, con
bastante exactitud en ese aspecto, que ese hombre es el poder soberano. Ahora
bien: es necesario hacer ver que, si se le dedica juramento de homenaje y de
fidelidad, eso no se hace por su estado de legislador supremo, sino por la de poder
supremo ejecutor de la ley, en cuya promulgación ha tenido solamente una
participación. El homenaje no es sino la obediencia dentro de la ley; si ese
individuo la quebrantar no tiene derecho a ser obedecido, ya que solamente puede
solicitar obediencia en su condición de persona pública investida con la autoridad
de la ley. Por tanto, debe considerársele como la imagen, la figura o la
representación de la comunidad política, que dirige sus actos por la voluntad de la
misma de la forma declarada en sus leyes; por ese motivo, no posee otra voluntad
y otro poder que los de la ley. Desde el instante que deja la representación, esa
voluntad pública, y actúa guiado por su propia voluntad particular, se corrompe
él mismo y se convierte a la condición de individuo particular desposeído de
autoridad y de poder; entonces los componentes de la sociedad únicamente deben
obediencia a la voluntad conjunta de la misma.
§ 152. El poder ejecutivo que ha sido legado a un individuo que no tiene
participación en el legislativo se encuentra claramente supeditado a este último y
es asumido ante él, pudiendo ser transmitido y desplazado a voluntad. No es, por
tanto, el poder ejecutivo supremo en general el que se haya eximido de
subordinación, sino el poder ejecutivo supremo encomendado a una persona que
es partícipe del poder legislativo y por esa razón no tiene que supeditarse ni dar
explicaciones a una autoridad legislativa superior sino en la proporción que él
mismo desee aceptarla. Por ese motivo su subordinación sólo llegará hasta el
punto que él considere adecuado, y de ese detalle puede extraerse con seguridad
que será muy débil. No es necesario que hablemos de otros poderes delegados y
subordinados de una comunidad política, puesto que son tantos y tan sumamente
distintos, conforme a los hábitos y las formaciones de las variadas comunidades
políticas, que sería imposible hablar de una forma específica de todos ellos.
Ciñéndonos a lo que atañe a nuestro propósito actual será suficiente con que
digamos a este respecto que la autoridad de cada uno de estos poderes jamás
supera a la que de una forma positiva se les ha dado o atribuido por delegación y
que todos ellos deben responder ante algún otro poder de la sociedad política.

También podría gustarte