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Ensayodescolonizacion
Ensayodescolonizacion
Departamento de Antropología
Antropología
Alvaro Estay.
Lo cotidiano nace de la necesidad de repetir ciertas acciones y ritos que son clave
en el día a día. Muchas veces estos actos carecen de significados y resultan ser muy
mecánicos, entregándole la importancia a las acciones, ritos y costumbres que no
suceden a diario. Estos hechos mecánicos obedecen a lo que no podemos dejar de hacer
a diario, como trabajar, estudiar, dormir, una seguidilla de acciones que tienen su porqué
fuera de nosotros, se le puede aplicar el carácter cultural, lo que hace que estas acciones
y ritos obedezcan a un sistema representativo de simbolismos y significados en una
sociedad. Sin embargo, en un sistema político-económico caracterizado por el
neoliberalismo, la cultura de consumo y pragmatismo se impone, y se legitima con la
misma rutina. Esta rutina que a mi parecer esta impuesta y no aprehendida totalmente a
nivel cultural, se explaya y reproduce en el marco de lo urbano, de la ciudad. Con esto no
niego que el modelo neoliberal mediante el proceso de la globalización no afecte de
ninguna forma a sectores rurales, no obstante, quiero apuntar a las urbes como el núcleo
físico y simbólico desde donde se esparce y arrastra a los alrededores el modelo
neoliberal que impera casi todo el mundo. Con esto quiero decir que esta lógica es
colonizadora, y se pretende que las ciudades contemporáneas funcionen como las
fortalezas de estas ideas, las que se reproducen en la rutina funcional del capital. Sin
embargo creo también que es en las mismas ciudades, especialmente en el espacio
público en donde se producen nuevas formas de relacionarse con los demás y con el
contexto, en un espacio que dan uso para actuar, muchas veces, de manera contra
hegemónica, donde, ya sea para bien o para mal, se logra escapar de las verdades
destinadas a acaparar el pensamiento individual; esto se logra en la calle, espacio que
interpreto como un vertedero de conocimiento olvidado y deslegitimado, debido a su
carácter no hegemonizante.
“Lo urbano como fenómeno, objeto y proceso donde tienen lugar las cotidianeidades, lo urbano
como espacio donde sucede la reproducción económica, social y cultural de la mayor parte de la
población mundial, dota a la ciudad de una relevancia singular en la configuración de las
sociedades contemporáneas. Las ciudades, cruzadas y desbordadas en la actualidad por un
ingente movimiento de bienes, imágenes y biografías, son contenedoras y productoras de nuevas
sociabilidades, nuevas identidades o subjetividades fruto de la permanente tensión entre
estructuración y desestructuración. Movimientos insospechados y ritmos acelerados dibujan
nuevas territorialidades, resultado de la articulación entre discursos, lugares y prácticas a ratos
inestables y débiles ante las grandes estructuras de la sociedad y de la propia ciudad, a ratos
sugerentes y desafiantes frente a fuerzas institucionalizantes que disputan la legitimidad de
espacios y demandas.” (Garcés; Hernández; Imilan, 2008: 328 – 329).
Es esa tensión entre estructuración y desestructuración la que supone el
desentendimiento de los habitantes y usuarios de lo urbano ante las inclemencias de la
homogenización mediante la calificación de ciudadanos. La homogenización se produce
desde diferentes flancos donde podemos destacar la educación, la economía, la política,
la publicidad. Se institucionaliza la normalidad por medio de estos canales, a pesar de que
se pretenda mostrar lo contrario, se establecen patrones a nivel global los cuales son
manejados por el mercado globalizado, que trata de unificar gustos, demandas y saberes
siempre y cuando estos no signifiquen una amenaza. Se pretende entonces idealizar a un
conjunto de grupos sociales, cada uno con características propias, que conviven en un
mismo contexto. En esta situación, la función de la ciudad como representación
organizada de lo urbano, como el espacio unificador de la diversidad. Michel de Certeau,
filósofo e historiador francés, quien realizó investigaciones acerca de la cotidianeidad en
la cultura francesa, relacionándola con la lógica de la ciudad, entendiendo a esta última
como un concepto operativo:
“La <<ciudad>>instaurada por el discurso utópico y urbanístico está definida por la posibilidad de
una triple operación, descrita en seguida:
1.- La producción de un espacio propio: la organización racional debe por tanto rechazar todas las
contaminaciones físicas, mentales o políticas que pudieran comprometerla;
3.- En fin, la creación de un sujeto universal y anónimo que es la ciudad misma: como en su
modelo político -el Estado de Hobbes- es posible atribuirle poco a poco todas las funciones y
predicados, hasta ahí diseminados y asignados entre múltiples sujetos reales, grupos,
asociaciones, individuos. “La ciudad”, como nombre propio, ofrece de este modo la capacidad de
concebir y construir el espacio a partir de un número finito de propiedades estables, aislables y
articuladas unas sobre otras.” (De Certeau, 2008)
Para De Certeau, la ciudad funciona como un sujeto, que rechaza o acepta
componentes de manera que no pierda su carácter anónimo y universal (ibíd.). De esto se
puede interpretar que la ciudad está formada por las mismas personas que residen en
ella, por lo que deberá eliminar y desconocer a todo aquel quien no sea un aporte para la
formación de su identidad. Es la ciudad utópica, la ciudad que debe ser.
De Certeau creía que la relación del individuo con la ciudad se da por medio de
caminar y de andar por la ciudad, sin embargo evidencia que este es un acto efímero, un
acto que si no es experencial, está condenado a desaparecer, y aunque el camino
recorrido pueda ser trazado en un mapa, le lectura de estos pierde el acto mismo de
pasar por el trayecto en cuestión:
“La operación de ir, de deambular, o de “comerse con los ojos las vitrinas” o, dicho de otra forma,
la actividad de los transeúntes se traslada a los puntos que componen sobre el plano una línea
totalizadora y reversible. Sólo se deja aprehender una reliquia colocada en el no tiempo de una
superficie de proyección. En su calidad de visible, tiene como efecto volver invisible la operación
que la ha hecho posible. Estas fijaciones constituyen los procedimientos del olvido. La huella
sustituye a la práctica. Manifiesta la propiedad (voraz) que tiene el sistema geográfico de poder
metamorfosear la acción para hacerla legible, pero la huella hace olvidar una manera de ser en el
mundo”. (íbid.)
Junto con esto, propone comparar el caminar con el habla, diciendo que el “acto
de caminar es al sistema urbano lo que la enunciación (el speech act) es a la lengua o a
los enunciados realizados” (ibíd.). De Certeau, va más allá y argumenta que caminar
supone una “triple función enunciativa”:
“es un proceso de apropiación del sistema topográfico por parte del peatón (del mismo modo que
el locutor se apropia y asume la lengua); es una realización espacial del lugar (del mismo modo
que el acto de habla es una realización sonora de la lengua); en fin, implica relaciones entre
posiciones diferenciadas, es decir “contratos” pragmáticos bajo la forma de movimientos (del
mismo modo que la enunciación verbal es “alocución”, “establece al otro delante” del locutor y
pone en juego contratos entre locutores).” (ibíd.).
Para Henri Lefebvre, en su obra El Derecho a la ciudad (1968), logró predecir los
efectos que la urbanización desmedida ha causado en el último tiempo, los que se
traducen en una alienación de la vida y la rutina, debido a que la ciudad en sí resulta
alienante. Así lo apunta Laurence Costes, quien lleva a cabo una revisión de la obra de
Lefebvre:
De esta forma, Costes saca desde su análisis que, además de que la urbanización
podría terminar acabando con la ruralidad, este proceso se debería principalmente a la
hegemonía del “valor de cambio”, lo que termina convirtiendo a la ciudad en un producto,
en desmedro de los lenguajes, códigos, y tejidos sociales comunes que de antaño
unificaba. (Ibíd.: 3). A pesar de esto, Lefebvre creía que era imposible que la urbanización
pudiera eliminar completamente las prácticas sociales o la dimensión humana,
características que adscribía también al proceso de urbanización. (ibíd.)
“En julio de 2004 Habitat International Coalition (HIC) organizó en Quito, Ecuador, un foro social
para las Américas, con el fin de redactar una Carta Mundial por el Derecho a la Ciudad a la que se
unió un grupo de ONG internacionales. Esta carta, consistente en varios artículos, estipulaba que
«toda persona tiene derecho a la ciudad sin discriminación y conforme a las normas y principios
establecidos por esta carta» (AITEC, 2004),” (ibíd.: 10).
Lo que logramos rescatar de esta obra de Lefebvre, es la idea anticipada de hacer uso
efectivo de las calles y espacios de la ciudad, estableciéndolas como un derecho. Esto se puede
interpretar como una intención de llevar a cabo de forma “oficial” y legítima a la ciudad como
medio. Sin embargo, el fin propuesto en este ensayo se dirige hacia el cómo se utilizan las calles y
la ciudad.
La crítica a la “ciudadanía”
“En cambio, sería importante preguntarse a partir de cuándo ese concepto de espacio público se
ha implementado de forma central en las retóricas político-urbanísticas y en sus correspondientes
agendas. La respuesta nos llevaría enseguida a detectar ese momento coincidiendo con el
arranque de las grandes dinámicas de terciarización, gentrificación y tematización que han
conocido casi todas las ciudades europeas, en procesos ya de alcance planetario” (ibíd.)
Delgado critica las limitaciones del uso que le dan al concepto de espacio público,
ya que no se reconoce la dimensión de propiedad que existe detrás del concepto, esto es,
que el espacio público en verdad pertenece al Estado, por lo que sólo el Estado tiene
autoridad sobre él. Según Delgado, esta concepción del término va más allá de la
distinción básica entre lo que es público y lo que es privado, limitándose a identificar lo
público como un espacio que todos pueden ver, formándose por todos los presentes en el
una sociedad óptica, debido a que cada una de las personas está sometida a la
consideración de los demás presentes (ibíd.). Delgado apela entonces, al uso del
concepto, expresando que se pudo dar uso a otros conceptos para codificar el contexto
en cuestión, sin embargo alude otra vez a la concepción política de su uso:
“Trascendiendo esas definiciones de espacio público como espacio social o colectivo por
excelencia, el término, tal y como se tiende a usar en el momento actual, no se limita a ejecutar
una voluntad descriptiva, sino que vehicula una fuerte connotación política. Como concepto
político, espacio público quiere decir esfera de coexistencia pacífica y armoniosa de lo
heterogéneo de la sociedad, marco en que se supone que se conforma y se confirma la posibilidad
de estar juntos sin que, como escribiera Hannah Arendt, caigamos “unos sobre otros” (Arendt,
1998 [1958]: 62).” (Ibíd.: 2).
“La política, según ese punto de vista, no sólo media, sino que conforma o constituye la sociedad,
entendida como la asociación libre e igualitaria de sujetos conscientes de su dependencia unos
respecto de otros y que establecen entre sí vínculos de mutuo reconocimiento. Es así que el
espacio público vendría a ser ese dominio en que ese principio de solidaridad comunicativa se
escenifica, ámbito en que es posible y necesario un acuerdo interaccional y una conformación
discursiva coproducida.” (Ibíd.: 3).