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Facultad de Ciencias Sociales

Departamento de Antropología

Antropología

Descolonización del saber y epistemologías propias

Docente: Fernando Teillier

La ciudad como medio de conocimiento recíproco y heterogéneo

Alvaro Estay.

Lo cotidiano nace de la necesidad de repetir ciertas acciones y ritos que son clave
en el día a día. Muchas veces estos actos carecen de significados y resultan ser muy
mecánicos, entregándole la importancia a las acciones, ritos y costumbres que no
suceden a diario. Estos hechos mecánicos obedecen a lo que no podemos dejar de hacer
a diario, como trabajar, estudiar, dormir, una seguidilla de acciones que tienen su porqué
fuera de nosotros, se le puede aplicar el carácter cultural, lo que hace que estas acciones
y ritos obedezcan a un sistema representativo de simbolismos y significados en una
sociedad. Sin embargo, en un sistema político-económico caracterizado por el
neoliberalismo, la cultura de consumo y pragmatismo se impone, y se legitima con la
misma rutina. Esta rutina que a mi parecer esta impuesta y no aprehendida totalmente a
nivel cultural, se explaya y reproduce en el marco de lo urbano, de la ciudad. Con esto no
niego que el modelo neoliberal mediante el proceso de la globalización no afecte de
ninguna forma a sectores rurales, no obstante, quiero apuntar a las urbes como el núcleo
físico y simbólico desde donde se esparce y arrastra a los alrededores el modelo
neoliberal que impera casi todo el mundo. Con esto quiero decir que esta lógica es
colonizadora, y se pretende que las ciudades contemporáneas funcionen como las
fortalezas de estas ideas, las que se reproducen en la rutina funcional del capital. Sin
embargo creo también que es en las mismas ciudades, especialmente en el espacio
público en donde se producen nuevas formas de relacionarse con los demás y con el
contexto, en un espacio que dan uso para actuar, muchas veces, de manera contra
hegemónica, donde, ya sea para bien o para mal, se logra escapar de las verdades
destinadas a acaparar el pensamiento individual; esto se logra en la calle, espacio que
interpreto como un vertedero de conocimiento olvidado y deslegitimado, debido a su
carácter no hegemonizante.

En síntesis, quiero proponer a la calle, que nace en lo que políticamente se


considera espacio público, como un contexto que opera como un medio que contiene y
distribuye conocimiento no hegemonizante a sus ocupantes, mediante una relación
recíproca entre individuo y calle. Para esto, enmarcare mi proposición principalmente en
tres 4 proposiciones teóricas que me han perecido pertinentes para dar a entender mi
proposición: los postulados a cerca de lo cotidiano de Michel de Certeau, el derecho a la
ciudad de Henri Lefebvre, La antropología de las calles de Manuel delgado y la
psicogeografía de Guy Debord y los situacionistas.

El contexto urbano y la estandarización de la acción

Como se mencionaba antes, consideraremos al contexto urbano como el espacio


donde se produce y se proyecta el esquema neoliberal avalado por quienes detentan el
poder económico a nivel global. Sin embargo, lo urbano presenta también una forma de
resguardar identidades, las cuales se potencian a medida que nos enfrentamos diferentes
representaciones culturales, las cuales se reúnen en las urbes por diferentes
motivaciones y representaciones de la realidad. El crecimiento de lo urbano ha significado
encontrarse con la diferencia, a pesar de las injerencias homogenizadoras que se vierten
sobre las individualidades:

“Lo urbano como fenómeno, objeto y proceso donde tienen lugar las cotidianeidades, lo urbano
como espacio donde sucede la reproducción económica, social y cultural de la mayor parte de la
población mundial, dota a la ciudad de una relevancia singular en la configuración de las
sociedades contemporáneas. Las ciudades, cruzadas y desbordadas en la actualidad por un
ingente movimiento de bienes, imágenes y biografías, son contenedoras y productoras de nuevas
sociabilidades, nuevas identidades o subjetividades fruto de la permanente tensión entre
estructuración y desestructuración. Movimientos insospechados y ritmos acelerados dibujan
nuevas territorialidades, resultado de la articulación entre discursos, lugares y prácticas a ratos
inestables y débiles ante las grandes estructuras de la sociedad y de la propia ciudad, a ratos
sugerentes y desafiantes frente a fuerzas institucionalizantes que disputan la legitimidad de
espacios y demandas.” (Garcés; Hernández; Imilan, 2008: 328 – 329).
Es esa tensión entre estructuración y desestructuración la que supone el
desentendimiento de los habitantes y usuarios de lo urbano ante las inclemencias de la
homogenización mediante la calificación de ciudadanos. La homogenización se produce
desde diferentes flancos donde podemos destacar la educación, la economía, la política,
la publicidad. Se institucionaliza la normalidad por medio de estos canales, a pesar de que
se pretenda mostrar lo contrario, se establecen patrones a nivel global los cuales son
manejados por el mercado globalizado, que trata de unificar gustos, demandas y saberes
siempre y cuando estos no signifiquen una amenaza. Se pretende entonces idealizar a un
conjunto de grupos sociales, cada uno con características propias, que conviven en un
mismo contexto. En esta situación, la función de la ciudad como representación
organizada de lo urbano, como el espacio unificador de la diversidad. Michel de Certeau,
filósofo e historiador francés, quien realizó investigaciones acerca de la cotidianeidad en
la cultura francesa, relacionándola con la lógica de la ciudad, entendiendo a esta última
como un concepto operativo:

“La <<ciudad>>instaurada por el discurso utópico y urbanístico está definida por la posibilidad de
una triple operación, descrita en seguida:

1.- La producción de un espacio propio: la organización racional debe por tanto rechazar todas las
contaminaciones físicas, mentales o políticas que pudieran comprometerla;

2.- La sustitución de las resistencias inasequibles y pertinaces de las tradiciones, con un no


tiempo, o sistema sincrónico: estrategias científicas unívocas, que son posibles mediante la
descarga de todos los datos, deben reemplazar las tácticas de los usuarios que se las ingenian
con las “ocasiones” y que, por estos acontecimientos-trampa, lapsus de la visibilidad, reintroducen
en todas partes las opacidades de la historia;

3.- En fin, la creación de un sujeto universal y anónimo que es la ciudad misma: como en su
modelo político -el Estado de Hobbes- es posible atribuirle poco a poco todas las funciones y
predicados, hasta ahí diseminados y asignados entre múltiples sujetos reales, grupos,
asociaciones, individuos. “La ciudad”, como nombre propio, ofrece de este modo la capacidad de
concebir y construir el espacio a partir de un número finito de propiedades estables, aislables y
articuladas unas sobre otras.” (De Certeau, 2008)
Para De Certeau, la ciudad funciona como un sujeto, que rechaza o acepta
componentes de manera que no pierda su carácter anónimo y universal (ibíd.). De esto se
puede interpretar que la ciudad está formada por las mismas personas que residen en
ella, por lo que deberá eliminar y desconocer a todo aquel quien no sea un aporte para la
formación de su identidad. Es la ciudad utópica, la ciudad que debe ser.

De Certeau creía que la relación del individuo con la ciudad se da por medio de
caminar y de andar por la ciudad, sin embargo evidencia que este es un acto efímero, un
acto que si no es experencial, está condenado a desaparecer, y aunque el camino
recorrido pueda ser trazado en un mapa, le lectura de estos pierde el acto mismo de
pasar por el trayecto en cuestión:

“La operación de ir, de deambular, o de “comerse con los ojos las vitrinas” o, dicho de otra forma,
la actividad de los transeúntes se traslada a los puntos que componen sobre el plano una línea
totalizadora y reversible. Sólo se deja aprehender una reliquia colocada en el no tiempo de una
superficie de proyección. En su calidad de visible, tiene como efecto volver invisible la operación
que la ha hecho posible. Estas fijaciones constituyen los procedimientos del olvido. La huella
sustituye a la práctica. Manifiesta la propiedad (voraz) que tiene el sistema geográfico de poder
metamorfosear la acción para hacerla legible, pero la huella hace olvidar una manera de ser en el
mundo”. (íbid.)

Junto con esto, propone comparar el caminar con el habla, diciendo que el “acto
de caminar es al sistema urbano lo que la enunciación (el speech act) es a la lengua o a
los enunciados realizados” (ibíd.). De Certeau, va más allá y argumenta que caminar
supone una “triple función enunciativa”:

“es un proceso de apropiación del sistema topográfico por parte del peatón (del mismo modo que
el locutor se apropia y asume la lengua); es una realización espacial del lugar (del mismo modo
que el acto de habla es una realización sonora de la lengua); en fin, implica relaciones entre
posiciones diferenciadas, es decir “contratos” pragmáticos bajo la forma de movimientos (del
mismo modo que la enunciación verbal es “alocución”, “establece al otro delante” del locutor y
pone en juego contratos entre locutores).” (ibíd.).

De Certeau sigue profundizando en su comparación del caminar por la ciudad con


el uso de una lengua, que en síntesis, significa una relación mutua de sus partes, que son
los individuos que residen en la urbe, con el mismo contexto, que se extiende como el
medio de comunicación entre sus partes. Podemos entender entonces que la ciudad
recibe y produce significados que son recibidos de unos y entregados a otros.

El derecho a la ciudad: el uso efectivo del espacio.

Comprendiendo entonces que la ciudad está compuesta por sus mismos


habitantes, resulta necesario aplicar ese sentido de pertenencia, pero no desde la
generalización, lo que sería aplicar la pertenencia de acuerdo al rol de ciudadano o
ciudadana, sino que desde el uso crítico del espacio, que en efecto signifique una
revalidación individual y colectiva fuera de la lógica global homogenizante.

Para Henri Lefebvre, en su obra El Derecho a la ciudad (1968), logró predecir los
efectos que la urbanización desmedida ha causado en el último tiempo, los que se
traducen en una alienación de la vida y la rutina, debido a que la ciudad en sí resulta
alienante. Así lo apunta Laurence Costes, quien lleva a cabo una revisión de la obra de
Lefebvre:

“Desde entonces, el pensamiento de Lefebvre se va orientando hacia una crítica a la urbanización


como una cuestión social y política puesta en manos de una ciudad ««que se ha ido deteriorando
al mismo tiempo que re-creando. Así, en El derecho a la ciudad, Lefebvre enuncia por vez primera
la noción de lo urbano, lo que le convierte en el primer pensador crítico significativo que trató la
urbanización funcionalista atendiendo directamente a su dimensión política.” (Costes, 2011:2)

De esta forma, Costes saca desde su análisis que, además de que la urbanización
podría terminar acabando con la ruralidad, este proceso se debería principalmente a la
hegemonía del “valor de cambio”, lo que termina convirtiendo a la ciudad en un producto,
en desmedro de los lenguajes, códigos, y tejidos sociales comunes que de antaño
unificaba. (Ibíd.: 3). A pesar de esto, Lefebvre creía que era imposible que la urbanización
pudiera eliminar completamente las prácticas sociales o la dimensión humana,
características que adscribía también al proceso de urbanización. (ibíd.)

En contra posición a los efectos de la urbanización, Lefebvre propuso la


realización del “derecho a la ciudad”, lo que requeriría que la creación del urbanismo se
trasformen en una tarea colectiva y común:
“Para llegar a esta afirmación, Lefebvre proponía poner en marcha un programa de investigación y
acción política que podría permitir a los habitantes de una ciudad apoderarse de sus espacios
urbanos y sus vidas urbanas y recuperar para esos mismos habitantes la facultad de participar en
la vida de la ciudad. Esta promesa de un futuro abierto al florecimiento de posibilidades para los
habitantes de la ciudad dependerá del recurso a una fuerza social: la clase trabajadora, la «clase
capaz de iniciativas revolucionarias» (Lefebvre, 1972:238). Está en sus manos poner fin a la
creación de espacios gestionados por la lógica del beneficio, poner en marcha un plan de ‘territorio
autogestionado’ y no abandonar su ‘patrimonio histórico’ (Lefebvre, 1970:169-170), ni dejar que el
espacio se descomponga, sino trabajar por la restitución de los centros urbanos como lugares de
creación, lugares de trabajo, de urbanismo. Como buen discípulo de Marx, Lefebvre quería
modificar, a través de sus luchas, esta sociedad urbana.” (Costes, 2011: 9)

El derecho a la ciudad no quedó simplemente como una esperanza mirando hacia


el futuro, ya que la idea de Lefebvre, ha servido en varias ocasiones como fundamento
teórico en movimientos sociales reivindicativos. Uno de estos casos es el que se
encuentra ejemplificado el texto de Costes:

“En julio de 2004 Habitat International Coalition (HIC) organizó en Quito, Ecuador, un foro social
para las Américas, con el fin de redactar una Carta Mundial por el Derecho a la Ciudad a la que se
unió un grupo de ONG internacionales. Esta carta, consistente en varios artículos, estipulaba que
«toda persona tiene derecho a la ciudad sin discriminación y conforme a las normas y principios
establecidos por esta carta» (AITEC, 2004),” (ibíd.: 10).

Lo que logramos rescatar de esta obra de Lefebvre, es la idea anticipada de hacer uso
efectivo de las calles y espacios de la ciudad, estableciéndolas como un derecho. Esto se puede
interpretar como una intención de llevar a cabo de forma “oficial” y legítima a la ciudad como
medio. Sin embargo, el fin propuesto en este ensayo se dirige hacia el cómo se utilizan las calles y
la ciudad.

La crítica a la “ciudadanía”

Como ya hemos mencionado, antes de hacer uso de la ciudad y sus calles,


necesitamos dilucidar bajo qué rol y argumento se necesita para poder llevar a cabo este
uso efectivo, el cual tantas veces se ha mencionado en el texto. Como veíamos con
Lefebvre, el proponía aludir a un derecho a la ciudad, para dar uso del espacio como una
comunidad. Sin embargo, si apelamos al concepto de derecho, esto significaría apelar a la
formalidad de nuestro rol como ciudadanía. Esto resulta complejo, ya que como
ciudadano o ciudadana, las personas están sometidas a la moral y ética de lo que rige el
sistema neoliberal imperante, lo que significaría llevar a cabo un conjunto de conductas y
actitudes que podrían limitar el objetivo de empoderarse de las calles.

Manuel Delgado es un antropólogo español especializado en los estudios e


investigaciones de la antropología urbana. En una de sus publicaciones junto a Daniel
Malet, que recibe el nombre de El Espacio público como ideología (2007), hacen un
análisis del espacio público y lo analiza principalmente desde dos dimensiones diferentes:
una como categoría política, y la otra como el espacio físico. El espacio público como
categoría política hace mención a este desde la mirada gubernamental y administrativa,
visión que se encuentra continuamente en los discursos políticos relacionados con la
ciudadanía (Delgado; Malet, 2007: 1). Desde este prisma político, se da énfasis en las
estructuras arquitectónicas, dejando de lado la dimensión espacial y contextual de lo
urbano:

“En cambio, sería importante preguntarse a partir de cuándo ese concepto de espacio público se
ha implementado de forma central en las retóricas político-urbanísticas y en sus correspondientes
agendas. La respuesta nos llevaría enseguida a detectar ese momento coincidiendo con el
arranque de las grandes dinámicas de terciarización, gentrificación y tematización que han
conocido casi todas las ciudades europeas, en procesos ya de alcance planetario” (ibíd.)

Delgado critica las limitaciones del uso que le dan al concepto de espacio público,
ya que no se reconoce la dimensión de propiedad que existe detrás del concepto, esto es,
que el espacio público en verdad pertenece al Estado, por lo que sólo el Estado tiene
autoridad sobre él. Según Delgado, esta concepción del término va más allá de la
distinción básica entre lo que es público y lo que es privado, limitándose a identificar lo
público como un espacio que todos pueden ver, formándose por todos los presentes en el
una sociedad óptica, debido a que cada una de las personas está sometida a la
consideración de los demás presentes (ibíd.). Delgado apela entonces, al uso del
concepto, expresando que se pudo dar uso a otros conceptos para codificar el contexto
en cuestión, sin embargo alude otra vez a la concepción política de su uso:
“Trascendiendo esas definiciones de espacio público como espacio social o colectivo por
excelencia, el término, tal y como se tiende a usar en el momento actual, no se limita a ejecutar
una voluntad descriptiva, sino que vehicula una fuerte connotación política. Como concepto
político, espacio público quiere decir esfera de coexistencia pacífica y armoniosa de lo
heterogéneo de la sociedad, marco en que se supone que se conforma y se confirma la posibilidad
de estar juntos sin que, como escribiera Hannah Arendt, caigamos “unos sobre otros” (Arendt,
1998 [1958]: 62).” (Ibíd.: 2).

Es justamente en este espacio público donde escondemos nuestras características e


individualidades, nuestras diferencias. En este contexto, existe la ilusión de que somos
todos iguales, y se nos enseña que para llevar a cabo un buen convivir, tenemos que
escondernos en el espacio que supuestamente uno es libre. El espacio público actuaría
entonces como “la base institucional misma sobre la que se asienta la posibilidad de una
racionalización democrática de la política“(ibíd.), lo que significa sacar a relucir toda la
ciudadanía de la población, para que la democracia funcione:

“La política, según ese punto de vista, no sólo media, sino que conforma o constituye la sociedad,
entendida como la asociación libre e igualitaria de sujetos conscientes de su dependencia unos
respecto de otros y que establecen entre sí vínculos de mutuo reconocimiento. Es así que el
espacio público vendría a ser ese dominio en que ese principio de solidaridad comunicativa se
escenifica, ámbito en que es posible y necesario un acuerdo interaccional y una conformación
discursiva coproducida.” (Ibíd.: 3).

Delgado apunta también al ciudadanismo como un dogma que actúa en función a


un conjunto de reformas éticas del capitalismo, “que aspiran a aliviar sus efectos
mediante una agudización de los valores democráticos abstractos y un aumento en las
competencias estatales que la hagan posible, entendiendo de algún modo que la
exclusión y el abuso no son factores estructurales, sino meros accidentes o contingencias
de un sistema de dominación al que se cree posible mejorar éticamente.” (Ibíd.). Es decir,
nuestro rol de ciudadano solo sería funcional desde esta perspectiva, de esta forma
continuamos con la lógica impuesta. Por lo tanto este no sería el camino a seguir para
llegar al espacio público de forma adecuada.

La Psicogeografía como técnica


La ciudad y sus calles siguen siendo el objetivo de este ensayo, la hipótesis, como
se exponía en las primeras páginas, es que se puede utilizar como medio de aprendizaje
y conocimiento. Sin embargo, nos falta una forma, un método para hacer uso de la ciudad
desde una dimensión cognoscitiva.
Para esto, resulta interesante considerar la psicografía. La que se propone como
“el estudio de las leyes exactas, y de los efectos precisos del medio geográfico,
planificados conscientemente o no, que afectan directamente al comportamiento afectivo
de los individuos” (Debord, 1958). Esta técnica propuesta por los situacionistas,
movimiento artístico que surge a mediados del siglo XX conocido como “la última
vanguardia”, y propuesta como una forma de aproximarse a la dimensión geográfica del
contexto, desde la psiquis, al menos en su primera propuesta, puede resultar de forma
eficiente si la utilizamos como el medio para aprovechar cognoscitivamente el medio
urbano.
La psicogeografía actualmente está muy ligada en el ámbito arquitectónico, debido
a que se preocupa de entender cómo el medio físico ejerce influencia en las personas, ya
sea en su carácter, actitudes o acciones. Está ligada a la teoría de la deriva, desarrollada
también por los situacioncitas:

“El concepto de deriva está ligado indisolublemente al reconocimiento de efectos de naturaleza


psicogeográfica y a la afirmación de un comportamiento lúdico-constructivo que la opone en todos
los aspectos a las nociones clásicas de viaje y de paseo. (…) Debe utilizarse el análisis ecológico
del carácter absoluto o relativo de los cortes de tejido urbano, del papel de los microclimas, de las
unidades elementales completamente distintas de los barrios administrativos y sobre todo de la
acción dominante de los centros de atracción, y completarse con el método psicogeográfico y debe
definirse al mismo tiempo el terreno pasional objetivo en el que se mueve la deriva de acuerdo con
su propio determinismo y con sus relaciones con la morfología social.” (Debord, 1958).

Esta teoría carece de un carácter científico, más bien se acerca a experiencias


personales y de interpretación del contexto. El fuerte de psicogeografía está en que nos
brinda la capacidad de reconocer a la ciudad como algo más allá de lo contextual, nos
habla de ir a la deriva a modo de conocer y apelar, una relación mutua entre el medio
urbano y las personas:
“La gente es consciente de que algunos barrios son tristes y otros agradables. Pero generalmente
asumen simplemente que las calles elegantes causan un sentimiento de satisfacción y las calles
pobres son deprimentes, y no van más allá. De hecho, la variedad de posibles combinaciones de
ambientes, análoga a la disolución de los cuerpos químicos puros en un infinito número de
mezclas,
genera sentimientos tan diferenciados y tan complejos como los que pueda suscitar cualquier otra
forma de espectáculo. Y la más mínima investigación desmitificada revela que las diferentes
influencias, cualitativas o cuantitativas, de los diversos decorados de una ciudad no se pueden
determinar solamente a partir de una época o de un estilo de arquitectura, y todavía menos a partir
de las condiciones de vivienda.”(Debord, 1955)

Al utilizar la psicogeografía como herramienta, se pretende conocer el cómo se


puede conocer de ella, y por lo tanto de las demás personas que comparten experiencias
y vivencias en las calles. Hablaremos entonces de ser parte del contexto, desde una
perspectiva psicogeográfica.

La relación persona - espacio – persona

Sintetizando, la propuesta teórica se forma en base a un conjunto de puntos de


vista que confluyen en muchos puntos entre sí. Por un lado, tenemos lo propuesto por
Michel de Certeau, que propone la existencia de un sujeto universal y anónimo, el cual
sería la misma ciudad. Proposición teórica que se asemeja a lo que expone Delgado, en
cuanto al ciudadano. Por otro lado, la idea de la rutina se condice también con lo
planteado por casi todos los autores que se revisaron, planteando que se impone una
seguidilla de acciones que obedecen a una lógica neoliberal. En cuanto al derecho a la
ciudad, se plantea como una forma de organización, de hacer uso efectivo del espacio,
mediante la coordinación comunitaria, pero alejándose del rol de ciudadano que plantea
Delgado. En cuanto al método psicogeográfico, puede resultar potencialmente efectivo, si
lo aplicamos desde la lógica de las ciencias sociales.
Ahora bien, si acoplamos los diferentes fundamentos teóricos, podemos dar
cuenta que la relación entre el individuo y el contexto urbano funciona de manera mutua y
recíproca. El contexto urbano termina siendo algo vivo que se compone de personas, las
cuales se proveen de experiencias mediante la ciudad y sus calles, es decir, es el medio
para reproducir y distribuir lo que se quiera compartir, funcionado así como las vías por
las que pasan vehículos motorizados, que tanta importancia tienen dentro de una ciudad.
De esta forma se produce una relación persona – espacio- persona.
Ahora, la pregunta es: ¿cómo se relaciona esta formulación teórica con la descolonización
del saber y las epistemologías propias? Bueno, a mi modo de ver, es la ciudad donde
confluyen gran cantidad de personas, que provienen de los alrededores, cada uno con
sus conocimientos, creencias, y sistemas culturales. El problema es, que como hemos
mencionado antes, la ciudadanía limita y coarta las manifestaciones culturales de todo
aquel que sea diferente, mediante la homogenización de las personas y la nulificación de
toda subjetividad, con la ilusión de orden moral. ¿Pero si esta homogenización no
existiera? La situación sería diferente. Si fuera diferente, podríamos hablar de una
ecología de saberes a nivel local, sobre todo en las grandes urbes:

“Para una ecología de saberes, el conocimiento-como-intervención-en-la-realidad es la medida de


realismo, no el conocimiento-como-una-representación-de-la-realidad. La credibilidad de una
construcción cognitiva es medida por el tipo de intervención en el mundo que esta permite o
previene. Puesto que cualquier gravamen de esta intervención combina siempre lo cognitivo con
lo ético-político, la ecología de saberes hace una distinción entre objetividad analítica y
neutralidad ético-política. Hoy en día, nadie pregunta el valor total de las intervenciones del mundo
real posibilitadas por la productividad tecnológica de la ciencia moderna.”(Santos, 2010: 53)

A fin de cuentas, la situación expuesta, corresponde a una colonización, pero a nivel


político, siendo esta dimensión la que se sobrepone a todas las vías de conocimiento. La lógica es
la misma, ya que resulta difícil que las grandes urbes funcionen como lo planteado en este ensayo,
sin embargo no me parece imposible.
Bibliografía:

- Costes, L. (2011). Del ‘derecho a la ciudad’ de Henri Lefebvre a la universalidad


de la urbanización moderna. De Henri Lefebvre, ‘Right to the City’ to the
universality of modern urbanization. Urban, [S.l.], n. 02, p. 89-100, oct. 2011. ISSN
2174-3657
- De Certeau, M. (2008). Andar en la ciudad. En bifurcaciones [online]. núm. 7, año.
World Wide Web document, URL: <www.bifurcaciones.cl/007/reserva.htm>. ISSN
0718-1132.
- De Sousa Santos, B. (2010). Descolonizar el saber, reinventar el poder,
Montevideo, Extensión Universitaria y Ediciones Trilce.
- Debord, G. (1955). Introducción a una Crítica de la Geografía Urbana. Publicado
en el # 6 de Les lévres nues (septiembre, 1955). Traducción de Lourdes Martinez
aparecida en el fanzine Amano # 10.
- Debord, G. (1958) Teoría de la Deriva. # 2 de Internationale Situationniste.
Traducción extraída de Internacional situacionista, vol. I: La realización del arte,
Madrid, Literatura Gris, 1999.
- Delgado, M.; Malet, D. (2007) El Espacio Público como Ideología. Jornadas Marx
Siglo XXI, Universidad de La Rioja
- Garcés H., Hernández, C., Imilan, W.A. (2008). Antropologías urbanas en
Latinoamérica: De objetos, territorios y movimientos. AIBR, Revista de
Antropología Iberoamericana, 3(3):pp. 327-331.

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