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milenaria.
Culturas preincaicas hasta el desarrollo del imperio
Inca.
09-mar-2010
Nicolás Ventieri
Los miembros del ayllu -que es similar a decir comunidad o aldea- siempre se debieron
servicios mutuos por pertenecer a una misma unidad de parentesco, que les permitió no
sólo reclamar prestaciones en trabajo a los demás miembros de la unidad doméstica,
sino que también les permitió acceder a los recursos de la etnia.
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Los intercambios
Cualquier intercambio era regido por las normas de parentesco. Las evidencias
permitieron reconocer que el cambio recíproco se realizaba a partir del intercambio de
fuerza de trabajo. Siempre ha habido formas de asimetría, la minka es una relación en la
cual un individuo presta servicio a otro que por eso mismo adquiere un status social
superior. Sin embargo, hay una confusión aparente en el planteamiento ya que las
pautas de reciprocidad parecieron beneficiar a quien usa el trabajo del otro, pero los
papeles se terminaban invirtiendo ya que debía haber una devolución por la prestación
de un servicio.
Por ello, es mejor hablar de una reciprocidad simétrica entendida como el uso de la
energía aportada en el grupo, para la producción de bienes. No es legítimo medir la
reciprocidad en los términos de una retribución por servicios prestados porque no es un
pago, ni equivale a este en una sociedad en la cual no existen ni mercados ni moneda.
Por eso puede pensarse la reciprocidad en términos de una labor colectiva donde los
canales de participación son efectivos y no necesariamente un producto de la decisión o
la imposición del poder.
La redistribución
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Organización social
Dentro del ayllu existían una cantidad de individuos con funciones propias. Cada una de
estas era necesaria para la reproducción social de la comunidad. Algunas de las
funciones se fueron modificando a medida que el Imperio Inca se expandía, porque,
como dijimos, existían comunidades previas a la constitución del imperio incaico.
Veamos algunas de ellos.
Entre sus obligaciones estaban representar al grupo, defender su dominio contra las
intrusiones de otros ayllus u otras comunidades, redistribuir los derechos a las tierras y
hacer que se impusieran las reivindicaciones legítimas a los recursos, atender a la
circulación y el almacenamiento económico del grupo, organizar el trabajo y los rituales
y distribuir generosamente un río de regalos. La etnia también tuvo ciertas obligaciones
con respecto al curaka; este no recibía ni tributo, ni salario: los campesinos le hacían
cierta cantidad de servicios para su sustento.
Los yanas
Los yanas tuvieron funciones muy variadas que iban desde servicios personales al
curaka hasta agricultores. Eran servidores a tiempo completo.
Las acllas
Las acllas eran mujeres sacadas de la jurisdicción étnica, del ayllu es decir que
rompieron sus vínculos de parentesco con fines estatales, pues eran servidoras a tiempo
completo: tejían las vestiduras del Inca, elaboraban la chicha ceremonial.
Los mitimaes
Los camayoc
En el momento de la formación del Imperio Inca, parte de la tierra de los grupos étnicos
fue enajenada, aunque en su mayoría le fue dejada a las comunidades para permitirle
continuar con su autosuficiencia. Esto no significaba, que fueran dueños de las tierras,
ya que a partir de este momento todo perteneció al Estado Inca –bienes reproductibles,
tierras, rebaños, bosques y aguas.
A partir de este momento, ciertos elementos de la comunidad, del ayllu, van a ser
modificados sustancialmente. Los miembros del ayllu no debieron solamente cumplir
con las tareas comunales y las obligaciones respecto de sus propios curakas, sino que
ahora debían proporcionarle al estado un tributo. Ya no era el curaka quien estaba
encima de la pirámide social, sino que ahora estaba el Inca en esa posición y al que se le
debía ciertas obligaciones, como el tributo y algunos servicios.
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hasta el desarrollo del imperio Inca. | Suite101.net http://nicolas-
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El Área Cultural Andina es aquella que área cultural dominada por la Cordillera de los
Andes , en la cual se desarrollaron las principales civilizaciones precolombinas de
América del Sur. Sus "área de influencia" aproximada va desde la Provincia de
Llanquihue en Chile y de Mendoza en Argentina, en el sur, hasta Mesoamérica, el sur
de Nicaragua, así como las sociedades herederas de las mismas. Se superpone en el
norte con lo que tradicionalmente se conoce como Área Intermedia.
El concepto de Área Andina fue objeto de discusión a mediados del siglo XX. Bennet y
Bird establecieron un área de co-tradición andina circunscrita principalmente a los
Andes Centrales y la existencia de un área "Intermedia" situada al norte de la cuenca de
Cajamarca en Perú. Este enfoque, que es válido para la arqueología peruana, no alcanza
a todas las sociedades complejas surgidas en todos los Andes antes de la Conquista
Europea.
Un factor que une a todos los pueblos de esta área, según Lumbreras es que la relación
de éstos con el medio ambiente se resuelve a través de una constante mar - cordillera -
bosque tropical, que configura una racionalidad económica integracionista de corte
transversal al eje geográfico de la Cordillera (op cit. pp. 16)
Contenido
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1 Subáreas
o 1.1 Citas
2 Bibliografía
3 Véase también
[editar] Subáreas
Archivo:Área Andina.png
Subáreas culturales según Lumbreras (1981).
Los límites de estas subáreas culturales no coinciden con las fronteras de las modernas
repúblicas andinas.
Extremo Norte
Incluye las cuencas andinas del Magdalena y el Cauca (Colombia), el altiplano
de Bogotá, la costa colombiana y del oeste de Venezuela. En su territorio se
desarrollan las culturas regionales colombianas, incluyendo las de Quimbaya,
Tairona, San Agustín, Tierra Adentro y Chibcha. En esta sub área se habría
inventado la cerámica en Sudamérica.
Área andina septentrional
Constituidos principalmente por el territorio ecuatoriano, el extremo sur de
Colombia y el extremo norte peruano. La costa es de clima tropical y las
regiones alto andinas están caracterizadas por el ecosistema del páramo. Las
culturas más conocidas incluyen las antiquísimas Valdivia, poseedora de la
cerámica más antigua de américa (3600 a.C.), y Mayo-Chinchipe; la civilización
Manteña-huancavilca y la cultura Milagro en la costa, y los reinos tardíos de
Caranqui-Cayambe y Cañar. El desarrollo de la cultura Vicus, que pertence a
esta área está sin embargo profundamente ligada a la sub área siguiente.
Área andina central
Artículo principal: Área andina centralUbicada en el Perú (aunque su influencia se percibe
fuertemente en los Andes Septentrionales y Centro Sur) . Las zonas altoandinas están
dominadas por el ecosistema de puna y la costa es árida. Es considerada junto con el
área centro sur la que mayor desarrollo cultural alcanzó. Incluye una vasta historia
donde destacan las culturas de Supe, Chavín, Moche, Nazca, Recuay, Wari, Chimú,
chachapoya e inca entre muchas otras.
[editar] Citas
[editar] Bibliografía
Lumbreras, Luis. Arqueología de la América Latina. Lima: Milla Batres, 1981.
Alcina, Jose. La tradición cultural andina, en: Los incas y el Antiguo Perú.
Madrid: Sociedad Estatal Quinto Centenario, 1991.
Las primeras huellas culturales aparecen en la zona andina, hacia el décimo
milenio antes de nuestra era, en la llamada industria de Chuqui y sus similares
en Oquendo y Zona Roja. Esta industria consiste en artefactos pequeños de
piedra, como buriles y raederas. Ligeramente posterior es el conjunto lírico
conocido con el nombre de Chivateros, que se caracteriza por un gran número de
instrumentos bifaciales tallados a percusión: cuchillos, raederas y largas puntas,
al parecer de lanzas. Es una cultura orientada hacia la explotación del mundo
vegetal, dando alguna importancia a la caza. Parece contemporánea a esta
primera fase de Chivateros la cultura de Vizcachani, yacimiento situado en el
departamento de La Paz, Bolivia. En el norte de Chile, el sitio más antiguo es el
de Gatchi, cerca de San Pedro de Atacama.
Se encontró en Lauricocha (Perú) una serie de cuevas y restos Uticos datados
entre el octavo y segundo milenio antes de nuestra era. Esta cultura se debe a un
grupo de cazadores provistos de una industria lítica avanzada relacionada con la
cacería de cérvidos y del guanaco. Los restos líticos se caracterizan
principalmente por sus puntas foliáceas con la típica forma de "hoja de sauce".
Junto con las hojas se encuentran cuchillos unifaciales y bifaciales, puntas y
raspadores. Las puntas suelen presentar aristas denticuladas.
Los restos del arte rupestre, también datables de hacia el octavo milenio, están
caracterizados por la cueva de Toquepala, en la serranía de Moquegua (Perú),
donde se han representado escenas de caza con siluetas humanas persiguiendo a
manadas de guanacos. Las figuras nunca sobrepasan los 22 cm de altura y se
hallan pintadas en negro, blanco, rojo y amarillo. La pintura rupestre es
relativamente frecuente en Perú y Bolivia, y se pueden señalar entre las más
significativas las pictografías de Kalakala, en el departamento de Oruro, Bolivia.
La cordillera de los Andes
Aparición de la cerámica
La cultura de Valdivia
Período formativo (1250 a.C-100 d.C.)
La cultura de Chavín
Los centros ceremoniales andinos y el poder
Otras culturas del período formativo
La cultura moche
La vida cotidiana a través de la cerámica mochica
La cultura nazca
Tiahuanaco
Wankani y Huari
Lambayeque, la cultura del "ojo alado"
El reino chimú
El reino colla
Las culturas de Colombia y Ecuador
El genio artesano de los quimbayas
La cultura Nariño-Carchi
El arte de los tairona
El poderoso centro ceremonial de Tumaco-Tolita
Cultura sinú
Los incas
Cuzco y sus alrededores
Otras ciudades
La arquitectura incaica en Bolivia
Cerámica, orfebrería y textiles
Estela Raimondi
El señor de Sipán
Los dibujos de la pampa de Nazca
La Puerta del Sol
Pachacutec Inca Yupanqui
Dos fotografías del cerro Aconcagua situado en la provincia de
Mendoza, Argentina
Aparición de la cerámica
Hacia el año 4000 antes de nuestra era, cambia el panorama cultural del Perú con el
advenimiento de formas agrícolas rudimentarias; este período, que dura hasta el año
1500 a.C, no conoce la cerámica, pero en él se levantan los primeros centros
ceremoniales. El centro más antiguo conocido es el de Huaca Prieta, en el valle de
Chicama. También se hallaron varios centros precerámicos pudiendo determinar que, a
partir del año 2500 antes de nuestra era, se cultivó el algodón.
Los centros arquitectónicos más importantes del precerámico son el complejo de Las
Haldas y el templo de las Manos Cruzadas, en Cotosh, ambos datables hacia el 1800
a.C.
El sitio de Las Haldas, en el valle de Casma, reúne un grupo de viviendas junto a un
centro ceremonial; éste se halla dominado por un edificio piramidal que tiene siete
plataformas, su longitud es de 465 m y presenta varios recintos cuadrangulares abiertos,
dispuestos de acuerdo a un eje de simetría.
El templo de las Manos Cruzadas, en Cotosh, es el más antiguo de la sierra. Se trata de
un centro ceremonial formado por recintos cuadrangulares limitados por muros de
piedra canteada unida con argamasa de barro. Los muros son altos y presentan nichos
donde se encontraron ofrendas. Sobre estos paramentos hay brazos cruzados modelados
en barro con un estilo primitivo. En el centro hay un patio con un hogar.
La cerámica más antigua es la que se ha encontrado en la costa norte del Perú y recibe el
nombre de Guañape (temprano). Carece de pintura y está decorada con unas líneas
incisas en forma de la letra M. Asimismo muestra incisiones practicadas con la uña
sobre el barro fresco. Esta cerámica tiene generalmente forma de olla con borde
engrosado. La datación de la cerámica de Guañape por el radiocarbono es del año 1250
antes de nuestra era.
Asimismo, esta denominación de Guañape sirve para designar a la cultura precolombina
que habitaba en la costa norte del Perú, en la zona del valle de Virú, durante buena parte
del segundo y primer milenios antes de nuestra era. A pesar de la antigüedad de este
pueblo se ha podido constatar su evolución cultural, de modo que en la actualidad se
distinguen tres períodos en el curso de su historia. En el período inicial, que se origina,
aproximadamente, en el siglo XIII a.C, y al que pertenece la antigua cerámica a la que
ya se ha hecho mención, las manifestaciones artísticas que se han encontrado, sobre
todo en el yacimiento de Queneto, nos muestran cierta tosquedad en los estilos y las
técnicas. De este modo, los objetos de cerámica que han sobrevivido al paso del tiempo
son monocromos, casi siempre de color marrón o negro. Además, apenas hay dos tipos
de cerámicas, ambos en forma de olla, una con el borde engrosado, y otra, de la que se
han encontrado muestras posteriores, con un mínimo labio. Más adelante, en el
denominado período medio, se produce un salto cualitativo especialmente en el apartado
de la cerámica y empiezan a dominar los diseños geométricos. Por último, en el período
tardío el pueblo Guañape recibe una fuerte influencia por parte de la cultura Chavín.
Venus de Valdivia. Se han hallado infinidad de figurillas
antropomórficas talladas en piedra que representan la fecundidad,
datadas del período prehispánico entre 3500 a.C. y 900 d.C, que servían
de fetiche en los ritos y en las ceremonias religiosas.
La cultura de Valdivia
Al igual que Machalilla, Chorrera y Narrío, Valdivia es una parte del período cultural
formativo del Ecuador, si bien es Valdivia quien da origen a éste período hacia el año
3500 a.C. en que comienza el formativo anterior.
En Valdivia ya se encuentra un tipo de cerámica de alto grado de elaboración, con
bordes redondeados y vasijas de gran tamaño que hace pensar en un tipo de sociedad de
asentamientos estables que empleaba estos recipientes para almacenar el grano, y por
tanto se está en una sociedad en plena revolución agrícola.
La similitud en algunos aspectos a las piezas que se elaboraban en esa época en la isla
de Kiushu en Japón, y del resto de la cerámica Jomón, llevó a algunos investigadores a
establecer una teoría de trabajo en la cual estos primeros asentamientos habrían llegado
a las costas ecuatorianas de la mano de pescadores japoneses arrastrados por la corriente
del Kuro-Shivo y de allí se extendieron al resto del continente internándose por las
cuencas de los ríos, donde se presentan áreas óptimas para el cultivo. No obstante,
parece estar suficientemente demostrado que la cerámica de Valdivia es varios siglos
más antigua que la cerámica Jomón.
Las excavaciones realizadas en 1959 en áreas próximas a Valdivia llegan a las
conclusiones de que el asentamiento descubierto se corresponde con el villorio
preurbano donde ya se facilitaba el trabajo colectivo, en contraste con los pueblos
netamente cazadores recolectores.
De las ocho fases en que un grupo de arqueólogos divide la evolución de la cerámica de
Valdivia, la más antigua es la que corresponde al yacimiento de Real Alto y que las
dataciones sitúan entre el 3100 y el 2600 a.C.
A través de la cerámica se deduce que estas civilizaciones cultivaron no sólo el maíz,
sino también la yuca, el camote, las calabazas, e incluso el algodón puesto que en las
incisiones decorativas se han encontrado tejidos de diferentes texturas.
Las primeras vasijas eran más bien pequeñas, pero más adelante se encuentran piezas
con cuatro pies que permitían almacenar una gran cantidad de grano. En las muestras
que han llegado hasta nuestros días se observa una decoración ordenada con incisiones,
impresiones digitales y de conchas ocupando el tercio superior de las piezas.
Junto con las vasijas, en Valdivia también se han encontrado unas figuras que
representan rostros femeninos que posteriormente fueron denominadas como las Venus
de Valdivia, y que tendrían relación con la madre tierra y el culto a la fertilidad. Las
dataciones sitúan éstas figuras en el 2500 a.C.
Las representaciones tan acentuadas de la veneración a la figura femenina, mas allá de
la religiosidad relacionada con la Gran Diosa Madre Tierra, tiene que ver con la
fecundidad femenina y su consideración de que todos los fenómenos naturales se rigen
por el principio femenino. Se está pues ante un matriarcado de divinidades femeninas
que precede a los cultos politeístas de tendencia más patriarcal.
Las denominadas Venus de Valdivia fueron encontradas en tumbas y lugares de ritos en
medio de campos donde eran enterradas con el fin de "fecundar la tierra"y propiciarle la
fertilidad que diera origen a las cosechas. Estas piezas no encuentran paralelo entre las
representaciones antropomorfas del estadio preparatorio de las grandes culturas
precolombinas como la Maya, Azteca o Inca.
Las figurillas más antiguas eran de piedra y posteriormente se decantaron por el barro,
material que permitía un mejor modelado en particular para resaltar la zona del vientre
la cual procedían a abultar como símbolo de fertilidad y embarazo.
Las características más resaltables de éste tipo de pieza son los contornos redondeados,
las pobladas cabelleras -algunas rematadas en pintorescos peinados- y los ojos en forma
de granos de café. En paralelo con la fecundidad, también es frecuente su relación con
la salud y la ofrenda como tributo a la madre tierra, frente a un miembro de la
comunidad enfermo.
Vasija de Valdivia. Este cuenco irregular de cerámica presenta
decoraciones incisas con motivos vegetales y dos ondulaciones incisivas
que producen cierta impresión de dinamismo visual.
La cultura de Valdivia
Se han encontrado gran cantidad de figurillas fragmentadas que posiblemente hayan
sido ofrendadas para la curación de algún paciente. Una vez que ésta se producía ya no
se le atribuía ningún valor y el símbolo era abandonado. Esta misma práctica se ha
encontrado en tribus que se corresponden con las zonas de América Central y Brasil.
Si bien la cultura de Valdivia se localiza en las costas ecuatorianas de la actual
provincia de Guayas, su influencia se ha observado desde la zona de Atacames en
Esmeraldas hasta el sur del Golfo de Guayaquil en la zona de Tumbes provincia de El
Oro, cubriendo una extensión de unos 500 kilómetros. La posible similitud con la
cerámica de Puerto Hormiga en Colombia, ha sido descartada por todos los especialistas
que estiman a ésta última, más tardía y peor cocida.
La calidad en lo que se refiere a estética y perspectiva en rostros y peinados de muchas
de las figurillas de Valdivia, en particular las del segundo período (2300-2000 a.C.), es
similar a algunas piezas egipcias. Las hendiduras que representan los distintos rasgos
muestran detalles de boca, ojos y cejas de gran refinamiento.
Con el tiempo, la calidad artística de la cerámica de Valdivia, va disminuyendo y en el
tercer período (2000-1500 a.C.) su acabado e imaginación en los detalles, como
peinados y rostros, denota un retroceso. Algunos investigadores justifican ésta
involución a las teorías que ven a la Cultura de Valdivia proveniente de influencias
exteriores.
Los relieves que muestran las primeras vasijas, provenientes de apretar valvas de
conchas contra el barro aún tierno, muestran la influencia de los concheros de la costa
en el desarrollo de ésta cerámica. Los acabados presentan singularidades como el brillo
que producían sobre los barnices frotando sobre la cerámica ya cocida, astas y huesos de
animales. Esta técnica fue posteriormente copiada en las fases de Machalilla y Chorrera.
Por último, cabe aclarar que la actual localidad de Valdivia es solo un punto de
referencia de una cultura que estuvo extendida en una zona que ocupaba varios
centenares de kilómetros sobre la costa ecuatoriana e incluso algunas decenas de
kilómetros alejada de la costa habiéndose encontrado restos al este de la provincia de
Manabí. Remontando el río Guayas, en la provincia del mismo nombre, se han
excavado yacimientos hasta 40 kilómetros alejados del mar.
En el período que incluye aproximadamente desde el año 4000 a.C. hasta el año 1500
a.C. se producen importantes cambios en los pueblos que habitan la zona peruana,
gracias sobre todo a la aparición de la agricultura, aunque estas culturas aún no han
logrado desarrollar la cerámica. Ya se ha señalado, por otro lado, que los vestigios de
cerámica más antiguos que se han encontrado hasta el momento corresponden al año
1250, aproximadamente, y se han localizado en la costa norte de Perú.
De este modo, puede decirse que el período formativo queda inaugurado con estos
hallazgos, pues durante los últimos siglos del segundo milenio antes de nuestra era
nacen las altas culturas andinas. A pesar, claro está, de las múltiples diferencias que se
dieron entre los numerosos pueblos que conforman este gran conglomerado que ha sido
denominado "culturas andinas", diferencias debidas a la distancia y a las barreras
geográficas que impone una cordillera como la de los Andes, se pueden señalar varias
características comunes. Por ejemplo, estos pueblos se caracterizan por poseer una
agricultura y una cerámica desarrolladas, centros comerciales y arquitectura
habitacional, pero no hay evidencia de centros urbanos o ciudades propiamente dichas.
También se caracteriza este período por su metalurgia y el descubrimiento del bronce, y
por el cultivo del maíz y de la patata.
Las culturas más representativas del período formativo son las de Chavín y Paracas
Cavernas. La primera, situada en la sierra sobre el río Mosne, se remonta al primer
milenio a.C. En el Sur, sobre el actual territorio de Bolivia, están las culturas de
Wankarani y Chiripa. En cerámica destacan en este mismo período la de Cupisnique,
estilísticamente relacionada con Chavín, y la de Salivar en la costa norte. Al sur, en la
sierra, deben citarse Chañapata y Caluyo.
La cultura de Chavín
La cultura moche
La cultura nazca
Esta cultura, al igual que la moche, nace en el siglo I de nuestra era y desaparece en el
siglo VIII. Se expande en la zona central del Perú, donde fue precedida por la cultura de
Paracas. Es famosa por la gran calidad de su cerámica, en el desarrollo de la cual se
distinguen cuatro fases más un período formativo muy emparentado con el de Paracas
Cavernas.
Las cuatro fases reciben el nombre de A, B, X e Y. La primera muestra vasijas
globulares con dos picos y puente. Tiene una decoración naturalista, aunque las figuras
están hábilmente estilizadas. Los temas más frecuentes son animales y frutos;
personajes míticos, con cuerpo de ciempiés y atributos felinos, portadores de cabezas
cortadas. Esta es la cerámica tipo A. El tipo X muestra una transición hacia los tipos B e
Y. El primero, es una evolución de la cerámica nazca A hacia un barroquismo logrado
por el enriquecimiento de los motivos ornamentales a los que se añaden numerosas
volutas. El tipo Y deriva también del A, pero manifiesta una influencia foránea, la de
Tiahuanaco, produciéndose una fusión de lo nazca con lo tiahuanacoide.
Hasta hace relativamente poco, nada se sabía de la arquitectura y poblaciones de los
nazcas; hoy se han encontrado algunas aldeas donde se ve que las casas eran muy
simples, de forma rectangular, dispuestas unas junto a otras a manera de colmena. El
material usado es barro y "quincha". El centro más importante es Acarí. Se supone que a
la última fase de la cultura nazca pertenece la llamada Estuquería, centro de población
consistente en una plataforma cuadrada hecha de adobes sobre los que se han levantado
240 estacas.
Por último, pertenecen a la cultura nazca, las composiciones de rayas gigantescas que se
ven en el desierto. Representan animales relacionados con las constelaciones, y sólo son
perceptibles desde el aire. La antigüedad de estos inmensos diseños se remonta al siglo
VI a.C.
El imperio Tiahuanaco-Huari
Entre el siglo VI a.C y el siglo XII ya en nuestra era se desarrolló una importante
cultura, la del imperio Tiahuanaco-Huari, que primero tuvo su capital en Tiahuanaco,
muy cerca del lago Titicaca y que más tarde, en los últimos siglos del imperio, tuvo su
más importante centro cultural, económico y social en Huari, enclave que se encuentra
muy cerca de la actual localidad de Ayacucho, en Perú.
El influjo de la cultura del imperio se realizó primero desde Tiahuanaco y luego desde
la que fuera ciudad rival de ésta, Huari, conquistada asimismo por los pobladores de
Tiahuanaco. Una de las grandes razones que motivaron el dominio de Tiahuanaco fue
que se encontraba en una privilegiada posición estratégica en la cuenca lacustre, lo que
le permitía controlar el flujo comercial de la zona, en la que tenían gran valor productos
como el maíz, el ají y la coca. Por otro lado, una sociedad que había sido capaz de
levantar un imperio tan importante debía de ser, lógicamente, compleja y estratificada.
Efectivamente, el poder residía por entero en la capital, Tiahuanaco, desde la que se
gobernaban las provincias que conformaban los extensos límites del imperio.
Asimismo, la clase dirigente constituía una aristocracia que se arrogaba un gran número
de privilegios y que controlaba tanto los aspectos relacionados con la política de las
colonias como la distribución de los bienes que eran producidos en la capital.
Por su parte, Huari fue una ciudad con un marcado carácter militar, en la que los
guerreros gozaban de un privilegiado estatus, mientras que los últimos escalafones de la
sociedad se encontraban los pastores y los agricultores. Además, con la eclosión de
Huari se inicia, como veremos más adelante, la época de los grandes asentamientos
urbanos.
Tiahuanaco
Tiahuanaco es el sitio arqueológico más importante del altiplano. Se halla situado en el
departamento de La Paz (Bolivia), a pocos kilómetros del lago Titicaca y a una altura de
3.800 m sobre el nivel del mar. Desde los primeros días de la conquista, sus ruinas
llamaron la atención de los cronistas españoles, y Cieza de León, Acosta, Garcilaso y
Cobo nos han dejado descripciones del monumental conjunto. Viajeros del pasado
añadieron información gráfica y literaria.
El arqueólogo estadounidense Wendell C. Bennet, que trabajó en Tiahuanaco en 1932,
propone dividir su cultura en tres períodos: "temprano", "clásico" y "expansivo"; el
arqueólogo boliviano Carlos Ponce, en cambio, distingue hasta cinco épocas claramente
diferenciadas en los estilos cerámicos; para la cultura propone, al igual que Bennet, tres
períodos, denominándolos: "aldeano", "urbano" e "imperial".
Tiahuanaco aparece en los últimos momentos del período formativo alcanzando su
apogeo en la época de los "estados regionales", pudiendo afirmarse que es el primer
centro urbano andino propiamente dicho que se conoce. Tiahuanaco en la época
imperial se expande por toda América andina hasta la costa norte del Perú, el norte de
Chile, el norte argentino y las estribaciones de la cordillera en el oriente boliviano. Su
arte se superpone a los estilos locales, creando un mestizaje de formas. Esta expansión,
que puede situarse entre los siglos IX y X de nuestra era, posiblemente se debió a una
conquista militar, cultural o religiosa. Algunos arqueólogos suponen que se hizo a través
de Huari, ciudad vecina a la actual Ayacucho, por lo que el estilo tiahuanacoide también
recibe el nombre de huari-tiahuanaco o huari.
cronología puede estimarse así: para la fase "aldeana" (primera y segunda épocas, según
Ponce) del siglo VI antes de Cristo al III de nuestra era; para la fase "urbana" (tercera y
cuarta épocas) del siglo III al VIII, y para la fase "imperial" (o quinta época) del siglo
VIII al año 1200 de nuestra era.
No quedan restos arquitectónicos ni escultóricos de la primera época. La cerámica se
divide en dos tipos: el primero, con decoración pintada e incisiones; el segundo, pulido
sin color, decorado con motivos escalonados, también incisos. Algunos vasos tienen en
su exterior cabezas de felino, toscamente modeladas. Esta cerámica es similar a la de
Paracas Cavernas. En este primer período se encuentran enterramientos en forma
circular, restos de cobre y cuentas de sodalita. La vivienda se puede conocer gracias a
un silbato de cerámica que muestra una casa de planta rectangular con cubierta a dos
aguas. Tanto la puerta como el friso se decoran con motivos escalonados.
Los restos de la segunda época se limitan a cimientos de habitaciones de planta circular
y rectangular con paredes dobles. En este período hay preponderancia de cerámica
micácea.
En la tercera época, Tiahuanaco entra en su fase urbana, siendo a partir de entonces
cuando se construyen grandes edificios que aún pueden verse en el pueblo de su
nombre, en Bolivia. Dos grupos de ruinas, relacionados entre sí, forman parte de una
misma ciudad. El grupo primero está constituido por Akapana, Kalasasaya, Putuni y el
templete semisub-terráneo. Los restos de Pumapunku constituyen el grupo segundo. Lo
que domina en ambos son sus pirámides y recintos formados por plataformas y muros
de contención. La pirámide de Akapana, que es la más alta, alcanza los quince metros,
con una base de 180 m de largo por 140 m de ancho. En su parte inferior quedan restos
del muro de piedra que la circundaba; está formada por piedras monolíticas a manera de
pilares, entre las cuales hay un paramento de sillar.
Kalasasaya es un recinto cuadrangular (135 X 120 metros), constituido por una
plataforma en forma de "U", contenida por muros similares a los de Akapana. En el
interior hay un patio al que se accede por una escalinata monumental. Una calle con
pavimento de piedra separa Kalasasaya de la pirámide.
El edificio mejor conservado es el templete. Es un patio limitado por cuatro muros de
contención que mide 28 m de largo por 26 m de ancho. Los muros, semejantes a los de
Kalasasaya y Akapana, muestran una de las invariantes de la arquitectura tiahuanacota.
Estas paredes interiores se decoran con cabezas antropomorfas, talladas en piedra e
incrustadas entre los sillares mediante una espiga. En el centro del templete está la
estela "barbada".
En la tercera época, la ciudad de Tiahuanaco queda establecida y en el período posterior
se la embellece y se le hacen algunas reformas. En lo arquitectónico corresponden a la
cuarta época, Pumapunku y Putuni. El primero consta de una plataforma en forma de
"U", sobre la que hay un gran edificio con piso, paredes y parte del techo, de piedra. Los
bloques son monumentales y se sujetan mediante llaves de bronce. La cuarta época es la
más significativa por su escultura y su decoración; a ella pertenecen la Puerta del Sol, la
Puerta de la Luna y las mejores estelas antropomorfas. La característica del arte de este
período es la estilización, donde todas las formas naturales se reducen a motivos
geométricos que recuerdan los diseños textiles. La técnica usada es la incisa.
En las estelas, los rasgos del rostro son esquemáticos, los brazos están pegados al torso
en tanto que las manos sostienen en el pecho objetos identificados como "keros". Todo
el cuerpo se decora con los motivos de la Puerta del Sol. Las estelas mayores son la
Bennet, de 7,30 m de altura, la Ponce y la llamada El Fraile. Del mismo estilo y época
es la famosa Puerta del Sol, máximo exponente de la cultura tiahuanacota. Tiene
aproximadamente 4 m de ancho por 2,75 m de alto y está tallada en una sola pieza.
En su parte superior hay un friso que se interrumpe para dejar paso a una figura chata y
frontal. En el friso hay personajes alados, unos totalmente antropomorfos y otros con
cabeza de cóndor. La interpretación de estos elementos es muy discutida; para unos
representa un calendario, para otros es un conjunto mítico, siendo la figura central la
representación de Viracocha.
La cerámica de la tercera época no es incisa como la de épocas anteriores, sino pintada
con gran variedad de diseños. Morfológicamente, predominan las vasijas cilindricas de
base plana con borde ondulado y un apéndice zoomorfo. La cerámica de la cuarta época
es muy fina, y aunque deriva de la tercera, se enriquece con nuevas formas, entre las
que sobresalen los incensarios que adoptan la forma del animal representado. En todos
los casos, los dibujos son geométricos o de formas muy estilizadas.
En un momento dado, el estilo tiahuanacota aparece fuera de la metrópoli, como el caso
de Lucurmata, a orillas del lago Titicaca, donde se conservan restos relacionados con el
período urbano de Tiahuanaco. Otro conjunto notable es el de Ojje, en la península de
Copacabana.
En la época imperial, Tiahuanaco se expande sobre las culturas de la sierra y costa
peruanas, donde se producen ejemplos de cerámica y textiles muy notables.
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Wankani y Huari
Los cronistas españoles del siglo XVI atribuían la fundación de la cultura lambayeque a
un mito que recogieron a su paso por esta región de la costa norte de Perú. Cieza de
León, Francisco de Jerez y Miguel Cabello sostuvieron que un rey llamado Naymlap
desembarcó en la costa peruana y fundó una cultura que contó con una dinastía de más
de una decena de reyes. La representación antropo-ornitomorfa de este rey lo muestra
con unos ojos "almendrados", rasgados, y con alas que nacen de sus hombros. Esta
utilización del "ojo alado"servía para indicar el rango divino de quienes se retrataba. No
sólo era usado en representaciones de humanos, sino de animales, olas, colinas y demás
accidentes geográficos, y estas representaciones se las podía encontrar en huesos,
calabazas, metales o madera.
Distintos arqueólogos realizaron investigaciones de esta cultura, que se desarrolló a lo
largo de casi doscientos kilómetros de región costera. Sus asentamientos solían estar
ubicados en colinas y dunas de manera que dejaban libres los escasos campos
cultivables. Durante mucho tiempo se confundió a la cultura Lambayeque con la cultura
chimú por el parecido color negro de sus respectivas cerámicas. No sería hasta 1948 en
que se establece la idiosincracia de esta cultura y recibe el nombre de Cultura
Lambayeque. Compartía con el resto de culturas preincaicas el desarrollo de complejos
sistemas de regadío, pero sobresalía en las técnicas metalúrgicas, con una orfebrería
refinada que trabajaba indistintamente en plata, oro y cobre. Desarrollaron un notable
arte de la pesca y la navegación, razón por la que se reforzó su mítica fundación a partir
de aquel rey Naymlap llegado del mar.
Lo cierto es que sus progresos en el arte de la navegación facilitaron el contacto e
intercambio comercial con otras culturas de la costa peruana. Las huacas o pirámides
truncadas de la cultura lambayeque son las más grandes del Perú y su finalidad no era
exclusivamente ritual sino que también estaban destinadas a uso doméstico, ya que
contaba con depósito, cocina e incluso corrales.
La cultura chimú nace durante las últimas décadas del siglo XIII y ocupa el mismo lugar
que los mochicas. Asimismo, de ellos recibe no pocas e importantes influencias
culturales, pues del pueblo de los mochicas heredan la lengua y la veneración por el dios
Aiaepec y la Luna. Por otro lado, y ya en el capítulo más propiamente del arte, cabe
destacar que su cerámica recibe elementos de la tradición mochica aunque también se
hace evidente, en los restos que se han podido encontrar, una importante influencia de
las formas de orfebrería propias de Lambayeque. Asimismo, generan también sus
propias tradiciones culturales, entre las que destaca, en el apartado de las concepciones
mitológicas sobre el origen de su pueblo, la legendaria figura de Naymlap, que viene del
mar y que es la fundadora de las dinastías norteñas. Los chimús perviven hasta 1460,
año en que los incas conquistan la ciudad de Chanchan, capital del imperio.
A diferencia de otros pueblos, la cultura chimú es una cultura urbana que se patentiza, a
través de las grandes ciudades que levantaron, la más importante de las cuales es
Chanchan, situada a pocos kilómetros de la actual ciudad de Trujillo (Perú). Fue en sus
mejores tiempos una urbe de considerables dimensiones, pues, tal y como la muestran
las excavaciones llevadas a cabo, constaba de diez barrios rodeados de altísimas
murallas, lo que, a su vez, constituye una prueba del carácter militar de este pueblo; toda
la construcción es de adobe, presumiéndose que los techos fueron de paja. Los barrios
están separados unos de otros y todos tienen una disposición similar: dos patios; el
principal, con sus muros decorados con relieves de barro que representan peces,
pelícanos y simples motivos escalonados; cerca de este patio está el grupo ceremonial,
también decorado. Todos los barrios constan de un cementerio, una pirámide o
adoratorio y un gran re-servorio de agua, consistente en un pozo capaz de suministrar
agua no sólo para saciar la sed del complejo humano, sino para mantener algunos
jardines en medio de aquel desierto. Los barrios llevan nombres de arqueólogos como
Bandelier, Uhle, etc. Chanchan cubre una superficie de 20 km2 y se cree que llegó a
albergar 50.000 habitantes. Cerca de la ciudad hay varios adoratorios, siendo los más
famosos la Huaca del Obispo y la Huaca del Dragón. Otras ciudades importantes de los
chimús son Pacatnamú y Purgatorio.
La cerámica chimú se hacía con moldes y es en general negra con brillo metálico. El oro
y la plata fueron finamente trabajados, produciendo las piezas más hermosas de todo el
Perú. El oro se trabajaba martillado y laminado y con él se hicieron vasos ceremoniales,
máscaras funerarias, lentejuelas e hilos para adornar los tejidos.
Murallas de Chanchan (Trujillo, Perú). Los muros de adobe que
rodean la ciudadela a lo largo de sus 20 km de extensión pueden
llegar a alcanzar hasta los nueve metros de altura. Un único acceso da
paso a un largo corredor decorado con relieves con motivos
geométricos y zoomorfos que conforma una compleja y sistematizada
red arquitectural de patios, casas, templos y depósitos de agua.
El reino colla
Hacia el 1200, en el Sur, rodeando el lago Titicaca, aparece el reino colla formado por
varios pueblos guerreros, producto de la disgregación de Tiahuanaco. Su cerámica es
muy variada y su arquitectura se caracteriza por fortalezas denominadas "pucaras".
Estas fortalezas son colinas naturales provistas de muros de piedra cortada; al parecer se
construyeron para detener el avance de los incas. Son sintomáticas de esta cultura las
torres chullpas, cámaras funerarias donde depositaban a sus muertos. Estas cámaras
tienen planta rectangular y son de adobe, usándose en ellas la falsa bóveda. Algunas de
estas chullpas, talladas en piedra, revelan la influencia inca, como en el caso de las de
Sillustani, que además, excepcionalmente, presentan planta circular.
Pucará de Tilcara, en la provincia de Jujuy,
Argentina
Torre
chullpa
Las culturas de Colombia y Ecuador
Las culturas más importantes de la actual Colombia son: los chibchas, los quimbayas y
el complejo de San Agustín. La cultura chibcha corresponde al grupo humano conocido
como "muisca" y sus restos aparecen en la zona de Boyacá. Su cerámica es pobre y su
arquitectura viene dada por casas circulares levantadas en torno a un poste. Fue un
pueblo avanzado en el conocimiento de la orfebrería, pues trabajó el oro y la "tumbaga"
o mezcla de oro y cobre, conociendo todas sus técnicas, como la cera perdida, el
laminado en frío y caliente, el repujado, etc. Los quimbayas superaron a los chibchas en
el trabajo de los metales, dejando innumerables piezas de oro de excepcional belleza;
son en particular interesantes las botellas finamente pulimentadas con aplicaciones de
filigrana, las máscaras y los pectorales.
La cultura de San Agustín, con más de trescientas esculturas en piedra, halladas en
varios yacimientos, es de singular importancia. Las tallas representan figuras humanas
en posición frontal, destacando en ellas los grandes ojos y los colmillos de jaguar.
Algunas muestran los pies de perfil.
Entre las culturas ecuatorianas destacan las de Esmeraldas y Manabí. La primera tiene
cerámica de vasos monocromos con grabados curvilíneos, la segunda es importante por
su escultura en piedra.
Ocarina de arcilla con forma de caracola (Museo de Cerámica,
Bogotá). Son muchos los instrumentos de viento encontrados en
yacimientos de Colombia con formas de caracola, ya que
servían como distintivo social y de rango jerárquico en el ajuar
que acompañaba al muerto en sus tumbas.
La cultura Nariño-Carchi
El nombre doble que recibe esta cultura es debido, en parte, a que se desenvolvió en una
zona que comprende el departamento de Nariño, en el extremo sur de Colombia, y la
provincia de Carchi, al norte del Ecuador. Esta división meramente territorial ha
dificultado las investigaciones y por esta misma razón escasea todavía una
documentación más amplia sobre una cultura muy rica que se desarrolló en esta región
aproximadamente desde el siglo VIII d.C. y que se caracterizó por ser una sociedad de
mercaderes, agricultores y pastores. Los hallazgos de hasta tres tipos diferentes de
cerámica, estrechamente vinculadas entre sí, se han encontrado a lo ancho de toda esta
región, por lo que han recibido, a su vez, las denominaciones de Capulí o Negativo del
Carchi, Tuncahuán del Norte o Piartal, y Tuza o Cuasmal, extendiéndose en un período
que va desde el 750 a.C. al 1500 d.C.
Hay que destacar la variedad de su trabajo artesanal, especialmente las esculturas
antropomorfas, entre las que sobresalen las figuras de hombres en banquillos, mujeres y
guerreros con sombreros alados. Por lo general suelen ser alargadas, sin una
correspondencia exacta con la anatomía humana, y se caracterizan por su actitud
hierática, inmutable, que las diferencia del resto de la herencia escultórica ecuatoriana.
Solían representar escenas domésticas y en muchos casos las estatuas de hombres
evidencian, por los carrillos abultados, que están mascando hojas de coca, por lo que
reciben el nombre de "coqueras". Los utensilios de cerámica tienen cuencos profundos
sobre una base baja y suelen estar decorados por el interior. Destacan las compoteras y
las ollas con pequeñas asas. Con frecuencia estos utensilios imitan la forma de los
animales de la región, especialmente los felinos. También hay que destacar los llamados
"platos del Carchi", expoliados de manera indiscriminada de los ajuares funerarios que
los integrantes de esta cultura solían depositar en pozos cilindricos de un metro de
diámetro. En estos ajuares también se incluían máscaras y otros utensilios de la vida
diaria.
En la cultura Negativo del Carchi destaca el acabado en pintura negativa. Recibe este
nombre porque los ornamentos en las piezas contrastan fuertemente con el fondo de
color rojizo en tanto que los márgenes tienen color negro. Las formas habituales eran
compoteras con pedestal y base anular, bandejas lenticulares, ollas, vasijas y las
notables ocarinas que no sólo imitaban la forma de un caracol marino sino que
reproducían un sonido muy parecido. La pintura negativa del Negativo del Carchi, que
es frecuente en el resto de culturas precolombinas del Ecuador, y la técnica metalúrgica
del dorado por fusión muestran los nexos que la arqueología de esta zona mantenía con
las culturas de los Andes centrales. El procedimiento de la pintura negativa consistía en
cubrir los diseños con una capa de arcilla, previamente diluida en agua, y luego se
sumergía la pieza en el pigmento negro. Posteriormente se quitaba la arcilla y se obtenía
un lustre por medio de resinas vegetales. Los motivos más comunes eran cruces,
círculos y rombos, distribuidos en sucesiones armoniosas, además de figuras de
personas, aves y animales.
Discos de oro con rostro felino (Museo del Oro, Bogotá).
Pertenecientes a la antigua cultura de Nari-ño, estos
abalorios de oro repujado revelan el estilo elaborado de sus
orfebres y el elevado conocimiento de las técnicas del
metal con que se trabajaron las dos piezas. De manera
supersticiosa se creía que, adornándose con los atributos de
un animal, el portador adoptaría las capacidades
sensoriales de éste.
Lo que hoy se conoce como el arte de la cerámica de los tairona pertenece a una época
más bien cercana a los años previos a la conquista, aunque sus orígenes se remontan a
unos mil años antes. Los tairona estaban asentados en la parte septentrional del actual
departamento de Magdalena, en la Sierra Nevada de Santa Marta, al norte de Colombia,
abarcando una amplia región que iba desde la costa atlántica hasta el macizo montañoso
separado de los Andes que la conforma. No sólo destacaron por su cerámica, sino por
sus trabajos en orfebrería, tallado de piedra y, de acuerdo a las investigaciones más
recientes, en la arquitectura. Se han localizado rastros de caminos enlosados, albercas,
alcantarillados, aljibes y amplias terrazas de cultivo, lo que indica el avance de su
horticultura, que se centraba en el cultivo de la batata, el maíz, la yuca y el algodón. Se
han llegado a distinguir hasta tres tipos de construcción a base de piedras redondas, lajas
delgadas y estructuras en forma anillada. Fue el descubrimiento, en 1976, de un
complejo arquitectónico a más de mil metros de altura sobre el nivel del mar lo que
reveló el grado de sofisticación de la cultura tairona. Conocida como la Ciudad Perdida,
este complejo estaba compuesto por decenas de terrazas, una de las cuales llega a cubrir
novecientos metros cuadrados. Estaban sostenidas por muros de piedra y contenían
capas de tierra fértil abastecidas por un sistema de irrigación de canales y zanjas. Se
estima que este complejo data de unos mil trescientos años a.C. y revela una concepción
integradora y de respeto frente al medio ambiente.
La alfarería de los tairona, de tanta calidad como la de los quimbayas, tenía una amplia
gama de motivos, tanto figuras antropomórficas como zoomórficas, que aplicaban a
urnas, rodillos y ánforas. Su cerámica se distingue por tres variedades de color: rojizo,
negro y habano o crema. En las vasijas y urnas de color rojizo destacan la técnica de
incisión de puntos y la impresión ungular. Además de estos detalles, añadían rostros
humanos que colocaban en la parte superior de las piezas. Esta cerámica se trabajaba
con técnica de espiral y en formas globulares, subglobulares y cilindricas. Utilizaban
como materia prima el desengrasante de arena fina y mica, que recubrían con engobe
fuertemente cargado de hierro.
La cerámica negra solía tener un uso ceremonial, por lo que abundan copas, vasos de
cuello alargado, vasijas globulares, alcuzas y silbatos. Tenían incisiones como
decoración, pero lo más destacado son las representaciones humanas -adornadas con
coronas, máscaras e insignias- y las cabezas pareadas de animales. Recipientes
tetrápodes, jarras y vasos cilindricos, decorados con líneas incisas que forman rejillas,
eran asimismo propias de la cerámica de tonos crema o habano. En los usos
ceremoniales tenían un protagonismo especial las representaciones de jaguares y
serpientes, así como figuras fálicas, ya que los tairona practicaban la homosexualidad en
sus rituales.
Silbato con figura antropomorfa. En la cultura tairona se utilizaban
algunos instrumentos musicales como complemento de la liturgia
ceremonial, generalmente cuernos, caracolas, silbatos y ocarinas. Este
silbato de cerámica con decoración Incisiva presenta la imagen de un
chamán, considerada la máxima autoridad religiosa de la sociedad
tairona. Los chamanes desempeñaban el rol de
curandero, de recitador de las leyendas, de maestros de ceremonias de
los bailes y de cantores de las fiestas sagradas. En sus actuaciones
públicas, el chamán siempre aparecía oculto tras una máscara zoomorfa
y coronado con plumas o atributos animales, y se les representaba
habitualmente de pie como ostentación de su poder social, tal y como ha
sido modelado en este silbato.
Tumaco-Tolita
La cultura sinú
Esta cultura -también conocida como zenú- se estableció en las hoyas hidrográficas
conformadas por los ríos Sinú, Cesar y San Jorge, en el departamento colombiano de
Córdoba. El antiguo Sinú comprendía tres regiones: el Finzenú, que incluía Tolú, San
Benito Abad, Ayapel y casi todo el Alto Sinú; el Panzenú, que se extendía hacia el este
entre el San Jorge y el Cauca; el Zenúfana, que se prolongaba en dirección sur hasta el
centro de Antioquia. Por las características etnológicas de sus obras, altamente
sofisticadas, se diferencian de las culturas caribes y se vinculan con los chibchas, de
manera especial con los quimbayas, de quienes se consideran sus antepasados. En la
actualidad algunos de sus remotos descendientes todavía pueblan la zona meridional del
Valle del Sinú. Desarrollaron una riquísima cultura alfarera, pero son notables por su
orfebrería afiligranada. Al estar regidos por matriarcados, son abundantes las
representaciones o idolillos de Venus desnudas caracterizadas por deformaciones
intencionales o bien ricamente ataviadas.
Una de sus piezas más representativas, propiedad del Museo del Marqués de San Jorge,
en Bogotá, es la llamada Maternidad Sinú. En ella se puede ver a una mujer de cabeza y
nariz grandes, con una vasija en la cabeza, que sostiene en brazos a su vastago. En la
cultura sinú el oro tenía un gran valor simbólico y lo utilizaban para el trueque. Poseía
para ellos una serie de virtudes, como la de augurar felicidad y permitir un contacto
mayor con sus dioses, por lo que sus enterramientos eran ricos en este material precioso.
Ha sorprendido la variedad del quilataje del oro que se ha hallado en sus entierros,
desde oro puro a oro ligado. Entre las incógnitas de esta cultura poco estudiada está el
no saber con exactitud si utilizaban oro de veta o de los ríos. Su técnica de fundición del
oro ha dejado rastros de huellas digitales, por lo que se infiere que, una vez ablandado el
mineral, plasmaban las piezas con los dedos, aunque otras teorías sostienen que tales
huellas formaban parte de los moldes de arcilla con los que trabajaban.
Maternidad Sinú (Museo de Cerámica, Bogotá). Son numerosas las
copas votivas con pedestal de columna que se encuentran en los
yacimientos de la antigua cultura sinú, y muchas son una representación
amable de la maternidad. En el período tardío, se acostumbró a deformar
ligeramente el cráneo de estas figuras, agrandándolos para aumentar
también la caracterización de los ojos y adornarlos con objetos que
acusen su rango social o su oficio. La cerámica sinú mostraba
habitualmente escenas de la vida cotidiana, incidiendo sobre todo en los
acontecimientos felices y también los más dolorosos, sean de nacimiento
como también de muerte.
Los Incas
La cultura incaica tiene su origen en la cuenca del lago Titicaca. Manco Cápac,
fundador de la dinastía, se estableció en el Cuzco hacia el siglo XI, influyendo sobre los
grupos del lugar. Tres siglos más tarde, el Inca Viracocha y su hijo Pachacutec
conquistaron antes a los chancas y después el Collao. Los incas avanzaron hacia el norte
sobre el imperio chimú y, después de conquistarlo, pasaron a la zona quiteña de
Ecuador. Los sucesores, Tupac Inca Yupanqui y Huaina Cápac, consolidaron la
conquista quiteña, incorporando en el sur el altiplano boliviano hasta el norte de
Argentina y Chile y avanzando por el Este hasta los llanos de Mojos, en la Amazonia
boliviana.
El Imperio fue dividido en cuatro partes: Chinchasuyo, Antisuyo, Contisuyo y
Collasuyo. Era un estado colectivista en que el producto económico, basado
principalmente en la agricultura, se dividía también en cuatro partes: inca y su familia;
sacerdotes y templo; viudas y huérfanos, y pueblo. La religión incaica, a partir de
Pachacutec, tiene por dios principal al Sol, al que siguen en importancia la Luna y el
Rayo. Las fiestas principales eran los días de los solsticios y equinoccios, siendo de
mayor importancia el Inti Raymi (21 de junio).
Los cultivos se realizaban en andanerías, aprovechando las laderas de las montañas; se
cultivó en ellas papa, coca, quinua y maíz, y en los llanos, algodón. Grandes rebaños de
llamas, alpacas y vicuñas proveían de carne y lana. El cuís o conejillo de indias
completaba la dieta alimenticia. Una amplia red de caminos favorecía las
comunicaciones y el correo se hacía mediante "chasquis" con relevos. Los "mitimaes" o
poblaciones trasplantadas favorecieron la colonización y estabilidad del Imperio.
Ante todo, los incas fueron grandes organizadores y constructores, destacando en su
cultura el trazado de ciudades y la calidad de sus edificaciones. Para los muros se
empleó la piedra, con arcilla o sin ella en las juntas, y para las cubiertas la madera. Las
construcciones presentan diversos tipos de aparejo: megalítico, que alcanza dimensiones
hasta de 5 X 5 m; poligonal, aprovechando la forma original de las piedras (en este caso,
la talla conserva los ángulos que suelen ser hasta doce o más); sillar; sillarejo;
manipostería ordinaria, y, finalmente, pirca, consistente en piezas pétreas colocadas
unas sobre otras. Los muros son en talud, y en los aparejos poligonal y megalítico el
ajuste de las piezas es perfecto. Los huecos para puertas y ventanas tienen forma
trapezoidal. Las cubiertas eran de paja sobre estructura de madera sujeta a los muros.
Los pavimentos, especialmente en los caminos, son de aparejo poligonal con gradas
para salvar los desniveles; los puentes son colgantes, con cables de fibra de magüey o
cabuya.
Los edificios más importantes son los templos, recintos rectangulares con una hilera de
puertas en uno de los lados mayores y en el interior nichos u hornacinas. En el centro, a
fin de sostener la cubierta a dos aguas, se alza un muro o fila de columnas. Los palacios
y edificios civiles se ordenan en torno a patios o "canchas". Templos, palacios y casas
se adaptan a la topografía del lugar, terminando a veces en muros curvos. Las fortalezas
tienen muros dobles o triples, de planta dentada.
La tradición religiosa incaica mantuvo para los sitios de veneración la arquitectura
rupestre de complicada simbología. En la mayoría de los lugares sagrados aparecen
construcciones talladas en la roca en forma de asientos, cuevas, ventanillas y
complicadas redes de desagüe. En los santuarios aparecen menhires aislados.
Las ciudades, por su trazado, pertenecen a dos categorías: aquellas que fueron
evolucionando a través del tiempo, como Cuzco, y las que responden a una
planificación, como Ollantaytambo, Machu-picchu, etc.
Piedra de los doce ángulos (Palacio de Hatunrumiyoc, Cuzco). El sillar
del palacio de Inca Roca es un ejemplo de la paciencia, la obstinación y
la perseverancia del pueblo inca para enfrentarse con las empresas más
difíciles. En su complicado encaje de ángulos irregulares se han
empleados bloques de piedra de formas desiguales consiguiendo no
obstante un ajuste perfecto. Todos los sillares coinciden unos con otros
con asombrosa precisión milimétrica y se ensamblan con tan sólida
estabilidad que no se ha necesitado argamasa para su construcción.
La capital del Imperio fue la ciudad de Cuzco, cuyo núcleo primitivo data de los
comienzos de la cultura incaica y comprende edificios antiguos como el Collcampata o
palacio de Manco Cápac, en la ladera de Sacsahuamán, con largos muros de aparejo de
mampostería y vanos trapezoidales. En la parte central de la ciudad, creada por
Pachacutec, se hallaba la plaza de Huacapata (550 m de largo por 250 m de ancho),
atravesada por el río Huatanay; sobre esta plaza estaba el palacio del mencionado Inca o
Cesana, la casa de las Aellas o Vírgenes del Sol, de la cual quedan algunos muros, y el
Amarucancha o palacio de Huaina Cápac.
El edificio más importante de la ciudad era el templo del Sol o Coricancha, sobre el que
se construyó posteriormente el convento de Santo Domingo. Parte de este templo se
conserva, evidenciándose su planta rectangular terminada en curva, donde las puertas se
abren en uno de los lados mayores. Adjuntas están las capillas de la Luna, de Venus, del
Rayo y de las Estrellas, que son recintos rectangulares con hornacinas y una sola puerta.
La cubierta del Coricancha era de madera y paja, y una parte de sus muros se hallaba
recubierta con láminas de oro. En 1534, los españoles encontraron el disco solar que era
de este metal.
Edificio notable, por la perfección de su aparejo, es el Hatunrumiyoc o palacio de Inca
Roca, en cuyo muro principal se halla la famosa piedra de los doce ángulos.
La fortaleza de Sacsahuamán está situada sobre una gran explanada, frente al Rodadero,
en la montaña que domina la ciudad. Tiene tres líneas de murallas, en diente de sierra,
formadas por aparejo me-galítico; en el centro se halla un torreón circular, que
constituía la torre de homenaje y última defensa de la fortaleza, con doble hilera de
recintos y patio central circular.
A 68 km al noroeste de Cuzco se yergue, sobre una ladera, la ciudad de Ollantaytambo.
Está rodeada por una muralla de cuatro a seis metros de altura, en la que se abre un
pórtico de piedra que sirve de entrada; en el interior destaca un edificio de muros
poligonales con hornacinas. Llama la atención la enorme mole megalítica de seis
piedras perfectamente ensambladas (3,65 m de altura). En la parte alta hay dos
monumentos rupestres: "el trono de la princesa" y el "altar del Inca". El barrio de
viviendas, construido mediante el sistema de canchas, está trazado en forma de damero
en torno a una plaza.
Pisac está a 62 km al norte de Cuzco, sobre la margen derecha del río Vilcanota. Situada
sobre una montaña, es accesible sólo a través de un largo camino que asciende mediante
escalinatas entre an-danerías agrícolas. En la parte superior, y rodeadas de murallas y
plazuelas, se hallan varias construcciones religiosas, entre las que destaca el Intihuata-
na, de forma troncocónica. Todos los edificios tienen aparejo de sillares.
Treinta kilómetros al sur de Cuzco se halla Pikillacta, que tuvo como función ser un
gran almacén de granos y guarnición militar. Situada sobre una falda inclinada, a orillas
del río Huatanay, tiene forma rectangular (770 X 680 m). Las calles, muy regulares, se
cortan en ángulo recto. Dos plazas, una mayor para la descarga del grano y otra cívica
en torno a la cual se agrupaban las viviendas, constituyen los únicos espacios abiertos;
el resto está ocupado por las cólicas (secaderos de grano) y silos. La existencia de una
muralla perimetral da cuenta de su calidad militar.
Tambomachay, muy próxima a Cuzco, parece ser un lugar destinado al culto del agua;
consta de dos cuerpos de sillar pulimentado, adosados a la montaña, sobre los que
continuamente cae el agua. Pucapucara es una pequeña fortaleza construida de piedra
sencilla, que protege uno de los accesos a Cuzco.
Muy cercano a Cuzco está el Kenko, santuario rupestre de singular importancia. Consta
de un semicírculo levantado en torno a un intihuatana, o menhir, siendo la construcción
de piedra pulimentada con nichos, donde probablemente se colocaban momias para ritos
funerarios. Esta edificación está junto a una gran roca en la cual se han tallado escalones
y un complicado sistema de canales con símbolos; debajo existe una cámara sagrada
subterránea.
El complejo de Chincheros, al norte de la capital, tiene una serie de edificios entre los
que se distingue un templo con muros pulimentados que sirvieron de base a la iglesia
virreinal. Lo más interesante es la parte rupestre, constituida por grandes rocas a través
de las cuales se abre una puerta. En ella hay un sistema de canales y escalones tallados
en la piedra. El conjunto, como es usual, está rodeado de an-danerías agrícolas.
Moray, cerca del pueblo de Maras, es una estructura arquitectónica muy original,
compuesta en forma de anfiteatro. De planta circular, está constituido por andanerías en
profundidad. El conjunto tiene 209 X 147 m y una profundidad de 150 metros.
Aunque un poco alejado, también deberá considerarse en el complejo cuzqueño, el
templo de Viracocha, cerca del pueblo de Cacha, que es el mayor del Imperio. De forma
rectangular (105 X 26 m), tiene una estructura de cuatro naves; en el centro se alza un
elevado muro de adobe de 12 m de altura, con cimiento de piedra y en el que se abren
puertas y ventanas; a los costados, dos hileras de columnas del mismo material
sostenían una cubierta de madera y paja. Junto al templo se hallan las habitaciones
sacerdotales en torno a canchas. Las viviendas del pueblo son de planta circular
alineadas de diez en diez. Es posible que en esto se mantenga una estructura urbana
preincaica.
Otras ciudades
La estela Raimondi
Entre los años 1200 y 300 a.C. se desarrolló, en las altas montañas del norte del Perú, un
estilo que tuvo su foco de origen en un pequeño pueblo llamado Chavín de Huantar,
situado en el valle del río Monza, que se convirtió en un centro religioso -y sin duda
económico- de primera importancia, y que alcanzó su punto álgido entre los años 800 y
500 a.C.
El estilo de Chavín fue una de las primeras manifestaciones artísticas más
espectaculares del mundo andino y uno de los grandes estilos del Perú antiguo. Gracias
a las exploraciones llevadas a cabo por el arqueólogo peruano Julio C. Tello a partir de
1919, los restos de esta civilización adquirieron la importancia y originalidad que
merecían, visitadas y descritas ya desde el siglo XVI. Según Tello, Chavín había sido la
cuna de una cultura ancestral, de la que habrían salido todas las otras culturas
prehispánicas del país peruano.
El estilo artístico de esta zona se refleja muy bien en las estelas conservadas, donde el
relieve adquiere una gran riqueza y significación, aunque en su mayoría con escenas de
difícil interpretación. Una de las obras más importantes es la Estela de Raimondi que,
junto al conocido Obelisco Tello, es una de las piezas maestras de esta cultura. El
monolito Raimondi fue el primer objeto de estilo Chavín que se dio a conocer, y por su
complicada decoración metafórica probablemente pertenece a la fase final.
Aunque su emplazamiento original es incierto, de acuerdo con algunos relatos de las
gentes locales, estaba en la terraza oeste de un gran templo, un santuario de
complicadísima planta, cerca de la plaza hundida, hasta que se lo llevó a Lima, en 1874,
el geógrafo y naturalista italiano Antonio Raimondi, del que toma su nombre.
Se trata de una losa de forma rectangular tallada por una de sus caras y cubierta por un
relieve de elevada complejidad. La figura central es un ser antropomorfo, situado de pie
y frontalmente, que podría corresponder a la divinidad a la que se rendía culto en el
Templo Nuevo o Pirámide Mayor, y que en un momento dado se hizo incluso más
importante que el "Dios Sonriente".
Es una divinidad de rostro draconiano y cuerpo humano cuyos pies acaban en garras de
rapaz. Tiene un aspecto felino, más si observamos las comisuras de la boca vueltas
hacia abajo y con colmillos. Mantiene los brazos abiertos y sostiene en cada mano
largos cetros. Al llevar estas especies de barras ceremoniales, la supuesta divinidad
recibe el nombre de "Dios de los Bastones" o "Dios de las Varas". La figura ocupa un
tercio de la altura total de la piedra, cubriéndose el resto con un elaborado dibujo que
puede referirse al cabello. Esta enorme cabellera está compuesta por numerosas volutas,
imágenes de serpientes y rostros de jaguar que acaban llenando toda la superficie.
A rasgos generales, la estela acoge las características propias de su cultura, pues como
otras piezas, está realizada en piedra grabada, donde se muestra un personaje con
apariencia más o menos humana y en relación con el jaguar. Además, se emplea una
especie de lenguaje metafórico, que aunque es fácil de reconocer, es, por el contrario,
difícil de interpretar.
La estela mide 1,98 metros de altura, 7,4 metros de anchura y 1,7 de espesor, y se
conserva en el Museo Nacional de Antropología y Arqueología de Lima, en Perú.
El Señor de Sipán
Por desgracia, se han perdido muchas muestras del arte mochica por culpa de los
saqueos que han sufrido los yacimientos. En todo caso, a finales de la década de 1980
un increíble descubrimiento vino a arrojar luz sobre esta importante cultura que fue la
mochica. En la región de Lambayeque, muy cerca del pueblo de Sipán, se halló una
magnífica tumba real. Y en ella se encontraron en un perfecto estado de conservación
numerosos objetos con los que se acompañó el entierro de este ya famoso guerrero y
gobernante que fue el Señor de Sipán.
Así, gracias a los atuendos con los que fue enterrado se sabe que era el gobernante de su
pueblo y que además estaba considerado como un ser semidivino. Prueba de ello es que
muchos de los objetos que se han localizado en su tumba tienen un significado
claramente religioso para la cultura mochica, como nos lo confirman otros yacimientos.
Es el caso, por ejemplo, de las orejeras con el ave sagrada
ya vistas en el ritual de la purificación mochica y la túnica de placas metálicas que se
había conocido en las representaciones de la danza con soga.
Por otro lado, el Señor de Sipán fue enterrado con el mismo lujo y esplendor que
caracterizó su vida. En el centro de la cámara funeraria se encontró el sarcófago del
Señor, mientras que a su alrededor, una multitud de objetos, varios sirvientes y un niño,
como símbolo de la regeneración, le acompañaron en su último viaje.
La llamada Puerta del Sol del Kalasasaya es el monumento más característico del
extraordinario conjunto monumental de la civilización tiahuanacota.
La ciudad arqueológica de Tiahuanaco, al igual que Teotihuacán o Tikal, contenía un
gran centro ceremonial, del que, a pesar de los intentos que se han hecho por
reconstruirlo, se conserva muy poco en la actualidad. Con todo, se pueden distinguir
varios núcleos importantes, el más famoso de los cuales lo constituyen los restos de
Kalasasaya, llamado "palacio de justicia", que representa un edificio de planta
rectangular de
130 x 135 metros, de cuyo perímetro únicamente se conserva en la actualidad una serie
de monolitos verticales, los cuales, posiblemente, son restos de un muro antiguo. Es en
su interior donde se sitúan dos monumentos de gran interés en la escultura tiahuanacota:
el conocido con el nombre de El Fraile, que representa una figura humana de caracteres
hieráticos y la Puerta del Sol.
La Puerta del Sol fue colocada en el lugar que ocupa hoy, el ángulo noroeste, en época
muy reciente, hacia 1903 o 1904, y seguramente cambió de lugar otras veces. Es
probable que se tratara de la entrada de un gran templo, desaparecido ya hace muchos
años. Se trata de una pieza tallada en un solo bloque de lava andesítica, de 3 metros de
altura por 4 metros de anchura, en la que se ha excavado una puerta sobre la cual hay
esculpido un relieve llano, cuyo dibujo recuerda a los tapices de esta misma época.
En el centro se encuentra una figura humana de frente, con gran cabeza cuadrada,
rodeada de rayos y con amplio y complicado pectoral, en cuyas manos se observan algo
que asemeja a dos cetros decorados con cabeza de ave. Los bordes de su ropaje están
adornados con cabezas humanas reducidas. La figura central de la portada está
ornamentada como corresponde a una deidad suprema. Lleva en las manos emblemas de
poder; en la boca colmillos prominentes. Se ha querido ver en esta imagen al dios Sol,
porque su rostro, de mirada fija despide rayos en todas las direcciones, terminados en
una cabeza de animal.
A ambos lados de esta figura hay cuatro filas, dos de las cuales representan seres
humanos alados con grandes ojos, con una rodilla doblada y coronas dentadas en sus
cabezas, y las otras dos, figuras de aves con piernas humanas y cabezas de águila,
avanzando hacia la divinidad central, como para rendirle homenaje.
Posteriormente, algunos elementos de la iconografía de la Puerta del Sol aparecerán en
la decoración cerámica y en los tejidos del período expansivo de Tiahuanaco, en todo el
Perú y parte de Bolivia; pero adoptando distintas forma y variantes locales.
Estos relieves han sido motivo de muy diversas interpretaciones por parte de los
investigadores. Se han dado innumerables hipótesis, siendo la más probable la de que
simbolicen fenómenos cósmicos, una representación de tipo calendárico o cronológico,
al estilo de los mayas. No obstante su significado, la Puerta del Sol, con su extraña
iconografía de ritmo geométrico y con el convencionalismo de sus cuarenta y ocho
figuras alineadas en posición de acatamiento al Ser Supremo, es el símbolo de
Tiahuanaco.
Pachacutec Inca Yupanqui
Pachacuti o Pachacutec Inca Yupan-qui fue uno de los soberanos más importantes del
pueblo inca. Hijo menor de Viracocha, que había ampliado considerablemente los
límites del Imperio, Pachacutec murió en el año 1471 y gobernó desde el año 1438. En
ese tiempo, consiguió importantes logros militares, y entre ellos el más destacable es,
sin lugar a dudas, el hecho de que arrebatara Cuzco de manos de los chancas.
Una vez que subió al poder, coronado Sapay Inca, continuó con sus exitosas campañas
militares, pues, por ejemplo, llevó las fronteras del Imperio hasta el lago Titicaca. Para
dominar tantos territorios conquistados, Pachacutec optó por reprimir cualquier intento
de disensión que pudiera darse en alguno de los más de 500 pueblos que tenía bajo su
poder. De este modo, no dudó en ahogar a sus subditos con un rígido sistema de
impuestos y, asimismo, deportaba lejos de su pueblo de origen a cualquiera que
mostrara signos de rebeldía.
Por otro lado, aparte de su labor militar y represora, dotó a las ciudades que anexionaba
de la moderna estructura administrativa inca. Aunque, siempre con el objetivo de no
dejar escapar un ápice de poder en beneficio de los pueblos conquistados, los
gobernantes de las ciudades asimiladas debían ser incas formados en Cuzco, la capital
del Imperio. Asimismo, se considera que Pachacutec fue el impulsor de que se adoptara
el eficaz sistema de cultivo por terrazas, propio de la agricultura inca.
Genealogía del Incario, detalle. (Gent Magazine, Mayo de 1752). En este
grabado de una antigua publicación del siglo XVIII se han incluido los
retratos de seis notables incas, cada uno ataviado con un sombrero, un
hacha y una tablilla que denotan su condición jerárquica.