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Augusto de Prima Porta (Copia de h. 14 d.C. de un original del 20


a.C., Museos Vaticanos, Roma).

Este retrato del Emperador Augusto consigue aunar tradiciones aparentemente


contradictorias como son la griega, la romana y la oriental además de conjugar
la escultura exenta con el relieve.

En primer lugar, es importante resaltar la similitud de esta estatua con el


Doríforo de Polícleto, ambas figuras llevan una lanza o «dory» cuyo peso dota al
cuerpo de un suave contraposto, ambas también marcan un movimiento en
potencia, un movimiento apenas iniciado que contribuye a dotar a la escultura
de realismo.

Por otra parte, en el rostro observamos que, si bien es un retrato individual, al


igual que el cuerpo está idealizado, asumiendo una perfección simbólica del
rango que ocupa el retratado. Tanto el dinamismo de los pliegues del manto
como el gusto por los detalles menores y alegóricos nos remiten al Helenismo.

Propiamente romano, son el brazo levantado en señal de arenga, como en el


orador Aulo Metelo y el realismo con que se reproducen los materiales de la
coraza. Pero es sobre todo el carácter militar de la figura, que se presenta ante
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todo como un hombre de acción en la tradición de César, caudillo o jefe de la


milicia, que tienen los primeros emperadores romanos.

En cuanto a la influencia oriental, más tamizada, habría que buscarla en el


tamaño de la estatua mayor que el natural y en la divinización de la que está
imbuida la figura del emperador, que al principio permitían que se les rindiese
culto exclusivamente en las provincias orientales dónde estaba arraigada la
creencia del rey-dios, pero cuya incorporación en la política y la sociedad
romana daría pie luego a todos los excesos.

Esta estatua marca un momento extraordinario de equilibrio y asimilación de


todas las tendencias y culturas que formaban parte del Imperio romano.

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