Está en la página 1de 7

I.

La intervención administrativa

En primer lugar es preciso recordar que tal como lo tiene previsto el art. 299 de la LSC, las sociedades anónimas, además
del control de constitución, quedan sujetas a la fiscalización de la autoridad de contralor de su domicilio, durante su
funcionamiento, disolución y liquidación, en cualquiera de los siguientes casos: hagan oferta publica de sus acciones o
debentures; tengan capital social superior a diez millones de pesos, monto éste que podrá ser actualizado por el Poder
Ejecutivo, cada vez que lo estime necesario; sean de economía mixta o se encuentren comprendidas en la sección VI
(sociedades anónimas con participación estatal mayoritaria); realicen operaciones de capitalización, ahorro o en
cualquier forma requieran dinero o valores al público con promesa de prestaciones o beneficios futuros; exploten
concesiones o servicios públicos; o se trate de sociedad controlante o de controlada por otra sujeta a fiscalización,
conforme a uno de los supuestos anteriores.

La fiscalización está a cargo de la autoridad de contralor del domicilio de la sociedad, que, por ejemplo, en jurisdicción
de la provincia de Salta realiza la Inspección General de Personas Jurídicas, de conformidad con su ley orgánica. Como la
LSC establece una categoría excepcional de sociedades sometidas a un control también excepcional, la enumeración
contenida en el art. 299 debe entenderse taxativa, y el control para ellas previsto aplicable solamente a un caso
particular, en cuyo supuesto el control no es ya limitado para la verificación del cumplimiento de los requisitos legales y
fiscales en el acto constitutivo y sus modificaciones, sino que se amplía a todo el funcionamiento de la sociedad,
comprendiendo todos los actos de la vida societaria (1).

La jurisprudencia ha reiterado que la "fiscalización estatal permanente" se encuentra regulada en términos generales por
el art. 299 y ss. de la LSC, y dentro de ese régimen se halla establecido el principio de apelabilidad de las resoluciones de
la autoridad de contralor; es decir, está consagrada la revisabilidad judicial del acto administrativo producido por el
órgano de contralor (art. 306, LSC) (2).

Nos interesa indagar aquí el alcance del supuesto que la LSC reconoce como explotación de concesiones o servicios
públicos. En efecto, involucra a toda sociedad anónima que goce de privilegio del Estado, concesión o servicio público,
sujetándose al régimen de fiscalización permanente de la autoridad de contralor. En realidad, estas sociedades anónimas
están sometidas a fiscalización permanente en razón de su objeto (v.gr., concesión de líneas de transportes, licencias
para explotación de una emisora radial o canal de televisión, etc.) y no de su dimensión, pues muy bien puede tratarse
de una sociedad anónima cerrada o de familia.

Téngase presente que por res. IGPJ 3173/73, Capital Federal, se había declarado que las actividades de las sociedades
anónimas permisionarias o arrendatarias de espacios en la zona portuaria, utilizados para depósitos o almacenaje de
mercaderías, no se encuentran comprendidas en el régimen de fiscalización permanente del art. 299, inc. 5°, de la LSC,
probablemente por entenderse que dicha explotación no configura una concesión o servicio público.

Ahora bien, deviene el siguiente planteo. Las contrataciones realizadas por una sociedad anónima, con algunas
reparticiones del Estado provincial, para la prestación a éstas de un servicio consistente en el proceso de
sistematización, custodia y conservación de los documentos, no limitándose a la simple guarda de una cosa, habilita a
afirmar, como, en un caso, lo expresara el propio Estado provincial, que por su contenido, naturaleza y alcance solo se
trate de un "Depósito", ya que existen prestaciones que integran su objeto cuyas características son de importancia
similar o superior a la mera guarda o conservación de los expedientes, bajo obligaciones de hacer y no hacer. Ello así, no
sería desacertado concluir que tal prestación se involucraría en lo que en el art. 299, inc. 5°, LSC, considera como
explotación de concesiones o servicios públicos. Si este razonamiento fuera reputado de inconsistente, o al menos
discutible, aun restaría por hacer aplicación de la extensión de la fiscalización estatal limitada que prescribe el art. 301
de la LSC en cuanto que la autoridad de contralor podrá ejercer funciones de vigilancia en las sociedades anónimas no
incluidas en el art. 299, LSC, en cualquiera de los siguientes casos:

1°) Cuando lo soliciten accionistas que representen el diez por ciento del capital suscripto o lo requiera cualquiera
síndico. En este caso se limitará a los hechos que funden la presentación.

2°) Cuando lo considere necesario, según resolución fundada, en resguardo del interés público.

Además, de tener presente la facultad de los accionistas que representen el 10% del capital suscripto para poder
peticionar de la autoridad de contralor el ejercicio de funciones de vigilancia permanente (3), interesa particularmente
el segundo supuesto de extensión de la fiscalización ("resguardo del interés público"), oportunamente reafirmado por la
jurisprudencia (4). La falta de firmas en balances que figuran como aprobados y la existencia de folios en blanco tipifican
la inobservancia por la sociedad de disposiciones legales que son de orden público. Por ello, resulta procedente que la
IGJ, ejerciendo las atribuciones que le confiere el art. 301 de la LSC, adopte medidas para fiscalizar el interés público
que pudiera verse afectado (5), e intervenir en todos aquellos casos en que se afecte el interés público, especialmente
cuando la sociedad no ha cumplido disposiciones específicamente societarias (v.gr., falta de presentación de ejercicios
económicos); lo precedente habilita a adoptar la medida prevista en el art. 301, inc. 2°, de la LSC: extender la
fiscalización permanente en los términos del art. 299 (6).
La importancia de esta fiscalización permanente se proyecta en las facultades que tiene la autoridad de contralor para
solicitar al juez del domicilio de la sociedad competente en materia comercial (art. 303, LSC):

1°) La suspensión de las resoluciones de sus órganos, si las mismas fueren contrarias a la ley, el estatuto o el reglamento.

2°) La intervención de su administración en los casos del inciso anterior cuando ella haga oferta pública de sus acciones
o debentures, o realice operaciones de capitalización, ahorro o en cualquier forma requiera dinero o valores al público
con promesa de prestaciones o beneficios futuros y en el supuesto del art. 301, inc. 2°, LSC.

La intervención tendrá por objeto remediar las causas que la motivaron y si no fuere ello posible, disolución y
liquidación.

3°) La disolución y liquidación en los casos a que se refieren los incs. 3°, 4°, 5°, 8° y 9° del art. 94, LSC, y la liquidación
en el caso del inc. 2° de dicho artículo.

Pues bien, la autoridad de contralor está facultada por esa norma a solicitar al juez del domicilio de la sociedad
competente en materia comercial, la suspensión de las resoluciones de sus órganos, la intervención de su administración
y la disolución y liquidación en los casos allí previstos. Esta facultad puede ejercerla en las sociedades anónimas del art.
299, LSC (abiertas) o en las sociedades anónimas cerradas o de familia del art. 301, LSC, a las que se extendió la
fiscalización estatal limitada del art. 300, LSC. La adopción de la medida debe interpretarse restrictivamente a los casos
indicados concretamente en la norma societaria y sólo cuando se den las condiciones especificadas en ella, pues no hay
que olvidar que la atribución conferida a la autoridad de contralor tiende sólo a que se rectifiquen los actos viciados y a
que se salvaguarde el interés público.

II. La intervención judicial

a) Caracterización de la figura: El instituto de la intervención judicial, en el supuesto que venimos examinando, se erige
como una de las posibilidades aplicativas más acordes con los conflictos societario que exhiben algunas sociedades
anónimas, pero como se trata de una medida extrema y grave no solo para la sociedad sino también para sus accionista
y, también, terceros vinculados con el ente, resulta plausible formular aquí una brevísima explicación sobre su
caracterización y alcances. Veamos:

1.- Jerarquía de las normas de aplicación en materia de intervención judicial. Las disposiciones del Código Procesal
relativas a la intervención judicial se aplican subsidiariamente de la ley sustancial o de fondo (Ley de sociedades
comerciales), y sólo respecto de las normas procesales allí contenidas, las que deberán respetarse jerárquicamente en
armonía con el principio de congruencia, la conservación de la empresa y, fundamentalmente, el interés jurídico
tutelado: el interés social.

2.- Razones de su regulación. La intervención judicial es impuesta en la normativa de fondo como consecuencia de
conflictos societarios suscitados con alguna frecuencia, afectando los intereses no sólo de los socios sino también de la
sociedad, que protagonizan los administradores de ésta, procediendo así su remoción, restricción de facultades o control
de sus funciones, lo que opera inescindiblemente con el importante sistema responsabilizatorio contenido en la LSC.

3.- Medida precautoria y contracautela. La intervención judicial reviste el carácter de medida precautoria, y como tal
obedece a la necesidad de proteger un derecho que todavía no es cierto, líquido y consolidado, sino tan sólo probable y
aun dudoso, esto es, un derecho incipiente. Es también provisional, pues la resolución que se adopta no causa estado,
entroncando con la excepcionalidad de la medida (como límite esencial) y la prudencia con la que debe ponderarse, no
sólo por razones jurídicas, sino también empíricas, dado lo que significa interferir en la vida de las sociedades. Se la
dispone inaudita parte con una fundamentación sumaria, por lo que la exigencia de una contracautela —que debe
satisfacerla quien solicita la intervención— se explica, precisamente, por tratarse de una medida cautelar conducente a
garantizar al demandado el resarcimiento del daño que tal medida pudiera ocasionarle si posteriormente se estableciera
que se la había pedido sin derecho, y además porque se la decreta inaudita parte. La contracautela —que el juez deberá
apreciar— se adecuará a las circunstancias del caso, a los perjuicios que la medida cause a la sociedad y a las costas
causídicas, sin olvidar la gravedad del peligro, la actuación de los administradores, la verosimilitud del derecho y el tipo
de intervención solicitada. Ello así, con frecuencia la caución juratoria no resulta suficiente, prevaleciendo la prestación
de una caución real, discutiéndose también si puede aceptarse como contracautela las propias acciones de la sociedad.

4.- Concepto de intervención judicial. Se trata de una medida cautelar adoptada en mérito a la potestad judicial dirigida
a proteger los derechos del socio y de la sociedad mediante la intromisión o control de un órgano jurisdiccional dentro
del órgano administrativo, por una persona (interventor, coadministrador o veedor) auxiliar del juez, restringiendo así el
derecho a la libre gestión patrimonial. Es un instituto rodeado de características singulares, erigiéndose como medida
cautelar de excepción a la cual puede recurrirse una vez agotada todas las posibles instancias para conjurar el peligro
potencial que provendrá de acciones y omisiones.

5.- Requisitos. El art. 114, LSC, en concordancia con el art. 113, requiere para la procedencia de la intervención judicial
que se acredite la condición de socio, la existencia del peligro y su gravedad, el agotamiento de los recursos acordados
por el contrato social, que se promovió la acción de remoción, lo que deberá demostrarse sumariamente, apreciando el
juez su procedencia con criterio restrictivo. Además del socio, la autoridad de contralor (IGJ) está procesalmente
habilitada para peticionar al juez del domicilio de la sociedad (competente en materia comercial) la intervención de las
entidades que fiscaliza. De igual manera, hay otros supuestos de legitimación activa, como el del integrante de una UTE
(reposición de un control informativo), el del síndico societario y, a veces, el de un tercero.

La existencia del peligro y su gravedad no considera intenciones o motivaciones, sino hechos concretos que hubieren
provocado o puedan provocar perjuicio a los intereses que deben tutelarse, incluyendo el peligro en la demora que
deberá ser grave, cierto, próximo, actual y relativo al interés objetivo de la sociedad.

En cuanto al agotamiento de los recursos, importa agotar los recursos acordados por el contrato social, lo que ha dado
lugar a numerosos pronunciamientos declarando la improcedencia de la intervención, por un lado, y dando lugar a la
petición cautelar, por otro lado. Creemos que en los casos denegatorios de la cautelar prevaleció un criterio de
prudencia respetando el contenido sustancial de la LSC y no entrometiéndose en su espíritu de libertad reglamentada
queriendo dirimir conflictos societarios a cargo de los mecanismos internos previstos en su normativa.

6.- El criterio restrictivo. Este criterio de apreciación de la cautelar —impuesto por el art. 114, LSC—, en nuestra
opinión, no merece lucir como excesivo, asistemático o arbitrario, toda vez que significa apreciar con prudencia los
medios justificativos de la medida, evitando generosas interpretaciones y constatando la violación al interés social o a las
normales legales y estatutarias, no pudiendo importar una injustificada intromisión en los negocios sociales. Sin entrar a
debatir el problema del abuso de las mayorías y de las minorías, una apreciación generosa llevaría al juzgador a lesionar
la trama de la LSC imponiendo un sistema autoritario no pocas veces arbitrario, con la consiguiente afectación de la
seguridad jurídica. Esta flexibilidad interpretativa que algunos la preconizan, sólo será posible ejecutarla si se modifica
la LSC, eliminando el requisito del "peligro grave", el agotamiento de los recursos acordados por el contrato social, la
promoción de la acción de remoción y, finalmente, que el juez no esté obligado a apreciar la procedencia de la
intervención con criterio restrictivo.

7.- Procedencia de la intervención. La jurisprudencia argentina ha sido muy prolífera en expedirse sobre cuándo es
procedente que la autoridad resuelva la intervención judicial en sus distintas especies (intervención propiamente dicha,
coadministración y veeduría); bagaje de antecedentes útiles y valiosos que no deberían disociarse del principio básico del
peligro grave aludido en 5. y 6. precedentes, y que nos permitimos discriminar en los siguientes grupos:

a) Irregular funcionamiento del órgano de administración.

b) Divergencia entre los socios, que reconoce las subespecies de: desarmonías y divergencias; retiro de confianza;
discrepancia de administradores de varias sociedades; administración conjunta; obstruccionismo deliberado;
incumplimientos contractuales recíprocos; y multiplicidad de litigios.

c) Irregular funcionamiento del órgano de gobierno.

d) Irregularidades administrativas, distinguiéndose los actos perjudiciales; vicios en la constitución de una sociedad
anónima; incumplimiento de la constitución definitiva de la sociedad; "vaciamiento" patrimonial; negocios ruinosos;
trabas a resoluciones judiciales; omisión de la convocatoria a asamblea; irregularidades cometidas por el presidente de la
sociedad; e impotencia directorial.

e) Protección del status socii, que se refiere al ejercicio pleno de los derechos sociales; la reticencia de la sindicatura;
los herederos del socio fallecido; la titularidad de acciones; y el cumplimiento de un contrato de compra de acciones.

f) Salvaguarda del interés social y del principio de conservación de la empresa.

g) Irregularidades contables

h) Carencia de otra medida precautoria eficaz.

8.- Clases de intervenciones. La normativa societaria reconoce tres clases de intervenciones: la de un mero veedor, que
no desplaza la administración social natural; la de un coadministrador, que concurre con ésta; y la de un administrador,
que produce la remoción del órgano de administración.

El veedor no es administrador ni participa con actos en la tarea del órgano respectivo; no integra ni total ni parcialmente
el órgano de administración, no maneja la sociedad ni puede tomar medida alguna que no sea de control de este órgano.
Generalmente tiene como misión asegurar la integridad del patrimonio societario y el acceso de los socios a su
conocimiento, supervisando la legalidad y regularidad en el manejo de fondos.

El coadministrador es una subespecie de la administración conjunta (en el caso, con los administradores societarios);
luego, su designación no importa el desplazamiento de los órganos societarios, debiendo adecuar su gestión a las
siguientes premisas: a) puede realizar todos aquellos actos autorizados a los gerentes, juntamente con uno cualquiera de
ellos; b) debe cuidar la observancia estricta de las normas legales (como las fiscales); c) debe preservar los fondos
sociales empleando cuentas bancarias; d) debe cuidar que la contabilidad de la empresa sea debidamente llevada; e)
debe evitar disponer de bienes y fondos sociales como no sea para erogaciones del giro ordinario.

En el caso del administrador provisional el juez remueve provisionalmente a los administradores societarios, importando
así una interdicción judicial a la marcha de la sociedad y al funcionamiento de sus órganos. Dicho administrador debe
actuar en interés de la sociedad y en beneficio de los socios. Se trata de la medida más grave, por lo que el juez ha de
extremar los cuidados en cuanto al riguroso cumplimiento de los requisitos para la procedencia de la medida, la que
concedida, cuidará el alcance de las atribuciones que le asigne; pero no consistirá en una enumeración genérica sino
específica conexa con la causa determinante de la cautelar. Ya en funciones también deberá cuidar que su desempeño no
entorpezca la regularidad de la administración social, actuando con cautela y prudencia sin despreciar posibles consultas
con las autoridades sociales y con el juez, a la vez cuidando que los socios tengan la plenitud del ejercicio de sus
derechos. Entre las facultades que se le reconoce están la de regularizar la marcha de la sociedad; realizar gastos,
compras y ventas; convocar a asambleas; vigilar la contabilidad y bienes del ente; y llevar cuenta de entradas y gastos.

9.- La figura del interventor. Es aconsejable que la designación de un interventor judicial recaiga en un extraño no socio,
en lo posible con el título de abogado o contador público si prevaleciera el control de la contabilidad, no desdeñándose
que se elija una persona con conocimientos acordes con la naturaleza de los bienes o actividades en que intervendrá.

La justicia no debe constituirse en revisora directa de cuanta decisión administrativa adopte el interventor, pues no es
supervisable aisladamente cada acto suyo; tampoco su conducta, en el ejercicio del cargo, puede quedar sometida a la
deliberación de los socios, sino que los cargos deben proponerse al juez que lo designó. Ello así, el juez puede disponer
su remoción, especialmente cuando surgen indicios ciertos de que su labor no guarda absoluta imparcialidad respecto de
todas las partes interesadas.

La LSC no prevé su régimen retributivo, por lo que ha de estarse a lo resuelto por la jurisprudencia, doctrina y normas
procesales y profesionales en la materia (regulaciones arancelarias).

b) El supuesto de examen. Nos interesa detenernos en aquellos pronunciamientos que coinciden total o parcialmente con
las imputaciones o cargos formulados contra la administración y gobierno de una sociedad anónima, y más allá de su
evaluación comprobatoria, como potenciales fundamentos de un pedido de intervención judicial.

1) Irregular funcionamiento del órgano de administración. La comprobación de circunstancias que de alguna manera
ponen de manifiesto un irregular funcionamiento de la sociedad, que genera un estado de incertidumbre sobre la
conclusión de los negocios societarios, constituye fundamento idóneo de la cautela (intervención judicial) (7). Así
también procede decretar la intervención judicial cuando se ha alterado fundamentalmente el funcionamiento de los
órganos directivos o deliberativos y no hay posibilidad alguna de evitar un mal que ponga en peligro evidente su
patrimonio (8).

Cuando el directorio de una sociedad anónima se atribuye resoluciones propias de la asamblea, o viola la ley, el estatuto
o el reglamento por medio de aquéllas que le son propias, el accionista no debe quedar inerme hasta la próxima
asamblea, pudiendo accionar por remoción e impugnación, con las peticiones cautelares de intervención (9).

2) Diferencias entre los socios. Cabe disponer la designación de interventor judicial de la sociedad si existen múltiples
divergencias entre los socios y cargos contra la administración, aunque los actos referentes de estos últimos hayan sido
aprobados por la asamblea de socios (10). Demostrada, prima facie, la existencia de profundas divergencias entre los
socios gerentes de la demandada según se comprueba mediante cartas y telegramas cursados por el actor, y asimismo,
dado el régimen de mayoría que establece el contrato social, no resulta en principio procedente exigir el cumplimiento
del agotamiento de los recursos societarios, toda vez que ese régimen de mayoría simple tornaría infructuosa la defensa
de los intereses del demandante; procede la designación de un veedor judicial (11).

La multiplicidad de litigios, entre los cuales se encuentra una querella criminal, evidencia la concreción de un estado de
cosas totalmente incompatible con la affectio societatis que debe vincular a los socios, resultando poco "normal" que se
vean, al menos por ahora, irreductiblemente distanciados por acusaciones graves. Ello importa de suyo un peligro grave
para la vida societaria (12).

3) Irregular funcionamiento del órgano de gobierno. Sostiénese, como principio general, que la intervención judicial sólo
es procedente cuando la sociedad se halla desquiciada, acéfala, o cuando sus órganos de gobierno no funcionan regular y
eficazmente, o se cometen graves abusos que no pueden repararse por otros medios (13). El irregular funcionamiento del
órgano de gobierno se manifiesta sobre todo en las sociedades por acciones, generalmente, y se refiere a la anormalidad
del desarrollo de una asamblea y a la alteración de su funcionamiento, justificándose en tales supuestos la intervención
judicial, aunque sólo hasta que se reúna la asamblea y se organice la representación (14).

En otros casos procedió la medida cuando se cuestionaba la constitución y funcionamiento de la propia asamblea (15), o
cuando —por negativa u omisión del directorio o sindicatura— se hace imposible la convocatoria de la respectiva
asamblea o cuando el acontecimiento normal impide el regular funcionamiento del directorio (16), o cuando se había
concentrado en una sola persona la totalidad de las acciones, impidiendo el desempeño y la actuación legal y estatutaria
de los órganos sociales (17).

4) Irregularidades administrativas. Acreditada, prima facie, una serie de anomalías en la administración de una sociedad,
procede designar a un veedor para evitar perjuicios que puedan resultar gravosos para los intereses sociales, incluyendo
a los de los socios que peticionan la medida (18). Fundan la intervención judicial de una sociedad anónima la ausencia de
registros contables, el manejo discrecional de los negocios sociales, la falta de presentación de balances y el manejo
deficitario de la administración (19).

También amerita designar un veedor si, de la memoria y estados contables aportados por la sociedad, emergen gastos de
administración excesivos y distribución de utilidades superiores al 50% del patrimonio neto (20).

Es procedente la designación de un administrador provisional de la sociedad si no se convoca a asamblea, ni se


confecciona el balance anual, haciendo imposible el control, sin que sea necesario exigir a los socios que acrediten el
peligro en la demora, que vendría a ser una prueba diabólica (21).

La asunción por el presidente de la administración de la sociedad, el atraso de la contabilidad, su desconocimiento del


paradero de libros esenciales, la existencia de una cuenta bancaria a nombre personal de uno de los accionistas,
depósitos a plazo fijo a nombre personal del presidente, vales de caja firmados por el presidente por cantidades
considerables sobre las cuales éste se niega a dar explicaciones, etc., resultan de hecho prima facie irregulares y
capaces de configurar una situación de grave peligro para la sociedad (22).

5) Protección del status socii. No pocas veces, antaño, la justicia tuvo que intervenir las sociedades para que los socios o
accionistas puedan pronunciarse libremente sobre la administración y dirección de los negocios sociales (23). Es que no
les puede ser desconocidos a los socios sus derechos sociales (24), ni menos oponerse a que el consorcio ejerza su
derecho contractual a administrar (25). Por eso es que resulta procedente designar un veedor judicial con el fin de que
realice todos los actos y adopte las medidas necesarias para resguardar los intereses de los actores y proteger, durante el
desarrollo del proceso, la plenitud del derecho que éstos invocan y en que sustentan sus pretensiones (26).

6) Salvaguarda del interés social y del principio de conservación de la empresa. También la jurisprudencia de antaño
había sentado que para que proceda la designación de administrador judicial no bastaba la desinteligencia entre los
socios sobre la dirección de los negocios sociales, sino que era indispensable que las desavenencias llegaran a ser un
obstáculo para el regular funcionamiento de la sociedad; que constituyeran un estorbo para la buena marcha de ella, o
que, sin alcanzar este carácter, versaran sobre actuaciones o gestiones del socio administrador que, en una u otra forma,
importaran grave desmedro o peligro inmediato para el interés social (27). Así sucede, tanto cuando queda
comprometida real y efectivamente la integridad del patrimonio social (28), como cuando se tiende a evitar el eventual
deterioro o disminución del patrimonio societario susceptible de tornar ilusorio el derecho del accionante a obtener, por
la vía elegida, el reajuste y la reparación que se persigue (29), o cuando el socio mayoritario y gerente de la sociedad
intervenida actuó prima facie en perjuicio de los intereses sociales y con olvido de los deberes que le imponía su cargo,
poniendo en peligro el futuro de la sociedad (30), o cuando en los hechos se pretende disponer de los bienes sociales
como si fueran propios (31).

Correlativamente, el interés que debe ser tutelado es el de la sociedad, partiendo de la base del principio de
conservación de la empresa (32). El tribunal debe buscar el justo equilibrio entre los intereses en juego, atendiendo
siempre al porvenir de la persona colectiva (33).

7) Irregularidades contables. No han sido pocos los casos en que correspondía designar administrador provisional de la
sociedad cuando se detectó que no se llevaban libros rubricados (34) o los llevados acusaban un retraso ostensible (35),
con la consiguiente falta de elaboración de los estados contables (36); tales omisiones por lo común acompañan a hechos
irregulares ponderables que decidían, conjuntamente, la medida cautelar, como la necesidad de conjurar una situación
de grave peligro social (37), o si resulta acreditada la verificación de otros supuestos que podrían implicar violación del
interés social o de las reglas legales o estatutarias bajo las cuales se gobierna la sociedad, desprendiéndose de dichas
circunstancias el peligro de la demora (38). Aunque la confección de los falsos estados contables, bastaría, aun en el caso
de no existir otra causal efectivamente configurada, para proceder a la intervención o a la ejecución de la intervención
decretada (39).

También se resolvió designar un interventor judicial cuando surjan prima facie serias irregularidades en la forma de
llevar la contabilidad, falta de comprobantes relativos a importantes movimientos de fondos y de justificación, y
explicación de algunos de ellos (40). La carencia de información sobre los balances de dos períodos anteriores,
información de ventas y compras atrasadas en sus registros contables, atraso de años en la transcripción de actas,
imposibilidad de establecer la veracidad de ciertas operaciones por no haberse volcado en los libros respectivos,
constituyen elementos que abonan la verosimilitud de la pretensión cautelar inicial, en tanto denotarían "prima facie"
cierto inadecuado manejo societario (41). Es que si las deficiencias contables de una sociedad impiden obtener un
conocimiento claro de la situación real y de las operaciones comerciales realizadas, entorpeciendo el derecho de control
de sus integrantes, está justificada la intervención judicial (42).
(1) ROMERO, José I., "Fiscalización y control externo de las sociedades por acciones", RDCO, 1984-530.

(2) CNCom., Sala D, 28/2/97, LA LEY, 1997-E, 1068, n° 21.-

(3) Se ha sostenido que toda vez que es facultad de la autoridad de contralor ejercer funciones de fiscalización de
sociedades anónimas, cuando lo soliciten accionistas que representen el 10% del capital suscripto, no se requiere para
ello una previa resolución fundada (CNCom., Sala D, 22/09/75, "Fábrica de Mosaicos San Luis, su denuncia ante la
Inspección General de Personas Jurídicas).

(4) CNCom., Sala B, 7/6/86, Sala C, 9/6/77.

(5) Res. IGJ 38/84.

(6) Res. IGJ 304/85.

(7) CNCom., Sala E, 19/09/2003, Errepar, "Doct. soc. y conc.", abril/2004, 449-58.

(8) CNCom., Sala A, 23/11/51, LA LEY, 65-51; íd., íd., 26/4/65, LA LEY, 120-900, 12.471-S; CCiv y Com. Santa Fe, Sala I,
30/12/63, Juris, 26-277, y Rep. LA LEY, 1966-1467, n° 5.

(9) CNCom., Sala B, 24/06/2003, LA LEY, 2003-F-686, JA, 2003-IV-897, y Errepar, "Doct. soc. y conc.", junio/2004, 715-
202.

(10) CComCap, 27/2/50, LA LEY, 59-116, con nota de HALPERIN, Isaac, "Revocabilidad de los gerentes de la sociedad de
responsabilidad limitada", y GF, 198-289.

(11) CNCom., Sala B, 28/6/78, ED, 81-636, n° 10.

(12) CNCom., Sala B, 27/12/78, LA LEY, 1979-B, 382.

(13) GARO, Francisco J., "Sociedades anónimas", Bs. As., Ediar, 1954, t. II, p. 533.

(14) CS Salta, Sala II, 17/2/72, LA LEY, 149-592, 29.998-S.

(15) CSJN, 25/4/58, LA LEY, 90-392; Fallos, 24.:356, y JA, 1958-II-342.

(16) C1ªCiv y Com Bahía Blanca, 10/4/59 LA LEY, 97-555; DBJA, 57-201, y JA, 1959-V-388.

(17) CNCom., Sala B, 24/7/63, LA LEY, 114-830, y JA, 1954-II-62.

(18) CNCom., Sala A, 28/9/84, LA LEY, 1985-C-641.

(19) CNCom., Sala B, 18/10/2003, JA, 2004-I-702.

(20) CNCom., Sala A, 5/8/94, ED, 161-476, y Rep. LA LEY, 1996-2261, n° 34.

(21) C1ªCiv y Com Mar del Plata, Sala II, 4/10/73, JA, 23-1974-474.

(22) CNCom., Sala A, 22/12/77, LA LEY, 1978-C, 267; íd., íd., 25/9/78, "Arbizu de Bottazini, M. c.Hijos de Félix Arbizu",
inédito.

(23) CCom. Cap., 25/2/38, LA LEY, 9-707.

(24) CCom.Cap, 23/5/44, LA LEY, 34-797, y GF, 170-390.

(25) CCiv y Com Rosario, en pleno, 17/4/44, LA LEY, 34-990, y RepSFE, 6-177.

(26) CNCom., Sala A, 23/6/77, JA, 1979-I-271.

(27) CComCap, 15/10/42, LA LEY, 28-299; y también medio siglo después, CNCom., Sala B, 10/6/97, Errepar, "Doct.
soc.", enero 1999, p. 621, n° 160.
(28) TApels. Civ. 3er. Turno Montevideo, 26/4/44, LA LEY, 35-994, y LJU, 9-36.

(29) CNCom., Sala A, 23/2/76, LA LEY, 1976-C-440, 33.726-S.

(30) CNCom., Sala B, 31/7/53, LA LEY, 72-162.

(31) CNCom., Sala A, 20/3/59, LA LEY, 96-211, secc. Índice, n° 11. La medida tiende a asegurar los bienes societarios
controvertidos en la causa (CNCrim. y Corr. Sala V, 14/10/66, JA, 1967-461, Rep. LA LEY, 1968-2775, n° 17).

(32) FARGOSI, Horacio P., "Suspensión de administradores de sociedades comerciales", Bs. As., Abeledo-Perrot, 1960, p.
9; GAGGERO, Eduardo D., "Intervención judicial de sociedades comerciales", RDC, Montevideo, julio-septiembre 1972,
XXVII, n° 239, p. 196; ZALDÍVAR, ENRIQUE, El sistema de administración social, la intervención judicial y el principio de
conservación de la empresa, RDCO, 1979-63.

(33) CNCom., Sala E, 26/3/97, LA LEY, 1997-E, 1067, n° 12.020; íd., íd., 19/9/03, Errepar, "Doct. soc. y conc.", abril
2004, p. 449, n° 57.

(34) CNCom., Sala B, 18/10/57, LA LEY, 92-190; íd., 16/10/03, JA, 2004-I-704.

(35) CNCom., Sala A, 22/12/77, LA LEY, 1978-C, 267; íd., Sala B, 24/10/58, LA LEY, 94-244, secc. índice, n° 12.

(36) CNCom., Sala A, 25/9/78, "Arbizu de Bottazini, M. c. Hijos de Félix Arbizu", inédito; íd., Sala C, 28/4/60, LA LEY,
102-174; íd., Sala D, 23/8/77, LA LEY, 1977-D, 345; C1ªCiv y Com Mar del Plata, Sala II, 4/10/73, JA, 23-1974-474;
CNCom., Sala B, 16/10/03, JA, 2004-I-702.

(37) CNCom., Sala E, 23/11/89, RDCO, 199-B-785; íd., íd., 19/9/03, Errepar, "Doct. soc. y conc.", abril 2003, p. 449, n°
57.

(38) CNCom., Sala A, 24/11/92, "Impuestos", 993-A-523, y Rep. LA LEY, 1993-1620 n° 10.

(39) CNCom., Sala B, 14/8/78, ED, 81-636.

(40) CNCom., Sala A, 23/6/67, LA LEY, 127-629; íd., Sala C, 5/6/61, LA LEY, 105-969, 7653-S; íd., íd., 23/6/61, LA LEY,
106-979, 7718-S, y JA, 1961-V-302.

(41) CNCom., Sala E, 23/04/2004, Errepar, "Doct. soc. y conc.", noviembre 2004, p. 1386, n° 295.-

(42) CNCom., Sala D, 12/11/73, Rep. LA LEY, 1974-1626, n° 12, y ED, 53-338. 

También podría gustarte