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TEOLOGIA DOGMATICA V
SACRAMENTOS I: SACRAMENTOS EN GENERAL
Unidad III
LA REFLEXIÓN SOBRE LOS SACRAMENTOS EN LA HISTORIA DE LA IGLESIA
1. Período neotestamentario: De los actos y palabras de Jesús a los sacramentos celebrados en y por
la Iglesia apostólica.
2. Antigüedad cristiana: Discernimiento de lo específico de las celebraciones cristianas -mysterion y
sacramentum-; la praxis sacramental en la Iglesia de los Padres.
3. Edad Media: Hacia una reflexión teológica sistemática sobre los sacramentos; primeras
intervenciones del Magisterio.
4. Edad Moderna: el cuestionamiento de los Reformadores; la respuesta del Concilio de Trento; la
teología post-tridentina.
5. Siglos XIX y XX: La escuela de Tübingen; el Movimiento de renovación litúrgica; el Concilio
Vaticano II; el giro “antropológico” y “hermenéutico” en la teología sacramentaria post-conciliar;
perspectivas abiertas.
0. Planteo de la cuestión
¿Por qué es importante recorrer un camino histórico al presentar una teoría general de los
sacramentos? ¿No es suficiente con el recorrido histórico que se hace al presentar cada
sacramento? O, llegado el caso, ¿no es suficiente ofrecer elementos históricos acerca de
cada uno de los temas propios de la sacramentología fundamental (definición; número;
conveniencia; efectos; causalidad; eficacia; etc.)?
Podemos responder a estas preguntas diciendo, en primer lugar, que si es necesario
esperar hasta el siglo XII y a la escolástica para encontrar un tratado de los sacramentos en
general, al mismo tiempo es importante percibir cómo ese desarrollo no ha significado una
ruptura con el tiempo previo. Es verdad que ni la Sagrada Escritura ni los Padres de la
Iglesia han presentado el “sacramento” en sí mismo. Sin embargo, la aparición en un
momento determinado, y con los instrumentos conceptuales del momento, de un tratado
sistemático sobre los sacramentos hubiera sido impensable sin todo lo que lo que lo ha
precedido.
2
En efecto, constatamos que desde Pentecostés se presentan dos ritos que dan
estructura a la comunidad cristiana: el bautismo y la Eucaristía. Ellos van a proporcionar
los datos a partir de los cuales se hará más tarde la teología sacramentaria. Esos datos, a
veces más que incipientes, hay que saber leerlos, para señalar el camino ‘inductivo’ que ha
seguido la historia de la teología y de las doctrinas en lo relativo a nuestro tema. Pero se
presenta otra pregunta, ¿cuál es el mejor modo de hacer una presentación histórica del
tema en vista de nuestro objetivo?
La pregunta formulada expresa un desafío. La cultura teológica que han adquirido
hasta hoy, les habrá hecho percibir el gran desarrollo de los estudios histórico-críticos que
ha conocido el último siglo, y no sólo en el ámbito de los estudios bíblicos. Todo hace
pensar que en muchos temas no es posible afirmar que ya se ha dicho la última palabra.
Por eso una presentación histórica no resiste generalizaciones ni aproximaciones fáciles,
aunque éstas parezcan muy pedagógicas. Ahora bien, un acercamiento tal excede en
mucho nuestras posibilidades, por lo cual, sin invalidar lo señalado, debemos optar por un
camino intermedio; ¿en qué sentido? Nuestra lectura tiene como propósito adentrarnos en
una visión teológico-sistemática del tema, por eso, ella será, bajo cierto respecto, selectiva,
privilegiando aquellos momentos y aportes que han sido decisivos para la elaboración y
consolidación de nuestro tratado. Pero, tratando de no descuidar el momento histórico de
cada aporte, su contexto teológico, y la lectura de los mismos que son objeto de un cierto
consenso entre los estudiosos.
La elaboración inicial de los elementos que ofrezco a continuación, que no pretende
ser más que una especie de ‘fichas’ de orientación, han partido del aporte inicial de
algunos manuales, ya que ante el desafío de las primeras presentaciones del curso éstos
ayudaban a percibir cómo delimitar el tema (2002).1 Sin embargo, muchas afirmaciones
han sido corregidas, equilibradas, o complementadas desde entonces. Por eso sugiero que
lean las notas a pie de página, donde algunas referencias me parecen importantes.
1
Claramente, he recurrido a H. Bourgeois/B. Sesboüé/P. Tihon, Historia de los Dogmas, Tomo III: Los
Signos de la Salvación (Salamanca: Secretariado Trinitario, 1996), 17-257. Hoy creo que posible recurrir a J.
Granados García, Tratado general de los sacramentos (Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 2017),
107-210; este texto es muy rico, sin embargo, me pregunto si la notable y más que coherente lectura
teológica de toda la obra hace siempre justicia a cada elemento histórico en su propio contexto.
3
1. El período neotestamentario
El Nuevo Testamento da testimonio de acciones rituales que comportan gestos y palabras.
Esto se da, de modo eminente, en los dos pivotes de la vida cristiana: el bautismo y la
Eucaristía.2 Si de esa experiencia es posible extraer una enseñanza, de lo que dan
testimonio diversos textos de la Escritura, ésta sería que el don de la vida divina, fruto de
la Encarnación y la muerte en la cruz del Hijo de Dios, se transmite a los seres humanos
por medio del signo objetivo del agua, al que se encuentra misteriosamente vinculado el
Espíritu, como agente trascendente del “nacimiento de lo alto”; y el medio subjetivo de la
fe, que da acceso a la vida, a la salvación y a la luz. Esta observación, que surge de Jn 3,
encuentra afirmaciones cercanas en otros libros del NT que posibilitan alcanzar
conclusiones semejantes. Esos ritos se celebran porque hay un ‘mandato’ y se sigue el
‘ejemplo’ del Señor. Algo claro para la fracción del pan (Lc 22,19; 1 Co 11, 17-34). En el
caso del bautismo, esto es un poco diferente, pero es claro que se lo hace en el “nombre de
Jesús”. Por lo tanto, hay conciencia de que no se trata de invenciones de la Iglesia, sino de
acciones que provienen del mismo Jesús. Él es el ‘fundador’, por sus gestos instituyentes
de la Iglesia, y su ‘fundamento’, gracias al cumplimiento de su misterio pascual, que dará
sentido permanente y perpetuo a los sacramentos.
Antes de pasar a la presentación bíblica, en la que nos limitaremos a san Pablo, san
Lucas, y san Juan, quizá sea necesario afirmar dos cosas: a) En ningún lugar del NT se
aplica la palabra mysterion al hablar del bautismo y de la Cena, ni es posible encontrar otro
término genérico equivalente que englobe esos dos ritos; b) En cuanto a la comprensión
del sacramento, es necesario inducir de textos relativos al bautismo y a la Cena,
afirmaciones que el desarrollo posterior permitió atribuir a todo sacramento.
2
Además de otros manuales, me ha ayudado a renovar la visión inicial, N. Perrin, “Sacraments and
Sacramentality in the New Testament”, en M. Levering/H. Boersma (eds.), The Oxford Handbook of
Sacramental Theology (Oxford: Oxford University Press, 2015), 52-67.
3
Cf. D. Lincicum, “Sacraments in the Pauline Epistles”, en M. Levering/H. Boersma (eds.), The Oxford
Handbook of Sacramental Theology, 97-108.
4
problemas de práctica ritual (el caso de la Cena en 1 Co 10-11), o que se emplea como
experiencia común consensuada de la que es posible partir para señalar un avance
teológico o pastoral (el bautismo en Ga 3,26-29; y Rm 6). Esto no quita que, a pesar de esa
peculiaridad, y siendo necesario contextualizar las cartas, sea posible encontrar allí una
coherencia en el pensamiento sacramental. Al mismo tiempo, hay que tener presente que
las cartas paulinas son los testimonios más antiguos acerca de los sacramentos cristianos.
Porque, si bien es cierto que Jesús fue bautizado, los evangelios no han dejado sin embargo
ninguna enseñanza sobre el bautismo, más allá de comentarios pasajeros que podrían o no
reflejar un rito vigente (cf. Mc 10,38; Lc 12,50: referentes ambos a su bautismo de sangre).
Bajo esta luz, impresiona percibir la evidencia presente en las cartas de Pablo o en Hechos,
según la cual el bautismo parece ser una experiencia cristiana universalmente presupuesta.
Del mismo modo, cuando Pablo discute en torno a la Cena, deja claro que invoca una
tradición compartida desde el más temprano movimiento de Jesús, sin inventar nada
nuevo. Pablo da testimonio, pues, de una asentada y extendida tradición tanto del bautismo
como de la Cena, unas dos décadas después del surgimiento del cristianismo. No obstante
esto, no es posible hablar en Pablo de una teología sacramental en sentido propio. Así
como nunca usó el término ‘sacramento’, tampoco asoció los dos ritos mencionados –
bautismo y cena-, con la realidad del mysterion. Algo diferente es decir que Pablo ha
aportado sugestivas reflexiones que serán luego fundamentales en la comprensión de otros
sacramentos; el ejemplo más claro es el matrimonio (1 Co 7,12-14; Ef 5,31-33).
c) Cristo es, con término actuales, el ‘fundador’ y el ‘fundamento’. Pablo señala esto
especialmente acerca del bautismo (Rm 6), pero también de la Cena (1 Co 10,14-
22; 11,17-33). Pero, por el bautismo, el creyente, no sólo adhiere a Cristo, entra en
el misterio de su muerte y de su resurrección, sino que se ‘agrega a los discípulos’
(Hch 2,41-44), es ‘incorporado a la Iglesia’. Así, por el bautismo se constituye la
comunidad eclesial. La Iglesia misma se dice santificada, purificada por Cristo por
4
Cf. J. Granados García, Tratado general de los sacramentos, 35-37 (relativo a la Eucaristía); 41-44 (acerca
del bautismo y la conclusión para ambos).
5
Interpretación de la Eucaristía recuperada en el siglo XX por M. Thurian; cf. Id., L’Eucharistie. Mémorial
du Seigneur, sacrifice d’action de grâce et d’intercession (Neuchatel: Delachaux et Niestlé, 1959), pero que
sería la visión de Pablo también acerca del bautismo.
6
Más allá de la introducción de la expresión, para el primer ensayo sistemático, cf. J. De Fraine, Adam et son
lignage. Études sur la notion de « personnalité corporative » dans la Bible (Paris: Desclée de Brouwer,
1959), y para su aplicación en Pablo, cf. M.D. Hooker, From Adam to Christ. Essays on Paul (Cambridge:
Cambridge University Press, 1980), capítulos 1 et 2, págs. 13-55. Para un estado de la cuestión y una
relectura actualizada, cf. A. Grau, “Corporate Personality: la possible jeunesse théologique d’une ancienne
notion exégétique”, Laval théologique et philosophique 72 (2016):101-122.
6
medio de un baño de agua que es acompañado por una palabra (Ef 5,26). Si bien, y
como decíamos en el primer punto, no dejan de darse contradicciones (1 Co 1,11-
17), de lo que se deriva una consecuencia: la necesidad de discernir el Cuerpo de
Cristo.
d) Hay una cierta relativización del ‘ministro’: el ministro vela el ministerio de Cristo
(cf. 1 Co 4,1). No es lateral el hecho de que el verbo bautizar sea tomado por Pablo
generalmente en forma pasiva: es Dios quien bautiza. Algo semejante sucede
respecto a la presidencia de la cena de la Señor.
1.2. Escritos lucanos (Antioquía hacia el 80): En los textos lucanos se encuentran ya
una cierta síntesis, expresada más en una descripción de la práctica eclesial que en una
formulación teórica.
a) Sería posible hablar de una cierta ‘eficacia sacramental’: los ritos de iniciación, a
diferencia de la perspectiva paulina, son el medio habitual de la efusión del
Espíritu en el nuevo convertido. Tres ejemplos al respecto:
ii) Un poco más adelante, el texto precisa que aquellos que recibieron el
bautismo fueron allí mismo integrados a la Iglesia naciente, convirtiéndose
así en miembros de la comunidad del Espíritu (cf. Hch 2,41).
7
iii) Por último, el caso de Felipe y los samaritanos, donde el Espíritu Santo es
dado mediante la imposición de manos (cf. Hch 8,15-17).
b) Lucas desarrolla más que Pablo los ‘efectos’ del bautismo, y aparecen ciertos
rasgos propios de la teología de Lucas.
e) Por último, la posibilidad de que haya ritos sin efectos espirituales ni eclesiales (cf.
Hch 8), como es el caso del Eunuco, donde el bautismo no fue mediador del
Espíritu, ya que Felipe bautizaba sólo en el nombre del Señor Jesús. Tampoco el
rito realizado significó la incorporación a la comunidad cristiana. El único efecto
visible es la alegría con la que el eunuco siguió su camino (Hch 8,39). Lucas
parece señalar de este modo la libertad del Espíritu y la gratuidad del don de Dios.
1.3. Tradición joanea: El tema aquí es más complejo ya que una cosa es la lectura
eclesial tradicional de Juan desde una clave sacramental, hecha habitualmente en ámbitos
católicos, y otra, más difícil, saber el sentido que el autor del cuarto Evangelio ha querido
dar a cada uno de los textos que han sido citados habitualmente. La investigación
académica ha presentado en el último siglo un abanico amplio de interpretaciones, que van
desde una posición anti-sacramental a otra hiper-sacramental, pasando por visiones que se
podrían caracterizar como no-sacramentales, sacramentales y ultra-sacramentales.7 Dos
han sido los ámbitos de divergencias: a) el primero de ellos es cuántas veces alude Juan, si
7
Para un estado de la cuestión, cf. F.W. Guyette, “Sacramentality in the Fourth Gospel: Conflicting
Interpretations”, Ecclesiology 3 (2007): 235-250; R. Bauckham, “Sacraments and the Gospel of John”, en M.
Levering/H. Boersma (eds.), The Oxford Handbook of Sacramental Theology, 83-96.
8
8
Cf. R. Bultmann, The Gospel of John (Oxford: Blackwell, 1971), 11; 138-139 nota 3; 218-220; 677-678.
9
Cf. R.W. Paschal, “Sacramental Symbolism and Physical Imagery in the Gospel of John”, Tyndale Bulletin,
32 (1981): 171-176.
10
Cf. O. Cullmann, Les Sacrements dans l’Évangile johannique. La vie de Jésus et le culte de l’Église
primitive (París: Presses Universitaires de la France, 1951).
11
Cf. B. Vawter, “The Johannine Sacramentary”, Theological Studies, 17 (1956): 151-166.
12
Cf. R. Brown, “The Johannine Sacramentary”, en Id., New Testament Essays (New York: Paulist Press,
1965), 66, 70, 63.
9
13
Cf. U. Schnelle, Antidocetic Christology in the Gospel of John (Minneapolis, MN: Fortress, 1992), 185;
204.
10
2. La Antigüedad cristiana
Para centrarnos en la Iglesia antigua es necesario tener en cuenta no sólo lo que en ella
pudo haber de reflexión teológica sino ante todo su vida y práctica sacramental. Para este
segundo aspecto me remito a lo que recogen las historias de los dogmas y de las doctrinas
propias de cada sacramento. En nuestro caso, nos interesa tratar de ver los orígenes de la
palabra que englobará a los siete ritos (‘sacramento’), la que, como hemos dicho, no
pertenece al lenguaje bíblico; y, luego, cuáles han sido los primeros aportes de la reflexión
cristiana que contribuyeron más tarde a elaborar una teología de los sacramentos en
general.
a. Mystĕrion: La primera palabra en ser asumida con este fin fue la de misterio (gr.:
mystĕrion, lat.: Mysterium, sir.: raza). Esta palabra, de origen bíblico, aparece en el
Antiguo Testamento tardíamente, siendo posible reconocer por su uso dos corrientes: i) La
literatura apocalíptica (Dn 2,28-29; 2,47; 4,9), donde expresa la revelación del designio
secreto de Dios; ii) La literatura sapiencial (Sb 2,22; 6, 22), en la que se refiere a una
manera de vivir purificada de las pasiones.
14
Cf. J.D.G. Dunn, “John VI – A Eucharistic Discourse?”, New Testament Studies, 17 (1970-1): 337; 190.
15
Para todo el proceso que intentamos desarrollar en este punto, cf. R. Hotz, Los sacramentos en nuevas
perspectivas. La riqueza sacramental de Oriente y Occidente (Salamanca: Sígueme, 1986), 19-72; E.
Schillebeeckx, L’économie sacramentelle du salut. Réflexion théologique sur la doctrine sacramentaire de
saint-Thomas, à la lumière de la tradition et de la problématique contemporaine (Fribourg: Academic Press
Fribourg, 2004), 25-92; J.-Ph. Revel, Traité des sacrements, I. 1 (París: Cerf, 2004), 380-429; V. Grossi,
“Sacramentos en los Padres de la Iglesia. III. El vocabulario: mysterion/mysterium – sacramentum –
mystagogia”, en A. Di Berardino/G. Fedalto/M. Simonetti (dir.), Literatura Patrística (Madrid: San Pablo,
2007), 1295-1302.
11
Sin embargo, en el siglo II, salvo excepciones, el término no fue asumido para
expresar las celebraciones rituales cristianas. Otro tanto sucederá en el siglo III. El cambio
definitivo se producirá en el siglo IV al modificarse el panorama religioso y, junto con el
reconocimiento de la Iglesia, el progresivo retroceso de las religiones mistéricas. En los
primeros autores cristianos que la incorporan a su vocabulario, Clemente de Alejandría y
Orígenes, la palabra comienza a designar el ‘conjunto de las verdades y prácticas
cristianas’; probablemente en contraste con los ‘misterios’ paganos. El ‘misterio’ es
entonces, de una manera general, ‘lo que es a la vez revelado y escondido por un
acontecimiento o un rito visible’. En ese momento el término comienza a expandirse en
16
Cf . 1 Co 2,1; 2,7; 13,2; 14,2; 15,51ss.; Col 1,25-27; 2,2-3; 4,3; Ef 1,9-10; 3,1-12; 5,32; 6,19; Rm 11,25;
16,25-27; 1 Tm 3,9; 2 Tes 2,7; Ap 10,7; 17,7.
17
Cf. E. Schillebeeckx, L’économie sacramentelle du salut, 44.
12
Sólo a partir del siglo IV, como hemos dicho, se impone el término ‘misterio’. De allí
se derivarán otras palabras: el adjetivo ‘místico’ –aplicado primero a la Eucaristía, lo que
ocurrió hasta el siglo IX, y a partir del siglo XII a la Iglesia -; mistagogia, la entrada en el
misterio y su asimilación por la fe; esto se da prioritariamente a través de su celebración.
b. Sacramentum: En África del Norte (siglo II), en los primeros intentos de traducción de
la Escritura al latín, sobre todo en Efesios y Colosenses, la palabra griega mystĕrion se
tradujo por un término tomado de la vida corriente: sacramentum. Así, se llamará
sacramentum al misterio del que habla Pablo a propósito de Cristo. Este uso de la palabra
sacramentum es anterior a su introducción en el vocabulario propio de la vida ritual. ¿Cuál
era el significado de sacramentum en el mundo pagano? La palabra, usada por Varrón,
Cicerón, Julio César, Petronius y Quintiliano,18 designaba un gesto sagrado vinculado a un
compromiso jurídico.19 Así, el militar que se alistaba, o la persona que depositaba un aval
en un templo,20 prestaban un juramento, y por eso mismo daban a su acto un sentido
religioso. El sacramento era, pues, un juramento portador de un aspecto jurídico y un
aspecto religioso.21
18
Cf. E. Ferguson, “Sacraments in the Pre-Nicene Period, en M. Levering/H. Boersma, (eds.), The Oxford
Handbook of Sacramental Theology, 125s.
19
Según Cicerón (cf. De Officiis III, 102-107), el juramento es un afirmación religiosa y lo que se ha
prometido de forma solemne y confirmada, teniendo a Dios de testigo, debe mantenerse; cf. G. Agamben, El
sacramento del lenguaje. Arqueología del juramento (Buenos Aires: Adriana Hidalgo editor, 2017 2), 40.
20
Según Varrón (cf. De ling. Lat. V, 180), la suma de dinero que está en juego en los procesos se dice
sacramentum, porque está consagrada (sacro). El actor y el demandado depositaban, cada uno, cerca de un
puente por algunas causas, quinientos ases, por otras una suma fijada por la ley; el que vencía la causa
retomaba su sacramentum de la consagración y el del perdedor iba al erario; cf. G. Agamben, El sacramento
del lenguaje. Arqueología del juramento, 102.
21
“El juramento (sacramentum)implica la noción de convertir en sacer. Se asocia al juramento la cualidad de
13
Por este camino, sacramentum llegó más tarde a designar los ritos eclesiales. La
primera aplicación clara parece haber sido la de Tertuliano en el De Baptismo.22 Los
estudios históricos han permitido saber que Tertuliano, en realidad, lo introdujo al
comentar un texto pagano, al cual quiso corregir en su interpretación.23 En efecto, en el
siglo II, Plinio el joven, legado en Bitinia (111-113), en una de sus cartas a Trajano
(10,96), y en el marco de las primeras persecuciones de los cristianos, relata lo que éstos
celebraban el día domingo y el sacramentum que entonces realizaban. Por el relato, se trata
del bautismo, y el ‘juramento’ parece ser en realidad la confesión de fe y la promesa de
llevar una vida concorde con la nueva dignidad. Tertuliano polemizará con esta
interpretación de Plinio; dirá que se trata más de un ‘pacto’ que de un ‘juramento’. Una
distinción que, en verdad, no es tan clara.
A partir del siglo V, los autores latinos trataron mysterium y sacramentum como
sacro, la más terrible entre las que pueda recibir un hombre: el juramento aparece como una operación que
consiste en convertir en sacer de manera condicional” (É. Beneveniste, Le Vocabulaire des institutions
indoeuropéenes, vol. 2 (Paris: Minuit, 1969), 168, citado en G. Agamben, El sacramento del lenguaje.
Arqueología del juramento, 50.
22
Cf. Tertuliano, De baptismo 4, 4; SC 35, 70. Tertuliano entendía que la bendición de Jacob a Efraín era un
sacramento que prefiguraba el Bautismo. Y Cipriano que Noé y Melquisedec habían participado en
sacramentos que prefiguraban la Eucaristía.
23
Cf. E. Mazza, “Pourquoi a-t-on utilise le mot sacramentum pour désigner les sacrements chrétiens?”,
14
sinónimos, dándole el alcance general que tenía en la teología griega, a pesar del matiz
original propio de cada término, ambos valiosos para expresar la complejidad del hecho
sacramental.
2.2. Primeras teologías en Occidente: En estos primeros siglos es posible recoger ciertos
elementos que conducirán a las síntesis propias de la teología occidental. Tertuliano
atribuye con claridad una cierta ‘eficacia materializante’ a los sacramentos. Esa ‘eficacia’
va unida a la significación: “La carne es lavada para que el alma sea liberada; la carne es
signada para que el alma sea fortalecida....”24 El De Mysteriis de Ambrosio contiene una
teología sacramental bastante elaborada.25 Por él la tradición griega entró en Occidente.
Aparece la idea, ya presente en Gregorio de Nacianzo y Cirilo de Jerusalén, de que el
sacramento está compuesto de un elemento visible y de un elemento invisible, y que
responde a la naturaleza del ser humano. El sacramento es eficaz, no por sí mismo, sino
por la operación de la divinidad y por la Cruz de Cristo. Se señala así el doble componente
del bautismo. Hacia el siglo IV es clara la interdependencia que se da entre práctica
sacramental y doctrina, así como con el contenido ético de los sacramentos. Esto se
encuentra presente en las instrucciones catequéticas y mistagógicas de Cirilo de
La crisis donatista sirvió a los teólogos de ambos lados para profundizar en aspectos
de los sacramentos que luego se expresaran en nociones como eficacia: ¿ésta depende o no
de la santidad del ministro y de la autenticidad de la comunidad donde se confieren?
Optato de Mileve y, más tarde, Agustín señalan el valor meramente instrumental del
ministro. Agustín dará un gran valor a la invocación de la Trinidad y a la fe del sujeto.
2.3. El aporte de san Agustín: Como hombre de su época, Agustín no elaboró un tratado
sobre los sacramentos en general, pero conserva toda la riqueza del sacramentalismo
cristiano, no separándose de la liturgia y del culto.28 Debemos señalar que heredó una
estructura sacramental completamente establecida y estructuras rituales en pleno
desarrollo. Su punto de partida no ha sido una consideración a-priori, sino una reflexión
pastoral sobre la práctica y la vida sacramental de la Iglesia de su tiempo. Ha representado
un papel decisivo al ofrecer elementos para la posterior elaboración de la teología
escolástica y la doctrina asumida por el Magisterio. Para esto se ha basado en la tradición
pero también en aportes suyos muy propios sobre el signo y la significación de las cosas
visibles respecto a las invisibles.
26
Cf. Cirilo de Jerusalén, Catequesis, 4,2, SC 126.
27
Cf. Catequesis 3,8.
28
Cf. E.J. Cutrone, “Sacramentos”, en A.D. Fitzgerald OSA (dir.), Diccionario de San Agustín. San Agustín
a través del tiempo (Burgos: Monte Carmelo, 1999), 1158-1167; J.-Ph. Revel, Traité des sacrements, I. 1,
431-460.
16
1. “El sacramento consiste en una celebración, que es conmemoración de un hecho pasado, pero de tal
modo que propone a nuestra inteligencia el signo de una realidad que es necesario recibir
santamente” (Carta LV)
2. “Los signos... que se refieren a las realidades divinas, son llamados sacramentos” (Carta a
Marcelino, año 412) ---- Sacramentum, id est sacrum signum.
El sentido del sacramento, como signo, sólo es perceptible a la fe, al intellectus
spiritualis. Agustín es el primero que elabora con claridad y de modo definitivo, la noción
de signo, que será decisiva para la teología sacramentaria. Parte no de una consideración a-
priori, sino de una reflexión pastoral sobre la práctica y la vida de la Iglesia.
29
Cf. C. Couturier, “’Sacramentum’ et ‘Mysterium’ dans l’oeuvre de saint Agustin”, Études Augustiniennes
(Paris: Aubier, 1953), 163-332.
17
“Porque si los sacramentos no tuvieran alguna semejanza con aquellas realidades de las que son
sacramentos, no serían en absoluto sacramentos” (Carta 98, 9: PL 33, 363-364)
- y otra comunitaria o eclesial:
“Los hombres no pueden llegar a fundirse en una ordenada comunidad bajo cualquier denominación
religiosa, verdadera o falsa, si no se unen entre sí por alguna manera de participación en signos
visibles o sacramentos. La acción de estos sacramentos es inefablemente grande” (Contra Faustum
19, 11 –PL 42, 335)
3. Significado de los sacramentos: En este sentido más preciso, todos los sacramentos
significan a Cristo, el único Salvador. Para Agustín esa es la res sacramental; no
tanto la gracia sacramental que, en el vocabulario agustiniano, sería la virtus
sacramenti. Atención, hay que tener en cuenta estas dos distinciones de Agustín
que no corresponden totalmente con la simplificada de la teología escolástica y que
será clásica luego en la teología de los sacramentos (signum et res):
Esto da pie a Agustín para señalar que los sacramentos de la antigua Ley
significaban al Cristo que debía venir, los de la nueva Ley significan al Cristo que
ha venido. De ahí que haya una triple significación de los sacramentos de la Nueva
Ley, ya que ellos significan:
4. Los sacramentos no sólo significan la salvación de quienes los reciben sino que la
producen. Aquí hay una diferencia entre los sacramentos de ambas Alianzas. Eso
no quiere decir que los de la Antigua Alianza careciesen de valor.
“Suprime la palabra y ¿qué es el agua sin la palabra? La palabra accede al elemento y el sacramento
es él mismo una palabra visible” (In Ioann. Ev. XV, 4, PL 35, 1512)
De esta afirmación Agustín pasa a la necesidad de creer para ser purificado y
salvado, partiendo de la necesidad de la predicación. Calvino lo ha interpretado
como la palabra predicada, que se acoge en la fe, y ésta se expresa en el bautismo.
Y, en realidad, Agustín ha vinculado siempre la ‘fructuosidad’ del sacramento a la
fe y a la verdadera Iglesia, guardiana y predicadora: sin ella no sirve para la
salvación.
palabra y de los sacramentos. Para los otros ritos, si bien habla de la “unción”
(confirmación) no es seguro que vea allí un sacramento distinto, tampoco, aunque
los reconoce como ritos, llama sacramentos a la reconciliación y a la unción de los
enfermos.
Después de Agustín, es muy difícil hacer un sumario de los desarrollos que le siguieron
en la teología de Occidente, porque el conocimiento que se tiene del período que va desde
su muerte hasta mediados del siglo VII es muy fragmentario. Por eso, los datos que se
tienen es difícil catalogarlos: ¿son casos paradigmáticos o excepcionales? Y, luego, porque
debido al lugar que ha ocupado Agustín en la tradición occidental, los autores posteriores
estarán en diálogo con él, a través de su obra, o en una real dependencia de su legado. De
acuerdo al desarrollo que hemos seguido, queda claro que un rasgo progresivo de la época
será una lectura cristiana del antiguo juramento (sacramentum) romano, y una teoría del
signo. Esto será claro, como lo veremos en la próxima unidad, en Isidoro de Sevilla.
Había diversidad, además, entre las iglesias de Oriente y de Occidente. Nadie había
elaborado una lista precisa de los sacramentos, reconocida por todos y con valor
normativo. Eso explica que hasta el siglo XII:
a. Oriente se manejara con una lista elaborada por el Pseudo-Dionisio (fines del V).
incluyendo el bautismo o iluminación, la Eucaristía, la crismación, la penitencia, la
profesión monástica y los funerales.
30
Agustín, Sermo 229 (ad infantes), 1, 3.
20
3. LA EDAD MEDIA
A partir del siglo XII se constituye en la Iglesia latina una teología sacramental en sentido
31
Cf. Sermo 228, 3.
32
Cf. DH 110-111.
33
Cf. DH 123.
34
Cf. DH 127-128.
35
Cf. A. Baron/H. Pietras eds.), Acta Synodalia. Documentos sinodales desde el año 50 hasta el 381
(Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 2016), 660.
36
Cf. DH 215-216.
21
propio. Ese desarrollo teológico se reflejó pronto en las tomas de posición del Magisterio,
cuyas expresiones, siempre ocasionales, pasaron de la respuesta a algunas dudas o
cuestiones controvertidas a presentaciones cada vez más integrales. Esto significará una
progresiva ‘dogmatización’ de la práctica sacramental, proceso que llegará a su culmen
con el Concilio de Trento que, si bien señala el inicio de la Edad Moderna con las
problemáticas que le serán propias, expresa sin embargo la síntesis más acabada de la
teología escolástica.
El desarrollo que se produce en el ‘largo siglo XII’, como se le suele llamar,37 se explica
como resultado de algunos aportes de los siglos previos, no siempre puestos de relieve, y la
confluencia de una nueva serie de factores que tuvieron lugar en ese siglo. Con un peso
gravitante en nuestro tema, podemos señalar al menos dos:
a) El cambio del contexto cultural: del trasfondo simbólico neoplatónico que había
caracterizado a la antigüedad cristiana se pasa a un progresivo pragmatismo, fruto
de la mentalidad de los pueblos bárbaros incorporados definitivamente a la vida y a
la cultura de la Europa medieval. Ese cambio de mentalidad debe tenerse presente
como dato cultural. Debido a ello, los mismos términos no tenían ya
37
Este iría desde la muerte de Gregorio VII (1085) al IV Concilio de Letrán (1215).
22
Esos dos factores se manifestaron en las dos crisis eucarísticas que vivió la Iglesia de
Occidente, y que exigieron una profundización en la comprensión de la Eucaristía. Hay
que decir que si ellos contribuyeron a la crisis también ofrecieron elementos valiosos para
su superación. En aquellos que defendían la verdadera fe, ante interpretaciones que podían
ser heterodoxas, significó el paso de una visión ‘ultrarrealista’, demasiado simplista,
38
Cf. Mark G. Vaillancourt, “Sacramental Theology from Gotsschalk to Lanfranc”, en M. Levering/H.
Boersma, (eds.), The Oxford Handbook of Sacramental Theology, 187-200.
23
Los autores del siglo XII concebían los sacramentos, de manera consistente, como
mediaciones salvíficas del poder salvador de Jesucristo y de los misterios de su vida. Los
sacramentos eran medios de gracia pero la gracia entendida no como algo estático,
cuantificable, producida y comunicada mecánicamente a consumidores individuales a
través de un sistema eficiente de distribución. Sino que la misma vida de Jesús era la que
se comunicaba a los creyentes por el poder activo del Espíritu Santo, uniendo a los
creyentes con Cristo en y a través de los sacramentos. E, incorporados a Él por el Espíritu
a través de los sacramentos, ellos constituían la Iglesia.41 Todo esto es importante
recordarlo para decir que los autores del siglo XII concebían los sacramentos en una
integrada, orgánica y dinámica concepción de la existencia cristiana. Podría decirse que su
profunda intuición operativa teológica era que los sacramentos ‘median’ una acción divina
dirigida hacia la humanidad, que alcanza su término, no cuando la gracia es comunicada a
los creyentes individuales, sino más bien cuando por esa misma comunicación ellos son
conducidos más profundamente e integrados más plenamente en la misteriosa comunión
con Cristo y su Iglesia.
a) El primer elemento a destacar de este siglo es el avance hacia una mayor precisión
en el uso del término sacramento y los intentos en vista de llegar a una definición; tema
en el que nos explayaremos más específicamente en la unidad IV. Para este cometido,
los autores tuvieron en cuenta, en primer lugar, la ‘materia’ consagrada -y cuando
decimos ‘materia’ aquí hay que pensar en algo ‘corporal’, palpable, visible, no se trata
aún de un acercamiento ‘metafísico’-, y los elementos visibles en los rituales de la
39
Fue el caso de la enseñanza del Sínodo de Roma (1059), condenando la posición de Berengario de Tours.
La fórmula de sínodo, redactada por Humberto de Silva Cándida, afirmaba acerca de la presencia real que el
verdadero Cuerpo y la verdadera Sangre, de “un modo sensible”, “son tocados y partidos por las manos de
los sacerdotes y masticados por los dientes de los fieles”; cf. DH 690.
40
La visión del Sínodo de Roma, en su Confesión de fe de Berengario de Tours (11 de febrero de 1079), es
de otro tenor. En efecto, allí se afirma que el pan y el vino se convierten “sustancialmente” en la verdadera,
propia y vivificante carne y sangre de Jesucristo Nuestro Señor; y que ellos se hallan presentes, “no sólo por
el signo o virtud del sacramento, sino en la propiedad de la naturaleza y verdad de la sustancia”; cf. DH 700.
41
Cf. Boyd Taylor Coolman, “The Christo – Pneumatic – Ecclesial Character of Twelfth-Century
Sacramental Theology”, en M. Levering/H. Boersma, (eds.), The Oxford Handbook of Sacramental
24
b) En el siglo XI, aún no se cuenta con un criterio unánime para señalar cuántos y
cuáles son los sacramentos, así, por ejemplo, Pedro Abelardo reconocía 5; san
Bernardo 10; y Pedro Damián, 12. Es sólo a mediados del siglo XII que se asume
definitivamente el septenario y, desde entonces, se afirmará de modo constante. Los
principales testimonios que dan prueba de ello son la Suma de Sentencias (texto
anónimo); la biografía de Otón de Bamberg (1150); y Pedro Lombardo en el IV Libro
de las sentencias (1155). A ellos seguirán más tarde los autores del siglo XIII. La
asunción progresiva del septenario, dependiente de una definición de sacramento, no
logrará responder aún a todas las preguntas que suscita la diversidad de ritos
comprendidos: ¿El matrimonio es una gracia o un remedio? ¿La penitencia, cuya
celebración consiste sólo en actos humanos, careciendo del elemento ‘material’, es un
sacramento como los demás? ¿Todos se encuentran en el mismo plano? Esto se
expresará en distintos intentos de respuesta en los siglos sucesivos. Ya en el siglo XI,
la así llamada Escuela de Abelardo hablará de sacramentos “mayores”: bautismo,
Theology, 201-203.
42
Cf. De sacramentis christianae fidei, PL 176, 173A-618B; para una presentación del pensamiento
sacramental de Hugo de San Víctor, es posible consultar Juan Gustavo Ruíz Ruíz, La noción de sacramento
en Hugo de San Víctor. Extracto de la Tesis Doctoral presentada en la Facultad de Teología de la
Universidad de Navarra (Pamplona,1996).
43
Cf. Sent.VI, 1, 2 PL 192, 839.
25
44
Cf. Y. Congar, “La idea de sacramentos mayores o principales”, Concilium 31 (1968): 24-37.
45
“Hay que distinguir, sin embargo, sutilmente entre las tres cosas distintas que hay en este sacramento
[Eucaristía]: la forma visible, la verdad del cuerpo y la virtud espiritual. La forma es la del pan y el vino; la
verdad, la de la carne y la sangre; la virtud, la de la unidad y la caridad. Lo primero es «sacramento y no
realidad» (sacramentum et non res). Lo segundo es «sacramento y realidad» (sacramentum et res). Lo
tercero es «realidad y no sacramento» (res et non sacramentum). Pero lo primero es sacramento de entrambas
realidades. Lo segundo es sacramento de lo tercero y realidad de lo primero. Lo tercero es realidad de
26
e) Si bien los sacramentos conferían la gracia, Dios podía salvar a los seres humanos
sin ellos. ¿Por qué entonces los sacramentos? Hugo de San Víctor dará tres razones
que serán recogidas por los autores posteriores, incluso por santo Tomás: ellos
fomentan la humildad; instruyen; y proveen un ejercicio saludable.47 La intuición que
subyace aquí es que en la economía sacramental –la entera economía de la creación y
la salvación- lo visible media lo invisible: Per visibilia ad invisibilia. Por lo tanto, la
vida sacramental se veía como una especie de pedagogía teológica que promueve
cierto modo simbólico de pensamiento y una manera ‘multicapas’ de ver la realidad,
una habilidad como lo afirmaba Pedro Lombardo de reconocer lo invisible en lo
visible.48 El sacramento, pues, favorece una ‘gramática profunda’ en la que lo más
verdadero es siempre lo más profundo, lo más importante es lo menos aparente,
mientras que lo más aparente, aunque menos importante, es un adecuado y apropiado
y, por tanto, verdadero signo mediador (sacramentum), que conduce a una más
profunda, más importante realidad.
operantis) y el efecto del rito sacramental en lo que tiene de objetivo (opus operatum).
Esta distinción proviene de las categorías propias de los actos humanos, y ha permitido
aplicar en otro contexto el principio que Agustín aplicaba ya en plena crisis donatista:
sea cual fuere la dignidad del ministro que obra, el sacramento sigue existiendo por el
don de Dios.
Los seis temas que hemos señalado serán elementos adquiridos para la teología
sacramental en el siglo siguiente, e incorporados a las grandes síntesis teológicas, si bien,
de acuerdo a un nuevo modo de hacer teología, serán objeto, en algunos casos, de diversas
interpretaciones.
49
Cf. Summa aurea, Liber IV, (París: Éditions du Centre National de la Recherche Scientifique / Roma.
Editiones Collegii S. Bonaventurae ad Clara Aquas, 1985).
50
Cf. Glossa in Quatuor Libros Sententiarum, Liber IV, ed. Padres del Colegio de S. Buenaventura
(Florencia: Quaracchi, 1957).
51
Cf. Breviloquium, en Opera Omnia V, studio et cura Pp. Collegio S. Bonaventura (Florencia: Quaracchi,
1891).
52
Cf. Quaestiones in Librum Quartum Sententiarum, ed. R. Schenk (Münich: Verlag der Bayerischen
Akademie der Wissenschaften, 1993).
28
• IV Libro del Comentario a las Sentencias (dist. I, q. 1, art. 1), primera obra mayor de santo
Tomás, en la que recoge su enseñanza como bachiller en París (1252-1254). Cuando Tomás
comenzó a enseñar como Maestro la obra no estaba terminada (1254/5-56);
• Suma de Teología, la obra mayor de santo Tomás, en la que trabajó los últimos siete años de su
vida.53 La tercera parte fue comenzada probablemente en París al final del invierno de 1271-2,
y la continuó en Nápoles hasta el 3 de diciembre de 1273. Se detuvo la redacción en la cuestión
90, en el sacramento de la penitencia.54
53
Tomás de Aquino, Suma de Teología, III, qq. 60-65 (especialmente valiosa la edición bilingüe latín-
francés, con traducción y notas complementarias de A.-M. Roguet, O.P. (París: Cerf, 19992)
54
Cf. M.TURRINI, “Réginald de Piperno et le texte original de la Tertia Pars de la Somme de Théologie
de S. Thomas d’Aquin”, Revue des Sciences Philosophiques et Théologiques, 73 (1989): 233-247.
29
Y corresponde con la doble operación de Cristo, que reflejan sus dos naturalezas:
de la gracia, es decir, disponían para que la gracia fuera comunicada por Dios, donde
sigue a Alberto Magno en el Comentario de las Sentencias, a concebirlos como causas
instrumentales ‘perfectivas’, como lo hará en la Suma de Teología. En y a través de los
sacramentos obra instrumentalmente la misma virtud divina.
En las cuestiones 60-65 de la III Parte de la Summa Theologiae, Santo Tomás estudia el
concepto de sacramento, en una visión sistemática de la sacramentalidad, siguiendo
rigurosamente el orden impuesto por la lógica aristotélica. De este modo, Tomás aplica
sucesivamente al objeto considerado –la noción de sacramento- los dos modi sciendi
(métodos de conocimiento) tradicionalmente recibidos para elaborar y manifestar un objeto
de pensamiento:
• La definición que sitúa este objeto, lo más exactamente posible, entre los otros
objetos de pensamientos,
De allí el plan de conjunto del tratado: definición de los sacramentos (qq. 60 - 64),
división de los sacramentos (q. 65).
Esta última cuestión sirve también de transición entre el estudio de los sacramentos en
general y el estudio de los sacramentos en particular, que comienza en la cuestión 66 con
el bautismo.
a) La definición esencial por las causas intrínsecas. Ese es el objeto de la cuestión 60,
titulada “naturaleza de los sacramentos”, donde se consideran sucesivamente:
o La definición dicha metafísica, por género y diferencia específica (q. 60, a 1-3)
(es la definición perfecta que da cuenta de la ‘esencia’ del objeto definido, si
bien aquí esto se aplica de manera analógica).
o La definición dicha física (de hecho, sólo de orden ‘descriptivo’) que se hace
31
b) La definición por las causas extrínsecas que ocupa las cuestiones 61 a 64. Tomás
examina allí:
Con esta introducción se abraza una realidad compleja y es un buen prólogo para el
tratamiento de los sacramentos en particular. Habría que hacer dos comentarios al
respecto:
55
Más allá de la lectura directa de Santo Tomás, para quienes quieran profundizar en su mirada de conjunto
32
a) Son cuatro los textos magisteriales, todos ellos coyunturales, que si bien responden a
problemáticas del momento, indican ya una visión cada vez más sistemática.
sobre el tema, se puede señalar alguna bibliografía secundaria, por ejemplo, ateniéndonos sólo al castellano y
que es accesible en la biblioteca de la facultad: P. Fernández Rodríguez, “Hombre y sacramento en Santo
Tomás. Una cuestión de antropología cristiana”, Ciencia Tomista, 118 (1991): 41-73; L.G. Walsh, “Lo
humano y lo divino en la teología de santo Tomás sobre los sacramentos”, Anámnesis, 4 (1994): 45-72; B.
Blankenhorn, “Receiving Aquinas’ Sacramental Theology Today”, en M. Levering/M. Plested (eds.), The
Oxford Handbook of the Reception of Aquinas (Oxford, Oxford University Press, 2021), 689-704.
56
Cf. Carta Eius exemplo al arzobispo de Tarragona 18 de diciembre de 1208 (D-H 793-794).
33
4. Por último, cabe mencionar el Decreto del Concilio de Florencia para los armenios
(1439),59 inspirado en la enseñanza de Santo Tomás de Aquino y, más concretamente,
en la que se contiene en Los artículos de la fe y los sacramentos de la Iglesia. Entre los
elementos relativos a una teoría general de los sacramentos debemos señalar que se
enuncia el septenario; se afirma que los sacramentos de la Nueva Ley confieren la
gracia; se asume el vocabulario hilemórfico para explicar la composición de los
sacramentos; se afirma que hay tres sacramentos que imprimen carácter; y se señala el
lugar del ministro y de que este actúe con la intención de hacer lo que hace la Iglesia.
57
Cf. D-H 802.
58
Cf. D-H 854-860.
59
Cf. D-H 1310-1327.
34
5) Se recoge el tema del carácter sacramental: signo espiritual indeleble, que expresa
el sentido definitivo de ciertos dones divinos.
Todo esto es un signo de que el Magisterio asume progresivamente, pero con cierto
discernimiento, los avances teológicos.
3.5. Temas que aparecerán en el siglo XIII y serán motivo de disputa de escuelas
b) El modo de ‘institución’ de los sacramentos: este era un tema nuevo, que se hizo
presente como tal sólo en el siglo XIII, y que tendrá diferentes respuestas –de
hecho, en los grandes escolásticos, esa noción será siempre analógica: i) La
institución inmediata (determinatio in individuo), sostenida por quienes afirmaban
que Jesucristo instituyó inmediatamente y sin mediación alguna los siete
sacramentos; una posición fácilmente admisible cuando se desconocían las
fluctuaciones históricas que han atravesado de hecho los ritos sacramentales; ii) La
institución mediata (determinatio in forma generica tantum), defendida por
quienes admitían que Jesucristo instituyó determinados sacramentos a través de
segundas personas, como pueden haber sido los Apóstoles y la Iglesia (Esa era la
posición de Hugo de San Víctor; o de san Buenaventura que, después de haber
afirmado que la confirmación y la unción de los enfermos se la debemos al Espíritu
por medio de los apóstoles, afirmaba la institución de los siete sacramentos por
parte de Cristo mediador y principal legislador, cf. Breviloquium IV, 4).
A fines del siglo XIV y durante el XV, el contexto cambia. En lo que respecta a nuestro
tema es posible señalar tres ámbitos:
b) Por otra parte, en el ámbito sacramental, los canonistas ocuparon muy pronto el
lugar que correspondía a los teólogos, las cuestiones relativas a la disciplina a
observar y la consiguiente preocupación por lo mínimo indispensable para la
celebración válida de los sacramentos, contribuyeron a afianzar una visión
cosificada de los mismos, cada vez más aislados del contexto amplio de la
economía de la salvación que había caracterizado el acercamiento de los Padres de
la Iglesia e incluso de los grandes escolásticos.
c) Todo ello, más la decadencia en la vida cristiana que significó para la Iglesia tardo-
medieval la salida de la peste negra, condujeron a cuestionamientos heterodoxos de
la enseñanza oficial acerca de la Eucaristía adelantando, en cierto modo, los
argumentos de los reformadores del siglo XVI. Al respecto, se debe señalar a John
Wyclif (Inglaterra),61 quien fue condenado post-morten por el Concilio de
Constanza.62
4. EDAD MODERNA
60
Para un estado de la cuestión de los estudios al respecto, cf. Paul van Geest, “Aquinas or Augustine? On
the sources of Gabriel Biel’s Canonis Missae Expositio”, Zeitschrift für antikes Christentum, 11 (2007): 73-
95.
61
Cf. Ian Christopher Levy, “The Eucharist in the Fourteenth and Fifteenth Centuries”, en M. Levering/H.
Boersma, (eds.), The Oxford Handbook of Sacramental Theology, 238-243.
62
Cf. Concilio de Constanza, 8a Sesión, 4 de mayo de 1415 (D-H 1151-1195, si bien el contenido de las tesis
condenadas excede los temas sacramentales).
37
contradecirlas. Esa enseñanza ha tenido un peso decisivo en la teología católica hasta bien
entrado el siglo XX, y explica la razón de ciertas acentuaciones que han desdibujado del
horizonte temas importantes de la teología de los Padres de la Iglesia e incluso de los
teólogos escolásticos. Ahora bien, la enseñanza de Trento no se comprende, si no se tienen
en cuenta las posiciones de los reformadores, ya que es en reacción a ellos que esa
enseñanza fue formulada. Pero eso exige, en honor a la verdad, ser precisos y ofrecer un
acercamiento matizado.
En efecto, ante todo, es necesario tener presente que los reformadores del siglo XVI
no ofrecieron una enseñanza sistemática acerca de lo que debía entenderse por
sacramentos, su eficacia, sus efectos, sino que ésta se induce de una variedad de textos
donde ellos han tratado temas específicos relativos a ciertos sacramentos, especialmente el
bautismo y la Cena del Señor. Por otra parte, ellos tampoco tuvieron una visión uniforme
en materia sacramental: Lutero no tuvo una visión reductiva del signo sacramental, al
momento de señalar que éste era un ‘medio de la gracia’; algo que no se encuentra en la
visión de Zwinglio; mientras que en Calvino el tema es más complejo.63 Pero, además, hay
otra complejidad, y es que, por el estilo de obras que han dejado, muchas son sermones o
escritos polémicos -quizá la única excepción sean las Instituciones Cristianas de Calvino-,
se debe estar atento al estilo literario, a la etapa de la vida del autor y a quiénes está
dirigido el texto en cuestión. En Lutero, por ejemplo, se percibe una clara evolución en su
pensamiento, que se explica por sus polémicas con la Iglesia de Roma (1519-1520); la
reacción ante las posiciones de Karlstadt y los primeros indicios del movimiento
anabaptista (1522) y, más tarde, su controversia con Zwinglio (1525-1529). Según algunos
autores, al Lutero ‘reformador’, siguió un más equilibrado Lutero ‘católico’. Ahora bien, el
Concilio de Trento prestó atención sobre todo a los primeros escritos de Lutero,
especialmente el Preludio sobre la cautividad babilónica de la Iglesia (1520),64 que fueron
condenados en la bula Exsurge Domine (1520). Esa bula será más tarde uno de los
principales puntos de referencias del Concilio de Trento para condenar la posiciones
luteranas y, más ampliamente, protestantes.
Esa relación tan estrecha entre las posiciones de los reformadores y las enseñanzas de
63
Cf. A. Gounelle, “Protestantismes et sacrements”, Laval théologique et philosophique, 46 (1990): 197-207.
64
Cf. “Preludio sobre la cautividad babilónica de la Iglesia (1520)”, en Martín Lutero, Obras reunidas, 1.
Escritos de reforma (Madrid: Trotta, 2018), 219-307.
38
Trento, casi como causa y efecto, explica que, a diferencia de lo que no hemos hecho con
la teología ortodoxa, nos detengamos ahora, quizá demasiado in extenso, en la teología
protestante. El propósito de este desarrollo no es que memoricen con precisión cada
posición, sino que quede en claro que no se trata de una posición homogénea
Es posible distinguir tres etapas en el pensamiento de Lutero, en las que la ruptura con
la concepción católica de la época debe colocarse al inicio de la segunda, es decir, en el
otoño de 1520 –en julio de ese año, en el Sermón del Nuevo Testamento, Lutero mantiene
aún el septenario, que desaparecerá en septiembre (La cautividad babilónica de la Iglesia)-
.66 Ese cambio no es casual, ya que el 15 de junio de 1520, el papa León X, en la bula
65
Cf. R. Hotz, Los sacramentos en nuevas perspectivas. La riqueza sacramental de Oriente y Occidente,
103-113; M. Lienhard, “Luther est-il 'protestant'? Le sacrement chez Luther et dans la tradition luthérienne”,
Revue d'histoire et de philosophie religieuses, 77/2 (1997): 141-164.
66
Hay una nota ‘católica’ curiosa, que no siempre recordamos: Una de las primeras defensas de la enseñanza
y la praxis sacramental católicas fue la Assertio septem sacramentorum Adversus Martinum Lutherum (1521)
de Enrique VIII, escrita con la asistencia de varios teólogos, y que le valió el título pontificio de Fidei
Defensor. En ese texto Enrique seguía la estructura del De captivitate Babylonica (1520), y respondía punto
por punto.
39
“El primero es el sacramento o signo. El segundo, el significado del mismo sacramento. El tercero, la fe
en ambos, ya que en cada sacramento se han de dar estas tres cosas. El sacramento ha de ser externo y
visible, en forma o configuración corporal. La significación ha de ser interna y espiritual, en el espíritu
del hombre. La fe debe ser útil y provechosa a ambas.” (Sermón del reverendo sacramento del santo y
verdadero cuerpo de Cristo y de las hermandades, 1519)
La triada que Lutero distingue en el sacramento corresponde en su estructura a la
distinción que establece en la palabra de Dios y en la comprensión del ser humano:
De la misma manera que la palabra como Ley, sin fe no conduce a la palabra como
Evangelio, es decir como Buena Nueva de salvación, resultando ineficaz, así también el
sacramento, como signo externo, sin la fe no será eficaz. Esto tiene una lógica profunda en
Lutero, y hay que entenderlo en la tensión propia de su antropología ‘paulina’ que
distingue entre el ‘hombre exterior’, o según la carne, y el ‘hombre interior’, o según el
Espíritu. La fe, como respuesta conduce al ser humano a realizar su camino de una
situación a otra. Por eso los sacramentos están ordenados a la palabra de Dios:
“Todo es posible al que cree. Los sacramentos, no son otra cosa, sino signos, que sirven a la fe y la
estimulan, tal como veremos, y sin la fe, no sirven de nada” (Sermón para la preparación a la muerte,
40
1519).
También por medio de los sacramentos es la fe sola la que obtiene la justificación. A
partir de aquí, Lutero irrumpe contra el opus operatum, no entendiendo por tal,
ciertamente, la verdadera doctrina católica, sino la comprensión a la que había llegado
desde la presentación que entonces se hacía en ámbitos ganados por el nominalismo, sobre
todo tal como la entendía Gabriel Biel.
2. En la segunda etapa, cuyo inicio puede señalarse en julio de 1520, con el Sermón
del Nuevo Testamento, es decir, de la santa misa, Lutero unió estrechamente el sacramento
con la palabra de Dios. La predicación de la Palabra de Dios se hace posible de dos
maneras:
i) Por la sola Palabra que, como Evangelio, indica lo que ha sido prometido y, en su
carácter de signo, es sacramental, ya que el Evangelio efectúa y otorga lo que indica, es
decir, el perdón de los pecados. Algo que Lutero afirmaba ya en su sermón de Navidad de
1519:
“Todas las palabras, todas las narraciones del evangelio son, por decirlo así, sacramentos, que quiere
decir signos sagrados, por los que Dios actúa en los creyentes lo que estas narraciones significan”.
ii) Por el sacramento, es decir, por una promesa a la que se ha añadido un
signo externo, que Dios ha dado para robustecer nuestra fe, como por ejemplo a Noé dio el
Arco iris. Lo mismo ha hecho Cristo: su cuerpo y su sangre son un signo fuerte y
nobilísimo. Necesitamos un signo externo junto a la palabra. El signo es un sacramento, es
decir, que siendo externo contiene y significa no obstante una cosa espiritual, para que
nosotros, atraídos a lo espiritual por medio de lo externo, comprendamos lo exterior con
los ojos del cuerpo, y lo espiritual lo comprendamos interiormente con los ojos del
corazón.
Sin embargo, en cuanto a la fe, siempre y en primer lugar, se hace posible partir de la
llamada divina, es decir, a partir de la palabra de Dios como principio decisivo. Por eso el
signo sacramental obtiene exclusivamente su compleción por la palabra, que es promesa y
aplicación de la obra divina. Por lo tanto, según Lutero, el sacramento consiste en un signo
y en una promesa sellada por el mismo, en lo que la prioridad corresponde a ésta última,
pues el signo sacramental, sin la promesa, no podrá nunca conducir a la fe, y por ella, a la
salvación, pues presupone la fe suscitada por la palabra de Dios.
los sacramentos, Lutero lo consolidó en un tercer período, que empezó en 1525 con el
escrito Contra los profetas celestiales, de las imágenes y el sacramento, enfrentando a los
anabaptistas y más tarde su disputa con Zwinglio relativa a la comprensión de la Cena.
Lutero había reducido ya el número de los sacramentos propiamente dichos a dos, a saber,
el bautismo y la Santa Cena, en su tratado De la adoración del sacramento del santo
Cuerpo de Cristo (1523). Allí unía la penitencia al bautismo. Pero a Lutero no le pareció
suficiente caracterizar el sacramento por la palabra y el signo sacramental, para explicar
que la eficacia de los sacramentos debía ser atribuida sólo a Dios, y así añadió como
tercera característica el mandato y la orden de Dios (es decir, la institución).
Sin embargo, Lutero estaba convencido de que la palabra de Dios proclamada (en la
predicación) tenía una eficacia igual a la de los sacramentos, ya que consideraba a ambos
como medios y conductores de la gracia, que conducen al perdón de los pecados, a la
inhabitación de Cristo y, finalmente, la vida eterna. Con todo, mientras que la predicación
de la palabra de Dios ofrece el tesoro de Cristo a la comunidad como un todo, los dos
sacramentos están ordenados a las necesidades particulares de cada uno. Aquí se pone de
manifiesto cómo Lutero consideraba los sacramentos, sobre todo, bajo un punto de vista
existencial, es decir, no en sí, sino en cuanto se relacionan con los creyentes.
67
Cf. Apologia Confessio Augustanae 13, 3.
68
Cf. Confessio Augustana, 13.
42
En efecto, Zwinglio opinaba que los sacramentos, entre los que él contaba sólo el
bautismo y la Santa Cena, no eran medios para comunicar la gracia. Para él, la religión
consistía en la fe, que es una experiencia religiosa interior y una seguridad de la salvación
obrada por Dios. Por eso, los sacramentos tampoco pueden ser vehículos de la gracia. Más
bien son simplemente “signos o símbolos de cosas espirituales”, que se refieren a Cristo o
a los acontecimientos de la redención que tuvieron lugar en el pasado. El símbolo -como
en los profetas- viene en cierta manera en ayuda de la palabra.
- contra los luteranos, acentuó que el rito sacramental no otorga salvación alguna, ya
que la justificación representa un acontecimiento totalmente espiritual e interno,
sin confirmación ni seguridad exterior;
72
Cf. A. Gounelle, “Protestantismes et sacrements”, 203.
73
Institutio christiane religionis, cap. 14, 1.
44
La promesa divina en sí, no necesitaba ser reforzada por los sacramentos, éstos son
más bien una concesión de Dios a la naturaleza del hombre ligada a los sentidos y a sus
flaquezas. Por este solo motivo, Dios concede lo espiritual en la forma sensible de los
sacramentos. Dios se ayuda del lenguaje de la carne, en cuanto hace uso de signos para los
ojos. De acuerdo con esto, Calvino caracterizaba también los sacramentos como “símbolo
externo” para sellar en nuestra conciencia el favor prometido por Dios, como “espejo” para
ver la gracia divina y como “expresiones figurativas” de las promesas hechas por Dios.
Calvino parafraseó con una imagen la relación entre palabra y sacramento. La palabra
de Dios es el cimiento, los sacramentos son las “columnas” de la fe, que la sostienen sobre
el fundamento de la palabra. El Señor nos instruye primero con su palabra, después la
fortalece por medio de los sacramentos (como sello de su promesa), finalmente ilumina
nuestro entendimiento por medio del Espíritu Santo y abre nuestros corazones por el
Espíritu de Dios a la palabra y a los sacramentos, que si no fuera así, actuarían sólo en
nuestros sentidos, pero no en nuestro interior.
Hasta aquí coinciden aún en gran parte las afirmaciones de Calvino con las
concepciones de Lutero. Pero ya no es el caso cuando subraya que en los elementos
mismos del sacramento no se halla incluida ninguna fuerza espiritual. No son ni siquiera
portadores de la palabra divina, pues la causa de la justificación y la fuerza del Espíritu
Santo no están “encerradas en ellos como en un vehículo o recipiente”. Más bien los signos
figurativos obtienen, por la palabra de Dios, una nueva determinación y significan con lo
que despiertan en nuestra conciencia por el Espíritu Santo una representación análoga, una
inteligencia en el significado de los signos visibles, algo así como la plata sin trabajar la
obtiene por el sello oficial.
Calvino polemiza con duras palabras contra el “error” de Pedro Lombardo, que vio en
los sacramentos una causa eficiente o material de la salvación. Nunca estuvo dispuesto a
conceder una causalidad instrumental a los sacramentos, puesto que sólo Jesucristo es
causa de salvación. Nuestra confianza y nuestra veneración sólo nos es permitido ponerlas
en él. Así pues, también el bautismo sólo es “un signo de iniciación, por el que somos
recibidos en la comunidad eclesial, para ser injertados en Cristo y ser contados en el
número de los hijos de Dios”, mientras que en el misterio de la santa cena “Cristo es
verdaderamente ofrecido por medio de los símbolos del pan y del vino (...), por lo que
naturalmente, en primer lugar, crecemos juntamente con él para formar un solo cuerpo, y
participando de su substancia, experimentamos también su fuerza al participar de todos sus
bienes”.74 Calvino vio ya contenido en los sacramentos del Antiguo Testamento este
carácter cristocéntrico de los sacramentos. También ellos conducían a la comunicación con
Cristo.
Dios
⸝ ⸜
Gracia ←→ sacramento
- Lutero y los demás reformadores niegan, fundados en la Biblia, que Cristo haya
instituido siete sacramentos y que haya vinculado cada uno de ellos a una promesa. La
excepción son el bautismo, la eucaristía y la penitencia;
No hay que olvidar que en la disputa católico-protestante sobre los sacramentos, hay
discusiones en el ámbito doctrinal, pero también pastoral y de práctica eclesial. La gran
cuestión doctrinal ha sido la de la eficacia ‘objetiva’ de los sacramentos, en particular en la
celebración de la Eucaristía. Para ello es necesario comprender el contexto y pensar en la
inflación de las misas “propiciatorias” privadas para obtener beneficios, y en la
preocupación obsesiva que generó acerca del valor de la misa. Pero el debate sacramental
superó este punto y se pasó a cuestionar la misma concepción de sacramento. Los
reformadores condenan, con la mayor firmeza, la doctrina según la cual “la misa borra los
pecados de los vivos y de los muertos ex opere operato como si la justificación resultara de
la obra de la misa y no de la fe” (CA 24).
74
Cf. Ibid.
47
4.2.1. La intención del Concilio de Trento: El prólogo de la sesión VII,76 del Concilio
señala de modo explícito la preocupación de los padres conciliares por continuar con la
Tradición y responder a la ignorancia religiosa del momento. Pero de hecho lo que hace es
responder a los reformadores en lo concreto de los argumentos, de los cuales poseía una
lista de ‘errores’, reducidos a tesis, que supuestamente habían sido tomados de sus textos a
través de la lectura de los autores de controversia de la época que le habían dado su propia
sistematización. Los legados papales habían especificado a los padres conciliares que sólo
fueran condenados los errores de los herejes, mientras que las controversias entre escuelas,
donde había diferencias de opiniones, no debían ser decididas. Debía ser usado un lenguaje
claro, y la terminología escolástica debía ser evitada en lo posible.
75
Sesión XIII, 11 de octubre de 1551, decreto sobre el sacramento de la Eucaristía, cf. D-H 1637.
76
Del 3 de marzo de 1547, cf. D-H 1600-1630.
48
4.2.2. La enseñanza de Trento: Para centrarse en la obra del Concilio relativa a nuestro
tema hay que considerar el decreto sobre los sacramentos en general (más bautismo y
confirmación) de la Sesión VII -es significativo que en la Sesión VI se haya tratado el tema
de la justificación-. El decreto consta sólo de cánones de acuerdo al esquema Si quis dixerit
… anatema sit. Son considerados no sólo temas dogmáticos sino también disciplinares. Por
eso no se alude a ninguna obra ni autor en concreto sino a doctrinas, sin poder probar
siempre su origen. La base es el Decreto para los armenios del Concilio de Florencia, pero
evitando su terminología y estructura. Esto explica que nunca se defina lo que es un
sacramento. Como los reformadores, en principio, no habían cuestionado la existencia y el
significado de los sacramentos, no se vio necesario formular una articulación abstracta del
significado de un sacramento. El contenido doctrinal, que supone una lectura detenida, se
puede agrupar en seis núcleos77:
a. Los siete sacramentos han sido instituidos por Cristo: Es la primera toma de posición
del Magisterio al respecto, y donde se unen dos temas de origen diverso, ya que el
septenario entró en la enseñanza católica en el siglo XII, y la institución un siglo más
tarde. No se menciona el fundamento en la Escritura; sino que el único fundamento es
la práctica eclesial y el valor simbólico del número siete. Aquí está presente el tema de
la institución inmediata o mediata por parte de Cristo.
b. Los sacramentos están mutuamente correlacionados y hay una jerarquía entre ellos.
No se lo dice expresamente (c. 3), pero se subentiende el lugar eminente de la
Eucaristía. El sacramento del orden se encuentra orientado hacia los demás. El tema de
77 Cf. R. Hotz, Los sacramentos en nuevas perspectivas. La riqueza sacramental de Oriente y Occidente,
122-126; Peter Walter, “Sacraments in the Council of Trent and Sixteenth-Century Catholic Theology”, en
M. Levering/H. Boersma, (eds.), The Oxford Handbook of Sacramental Theology, 312-317.
49
cómo pensar esa jerarquía quedaba como una tarea para los teólogos.
d. Los sacramentos son signos eficaces. No sólo alimentan la fe sino que comunican la
gracia (cc. 5, 6, 8 9). Los sacramentos “contienen” y “confieren” la gracia ex opere
operato; aquí hay dos cosas implicadas: la gracia no puede ser merecida por ningún
acto humano, es una obra total de Dios; y se evita comprender la fe como un puro
subjetivismo.
- Si lo anterior señalaba ante todo un grave problema pastoral, y ese era el inicio de
la preocupación de Lutero, así como la intención del Concilio, de acuerdo a lo
afirmado en el prólogo del decreto -‘responder a la ignorancia religiosa del
momento’-, llama la atención la falta de consideración de los problemas pastorales.
- Es necesario leer los decretos y los cánones para tener una visión completa.
78
Cf. D-H 1529.
79
Cf. Círculo ecuménico de trabajo de teólogos evangélicos y católicos en Alemania, “La doctrina sobre los
sacramentos en general y la Eucaristía (1985)”, Diálogo ecuménico, 29 (1994): 143-191 [Para los
sacramentos en general, págs. 144-155].
80
Cf. Catecismo Romano, Segunda Parte, Introducción y Capítulo I (248-287).
81
Para un panorama breve de la teología posterior en cuanto a problemáticas y las posiciones de las
diferentes escuelas, cf. Trent Pomplun, “Post-tridentine sacramental Theology”, en M. Levering/H. Boersma,
52
“Los sacramentos tuvieron el origen del hecho de que los apóstoles y sus sucesores, por persuadirles
y moverles las circunstancias y acontecimientos, interpretaron cierta idea e intención de Cristo”.82
5. SIGLOS XIX Y XX
tanto el fundamento como el centro de la vida de la Iglesia que forma a los fieles en una
sociedad orgánica. Además, se darán allí los primeros intentos en aplicar, no de un modo
sistemático aún, la noción de sacramentalidad a la Iglesia. Como sabemos, los autores más
destacados en este último aspecto han sido J.A. Möhler y J.E. Kuhn.84 Möhler señalaba
que el culto detenta la responsabilidad de asimilar interiormente la doctrina y la teología
que la Iglesia ha articulado externamente. Möhler no hablará ya de la Iglesia como
sociedad sino como comunidad. Por tanto, aquí se dan los comienzos de una renovación de
la visión de la Iglesia como sujeto de la liturgia.85
Para valorar el aporte del movimiento litúrgico es necesario tener siempre presente el
diverso objeto de cada disciplina (teología y liturgia), algo que hemos intentado señalar en
la unidad I. Pero debemos recordar que ha sido importante el descubrimiento progresivo
que los teólogos han hecho de la liturgia, ya que, en cierto modo, habían olvidado el valor
del lenguaje de los símbolos y los gestos. En efecto, a partir del siglo XVI, los libros
litúrgicos habían sido tomados para determinar o confirmar el an sit y no para descubrir el
quid sit de las verdades que debían ser creídas. Esto condujo a una reducción a lo
especulativo, acentuado más tarde por el temor a caer en el modernismo. Esta actitud
estará presente hasta bien entrado el siglo XX, como se trasluce en los intercambios
epistolares entre Ch. Journet (1891-1975), y J.-A. Jungmann (1889-1975).86
84
Cf. Michel Deneken, “Sacramentalité de l'Église et théologie romantique (Contribution à l'étude de la
genèse de l'expression «Église sacrement du salut »)”, Revue des Sciences Religieuses, 67/3 (1993): 41-57.
85
Cf. Angelo Cardita; “Rehabilitating Johann Adam Möhler’s Sacramental Insights”, International Journal
of Systematic Theology, 13 (2011): 77-100.
86
Cf. Albert Houssiau, “La rédecouverte de la liturgie par la théologie sacramentaire (1950-1980)”, La
Maison-Dieu, n° 149 (1983): 31.
54
87
Cf. H. Bourgeois, “Los sacramentos según el Vaticano II”, en Id./B. Sesboüé/P. Tihon, P., Historia de los
Dogmas, Tomo III: Los Signos de la Salvación, 185-213; D. Palau Valero, La Iglesia-sacramento y los
sacramentos de la Iglesia (Barcelona: Edicions de la Facultat de Teologia de Catalunya, 2014), 20-203.
88
Cf. Patrick Prétot, “Relire Sacrosanctum Concilium cinquante ans après Vatican II”, La Maison-Dieu, n
275 (2013): 103-134; Angelo Cardita, “La question liturgique comme question dialogique: Une relecture de
55
El Concilio no ha definido los sacramentos sino que sólo ha ofrecido una descripción
de los mismos (SC 59). Puestos en su contexto, el Concilio presenta los sacramentos en el
marco de cuatro referencias:
- El vínculo de los sacramentos con Dios, que puede considerarse desde dos
perspectivas:
o los sacramentos como lugar de la acción divina (LG 10); Dios interviene en el acto
eclesial del sacramento (LG 11); siempre a través de la centralidad de Cristo; los
sacramentos son ante todo sacramentos de Cristo (GS 49);
o aunque esté sin desarrollar una perspectiva trinitaria: los sacramentos se orientan al
Padre y le rinden culto (SC 59), y se celebran en el Espíritu (AG 15; LG 11; PO 5;
GS 48), que “santifica al Pueblo de Dios a través del ministro y de los
sacramentos” (AA 3);
- El vínculo de los sacramentos con los demás aspectos de la vida cristiana, porque ellos
se inscriben en el cuadro global de la experiencia cristiana: su relación con la Palabra
de Dios, con la oración, con los dones del Espíritu Santo y las virtudes, con el
apostolado, con el servicio a los demás y la renuncia. Si el sacramento no lo es todo en
la práctica cristiana, sin embargo, no se trata sólo de gestos que tienen unos efectos en
la existencia de los cristianos, sino que son expresiones de fe, que se acompañan de
otras manifestaciones evangélicas cuyo contexto contribuye a su significación y a su
eficacia.
5.4.1. En 1967, J. Tillard afirmaba que no era fácil hacer balances en el ámbito de la
teología sacramental ya que se trataba de un sector teológico situado en la confluencia de
89
Es la lectura que encuentran en el cuerpo del artículo propuesto como lectura obligatoria de esta unidad,
que se detiene en las contribuciones de O. Casel, E. Schillebeeckx y K. Rahner, cf. A. Bozzolo, SDB, “La
57
influjos múltiples.
“Porque de hecho la doctrina cristiana del hecho sacramental es el punto de confluencia de la mayor
parte de las grandes corrientes de regreso a las fuentes que han caracterizado la reflexión cristiana
en el último siglo: renovación de la liturgia, renovación de la eclesiología, renovación de la
exégesis, renovación de la teología de las relaciones entre lo natural y lo sobrenatural, renovación
de la antropología cristiana y, más recientemente, renovación de la noción misma de culto cristiano.
Cada uno de estos movimientos ha dejado su impronta, a veces tan profunda, sobre la investigación
de los teólogos más específicamente atentos al misterio de los sacramentos, y que se encuentran hoy
constreñidos a redimensionamientos a menudo considerables. Pero también es verdadero lo inverso.
La teología de los sacramentos ha conocido también ella una renovación propia, que ha ejercido a la
vez un influjo sobre los otros sectores de la vida de la Iglesia, también aquellos de los que se decían
hasta hace poco tiempo que la han condicionado. Nos encontramos, pues, ante un fenómeno muy
singular de ósmosis, a una red de hechos capilares en lo que es difícil apreciar con precisión las
corrientes dominantes”.90
No obstante esta afirmación, al interior de ese proceso con doble dirección, Tillard
aventuraba algunos puntos de cristalización de las nuevas prospectivas que se avizoraban
entonces en el ámbito de la teología sacramental:
sacramentaria del Novecento. Modelli teologici a confronto”, Rivista Liturgica 94 (2007): 331-348.
90
J.M.R. Tillard, “Le nuove prospettive della teologia sacramentaria”, Sacra Doctrina, 45 (1967): 37s.
58
necesario que el hombre acoja la propuesta de Dios, le diga el sí de la fe. No hay don de la
gracia sin ese empeño de fe. Por tanto, no hay acontecimiento pleno de salvación, sin este
ingreso libre y amoroso del creyente en la alianza que Dios le propone en su Iglesia. La
teología clásica decía: “no hay sacramento fructuoso sin la fe del sujeto”; la teología
contemporánea prefiere decir: “no hay acontecimiento sacramental, sin la fe”. La fe
comprendida siempre como la personal y la fe eclesial.
c) Una visión eclesial y no solo individual del acto sacramental: se trata del aspecto
comunitario y eclesial, que concierne a diversos planos del misterio sacramental. Gracias a
la renovación de la eclesiología, cada sacramento se ve como una celebración que reclama
el sacerdocio de toda la Iglesia. Y por esto hay que entender tanto el sacerdocio real de
todos los bautizados así como el sacerdocio ministerial. Además, ‘la gracia’ ofrecida por
los sacramentos jamás es una realidad cerrada sobre el individuo, es un efecto que inserta
al fiel en el Pueblo de Dios escatológico. En el sacramento todo es eclesial: el origen, el fin
y el rito mismo.
concedido.
5.4.2. Pasados más de cincuenta años de ese análisis, podemos recoger en parte, el estado
de la cuestión con la que Bózzolo inicia su artículo. En efecto, el proceso de
transformación que ha caracterizado a la teología del último siglo, y que determinó el paso
de la homogeneidad forzada de la Neo-escolástica a la actual situación, caracterizada por el
pluralismo teológico, ha afectado sustancialmente a la teología sacramentaria. Si a inicios
del siglo XX la noción de sacramento se identificaba de modo pacífico con la definición
del Catecismo romano -‘signo eficaz de la gracia’-, hoy no es posible establecer con
facilidad cuáles serían los modelos conceptuales dominantes para la inteligencia teológica
del rito sacramental. Esto lo veremos, parcialmente, al considerar la definición y naturaleza
del sacramento en la Unidad IV.
− La afirmación del carácter pragmático-ritual de los sacramento que los ubica como
92
Cf. K. Rahner, La Iglesia y los sacramentos (Barcelona: Herder, 1964).
93
Cf. Th. Schneider, Signos de la cercanía de Dios. Teología de los sacramentos (Salamanca: Sígueme,
1986); H. Vorgrimler, Teología de los sacramentos (Barcelona: Herder, 1969); W. Kasper, “Palabra y
símbolo en la vida sacramental. Una fundamentación antropológica”, en Id., La liturgia de la Iglesia
(Maliaño: Sal Terrae, 2015), 87-99.
94
Cf. F. Schupp, Glaube - Kultur - Symbol. Versuch einer kritischen Theorie sakramentaler Praxis
(Düsseldorf: Patmos, 1974); J.M. Castillo, Símbolos de la libertad. Teología de los sacramentos (Salamanca:
Sígueme, 1981); L. Boff, Sacramentos de la vida (Santander: Sal Terrae, 1977).
61
5.4.3. Más allá de este panorama, que invita a adentrarnos en alguna de las corrientes
teológicas señaladas, es bueno señalar algunas coordenadas o parámetros que hoy no es
posible eludir y que, de algún modo, debe integrarse en una teología sacramental que
procure responder a los desafíos del momento.97
95
Cf. L.-M. Chauvet, Símbolo y sacramento. Dimensión constitutiva de la existencia cristiana (Barcelona:
Herder, 1991); Les sacrements. Parole de Dieu au risque du corps (París, Les Editions Ouvrières, 1997); Les
corps, chemin de Dieu. Les sacraments (París: Bayard, 2010).
96
Cf. A. Ganoczy, Einführung in die katholische Sakramentenlehre (Darmstadt: Wissenschaftliche
Buchgesellschaft, 19842); L. Lies, Sakramententheologie. Eine personale Sicht (Graz-Wien-Köln: Styria,
1990); O. Meuffels, Kommunikative Sakramententheologie (Freiburg: Herder, 1995).
97
Seguimos aquí a G. Hernández Peludo, “Cuestiones actuales de teología sacramental y propuesta para una
enseñanza renovada de la misma”, Salmanticensis, 63 (2016): 353-388.
62
5. La más clara percepción de los sacramentos como opus Trinitatis, por eso, no es
necesario afirmar sólo la dimensión pneumatológica de los sacramentos, algo que
ya es claro, sino que se debe pasar a la dimensión propiamente trinitaria.
9. Los sacramentos han sido signos de comunión y motivo de divergencias entre los
cristianos, por eso, no es posible eludir la cuestión ecuménica, asumiendo los
resultados ya alcanzados, señalando las divergencias que permanecen, y ensayando
caminos de superación.
10. Los retos pastorales, de los cuales el primero sea, quizá, iniciar a la experiencia de
la vida cristiana por los sacramentos.
1. Es muy difícil hacer un recorrido histórico, sobre todo, al momento de señalar los
alcances y momentos prioritarios. Este recorrido les puede parecer excesivo en
extensión y contenidos, antes de descorazonarse o emitir un juicio, dos consejos: i)
Sepan distinguir los momentos y aportes esenciales que han marcado la historia de
la teología católica e, incluso, del Magisterio; ii) Aprovechen los demás elementos
para formarse una ‘cultura’ teológica, ya que la tentación, a veces, es vivir de
simplificaciones.
2. Esa ‘cultura’ incluye una sana perspectiva histórica que está reñida con dos tipos
de acercamientos sesgados: i) Pensar nostálgicamente que hubo un momento de
63
oro de la teología y que todo lo que vino después ha carecido de valor; ii) O, por el
contrario, que lo actual quita todo valor a los aportes de otros momentos históricos.
Nada más falso. Pero para ello es necesario algo.
3. Cada autor debe ser leído en su contexto histórico, con los instrumentos que
contaba y la preocupación que los movía. Fue diferente el contexto de Agustín al
de Tomás; como fue diferente el siglo XVI al XX y, más aún, al XXI. En el siglo
XIII, los sacramentos eran una realidad indiscutible en un mundo que se
identificaba con la Iglesia y sus prácticas. Ello contribuía a que la tarea del teólogo
fuera explicar ‘qué es’ el sacramento. Ese horizonte se ha perdido, sin embargo, no
invalida la contribución de los autores de otro tiempo, y ayuda a explicar por qué
hoy muchos de los ensayos teológicos parecen más preocupados en responder al
‘para qué’ o ‘por qué’ de los sacramentos, en un trabajo a nivel casi de teología
fundamental y asumiendo las herramientas que ofrecen otras disciplinas. No se
puede pedir a ningún autor las respuestas a problemas que no eran los de su propio
tiempo.