Está en la página 1de 14

Jean JACQUART, “Réflexions sur les notables ruraux: Le groupe des

marchands-laboureurs en Île-de-France, du XVe siècle à la Révolution”, en


Congreso de historia rural, siglos XV al XIX, Madrid, Universidad Complutense
de Madrid, 1984, pp.645-658.

“Reflexiones sobre los notables rurales: el grupo de los labradores-mercaderes


en Île-de-France, del siglo XV a la Revolución”

ABSTRACT

Con su tesis sobre “La crise rurale en Île-de-France”, publicada en 1974, Jean
Jacquart se convirtió en uno de los más destacados especialistas europeos en
historia rural. Desde sus primeros trabajos, Jean Jacquart ha sido el hombre de
la planicie parisina, de la campiña de la Isla de Francia ciertamente, pero
también de la ciudad de Paris, sobre la cual ha escrito muchos trabajos,
siempre en el marco del Centre de Recherches d’Histoire moderne de la
Universidad de Paris I.

Jacques Jacquart ha sido profesor de la Universidad de Paris I y miembro


de su Centre de Recherches d’Histoire moderne, fundado por Pierre
Goubert, luego de la división administrativa de la Sorbonne en varias
universidades.

Traducción del francés: Fabián Alejandro Campagne

La presente traducción se realiza exclusivamente para uso interno de los alumnos de la Facultad de
Filosofía y Letras, de la Universidad de Buenos Aires

Jacquart, “Les notables ruraux” 1 Traducción Campagne (FFyL-UBA)


“Reflexiones sobre los notables rurales: el grupo de los labradores-
mercaderes en Île-de-France desde el siglo XV hasta la Revolución”

Esta comunicación es una tentativa de síntesis de la evolución plurisecular de


un grupo social característico de las grandes planicies del Noroeste de Francia:
el de los grandes productores, muy frecuentemente arrendatarios de los
grandes propietarios señoriales
Hace ya mucho tiempo que Georges Lefebvre, en su estudio sobre Les
paysans du Nord, subrayara el rol de los grandes arrendatarios al interior de la
sociedad rural de Antiguo Régimen. Fue luego imitado por numerosos
historiadores y no faltan ejemplos que permiten, para una región o un período
particular, trazar la evolución individual de determinados “gallos de aldea” (coqs
de village), verdadero grupo social que, como ha escrito Pierre Goubert, ocupa
una “posición clave” en la economía preindustrial. Quisiéramos presentar,
privilegiando el tiempo largo, la evolución de este grupo original en el marco de
l’Île-de-France, región en la que revistió un carácter ejemplar. Son numerosas
mis deudas con otros investigadores: Guy Fourquin, Hugues Neveux, Pierre
Goubert, Pierre Brunet, Marc Venard. Quisiera agregar a la lista a uno de mis
discípulos, Jean-Marc Moriceau, quien prepara en estos momentos una tesis
sobre los “gallos de aldea”, y que me ha autorizado a utilizar sus conclusiones
provisorias.*

***

I - En los orígenes.

Hacia 1450, las desgracias de la guerra de los 100 años y los efectos de la
depresión de finales de la Edad Media comenzaban a alejarse. Un poco por
todos lados en Occidente, y especialmente en Francia, la reconstrucción agraria
estaba comenzando. Es en las modalidades que adquirió esta reconstrucción
donde deben buscarse los orígenes del grupo social que estamos analizando
En el conjunto del territorio francés, l’Île-de-France presenta, a mediados
del siglo XV, ciertos caracteres originales:

1º A pesar de las enormes pérdidas humanas y de la miseria provocadas por


la guerra, la región parisina perteneció siempre al “mundo lleno”. Recordemos
que en vísperas de la guerra, el Estado de los fuegos de 1328 cartografiado por
Guy Fourquin permite afirmar que, con más de 14 fuegos por km2 (el doble de
la media del reino), el campo parisino figuraba entre las comarcas más
densamente pobladas de Europa Occidental. Claro que con grandes
variaciones locales: de las fuertes concentraciones de población en torno a la

*
La monumental tesis de Moriceau fue finalmente defendida en la Universidad de Paris I en 1992, y
editada por Fayard en 1994, con el título de Les fermiers de l’Île-de-France, XVe-XVIIIe siècle. Este
trabajo, de 1068 páginas de extensión, constituye uno de los más importantes trabajos de historia rural
europea publicados en el último cuarto del siglo XX (nota del traductor).

Jacquart, “Les notables ruraux” 2 Traducción Campagne (FFyL-UBA)


capital hasta las magras cifras correpondientos a regiones como Brie y el
Hurepoix occidental. Pero incluso estos últimos números (6 o 7 fuegos por km2)
no resultan ridículos tomados a escala nacional. La situación de 1328 no tiene
nada que ver con la de mediados del siglo XV. Pero tal vez se ha exagerado un
tanto la magnitud del desastre. Nada comparable aquí al efecto Hiroshima del
que habla Guy Bois para la Alta Normandía. En cualquier caso, el crecimiento
natural y la fuerte inmigración volvieron rápidamente a llenar las ciudades de la
región. Para 1500-1520 no debemos estar ya demasiado lejos del cuadro de
1328. A esta próspera población urbana debemos agregar la presencia de la
capital. Allí también, aún en lo más álgido de la crisis, una Paris reducida a
100.000 habitantes siguió siendo una ciudad importante. Mucho más aún
cuando el retorno de la paz fortalezca el proceso de repoblamiento...Con toda
seguridad la población de Paris alcanza los 200.000 habitantes a finales del
reinado de Francisco I**.

2º En el dominio más circunscripto de las estructuras económicas y sociales


del mundo rural, conviene subrayar tres trazos fundamentales:
 en la Isla de Francia, el debilitamiento del señorío clásico ha comenzado
muy temprano: conquista de la libertad personal por los dependientes,
atenuación de los derechos sobre la tierra. El tenente censitario*** es un
verdadero propietario, pues el derecho de los señores a recuperar el
dominio útil (retrait seigneurial) o bien es desconocido (como en la
costumbre de Paris), o bien es difícil de ejercer. Los derechos señoriales son
débiles, con frecuencia abonados en moneda devaluada, asignados a la
parcela antes que a las personas. Muchos de los champarts han sido
convertidos en pagos en dinero durante la guerra o la reconstrucción
posterior.
 Como contrapartida, junto con los censives que ocupan una porción
mayoritaria del espacio cultivado, las reservas se han mantenido
relativamente bien dentro de cada señorío. El señor conserva la gestión
directa de una parte importante del suelo: labrantíos, prados, bosques. Se
trata de dominios importantes, claro que no comparables con los latifundios
ibéricos o italianos. Con frecuencia fragmentada en parcelas que se mezclan
con las de los dependientes, la reserva también podía darse en forma
concentrada. Entre estos dominios, un lugar particular lo ocupaban las
tierras de la Iglesia. Propiedades antiguas, sólidamente en mano de
abadías, capítulos y conventos. Y, más a menudo aún que en el caso de los
dominios laicos, propiedades concentradas en grandes parcelas, en
ocasiones en una sola.
 La última característica es la originalidad del método de explotación directa
de estas grandes reservas. En la mayor parte de los casos, los trabajos de
la reserva constituían una sola explotación, junto con los edificios
principales. Una explotación que, por ello mismo, contrastaba grandemente
con las tenencias campesinas. Mientras que era raro que una reserva no
tuviera al menos 30 hectáreas de extensión, sólo un número ínfimo de
tenencias enfitéuticas alcanzaban dicha superficie. Más aún, era frecuente
**
1547 (nota del traductor)
***
Sinónimo de tenente enfitéutico (nota del traductor)

Jacquart, “Les notables ruraux” 3 Traducción Campagne (FFyL-UBA)


que el dominio señorial cubriera una superficie aún más importante: 60, 100,
130, incluso 150 ha. Por ello, los establecimientos religiosos adquirieron
desde el siglo XIII la costumbre de arrendar, por periodos fijos y en un solo
contrato, la explotación de la totalidad de la reserva señorial. La crisis
interrumpió este proceso. Pero el fin del período catastrófico permitió a los
grandes propietarios eclesiásticos volver a poner en práctica esta modalidad
de explotación. Y los señores laicos pronto los imitaron. El caso de la
demoiselle d’Athis, que permaneció fiel a la gestión directa de su reserva, y
que trataba directamente con labradores, cosechadores y viñateros, es ya
un caso excepcional para comienzos del siglo XVI.

A menudo hemos subrayado que la gestión de estos “arrendamientos”,


“granjas” o “censos” suponía, en el plano técnico, medios importantes y una
experiencia cierta. Conducir la explotación de unas pocas hectáreas de tierra y
dirigir con éxito una gran unidad de producción no son precisamente tareas
equiparables. ¿Quién podía, pues, en el seno de un mundo rural inmerso en
una etapa de reconstrucción material, ofrecer a los dueños de la tierra las
competencias y las garantías necesarias? Responder a esta preguntar es asistir
al nacimiento del grupo social que nos proponemos estudiar.
La redistribución de las tenencias enfitéuticas vacantes tras el fin de la
crisis se realizó en función del deseo de los propietarios y de los señores de
recuperar lo más rápidamente posible ingresos regulares y suficientes. Ante la
falta de hombres, los lotes fueron concedidos en condiciones bastante
favorables. La contracción demográfica había sin dudas provocado una relativa
concentración de los patrimonios campesinos. Así nacieron, desde el punto de
vista económico, células de producción relativamente extensas, que
contrastaban con la masa de las tenencias parcelarias. Durante un tiempo se
produjo un cierto reagrupamiento del reparto social de la propiedad. Un tiempo
breve: a partir del 1500, la recuperación demográfica, el fin de la etapa de
reconstrucción y el deseo de los dueños de beneficiarse con la competencia por
el acceso a la tierra, comenzaron un increíble proceso de fragmentación de la
propiedad rural. Sin embargo, en el seno de la aldea, ciertos linajes se vieron
favorecidos respecto de otros. El tamaño de sus tenencias los obliga a poseer
un equipo de trabajo acorde con el mismo. Su autosuficiencia se encuentra ya
largamente asegurada. Más aún, los excedentes de producción que pueden
comercializar los obligan a mirar más allá del horizonte estrecho del terruño.
Salen de él para acceder a los mercados. Su universo mental se expande. Y es
entre estos grandes tenentes donde los dueños de la tierra van naturalmente a
buscar a los arrendatarios a los cuales quieren confiar la gestión y la
administración de sus grandes reservas. Así, entre 1450 y 1500, un cierto
número de individuos ha logrado poner ya “el pie en el estribo”...

***

Jacquart, “Les notables ruraux” 4 Traducción Campagne (FFyL-UBA)


II El nacimiento de una primacía
1. La consolidación del grupo.
Así instalados con sus familias, a la cabeza de grandes arrendamientos, estos
labradores desearon naturalmente mantener su posición. Necesitaban entonces
tener éxito en su gestión, satisfacer a sus arrendadores y obtener la posibilidad
de renovar los contratos para beneficiarse con la mayor extensión posible de los
plazos.
La coyuntura, al pasar del siglo XV al XVI, colaboró con ellos
poderosamente, favoreciendo sus productos y abriéndoles nuevos mercados y
ocasiones de ganancia. El crecimiento de la producción cerealera, atestiguado
por las series decimales, recompensaba sus esfuerzos. La costumbre de los
arrendamientos por 9 años les permitía beneficiarse con los aumentos de los
precios, aún si, al finalizar el contrato, el propietario intentaba no sólo actualizar
los cánones sino anticipar el alza futura.
La actitud de los dueños de la tierra facilitaba la consolidación del grupo:
sin llegar a conceder un derecho de renovación automático, se generalizó el
hábito de ofrecer la renovación de los contratos al arrendatario en funciones o a
sus hijos. En el Cambrésis, pacificado aún antes que otras regiones, Hugues
Neveux señaló que a partir de 1400-1430 muchas familias de arrendatarios
lograron gestionar la misma explotación durante medio siglo o más: los
Delanoue arriendan en 1477 la gran reserva del capítulo de Notre-Dame, en
Rungis (130 hectáreas). Continúan con la misma explotación hasta 1503, y
pasan la posta a Robert de Guironne, cuya viuda continuaba en el puesto
todavía en 1570...
Permanencia, pero también solidaridad... Sabemos de la importancia de
la noción de linaje en la sociedad antiguorregimental. En cada pequeña región
el estudio de los arrendamientos permite confeccionar la lista de algunas
familias que parecen, desde la primera mitad del siglo XVI, monopolizar la
gestión de las grandes reservas. Familias ligadas a su vez entre sí por el
parentesco y los intereses comunes. Esta solidaridad jugaba en contra de los
dueños de la tierra, y nos permite afirmar que el mercado inmobiliario no era un
mercado competitivo en el nivel de las grandes granjas: pocos interesados
potenciales, que a su vez demostraban poco interés por jugar el juego de la
competencia. No tenemos pruebas escritas de esta última afirmación, tan sólo
una enorme cantidad de indicios...

2. De la explotación al poder.
El pequeño grupo de grandes productores no iba a tardar, gracias a la
consolidación del apreciable privilegio que significaba la monopolización de los
arrendamientos más importantes, en extender sustancialmente su influencia en
el seno del mundo rural. De la puesta en producción de la tierra se pasó así al
ejercicio de otros poderes, fuentes de nuevos beneficios pero también, y sobre
todo, medio de dominación sobre el pequeño mundo de la aldea.
No es necesario insistir sobre los aspectos económicos de este poder: la
gestión de las reservas señoriales suponía, más allá de la mano de obra
familiar, el empleo permanente o temporario de una mano de obra asalariada,
reclutada localmente o en las regiones vecinas; la posesión de medios técnicos

Jacquart, “Les notables ruraux” 5 Traducción Campagne (FFyL-UBA)


a la medida de la superficie explotada hacía naturalmente del gran arrendatario
un prestador de servicios para los tenentes parcelarios; en fin, la acumulación
de apreciables excedentes y de reservas monetarias otorgaban al arrendatario
la posibilidad de prestar a sus vecinos grano y dinero, con los consiguientes
beneficios adicionales de la usura. Agreguemos que el gran productor,
habituado a los mercados, era el intermediario designado para la eventual
comercialización de las muy pequeñas cantidades de excedente agrícola de las
que podía eventualmente disponer el pequeño campesino. Poder económico e
influencia social derivada... Pero los grandes arrendatarios fueron aún más
lejos.
Aún si, con la perspectiva que da el tiempo largo, el señorío de la primera
mitad del siglo XVI en Île-de-France nos parece débil, no por ello dejaba de ser
una realidad terriblemente presente. Se trataba de un organismo complejo,
hecho de una multitud de derechos difíciles de conservar, difíciles de ejercer,
difíciles de capitalizar. El señor no tenía ni el gusto, ni el tiempo, ni la capacidad
de ocuparse de la gestión cotidiana, excepto en casos muy excepcionales.
Señores con las características de los sires* de Gouberville** fueron raros en Île-
de-France, donde muchos señores cumplían obligaciones en la Corte, en la
capital o en las instituciones eclesiásticas, tareas todas que los alejaban de sus
posesiones rurales.
El arrendamiento de las diferentes fuentes del ingreso señorial, como la
percepción de los diezmos, estaba generalizado. A comienzos del siglo XVI,
dominaba la costumbre de confeccionar contratos separados para cada uno de
los distintos derechos feudales. A mediados de siglo se constata que la gestión
global del señorío útil, a excepción del ejercicio de la justicia, cada vez más era
objeto de un único contrato, en el el arrendamiento de las tierras de la reserva
se confundía con el arrendamiento de la percepción de las distintas cargas
señoriales. Esto significa que, en apenas medio siglo, los grandes arrendatarios
han sabido convencer a los dueños de la tierra de sus aptitudes para defender
sus intereses. Se comprenden bien las motivaciones recíprocas. Los señores
podrían limitarse a tratar con un único interlocutor instalado sobre el terreno,
quien conocía detalladamente hombres y parcelas, capaz de luchar en contra
del fraude y de la mala voluntad de los tributarios. El arrendatario agregaba a
los beneficios de la explotación de la reserva los beneficios de la percepción de
los diversos derechos señoriales. Recogía, gracias a los tributos liquidados en
especie, una masa acrecentada de excedentes comercializables, en un
momento caracterizado por el alza de precios y por los mercados en expansión.
Sus sólidas reservas le permitían vender en el mejor momento del año agrícola
y de acrecentar entonces aún más su beneficio.
A mediados del siglo XVI se puede considerar que el grupo de grandes
productores ha tenido éxito en imponerse como socios principales del negocio
rural. Frente a los dueños del suelo, ayudados por la coyuntura y una poderosa

*
Título con el que se designaba genéricamente a los señores feudales que carecían de algún otro título
nobiliario específico (duque, conde, marqués, etc.), pero que de todas formas ejercían la titularidad de un
señorío jurisdiccional (nota del traductor).
**
Pequeño linaje de gentilhombres de la campiña parisina, que adquirió celebridad historiográfica porque
uno de sus exponentes, muerto en 1578, dejó escrito un diario personal que ha resultado una fuente
invalorable para los estudiosos del señorío en tiempos del feudalismo tardío (nota del traductor).

Jacquart, “Les notables ruraux” 6 Traducción Campagne (FFyL-UBA)


solidaridad intragrupal, lograron frenar eficazmente los aumentos de los
cánones de arrendamiento y mantener el peso de la renta en un nivel
compatible con el producto global de cada explotación. Frente a los otros
campesinos, el gran arrendatario aparecía como el mandatario de los señores y
de los titulares de los diezmos, investido con la autoridad de aquellos, pero
también como un proveedor de empleo y como un sostén material en los
tiempos difíciles.

***

III A prueba por la coyuntura.


De 1560 a 1680, el medio de los grandes arrendatarios logra, a pesar de las
dificultades del siglo de la crisis rural, preservar lo esencial de su primacía en el
seno del mundo campesina. Llegan incluso a consolidar lo adquirido en el
periodo feliz de la restauración del siglo XV y del “bello siglo dieciséis”.

1. El peso de la coyuntura.
Nos contentaremos con recordar que los arrendatarios, como el conjunto del
mundo campesino, se vio alcanzado por “las desgracias del período”. Algunos
trazos merecen subrayarse. L’Île-de-France sufrió particularmente dos
procesos: las Guerras de Religión y la Fronda. En ambas ocasiones, los
grandes arrendamientos estuvieron particularmente bajo amenaza: en ellas los
bandos contendientes tenían mayores posibilidades de obtener forraje, caballos
frescos, graneros y silos repletos. Valía más la pena saquear las granjas de los
ricos que las de los humildes. Agreguemos a ello el fanatismo religioso, que
buscaba destruir las bases de riqueza de la Iglesia. Muchos campesinos
sufrieron directamente los efectos de las guerras: cosechas destruidas, edificios
incendiados, rebaños diezmados. Todo un capital amenazado...
A estos eventos políticos conviene agregar los efectos de la coyuntura
económica general: la crisis del siglo XVII (con muchos matices), acumulación
de malos años climáticos a fines del siglo XVI, en torno a 1650 y de nuevo a
finales del siglo XVII. En más de una ocasión, el producto global de la
explotación podía resultar insuficiente para asegurar la reproducción bruta y el
arrendatario se veía imposibilitado de cumplir con sus obligaciones.
Más aún en una época en la que el peso de la fiscalidad real no cesaba
de expandirse, especialmente entre 1550 y 1600, y entre 1630 a 1660. En Île-
de-France, país de talla personal, es el ocupante y no el dueño de la tierra el
que paga los impuestos reales.

2. Las respuestas a la coyuntura.


Frente a estas dificultades de toda clase, el medio de los grandes arrendatarios,
a quienes en los documentos se menciona cada vez más con los apelativos de
“marchands-laboureurs”* y “honorables hommes” (expresión esta última que los
equiparaba con la pequeña burguesía urbana), manifestó una capacidad real de
*
Hemos traducido el término como labradores-comerciantes o labradores-mercaderes. El término francés
labourer no debe confundirse con el de asalariado. El vocablo para describir al asalariado no propietario
en el campo pre-industrial era el de manouvrier (nota del traductor).

Jacquart, “Les notables ruraux” 7 Traducción Campagne (FFyL-UBA)


adaptación, de reacción e incluso de iniciativa. Así se explica la remarcable
resistencia de este grupo rural durante el tiempo de la crisis.
El grupo defiende su “derecho a la explotación”**, eliminando a los recién
llegados, buscando explotar no solamente las granjas más importantes sino
también las propiedades medianas. Obtuvieron también renovaciones
anticipadas de los contratos. Iniciaron al mismo tiempo la práctica de reunir
arrendamientos diferentes en una sola mano, para agrandar así la extensión de
sus explotaciones.
Sobre el plano de la rentabilidad de la explotación, la respuesta a las
contingencias de la coyuntura reviste diversas formas, tendientes todas a lograr
el mismo resultado.
La reducción de los costos de producción resulta de la progresiva
degradación del salario real, incluso para el abonado en especie. La
concentración de las propiedades, el reagrupamiento parcelario impulsado por
los dueños de la tierra, y la acumulación de arrendamientos, permitieron
también lograr una economía de escala óptima. Los arrendatarios intentaron
limitar las apetencias de los propietarios de la tierra y negociaron los aumentos
de la renta. Lograron éxito en los tiempos álgidos de la crisis, cuando su
solidaridad de grupo les permitió obtener, al menos por un tiempo, reducción de
los cánones y amnistía para los atrasos acumulados. Apelaron al crédito de los
propietarios bajo la forma de adelantos reembolsables o de alquiler de ganado.
Es cierto que, en el largo plazo, los arrendatarios fueron derrotados y la renta
triunfó luego de 1620, aunque en forma menos neta que en el Languedoc. Pero
aún entonces los grandes explotadores buscaron nuevas fuentes de beneficios
para equilibrar sus balances amenazados. Ensayaron la obtención de
ganancias a partir de la especulación en el mercado de tierras. Pero también
recurrieron a iniciativas agronómicas, como la práctica de cultivos “robados” a la
hoja de barbecho, la ganadería especulativa fomentada por el mercado parisino
(300.000 habitantes hacia 1565, 400.000 hacia 1635, 500.000 hacia 1700), op
la introducción tímida de praderas artificiales en el sistema de cultivo.
Agreguemos los beneficios de la tala de bosques, del transporte de carga, del
comercio de granos. Todo ello manifiesta el eficaz dinamismo de los “gallos de
aldea”.
En los momentos difíciles quedaba siempre la opción de reducir el
capital. Mientras que los pequeños tenentes se veían afectados por la
expropiación progresiva, los labradores-mercaderes disponían de un margen de
seguridad más amplio. No dudaban en sacrificar su patrimonio inmobiliario para
conservar las verdaderas bases de su poder: el capital móvil, el ganado, las
herramientas.
Finalmente, los grandes arrendatarios conocen artilugios para limitar el
pago de tallas que les exige el fisco real. Sin incluír aquí las presiones que los
dueños de la tierra ejercían sobre los burócratas del fisco a favor de sus
arrendatarios, sabemos que los repartidores de impuestos a nivel local evitaban
carhar en exceso a quienes proveían trabajo, salarios y préstamos al resto de
sus vecinos. Por otro lado, un buen número de los “gallos de aldea” compraron
pequeños cargos venales en la burocracia del estado absoluto, lo que los
**
Derecho de precedencia en la renovación de los arrendamiento de que gozaban los usufructuarios del
contrato vigente (nota del traductor)

Jacquart, “Les notables ruraux” 8 Traducción Campagne (FFyL-UBA)


asimilaba a los miembros de la Casa del Rey, procurándoles la exención del
impuesto directo. Detrás de muchos “arqueros de la Casa del Rey”, “jinetes de
las Caballerizas reales”, ordenanzas o “valets de cámara”, se esconden apenas
disimulados muchos de nuestros grandes arrendatarios.

3. El tiempo de las dificultades.


Todos estos elementos explican, al margen de los fracasos individuales siempre
posibles, la sólida resistencia del grupo de los grandes productores frente a las
numerosas pruebas que enfrentó el mundo rural entre 1560 y 1660. Las cosas
cambian luego de esta fecha y sobre todo con posterioridad a 1690. La crisis
rural se agrava y los “gallos de aldea” no pudieron ya escapar más a las
lamentables consecuencias de la coyuntura.

--- La serie de buenas cosechas de los tiempos de Colbert produjo una baja
sensible de los precios agrícolas, mientras que los otros factores del balance de
la explotación tendieron a mantenerse estables. El margen de beneficio,
siempre bastante magro en el sistema agrícola antiguo, se reducen aún más. A
estos dos decenios de marasmo suceden los malos años climáticos de finales
de siglo y principios del siglo XVIII. Si por un lado, los grandes arrendatarios se
vieron profundamente afectados por el largo periodo de bajos precios agrícolas
provocado por la abundancia de grano en las planicies cerealeras del norte, por
el otro tampoco pudieron beneficiarse con los años de escasez provocados por
el clima, tan grande fue el déficit de la cosecha en los años 1693 y 1710. Al
mismo tiempo, el poder real, mejor armado, comenzó a atacar con mayor
dureza la especulación de productores y vendedores de granos.
--- Estas dificultades se vieron agravadas por la evolución de los cánones de
arrendamiento. Luego de los sacrificios que habían tenido que consentir en
tiempos de la Fronda, los dueños de la tierra aumentaron sus exigencias. La
renta del suelo retoma su alza. Los cánones propuestos hacia 1660-1665 son
ya los más elevados del siglo, justo en el mismo momento en que se inicia el
largo debacle de los precios agrícolas. El empecinamiento de los dueños de la
tierra por mantener sus ingresos nominales en tiempos de deflación, produjo un
impacto brutal en las economías de los grandes arrendatarios.
--- Incorporemos al análisis el aumento de la presión fiscal provocado por las
guerras constantes de las décadas finales del reinado de Luis XIV, luego del
período de relativa disminución de los impuestos durante los pacíficos años del
ministerio de Colbert*.

A partir de 1685, los fracasos de los arrendamientos se multiplican y los


propietarios, ellos mismos afectados en sus ingresos, se negaron a repetir las
contemplaciones que habían caracterizado a la fase anterior de la crisis.
Contratos interrumpidos antes de tiempo, procesos judiciales siempre costosos,
confiscación de cosechas y ganado, decenas de propietarios que no logran
hallar candidatos solventes para arrendar sus tierras, son todos signos que

*
La muerte de Colbert en 1683 coincide con el comienzo de la fase expansiva de la política externa de
Luis XIV, que inicia una serie de cuatro guerras internacionales consecutivas que abarcan los treinta
últimos años de su reinado personal (nota del traductor).

Jacquart, “Les notables ruraux” 9 Traducción Campagne (FFyL-UBA)


demuestran la profunda crisis del grupo de los grandes productores y, más aún,
la ruina de los arrendatarios medianos.
¿Debemos decir que asistimos entonces al fin de los notables de aldea?
La respuesta posee diversos matices.
La situación material de los “gallos de aldea” se vio seriamente afectada,
y más de un linaje antiguo que venía usufructuando arrendamientos desde
finales del siglo XV se vio eliminado para siempre del juego. No faltan los
ejemplos de campesinos ricos que, luego de la perdida de su explotación y de
la confiscación de sus equipos de trabajo, retomaron su condición de
asalariados o de pequeños artesanos. Esta situación se dio sobre todo en
aquellos que sólo habían arrendado tierras. Parece en cambio que los
arrendatarios más poderosos, los que combinaban los beneficios agrícolas con
los de la gestión señorial, las talas de bosques o la recolección de diezmos,
pudieron resistir la tormenta en condiciones relativamente mejores. Los más
fuertes supieron incluso adaptarse a partir de una suerte de salto hacia
adelante. Un tal Louis Chartier, arrendatario de los damas de Maubuisson en
Plessis-Gassot, al norte de Paris, poseía simultáneamente otro arrendamiento
en Roissy-en-France, y supo sacar provecho de las desgracias de un vecino al
comprarle su capital productivo e instalar a su cuñado, en 1691, en una tercera
explotación, la granja de Choisy-aux-Boeufs.
La crisis aguda produjo entonces una reducción numérica del grupo de
los gallos de aldea, momentos difíciles para todos y desastrosos para algunos.
La crisis se vio acompañada por una nueva concentración de la explotación en
manos de los linajes que habían podido atajar los golpes. En 1718, según P.
Brunet, existían 37 explotaciones con más de 200 hectáreas en la elección de
Soissons, de las cuales 26 se habían originado a partir de fusiones de antiguos
arrendamientos independientes. Un estudio global debe también tener en
cuenta las concentraciones operadas a nivel del linaje: a comienzos del siglo
XVIII, en Plessis-Gassot, mientras que François Chartier explotaba la granja de
Maubuisson, uno de sus hermanos explotaba el arrendamiento de Blancs
Manteaux y su tío se encargaba de la administración de la tercera gran
explotación de la aldea.

IV – La era de la gran explotación


El cambio de la coyuntura, tímido y lento hasta 1730-1740, pero mucho más
veloz en el tercio de siglo posterior, permitió al grupo de los grandes
arrendatarios recuperar y reforzar los elementos constitutivos de su poder.
Podemos hablar entonces de una “edad de oro de los arrendatarios”, saludados
por los fisiócratas como los elementos dinámicos de una agricultura en
expansión.

1. La renovación parcial del grupo.


Hemos visto que la crisis de finales de la era del Gran Rey había modificado la
composición del grupo. Pero más allá de la crisis, el medio se renovó con la
llegada de nuevos integrantes. Se trata de un episodio aún mal conocido, que
una serie de monografías familiares permitiría aclarar. Junto con los linajes

Jacquart, “Les notables ruraux” 10 Traducción Campagne (FFyL-UBA)


antiguos que lograron atravesar los tiempos de dificultades, vemos acceder a
nuevas familias a la dignidad de labradores-mercaderes y de administradores
señoriales. Tal fue el caso de los Pluchet, simples viñateros de Louans-
Morangis, al sur de la capital. Fueron una familia muy humilde de pequeños
tenentes, hasta que François Pluchet accedió en 1720 a la administración del
señorío del conde local. Fue el comienzo de un destacable ascenso social que
colocó a sus descendientes a la cabeza de importantes explotaciones en Brie,
sobre el Longboyau y en la región de Trappes. Ascensión que culminó a
principios del siglo XIX con la compra de una granja en Trappes (100 hectáreas)
y la constitución de un patrimonio propio, no arrendado, de 390 hectáreas para
1845. Micheal Moriceau se encuentra estudiando otros casos similares de
promoción social, intentando descubrir las razones principales de estos
fulgurantes ascensos: ¿una buena dote matrimonial, los efectos de la
liquidación del sistema de Law, el azar?
Estos recién llegados se fundieron rápidamente en el grupo de los
labradores-mercaderes y practicaron su misma política.

2. El poder reforzado.
El grupo de los labradores-mercaderes permanece numéricamente limitado y
domina al mundo rural desde lo alto. En 1778, en la elección de Paris (más de
400 parroquias, cerca de 900.000 habitantes), detectamos 997 contribuyentes
de la talla que pagan por encima de las 100 libras anuales. 702 de estos
montos eran abonados por grandes arrendatarios, 6 por administradores de
señoríos, 8 por propietarios que explotaban sus tierras directamente. Más aún,
de los 122 montos superiores a las 1000 libras, 115 correspondían a “gallos de
aldea”. De la paciente comparación de los rollos fiscales de los años 1740, 1758
y 1789, Micheal Moriceau logró conformar una suerte de Quién es quién del
mundo rural: 213 grandes arrendatarios, pertenecientes a 71 familias diferentes,
algunos de los cuales aparecían hasta cinco veces en las listas de
contribuyentes, según sus distintas explotaciones.
Es evidente que la coyuntura favorable del siglo XVIII sostiene a estos
gallos de aldea y asegura su riqueza. El alza de los precios agrícolas es neta,
reforzada por los mecanismos de mercado. La renta cayó durante un tiempo,
para después recuperarse a partir de 1760. Pero el retraso fue suficiente para
que los grandes arrendatarios pudieran acumular capital e invertirlo en equipos,
ganado y tierras.
La eliminación de las granjas más pequeñas, de los simples labradores,
sólo dejó frente a ellos en la aldea al grupo de los minifundistas proletarizados,
y a algunos pequeños artesanos. Más que nunca, los gallos de aldea ocuparon
la cima de la comunidad rural. Toda su estrategia familiar apuntaba a consolidar
este poder. Mientras que el Rey vendió el cargo de síndico perpetuo
(responsable de la gestión de los asuntos de la comunidad), a menudo eran
grandes arrendatarios los que los compraban. Algunos hijos estaban
naturalmente destinados a encargarse de la administración de las granjas, otros
estudiaban leyes para ejercer los cargos burocráticos adquiridos por el linaje,
otros ingresaban a la Iglesia. Una parte de los curas rurales de la diócesis de
Paris provenían de las dinastías de grandes arrendatarios. A comienzos del
siglo XVIII, distintos miembros de la familia de los Angouillan, perteneciente a

Jacquart, “Les notables ruraux” 11 Traducción Campagne (FFyL-UBA)


un viejo linaje que desde 1600 monopoliza los dos o tres arrendamientos más
importantes de su parroquia, ocupan al mismo tiempos los curatos de Wissous,
Chilly, Morangis y Epinay. Las hijas entran también en esta estrategia familiar,
pues servían para reforzar los lazos entre los diversos linajes. Podía también
obtenerse beneficio en las vocaciones religiosas de las mujeres: muchas damas
de la familia Chartier ingresaron a la abadía de Maubuisson, cuya granja de
Plessis-Gassot arrendaban precisamente los miembros de su familia.
Durante el siglo XVIII continuó el reagrupamiento de las granjas llevado a
cabo por arrendatarios deseosos de extender la superficie de sus
explotaciones. Los dueños de la tierra se mostraban de acuerdo, sobre todo
cuando las explotaciones eran vecinas unas de otras, pues ello reducía el costo
del mantenimiento de los edificios, que correspondía siempre a los propietarios
de la tierra antes que a los arrendatarios. En ocasiones, los labradores-
mercaderes subarrendaban los edificios excedentarios que quedaban luego de
la unificación de explotaciones diferentes. Muchos cahiers de doléances se
quejaban en 1789 de este proceso de concentración territorial.
Con la literatura fisiocrática, los grandes arrendatarios devinieron
pioneros encomiados por los teóricos. Al pequeño productor miserable,
necesitado, se oponía la gran explotación, que permitía una economía de
escala, una producción masiva, que autorizaba las innovaciones técnicas.
Peso a ello, los grandes productores no parecen haber sido en el siglo
XVIII agentes eficaces de una transformación de las técnicas agrícolas.
Permanecen esencialmente como productores de grano destinado al mercado,
según los métodos tradicionales, con los bloqueos tradicionales: mala inserción
del ganado en el sistema de cultivo, insuficiencia de abono, conservación del
“oprobioso” barbecho” (Young), estancamiento relativo de los rendimientos. Las
innovaciones fueron producto no tanto de los grandes arrendatarios cuanto de
propietarios seducidos por las ideas fisiocráticas.

3. La crisis revolucionaria y el destino del grupo de los labradores-mercaderes.


Durante muchos siglos los grandes arrendatarios fueron gestores eficaces del
sistema señorial, al que estaban en consecuencia ligados. En la aldea, ellos
eran quienes percibían los derechos señoriales pagados por los otros
campesinos, y sabían defender, con el apoyo del aparato judicial, los intereses
de los señores. A partir de esta gestión de intermediación obtenían beneficios
no despreciables, y ya hemos señalado que era en el ejercicio de este rol donde
adquirían mayor influencia sobre el resto de la comunidad rural.
Resulta por ello interesante analizar la actitud del grupo en la crisis
revolucionaria iniciada en 1789.
Los arrendatarios sintieron duramente los efectos de la depresión
intercíclica que precedió a la Revolución, estudiada magistralmente por Ernest
Labrousse. Menos que los viñateros, menos que los pobres, pero lo suficiente
como para inquietarlos. Debemos recordar que el aumento de la renta de la
tierra con posterioridad a 1760 redujo sus márgenes de beneficio y sus
posibilidades de acumulación. La crisis de 1787-1789 los halla descontentos y
debilitados.
Está claro que la creciente contestación del sistema feudal-señorial por
parte de los ideólogos burgueses en el plano de los principios, tanto como el de

Jacquart, “Les notables ruraux” 12 Traducción Campagne (FFyL-UBA)


las masas rurales en el ejercicio de diversos formas de resistencia cotidiana,
habían convertido la tarea del administrador señorial y del recaudador de
diezmos en una labor poco agradable. Menos agradable y menos beneficiosa.
Sin embargo, no debemos olvidar que los labradores-mercaderes
devinieron, con el mejoramiento de la coyuntura económica, compradores de
tierra. Como tales también ellos, en su rol de propietarios, desearon liberarse de
las servidumbres feudales que constreñían sus propiedades, de la misma
manera que los burgueses de las ciudades.
Por todas estas razones, en vísperas de la Revolución, sin entrar aún de
lleno en una oposición contra los dueños tradicionales de la tierra, el grupo de
los grandes arrendatarios comenzó a cuestionarse los lazos de interés que los
unían al sistema señorial. Poniendo una vez más de manifiesto su capacidad de
adaptación, entraron en la tormenta buscando extraer de ella los mejores
beneficios.
Siempre habían intentado, a menudo con éxito, obtener ventajas de las
distintas transformaciones que afectaban al mundo rural. Cuando en 1787 se
crearon las municipalidades de parroquia, fueron los grandes arrendatarios los
que ocuparon naturalmente los puestos principales. De la misma manera en
1789, durante la redacción de los cuadernos de queja, dominaron las
asambleas de parroquia y ocultaron las expresiones de queja de los asalariados
y minifundistas. En Ile-de-France, no es sino en las regiones donde los
viñateros eran mayoría donde podemos escuchar la verdadera voz de los
pequeños productores.
Y cuando el Gran Miedo y sus consecuencias del 4 de agosto permitieron
abrir una brecha en el sistema señorial, sin poner en entredicho el carácter
“sagrado e inviolable” de la propiedad, y menos aún los derechos de los
productores, los grandes arrendatarios se plegaron al movimiento desatado por
las masas populares y apoyado por las asambleas revolucionarias. En el
momento de la contestación total del sistema, los antiguos gestores del régimen
caduco abandonan el barco, luego de haber extraído beneficios de él durante
siglos. Los grandes arrendatarios fueron sin dudas sensibles a la idea de la
igualdad impositiva, ellos que tradicionalmente pagaban las tallas que los
dueños de la tierra no estaban obligados a pagar.
Finalmente, cuando la nacionalización de los bienes del clero y la venta
de las propiedades de los emigrados arrojó al mercado inmobiliario una masa
importante de tierras y edificios, los gallos de aldea incrementaron su
patrimonio. A su manera, claro, muy por detrás de los grandes inversores
burgueses, dado que las riquezas rurales estaban muy lejos de las mayores
fortunas urbanas. Pero ellos fueron al menos los únicos rurales que pudieron
beneficiarse de la transferencia de propiedad provocada por la Revolución.
Muchos arrendatarios pudieron así fortalecer sus situaciones inmobiliarias en
sus parroquias de origen. Algunos de ellos invirtieron los escudos acumulados
después de tres cuartos de siglo de coyuntura favorable y coronaron, con su
entrada en el grupo de los propietarios y de los rentistas del suelo, una
evolución plurisecular. De esta manera, los dos Chartier de la parroquia de
Plessis-Gassot adquirieron dos granjas de cerca de 70 hectáreas. De esta
manera, los Pluchet se convirtieron en propietarios de la granja de la abadía de
Saint-Denis, en Trappes. De esta manera, el arrendatario del marqués de

Jacquart, “Les notables ruraux” 13 Traducción Campagne (FFyL-UBA)


Girardin en Puiseux-Pontoise, Thomassin, compró en 1791 una granja de 55
hectáreas que había pertenecido a una comunidad religiosa, para luego, a
comienzos del siglo XIX, adquirir la propiedad del marqués de Girardan, que
venían administrando desde 1766. Durante todo el siglo XIX los Thomassin
continuaron con la compra de tierras, hasta alcanzar las 500 hectáreas. Ejemplo
extremo pero significativo del poder y del dinamismo durable de un grupo social
muy característico de las estructuras económicas y sociales de la región
parisina.

Jacquart, “Les notables ruraux” 14 Traducción Campagne (FFyL-UBA)

También podría gustarte