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Los debates sobre el fin de los tiempos muy a menudo se atascan en qué hacer con las piezas

individuales del rompecabezas. Jeff Johnson nos ayuda a dar un paso atrás y ver el gran cuadro que la
Biblia pinta del plan de Dios para la historia humana. Como resultado, podemos ver claramente que
Dios cumple Sus promesas a Abraham, Israel y David en Sus bendiciones sobre Jesucristo y el pueblo
que está unido a Él, tanto judíos como gentiles, ahora y para siempre. Esto es lo que el amilenarismo
enseña. Y cuando ves el panorama general {lit. el gran cuadro},[1] es mucho más fácil poner las piezas
individuales en su lugar.
Joel R. Beeke,
Presidente del Seminario Teológico Reformado Puritano
{Puritan Reformed Theological Seminary},
Grand Rapids, Michigan, EE. UU.

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En una cultura eclesiástica en la que la serie {título oficial} Dejados Atrás[2] sigue siendo la visión
predominante de la escatología, Jeffrey Johnson ha proporcionado una destacada introducción a la
escatología bíblica. Los cinco puntos del amilenarismo es un sólido tratamiento bíblico–teológico de
los principales temas de la escatología. Personalmente, usaré este libro tan legible como una
herramienta para introducir a la gente a una escatología bíblica que exalta al Rey resucitado y reinante,
Jesucristo.
Brian Borgman,
Pastor, Iglesia de la Comunidad de la Gracia
{Grace Community Church},
Minden, Navada, EE. UU.
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En este excelente pequeño libro, Jeff Johnson desenrreda cinco de los asuntos más difíciles de resolver.
Escribe con gracia y facilidad, pero el lector notará que su prosa clara es resultado de una reflexión
profunda sobre algunos de los pasajes más difíciles de la Escritura. Estamos viendo un resurgimiento
del interés en la teología amilenarista en nuestros días, y este libro ayudará a aplacar esa sed evidente
por un pensamiento claro, riguroso y profundo.
Owen Strachan
Profesor Asociado de Teología Cristiana
Seminario Teológico Bautista del Medio Oeste
{Midwestern Baptist Theological Seminary}
Presidente del Consejo de
Masculinidad y Feminidad Bíblica.

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Jeffrey Johnson cumple lo que promete: ¡una introducción legible al corazón del amilenarismo, sin que
nos distraigan los mil vericuetos! Su agudo ojo pastoral ha escudriñado profundamente el alma de
nuestra comunidad cristiana. Con una mente teológica perspicaz se ha centrado en cinco principios
claves que guían con claridad a través del confuso laberinto del Fin de los Tiempos en el que muchos
están atrapados. Ilustraciones familiares y cálidos testimonios completan esta obra, haciendo que el
lector se sienta como en casa. El resumen al final del libro merece un vistazo antes de comenzar a leer
toda la obra, en consonancia con el adagio de leer cada libro de afuera hacia adentro. ¡Para una obra de
menos de 120 páginas {en inglés}, en un tamaño y formato cómodos, Jeffrey Johnson ha hecho sonar
la campana {ha dado en el blanco} con este buen trabajo!
Duncan Rankin,
Profesor de Teología Sistemática,
Seminario Teológico Reformado
{Reformed Theological Seminary}

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Con los acontecimientos de nuestro mundo en constante cambio, parece que son cada vez más quienes
se preguntan sobre el fin de los tiempos. Esto es bueno. Como cristianos necesitamos tener respuestas.
Sin embargo, lamentablemente, a veces no tenemos las respuestas que necesitamos. A menudo, incluso
nosotros mismos estamos confundidos acerca de este tema vital. Entre en el nuevo libro de Jeffrey
Johnson, titulado Los cinco puntos del amilenarismo. Aquí tenemos una presentación sencilla, sucinta y
bíblica que despeja muchas nociones falsas sobre el fin de los tiempos y ancla firmemente al creyente
en la roca sólida de las verdades de la Biblia. La lectura de este volumen me ha animado mucho. Ahora
estoy emocionado de recomendárselo.
Rob Ventura
Pastor, Iglesia Bautista de la Comunidad de la Gracia
{Grace Community Baptist Church},
Providence, Rhode Island, EE. UU.
Título original: The Five Points of Amillennialism
Copyright © 2020 por Jeffrey D. Johnson
Traducción al español por Luis J. Torrealba.
Revisión (inglés–español) por Alaín J. Torres Hernández.
Revisión (uso del español) por Javier Martínez Pinto.
Lectura de Prueba por Jorge A. Rodríguez Vega.
Diseño de portada por Scott Schaller.
Traducido y publicado con permisos por © Editorial Legado Bautista
Confesional (Santo Domingo – Ecuador, 2020).
Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser
reproducida o copiada, ya sea de manera electrónica o mecánica, incluyendo
fotocopias, grabaciones, digitalización o archivo de imágenes electrónicas,
excepto cuando sean autorizados por la editorial.
Traducción de Las Santas Escrituras: LA BIBLIA DE LAS AMÉRICAS.
Copyright © 1986, 1995, 1997. La Habra, CA: Editorial Fundación, Casa
Editorial para La Fundación Bíblica Lockman; a menos que se indique otra
versión.
ISBN: 978-9942-8860-4-0
Clasificación Decimal Dewey: 236
Escatología.
Versión Digital/E-Book.
ÍNDICE DE CONTENIDO

Introducción
1. La hermenéutica histórico–redentora
2. Los creyentes son los hijos de Abraham
3. La Iglesia es el reino davídico
4. La Tierra nueva es la Tierra Prometida
5. El carácter conclusivo de la Segunda Venida

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INTRODUCCIÓN

El amilenarismo no es difícil de entender. No necesita un gráfico para guiarse


a través de un complejo laberinto de textos de pruebas {o pasajes
probatorios}. Para entender el amilenarismo, todo lo que necesita saber son
cinco puntos sencillos.
Como los cinco puntos del calvinismo, los cinco puntos del amilenarismo
están interconectados. Se mantienen en pie o caen todos juntos. Lo que usted
crea sobre cualquiera de los cinco puntos, influirá fuertemente en lo que crea
sobre los otros cuatro.
Aunque he tratado de ordenar los cinco puntos en su secuencia lógica,
pueden ser fácilmente reposicionados en cualquier orden. Determinar qué
punto es el primero no es tan importante como entender que todos los puntos
funcionan juntos. Se superponen. Funcionan como el trazo de un círculo,
donde un punto conduce naturalmente al siguiente punto, y luego al siguiente,
hasta que se vuelve al primer punto.
Mi objetivo en esta breve introducción es aclarar {lo que es} el
amilenarismo. No deseo responder a todas las preguntas posibles o refutar
todas las objeciones que uno pueda tener. Este libro no aborda los tiempos y
la identidad del Anticristo a propósito, ni proporciona comentarios sobre las
setenta semanas de Daniel, Mateo 24 o Romanos 11, porque los
amilenaristas pueden diferir en estos temas periféricos. Este libro tampoco
está diseñado para ser una refutación de las demás posturas escatológicas,
como el premilenarismo y el posmilenarismo. El objetivo de este libro no es
ser un recurso exhaustivo sobre la escatología, sino simplemente una
introducción al amilenarismo.
Por supuesto, trataré de ser convincente, pero me doy cuenta de que
probablemente será necesario un trabajo más exhaustivo para persuadir a los
que entran en este libro con reservas. Para aquellos que están interesados en
aprender más sobre el amilenarismo, señalaré otros buenos recursos ― de
los cuales hay muchos ― a lo largo del camino. Me encantaría que este libro
funcionara como un puente que conecte a los cristianos curiosos con obras
más académicas sobre el tema. Para aprender acerca de estos otros recursos,
preste mucha atención a las notas a pie de página.

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Para mis propósitos, me conformaré con que las ruedas de su mente giren.
Si puedo generar un poco más de conciencia e interés en el amilenarismo,
estaré satisfecho. Habré logrado mi objetivo si este libro proporciona al lector
una comprensión básica del amilenarismo.
Es mi oración que el Rey de reyes sea glorificado y exaltado en cada
página. Aunque no podamos estar de acuerdo en cada detalle de los tiempos,
la naturaleza y la composición del reino de Dios, que todos estemos de
acuerdo en que Cristo, el Rey de Gloria, es digno de gobernar y reinar para
siempre sobre todas las cosas en el Cielo y en la Tierra.

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LA HERMENÉUTICA
HISTÓRICO–REDENTORA

Dos sistemas principales de interpretación bíblica residen dentro del


cristianismo conservador: el método histórico–gramatical y el método
histórico–redentor. Estos dos enfoques tienen mucho en común. Ambos están
comprometidos con el significado literal, intencional,[3] gramatical e histórico
del texto. Ambos enfoques se aferran a la inspiración y la autoridad {divinas}
de la Escritura, y ambos protegen correctamente contra el relativismo y el
subjetivismo. Ambos métodos tratan de comprender lo que los autores
originales (ya sea Moisés o el apóstol Pablo) querían decir al desentrañar
{lit. desempacar} el contexto gramatical e histórico del pasaje. Y «contexto,
contexto, contexto» es la regla de oro para la interpretación de ambos
enfoques.
El método histórico–gramatical trata de descubrir el significado concebido
por el autor estudiando el contexto histórico y gramatical del texto. Tres
elementos son vitales para este método de interpretación de la Escritura: (1)
el significado concebido por los autores, (2) la gramática del idioma original
y (3) el contexto histórico en el que vivió el autor.
La hermenéutica histórico–redentora
El enfoque histórico–redentor afirma los tres compromisos básicos del
método histórico–gramatical: (1) debemos evitar leer el texto desde nuestras
propias experiencias e ideas, antes bien, debemos tratar de determinar el
significado concebido por los autores, lo cual debería ser el objetivo de todos
los intérpretes de la Escritura; (2) debido a que las palabras solo tienen
sentido si se entienden en su contexto sintónico, la comprensión de la
gramática de los idiomas originales de la Escritura es crucial; (3) como la

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Biblia es un documento histórico, la cultura y las costumbres bíblicas se
convierten en una parte vital de nuestra comprensión del significado de la
Escritura.
Aunque ambos enfoques tienen estos tres compromisos en común, sigue
habiendo una diferencia clave entre ellos, una distinción importante que
marca toda la diferencia del mundo. Aunque ambas partes están totalmente de
acuerdo con el significado original, intencional, gramatical e histórico, un
principio hermenéutico adicional sirve de guía al método histórico–redentor:
la escatología.
Aunque esto pueda sonar desconcertante, déjeme explicarle lo que quiero
decir con escatología. Este término se deriva de la palabra griega /ésjaton/,
que significa último o fin. La escatología no solo se ocupa de los
acontecimientos del fin de los tiempos, también se ocupa del fin y del
propósito divino para todos los acontecimientos históricos, lo cual es más
importante. No se trata solo de preguntar qué sucede en el fin del mundo,
sino también por qué Dios creó el mundo en primer lugar. Cuando el
Catecismo de Westminster pregunta: «¿Cuál es el fin (ésjaton) principal del
hombre?», está preguntando cuál es el propósito u objetivo principal de la
vida del hombre; ¿con qué fin o propósito fue hecho el hombre? De la misma
manera, la escatología no es simplemente preguntar qué sucede al final, sino
por qué sucedieron las cosas. En otras palabras, ¿cuál es el fin, el propósito y
el objetivo detrás de los eventos históricos de las Escrituras? ¿Cuál es el
objetivo final de todas las cosas?
Al tratar de determinar el propósito divino de la historia, debemos recordar
que la Biblia no está organizada como un libro de texto moderno, con un
índice que contiene un glosario de términos y definiciones. Dios no comunicó
la doctrina sistemáticamente con cada tema principal (como Dios, el hombre,
el pecado y la salvación) dispuesto en su orden lógico. Más bien, la Biblia es
una historia, es la historia de Dios. La Biblia comienza con los
acontecimientos históricos de una creación de siete días {de duración}, luego
pasa a incluir la Caída del hombre, y finalmente progresa para revelar los
diferentes pasos que Dios ha dado para reconciliar al hombre consigo mismo.
La Biblia es un relato de la interacción de Dios con el hombre. Como
cualquier historia, tiene un principio y un final.
Como otras historias, la Biblia comienza con algunos personajes claves
(Adán, Eva, Satanás y un niño varón), y pronto establece una línea

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argumental que se desarrolla en su complejidad hasta que todos los cabos
sueltos se unen para un propósito único y unificador.
A diferencia de la ficción, la historia bíblica es histórica. Describe lugares,
acontecimientos y personas reales. El principio de la historia ha sido
registrado en el Libro de Génesis, y el final de la historia ha sido predicho en
todos los Libros de la Biblia. El fundamento de la historia se encuentra en los
tres primeros capítulos de Génesis; y la conclusión se encuentra en los
últimos tres capítulos del Libro de Apocalipsis. Entre estos acontecimientos
está el relato de la historia de la redención.
Lo más importante es que hay un gran propósito detrás de la Creación y la
Caída. Aprendemos que nada sucede por error; que no hay personajes
irrelevantes; que hay un propósito para todo y para todos. Aprendemos que
hay un propósito detrás de las historias y profecías del Antiguo Testamento.
Aprendemos, más significativamente, que hay un propósito detrás del niño
varón prometido a Adán y Eva; que hay un propósito detrás de los pactos
Abrahámico y Mosaico, así como un propósito para Israel. Aprendemos que
hay un propósito para la vida y la obra del Mesías; que hay un propósito
detrás de la Iglesia; que todo coopera[4] para un mismo propósito.
Y por estas razones, el final de la historia nos dice mucho sobre el
principio. Si queremos entender el principio de todas las cosas, es útil tener
una comprensión del final de todas ellas, lo cual hace que la escatología sea
una parte vital de nuestra hermenéutica.
En otras palabras, la escatología ayuda a nuestra hermenéutica porque nos
ayuda a entender la conclusión de la historia. Entender la conclusión nos
ayuda a comprender el propósito general de la historia, el panorama general
{lit. el gran cuadro}. Y entender el panorama general nos ayuda a
comprender las partes individuales de la historia. En cualquier buena línea
argumental, el comienzo siempre tiene más sentido después que terminamos
de leer el último capítulo. De la misma manera, leer el Nuevo Testamento nos
ayuda a entender el significado original e intencional del Antiguo
Testamento.
La Biblia no nos fue entregada en un solo momento, sino
progresivamente, poco a poco, en un lapso de 4700 años. Empezó con los
escritos de Moisés y continuaría siendo revelada hasta los días de Cristo y los
apóstoles. El canon se cerró finalmente hacia finales del primer siglo con el

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Libro de Apocalipsis.
Entender la naturaleza progresiva de la revelación bíblica es esencial
porque a medida que la nueva revelación llegaba, no solo desarrollaba la
línea argumental, sino que también traía mayor claridad y perspicacia a las
primeras partes de la historia. Por ejemplo, aprendemos más sobre la promesa
que Dios hizo a Adán y Eva en Génesis 3:15 con respecto a la simiente de la
mujer cuando leemos sobre Cristo muriendo en la cruz. Leer sobre la muerte
de Cristo en los Evangelios no cambia el significado original de la promesa
en Génesis; simplemente hace más claro el evangelio que fue originalmente
prometido a la primera generación de pecadores.
Con esto en mente, consideremos varias razones por las que deberíamos
usar la revelación posterior para entender el significado original e intencional
de la revelación anterior, especialmente el uso del Nuevo Testamento para
entender el Antiguo Testamento:
1. Porque «toda Escritura es inspirada por Dios» y tiene un solo Autor.
2. Porque hay una sola línea argumental, o metanarrativa, que se centra en
el evangelio de Jesucristo, conocida como la historia de la redención.
3. Porque la historia de la redención es progresiva.
4. Debido a la analogía de la fe, que es el principio bíblico de que la
Escritura se interpreta a sí misma.
5. Porque nuestra comprensión de los pactos (y su relación entre sí) da
forma a nuestra comprensión de las Escrituras.
La autoría divina
Si la Biblia (como colección de Libros que ha sido escrita por casi cuarenta
autores diferentes a lo largo de miles de años) no fuera inspirada, no
deberíamos esperar un mensaje unificado. Si fuera simplemente el producto
de hombres falibles que trabajan a la luz mortecina de sus propios contextos
culturales e históricos, entonces naturalmente esperaríamos que los diversos
libros estuvieran llenos de contradicciones. Para entender el significado de
cualquier autor no inspirado, tenemos que resistirnos a filtrar lo que ese autor
dijo a través de la lente de otros autores. Por ejemplo, si no hay un Autor
divino, los escritos del apóstol Pablo solo deberían entenderse a la luz del
corpus paulino.

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Además, sin la inspiración divina, la forma en que Pablo entendía a
Moisés no debería influir demasiado en nuestra comprensión de Moisés. Sin
la inspiración {divina}, no podríamos estar seguros de que Pablo entendía a
Moisés correctamente. Así como sería ingenuo interpretar {título oficial} La
Odisea (escrita en griego antiguo) a través de los escritos de Shakespeare
(escritos en inglés isabelino), también sería impropio usar el Nuevo
Testamento para entender el Antiguo Testamento.
Esto sería cierto si la Biblia no tuviera un único Autor– Dios. Pero la
Biblia no es como cualquier otra colección de libros. Cada Libro de la Biblia
fue inspirado por Dios (2 Tim. 3:16). Por lo tanto, deberíamos acercarnos a
la Biblia con la convicción de que, de principio a fin, es la Palabra de Dios,
que toda la Escritura no tiene errores ni contradicciones.
Rechazamos la noción de que el Libro de Isaías debió haber sido escrito
por dos autores distintos en dos momentos diferentes debido a la supuesta
imposibilidad de que Isaías conociera el nombre y las actividades de Ciro, rey
de Persia, ciento cincuenta años antes de que naciera Ciro (Isa. 44:28‑45:1).
No tenemos ningún problema en aceptar las profecías y milagros de la Biblia,
porque creemos que es la Palabra de Dios. Por lo tanto, gracias a la
inspiración, no tenemos problemas para entender las profecías del Antiguo
Testamento a la luz de sus explicaciones y cumplimientos en el Nuevo
Testamento.
Debido a que la Biblia tiene un único Autor divino, esperamos
naturalmente un mensaje unificado de principio a fin. Como Dios no puede
mentir (Tit. 1:2), damos por sentado que la Biblia no puede contradecirse.
Esta presuposición de la autoría divina, que es atestiguada y afirmada por las
propias Escrituras, da forma al método hermenéutico histórico–redentor.
La historia de la redención
Se llama el método histórico–redentor porque utiliza la historia de la
redención, la metanarrativa general de la Escritura, como una lente para
entender los diversos pasajes de esta. Jesús dijo: «Examináis las Escrituras
[Antiguo Testamento] porque […] ellas son las que dan testimonio de mí»
(Jua. 5:39). El Señor sabía que el tema de las Escrituras era Él mismo (Luc.
24:27). Por lo tanto, deberíamos esperar que la Persona de Cristo y el
mensaje del evangelio, que es el tema {central} del Nuevo Testamento, sea el
tema {central} del Antiguo Testamento.

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Vemos el evangelio introducido en la narración bíblica inmediatamente
después de que el pecado entrara por primera vez en el mundo. Tan pronto
como Adán y Eva trajeron la muerte y el juicio al mundo, Dios trajo las
buenas nuevas del evangelio al mundo. Aunque este había acabado de caer en
picada en las tinieblas, la luz del evangelio vino para ahuyentar las tinieblas.
Nos enteramos del evangelio tan pronto como nos enteramos del pecado y el
Juicio. Al principio mismo de la historia, allí en Génesis 3, Dios prometió
que la simiente de la mujer aplastaría la cabeza de la serpiente (Gén. 3:15).
Parece que Adán y Eva creyeron en este mensaje evangélico, porque
después de oír la buena nueva de la simiente prometida, Adán nombró a su
esposa Eva, que significa «madre de todos los vivientes». En lugar de
culparla, como hizo anteriormente, parece que Adán, por fe, la vio como la
progenitora del Mesías venidero. Eva sería la madre del niño que traería la
vida y la sanidad al mundo. Y fue después de que Eva recibiera su nombre
que Dios, por gracia, cubrió la desnudez y la vergüenza de Adán y Eva con
las pieles de un animal inocente sacrificado.
Este evangelio primitivo fue lo suficientemente claro para salvar a todos
aquellos que, como Adán y Eva, tenían fe en la promesa de Dios. Se hizo
evidente al principio mismo de la historia que la esperanza de la humanidad
descansaba en un niño prometido. Era evidente que el hombre no podía
salvarse a sí mismo y que no hay perdón de los pecados sin el derramamiento
de sangre inocente (Heb. 9:22).
Partiendo de esta simiente prometida en Génesis 3:15, el evangelio sería
articulado y expuesto más claramente a medida que Dios continuara
interviniendo a lo largo de la historia. La promesa de una simiente, el hijo
varón prometido, fue hecha de nuevo a Abraham, el descendiente de Eva.
Dios le prometió un niño a Abraham, teniendo este último cien años y sin
heredero (Gén. 15:4). Como nos informa el Nuevo Testamento, el corazón
de esta promesa pactual era el evangelio: «Y la Escritura, previendo que Dios
justificaría a los gentiles por la fe, anunció de antemano las buenas nuevas a
Abraham, diciendo: EN TI SERAN BENDITAS TODAS LAS NACIONES»
(Gál. 3:8). Y está registrado que Abraham, después de oír el evangelio:
«creyó en el SEÑOR, y Él se lo reconoció por justicia» (Gén. 15:6; Rom.
4:3; Gál. 3:6; Stg. 2:23). Así, aprendemos que fue solo por la fe en Cristo
que Abraham llegó a ser un hijo de Dios.

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El pacto establecido con Abraham fue renovado personalmente por Dios
con el hijo de Abraham, Isaac, y un poco más tarde con su nieto Jacob (Gén.
26; 28). Dios le cambió el nombre a Jacob y le puso Israel. Aunque los doce
hijos de Jacob se convirtieron en los padres fundadores de las doce tribus de
Israel, fue su cuarto hijo en particular, Judá, a quien Dios eligió para ser el
progenitor del Mesías (Gén. 49). Con el tiempo, el portador de la simiente
prometida se redujo al linaje del rey David.
Los descendientes físicos de Abraham eran especiales porque fueron la
familia escogida que llevó la simiente del evangelio a través de la historia del
Antiguo Testamento. Y fue esta promesa, la simiente venidera, la que
impidió que Dios destruyera a los israelitas incrédulos a lo largo de la historia
del Antiguo Testamento (Isa. 1:9).
Cuando llegamos al Nuevo Testamento, se nos informa que el heredero
prometido de Abraham no incluía a todos los hijos físicos de Abraham, sino
solo a un hijo en particular: Jesús. Él es la simiente prometida a Eva,
Abraham, Isaac, Jacob, Judá y David. Pablo dijo: «Ahora bien, las promesas
fueron hechas a Abraham y a su descendencia. No dice: y a las
descendencias, como refiriéndose a muchas, sino más bien a una: y a tu
descendencia, es decir, Cristo» (Gál. 3:16). Cristo es esa descendencia
prometida, esa simiente prometida. Los israelitas incrédulos, que se
caracterizaban por tener corazones de piedra y ser duros de cerviz, mataron
repetidamente a los profetas que Dios les envió. Debido a su incredulidad y
pecado, Israel no era el niño que Dios tenía en mente cuando le prometió un
heredero a Abraham. Solo hay una simiente justa, solo hay una simiente que
trae bendición a las naciones del mundo, y esa simiente es Jesucristo.
Se desarrolla un personaje principal y héroe en la narración bíblica, la
historia de la redención: Jesucristo, la simiente de la mujer. Aprendemos que
la salvación siempre ha sido solo por la fe en Cristo solamente. Un verdadero
hijo de Dios no viene por nacimiento natural ni por circuncisión ni por obras,
sino por la fe. Toda la Escritura apunta a una sola persona. Toda la Escritura
se centra en Cristo Jesús.
Puesto que la Biblia tiene una línea argumental central, el método
histórico–redentor de la hermenéutica procura interpretar los diversos pasajes
de la Escritura a través de la lente del mensaje unificador del evangelio. Por
mucho que el Antiguo Pacto enfatizara la ley y los hijos físicos de Abraham,
sabemos que el Antiguo Testamento (especialmente visto a la luz del Nuevo

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Testamento) no enseñó la salvación por obras ni por ser un hijo físico de
Abraham. El Antiguo Testamento deja claro que la mayoría de los hijos
físicos de Abraham eran incrédulos. Está claro que todos los que fueron
salvos en el Antiguo Testamento, fueron salvos de la misma manera que
Abraham, por la fe solamente.
Por lo tanto, como Michael Horton explicó: «Cuando leemos la Biblia a la
luz de su trama, las cosas comienzan a encajar. Detrás de cada historia,
sentencia de sabiduría, himno, exhortación y profecía, está el despliegue del
misterio de Cristo y Su obra redentora».[5] Cada pasaje de la Escritura debe
ser entendido a la luz de su relación con la línea argumental general de la
Biblia. Esta es una parte vital del método de interpretación histórico–
redentor.
La naturaleza progresiva de la revelación
La narración bíblica fue revelada progresivamente. Aunque los cimientos de
la historia de la redención fueron establecidos en los primeros capítulos de
Génesis, el desarrollo completo de la historia siguió siendo revelado poco a
poco durante los miles de años siguientes.
A medida que avanzamos cronológicamente por cada Libro de la Biblia, la
trama se complica, y aprendemos algo más sobre la historia de la redención.
A medida que avanzamos en la narración bíblica, aprendemos más sobre la
serpiente y la simiente de la mujer. Aprendemos más sobre la naturaleza de
Dios y lo que Él requiere del hombre. Vemos hasta qué punto el hombre ha
caído en Adán y qué desesperanza existe en el mundo. Aprendemos más y
más sobre la belleza del evangelio hasta que recibimos la Palabra final de
Dios en la Persona y la vida de Su Hijo (Heb. 1:2). Es solo cuando vemos a
Cristo en el Nuevo Testamento que vemos la revelación completa de Dios.
Por eso el Señor dijo: «muchos profetas y justos desearon ver lo que
vosotros veis, y no lo vieron; y oír lo que vosotros oís, y no lo oyeron» (Mat.
13:17). Juan el Bautista fue el más grande de los profetas del Antiguo Pacto
no porque fuera físicamente más fuerte o inteligente que los demás profetas;
fue el más grande simplemente porque era el último de ellos. Esto lo hizo el
más grande, porque lo hizo más conocedor que todos los otros profetas del
Antiguo Pacto. Juan el Bautista llegó a ver algo que ninguno de los otros
profetas que vinieron antes que él llegó a ver: la vida y el ministerio del
Mesías.

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Este conocimiento de primera mano acerca de Cristo superó con creces el
conocimiento de todos los demás profetas del Antiguo Pacto. Sin embargo,
como dijo Jesucristo, el más pequeño de los santos del Nuevo Testamento
tiene una mayor claridad y comprensión de la verdad que Juan el Bautista
(Luc. 7:28). Según Pedro, incluso los profetas del Antiguo Testamento
sabían que sus profecías tendrían un mayor beneficio para los santos del
Nuevo Testamento: «A ellos les fue revelado que no se servían a sí mismos,
sino a vosotros» (1 Ped. 1:12).
Por consiguiente, debido a la naturaleza progresiva de la revelación divina,
es esencial que procuremos comprender la revelación anterior a la luz de la
revelación posterior. Lo que es más importante, como el Nuevo Testamento
es la palabra final de Dios, es importante entender el Antiguo Testamento a la
luz del Nuevo Testamento. Como declaró famosamente Agustín: «El Antiguo
Testamento es el Nuevo Testamento oculto; el Nuevo Testamento es el
Antiguo Testamento revelado».
Pero esto no significa que el Nuevo Testamento reinterprete el significado
original, gramatical e histórico del Antiguo Testamento, sino que el Nuevo
Testamento proporciona una visión divina del significado original e
intencional de los autores del Antiguo Testamento. Por ejemplo, cuando el
apóstol Pablo dice que la simiente prometida a Abraham es Cristo, podemos
saber con certeza que esto era lo que Dios tenía en mente desde el principio
cuando le prometió a Abraham una simiente en Génesis 17. Y cuando el
autor de Hebreos nos dice que Abraham buscaba una ciudad celestial cuyo
constructor y hacedor era Dios (Heb. 11:10), podemos saber con certeza que
una ciudad celestial era lo que Dios tenía en mente cuando llamó a Abraham
a salir de su propia tierra para andar errante todos sus días como peregrino y
extranjero en este mundo.[6]
En otras palabras, el Nuevo Testamento es el propio comentario de Dios
sobre el Antiguo Testamento. Hay aproximadamente 353 citas textuales del
Antiguo Testamento en el Nuevo Testamento, lo que constituye alrededor del
5 % del Nuevo Testamento. Además, en el Nuevo Testamento hay miles de
alusiones al Antiguo Testamento que constituyen alrededor de un tercio del
Nuevo Testamento. Por lo tanto, el Nuevo Testamento no solo se construye
sobre el Antiguo Testamento, sino que también explica, interpreta y aplica el
Antiguo Testamento.
Aunque el Nuevo Testamento no reinterpreta el significado original del
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Antiguo Testamento, arroja luz y claridad sobre este. Los sacrificios, el
templo, la nación de Israel y otras cosas similares reciben su significado más
completo {o pleno} y tipológico en el Nuevo Testamento.
Así que interpretar el Antiguo Testamento únicamente por reglas
históricas y gramaticales independientes {o desligadas} de la luz del Nuevo
Testamento es ignorar la perspicacia e inspiración de los autores del Nuevo
Testamento. Por esta razón, ahora que tenemos acceso al Nuevo Testamento,
sería imprudente de nuestra parte tratar de comprender plenamente el Antiguo
Testamento sin leerlo a través de la lente del Nuevo Testamento.
La analogía de la fe
Puesto que «toda Escritura es inspirada por Dios», quien no puede
contradecirse a Sí mismo, la Escritura es armoniosa. Y como es armoniosa, la
Escritura debería ser interpretada por la Escritura. Este principio
hermenéutico se conoce como la analogía de la fe.
Patrick Fairbairn explicó que «una parte de la Escritura no debería ser
aislada y explicada sin tener en cuenta apropiadamente la relación que guarda
con otras partes».[7] Esto se debe a que no toda la Escritura es igualmente
clara. Por lo tanto, es imperativo que utilicemos los pasajes más claros y
directos {o explícitos} de la Escritura para guiarnos en nuestra comprensión
de los pasajes menos claros.
Por ejemplo, debido a que el Libro de Apocalipsis, con su lenguaje
apocalíptico y simbólico, no es tan fácil de entender como el lenguaje
didáctico y literal de las epístolas de Pedro, debemos asegurarnos de que
nuestra comprensión del Libro de Apocalipsis no contradiga la enseñanza
más clara de 2 Pedro 3, la cual nos proporciona una de las explicaciones
más explícitas de los acontecimientos en torno a la Segunda Venida de
Cristo. Podemos estar seguros de que el significado intencional de cualquier
pasaje difícil de la Escritura nunca estará en contradicción con pasajes más
explícitos de la misma.
La teología pactual
Otra razón para tratar de entender los diversos pasajes de la Escritura a la luz
de la historia de la redención es porque esta última ha sido revelada
progresivamente en la Escritura a través de los pactos. Un pacto divino es una
relación legal establecida soberanamente por Dios con el hombre, basada en

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el amor y la justicia perfectos. En otras palabras, un pacto divino establece
los términos {o las condiciones} para que el hombre tenga una relación con
Dios.
Dios hizo al hombre a Su imagen y semejanza para que el hombre tuviera
una relación pactual con Él. Esta relación fue establecida en el huerto en
perfecta justicia. Después que el hombre pecó, dicha relación llegó a su fin.
La humanidad murió a Dios en Adán, y en Adán fueron expulsados de Su
presencia. Si Dios no hubiera buscado a la humanidad de la misma manera
que la expulsó de Su presencia, no habría habido esperanza para la
humanidad. Pero Dios echó a los humanos mientras los buscaba
simultáneamente. Prometió el evangelio, así como prometió juicio sobre la
serpiente. Después de que la humanidad quebrantara el primer pacto, Dios
prometió hacer un nuevo pacto con ellos, un mejor pacto {Heb. 7:22}, no
basado en las obras sino en la gracia y la fe. Este nuevo pacto traería el
perdón de los pecados, la justicia y la reconciliación por medio de las obras y
la muerte de la simiente de la mujer. El Nuevo Pacto seguiría basándose en la
justicia perfecta, pero sería la justicia de otro: Cristo.
Además del Nuevo Pacto que fue establecido por la propia sangre de
Cristo, hubo otros pactos divinos revelados en el Antiguo Testamento: el
Pacto Noémico, el Pacto Abrahámico, el Pacto Mosaico, el Pacto Levítico y
el Pacto Davídico. La naturaleza de estos pactos y cómo se relacionan entre sí
son vitales para entender la línea argumental de la historia bíblica. De hecho,
la Biblia se divide en dos partes: el Antiguo Testamento/Antiguo Pacto y el
Nuevo Testamento/Nuevo Pacto. ¿Cómo el Antiguo Pacto y el Nuevo Pacto
se relacionan entre sí? ¿Cuáles son las principales diferencias entre los dos
pactos principales de la historia de la redención? ¿Cuánta continuidad y
discontinuidad existe entre los dos Testamentos? La forma en que alguien
responda a estas preguntas inevitablemente moldeará su comprensión de los
diversos pasajes de la Escritura. Nadie está exento de esto. Por lo tanto, es
importante estudiar los diversos pactos de la Biblia y esforzarnos por
entender las relaciones que tienen entre sí.[8]
Conclusión
El primer punto del amilenarismo es el método histórico–redentor de la
hermenéutica. Al igual que el enfoque histórico–gramatical, el enfoque
histórico–redentor tiene como objetivo comprender el significado intencional

23
del texto por medio del contexto gramatical e histórico del mismo; pero,
además, el método histórico–redentor busca entender los diversos pasajes de
la Escritura a la luz de toda la línea argumental de la historia de la redención.
Este método procura entender el comienzo de la historia a la luz del final de
esta.
Para nuestros propósitos, a fin de entender la naturaleza y los tiempos del
reino de Dios, es vital entender el propósito escatológico del reino de Dios. El
final nos ayuda a entender el principio. Esto es evidente porque la Biblia tiene
un solo Autor y una gran metanarrativa (o línea argumental) centrada en el
evangelio de Jesucristo; esta historia de redención ha sido revelada
progresivamente en el tiempo, dando lugar a que la Escritura se interprete a sí
misma, lo cual le da forma a nuestra comprensión de los pactos bíblicos y su
relación entre sí. En todo esto, la escatología es una parte vital de la
hermenéutica bíblica.

24
LOS CREYENTES SON
LOS HIJOS DE ABRAHAM

¿A quién tenía Dios en mente cuando le prometió un heredero a Abraham?;


¿era Ismael o los ismaelitas?; ¿era Isaac?; ¿los israelitas?; ¿era Cristo Jesús?;
¿o eran los creyentes?
Ismael era el primogénito de Abraham, así que tendría sentido que él fuera
el heredero de Abraham. La esposa de Abraham, Sara, había sugerido que
Abraham tuviera un hijo con su sierva, Agar, para asegurar un heredero a
Abraham. El plan funcionó. Abraham, en su vejez, tuvo un hijo con la
esclava, lo que mantuvo vivo el linaje de Abraham. Esto evitaría que toda la
riqueza de Abraham se dispersara entre sus sirvientes. Y de Ismael vinieron
los ismaelitas, una nación grande y poderosa (Gén. 21:18).
El segundo hijo de Abraham fue Isaac. Era el hijo de Sara, su esposa.
Isaac se convertiría en el padre de Jacob, así como en el abuelo de los doce
patriarcas de Israel. Como los ismaelitas, los israelitas también se
convertirían en una gran nación.
Jesús es también un descendiente de Abraham. Y aunque no tuvo ningún
hijo físico, por medio de Su vida, muerte y resurrección, Jesús dio vida a
todos los hijos espirituales de Abraham. Y aunque estos hijos espirituales no
pertenecerían a ninguna nación geopolítica ni a etnia alguna {en particular},
ellos constituirían los ciudadanos del reino de Dios.
¿Cuál de los tres (Ismael, Isaac o Jesús) tenía Dios en mente cuando le
prometió a Abraham una simiente? ¿De cuál de los tres puede decirse con
propiedad: «en tu simiente serán bendecidas todas las naciones de la tierra»
(Gén. 26:4)? ¿A quién prometió Dios otorgar una herencia eterna?
1. Ismael y los ismaelitas.

25
2. Isaac y los israelitas.
3. Jesús y los creyentes.

No son Ismael ni los ismaelitas


Al considerar la primera opción, está claro que Ismael y sus descendientes
físicos, los ismaelitas, no son los herederos de las bendiciones prometidas.
Fue en un acto de incredulidad, no de fe, que Abraham buscó tener un
heredero con Agar, la esclava de su esposa. La promesa que Dios había hecho
a Abraham fue recibida por fe, no por obras. Por lo tanto, Ismael no era el
niño que Dios tenía en mente cuando le prometió un heredero a Abraham.
Esto quedó claro cuando Dios le dijo a Abraham que escuchara a su esposa
Sara, y echara fuera a Agar y a su hijo Ismael al desierto: «Echa fuera a esta
sierva y a su hijo, porque el hijo de esta sierva no ha de ser heredero
juntamente con mi hijo Isaac» (Gén. 21:10). Abraham escuchó a Sara y echó
fuera a Ismael, porque Dios había dicho que la descendencia de Abraham
sería llamada a través de Isaac (v. 12).
No son Isaac ni los israelitas
Si no fueron Ismael y los ismaelitas, tal vez fueron Isaac y los israelitas. ¿No
dijo Dios que la descendencia de Abraham sería llamada a través de Isaac?
Los israelitas, al menos, parecían pensar que eran los hijos prometidos del
Pacto Abrahámico. No solo podían rastrear su linaje hasta su padre Abraham,
sino que también recibían un marcador identificativo especial que los
distinguía de otros grupos étnicos del mundo: la circuncisión. Su lugar
especial en el mundo se solidificó aún más cuando Dios los eligió de entre
todas las naciones del mundo para recibir Su ley (Éxo. 20). Por estas tres
bendiciones externas (su ley, su circuncisión y su etnia), los judíos confiaban
en que eran el pueblo de Dios.
Pero tales bendiciones externas no significan necesariamente que los
judíos fueran el cumplimiento del Pacto Abrahámico. En su Epístola a los
Romanos, Pablo dejó claro que la posesión externa de la ley, la circuncisión
externa o el nacimiento físico en la familia de Abraham no hacían a nadie
heredero de Abraham.
No es una posesión externa de la ley
Primero Pablo reprendió a los judíos por su confianza en la ley (Rom.

26
2:12‑24). Es cierto que, de todas las naciones del mundo, Dios había elegido
dar Su ley, los Diez Mandamientos, a Israel (Éxo. 20). Aunque Israel
quebrantaría la ley inmediatamente después de recibirla, y aunque siguieron
caracterizándose por la desobediencia, aun así, los israelitas se jactaban de
poseer la ley:
Pero si tú, que llevas el nombre de judío y te apoyas en la ley; que te glorías en Dios, y
conoces su voluntad; que apruebas las cosas que son esenciales, siendo instruido por la ley, y
te confías en que eres guía de los ciegos, luz de los que están en tinieblas, instructor de los
necios, maestro de los faltos de madurez; que tienes en la ley la expresión misma del
conocimiento y de la verdad; tú, pues, que enseñas a otro, ¿no te enseñas a ti mismo? Tú que
predicas que no se debe robar, ¿robas? Tú que dices que no se debe cometer adulterio,
¿adulteras? Tú que abominas los ídolos, ¿saqueas templos? Tú que te jactas de la ley,
¿violando la ley deshonras a Dios? Porque EL NOMBRE DE DIOS ES BLASFEMADO
ENTRE LOS GENTILES POR CAUSA DE VOSOTROS, tal como está escrito. (Rom.
2:17‑24)
En otras palabras, si bien Israel había recibido la ley, los israelitas no eran
guardadores de {o no guardaban} la ley; todo lo contrario. Desde la
generación que fue sacada de Egipto hasta la generación destruida por los
romanos en el asedio a Jerusalén en el año 70 d. C., los israelitas se
caracterizaban por el pecado, la rebelión, la idolatría y la incredulidad (Hch.
7:1‑52).
Aunque tenían la ley, no tenían obediencia. Así que en lugar de que la ley
fuera una razón para jactarse, debería haber sido una razón para llorar y
lamentarse. La ley no les decía a los judíos que eran buenos, sino que les
revelaba que estaban muertos en sus delitos y pecados. La ley mostraba que
estaban bajo la ira de Dios, no bajo Su favor. La ley no fue dada a Israel para
aumentar su confianza en sí mismos, sino para socavarla. La ley debería
haberlos llevado al arrepentimiento, no a la confianza en sí mismos.
La ley decía: ― Haz {esto} y vive ― ; pero también decía: «Maldito el
que no confirme las palabras de esta ley, poniéndolas por obra» (Deu.
27:26). Ezequiel advirtió a Israel que Dios los mataría si dejaban de
obedecer: «Cuando yo diga al justo que ciertamente vivirá, si él confía tanto
en su justicia que hace iniquidad, ninguna de sus obras justas le será
recordada, sino que por la misma iniquidad que cometió morirá» (Eze.
33:13).
Puesto que Dios sabía que la ley no podía hacer obedientes a los que están
esclavizados al pecado, no dio la ley a los judíos para que trataran de obtener
una justicia por obras (Rom. 3:20). Dios sabía que esto era imposible. En

27
cambio, Dios dio la ley a Israel para quitarles la jactancia y ponerlos de
rodillas (Rom. 3:19). Al igual que los gentiles, los judíos nacieron
esclavizados al pecado. Eran pecadores. Pablo dejó claro que «no hay justo,
ni aún uno» (v. 10). Darle a Israel la ley, escrita en piedra, no iba a cambiar
sus corazones de piedra.
Más bien, la ley fue dada a Israel como un ayo. Debía ser un maestro que
los alejara de sí mismos para que vieran su necesidad del niño prometido,
Cristo Jesús (Gál. 3:24).
Israel se enorgullecía tanto que abusaba de {lit. mal–usaba} la ley.
Tomaron precisamente aquello que fue diseñado para humillarlos y lo
convirtieron en un medio de justicia propia y orgullo. Los judíos usaron
precisamente aquello que les decía que no eran mejores que los gentiles para
sentirse superiores a ellos: ― A diferencia de los gentiles inicuos {lit. sin
ley}, nosotros tenemos la ley ― , así pensaban dentro de sí mismos.
Pablo no solo reprendió a los judíos por su mal uso de la ley, también los
reprendió por su orgullo al pensar que eran los únicos que poseían la ley.
Según los judíos, los gentiles eran inicuos {lit. sin ley} porque no tenían la
ley. Los gentiles no conocían algo mejor. Por otro lado, como los judíos eran
hijos del Pacto Mosaico, no eran como los gentiles ignorantes. Al menos
sabían la diferencia entre el bien y el mal.
Sin embargo, semejante orgullo tampoco tenía fundamento. Los judíos no
tenían motivos para sentirse especiales; incluso los gentiles saben la
diferencia entre el bien y el mal, pues Pablo dijo que Dios había escrito Su
ley en su conciencia (Rom. 2:14‑15). Así que, según Pablo, Israel no tenía
razón para pensar que era mejor que las naciones paganas. Ambos eran
pecadores. Ambos estaban destituidos de la gloria de Dios {Rom. 3:23 (RV–
1960)}. Ambos estaban bajo la ira de Dios. Y ambos habían sido instruidos
en la ley de Dios. Por lo tanto, semejante jactancia era infundada.
No es la circuncisión externa
La segunda bendición de la que se jactaban los hijos físicos de Abraham era
su circuncisión. No había nada que identificara más a un judío que la
circuncisión, la señal o insignia de ser hijo de Abraham. Para los judíos, la
circuncisión era vital. Los marcaba como el pueblo del pacto de Dios. Los
separaba y distinguía de cualquier otra nación o grupo de personas en el
mundo. Era tan importante para los judíos que aquellos que se negaban a ser

28
circuncidados eran cortados de la comunidad del pacto (Gén. 17:14). Sin
embargo, según Pablo, esto tampoco tenía un significado duradero en la
identificación del verdadero pueblo de Dios: «Pues ciertamente la
circuncisión es de valor si tú practicas la ley, pero si eres transgresor de la
ley, tu circuncisión se ha vuelto incircuncisión» (Rom. 2:25).
Esto para nada es una reinterpretación neotestamentaria del significado de
la circuncisión. No, el Antiguo Testamento deja claro que la circuncisión no
transformó a ningún hijo físico de Abraham en un hijo espiritual de Abraham.
Según Moisés, se necesitaba más que la circuncisión física para que un hijo
físico de Abraham se convirtiera en miembro del pueblo de Dios. De hecho,
Moisés ordenó a los israelitas que circuncidaran sus corazones (Deu. 10:16).
La circuncisión espiritual, que es una circuncisión del corazón, es lo que se
necesita para que alguien esté bien con Dios.
Moisés sabía que tal orden era imposible de cumplir. La circuncisión
interna del corazón es algo que solo el Espíritu Santo puede aplicar (Deu.
30:6). Es imposible que los que nacen de la carne y viven en la carne agraden
a Dios (Rom. 8:8). Así como es imposible ser la causa de nuestro propio
nacimiento natural, es imposible circuncidar nuestro propio corazón y ser la
causa de nuestro propio nacimiento espiritual.
Como los que nacen de la carne, incluso los que nacen de la carne de
Abraham, no pueden agradar a Dios, ellos, siendo miembros de la raza caída
de Adán, nacen bajo la ira de Dios (Efe. 2:3). Y hasta que los judíos no
pudieran circuncidar sus corazones, tampoco tendrían esperanza de escapar
de la ira de Dios (Jer. 4:4). Así, pues, Jeremías advirtió del juicio que
ciertamente vendría sobre Israel: «He aquí, vienen días ― declara el
SEÑOR ― en que castigaré a todo el que esté circuncidado (...) en la carne
(…) [pero] es incircunciso de corazón» (Jer. 9:25‑26).
Entonces, ¿qué valor tiene la circuncisión física para los judíos? Si la
circuncisión física no aseguraba la participación en la herencia de Abraham,
¿qué mérito tenía? Al igual que la ley, la circuncisión habría sido de gran
valor si se hubiera usado correctamente. En vez de un medio de
autoconfianza, la circuncisión debió haber sido utilizada como una razón para
rechazar toda confianza en la carne. Lo que Israel necesitaba, como
demuestra la circuncisión física, era la circuncisión interna del corazón, una
circuncisión que ellos no podían hacer. Deberían haber sabido por su
circuncisión física que no podían agradar a Dios en su carne. La circuncisión

29
debía haber mostrado la necesidad que tenían del Espíritu y del Mesías.
Según Pablo, confiar en la circuncisión física era lo mismo que confiar en
la ley. Puesto que los judíos debían haber sabido que no podían guardar la
ley, también debían haber sabido que no podían jactarse de su circuncisión.
Pablo dijo: «Pues ciertamente la circuncisión es de valor si tú practicas la ley,
pero si eres transgresor de la ley, tu circuncisión se ha vuelto incircuncisión»
(Rom. 2:25). Según Pablo, los judíos no podían pretender ser un verdadero
judío, un verdadero hijo de Abraham, por el mero hecho de estar
circuncidados en la carne: «Porque no es judío el que lo es exteriormente, ni
la circuncisión es la externa, en la carne» (v. 28).
¿Quién es judío entonces? ¿Quién es el verdadero heredero de Abraham?
Pablo prosiguió respondiendo: «sino que es judío el que lo es interiormente, y
la circuncisión es la del corazón, por el Espíritu, no por la letra; la alabanza
del cual no procede de los hombres, sino de Dios» (v. 29). Por eso Pablo dice
a los creyentes, tanto judíos como gentiles:
En Él también fuisteis circuncidados con una circuncisión no hecha por manos, al quitar el
cuerpo de la carne mediante la circuncisión de Cristo; habiendo sido sepultados con El en el
bautismo, en el cual también habéis resucitado con El por la fe en la acción del poder de
Dios, que le resucitó de entre los muertos. Y cuando estabais muertos en vuestros delitos y en
la incircuncisión de vuestra carne, os dio vida juntamente con El, habiéndonos perdonado
todos los delitos, habiendo cancelado el documento de deuda que consistía en decretos contra
nosotros y que nos era adverso, y lo ha quitado de en medio, clavándolo en la cruz. Y
habiendo despojado a los poderes y autoridades, hizo de ellos un espectáculo público,
triunfando sobre ellos por medio de Él. (Col. 2:11‑15)
Esta es la circuncisión interna de la que habló Moisés. Esta es la
circuncisión del corazón que solo puede venir por la regeneración espiritual.
Es la circuncisión interior que solo puede venir por la gracia de Dios y que
quita toda confianza en la carne: «porque nosotros somos la verdadera
circuncisión, que adoramos en el Espíritu de Dios y nos gloriamos en Cristo
Jesús, no poniendo la confianza en la carne» (Flp. 3:3).
Como solo la fe hace que alguien sea un hijo de Abraham, no hay lugar
para la jactancia. La jactancia de los judíos también abre la puerta para que
los gentiles incircuncisos entren en las bendiciones pactuales de Abraham:
¿Dónde está, pues, la jactancia? Queda excluida. ¿Por cuál ley? ¿La de las obras? No, sino
por la ley de la fe. Porque concluimos que el hombre es justificado por la fe aparte de las
obras de la ley. ¿O es Dios el Dios de los judíos solamente? ¿No es también el Dios de los
gentiles? Sí, también de los gentiles, porque en verdad Dios es uno, el cual justificará en
virtud de la fe a los circuncisos y por medio de la fe a los incircuncisos. (Rom. 3:27‑30)

30
Y cualquiera que argumente que la circuncisión de Abraham era una señal
y sello de una justicia imputada que viene por la fe debe tener en cuenta que
Abraham ya tenía fe y estaba justificado antes (no después) de ser
circuncidado. El orden cronológico de la fe y la circuncisión de Abraham es
un detalle crucial para el apóstol Pablo, ya que este orden indica que
Abraham es el padre de todos los que creen (tanto judíos como gentiles) y
son justificados incluso sin la circuncisión:
¿Es, pues, esta bendición sólo para los circuncisos, o también para los incircuncisos? Porque
decimos: A ABRAHAM, LA FE LE FUE CONTADA POR JUSTICIA. Entonces, ¿cómo le
fue contada? ¿Siendo circunciso o incircunciso? No siendo circunciso, sino siendo
incircunciso; y recibió la señal de la circuncisión como sello de la justicia de la fe que tenía
mientras aún era incircunciso, para que fuera padre de todos los que creen sin ser
circuncidados, a fin de que la justicia también a ellos les fuera imputada; y padre de la
circuncisión para aquellos que no solamente son de la circuncisión, sino que también siguen
en los pasos de la fe que tenía nuestro padre Abraham cuando era incircunciso. (Rom.
4:9‑12)
Por lo tanto, el hecho de que Abraham sea justificado por la fe, sin la
circuncisión, muestra cómo puede ser el padre de todos los que son
justificados por la fe (con o sin la circuncisión).
No es el nacimiento físico
Algunos pueden objetar diciendo que la circuncisión no convierte a un gentil
en un verdadero judío, como el bautismo en agua tampoco convierte a un
pecador en un cristiano verdadero, nacido de nuevo. Un verdadero judío es
aquel que nace como tal. Un verdadero hijo de Abraham no es un prosélito
gentil que se identifica con el pueblo judío a través de la circuncisión, sino un
hijo natural que puede rastrear su linaje biológico hasta Abraham. Este es el
verdadero judío.
Este no era el caso de Esaú, y al parecer tampoco era el caso de la mayoría
de los hijos físicos de Abraham. Aunque muchos judíos pueden rastrear su
linaje familiar hasta Abraham, fueron cortados de la herencia de Abraham
debido a la incredulidad, mientras que muchos gentiles han sido injertados en
la herencia de Abraham debido a la fe. Jesús dijo: «En verdad os digo que en
Israel no he hallado en nadie una fe tan grande. Y os digo que vendrán
muchos del oriente y del occidente, y se sentarán a la mesa con Abraham,
Isaac y Jacob en el reino de los cielos. Pero los hijos del reino serán arrojados
a las tinieblas de afuera; allí será el llanto y el crujir de dientes» (Mat.
8:10‑12).

31
Sabiendo esto, el Señor advirtió a los judíos que no confiaran en el linaje
familiar. Solo porque los judíos podían rastrear su herencia hasta su padre
Abraham no significaba que fueran los herederos de Abraham: «Y no
presumáis que podéis deciros a vosotros mismos: “Tenemos a Abraham por
padre”, porque os digo que Dios puede levantar hijos a Abraham de estas
piedras» (Mat. 3:9).
Para los judíos que creían tener justicia propia {o judíos fariseos}, tal
enseñanza era difícil de recibir. La mayoría de los judíos incluso odiaban a
Cristo por ello. Su rica herencia, su posesión de la ley, su circuncisión, e
incluso su linaje familiar eran demasiado para que muchos de ellos lo
rechazaran. Ya es bastante difícil apartarse de los pecados de uno, pero aún
más difícil es apartarse de la justicia que uno cree tener. Para los judíos era
imposible rechazar su propia identidad judía {lit. judaicidad} ― que era
precisamente aquello en lo que confiaban ― , y verla como basura, como
hizo el apóstol Pablo (Flp. 3:8). Sin embargo, los términos {o las
condiciones} del evangelio son un rechazo total del «yo».
A los judíos les costaba aún más aceptar que los gentiles incircuncisos
pudieran entrar en la herencia prometida sin ningún mérito o valía {o
dignidad}. Era difícil para los judíos concebir que perros sucios pudieran
recibir la herencia de Abraham; y aún más difícil les era concebir que estos
perros sucios no tuvieran que someterse a la circuncisión. Que el indigno hijo
pródigo, según el hijo mayor, reciba la fiesta y el becerro gordo simplemente
no es justo (Luc. 15:11‑32).
Para que un judío físico se convirtiera en un judío espiritual, tenía que
rechazar su derecho de nacimiento y suplicar por misericordia con fe. Los
gentiles indignos no tienen que llegar a ser como los judíos farisaicos; los
judíos farisaicos tienen que llegar a ser como los gentiles indignos. Según
Cristo, fue el indigno y arrepentido recaudador de impuestos quien salió del
templo justificado, no el fariseo que creía tener justicia propia (Luc.
18:9‑14). Según Pablo, la única manera de convertirse en un hijo de Abraham
era ser como los sucios gentiles; es decir, convertirse en un pecador que
necesita ser perdonado:
Porque la promesa a Abraham o a su descendencia de que él sería heredero del mundo, no
fue hecha por medio de la ley, sino por medio de la justicia de la fe. Porque si los que son de
la ley son herederos, vana resulta la fe y anulada la promesa; porque la ley produce ira, pero
donde no hay ley, tampoco hay transgresión. Por eso es por fe, para que esté de acuerdo con
la gracia, a fin de que la promesa sea firme para toda la posteridad, no sólo a los que son de

32
la ley, sino también a los que son de la fe de Abraham, el cual es padre de todos nosotros
(como está escrito: TE HE HECHO PADRE DE MUCHAS NACIONES) delante de aquel
en quien creyó, es decir Dios, que da vida a los muertos y llama a las cosas que no existen,
como si existieran. El creyó en esperanza contra esperanza, a fin de llegar a ser padre de
muchas naciones, conforme a lo que se le había dicho: ASI SERA TU DESCENDENCIA.
(Rom. 4:13‑18)
En resumen, de la misma manera que la circuncisión física no asegura la
circuncisión espiritual, nacer como judío físico no convierte a alguien en un
judío espiritual. Los verdaderos hijos de Abraham son aquellos, y solo
aquellos, que tienen la misma fe que Abraham. Los verdaderos hijos de
Abraham son aquellos que nacen del espíritu y no de la carne. Los verdaderos
hijos de Abraham son aquellos que no solo tienen la fe de Abraham, sino
también las buenas obras de Abraham: «Ellos le contestaron, y le dijeron:
Abraham es nuestro padre. Jesús les dijo: Si sois hijos de Abraham, haced las
obras de Abraham. Pero ahora procuráis matarme, a mí que os he dicho la
verdad que oí de Dios. Esto no lo hizo Abraham» (Jua. 8:39‑40).
¿La sola fe no deja fuera a la mayoría de Israel? A lo largo de su historia,
Israel se ha caracterizado por la incredulidad y la desobediencia. ¿Acaso la
incredulidad de ellos hace que Dios sea infiel a Su promesa a Abraham?
¿Está Dios obligado a bendecir a la nación de Israel por la promesa de Su
pacto a los hijos de Israel? Pablo responde que no:
Pero no es que la palabra de Dios haya fallado. Porque no todos los descendientes de Israel
son Israel; ni son todos hijos por ser descendientes de Abraham, sino que POR ISAAC
SERA LLAMADA TU DESCENDENCIA. Esto es, no son los hijos de la carne los que son
hijos de Dios, sino que los hijos de la promesa son considerados como descendientes. (Rom.
9:6‑8)

En otras palabras, Esaú es la evidencia de que la promesa de Dios a


Abraham no lo obliga a salvar a cada hijo físico de Abraham. Esaú cumplía
con todos los requisitos para ser un heredero de Abraham, incluso más que su
hermano menor, Jacob. Pero no, la herencia no fue para Esaú como tampoco
fue para Ismael. Aunque era un hijo circuncidado de Abraham, Esaú no fue el
heredero de Abraham. Y esto debería haber sido una advertencia para todos
los judíos.
Por consiguiente, según Pablo: «...no todos los descendientes de Israel son
Israel; ni son todos hijos por ser descendientes de Abraham» (Rom. 9:6‑7).
Pero el hecho de que «no todos los descendientes de Israel son Israel» no
significa que Dios sea infiel a Su promesa a Abraham. Esto se debe a que los
hijos de la promesa no fueron seleccionados por derecho de nacimiento

33
físico, sino por la elección divina.
Por lo tanto, así como los ismaelitas no eran el cumplimiento que se tenía
en mente del Pacto Abrahámico, los israelitas incrédulos tampoco eran los
verdaderos hijos de Dios.
Cristo es la simiente de Abraham
Si los judíos incrédulos (que eran la mayoría de ellos) no eran los hijos
prometidos de Abraham, entonces ¿quiénes son los verdaderos hijos de
Abraham? Lo que es aún más importante, ¿cómo es posible que personas no
judías se conviertan en herederos legítimos de Abraham?
La respuesta no se encuentra en una reinterpretación neotestamentaria o
en la espiritualización del Pacto Abrahámico, sino en la redacción original del
Pacto Abrahámico. Pablo se remonta a Génesis 17 y examina la letra
pequeña; quiere interpretar cada palabra del pacto de forma precisa y literal.
Y lo que Pablo señala sobre el Pacto Abrahámico es que Dios solo tenía en
mente a un hijo en particular cuando prometió a Abraham una simiente:
«Ahora bien, las promesas fueron hechas a Abraham y a su descendencia. No
dice: y a las descendencias, como refiriéndose a muchas, sino más bien a una:
y a tu descendencia, es decir, Cristo» (Gál. 3:16).
¿Qué significa que Dios solo tenía en mente a un niño en particular
cuando le prometió un heredero a Abraham? Y lo que es más significativo,
¿quién es esa única descendencia de Abraham? Claramente, no era Ismael ni
Esaú; pero tampoco debió haber sido Isaac ni Jacob. De hecho, no pudo haber
sido Isaac ni Jacob porque Dios prometió tanto a Isaac (Gén. 26:1‑5) como a
Jacob (Gén. 35:9‑15) que ellos serían padres de la simiente {o
descendencia} prometida. Si cualquiera de ellos hubiera sido la simiente
escogida, entonces Dios no habría prometido que ellos, tal como Abraham,
serían los padres o progenitores de la simiente prometida. En otras palabras,
no se puede ser el hijo prometido si se es el padre del hijo prometido.
Por tanto, si el niño prometido no era Ismael, ni Isaac, ni Esaú ni Jacob,
entonces ¿quién era? ¿Quién era el niño prometido que Dios tenía en mente
cuando prometió un hijo a Abraham, Isaac y Jacob? Según Pablo, el
cumplimiento del Pacto Abrahámico es Jesucristo: «No dice: y a las
descendencias, como refiriéndose a muchas, sino más bien a una: y a tu
descendencia, es decir, Cristo» (Gál. 3:16).

34
Además, así como Isaac era el heredero universal de las posesiones físicas
de Abraham, Jesús es el heredero universal de las posesiones espirituales de
Abraham. Esto es importante de notar. Isaac no recibió nada de la herencia
que Dios prometió dar a la simiente de Abraham. Esto se debe a que
Abraham no podía pasarle a Isaac una herencia que no tenía; pues se sabe que
Abraham anduvo errante en tierra extranjera sin recibir nada de la herencia
prometida y «[murió] en fe, sin haber recibido las promesas, pero habiéndolas
visto y aceptado con gusto desde lejos, confesando que [era extranjero y
peregrino] sobre la tierra» (Heb. 11:13).
Abraham sabía que la herencia prometida era algo mucho más grande que
la riqueza temporal: «porque esperaba la ciudad que tiene cimientos, cuyo
arquitecto y constructor es Dios» (Heb. 11:10). Abraham sabía que la
herencia era algo eterno; y debido a que aún no había recibido esta herencia
celestial y eterna, no la podía pasar a Isaac. Todo lo que Abraham tenía para
dar {en heredad} a Isaac eran las posesiones temporales acumuladas a lo
largo de su vida, posesiones que ya desaparecieron hace mucho tiempo. De
seguro no quedaba nada de las pertenencias personales de Abraham para que
Jesús heredara.
Además, puede que Israel se haya apoderado de la tierra de Canaán
después de haber salido de Egipto, pero esta tampoco era la ciudad celestial
que Dios tenía en mente, porque la ciudad celestial fue prometida a un solo
hijo de Abraham: Jesucristo.
Aunque las pertenencias físicas de Abraham fueron dadas en heredad y
divididas entre sus hijos físicos, solo al Señor Jesús, la simiente prometida a
Abraham, le fue dada la herencia espiritual completa de Abraham. Siendo la
simiente {o descendencia} de Abraham, Cristo ha sido «[constituido]
heredero de todas las cosas» (Heb. 1:2). Desde las naciones del mundo hasta
los confines de la Tierra, todo ha sido dado a Cristo como una posesión
eterna (Sal. 2:8).
¿Pero cómo es que el hecho de que Cristo sea el heredero universal trae
bendiciones a las naciones del mundo? ¿No fue la promesa del Pacto
Abrahámico traer bendiciones a todas las naciones del mundo?
Aunque Cristo no tuvo hijos biológicos, sí aseguró la justicia, la vida y la
resurrección para todos los que creen en Él. Dio vida espiritual y eterna a
aquellos que Dios le había dado, incluso cuando aún estaban muertos en sus

35
delitos y pecados. La vida que Cristo provee es sobrenatural, es una vida que
trae un renacimiento más milagroso que el nacimiento de Isaac. Aunque Isaac
nació cuando Sara era anciana y estéril, los creyentes nacen de nuevo estando
muertos en sus pecados. El nacimiento de Isaac puede haber sido milagroso,
pero aun así fue un nacimiento natural. El nacimiento de los creyentes es
totalmente sobrenatural. Aunque la muerte alcanza con seguridad a todos los
hijos físicos de Abraham, todos sus hijos espirituales «no morirán jamás»
(Jua. 11:26).
Los creyentes están unidos a la justicia, resurrección y vida misma de
Cristo solo por la fe. La vida de Cristo se convierte en su vida. La ciudad
celestial y eterna prometida a Abraham ha sido asegurada por el hijo de
Abraham (Jua. 14:3). Y por Su vida, muerte y resurrección, Cristo lleva
«muchos hijos a la gloria» (Heb. 2:10).
Lo interesante es que Cristo no toma Su herencia y la reparte[9] hasta que
se agota. Ahora que Cristo ha resucitado de entre los muertos, no puede morir
por segunda vez. Por lo tanto, no deja Su herencia a ningún sucesor. Además,
Cristo no deja de ser dueño de todo cuando otorga todo lo que tiene a Sus
seguidores.
¿Pero cómo puede Cristo retener {seguir siendo dueño de} lo que
entrega?; y ¿cómo puede cada creyente recibir no una porción {o parte}, sino
la herencia completa? ¿Cómo puede cada creyente recibir equitativamente
todo lo que pertenece a Cristo?
La respuesta a estas difíciles preguntas se encuentra en la naturaleza de la
salvación y en cómo la fe une a los creyentes con Cristo. Cuando los
creyentes son unidos a Cristo por medio de la fe, son unidos a todo lo que
está en Cristo. Los creyentes no solo reciben una parte de la vida y la justicia
de Cristo, sino que reciben la vida y la justicia plenas de Cristo. Al estar
unidos a Cristo, los creyentes se convierten en coherederos con Cristo. Todo
lo que pertenece a Cristo, pertenece a los que están en Cristo (1 Cor. 3:21).
De esta manera, Cristo retiene todo lo que concede a Sus seguidores.
Y si Cristo es el heredero universal de Abraham, entonces todos los que
están unidos a Cristo por medio de la fe, tanto los judíos creyentes como los
gentiles creyentes, están unidos a la herencia completa de Abraham: «Y si
sois de Cristo, entonces sois descendencia de Abraham, herederos según la
promesa» (Gál. 3:29). Como escribe Sam Storms: «Puesto que la Iglesia es

36
el cuerpo de Cristo, de la cual Él mismo es la Cabeza, lo que Dios quiso para
Él, Dios también lo quiso para la Iglesia. Lo que puede decirse de Él, también
puede decirse de la Iglesia. Tanto Jesús como Su cuerpo, la Iglesia,
constituyen el verdadero Israel, en el cual y para el cual se cumplen todas las
promesas del Antiguo Testamento» (Cursivas en el original).[10]
Por esta razón, dentro de Cristo no hay diferencia entre judío y gentil
(Gál. 3:28). La herencia prometida a Abraham es recibida por los herederos
de Abraham de la misma manera que fue recibida por el propio Abraham.
Incluso Abraham no se convirtió en heredero de la promesa por su identidad
étnica, ni por las obras de la ley, ni por la circuncisión:
¿Es, pues, esta bendición sólo para los circuncisos, o también para los incircuncisos? Porque
decimos: A ABRAHAM, LA FE LE FUE CONTADA POR JUSTICIA. Entonces, ¿cómo le
fue contada? ¿Siendo circunciso o incircunciso? No siendo circunciso, sino siendo
incircunciso; y recibió la señal de la circuncisión como sello de la justicia de la fe que tenía
mientras aún era incircunciso, para que fuera padre de todos los que creen sin ser
circuncidados, a fin de que la justicia también a ellos les fuera imputada; y padre de la
circuncisión para aquellos que no solamente son de la circuncisión, sino que también siguen
en los pasos de la fe que tenía nuestro padre Abraham cuando era incircunciso. (Rom.
4:9‑12)
Así que la herencia no es por la ley, la circuncisión, la genética o el
derecho de nacimiento, sino por la promesa; y la promesa puede ser recibida
solo por la fe, tanto por los judíos como por los gentiles:
Lo que digo es esto: La ley, que vino cuatrocientos treinta años más tarde, no invalida un
pacto ratificado anteriormente por Dios, como para anular la promesa. Porque si la herencia
depende de la ley, ya no depende de una promesa; pero Dios se la concedió a Abraham por
medio de una promesa. (Gál. 3:17‑18)
Y de esta manera, tanto los judíos creyentes como los gentiles creyentes
(aparte de la ley, la circuncisión y la genética) se convierten en los herederos
e hijos de Abraham:
Por consiguiente, sabed que los que son de fe, éstos son hijos de Abraham. Y la Escritura,
previendo que Dios justificaría a los gentiles por la fe, anunció de antemano las buenas
nuevas a Abraham, diciendo: EN TI SERAN BENDITAS TODAS LAS NACIONES. Así
que, los que son de fe son bendecidos con Abraham, el creyente. (Gál. 3:7‑9)

La Iglesia no reemplaza a Israel


Pablo quería dejar claro que los creyentes no estaban tomando el lugar de
Israel. Esta no es una teología de «gato por liebre». No es que el Nuevo
Testamento encuentre una nueva forma {lit. una forma novel} de entender el
significado original del Pacto Abrahámico; antes bien, para poder explicar el

37
significado original de dicho pacto, Pablo compara al Israel físico con Ismael,
y a los creyentes con Isaac:
Porque está escrito que Abraham tuvo dos hijos, uno de la sierva y otro de la libre. Pero el
hijo de la sierva nació según la carne, y el hijo de la libre por medio de la promesa. Esto
contiene una alegoría, pues estas mujeres son dos pactos; uno procede del monte Sinaí que
engendra hijos para ser esclavos; éste es Agar. Ahora bien, Agar es el monte Sinaí en Arabia,
y corresponde a la Jerusalén actual, porque ella está en esclavitud con sus hijos. Pero la
Jerusalén de arriba es libre; ésta es nuestra madre. Porque escrito está: REGOCIJATE, OH
ESTERIL, LA QUE NO CONCIBES; PRORRUMPE Y CLAMA, TU QUE NO TIENES
DOLORES DE PARTO, PORQUE MAS SON LOS HIJOS DE LA DESOLADA, QUE DE
LA QUE TIENE MARIDO. Y vosotros, hermanos, como Isaac, sois hijos de la promesa.
Pero así como entonces el que nació según la carne persiguió al que nació según el Espíritu,
así también sucede ahora. Pero, ¿qué dice la Escritura? ECHA FUERA A LA SIERVA Y A
SU HIJO, PUES EL HIJO DE LA SIERVA NO SERA HEREDERO CON EL HIJO DE LA
LIBRE. Así que, hermanos, no somos hijos de la sierva, sino de la libre. (Gál. 4:22‑31)
En este texto, aprendemos que los israelitas físicos (sin fe) no son más
hijos de la promesa de lo que fue Ismael. Al igual que Ismael, los israelitas
físicos (1) son hijos de la esclava, (2) nacen esclavos, (3) nacieron de
manera natural, (4) no son los hijos de la promesa, y (5) debían ser
«[echados] fuera», porque «el hijo de la sierva no será heredero con el hijo de
la libre».
Además, la futura inclusión de los gentiles en el pueblo del pacto de Dios
fue profetizada en el Antiguo Testamento:
Grita de júbilo, oh estéril, la que no ha dado a luz; prorrumpe en gritos de júbilo y clama en
alta voz, la que no ha estado de parto; porque son más los hijos de la desolada que los hijos
de la casada ― dice el SEÑOR. Ensancha el lugar de tu tienda, extiende las cortinas de tus
moradas, no escatimes; alarga tus cuerdas, y refuerza tus estacas. Porque te extenderás hacia
la derecha y hacia la izquierda; tu descendencia poseerá naciones, y poblarán ciudades
desoladas. (Isa. 54:1‑3)
Y, según Pablo, esta profecía hablaba de los gentiles que se convertirían
en hijos de Abraham por la fe (Gál. 4:27). También Pablo afirmó en otro
lugar que Oseas había profetizado de la adición de los gentiles. En su
Epístola a los Romanos, donde dice que Dios tiene misericordia de aquellos
que Él ha elegido, Pablo añade: «no sólo de entre los judíos, sino también de
entre los gentiles». Y acerca de esto Pablo cita a Oseas, quien había dicho:
«A LOS QUE NO ERAN MI PUEBLO, LLAMARE: “PUEBLO MIO”, Y A
LA QUE NO ERA AMADA: “AMADA mía”. Y ACONTECERA QUE EN
EL LUGAR DONDE LES FUE DICHO: “VOSOTROS NO SOIS MI
PUEBLO”, ALLI SERAN LLAMADOS HIJOS DEL DIOS VIVIENTE»
(Rom. 9:24‑26).

38
Y en el Concilio de Jerusalén, Santiago construyó una defensa partiendo
de las Escrituras del Antiguo Testamento para aceptar a los gentiles. Según
Santiago, los gentiles no solo debían ser aceptados en la comunidad del pacto
de Dios, sino que debían ser aceptados sin necesidad de la circuncisión: «Y
con esto concuerdan las palabras de los profetas» ― afirmó Santiago ― «tal
como está escrito: DESPUÉS DE ESTO VOLVERÉ, Y REEDIFICARÉ EL
TABERNÁCULO DE DAVID QUE HA CAÍDO. Y REEDIFICARÉ SUS
RUINAS, Y LO LEVANTARÉ DE NUEVO, PARA QUE EL RESTO DE
LOS HOMBRES BUSQUE AL SEÑOR, Y TODOS LOS GENTILES QUE
SON LLAMADOS POR MI NOMBRE, DICE EL SEÑOR, QUE HACE
SABER TODO ESTO DESDE TIEMPOS ANTIGUOS» (Hch. 15:15‑18).
Según W. J. Grier: «Santiago declara que esta reconstrucción del
tabernáculo de David está tomando lugar ahora en la visitación de Dios a los
gentiles para sacar de ellos un pueblo para Su Nombre».[11]
Por lo tanto, el Antiguo Testamento enseñó que no todo Israel es el
verdadero Israel. También enseñó que los hijos de Abraham incluirían a los
gentiles no circuncidados. Esta no es una teología de reemplazo, ni es la
Iglesia (judíos y gentiles creyentes) expropiando lo que nunca fue destinado
para ella. No, este es el cumplimiento real, literal y previsto del Pacto
Abrahámico.
La promesa era que en la simiente de Abraham (Jesucristo) todas las
naciones de la Tierra serían bendecidas (Hch. 3:25). La promesa era que
Dios haría a Abraham padre de muchas naciones (Gén. 17:5). La herencia
prometida no era algo temporal, sino algo eterno. Por lo tanto, la Iglesia,
compuesta por aquellos que tienen fe en Cristo, es el verdadero Israel de
Dios, como se enseña en el Antiguo y el Nuevo Testamento.
Conclusión
El primer punto del amilenarismo es la hermenéutica histórico–redentora, la
cual afirma que el final de la historia nos ayuda a entender el comienzo de
esta. Y ver el cumplimiento del Pacto Abrahámico en el Nuevo Testamento
nos ayuda a entender el segundo punto del amilenarismo: que no todo el
Israel físico es el Israel espiritual. Los creyentes que están unidos a Cristo (la
Iglesia, la cual consiste en judíos y gentiles por igual) son los verdaderos
hijos de Abraham. Ser un hijo físico de Abraham no es lo que importa. No es
la ley o la circuncisión lo que hace a una persona hijo de Abraham, sino la fe

39
en Cristo. Las promesas se reciben por la fe solamente; y estas promesas no
son solo para los judíos creyentes, también se extienden a los gentiles
creyentes. Por medio de Cristo, todos los creyentes, tanto judíos como
gentiles, son hijos de Abraham y herederos de las promesas.

40
LA IGLESIA ES
EL REINO DAVÍDICO

En el primer punto del amilenarismo aprendimos que el significado histórico


y gramatical de un pasaje será consistente con la línea argumental de la
historia general de la redención. Por esta razón, en el segundo punto del
amilenarismo, entendimos que los hijos prometidos de Abraham son
aquellos, y solo aquellos, que están unidos a Cristo por la fe. Ahora, en este
capítulo, al observar el tercer punto del amilenarismo, veremos que el reino
prometido a Abraham, y nuevamente prometido a David, es (en este tiempo
presente) un reino espiritual.
Este es realmente el corazón del amilenarismo y lo que lo separa del
premilenarismo y el posmilenarismo. Los amilenaristas ven el reino de Dios
como algo que consiste solo en creyentes nacidos de nuevo sin políticos
terrenales, soldados militares o armamento. Solo aquellos que se han
inclinado voluntariamente en sumisión ante el señorío del Rey Jesús están en
el reino de los Cielos y disfrutan de la unidad y la paz verdaderas con Dios y
con los demás. Y como el reino de los Cielos consiste solo en creyentes, es
un reino eterno que no tiene fin. Todas las demás naciones caerán, pero el
reino de Dios, que no fue establecido por manos humanas, perdurará por toda
la eternidad. Y un día, como sucederá con la llegada de los Cielos nuevos y la
Tierra nueva, la gloria de Dios cubrirá el mundo como el agua cubre el mar.
Para entender la naturaleza espiritual del reino de Dios en su estado actual,
necesitamos examinar los Pactos Abrahámico y Davídico, y luego ver cómo
el reino que se les prometió fue establecido por Cristo, el hijo de Abraham y
el hijo de David, en el Nuevo Pacto.
El reino prometido en el Pacto Abrahámico

41
Dios llamó a Abraham desde su país natal y prometió hacer de él una gran
nación (Gén. 12:2). Dios también prometió darle a Abraham un pueblo y un
territorio (Gén. 17:1‑8).
Después de haber sido sacados de Egipto, los hijos físicos de Abraham se
convirtieron en una nación (Éxo. 19‑20). Sin embargo, no solo demostraron
estar caracterizados por la incredulidad, la rebelión y la idolatría, también
experimentaron solamente pequeños períodos de relativa paz. La guerra con
otras naciones y las luchas internas entre ellos marcaron la historia de Israel.
La nación de Israel incluso se dividió después del reinado de Salomón, y cada
parte (Israel y Judá) fue finalmente llevada al cautiverio en el extranjero, para
nunca recuperarse del todo.
Seguramente este no era el reino que se le prometió a Abraham, quien
― como mínimo ― esperaba algo más glorioso y celestial. Por la fe,
Abraham «esperaba la ciudad que tiene cimientos, cuyo arquitecto y
constructor es Dios» (Heb. 11:10). Abraham anhelaba «una patria mejor, es
decir, celestial» (v. 16).
El reino prometido en el Pacto Davídico
El reino celestial prometido al hijo de Abraham es el mismo reino prometido
al hijo de David. Después de edificarse una magnífica casa, el rey David se
sintió culpable de que Dios estuviera habitando en una tienda de campaña.
¿Por qué debería el rey habitar en una casa más gloriosa que la de Dios? Así
que David decidió edificar una casa ― un templo, una morada ― para Dios.
Pero, lo interesante es que Dios le dijo a David que no. En lugar de que
David le construyera una casa a Dios, Dios prometió construirle una casa a
David:
Haré de ti un gran nombre como el nombre de los grandes que hay en la tierra. Asignaré
también un lugar para mi pueblo Israel, y lo plantaré allí a fin de que habite en su propio
lugar y no sea perturbado de nuevo, ni los aflijan más los malvados como antes, y como
desde el día en que ordené que hubiera jueces sobre mi pueblo Israel; te daré reposo de todos
tus enemigos, y el SEÑOR también te hace saber que el SEÑOR te edificará una casa. (2
Sam. 7:9‑11)
Esta no era simplemente una casa para David, sino una morada para todo
el pueblo de Dios. Dondequiera que este lugar supuestamente estuviera
ubicado, iba a ser un lugar de seguridad, paz y reposo para el pueblo de Dios.
La casa de David no solo incluía una morada segura para el pueblo de
Dios, también incluía un futuro hijo. Dios también prometió darle un reino al
42
hijo de David. Este reino albergaría la casa y morada de Dios:
Cuando tus días se cumplan y reposes con tus padres, levantaré a tu descendiente después de
ti, el cual saldrá de tus entrañas, y estableceré su reino. El edificará casa a mi nombre, y yo
estableceré el trono de su reino para siempre. (2 Sam. 7:12‑13)
En otras palabras, la casa que alberga la casa de Dios sería una morada, un
reino, donde Dios y el pueblo de Dios vivirían juntos en perfecta paz. Es
decir, el Pacto Davídico prometía ser un reino donde Dios y el hombre
habitarían juntos en perfecta paz, donde Dios edificaría una casa para David
(un lugar para que David y el pueblo de Dios habitaran en paz), y donde el
hijo de David edificaría una casa para Dios (un lugar donde Dios habitaría
con Su pueblo). Por lo tanto, esta casa (donde Dios y el hombre habitarían
juntos) sería edificada por Dios y el hijo de David, el Dios–hombre.
Aunque David quería edificar una casa para Dios en su reino, Dios
prometió edificarle una casa a David dándole a su hijo un reino que sería una
morada tanto para Dios como para Su pueblo. Este futuro reino sería un reino
eterno de paz donde Dios y Su pueblo vivirían juntos en armonía para
siempre.
Esto, en realidad, suena como el Cielo en la Tierra, donde Dios habitará
con Su pueblo por toda la eternidad. Cualquiera que sea el caso, este reino
supera con creces los reinos de este mundo al tener una mejor morada, un
mejor rey, una mejor paz y un mejor Templo. Daniel profetizó de la gloria y
la eternidad de este reino que vendría en su interpretación del sueño de
Nabucodonosor:
En los días de estos reyes, el Dios del cielo levantará un reino que jamás será destruido, y
este reino no será entregado a otro pueblo; desmenuzará y pondrá fin a todos aquellos reinos,
y él permanecerá para siempre, tal como viste que una piedra fue cortada del monte sin
ayuda de manos. (Dan. 2:44‑45)
En esto vemos que el reino de Dios iba a ser diferente de todos los demás
reinos del mundo. Iba a ser establecido por Dios. Iba a ser un reino eterno y
un reino de reposo. Iba a ser un reino, una ciudad y una casa hecha sin ayuda
de manos humanas. Iba a ser un reino en el que Dios viviría para siempre con
Su pueblo en perfecta paz.
El reino de Dios establecido en el Nuevo Pacto
Generación tras generación de descendientes de Abraham iban y venían sin
que se estableciera ningún reino celestial. Aunque la nación de Israel pudo
haber experimentado pequeños períodos de reposo aquí y allá, también

43
estuvieron plagados de varias guerras a lo largo de su historia; luchaban
continuamente. Luchaban no solo con otras naciones, sino también entre ellos
mismos. La poca paz de la que disfrutaron durante el reinado de Salomón
pronto se hizo pedazos por la división del reino. Con el tiempo, ambas partes
fueron completamente derrotadas y llevadas al cautiverio en el extranjero
debido a su incredulidad.
Ciertamente, cualquier medida de paz que Israel haya experimentado no
fue la paz prometida a David. Con toda seguridad, la casa que Dios prometió
edificar a David no fue la que cayó ante los babilonios. Y de seguro la nación
de Israel no era el reino eterno que Dios había prometido dar al hijo de
David.
Cualquiera que sea el caso, para cuando Cristo nació, la nación de Israel
había perdido hacía mucho tiempo toda soberanía y libertad nacional. Pero,
aunque Israel había demostrado no ser el reino eterno, Dios no había olvidado
Su promesa a Abraham y David. En memoria de Su promesa, Dios levantó a
Juan el Bautista, el último de los profetas del Antiguo Pacto, para preparar el
camino para el Rey prometido. Juan el Bautista vino predicando un mensaje
sencillo: «Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado» (Mat.
3:2).
Juan el Bautista sabía que la antiquísima profecía de Isaías se había
cumplido en la ciudad de David:
Porque un niño nos ha nacido, un hijo nos ha sido dado, y la soberanía reposará sobre sus
hombros; y se llamará su nombre Admirable Consejero, Dios Poderoso, Padre Eterno,
Príncipe de Paz. El aumento de su soberanía y de la paz no tendrán fin sobre el trono de
David y sobre su reino, para afianzarlo y sostenerlo con el derecho y la justicia desde
entonces y para siempre. El celo del SEÑOR de los ejércitos hará esto. (Isa. 9:6‑7)
Con tal conocimiento, Juan el Bautista predicó la buena noticia del reino
de Dios. Y un día, mientras Juan predicaba, la simiente de Abraham e hijo de
David vino a él para ser bautizado.
Después de haber sido bautizado por Juan, Cristo comenzó Su ministerio
público predicando el mismo mensaje que Juan: «Arrepentíos, porque el
reino de los cielos se ha acercado» (Mat. 4:17). Aunque habían pasado
cientos de años desde que Dios les había prometido a Abraham y a David un
reino, finalmente había llegado el momento cuando Dios cumpliría Su
promesa: «El tiempo se ha cumplido» ― proclamó el Señor, pues ― «el
reino de Dios se ha acercado». Era el momento de que todos se

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«[arrepintieran] y [creyeran] en el evangelio» (Mar. 1:15).
Lamentablemente, muchos de los líderes de Israel, los escribas y los
fariseos, no querían ese reino. Estaban muy dispuestos a tomar el poder y el
control terrenales de la nación de Israel, y no estaban interesados en renunciar
a su propio poder percibido {o aparente}. Ellos querían gobernar sin
someterse primero. Querían un reino, pero no el evangelio del reino. Querían
un rey que venciera a los romanos, pero no un rey que venciera sus corazones
pecaminosos. Ellos, como muchos de los que les han precedido, codiciaban
poder y riqueza. Estaban más preocupados por ser liberados de Roma que por
ser liberados de Satanás, del pecado y de su carne pecaminosa. En su orgullo,
deseaban gobernar el mundo en vez de recibir humildemente a Cristo para
que gobernara sus vidas. Realmente no querían la paz con Dios.
En su deseo de libertad política, estaban ansiosos por nombrarse a sí
mismos como líderes políticos. Algunos de los judíos anhelaban tanto un
gobernante terrenal que buscaban hacer rey a Jesús por la fuerza (Jua. 6:15);
pero Cristo no deseaba ser un rey terrenal sobre los no regenerados. No
aspiraba a liderar una insurrección de judíos malvados en la batalla contra los
malvados romanos.
Cristo tenía la mira puesta en un enemigo más peligroso. No le interesaba
ir a la guerra «contra sangre y carne, sino contra principados, contra
potestades, contra los poderes de este mundo de tinieblas, contra las huestes
espirituales de maldad en las regiones celestiales» (Efe. 6:12). Era el
dominio de Satanás, no el Imperio Romano, lo que Cristo estaba interesado
en conquistar. Era Satanás, no el emperador, quien había esclavizado a la raza
humana. A Cristo no le preocupaba un pequeño líder de marioneta en Roma,
sino que tenía puestos Sus ojos en {o tenía en la mira a} el Maligno
moviendo los hilos tras bastidores.
Cristo vino a enfrentarse al gran dragón rojo. Vino a hacer guerra con el
mismo enemigo que derribó a Adán y Eva. Estaba listo para luchar contra el
que ha esclavizado a cada alma en cada generación desde la Caída del
hombre. Porque, desde la Caída, el diablo ha mantenido a las naciones del
mundo en tinieblas. Cada ciudadano del mundo ha sido cegado por el
Príncipe de las Tinieblas.
Para que Cristo venciera a Satanás y lo despojara de sus esclavos,
necesitaba algo más poderoso que un ejército equipado con escudos y

45
espadas. Incluso la mejor fuerza militar sería impotente para vencer al dragón
rojo. Un rey liderando una fuerza militar podía haber conquistado Roma, pero
tal ejército habría sido completamente ineficaz para conquistar al príncipe de
la potestad del aire que opera en todos los hijos de desobediencia (Efe. 2:2).
A Cristo no le interesaba edificar un reino con incrédulos. La nación de
Israel había demostrado que era imposible que los incrédulos obedecieran a
Dios. Es imposible hacer que los pecadores entren en el reino de los Cielos
por medio de la legislación. Las leyes, la legislación y el gobierno político no
tienen poder para gobernar sobre la conciencia. La circuncisión del corazón
no es administrada por leyes escritas en piedra. Es el evangelio, no la ley, lo
que hace nacer a los pecadores en el reino. Los no regenerados siempre
estarán en guerra con Dios, sin importar cuántas leyes, restricciones y
castigos justos se les impongan. No puede haber paz con los malvados (Isa.
48:22). La luz y las tinieblas no tienen nada en común (2 Cor. 6:14). Sería
más fácil que un león se echara al lado de un cordero, que los malvados se
acostaran al lado de Cristo. El reino de Dios no puede ser una mezcla de
ciudadanos regenerados y no regenerados.
Para que el reino de Dios venga, el reino de las tinieblas debe caer. Para
que haya un reino de paz, el reino debe estar poblado solo por aquellos cuyos
corazones pecaminosos han sido conquistados por el Rey. Solo cuando los
pecadores sean renovados en el hombre interior por el poder del evangelio
habrá paz entre Dios y el hombre. Por eso Jesús dijo que hay que nacer de
nuevo para entrar en el reino de Dios (Jua. 3:3). Por lo tanto, Jesús no vino a
establecer un reino terrenal: «Mi reino» ― dijo Cristo ― «no es de este
mundo. Si mi reino fuera de este mundo, entonces mis servidores pelearían
para que yo no fuera entregado a los judíos; mas ahora mi reino no es de
aquí» (Jua. 18:36).
En lugar de edificar un reino partiendo de los hijos físicos de Abraham,
Cristo vino a edificar un reino partiendo de los hijos espirituales de Abraham.
Pero, para que Cristo estableciera un reino así, tuvo que destronar primero al
Malvado. Tuvo que rescatar a los hijos espirituales de Abraham de las fuertes
garras del gran engañador. Si Él va a morar con Su pueblo y en Su pueblo,
debe limpiar primero a Su propio pueblo elegido.
Antes de que el hombre exterior pueda ser limpiado apropiadamente, el
hombre interior tiene que ser renovado primero. De la misma manera, antes
de que el mundo pueda ser limpiado de su corrupción, el poder de Satanás

46
tiene que ser desmantelado. Y fue por esta razón que la simiente de la mujer
vino al mundo, para aplastar la cabeza de la Serpiente bajo Sus pies.
Cuando Cristo comenzó a expulsar demonios en Su ministerio terrenal,
anunció que el reino de Dios había llegado (Mat. 12:28). En vez de que el
reino de los Cielos se manifestara físicamente, como algunos suponían que
sucedería de una sola vez (Luc. 19:11), {en realidad} vendría
espiritualmente, una conversión a la vez. A diferencia de otros reinos
terrenales, «el reino de Dios» ― dijo Cristo ― «no viene con señales
visibles, ni dirán: “¡Mirad, aquí está!” o: “¡Allí está!”» (Luc. 17:20‑21). Más
bien, Cristo está edificando Su reino lentamente al despojar al reino de las
tinieblas de sus ciudadanos. Cristo está poblando lentamente el reino de los
Cielos a través del nuevo nacimiento.
Aunque el reino de Dios no viene «con señales visibles» (Luc. 17:20),
aquellos que nacen de nuevo pueden verlo por la fe (Jua. 3:3); y no solo ven
el reino, sino que ― por la fe ― el reino de Dios está entre ellos (Luc.
17:21). Junto con la ley del reino que es derramada en sus corazones (Rom.
5:5), el Rey del reino ha venido para morar en sus corazones por la fe (Efe.
3:17).
Así que, mientras las naciones del mundo están librando una guerra contra
los ungidos de Dios, estos últimos están edificando Su reino en medio de
ellos. Cristo está despojando a Satanás de sus prisioneros de cada nación y
grupo de personas.
Sin embargo, antes de que el reino prometido pudiera establecerse, el
Maligno tenía que irse. El poder de Satanás tenía que ser conquistado antes
de que el evangelio pudiera marchar {victorioso} por entre las puertas del
infierno. Y esto es exactamente lo que Cristo hizo en el Calvario. En el
mismo momento en que las cosas parecían más oscuras, allí ― en una vieja y
dura cruz ―[12] la simiente de la mujer, el heredero de Abraham e hijo de
David derrotó decisivamente al Malvado. En Su muerte, en el momento de
Su debilidad, Cristo expulsó al que había engañado al mundo. En Su muerte,
destruyó al que tenía el poder de la muerte, y liberó «a los que por el temor a
la muerte, estaban sujetos a esclavitud durante toda la vida» (Heb. 2:14‑15).
Al hacerlo, «[despojó] a los poderes y autoridades, hizo de ellos un
espectáculo público, triunfando sobre ellos por medio de Él» (Col. 2:15).
Cristo Jesús entró en el campamento enemigo y liberó a cautivos del Príncipe
de las Tinieblas: «Por tanto, dice: CUANDO ASCENDIÓ A LO ALTO,
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LLEVÓ CAUTIVA UNA HUESTE DE CAUTIVOS, Y DIO DONES A
LOS HOMBRES» (Efe. 4:8).
Aunque Satanás hirió a Cristo en el calcañar, Cristo le dio el golpe mortal
a Satanás en la cabeza. Aunque Satanás sigue recorriendo la Tierra como un
león al acecho, es un león herido cuyo poder para engañar se ha visto muy
limitado. El manto de oscuridad {o tinieblas} que cubre el mundo ha sido
desgarrado. La luz del evangelio es ahora capaz de brillar a través de las
grietas en los corazones de los hombres. Ahora que Satanás ha sido «echado
fuera» cuando Cristo fue «levantado de la tierra», Jesús está atrayendo a
«todos» hacia Él (Jua. 12:31‑32).
Por esta razón Cristo vino al mundo: «para [abrir] los ojos a los ciegos,
para [sacar] de la cárcel a los presos, y de la prisión a los que moran en
tinieblas» (Isa. 42:7). Y ahora que Satanás ha sido despojado de su poder,
todas las cosas han sido sujetadas a un hombre, el Hijo de David (Heb. 2:8).
Y ahora que toda autoridad en el Cielo y en la Tierra ha sido dada al Hijo del
Hombre, el Hijo del Hombre ordena a Su pueblo que lleven el evangelio a
todo el mundo (Mat. 28:18‑20).
Por la autoridad de Cristo, la Iglesia ha sido comisionada para llevar el
evangelio del reino a cada nación y grupo de personas en el mundo. No hay
ningún rincón o región que esté fuera de los límites. Por ejemplo, el apóstol
Pablo fue enviado a los gentiles «para que [abrieran] sus ojos a fin de que se
[volvieran] de la oscuridad a la luz, y del dominio de Satanás a Dios, para que
[recibieran], por la fe en [Jesús], el perdón de pecados y herencia entre los
que han sido santificados» (Hch. 26:17‑18).
El evangelio ya no está restringido a la nación de Israel. Antes de la cruz,
Dios había dejado a los gentiles andar a tientas en la oscuridad; pero ahora,
después de la cruz ― como Pablo predicó a los atenienses ―, Dios ha
ordenado a todos en todas partes a arrepentirse de sus pecados y doblar sus
rodillas ante el Rey Jesús (Hch. 17:30).
Desde Su Primera Venida, a través del testimonio del evangelio por Su
pueblo, Cristo ha estado asaltando las puertas del infierno y rescatando a los
hijos prometidos de Abraham de cada nación, tribu y grupo de personas a lo
largo de todo el mundo. Él continuará reuniendo a Su pueblo hasta el fin del
mundo (Mat. 28:20). Aunque Satanás sigue furioso, ya no puede impedir que
la luz del evangelio penetre en los corazones de aquellos que Dios, desde

48
hacía mucho tiempo, había prometido dar a Abraham.
Debido a la victoria de Cristo sobre Satanás, el evangelio saldrá victorioso
sobre {o vencerá} los corazones pecaminosos de Su pueblo escogido: «pues
es el poder de Dios para la salvación de todo el que cree» (Rom. 1:16). La
muerte de Cristo aseguró la victoria. El poder del evangelio sale al mundo
oscuro {o en tinieblas} como un jinete en un caballo blanco «conquistando y
para conquistar» (Apo. 6:2). No la mayoría, sino todo poder y autoridad en el
Cielo y en la Tierra han sido dadas al Rey Jesús; pues Cristo tiene todo el
poder o no tiene ninguno; ya está gobernando y reinando o Su Primera
Venida fue un fracaso.
Pero, sabemos que Su Primera Venida no fue un fracaso. Sabemos que
cumplió todos Sus objetivos; y que, con Su victoria sobre el sepulcro, se
levantó de entre los muertos para tomar el lugar que le correspondía en el
trono de David; lo hizo cuando se sentó a la diestra de Dios en el Cielo. Con
tal poder desatado el día de Pentecostés, Pedro proclamó que el tan esperado
Hijo de David está ahora sentado en el trono de David como Señor y Cristo:
Hermanos, del patriarca David os puedo decir confiadamente que murió y fue sepultado, y su
sepulcro está entre nosotros hasta el día de hoy. Pero siendo profeta, y sabiendo que DIOS
LE HABIA JURADO SENTAR a uno DE SUS DESCENDIENTES EN SU TRONO, miró
hacia el futuro y habló de la resurrección de Cristo, que NO FUE ABANDONADO EN EL
HADES, NI su carne SUFRIO CORRUPCION. A este Jesús resucitó Dios, de lo cual todos
nosotros somos testigos. Así que, exaltado a la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre
la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís. Porque David no
ascendió a los cielos, pero él mismo dice: DIJO EL SEÑOR A MI SEÑOR: «SIENTATE A
MI DIESTRA, HASTA QUE PONGA A TUS ENEMIGOS POR ESTRADO DE TUS
PIES». Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros
crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo. (Hch. 2:29‑36)

Conclusión
El hijo de David no solo está en el trono de David, sino que seguirá y debe
seguir reinando en el trono de David hasta que haya conquistado a todos Sus
enemigos (1 Cor. 15:25). Sin embargo, antes de regresar para derrotar el
último enemigo, la muerte, debe continuar sometiendo los corazones de Su
propio pueblo, rescatándolos de los ataques {lit. las constricciones} de la
serpiente. Y debe continuar reinando hasta que haya reunido incluso el último
hijo prometido a Abraham en el reino eterno.
Y cuando termine de edificar Su reino, poblándolo con los hijos de
Abraham, someterá a los malvados destruyendo y purificando el mundo con

49
fuego. Entonces, cuando todo haya sido perfectamente restaurado, Cristo
entregará el reino a Su Padre como una novia sin mancha, santa y sin tacha.
Después, toda lágrima será enjugada y Cristo Jesús morará con Su pueblo
para siempre en la Tierra de la Promesa {o Tierra Prometida (RV–1960)}, los
Cielos nuevos y la Tierra nueva. Y esto nos lleva al cuarto punto del
amilenarismo.

50
LA TIERRA NUEVA
ES LA TIERRA PROMETIDA

Decir que el reino de Dios es de naturaleza espiritual y celestial no significa


que el reino no será un día de naturaleza física. Aunque Abraham, por la fe,
buscaba una ciudad celestial, {lo que buscaba} era el mundo que Dios había
prometido darle (Rom. 4:13). No solo se le prometió la tierra por la que
caminaba, también se le prometió todo {lo que quedaba} al norte, al sur, al
este y al oeste como una herencia eterna (Gén. 13:14‑15). De este modo,
parecería que la ciudad celestial y eterna que Abraham esperaba heredar iba a
estar ubicada un día en la Tierra.
Bueno, al menos así parece cuando consideramos el hecho de que la Tierra
Prometida iba a ser una herencia física: «pues toda la tierra que ves te la daré
a ti y a tu descendencia para siempre» (v. 15). Aunque se puede argumentar
que esta herencia debía permanecer en la familia de Abraham de generación
en generación hasta el fin del mundo, hay más razones para creer que esta
promesa aún no se ha cumplido. Hay ocho razones para creer que la Tierra
Prometida es los Cielos nuevos y la Tierra nueva.
1. La Tierra Prometida era la tierra física, la misma tierra que Abraham
vio con sus propios ojos: «pues toda la tierra que ves te la daré a ti». Una vez
más, Dios le dijo a Abraham: «Yo soy el SEÑOR que te saqué de Ur de los
caldeos, para darte esta tierra para que la poseas» (Gén. 15:7).
2. La promesa debía ser dada a Abraham, no solo a los hijos de Abraham:
«pues toda la tierra que ves te la daré a ti y a tu descendencia» (Gén. 13:15,
cursivas añadidas). La promesa no era que Dios le daría la tierra a Abraham
vicariamente por medio de sus hijos, sino que Dios se la daría tanto a
Abraham como a los hijos de Abraham para que la disfrutaran.

51
3. Abraham aún no ha heredado nada de esta tierra. La única tierra que
Abraham poseía era la pequeña parcela que compró (no que recibió ni heredó
de Dios) a Efrón en Macpela, para enterrar a su esposa Sara (Gén. 23:10‑16).
En cuanto a la Tierra Prometida, Abraham vivió y murió sin recibir ni media
hectárea de esta. La Biblia dice que anduvo errante toda su vida como un
peregrino en una tierra extranjera sin recibir las cosas que le fueron
prometidas (Heb. 11:13).
4. La tierra iba a ser una herencia eterna: «pues toda la tierra que ves te la
daré a ti para siempre» (Gén. 13:15). En otro lugar dice:
Para siempre se ha acordado de su pacto, de la palabra que ordenó a mil generaciones, del
pacto que hizo con Abraham, y de su juramento a Isaac. También lo confirmó a Jacob por
estatuto, a Israel como pacto eterno, diciendo: A ti te daré la tierra de Canaán como porción
de vuestra heredad (Sal. 105:8‑11)
Cuando sea que Abraham herede la tierra, nunca se la quitarán. Cuando
Abraham herede la tierra, morará allí para siempre.
5. Esto no solo implica convincentemente que la ciudad celestial es una
ciudad eterna, sino que Abraham tendría vida eterna, o de lo contrario no
podría disfrutarla para siempre.
6. Esto infiere que los hijos de Abraham, quienes también heredan la
tierra, vivirán para siempre. Junto con sus hijos, Abraham disfrutará para
siempre de la vida en la Tierra de la Promesa {o Tierra Prometida (RV–
1960)}. Además, así como Abraham, por la fe, todos los verdaderos hijos de
Abraham han dado la espalda a este mundo y han puesto su esperanza en un
hogar más duradero:
Porque los que dicen tales cosas, claramente dan a entender que buscan una patria propia. Y
si en verdad hubieran estado pensando en aquella patria de donde salieron, habrían tenido
oportunidad de volver. Pero en realidad, anhelan una patria mejor, es decir, celestial. Por lo
cual, Dios no se avergüenza de ser llamado Dios de ellos, pues les ha preparado una ciudad.
(Heb. 11:14‑16)
7. Si los hijos de Abraham van a disfrutar de la Tierra Prometida para
siempre, entonces estos herederos deben ser hijos de Abraham por la fe.
Porque solo los que tienen fe, como {sucede} con Abraham, tendrán la vida
eterna. Como explica Pablo: «Porque la promesa a Abraham o a su
descendencia de que él sería heredero del mundo, no fue hecha por medio de
la ley, sino por medio de la justicia de la fe» (Rom. 4:13).
8. Y, en consecuencia, para que la Tierra Prometida sea la Tierra, el

52
término Tierra Prometida debe referirse a los Cielos nuevos y la Tierra
nueva: un lugar donde solo moran la justicia y las personas justas (2 Ped.
3:13). ¿Acaso no habla la Biblia de la nueva creación como la morada eterna
de los hijos de Dios (Rom. 8:21)? ¿Acaso no dijo Jesús que los mansos
heredarían la Tierra (Mat. 5:5)?
Por lo tanto, la idea de que la Tierra nueva es la Tierra Prometida es el
cuarto punto del amilenarismo.
El cumplimiento parcial
Si la nueva creación es la Tierra Prometida, las promesas del Pacto
Abrahámico solo se han cumplido parcialmente. En el tercer punto del
amilenarismo, hemos visto que el reino de Dios ya ha sido inaugurado en los
corazones de los hijos espirituales de Abraham. El reino de Dios es
actualmente espiritual. En algunos aspectos, gran parte del Pacto Abrahámico
ya se ha cumplido. Sin embargo, si la Tierra nueva es la Tierra Prometida,
todavía falta algo. Como hijos espirituales de Abraham, estamos esperando
por fe la resurrección física y la re–creación, los Cielos nuevos y la Tierra
nueva. Hasta entonces, andamos errantes por este mundo como peregrinos y
extranjeros.
Ya, pero todavía no
Este cumplimiento parcial del Pacto Abrahámico se explica a menudo por el
concepto del reino de Dios conocido como «ya, pero todavía no». Por
ejemplo, el reino de Dios ya ha sido inaugurado, pero todavía no se ha
consumado. Aunque la plenitud de las promesas del Antiguo Testamento no
se cumplirán hasta después de la Segunda Venida de Cristo, las primicias del
siglo venidero ya han brotado en la vida de los creyentes.
George Ladd lo explicó así: «La iglesia primitiva {o la Iglesia en sus
primeros siglos} tuvo que vivir una tensión entre la realidad {o lo hecho
realidad} y la expectativa ― entre el “ya” y el “todavía no”. Ha llegado la
era de la realización {o la edad del cumplimiento}; {pero} el día de la
consumación todavía es futuro».[13]
Para entender mejor el cumplimiento (parcial) del ya pero todavía no de
las promesas del Antiguo Testamento, es importante ver que (1) hay un
cumplimiento del reino de Dios en dos fases, (2) hay dos venidas de Cristo,
(3) dos edades {o «siglos»}, y (4) dos reinos.

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El cumplimiento (espiritual y físico) del reino de Dios en dos fases
La concepción del «ya, pero todavía no» del reino implica que hay un
cumplimiento del reino de Dios en dos fases que fue prometido a Abraham y
a David. El reino de Dios fue inaugurado en la Primera Venida de Cristo,
aunque no ha sido físicamente consumado en los Cielos nuevos y la Tierra
nueva, lo cual tendrá lugar en la Segunda Venida de Cristo. Los ciudadanos
del Cielo ya han recibido la vida eterna, aunque sus cuerpos permanecen bajo
la maldición de la Caída. Cristo ya ha conquistado y sometido los corazones
de Su pueblo, pero aún debe conquistar y someter totalmente a las naciones y
eliminar la maldición que mantiene sujeta la creación.
Según Pablo, toda la creación está gimiendo junto con nosotros que
tenemos las primicias del Espíritu. Pablo explicó que estamos gimiendo
interiormente juntos «aguardando ansiosamente la adopción como hijos, la
redención de nuestro cuerpo» (Rom. 8:19‑23). Aunque nos han sido dadas
algunas de las promesas, es decir, las primicias del Espíritu, la herencia
completa de Abraham todavía nos espera.
Aunque el hombre interior ha sido redimido, el cuerpo aún no ha sido
glorificado. Asimismo, aunque algunas de las promesas de Abraham se están
cumpliendo ( como el llamamiento de Dios a los hijos de Abraham de todas
las naciones ) , la herencia completa ( como la Tierra Prometida ) , aún no se
ha materializado. El reino de Dios es espiritual ahora, pero algún día también
será físico, con la llegada de los Cielos nuevos y la Tierra nueva donde solo
mora la justicia.
«Puesto que el reino es a la vez presente y futuro» ― afirma Anthony
Hoekema ― «podemos decir que el reino está ahora oculto para todos
excepto para quienes tienen fe en Cristo, pero que algún día será totalmente
revelado, de modo tal que aun sus enemigos se verán obligados finalmente a
reconocer su presencia y doblegarse ante su dominio».[14] Las primicias del
Cielo han brotado en los corazones de los creyentes en esta malvada edad
presente {o presente siglo malo (RV–1960)}, aunque la cosecha {o siega}
completa aún debe tener lugar plenamente en el estado eterno de gloria.
En este último estado, el Cielo y la Tierra estarán perfectamente unidos
bajo el reinado de Cristo (Efe. 1:10; Col. 1:20). Cuando todo mal sea
desarraigado, y los malvados y este presente mundo malo {o presente siglo
malo (RV–1960)} sean destruidos con la re–creación que dará lugar a la

54
Tierra nueva, Dios entonces morará con el hombre, en perfecta unidad y paz
para siempre. En realidad, el Cielo llenará la Tierra «del conocimiento de la
gloria del SEÑOR como las aguas cubren el mar» (Hab. 2:14).
En ese momento, el Pacto Abrahámico se cumplirá plenamente. Abraham
y sus hijos, quienes han sido extraídos de cada nación y grupo de personas
del mundo, morarán en la Tierra de la Promesa para siempre. Como afirma
Hoekema:
Por lo tanto, el Reino de Dios debe ser entendido como el reinado de Dios dinámicamente
activo en la historia humana por medio de Jesucristo, cuyo propósito es la redención del
pueblo de Dios del pecado y de los poderes demoníacos, y el establecimiento final de los
Cielos nuevos y de la Tierra nueva. Significa que el gran drama de la historia de la salvación
ha sido inaugurado, y que la nueva edad ha sido introducida. El reino no debe entenderse
meramente como la salvación de ciertos individuos, ni siquiera {simplemente} como el
reinado de Dios en el corazón de Su pueblo; significa nada menos que el reinado de Dios
sobre la totalidad de Su universo creado.[15]

Las dos venidas de Cristo


El cumplimiento de las promesas del Antiguo Testamento en dos fases se
corresponde con la venida de Cristo en dos fases. El Antiguo Testamento
profetizó que el Rey venidero establecería tanto la paz como la justicia. El
Antiguo Testamento habló del día del Señor como un día de ira para los
enemigos del pueblo de Dios (Joe. 2:1‑2; Amó. 5:18‑20; Sof. 1:14‑15) y un
día de misericordia para el pueblo de Dios (Isa. 53).
La venida de Cristo iba a ser un día de juicio
Según Sofonías, el día del Señor iba a ser un día de juicio para todos los
habitantes de la Tierra:
Eliminaré por completo todo de la faz de la tierra ― declara el SEÑOR. Eliminaré hombres
y animales, eliminaré las aves del cielo y los peces del mar, y haré tropezar a los impíos;
extirparé al hombre de la faz de la tierra ― declara el SEÑOR [...] Cercano está el gran día
del SEÑOR, cercano y muy próximo. El clamor del día del SEÑOR es amargo; allí gritará el
guerrero. Día de ira aquel día, día de congoja y de angustia, día de destrucción y desolación,
día de tinieblas y lobreguez, día nublado y de densa oscuridad, día de trompeta y grito de
guerra contra las ciudades fortificadas y contra los torreones de las esquinas. Traeré angustia
sobre los hombres, y andarán como ciegos, porque han pecado contra el SEÑOR; su sangre
será derramada como polvo, y su carne como estiércol. Ni su plata ni su oro podrán librarlos
en el día de la ira del SEÑOR, cuando por el fuego de su celo toda la tierra sea consumida;
porque El hará una destrucción total y terrible de todos los habitantes de la tierra. (Sof.
1:2‑3, 14‑18)
Según el profeta Isaías, el Señor iba a venir con juicio:

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He aquí, el día del SEÑOR viene, cruel, con furia y ardiente ira, para convertir en desolación
la tierra y exterminar de ella a sus pecadores. Pues las estrellas del cielo y sus constelaciones
no destellarán su luz; se oscurecerá el sol al salir, y la luna no irradiará su luz. Castigaré al
mundo por su maldad y a los impíos por su iniquidad. (Isa. 13:9‑11)

La venida de Cristo iba a ser un día de misericordia


Según Isaías, el Señor iba a venir también con la buena nueva de la salvación:
Yo soy el SEÑOR, en justicia te he llamado; te sostendré por la mano y por ti velaré, y te
pondré como pacto para el pueblo, como luz para las naciones, para que abras los ojos a los
ciegos, para que saques de la cárcel a los presos, y de la prisión a los que moran en tinieblas.
(Isa. 42:6‑7)

Un día de ira y un día de misericordia


Así que, en el Antiguo Testamento, tanto la paz como el Juicio están
conectados con la llegada del Rey. El Antiguo Testamento no solo habla del
Mesías como Aquel que triunfará sobre Sus enemigos y someterá las
naciones al pueblo de Dios (Sof. 3:8), también habla del mismo Mesías
como el siervo sufriente (Isa. 53:7). El Mesías debía venir a servir y sufrir,
así como a gobernar y reinar. El Mesías no solamente iba a traer paz a las
naciones, también iba a reinar sobre las naciones en el Juicio. En Él, todas las
naciones de la Tierra serían bendecidas, pero por Él todas las naciones de la
Tierra también serían condenadas. Él iba a traer gozo y también desgracia {o
ayes}[16] al mundo.
¿Pero cómo puede Cristo hacer ambas cosas en Su aparición? ¿Cómo
puede traer la sanidad y la destrucción a las naciones {al mismo tiempo}?
No una, sino dos venidas
Aunque puede ser difícil ver cómo Cristo iba a traer gozo y también
desgracia {o ayes} al mundo en Su aparición cuando leemos el Antiguo
Testamento, al leer el Nuevo Testamento aprendemos que la aparición de
Cristo realmente tiene lugar en dos fases: Su Primera Venida y Su Segunda
Venida. Lo que parecía ser un solo evento es en realidad, según el Nuevo
Testamento, un solo evento separado en dos fases; o, como lo afirma William
Cox: «Estos no son en realidad dos eventos separados, sino más bien dos
pasos en un {mismo} plan. Las dos venidas se complementan entre sí, y una
no podría estar completa sin la otra».[17] Hoekema sugiere:
Con una perspectiva profética característica, los profetas del Antiguo Testamento mezclaban
elementos relacionados con la Primera Venida de Cristo con elementos relacionados con Su
Segunda Venida. Hasta el período neotestamentario no se revelaría que lo que en los días del

56
Antiguo Testamento se consideraba como una sola venida del Mesías, se cumpliría en dos
fases: la Primera y la Segunda Venida.[18]

En Su Primera Venida, Cristo sufrió y trajo buenas nuevas al mundo. En


Su Segunda Venida, Cristo traerá desgracia {o ayes} y juicio al mundo. Su
Primera Venida es en paz; Su Segunda Venida es con juicio. La señal de Su
Primera Venida fue un inofensivo «niño envuelto en pañales y acostado en un
pesebre» (Luc. 2:12). La señal del pesebre significaba que Dios había venido
en paz. La señal de la Segunda Venida de Cristo será un feroz guerrero
cabalgando a la batalla para traer retribución a todos los que no han aceptado
Sus condiciones de paz. Sufrió a manos de los malvados en Su primera
aparición, pero vencerá y reinará sobre los malvados en Su segunda
aparición.
El cumplimiento de las dos fases de la venida de Cristo puede verse
cuando Juan el Bautista comenzó a dudar de que Jesús fuera realmente el
Cristo. Juan el Bautista esperaba que el Mesías gobernara sobre las naciones
de la Tierra. Esperaba que el reino de Dios sometiera a los reinos de este
mundo. Sin embargo, en lugar de que los justos gobernaran sobre los injustos,
los justos estaban siendo encarcelados por los injustos. En otras palabras,
Juan el Bautista no esperaba que su ministerio terminara de la manera en que
lo hizo. No creía que presentar al Rey al mundo terminaría con su cabeza en
una bandeja. Y al no cumplir sus expectativas, comenzó a dudar de que Jesús
fuera el Mesías. Tal vez se había equivocado. Con tal duda, envió a sus
discípulos a preguntar a Jesús: «¿Eres tú el que ha de venir, o esperamos a
otro?» (Luc. 7:19).
Para asegurarle a Juan que Él era el Mesías prometido, Jesús respondió
citando la conocida profecía de Isaías: «Y respondiendo El, les dijo: Id y
contad a Juan lo que habéis visto y oído: los CIEGOS RECIBEN LA VISTA,
los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos
son resucitados y a los POBRES SE LES ANUNCIA EL EVANGELIO. Y
bienaventurado es el que no se escandaliza de mí» (vv. 22‑23). Lo
interesante es que Jesús no terminó la profecía. Se detuvo a mitad de la frase.
El pasaje que Cristo citó de Isaías en realidad sigue hablando de Cristo
juzgando a las naciones: «El Espíritu del Señor DIOS está sobre mí, porque
me ha ungido el SEÑOR para traer buenas nuevas a los afligidos; me ha
enviado para vendar a los quebrantados de corazón, para proclamar libertad a
los cautivos y liberación a los prisioneros; para proclamar el año favorable

57
del SEÑOR, y el día de venganza de nuestro Dios; para consolar a todos los
que lloran» (Isa. 61:1‑2).
Sin embargo, el Señor se detuvo a propósito antes de mencionar «el día de
la venganza de nuestro Dios», porque el día de las buenas nuevas, la sanidad,
la liberación y el favor es un día diferente al «día de la venganza». Así que la
respuesta del Señor a Juan el Bautista fue: ― Sí, yo soy el Cristo ― .
Aunque todavía no se vengaba de los injustos, Él estaba cumpliendo en ese
momento la primera parte de la profecía. En otras palabras, este era el día de
la sanidad y el sufrimiento, no el día de la venganza y la ira.
Lo más interesante es que el ministerio de Juan el Bautista estaba
claramente conectado con la primera fase de la venida de Cristo. Según
Malaquías, si Dios no hubiera enviado a Juan el Bautista delante de Cristo
para preparar el camino del Señor, el día de la venganza habría impedido que
hubiera un día de sanidad y sufrimiento. Si Dios no hubiera separado Su
venida en dos fases, no habría habido un pueblo reunido de todas las naciones
antes de que el Juicio llegara a las naciones: «He aquí, yo os envío al profeta
Elías antes que venga el día del SEÑOR, día grande y terrible. El hará volver
el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los
padres, no sea que venga yo y hiera la tierra con maldición» (Mal. 4:5‑6).
Por esta razón, William Cox declara: «Es por el éxito de la Primera
Venida de nuestro Señor que los cristianos tienen una confianza tan grande
mientras aguardan Su gloriosa aparición».[19] Según Hoekema:
…lo que le da su carácter único y singular a la escatología neotestamentaria es que espera
una consumación futura de los propósitos de Dios, basándose en la victoria de Cristo en el
pasado. George Ladd subraya este punto al decir: «Su testimonio [el de la Iglesia] de la
victoria de Dios en el futuro está basado en una victoria ya lograda en la historia. Proclama
no solamente una esperanza, sino una esperanza basada en lo sucedido en la historia y en su
propia experiencia».[20]

Por lo tanto, está claro que lo que a menudo en el Antiguo Testamento


parecía ser una sola aparición del Mesías, en realidad, según el Nuevo
Testamento, se divide en dos venidas. Esto es crucial porque el reino viene
con la llegada del Rey. Dondequiera que esté el Rey, allí está el reino. Y en
vista de que la aparición de Cristo tiene lugar en dos fases, el reino de Dios
viene en dos fases. En la primera, el Rey reúne a Su pueblo de entre las
naciones; en la segunda, el Rey conquistará las naciones. En la Primera
Venida, Cristo estableció Su reino espiritual en los corazones de Su pueblo;

58
en la Segunda Venida, Cristo establecerá Su reino físico en un universo
perfectamente restaurado.
Según Sam Storms: «Por tanto, existe una manifestación dual del reino de
Dios que se corresponde con las dos venidas de Cristo mismo». Storms
prosigue diciendo: «Él apareció primero en la oscuridad y la humildad, para
sufrir y morir por la vindicación de la justicia de Dios y la salvación de Su
pueblo […] Aparecerá por segunda vez con poder y grandeza visibles para
liberar la Tierra de la maldición del pecado, glorificar a Su pueblo, y
establecer Su gobierno soberano para siempre en el esplendor consumado de
los Cielos nuevos y la Tierra nueva».[21]
Las dos edades {o «siglos»}
Estas dos fases del reino de Dios (fase uno, inauguración; y, fase dos,
consumación) pueden verse en las dos edades {«siglos»} (o períodos de
tiempo principales) de los que se habla en el Nuevo Testamento: este
presente siglo malo y el siglo venidero (Gál. 1:4; Efe. 1:21). La Primera
Venida introdujo el «siglo» venidero y la Segunda Venida pondrá fin a este
presente «siglo» malo. ¿Pero qué son estos dos «siglos» o períodos de
tiempo?
El presente siglo malo
Según las Escrituras, este presente «siglo» malo es el período de tiempo que
abarca desde la Caída de Adán hasta la Segunda Venida de Cristo (Mat.
28:20). El presente «siglo» malo es el período de tiempo en el que las
tinieblas, la esclavitud, la injusticia, el pecado y la muerte reinan sobre la
Tierra. El presente «siglo» malo perdurará mientras haya pecado en el
mundo.
Según Cristo, los incrédulos nacen en este mundo caído como los «hijos
de este siglo» (Luc. 20:34), y según Pablo, los hijos de este «siglo» son
esclavos del poder de este «siglo» (Gál. 1:4‑5). Por consiguiente, este
presente «siglo» malo es el reino de las tinieblas sobre los pueblos y las
naciones de este «siglo» (Apo. 18:3).
El siglo venidero
Si este presente «siglo» malo es el período de tiempo en el que el mal mora
en la Tierra, entonces el «siglo» venidero es el período de tiempo en el que la
justicia morará en la Tierra (2 Ped. 3:13). Y aunque el «siglo» venidero no

59
se hará realidad plenamente hasta la creación de la Tierra nueva, donde solo
mora la justicia, las primicias del «siglo» venidero ya han sido introducidas
en este presente «siglo» malo. Desde la Primera Venida de Cristo, como lo
demuestra Su propia resurrección, el poder del «siglo» venidero ha entrado
en el mundo. Y con el poder del Cristo resucitado que continúa
transformando a los pecadores muertos en nuevas criaturas (2 Cor. 5:17), el
poder del «siglo» venidero continúa operando en este presente «siglo» malo.
Por lo tanto, el poder del «siglo» venidero se está manifestando en la
Tierra en {lit. dentro de} las vidas de los creyentes (Tit. 2:11‑13). Aquellos
que por la fe han sido unidos al Rey de la Gloria: «gustaron la buena palabra
de Dios y los poderes del siglo venidero» (Heb. 6:5); han sido liberados del
dominio y del reino de las tinieblas, y han sido trasladados al reino del amado
Hijo de Dios (Col. 1:13). En otras palabras, el poder y las bendiciones del
«siglo» venidero ya han comenzado, en parte, en los corazones de los
creyentes (Luc. 17:20‑21; Jua. 18:36).
La escatología inaugurada
La inauguración del poder del «siglo» venidero en este presente «siglo» malo
es un anticipo del Cielo. Es un pedacito del poder, justicia y gloria futuros del
estado eterno. Anthony Hoekema identificó esto como escatología
inaugurada. Según Hoekema: «La escatología inaugurada implica que la
escatología ciertamente ha comenzado, pero que de ninguna manera se ha
consumado».[22] La escatología inaugurada es el Cristo resucitado
introduciendo en la vida de Sus seguidores las primicias del estado eterno (es
decir, el escatón).
El solapamiento de los «siglos»
Aunque el poder del futuro ya ha sido inaugurado, el poder de las tinieblas no
es cosa del pasado. El poder y dominio de este presente «siglo» malo todavía
controla a todos los hijos de las tinieblas. Esto tiene varias implicaciones.
En primer lugar, esto implica que, aunque el poder del reino de los cielos
ya está presente en las vidas de los creyentes, todavía no se manifiesta en los
reinos de este mundo. El mundo no conoce nada de la vida, el poder, la
libertad y la paz del reino de Dios. Las naciones y los gobernantes de esta
edad {o «siglo»} permanecen en tinieblas y bajo el dominio de Satanás.
En segundo lugar, esto implica que el presente «siglo» malo y el «siglo»

60
venidero se solapan {o se traslapan} en la actualidad. Entre la Primera y la
Segunda Venida de Cristo, los dos «siglos» transcurren a la par. Aunque el
«siglo» venidero {ya} ha sido introducido, el presente «siglo» malo aún no ha
llegado a su fin completamente.

Y, en tercer
lugar, según W. J. Grier, esto implica que «[el] mundo celestial y la esfera
terrenal son ahora estados paralelos, y el creyente pertenece a ambos».[23] En
otras palabras, los creyentes se encuentran viviendo en dos reinos al mismo
tiempo. Por un lado, los creyentes son ciudadanos del reino de los Cielos y ya
han experimentado el poder del «siglo» venidero; por el otro, los creyentes
aún viven en este mundo caído y experimentan los continuos efectos e
influencias del pecado.
Los creyentes experimentan la tensión entre los dos «siglos» de dos
maneras: (1) en {lit. dentro de} sus propias vidas, y (2) en {lit. dentro de}
el mundo en el que viven.
En primer lugar, en {lit. desde el interior de} sus propias vidas, los
creyentes experimentan los efectos malignos de este presente «siglo» malo en
{lit. dentro de} sus cuerpos en decadencia, al mismo tiempo que
experimentan los efectos redentores del «siglo» venidero en {lit. dentro de}
sus mentes y corazones renovados. Los creyentes no solo luchan contra los
deseos pecaminosos, también sienten los efectos continuos del pecado en sus
cuerpos defectuosos. Aunque su hombre interior se renueva de día en día a
imagen de Cristo, su hombre exterior va decayendo (2 Cor. 4:16). Por lo
tanto, porque «nuestra ciudadanía está en los cielos» ― dijo el apóstol
Pablo ― «...ansiosamente esperamos a un Salvador, el Señor Jesucristo, el
cual transformará el cuerpo de nuestro estado de humillación en conformidad
al cuerpo de su gloria, por el ejercicio del poder que tiene aun para sujetar

61
todas las cosas a sí mismo» (Fil. 3:20‑21).
En segundo lugar, experimentamos la tensión entre los dos «siglos»
mientras vivimos como ciudadanos del Cielo y también de este mundo. Este
presente «siglo» malo no pasará hasta que tenga lugar la Segunda Venida de
Cristo. Hasta entonces, hemos sido enviados al mundo como ovejas en medio
de lobos (Mat. 10:16). Aunque vivimos en este mundo, no somos de este
mundo. Y aunque no somos de este mundo, todavía vivimos en este mundo
por el momento. Y como no somos de este mundo en que vivimos, somos
odiados por este mundo (Jua. 15:19; 17:16). Como Cristo predijo, somos
odiados por todas las naciones (Mat. 24:9).
Sin embargo, «[consideramos] que los sufrimientos de este tiempo
presente no son dignos de ser comparados con la gloria que [...] ha de ser
revelada» en nosotros (Rom. 8:18); «pues [nuestra] aflicción leve y pasajera
nos produce un eterno peso de gloria que sobrepasa toda comparación» (2
Cor. 4:17).
Por lo tanto, gemimos junto con la creación bajo la persecución y la
maldición de este presente «siglo» malo. Como dijo Pablo:
Porque el anhelo profundo de la creación es aguardar ansiosamente la revelación de los hijos
de Dios. Porque la creación fue sometida a vanidad, no de su propia voluntad, sino por causa
de aquel que la sometió, en la esperanza de que la creación misma será también liberada de la
esclavitud de la corrupción a la libertad de la gloria de los hijos de Dios. Pues sabemos que la
creación entera a una gime y sufre dolores de parto hasta ahora. Y no sólo ella, sino que
también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, aun nosotros mismos
gemimos en nuestro interior, aguardando ansiosamente la adopción como hijos, la redención
de nuestro cuerpo. (Rom. 8:19‑23)

Los dos reinos (jurisdicciones)


Hasta el gran día en que este presente «siglo» malo llegue a un final
destructivo, nosotros, los que creemos, vivimos como extraños, peregrinos,
extranjeros y exiliados en este mundo (Heb. 11:13; 1 Ped. 2:11). Aunque
una vez fuimos extranjeros y forasteros para el reino de los Cielos (Efe.
2:19), ahora somos ciudadanos del Cielo y extranjeros para este mundo (Flp.
3:20). Puesto que este mundo ya no es nuestro hogar, nosotros, como
Abraham, buscamos una ciudad más permanente para llamarla nuestro hogar
(Heb. 11:10).
Durante nuestra corta estancia, mientras esperamos entrar en nuestra
morada eterna, somos llamados a vivir aquí abajo como embajadores del

62
reino de los Cielos. Hemos sido enviados por nuestro Rey para representarlo,
a Él y Su glorioso reino en este mundo caído (2 Cor. 5:20). Estamos
llamados a ser luz en las tinieblas. Hemos sido enviados al territorio del
enemigo para predicar el evangelio del reino y rescatar a los moribundos.
Mientras somos residentes temporales de este mundo estamos bajo una
doble jurisdicción. Estamos llamados a obedecer a dos autoridades distintas.
Somos ciudadanos del reino de los Cielos y ciudadanos terrenales de los
reinos y naciones de este mundo. David VanDrunen lo explica de esta
manera:
Los cristianos son ciudadanos de dos reinos distintos, ambos ordenados por Dios y bajo Su
ley, pero estos existen para diferentes propósitos, tienen diferentes funciones y operan de
acuerdo con diferentes reglas. En su calidad de ciudadanos del reino espiritual de Cristo, los
cristianos insisten en la no–violencia y en los caminos de la paz, negándose a tomar las
armas en nombre de Su reino. En su calidad de ciudadanos del reino civil, participan, según
sea necesario, en la labor coercitiva del Estado, portando armas en nombre del Estado cuando
la ocasión lo justifica. Como ciudadanos del reino espiritual no tienen ninguna lealtad
patriótica a ninguna nación terrenal. Pero como ciudadanos del reino civil, un patriotismo
saludable es ciertamente posible.[24]

Debido a nuestra doble ciudadanía, debemos «[dar] al César lo que es del


César, y a Dios lo que es de Dios» (Mar. 12:17). Como peregrinos en este
mundo, estamos llamados tanto a temer a Dios como a honrar al rey (1 Ped.
2:17). Estamos llamados a pagar nuestros impuestos al Estado (Mat. 22:21),
y a dar libremente nuestras ofrendas a la iglesia (1 Cor. 9:11). Como
ciudadanos de este mundo, estamos llamados a disfrutar abundantemente de
todas las cosas (1 Tim. 6:17). Como ciudadanos del Cielo, estamos llamados
a acumular nuestros tesoros en el Cielo y buscar primero el reino de Dios
(Mat. 6:20, 33). En nuestra sumisión al Señor, estamos llamados a estar en
sujeción «a toda institución humana, ya sea al rey, como autoridad, o a los
gobernadores, como enviados por él para castigo de los malhechores y
alabanza de los que hacen el bien» (1 Ped. 2:13‑14).
Sin embargo, nuestra mayor lealtad es al reino de los Cielos. Cuando los
mandatos del hombre violan los mandatos de Dios, somos llamados a la
desobediencia civil. «Debemos obedecer a Dios antes que a los hombres»
(Hch. 5:29).
Esta mayor lealtad a Dios, incluso cuando nos lleve a la desobediencia
civil, es un beneficio para la sociedad. Nuestro amor por Cristo y la Gran
Comisión nos obliga a ir al mundo en lugar de retirarnos de la sociedad.

63
Nuestro deseo de amar al prójimo nos obliga a ser miembros activos de la
sociedad y ayudar personalmente a los necesitados, orar por nuestros
gobernantes, y hacer lo que podamos para promover la justicia individual en
este presente «siglo» malo.
La cultura en su conjunto se beneficia externamente por la transformación
interna y personal que tiene lugar en {lit. dentro de} cada uno de los
seguidores de Cristo. Cuanto más una sociedad se compone de aquellos que
han nacido de nuevo, más es influenciada {lit. es impactada} para bien. Sin
duda, muchos beneficios temporales siguen a la difusión y recepción del
evangelio. Somos, en efecto, la sal de la Tierra (Mat. 5:13). Si no fuera por
los redimidos, no habría nada que impidiera a Dios destruir el mundo.
El evangelio cambia las sociedades a nivel individual. El evangelio no está
diseñado para la revolución política, sino para alcanzar a los perdidos con la
esperanza de la vida eterna. A menos que un pecador se someta al evangelio
del reino, no tiene esperanza duradera. A Dios no le interesa moralizar a los
malvados. No ha prometido santificar la cultura ni redimir los gobiernos
terrenales, ni le interesa cristianizar a los malvados con la falsa esperanza de
la moralidad externa.
Aunque el evangelio puede levantar a la comunidad, aun así, puede traer
hostilidades y divisiones. Como señala Kim Riddlebarger:
El avance del reino de Dios, aunque es inevitable, no garantiza que el mal en la sociedad
disminuya a medida que el reino avanza. De hecho, la presencia del reino de Dios garantiza
el conflicto con las fuerzas del mal […] dondequiera que el reino de Cristo avance, los
cristianos deben combatir con nuestros tres grandes enemigos: el mundo, la carne y el diablo.
La esperanza cristiana es que un día el reino se consumará cuando todo el mal sea aplastado
por el Cordero, pero no antes.[25]

Los dos reinos son incompatibles


Por lo tanto, aunque los cristianos viven en ambos reinos, estos dos reinos
siguen siendo jurisdicciones distintas. Como el aceite y el agua, el reino de
las tinieblas y el reino de los Cielos son incompatibles. La luz y las tinieblas
no tienen nada en común (2 Cor. 6:14). La Iglesia, la cual ha sido redimida
por Dios, y el Estado, que permanece bajo la influencia de las tinieblas, no
han sido unidos por el Señor. Aunque Cristo gobierna a ambos, el Estado no
tiene jurisdicción sobre la Iglesia, y la Iglesia no tiene jurisdicción sobre el
Estado.
Sí, cada centímetro cuadrado de este universo pertenece actualmente al
64
gobierno de Cristo, pero no todo ha doblado sus rodillas ante Cristo. Aunque
Él gobierna soberanamente sobre Satanás y los reinos de este mundo, el
gobierno de Cristo solo es aceptado por aquellos que han nacido de nuevo. Su
reino no viene sin que se haga Su voluntad (Mat. 6:10).
Solo los hijos espirituales de Abraham se han sometido al señorío de
Cristo. Solo aquellos que han probado los poderes del «siglo» venidero tienen
la protección de Dios de la ira venidera. Solo aquellos que están unidos a
Cristo han encontrado la paz y la libertad bajo Su liderazgo y han
experimentado el poder liberador del «siglo» venidero. Por lo tanto, en este
presente «siglo» malo, el reino de los Cielos no se expandirá más allá de
aquellos que están unidos al Rey por medio de la fe.
Y aunque todo líder político, gobernador y rey tendrá que rendir cuentas al
Rey Jesús, no hay ninguna promesa divina de que los líderes políticos
gobernarán con justicia.
El Estado no tiene jurisdicción sobre la Iglesia
Aunque el poder político puede influir en el comportamiento externo para el
bien (lo cual es una gracia común y es algo bueno), el poder político no
puede deshacer el reino de las tinieblas que yace dentro de los corazones de
aquellos que están esclavizados al gobernante de este presente «siglo» malo.
La teocracia del Estado judío en el Antiguo Testamento demostró que ni
siquiera la legislación promulgada por Dios puede establecer el reino de los
Cielos en la Tierra. Las leyes {grabadas} en piedra no cambian los corazones
de piedra. En 1523, Martín Lutero lo declaró de esta manera:
El gobierno terrenal {lit. mundano} tiene leyes que no se extienden más allá de la vida, la
propiedad y los asuntos externos en la Tierra. Porque, sobre el alma, Dios puede gobernar, y
no dejará que nadie más gobierne sobre esta sino Él mismo. Por lo tanto, cuando la autoridad
terrenal {lit. mundana} se arroga el derecho de prescribir leyes para el alma, invade el
gobierno de Dios y solo engaña {o induce al error} a las almas y las corrompe. Queremos
dejar esto tan claro como el agua para que todos lo entiendan, y para que nuestros buenos
nobles, los príncipes y obispos, vean lo tontos que son cuando buscan coaccionar a la gente
con sus leyes y mandamientos para que crean esto o aquello.[26]

«La fe es un acto libre» ― continuó Lutero ― «al que nadie puede ser
forzado».[27] Los únicos que vienen a Cristo son aquellos que, por el poder del
Espíritu Santo, vienen a Él voluntariamente. La libertad de conciencia y la
separación entre la Iglesia y el Estado son principios básicos del cristianismo
del Nuevo Testamento.

65
Además, se puede argumentar que el reino de Dios prosperó mejor bajo la
persecución romana que después que Roma romanizó el cristianismo. Uno de
los ataques más terribles contra el reino de Dios ocurrió cuando el
cristianismo se convirtió en la religión estatal en la Edad Media.
No es que las hostilidades y la persecución sean deseables, pero el avance
y la perpetuidad del reino de Dios no dependen de la ayuda y la asistencia de
ningún gobierno terrenal. Cristo ha prometido edificar Su Iglesia con o sin la
protección del Estado. A menudo la Iglesia crece más rápido bajo la
persecución promovida y amparada por el Estado. Una cosa es segura, de la
misma manera que el reino de Dios sobrevivió al {o vio el fin del} Imperio
Romano, también sobrevivirá a {o verá el fin de} cualquier otro poder
nacional (Dan. 2:44).
Al final, las autoridades civiles no tienen poder para dictar {órdenes} a la
conciencia porque no tienen poder para vigilar y castigar la conciencia. Lo
mejor que pueden hacer los gobiernos terrenales, aun si son dirigidos por
cristianos, es restringir el mal y castigar a los malhechores (1 Ped. 2:14).
La Iglesia no tiene jurisdicción sobre el Estado
De la misma manera que el Estado no tiene jurisdicción sobre la Iglesia, no es
asunto de la Iglesia llevar a cabo su misión mediante el uso de las armas
terrenales de este mundo (2 Cor. 10:4). Así como Cristo no intentó
establecer Su reino a través de la fuerza política (Jua. 18:36), el pueblo de
Dios no debería ser engañado haciéndole pensar que puede expandir el reino
de Dios a través de revoluciones políticas y sociales. Tomar el control del
Estado no es el objetivo de la Iglesia. Las marchas políticas, las protestas, los
mítines y el activismo no son las llaves del reino de los Cielos: «Porque
nuestra lucha no es contra sangre y carne, sino contra principados, contra
potestades, contra los poderes de este mundo de tinieblas, contra las huestes
espirituales de maldad en las regiones celestiales» (Efe. 6:12).
Aunque el Estado está bajo el gobierno de Cristo, Cristo no ha prometido
redimir el Estado. No hay forma de librar la cultura del pecado sin librarla de
los pecadores. Y mientras existan pecadores no redimidos en este mundo, el
mundo permanecerá bajo la influencia y la esclavitud del pecado. Lo que ha
sido desfigurado por el pecado no puede ser restaurado a través de la
restauración cultural. No es una restauración sino una re–creación lo que el
mundo necesita. Los pecadores deben morir al pecado, a sí mismos {lit. al

66
«yo»}, y a este mundo, y renacer por el Espíritu Santo antes de que puedan
entrar en el reino de Dios (Jua. 3:3). Asimismo, el mundo (y todo lo que hay
en este: naciones, culturas, filosofías y estructuras sociales) debe ser
destruido con fuego y ser totalmente re–creado antes de que sea liberado de la
esclavitud y la corrupción de la Caída. El mundo necesita más que una
remodelación; necesita ser destruido por fuego y ser re–creado como algo
totalmente nuevo.
La única esperanza eterna para este mundo es el mensaje del evangelio
que ha sido confiado a los embajadores del reino de los Cielos. Por esta
razón, la gran esperanza no es la restauración de este presente «siglo» malo
por medio de reformas sociales y leyes legislativas, sino que Dios continúe
llamando a un pueblo para Sí mismo de todas las naciones y grupos de
personas de este mundo antes de que sea destruido.[28]
La unión de la Tierra (física) y el Cielo (espiritual)
Según las Escrituras, el reino de las tinieblas solo llegará a su fin cuando
tenga lugar el glorioso regreso del Rey. Las naciones no serán conquistadas,
sometidas y juzgadas hasta el glorioso regreso del Rey. Solo entonces el Rey
de Reyes «las regirá con vara de hierro, como los vasos del alfarero son
hechos pedazos» (Apo. 2:26‑27; 18:1‑10).
Entonces, en la Segunda Venida de Cristo, el reino de los Cielos, que fue
inaugurado con la Primera Venida de Cristo, será consumado. La Primera
Venida introdujo los poderes y bendiciones del «siglo» venidero en los
corazones de los hijos espirituales de Abraham. Cristo vino por primera vez
para traer las buenas nuevas a las naciones. Vino a llamar a los pecadores al
arrepentimiento y llamar a la descendencia espiritual de Abraham de cada
nación, tribu y grupo de personas. Vino a establecer el reino de los Cielos en
los corazones de los creyentes para que Abraham tuviera una descendencia
tan numerosa como las estrellas, para llenar la Tierra nueva con la gloria y el
conocimiento de Dios. En resumen, la Primera Venida fue para llamar al
pueblo de Dios y prepararlo para Su Segunda Venida.
De igual manera, aunque el reino de Dios es actualmente invisible para los
incrédulos, un día, con los Cielos nuevos y la Tierra nueva, llenará el mundo
físico con la gloria de Dios. Este será un nuevo mundo donde solo morarán
los creyentes y la justicia. Dios unirá nuestros nuevos cuerpos con nuestras
almas redimidas y hará que el Cielo y la Tierra sean uno solo cuando este

67
presente «siglo» malo llegue a su fin, y solo cuando todas las naciones del
mundo y todos los malvados sean destruidos con fuego. Entonces la promesa
de que el hijo de David, el Dios–hombre, edificaría una morada para el
pueblo de Dios se cumplirá totalmente; y cuando Cristo regrese, Dios y el
hombre morarán en perfecta paz en la Tierra Prometida para siempre:
Y vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y
el mar ya no existe. Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, de
Dios, preparada como una novia ataviada para su esposo. Entonces oí una gran voz que decía
desde el trono: He aquí, el tabernáculo de Dios está entre los hombres, y El habitará entre
ellos y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará entre ellos. El enjugará toda lágrima de sus
ojos, y ya no habrá muerte, ni habrá más duelo, ni clamor, ni dolor, porque las primeras cosas
han pasado. (Apo. 21:1‑4)
El Pacto Abrahámico se cumplirá plenamente cuando Abraham y toda su
descendencia espiritual hereden la Tierra como una posesión eterna para
habitar por siempre en la presencia de Dios:
Después de esto miré, y vi una gran multitud, que nadie podía contar, de todas las naciones,
tribus, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y delante del Cordero, vestidos con
vestiduras blancas y con palmas en las manos. Y clamaban a gran voz, diciendo: La
salvación pertenece a nuestro Dios que está sentado en el trono, y al Cordero. (Apo. 7:9‑10)

Esto no es espiritualizar promesas literales


Esto no es una espiritualización de promesas literales. No es negar la
importancia del cumplimiento físico de las promesas del Antiguo
Testamento. Solo porque haya primero un cumplimiento espiritual no
significa que después no habrá un cumplimiento físico un día. Solo porque el
nuevo nacimiento tenga lugar antes de que se reciba el nuevo cuerpo, y el
reino celestial antes del terrenal, no significa que las promesas no se vayan a
cumplir físicamente. Por regla general, las promesas del Antiguo Testamento
se han cumplido espiritualmente en la Primera Venida, y se cumplirán
físicamente en la Segunda.
No tenemos que elegir entre el cumplimiento literal y el espiritual, como si
las promesas debieran tener un cumplimiento literal o uno espiritual. Esta no
es la cuestión en absoluto. Más bien, la cuestión es entre el cumplimiento
temporal y el cumplimiento eterno. La pregunta que tenemos que responder
es esta: ¿Las promesas del Antiguo Testamento eran promesas temporales o
eternas? Esta sí es la cuestión.
La herencia que Abraham pasó a Isaac fue una herencia temporal. De
hecho, cada cosa física que se disfruta en este lado de la Segunda Venida de

68
Cristo, en este «siglo» presente, es temporal. Todo en este mundo llegará a su
fin. Ninguna posesión terrenal será llevada con nosotros al «siglo» venidero.
Todo será destruido con fuego en aquel día grande y temible del Señor. Pero,
los herederos y la herencia de Abraham, los cuales vienen por la fe, durarán
para siempre. Aunque actualmente gobierna y reina con Cristo en el Cielo,
Abraham será resucitado un día en su nuevo cuerpo y habitará en la Tierra
para siempre, con todos sus hijos. Aunque sus posesiones terrenales, las
cuales fueron dadas en heredad a Isaac y Jacob, han pasado {o han
desaparecido}, la herencia que Dios prometió a Abraham y a sus hijos
espirituales no puede desaparecer. Por lo tanto, cualquier cosa que no llegue a
ser una herencia eterna se queda por debajo del cumplimiento del Pacto
Abrahámico.
Conclusión
En conclusión, la Tierra nueva es la Tierra Prometida. Aunque el reino de
Dios ya ha sido inaugurado espiritualmente con la Primera Venida de Cristo,
no se consumará físicamente hasta que no tenga lugar la Segunda Venida de
Cristo. Aunque el reino es actualmente espiritual, pues Cristo reina
actualmente en los corazones de los que creen, un día será físico en Su
Segunda Venida. Entonces, cuando Cristo regrese, la esfera de dominio de
Cristo se extenderá de mar a mar, y la gloria del Señor llenará la Tierra (Hab.
2:14). Pero hasta entonces, como declara William Cox: «el reino de Dios
existe como una realización {o cumplimiento} incompleta que aguarda su
perfección en la aparición del Rey de la Gloria».[29]

69
EL CARÁCTER CONCLUSIVO DE
LA SEGUNDA VENIDA

Cuando era más joven, mi padre me dio un consejo que nunca olvidaré, y que
influyó en mi forma de acercarme a {o enfocar} las Escrituras desde
entonces. De hecho, este consejo me ancló en la posición amilenarista. Mi
padre me sugirió que interpretara los pasajes difíciles de la Escritura a la luz
de los pasajes claros y directos {o explícitos} de la Escritura.
Me sorprendió que uno de mis profesores de teología invirtiera este
sencillo principio hermenéutico. Después de argumentar que debíamos
interpretar el lenguaje simbólico y apocalíptico del Libro de Apocalipsis de
forma literal, continuó diciendo que el lenguaje de 2 Pedro 3 debía ser
entendido simbólicamente. Me pareció que había dicho esto porque 2 Pedro
3 contradecía su comprensión de Apocalipsis 20. Allí hizo lo contrario de lo
que mi padre me aconsejó hacer. Mi profesor trató de interpretar un pasaje de
la Escritura que era fácil de entender (2 Ped. 3), a la luz de un pasaje muy
difícil (Apo. 20).
No podía aceptar su comprensión de Apocalipsis 20 porque estaba
convencido de que contradecía 2 Pedro 3, un pasaje fácil de entender.
Cuando se trata de bosquejar los sucesos del fin de los tiempos {o de los
tiempos del fin}, 2 Pedro 3 es uno de los pasajes más claros de las
Escrituras. Si voy a tomar el buen consejo de mi padre, entonces los pasajes
más difíciles de la Escritura, como Apocalipsis 20, deben ser interpretados a
la luz de los pasajes más fáciles de entender en la Escritura, y no al revés.
Además, cuando leemos 2 Pedro 3, aprendemos que la Segunda Venida de
Cristo trae consigo el fin del mundo. Esto también nos lleva al quinto y
último punto del amilenarismo: el carácter conclusivo de la Segunda Venida.

70
Una Segunda Venida catastrófica
Según los pasajes didácticos de las Escrituras en el Nuevo Testamento que se
encuentran desde Mateo hasta Judas, hay ciertos sucesos que ocurrirán
cuando Cristo regrese: (1) la resurrección general de los muertos, (2) la
destrucción del mundo, (3) el Juicio final, y (4) el inicio del estado eterno.
La resurrección general
En primer lugar, en ese último día de la historia humana, cuando Cristo
aparezca, los muertos resucitarán. El profeta Daniel habló de una resurrección
general: «Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra despertarán,
unos para la vida eterna, y otros para la ignominia, para el desprecio eterno»
(Dan. 12:2). Esta resurrección general de los justos e injustos fue confirmada
por Cristo: «viene la hora en que todos los que están en los sepulcros oirán su
voz, y saldrán: los que hicieron lo bueno, a resurrección de vida, y los que
practicaron lo malo, a resurrección de juicio» (Jua. 5:28‑29). Este mensaje
fue predicado por Pablo, quien afirmó que «ciertamente habrá una
resurrección tanto de los justos como de los impíos» (Hch. 24:15).
Algunos en la iglesia de Tesalónica temían morir antes de la Segunda
Venida de Cristo porque temían perderse ese glorioso día. Pero, según Pablo,
aquellos que han muerto no se lo perderán. Los que han muerto en Cristo ya
están con el Señor, y cuando Cristo regrese, ellos, que son actualmente
espíritus incorpóreos, volverán con Cristo para encontrarse con sus cuerpos
resucitados. En Su aparición, los muertos resucitarán primero y los que estén
vivos serán arrebatados en el aire y transformados con sus nuevos cuerpos
glorificados:
Pero no queremos, hermanos, que ignoréis acerca de los que duermen, para que no os
entristezcáis como lo hacen los demás que no tienen esperanza. Porque si creemos que Jesús
murió y resucitó, así también Dios traerá con El a los que durmieron en Jesús. Por lo cual os
decimos esto por la palabra del Señor: que nosotros los que estemos vivos y que
permanezcamos hasta la venida del Señor, no precederemos a los que durmieron. Pues el
Señor mismo descenderá del cielo con voz de mando, con voz de arcángel y con la trompeta
de Dios, y los muertos en Cristo se levantarán primero. Entonces nosotros, los que estemos
vivos y que permanezcamos, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes al
encuentro del Señor en el aire, y así estaremos con el Señor siempre. Por tanto, confortaos
unos a otros con estas palabras. Ahora bien, hermanos, con respecto a los tiempos y a las
épocas, no tenéis necesidad de que se os escriba nada. Pues vosotros mismos sabéis
perfectamente que el día del Señor vendrá así como un ladrón en la noche; que cuando estén
diciendo: Paz y seguridad, entonces la destrucción vendrá sobre ellos repentinamente, como
dolores de parto a una mujer que está encinta, y no escaparán. (1 Tes. 4:13‑5:3)

71
Por lo tanto, vemos que ese día vendrá como un ladrón en la noche cuando
llegue la destrucción repentina. Esto nos lleva a lo segundo que ocurrirá
cuando el Señor regrese.
La destrucción del mundo
Cristo advirtió de la destrucción del mundo a Su regreso:
Pues así como en aquellos días antes del diluvio estaban comiendo y bebiendo, casándose y
dándose en matrimonio, hasta el día en que entró Noé en el arca, y no comprendieron hasta
que vino el diluvio y se los llevó a todos; así será la venida del Hijo del Hombre. Entonces
estarán dos en el campo; uno será llevado y el otro será dejado. Dos mujeres estarán
moliendo en el molino; una será llevada y la otra será dejada. Por tanto, velad, porque no
sabéis en qué día vuestro Señor viene. Pero comprended esto: si el dueño de la casa hubiera
sabido a qué hora de la noche iba a venir el ladrón, hubiera estado alerta y no hubiera
permitido que entrara en su casa. Por eso, también vosotros estad preparados, porque a la
hora que no pensáis vendrá el Hijo del Hombre. (Mat. 24:38‑44)
Y esta advertencia fue reafirmada por Pedro cuando dijo:
Pero el día del Señor vendrá como ladrón, en el cual los cielos pasarán con gran estruendo, y
los elementos serán destruidos con fuego intenso, y la tierra y las obras que hay en ella serán
quemadas. Puesto que todas estas cosas han de ser destruidas de esta manera, ¡qué clase de
personas no debéis ser vosotros en santa conducta y en piedad, esperando y apresurando la
venida del día de Dios, en el cual los cielos serán destruidos por fuego y los elementos se
fundirán con intenso calor! Pero, según su promesa, nosotros esperamos nuevos cielos y
nueva tierra, en los cuales mora la justicia. Por tanto, amados, puesto que aguardáis estas
cosas, procurad con diligencia ser hallados por El en paz, sin mancha e irreprensibles. (2
Ped. 3:10‑14)

El día del Juicio final


El último día será un día de Juicio final. Según la parábola del trigo y la
cizaña, tanto los verdaderos creyentes como los falsos creyentes
permanecerán juntos hasta la siega del fin del mundo. Entonces, Cristo
vendrá, enviando a Sus santos ángeles para separar la cizaña del trigo: «y
recogerán de su reino a todos los que son piedra de tropiezo y a los que hacen
iniquidad». La cizaña será atada en manojos para ser quemada y arrojada «en
el horno de fuego; allí será el llanto y el crujir de dientes» (Mat. 13:41‑42).
Pero el trigo será recogido en el granero, ya que «los justos resplandecerán
como el sol en el reino de su Padre» (v. 43).
Todos los muertos resucitarán cuando Cristo venga a juzgar al mundo
(Hch. 17:31). El Señor advirtió: «He aquí, yo vengo pronto, y mi
recompensa está conmigo para recompensar a cada uno según sea su obra»
(Apo. 22:12), pues declaró:

72
Pero cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los ángeles con El, entonces se
sentará en el trono de su gloria; y serán reunidas delante de Él todas las naciones; y separará
a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos. Y pondrá las ovejas a su
derecha y los cabritos a su izquierda. Entonces el Rey dirá a los de su derecha: «Venid,
benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del
mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui
forastero, y me recibisteis» (Mat. 25:31‑35)
Pablo habla del día del Juicio como el día en que los santos serán
eternamente glorificados y los malvados serán eternamente condenados:
Esta es una señal evidente del justo juicio de Dios, para que seáis considerados dignos del
reino de Dios, por el cual en verdad estáis sufriendo. Porque después de todo, es justo delante
de Dios retribuir con aflicción a los que os afligen, y daros alivio a vosotros que sois
afligidos, y también a nosotros, cuando el Señor Jesús sea revelado desde el cielo con sus
poderosos ángeles en llama de fuego, dando retribución a los que no conocen a Dios, y a los
que no obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesús. Estos sufrirán el castigo de eterna
destrucción, excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder, cuando El venga
para ser glorificado en sus santos en aquel día y para ser admirado entre todos los que han
creído; porque nuestro testimonio ha sido creído por vosotros. (2 Tes. 1:5‑10)
Ese será el momento en que Cristo someterá a todas las naciones a Su
señorío: «Por tanto, esperadme ― declara el SEÑOR ― hasta el día en que
me levante como testigo, porque mi decisión es reunir a las naciones, juntar a
los reinos, para derramar sobre ellos mi indignación, todo el ardor de mi ira;
porque por el fuego de mi celo toda la tierra será consumida» (Sof. 3:8).
Aunque Él no tenía interés en ir a la guerra con las naciones en Su Primera
Venida, Cristo vendrá a conquistar los reinos de este mundo en Su Segunda
Venida: «De su boca sale una espada afilada para herir con ella a las
naciones, y las regirá con vara de hierro; y El pisa el lagar del vino del furor
de la ira de Dios Todopoderoso. Y en su manto y en su muslo tiene un
nombre escrito: REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES» (Apo.
19:15‑16).
Cuando Cristo regrese, nadie escapará. No habrá ningún lugar donde
esconderse. Por eso Pedro insta a todos a asegurarse de que están bien con
Dios ahora. Hoy es el día de salvación. Una vez que el cielo se abra y las
nubes se enrollen como un pergamino, será demasiado tarde. Debemos estar
preparados ahora, porque Cristo viene como ladrón en la noche. Debemos
vigilar y estar preparados, como el Señor nos advirtió, porque no sabemos ni
el día ni la hora (Mat. 25:12). Una vez que aparezca, ya no habrá esperanza
de salvación. No hay salvación en ese día ni en ningún día posterior, porque,
como veremos en el siguiente punto, el último día es el primer día de la

73
eternidad.
El estado eterno
El reino de Dios, el cual fue inaugurado en la Primera Venida de Jesucristo,
será consumado en Su Segunda Venida. Cristo no está empezando a edificar
Su reino, como algunos sugieren, sino que está a punto de entregar al Padre
un reino terminado {es decir, ya edificado} y perfeccionado. En otras
palabras, cuando Cristo presente un reino perfecto a Dios Padre, esto marca el
fin del mundo:
Entonces vendrá el fin, cuando El entregue el reino al Dios y Padre, después que haya
abolido todo dominio y toda autoridad y poder. Pues Cristo debe reinar hasta que haya puesto
a todos sus enemigos debajo de sus pies. Y el último enemigo que será abolido es la muerte.
Porque DIOS HA PUESTO TODO EN SUJECION BAJO SUS PIES. Pero cuando dice que
todas las cosas le están sujetas, es evidente que se exceptúa a aquel que ha sometido a Él
todas las cosas. Y cuando todo haya sido sometido a Él, entonces también el Hijo mismo se
sujetará a aquel que sujetó a Él todas las cosas, para que Dios sea todo en todos. (1 Cor.
15:24‑28)
Después de que el mundo sea destruido por fuego, Dios creará un Cielo
nuevo y una Tierra nueva donde solo los justos morarán con Él para siempre.
En ese momento, «destruirá la muerte para siempre; el Señor DIOS enjugará
las lágrimas de todos los rostros, y quitará el oprobio de su pueblo de sobre
toda la tierra, porque el SEÑOR ha hablado» (Isa. 25:8). Entonces, la
promesa {hecha} a David se cumplirá finalmente en su totalidad. El hijo de
David habrá edificado a David una casa donde el pueblo de Dios habitará con
Él en la Tierra Prometida en paz para siempre:
Y vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y
el mar ya no existe. Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, de
Dios, preparada como una novia ataviada para su esposo. Entonces oí una gran voz que decía
desde el trono: He aquí, el tabernáculo de Dios está entre los hombres, y El habitará entre
ellos y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará entre ellos. El enjugará toda lágrima de sus
ojos, y ya no habrá muerte, ni habrá más duelo, ni clamor, ni dolor, porque las primeras cosas
han pasado (Apo. 21:1‑4)

No hay un reinado literal de mil años


Si vamos a utilizar todos estos pasajes didácticos y claros de la Escritura para
entender los pasajes difíciles de la Escritura {sic.}, entonces Apocalipsis 20
no puede estar hablando de un Milenio literal donde los justos y los injustos
viven juntos en paz bajo el gobierno de Cristo. No es posible porque no hay
lugar para un período de mil años después de la Segunda Venida de Cristo.
La Biblia deja claro que el mundo se acaba en el mismo momento en que

74
Cristo regresa. Una vez que Cristo vuelve, (1) no hay más esperanza de
salvación, (2) no hay más tiempo para que los impíos vivan en la Tierra, y
(3) no hay más tiempo para que los impíos vivan junto con los justos.
Y esto es lo que el término teológico amilenarista significa: «no hay un
Milenio (literal)». El prefijo «a–» es negativo, y la palabra milenarista
proviene de Apocalipsis 20, donde Juan habla de Satanás siendo atado por
mil años (es decir, un milenio). Por lo tanto, los amilenaristas creen que el
reinado de Cristo, al que se alude en Apocalipsis 20:1‑3, se refiere al reinado
espiritual de Cristo que se extiende entre Su Primera y Su Segunda Venida,
no a un futuro período de mil años que tiene lugar después de la Segunda
Venida de Cristo.
Apocalipsis 20:1-3
Debemos recordar que no fueron Pedro ni Pablo, sino Juan quien utilizó un
lenguaje simbólico y apocalíptico. De hecho, justo en la primera frase del
Libro de Apocalipsis, Juan nos dice que las visiones contenidas en su carta le
fueron mostradas a través de señales y símbolos: «La revelación de
Jesucristo, que Dios le dio, para mostrar a sus siervos las cosas que deben
suceder pronto; y la dio a conocer, enviándola por medio de su ángel a su
siervo Juan» (Apo. 1:1). La palabra traducida aquí como «dio a conocer» es
la palabra griega /sémainó/, que quiere decir significar o dar un signo {es
decir, un símbolo}. Viene de la palabra raíz /séma/, que significa signo {o
símbolo} o marca.
Aunque las visiones del Libro de Apocalipsis no son lo mismo que las
Parábolas de Cristo, se parecen en que comunican la verdad a través de una
historia parabólica. Por ejemplo, la parábola del sembrador debe interpretarse
en sentido figurado. Predicar el evangelio puede compararse con sembrar
semillas, pero los que predican el evangelio no están sembrando semillas
literales. En la parábola del sembrador, las semillas representan el evangelio.
Según Cristo, los diferentes tipos de suelos representan también diferentes
tipos de oyentes del evangelio (Mat. 13:1‑23).
De la misma manera, las señales, las visiones y el lenguaje apocalíptico
del Libro de Apocalipsis no deben ser interpretados literalmente. No conozco
a nadie que no reconozca que al menos parte del lenguaje de Apocalipsis es
simbólico. Por ejemplo, Juan vio: (1) siete estrellas que representaban a los
siete ángeles de siete iglesias, (2) siete candelabros de oro que representaban

75
las siete iglesias de Asia, (3) una espada que salía de la boca de Cristo, que
representaba el juicio divino que sale de la boca de Cristo, y (4) un dragón
rojo que representaba a Satanás. La lista de símbolos es más extensa.
Así como la predicación del evangelio es comparada con la siembra de
semillas, los siete ángeles de las siete iglesias son comparados con siete
estrellas en Apocalipsis; pero esperamos que nadie piense que estos ángeles
son estrellas literales. Deberíamos tener cuidado de no interpretar los
símbolos como realidades literales, como estrellas literales, candelabros
literales, un dragón rojo literal y una espada literal que sale de la boca de
Cristo.
Y si podemos estar de acuerdo en que las visiones de Apocalipsis están
llenas de lenguaje simbólico, ¿no deberíamos también estar de acuerdo en
que tal simbolismo es más difícil de interpretar que el lenguaje literal y
didáctico de Pablo y Pedro? Seguramente podemos estar de acuerdo en que
los pasajes más difíciles de la Escritura no estarán en desacuerdo con los
pasajes más directos {o explícitos} y claros de la Escritura.
Teniendo en cuenta el lenguaje simbólico de Apocalipsis y el lenguaje
literal de 2 Pedro 3, ¿no deberíamos llegar a la conclusión de que los mil
años de los que se habla en Apocalipsis 20:1‑3 no se refieren en realidad a
un Milenio literal? Si 2 Pedro 3 no permite que exista un período de tiempo
de mil años entre la Segunda Venida y la destrucción del mundo, entonces
debemos concluir que los mil años de los que habla Apocalipsis 20 se
refieren a un período de tiempo simbólico (perfecto o completo).
Esta comprensión es reafirmada por el hecho de que el Apocalipsis 20
está lleno de lenguaje simbólico. Esa visión particular incluye una cadena, un
sello, un abismo sin fondo y un dragón rojo:
Y vi a un ángel que descendía del cielo, con la llave del abismo y una gran cadena en su
mano. Prendió al dragón, la serpiente antigua, que es el Diablo y Satanás, y lo ató por mil
años; y lo arrojó al abismo, y lo cerró y lo selló sobre él, para que no engañara más a las
naciones, hasta que se cumplieran los mil años; después de esto debe ser desatado por un
poco de tiempo. (Apo. 20:1‑3)
Sería difícil imaginar que una cadena y un sello físicos pudieran atar a
Satanás, y que un abismo sin fondo físico pudiera retener a Satanás, un ser
espiritual. Es aún más difícil imaginar que este abismo sin fondo tiene una
llave literal que lo abre y lo cierra. Y sabemos a ciencia cierta que Satanás no
es un dragón rojo literal. De hecho, Juan se asegura de que entendamos que el

76
dragón rojo representa al diablo.
Sin duda, Juan vio un dragón rojo atado por un ángel. Como si la visión
fuera proyectada ante él en un reproductor cósmico en los cielos, Juan vio un
ángel que venía del Cielo con una llave en la mano para abrir el abismo en el
que el dragón rojo, atado por una cadena, sería arrojado; y el mismo ángel
que ató al dragón termina liberándolo.
Pero, como el sueño de Nabucodonosor o las parábolas de Cristo, esta
visión debe ser descifrada. Los símbolos deben ser interpretados. Y,
seguramente, como el sueño de Nabucodonosor y las parábolas de Cristo, los
símbolos en esta visión no deben ser interpretados literalmente.
¿Debemos creer que la llave, la cadena, el dragón, el sello y el abismo sin
fondo son cada uno símbolos que representan realidades espirituales, pero
que los mil años deben ser interpretados literalmente? Otros números del
Libro de Apocalipsis, como los números 7 y 666, son simbólicos. El número
7 representa la perfección, y el 666 representa al hombre (véase Apo. 13:18).
¿Podría el número 1000 ser también simbólico y representar una realidad
espiritual?
Cuando se dice que Dios es dueño de todo «el ganado sobre mil colinas»
(Sal. 50:10), ¿debemos pensar que Dios es dueño del ganado en mil colinas
solamente? ¿Debemos interpretarlo literalmente? ¿No tiene más sentido
pensar que la frase «mil colinas» es un lenguaje parabólico que representa
todo el ganado del mundo?
El período de mil años en Apocalipsis 20 es también una forma
parabólica de decir una cantidad perfecta o completa de tiempo. En otras
palabras, Satanás estará atado hasta que el tiempo necesario se complete, ni
un día más ni un día menos. Durante todo ese tiempo, el diablo estará atado.
Cristo podrá hacer toda Su obra sin que Satanás se lo impida.
Por lo tanto, tiene más sentido ver el reinado milenario de Cristo en
Apocalipsis 20 como símbolo del reinado espiritual de Cristo que está
teniendo lugar en la actualidad entre su Primera y Segunda Venida, pues
Pablo dice que Cristo debe reinar hasta que ponga a todos Sus enemigos bajo
Sus pies: «Entonces vendrá el fin» ― dice Pablo ― «cuando El entregue el
reino al Dios y Padre, después que haya abolido todo dominio y toda
autoridad y poder» (1 Cor. 15:24).
Teniendo en cuenta 2 Pedro 3 y 1 Corintios 15, parece evidente que

77
Apocalipsis 20 no puede estar enseñando un futuro reinado milenario de
Cristo en la Tierra (que debe tener lugar después de la Segunda Venida, y que
se compone de creyentes y no creyentes). Parece más posible que los mil
años sean meramente simbólicos de un período de tiempo no revelado, pero
perfecto, entre la Primera y la Segunda Venida de Cristo.
Pero la objeción obvia es que {si lo que decimos es cierto, entonces} se
supone que el dragón rojo está atado durante este tiempo, y todos sabemos
que Satanás actualmente anda al acecho como un león, buscando a quien
devorar (1 Ped. 5:8).
Sin embargo, si leemos con atención, vemos un detalle importante sobre la
naturaleza y el alcance de la atadura de Satanás. Así como Juan nos da el
significado del dragón rojo, también nos da el significado de la atadura: «para
que no engañara más a las naciones» (Apo. 20:3). En otras palabras,
aprendemos que Satanás está restringido de tal manera que ya no puede
mantener a las naciones del mundo cautivas de sus mentiras y engaños. Este
es el punto del pasaje. Floyd Hamilton lo explica de esta manera:
Supongo que nadie insistiría en que Satanás debe ser atado con una cadena literal de hierro o
algún otro metal, pues Satanás es un espíritu y las cadenas materiales no podrían mantenerlo
cautivo ni por un momento. Atar siempre significa limitar el poder de alguna manera.
Cuando los hombres se ataban a sí mismos con un juramento de no hacer algo, acordaban
limitar su propio poder y sus derechos en la medida de sus juramentos. Un hombre y su
esposa están atados por sus votos matrimoniales, pero eso no significa que estén atados con
respecto a otras relaciones en la vida […] Por tanto, el hecho de que Satanás esté atado no
significa que no pueda tentar a la gente, y sabemos que lo hace. Es simplemente una
limitación del poder de Satanás en un aspecto en particular, a saber, la capacidad de «engañar
a las naciones». Durante el período intermedio {lit. interadvenimiento}, el evangelio debe
ser proclamado a todas las naciones, y Satanás no podrá evitarlo. El camino de la salvación
se ha abierto a todas las naciones y no hay nada que Satanás pueda hacer para bloquearlo.[30]

Debemos preguntarnos: ¿Cuándo fue destronado Satanás? ¿Cuándo fue


expulsado el Príncipe de las Tinieblas? ¿Cuándo fue aplastada la cabeza del
gran engañador? ¿Cuándo comenzó a perder su control sobre las naciones,
control que es por medio del engaño? ¿Cuándo fue derrotado el diablo?
¡La respuesta es que Satanás fue derrotado por Cristo en la cruz! Fue en la
cruz que Satanás perdió su autoridad legal sobre las naciones. El Hijo de Dios
vino en la debilidad de la carne de Adán y Eva, «para anular mediante la
muerte el poder de aquel que tenía el poder de la muerte, es decir, el diablo, y
librar a los que por el temor a la muerte, estaban sujetos a esclavitud durante
toda la vida» (Heb. 2:14‑15). Fue en la cruz cuando Satanás, el «hombre

78
fuerte», fue atado por un hombre aún más fuerte (Mat. 12:29).
Aunque Satanás sigue andando al acecho como un león, buscando devorar
a quien pueda (sabiendo ahora que su tiempo es corto), ha sido mortalmente
herido. Ha sido despojado de su poder, incluso ha sido atado, si se quiere ver
de esa manera. Por primera vez desde la Caída, el poder de Satanás le ha sido
legalmente arrebatado y entregado a la simiente de la mujer: Cristo Jesús. Los
derechos legales que Satanás tenía sobre las naciones del mundo han sido
transferidos al hijo de David.
Todo poder en el Cielo y en la Tierra ha sido dado a un hombre, la
descendencia {o simiente} de la mujer y el hijo de David:
Y vi en la mano derecha del que estaba sentado en el trono un libro escrito por dentro y por
fuera, sellado con siete sellos. Y vi a un ángel poderoso que pregonaba a gran voz: ¿Quién es
digno de abrir el libro y de desatar sus sellos? Y nadie, ni en el cielo ni en la tierra ni debajo
de la tierra, podía abrir el libro ni mirar su contenido. Y yo lloraba mucho, porque nadie
había sido hallado digno de abrir el libro ni de mirar su contenido. Entonces uno de los
ancianos me dijo: No llores; mira, el León de la tribu de Judá, la Raíz de David, ha vencido
para abrir el libro y sus siete sellos […] Y cantaban un cántico nuevo, diciendo: Digno eres
de tomar el libro y de abrir sus sellos, porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre compraste
para Dios a gente de toda tribu, lengua, pueblo y nación. Y los has hecho un reino y
sacerdotes para nuestro Dios; y reinarán sobre la tierra. Y miré, y oí la voz de muchos
ángeles alrededor del trono y de los seres vivientes y de los ancianos; y el número de ellos
era miríadas de miríadas, y millares de millares, que decían a gran voz: El Cordero que fue
inmolado digno es de recibir el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, el honor, la
gloria y la alabanza. Y a toda cosa creada que está en el cielo, sobre la tierra, debajo de la
tierra y en el mar, y a todas las cosas que en ellos hay, oí decir: Al que está sentado en el
trono, y al Cordero, sea la alabanza, la honra, la gloria y el dominio por los siglos de los
siglos. Y los cuatro seres vivientes decían: Amén. Y los ancianos se postraron y adoraron.
(Apo. 5:1‑5, 9‑14)

La simiente de la mujer, la raíz de David, sale victoriosa. Así como David


se puso de pie sobre el cuerpo muerto de Goliat sosteniendo en su mano la
cabeza de este último en alto, Cristo también se pone de pie sobre la serpiente
derrotada. En la cruz, Dios ha «despojado a los poderes y autoridades, hizo
de ellos un espectáculo público, triunfando sobre ellos por medio de Él»
(Col. 2:15).
Con Su victoria sobre el reino de las tinieblas, la primera orden de Cristo
fue encargar {lit. comisionar} que el evangelio fuera llevado a todo el
mundo. Con los muros del engaño derribados, Cristo comisiona a la Iglesia
para que vaya a rescatar a los que perecen en las garras del gran engañador
(Mat. 28); para que vayan y prediquen el evangelio a toda alma. Ahora que

79
el príncipe de la potestad del aire ha sido echado fuera {o expulsado}, y todo
poder en el Cielo y en la Tierra ha sido dado al Hijo del Hombre, ningún
territorio está fuera de los límites ni ningún grupo de personas es
inalcanzable. Las puertas del infierno han sido destrozadas y ya no pueden
impedir que el evangelio entre y despoje el reino de las tinieblas de sus
prisioneros.
Esta gran derrota está representada en la visión de Juan como un dragón
rojo encadenado y atado durante mil años. Esto no significa que Satanás ya
no engañe, porque la Biblia dice: «si todavía nuestro evangelio está velado,
para los que se pierden está velado, en los cuales el dios de este mundo ha
cegado el entendimiento de los incrédulos, para que no vean el resplandor del
evangelio de la gloria de Cristo, que es la imagen de Dios» (2 Cor. 4:3‑4);
pero sí significa que Satanás ya no puede impedir que el evangelio vaya a
todo el mundo y rescate a los hijos espirituales de Abraham de todas las
naciones, tribus y grupos de personas del mundo. Como afirma mi padre,
Donald Johnson, en su comentario sobre Apocalipsis:
Por lo tanto, en este capítulo vemos la gloriosa verdad de que Satanás es limitado, restringido
y echado fuera {o expulsado} en cuanto a su plan diabólico de mantener a las naciones en
total ignorancia y engaño hasta que Cristo y el evangelio hayan completado su misión con la
humanidad.[31]

Ahora que el hombre fuerte ha sido atado y el reino de Dios ha llegado, las
puertas del infierno ya no pueden impedir que las buenas nuevas lleguen a
todas las naciones y grupos de personas del mundo (Mat. 16:18). Tanto para
los judíos como para los gentiles, el evangelio es el poder de Dios para
salvación (Rom. 1:16).
Y Cristo no solo nos encargó {lit. nos comisionó} que fuéramos, también
prometió que iría con nosotros. Hasta el fin del mundo, Cristo viajará a los
confines de la Tierra por medio de Sus mensajeros para llamar a Su pueblo a
Sí mismo (Mat. 28:20). Es decir, por medio del Espíritu y la Iglesia, Cristo
continuará edificando Su reino, una conversión a la vez, hasta que haya
reunido a todos los hijos prometidos de Abraham de todas las naciones y
grupos de personas.
Entonces, en el fin del mundo, el dragón es desatado del abismo, como lo
revela Apocalipsis 20, lo cual indica que las naciones serán engañadas una
vez más por Satanás. Y si este es el caso, está en correspondencia con la
espantosa profecía de Cristo Jesús cuando dijo: «cuando el Hijo del Hombre

80
venga, ¿hallará fe en la tierra?» (Luc. 18:8). La implicación de esta pregunta
retórica es que la verdadera fe será escasa.
Cuando pienso en esta visión en Apocalipsis 20, casi siempre pienso en
las veces que he visto una bolsa de palomitas {o rositas} de maíz cocinándose
en un microondas. Al principio, no hay ningún grano que se esté reventando.
Las cosas empiezan despacio. Es como esperar a que el agua hierva; parece
que toma una eternidad. Esas primeras palomitas {o rositas} que revientan
son como las pocas conversiones sobre las cuales leemos en el Antiguo
Testamento: Abraham, Moisés, David y Jeremías; y aunque en un momento
dado Dios se había reservado siete mil personas, eso no es realmente mucha
gente comparado con la población que el mundo tenía en ese momento, era
solo un pequeño remanente dentro de una nación relativamente pequeña entre
todas las naciones del mundo.
Pero de repente hay una explosión de muchas palomitas {o rositas}
reventándose. Es como cuando el Espíritu fue derramado el día de
Pentecostés. Primero hubo 3000 conversiones, y luego otras 5000 unos días
después (Hch. 2:41; 4:4). Las cosas se aceleraron abruptamente. El
cristianismo se extendió rápidamente; algo cambió. Repentinamente, el
evangelio viajó desde Jerusalén, con un puñado de discípulos judíos, a Judea
y, luego, a todo el mundo. Gente de todo tipo de etnias inundaron el reino de
Dios. Antes que finalizara el primer siglo, se plantaron iglesias en todo el
mundo conocido. Verdaderamente, en la simiente de Abraham, todas las
naciones del mundo han sido bendecidas. Y esta explosión de conversiones
judías y gentiles se corresponde con la atadura de Satanás.
Pero justo al final del proceso de cocción, otra vez, solo unos pocos granos
aquí y allá estallan. Y así parece que en el fin del mundo solo quedarán unos
pocos elegidos por ser reunidos en el seno de Abraham. Es como si Dios
desatara al dragón para preparar y madurar el mundo para el Juicio (Apo.
14:14‑20).
Dice que el dragón debe ser desatado (Apo. 20:3), lo que implica que
Cristo tiene un propósito con el engañador. Es como si Cristo atara a Satanás
y entrara libremente a un nuevo territorio para reunir a Su pueblo, liberándolo
de las garras de Satanás, y una vez que ha rescatado a aquellos por los cuales
vino al mundo, desata a Satanás sobre aquellos que lo {a Cristo} rechazaron.
Como está escrito: «[E]l inicuo cuya venida es conforme a la actividad de
Satanás, con todo poder y señales y prodigios mentirosos, y con todo engaño

81
de iniquidad para los que se pierden, porque no recibieron el amor de la
verdad para ser salvos. Por esto Dios les enviará un poder engañoso, para que
crean en la mentira, a fin de que sean juzgados todos los que no creyeron en
la verdad sino que se complacieron en la iniquidad» (2 Tes. 2:9‑12). Este es
un concepto aterrador para aquellos que piensan que pueden volverse a Cristo
cuando quieran. Cristo puede simplemente soltar a Satanás sobre ellos.
Al final, el amilenarismo no rechaza el reinado de Cristo; simplemente
niega que Su reinado esté limitado a un período literal de mil años. Cornelis
Venema resume el amilenarismo de esta manera:
El amilenarismo considera el Milenio de Apocalipsis 20 como una representación simbólica
del actual reinado de Cristo con Sus santos. Durante el período de tiempo {comprendido}
entre el primer advenimiento de Cristo y Su regreso en el fin del mundo, Satanás ha sido
atado para que no engañe más a las naciones. El Milenio no es un período literal de mil años,
sino que representa el período completo durante el cual Dios ha concedido a Cristo la
autoridad para recibir a las naciones como Su herencia.[32]

Conclusión
Independientemente de si podemos o no darle sentido a Apocalipsis 20:1‑3,
los sucesos que rodean la Segunda Venida de Cristo, como se nos revela en
los pasajes didácticos del Nuevo Testamento, descartan la posibilidad de un
reinado literal de Cristo por mil años. Aprendemos en esos pasajes de la
Escritura que la Segunda Venida de Cristo será el fin del mundo. El mundo
será destruido, los malvados serán juzgados, y los justos heredarán la Tierra
nueva.
Hasta entonces, preparémonos para la venida del Señor asegurándonos de
que nos hemos sometido a Su señorío antes de que sea demasiado tarde.
Doblemos nuestras rodillas ante Su reinado ahora mientras aún hay esperanza
de salvación; pues Cristo está en el trono, y debe continuar reinando hasta
que haya sometido a todos Sus enemigos bajo Sus pies.
En resumen, la hermenéutica histórico–redentora, que es el primer punto
del amilenarismo, nos lleva al segundo punto del amilenarismo: que los
verdaderos hijos de Abraham son aquellos, y solo aquellos, que están unidos
a Cristo por la fe. Aquellos que son hijos de Abraham por la fe, son los
verdaderos herederos de Abraham.
El tercer punto del amilenarismo es que el reino de Dios es espiritual en la
actualidad. Desde Su Primera Venida, Cristo se ha sentado en el trono de
David, y continuará gobernando y reinando desde el Cielo hasta que termine
82
de edificar el reino con los redimidos y lo entregue, sin mancha ni defecto, a
Dios Padre en el último día.
El cuarto punto del amilenarismo es que la Tierra Prometida es la Tierra
nueva. Abraham no buscaba un pedazo de tierra que permaneciera bajo la
maldición de la Caída; él buscaba una ciudad cuyo constructor y hacedor es
Dios. No será hasta la nueva creación que el Abraham resucitado, con todos
sus hijos glorificados, morará para siempre con Dios en la Tierra en perfecta
paz.
El quinto punto del amilenarismo es el carácter conclusivo de la Segunda
Venida de Cristo. La única esperanza de salvación es ahora, antes de la
Segunda Venida de Cristo. Él vendrá como ladrón en la noche, pero una vez
que aparezca, los justos e injustos resucitarán de entre los muertos, el mundo
será destruido por fuego, y todos tendrán que enfrentarse a Dios en el Juicio
para ser arrojados al lago de fuego o para entrar en el reposo eterno de Dios.
El amilenarismo no es complejo. Es simplemente el evangelio aplicado a
la historia del mundo.

83
Jeffrey D. Johnson
Es pastor de Grace Bible Church hace 20 años en Conway, Arkansas, EE.
UU. Está casado con Letha, y Dios les ha concedido la Gracia de tener cuatro
hijos: Martyn, Christian, Britain y Evelyn. Se graduó del Central Baptist
College y obtuvo una Licenciatura en Teología. Recibió también una
Maestría en Estudios Bíblicos y un Doctorado en Teología Sistemática en el
Veritas Theological Seminary. Es el autor de los libros: El Defecto Fatal de
la Teología Detrás del Bautismo de Infantes, Fundamentos del Criticismo
Textual, La Iglesia: ¿Por qué es importante?, El Reino de Dios, y Lo
Absurdo de la Incredulidad, entre otros. Es el Director del Grace Bible
Theological Seminary y miembro de la Junta Directiva de Free Grace Press.
[1]
Nota de los traductores: Los textos y/o caracteres {entre llaves} son traducciones o aclaraciones
para preservar la fidelidad al significado del texto original.
[2]
Nota de los traductores: El título original de la serie es Left Behind.
[3]
Nota de los traductores: significado [...] intencional ― El significado que se tenía en mente o se
quería comunicar originalmente.
[4]
Nota de los traductores: coopera ― Nótese que el autor está usando el mismo verbo que aparece
en Romanos 8:28 («todas las cosas cooperan...» [LBLA]).
[5]
Michael Horton, The Gospel–Driven Life {trad. no oficial: La vida impulsada por el evangelio}
(Grand Rapids: Baker, 2009), 94. Nota de los traductores: La etiqueta «{trad. no oficial}» indica que la
traducción que sigue a continuación pertenece a una fuente que aún no está disponible en español; por
tanto, puede aparecer oficialmente con otro título o como parte de otras obras en el futuro. En cambio,
si el material citado ya ha sido publicado en español en el momento en que se hace esta traducción, se
usará el título oficial precedido de la etiqueta «{título oficial}»; y «{nombre oficial}» si se trata de una
entidad. Por lo general, la traducción del título de una fuente bibliográfica aparecerá solo la primera vez
que el autor la cite.
[6]
Para más información sobre este tema, véase G. K. Beale, Handbook on the New Testament
Use of the Old Testament {trad. no oficial: Manual sobre el uso que hace el Nuevo Testamento del
Antiguo Testamento} (Grand Rapids: Baker, 2012).
[7]
Patrick Fairbairn, Hermeneutical Manual {trad. no oficial: Manual de hermenéutica}
(Philadelphia: Smith, English and Company, 1859), 124.
[8]
Para más información, véase mi libro The Kingdom of God {título oficial: El Reino de Dios}
(Conway, AR: Free Grace Press, 2017).
[9]
Nota de los traductores: repartir ― «Distribuir algo dividiéndolo en partes» [Cursivas
añadidas]. (Véase la entrada correspondiente a repartir en el Diccionario de la Real Academia de la
Lengua Española, disponible en: ˂ https://dle.rae.es/repartir ˃ . Consultado por última vez el 6 de
diciembre de 2020).
[10]
Sam Storms, Kingdom Come: The Amillennial Alternative {título oficial: Venga tu reino:
Propuesta amilenial}. (Ross–shire, UK: Mentor, 2013), 42. Nota de los traductores: La traducción de
este fragmento no fue tomada de la versión oficial en español, sino que nos guiamos exclusivamente
por la edición original citada aquí.
[11]
W. J. Grier, The Momentous Event: A Discussion of Scripture Teaching on the Second Advent
{trad. no oficial: El suceso trascendental: Un análisis de la enseñanza de la Escritura sobre el Segundo
Advenimiento} (Edimburgo: Banner of Truth, 2018), 46.
[12]
Nota de los traductores: en una vieja y dura cruz ― El autor está haciendo alusión aquí al título
de un conocido himno cristiano, a saber, «The Old Rugged Cross», cuya versión oficial en español
lleva por título «En el Monte Calvario».
[13]
George Ladd, A Theology of the New Testament (Grand Rapids: Eerdmans, 1993), 368. Nota de
los traductores: La traducción de este fragmento fue tomada de la versión oficial en español, véase
Teología del Nuevo Testamento (Barcelona, España: Editorial Clie, 2002), 460. Como se ha afirmado
anteriormente, las llaves en todo este libro han sido añadidas por nuestro equipo de traducción.
[14]
Anthony A. Hoekema, The Bible and the Future {título oficial: La Biblia y el Futuro} (Grand
Rapids: Eerdmans, 1979), 53. Nota de los traductores: La traducción de este fragmento no fue tomada
textualmente de la versión oficial en español, sino que nos guiamos principalmente por la cita provista
en inglés.
[15]
Hoekema, The Bible and the Future, 45. Nota de los traductores: La traducción de este
fragmento no fue tomada textualmente de la versión oficial en español, sino que nos guiamos
principalmente por la cita provista en inglés.
[16]
Nota de los traductores: desgracia ― La palabra original usada por el autor en inglés es «woe»,
la cual se traduce en función sustantiva como: desgracia, infortunio, aflicción, calamidad, ruina. Pero,
este vocablo también se traduce como ay, cuando es usado como interjección; y es precisamente con
esta última acepción que dicha palabra aparece en las traducciones inglesas de la Biblia en pasajes
como: Mateo 18:7; Apocalipsis 8:13; 9:12; 11:14; 12:12.
[17]
William Cox, Biblical Studies in Final Things {trad. no oficial: Estudios bíblicos sobre las
cosas finales} (Phillipsburg, NJ: P&R, 1966), 15.
[18]
Hoekema, The Bible and the Future, 12. Nota de los traductores: La traducción de este
fragmento no fue tomada textualmente de la versión oficial en español, sino que nos guiamos
principalmente por la cita provista en inglés.
[19]
Cox, Biblical Studies in Final Things, 15‑16.
[20]
Hoekema, The Bible and the Future, 21. Nota de los traductores: La traducción de este
fragmento no fue tomada textualmente de la versión oficial en español, sino que nos guiamos
principalmente por la cita provista en inglés.
[21]
Storms, Kingdom Come, 340‑341. Nota de los traductores: La traducción de este fragmento no
fue tomada de la versión oficial en español, sino que nos guiamos exclusivamente por la edición
original citada aquí.
[22]
Hoekema, The Bible and the Future, 18. Nota de los traductores: La traducción de este
fragmento no fue tomada textualmente de la versión oficial en español, sino que nos guiamos
principalmente por la cita provista en inglés.
[23]
Grier, The Momentous Event, 54.
[24]
David VanDrunen, Natural Law and the Two Kingdoms {trad. no oficial: La ley natural y los
dos reinos} (Grand Rapids: Eerdmans, 2010), 13.
[25]
Kim Riddlebarger, A Case for Amillennialism: Understanding the End Times {trad. no oficial:
Una defensa del amilenarismo: Entendiendo el fin de los tiempos} (Grand Rapids: Baker, 2003), 110.
[26]
Martin Luther {Lutero}, On Worldly Authority: To What Extent It Should be Obeyed {trad. no
oficial: De las autoridades terrenales: Hasta qué punto deberían ser obedecidas} (n.p. {sin editorial}:
Glocktower, 2016), 35‑36.
[27]
Luther {Lutero}, On Worldly Authority, 38.
[28]
Para aprender más sobre la naturaleza y la relación entre los dos reinos, véase David
VanDrunen, Living in God's Two Kingdoms: A Biblical Vision for Christianity and Culture {trad. no
oficial: Viviendo en los dos reinos de Dios: Una visión bíblica del cristianismo y la cultura} (Wheaton,
IL: Crossway, 2010).
[29]
Cox, Biblical Studies in Final Things, 43.
[30]
Floyd E. Hamilton, The Basis of Millennial Faith {trad. no oficial: Las bases de la fe
milenarista} (Grand Rapids: Eerdmans, 1955), 131‑132.
[31]
Donald R. Johnson, Victory in Jesus: A Devotional Commentary on the Book of Revelation
{trad. no oficial: Victoria en Jesús: Un comentario devocional sobre el Libro de Apocalipsis}
(Conway, AR: Free Grace Press, 2018), 290.
[32]
Cornelis Venema, Christ and the Future: The Bible's Teaching About the Last Things {trad. no
official: Cristo y el futuro: La enseñanza de la Biblia sobre las últimas cosas} (Edimburgo: Banner of
Truth, 2008), 108.

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