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Texto íntegro de la obra

Hasta que
Choque el
Hueso
Crónicas Anoréxicas
De
Fernanda Cancino Espinosa

Fomento a la Industria – Fondo del Libro y la lectura


Folio #574434

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Índice.
PRÓLOGO Dr. Raúl Jara…………………………………………………………………………………….. pág.4
Introducción……………………………………………………………………………………………………… pág.7
PARTE UNO
Capítulo: La Flaca………………………………………………………………………………………………… pág.9
Capítulo: Un día de Flaca………………………………………………………………………………………pág.15
Capítulo: La Flaca observa……………………………………………………………………………………. pág.19
Capítulo: La Flaca en el Supermercado…………………………………………………………………..pág.21
Capítulo: La Flaca Quema……………………………………………………………………………………..pág.23
Capítulo: La Flaca va al Hospital…………………………………………………………………………….pág.24
Capítulo: La Flaca y la Ansiedad…………………………………………………………………………….pág.29
Capítulo: La Flaca y los Jeans…………………………………………………………………………………pág.31
Capítulo: La Flaca en el Hospital…………………………………………………………………………….pág.32
Capítulo: La Flaca come un trozo de galleta……………………………………………………………..pág.39
Capítulo: La Flaca baila en la cocina………………………………………………………………………..pág.41
Capítulo: La Flaca y el plato de comida……………………………………………………………………pág.42
Capítulo: La Flaca y la superación del Ensure…………………………………………………………pág.44
Capítulo: La Flaca y Netflix……………………………………………………………………………………pág.47
Capítulo: La Flaca y sus “escondites”: #misionimposible……………………………………………pág.49
Capítulo: La Flaca se mira en el espejo……………………………………………………………………pág.52
Capítulo: La Flaca siente cambios en su cuerpo……………………………………………………….pág.54
Capítulo: La Flaca sueña (o por lo menos eso solía hacer) ………………………………………pág.56
Capítulo: Y hablando de vida, a veces ésta se va de las manos, se va de los seres queridos, y la
Flaca llora, se rompe……………………………………………………………………….pág.59
Capítulo: Y las Navidades y los Años Nuevos…………………………………………………………pág.61
Capítulo: Una nueva aventura de la Flaca………………………………………………………………pág.62
Capítulo: La escala en Houston: Panqueques, SOLO, Panqueques…………………………pág.64

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Capítulo: Un Viaje a EE.UU………………………………………………………………………………pág.68
PARTE DOS
Capítulo: La Simone…………………………………………………………………………………………pág.74
Capítulo: La Flaca entra a una nueva etapa en su proceso de recuperación………………pág.77
Capítulo: El Cumpleaños……………………………………………………………………………………pág.80
Capítulo: Las Imágenes………………………………………………………………………………………pág.83
Capítulo: La Flaca vuelve a cocinar………………………………………………………………………pág.86
Capítulo: ¡Oye y nos salió comercial po!.........................................................................pág.91
Capítulo: Reflexiones de medianoche………………………………………………………………….pág.98
Capítulo: El Adiós……………………………………………………………………………………………pág.101
Agradecimientos………………………………………………………………………………………………pág.102

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A mi Tata Tito

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Prólogo.
“No comas eso”, “esto tiene muchas calorías”, “vas a engordar”. Desde siempre ha
llamado mi atención el cómo las personas con un trastorno alimentario, pese a su marcada
inteligencia, sensibilidad y privilegios en muchas otras áreas de la existencia, se obsesionan con
el peso y la comida al punto de que esto se convierte en el eje central de su vida. Y es que los
trastornos de la conducta alimentaria corresponden a un grupo de patologías de salud mental
caracterizadas por alterar permanentemente el comportamiento alimentario, lo que impacta
significativamente en la salud física y funcionamiento psicosocial de la persona. Estos
comportamientos van acompañados de alteraciones cognitivas, emocionales, conductuales y
un importante impacto social, que culmina generalmente con el aislamiento de sus pares y
familiares, de quien lo padece.

Conocí a “la flaca” en mayo del 2019. Yo me desempeñaba en el equipo de Psiquiatría


de enlace y medicina psicosomática de la Pontificia Universidad Católica, en Santiago de Chile.
Recuerdo perfectamente cuando ingresé por primera vez a la sala en la que ella se encontraba.
Yacía en su cama, con la televisión prendida y una manta que le cubría la mayor parte del
cuerpo. Le realicé la entrevista psiquiátrica estándar de ingreso y posteriormente, cuando
discutimos el caso en el comité de psiquiatras, el veredicto era claro “con tan bajo peso, debe
continuar tratamiento cerrado en una unidad de salud mental cerrada –es decir, hospitalizada
en psiquiatría– antes de ir al ambulatorio”. Me acerqué a la Flaca y a su madre, les comenté la
recomendación del equipo médico y aconsejé que continuaran con tratamiento en psiquiatría.
Ambas estaban temerosas por la hospitalización, pero más aún, pude ver el temor ante la
posibilidad de que la anorexia capturara en su jaula a la Flaca de forma definitiva. Pese a esos
temores, se dispuso el traslado a la unidad de psiquiatría. Sentí miedo cuando la enfermera
que coordinaba el traslado de los pacientes me comentó que la Flaca no había querido seguir
en la hospitalización cerrada y continuaría con tratamiento ambulatorio. Discutimos
extensamente el caso con la Unidad de Trastornos Alimentarios y construimos un equipo que
se encargaría de tratar a la Flaca en un sistema de hospitalización domiciliaria muy estricto.

Debo admitir que sentí temor inicialmente, la Flaca había salido del riesgo médico
inicial, pero todos los que trabajamos con personas que padecen algún trastorno alimentario,
sabemos que la introducción de alimentos y pautas nutricionales son complejas y que, en casos

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tan graves como el de ella, se debe hacer mediante hospitalización. Sin embargo, nos
atrevimos. Y nos atrevimos por el cariño y la pasión con la que nos entregamos a nuestros
consultantes. Recuerdo que las palabras de la jefa de nuestra unidad fueron “ella está en una
situación muy grave y tenemos que ayudarla”.

En Hasta que choque el hueso: crónicas anoréxicas, la Flaca nos muestra el perfil de
una persona que padece un trastorno alimentario y cuenta de forma entretenida, irónica y
dolorosa cómo se vive con ello, destacando la angustia y el sufrimiento frente a la imagen
corporal, ante la ilusión de éxito tras de la silueta delgada, la obsesión de control ante a las
comidas y los múltiples intentos por dejar de nutrirse, asociado al duro proceso de
recuperación. En esta recopilación de relatos, se destacan sus vivencias personales en torno a
cómo las comidas se convierten en la amenaza y cómo el trastorno alimentario merma de
manera significativa la vida de las personas que lo padecen. Este padecimiento los aleja de sus
seres queridos al no permitir que compartan alimentos frente a un otro, los aísla y, literalmente,
los consume. Pero el valor de estas crónicas no sólo reside en presentarnos dicha imagen del
trastorno alimentario, sino también en retratar el proceso de liberación de aquellas cadenas
que aprisionan a quienes lo sobreviven. En estos relatos vemos cómo los sujetos enjuician las
cogniciones y comportamientos patológicos en torno a la comida.

Pese a la dicotomía con la que escribe la Flaca, alternando un discurso crudo y a la vez
humorístico, quiero destacar en este texto lo transversal del amor y la entrega con la que ella y
sus familiares cursaron este proceso. En mi labor como psiquiatra, cada día me sorprendo más
del hecho de que un vínculo sano contiene, apoya y cura al otro; y es este último punto el que
se ve claramente en el relato de la Flaca.

Este libro tiene un valor testimonial increíble: nos comenta en primera persona el duro
proceso de recuperación de un trastorno alimentario, constituyendo en sí un “regalo vivencial”
de valor incalculable no sólo para aquellos que trabajamos con personas que padecen de
anorexia nerviosa, sino también para cualquiera que se encuentre interesado dicha temática.

Finalmente, agradezco a la Flaca no sólo el permitirme escribir estas líneas y participar


en su proceso de sanación, sino también a todas esas “flacas” que he podido tratar en mi
camino profesional, porque han sido (y serán), las mejores maestras. Pese a que las une el

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mismo diagnóstico, ninguna es igual y de cada una aprendo algo nuevo, lo que contribuye a
que como profesional pueda seguir ayudando a tantas más que lo necesitan.

Raúl Hernán Jara Latorre


Psiquiatra
01-10-2020

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Introducción.
Un día en que me encontraba hablando con mis amigos, una vez más, sobre mi “problema” y
el tema de mis miedos con la comida, surgió este termino de mi personalidad y condición,
literalmente física, hasta ese momento: “Es que tu Feña la hací hasta el final, te vaí al extremo…
Tu vaí Hasta que Choca el Hueso (risas)… y es literal (más risas)”.

Así es como surge el nombre de este compilado de escritos, o crónicas, sobre mi vida a través
de esta mirada obsesiva y anoréxica. Y la verdad, creo que el nombre le va muy bien. Es duro,
es real, pero al mismo tiempo tiene algo de jocoso, signo además de lo mucho que me ha
costado tomarle el peso al grave estado al que llegué a estar. Porque debo admitirlo, aún me
cuesta entender (o aceptar o reconocer) la gravedad y el peligro en que me puse a mí misma
por querer ser algo que pensé que me ayudaría a solucionar mi vida, que me abriría nuevas y
buenas oportunidades, pero que en la realidad solo me trajo retrocesos, dolor y aislamiento.
Y por sobre todo me trajo algo que no me representa en mi verdadera identidad: me hizo ser
alguien que no soy realmente. Me hizo mentirle a mi verdadero ser.

Desde que era pequeña, o desde que tengo memoria, que siempre he sentido que debo
esforzarme en exceso para poder lograr las cosas que quiero, o para poder sentirme
merecedora de amor, respeto y aprecio de quienes me rodean. Siempre sentí que si no botaba
sudor y sangre jamás lograría nada en la vida. Así que de cierta forma sí, siempre voy hasta que
choque el hueso, y viéndolo de esa manera, no había forma de que en algún momento no
fuera a terminar como lo estoy ahora: chocando el hueso, chocando hasta el alma.

Y en este compilado de crónicas, relato cómo es vivir chocando el hueso en cada aspecto de
la vida. Espero lo disfruten.

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PARTE UNO

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La Flaca.

Y así se paseaba de un lado a otro. Desesperada. Sin saber qué hacer. Sin saber a quién pedir
ayuda. Patética. Enferma. Ridícula. Un completo espectáculo de circo (o de video viral de
YouTube, si ya queremos ponernos un poco milenials), presentado para cualquier vecino o
vecina intruse y copuchente que la estuviera observando a través del visillo de la ventana de su
cocina.
Eso era, un espectáculo. Así. Esta sola. ¿Qué ha hecho durante el día? Casi nada, además de
ir viviendo su recuperación y proceso de sanación, calculando calorías, pensando en qué
comer más tarde y cómo comerlo, qué estrategias usar para pasar la mayor cantidad de horas
sin comer… Nada. No había hecho nada en todo el día. Pero estaba tranquila. Este era un día
en el que, a pesar de todo, ya que se había levantado un poco con el pie izquierdo y no estaba
tan iluminada, o “en la luz” según dice ella, como otras veces, estaba tranquila. Todo iba “bien”,
hasta que una disputa breve con su madre por teléfono, la llevo de golpe al pick de la histeria
o, mejor dicho, de la rabia.

La Flaca se estaba preparando su almuerzo con todo el esfuerzo (y desesperación intrínseca)


que eso le significaba: calcular calorías, cortar las verduras, pesar, ver los gramos, lavar y volver
a lavar, cortar, pelar, hervir… Cuando de repente su Madre llama para saber qué había pasado.
La Flaca le había hecho entender, por alguna razón que ni ella entiende, que probablemente
necesitaría ayuda con algo, entonces su madre la llamó para checkear. La Flaca sin razón de
reflexión, le comenta, por puro comentarle, porque en verdad ahora que lo piensa no debió
haberle dicho nada, que la bolsa de la basura había quedado abierta, destrozada y con toda la
mugre desparramada en la vereda porque 1) La Madre la había pasado a llevar con la rueda
del auto cuando salió de la casa en la mañana y 2) el bendito camión de la basura, siendo las
17:30hrs de la tarde, aún no pasaba. Resultado: la Madre le insiste a La Flaca que lo recoja. La
Flaca le dice que no lo va a hacer porque ahora está ocupada preparándose su comida, rito
religioso, que no quiere y que lo hará después. La Madre insiste que lo haga rápido, que para
qué demorarse tanto (cero tacto con todo el asunto alimenticio de la Flaca). Nuevamente, la
Flaca le dice que, por lo menos ahora, no lo hará. Ambas se cortan el teléfono. Silencio.
Silencio. La Flaca sigue calculando, pesando alimentos. Silencio. Unos segundos más. Silencio.

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GRITO. ¡GRITO DESCOMUNAL!!!! ¡Qué rabia que sentía la Flaca! Su madre le cagaba una
vez más la onda de la comida. Gritaba. Gritaba. Gritaba sola con el tomate en la mano y el
cuchillo. ¡Por la puta! ¡Por la puta! Decía soltando toda la rabia, masticando esas palabras con
todas sus fuerzas por al menos una vez en su vida. Comienza a golpear los estantes de la cocina.
Grito. Se entierra el cuchillo. Se mira la mano. Sangre. Mucha Sangre. Gotas de sangre en el
suelo de la cocina, en el estante y en la loza. Grito. Llanto quejoso. Le empieza a faltar un poco
el aire. “Pobre Flaca”, así pudo haber dicho un vecino o vecina más intruse aún, que con su
súper capacidad copuchentística y visual hubiese alcanzado a ver la escena desde el visillo de
su ventana, a través la calle hasta la ventana de la casa de al frente, donde se encontraba la Flaca
toda patética, con un dedo cortado, llorando sin maquillaje (lo que lo hace menos fabuloso),
tirada en la cocina.
La Flaca piensa en alguien a quien llamar para encontrar algún apoyo en este momento de
quiebre. Nadie. Entonces no se le ocurre nada mejor que tomarse una foto de la mano con
sangre y escribirle a su Madre para ver si en una de esas, podría encontrar algún dejo de
empatía, amor y consuelo. “… ¿qué puedo hacer yo desde acá?” Le responde luego de un rato.
La Flaca estaba ya cansada de tanto llorar. Decide seguir con su plan de almuerzo, curarse el
dedo como pudiese y comer rápido, ya que probablemente, tantas horas sin comer, la tenían
un poco débil y estresada y quizá, comiendo un poco y dándose un tiempo de respiro, iba a
ser capaz de pensar con más claridad, relajarse y reponerse en este día. La solución está en:
Netflix, comida rica, relajo.
Termina de comer y se dispone, ya más tranquila y con la mejor disposición, a recoger la
bendita basura esparcida en la calle.
Se pone un par de bolsas en las manos, ya que no había guantes de látex y no quería tocar
directamente toda la mugre, saca la escoba, la pala y otra bolsa negra extra para meter todo lo
roto y esparramado allí. Realiza toda esta acción a la perfección. ¡Ah! ¡Qué tranquilidad
solucionar esto!
Luego, piensa que igual estaría bueno, manguerear un poco la vereda, ya que la mugre molida
y esparramada se veía asquerosa he iba a atraer bichos y además olía mal, así que lo mejor
sería “echarle una agüita” como ella diría, probablemente, en su conversación mental consigo
misma. Abre la otra puerta, la del costado de la casa. Sale la perra junto con ella, que a estas
alturas del día, ya tenía a la Flaca aburrida con su incansable energía y ladridos. Saca la
manguera, moja con unos varios chorros de agua la vereda, en eso se moja un poco los pies,
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verifica que ha quedado todo limpio y que, ciertamente, ha hecho un buen trabajo limpiando
toda esa basura (la Madre no tendría nada que reclamar, sería el tapaboca perfecto). Se escucha
una reja cerrando. La Flaca vacila un momento y no se da vuelta a mirar inmediatamente.
Cuando lo hace, sin alterarse inmediatamente, piensa “Cresta. ¡Me quedé afuera… y la pinche
perra se quedó afuera conmigo… hm! (suspiro. No, suspirito suave)”. La Flaca se acerca a la
reja, la empuja sabiendo que no se abriría. Apoya la cabeza en la reja. Primeros síntomas de
angustia. “¿Por qué? Por la conchatumadre ¿Por qué?” La Flaca se acerca a las ventanas del
escritorio y de la cocina para ver si milagrosamente están sin pestillo. Las empuja sabiendo que
esto no es real. Primeras lágrimas. Empuja la puerta principal y la puerta del otro extremo de
la reja. Inútil. En estos momentos la Flaca es tan inútil. Y se le ocurren puras soluciones
inútiles. Piensa en pedir ayuda a un vecino o alguno de los guardias para que se pueda pasar
la pared o la reja y le abra por dentro, pero simplemente le “da paja” hacerlo. Sabía que estaba
ahí toda patética, media llorada y sin maquillaje, sola. Le dio paja pedir ayuda… a un ser
humano. Porque, por otro lado, como está con toda su volah espiritual, con sus ojos llorosos,
mira al cielo, se toca el pecho y pide al universo, por favor, que le envié una ayuda, que se
solucione esta situación, que llegue, por último, su Madre, o que llegue alguien al menos que
ande con llaves de la casa y le pueda abrir.
La Flaca saca, luego de meditarlo, el banquito endeble que está a la entrada de su casa, en el
cual algunas tardes se sienta a leer y ver como el viento mueve las hojas de los árboles. Lo pone
delante de la reja cerrada, se sube, pasa su brazo por sobre esta, con parte de su tórax colgando,
trata de alcanzar la manilla para abrirla, pero no alcanza. No alcanza. No… Al… Can… Za…
Za… Zaaaaaaaaaaaaa…. Llora. Llora otro poco más, ahí mismo, encaramada, de espaldas al
vecino o vecina metiche con súper poder visual y copuchentístico. ¿Por qué le tenía que pasar
esto hoy? ¿No había sufrido ya mucho?
La perra, mientras tanto, se paseaba y se paseaba. La Flaca tenía un poco, un poquitito de
miedo, de que ésta se fuera a escapar. Ahí sí que ya sería la guinda de la torta. ¡Esa sí que
estaría buena! Como para darse un tiro, volarse los sesos, tragárselos, luego vomitarlos, bañarse
en ellos, tomarse fotos, crear la obra de arte perfecta y presentarla un FONDART Nacional,
ASÍ de GENIAL sería que eso pasara.
Es bien fatalista la Flaca.
Pensó un rato. Lloraba suavemente allí encaramada. Pensó en tratar de escalar un poco y
pasarse la reja. Quizá con otro cuerpo, menos demacrado y debilitado sería capaz de hacerlo,
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se dijo. Pero lo intentó de todas formas. No… P… Pudo… Estaba cansada, había hecho un
poco de yoga en la mañana. Lloró otro poco. No tenía fuerza. Se siente descorazonada y sola.
Nadie la ayuda. Nada la ayuda. Ahora con un poco más de esmero vuelve a intentar poder
encaramarse un poco y ver si se puede pasar. No lo logra. N… NNNO! Llll… LO!
LLLLOOOO…. GRAAAA!!... AAAAHH!!!!.... aaaah! …. Ah! …. A. Llora otra poco.
Vuelve a pensar. Mira una silla media maltrecha que estaba al lado. Se rompería, obvio que sí.
Entonces se baja, va a la puerta principal y se da cuenta que aún estaban unos bidones de agua
de 10 litros cada uno que habían venido a dejar al medio día en la entrada, y que ella no había
entrado porque 10 litros, ¿Me estás hueviando? ¿Con esos bracitos? No se la iba poder, y si
lo hacía, probablemente moriría en el intento.
Ahora, cuando los vio, pensó que tal vez no era tan alocado considerar poner uno sobre el
banquillo endeble y ver si podría subirse a uno de ellos y así poder tener un mejor alcance
para estirarse y llegar a la manilla para abrir la bendita reja. Quizá entre el banquito endeble y
la extraña forma del bidón terminaba cayéndose y quebrándose una pata o luxo fracturándose
la pierna, pero ya la vida le valía verga y estaba tan mareada de llorar y perder sales por el
llanto, que ni se cuestionó mucho más la solución.
Con mucha dificultad agarro el bidón. ¡Mierda! En verdad le costaba mucho tomar 10 litros
de agua, ¡Que chucha! ¿Cómo agarré tanto vuelo? ¡Sale perra! Esta perra es tonta, ¿cómo no
para de pasearse?
Después de tambalearse con dificultad, detenerse a medio camino para descansar, volver a
elevar el bidón como si se tratara de salvar a tu mejor amigue en un camino eterno por el
Sahara, huyendo de militares y monstruos de arena (cuando en verdad eran como solo 5 pasos
de distancia), la Flaca pone el gigante envase de agua sobre el banquito endeble. Este se
tambalea. Ella se tambalea. No la piensa. Se sube al banquito. Posa su pie por uno de los
extraños lados del bidón. Se da cuenta que se puede resbalar con zapatos. Se saca un zapato.
Pone el pie. Se da cuenta que se puede resbalar con el calcetín. Se saca el calcetín. Pone el pie.
Se arraiga. Se sube. ¡Bien! Pasa el torso por encima. Estira el brazo. ¡Cresta! Aún no lo alcanza.
Se desespera un poco. Una lagrima. ¡Vamos conchatumadre! Agarra valor. Se estira un poco
más. Lo roza. Lo tantea. ¡Vamos mierda! Lo agarra un poquito. Ahí. Ahí va. Ahí va. Ahí…
Va…. Vaa… Vaaaaaaaaa!!!! ¡Vamos conchatumadre! ¡Vamos Chile y la Garra Blancaaaaa! ¡Se
abrió la hueá de reja! ¡Se solucionó! ¡La vida vuelve a tener sentido de nuevo!
La abre (Suspiro, o mejor, suspirito suave; está cansada).
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A penas entra, busca algo con que sujetar la puerta y que esto no vuelva a pasar.
Tranquilamente comienza a ordenar las cosas. Todo está volviendo a la normalidad.
Lleva el bidón de 10 litros, esta vez con energía renovada, sin detenerse, hasta su lugar de
origen. Gime un poquito. Igual se cansó. Vuelve y agarra el banquito endeble. Lo deja donde
estaba. Gime un poquito. Ya estaba cansada. Va hacia la manguera. Estaba asquerosa. Toda
embarrada. No importa. La entra y la enrolla, sin antes mancharse el polerón de polar gris
menos sexy de la historia que estaba usando, y vuelve a llamar a la perra para que se entre.
¡Perra!... Nada. ¡Perra ven!... Nada. ¡Pe-rra!... Nada. ¿Qué chucha? ¿Por qué ya no me hace
caso esta perra? La Flaca enojada se acerca a la perra que estaba oliendo quizá qué tipo de
mugre de otro animal y la agarra por el collar y la entra, con furia, dentro de la casa. Se siente
un poco mal con ella misma por reaccionar de esa forma con el pobre animal. Igual la quiere.
Igual es su mascota. No se merece que la trate así. Por otro lado, la perra ni se inmuta. Cierra
la reja. Ya todo acabo.
La Flaca entra a la casa y se dispone a lavarse las manos. Unas 4 o 6 veces con el jabón Protex
que está en el baño de su madre. Tocó basura muy cochina. Hay que lavarse. Tiene frío. Abre
un poquito la llave de la ducha para que pueda regularse el agua caliente del lavamanos. Esa
es la maña que tiene el baño para que salga agua caliente en el lavamanos de su Madre. Se lava
las manos y ante brazos unas 4 veces. Luego se saca el polerón de polar gris menos sexy del
mundo y lo va a tirar a la ropa sucia. Vuelve y se sigue lavando las manos. Al sacarse el polerón
gris menos sexy del mundo, pasó a llevarse con mugre los brazos, hay que lavarse un par de
veces más. La Flaca se mira al espejo mientras se lava. Se encuentra demacrada. No esta bella
hoy. No se siente bella. Se mira los brazos, sus bracitos y se da cuenta que están muy flacos.
Flaquísimos. Se ven raros. Enfermos. ¡Mis bracitos! Llora. Llora frente al espejo. Como una
niña pequeña. ¿Por qué me he hecho esto? Se dice. ¡Están tan flaquitos! Se dice. El agua corre.
Se sigue lavando las manos. Llora. Termina. Se seca las manos. ¡Quiero irme donde mi
Abuelita! Dice, sola, como cuando era una niña pequeña. Quiere contención, pero no hay
nadie allí para dársela. Solo ella misma.
Busca su teléfono. Quiere llamar a alguien. A su abuelita. Le quiere preguntar si se puede ir a
su casa esta noche. Va subiendo la escalera hasta su habitación buscando su número cuando
su Padre la llama. Le estaba devolviendo un llamado perdido que ella le había dejado hace un
rato. La Flaca le contesta mientras vuelve al baño de su Madre a buscar gaza para poder volver
a cubrirse el pobre dedo rebanado. “Halo Princesa”. Llanto. “¡Papito tengo mucha pena!”
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“¡Estoy solita” “¡Me pelee con mi mama por la basura que ella paso a llevar con el auto…” Y
balbucea un rato por teléfono mientras su padre la escucha. Este solo le dice que la extraña.
Viven juntos. Pero se habían distanciado un poco. O ella se había distanciado un poco de él.
Parte de su proceso de sanación, según ella.
Ya más tranquila. Se despiden. La Flaca sube a su baño, ¡No!, antes de eso. Va a la cocina, lava
la loza que había ocupado para preparase su almuerzo y deja puesta la tetera. Sabe que, si su
Madre, que puede llegar en cualquier momento, llega y ve, aunque sea una cuchara en el
lavaplatos sin lavar, se la va a echar contra ella, sobre todo, si ya habían discutido por teléfono
por la basura esparcida en la calle.
Cuando la tetera hierve, se sirve unas hierbitas de melisa. Necesita relajarse un poco, volver a
su centro. Ya pasó todo. Ya pasó la tormenta del día.
Sube al segundo piso, deja su taza en el suelo al lado del computador donde se sienta cada vez
que usa el computador. Anda a saber tú porqué le gusta justo ese rincón de suelo en la pieza
donde tira todos sus escritos, lápices, cuadernos, cojines y tazas con té o café. Se dirige al baño,
a hacer pipí. Se pone a revisar WhatsApp. Sus dos mejores amigos le habían respondido a su
pregunta, previa a quedarse fuera de la casa, sobre cómo estaban. Se mostraban tranquilos.
Ella, sentada en el wáter, cansada y sin ningún tipo de pudor (son sus mejores amigos, qué
importa), les manda tres audios contándoles, entre pequeños llantos que ya solo brotaban y
unas cuantas risitas tratando de bajarle el perfil, todo lo que le había pasado en esos últimos
40-50 minutos.
Termina de hacer pipí. Se lava las manos. Se va a su pieza. Cierra la puerta. Ya está más oscuro
y su pieza se va apagando en ese leve atardecer también. Se sienta en su rincón especial. Toma
un par de sorbos de su té de melisa. Piensa un poco: ¿Y ahora qué? Pone en YouTube el

video “639Hz 》LOVE, PEACE & MIRACLES 》Heal Heart Chakra 》Pure Positive Energy”

de 6hrs para escuchar música relajante y vibraciones que le ayuden a tranquilizar su mente y
alinear sus chacras. Esto es real y muy importante para ella. Volver a su centro. Poder seguir
disfrutando de su día y su proceso de sanación, si es que de alguna manera se estaba sanando.
Abre el Word y se dispone a escribir todo lo acontecido.
Se siente inspirada. Cansada. Un poco destruida. Pero inspirada.
La Flaca tiene Anorexia.
La Flaca soy Yo.

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Yo soy la Flaca.

Un día de Flaca.
La Flaca se levanta todos los días de manera puntual a las 7:30 am, así ha sido desde que
comenzó el Da Real tratamiento de su desorden alimenticio. Bueno, ahora en estas últimas
semanas, como ya ha logrado más avances en este, está pudiendo levantarse de manera menos
exigente, a las 8:00 am.

Se levanta, va al baño. Orina como si no hubiera un mañana y siente un tremendo placer al


vaciarse de todo eso. Aún disfruta de sentir su cuerpo vacío. Luego, trata por un par de minutos
de hacer del Nº2, o de “obrar” como diría su abuela. No puede. No, no puede. No hay caso.
Lleva dos meses de hospitalización domiciliaria con una minuta alimenticia contundente y
llena de fibra, y un montón de otras cosas que antes no estaba consumiendo, pero sigue sin
poder regular su digestión. Literalmente, es como si tuviera mierda dentro todo el tiempo.

Vuelve al lado de su madre que aun duerme (ahora duerme en la pieza con ella como parte
de controlar el tratamiento y de evitar que haga mucha o cualquier actividad física), y se pone
a rezar sus oraciones diarias, las cuales son bastantes y bien “ritualizadas”, para poder hacer de
este día un buen día. Así, trata de llenarse de buenas vibras, sonreírle al mundo y a su
tratamiento, a su recuperación y a su salud, a pesar de lo mucho que le cueste. Internamente,
la Flaca sabe que estas oraciones son un ejemplo más de sus conductas obsesivas y rutinarias,
pero aun así las hace esperando que en el algún momento logre sentirse tan iluminada y segura
de que su recuperación es necesaria y que debe comprometerse con esta en vías de recuperar
su vida y su madurez.

Se toma su pastilla ansiolítica, la Clotiazepam más dos Sertralinas, media hora antes de su
desayuno (la primera y más rica de las comidas del día) y luego espera a que su Madre
despierte, ojalá lo más a la hora posible, para que le traiga esta primera comida. Su Madre se
ve que está agotada. Luego de la hospitalización en la clínica de la Universidad Católica, la cual
duró 9 días, ha sido ella quien se ha hecho cargo de los cuidados y comidas que debe consumir

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la Flaca en pos de recuperar sus huesos, sus músculos, su peso y su vida. Es decir, la Mami se
ha vuelto toda una enfermera cuidadora.

La Madre se levanta a duras penas y va a buscar el desayuno. La Flaca se prepara: ordena sus
cojines en la cama y los pone como una mesita para recibir ahí la bandeja con la comida.
Enciende la tele y pone el Warner Channel, ya que todas las mañanas ve un capítulo de The
Big Bang Theory mientras desayuna, aunque de primera deba mamarse un capítulo de Two
and a Half Man, el cual no le gusta por ser súper machista y ofensivo. Por suerte solo tiene
que ver el final de dicho capítulo.

El desayuno es un yogur con granola (mmmm…. Delicioso), un par de tostadas integrales con
quesillo y mermelada cacera de damasco (las cuales junta y se hace un sándwich agridulce que
le encanta) y un té con leche (calentito y reconfortante). Es bastante en comparación a lo que
comía antes, pero la Flaca, a pesar de lo mucho que le ha costado ir aceptando esta
realimentación de su cuerpo, se siente agradecida de poder gozar de una buena comida y una
rutina, cosa que antes no tenía ni hacía para nada. Ella goza su desayuno. Le gustaría que
incluso aquel el momento se hiciera cada vez más largo, ya que realmente lo disfruta mucho.

Luego viene el vacío. ¿Qué chucha hacer en estas dos horas de espera entre el desayuno y la
siguiente comida? ¿Qué hacer mientras espera su colación de un vaso de Ensure Advance?
(Vale decir, que éste es uno de sus suplementos alimenticios). Aquí es cuando la Flaca lucha
por no caer en la fiaca de dormirse y empieza a hacer cosas para sentir que “algo quema” de
lo que consumió al desayuno. Se levanta, hace un poco la cama (aunque normalmente “la hace
mucho”), ocultándose para que su mamá no logre pillarla en esto. La Flaca no debería hacer
la cama, ya que debe guardar el máximo reposo en pos de recuperar peso. Trata de moverse
lo que más pueda, de sentir ese movimiento. Luego, va a buscar su ropa al segundo piso
(tampoco debería hacer esto). Va al baño, se lava los dientes, intenta hacer del Nº 2 de nuevo.
Lo logra. ¡Yess! Vuelve a la pieza, ordena sus cojines, mira por la ventana, respira y trata de
avanzar en sus lecturas (ya lleva varias terminadas; hace tiempo que no leía tanto y de tan
variados temas). Le empieza a bajar el sueño con la lectura, pero aun así insiste. Cuando ya
han pasado unos 30 minutos como mínimo desde que desayuno, se viste y hace un par de
ejercicios a escondidas para poder quemar otro poco más lo consumido al desayunó y también
para prepararse para su siguiente comida. Esta es una rutina un poco graciosa, ya que se

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compone de saltos, estirar los brazos, caminar en la pieza enérgicamente de un lado para otro
varias veces y hacer un par de piruetas extrañas en la cama. Parece un juego de niñes. Algo
ridículo, pero preciso para que no la vayan a pillar. La Flaca igual se cansa. Siente como su
corazón se agita. Luego se calma, toma agua y ahora sí puede seguir leyendo, ya más tranquila
sabiendo que hizo algo de actividad.

A las 10:45 am llega el Ensure que le trae su Madre. La consciente. Su Madre la regalonea
mucho últimamente, le hace muchos cariñitos que a la Flaca le encantan. ¡Por fin puede gozar
de la atención, cuidados y regaloneos que tanto extrañaba de su Madre y de su familia! Es
como si volviera a hacer una niña pequeña otra vez. ¿Será una segunda oportunidad que le da
la vida para poder disfrutar de esto a los 25 años de edad? La Flaca se toma su Ensure y lo
disfruta. Si bien en un inicio le costaba tomárselo, ya que al ser un suplemento está cargado
con calorías, ahora lo disfruta, le gusta su sabor, su contextura y lo goza, a su manera, pero lo
goza. Luego el vacío nuevamente. Dos horas más para la siguiente comida: el almuerzo. ¿Qué
hacer? La Flaca se pone a leer otro poco. Le baja sueño. Cambia de actividad. Se pone a pintar
mandalas. Se aburre. Se le cansa la mano. Cambia de actividad. Medita un rato. “Ohm” …
¡Miles de pensamientos y preocupaciones se le pasan por la mente! ¡Puta que es complicado
meditar! “Ohm…” Y bueno, ya está. Se siente un poco más iluminada y sigue. Cambia de
actividad. Camina un poco por la pieza a modo de quemar lo del Ensure. Se cansa. Cambia
de actividad. Ve Netflix un rato. ¡Bien! ¡Al fin son las 12:30 pm! Momento para tomarse su
segundo Clotiazepam del día antes de su almuerzo.

Llega el almuerzo. Últimamente está tratando de comer en compañía de su familia. Le gusta


comer acompañada y al lado de su Madre y su Padre (sus hermanos están en el colegio durante
el día). Aquí la comida puede variar, puede ser arroz con tortilla o un budín de verduras con
queso, o tallarines con salsa, en fin, su madre ha estado muy creativa últimamente respecto a
las comidas de su hija. Se nota que ella también está disfrutando de este momento en que debe
cuidarla y velar por su salud en casa. La Flaca hace un par de oraciones en su mente antes de
comer, da las gracias al universo, se ilumina otro poco, y come lo más tranquilamente posible.

Se termina el almuerzo. Viene el vacío. ¿Y ahora qué hago? Se dice a sí misma. Faltan tres
horas para la siguiente comida. Para tratar de reposar, aunque sea una hora, pone Netflix y ve
un capítulo de alguna serie que pueda ser más o menos largo. Algo que la distraiga por una

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hora que sea antes de volver a levantarse y hacer un poco de sus “ejercicios ocultos” para
quemar parte de las calorías del almuerzo. Pasada la hora de reposo realiza sus ejercicios, ya
más suaves porque está más agotada. Luego trata de leer otro poco. Le baja sueño. Dice, ok
trataré de dormir un poco, y durante 15 minutos trata de descansar. Pero no puede, su mente
aun la controla demasiado y no le permite entregarse completamente a los brazos de Morfeo
para tomar una reconfortante siesta post almuerzo. Así que se mete a Instagram. Hace un par
de historias, revisa recetas de comidas que “algún día le gustaría tener el valor de probar”, habla
con sus amigas y amigos un rato por WhatsApp…. Se aburre. Ve Netflix otro poco hasta que
al fin son las 16:30 pm, y se toma su tercer Clotiazepam esperando la tercera comida del día y
la segunda de sus preferidas: la once. Aquí lo entretenido de la once es que sus hermanos ya
están en casa y la Flaca ama comer con ellos porque no deja de asombrarse con lo libres e
intuitivos que son para comer. Se sirven como tres panes con queso, palta, jamón, mermelada
o lo que sea y son felices. A mí me gustaría poder moverme así por la mesa y la comida, se
dice a sí misma mientras goza de esa libertad que no puede alcanzar aún. La Flaca come, por
lo general a la once, un par de tostadas de pan blanco con palta y ricota, y un postre de leche
(sémola con leche o panacotta o flanes de sabores). Estos últimos le gustan muchísimo. Ella
desde siempre ha tenido un diente dulce y ama los postres y se siente agradecida de poder
volver, poco a poco, a disfrutarlos.

Termina la once. Otra vez el vacío. Pero esta vez se hace menos extenso. Aquí ya la Flaca se
pega más rato a Netflix, o como lo ha estado haciendo más últimamente, teje. A crochet. Teje,
teje y teje. Teje bufanda tras bufanda cual Penélope que espera a su Ulises que regrese. Teje y
teje. Eso la relaja muchísimo y la sensación de tejer tranquila al atardecer es algo que le agrada
de sobre manera.

Por fin son las 20:00 pm y se toma su cuarto Clotiazepam del día. Ya viene la cena. Esta por
lo general la come en cama, pero de ser posible trata de poder calzar con su familia para poder
comer todes juntes. En serio disfruta mucho de comer en compañía. La cena de la Flaca se
compone de básicamente lo mismo que come al almuerzo. Una vez terminada la cena, la Flaca
ya está más agotada del día y se deja estar más. Ya no hace tantas actividades físicas, ya no hace
sus ejercicios, ya se suelta un poco más. Y la espera es más corta: una hora y media más para
su siguiente y ultima colación del día. Se pone pijama, le baja el sueño y espera ya más tranquila.
Habla del día con su Padre. Su Madre los acompaña a veces. Hasta que al fin son las 21:30

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pm y le toca su última pastilla, esta vez es una Olanzapina, la cual le ayuda a dormir mejor. A
las 22:00 pm su madre le trae su última colación: una leche caliente con cascara de naranja
para poder dormir más relajada. La Flaca se la toma acostada y al terminarla, lleva la taza a la
cocina, se lava los dientes, hace pipí, aunque no tenga ganas (porque si no se levanta a media
noche a orinar y ella odia eso porque le quieta horas de sueño), y vuelve a la cama. Hace un
par de oraciones de agradecimientos por este día vivido y se acuesta a dormir mirando hacia
el lado de su madre de quien tanto goza su compañía en el último tiempo.

¡Ay Flaca Flaquita! Si tan solo tu día no estuviera marcado y regido por lo que vas a comer y
cuándo y cómo lo vas a comer. Quizás así los días se te harían más entretenidos. O quizá les
podrías hallar un sentido, un sentido a tu vida más allá de cualquier otra banal distracción.

La Flaca Observa…
La Flaca observa… Observa y observa… Observa como todo el mundo pareciera desenvolverse
con total naturalidad e intuición frente a la comida. Siente envidia cada vez que se encuentra
presente ante esa desenvoltura. La anhela con deseo, con la necesidad de quien ha llevado
mucho tiempo restringiéndose a tal punto que ya es muy difícil volver atrás. El acto humano y
vital de alimentarse pasó a ser para ella una herramienta de control y sufrimiento con el fin de
alcanzar un objetivo dañino, el cual ella considero, al menos en un inicio, necesario para
alcanzar sus metas; para convertirse en la persona que siempre asumió que debía ser.

Sentados a la mesa, la Flaca observa y se maravilla cuando ve a sus hermanos pasar de un


alimento a otro, sin mostrar ningún cuidado o interés en las porciones o medidas, sin
preocuparse si quiera como luce lo que están comiendo: solo se lo echan a la boca. Grandes
mordiscos que hacen que el pan desaparezca en tres mascadas. Fascinante. Realmente
fascinante, piensa la Flaca. Ella, por su parte, mide cada porción cuidadosamente, y a modo
de poder fingir que está comiendo lo mismo que ellos, come lentamente, tratando de sentir
cada sabor, haciéndolo durar; parte su pan a la mitad para auto engañarse y sentir que
consumió más de uno, mientras realiza mordiscos pequeños, cuidadosos, y… Nada. Una
infinidad de cosas que hace y piensa en aquel momento la Flaca con el fin de poder sentir que
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no se está restringiendo, que está logrando superar esto, cuando en verdad la restricción está
ahí, y aún tiene miedo de lanzarse con todo a su recuperación.

¿Por qué será que me cuesta tanto entregarme por completo a mis deseos e intuiciones? ¿Por
qué seré tan cobarde? Se dice a sí misma la Flaca cada vez que siente frustrado su deseo de
comer o saciar algún antojo de algo rico que a ella la gusta o que le gustaría probar. Frustración
y auto sabotaje. Eso es lo que siente cada vez que, al verse comparada en otros, ve en ella la
cárcel que ella misma se ha construido.

Las pocas veces que sale en auto a sus controles con sus médicos tratantes, mira por la ventana
del auto hacia afuera y ve a la gente pasar y caminar hablando por teléfono, yendo a sus trabajos
o haciendo trámites. Ve sus cuerpos, ve si van comiendo o tomando algo y se compara y dice
¿Por qué yo no puedo hacer eso? Vivir tranquila con mi cuerpo y comer si lo necesito. Tener
una vida activa y fructífera. Sentirme bien y completa con lo que sea que esté haciendo. La
Flaca sabe que asumir todo eso de las personas que observa en la calle es asumir que todo el
mundo es feliz y que nadie tiene problema alguno, cosa que no es real, obviamente. Todes
tienes sus problemas. Pero realizar ese malgasto mental sobre que todo está mal en su vida, de
cierta manera le hace sentir placer. Un placer muy culposo por lo demás, pero placer en sí. Es
como si recién ahí se sintiera merecedora de cuidados y atención. Ella cree que debe sufrir
primero antes de “recibir” un “premio”, que en este caso sería la comida o los distintos
cuidados médicos que le están dando por su complicada condición. Es algo complejo de
explicar, ya que es un sentimiento retorcido y muy dañino. Pero está ahí. Existe. Ver o
imaginarse a los que la rodean felices y sin problemas la hace sentir lo suficientemente
miserable como para dañarse aún más, y cuando siente que ya no puede más de dolor (por no
comer y castigarse), recién ahí se siente con el permiso de poder comer y cuidarse según lo
necesite. La Flaca sabe que ya no quiere este pensamiento o modus operandi, sabe que ya
debe comenzar a pasar de él. Pero por otro lado es casi adictiva la fascinación que siente
cuando ve a la gente en la calle y a sus hermanos comiendo libremente y sin preocupaciones,
mientras ella es miserable. De alguna manera, es como si sintiera que por el solo hecho de
mirar como lo hacen, ella también lo está haciendo, y es libre.

Este pensamiento se retuerce cada vez más y más en su cabeza.

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Su mente la engaña haciéndola sentir libre con el solo hecho de observar y anhelar lo que otros
pueden y ella no. Aún no.

La Flaca en el Supermercado.

La Flaca en el supermercado es un chiste. Un chiste muy bueno. Un chiste tan pero tan bueno.
Es como si una conjunción de emociones, historias y sensaciones se agolparan en su mente y
en su corazón cada vez que la Flaca ingresa a un supermercado. Todas las posibilidades de
comidas que podría preparar para comer, para probarlas, es inimaginable. Vemos ahí cómo la
Flaca observa un nuevo queso untable para cocteles, para el pan o para derretirlo en una
deliciosa crema de verduras: se ve a sí misma, dentro de su imaginación, adquiriendo dicho
producto alimenticio. Piensa qué rico debe ser, qué buen sabor debe tener ¡Qué grande,
madura y autosuficiente me veo a mi misma comprándolo y luego llegando a mi casa para
prepararme una súper cena milenial, #veggiefever! Qué bien y que libertad se debe sentir el
poder comprar este especial queso untable para luego comerlo para mí ¡Y por mí!, se dice
mientras conversa consigo misma en la cabeza. Y así con un sin número de otras cosas.

La Flaca se pasea por los pasillos del supermercado, observa los productos que llaman su
atención o los que se le antojan, activando su apetito ya por tanto tiempo ignorado. Mira
detenidamente sus componentes, se aprende y memoriza la información nutricional,
(probablemente tenga una memoria fotográfica, ya que realiza todo esto de manera
impresionantemente rápida), sobre todo se fija en las calorías y las proteínas, de cada uno de
estos productos. Podría pasar horas simplemente vagando por los pasillos, analizando cada
producto, uno en comparación con otro, una marca en comparación con otra marca. Toma
uno, se queda pegada viéndolo y estudiándolo. Lo deja. Se pasea. Toma otro, lo estudia, se
imagina como sería su vida haciendo uso de esa carne de soja, de esa crema para el café, de
esos chips de papas fritas, de ese humus de garbanzos con merquén, de ese arroz, de esa leche
entera, de ese yogur griego natural endulzado, de ese cereal de fibra con frutos secos… y así la
Flaca vive una vida entera con cada uno de esos productos. Mira las frutas y verduras exóticas
y se imagina a sí misma salteándolas en su cocina chic junto a sus amigues que vienen de visita

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y comparten un buen vino, mostrándose ser unos adultes jóvenes felices y con toda su vida
resuelta.

Muchas veces la Flaca compra algo para poder comer, luego de haber estado largos minutos
en el supermercado estudiando y comparando un producto con otro igual, pero de distinta
marca o sabor o componentes, si era light, semi o totalmente descremado, etc. Y una vez que
se decide por uno y lo compra, busca un lugar tranquilo, ahí en la calle, a plena luz del día,
dónde poder comérselo. Y cuando lo hace trata de saborear lo que más pueda toda esa fantasía
que tuvo mientras meditaba su importantísima decisión. Trata de vivir ese momento con los
amigues, en su casa chic, #veggielife. Pero el producto, el alimento, se va lo suficientemente
rápido como para dejarle a la Flaca un sabor frustrado en el corazón. Ahí mismo. Justo en el
corazón. Y su mente comienza a atacar. Su peor enemiga. La hace sentir estúpida por si quiera
haber creído que algún día quizá, por el solo hecho de adquirir ese producto alimenticio, su
vida sería de la forma en que ella había imaginado. De todas maneras, sonríe. Nada ni nadie
le puede quitar eso a la Flaca. Ella sonríe. Siempre sonríe.

Otras veces, cuando la Flaca ha debido matar tiempo entre un trámite y otro, entra a los
supermercados, o a algún almacén, solo para entretenerse en algo un rato. Es como una
adicción. Solo para soñar, por unos minutos, una vida perfecta, entra y se pasea por el
supermercado. Y si algo la motiva lo suficiente, lo compra para eventualmente prepararlo en
su casa y ver que tal resulta. Pero por lo general solo se pasea y sueña con lo lindo que sería
poder comer todos esos chocolates, esos muffins, esas galletas, esas gomitas acidas, esos
pasteles, todo de manera libre, así como lo hacía antes de que su cabeza comenzará a hacerla
dudar sobre algo que nunca antes había puesto en duda: su cuerpo.

La Flaca nota como la gente la mira raro en el supermercado. “Qué rara esta niña”, “¿por qué
mira tanto las cosas?”, “andará robando” (quizá algún guardia ha pensado eso alguna vez, quién
sabe). La Flaca nota cómo la gente la mira con pena también; quizá hay algo en ella que
transmite esa pena. Bueno, la Flaca está muy Flaca, puede ser que también la gente note eso y
un poco deduzcan que es lo que hace ahí, por qué mira y mira la comida y no compra nada.

La Flaca sabe que no es muy sano que realice esta “actividad”, y cuando ya ha estado un buen
rato dando vueltas, dando la lata, en el supermercado, decide salir con ese mismo deseo

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frustrado, con esa misma sensación de insatisfacción, de que algo le falta en su vida. Pero, de
todas formas, sonríe. Nada ni nadie le puede quitar eso a la Flaca. Ella sonríe. Siempre sonríe.

La Flaca Quema.
¿Marihuana? No. ¿Se la han recomendado para que se relaje un poco? Sí. Pero ella quema.
¿Marihuana? No. ¿Ha considerado que esta hierva le pueda ayudar a relajarse un poco,
aunque fuese solo un poquito? Sí. Pero ¿quema marihuana? No. ¿La ha probado? Sí. ¿Le ha
gustado? No. A decir verdad, es más el miedo el que le tiene, ya que en una ocasión le
sobrevino una pálida tan grande que prometió no volver a consumirla nunca más. Pero ella
quema… pero no es marihuana. La Flaca quema calorías. Sí. Calorías. Eso es en lo único que
piensa todo el día: quemar, quemar, quemar, quemar, quemar, quemar, quemar… La Flaca
quema calorías y piensa todas las formas posibles que tiene, o que podría tener, para poder
sentir que quema las calorías que consume, sobre todo ahora que ha comenzado su
tratamiento intensivo de recuperación y rehabilitación de su cuerpo. Y de su mente, pero creo
que eso ya se da más por sentado. En fin, es raro pensarlo así, pero pareciera ser algo
incoherente el hecho de que justo ahora, mientras más inmersa está en su recuperación y
tratamiento, más piensa en quemar calorías y contrarrestar, de alguna forma, las consecuencias
de subir de peso debido a toda la ingesta de comida que debe consumir a modo de sanarse y
recuperar su vida. Es como si estuviera dividida en dos: una parte quiere salvarse, pero la otra
quiere boicotear todo el tratamiento con el objetivo de mantenerse en un estado precario y
lamentable. Incoherente, pero es así, la Flaca quema.

Ella piensa todo. Piensa en cómo podría quemar, aunque sea una caloría caminado un poco
desde la cama al baño, o al momento de subir la escalera para buscar algo del segundo piso de
su casa, para luego poder volver a bajar y seguir quemando, aunque sea un poco… un poco
más.

La Flaca lucha por no sucumbir ante estos deseos dañinos de querer quemar lo que consume,
es una lucha constante, y muchas veces logra vencerlo, pero tantas otras, cae en la tentación y
se mueve… un poquito más… para quemar… un poquito más.

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Es difícil luchar contra la mente de la Flaca, pero desde que está más enfocada en su
tratamiento de recuperación, ha logrado salir más victoriosa de esta lucha. Pero aún continua
ese deseo de quemar, aunque sea leve y disfrazado. ¿Marihuana? No. ¿Calorías? Sí.

¿Cuándo cesará esta agonía del quemar? No… sabe. ¿Paciente? Sí. Trata de serlo. ¿Lo logra?
La mayoría de las veces sí. Qué bueno.

La Flaca quema. Y quiere comenzar a quemar ya estos pensamientos. Quemar su propia


mente.

La Flaca va al Hospital.

Aquel día la Flaca se levanta un poco encañada y cansada: la noche anterior había sido la
titulación de sus dos mejores amigos y había salido con ellos a celebrar a plaza Ñuñoa.

En la mañana siguiente, tiene hora con una nutrióloga nueva. Hasta el momento no ha ido a
control con una nutrióloga porque le aterra lo que le puedan decir. Tiene miedo (y un poco
también porque ya lo sabe) de que le digan que debe internarse. La Flaca, con lo delgada que
esta, y con lo deplorable de su condición, sabe que es una gran posibilidad. Va a la consulta
de la nutrióloga con miedo. Está cansada y nerviosa. Siente como sus piernas, agarrotadas por
el desgaste muscular que padece, no pueden moverse más rápido, cuando camina junto a su
madre y a su padre hacia la salita de espera donde está la consulta de la doctora.

Cuando la llaman, su madre intenta entrar junto con ella, pero la Flaca, ingratamente, la detiene
en la puerta y le dice que entrará sola primero. La madre insiste ligeramente, pero la nutrióloga
intercede y dice “déjela, si ella ya es adulta”. Si tan solo supiera el vuelco que darían las cosas.

La Flaca da toda su introducción del por qué ha venido. La nutrióloga la escucha. La nutrióloga
la pesa y la revisa completamente. La nutrióloga le dice que su caso es de una severa
desnutrición. La nutrióloga le dice que lo mejor es que debe internarse a la brevedad. La Flaca
lo piensa. Lo considera un momento. Parece que sí. Parece que, llegados a este punto, sí es
mejor que me interne, se dice para sus adentros. Luego le aviene el miedo. La doctora hace

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entrar a su mamá. La madre entra. La nutrióloga le dice exactamente lo mismo que le había
dicho a la Flaca y más. La madre llora desesperada diciendo que ella ha tratado de hacer lo
mejor que ha podido para ayudar a su hija. La madre dice que ella cocina, que le gusta cocinar
para su familia y describe la impotencia que siente por no lograr conectar con su hija para que
ésta se alimente de ella, de su madre que la ama. La Flaca mientras la escucha, solloza
silenciosamente mirando a través del ventanal que se haya detrás de la nutrióloga. Sabe que ha
sido ingrata con su madre y con quienes la rodean al resistirse a los cuidados de éstos, y al
querer hacerse daño de esta forma: sin comer nada. Siente culpa y vergüenza por hacer pasar
a su madre por esto. Solloza más, en silencio. La nutrióloga insiste en que lo mejor es la
internación y le dice a la Flaca algo que la hace, de cierta forma, despertar y entregarse hacia
lo inminente. Le dice: Ríndete. Ya lo has intentado lo suficiente haciéndolo sola. Ahora ríndete
y acepta los cuidados que te ofrecen los que te rodean. Aquellas palabras generan un eco tan
profundo en la Flaca, que termina por aceptar, y dice sí, estoy dispuesta a internarme si eso es
lo mejor.

Al salir de la consulta, las espera afuera el padre. Caminan un poco hacia el ascensor y la madre
se descompone nuevamente. Llora de manera desconsolada. El padre la abraza. La Flaca
observa, pero ya no llora. Sabe que está haciendo sufrir a sus padres. Tiene un poco de miedo
por la internación, la cual, de momento, no sabe cuándo será. Pero ya no llora. Se mantiene
fuerte. O eso cree que está haciendo. Esta inmutable.

Ya en el auto, se detienen a comprar en la farmacia un remedio para aumentar el apetito que


les había recetado la doctora antes de salir. Se baja solo la madre y el padre aprovecha ese
momento para hablar con la Flaca y decirle lo mucho que esta situación los está afectando. Le
describe, con los ojos llorosos, cuánto le afecta a él como padre verla así de delgada, así de
frágil. La Flaca llora nuevamente, pero manteniendo la compostura. Pide perdón por hacerles
pasar por esto.

Cuando llegan a la casa, la Flaca tiene una sensación extraña de protección. Siente de manera
inconsciente una liberación y un goce frente al hecho de que ahora sea su madre quien le va a
cocinar su almuerzo y quien la va a cuidar. Almuerzan los tres juntes. Luego la Flaca se va a
dormir una siesta. Sigue cansada por la noche anterior, pero también el remedio para aumentar

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el apetito tiene como efecto secundario el aumento del sueño. Así que, por primera vez en
meses, la Flaca logra dormir una siesta profunda de casi tres horas.

Al despertar, media ida por la profundidad de su descanso, el ambiente de la casa ha cambiado.


Todo pareciera estar más denso y pesado. La Flaca escucha llorar a su madre en la cocina. La
Flaca se asusta. Algo le pasó a mí tata, piensa rápidamente, ya que éste llevaba ya unos días con
algunos problemas de salud. La Flaca tiene ese extraño y helado presentimiento de que algo
malo ha pasado. Su padre sube al segundo piso con una expresión de fatalidad en la cara. La
Flaca sabe que hay malas noticias. El padre tranquilamente le dice “ármese un bolso con una
muda de ropa. La psiquiatra llamo y dice que debemos hacer la internación a la brevedad”. La
Flaca asiente. Sabía que esto iba a pasar, pero no sabía que sería tan pronto. Así que, sin darle
muchas vueltas, asiente. La internación se hará ahora, ok, sin miedo, acepto lo que sea que se
me venga, se dice para sus adentros. Con un leve escalofrío y nerviosismo en su cuerpo, se
dispone a preparar un bolso con una muda de ropa, toalla, algunos artículos de aseo, y por
qué no, un par de pinches y accesorios.

La Madre sigue llorando en la cocina en el primer piso. La Flaca la escucha decir “¡Cómo va
a estar allí sola!”. La Flaca sabe lo que se le viene, y lo acepta. Se va a internar. Lo único que
no quiere, se dice a ella misma, es que la entuben. Eso sí que no, eso sí que le da miedo. Llama
a su psiquiatra y le pregunta más o menos en qué consiste esta internación hospitalaria y para
saber si la iban a entubar o no. La psiquiatra la tranquiliza y le dice que, a menos que ella se
resista a recibir los alimentos y las minutas de realimentación que le darán en el hospital, no la
iban a entubar. La Flaca se siente un poco más tranquila.

Son las 7:00 pm de la noche. Se dirigen en el auto hacia el hospital de la Universidad Católica
en Marcoleta. El ingreso debe hacerse por urgencia le dice su madre. Al llegar, la Flaca se
sorprende al ver que ya están ahí esperándola su abuela, su tío y su prima. La Abuela llora y
abraza a la Madre. La abuela llora y abraza a la Flaca y le dice que todo estará bien. El Tío
llora más en silencio, pero llora igual. Abraza a la Flaca. Ésta se da cuenta del impacto que ha
causado su condición a su familia. No lo puede creer. Le toma trabajo considerar que, a pesar
de que ella se siente “bien”, de que puede caminar y moverse sin problemas, se encuentre en
una situación tan crítica. Cómo puedo estar en tanto riesgo si puedo moverme, se dice en la

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mente constantemente. Siente culpa por no lograr comprender bien la situación, el susto y el
llanto de su familia.

Pasan alrededor de tres horas de espera. Llega otra prima más, junto a su polola, para
acompañar a la Flaca mientras esperan a que la llamen. Esto le gusta a la Flaca, ya que se
mantiene entretenida junto a ellas mientras esperan. Alivianan un poco más el aire.

Llaman finalmente a la Flaca. Entra al triage junto a su madre. La enfermera, al verla, le dice
que está muy flaca; la examina y le dice a la Madre que para la hospitalización hay un precio
que pagar antes y después de ésta. Da la cifra. Tres millones de pesos para cuidados básicos y
cuatro millones de pesos por si después me derivan a cuidados intermedios. La Flaca se
estremece. Sabía que esto sería caro, pero de ahí a escucharlo, y sabiendo la complicada
situación económica en la que se encuentra su familia, la hace sentir culpable por haberse
permitido, conscientemente, llegar a este extremo. Ella quería hacerse este daño. Ella quería
hacer sufrir a su cuerpo, así fue cómo canalizó toda la rabia y frustración que sentía por no
lograr las metas que se había puesto en su vida, por no obtener finalmente lo que quería. Y
ahora siente culpa. Culpa por haber llegado tan lejos y hacer sufrir a sus padres. Esta es la
primera vez que la Flaca se dice a si misma verdaderamente ya no más, ya llegué a lo más bajo.
Ahora me debo entregar a lo que se me venga para hacer valer lo que está haciendo mi familia
por mí. Al salir se despide de sus primas y la dirigen a una habitación en donde la examinan
los doctores de turno. Le tocan sus huesos. Escuchan su corazón. Le hacen preguntas, ¿por
qué estás aquí? ¿sientes dolor?... Luego la trasladan a otra habitación. Le sacan la ropa y
guardan todas sus pertenencias en una bolsa. Le inyectan un catéter y le sacan las primeras
muestras de sangre de los tantos miles que le sacaran en los días siguientes. El catéter le aprieta
y ya empieza a sentir hambre.

Son cerca de las 1:00 am. La Flaca está tranquila. El aceptar la situación que está viviendo y
“rendirse”, como le dijo la nutrióloga en la mañana, le ha dado una extraña sensación de paz
y agrado en todo este asunto.

Su Abuela y su Madre llegan a buscarla, se ven cansadas, y la ayudan a ponerse la camisola


clásica de los hospitales. La Flaca tiene hambre y pregunta cuándo podrá comer algo. Nadie
sabe nada.

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Luego la hacen acostarse en la camilla y la trasladan finalmente a su habitación en el sector de
cuidados básicos. Es una pieza agradable. La cama se ve y se siente un poco incomoda. El
catéter le sigue doliendo. La Flaca cada vez está más entregada a aceptar y dejar que todo lo
que tenga que pasar de aquí en adelante, pase.

Son cerca de las 2:00 am. Su Abuela se ha quedado con ella a pasar la noche. La Madre se ha
encargado de coordinar el tema del pago de la hospitalización y se ha ido a la casa a preparar
cosas para ella (será ella quien se quede la noche siguiente con la Flaca en el hospital) y a
ocuparse de los dos hermanos de la Flaca que han quedado solos en la casa por horas. La
Flaca sigue con hambre. Han pasado demasiadas horas sin comer nada. Pregunta a la
paramédico que les ayuda a instalarse si puede comer la mitad de un pan con queso y un
Ensure que tiene en su mochila. Ella responde que mientras no venga el doctor a revisarla, no
puede comer nada aún.

Son las 3:00 am. El doctor internista llega finalmente a evaluar a la Flaca. Es muy simpático y
joven y la Flaca advierte inmediatamente un alma amiga en él. “Yo soy el doctor de turno,
mañana vendrá el doctor encargado a verte, pero igual te seguiré viendo junto con él”, le dice.
Hace varias preguntas a la Flaca de por qué está aquí, hace cuánto que ha experimentado los
síntomas de la anorexia, y le pide que le comente algunas situaciones cotidianas en donde haya
sido extremadamente restrictiva con ella misma.

El doctor es muy amoroso y me cae muy bien, se dice a sí misma, y solo para asegurarse de
que todo andará bien, le vuelve a preguntar, una vez más, si la van a entubar o no. Y la respuesta
nuevamente es No. La Flaca suele hacer siempre muchas preguntas para asegurarse de las
cosas y evidentemente esta no es la situación para hacer la excepción.

Por fin, una vez que el doctor le dice que puede comer, la Flaca saca su medio pan con queso,
su Ensure y come vigorosamente para satisfacer su hambre.

Ya se disponen a dormir junto con su Abuela en la habitación, cuando llega una bandeja con
comida para la Flaca. Dicen que perdón por la demora, que siempre que llegan nuevos
pacientes se les da una comida al llegar. La Flaca se estresa al pensar que debe comer de nuevo,
porque, independiente de lo removedor que ha sido toda esta experiencia, la voz maldita del
control, los cálculos y la restricción siguen ahí. La enfermera y su Abuela le dicen que no hay

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problema, que, si ya comió, que lo deje ahí. No consideran que detrás de esa negativa, la Flaca
está restringiendo fuertemente. Pero ya están cansadas y la Flaca y su Abuela deciden dormir.

Ahí en la oscuridad de la habitación y con el catéter aun apretándole el brazo, la Flaca piensa
en todo lo acontecido en este día. Piensa en cómo ha cambiado su vida al tomar esta decisión
de internarse. Piensa en cómo ha afectado todo esto a su familia. Piensa en el riesgo que dicen
que tiene su vida y que a ella aún le cuesta ver. Piensa en todos los cambios que se le vienen y
que deberá afrontar. Piensa en todo el tiempo que intentó solucionar esto sola y en lo
acompañada que se siente ahora que ha permitido recibir la ayuda de su familia. Piensa en lo
frágil que está su cuerpo. Piensa que, aunque le cueste creer en el riesgo que corre su vida, no
quiere morir, al contrario, quiere vivir plenamente y con libertad. Con este pensamiento cierra
los ojos y, finalmente, se duerme.

La Flaca y la Ansiedad.

Se mueve, se mueve, se mueve. No puede quedarse tranquila. Tiene ansiedad. La Flaca en


este momento tiene ansiedad, y se mueve. Se mueve para allá y para acá buscando qué hacer
para poder matar el rato y no sentir hambre, para no estresarse pensando cuantas horas
pasarán hasta su siguiente comida. Porque sí, esta vez, la Flaca quedó con hambre luego de
comer, y eso la estresa, y la aterra. ¿Cómo pudo quedar con hambre? No debería sentir
hambre aún. No, esto no debería ser así, esto no tendría que ser así. No, esto no es normal.
Debe haber algo mal conmigo ¿qué hago? Se dice mentalmente. Su mente la tortura. Piensa
en comida, pero se dice que no, que debe esperar un par de horas más. Trata de leer un libro.
Se relaja un rato. ¡Pero ya! Ese rato pasó. ¿Y ahora qué? Ver una serie. ¿Ve un capítulo de
Braking Bad o de The Big Bang Theory? Por un lado, los capítulos de Braking Bad son más
largos que los de The Big Bang Theory, por lo que podría matar más tiempo con un capítulo
de esos. Pero, por otro lado, la Flaca no está de muy buen humor como para ver al pobre
Walter White debatirse entre el bien y el mal. Eso, sumado a lo que la “cocción” y el tráfico
de metanfetaminas pueda significar, no parecen ser una muy buena opción. Así que decide
ver un capítulo de The Big Bang Theory, ya que más que mal la relaja ver algo en donde las

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personas viven sus problemas cotidianos con esa ligereza de humor y sentido. Ve un capítulo.
Ve otro capítulo. Y, ve otro capítulo… ¡Wow! Estuvo entretenido. ¿Y ahora qué? Aún le
quedan 15 minutos más a la Flaca para tomarse su ansiolítico de la comida, para luego esperar
sus 30 minutos requeridos para este fármaco, hasta que al fin pueda comer su siguiente comida.
Está ansiosa. Está muy ansiosa. ¿Se fumaría un cigarro? Piensa. Lo ha hecho otros días en los
que ha sentido que la ansiedad la abruma, como ahora, y le ha servido, algo, por lo menos
para matar un par de minutos más y hacer que el tiempo pase un poco más rápido. Igual se
fumaría un pucho. Siempre escondida, claro está, porque le da vergüenza que sus padres se
enteren. Fumarse un pucho a escondidas significa encerrarse en el baño del segundo piso,
meterse a la tina, cerrar la cortina de la ducha, abrir la ventana, fumar ahí tranquilamente
tratando de que todo el humo salga para afuera, hablar por WhatsApp con algún amigue,
terminarse el pucho, envolverlo en un papel confort, botarlo al basurero, rociar el baño entero
con los tres distintos y fuertes perfumes de hombre que dejan sus hermanos en el baño. Luego
lavarse las manos, enjuagarse la boca con pasta de dientes, salir del baño mientras deja la puerta
cerrada con la ventana abierta para que se disipen todos los olores, ir a su pieza, rosearse con
su propia colonia por todas partes, y, por último, ponerse un chaleco encima para cubrir
cualquier olor a tabaco que haya quedado impregnado en su ropa.

Pensar en hacer todo eso, muchas veces, le quitan las ganas de fumar más que incentivarla a
hacerlo para calmar su ansiedad. En esta ocasión decide ser fuerte, no fumar y aguantarse su
ansiedad. Además, vale decir, que siempre se siente un poco culpable luego de hacerlo por
todo esto de esconderse, que ya más o menos se entendió. Así que sí, la Flaca sigue ansiosa.
¿Qué pasaría si un día se dejase llevar completamente por su instinto de hambre y comiera
hasta que real y sinceramente se sintiese saciada? Quizá no pasaría nada de malo, piensa ella
para sus adentros. ¿Qué tanto cambio podría generar en mi cuerpo si lo hiciera solo una vez?
Pero luego viene el temor de que, si se lo permite solo una vez, luego no podrá parar nunca y
lo hará siempre, y entraría en un caos de atracón bestial a un nivel que solo ella logra
imaginarse. Pero no, lo más probable es que no pase nada de malo… Así es, es lo más probable.
De todas maneras, la Flaca concluye que no piensa hacerlo en este momento. No, este no es
el momento para hacerlo. Bueno, siendo muy sincera, nunca lo es. Todo intento queda
finalmente en su imaginación. En su cabeza. En la vida real no se atreve a hacerlo. Aún no.

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Y la Flaca sigue con su ansiedad. ¿Es hambre o ansiedad? Aún no logra distinguirlo del todo.
De todas formas, puede decirse que el hambre le genera ansiedad, o sea que tendría un poco
de los dos. Sí, esa es una respuesta razonable.

Finalmente, llega el momento de su siguiente comida, así que la Flaca puede dejar de moverse
sin rumbo por un rato para comenzar a moverse con sentido. ¿Qué quiere decir esto? Que
comienza a moverse en razón de prepararse para comer, y eso le agrada y la tranquiliza. ¡Ah!
(exhala) ¡Qué rico que finalmente voy a hacer algo con sentido!, se dice a sí misma.

El nerviosismo y la ansiedad desaparecen por un instante. Se siente tranquila y trata de abrazar


este momento lo que más puede; trata con todas sus fuerzas de vivirlo en presente y apreciarlo.
Quizá trata demasiado fuerte, porque rápidamente el momento se acaba y ya vuelve la ansiedad
de nuevo.

Espera un momento y comienza a moverse.

La Flaca y los jeans.

Hace tiempo que no usaba jeans, se dice a sí misma. Puedo notar cómo me están volviendo a
quedar bien, cómo estoy volviendo a encajar en ellos. Ya no necesito de un cinturón, o por lo
menos, ya no es lo fundamental para poder sostenerlos. El trasero luce un poco mejor, eso le
gusta a la Flaca, pero al mismo tiempo la asusta. Le asusta, pero le gusta, aunque, en realidad,
más le asusta. Está comenzando a perder todo eso por lo que tanto trabajó: llegar a ser
esqueléticamente flaca: pensó que de esa forma los problemas de su vida se resolverían. Ese
es un pensamiento muy patógeno, se dice a sí misma. Pero no puede negar de que está ahí, de
que aquel pensamiento existe.

Sus doctores le han dejado la tarea a la Flaca de volver a usar más seguido jeans, aunque esté
todavía relegada a estar hospitalizada en la casa. Estaba usando principalmente calzas de yoga
porque se sentía más cómoda con ellas, pero debido a los leves cambios que ha tenido su
cuerpo por el proceso de realimentación en el que se encuentra, estás calzas ya le empiezan a
incomodar. Además, le dice a su psicóloga que debido a estos mismos cambios, le aterra volver

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a usar otro tipo de pantalón, sobre todo sus clásicos jeans apitillados. Lamentablemente al
establecer esto, la psicóloga encuentra perfecto el volver a usar jeans algunos días de la semana
para ir re acostumbrándose a su cuerpo y, por sobre todo, a aceptarlo. Por la cresta, dice en
su mente la Flaca. Sabe que esto le va a generar más presión y catarsis en los días que se le
vienen.

La Flaca está agotada. Está agotada de vivir tantas catarsis en el último tiempo. Su cuerpo está
cambiando, y vive de impresionarse y asustarse con cada uno de estos cambios. No solo le
aumentan los alimentos a incorporar en su minuta a cada control que asiste, si no que ahora,
además, va a tener que poner en práctica el usar ropa que se ciñe de manera más incómoda a
su cuerpo: sabe que éstas le apretarán más el abdomen y mostrarán más su trasero. No, no
quiere ver ni sentir eso en su cuerpo, aún no. ¿Tendrá que esperar a estar lista o, debe lanzarse
y enfrentar su miedo a la cara? Todo esto genera catarsis en ella. Mi cuerpo está volviendo a
ser mi cuerpo, se dice mientras se mira en el espejo. Y aunque esto es algo positivo, y una parte
de ella está satisfecha o alegre con que ya pueda modelar mejor sus jeans, hay otra parte que
está asustada por ver recuperar ese cuerpo que le acarrea un sin número de responsabilidades
y situaciones que tiene miedo de volver a enfrentar.

Pero se mira en sus jeans y se agradece, o por lo menos, intenta hacerlo. Se motiva a si misma
a poder apreciarse tal cual es. Eso la relaja un poco y acepta, acepta ponerse esos jeans y
enfrentar el miedo de volver a ser ella misma.

La Flaca en el Hospital.

Todos los días a las 6:00 am de la mañana, entra a la habitación de la Flaca la enfermera del
turno de la noche para sacarle una muestra de sangre y así poder seguir chequeando como va
respondiendo su cuerpo y sus órganos a la realimentación. La Flaca, media dormida aún, saca
el brazo que se encuentra libre de catéter (ya que el que sí está con este, se encuentra muy
inflamado y adolorido por estar conectado a un concentrado vitamínico intravenoso) y deja
que la pinchen donde sea que les resulte más cómodo, fácil y rápido. Siempre les cuesta un
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poco poder encontrar las venas de la Flaca e incluso, una vez que las encuentran, resulta
complejo hacer que la sangre fluya o sea bombeada con suficiente fuerza hacia los tubos de
muestra. Realmente su corazón está muy sobre exigido y agotado.

Una vez finalizado esto, la Flaca vuelve a meter el brazo adolorido y todo agujereado debajo
de las sabanas, y trata de dormir un poco. Esto es imposible, ya que, al poco rato después,
entra a la habitación una de las Tens de turno para hacerle el chequeo matutino. Le toma la
presión con una banda de niños para que logré ajustarse bien a sus delgados brazos. Le pincha
un dedo para ver los niveles de azúcar y le toma la temperatura. Para esto último, la Flaca ya
tiene toda una técnica aprendida: como no puede sujetar bien el termómetro en su axila,
debido a lo delgada que está (es decir, no tiene grasa ni carne suficiente en esa zona para
sostener nada; es solo un hoyo huesudo), la Flaca lo que hace es ponerse de costado hacia el
lado de la axila en donde tiene el termómetro. Así deja que su propio peso y el poder de la
gravedad haga lo suyo.

Luego de que la Tens sale de la habitación la Flaca intenta dormir un rato más, pero ya no
puede. Comienza a pensar en su desayuno y en las casi dos horas que faltan aún para que se
lo traigan. Las horas que hay entre la última comida del día anterior y la primera del día
siguiente que tiene la Flaca son muchas y muy largas, así que es natural que apenas se despierte,
sienta hambre y, porque no, un poco de ansiedad.

Su abuela, que se ha quedado con ella por esta noche (por lo general es su madre, pero esta
noche ha sido la abuela la elegida para quedarse), se ha despertado también y comienza a
hablar ávidamente sobre el calor que hace en la pieza, en las ganas que tiene de ir al baño y en
lo amorosas que son las enfermeras y las Tens. La abuela de la Flaca es todo un personaje y
eso hace que ella la quiera y la aprecie aún más, porque es una persona única en su especie.
Ya, para qué estamos con cosas, ¡Es la mejor abuela de la VIDA! Aunque en algunos
momentos puede ser un poco irritante por su constante conversación consigo misma, es una
muy buena mujer, y luego de haber cuidado ya tantas veces a su esposo (el querido Tata de la
Flaca) en el hospital, ya posee una cierta expertis y soltura en el trato con los funcionarios y
doctores del hospital (o de los hospitales en general). Se sabe todas sus mañas y se desenvuelve
en éste como si fuera su segunda casa. Eso le da mucha tranquilidad a la Flaca.

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El desayuno siempre se tarda un poco más en llegar. Debería estar a las 8:30 am, pero siempre
llega tipo 8:35 u 8:40. Esos minutos de más estresan a la Flaca, ya que es muy preocupada con
cumplir sus horarios con exactitud, considerando además que el fármaco, Clotiazepam
(ansiolítico que la ayuda a poder enfrentarse con más tranquilidad a los alimentos), debe
tomarse media hora antes de cada comida, y a ella le carga pasarse de ese rango de tiempo. El
desayuno, al llegar, es maravilloso. La Flaca hace tanto tiempo que no come comida real ni
alimentos que la satisfagan que, a pesar de que la comida de hospital es desabrida y de que no
tienen muchas opciones de tipos de alimentos, se siente profundamente agradecida y
reconfortada cuando ésta llega, aunque muchas veces ella trate de ocultarlo. Come con lentitud
porque se cansa: su corazón y su respiración se ven exigidas al realizar esta actividad. Los
doctores dicen que es normal sentir ese agotamiento durante el inicio de éste proceso de
alimentación: su cuerpo se está readecuando a la actividad del comer. Pero a pesar de este
cansancio, come alegre y con ganas de comer, incluso hasta hay veces en que queda con
hambre. Qué extraño es para ella el volver a reencontrarse con esa sensación.

Su desayuno se compone de dos triángulos de pan blanco (alimento al cual la Flaca le tenía
pavor antes de internarse, pero que aquí en el hospital ha debido hacerse a la idea de
simplemente comérselo), una porción de quesillo, un potecito pequeño de mermelada, una
taza de leche con té y un yogur. Lo disfruta con lentitud mientras mira la televisión junto a su
abuela, quien ya ha ido a buscar su propio desayuno para poder acompañar a su nieta a comer.
La Flaca goza de comer acompañada de alguien o incluso de saber que hay alguien más
comiendo con ella. No entiende bien el por qué eso la tranquiliza.

Terminado el desayuno se dispone a ducharse, pero antes trata de ir al baño. Y con eso me
refiero a que sí, trata de hacer del Nº dos, y como ya hemos visto en aventuras pasadas, éste
un gran obstáculo en su día. Por alguna razón que no entiende, y considerando toda la comida
que está ingiriendo en el hospital, no puede ir al baño, es como si su intestino estuviera
dormido y no quisiera moverse para no gastar nada de lo que consume. Por lo menos así lo
imagina ella. Hoy tampoco ha podido “obrar”, como bien dice su abuela.

Las duchas son incómodas pero reconfortantes. Incomodas porque debe hacerlo con la ayuda
de su abuela y de una enfermera, ya que sus brazos están inflamados por tantos pinchazos, los

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cuales, junto al catéter, hacen que le duelan mucho, y reconfortantes porque le sirve para
sacarse la embriaguez de las sabanas y de la camilla donde duerme.

Luego tiene un tiempo libre antes de su siguiente colación, así que conversa un rato con su
abuela de cualquier cosa o banalidad de la vida. Tienen su rato de Small Talk. La Flaca disfruta
mucho de pasar tiempo con su abuela. ¿Ya dije que es la mejor abuela de la VIDA? Bueno,
lo es. Es muy chistosa además, pero no porque se tire muchos chistes, sino porque su forma
de ser es muy particular y única.

Al poco rato pasa el equipo de médicos internistas a chequear cómo se encuentra la Flaca hoy
y como va avanzando en su tratamiento. Todos los doctores son jóvenes, y aunque la Flaca
está enferma y sienta su cuerpo cansado y dañado, no deja escapar esta oportunidad, y no
escatima en coquetería. Oye si ya estoy aquí, en algo me tengo que entretener, dice
constantemente a su abuela y a quienes la visitan. Hay un doctor en particular, del sector de la
UTIM (Unidad de Tratamiento Intermedio Médico; sector al que la derivan una vez que los
médicos deciden que es lo mejor para tenerla más controlada debido a la severidad de su
desnutrición) que le gusta mucho. Todos se ríen cuando él entra porque la Flaca sin ningún
escrúpulo le habla y se deja revisar cómodamente por él. Incluso le dice que es actriz y trata
constantemente de mirarle a los ojos. O sea, no voy a mentir. Está muy gueno ese doctor. En
mirar no hay pecado y si salgo con marido de acá no estaría mal, les dice a todos.

Una vez que los doctores se van. Llega la colación de media mañana que por lo general es una
fruta, y al poco tiempo de terminársela, entra en la habitación el otro equipo de doctores, el
de nutrición, para hacerle también un chequeo de su tratamiento. Este equipo eso sí, está
formado principalmente por mujeres, y aunque la Flaca no se cierra a la posibilidad de que le
pueda gustar una mujer en algún momento de su vida, sabe que ése momento no es éste
momento. Hablan un poco de las calorías que va consumiendo por día y cómo las va
recibiendo su cuerpo. Luego de que se van, llega al poco rato solo la nutricionista, encargada
de ver bien las minutas, y le pregunta a la Flaca, dentro de los parámetros que dejan indicados
las nutriólogas, qué cosas le gustaría comer. Ella ya sabe que la Flaca es vegetariana, así que
respeta esa decisión y le pregunta si no tiene problemas con las comidas opcionales (que son
principalmente tortillas de distintos tipos) para adquirir la proteína que necesita.

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Entremedio de todo ese ajetreo, llegan las Tens y las enfermeras de turno, las cuales se
presentan, y se disponen a chequear nuevamente a la Flaca para ver que todos sus signos vitales
se encentren bien y estables (esto lo van haciendo cada dos horas). La Flaca además del catéter
que tiene enchufado a su brazo, por donde le inyectan un denso complejo vitamínico, está
conectada a unos dispositivos, que no tiene la menor idea de cómo se llaman, que van en su
pecho para seguir la actividad de su corazón. Debido a esto, siempre es un poco incómodo
cuando llegan a revisarla.

Más tarde, llega el almuerzo. A la Flaca ya le han dado media hora antes su Clotiazepam, y se
dispone a disfrutar de sus alimentos. Por lo general, es arroz o fideos o papas, con una tortilla
de acelgas o zanahorias, con un poco ensalada y fruta de postre. Como ya dije, la comida no
es la mejor que haya comido, pero la Flaca, a causa de su hambre, la que podríamos denominar
como “ancestral”, por pasar tanto tiempo sin comer de manera apropiada (prácticamente
comía aire la mayor parte del día), la disfruta a concho y siente un profundo agradecimiento a
través de su cuerpo por poder tener la posibilidad de comer comida de manera más recurrente
y rutinaria, sin pasar tanta hambre entre una y otra.

Una vez terminado el almuerzo, la Flaca alcanza a reposar solo unos minutos antes de que
pasen, esta vez, el equipo de psiquiatría, quienes también le hacen un chequeo para saber
cómo está. Aquí por lo general tienden a demorarse un poco más porque hablan en privado
con la Flaca para que ésta les cuente cómo se ha estado sintiendo en este proceso y como ha
estado recibiendo, mental y emocionalmente, el tratamiento. Luego salen a hablar con los
padres de la Flaca (los que han llegado tipo hora de almuerzo para hacerle compañía y darle
un relevo a abuela), para comentar su opinión médica respecto a su caso. Aquí la Flaca no
tiene idea de lo que hablan, pero supone que no debe ser muy distinto de lo que le han dicho
a ella. Vale decir que estos doctores tampoco causan gran revuelo atractivo y sexual hacia la
Flaca. Así que sí o sí, su number one en la lista de los doctores más hot del hospital, sigue
siendo aquel médico internista del sector de la UTIM. ¿Tendrá novia?

Como a media tarde llegan visitas. Amigos y amigas, tíos y tías, primos y primas de la Flaca
que vienen a visitarla para saber cómo está y para hacerle compañía en estos momentos
difíciles. Esto le agrada mucho a la Flaca porque se entretiene hablando con todes, pero en
cierto punto se agota y siente como su cuerpo (que se está reeducando en digerir alimentos) se

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llena de aire de tanto hablar y se hincha. Pero le hace bien recibir visitas. La hacen sentir
importante para quienes la rodean, y no por un tema narcisista, sino más bien ella lo ve como
una inspiración para tomar consciencia de que si los otros la aman tanto, ella también debe
amarse a sí misma y ser lo suficientemente fuerte para salir adelante y salvarse, salvarse a sí
misma.

Ya han pasado las Tens y las enfermeras por lo menos unas dos veces más a revisar sus signos
vitales. Esto es tan rutinario que la Flaca a veces cree que puede ser un poco innecesario que
se haga con tanta frecuencia.

Una vez que las visitas se marchan, la Flaca tiene tiempo de regalonear junto a sus padres y su
abuela. Se deja cuidar y ser amada por ellos quienes están muy preocupados por su condición,
aunque lo traten de disimular lo más posible.

La once llega y ésta es bastante similar al desayuno en cuanto a su composición. La Flaca


nuevamente la disfruta y se deja cuidar por su madre quien, como si se tratara de un bebé,
siempre le pone una servilleta enganchada al cuello de la camisola del hospital para que no se
vaya a chorrear. La Flaca no entiende muy bien el por qué, pero le gusta que su madre haga
ese gesto hacia ella, aunque sea una actitud de niña chica.

Muy seguida de la once viene una pequeña colación antes de la cena, que corresponde a un
postre de leche que, a diferencia de las otras comidas del hospital, sí son muy ricos. Luego la
Flaca se levanta al baño para poder hacer del Nº uno, y nuevamente debe hacerlo con ayuda
de su madre o de su abuela, quienes le desconectan las cosas que tiene en el pecho y la ayudan
a llevar el aparato que dispensa el complejo vitamínico a través del catéter hacia el baño. Con
dificultad la Flaca se sienta y, luego, trata de secarse y lavarse las manos lo mejor que puede.

Antes de la cena, pasa la kinesióloga quien le realiza unos ejercicios en la cama para evitar que
se formen escaras o trombos en el cuerpo de la Flaca debido al reposo. También, por lo
general, la sacan a caminar un par de vueltas por el pasillo de afuera de su habitación. Es ahí
cuando la Flaca se da cuenta qué tan cansado y dañado está su cuerpo, ya que, con un
movimiento tan diminuto y tranquilo como caminar lentamente, queda exhausta.

La cena llega al poco rato y ésta consiste básicamente de lo mismo del almuerzo. Lo
entretenido de este momento, es que junto a su madre (quien ya ha relevado a su abuela para

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pasar la noche en el hospital), ven un capítulo de la teleserie Isla Paraíso. La Flaca hace muchos
años que no ve ni se interesa por las teleseries de canales nacionales, pero en estas
circunstancias, la está disfrutando mucho, no tanto por la trama en sí, sino que porque la ve
junto a su madre. Es como una actividad que hacen juntas, y ha pasado tanto tiempo desde
que eso no era posible, que la Flaca siente un goce infinito de poder realizar ésta ahora junto
a su madre.

Luego de un par de chequeos más realizados por las Tens y las enfermeras (ahora de parte de
las del turno de la noche), viene la última colación de la Flaca que corresponde a un yogur.
Terminado este, la Flaca va una vez más al baño a hacer del Nº uno (a estas alturas de la
jornada ya ni intenta hacer del Nº dos; se da por vencida), y se dispone a dormir. Su madre la
arropa lo que más puede, ya que la Flaca es muy friolenta, y la ayuda a acomodar bien su brazo
conectado con el catéter para que no le duela ni le pase a rozar con las sábanas. La besa en la
frente. Ambas se dicen te quiero, te quiero mucho, pero en la mente, y se disponen a dormir.
Mañana se viene la misma rutina: hay que seguir avanzando: ya no hay vuelta atrás en este
proceso.

(*Algunas noches, sobre todo las primeras, la Flaca se despertaba entremedio sintiendo
hambre y con una molesta sensación de vacío en su estómago. Esto muchas veces
desconcertaba a la Flaca ya que no podía entender, cómo si ahora estaba comiendo más y
mejor, pudiese sentir hambre. Pero al mismo tiempo ella se lo explicaba de la siguiente
manera: como mi cuerpo está reeducándose a comer más y más seguido, me empieza a pedir
más comida más seguido porque lo necesita. Puede que no hubiese sido la explicación más
exacta, pero al menos a la Flaca le ayudó verle así. Es desconcertante despertarse a media
noche con hambre. Muchas veces la Flaca sentía que hasta tiritaba un poco de tanta
incomodidad y dolor que tenía de sentir esa hambre y ese vacío en el estómago, y de saber que
faltaban horas aún para que llegara el desayuno, el cual, además, como recuerdan, siempre se
demoraba unos minutos más. Esperaba unos minutos sumida en la oscuridad de la pieza,
escuchando a su madre roncar, hasta que finalmente podía conciliar el sueño nuevamente).

(** Vale decir, que también el sueño de la Flaca se veía interrumpido en la noche por estos
controles y chequeos de las tens y las enfermeras del turno de la noche, que seguían yendo
cada dos horas a revisar los signos vitales de la Flaca).

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La Flaca come un trozo de galleta.

La mira, la observa, la analiza. La mira, la observa, la analiza. Se pasea por delante de ella (o
ellas). No sabe qué hacer. Se vuelve a pasear por delante de ella (o ellas). Se detiene un
momento, la toca (o las toca). Sigue caminando. Se pasea por la casa. No sabe muy bien qué
hacer. Mira, observa, analiza. Se sienta un rato. Piensa: ¿Qué tan malo podría ser? ¿Qué es lo
peor que me podría pasar si lo hago? Sigue caminado. Se pasea nuevamente delante de ella (o
ellas). Se detiene. Esta vez no solo la toca (o las toca) sino que también la huele (o las huele).
Huelen bien. Huelen a mantequilla dulce. Huelen a una tarde de once con comida cacera.
Huelen a infancia y la libertad mental que ésta conllevaba. Huelen a amor de madre, de mamá,
de mamita linda. Huelen a leche calentita y a regaloneo con los tatas. Huelen bien. Huelen
muy bien.

La Flaca se pasea por delante de las galletas caceras que ha horneado su madre y se debate,
mentalmente, en si puede o no comerse una, o en verdad, si puede permitirse comerse una.
A la Flaca le cuesta ser amorosa con ella misma y olvidarse de las estúpidas reglas de
alimentación que se ha impuesto, so pretexto de su enfermedad. Sobre analiza cada
movimiento alimenticio que realiza durante el día. Ya seguir una pauta rutinaria y frecuente la
agota, y ahora se le presenta esto: su madre ha hecho unas galletas caceras y la Flaca se muere
por probarlas. Si lo hace, es decir, si se comiera una, no tendría nada de malo con respecto a
su minuta nutricional, ya que, debido a su condición, tiene permitido el poder comer, como
un extra a su minuta, algo que ella quisiera, como en este caso lo son estas maravillosas galletas
caceras.

Pero la Flaca se debate en si debe sumar más calorías (las cuales ya no cuenta, pero de las que
aún es consciente) a su día. No sabe si debiera permitirse comer, o probar, una galleta en este
día. Por eso se pasea, mira, observa y analiza todas las posibles opciones que podría tener en
el caso que llegara a comerse una. Ella sabe que eso es lo que realmente quiere, lo que desea
su niña interior. Pero su ego y su miedo se interponen y la hacen dudar sobre que, si es
“correcto” o no comer, aunque sea una galleta. Su mente pareciera batallar fuertemente dentro

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de ella, y sufre con esta pelea, ya que realmente no sabe qué hacer al respecto. ¿Sigue su
instinto, o se mantiene en su lugar seguro y restringe?

Finalmente encuentra una solución. Se va a comer solo un pequeño trozo de galleta, de esa
manera puede conciliar entre su deseo de poder probarlas, manteniendo al mismo tiempo su
ego tranquilo y sin patalear.

Lo piensa. Se acerca al plato repleto de galletas. Toma una y luego dos, y las suelta. Se sienten
suaves y perfectas al tacto de sus dedos. Vuelve a tomar una. Se fija bien desde qué ángulo va
a sacar su trocito de galleta. ¿Y de qué porte tendría que ser este trocito para que sea aceptable
para ella comérselo? Debe poder saborearlo, pero al mismo tiempo sin culpa. Desde uno de
los ángulos de la galleta, incrusta sus uñas y raspa un pequeño trozo que perfectamente podría
ser reconocido como migaja. La Flaca la observa y analiza para comprobar que sea suficiente.
En su interior sabe que no lo es, pero tiene miedo de intentar si quiera sacar un poco más, ya
que podría pasarse de su rango cómodo y seguro. Así que no lo hace, no saca más y se
conforma con su pequeña migaja. La huele un poco, en un intento de lograr de que su cuerpo
sea consciente de que va a probar algo rico y de que en realidad “no está restringiendo”. Se
echa su migaja a la boca. La saborea por todos los rincones, trata de sacarle el máximo sabor
posible. La mastica y mentalmente se dice que rica y sabrosa está esta galleta. Hasta incluso
emite un leve sonido de placer degustativo mientras la mastica, esforzándose aún más en poder
disfrutar a concho esta pequeña migaja de galleta que se ha permitido comer. Ella siente, a
pesar de lo poco que ha sido, que ya el hecho de habérsela permitido es un gran avance. Pero
la Flaca sabe que puede hacer más por ella en una próxima vez, sabe que puede hacerlo mejor,
es solo que hoy, no se atrevió a más y está bien… está bien. Ya esto ha sido un gran esfuerzo,
se dice a sí misma. Por lo menos pudo saber qué sabor tenían las galletas, y aunque ha sido
pequeño, ha podido ser capaz de hacer algo por ella, a pesar de ser solo una migaja. Y eso es
lo que realmente importa.

Fue una galleta perfecta.

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La Flaca baila en la cocina.

Existen ciertos momentos en donde la Flaca se inspira y es feliz. Dicha inspiración viene
acompañada de una hiperventilación estrambótica e imaginación genial. La Flaca baila. La
Flaca ama la música y tiene muy buena memoria para recordar todo tipo de letras de canciones,
además de que disfruta de variados estilos musicales.

A la Flaca le gusta cocinar y también, aunque suene un poco fuera de lo común, le gusta lavar
la loza. No sabe muy bien porqué goza tanto de esta última, pero sí, le gusta lavar la loza.

Cuando la Flaca se encuentra sola en la cocina, cocinando o lavando loza, suele, con cierta
frecuencia, venirle la inspiración divina de la felicidad, y sí, hace una de las cosas que más goce
le causa en la vida: la Flaca se pone a bailar en la cocina. Activa el bluetooth de su celular, se
conecta a un parlante que suele estar ahí, y pone música, como diría ella, “con todo el guataje”.
Ya sea con las manos sosteniendo una cebolla, o pelando un zapallo, o llenas de espuma del
lava loza, la Flaca baila libremente encerrada en la cocina escuchando sus canciones favoritas
provenientes de todos los estilos habidos y por haber. Baila, canta, pone caras y lo goza. Se
imagina como ella le canta a una multitud de amigues en algún bar karaoke. O se ve a sí misma
bailando en algún carrete, inventando pasos, gozando de los ritmos musicales y de la libertad
que siente al ser ella misma en todo su esplendor, ahí mismo, encerrada en la cocina.

Ya sea desde Bonnie Tyler hasta Bad Bonny, desde Bomba Estéreo hasta The Smiths, la Flaca
canta y baila en la cocina imaginándose y sintiendo que, ése momento, es el mejor momento
que puede vivir en el presente. No prefiere estar en ningún otro lugar, solo ahí, encerrada en
la cocina; está cómoda y se siente feliz.

Obviamente, en varias ocasiones ha pasado que alguien llega y entra a la cocina. Es entonces
cuando la Flaca, rápidamente, hace como si nada y sigue haciendo lo que estaba haciendo:
cocinando o lavando loza.

Ahora también muchas otras veces, el que llegue alguien y entre a la cocina le vale verga y
continua con su gran espectáculo, sin importarle lo que puedan pensar de ella. En esos
momentos es cuando llega a ser más feliz porque no le importa que los demás la vean como

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realmente es. No le preocupa el qué dirán al verla así, cuando se siente en libertad. Esos son
los mejores momentos, los más disfrutables de cuando la Flaca se encierra en la cocina a “lavar
loza” mientras baila.

La Flaca y el plato de comida.

Hay una cosa estética respecto al plato de comida de la Flaca (almuerzo o cena), que la ayuda
a poder comer de manera más tranquila. Es como si, de alguna forma, la comida entrara
primero por los ojos de la Flaca y luego por la boca. Ahora, tampoco me refiero a que la Flaca
pida, de manera exigente, que sus platos de comida sean hermosos y dignos de un gran chef,
con una presentación gourmet ni nada. No, cuando hablamos de la parte estética me refiero
más a “que tan lleno se ve o no, el plato que le sirven a la Flaca”. O sea, podría decirse, que va
más por una cosa de distribución de los alimentos puestos en el plato. A ella le relaja de cierta
forma que los alimentos en su plato estén lo más compactados posible, para crearse una ilusión
de que no es una gran porción y de que puede comer tranquila. Y no solo esto incluye a los
alimentos, sino que también a las distintas formas y tamaños de los platos o “recipientes” en
donde se sirven estos alimentos, sumando también a este mismo criterio, a los servicios
(cuchara, cuchillo, tenedor). Éstos también son elementos que ayudan a la Flaca a poder
“entregarse” más a comer ciertos alimentos. Si la sopa o las lentejas vienen en un posillo, en
vez de un plato hondo de sopa, eso la relaja más; si el arroz con pollo viene en un plato más
pequeño, con todos los alimentos bien compactados en el centro de éste en vez de
esparramados por todas partes, también eso la relaja más, y así. Es increíble pensar cómo,
aunque se trate de las mismas porciones de alimentos, la Flaca tiene más seguridad de comerlos
si vienen “presentados” de una forma o de otra. Es como si una voz dentro de su cabeza le
dijera qué es lo que está correcto comer y de qué manera comerlo. Parte de su tratamiento
tiene que ver con aceptar comer de todas las formas posibles y no tratar de engañarse a sí
misma con ciertas maneras y/o ritos sobre cómo debiera comer sus alimentos.

Lo complejo viene cuando comparte mesa con otras personas. Por lo general, la Flaca se siente
más tranquila al comer acompañada de otras personas; compartiendo el momento de comer

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mientras otros también están comiendo, le da cierta sensación de apoyo y normalidad. Pero
cuando alguna de las personas que comparten con ella emite algún comentario sobre el plato
de comida de la Flaca, esto puede generarle un gran malestar. Cuando ocurre esto, ella no lo
expresa hacia afuera, sino que lo calla, se lo guarda, haciendo que su mente vuele en
pensamientos de culpa e inseguridad. Quizá estas personas tengan las mejores intenciones del
mundo, pero eso no quita que le afecte a la Flaca, por mucho que ella quisiera que no fuera
así.

Y aquí tenemos a la Flaca, sentada a la mesa a la hora de almuerzo, junto a sus padres y a sus
abuelos. Su Madre sirve y reparte en platos iguales para todes, pero el de ella es distinto: la
forma y tamaño del plato es distinto a los de los demás, y esta vez la comida está esparcida y
no tan compactada cómo normalmente lo está. La Flaca respira. Sabe que eso la molesta un
poco, pero se arma de valor y se dispone a comer con la mejor disposición posible la deliciosa
comida que le ha preparado su Madre. Todo bien hasta que el Tata de la Flaca, un hombre
bueno, cariñoso y de campo, emite un comentario con la mejor intención posible, pero que a
la Flaca le quiebra todos sus esfuerzos para comer tranquilamente.

“¡Chih! Manso platito que se va a mandar”. Fin. Eso sería todo. Solo bastaban esas palabras
para que la Flaca comenzara a cuestionar todo lo que iba a comer. Sabe que no puede
detenerse, que debe comérselo todo igual (además de que su Madre no le permitiría dejar
nada aparte debido al estricto tratamiento de realimentación que está siguiendo), pero una
oleada de sensaciones de culpa e inseguridad comienzan a bombardear a la Flaca desde el
momento en que escucha esas palabras. Observa su plato. Siente culpa. Trata de no pensar en
nada, de recomponerse y comer al ritmo que comen los demás. Empieza a tragar comida. El
pensamiento dañino y tortuoso sigue ahí. ¿De verdad es mucho lo que estoy comiendo? ¿Será
que ya estoy bien como para comer tanto?, se dice a sí misma, y desea estar mal, volver a estar
tan mal como antes para que no le hagan comentarios como ese. La Flaca es muy insegura, y
sabe que el deseo de volver a estar mal y en riesgo severo cada vez que alguien le dice o insinúa
que se le ve mejor, es algo patógeno en ella, no debiera sentirse así, pero aún no logra
controlarlo. Sabe que debería agradecer el estar un poco mejor y más sana que antes, pero aún
está esa voz dentro de ella que la hace anhelar el estar mal, el verse mal, el hacerse daño, para
que los demás no le hagan esos comentarios y puedan, por mucha vergüenza que le de
aceptarlo, seguir preocupados y atentos de ella. Sí, es verdad, la Flaca teme que una vez que

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esté mejor, perderá la atención y el amor de su familia y ya no se preocuparan por ella. Le da
vergüenza aceptarlo, se siente pésimo por sentirse así, pero, lamentablemente, es así.

La Flaca come su comida de la mejor manera que puede, luego de aquel comentario. Ama a
su Tata muchísimo y no quiere demostrarle lo mal que la hizo sentir con su comentario, así
que trata de comer con la mejor energía posible. Pero su mente la tortura. “Estoy comiendo
mucho”, “estoy llena”, “voy a reventar”, “¿Cuántas calorías demás estoy consumiendo?”, “hoy
día me fui al chancho”, “debí haber comido otra cosa”, estas son algunas de las frases y
pensamientos que se le repiten en su mente mientras come. Trata de sobre ponerse. Trata de
incluirse en la conversación de la mesa. Trata de ver a su familia comer y distraerse un poco
del “tremendo” plato que está comiendo. Trata de disfrutar de su comida a pesar de todo.
Trata con todas sus fuerzas que esos pensamientos pasen. Pero una vez que ya se termina su
plato, y siente lo satisfecha que ha quedado, le sobreviene la culpa. Cómo pude haber comido
tanto, se dice así misma. Se martiriza por no ser capaz de evadir esos comentarios y de que no
le importen en lo más mínimo. Se culpa a sí misma. Se castiga por no tener la fuerza mental
para que esos comentarios solo pasen y se esfumen. Se regaña por no ser lo suficientemente
segura de su proceso, de sí misma, para que esos comentarios le “resbalen”.

Pero a pesar de todo eso, se come todo lo de su plato. Lo sufre. Sufre como si fuera una niña
chica mañoseando de que no quiere comerse la comida, así lo sufre. Pero aun así se come
todo, porque por lo menos hay una cosa de la que está segura, ahora que ha avanzado más en
su tratamiento: no quiere volver pasar hambre nunca más en la vida.

La Flaca y la superación del Ensure.

A veces es como si fuera el máximo desafío que enfrenta durante el día. Terminarlo. ¿Cómo
lograr terminar todo su Ensure? Lograr que el vaso quede vacío y no caer en la tentación de
botar parte de él en el lavamanos del baño.

Ocurre algo muy incoherente cuando hablamos de la relación de la Flaca con el Ensure. Por
una parte, el hecho de que sea un suplemento, es algo que la agobia hasta más no poder, ya

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que es algo añadido, un “extra”, un concentrado nutricional alto en calorías y en muchas otras
cosas más (pero las calorías son lo que más le afectan), que le impiden poder disfrutar o
entregarse con mayor seguridad al resto de las comidas que consume en el día. Esto porque
debido al hecho de consumir su suplemento, ella calcula que, según lo que se permite en
cantidad de calorías al día, se ven reducidas sus siguientes porciones de alimentos debido al
uso del susodicho, y eso evidentemente la angustia. Pero, por otra parte, a la Flaca le encanta
el Ensure. Sí, lo admite. Le encanta. Tiene un sabor tan rico a vainilla y a chocolate, y cuando
su Madre lo deja preparado y queda guardado en el refrigerador, al momento de servírselo,
esta heladito y con una textura ha batido de leche delicioso. La Flaca disfruta mucho el
momento del Ensure, pero en su interior se debate qué tanto de éste puede consumir para
“permitirse” así comer tranquilamente el resto de sus comidas del día. Es ahí cuando comienza
a ver distintas estrategias para lograr disfrutar el Ensure, sin al mismo tiempo consumirlo en su
totalidad.

1) Los días en que en el horario del Ensure le toca además una pequeña ración de frutos
secos, la Flaca hace dos cosas para adecuarse al consumo “permitido” (según ella y sus
cálculos) de sus alimentos. Parte con tomarse el Ensure hasta un poco antes de que la
espuma que éste genera se acumule en el fondo. Ahí se detiene dejando un concho del
suplemento en el fondo del vaso que, sumado a la espuma que aún no se desase (que
para ella es parte de la mezcla y de la porción de este), constituyen “la ración” del
Ensure que ella no consume, y por ende las calorías menos que no consume, y que le
permiten poder comer más tranquilamente la porción de frutos secos que le toca en
ese horario (a la cual también le saca un poco, ya que considera que su madre le da
demasiados frutos secos cuando en realidad debería ser una porción más pequeña.
Esto según los rollos que ella se pasa en la cabeza de lo que le corresponde comer o
no). El resto del suplemento lo bota en el lavamanos del baño como una ninja: corre a
este, se fija que su madre no este próxima a entrar en la habitación, lo bota todo y da a
correr el agua para que no quede ningún rastro.
2) Para los días en que no le corresponden frutos secos con el Ensure, la Flaca se encarga
de poder consumirlo todo. Pero esto no es del todo honesto. En primer lugar, si es
ella quien se lo sirve desde la botella donde lo mezcla, se preocupa de que el ultimo
concho de espuma quede en ésta, para luego botarlo en el lavaplatos de la cocina. Es

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un concho mínimo, pero la Flaca sabe que lo hace con la mentalidad de compensar, y
eso la tranquiliza. En segundo lugar, una vez tiene todo su Ensure servido en el vaso,
se lo toma hasta más allá de la espuma que queda en el fondo, pero de todas maneras
deja un poco de esta, en lo que se podría decir “el raspado” del vaso, cosa que también
la Flaca lo hace a conciencia de poder compensar, aunque sea un poco, y sentir que
no está consumiendo todas las calorías del suplemento.
3) También están los momentos en que, debido a que sale a su sesión con la psicóloga o
a misa justo en el horario en que debe tomárselo, debe ingerirlo directamente de la
botella en donde lo prepara para poder transportarlo con ella. Aquí hace un poco lo
mismo, lo consume hasta que quede el raspado de espuma en la botella. Aunque, para
los días en que se haya más tensa, inquieta o insegura respecto a sí misma, en relación
a lo que come o a su cuerpo que está cambiando, la Flaca hace lo siguiente: saliendo
de la sesión de la psicóloga, finge ir al baño para hacer pipí, pero en realidad lo que
hace es botar una buena parte del Ensure en el lavamanos. Lo mismo cuando se trata
de la misa: deja un poco más de lo de la espuma en el fondo de la botella y apenas
llegan a la casa, la Flaca sube al segundo piso a dejar sus cosas y bota todo eso en el
baño, nuevamente, como una ninja.

En fin, la superación de la Flaca respecto a consumir o no el Ensure, su suplemento salvador,


es algo que le ha costado de sobremanera y no deja de hacerla sentir culpable cada vez que
bota una parte de él en el baño, por un lado, porque le gusta y le gustaría poder disfrutarlo con
libertad y en su totalidad, y por otro, porque a la Flaca no le gusta botar comida, le da pena,
siente que es como perderla en vez de “hacer uso” de ella. En otras palabras, siente como si
estuviera abrazando la carencia de la comida al botarla, siente como si se sintiera más cómoda
haciendo eso, perdiendo comida, viviendo de carencias, que aceptando la abundancia y
sintiéndose merecedora y agradecida de comer o beber un alimento en su plenitud y
completitud (no sé si esta última será una palabra real, pero la aplicaremos igual).

Por eso siente culpa al botarlo, aunque sea una parte pequeña. Pero quiere hacerlo mejor. La
Flaca trata, cada día, a cada momento del Ensure, poder atreverse a dar un poquito más y
consumir y disfrutar un poco más de este; evitar las excusas. ¿Ya mencioné que también
cuando deja “el raspado” de espuma en el vaso en se sirvió el Ensure, lleva este último
rápidamente al lavaplatos y lo deja medio ladeado junto al resto de la loza sucia para que “pase

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piola” su trampilla, entremedio de todos los otros trastos sucios? Bueno, creo que se entiende,
eso también lo hace.

Por lo menos a la Flaca le gusta creer que cada día trata de hacer lo mejor que puede y que
cada vez consume un poco más tranquilamente este suplemento, el cual ella sabe muy bien en
la profundidad (y en la verdad) de su ser, que lo goza mucho y que sinceramente le gusta. Ya
llegará el día en que pueda consumirlo sin cuestionar la cantidad de éste, ni su cuerpo, ni su
instinto. Eso le gusta creer a ella: que algún día podrá consumirlo sin importarle nada de su
composición nutricional, ni de la “misión” que cumple en su cuerpo, el que es nutrirla y
ayudarla a subir de peso y recuperar masa en general. Que algún día podrá gozar de él en
plena concordancia con su propio instinto y sus gustos verdaderos, más allá de las reglas y
parámetros que sea inventado en razón de reducir su cuerpo a lo más mínimo que le pudo
permitir su existencia y su propia vida.

La Flaca y Netflix.

Si hay algún momento que pudiera describirse como enteramente placentero para la Flaca, es
cuando se sienta en su cama, o en la cama de su madre (lugar donde ha tenido que pasar más
de tres meses haciendo reposo debido a su hospitalización domiciliaria), y ve Netflix. Hay una
real fascinación, relajo y, hasta podría decirse, una obsesión con respecto a ver series y películas
en Netflix. Es como si de esa forma la Flaca pudiera abstraerse del mundo y de su realidad,
permitiéndole enfocarse solamente en la vida y situaciones que les ocurren a los personajes de
las distintas películas y series que sigue. Pero hay algo más. Hay una razón más de por qué la
Flaca disfruta tanto Netflix, o más bien, de por qué disfruta de ver y presenciar las vivencias de
los distintos personajes que observa. La Flaca anhela todo eso, y no, no me refiero a las
aventuras o a las desgracias o a las distintas complicaciones que pudiesen ocurrir en los
programas que ve. No. La Flaca anhela los cuerpos y distintos desplantes y capacidades
actorales que observa en los actores y actrices que trabajan en dichos programas.

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La Flaca quiere ser como ellas, como ellos, vivir una vida en donde los sueños se hacen realidad
y poder trabajar como actriz en un buen programa de televisión o en una buena película. Ella
se imagina todo, cómo serán los caterings que comen entre la preparación de una escena y
otra, cómo será su vida tras las cámaras, sus relaciones amorosas y entre ellos mismos como
colegas, si harán alguna actividad física para mantener sus cuerpos hermosos (y saludables,
según su criterio) que tienen. Todo eso se imagina más allá de las historias que representan
con sus actuaciones, todo eso anhela poder vivir ella en algún momento, todo eso, por idílico
que parezca, es lo que ella cree que ocurre en la vida de esos actores y actrices y sueña con
algún día poder tenerlo también.

Netflix se ha transformado en su lugar de escape de su realidad. Es donde puede ir y


confundirse con las distintas historias de estos personajes mientras piensa en lo afortunados
que son los actores y actrices por formar parte de tan grandes y geniales proyectos.

Muchas veces cuando se ha sentido agobiada por las rutinas y quehaceres del día, o cuando se
ha sentido abrumada por sus pensamientos y por las auto exigencias que se impone para su
vida, la Flaca entra a Netflix y logra abstraerse de todo esto, sintiendo por varios minutos lo
distinto que podría ser su vida si es que ésta fuera de otra manera.

Puede que esto no sea lo “más sano” que pueda hacer para ella misma, pero la Flaca disfruta
de cada momento en que se sienta y navega a través de su imaginación con Netflix. Sueña e
imagina cómo sería su vida si fuera remotamente similar a la vida de los personajes, o de los
actores y actrices que observa, cómo sería tener un cuerpo así, cómo sería poder vivir una vida
así, ¿Debería esforzarse mucho para mantener su cuerpo esbelto? ¿Podría enamorarse de
algún colega y vivir su vida amorosa con intensidad y fama? ¿Sería capaz de sobrellevar las
exigencias que conllevan el realizar proyectos de esa índole? ¿Es lo suficientemente hermosa,
delgada y esbelta como para ser parte de ese mundo, como para, algún día poder ser
seleccionada para participar de aquellos proyectos y finalmente alcanzar la vida y el cuerpo
que tanto anhela?

Todas estas proyecciones la Flaca se hace mientras Netflix la acompaña. Todos estos sueños
y pensamientos pasan por su mente al momento de comparar su vida con lo que observa y
con lo que imagina que son las vidas de los distintos intérpretes.

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¿Cuándo llegará el día en que la Flaca logre esto que tanto anhela? O, mejor aún, ¿Cuándo
llegará el día en que ya no le importe la vida de nadie más que la suya y goce de su propia
realidad?

La Flaca y sus “escondites”: #Misionimposible.

Ahora que la Flaca ya se encuentra inmersa en su tratamiento, ocurren un sin número de


desafíos diarios a los cuales debe enfrentarse para poder sobrevivir a su enfermedad, salir de
la zona de riesgo vital y rehabilitar su cuerpo, su bio sistema en general.

Y aquí la tenemos. La Flaca recibe el desayuno en la cama de su Madre y se enfrenta a su


primer gran desafío del día: poder comer todo el desayuno. Esto puede sonar algo muy sencillo
para algunas personas, pero para la Flaca es una gran prueba en la cual debe evitar caer en la
tentación maligna de… (redoble de tambores) Esconder Comida. Síp, así como suena, la Flaca
aún no es capaz de comerse todo su desayuno, ya que tiene miedo que este, sumado a las otras
cosas que debe comer en el resto del día pueda ser demasiado: la Flaca considera que su
desayuno es mucho para lo que ella puede o se permite comer; la restricción en sí misma sigue
muy latente aún. Es por esto que la Flaca busca cualquier excusa o manera de poder dejar,
según sus cálculos mentales, la cantidad de comida necesaria para poder estar dentro del rango
de cantidad alimentos que se permite consumir en el día, todo esto, sin considerar las
indicaciones de sus doctores. Es así como la Flaca llega a sus… (nuevamente redoble de
tambores) Escondites. Síp, la Flaca esconde comida, y de las maneras más extrañas e
inimaginables.

Continuemos con el ejemplo del desayuno. Cuando la Flaca lo recibe en las mañanas, espera
a que su madre abandone la pieza para poder sacar parte del yogur que le ha servido y dejar
afuera una fracción de la porción de quesillo que le corresponde. ¿Cómo hace esto?
Comencemos por el yogur. La Flaca saca una cantidad específica de cucharadas de su yogur
(por lo general son 5 dependiendo del tipo de yogur que sea) y las deja en toallas novas que
ha ido recolectando y escondiendo en los bolsillos de su pijama. Entonces, lo que hace es

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echar en una toalla nova las 5 cucharadas de yogur, lo envuelve con esta, para luego volver a
envolver este mismo con unas dos o tres toallas novas más. Esto porque el yogur al ser líquido,
se desparrama y moja mucho la primera toalla nova, por lo tanto, hay que envolverlo varias
veces. Una vez este está bien envuelto y hecho una bolita, la Flaca debe botarlo a la basura,
pero como sabe que debe esperar el momento preciso para hacerlo, lo esconde mientras tanto
¿Y dónde? Buena pregunta, como sabe que ese yogur envuelto es potencialmente explotable,
y que además libera un reconocido olor a yogur, la Flaca lo esconde dentro de una de sus
pantuflas que tiene al lado de la cama. Lo mete con mucho cuidado hasta la punta de ésta,
procurando que no quede a la vista de nadie.

Todo aquel procedimiento lo hace a una velocidad indiscutible, como si se tratara de una
misión imposible en donde ella debe salvar al mundo de las garras del subir de peso. Sabe que
si su Madre se llegara a enterar de esto se enojaría mucho con ella y quizá la castigue
obligándola a comer mucho más de lo que ha botado (o al menos eso se imagina ella).

Este es su primer gran escondite. Ahora, siguiendo con el quesillo, la porción que saca de éste
también la envuelve en una de sus toallas novas recolectadas, pero en vez de esconderlo en
una pantufla, se lo mete en uno de los bolsillos de su pijama. Esto debido a que gracias a la
consistencia que posee el quesillo al envolverse, no es potencialmente esparramable como el
yogur, por lo que esconderlo en su bolsillo es más factible. Demás está decir que nuevamente
la velocidad con que lo hace es increíble, como si se tratará de una súper ninja realizando uno
de sus más virtuosos movimientos.

Todo esto realiza la Flaca para poder esconder parte de su comida y controlar así la cantidad
de calorías que los doctores y su Madre tratan de meterle para salvarle la vida. Este último
punto de salvarle la vida es algo que a la Flaca le cuesta mucho visualizar aún, sabe que debe
cuidarse y sanarse, y lo que es peor aún, quiere hacerlo, pero incluso así, no puede controlar
sus deseos de comer menos de lo que le indican y de esconder comida.

Luego de que termina su desayuno, y su Madre le retira la bandeja, la Flaca se dispone a


encontrar el momento más oportuno para ir a botar sus tesoros escondidos. La táctica aquí es
evitar que se vean, o se noten, tanto el yogur y como el quesillo dentro del basurero. Así que
apenas la Flaca ve que tiene un buen momento para hacerlo, corre a sacar el yogur de su
escondite y se dirige al baño de su Madre (o al baño del segundo piso, según lo amerite la

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situación), y envuelve con papel higiénico ambas bolitas de toalla nova y las bota en el basurero.
Luego, solo para evitar dejar algunos cabos sueltos, tira unos cuantos trozos más de papel
higiénico dentro del basurero para que caigan encima de las bolitas, evitando así que estas se
vean sospechosas.

Y así es como la Flaca realiza sus grandes hazañas de esconder comida y botarla. Estas no solo
ocurren con el desayuno, también durante las otras comidas del día es posible que saque un
poco de cada una de sus porciones de arroz, o leche, pescado, pan, sopa, etc., realizando el
mismo procedimiento. Muchas veces sus lugares de escondites varían. A veces, en vez de
utilizar la pantufla, utiliza el cojín de su respaldo, dejando detrás de él su porción de comida
escondida. Otras veces los hecha en los envases vacíos de pañuelos desechables, los que luego
envuelve para ir a botarlos en el basurero del escritorio de su Padre (esto cuando se trata de
alimentos más líquidos). Y más impactante aún, cuando se ha visto presionada porque su
Madre la pueda pillar, o cuando justo anda con un pantalón o chaleco sin bolsillos, se mete su
bolita de toalla nova con comida adentro del pantalón, en la zona del pubis, lugar en el que
sabe que su Madre nunca buscaría en caso de sospechar que la Flaca esté escondiendo comida.
Este último es el más incómodo de todos sus escondites, pero ciertamente es el más efectivo,
ya que puede moverse con el sin que se note (o por lo menos no tanto) hasta llegar a algunos
de los baños, fingiendo ir a hacer pipí, para luego sacárselo y realizar el mismo procedimiento
de envolverlo con papel higiénico anteriormente descrito.

Realmente son misiones de sobrevivencia donde la Flaca se debate entre la vida y la muerte.
Pero quizá esta visión de sobrevivencia que posea la Flaca no esté bien direccionada, ya que,
para ella sobrevivir es comer menos y botar las comidas que esconde, cuando todo el resto
que la observa desde fuera, sabe que sobrevivir para ella, en este momento, es poder re nutrirse
y alimentarse de la mejor manera posible para sanar su cuerpo y sus órganos y, por qué no, su
mente.

La Flaca, de manera externa, entiende esto último, pero aun así no puede evitar la tentación
de sacar comida de su plato y esconderla para luego botarla. Y la verdad es que este acto de
botar comida no le gusta para nada, se siente mal haciéndolo, se siente culpable, se siente una
mentirosa, una hipócrita, sabe que no quiere hacerlo, pero lo hace de todas formas. Son esas
dos formas de vida que existen en ella y que se debaten constantemente en una lucha

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interminable. Una de ellas quiere salvarse y la otra no, y para estos casos, es ésta última la que
domina sus acciones.

Pero en el fondo la Flaca no quiere hacerlo, realmente no quiere hacerlo, pero, aun así, no
puede dejar de hacerlo. No puede.

La Flaca se mira en el espejo.

Me miré en el espejo. Han pasado ya tres meses y tres semanas desde que comencé mi
tratamiento intensivo de rehabilitación, realimentación y recuperación de mi cuerpo y hoy,
antes y luego de la ducha, me he mirado en el espejo. Esto se dice la Flaca mientras se viste
mirándose en el espejo del baño. Analiza cada parte de su cuerpo y observa cómo ha ido
cambiando desde el primer día que todo esto comenzó, el día en que se fue a internar al
hospital. Se observa desnuda. Se observa con la ropa interior puesta. Se observa solo con el
jeans puesto. Se observa con todo el resto de la ropa puesta. Se mira a sí misma. Se toca las
distintas partes de su cuerpo intentando recordar cómo las sentía cuando estaba severamente
desnutrida y, de alguna forma patógena y dañina, extraña eso. Pero se mira en el espejo y
sonríe, se esfuerza en sonreírse a sí misma y en tratar de aceptarse tal cual es en este momento.

Constantemente se dice (poniendo en práctica una meditación de agradecimiento de Louise


Hay) “me apruebo a mí misma”, “está todo bien porque me estoy aprendiendo a amar”, y se
sonríe a sí misma en el espejo, esperando que éste acto la ayude a aceptar más la realidad en
que se encuentra su cuerpo ahora. Ya no está desnutrido ni esquelético como antes, ahora se
ve más saludable y normal. ¡Pero qué mierda! Si bien uno podría creer que esto debiera
alegrarla y hacerla sentir bien consigo misma, lo que ocurre dentro de ella es todo lo contrario.
La Flaca extraña su cuerpo desnutrido. Tiene miedo. Miedo de que este nuevo cuerpo que se
está recuperando le traiga los mismos dolores e inseguridades que sentía antes de comenzar a
padecer la anorexia y desnutrirse. La Flaca no quiere volver a eso mismo. Se siente insegura y
cree que esta recuperación de su cuerpo le traerá todas las responsabilidades y desilusiones
que tuvo antes. No sabe cómo explicarlo, pero el mantener la desnutrición, la fragilidad y

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delgadez de su cuerpo la hace sentirse protegida, segura, resguardada frente a algo que aún no
está muy segura qué es.

La Flaca busca pensar que su cuerpo, ya más sano, es hermoso y se esfuerza por sonreírse y
modelar coquetamente frente al espejo del baño. Se esfuerza para que su mente piense que
está bien, qué se ve bonita y agraciada con estos cambios. Pero en el fondo sigue teniendo un
poco de miedo. Porque este cuerpo está aún en una transición, es decir que aún falta que siga
recuperándose y nutriéndose aún más, y esto angustia a la Flaca. Mi cuerpo ya se ve distinto,
pero aún falta que cambie un poco más para que sea un cuerpo normal. Este pensamiento se
repite en su mente y la asusta, ¿Aún más?, se dice a sí misma. Se inseguriza, se mira y mientras
lo hace, en su mente batalla entre los pensamientos negativos de este avance en su salud y los
grandes esfuerzos por pensar en que esto es lo mejor para ella.

Pero la Flaca se mira en el espejo, se toca, mira unas fotografías que se tomó desnuda un día
antes de hospitalizarse, y evalúa las diferencias. Trata de ver el lado positivo de estos cambios,
pero aun así está esa parte oscura de su mente que anhela volver a padecer esa fragilidad y esa
desnutrición otra vez. Sus padres estaban tan preocupados y pendientes de ella, que la idea de
perder esa atención y preocupación la asusta y la hace querer buscar alguna solución, alguna
forma de retener por más tiempo este cuerpo, de detener el avance de su recuperación.

Se sonríe a sí misma una y otra vez, asiente con la cabeza y trata de aparentar lo que más puede
de lo positiva que se siente con estos cambios. Pero la oscuridad de su miedo sigue ahí. Creo
que voy a necesitar tomarme un SOS, se dice mentalmente. (*Un SOS, son pastillas que se
toma cuando siente angustia o inseguridad o ansiedad frente a algún evento molesto que pueda
vivir durante el día. Éste puede ser uno de esos momentos). Es una lástima tener que recurrir
a fármacos para acallar esta voz oscura y rumiante en su mente, pero al parecer es lo más
necesario para poder sobrellevar mejor el día. Es eso o hacer algún tipo de ejercicio para bajar
su ansiedad del cambio de su cuerpo, porque sí, mirándose al espejo se le pasó por la mente
el restringir alguna comida de este día o el hacer alguna actividad, o actividades, físicas para
contrarrestar el avance de este cambio.

Al salir del baño hace un poco de estas “actividades físicas”. Sube la escalera rápida y ágilmente,
hace la cama de sus padres. Su madre la descubre y le dice que deje todo ahí, que no se mueva
ni se estrese. Pero aun así cuando ésta se va, la Flaca termina de hacer la cama igual, necesita

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moverse, necesita calmar su angustia por notar los cambios en su cuerpo. Ok, me tomaré un
SOS, quizá exagere, pero no puedo permitir que esto me intranquilice por el resto del día.

Y así lo hace. La Flaca vuelve a mirarse en el espejo del baño del segundo piso, vuelve a
sonreírse y piensa, soy hermosa, estoy volviendo a ser hermosa y esto que siento también algún
día pasará. Ya han pasado tres meses y tres semanas, es tiempo suficiente, debo ser fuerte y
aceptar que esto debe y tendrá que pasar.

La Flaca siente cambios en su cuerpo.

Es así de simple. Cuando se llega a un estado de desnutrición severa, con crítico riesgo vital, la
única solución, en cuanto al aspecto biológico del cuerpo, es entrar en el proceso de
estabilización nutricional y de realimentación. Esto da como resultado que el cuerpo se vaya
sanando lentamente, re nutriéndose, recuperando su estructura y rehabilitando el normal
funcionamiento de los órganos. Por una parte, este es el lado “físico”, por así decirlo, de la
sanación, pero, por otra parte, el lado “psicológico” o “mental” de ésta es un poco más
complejo y extenso de sanar, y constantemente, este aspecto de la sanación, se siente
amenazado y boicoteado (“reclama”), y busca resistir lo más posible al lado “físico” de
recuperación. Esto es la Anorexia: cuando la mente, el lado psicológico, se interpone y se
“aterra” al momento de notar cambios en el cuerpo debido al proceso de realimentación de
la persona. En esa etapa se encuentra la Flaca. Bueno, a decir verdad, ya lleva más de 4 meses
en este proceso de realimentación, pero ahora último ha empezado a notar los cambios en su
cuerpo. Y esto la aterra.

La Flaca se mira en el espejo y se nota distinta. Ya no hay tantos huesos asomados de manera
exuberante en su cuerpo. Ya no hay una piel grisácea en su rostro. Ya no hay unos glúteos
flácidos y casi inexistentes. Ya no hay una sensación de placer al ver su cuerpo con un aspecto
débil y deplorable. Su cuerpo está cambiando. El proceso de realimentación y de recuperación
de su cuerpo está dando resultados. Estos son buenos y positivos evidentemente, ya que eso
significa que se está sanando, que está saliendo de la zona de riesgo y que, además, se está
sintiendo con más energía vital. Todo esto es algo muy bueno y la Flaca lo sabe, y una parte
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de ella está realmente agradecida por poder estarse sanando y sintiendo mejor que antes, más
vital y con más energía. Pero como la Anorexia es un mal que ataca más fuertemente a la
mente, hay una gran parte de la Flaca que se siente fuertemente amenazada, disgustada y
enrabiada con todos estos cambios en su cuerpo.

La Flaca siente los cambios, no solo cuando se mira en el espejo, si no también cuando usa su
ropa, los jeans, por ejemplo. La Flaca se siente a si misma distinta. Estos últimos días suele
tocarse más a menudo las caderas, el abdomen, las piernas, el pecho, los brazos, la cara… En
todas esas partes, siente el cambio, siente que están más rellenitas (por mucho que odie esa
palabra), siente que está recuperando su estructura de antes, que la ropa le está volviendo a
quedar bien, que su sistema digestivo está volviendo a funcionar de manera más regular. Todo
esto siente la Flaca, y se asusta. Trata de sonreírse en el espejo y de decirse “me apruebo a mí
misma tal cual soy”, y por unos instantes esto la hace sentir bien y más tranquila, pero su mente
la ataca, está ahí, presente y le hace sentir miedo y tristeza. Miedo por volver a sentir su cuerpo
más “grande” y que este hecho la haga sentirse menos agraciada o bonita (cuando en la
realidad, su aspecto desnutrido no era para nada atractivo e incluso causaba un poco de miedo
para quienes la miraban), y pena porque al regresar a su cuerpo normal, es posible que
regresen las responsabilidades y las situaciones de la vida a las que estaba expuesta antes y que
le causaron tantas desilusiones y agotamientos emocionales.

Por eso la Flaca siente miedo y pena ahora que siente su cuerpo cambiando. Cómo le gustaría
poder tener la capacidad de retener este avance para seguir bajo el resguardo de su familia,
manteniendo este estado de protección y de atenciones para ella. Cómo le gustaría poder
retener su cuerpo, así como esta (o incluso volver a como lo tenía antes con su desnutrición).
Pero sabe que eso no es posible, porque por sus características fisiológicas, no es saludable, ni
mucho menos viable, ya que no puede seguir o volver a hacerse pasar hambre, ni mucho
menos mantener el estado de flaqueza en el que se encuentra aún. Simplemente no es
saludable, ella necesita, para salvar su vida, regresar a su cuerpo normal para poder
reencontrarse así con su verdadera forma de ser, con su verdadera esencia.

Atravesar por los cambios que sufre su cuerpo en pos de su sanación, es algo que la aterra, y a
lo cual le dedica muchas horas del día mentalmente. Sus cambios ya son más notorios, porque
no solo los nota ella, sino que también la gente que la rodea, y eso la asusta aún más. ¿Es que

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todo esto se acabará tan rápido? Se dice a sí misma, sabiendo que eso no es verdad, ya que
hasta sus médicos le han dicho que su proceso de recuperación, física al menos, ha sido un
tanto lenta en comparación a otros casos que han tratado. Pero sí, la Flaca siente que se le
escapa de las manos todo lo que trabajó para tener su cuerpo así de enflaquecido, ya que
independiente de que no es para nada saludable, ella lo quiso así, quiso hacerse ese daño. Es
duro, pero así fue.

La Flaca siente los cambios en su cuerpo, y aunque le asusten, siente que ya no los puede parar
y se arma de valor para evitar caer en la tentación de detener, bajo sus medios, su proceso de
sanación y de recuperación de su cuerpo. La Flaca es muy valiente. Nadie que haya pasado
por esto mismo o por algo similar puede no reconocer el gran esfuerzo y desgaste emocional
que significa el levantarse todas las mañanas y luchar por no caer en los deseos de volver a los
malos hábitos de alimentación y seguir haciéndose daño.

La Flaca puede hacerlo, sabe que puede hacerlo, y todos los días al despertar siente su cuerpo
y se arma de valor para amarlo y para aceptar que está volviendo a ser como era antes, que
está volviendo en sí, volviendo a ser lo que verdaderamente es, y es que, al fin y al cabo, la
Flaca siempre fue la Flaca, y ahora debe volver a ser esa Flaca saludable que siempre fue. La
Flaca siente su cuerpo cada mañana y se recuerda que está volviendo a ser la Flaca que su
verdadera esencia le dice ser. Vamos paso a paso.

La Flaca sueña (o por lo menos eso solía hacer).

Transcurridos ya 5 meses desde que ha comenzado con su tratamiento intensivo de su


trastorno de la alimentación, la Flaca se ha olvidado de soñar. Esto es raro porque es costumbre
en ella soñar y tener, o imaginarse, posibles proyectos, ideas, objetivos que planea en algún
momento llevar a cabo para poder así vivir la vida que siempre ha querido o, en este caso, que
siempre ha soñado. Pero todos esos sueños o ideas se han esfumado de su mente y quizá, un
poco también, de su corazón, desde que comenzó a tratarse la anorexia. Todo lo que en algún
momento pensó que llegaría a ser, de alguna forma, ya lo ha abandonado, ya no cree que sea

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capaz de realizar sus sueños. Quizá incluso ahora pueda tener otros sueños, pero ni siquiera
esos sabe muy bien cómo ni cuáles podrían ser. Ha perdido la razón de soñar. No sabe qué
quiere hacer ahora con su vida. Y ¿Puede hacer algo con su vida en realidad? ¿Le funcionaran
sus proyectos y sueños ahora, una vez que se recupere y pueda permitirse volver a tenerlos?
¿Para que soñaba tanto si no lograría ser lo suficiente como para poder alcanzar aquellos
sueños? ¿Por qué yo no? se dice la Flaca mientras piensa en todo el tiempo que le ha tomado
y que le tomará este tratamiento. ¿Por qué ella, que tanto se ha esforzado por tener la vida que
desea tener, que sueña tener, no lo ha podido lograr, o no lo ha podido alcanzar?

La Flaca ya no sueña, o por lo menos no como lo solía hacer. Ella ya no sabe qué hacer con
su vida. Piensa, ¿qué voy a hacer una vez me recupere? ¿A qué me voy a dedicar? ¿Seré actriz?
¿Seré escritora? ¿Seré modelo? ¿Seré profesora? ¿Seré periodista? ¿Seré influencer? ¿¡Qué
chucha voy a hacer!? ¡No soy buena ni suficiente para nada!

Está perdida. La Flaca está perdida, siempre creyó tener su norte claro, siempre creyó ser
buena para lo que amaba (actuar), pero ahora hasta eso se cuestiona… ¿Seré realmente buena?
¿Serviré para esto? La Flaca se haya en este momento en un purgatorio, en un limbo, en un
intermedio, en un paso fluctuante que no tiene ni entrada ni salida, y por eso se siente perdida.
Ya no sabe a dónde ir, y si bien por una parte esto lo siente como una posibilidad para poder
probar muchas cosas distintas y poder replantearse las cosas de la vida, por otra parte (la más
grande) se siente perdida, se siente con miedo a salir de este estado purgatorio en donde está
protegida por esta ambivalencia de no tener aún un camino claro.

La Flaca está perdida también porque parte de su forma de ser realmente es ser una mujer
soñadora, alguien que piensa volar muy alto algún día y ser autosuficiente y brillar, pero ahora
no sueña, no brilla, no vuela, no es capaz aún de cuidarse a sí misma. Es como si volviera a ser
una pequeña niña de nuevo, que busca refugio en su debilidad, en sus huesos notorios, en sus
ojeras, en su pelo arrancado, en su estado de fragilidad completa. Esa no es la Flaca que
conocemos. No. Ese es un disfraz del cual tiene pánico de salir, porque la vida en si exige
muchas cosas a las cuales ella teme. La Flaca ya no quiere volver a fracasar, por eso no se
atreve a salir de ese estado. Es como si fuera pisando cascaras de huevo: se quiere recuperar y
seguir adelante con la vida, pero tiene miedo de lo que esta le pueda traer de vuelta.

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La Flaca ya no sueña. Evita soñar. No quiere. Lo aborrece. Trata de vivir el ahora, el presente,
pero le cuesta. ¿Quién es la Flaca si no alguien que sueña? Pero quizá ese es el problema,
sueña demasiado, o solía soñar demasiado y eso le evitaba estar y vivir en el presente y apreciar
las cosas como son en el ahora en vez de anhelar siempre lo que no tiene o lo que podría,
eventualmente, llegar a ser de las cosas. La Flaca ya no quiere soñar. Lo evita. Le tiene miedo.
Cuando se haya a sí misma soñando de nuevo, se detiene, se castiga, se reprime y trata de
buscar otra cosa en qué enfocarse para dejar de hacerlo, para dejar de soñar. Y ahí entra la
comida. La Flaca piensa en la comida y en cómo ésta “se acerca” en un rato más, en cómo
será, si la disfrutará o no, si está dentro de los parámetros que ella se permite para que no se
vaya a descontrolar y vaya a comer más de la cuenta y suba de peso y así menos pueda alcanzar
sus sueños y ¡BUM!... De un momento a otro, la Flaca sobre piensa todo demasiado y solo
encuentra confort en sus intentos de controlar la comida y su cuerpo. Ella sabe que está
atrapada en eso, pero muchas veces es eso mismo lo que le da más paz y tranquilidad en su
vida, más aún que soñar con las cosas lindas que alguna vez pensó en lograr alcanzar.

Pero a quien engaña, la Flaca sueña igual, aunque lo evite, sueña igual. Es como su placer
culposo. Ese es el problema. Sueña y se angustia a la vez, siente ansia y dolor por no tener en
la realidad lo que sueña tener. Y es que a ella le cuesta demasiado no pensar en el futuro, en
vez de simplemente vivir el presente y apreciar lo que ya tiene. Todos los esfuerzos de sus
padres por mantenerla con vida, todo el amor que la rodea de sus seres queridos, todas las
bendiciones que la vida le ha dado y le provee, todo eso ella de manera tortuosa lo siente
insuficiente y es ahí cuando sueña. Sueña con lo que no tiene y se tortura a sí misma por no
tenerlo. No tener el cuerpo que ella quisiera, por ejemplo, ese cuerpo exitoso, hermoso y
perfecto que la llevara a la fama. Todo eso sueña la Flaca.

Es bonito soñar y la verdad es que, en su esencia, la Flaca es alguien que sueña y esos sueños
son bellos y hermosos y le dan vida e identidad, pero todo se abstrae cuando comienza a soñar
con un dejo de insuficiencia de su realidad. Cuando se pone malagradecida de todo lo que ya
posee, sueña como medio de mejorar y ambicionar otra realidad, en vez de apreciar lo
hermosa que es la que ya posee.

Pero igual la Flaca sueña, y admitámoslo, qué bonito es soñar. Quizá ahora está soñando
menos por miedo a soñar, pero, aun así, al estar tan impregnado en su forma de ser, ella sueña,

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y sueña que algún día todo esto habrá pasado y podrá sentirse plena y en paz con el proceso
de la vida.

Y hablando de vida, a veces ésta se va de las manos, se


va de los seres queridos, y la Flaca llora, se rompe...

La Flaca y su abuelo no eran de contarse intimidades, pero sí eran muy cercanos. Ella le quería
más de lo que en su momento pudo darse cuenta.

Ahora está ahí, pálido, tranquilo, sin respirar, con sus ojitos cerrados. El Tata Tito se ha ido.
Falleció esta misma mañana. Se fue tranquilo, en paz, dando su último respiro a sus seres
queridos que lo acompañaban en ese momento. La Flaca ha llegado a verle, y sabiendo que
ya se había ido, lo encuentra ahí, acostadito, en su lado de la cama, con su mejor ropita (una
ropita muy de tata); la Flaca se conmueve. Verlo ahí tan tranquilo, tan en paz, con su típica
ropita dulce de tatita, con su gorrito regalón entre las manos, hacen que la Flaca sienta una
angustia y ternura que la confunden pero que salen por sus ojos en el resultado de la pena por
verle partir, por saber que ya no lo tendrá junto a ella en el día a día.

El Tata Tito era un Tata excepcional, cariñoso, chistoso, noble, humilde y leal como él solo.
Durante la infancia de la Flaca, él siempre estuvo presente, en su crianza y en su “mal
enseñanza” (o regaloneo, como quiera llamársele). Hay tantas cosas que la Flaca ha aprendido
de su Tata Tito: las bromas, la risa, la simpleza de la vida, el amor incondicional, la lealtad.
Ahora que le ve ahí, tranquilo, como si estuviera durmiendo, la Flaca recuerda todas esas cosas,
todos esos recuerdos y, a pesar de haberle dicho durante todos estos días previos (en donde
ya sabían que estaba cerca de fallecer) cuánto le quería y le agradecía todo, ella siente pena de
no habérselo dicho más aun, o de no habérselo dicho al menos una vez más. Se ve tan tierno
y tranquilo ahí durmiendo, piensa la Flaca.

Extrañamente, dentro de todo lo que puede recordar o traer a su memoria ahora, la Flaca
recuerda un breve momento de hace más o menos un mes atrás, en donde su Tata, ya enfermo

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y débil, comía gozosamente maní tostado en su sillón mientras todos tomaban once en la mesa.
La Flaca recuerda darse vuelta para mirarle y él, al encontrarse con su mirada, la boca llena de
maní, con unos ojos dulces, de niño, le dice “¿Querí maní?”. La Flaca sabe por qué él le
preguntó eso. Su Tata era muy consciente de toda la recuperación en la que ha estado envuelta
la Flaca, y como buen hombre de campo, siempre estuvo preocupado de que ella se alimente
bien y de buena comida. Obviamente debió haber leído en los ojos de ella, mientras le miraba,
que tenía ganas de comer maní. Y en algún porcentaje era cierto. La Flaca, aun aprendiendo
a entender y aceptar cuando su cuerpo siente antojos o ganas de probar algo, tenía en ese
momento cierto deseo de comer, aunque fuese un par de esos olorosos manís tostados;
además que su Tata se veía tan dichoso de estarlos comiendo, que cualquiera que le mirase
hubiera sentido ese deseo de probarlos. Pero a pesar de eso, ella sabía de antemano que no se
permitiría probarlos, porque en su mente (en su ego) ella sabía que ya había tomado once, que
ya había comido lo que tenía que comer, y no se permitiría ingerir algo extra, aunque fuese
poco. Así que rechazo el tierno ofrecimiento de su Tata Tito. Le dijo que no con una leve
sonrisa en el rostro. Luego desvió la mirada hacia la mesa donde estaban todos conversando.

Ahora la Flaca recuerda ese momento y se arrepiente. Aunque fuese un solo detalle, se
arrepiente de no haber compartido ese alimento junto a su Tata querido aquella vez. Ahora
entiende que no se trataba de comer de más, sino más bien de compartir ese momento, ese
cariño junto a su Tata lindo, quien tan humilde y sencillamente le ofrecía maní tostado como
si fuera la delicia más rica y apetitosa del mundo. Ahí, al lado de él, le dice con su mente “Sí,
Tata, quiero comer este maní tostado contigo”. ¿Qué tan terrible hubiese sido si aquel día
hubiese comido junto a él? Lo más probable es que no hubiese sido nada, nada que afectase
su cuerpo de la forma en que se lo imagino en ese momento. Lo importante era compartir
junto a su Tata aquel instante, así como cuando era más pequeña y éste le daba tomate con
sal, o huevo con limón y pan, o tecito con galletas y un pan con algo para el frio y el hambre
después del colegio en un día lluvioso. Ahora la Flaca se arrepiente de no haber compartido
esa última comida junto a su Tata aquella vez y, viéndolo ahí, acostado con sus ojitos cerrados,
recuerda cada momento en que su Tata la cuidó y la alimento cuando pequeña.

“Adiós Tatita lindo”, le dice en silencio, mientras un fondo de sollozos envuelve la casa.

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Ahora la Flaca lo abraza y le besa la frente. No puede parar de llorar. Siente un dolor muy
grande en su corazón, y junto a esto, una extraña sensación de hambre le invade el pensamiento
y el estómago. Piensa en comida, pero no, no quiere comer. Este no es un momento de comer.
Este es un momento de recordar, este es un momento de silencio.

Y las Navidades y los Años Nuevos…

Así van pasando los años y las fiestas que se celebran cada vez. Así van pasando las distintas
experiencias que hacen de un momento, de un instante, o de un año finalmente, único. Así va
pasando la vida y, ciertamente, los que fuimos la navidad y el año nuevo pasado no somos los
que somos ahora en estas nuevas fiestas. Así va sucediendo la vida, con sus altos y bajos, con
sus caídas y aprendizajes, con sus logros y sus fracasos, con sus dolores y amores.

Hace dos años atrás, pasaba el año nuevo en un cerro perdido de El Bolsón, Argentina. Hace
un año atrás lo pasaba en el hogar de mi bisabuela, con toda mi familia, pero sin todo mi
cuerpo: estaba escaso, fracturado, dolido. Hoy, en este nuevo año nuevo, paso ésta fiesta en el
hogar de mi bisabuela también, con mi cuerpo más entero, más fuerte, más “todo”, pero ahora
es mi familia la incompleta. Además de unas tías y tíos que no estarán, mi querido Tata, mi
más tierno abuelo, no estará con nosotros por primera vez en mi vida. Por lo menos, no
físicamente, quizá espiritual y energéticamente, sí estará, pero no debo mentir que el no tenerlo
para abrazarlo a las 12, va a ser, y ya es, muy doloroso.

Te extraño tatita lindo, te extraño tanto. Mira cómo me he ido recuperando. Mira cómo estoy
volviendo a ser la misma de siempre, tu nieta, la artista, la que tanto querías, la que tanto
regaloneaste. Te quiero tanto tatita lindo y te extraño mucho. Hoy te recuerdo con amor y te
veo como siempre fuiste: un hombre bueno, sano y feliz.

Así decía la Flaca mientras lloraba escondida en su habitación, la noche vieja del 2019.

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Una nueva aventura de la Flaca.

“Ya Flaca, pasa toas las cosas”. La Flaca siente un pinchazo en su espalda. “Suelta la mochila”.
La Flaca no puede ver su cara. Siente como tironean de su mochila. Vagamente se da vuelta y
se encuentra con unos ojos rojizos, una piel maltratada, unas vestimentas sucias y un cabello
despeinado. “¡Pasa la Mochila Flaca!”. El asaltante vuelve a tocar a la Flaca con algo que ella
siente punzante. ¿Es un cuchillo? Piensa ella mientras no entiende del todo lo que está
pasando. De manera automática, y sin hacer mucho contacto visual con el asaltante, la Flaca
se saca su mochila y se la pasa al hombre. Él la toma con brutalidad. “Ya y el celular también.
Pásalo”. Sin pensarlo dos veces y sin ocurrírsele ninguna manera de engañar al tipo para que
no se lleve su celular, la Flaca saca este y se lo entrega. El asaltante lo toma y como si no hubiera
pasado nada se va calle adentro con una bella mochila de flores de la cual colgaba una pañoleta
verde feminista pro aborto. La Flaca queda en blanco. ¿Realmente pasó lo que acaba de pasar?
¿Qué tan grande es la perdida que acabo de tener? ¿Debería seguir esperando la micro para
ir al casting? La Flaca se pregunta mientras aún no entiende qué debe hacer.

Otro hombre se le acerca. “¿Te acaban de asaltar?”, “Sí”, responde la Flaca. “¿Y tenías muchas
cosas importantes?”, “No, no, solo comida, unos remedios…”, su voz se hizo pequeña. “Pucha,
¿Pero tú estás bien?”. La Flaca asiente. El hombre se aleja en silencio. La Flaca se queda
pegada unos instantes más sin saber bien qué hacer. ¿Debería seguir esperando la micro para
ir al casting? Se vuelve a preguntar. ¿Debería seguir intentando ir a un casting sin mi celular,
sin mis pastillas y sin mi colación de media mañana? ¡¿Qué me quiere decir el universo con
esto?! ¿Debería volver a mi casa? Después de no mucha más meditación, la Flaca sale de la
sombra del paradero en la cual se hallaba oculta, ya que sentía vergüenza con todo lo ocurrido,
vergüenza de que alguien más la haya visto, y se dispone a volver a su hogar. Es la mejor
decisión. De nada le sirve seguir sola por las calles sin todas sus cosas y no va a sacar mucho
más intentando ir a un casting que en su corazón, desde antes, algo ya le decía que no valía
mucho la pena.

Mientras va subiendo la cuesta en subida que va hacia su casa (vive casi que a los pies de un
cerro, donde no llegan tantas micros como quisiera), un sentimiento de satisfacción un tanto

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dañino se apodera de ella: el tipo le dijo “flaca”. La llamó “flaca”, ¿Saben lo que eso quiere
decir? Qué alguien completamente extraño la reconoció como una mujer delgada, como la
flaca. Quizá después de todo lo acontecido este pensamiento en particular no sea el más
coherente de tener, pero se aparece por la mente de la Flaca generándole un cierto sentimiento
de placer al recordar esas palabras. Pero otra parte de ella piensa ¿Cómo chucha vas a estar
pensando en esa mierda cuando te acaban de robar tus cosas? ¿Cómo vas a sentir cierta
sensación de agradecimiento frente al tipo ese que te forcejeo, te amenazo y te asaltó, solo por
el hecho de que te halla llamado “flaca”? Un pensamiento un tanto retorcido la verdad.
Mientras sigue caminando cuesta arriba, la Flaca piensa un poco más en esto y luego lo deja
ir. Ahora le vuelve la vergüenza. ¿Cómo pude ser tan imbécil? La Flaca recuerda su
pensamiento previo al asalto, cuando estaba llegando al paradero. Pensó: “Está a todo sol este
paradero. Mi mamá en este momento me diría que me ponga a la sombra. ¡Ah! ¿Pero qué tal?
Detrás del paradero se hace sombra. Ok, le haré el quite al sol, buscaré la sombra y me pondré
detrás. ¡Ah, sí! Aquí está muy bien, mucho mejor, sí… Y ahí justo la asaltaron. Por dos
segundos, la Flaca se echa la culpa por todo lo ocurrido. Pero rápidamente cae en la cuenta
de que fue enseñanza de su madre, y de su abuela, el entregar todas las cosas, sin oponer
ninguna resistencia, en situaciones como esta, ya que lo más importante es una y luego vienen
las cosas materiales y el dinero. Así que la Flaca resuelve que finalmente su actuar, en base a
lo que ha aprendido en su vida, fue certero y lo mejor que pudo haber hecho en una situación
así. Su madre no tiene culpa de nada ni su abuela ni ella misma, son cosas que pasan, fue solo
un susto y un mal momento.

Ahora le regresa nuevamente la vergüenza. No sabe bien cómo reaccionar. Esta seria. Sube
decidida la cuesta a su casa, pero no sabe si gritar o reírse o llorar. Debería llorar, más que mal
fue un hecho traumático. Pero no, no hay llanto. Ni una sola lágrima, ni si quiera las ganas de
tener alguna, ni si quiera un atisbo de alguna acercándose. Nada. La Flaca siempre pensó que,
cuando le fuera a pasar algo así, ella tendría que llorar. Es obvio, ¿o no? Siendo ella una
persona muy sensible, evidentemente si la asaltan tiene que llorar, es casi la respuesta natural
a sus problemas. Pero no, no hay ninguna lágrima derramada por todo lo ocurrido. Sí, por el
otro lado, siente un poco de rabia, no digamos qué bruto que mucha rabia tiene, pero siente
un poco de rabia. Iba en busca de una oportunidad de trabajo para poder tener la posibilidad
de conseguir más cosas, y en cambio, terminó teniendo menos. Lamenta haber perdido sus

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tabacos armados, sus papelillos y sus filtros. ¡Qué bien me vendría fumarme un tabaquito
llegando a la casa después de esto! Pero ¡Oh, no! Sus tabacos, papelillos y filtros estaban en su
mochila. La han privado de su vicio literatico. Esto porque el compartir melancólicamente un
tabaquito la hace sentir una agradable sensación literaria en su corazón, como si fuera una
poética escritora o algún personaje de algún libro de novela. Maldito hijo de la gran yuta. Le
ha quitado sus drogas, sus libros, sus maquillajes. ¿Cómo va a prepararse para los castings
ahora si no tiene maquillaje? Ciertamente no le gusta verse la cara de poto para ir a este tipo
de cosas. La Flaca, ya llegando a su hogar, siente rabia contra ese hombre machito que se
aprovechó de su “debilidad” y la vio como una flaca lo suficientemente polla como para ser
presa fácil de un robo. Esto es culpa del patriarcado, se dice a sí misma. Ese hombre abuso de
su poder como macho tomando ventaja del miedo que provoca su persona en mujeres jóvenes
que, sometidas por la cultura general de cómo se debe actuar en esos momentos, por miedo
no se atreverían a contrariarle solo con el fin de no salir heridas y abusadas.

Todo esto es culpa del hombre, de su patriarcado de mierda, de los machitos hijos de la yuta.
La Flaca ahora siente culpa por haber sentido placer, minutos atrás, por el hecho de que ese
hombre la haya llamado “flaca”. ¡Cómo puede ser tan tonta de preocuparse por eso cuando
hay cosas más importantes de por medio! ¡El loco era un hombre amachado que abuso de su
poder por sobre el género femenino robándole todas sus pertenencias! ¡Incluido su intelectual
tabaco! ¡La mierda!

La Flaca llega a su casa, abre la puerta, la casa está en silencio. Sus hermanos aún duermen.

La escala en Houston: Panqueques, SOLO,


Panqueques.

¡Apúrate hueóna! ¡Tenemos dos horas para subir al siguiente avión y necesitamos comer
panqueques con syrup una última vez antes de llegar a Chile, o si no NUNCA MÁS vas a
poder comer clásicos panqueques gringos! ¿Cómo no va a haber algún lugar por aquí cerca,
en este enorme aeropuerto, que venda panqueques a estas horas de la noche? ¡Son gringos!,

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comen panqueques todo el día ¿o no? Se dice la Flaca mientras corre por el aeropuerto de
Houston buscando panqueques para comer, ya que se le metió en la cabeza que tenía que
comer eso, y SOLO eso, ahora en este momento DE SU VIDA, y cuando tiene una idea de
comer algo específico en la cabeza, no descansa hasta que lo pilla.

La escena se repetía casi de la misma manera como había sucedido la vez anterior cuando tuvo
que hacer escala en Houston. La diferencia estaba en que la vez pasada no había panqueques
en su mente y el apremio del tiempo era real. El largo papeleo de policía internacional la había
retrasado tanto que había tenido que correr por todo el aeropuerto tratando de alcanzar a
llegar a tiempo a su segundo vuelo con destino a Virginia, donde su Tía querida la esperaría.
Esa vez, tenía hambre, mucha hambre, pero no pudo detenerse en ningún lugar ni si quiera
para comprarse un Latte o un Capuchino. No. Esa vez tuvo que esperar a subirse al avión para
poder recién comprarse un desayuno, ya arriba de este, que estuviera dentro de sus parámetros
de lo conocido (o sea, algo que fuera lo más similar a lo que normalmente come en el
desayuno, para no correr el riesgo de consumir calorías demás, debido al desorden accidental
de su hábito diario de comer exactamente lo mismo todas las mañanas). El hambre la
apremiaba aquella vez, le dolía. Desde que la Flaca comenzó su tratamiento para la Anorexia,
sus esquemas y tiempos de alimentación se han vuelto tan rigurosos (cayendo en la obsesión),
que si llega a atrasarse con alguna comida, inmediatamente comienza a sentir un hambre voraz
que la hace ponerse tensa, la angustia y hasta la hace sentir dolor en su zona abdominal, como
si su cuerpo aún estuviera traumatizado y sintiera pavor con el solo atisbo de que exista la
posibilidad de volver a no recibir alimentos por un laaaargo periodo de tiempo. Así que sí, la
Flaca se moría de hambre en aquel momento, y una vez pudo comprarse un Porridge de avena,
granola y mermelada de moras, se sintió tan aliviada que casi pudo llorar de alegría por al fin
poder sentir un calorcito en su estómago vacío.

Ahora la situación era diferente. Ahora la Flaca había llegado con tiempo a su puerta para
abordar su segundo avión y aún tenía dos horas de sobra para esto. Tampoco estaba ahora con
un hambre voraz que la desesperaba, solo un “pequeño” antojo. Así que decidió que se
dispondría en su misión de vida o muerte de ENCONTRAR PANQUEQUES O MORIR
EN EL INTENTO. ¿Por qué era tan relevante poder satisfacer este antojo? ¿Por qué resultaba
tan significativo este hecho en la vida de la Flaca? Hay otras cosas más importantes en la vida,
¿Por qué la Flaca se desvive en satisfacer algo que podría ser tan pasajero como comer y

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preocuparse por otras cosas de mayor relevancia en su vida? En fin, pueden ser muchas las
cosas a las cuales la Flaca quiere hacer “la vista gorda” en su vida, cosas que hablan de sus
propios problemas internos. Pero a ella no le importaba. Lo importante en ese momento era:
Comer panqueques, comer de esos clásicos panqueques con syrup que no se permitió comer
con toda el ansia que ella hubiese querido durante su estadía en los Estados Unidos. Ella sabe
que se lo restringió, que fue dura consigo misma y que se hizo un fuerte juicio por tener la
necesidad de comer de esos deliciosos panqueques, así que casi no lo hizo. Ahora, siendo sus
últimas horas en el país, luego de haber tenido que adelantar su vuelo debido a que la
pandemia del Coronavirus en el mundo, estaba causando grandes y terribles estragos, no solo
en Estados Unidos, sino que también en Chile y era muy posible que las fronteras se fueran a
cerrar, tenía su última oportunidad de comer por, quien sabe cuánto tiempo más, una de sus
comidas favoritas: un desayuno con panqueques estilo gringo.

Panqueques, panqueques, panqueques, panqueques estilo gringo, panqueques con syrup,


panqueques, panqueques calentitos, panqueques como desayuno, desayuno de panqueques,
desayuno de panqueques a las nueve de la noche, panqueques, panqueques… era lo único que
era capaz de pensar la Flaca mientras se paseaba de un local a otro preguntando Hi, sorry to
bother you but do you have pancakes here?... No?... Do you know where I can find a place
that can sell me pancakes?... There is no place at this time of the day that can sell me pancakes?
How is that possible? Are you gringos or what, you fucking son of a bitch?! Bueno, eso último
no lo dijo a la cara de esas personas, pero por lo menos lo pensó. No podía creer que siendo
aún Estados Unidos no hubiera un lugar que vendiera panqueques durante todo el día y toda
la noche. Incluso un local estilo Dinner dentro del aeropuerto, no tenía panqueques, y esos
son los clásicos lugares que siempre, SIEMPRE tienen panqueques a toda hora. Para más
remate ESTABAN CERRANDO. Esto no puede ser... Esto no puede ser, se decía la Flaca
mientras continuaba caminando a pasos agigantados por los distintos locales de comida del
aeropuerto. En un momento llego a pensar en falsear un panqueque. Sí, falsear. Quizá
comprarse un bagel en algún local y en otro, quizá un Starbucks, pedir que le vendan caramelo,
de ese que le echan al café, en un vaso y así podría de alguna manera tener una pseudo
experiencia de clásicos panqueques gringos. Pero cuando una vez más se vio a sí misma
maquinando un plan de loca (porque así se estaba comportando, como una loca. Si le hubiera
comentado a cualquier persona de su súper plan de falsificar un pancake con syrup, hubieran

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pensado, ok… niña loca del aeropuerto, mejor nos alejaremos de ti), decidió desistir de su
búsqueda y contentarse con la idea de que podría comprarse un café en el Starbucks tamaño
extra grande, ya que no estaría consumiendo la cantidad de calorías que se había programado
a consumir una vez ya había decidido comer panqueques, y disfrutar de una ricas galletas que
andaba trayendo en su mochila. Evidentemente la Flaca tenía un plan de reserva. Si hay algo
por lo que la Flaca es conocida, es por tener un plan de “por si acaso llegara a suceder algo
completamente opuesto a lo que había pensado”. Así que la Flaca, se compró un Capuccino
tamaño extra grande y se sentó a comer sus galletas favoritas que se trajo de Virginia, las
llamadas “Belvita” que son cuatro pequeñas galletas con arándanos entre medio. Una delicia.
Cierto que no eran los panqueques que ella esperaba, pero por lo menos era algo que
disfrutaba completamente. Tan sencillo como eso, solo comer, satisfacer la necesidad
nutricional para el funcionamiento biológico normal de aquel momento y seguir con la vida.
Nada más que eso. Sin darle mayores vueltas al asunto.

Antes de subir al avión, la Flaca se pasea una vez más por el aeropuerto, tratando de matar el
tiempo, y tratando de apagar el hambre que se le había despertado con esa pequeña merienda
que se había dado (no podía ser que tuviera hambre luego de comer, eso no es normal se
decía, ¿Habrá algo malo conmigo?), y descubre otra de sus comidas favoritas para el desayuno
que los gringos tienen en su país: LOS RAISIN BRAN. ¡Oh, dios! ¡Cómo ama la Flaca esos
cereales! Y los encontró aquí, en el aeropuerto, en formato individual, en unos pequeños potes
con la medida justa para comer al desayuno. Decidido, me llevo dos para Chile. Ok, no. Me
llevaré tres, sí, tres, con eso tengo suficiente y es la cantidad justa para que me quepan en la
mochila sin problemas. La Flaca los compra y se va a sentar. Aaah, veo que me queda más
espacio en la mochila de lo que pensé… Ok, comprare uno más que sea. La Flaca se vuelve a
parar y busca los Raisin Bran nuevamente. Aquí están. Ok, uno más. Pero… igual me podría
caber al menos uno más en la mochila. Ok, me llevo dos más. Pero… quizá este puede ser un
buen momento para probar otro sabor de cereal, y esos Cheerios de miel se ven ricos
también… Y ya me estaría llevando cuatro Raisin Bran, o sea, ¡Sí! Ok, decidido, me llevare los
cuatro Raisin Bran y un Cheerios para probar.

La Flaca paga sus productos y se va a sentar. Observa su mochila llena de comida. ¿Me estaré
llevando muchas cosas?, se dice. No, está perfecto. Incluso hasta podría comprarme un par de
Raisin Bran más y así… ¡Group number three, please start boarding! (o algo así se escucha

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cerca de ella). Ok, sí, ya mejor me voy. Ha sido mucha comida en mi mente por hoy. Hasta
luego, deliciosos y estúpidos panqueques gringos con syrup.

Un Viaje a EE.UU.

Viajar a Estados Unidos durante las vacaciones de verano del 2020, se presentaba como una
instancia llena de posibles oportunidades que podrían cambiar la vida de la Flaca.
Gustosamente, ésta pensaba en lo bien que le harían esos posibles cambios, en lo mucho que
la ayudaría a superar sus problemas, en lo “exitoso” que se vería en su vida una vez estas
oportunidades la recibieran. Pero las cosas no salieron de la manera idílica que esperaba.

Desde el comienzo de su tratamiento, e incluso de un poco antes, la Flaca ha mantenido


conversaciones con su querida Madrina, su Tía de Estados Unidos, o, como el resto de la
familia le dice, la Tía Gringa. Ella ha acompañado y apoyado casi todo el duro proceso que ha
debido enfrentar la Flaca en su enfermedad, sin mencionar que prácticamente pago en gran
parte todo lo que significó su hospitalización. Ahora, dentro de esas conversaciones que
mantenían recurrentemente durante la semana, la Madrina le ofreció a ésta, una vez estuviese
más recuperada, ir a pasear unos días a Estados Unidos, a estar con ella por unas semanas,
para relajarse y entretenerse, ya que la vez anterior que fue a visitarla (durante el 2017), lo
habían pasado muy bien y la experiencia había sido excelente. Esto a modo también de
motivación para que la Flaca pudiera meterle “harto ñeque” a su proceso de recuperación.
Evidentemente funcionó. La Flaca cada vez que se sentía flaquear o vacilar durante esos meses
previos al viaje, se decía a sí misma, “Vamos, tú puedes. ¿Quieres viajar? Para eso tienes que
estar sana. Dale, comete esto, tu puedes”. Así fue hasta que, finalmente, llego el día del viaje.

La Flaca había planeado su viaje para el mes de febrero del 2020, ya que en esa fecha su familia
estaría de vacaciones, ella estaría ya más tranquila y el clima del país gringo se estaría
empezando a regular (o sea, haría menos frío). Pero había otra razón, además de estas, para
poder realizar el viaje durante estas fechas. La Flaca había realizado, hace ya unos tres o cuatro
meses, una postulación a dos importantes universidades en Nueva York para poder realizar

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un Master en Actuación. Estas eran la NYU y Columbia. La primera había rechazado su
solicitud, pero la segunda le había hecho una invitación, o call back, para participar de una
audición presencial para los postulantes internacionales durante el día 6 de marzo. La Flaca
estaba extasiada. ¡Una buena universidad en la ciudad de Nueva York la había llamado porque
estaban interesados en ella! No podía más de la felicidad, ¿Sería posible que por fin uno de
sus más preciados sueños se podría hacer realidad? Estudiar en el extranjero, ¡Vivir en Nueva
York, galla, como Friends! La Flaca no podía parar de imaginar, soñar y visualizarse a sí misma
viviendo en una ciudad que amaba, estudiando actuación, ahora ya más madura, en una
universidad en donde grandes artistas han estudiado. El viaje a los Estados Unidos estaba
cargado de posibilidades importantes para la vida de la Flaca. Pero junto con esas posibilidades,
había varios desafíos.

Verse enfrentada a pasar varias semanas sin los cuidados de su madre, en un país extraño,
donde no tendría las comidas que está acostumbrada a ingerir, y donde además las formas de
“medir” las calorías difiere de los sistemas métricos usados en Chile, significaban para la Flaca
un desafío, el cual podía o asumirlo muy bien, o muy mal. Ya desde que se subió al avión
estaba media nerviosa: la simple comida que éste le daba para la cena era algo que la ponía
tensa.

Pero los primeros días pasaron con bastante tranquilidad. La Flaca, con su capacidad maestra
para sacar cuentas y cálculos mentales y generar esquemas organizacionales para seleccionar
los alimentos que comería y los que no durante el día (caso bastante contradictorio respecto
de su fatal rechazo a las matemáticas y todo lo que tenga que ver con números y cálculos), sabía
exactamente como ordenar lo que consumiría en el día, a fin de tratar de comer todas sus
comidas sin pasarse de sus calorías. Esto porque sabido es que allá en Gringolandia, los
parámetros para medir las cantidades recomendadas de comidas son distinta a la de Chile, y
por distinta me refiero a que son sustancialmente más altas. Eso es algo que la Flaca quería
evitar. Así que, junto con su ojo biónico, una vez ya llego a los brazos de su Madrina en Virginia,
USA, se dispuso a estudiar todos los tipos alimentos que la rodeaban en el hogar, y luego
cuando fueron a comprar, en el supermercado también realizó esta actividad, para poder
hacerse una idea de cómo comería sus alimentos, y como los organizaría para poder salir
victoriosa de esta encrucijada. Los primeros días partieron bien, medios extraños por la nueva
ingesta de alimentos, y los nuevos arreglos que estaba haciendo. En principio, parecía estar

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comiendo las mismas cantidades de cosas que en Chile, aunque con algunos nuevos cambios
y “arreglines”, pero dentro de todo, parecía ser lo mismo. Todo iba bien, hasta que esos
“arreglines” comenzaron a hacerse muy recurrentes, y nuevamente la Flaca comenzó a hacer
la “vista gorda” para “auto engañarse”: Sí, estoy comiendo de todo, sí, lo estoy haciendo bien,
sí estoy feliz, estoy comiendo justo lo que quiero comer. La Flaca, muy dentro de ella sabía
que no estaba haciendo las cosas exactamente como debía hacerlo para poder seguir cuidando
de sí misma, ya fuese mental como físicamente, pero no quiso verlo, simplemente no quiso.
Muy dentro de ella, existía una leve motivación de buscar volver a Chile más flaca de lo que
había llegado.

Oh, no. Esto está mal.

Los días pasaban y se acercaba su pequeño viaje a Nueva York, donde pasaría cuatro días
completos sola en un hostal del Upper West Side, para poder asistir a su importante audición
y entrevista en Columbia, y ¿quién sabe?, si todo sale bien, podría pasar a la segunda “prueba”,
asistir al último call back que seguía el 7 y el 8 de marzo. Todo indicaba que le iría bien. La
Flaca casi podía sentir que el universo le iba a abrir esta oportunidad, ya se sentía parte de la
ciudad, ¡Oh, mierda! ¡Va a pasar! ¡Por fin mi sueño se va a cumplir! La Flaca lo podía saborear
ya.

Algo eso sí no estaba del todo bien. La Flaca, como ya hemos dicho, ama los desayunos, le
dan confianza y la dejan satisfecha, así que ahora como tenía el poder sobre sus comidas
estando sola en Nueva York, comenzó a hacer el “arreglín” de comer desayunos como
sustitutos de varias de las comidas del día. O sea, la Flaca estaba comiendo por lo menos
desayunos en la mañana, al almuerzo y a la merienda. Se saltaba comidas, grupos de alimentos
que debía comer, para poder solo comer cereal con leche, o panqueques, o un yogur con fruta
y una barrita de cereal. Es verdad que eso es mejor que no comer nada, pero definitivamente
la Flaca estaba haciendo trampas, ya que sabía que más allá de todo, lo hacía porque eso
significaban menos calorías al día. Estaba tan embobada con todo lo que la ciudad le ofrecía,
que no quiso hacerse cargo de esta situación, y se dispuso a simplemente dejarla pasar.

El día de la audición llegó. Todo anduvo de maravillas. Se sentía en su zona, conversó con los
otros dos candidatos, se hizo amiga de actuales alumnos del programa de actuación, habló

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amablemente con los profesores evaluadores y con la asistente de la audición. La Flaca ya se
sentía parte de Columbia.

Terminó la audición. Darían aviso del resultado vía mail esa misma noche. Afuera llovía. La
Flaca estaba hiperventilada aún con una rica energía de quien está seguro que todo saldrá de
la mejor manera que se pueda esperar.

Esa misma noche había quedado de cenar con una amiga de ella, quien era alumna del Master
de guion en Columbia, y que la había ayudado a realizar su postulación online. Fueron a un
restaurant italiano. La Flaca vio qué platos estarían mejor para no pasarse de calorías y poder
comer tranquilamente. Se pidió una pasta blanca con mozzarella, albahaca y tomate. Simple.

El mail llegó.

No lo logró.

No. No lo logró.

El mail decía que lamentablemente no había hecho el corte para poder asistir a los últimos call
backs de las postulaciones, que agradecían su entusiasmo pero que no la llamarían. La Flaca…
la Flaca no lo podía creer. Quiso hacer como que no le afectaba tanto, pero la verdad es que,
si hubiera podido ponerse a llorar ahí mismo junto a su amiga, lo hubiera hecho. Su amiga le
decía que no era tan terrible, que ya podría volver a intentarlo, que le quitara el poder y la
importancia a la experiencia, porque definitivamente esta no era la gran oportunidad de la vida,
que ni ella se sentía tan afortunada por estar allá, que la ciudad era muy hostil… en fin, un
montón de cosas para poder subirle, aunque sea un poco, el ánimo a la Flaca. Nada sirvió
mucho.

Pidieron la cuenta. Caminaron un rato en la calle. La Flaca se mostró tranquila. Se despidieron,


ahí fue donde todo comenzó. Lo único que tenía en mente ahora era comerse un cheescake
del Dinner que quedaba cerca de su hostal. Si el universo le había quitado esta oportunidad
por no estar comiendo lo que debía comer, ahora vería lo que era capaz de comer. Corrió
calle abajo en busca del Dinner. Estaban a punto de cerrar. Pidió el cheescake y salió. Mientras
caminaba a comprarse un té de canela para llevar, iba pensando en cómo se saldría de su límite
de calorías al comerse tremendo pedazo de cheescake encerrada en su pieza en el hostal. Su
madre la llamo en el camino, quería saber cómo le había ido. La Flaca le contó todo. Por fin

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pudo llorar. Tenía rabia. Le grito a su madre por teléfono. Le dijo que esto le paso por no ser
gorda, que, si el universo quería que comiera, ella iba a comer y comer hasta explotar, que por
qué no le resultaban las cosas si ella lo hacia todo bien… bueno, esto último lo dijo sabiendo
lo hipócrita que sonaba.

Ya en su habitación en el hostal, llorando, comió su cheescake, tomó su té, y con el estómago


pesado y la conciencia culposa de haberse comido ese pastel, se acostó a dormir.

Este episodio parecía el quiebre de los hábitos tramposos que estaba llevando hasta ahora
durante el viaje, pero la verdad es que estos persistieron. La Flaca intentó, en serio intentó
comer mejor, pero la rabia la hacía castigarse a sí misma por todo.

Una vez ya volvió al hogar de su Madrina en Virginia, de a poco fue calmándose. Pudo
eventualmente comer un poco mejor, pero esta no fue la regla de todos los días. Le costaba,
el daño ya estaba hecho. ¿Y ahora qué? ¿Qué hago? ¿Cuál va a ser mi proyecto ahora? ¿Y
por qué chucha tengo que empezar un nuevo proyecto de nuevo? ¿Por qué no resulto? ¿Habrá
algo enserio mal en mí? Los días pasaban, y si bien había una suerte de relajo de parte de la
Flaca que ya no sentía la presión de llevar a cabo su proyecto de irse a vivir a Nueva York, el
sentimiento de frustración y pena era más grande, y se sentía perdida.

A pesar de eso, pudo disfrutar de sus últimos días junto a su querida Madrina. Pasaron buenos
y agradables momentos juntas. Ella quiere muchísimo a su Madrina y siempre le estará
agradecida.

Siento que, llegados a este punto, seguir narrando el cómo se sintió la Flaca en los días que
siguieron a su estadía en los Estados Unidos, puede resultar un poco plana y reiterativa. Así
que solo me resta decir que, volvió a Chile, en medio de todo el contexto del caos de la
pandemia del Coronavirus en el mundo, y que sí, hasta este momento, sigue sintiendo su
fracaso.

Pero hay que seguir adelante. Hay que volver a empezar.

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PARTE DOS

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La Simone.
La niña percibe que su cuerpo se le escapa, ya no es la clara expresión de su
individualidad; se le vuelve extraño; y, al mismo tiempo, se siente tomada por otros
como si fuese una cosa: en la calle la siguen con la mirada, se comenta su anatomía;
querría hacerse invisible; tiene miedo de hacerse carne y miedo de mostrarla.

Esa repulsión se traduce en multitud de muchachas en una voluntad de adelgazar: se


niegan a comer; si se las obliga a ello, padecen vómitos; vigilan su peso sin cesar.
(Simone de Beauvoir. (1949). El Segundo Sexo. Santiago de Chile: Debolsillo.).

¡Paff!... Es que me voló la cabeza, se comenta a sí misma la Flaca. Es que, literal me voló la
cabeza, se repite mentalmente luego de leer uno de los brillantes pasajes del libro “El Segundo
Sexo” de Simone De Beauvoir. ¡La Simone lo hizo otra vez! ¡Esta mujer me voló la cabeza!...
Bueno, creo que ya se entiende. Desde hacía bastante tiempo ya que la Flaca estaba a la espera
de poder estudiar un poco más a fondo los escritos, reflexiones y manifiestos feministas de la
Simone. Luego de que a su hermano menor le pidieran aquel libro en el colegio, y sus padres
se lo compraran, la Flaca no tuvo más remedio que asaltar la habitación de éste y apropiarse
del susodicho para comenzar a hojearlo. Y bueno, ese “hojearlo” se transformó en un estudio
constante e intenso de cada uno de los pasajes del maravilloso libro. Era impresionante y
sobrecogedor ir esclareciendo con este libro tantas verdades del desarrollo femenino y el cómo
las mujeres nos vemos insertadas en una sociedad patriarcal que nos cosifica como una raza
de uso común para servir al sexo masculino; mantener las distintas instituciones, ya sea desde
la familia hasta las mismas naciones, que nos rigen en una sociedad, en un mundo que le
pertenece a los hombres. Solo ellos tienen derecho a vivir y gobernar, las mujeres somos solo
añadidas por defecto a lo largo de la historia. Es que simplemente ¡Paff! Millones de sesos
esparcidos en la pared. Oídos y ojos sangrando ante las revelaciones y esclarecimientos que la
Simone le expone a la Flaca a lo largo de cada pasaje. Una escena del crimen digna de
Tarantino: sangre por todas partes. La Flaca no podía parar de vivir epifanías a cada párrafo
que iba leyendo. Y es que un montón de reflexiones se le agolpaban en la mente, todas
relacionadas con la situación de la mujer en la sociedad y su actual condición de anorexia. ¿Es

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que el patriarcado tuvo algo que ver con sus ansias de no crecer?, ¿De hacerse invisible?, ¿De
desaparecer?, ¿De querer hacerse daño?, ¿De castigarse por no ser una mujer exitosa?, ¿De
querer morir? ¡Por supuesto que sí! La Flaca se daba cuenta cómo su crianza, sin haberlo
querido sus padres y familiares, se había visto envuelta en normas, prohibiciones, tabúes y
pudores que la habían acorralado hacia un estado tal de desesperación, de no reconocerse
como Una y hallarse como Otra que está al servicio de un sistema masculino que le exige ser
y convertirse en cierta cosa, con ciertas características, las cuales, si no lograba alcanzar, serían
la evidencia clara de su fracaso como mujer. ¡Eso es! ¡Esa es la madre del cordero! Por
supuesto que hay un montón de otras condicionantes que llevaron a la Flaca a caer en su
enfermedad. Es claro que había un deseo de no crecer, de no padecer los deberes de ser una
mujer adulta en este sistema patriarcal.

Mientras lee esto, la Flaca recuerda aquellos momentos en que se sentía feliz y completamente
realizada cuando, estando en un estado de máxima delgadez, se daba cuenta que los calzones
y sostenes que no usaba desde 7º básico, le volvían a quedar buenos ¡Ahora! ¡A la edad de 25
años! Le encantaba sentirse pequeña, ínfima, invisible, alguien digna de ser cuidada y de evadir
las exigencias que debería enfrentar si es que fuera una “mujer fuerte”, con “cuerpo de mujer
adulta”. Todo comenzó por un pequeño comentario hacia su apariencia física en el año 2017,
una vez ya estaba egresada de la carrera de Actuación. Solo bastó que le dijeran una cosa sobre
su apariencia física para que el caos se creara en su cabeza, extrapolándose al resto de su
cuerpo. “Ay, estas como más rellenita”. Fin. Caos. ¿Por qué alguien haría algo así? ¿Qué
importa si está más rellenita? ¿Por qué los cuerpos feminizados tienen que ser dignos de
comentarios apreciativos? ¿Por qué se nos evalúa a través de la cosificación de nuestras
características físicas? Probablemente el familiar que hizo aquel comentario no tenía ninguna
intención dañina al respecto, y ciertamente no los tenía. La Flaca entiende eso. Pero ¿Por qué
entonces las características físicas son dignas de comentar? ¿Qué hay de importante ahí si no
es la idea de que se nos aprecie desde un aspecto físico, antes que cualquier cualidad intelectual
y emocional? Hay algo mal con la sociedad, se dice la Flaca. Finalmente, no se trata de echarle
la culpa a la gente con nombre y apellido, sino de plantear un problema que es muy dañino
para la psiquis y, especialmente, para la sensibilidad.

Aún recuerda la Flaca con qué ganas padecía el deseo de hacerse sufrir y pasar hambre a toda
costa, solo con el fin de alcanzar un ideal al cual se sentía forzada para poder lograr sus sueños

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y sentirse aprobada por otres. Y mientras menos alcanzaba sus objetivos, más se sumía en el
martirio de hacerse sufrir. Pasar hambre era como un voto de fe para ser lo más delgada posible
a fin de poder ser la mujer perfecta, con perfecta figura, ser la “muñeca”, el “tesoro” (como
muy bien define la Simone) que su familia y entorno, siempre la empujo a ser. Y al mismo
tiempo, ese voto de fe se convertía en un deseo de no crecer, de seguir siendo merecedora de
amor, de encontrar cobijo en un mundo que es muy cruel. De evadir el sexo en todas sus
formas. De no verse como mujer, de no sentirse como mujer, de no tocarse como mujer, ni
ser tocada por otres, especialmente por hombres. La Flaca aún recuerda cómo durante un
tiempo le repugnaba que hasta su padre le tocará el hombro porque sentía que su intimidad
estaba a flor de piel y le daba asco el solo pensar que esa intimidad podría ser profanada. Ni
parejas tuvo durante su época más cruda. Solo tuvo un “pinche”, como le decía ella, a quien
trataba como pololo, pero con quien ni si quiera fue capaz de intimar porque la sola idea del
sexo la hacía sentir estúpida y le hacía aflorar un pudor que le carcomía hasta lo más profundo.

Aquel chico, fue un buen chico con ella. La Flaca le quiso mucho, y quizás, en otras
circunstancias, habría podido entregarse más a una relación más seria. Pero bueno,
evidentemente, la Flaca no estaba en el mejor lugar de su vida como para poder hacerse cargo
de una relación.

Ejercicios forzados, pasar hambre, escoger caminar miles de cuadras antes que tomar una
micro, medir la comida, hacer ayunos de mínimo 18 horas, todas eran formas de apretar su
cuerpo lo que más pudiese, abrazarlo a contra piel para que lo único de lo que era dueña no
se le fuese a escapar también, impidiendo que llegase a ser poseído por la sociedad, por el
patriarcado.

Ahora la Flaca lograba entender su completa insatisfacción, su deseo de trascendencia


frustrado. Sabía que había algo más profundo que mi simple deseo de ser bonita, se dice.
¡Gracias Simone por tanto! Mientras la Flaca lee sentada y toda doblada en la silla de mimbre
de su habitación al lado de la ventana, siente como si la Simone entrara volando junto a ella y
le diera el abrazo más soróro que pudiera pedir en esos momentos. Gracias por hacerme
entender que no es que yo estuviera cagada por dentro, que la enfermedad no me la pegue
por querer victimizarme y compadecerme de mí misma (cosa que su padre biológico, en un
acto machista, completamente desinteresado y sin reparar en consecuencias, le dijo una vez).

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La Simone llegaba como una bocanada de luz y energía a la vida y al proceso de sanación de
la Flaca. Cada palabra, cada idea, es un respiro, un peso que se remueve de los hombros
cansados y contracturados, por tantos ejercicios forzados, de la Flaca.

La Flaca mira por la ventana y piensa: si pudiera decirle algo a todas mis compañeras, les diría
que el patriarcado es un juez y juntas lo vamos a vencer. ¡Lo vamos a hacer mierda!

La Flaca entra a una nueva etapa en su proceso de


recuperación.

Ya ha pasado el tiempo suficiente como para que podamos admitir que la Flaca ha entrado a
una nueva etapa de su proceso de sanación, un nuevo capítulo en su recuperación, un nuevo
nivel mental en su desarrollo psíquico. A pasado de estar sumida en la enfermedad, a estar ya
más apta de poder mirarla desde afuera y ser capaz de discernir cuándo ésta la domina, para
contraatacarla en pos de volverse una persona sana y con hábitos alimenticios normales. Ha
sido un camino largo y definitivamente queda aún mucho por recorrer. La Flaca recuerda
cuando sus médicos tratantes le pronosticaron que como mínimo necesitaría estar dos años en
tratamiento para poder darse de alta oficialmente de su enfermedad. Recién lleva un año, así
que aún falta tiempo para poder considerarse sana. Y quién sabe, quizá le tome más de dos
años recuperarse completamente, eso también es una posibilidad.

A la Flaca aún le quedan grandes resabios de anorexia en su mente. Aún ésta esa tortura que
la hace esconder un poco de comida, ejercitar obsesivamente, restringirse solo a sus calorías
establecidas por día y evitar sucumbir ante sus antojos. Aún hay anorexia en su cabeza y en su
cuerpo. Pero todo eso no quita el hecho de que aun así ha podido subir de nivel, upgrade her
healing process, pasar a una nueva etapa en su tratamiento. Ahora, ya no está en la caca misma,
como diría ella, ahora ya no está tan aterrada como antes de alimentarse apropiadamente, de
subir el peso que necesita para existir, de ver su cuerpo como el de una mujer adulta, de volver

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a salir a vivir la vida que le corresponde vivir. No, ahora está más fuerte, ya sea mental como
físicamente. Ahora la Flaca mira hacia atrás y ve el largo camino que ha recorrido, observa las
distintas etapas por las que ha debido pasar para llegar a dónde está ahora. Muchas veces ella
se refiere a todo este proceso como el “volver a crecer”, en donde reconoce que, desde que
cayó al hospital, ha pasado por todas las etapas del crecimiento de une niñe, partiendo desde
el nacimiento (hospitalización), volver a aprender a comer (cuando recién comenzó a ingerir
alimentos “normales” de nuevo), aprender poco a poco a trasladarse (una vez ya pudo moverse
más en su propia casa), dormir con su Madre (cuando compartían pieza), y luego volver a
dormir sola (una vez se fue a dormir a su pieza luego de meses de casi no haber tocado su
propia cama), de volver a necesitar de vida social y sentirse atraída por chicos (una vez ya
comenzó a retomar sus actividades sociales con sus amigues) y así, hasta poder llegar a lo que
está ahora: una persona más independiente, que puede salir, decidir por sí misma y que exige,
cada vez más, una vida adulta. Esto último es porque, si bien ya se vuelve a sentir una mujer
grande, aún no ha alcanzado ese estado en el que se reconozca, nuevamente, como una
persona de su propia edad, de 25 años. Si pudiéramos colocarle un número, podríamos decir
que ella se siente de unos 20 años, aún no alcanza la madurez y la independencia de quien
tiene 25 años. Quizá aún no se siente lista. Quizá aún no quiere llegar a sus 25 años. De todas
maneras, sabe que tarde o temprano debe apurarse en esta aceptación, ya que prontamente va
a cumplir sus 26 años (solo quedan un par de semanas desde ahora) y debe comenzar a vivir
como alguien con la experiencia y madurez que los 26 años requieren.

Aún queda camino por recorrer, pero enfocándonos en lo positivo de todo esto, es increíble
cómo la Flaca ha podido vencer una gran cantidad de miedos y restricciones que, hasta hace
un año atrás, aún tenía. Se emociona y le dan ganas de llorar por el solo hecho de pensar lo
duro que ha sido el proceso, lo bajo que llegó a caer y lo mucho que ha podido avanzar en
todo éste último año. El 16 de mayo se cumple un año desde que cayó al hospital en un estado
severo de desnutrición, pesando a penas 36 kilos y teniendo una masa adiposa ínfimamente
deplorable. La Flaca espera aquella fecha con ansias, ya que espera celebrarla como quien
celebra un año de vida. El 16 de mayo se cumple su renacer, se cumple, efectivamente, un año
de vida más, un año desde que decidió que quería vivir. No solo su cuerpo a cambiado desde
la total desnutrición hasta un estado saludable y normal, si no que su mentalidad respecto a su
existencia y autocuidado ha cambiado positivamente. Ya no busca tantas excusas para pasar

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hambre, ya no hace oídos sordos cuando su cuerpo le pide que pare para descansar, o cuando
le pide que necesita alimentarse con algo en específico; a lo largo de este año, la Flaca a
reaprendido a conectarse con su cuerpa y ser una con ella. Un proceso muy bello en verdad.
La Flaca se ha demostrado a sí misma lo fuerte, valiente y perseverante que puede ser cuando
se propone algo, que en este caso era (es) salvarse, no dejarse caer hacia la muerte.

Pero aquí me gustaría resaltar algo sumamente importante en todo este proceso de sanación.
La Flaca no lo ha hecho sola. Ella ha tenido un cuerpo familiar, y de amigues también, pero
sobre todo familiar, que la ha acompañado y la sostenido durante todo este largo camino. Y
más específicamente, me gustaría reconocer la devoción y amor infinito de su Madre, sin ella,
la Flaca definitivamente no estaría donde está ahora. Si hay alguien que le salvó la vida a la
Flaca, fue su Madre. Cuando la Flaca decidió entrar en tratamiento de su enfermedad, ese 16
de mayo del 2019, fue su Madre quien la recibió en sus brazos y la acogió casi devolviéndola
al útero mismo de su protección, para que su hija pudiera salvarse de la muerte y vivir. Nadie
podría haber demostrado tanta dedicación, perseverancia y amor para salvar a su hija de la
manera en que lo hizo la Madre de la Flaca. Sabido es que en el pasado han tenido más de un
problema en su relación. Se han gritado insultos, se han golpeado, se han lastimado en todo
sentido. Un pasado oscuro y dañino es el que cargan, pero también es un pasado lleno de
arrepentimiento, y ahora lo pueden ver así. Saben ambas que se han equivocado, que hay un
montón de cosas que hubieran querido hacer diferente. Pero de alguna manera, todo este
proceso que han vivido ha llegado como un regalo, una bendición para su relación madre e
hija, una segunda oportunidad para volver a nacer, ya sea la Flaca renaciendo como hija y la
Madre renaciendo como madre. Juntas han reescrito su historia.

Nunca antes la Flaca se había sentido más cercana y apegada a su Madre como lo hace ahora.
La sangre tira, es un dicho popular que la Flaca ha escuchado decir varias veces, y nunca lo
había sentido más cierto como ahora. Definitivamente la sangre la tira fuertemente hacia su
Madre, su útero, su protección.

Parte del tratamiento de la Flaca está en dejar que su Madre decida las cosas que ella comerá,
incluida las porciones y medidas, es decir, la Flaca debe confiar plenamente en los cuidados
de ella. Y si bien en un inicio estaba un poco reacia a lo que podría resultar de eso, jamás se
hubiera imaginado la gran capacidad que tiene para confiar en su Madre y entregarse a ella. Es

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como si recién ahora pudieran disfrutar ambas, de lo que siempre estuvo dispuesto para ellas:
los cuidados y el amor que solo puede haber entre una Madre y su hija mayor. Porque
finalmente es eso, siempre han sido ellas dos: Madre e hija contra el mundo. La Flaca es la
primogénita de su Madre, quien la tuvo a los 21 años de edad, muy joven, aún no terminaba
ni la universidad. Y luego, al poco tiempo de nacer, la Madre se separa del Padre biológico de
la Flaca. Así que sí, es real, siempre han sido las dos, una con la otra, enfrentándose juntas a
esta nueva aventura que es aprender a ser Madre y aprender a ser hija.

Todas estas reflexiones la Flaca las puede tener luego del camino que ha recorrido en este
proceso. Ahora puede verlo con mayor claridad. Ahora ve la profundidad de los hechos.
Ahora puede y quiere agradecer de todo corazón todos los esfuerzos y el amor infinito que su
Madre le ha entregado y que ha entregado a su hija amada. Ahora la Flaca siente la fortuna de
tener una Madre tan dedicada y luchadora. Ahora la Flaca respira y siente la paz de quien ha
caminado un largo camino y al fin ya empieza a ver el sol a través de los árboles. Ahora la Flaca
siente, por primera vez en su vida, la terrible pena de en algún momento irse a vivir sola y
alejarse de su Madre. Ahora siente un profundo respeto, admiración y amor hacia aquella
mujer que le dio la vida y que lo ha dado todo por ella.

La Flaca está lista para comenzar esta nueva etapa. Estamos a medio camino, ya falta menos,
lo peor ya pasó, ahora solo queda respirar y mirar el sol en el cielo.

El cumpleaños.

Un año ha pasado. Un año que pareciera ser un simple abrir y cerrar de ojos. Un año en donde
se ha visto renacer, volver a crecer, en donde se ha vuelto a descubrir como la persona que
siempre supo ser, pero de la cual se había olvidado.

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La Flaca recuerda cómo hace un año atrás para su cumpleaños, recién salida del hospital, tuvo
que celebrar su nuevo año de vida en casa con su familia más cercana acompañándola.
Recuerda lo bello y tranquilo que fue ese día. Por temas de su tratamiento no pudo realizar su
celebración con sus amigues como tradicionalmente lo hacía todos los años. Aquel día no, solo
lo compartió con su familia, y estuvo bien, fue tranquilo, fue acogedor. Su Tata estaba ahí. Su
lindo Tata la había acompañado en ese día, la había acompañado en sus fotos familiares… La
Flaca siente un leve vacío, una pequeña angustia y pena al pensar que, este año, su Tata ya no
estará junto a ella en la mesa, no estará ahí para las fotos familiares. Así es la vida, se dice, las
cosas cambian radicalmente de un día para otro, y debemos estar listos para afrontar esos
cambios y abrazarlos, porque son parte de nuestra vida.

Hoy, un año después, la Flaca mira aquellos cambios y siente nostalgia. Nostalgia por ya no
tener a su Tata con ella, nostalgia por el largo camino que ha recorrido, nostalgia por la persona
que era en ese entonces y en la que se ha convertido a lo largo de todo este tiempo. Parecen
ser años luz de diferencias entre la que era entonces y la que soy ahora, dice. Desde cosas tan
profundas hasta cosas más superficiales, la Flaca ve como es una persona completamente
diferente. Se mira en las fotos del año pasado y ve a una chica con la piel tirante y grisácea, ve
un cuerpo enterrado en capas de ropa por el frío y de las cuales se adivina una flaqueza
extrema. Ve unos ojos saltones y un cabello débil que parecía haberse perdido en una cantidad
considerable. ¡Y así la Flaca pensaba que se veía bien, que estaba sana! Ahora se mira en el
espejo y ve a una persona sana y fuerte. Ahora, un año después, puede tener una mirada más
sana respecto de sí misma, y se siente más fuerte, más segura. Hace un año atrás, hasta sonreír
le incomodaba, porque sentía como su piel se estiraba en un intento de poder llevar a cabo
aquella sonrisa. Hoy puede sonreír sin dolor, hoy su rostro se ve más sano. Hoy se siente más.
Cómo ya hemos dicho, aún queda un largo camino por recorrer, pero definitivamente está a
años luz de distancia de la condición en la que se encontraba el año pasado por estas mismas
fechas.

La Flaca recuerda cómo el año pasado se sentía completamente amenazada por la torta que
de cumpleaños: sentía miedo de poder comer, aunque sea un trozo de su torta. Recuerda
también lo poco y nada que la disfrutó, una vez su madre le hubo servido, y también recuerda
toda la crisis emocional y angustiosa que sufrió luego de eso, cómo sentía su culpa por haber
comido torta, cómo lloraba sin consuelo porque no quería comer nada más en todo el día,

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cómo se sentía perdida y cómo pensaba que aquello era lo peor que le podría pasar en la vida.
Recuerda cómo discutió con su madre por comer su cena después, y cómo llorando tragaba,
forzada y muerta de miedo, cada bocado de su cena. Sus padres la observaban asustados y sin
saber qué hacer mientras ella lloraba casi ahogándose con la comida.

Todo eso recuerda la Flaca de lo que pasó hace ya un año. Y ahora no quiere volver a repetirlo.
Ahora ya tiene un crecimiento emocional mucho más poderoso, ahora sabe que hay cosas
maravillosas en su vida y que no tiene nada que temer, que todo estará bien, que tiene un
montón de cosas por las que estar agradecida y por las que estar contenta. Hoy no quiere
enfocarse en la torta. Sabe que hay una torta deliciosa que ella misma pidió y que tiene muchas
ganas de poder probar, pero no quiere que ese sea su foco del día, no. Porque eso no es lo
importante de este día. Comer es comer, algo simple, pasajero, algo que acompaña una buena
conversación, un momento en familia, eso es lo importante de este día: estar con sus seres
querides. Este año no quiere que su foco este en lo superficial para desviar su atención de las
cosas que realmente importan. Ella sabe que cuando trata de hacer oídos sordos a temas más
importantes, comienza inmediatamente a enfocarse en la comida, cuando ese no es el tema
realmente importante. La comida es rica e importante en nuestra vida, pero no debiera ser lo
que nos quita nuestra atención en todo el día. Hoy está decidida que eso no será así. No, hoy
ella reivindica su cumpleaños del año pasado. Hoy está más madura, más consciente, más feliz,
hoy es un día bello, un día de salud y amor. Hoy ella es una persona nueva. Por otro lado, si
bien siente un poco de desilusión debido a que este año también deberá pasar su cumpleaños
en la casa, encerrada gracias a la cuarentena que se ha impuesto en la ciudad a causa del
Coronavirus (esto considerando que ya el año pasado no había podido salir en esta fecha
debido a su condición), hoy se siente más tranquila con la vida y se siente realmente a gusto de
poder pasarlo en su hogar junto a su familia, recibiendo todo el amor de sus amigues a través
del poder de las redes sociales. Hoy es un buen día.

Hoy cumple 26 años y sabe que la vida le depara cosas maravillosas y nuevas experiencias por
vivir. Ahora está segura de que quiere vivir, de que quiere recibir todas las bendiciones de la
vida, ahora se ha empoderado, ahora abraza todo lo que le ofrece la vida. Ahora está feliz y
eso le gusta.

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Las imágenes.

Hay un tema del que aún no hemos hablado. Las imágenes. Todo es una imagen, las fotos, el
espejo, los reflejos de las ventanas, el agua, las historias de Instagram, la pequeña imagen que
se hace de una misma cuando te concentras en los ojos de la persona con la que estás
hablando… Las imágenes. Digo que éste es un tema del cual no hemos hablado aún porque,
la obsesión que tenía la Flaca con las imágenes se remonta al tiempo previo a su
hospitalización, y de ese tiempo no se ha hablado mucho. Es un tiempo oscuro. Es un tiempo
de dolor. Es un tiempo de escases, de hambre, de sufrimiento, de dolores de cabeza, de
dolores de huesos, de llantos mientras se practicaba yoga, de estómago vacío, de frío… de
mucho frío… La inflación de todas esas cosas fue lo que la llevó al quiebre, al Crack de su
condición física y emocional, a su Jueves Negro. La Flaca vivía su vida de manera muy precaria
antes de decidir vivir y luchar por salvarse, antes de aceptar la ayuda que le ofrecían su familia
y sus amigues. Le costó, le costó dejar de escuchar a sus demonios y poder liberarse para
aceptar que merecía vivir. Mirarse y verse en imágenes era una de las cosas que más le carcomía
la consciencia y la hacía querer apretarse más aún, enflaquecer más aún, llegar a ver sus
huesos… más aún. La Flaca estaba obsesionada con revisar su imagen a cada momento, bueno,
en realidad aún lo ésta, pero es menos que antes. Reflejo que veía, ya fuera espejo, ventana,
lentes, pantalla del televisor, del microonda, del horno, etc., ella se detenía, se observaba,
evaluaba que tan flaca se veía y seguía con sus cosas. Todos los días, la Flaca se quedaba largos
minutos, observándose desnuda en el espejo de su baño. Era como una suerte de fascinación
al ver sus huesos salidos, sus costillas, su abdomen deformado hacia adentro de tan delgada
que estaba, sus caderas chuecas y filosas, sus piernas como dos palos. Ella sabía que tenía que
ponerle un alto a su condición, pero ese demonio anoréxico que le hablaba al oído, la hacía
sentir como si hubiera logrado una gran meta. ¡Al fin estaba flaca! ¡Obvio que ahora le tenía
que ir mejor en la vida! Ahora estoy más bonita, obvio que sí. Ahora vienen las ofertas de
trabajo y mi carrera como actriz al fin va a despegar.

Cada día esa imagen se hacía más radical, cada vez su piel Chocaba más el Hueso.

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La Flaca se engañaba a sí misma y se tomaba fotos con la excusa de poder de esa manera
concientizar que no estaba en un estado físico sano, pero la verdad es que dentro de ella había
un placer oscuro por comparar sus fotos de antes, cuando estaba sana, con aquellas nuevas
fotos desnuda, donde su cuerpo ya no era su cuerpo, donde su flaqueza ya era rotunda. Luego
también estaban las imágenes casuales. Cuando caminaba por la calle, siempre estaba atenta a
las imágenes que se avecinaban hacia ella cuando pasaba al frente de un gran ventanal o por
los polarizados de los bancos del centro de Santiago. Cuando subía a un ascensor lo mismo,
se miraba fingiendo que se arreglaba la chaqueta o el pelo, pero lo que hacía realmente era un
chequeo completo de su figura y de cómo ésta se modelaba con esas ropas sueltas, con esos
pantalones afirmados con un cinturón que se ajustaba hasta el último de los orificios. Todas
las imágenes le valían, y todas le servían para revisarse, para asegurarse por centésima vez en
el día de que era flaca, de que seguía siendo flaca, de que en esos minutos que pasaron entre
un reflejo y otro, nada se había alterado en ella y de que efectivamente continuaba siendo
delgada. Quizá hasta era incluso más flaca a cada nueva imagen en la que se observaba, ya que
a cada paso enérgico que daba al caminar, quemaba una nueva caloría, quemaba su vida.

Muchas de estas imágenes aún quedan en la memoria de la Flaca, muchas incluso están
guardadas en la memoria de su celular, o en la memoria de los celulares de sus amigues.

La Flaca, cuando salía a tener vida social, y se tomaba fotos con sus amigues, ya sea para el
Instagram o para el recuerdo, siempre observaba con detenimiento las imágenes guardadas, le
gustaba ver como su cara se veía angulosa y con ojeras, le gustaba verse así de demacrada
porque una parte de ella encontraba bello ese look, el de demacración máxima, sentía que se
veía como una chica sexy e incomprendida de una película indi de Francia o Alemania.
Aparecía riéndose, haciendo caras, bailando en las historias de Instagram y le gustaba verse
estupendamente delgada en cada uno de los celulares de sus amigues. De alguna u otra
manera, esperaba que las personas que vieran esas imágenes dijeran “Wow, la Flaca se ve bien.
Oh sí, está justo como quiere. ¡Oh Dios! Si parece modelo”. Ahora se da cuenta de la
cosificación y de lo objeto que se hizo a sí misma, ahora ve lo patriarcal de su pensamiento en
aquel momento. Ella es más que un adorno de su persona, es más que solo su apariencia, ¿Por
qué estaba tan obsesionada con la idea de que sería a través de ese criterio cómo finalmente
sería feliz?

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Ahora todas esas imágenes están en las memorias de aparatos tecnológicos: celulares,
computador, Tablet. Incluso hay videos, ya que en un intento de la Flaca por volverse una
influencer de los Trastornos Alimenticios (esto unos pocos días antes de decidir
hospitalizarse), se había grabado hablando y “saliendo del clóset” de su problema de salud,
publicando unos videos declarándose una anoréxica. Esos videos aún existen. La Flaca los vio
hace unos días atrás.

Y… Mierda… En qué pasta me fui…

Esas imágenes, esos videos, la Flaca los observa ahora, ahora que ya ha recuperado su peso
normal y su figura, y se sorprende. Ahora puede ver con otros ojos el estado al que llegó a
estar. Se veía rara, desfigurada ¿Esa soy yo? Me veo extraña… No parezco yo misma. La
concientización del estado al que llegó a estar ahora es inevitable. Y todas esas imágenes siguen
existiendo. Aún está el recuerdo de lo que fue su paso por la mierda máxima de su existencia
hasta ahora.

La Flaca borra las imágenes que se hayan en su celular. No quiere dejar que esas fotos, que
esos videos, la vuelvan a tentar hacia un ideal de belleza esquelético que solo la conducirá hasta
la muerte. Ahora es más consciente de eso. Las borra, pero aun así deja algunas, las menos
terribles… ¿Será que le cuesta soltar esa imagen aún? ¡Por qué todo es tan confuso! Mi cabeza…
Ya no quiero pensar en nada más… ¡Ya cállate!

La Flaca deja esa imagen. Quizá no pase nada.

De vez en cuando sus amigues suben historias del recuerdo a Instagram y la Flaca puede
observarse en su flaqueza nuevamente. Se desconoce en un inicio y luego recuerda que paso
por ese estado hace no mucho tiempo atrás.

Finalmente, creo que escapar a esa realidad del pasado, es hacer oídos sordos a la historia que
carga la Flaca y que la definen como tal. Hay que aprender de lo vivido y volver a mirar a ese
demonio a los ojos y decirle “ya no tienes poder sobre mí”. Creo que huir de esas imágenes
es negar lo que fue, y como diría Johnathan Van Ness de Queer Eye (serie que la Flaca ama
con todo su ser): “¡Own it Girrrlll!” Hay que perderle el miedo a esas imágenes, porque solo
así se desvalora el demonio.

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Incluso ahora podemos ver cómo la Flaca se obsesiona con sus imágenes: ¿La borro o no la
borro? ¿Le digo a mis amigues que borren esos videos, o no?

Hay una parte de ella que le siguen gustando esas imágenes, y hay una parte de ella que ya no
le importan, asumiendo orgullosamente que, al fin, está mejor.

Esas imágenes ya no tienen poder sobre mí. Ésta que soy ahora es mucho más parecida a mi
verdadera yo que la que aparece en aquellas fotografías y videos. La otra es un disfraz, un
disfraz que ya no me quiero volver a poner.

La Flaca vuelve a cocinar.

Nadiya había vuelto a despertar este amor que tenía hacia la cocina.

En la familia de la Flaca, había grandes ejemplos de mujeres cocineras que entregan amor a
través del arte de la cocina casera, tradicional o un poco experimental, así que la Flaca siempre
tuvo el tema de la comida muy presente; era su manera de entender el amor que se entrega a
sus seres querides, un boleto hacia el afecto, la independencia… y el control.

La Flaca, antes de hospitalizarse, y también mucho antes de que su condición empeorara, se


estaba cocinando mucho a sí misma, le encantaba ver sus comidas, organizarlas, experimentar,
probar distintas cosas, y controlar. Sobre todo, le gustaba la pastelería, hacer dulces y queques
deliciosos. Le encantaba hacer feliz a sus amigues y familia. Ella era feliz cocinando, encerrada
en la cocina, cantando y bailando con la música a todo el guataje. Pero incluso desde antes de
declarársele su enfermedad, ella, de manera incipiente, usaba la comida como una forma de
control. Hacer grandes pasteles para un cumpleaños, significaba saber qué contenía y de qué
estaba compuesto, haciendo que pudiera comer tranquila. Luego, cuando su mente comenzó
a empeorar y ponerse cada vez más rígida, la Flaca cocinaba para poder medir
meticulosamente las porciones de ingredientes que componían sus creaciones, optando
siempre por las opciones más “saludables”, sin gluten, low carb, keto, no dairy, no sugar, y
muchas otras cosas más. O sea que sí, su pasión por la cocina también estaba impregnada de
un deseo de control de los alimentos que consumía. Galletas de mantequilla de maní, Banana

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Bread, Over Night Oats, Pancakes, French Toast, salteados de verduras, tortillas veganas e
integrales, entre otras muchas cosas más, son algunos de los alimentos que se preparaba la
Flaca para poder alimentarse, o al menos eso trataba de hacer cuando ya su mente estaba
viciada con pensamientos restrictivos y culposos respecto de su figura, de sus hábitos de
alimentación, de sus logros como persona.

Ella disfrutaba de cocinar y “hacerse cargo” de su alimentación, pero no porque estuviera


consiente de que debía salvarse del daño que se estaba haciendo a sí misma, si no que porque
así podía controlar lo que comía. La Flaca calculaba y pesaba todos los ingredientes, tenía
cuadernos en donde iba anotando las calorías que tenían cierta cantidad de gramos de los
alimentos. Iba de la mano a todas partes con la calculadora del celular, media cuidadosamente
las cucharadas de todo, y se sabía de memoria casi todas las calorías y proteínas de todos los
alimentos de su cocina. En fin, sí, a la Flaca le gustaba aprender nuevas recetas y cocinar, pero
en gran parte eso era porque así nadie más que ella se metía en lo que comía y cuánto comía.

Expulsó, en ese tiempo, a su madre de su alimentación, se hizo vegetariana y todo lo que comía
durante el día, era distinto de lo que comía el resto de su familia. Se engañaba a sí misma con
la idea, como ya dije, de que se estaba haciendo cargo de su alimentación al cocinarse, pero
en verdad era todo un circulo de apariencias y muy vicioso, ya que cada vez restringía más los
ingredientes, cada vez controlaba más los alimentos, y cada vez iba eliminando más comidas
del día: algunas veces llegó hasta solo quedarse con la comida del desayuno, su favorito. Era
todo un gran engaño, porque ya a esas alturas estaba tan enviciada en su obsesión por bajar de
peso, que ya no podía despegarse de todas esas reglas y restricciones con las que mantenía su
manera de cocinar y alimentarse. Así que dejó de hacerlo. Una vez que fue a parar al hospital,
tuvo que ceder ese control. Entre las muchas cosas que pasaron a causa de esta decisión de
hospitalizarse, la Flaca tuvo que soltar su alimentación y cederla a otres: a la gente del hospital
y luego a su Madre. Después de más de un año de estar ella a cargo de las cosas que comía y
cómo las comía, ahora de manera abrupta debía acostumbrarse recibir sus alimentos de la
mano de un otre que decidiría por ella en cuanto a las porciones y tipos de alimentos que
consumiría (y que necesitaba consumir debido a su estado de salud). Ahí tuvo que entrar la
carne de nuevo a su vida. De a poco tuvo que volver a incluir ésta dentro de sus alimentos,
partiendo por el pescado, luego por el pollo y el pavo, y por último con las carnes rojas. La

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Flaca se sentía pesada, con nauseas después de las primeras veces en que volvió a comer carne.
Pero tenía que hacerlo.

Así la Flaca se alejó de la cocina, ahora todo eso quedaba en manos del hospital y, sobre todo,
de su Madre. La Flaca tuvo que volver a confiar en ella, en su Madre, y en sí misma. Fue todo
un proceso, incluso, llegó hasta sentir pavor de la cocina como espacio físico. Los primeros
meses evitaba incluso entrar, ya que toda muestra de preparación de alimentos la hacía sentir
insegura, la hacía dudar y la hacía querer restringir. De pasar casi todo el día metida en la
cocina, preparando alimentos y ordenando las alacenas, paso a no querer pisar si quiera el
suelo de aquel espacio de la casa.

El viaje ha sido largo. De a poco la Flaca pudo volver a meterse a la cocina, ver como su mamá
cocinaba, e incluso, eventualmente pudo ella misma prepararse sus comidas del desayuno o
de la once. Todo un avance. Pero aún no era capaz de cocinarse, desde cero sus platos de
comida o seguir su impulso y volver a preparar un rico queque o cualquiera de esas cosas que
tan gustosamente se cocinaba antes de permitir que la enfermedad la dominara.

Ahora, estos últimos días, sin darse cuenta casi, sin previo aviso, la vida la llevó a volver a
cocinar cosas para ella y para sus seres querides; para gozar. Ciertamente el COVID-19 ha
traído grandes estragos a la población mundial, pero el hecho de estar en confinamiento,
pudiendo salir al supermercado solo una vez a la semana, y de que, por lo tanto, los alimentos
en la casa se acaben, la Flaca se ha visto impulsada a proveerse de sus alimentos para poder
continuar con su minuta diaria de alimentación.

Todo partió con hacer sus propias barritas de cereales, las que son parte de su colación de
media mañana. El solo realizar esta acción, le reavivó ese placer dormido que tenía en el fondo
de su centro. ¡Qué rico es cocinar para subsistir! Es como si fuera una persona independiente,
que resuelve los problemas de su vida por si sola. La Flaca volvía así a reencontrarse con ese
amor y goce de alimentarse de cosas que ella misma se cocinó con cariño para poder auto
cuidarse y auto nutrirse. Volvía a experimentar esa forma de comer que va más allá del simple
acto de tragar cosas, pudiendo sentir un goce sincero, un goce que ya no le hacía sentir miedo.

La Flaca vuelve a cocinar, y en parte todo esto es gracias a Nadiya Hussain. Obviamente que
está todo el proceso que ha seguido la Flaca a lo largo de su tratamiento, pero ha sido el ver a
Nadiya lo que le ha dado finalmente el valor de volver a intentar hacerlo. Quiero que sepan
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igual, que esto no se trata de hacerle propaganda a Nadiya Hussain, ni que me esté pagando
para poder hablar de ella en este espacio, para nada. Todo esto surge de la simple y pura
admiración del programa de cocina que ella hace en Netflix y de cómo la simpleza y la dulzura
con que lleva a sus televidentes a lo largo de su programa, ayudó a empoderar a la Flaca para
poder atreverse a probar las distintas recetas que ahí aparecen. Nadiya, con su programa de
cocina simple para el día a día de las personas, le vuelve a despertar ese amor por la cocina.
La Flaca vuelve a alimentarse a sí misma.

Cada mañana la Flaca ponía un capítulo de Nadiya´s Time to Eat en Netflix y gozaba de cada
una de las distintas ideas para cocinar que su anfitriona televisiva le mostraba. Incluso, una vez
ya se terminó la temporada, ha vuelto a poner los capítulos para verlos de nuevo, por una
parte, para aprenderse bien las recetas, pero por otra porque hay una calma y un ideal de vida
que proyecta Nadiya a través de su programa que la Flaca anhela y sueña con algún día poder
experimentar. Quizás con esto último volvemos al problema de que la Flaca tiende a añorar
cosas que se crea en su fantasía mental en vez de atesorar lo que ya tiene en su vida presente,
pero la verdad es que, si no fuera por eso, quizás no se habría atrevido a volver a tocar la cocina
y prepararse sus alimentos. Asumo que ya se dará el tiempo de hacerse cargo de esa tendencia
a querer siempre lo que no tiene, pero de momento vamos paso a pasito, ya es algo muy
importante el que vuelva a cocinarse a sí misma.

Desde el Soda Bread, hasta los Egg and Mushroom Tortilla Roll, del Peanut Butter Jelly
Traybake, hasta quien sabe lo que pueda venir ahora, la Flaca ha experimentado en la cocina
probando distintos alimentos que puede incluir perfectamente en sus quehaceres diarios y en
sus tiempos de comidas. Para qué vamos a mentir eso sí que igual la Flaca ordena todo
meticulosamente en su cabeza para poder hacer calzar bien las calorías de sus nuevas
preparaciones con su cantidad establecida de calorías diarias. Pero bueno, resabios que van
quedando. Y vuelvo a recordarlo: lo importante es que la Flaca está volviendo a tener el valor
de acercarse a la cocina y preparase sus alimentos sin estar ya tan invadida por el deseo de
querer controlar lo que come; ahora ya se siente más libre de poder seguir a sus sinceros
impulsos de su verdadera forma de ser. La Flaca es alguien que gusta de cocinar y probar
distintas recetas y prepararse sus propias comidas, es algo que la define dentro de sus hábitos
y formas de relacionarse en su vida, así que sí, podemos decir que la Flaca está volviendo a ser
ella misma. Nadiya, con su carisma, dulzura y liviandad con que prepara y realiza su programa

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de cocina, le ha dado la inspiración y el impulso a la Flaca de decir: Ok, puedo hacerlo. Si
estas recetas son para hacerlas por personas con vidas activas y felices, y yo quiero vivir de esa
manera, puedo intentar hacer algunas de estas recetas ahora que puedo y tengo tiempo en esta
cuarentena.

La primera vez que vio salir su primer Soda Bread del horno, casi pudo llorar de la alegría de
ver lo bien que le había quedado y lo sencillo que fue poder enfrentarse una vez más a la
preparación de un alimento que estaba segura de probar. No solo comió ese mismo día su
Soda Bread, sino que también volvió hacerlo al día siguiente, cosa impensada para ella tiempo
atrás. Un gran avance, ciertamente un tremendo avance.

Ahora la Flaca vuelve a sentirse un poco más ella misma, se siente llena de vida, de ganas de
existir en este mundo, relacionándose y fluyendo como una persona normal, como una
persona que es auténtica consigo misma. La Flaca ama cocinar y probar sus creaciones y
compartirlas con sus seres querides, algo que sacó del lado de su madre, quién también goza
mucho de hacer esto. Perderle el miedo a la cocina, es también re significar la alimentación
para la Flaca y verla como algo que fluye con la vida y que no debiera afectarla negativamente,
si no que puede ser algo hermoso, algo que construye su existencia y su forma de ser.

La Flaca vuelve a cocinar y ya no se limita a solo probar un pequeño bocado de lo que prepara,
ahora está decidida a nutrirse de sus propias creaciones. Ahora se recuerda que ella también
es merecedora de gozar la vida y de disfrutar de los alimentos que ella misma se cocina. Ya no
es algo externo, ya no son solo les demás quienes pueden comer sin culpas, ahora ella también
se permite comer y disfrutar el momento sin martirizarse, sin ir a hacer ejercicios forzados
luego, sin dejar de ser ella misma. Y es que es eso, la Flaca está volviendo a ser ella misma, ésa
que es capaz de cuidarse, ésa que es consciente de su salud, ésa que valora y abraza su propio
placer. Todes merecemos eso, y por primera vez en mucho tiempo, la Flaca se siente parte de
ese mundo que también le pertenece y en el que elige ser feliz.

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¡Oye y nos salió comercial po!

Después de 43.567.933 veces de haber ido a castings de mierda, en donde la Flaca debía
esperar horas en una habitación llena de gente hermosa, hegemónica y esbelta, donde muchas
veces no comía con el fin de poder verse más delgada ante la cámara, y donde incluso era
capaz de adoptar un personaje de una chica mega extrovertida, habladora y muy “conocedora”
del mundo de la televisión y las cámaras, finalmente la Flaca quedó seleccionada para un
comercial. ¡Y fue en medio del confinamiento por el COVID-19! Contra todo pronóstico de
poder encontrar pega en medio de la pandemia, y luego de volver de su viaje a los EE.UU, la
Flaca, gracias a su incansable persistencia, luego de realizar varios castings por archivo que le
enviaba su agencia, y que hasta el momento no habían dado luces de resultar, al fin había
recibido el WhatsApp de la gloria y el éxito. Ok, ok, quizás esté exagerando, evidentemente
esta oportunidad no iba a cambiar la vida de la Flaca, no es que con esto fuera a lanzarse al
estrellato ni nada, eso lo sabía muy bien. Pero había algo maravilloso en haber podido ser
elegida de entre muchas otras para poder representar una imagen, una imagen que se quería
mostrar en los medios para el resto del mundo. O bueno, quizás no del mundo entero, pero
sí de Chile. El punto es que la Flaca se sintió única, se sintió especial, se sintió como siempre
soñó sentirse cada vez que se miraba en el espejo y observaba sus huesos sobresalientes,
esperando ser elegida por su hermosa delgadez. Ya sabemos que en ése tiempo nunca nadie
prestó la atención que ella exigía. Ahora, era una fuerza superior y omnipotente (por no irme
en la hippie y decir de frentón que fue el Universo), la que le daba a entender a la Flaca que
ahora sí era el momento correcto para brillar, ahora sí le estaba permitido poder cumplir sus
sueños, porque es su cuerpo ahora el que ha vuelto a estar listo para vivir. Quizás había algo
en su ser que ahora irradiaba una energía de bienestar, de salud. Muchas veces en el último
tiempo, la Flaca se ha mirado en el espejo y se ha sentido insatisfecha, extraña sus huesos a la
vista, extraña su abdomen completamente plano, extraña ver su pecho anguloso, pero al mismo
tiempo es muy extraño que a pesar de esta insatisfacción, se siente mejor que nunca. Tiene
energía, puede pensar, puede trabajar, escribir, crear. Quizás esa insatisfacción viene de un
proceso lento de ir abandonando totalmente las expectativas que en algún momento tuvo sobre
cómo debía verse para ser digna de alcanzar sus sueños. Y es que simplemente estaban erradas,

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o más que eso, venían de un concepto dañino y tóxico de cómo debía ser su relación con su
cuerpo, concepto que le había sido inculcado desde un sistema patriarcal, opresivo y
profundamente hegemónico, del cual aún le sigue costando recuperarse. De todas maneras,
dentro de todo esto, la Flaca logra entender ahora que su cuerpo está sano, y que finalmente
es digno de vivir. Pero bueno, no les quiero seguir dando la lata sobre todo el proceso espiritual
revelador, pacha love, inspirational e iluminado que experimentó la Flaca al recibir el
WhatsApp de la gloria. Vamos a lo que nos interesa ¿Cómo fue enfrentarse a la grabación? Y
¿Cómo fue salir en pandemia?

Primero que nada, vale decir, que la productora tomó todas las medidas necesarias para poder
realizar la grabación de la mejor manera posible, haciendo que todes les que trabajaban ahí
salieran sanos y salvos. Con decirles que todo el procedimiento de prevención partió con un
encargado en prevención de riesgo, contratado por la productora, que fue dos días antes de la
filmación personalmente a la casa de la Flaca para poder tomarle el test rápido del COVID,
asegurándose así de que la persona que actuaría estuviera completamente limpia de todo bicho
extraño. Uff, salió negativo. Genial. La Flaca estaba contenta que ya al haber pasado la prueba
del fuego, todo se presentaba completamente expedito para cumplir con aquel proyecto que
tanto había esperado.

La noche previa a la grabación, la Flaca estaba ansiosa. Probó todos y cada uno de los vestuarios
que le pidieron que se probara y que enviara fotos, ya que al no haber prueba de vestuario
presencial gracias al COVID, debió hacer todo eso desde la casa. A la mañana siguiente debía
levantarse tipo 5 am, ya que tenía que estar en la locación de rodaje a las 7 am en punto. Así
que dejó preparado todos sus vestuarios y colaciones, ya que, nuevamente gracias al COVID,
no estaba 100% segura de que fuera a haber catering durante la filmación debido al contacto
de los alimentos. Mejor prevenir que lamentar. Si de una cosa estaba segura, era que pasara lo
que pasara, no iba a dejar que el ajetreo de la filmación la empujara a saltarse sus comidas
necesarias y requeridas para que su cuerpo, su mente y su energía funcionaran lo mejor posible
frente a la exigencia que se enfrentaría al día siguiente, más que mal, era la primera vez que
trabajaría presencialmente desde que decidió internarse en el hospital hace más de un año.

Aquella noche, prácticamente no durmió, estaba demasiado ansiosa. A la mañana siguiente ya


tenía todo calculado: se vestiría, se armaría de todo su kit anti COVID, agarraría sus cosas y

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bajaría a la cocina para tomar desayuno. Su Padre la iría a dejar y a buscar. Se subieron al auto,
la Flaca no sabía que esperar una vez llegase al lugar.

Era una casa típica de estilo Art Decó adornada de manera hippie vintage de la comuna de
providencia. Los integrantes de la crew estaban por todas partes. La Flaca sintió una alegría al
ver todos los aparatos y elementos de filmación esparcidos por todas partes del ante jardín de
la casa: había llegado y algo en ella la hacía sentir segura de que ése era el lugar al que
pertenecía, ése era el lugar en el que debía estar. Inmediatamente también se sintió más
tranquila al confirmar que todas las medidas de prevención estaban siendo aplicadas. El
prevencionista que le había tomado el examen estaba ahí, y antes de que la Flaca pudiera dar
un paso dentro de la casa, éste la detuvo y la hizo ponerse lo que parecía un complejo
desinfectante, en los zapatos. Inmediatamente, una vez puso sus dos pies dentro de la casa, un
grupo de integrantes de la crew, equipados con mascarillas y overoles de prevención, la
recibieron. “Eres la modelo, ¿verdad?”, le preguntaron. Debo decir que al ser un comercial es
más común que suelan trabajar con modelos antes que con reales actrices y actores. “Sí”, dijo
la Flaca a través de su mascarilla, mientras observaba los ojos más bonitos que veía en mucho
tiempo. No había alcanzado a dar ni dos pasos y la Flaca ya se había enamorado. Los crush
que ha tenido últimamente son cada vez más frecuentes, y es que tampoco es su culpa, antes
de la cuarentena ya había estado cerca de 6 meses hospitalizada en su casa sin poder salir ni
conocer gente nueva, por lo tanto es completamente entendible que la Flaca estuviera on fire
tirando flechas por todas partes. Pero sí, eran unos ojos tiernos, unos ojitos amables. La Flaca,
cual película romántica, sintió como el tiempo se detenía y la voz de este chico se difuminaba
en un fondo en el que se escuchaba Something de The Beatles. Cristóbal, ese era su nombre
(la Flaca lo descubriría horas después), y la razón de porqué lo menciono es debido a que sé
que a la Flaca le gustaría mucho poder volver a encontrarlo. Así que sí, me tomo la libertad de
hacer un llamado para que si tú, Cristóbal, estas ahí, leyendo muy entretenido las aventuras de
la Flaca, debes saber que ella gusta de ti y le encantaría que salieran en una cita. Tú tranquilo,
que estoy segura de que ella tomara las medidas sanitarias necesarias para el encuentro, aunque
tú también debes comprometerte a hacerlo. Habiendo establecido esto, continuemos con la
aventura.

Luego de éste primer encuentro, la Flaca no recuerda muy bien cómo fue que llegó a la pieza
del segundo piso destinada para que les modeles pudieran vestirse y maquillarse. Ahí conoció

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a su vestuarista, con quien había hablado la noche anterior para probarse los vestuarios desde
su casa. Era muy simpática e inmediatamente la Flaca reconoció un alma amiga. Fue ésta quien
le dijo que había unas bolsas de catering/desayuno para todes abajo, selladas y preparadas para
ser anti COVID. La Flaca, que había llegado armadísima con todas sus colaciones, sintió por
un momento que no sería capaz de ir a reclamar su bolsa con comida porque 1) qué miedo
comer comida que no viene de un ambiente completamente limpio como su propia casa y 2)
¿Cómo iba a ser capaz de comer un segundo desayuno si ya había comido lo que debía comer
en su propia casa? Pero la vestuarista, sin saber el gran pajeo mental que estaba teniendo la
Flaca en ese momento, le dice que, si no se lo quería comer, siempre podía llevárselo para su
casa, “y es que está todo muy rico”, afirmaba sin prestar atención al gesto de concentración de
ella. Así que decidió bajar a buscarlo, y al llegar a la mesa del catering se topó nuevamente con
aquellos ojos bonitos y nuevamente volvió a sonar Something de The Beatles. Éste le pasó su
bolsa sellada y la Flaca volvió a encontrarse casi por un acto de tele transportación en la pieza
del segundo piso. Lo que fue del entremedio antes de comenzar a grabar, es irrelevante. Una
vez ya estuvo completamente vestida y maquillada por ella misma (nuevamente, gracias
COVID), la Flaca fue llamada a su primera tarea: hacer la típica toma de sacar una lata de
cerveza de un cooler hegemónico y perfecto repleto de hielos. ¿Dije que éste comercial era de
una cerveza? Bueno, se los digo ahora. Solo aparecería su mano en un primer plano, pero…
jamás pensó lo difícil y preciso que debía ser eso. Ahí conoció al directo y al director de
fotografía, muy simpáticos ambos. Quizás hubo alguna tensión un poco sexual que la Flaca
sintió en el momento en que cruzó miradas con el director (quiero establecer que todes usaron
mascarillas prácticamente durante todo el rodaje, por lo que la Flaca casi no vio las caras reales
de nadie), pero no importó mucho, porque era solo sexual, no era una flecha de amor como
lo que sí experimentó con aquel de ojos bonitos.

La Flaca lo habrá intentado unas 50 veces quizás, pero la toma no lograba salir como ellos
esperaban. Por suerte las razones de por qué no salía estaban relacionadas a temas técnicos
del hielo, la cámara, y no de la performance de su mano congelada. Finalmente se decidió que
lo haría otro integrante de la crew que tenía ya dominado el arte de sacar una lata hegemónica
desde un cooler idílico lleno de hielo.

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La siguiente escena era ya más de actuación. La Flaca estaba nerviosa, ¿Lo haría bien después
de más de un año sin actuar frente a nadie? Su colega actor, un hombre muy amable y
simpático, ya estaba en posición, solo había que esperar el acción.

Listo, hizo la primera prueba. Silencio. A lo lejos se escuchó un “¡Eso!”. ¿Había pasado algo?
El director entro en la escena, miró a la Flaca y dijo “¡Eso! ¡Perfecta! ¡Eso mismo es lo que
queremos! Ya, démosle de nuevo”. La Flaca lo había hecho bien, y a la primera. Parece que
aún podía seguir actuando, y, además, parece que era buena haciéndolo. Ya después de esto,
se pudo relajar un poco más. Todas las tomas que se hicieron de esta primera escena, la Flaca
las disfruto como no lo hacía hace mucho tiempo. Se sentía en su salsa. Por primera vez, quizás
desde su egreso, pudo sentir que para esto era lo que había estudiado 4 años en la universidad.
Y más orgullosa aún de sus logros, en un momento de cambio de cámara, la Flaca recordó su
bolsa sellada de catering/desayuno, y fue a buscar una barrita de cereal que ahí había para
comerse de colación. Llevaban horas grabando y no sabía cuantas más estaría antes de poder
almorzar, si iba a cuidarse tenía que estar consciente de que debía comer para seguir rindiendo
tan bien como lo estaba haciendo hasta ahora. Estaba contenta, alimentarse en pos de su
autocuidado, la hizo disfrutar más aún el trabajo de actriz que estaba desempeñando en ése
momento. Toda la primera escena, siguió estupendamente, ahora había que comenzar a grabar
la segunda. La Flaca se cambió de vestuario y bajó a entrar a escena como si llevara grabando
semanas junto a la crew.

Había perritos dando vuelta, eran de la dueña de casa y la Flaca se sentía en tanta libertad que
hasta intentaron en un momento, grabar con uno de estos. Al final no resultó, pero fue culpa
del perrito, no de ella.

Se acercaba la hora de almuerzo y la Flaca ya empezaba a sentir cómo su estómago pedía por
un poco de comida. Esto era bueno, era señal de que estaba gastando energía y de que
necesitaba reponerla; la Flaca estaba en completa conexión con su cuerpo.

Por fin el break de almuerzo llegó, nuevamente la comida venía perfectamente sellada. La
Flaca se sentó a comer preocupada de mantener la distancia debida con el resto de la crew, ya
que demás está decir que todes se quitaron las mascarillas para comer. Pero ¿A que no
adivinan quienes se sentaron cerca de ella? Los ojos más bonitos que había visto en mucho
tiempo, y esta vez, al estar sin mascarilla, iban acompañados de la sonrisa más bonita que había

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visto en mucho tiempo. La Flaca no sabía cómo coquetear con él. Solo se le ocurrió regalarle
su postre y su bebida. Él no parecía prestarle mucha atención, pero le recibió estos con
amabilidad. ¡Ah, sí ojalá hubieran podido hablar más para que la Flaca le hubiera dejado en
claro que estaba interesada en él! Independiente de eso, la Flaca se sintió profundamente
agradecida de sí misma cuando al ver su almuerzo, que era un quiche de verduras, se dio
cuenta de que era más grande de lo que acostumbraba a comer, pero que eso no le importó y
se lo comió todo, porque su cuerpo lo necesitaba, y tenía hambre después todo el trabajo que
ya había realizado.

La siguiente parte de la escena fueron un placer más. La Flaca estaba tan feliz, un poco cansada
ya a estas alturas, pero feliz. Estaba haciendo lo que realmente amaba y ya no tenía nada más
que pedir.

Habiendo terminado su parte, la Flaca estaba lista para abandonar el set, solo quedaba una
cosa por hacer: firmar el contrato y ¿quién era el encargado de asegurarse de recibir ese
documento? Los ojos más bonitos que había visto desde hace mucho tiempo. La Flaca al saber
que éste se acercaría especialmente a ella para hablarle, se arregló un poco el pelo y trató de
verse lo más hermosa que pudo a pesar de tener una mascarilla sobre su cara. Las palabras
que intercambiaron son irrelevantes, pero para la Flaca fueron todo lo que necesitaba para
volver llena de ilusión a su casa. Vagamente se despidió de toda la crew que ahora estaba
enfocada en trabajar con el nuevo grupo de actrices y actores que habían llegado. Al salir se
topó una vez más con aquellos ojos tan bonitos y se subió al auto de su padre que ya la esperaba
afuera.

Fue un día hermoso, y no solo por este encuentro con los ojos más bonitos que había visto
desde hace mucho tiempo, si no que porque sintió que estaba haciendo lo que desde pequeña
estaba segura que quería hacer. Necesitaba volver, no sabía cuándo, pero sabía que tenía que
volver a hacerlo.

Los días siguientes pasaron rápidamente. La monotonía de la cuarentena los tenía a todes
hipnotizados en un devenir en el que ya no te dabas cuenta de cómo llegas de un lunes a otro
sin percatarte del paso del tiempo. Hasta que, finalmente, llegó el día en que salió al aire la
primera parte del comercial. Su colega de escena le había enviado el video de Instagram, era
un spot corto pero preciso. La Flaca corrió a mostrárselo a su Madre y su Padre. No podían

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de la felicidad y el orgullo. Compartieron el video con todes en la familia. Su abuela la llamó
para felicitarla y le decía que su Tata, desde el cielo, la estaba ayudando para que estas cosas
le salieran. La Flaca pensó en lo orgulloso que estaría su Tata de verla en un comercial.
Compartió el video en sus historias y recibió un montón de felicitaciones de sus amigues. Son
les más apañadores, se decía mientras leía todos los mensajes de amor que le enviaban. Solo
faltaba ahora ver la segunda parte del comercial y éste salió un par de semanas después, pero
esta vez fue distinto. Bueno, quizás este exagerando nuevamente, no fue tan terrible, es solo
que, como todo proceso, de repente hay deslices que nos hacen volver a preocuparnos de
temas físicos que una desearía ya fueran cosas del pasado.

La Flaca vio el video y todo se veía estupendo, en verdad estaba satisfecha con su actuación.
Pero luego, en la última toma del comercial, salía su cuerpo de espalda casi en primer plano,
y su poto… su poto. Cómo te explico que no le gustó para nada cómo vio su poto. Sintió que
se veía enorme, ¿Cómo había crecido tanto en el último tiempo? Evidentemente sabía que no
estaba enorme, pero ella se sintió expuesta, que todo el mundo lo vería y diría “Uy, que esta
potoncita la Flaca”.

Esto le habrá durado unos 20 minutos, y luego de expresarlo, de comentárselo a su Madre y a


su Padre, pudo sentirse ya más tranquila, quizás solo necesitaba sacarlo. También pudo
hablarlo con una de sus mejores amigas, quién también le dio el soporte que necesitaba para
ya dejar pasar esa imagen y abrazar su cuerpo tal cual es. Así que finalmente, también se atrevió
a compartir el video en sus historias de Instagram, para que todes pudieran ver su trabajo.

Así fue toda la experiencia de la Flaca con el comercial que tanto había esperado que le saliera.
Todo un viaje, y gracias al COVID, toda una aventura. Antes de despedirnos por este día, creo
que es necesario citar una frase que le dijo a la Flaca su sicóloga, cuando ésta le comentó su
experiencia con ver su poto en cámara. “Deberías agradecer de que están mostrando un
cuerpo sano en la pantalla. Imagínate lo que hubiera significado que hubieran mostrado tu
poto anoréxico en cámara, lo que hubiera significado para todo el resto de personas, la presión
que hubiera sido para ellas. Todo lo que aparece en pantalla se vuelve símbolo, referente de
cómo se debe ser. Qué bueno que pudiste aparecer como alguien sana y real”, dijo. Algo en
la Flaca hizo click al momento de concientizar el pequeño acto revolucionario que significaba
enorgullecerse de representar a mujeres sanas y perfectamente distintas de lo que normalmente

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se busca en una modelo de comercial. No lo estaba haciendo por ella, lo estaba haciendo por
todas, y así sintió una fuerte ansia de seguir mostrando a su verdadero ser en todos los
escenarios que le ponga la vida.

Reflexiones de medianoche.

A estas alturas, la Flaca hace un recorrido mental por todas las cosas que ha debido enfrentar
en su enfermedad y en su recuperación. La noche esta perfecta para eso. Siendo ya
prácticamente pasada la media noche, la Flaca se sienta frente a su computador y escribe lo
que ya van siendo las últimas palabras de sus aventuras anoréxicas. ¿Quiere decir esto que se
he recuperado completamente y que ya ha alcanzado el nirvana de la sanación para nunca más
volver a presentar ningún atisbo de TCA en su mente, en su corazón y en su cuerpo? Por su
puesto que no, éste es un proceso largo, y la Flaca sabe que la anorexia ya es parte de su
historia. Con esto tampoco quiero suponer que eso significa que siempre abrazará ese lado
anoréxico de su persona, no, para nada, pero sí abrazará todo lo que ha aprendido, superado
y reconocido de sí misma gracias a este profundo episodio de su vida.

Siendo exactamente las 2:30 am de la madrugada, la Flaca se siente profundamente agradecida


de estar aquí y ahora, escribiendo de los más variados temas. Ciertamente ha podido darse
cuenta que goza mucho de la escritura, ahí, sentada, con una buena música de fondo, ella logra
sentir la paz de su corazón y encontrar un sentido profundo en los nuevos proyectos en los
que se está embarcando. Obviamente que dentro de esto no deja de ser la misma pintamono
que gusta de bailar y soñar en todas partes, incluso en la cocina, como aún recordarán. Y nada,
pone el Spotify, y suenan sus canciones favoritas, desde indie, folk, hasta temas icónicos de la
nueva escena del trap chileno. A decir verdad, son estas canciones las que más pone mientras
escribe en el último tiempo. Ahí, bien Vamos donde quieras, dale vente pa acá, vente pa acá,
mami ven. La Flaca escribe perreando sola en la silla de su escritorio. Por un lado, hace esto
para poder mantenerse despierta considerando lo tarde que es y cómo el sueño ya se empieza

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a apoderar de sus ojos. Pero por otro lado lo hace porque simplemente, en el último tiempo,
está muy feliz. La Flaca está feliz, trabaja y hace muchas cosas y se cansa, pero hace todo con
tanto amor, con tantas ganas de querer vivir y disfrutar a concho cada momento y proyecto
que le presente la vida, que, aunque se agote, lo hace con alegría y no con angustia como antes.

Reflexionando en ésta noche, la Flaca se percata de la libertad mental y física que ha estado
invadiendo su vida en el último tiempo, irónicamente, a pesar de estar en medio de una
cuarentena mundial que ha obligado a todes confinarse en sus hogares. Cosas tan simples
como que ahora, cuando siente deseos de comer algo en específico, está segura de que es eso
lo que quiere, sin sentirse presionada a aprovechar al máximo dicho alimento por no saber
cuándo será la próxima vez que se permita poder comer algo que se le antoja. Antes, cuando
le sobrevenían estos antojos, una vorágine de deseos que gritaban hambre se agolpaban en su
mente. El antojo se mezclaba con un hambre y una necesidad de alimentarse, de darle a su
cuerpo la energía que necesitaba. Y cuando era capaz de satisfacer ese antojo, simplemente no
era suficiente, su cuerpo necesitaba más, ya que el vacío de su estómago y la falta de todo tipo
de nutrientes, le exigían que consumiera más y que, al no hacerlo, se sintiera constantemente
insatisfecha y frustrada. Era una cárcel, y la Flaca no sabía cómo salir de ahí. Ahora, no, ya
todo estaba empezando a quedar en el pasado, ahora era distinto. La Flaca ahora ya no está
confundida entre el hambre, la necesidad y el antojo. Ahora, si quiere comer algo, sabe
exactamente como saciarlo ¡Y logra sentirse satisfecha! Ahora puede comer sin sentir que debía
racionar sus alimentos por no saber cuánto tiempo más pasaría sin comer; ya no está en modo
sobrevivencia. ¡Qué alivio y qué placentero es poder volver a estar conectada conmigo misma!,
piensa en su mente mientras siente como la noche profunda la abraza en su ritual de escritura.
¡Qué felicidad! Tantas nuevas oportunidades comienzan a abrirse ante ella. Siente en su
corazón una paz interior. Hasta las meditaciones de Mindfullness, que tanto se esforzó porque
fueran efectivas y la ayudaran a encontrar su libertad, ahora parecían fluir con más naturalidad,
ya no es un esfuerzo meditar, es un placer. Bien Flaquita, lo has hecho muy bien, se dice a sí
misma al darse cuenta que ha logrado salir de algo muy complejo y que ha dado la pelea, ha
sido vencedora y ha mostrado una fortaleza que ni ella misma creyó ser capaz de poseer. Hace
unos días atrás tuvo control con su nutrióloga del equipo de TCA de la Universidad Católica
que la ha estado tratando desde su hospitalización, y ésta le confesó que todo el equipo estaba
orgulloso de los grandes avances que ha tenido en su recuperación. “Eres la niña símbolo”, le

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decía la nutrióloga recalcándole lo importante que ha sido poder acompañar a una persona
tan fuerte, en este proceso del cual es muy complejo poder recuperarse, y hacerlo en el tiempo
en que ella lo ha hecho. Su Madre casi podía llorar de emoción y felicidad al saber que su hija
estaba bien, tan bien, que ahora está teniendo las herramientas necesarias para, de apoco, ir
encontrando su propio camino.

La Flaca sabe que probablemente vuelvan a haber algunos momentos complicados, pequeñas
recaídas en donde la anorexia quiera volver a tomarse el lugar que había estado habitando por
tanto tiempo, y del cual era la completa soberana, pero la Flaca ya sabe cómo tratar con ella.
El aprendizaje y entendimiento que ha desarrollado y abrazado en todo este proceso la hace
estar segura de que no volverá a pisar los mismos abismos. Feliz, se siente dueña de su realidad
y capaz de hacer todo lo que siempre soñó de la manera más pura y noble.

Ya hacia el final de sus reflexiones de media noche, la Flaca recuerda unas palabras que su
sicóloga le había dicho hace unas semanas atrás: “Yo creo que una se puede recuperar
completamente de esto, y tú tienes que apuntar a eso también, a estar completamente sana, a
que, sin importar la cantidad de veces que revisites y reconozcas tu paso por la anorexia, puedas
estar consciente de que eso que fue parte de ti, ya no lo es más”. Y es eso lo que la Flaca busca
ahora, llegar en un momento a mirar para atrás y darse cuenta de que está completa y
definitivamente recuperada, que ya no volverá a pisar las mismas piedras. Probablemente pise
otras piedras distintas porque filo, así es la vida, con sus altos y bajos, con sus idas y venidas,
eso es lo lindo de vivir y de compartirlo con quienes se ama.

Los párpados ya comienzan a tiritar de sueño, quizás ya es hora de ir cerrando por el día de
hoy, ponerse el pijama y taparse hasta las orejas con las frazadas de la cama. Así, la Flaca se
acurruca, y en sus imaginarios fantasiosos previos al sueño, se vuelve a decir, Estoy muy feliz y
estoy lista para ir por más en la vida. ¿Cuáles serán las nuevas aventuras que la esperan?

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El Adiós.

Recuerdo la vez en que la Flaca tuvo que despedirse de su amiga de Brasil, que conoció en
EE.UU, la primera vez que viajó para allá. Se dijeron: “Este no es un adiós, es un Hasta luego”,
y ahora creo que es lo mismo. Ha sido un largo viaje. Juntes hemos pasado por todas y cada
una de las más importantes aventuras en el proceso de tratamiento de la Flaca. Así que no,
este no es un Adiós, es un Hasta luego, es un Hasta que Choque el Hueso (diciéndolo ahora
no desde el lado dañino y oscuro con que se abordó a lo largo de éste libro, sino que, desde
el lado alegre, reggetonero y muy buena onda de su significado). Porque si hay algo que he
aprendido observando a la Flaca a través de todas estas experiencias, es que vivir la vida es Con
Todo, si no, ¿Pa qué?

Con una emoción profunda en su corazón, la Flaca se siente agradecida de cada une de ustedes
por haberla acompañado en todo este trayecto. Creo que todes podemos coincidir en que ha
sido lindo, especial, soróro, resiliente y muy poderoso.

¡Nos seguiremos encontrando en un montón de aventuras más! La Flaca esta en llamas y,


ahora que ha vuelto a ser parte de la vida y el mundo, va a dejar la cagá (¡EEEEIIIAAAAA!).
Así que tengan por seguro que van a seguir escuchando su nombre.

La escena se abre y el escenario está lleno de luz y colores. A lo lejos se comienza a escuchar
de a poco, mientras va aumentando, una canción de The Beatles que dice:

I don't really want to stop the show,


But I thought you might like to know,
That the singer's going to sing a song
And he wants you all to sing along,
So let me introduce to you
The one and only Billy Shears
And Sergeant Pepper's Lonely Hearts Club Band.

¡Adiós, adiós a todes!, ¡Hasta luego, querides!, dice la Flaca mientras baila y llora de emoción
por cada una de las aventuras vividas. Mira al cielo y sabe que su Tata la mira y también llora

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de alegría al verla ya tan recuperada. Luego mira a su público. Sí, a todes ustedes. Les mira a
los ojos, se siente agradecida. Respira y les confiesa: “Hola, soy Fernanda Beatriz Cancino
Espinosa, aunque si quieren pueden llamarme Feña o, La Flaca, y ésta ha sido la historia en la
que descubrí que, en verdad, siempre quise vivir”.

Hasta que Choque el Hueso – Crónicas Anoréxicas

06-09-2020

Agradecimientos.

Me encantaría poder escribir otro libro entero para poder recién comenzar a agradecer toda
la ayuda, el apoyo, la compañía y el amor incondicional que recibí durante todo este proceso
que ha dado vuelta mi vida, invitándome a renacer.

Primero que nadie, el día de hoy quiero agradecer a mi Madre, por darme el amor, los
cuidados y el soporte que necesite durante todo el proceso de mi recuperación. Gracias Madre
por darme todo y más, gracias por enseñarme a vivir, gracias por enseñarme a perdonar y
perdonarme, y crecer. Gracias por toda tu entrega para ayudarme a sanar. Madre, gracias por
salvarme.

Gracias a mi querida Guely. Gracias Guely por tu ternura, por tu refrescante y única forma de
ser, y por acompañarme durante varias noches en el hospital. Gracias por esa sabiduría, que
yo creo que no eres consciente de que posees, pero que compartes con tu constante acción
bondadosa.

Gracias a mi Padre de la vida, ése que llegó para ser mi soporte cada vez que lo necesitase y
que me ha enseñado a amar por sobre todas las cosas. Gracias Padre por acompañarme en
esos primeros momentos de quiebres nerviosos que tenía cuando aún no era consciente de

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que padecía un Trastorno de la alimentación. Gracias por acompañarme a comer cada vez
que no podía hacerlo sola y por quedarte conmigo hasta que me quedase dormida.

Gracias a mis amados Hermanos. Gracias chiquillos por cuidarme y acompañarme siempre,
aunque no entendieran muy bien qué era lo que me pasaba. Gracias también por limpiar el
baño del segundo piso cuando estuve en el hospital.

Gracias a mi Tío por su gracia y afecto constante. Gracias Tío por tu humor y tu sinceridad.

Gracias a todes mis amigues. Ustedes son mi familia elegida y la verdad es que no sé qué
hubiera hecho sin ustedes. Gracias por la paciencia, por estar conmigo en cada momento en
que, conflictuada, dejaba de comer. Gracias por carretear conmigo y hacerme sentir que la
vida puede ser hermosa. Gracias por los llamados telefónicos, gracias por las visitas al hospital,
gracias por su noble y sincera preocupación por mi salud. Gracias por la hermosa rifa que
hicieron para ayudarme a mí y a mi familia a poder solventar los gastos del hospital y les
médicos. Gracias por que no sé qué haría sin ustedes, son una tremenda parte de mi vida y les
amo. Y gracias también porque todes son fabuloses, porque Con todo no má, si no, ¿Pa qué?

Gracias al increíble equipo médico que estuvo y está conmigo a cada paso de mi proceso.
Gracias por esa incondicional vocación y preocupación por hacer todo lo posible para que
pudiera recuperarme y ya nunca más volver a pasar por una experiencia como esta. Gracias a
todes ustedes, porque me han enseñado mucho y me han sostenido cuando mis fuerzas ya no
eran capaces de hacer nada por mí.

Finalmente, gracias a mi Tata querido por la sencillez, bondad y nobleza que siempre me
transmitió. Gracias Tata por tu enseñanza de vida y por tu especial forma de amar a tu familia.

Y gracias a todas aquellas personas que estuvieron presente en mi proceso, primas, primos,
tíos, tías. Gracias por reencontrarnos y acompañarnos en los momentos difíciles. Gracias
infinitas por su preocupación y por su amor, me siento profundamente afortunada de tenerles
en mi vida.

Gracias.

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