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PERMISO PARA DETENER A UN VEHÍCULO SOSPECHOSO

– Solicito permiso para detener a un vehículo sospechoso.

– ¿Qué clase de sospecha tiene oficial?

– Es un automóvil con un joven al volante que me parece sospechoso. Tiene pegado atrás una
imagen de una familia con tres hijos y dos perros… el conductor podría haber robado el automóvil. Es
solo una corazonada.

– Déjelo ir. No es suficiente. – Me ordenó el oficial a cargo.

– Insisto. La matrícula es de seis letras. No registra antecedentes pero me parece sospechoso.

–No tiene motivo para detenerlo oficial. Déjelo ir.

Lo seguí discretamente. Vi que paraba correctamente en los semáforos. Se cambiaba de carriles


poniendo con tiempo la luz de giro. Eso lo hacía más inescrutable todavía. Él sabía que lo estaba
siguiendo. Cuando llegó a la rampa que sube a la autopista, aceleró ruidosamente y se fue de la ciudad
sabiendo que no podía seguirlo.

Lo busqué durante varios días. Lo esperaba en la rampa de la carretera. Revisaba el


estacionamiento del supermercado. Lo aguardaba escondido en la entrada del parque.

Hasta que finalmente lo encontré. Sentí la escondida satisfacción de un cazador que ha estado
tras la presa demasiado tiempo. Me puse detrás del automóvil sospechoso y pude ver con claridad las
calcomanías. Entre recuerdos de varias ciudades, vi un pez estilizado que me decía que era cristiano.
Una bandera americana, que podía ser ciudadano. Dos universidades diferentes y dos marcas de
cerveza, me hicieron pensar que el conductor no había finalizado sus estudios. Tomé una foto de la
parte trasera con la cámara de la patrulla y llamé a la central.

– Solicito permiso para detener a un vehículo sospechoso.

– ¿Qué clase de sospecha tiene oficial?


– Anda muy despacio. Se detiene exageradamente en las señales de alto y tiene cubierto el
vidrio trasero con adhesivos.

– No es suficiente. No puede detenerlo hasta que no cometa una infracción. Si quiere, custodie
el vehículo, pero recuerde que más allá de la rampa de la autopista, no tiene usted autoridad.

Al llegar a la rampa que sube a la carretera, puse la patrulla a su lado. Los vidrios oscuros no me
permitían verlo. Me pareció que se ocultaba demasiado para ser padre de familia. Aceleró y subió a la
autopista como desafiándome.

En esos días que siguieron, estudié la fotografía de la parte posterior del auto. Había también
una calavera y una espada, esto me hizo cambiar mi idea de que era cristiano. Encontré la del logotipo
de un casino y de dos restaurantes locales a los cuales, desde esa fecha, comencé a vigilar durante las
noches.

Finalmente llegó el día. Me pareció que disminuyó la velocidad al verme. Yo lo estaba


observando desde el estacionamiento del supermercado cuando lo vi cruzar con la luz roja. Podría
decirse que estaba en amarillo, pero ésta era la excusa que yo estaba necesitando. Encendí la sirena y
lo alcancé justo sobre la rampa que sube a la autopista del sur. Se detuvo con dos ruedas sobre la
hierba. Escribí en la computadora las letras de la placa: “i”,”m”,”t”,”h”,”a”,”t”, apareció su foto y memoricé
su dirección. Me bajé y comencé a acercarme a la parte posterior del vehículo sospechoso.

Mientras me aproximaba toqué la pistola para confirmar que estaba en su lugar. Entonces todo
cambió. Me sentí otra persona. Mientras caminaba sentía que no era yo mismo. No me reconocía como
el cazador. No era yo quien hostigaba la vida de otros. Sentí que estaba sentado, tal vez en este mismo
lugar, pero en tiempos remotos. El automóvil aún no se había inventado. Y de pronto yo estaba reposado
sobre una piedra hablando a cuatro personas. Y ellos creían que yo tenía autoridad para hablar. Y yo
estaba regañando a un joven al que le faltaban los dientes delanteros. Y escuchaba a ese hombre, que
era yo mismo, cuando decía que subir a la montaña era trepar a la historia de los seres humanos y mirar
a nuestros ancestros.

Yo estaba confundido porque era consciente de que estaba parado ahora frente al automóvil
sospechoso mirando al conductor, pero en mi cabeza me veía a mí mismo hablando con esas personas
y escuchaba con claridad lo que yo les decía. Que todo lo que creemos saber lo hemos escuchado de
alguien. Que todas las leyes, los conceptos y la filosofía son plagiados. Que los signos y los significados
no son verdadero conocimiento. Que la realidad sólo puede ser aprendida cuando se abandona la idea
de ser un individuo. Que nadie puede tener conceptos nuevos porque los conceptos están escritos en la
sangre. Y luego mi otro yo, o lo que fuera, amenazaba al joven que le faltaban los dientes delanteros con
expulsarlo de la tribu.

Yo estaba en ese momento en dos mundos simultáneamente. Parado frente a la puerta del
vehículo sospechoso, pero a la vez estaba dando un discurso a cuatro desconocidos en un mundo
extraño y primitivo: –“El conocimiento –me escuché decir – es el final de toda libertad de pensar. Una vez
conquistada la cima no hay adonde ir. No hay ninguna libertad de elegir y solo puedes escoger
descender de la cumbre. La ignorancia en cambio es como estar en la base de la montaña, proporciona
la libertad de que, cualquiera sea el camino que elijas, te eleva”.

El vidrio estaba bajo y el conductor estaba mirando al parabrisas. Lo supe porque yo veía aquello
que él estaba observando. Como si me hubiera metido en su cabeza. Entonces comprendí que yo
también me veía hablando desde la mirada de esos hombres que me escuchaban mucho tiempo atrás.
Tenía yo el mismo aspecto que hoy tengo, pero vestía ropas de cuero gastado. Me veía mover las
manos y alisar el pelo de la misma manera que todas las mañanas lo hago frente al espejo. Me veía yo
en otro tiempo explicando que la totalidad del conocimiento es la libertad del espíritu no del cuerpo.

Y luego me vi a mí mismo abrir la boca con gesto de sorpresa. Tardé un poco en entender que
si yo me veía a mí mismo vistiendo el uniforme y con la mano moviéndose hacia la pistola enfundada era
porque yo me estaba mirando a través de los ojos del sospechoso. Pero también podía ver desde mis
propios ojos porque vi la portezuela del automóvil azul. Vi el rostro sonriente del mismo joven al que le
faltaban los dientes, y su pistola apuntándome. Luego vi el fuego en la boca del arma.

Creo que luego estuve tendido en el piso porque podía ver la matricula del automóvil alejándose
rápidamente. La placa decía IM THAT que en inglés significa “Yo soy eso”, el título de un famoso libro
que yo nunca había leído.

Tuve mucho tiempo para intentar comprender. Yo había estado simultáneamente frente al auto,
dentro del conductor, en algún tiempo pasado hablando con este sospechoso y también había estado
mirándome desde sus ojos. Me preguntaba: ¿cómo podía yo ver a través de otras personas, o ser otras
personas? Y yo sabía que eso mismo se preguntaba el autor de aquel libro al cual nunca había leído. La
única explicación que se me ocurrió es que mi mente puede estar en muchos lugares o tiene recuerdos
de muchos lugares o de las vidas de otras personas que vivieron antes.

– Está mejor ahora – dijo el médico – Estuvo tres días en coma.


Desde los ojos del médico pude ver como yo estaba desfigurado. Los ojos cerrados por la
hinchazón y la boca entumecida por los tubos que entraban a mi cuerpo. Regresé a los ojos antiguos y le
pedí disculpas al joven sin dientes. Le aseguré que su ignorancia no era reprensible, ni debía temer que
yo lo enviara al exilio.

– Atención a todas las unidades– dijo la voz – Automóvil Sedan cinco puertas, color azul,
matrícula -India –Mike-Tango-Hotel-Alfa-Tango, es ahora buscado por homicidio. El sospechoso está
armado.

Entonces comprendí.

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