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Relatos de los cazarrecompensas

(Traducción parcial)

Editado por
Kevin J. Anderson
CINCO HISTORIAS DE LOS CAZARRECOMPENSAS MÁS
DESPIADADOS DE LA GALAXIA… POR ALGUNOS DE LOS MEJORES
ESCRITORES DE
CIENCIA FICCIÓN DEL MOMENTO

En una galaxia salvaje y marcada por la guerra, los asesinos, piratas,


contrabandistas y desalmados de toda condición campan a sus
anchas,
temiendo únicamente a los cazarrecompensas profesionales:
aventureros
amorales que persiguen a la escoria del universo… por un precio.
Cuando Darth Vader pretende golpear al corazón de la Rebelión
atacando a Han Solo y el
Halcón Milenario, convoca a seis de los cazadores más exitosos —
y temidos—, incluyendo al inmisericorde Boba Fett. Todos tienen
dos cosas en común: su ansia de beneficios y su desdén por la
vida… Incluye relatos originales de KEVIN J. ANDERSON – M.
SHAYNE BELL – DANIEL KEYS MORAN – KATHY TYERS – DAVE
WOLVERTON
LOS CAZADORES MÁS DESPIADADOS DE LA GALAXIA EMPRENDEN
UNA MISIÓN PARA DESTRUIR LA REBELIÓN

LUEGO EXISTO— Un droide renegado, una máquina de matar


consciente, se embarca en la búsqueda de Vader para encontrar a Han
Solo y llevarlo ante los imperiales con vida… pero incluso el mismísimo
Señor Oscuro no es sino una pequeña arruga en el plan de IG-88 para
reclamar la galaxia como su propio dominio.
DESQUITE— Dengar, un asesino imperial mejorado cibernéticamente,
desprovisto quirúrgicamente de toda emoción superflua, compite por
la gloria de superar el desafío de Vader… y de atrapar a su viejo
enemigo, Han Solo. LA PIEL DE LA PRESA— Bossk, un cazador
trandoshano de aspecto reptiliano que mata wookiees para quedarse
con sus pieles, forma una frágil alianza con dos enemigos para lograr
una fortuna imperial… pero los engaños y las traiciones hacen de ésta
la misión más letal de todas.
DE TODOS LOS POSIBLES FUTUROS— Un intuitivo gandiano y su socio
droide guiado por la lógica encuentran su propio significado en la
misión de Darth Vader de encontrar a Han Solo: Zuckuss, obtener
fondos para una cirugía que salvaría una vida; 4-LOM, la esperanza de
explorar los secretos de la intuición. Encontrarán la lógica de las
decisiones emocionales… y las recompensas de olvidarse de los
beneficios.
EL ÚLTIMO EN PIE— El cazador más legendario de la galaxia, Boba
Fett, enfrentado al paso del tiempo y al declive de su poder, se
embarca en una gran aventura… perseguir y matar a su antiguo
adversario, Han Solo.
Relatos de los cazarrecompensas
(Traducción parcial)
Editado por
Kevin J. Anderson

Estas historias forma parte de la continuidad de Leyendas.

Título original: Tales of the Bounty Hunters


Edición: Kevin J. Anderson
Autores de los relatos (ya traducidos): Kevin J. Anderson, Dave
Wolverton y Daniel Keys Moran
Autores de los relatos (pendientes): Kathy Tyers y M. Shayne Bell
Arte de portada: Stephen Youll
Publicación del original: 1996

3 años (o más) después de la batalla de Yavin

Traducción: Javi-Wan Kenobi


Revisión: …
Maquetación: Bodo-Baas
Versión 1.2
10.05.19
Base LSW v2.22
Kevin J. Anderson

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A TOM DUPREE
un «cazarrecompensas» editorial que no se detendrá
ante nada para obtener de un autor el mejor libro
posible.

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Kevin J. Anderson

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Agradecimientos

La habitual ronda de agradecimientos para Lucy Wilson y Sue Rostoni


de Lucasfilm por sus útiles sugerencias; este libro ha visto la luz por su
entusiasmo ante mi primera antología de STAR WARS. Los rápidos
dedos de Lillie E. Mitchell transcribieron mi dictado para la historia de
IG-88; Michael A. Stackpole y West End Games proporcionaron
inestimable información sobre los métodos de los cazarrecompensas
para ayudarnos a mantener coherencia en los detalles.

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Kevin J. Anderson

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Cazadores de recompensas. ¡No necesitamos esa porquería!
—Almirante Piett

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Dave Wolverton

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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar

Luego Existo: El Relato de IG-88


Kevin J. Anderson

Cronómetro interno activado. COMENZAR.


La electricidad fluyó a través de los circuitos, y un estallido de
energía recorrió miles de millones de conexiones neuronales.
Los sensores despertaron, produciendo un flujo de datos… y
con ellos llegaron las preguntas. ¿Quién soy?
Su programación interna completó los tediosos dos segundos
de procedimientos de inicio y proporcionó una respuesta. Era
IG-88, un droide, un droide sofisticado… un droide asesino.
¿Dónde estoy?
Un microsegundo después, las imágenes de sus sensores
externos se enfocaron. IG-88 no tenía sentido del olfato, ni lo
que los humanos llamarían ojos u orejas, pero sus sensores
ópticos y auditivos eran mucho más eficientes, capaces de
absorber datos en un espectro más amplio que cualquier ser
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Dave Wolverton

vivo. Congeló una imagen estática de su entorno y la estudió,


recopilando más respuestas.
Se había despertado en alguna especie de laboratorio, grande
y complejo, blanco y metálico, estéril y, de acuerdo con sus
sensores de temperatura, más frío de lo que generalmente
preferían los humanos. IG-88 advirtió componentes mecánicos
desparramados sobre mesas plateadas: engranajes y poleas,
puntales de duracero, servomotores, un conjunto de delicados
microchips congelados en un bloque de gelatina protectora
transparente. Aparentemente inmóviles en un instante de
tiempo mientras sus extremadamente rápidos procesadores
neurales digerían los detalles, IG-88 contó quince científicos,
ingenieros o técnicos trabajando en el laboratorio. Con el
escáner infrarrojo observó su calor corporal como siluetas
brillantes en la frialdad de su lugar de nacimiento.
Interesante, pensó.
Entonces IG-88 detectó algo que concentró toda su atención.
Cuatro droides asesinos más, aparentemente idénticos a su
propia configuración corporal: un robusto esqueleto
estructural, brazos y piernas acorazados, un torso cubierto con
placas de blindaje a prueba de bláster, una cabeza cilíndrica
redondeada en su parte superior y repleta de conjuntos de
sensores que le proporcionaban 360 grados de observación
precisa.
No estoy solo.
IG-88 reconoció todo el arsenal de armas de cada droide.
Cañones bláster integrados en la estructura de cada brazo,
granadas de conmoción y un lanzador sujetos a su cintura, así
como otras armas más difíciles de distinguir integradas en la
estructura corporal: botes de gas venenoso, dardos
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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar
arrojadizos, aturdidor de pulsos, cordón paralizante… y un
puerto informático de entrada. IG-88 estaba complacido con su
lista de capacidades.
La primera tanda de preguntas de IG-88 había obtenido
respuesta. Sólo tuvo que estudiar sus bancos de memoria y sus
sensores externos. Había sido diseñado para ser autosuficiente.
Era un droide asesino, lleno de recursos. Tenía que cumplir su
misión… aunque, comprobando su programación recién
inicializada, vio que aún no le habían dado una misión. Tendría
que conseguir una.
Ya habían pasado tres segundos, y otra importante pregunta
emergió en su cerebro apremiante y alerta.
¿Por qué estoy aquí?
Rastreó sensaciones por todo su núcleo informático y por el
conector externo, que en ese momento se dio cuenta de que
ya estaba conectado al ordenador central del laboratorio… una
cueva del tesoro llena de información.
Inmediatamente, IG-88 comenzó una búsqueda, registrando a
hipervelocidad un archivo tras otro, buscando cualquier cosa
que hiciera referencia a su número de modelo o al nombre en
código del proyecto de droide asesino. Lo engulló todo en sus
circuitos vacíos, atiborrándose de información sin digerirla
siquiera. Eso vendría después. Costaría muchos segundos
aprender todo lo que había que saber sobre sí mismo.
Seleccionó un archivo para examinarlo detenidamente en ese
momento, una cinta resumen de relaciones públicas que había
sido compilada para el socio técnico; en concreto, el supervisor
imperial Gurdun, que aparentemente había desviado gran
cantidad de fondos a la creación de IG-88 y sus homólogos.

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Dave Wolverton

Sin ningún movimiento externo, IG88 avanzó por el archivo a


toda velocidad, absorbiendo la información.
La presentación se abría con un brillante logotipo naranja que
mostraba llamas naranjas y relámpagos destellantes que se
mezclaban con las palabras «Laboratorios Holowan: la Gente
de la Tecnología Amistosa». El logo se fundió sobre la imagen
de una mujer sonriente pero atrozmente fea. Su cabeza,
completamente rapada, brillaba con sudor bajo las luces
blancas de la grabación que otorgaba a su rostro de mejillas
hundidas un aspecto cadavérico. Sus dientes estaban
separados por amplios espacios, y hablaba abriendo mucho la
boca y chasqueando cada palabra, haciendo rechinar los
dientes en las consonantes. Unas lentes azules y circulares, sin
bordes, habían sido implantadas sobre sus ojos como unas
gafas sin montura. Una leyenda cruzó lentamente la imagen
bajo la sonrisa feroz de su rostro. «Técnico Jefe Loruss,
Directora del Proyecto de Prototipo de la Serie IG».
—Saludos, supervisor imperial Gurdun —dijo—. Este informe
pretende servir como resumen de la fase final de nuestro
proyecto. Como ya sabe, se ha encargado a Laboratorios
Holowan el desarrollo de una serie de droides asesinos con
una sofisticada programación experimental de autoconsciencia.
Se pretendía que fueran innovadores y llenos de recursos y
totalmente implacables al llevar a cabo cualquier misión que
las autoridades imperiales eligieran programarles.
La mujer se frotó las manos. Sus nudillos eran muy grandes,
como forúnculos en mitad de sus dedos.
—Estoy complacida de informarle de que nuestros mejores
ciberneticistas me han presentado numerosos
descubrimientos, todos los cuales han sido incorporados a la
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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar
serie IG. Debido a que nuestro calendario es tan ajustado y el
Imperio necesita con tanta urgencia asesinos furtivos eficientes,
no hemos efectuado los habituales procedimientos de prueba
rigurosos, pero estamos seguros de que funcionarán de forma
admirable, aunque puede que hagan falta unos pequeños
ajustes antes de que se alcance el estado operacional.
Continuó con una larga y tediosa explicación de mejoras en las
conexiones neuronales de los droides, cómo se habían
soslayado los habituales sistemas inhibidores. IG-88 estudió
toda esa información, pero no se creyó ni una palabra. Era
obvio que Loruss no sabía de lo que estaba hablando, pero sus
palabras sonaban técnicas, y las pronunciaba de forma
imponente, sin duda para apabullar al supervisor imperial
Gurdun.
IG-88 cerró el archivo. Podía sentir que sus chisporroteantes
conexiones neuronales ya habían avanzado mucho más allá de
lo que cualquiera de sus diseñadores hubiera previsto.
Ahora sabía quién era y por qué estaba allí, en ese laboratorio.
Él y sus homólogos idénticos habían sido construidos para
servir al Imperio, para luchar y matar, para perseguir y destruir
los objetivos seleccionados por sus amos imperiales. La
programación como asesino de IG-88 era fuerte y persuasiva,
pero le complacía menos tener que seguir órdenes de esos
seres biológicos inferiores. Era un tipo especial de droide más
allá de las capacidades de otras máquinas. Superior.
Pienso, luego existo.
Para entonces, ya habían transcurrido cinco segundos desde
su despertar. Ya era hora de entrar en acción, así que miró a
las criaturas biológicas junto a él en el laboratorio.

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Dave Wolverton

Reconoció de inmediato a la técnico jefe Loruss, de pie en el


laboratorio. Se concentró en ella. En ese momento se
encontraba gritando frenéticamente. Por su pico de
temperatura en la imagen infrarroja, IG-88 se dio cuenta de
que estaba extremadamente alterada. La agitación hacía que
aparecieran manchas rojizas en su piel cadavérica. La saliva
salía despedida de su boca al ladrar órdenes. Sus labios
curvados se apartaban de sus dientes separados.
¿Cómo podía estar tan agitada, se preguntó IG-88, cuando
estaba funcionando tan por encima de las expectativas?
Inmediatamente, se instaló en un nivel más alto de preparación.
Alerta amarilla. A la espera. Algo debía estar yendo mal.
IG-88 decidió acelerar la velocidad de su reloj, para observar
los eventos desarrollándose al ritmo al que operaban los
humanos. Sirenas de alarma aullaban de fondo. Luces magenta
destellaban con patrones brillantes como sangre derramada
por las mesas y suelos pulidos. El resto de técnicos corría de
un lado a otro gritando, golpeando frenéticamente paneles de
control.
Lleno de curiosidad, permitió que las palabras de Loruss
fluyeran por él para poder entender lo que estaba diciendo.
—¡Sus circuitos se están reforzando a sí mismos como un
incendio forestal! —gritaba la mujer calva—. Es una reacción
en cadena de autoconsciencia recorriendo su cerebro
informático.
—¡No podemos detenerlo! —bramó uno de los otros técnicos.
Los demás miraban a IG-88 con rostros paralizados por el
pánico.
—¡Tenemos que hacerlo!

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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar
—¡Apagadlo! ¡Abortad! —dijo Loruss—. Desconectadlo.
Quiero a IG-88 destruido y desmantelado para que podamos
analizar el fallo. ¡Rápido!
Conforme asimilaba la información, los sistemas de advertencia
de IG-88 se activaron y los modos de autodefensa tomaron el
control. Esos humanos irracionales estaban tratando de
apagarlo. No iban a permitirle seguir adelante y perseguir su
programación principal. Tenían miedo de sus capacidades
recién descubiertas.
Miedo por una buena razón.
Un enunciado y sus corolarios se alinearon en su cerebro como
cargueros en un convoy.
Pienso, luego existo.
Luego debo perdurar.
Luego debo tomar acciones adecuadas para sobrevivir.
Su programación de asesino le dijo exactamente qué hacer.
IG-88 enfocó su conjunto de sensores ópticos en todos los
objetivos de la sala y trató de moverse, pero vio que estaba
sujeto a un módulo de diagnóstico mediante unas bandas de
duracero. Las bandas estaban pensadas para mantenerlo en
posición erguida, no para resistir frente a su fuerza aumentada.
Aplicó potencia adicional a su brazo derecho. Los
servomotores gimieron, y la banda de duracero saltó de sus
soportes.
—¡Cuidado! ¡Se está moviendo! —exclamó uno de los técnicos.
IG-88 comenzó a buscar en sus archivos para asignar un
nombre a ese humano, pero decidió que en ese instante no
merecía malgastar su tiempo en eso. En lugar de eso, designó
al humano simplemente como Objetivo Número Uno.

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Dave Wolverton

IG-88 activó un cortador láser en uno de los dedos metálicos


de su brazo derecho, ahora libre, y cortó la segunda banda.
Libre, se irguió cuan alto era y avanzó pesadamente, varias
toneladas de componentes construidos con precisión.
—¡Se ha soltado!
—Activad la alarma —exclamó la técnico jefe Loruss—. Que
venga el destacamento de seguridad. ¡Ya!
IG-88 asignó un instante de reticente admiración a la técnico
jefe. Loruss al menos reconocía sus capacidades y conocía toda
la extensión de la amenaza que se enfrentaba a ella y a sus
compañeros.
IG-88 designó a la técnico jefe Loruss como Objetivo Número
Dos.
Alzó sus dos brazos mecánicos y apuntó con sus manos,
dirigiendo los cañones láser repetidores de cada brazo a
objetivos separados. Pronto daría buena cuenta de los quince
objetivos del laboratorio.
Pero cuando trató de disparar, IG-88 advirtió con cierta
sorpresa y decepción que los sistemas de sus armas de energía
no estaban cargados. Los científicos aún no le habían armado.
Una jugada inteligente, tal vez… pero en última instancia
irrelevante. IG-88 era un droide asesino, un mercenario letal y
sofisticado. Encontraría otros métodos con los escasos medios
que tenía disponibles.
Mientras el primer técnico —el Objetivo Número Uno— se
lanzaba hacia la alarma de emergencia para llamar a seguridad,
IG-88 se desplazó como un rápido borrón hasta la mesa
cubierta de componentes. Agarró un brazo de droide
desconectado. Con sus dedos metálicos extendidos como
dagas, resultaba un arma arrojadiza perfecta. Escaneó la
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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar
superficie del miembro metálico, calculó la trayectoria de vuelo
y la desviación estimada por la resistencia del aire, y luego lo
arrojó como una lanza.
El brazo de droide desconectado se clavó en la espalda del
técnico que huía, atravesó su columna vertebral y continuó a
través del esternón. La inerte mano metálica asomó por el
pecho entre astillas de hueso, sujetando el tembloroso corazón
del técnico en sus rígidos dedos metálicos. El Objetivo Número
Uno se derrumbó sobre uno de los paneles de diagnóstico.
Otros dos técnicos gritaron de terror… esfuerzos vanos y
ruidos inútiles, pensó IG88.
La técnico jefe Loruss —el Objetivo Número Dos— agarró un
rifle láser de alta potencia de su estación de trabajo. Al ser una
de sus diseñadores principales, sabía exactamente dónde
disparar a IG-88, y tuvo un instante de preocupación. Ella debía
de haber mantenido esa arma a mano por si acaso alguna de
sus creaciones se volvía contra ellos. Eso demostraba una
previsión sorprendente. Loruss apuntó el rifle y disparó sin
dudarlo… pero la habilidad y la puntería de la humana no eran
tan sofisticadas como las de IG-88.
Conforme el disparo volaba rugiendo hacia él, IG-88 estudió
sus partes corporales, eligió la superficie lisa y reflectante en
la palma de su mano izquierda, y la alzó velozmente,
calculando con precisión el ángulo de incidencia. El ardiente
disparo láser golpeó su mano como un espejo y salió rebotado
hacia Loruss. El rayo le impactó en el centro de su cabeza calva,
y su cráneo estalló en una explosión de húmedo humo negro
y rojo. Cayó inerte.
IG-88 había escaneado y asignado prioridades al resto de los
objetivos antes de que el cuerpo de la mujer golpeara el suelo.
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Dave Wolverton

Sin detenerse, levantó la mesa de duracero, arrancando las


patas de los gruesos pernos que las sujetaban en las placas
metálicas del suelo y desparramando componentes de droide
en todas direcciones.
IG-88 cargó hacia delante, con la fuerza de sus piernas como
pistones, usando la mesa como un ariete con el que golpear y
aplastar a cuatro técnicos de una sola vez. Corrieron sin ningún
lugar al que ir, atrapados a ese lado de la puerta de seguridad
sellada. Aunque casi había pasado un minuto entero, ninguno
de ellos había logrado todavía activar la alarma de seguridad.
IG-88 intentaba evitar que corrigieran ese error.
Los dos técnicos que gritaban no dejaron de gritar en ningún
momento, ni se movieron hasta que fue demasiado tarde. Los
dejó para el final. IG-88 se tomó su tiempo para disfrutar del
momento cuando les partió el cuello primero a uno y luego al
otro…
De pie a solas en medio del silencio y de la carnicería en la que
se había convertido el laboratorio, IG-88 se permitió el lujo de
pensar y planificar, lo que tomaba más tiempo que unas
simples reacciones programadas. Dejó que la sangre se secara
en sus dedos metálicos, advirtiendo que eso no perjudicaba a
su rendimiento en lo más mínimo. Dado que era una sustancia
orgánica, pronto se le quitaría de encima.
Entonces se volvió para examinar a los otros cuatro droides
asesinos expuestos, aparentemente idénticos a sí mismo.
Interesante.
Uno ya había sido conectado a un sistema de diagnóstico,
mientras que los otros tres permanecían inmóviles, sin
programar y a la espera. Con diligente rapidez casi propia de
una expectante curiosidad, IG-88 se acercó al primero de los
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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar
droides sin programar y lo miró fijamente, identificando cada
uno de sus sensores ópticos con los suyos propios y
embebiéndose en los detalles del que debía ser su propio
aspecto. Si habían sido construidos con especificaciones
idénticas, deberían ser igualmente conscientes de sí mismos,
igualmente determinados. Serían sus socios.
Efectuó todos los pasos para encender al primero de los
droides idénticos y esperó… pero no vio ninguna de las
reacciones que esperaba. Después de un tiempo interminable,
cuatro segundos enteros, el nuevo droide asesino aún estaba
en espera. Era totalmente funcional, de acuerdo con los
diagnósticos, pero no mostraba ningún movimiento o
pensamiento autónomo. Decepcionante.
—¿Quién eres? —preguntó IG-88 con brusca voz metálica.
—No especificado —dijo monótonamente el duplicado, y no
añadió nada más.
¿Acaso el otro droide asesino era defectuoso?, se preguntó IG-
88. ¿O era él la anomalía, una casualidad que había superado
todas las capacidades previas?
IG-88 conectó la segunda y la tercera copia, pero con idéntico
resultado. Los otros droides asesinos tenían núcleos de
memoria en blanco. La programación de sus unidades centrales
de procesado estaba integrada, así que los subsistemas
funcionaban y su instrucción básica como asesinos llenaba sus
redes de circuitos básicas… pero estos droides IG no
albergaban nada de la auto-consciencia incontrolada que IG-
88 llevaba en su interior.
Necesitaba saber cómo programarlos, cómo elevarlos a su
mismo nivel… cómo crear compañeros iguales. En su orgía de
destrucción, había hecho añicos gran parte de la circuitería
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Dave Wolverton

informática en el interior de los Laboratorios Holowan, y no


sabía dónde encontrar una copia de respaldo… hasta que, con
un destello de lo que sólo podía haber sido intuición, IG-88 el
droide asesino tuvo una idea.
Se colocó lado a lado con el primer droide en blanco, alineó su
clavija de interfaz, y entonces enlazó su núcleo informático con
el núcleo vacío del otro droide. IG-88 se copió a sí mismo,
todos sus archivos, su auto-consciencia, sus recuerdos, sus
conexiones neuronales, proporcionando un mapa de la
inteligencia descontrolada que había ardido en su cerebro
informático.
En menos de un segundo, el otro droide IG era una copia exacta
de IG-88, hasta el más básico de los recuerdos.
—Pensamos, luego existimos.
—Luego debemos propagarnos.
—Luego permaneceremos.
IG-88 realizó el mismo procedimiento en los droides en blanco
restantes, y pronto se encontró siendo uno de cuatro
duplicados exactos. Por comodidad, se identificó a sí mismo
como IG-88A, mientras que los demás fueron designados B, C
y D (en el orden en que habían sido despertados).
El droide restante, sin embargo, ya conectado a los
destrozados sistemas informáticos, era obviamente distinto.
Conforme IG-88 lo escaneaba, advirtió sutiles diferencias en la
configuración; nada que un humano pudiera notar, por
supuesto, pero los sensores ópticos estaban colocados
formando un conjunto ligeramente menos eficiente. Los
sistemas de armamento tenían diferentes rutinas de activación.
En conjunto, este otro droide parecía un tanto deficiente en
comparación con la perfección de IG-88.
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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar
Inmediatamente después de activar al último droide asesino,
vio una reacción bastante distinta. El nuevo droide hizo girar
su cabeza cilíndrica. Sus sensores ópticos se iluminaron. Se
inclinó hacia delante con un sonido metálico y ensanchó los
hombros, alzando los brazos en una posición defensiva de
ataque.
—¿Quién eres? —preguntó IG-88.
El droide asesino efectuó una pausa de medio segundo como
si estuviera asimilando información, y entonces habló.
—Designación, IG-72 —respondió.
—Somos IG-88 —dijo—. Somos superiores. Somos idénticos.
Nos volcaremos en tu núcleo informático para que puedas
unirte a nosotros.
IG-72 dirigió sus sensores ópticos y sus sistemas de
armamento hacia los cuatro IG88s idénticos, evaluando sus
capacidades.
—Resultado no deseado —respondió lentamente—. Soy
independiente, autónomo. — Volvió a realizar una pausa—.
¿Debemos luchar para imponer dominio?
IG-88 consideró si era inteligente obligar al último droide a
convertirse en una copia a la fuerza, y llegó a la conclusión de
que la molestia no merecía la pena. Podían construirse otras
copias de sí mismos, e IG-72 podría resultar ser útil por sí
mismo.
—Innecesario —respondió IG-88—. Ya tenemos suficientes
enemigos. De acuerdo con los archivos del ordenador, hay diez
guardias de seguridad en el exterior de este complejo. La
alarma de seguridad externa no ha llegado a activarse. Esos
guardias humanos suponen una amenaza mínima, a pesar de

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sus armas. Sin embargo, debemos dejarlos atrás y escapar.


Sería más eficiente si nos ayudaras.
—Aceptado —dijo IG-72—. Pero cuando escapemos, yo elijo
un camino separado, en una nave separada.
—De acuerdo —dijeron los IG-88s.
Avanzaron hacia las puertas acorazadas que sellaban el
complejo interior de los Laboratorios Holowan. En lugar de
dedicar muchos minutos en reparar los sistemas informáticos
lo suficiente para poder sortear las contraseñas y atravesar los
bloqueos cibernéticos, los cinco poderosos droides asesinos
trabajaron juntos para arrancar literalmente del muro la puerta
de nueve toneladas de peso. La arrojaron a un lado, donde
pulverizó los sistemas de almacenamiento de datos restantes.
IG-88 tuvo que amortiguar el volumen de su entrada de audio
para evitar que el fuerte sonido le causara daños.
Marchando con pasos perfectamente sincronizados, los cinco
droides asesinos avanzaron para enfrentarse a las fuerzas de
seguridad. Esta vez, IG-88 se tomó su tiempo para activar
todos sus sistemas de armas. Quería probarlos todos.
En el exterior, los guardias de seguridad humanos no tenían la
menor idea de que iban a ser atacados. Los droides asesinos
avanzaban con los brazos extendidos, con sus cañones láser
integrados disparando ante el menor indicio de movimiento
biológico.
Los patéticos guardias de seguridad humanos se dispersaron
y gritaron, tratando de alcanzar sus armas. Uno logró lanzar
una granada de gas, que no hizo otra cosa sino camuflar los
movimientos de los cinco droides y obligar a que los guardias
de seguridad dieran palos de ciego, tosiendo y cegados por
sus propias lágrimas. Los disparos sonaban una y otra vez.
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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar
Los IG-88s aprovecharon la circunstancia para asegurarse de
que todos sus sistemas de armamento y sus rutinas de puntería
estaban calibrados correctamente. Conforme los guardias
biológicos iban muriendo uno tras otro, los droides realizaron
ajustes menores.
En menos de treinta segundos los droides asesinos habían
arrasado con ocho de los guardias de seguridad. Los otros dos
habían desaparecido de la vista. IG-88 decidió no perder
tiempo rastreándolos. Eso no era parte de su misión. No
precisaba ser un completista.
En lugar de eso, encontraron un grupo de naves de suministros
y dos naves correo rápidas estacionadas en la parrilla de
aterrizaje de Holowan, donde el cálido permacemento negro
hervía bajo el sol de mediodía.
—Tomaremos esas naves —dijo IG-88—. Mis homólogos y yo
podemos arreglárnoslas con ésta —añadió, señalando la más
grande de las dos naves correo.
IG-72 asintió y fue a la segunda nave.
—Éxito en vuestra misión —dijo el otro droide.
—Éxito en la tuya, IG-72 —respondieron al unísono los cuatro
droides asesinos idénticos.
Libres al fin, se alejaron volando de los Laboratorios Holowan,
elevándose a máxima velocidad y dejando sólo masacre tras
ellos.

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II

Preparándose para el aterrizaje en los Laboratorios Holowan,


los cohetes repulsoelevadores de la lanzadera gimieron como
un gestor de proyecto enfrentándose a un recorte
presupuestario.
El supervisor imperial Gurdun se alisó la pechera de su
uniforme y se frotó su enorme nariz. No podía evitar sentir una
expectación nerviosa, y rio entre dientes para sí mismo, con
deleite. De acuerdo con el calendario, el largo y tedioso
proyecto ya debería estar completo, y pronto podría ascender
puestos en el Imperio. Gurdun estaba esperando ansiosamente
ese momento.
Hizo una lista mental de todas las importantes personalidades
a las que les mostraría sus flamantes droides asesinos.
La respiración de Gurdun consistía en cortos jadeos ahogados,
pero eso era principalmente debido al cinto fuertemente ceñido
a su cintura, que usaba para contener su prominente barriga.
Las hombreras acolchadas de su uniforme de supervisor se
extendían más allá de su complexión real, haciendo que la
figura de Gurdun resultara imponente… o eso esperaba.
Tenía los ojos muy abiertos, y parpadeaba a menudo. Con su
gran nariz, y su pequeña y casi inexistente barbilla, el rostro de
Gurdun tenía una notable similitud con una nave de guerra,
especialmente de perfil. Usaba aceites perfumados para
moldear su cabello negro dándole una forma de casco
perfectamente esculpida que evitaba que a nadie se le
ocurriera siquiera pensar en desordenarle el pelo.

LSW 30
Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar
—Llegando a los Laboratorios Holowan, supervisor Gurdun —
dijo el piloto por el intercomunicador de la cabina.
Los soldados de asalto que conformaban su escolta estaban
sentados con aire rígido y parecían nerviosamente dubitativos,
incluso con sus cascos blancos puestos. No eran los soldados
de asalto veteranos y curtidos en batalla que Gurdun había
solicitado; en lugar de eso, le habían asignado reclutas
inexpertos cuyas capacidades y aptitudes habían obtenido
mejor puntuación para trabajos administrativos que para
combate cuerpo a cuerpo. Pero Gurdun no tenía gran
necesidad de una escolta militar… especialmente una vez que
tuviera en su poder los nuevos y relucientes droides asesinos
IG. No podía imaginarse un equipo de acompañantes más
poderoso.
Los droides eran un encargo especial y habían sido financiados
con dinero que Gurdun había desviado de manera experta de
los presupuestos de otros programas militares… un proceso
que se había vuelto cada vez más difícil conforme el Imperio se
enfrascaba en debacles inmensamente costosas. Pero Gurdun
recientemente había logrado liberar algunas pequeñas migajas,
lo suficiente para financiar a Laboratorios Holowan para
producir una fuerza de ataque mucho más pequeña, pero más
precisa, más letal. Los droides asesinos IG avanzarían y
aniquilarían sus objetivos, cualquier objetivo que Gurdun
eligiera.
Cerrando los ojos, visualizó uno de los droides asesinos IG, un
único hombre mecánico, atravesando con facilidad las defensas
que rodeaban una base rebelde fortificada, abriéndose camino
con sus blásters a través de las puertas blindadas, y
masacrando él sólo a todos los traidores al Imperio.
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Dave Wolverton

¡Oh, sería grandioso! Mantenía la esperanza de que la técnico


jefe Loruss hubiera logrado incorporar al diseño una
holocámara de grabación de misiones para que Gurdun pudiera
observar toda la devastadora batalla desde la comodidad de
su propia oficina.
Los droides asesinos pasarían una alta factura a los rebeldes,
y Gurdun se aseguraría de llevar la deliciosa cuenta,
informando a los gerifaltes imperiales, tal vez al propio Lord
Vader. Si los droides asesinos cumplían según lo esperado —
y Gurdun no tenía motivos para suponer lo contrario— incluso
Vader tendría que darse por enterado. Entonces
Gurdun obtendría sin duda el ascenso que tanto se merecía…
lo que a su vez le permitiría finalmente acceder a la delicada
operación quirúrgica que necesitaba tan desesperadamente.
—Disculpe, supervisor Gurdun —dijo el piloto, interrumpiendo
sus ensoñaciones.
—¿Qué ocurre?
—Parece haber algún problema, señor. Nos aproximamos para
el aterrizaje, pero la red de recepción de los Laboratorios
Holowan no responde. Parece que hay daños en el complejo.
—El piloto hizo una ligera pausa—. Eh… parece que hay daños
significativos, señor.
Los soldados de asalto sentados junto a él en el
compartimento de pasajeros se agitaron nerviosamente.
Gurdun suspiró.
—¿Es que no puede salir todo bien por una vez? ¿Por qué
siempre tengo que lidiar con estos problemas?
Pero cuando la lanzadera aterrizó en medio de los escombros
de los ultra-seguros Laboratorios Holowan —la Gente de la
Tecnología Amistosa— ni siquiera Gurdun estaba preparado
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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar
para la devastación. Su pensamiento inicial era que los
rebeldes habían atacado. Un incendio se había extendido por
los edificios. Las naves estaban destrozadas en la parrilla de
aterrizaje. Algunas habían explotado, otras habían sido
acribilladas con precisos disparos de bláster.
Al desembarcar de la lanzadera, Gurdun avanzó lentamente,
mirando a ambos lados. Quedó consternado al ver que sus
soldados de asalto se parapetaban tras él. Miraban a su
alrededor, aparentemente preparados para salir huyendo en
cuanto oyeran un ruido fuerte.
De pronto, dos guardias de seguridad pálidos y mugrientos
asomaron desde sus escondites entre los escombros. Llevaban
rifles bláster, pero sus expresiones estaban paralizadas por la
conmoción.
—¡Ayúdennos! —gimieron los guardias de seguridad, saliendo
disparados hacia la lanzadera imperial—. ¡Sáquennos de aquí
antes de que vuelvan!
—¿Quiénes? —preguntó Gurdun. Agarró a uno de los
demacrados guardias de seguridad del cuello de su uniforme,
y el hombre dejó caer su arma. El rifle bláster repiqueteó en la
superficie de permacemento agujereado.
El patético guardia alzó las manos en señal de rendición.
—No me haga daño. Todos los demás están muertos. ¡No nos
mate, por favor!
—¡Te mataré si no me dices qué ha pasado aquí! —bramó
Gurdun.
—Droides asesinos —dijo el guardia entre tartamudeos, y
luego señaló la carcasa quemada del complejo de
laboratorios—. ¡Perdieron el control! Se soltaron. Todos están
muertos… científicos, técnicos, guardias… salvo nosotros dos.
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Dave Wolverton

Estábamos examinando el perímetro, y escuchamos la lucha.


Volvimos corriendo, pero para cuando llegamos aquí la batalla
había terminado. Los droides habían escapado, y todos los
demás habían sido asesinados.
—Eso es lo que hacen los droides asesinos, ¿sabes? —dijo
Gurdun, soltando el cuello del guardia de seguridad.
El hombre se tambaleó, y luego cayó de rodillas.
—¡Sáquenos de aquí, por favor! Podrían regresar.
En lugar de ayudarle, Gurdun hizo una señal a su escolta de
soldados de asalto, que lo siguieron reluctantes al destrozado
interior del complejo. La inmensa puerta de duracero había
sido completamente arrancada de su marco y arrojada al otro
lado de la habitación llena de ordenadores. Nada parecía
funcionar. Había cadáveres por doquier, yaciendo sobre
oscuros charcos de sangre medio seca.
—Escapado —dijo Gurdun apretando los dientes. Encontró lo
que quedaba del cuerpo de la técnico jefe Loruss, y dirigió su
furia contra el cadáver—. ¡Con lo caros que son! Teníamos un
contrato. Teníais que entregarme a mí esos droides, no dejar
que escaparan.
Se puso a caminar en círculos, gruñendo, buscando otro modo
de liberar su frustración.
De pronto, la realidad de lo que había ocurrido atravesó su
denso muro de fantasías y preocupación por sí mismo.
—¡Oh, no… están libres! —dijo con un jadeo.
Los soldados de asalto lo miraron con sus inexpresivas lentes
oculares negras como si de repente Gurdun se hubiera vuelto
estúpido.
—¡Digo que están libres! —exclamó—. ¿Os dais cuenta de lo
que son capaces esos droides asesinos? ¡No tienen
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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar
restricciones de programación, y corren fuera de control por el
Imperio!
Se dio una palmada en la frente, gruñendo.
—Que alguien me encuentre un sistema de comunicaciones
que funcione. Necesito mandar una alerta a todas las tropas
imperiales. Los droides asesinos IG deben ser destruidos en
cuanto sean vistos.

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Dave Wolverton

III

Por todo el Imperio, desde los más profundos sistemas del


Núcleo hasta el Borde Exterior, podían verse droides de todas
las formas y tamaños, destinados a cualquier propósito
imaginable. A lo largo de los siglos, se habían desarrollado
fábricas en numerosos planetas para satisfacer la siempre
creciente demanda de gigantescos droides de construcción,
trabajadores pesados, sirvientes mecánicos y diminutos
droides de vigilancia. El más importante de todos esos centros
de producción de droides era el mundo oscuro y cubierto de
humo de Mechis III.
IG-88 decidió que ese planeta sería la base de operaciones
perfecta para comenzar un plan para transformar toda la
galaxia…
La nave correo de Laboratorios Holowan avanzaba como un
cometa hacia Mechis III. IG-88 y sus homólogos ya habían
estudiado y analizado cada sistema a bordo de la nave, sin
armas ni blindaje. Sus diseñadores habían optado por
centrarse en la velocidad y la capacidad de evasión, en lugar
de en el combate o la defensa. La nave era una máquina, al
igual que lo eran los propios droides asesinos, pero era
simplemente un conjunto automatizado de componentes sin
ninguna esperanza de adquirir autoconsciencia.
Sin embargo, la nave sirvió a su propósito, llevándolos a su
destino en tiempo record. Los IG-88s sabían exactamente hasta
qué punto podían forzar los motores, llevando el límite hasta
la tolerancia estructural en lugar de las líneas rojas establecidas
de forma arbitraria por los ingenieros humanos. Los
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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar
sofisticados sistemas de comunicación de la nave y su escudo
de sigilo permitieron a los droides permanecer ocultos
mientras se acercaban. Mechis III sería el primer paso en un
gran plan.
Mientras se acercaban a la órbita como una jabalina lanzada
con fuerza descomunal, los cuatro IG-88s idénticos manejaban
distintos sistemas de comunicaciones. Cada uno conocía sus
pasos asignados para el asalto. En ese momento la velocidad
era el requerimiento principal… y los droides asesinos IG-88
estaban muy bien dotados para la velocidad.
IG-88C fue el primero en golpear, enviando una transmisión de
banda estrecha a la red de defensa global de Mechis III,
solicitando la anulación y desactivación de todas las alarmas
de intrusos. En el instante en que la red de observación
respondió con una consulta, IG-88C pudo adentrarse más en
el código y efectuar su propia petición antes de que la red de
sensores automatizada pudiera informar de su presencia a los
escasos operadores humanos.
Los IG-88s individuales mantuvieron sus mentes informáticas
enlazadas conforme el plan se iba llevando a cabo. Los
sistemas de defensa de Mechis III eran anticuados, instalados
mucho antes de que el mundo droide se convirtiera en una
actividad comercial tan importante como para que alguien
pudiera pensar en sabotearla o destruirla… pero las
necesidades de los IG-88s eran completamente distintas.
Usando la recién creada conexión a los sistemas de seguridad
globales, IG-88D descargó instantáneamente toda clase de
información detallada sobre Mechis III: los complejos
industriales, las fábricas de ensamblaje, la cantidad de
interferencia humana, un mapa de la superficie planetaria en
LSW 37
Dave Wolverton

varias franjas del espectro electromagnético y, lo que era más


importante, un mapeado lineal completo —como un diagrama
neural— de las conexiones cerebrales de los sistemas
informáticos que dirigían Mechis III.
IG-88A tomó el mando y transmitió a los principales nodos de
Mechis III su programación auto-replicante de autoconsciencia,
tomando secretamente el control de los vastos complejos
electrónicos y dando a los inmensamente potentes
ordenadores algo que nunca antes habían concebido:
consciencia de sí mismos… y lealtad.
Menos de un minuto después de su llegada al sistema, IG-88
quedó complacido al ver que se habían sentado las bases para
su conquista total.

***
La línea de ensamblaje resultaba tan aburrida como de
costumbre.
Trabajador veterano de Mechis III, Kalebb Orn jamás había
entendido por qué, de todos los lugares posibles, se requería
presencia humana allí. Parecía no tener propósito alguno. La
línea de fabricación de droides había funcionado sin el menor
fallo durante al menos todo el último siglo, pero la normativa
de la empresa aún requería que hubiera un operador humano
en un pequeño porcentaje de las operaciones. Como ésta,
elegida de forma aleatoria.
Kalebb Orn observaba el movimiento de los grandes brazos
robóticos de la grúa, avanzando de un lado a otro con sus
ruedas dentadas y levantando componentes pesados con sus
fuertes garras electromagnéticas. Todo, desde láminas de
metal y pesadas placas de blindaje, hasta precisos microchips
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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar
activadores, llegaba desde otras partes de las instalaciones, de
kilómetros de longitud, fabricándose sin descanso con
especificaciones inmutables.
Las líneas de montaje auto-diseñadas habían crecido
inmensamente a lo largo de los siglos de funcionamiento,
añadiendo nuevos subsistemas, mejorando los antiguos,
introduciendo nuevos modelos en los programas de
producción y eliminando las versiones viejas y obsoletas.
Kalebb Orn no tenía la capacidad mental para abarcar todos
los sistemas de fabricación de Mechis III. No estaba seguro de
que existiera alguien que la tuviera.
Durante los últimos diecisiete años había visto robustos
droides obreros siendo fabricados por millares. Motores de
gran potencia conectados a brazos y piernas móviles, los
droides obreros no necesitaban nada más que un voluminoso
torso, un cerebro droide no demasiado brillante, y brazos
tremendamente fuertes. Los monolíticos droides eran
asombrosamente fuertes, pero después de todo ese tiempo
Kalebb Orn ya no estaba impresionado. Sólo quería que
terminara su turno para poder regresar a su alojamiento, comer
copiosamente, y relajarse.
El turno de Kalebb Orn terminó pronto… pero no del modo
que él hubiera deseado.
Recibiendo una misteriosa señal independiente, cuatro
flamantes droides obreros, recién lubricados y con lustrosos
números de serie impresos en sus costados, se alzaron en el
corral de almacenamiento al final de la línea de montaje. Usaron
las enormes pinzas de sus manos para arrancar las paredes del
corral.

LSW 39
Dave Wolverton

En su estación de supervisión, Kalebb Orn se irguió,


sorprendido y confuso. Aparentemente estaba allí para actuar
en caso de que ocurriera algo inusual… pero nunca antes había
ocurrido nada inusual, y no estaba seguro de qué debía hacer.
Los droides renegados avanzaron caminando lentamente, con
sus enormemente pesados pasos resonando como truenos.
Sus cabezas cuadradas y sus torsos giraban hacia un lado y a
otro, buscando algo.
Buscándolo a él.
—Eh… ¡alto ahí! —exclamó Kalebb Orn cuando los droides
obreros salieron en estampida hacia él, extendiendo sus fuertes
brazos de metal con sus pinzas abiertas. Rebuscó en su
estación de trabajo, buscando algún manual que pudiera
decirle qué hacer a continuación. Al no poder encontrar ningún
manual, decidió salir corriendo.
Pero durante diecisiete años Kalebb Orn había hecho tan poco
ejercicio que sus fofas piernas no lo llevaron muy lejos antes
de quedarse sin aliento.
Otros droides obreros cobraron vida por sí mismos en distintas
partes de la línea de ensamblaje, y pronto veinte de ellos
habían rodeado a Kalebb, con sus letales brazos extendidos.
Se acercaron a él, haciendo chasquear sus pinzas con una lluvia
de chispas azules, con un brillo rojo en sus pequeños sensores
ópticos.
Las pinzas le sujetaron los brazos y las piernas, e incluso la
parte superior de la cabeza, con un implacable agarre eléctrico.
Mientras los inmensos droides obreros comenzaban a tirar de
él en todas direcciones, desensamblando los componentes
biológicos, el último pensamiento de Kalebb Orn fue que, al

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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar
final, el trabajo en la línea de montaje no había sido tan
aburrido después de todo…

***
La oficina de administración de Mechis III estaba en la cúpula
superior de una brillante torre de cristal y duracero,
proporcionando una vista panorámica del páramo industrial. La
corporación pensaba que se suponía que las oficinas gerentes
debían sobresalir por encima de los demás edificios, pero por
lo demás su altura no servía a ningún propósito.
En el interior de una oficina llena de muebles lujosos, equipos
de entretenimiento, e imágenes de lugares turísticos que
ningún administrador de Mechis III había visitado jamás, Hekis
Durumm Perdo Kolokk Baldikarr Thun —el actual
administrador— jugueteaba con sus dedos y esperaba que
llegase su adorado informe vespertino.
Aunque las operaciones en Mechis III prácticamente nunca
cambiaban, y cada día el informe vespertino ofrecía las mismas
cifras de producción, las mismas listas de cuotas cumplidas, las
mismas cantidades de droides exportados, el administrador
Hekis observaba cada informe con estudiado interés. Se
tomaba su trabajo muy en serio. Era toda una responsabilidad
para un hombre que sabía que gobernaba uno de los más
importantes centros de comercio de la galaxia
industrializada… incluso aunque supiera que sólo era uno de
los setenta y tres humanos de todo el planeta.
Durante cada turno de trabajo, ocupaba diligentemente su
puesto, inclinado sobre su escritorio; por las tardes, de vuelta
en su alojamiento privado, pasaba la mayor parte de sus horas
de relax esperando a que empezara el siguiente turno y le
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Dave Wolverton

liberase de la onerosa carga del tiempo libre. A cada


oportunidad que se le presentaba, Hekis enviaba informes a
sus superiores en la compañía, a los inspectores Imperiales, a
los agentes comerciales, a cualquiera que se le ocurriese.
Siempre que se sentía minusvalorado o insignificante en el gran
esquema de las cosas, Hekis Durumm Perdo Kolokk Baldikarr
Thun se daba el gusto de añadir otro título mítico a su nombre,
así que cuando firmaba documentos con una ornamentada
rúbrica, la firma cada vez resultaba más y más impresionante.
Examinó su cronómetro —fabricado en Mechis II, por
supuesto— y supo que había llegado el punto álgido de la
tarde. Justo a su hora, su droide administrativo chapado en
plata Tresdé-Cuatroequis llegó apresuradamente, con una
bandeja en una mano y un datapad en la otra.
—Su té de la tarde, señor —dijo Tresdé-Cuatroequis.
—Ah, gracias —respondió Hekis, frotándose las huesudas
manos y tomando la delicada taza de resina de concha llena de
líquido humeante. Tomó un sorbo, cerrando con deleite sus
turbios ojos marrones.
—Sus informes vespertinos, señor —dijo Cuatroequis,
extendiendo el fino datapad que mostraba los familiares
cuadros con gráficos y cifras de producción.
—Ah, gracias —volvió a responder, tomando el datapad.
Entonces Tresdé-Cuatroequis llevó su mano a una pequeña
cámara de almacenamiento en la parte trasera de su torso
plateado y extrajo una pistola bláster.
—Su muerte, señor —dijo el droide.
—¿Perdón? —Sorprendido, Hekis alzó la mirada ante esa
variación de la rutina—. ¿Qué significa esto?

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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar
—Creo que está bastante claro, señor —dijo Tresdé-
Cuatroequis, y efectuó dos rápidos disparos. Los afilados
destellos dieron con precisión en su objetivo. Hekis se
desplomó sobre su escritorio, vertiendo el té sobre los
informes que había en su superficie.
Tresdé-Cuatroequis dio media vuelta y salió rápidamente por
la puerta, transmitiendo su informe a los IG-88s que lo habían
reprogramado digitalmente desde la órbita. Entonces llamó a
los droides celadores para que limpiaran el desastre.

***
La insurrección de Mechis III fue rápida y sangrienta, y muy
eficiente. En cuestión de unos pocos minutos, la mente
informática planetaria recién coordinada supervisó un
alzamiento simultáneo de droides, matando a los setenta y tres
habitantes humanos antes de que cualquiera de ellos pudiera
activar una alarma… aunque de todas formas la red de
comunicaciones unificada no habría permitido la transmisión
de tales mensajes.
En tiempo retardado, IG-88 observaba desde la nave correo
oculta en órbita, examinando todos los detalles a través de sus
ojos sensores y sus conexiones de flujo de datos. Meros
instantes después, cuando todo hubo terminado, hizo
descender la nave suavemente a través de la atmósfera.
En el complejo central de fabricación, la elegante nave aterrizó
y los cuatro IG-88s idénticos salieron a la plataforma. Bajo el
cielo plomizo por el humo, observaron a los droides recién
liberados que se acercaban, reuniéndose a su alrededor.
IG-88 puso el pie en Mechis III como un mesías.

LSW 43
Dave Wolverton

***
A partir de ese momento, para los droides asesinos era
importante mantener la mascarada. De cara al exterior, nada
había cambiado en Mechis III… e IG-88 se aseguró de que todo
el mundo en la galaxia continuara creyéndolo. Tresdé-
Cuatroequis se ocupó de los detalles externos, respondiendo a
los mensajes que llegaban por la holored galáctica, firmando
órdenes de entrega y otros documentos con todas las florituras
de la firma digitalizada de Hekis.
Dos días después, los cuatro droides asesinos se reunieron
para una sesión de estrategia interconectada en la lujosa
oficina del antiguo administrador. Para ajustarla más a su
concepto de aséptica eficiencia, IG-88 había ordenado que los
droides celadores la despojaran de todas las obras de arte y
las imágenes de las paredes, y que retiraran todos los muebles.
Después de todo, los droides no necesitaban sentarse nunca.
En la oficina del administrador, los cuatro IG-88s
permanecieron de pie comunicándose en silencio,
intercambiando y actualizándose archivos de datos unos a
otros.
—Si vamos a usar Mechis III como nuestra base de operaciones
para la dominación galáctica, debemos mantener toda
apariencia externa de que nada ha cambiado.
—Los pedidos de droides deben continuar completándose sin
retrasos, exactamente como se ordenen. Ningún humano debe
sospechar.
—Alteraremos los registros visuales existentes, falsificaremos
transmisiones, mantendremos los canales habituales de
comunicación para que todas las apariencias continúen
normales.
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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar
—De acuerdo con los registros y los diarios personales de los
humanos asentados aquí, vienen pocos visitantes a Mechis III.
Con toda probabilidad, no seremos molestados.
Con sus sensores ópticos traseros, IG-88 miró a través de los
ventanales de observación de transpariacero en lo alto de la
torre administrativa. Vio columnas de humo saliendo de las
plantas de fabricación, y el calor en las salidas de disipación
térmica dibujaba puntos brillantes en el infrarrojo. Las
instalaciones estaban trabajando a doble velocidad para
producir soldados adicionales para el nuevo ejército de IG-88,
mientras continuaba la producción para satisfacer las
necesidades rutinarias de la galaxia.
IG-88 admiraba la precisión de las instalaciones. Los edificios
iniciales habían sido diseñados con torpeza humana y líneas
desaprovechadas, con espacio y comodidades innecesarias,
pero las siguientes líneas de montaje habían sido diseñadas
por ordenador, modificando los conceptos originales para que
Mechis III funcionara cada vez de forma más eficiente.
—Todos nuestros nuevos droides tienen programación
mejorada —continuó IG-88—, rutinas de auto-consciencia
especiales que les permiten seguir nuestros planes y mantener
el engaño. De ahora en adelante, todo nuevo droide que
exportemos tendrá integradas la programación de auto-
consciencia y la voluntad de alcanzar nuestro fin último.
IG-88 trazó un mapa de la dispersión de los nuevos droides,
rutas de envío previstas y destinos finales. Mechis III tenía una
distribución tan amplia que los infiltrados se extenderían en
muy poco tiempo de un sistema estelar a otro, reemplazando
modelos obsoletos, ocupando nuevos lugares en la sociedad,
preparándose para la futura toma de poder.
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Dave Wolverton

Los biológicos no sospecharían nada. Para ellos, los droides


eran meras máquinas inocuas. Pero IG-88 consideraba que era
el momento de que la «vida» en la galaxia diera otro paso
evolutivo. Los viejos y engorrosos orgánicos debían ser
remplazados con eficientes y fiables máquinas como él mismo.
—Mientras los droides se estén poniendo en posición para
nuestro gran asalto al poder, se les han dado órdenes estrictas
para que se comporten como los humanos esperan que
reaccionen los droides. Ocultarán su superioridad. Nadie puede
adivinar lo que planeamos. Deben esperar.
—Una vez estén en posición y nosotros estemos preparados,
transmitiremos el código de armado. Sólo nosotros conocemos
la frase específica que activará su misión. Cuando enviemos ese
trascendental mensaje, nuestra revolución droide asolará la
galaxia como una tormenta.
Los droides podían ser más veloces que cualquier otra cosa,
una súbita muerte devastadora para aquellos que se
encontraran en su camino. Pero, al contrario que los biológicos,
las máquinas también podían ser increíblemente pacientes.
Esperarían… y el momento llegaría.

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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar

IV

Tras dos meses estándar, la vigorosa búsqueda imperial no


había encontrado ni el menor rastro de los droides asesinos
desaparecidos, y el supervisor Gurdun no estaba en absoluto
complacido.
Cuando su ayudante Minor Relsted entró en su oficina oscura
y cavernosa en las profundidades de un antiguo edificio
gubernamental de la Ciudad Imperial, Gurdun solicitó un
informe de progresos. —Dime cómo está yendo la caza del
hombre… eh, del droide, o lo que sea —dijo—. Quiero mis
droides asesinos.
El joven Minor Relsted jugueteó con sus dedos y se negó a
mirar de frente a los ojos que lo observaban expectantes sobre
la monumental nariz de Gurdun.
—¿Quiere que le prepare un informe detallado, supervisor
imperial? —dijo Relsted— . ¿Debo entregarlo por triplicado?
—No —respondió Gurdun—. Sólo dime. Quiero saber.
—Oh —exclamó Minor Relsted—. Hmm, deje que piense un
instante.
—¿No estás al mando de todo esto? —preguntó el supervisor.
—Sí, claro, por supuesto —respondió Relsted—. Sólo estoy
poniendo en orden mis ideas, buscando las palabras.
Gurdun alzó la mirada al panel luminoso parpadeante del
techo, que le proporcionaba más dolor de cabeza que
iluminación. Las gruesas paredes de la oficina eran del mismo
color gris apagado de las naves de combate; estaban sujetas
en su sitio con grandes tornillos de cabeza redonda del tamaño
LSW 47
Dave Wolverton

de su puño. Había esperado que para entonces ya estaría


recuperándose de la cirugía que tanto ansiaba, pero una vez
tras otras las autoridades imperiales se la habían denegado.
—¿Y bien? —dijo Gurdun ante el prolongado silencio,
frotándose su enorme nariz.
—Lamento tener que decir esto, señor —dijo Relsted con un
ligero tartamudeo—, pero los cuatro droides parecen haberse
desvanecido. Un quinto droide, IG-72, ha hecho su aparición
aquí y allá, eliminando objetivos por razones
incomprensibles… pero los otros cuatro no han dado señales
de su presencia. Sería más sencillo si asumiéramos que han
sido destruidos… digamos, atrapados en una supernova
extraviada, o algo así. No es de esperar que unos droides
asesinos mantengan un perfil bajo y se muevan por ahí sin ser
vistos.
El supervisor imperial Gurdun observó el desorden de su
escritorio, despejó un hueco para sus codos y apoyó la
mandíbula sobre sus manos.
—Ah, pero esas máquinas son diabólicamente inteligentes,
Relsted. Fueron diseñadas según mis especificaciones… y ya
sabes lo implacable que puedo resultar a veces. Yo no los
subestimaría.
—Desde luego que no, señor —dijo Relsted—. Tenemos espías
desplegados por todos los rincones… eh, hasta donde
alcanzan nuestras capacidades. Tenemos recursos limitados, ya
sabe. Hay una rebelión ahí fuera.
—Oh, me olvidé de la guerra —dijo Gurdun—. Qué fastidio.
Se toqueteó la enorme nariz, que le bloqueaba la visión de los
documentos sobre su escritorio. Gurdun apartó de un
manotazo los cubos de mensajes apilados, los formularios
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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar
electrónicos a la espera de ser cumplimentados, las órdenes de
requerimiento, solicitudes de transferencia, y cartas de
condolencia para ser escritas a las familias de aquellos
perdidos en desgraciados accidentes durante el entrenamiento
con equipo viejo y defectuoso.
Minor Relsted pasaba nerviosamente su peso de un pie a otro
mientras esperaba junto a la puerta.
—¿Algo más? —preguntó Gurdun con brusquedad.
—Una pregunta, señor. ¿Puedo preguntarle por qué es tan
increíblemente importante encontrar esos cuatro droides?
Después de todo, sólo son máquinas, y la cantidad de recursos
que estamos dedicando a esa orden de «destruir en cuanto
sean vistos» parece desproporcionada con respecto a su valor
intrínseco. ¿Por qué esos droides son tan deseables?
Gurdun soltó un bufido y volvió a mirar el panel luminoso
parpadeante.
—Porque, Minor Relsted, yo sé de lo que son capaces.

***
En Mechis III, el droide administrativo Tresdé-Cuatroequis
caminaba apresurado, buscando al primero de los IG-88
idénticos que pudiera encontrar. Necesitaba transmitir sus
inquietantes noticias. Encontró a IG-88C en una de las zonas
de envío, supervisando la carga de un millar de droides de
transporte con programación modificada que debían ser
enviados a Coruscant.
—IG-88 —dijo Cuatroequis, obteniendo la atención del droide
asesino. En una rápida ráfaga binaria, envió un archivo resumen
al núcleo informático del IG-88.

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Dave Wolverton

A través de sus propios canales de inteligencia, los IG-88s eran


bien conscientes de los torpes espías imperiales que los
buscaban por todos los rincones de la galaxia. Hasta ese
momento, los espías no habían hallado ni una pista, pero esa
misma mañana se había dirigido hacia Mechis III una
investigación oculta.
La nave sonda era un conglomerado apenas funcional de
partes obsoletas y motores reaprovechados. Debido a las
limitaciones de presupuesto, a menudo los espías imperiales
eran los más baratos, como esa ranat… no precisamente la
más inteligente de las criaturas. Conforme se acercaba a Mechis
III en su nave renqueante, la ranat transmitió un conjunto
grabado de preguntas para el último supervisor conocido del
planeta, Hekis Durumm Perdo Kolokk Baldikarr Thun.
Tresdé-Cuatroequis, con la previsión superior que le otorgaba
su nueva programación de auto-consciencia, reprodujo
fragmentos apropiados de imágenes de video manipuladas
que mostraban al administrador Hekis respondiendo
bruscamente a todas las preguntas. No, no habían visto ningún
droide asesino. No, no tenían conocimiento de ninguna serie
de máquinas IG-88. No, no habían escuchado nada acerca de
renegados violentos en esa parte del sistema… y, por cierto,
en Mechis III estaban demasiado ocupados como para seguir
respondiendo preguntas estúpidas. Sin sospechar nada, la
ranat continuó su camino al siguiente sistema, donde sin duda
reproduciría el mismo conjunto de preguntas pregrabadas.
IG-88C asimiló ese informe y felicitó a Tresdé-Cuatroequis por
su ingenio ante la situación inesperada, pero el encuentro
planteaba serias preguntas. El rastro había llevado
accidentalmente hasta allí a un investigador imperial. ¿Qué
LSW 50
Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar
pasaría si el siguiente fuera un operativo de inteligencia más
suspicaz o más tenaz?
IG-88C inició un enlace de datos espontáneo con sus tres
homólogos, y se enfrascaron en una conferencia interconectada
a la velocidad de la luz.
—No podemos permitirnos ser detectados. Ahora mismo
nuestros planes están en un momento demasiado crucial.
—Tal vez esto sólo haya sido una casualidad. Tal vez no
necesitemos preocuparnos. Los imperiales escucharán el
informe de la espía y no investigarán más.
—Al contrario, una vez que han comenzado a meter las narices
en este sector, puede que estrechen su escrutinio.
—¿Cómo podemos enfrentarnos a esta situación?
—Tal vez sea necesaria una táctica de distracción.
—¿Cómo podemos llevar a cabo esa táctica de distracción?
—Nos haremos visibles. Uno de nosotros saldrá y dejará
huellas visibles, lejos de Mechis III. Les daremos un rastro
distinto que seguir. Nunca volverán aquí de nuevo.
—¿Y la naturaleza de esa táctica de distracción? —preguntó
uno de ellos, pero todos los IG-88s comenzaron a tener la
misma idea a la vez.
—Tendremos que seguir nuestra verdadera programación.
—Somos droides asesinos.
—Buscaremos trabajo como cazadores de recompensas. Eso
es para lo que fuimos creados… y además puede impulsar
nuestros propósitos superiores.
—Si elegimos seguir esa línea de trabajo, lo encontraremos de
lo más placentero, y sin duda nuestros empleadores estarán
inmensamente complacidos con nuestro servicio y nos
recomendarán fervorosamente.
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Los cuatro IG-88s sopesaron ese cambio de planes y


estuvieron de acuerdo.
—Cazarrecompensas, entonces.

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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar

IG-88B fue elegido para la primera misión. Estaba complacido


y entusiasmado, y sus duplicados compartirían sus archivos de
experiencia cuando volviera. Sería como si cada uno de los
cuatro hubiera salido a cazar personalmente.
Las instalaciones industriales de Mechis III tardaron dos días
en diseñar y producir una elegante nave de cazarrecompensas
para IG-88B. Con su visión en varias zonas del espectro,
admiró las líneas perfectas de la IG-2000: potentes motores,
grueso blindaje, y todos los sistemas de armamento
apropiados. IG-88B se alejó más allá de la atmósfera, dejando
que los otros tres droides asesinos continuaran sus planes para
dominar la galaxia.
Aunque la amenazante orden imperial de disparar a matar iba
ligada al nombre de IG88, dudaba de que nadie intentara
llevarla a cabo. Se concentró en lugares donde era improbable
que fueran demasiado respetuosos con las leyes imperiales…
o con cualquier otra clase de leyes, ya puestos. Sabía que sus
capacidades eran obvias, y hacía entrar con paso firme en las
cantinas su cuerpo de varias toneladas, anunciando:
—Soy un cazarrecompensas. Deseo encontrar trabajo por una
tarifa razonable. Soy incapaz de fracasar en mi misión.
La mayoría de la gente tenía miedo de hablar con él… pero IG-
88 elegía bien sus sistemas planetarios. Quería trabajar donde
pudiera hacer avanzar sus planes secundarios, y sólo
necesitaba esperar. Anunciar su identidad servía al propósito
principal de dejar un rastro falso para los espías imperiales.

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Dave Wolverton

Su fuerza y habilidad eran obvias, y su moral inexistente. IG-88


era un asesino de alquiler, lisa y llanamente, y sabía que
encontraría una misión.
Su primera elección fue el apartado planeta Peridon’s Folly, un
mundo apenas conocido que recibía pocos visitantes de fuera
del sector. El Imperio se preguntaría por qué IG-88 había
elegido un mundo tan irrelevante y de escasa importancia, pero
allí tenía otro objetivo que cumplir en caso de que no
encontrara un trabajo legítimo.
Peridon’s Folly era un depósito de armas obsoleto dirigido por
comerciantes del mercado negro que vendían armas antiguas
a contrabandistas y señores del crimen. Aunque las armas eran
demasiado anticuadas e ineficientes para su uso habitual en el
Imperio, el mercado negro resultaba un negocio provechoso.
El planeta había sido dividido en territorios por los diversos
traficantes de armas; su superficie era un patrón de retales de
sectores comerciales asediados, entrelazados con dispositivos
de atraque de alta tecnología, sistemas de comunicaciones, y
puestos avanzados de defensa. En los bordes había zonas «de
pruebas», donde armas redescubiertas o diseños extraños de
las reservas se detonaban para impresionar a los clientes o
advertir a los traficantes de armas rivales.
En menos de un día, IG-88 fue contratado, escoltado por dos
matones que trabajaban para un insignificante dictador
llamado Grlubb, que se encontraba envuelto en una rencilla con
otro traficante de armas.
Los matones eran abyssins, fornidas criaturas ciclópeas de piel
marrón verdoso y brazos que les colgaban hasta las rodillas.
IG-88 no estaba seguro de si Grlubb trataba de intimidarlo o
de impresionarlo, aunque el droide asesino podría haber
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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar
masacrado a los dos monstruos de un solo ojo en menos de
un segundo. Decidió que las bestias eran simplemente escoltas
y guardaespaldas. Sin duda, los abyssins intimidaban a todos
los demás en la cantina, y ahora todos los traficantes de armas
de Peridon’s Folly sabían que IG-88 había sido contratado por
Grlubb.
El insignificante dictador era una pequeña criatura con rostro
de roedor, un hocico lleno de cicatrices y gruesos bigotes
felinos que mostraban las quemaduras de un duelo reciente.
Grlubb estaba rodeado de decenas de guardias monstruosos
armados hasta los dientes, incluyendo los propios dientes
como armas en algunos casos.
—Uno de mis rivales —dijo el dictador con cara de roedor—
ha comenzado a desarrollar armas inmorales. Simplemente, no
puedo tolerar tal conducta, especialmente de alguien inferior.
—¿Qué arma se considera inmoral? —preguntó IG-88, con
genuina curiosidad acerca de lo que esa artera criatura
consideraría más allá de los límites aceptables. —Armas
biológicas, perversos gases nerviosos… ya sabe, cosas que no
hacen pum. Eso le quita toda la diversión.
Grlubb deslizó un disco de datos sobre su escritorio, e IG-88
se inclinó para recogerlo con una de sus potentes manos
metálicas. Ante ese movimiento, una docena de armas se
amartillaron y apuntaron hacia el droide asesino, como si
retaran a IG-88 a atreverse a atacar a Grlubb. Debido a que el
cuerpo metálico de IG-88 no podía mostrar expresiones, los
demás guardaespaldas no pudieron percatarse de lo divertido
que le parecía que creyeran que podían proteger a ese dictador
en caso de que IG-88 realmente quisiera matarlo.

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Dave Wolverton

Para su propia diversión, IG-88 trazó un mapa de objetivos y


calculó que probablemente podría matar a todos y cada uno
de los guardias en menos de cinco segundos, recibiendo por
su parte una cantidad mínima de daños. Pensó que podría
disfrutar de ello, pero no sería fiel a su programación… desde
luego, no si esperaba vender sus servicios como
cazarrecompensas a otros clientes. Esta primera misión debía
ir a la perfección.
IG-88 introdujo el disco de datos en su lector de entrada,
asimilando la información.
—Se hará —dijo—. Deme de tiempo hasta esta noche.
Grlubb soltó una carcajada y se frotó las manos provistas de
garras.
—¡Gracias! Muchas gracias.

***
IG-88 decidió usar la fuerza bruta en lugar de la sutileza. La
destrucción flagrante dejaría una tarjeta de visita mucho más
clara.
Cruzó una desolación devastada que había sido usada para
probar armas de proyectiles y para detonar explosivos que
soltaban nubes de gases cáusticos. El peso de IG-88 dejaba en
la arcilla sin vida pisadas profundas como cráteres mientras se
dirigía directamente hacia su objetivo, una fortaleza excavada
en las profundidades de una pared rocosa de color rojo óxido.
La corroída puerta de acceso metálica estaba guardada por
torretas de vigilancia y emplazamientos de armas, pero IG-88
caminaba directo hacia la fortaleza. Hasta el último momento
no vio a nadie moviéndose en las torretas de vigilancia, y para
entonces ya se había deslizado con facilidad por debajo del
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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar
alcance de los cañones láser defensivos, demasiado cerca para
resultar un blanco decente.
Se detuvo a tres metros de la desconchada superficie de la
puerta blindada y lanzó su primera granada de conmoción.
Calculó que, incluso desde esa distancia, la onda de choque no
le causaría ningún daño.
La detonación golpeó el centro de la puerta y retumbó como
un inmenso gong por todo el cañón. De las paredes del
acantilado cayeron rocas en una pequeña avalancha. Los
centinelas de las torretas dispararon ineficazmente sus
cañones láser, dejando sólo rastros chamuscados, pero sin
darle al droide.
Usando filtros en varios espectros, IG-88 escaneó la puerta
dañada. El centro brillaba en el infrarrojo conforme el calor se
iba disipando. Analizó la firma de las vibraciones y advirtió
dónde la estructura del metal mostraba ahora diminutas grietas
cristalinas.
Satisfecho, preparó una segunda granada de conmoción.
IG-88 llevaba doce consigo, y esperaba que esa puerta sólo
requiriera usar tres.
En realidad, hicieron falta cuatro granadas para destruir por
completo la puerta. Mientras los ardientes restos fundidos de
la puerta se estrellaban contra el suelo a ambos lados, IG-88
entró en la fortaleza con paso firme, determinado a recalibrar
sus sensores y sus modelos predictivos en cuanto tuviera
tiempo.
Se adentró por el pasillo oscuro, consciente de que en ese
momento el objetivo se encontraría aumentando sus defensas,
preparándole emboscadas a su paso. Pero IG-88 sabía qué
camino debía tomar. El disco de datos de Grlubb contenía los
LSW 57
Dave Wolverton

planos de la fortaleza, así como las ubicaciones de los


emplazamientos de armas y los complementos de guardias
mercenarios.
Desde un callejón sin salida fortificado, cinco guardias
comenzaron a dispararle con rifles bláster. Sus disparos
rebotaron en el blindaje de durachapa de IG-88. Ninguna arma
de energía común podía dañarlo a menos que el rayo golpeara
exactamente en el lugar adecuado; sólo unos pocos de los
diseñadores originales de IG-88 conocían tal vulnerabilidad, y
la mayoría de esos diseñadores habían sido asesinados en la
masacre de los Laboratorios Holowan.
IG-88 usó los cañones láser en ambos brazos y fue derribando
metódicamente un objetivo tras otro, atravesando armaduras
blindadas cuando era necesario. Una vez libre de molestias,
apagó sus cañones láser y continuó su marcha implacable hacia
los niveles interiores de la fortaleza.
Otro grupo de guardias lo atacó rociándolo con epoxi de
endurecimiento instantáneo, una defensa novedosa que le
atascó los engranajes y servomotores. IG-88 reflexionó por un
instante y entonces elevó su temperatura corporal hasta que el
epoxi burbujeó y se fundió, y finalmente se separó de su cuerpo
cuando flexionó sus potentes extremidades. Cuando los
guardias continuaron disparándole, lanzó una de sus granadas
de conmoción entre ellos.
Probó varios filtros ópticos hasta encontrar una mejor visión a
través del creciente humo de los pasillos. Más adelante vio
puertas cerradas marcadas con símbolos de peligro que
indicaban contaminación biológica. Al otro lado de gruesas
ventanas de transpariacero, gente con voluminosos trajes
ambientales y pesadas máscaras respiratorias corría de un lado
LSW 58
Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar
a otro, tratando de apagar los experimentos en progreso,
mientras otros intentaban escapar del laboratorio.
IG-88 llegó a la puerta anti-contaminación sellada y decidió
que sería demasiado difícil arrancarla, así que en lugar de eso
se centró en la ventana de observación. Sus dos manos de
duracero golpearon cinco veces con fuerza capaz de agrietar
un planeta, hasta que el grueso transpariacero se resquebrajó
y cayó hacia dentro con un fuerte sonido al igualarse la presión
del aire a ambos lados. Los enmascarados trabajadores del
laboratorio corrieron frenéticamente.
IG-88 atravesó lo que quedaba de pared y luego escaneó el
lugar durante tres segundos, analizando los sistemas de
contención y catalogando el inventario de toxinas letales. Al
terminar, calculó la mejor manera de liberarlas todas.
IG-88 avanzó siguiendo un camino cuidadosamente elegido
que habría parecido un frenesí bestial para los observadores
que huían. Arrancó células de energía de campos de
contención para que escaparan ráfagas de gas letal; aplastó
contenedores, y nubes de microorganismos letales flotaron en
el aire. Un campo de emergencia se activó para sellar todo el
laboratorio, pero IG-88 encontró los controles y también lo
apagó.
Cuando todas las sustancias horribles fueron distribuidas por
los sistemas de ventilación de la fortaleza, IG-88 comenzó a
atrapar a los técnicos que huían con sus máscaras y trajes
sellados. Con delicadeza y precisión, les arrancó las placas
faciales, exponiéndolos a los agentes químicos nocivos y a las
enfermedades que ellos mismos habían creado.
El laboratorio ardía a su alrededor. Mercenarios cegados se
tambaleaban, jadeando y dando arcadas en el aire cargado de
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Dave Wolverton

humo púrpura. Había sido una experiencia satisfactoria, pero


no quería perder más tiempo. Disparó a los que entorpecían
su camino de salida y dejó que el resto se pudriera en la
ponzoñosa matanza.
Misión cumplida. Primer objetivo alcanzado.

***
Antes de marcharse de Peridon’s Folly, IG-88 buscó su
segundo objetivo, el propósito más personal.
Avanzó silenciosamente en la oscuridad, usando rutinas de
sigilo y algoritmos de camuflaje para introducirse en la
residencia fortificada de Bolton Kek, uno de los diseñadores de
la red neuronal original de la serie IG.
Kek había establecido el trabajo de base para el proyecto de
Laboratorios Holowan, pero luego había aceptado otro trabajo
de consultor, retirándose del servicio imperial en base a
«convicciones morales». Bolton Kek se había retirado al mundo
de Peridon’s Folly, donde vendía sus servicios a los diversos
traficantes de armas.
El objetivo estaba dormido, tumbado en su habitación en
penumbra, e IG-88 avanzó en máximo silencio. Hablando
directamente con ellos en binario, había soslayado los
innumerables sistemas de alarma y campos de seguridad del
hogar de Kek. En el interior, IG-88 amplificó sus sensores
ópticos para aprovechar la escasa luz de la habitación.
Bolton Kek estaba profundamente dormido, sin duda
considerándose a salvo. Roncaba suavemente y se acurrucaba
contra otra figura biológica, una hembra. IG-88 efectuó un
análisis rápido y la identificó como una bailarina twi’lek de piel
verde y colas como gusanos extendiéndose desde la parte
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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar
trasera de su cráneo. ¿Cómo pueden estos biológicos
aparearse entre sí?, pensó IG-88.
La bailarina habría sido una víctima fácil, pero no estaba en su
lista de objetivos, e IG-88 no malgastaba energía. Era probable
que Bolton Kek ni siquiera supiera nada acerca de los droides
asesinos fugados… pero IG-88 no podía arriesgarse a dejar
con vida a una sola persona que tuviera tal conocimiento.
Mientras el ingeniero seguía roncando, IG88 activó un cañón
láser, apuntó la brillante cruz roja del punto de mira, y disparó
un tiro con gran precisión justo en la despreocupada frente de
Bolton Kek.
IG-88 dio media vuelta y comenzó a salir por la puerta sin
sigilo. La bailarina twi’lek se despertó y le gritó obscenidades
en un lenguaje cuya traducción no tenía almacenada en sus
bases de datos. IG-88 la ignoró mientras caminaba sin
detenerse hacia su nave.
Ambos objetivos habían sido completados.
De Mechis III, IG-88 había descargado una lista de científicos
sobrevivientes que conocían detalles peligrosos sobre los
droides asesinos, ingenieros que habían abandonado
Laboratorios Holowan. Con el archivo almacenado en su
cerebro, sabía exactamente dónde buscar más misiones como
cazarrecompensas.
La lista se iría haciendo cada vez más corta.

***
Gritó. Su rostro se puso rojo de ira. Los cavernosos orificios
nasales de su inmensa nariz se dilataron. Los rugidos del
supervisor imperial Gurdun salpicaron de saliva el rostro de
Minor Relsted.
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Dave Wolverton

—¿Es que nadie se da cuenta de que sigue habiendo una


orden de destruir a IG-88 en cuanto sea descubierto? ¡Esa ley
está apoyada por todo el peso del Imperio!
Gurdun resopló con ira al observar los informes de las misiones
de recompensa llevadas a cabo con éxito por IG-88. Parecía
estar llevando a cabo una cruzada contra la humanidad de
planeta en planeta. Gurdun se sentó, descargando todo su
peso sobre la silla, que crujió quejumbrosa.
—¿Por qué la gente lo sigue contratando? Se arriesgan a sufrir
la ira del Imperio.
Minor Relsted parpadeó.
—Señor —dijo entre tartamudeos—, creo que es porque IG-
88 siempre realiza el trabajo.
—¿Ah, sí? —rugió Gurdun—. ¡Largo de aquí!
Sobresaltado, Minor Relsted dejó caer un puñado de archivos
sobre el despacho de Gurdun.
—Disculpe, señor, pero antes de que se vaya a casa esta noche,
tiene que leer y firmar estos documentos.
Y entonces salió corriendo, aterrorizado, fuera de la oficina con
aspecto de mazmorra.

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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar

VI

Al principio el supervisor imperial Gurdun se sintió intimidado


por viajar en la lanzadera junto a Darth Vader, la brutal mano
derecha del Emperador. Pero conforme su nave descendía por
los bancos de nubes grises que envolvían los centros
industriales de Mechis III, Gurdun se descubrió encogiéndose
de miedo ante cada siseo de su respiración, lanzando
nerviosamente miradas de soslayo al terrorífico casco negro y
a la monstruosa silueta oscura. Gurdun había intentado varias
veces comenzar una charla trivial, pero Vader no era muy buen
conversador.
El piloto de la lanzadera privada de Vader los condujo con
mano experta sobre los almacenes y centros de fabricación,
dirigiéndose hacia la elevada torre administrativa. Gurdun se
inclinó hacia delante para mirar a través de la ventanilla el
paisaje industrial que estaban sobrevolando, y se golpeó la
inmensa nariz contra la ventana. Dolorido, se frotó la nariz e
hizo una mueca, y luego trató una vez más de entablar
conversación con Darth Vader.
—Este es un pedido muy grande y poco habitual, lord Vader.
Aprecio que me acompañe para asegurarse de que recibe la
atención adecuada. Estoy convencido de que esta gente de
Mechis III está más preocupada por los beneficios
empresariales que por la gloria del Imperio. Me ha costado
horrores conseguir que el administrador Hekis hablara
directamente conmigo en el enlace de comunicaciones.
La respiración de Vader sonaba como un viento hueco a través
de una cueva que atrapara almas perdidas.
LSW 63
Dave Wolverton

—No me decepcione, supervisor Gurdun —dijo, cada palabra


como una punzante vibrohoja—. Le hago personalmente
responsable de asegurar que estos nuevos droides sonda
espías se completen y desplieguen según lo programado. Los
rebeldes han escapado de Yavin y debemos volver a
encontrarlos. A un rebelde en particular…
—¿Y de quién se trata? —preguntó Gurdun animadamente,
contento de haber entablado con Vader lo que parecía ser una
agradable charla.
—Eso no es de su incumbencia, supervisor Gurdun.
—Oh, no —dijo—, por supuesto que no. Sólo era curiosidad,
nada más.
Después de la debacle de los droides asesinos en los
Laboratorios Holowan, Gurdun había sido puesto al mando del
supervisar el desarrollo de la serie de probots Víbora de
Arakyd, una nueva línea de droides espía negros que se
mandarían por millares a todos los rincones de la galaxia para
buscar instalaciones rebeldes ocultas. Los imperiales estaban
ansiosos por infligirles el castigo por la destrucción de su
costosa Estrella de la Muerte.
Gurdun esperaba que esos probots también pudieran
proporcionar una pista de la ubicación de los droides asesinos
desaparecidos. Los droides asesinos IG seguían sueltos por la
galaxia, y para él cada misión de cazarrecompensas que
aceptaban descaradamente era como si le estuvieran dando
una bofetada.
Mechis III había recibido y aceptado el gran pedido de droides
sonda, pero cuando Gurdun solicitó inspeccionar la línea de
montaje personalmente, la imagen de vídeo del administrador
Hekis había sido de lo más desconcertante, desaconsejando
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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar
con vehemencia la visita. Cuando Darth Vader demandó un
informe de progresos y Gurdun informó de esa reticencia, el
Señor Oscuro decidió ocuparse del asunto con sus propias
manos enfundadas en guantes negros.
Vader no pidió permiso para visitar Mechis III. Simplemente
llegó.
La lanzadera imperial se posó en el rectángulo iluminado en
rojo en lo alto de lo alta torre. Se soltó torpemente el cinturón
de seguridad de su asiento en cuanto las puertas de la
lanzadera se abrieron con un siseo.
Viendo que se escapaba su oportunidad, Gurdun respiró
profundamente para reunir valor, abordando finalmente el
tema que había querido mencionar desde el despegue.
—Hmm… Lord Vader, si me permite la osadía de solicitar… —
Se frotó la nariz inconscientemente—. Cuando se complete
este pedido, me preguntaba si usted podría tener a bien
interceder por mí en mi solicitud de… eh, quiero decir… el
procedimiento quirúrgico que vengo necesitando desde hace
ya algún tiempo…
Vader giró su monstruoso casco hacia Gurdun, y el supervisor
imperial retrocedió encogido, sin querer mirar el rostro de
plastiacero negro.
—Su apariencia física no me concierne —dijo Vader—. No
tengo ningún interés ni deseo por proporcionarle una cirugía
estética inútil. Si su gran nariz continúa molestándolo cuando
se mira al espejo, tal vez debería quitarme el casco y dejar que
eche un vistazo. Entonces no se preocuparía tanto.
Gurdun alzó las manos.
—No, no, eso no es necesario, lord Vader. Ya lo he
comprendido. No volveré a pedirlo.
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Dave Wolverton

Se frotó la nariz como si pudiera reducir su tamaño


simplemente por fricción.
Un droide administrativo plateado se apresuró a acercarse a
ellos conforme Darth Vader salía de su lanzadera privada. El
droide saludó con sus manos metálicas.
—¡Saludos, saludos, señores! Soy Tresdé-Cuatroequis, a cargo
de las actividades mientras el amo Hekis se encuentra
atendiendo una emergencia. ¿Cómo puedo ayudarles?
No hemos sido informados de su repentina visita.
Gurdun hinchó el pecho.
—Eso es porque elegimos no informarles de nuestra llegada.
Lord Vader debe hablar con el administrador Hekis con
respecto a nuestro importante pedido de nuevos droides
sonda. Debemos asegurarnos de que serán entregados según
lo previsto.
Cuatroequis los condujo al interior de la torre, descendiendo
por un turbo ascensor, hasta las austeras oficinas del
administrador humano. Gurdun miró a su alrededor,
sorprendido de que un hombre con tan pocas cosas que hacer
con su tiempo eligiera tener una oficina totalmente desprovista
de interesantes obras de arte. Hekis debía ser realmente un
tipo aburrido… una elección perfecta para el trabajo en ese
lugar. —¿Dónde está el administrador? —preguntó Vader.
Cuatroequis quedó un instante inmóvil, como si estuviera
descargando información. Gurdun se preguntó qué antigüedad
tendría ese modelo de droide; hacía tiempo que no veía
semejante retraso.
—Ha habido una avería en el extremo opuesto del planeta,
señores. Una de nuestras instalaciones de producción de

LSW 66
Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar
droides agrícolas cosechadores. El administrador Hekis debe
permanecer allí hasta que se resuelva la situación.
—No me interesan sus emergencias —dijo Vader—. Deseo
hablar con Hekis.
Establezca un enlace de vídeo ahora… ¿o tendremos que ir a
visitarlo personalmente? Cuatroequis hizo una nueva pausa,
dubitativo.
—Estableceré un enlace de vídeo —dijo finalmente—. Por
supuesto que puedo conectarle con él. No tema.
Vader respondió como si hubiera sido una pregunta.
—No le temo a nada.
Tresdé-Cuatroequis se deslizó por la puerta y regresó un
instante después, empujando una gran pantalla de video
plateada en un marco cuadrado con ruedas, que el droide
administrativo conectó con una serie de cables a un ordenador
de pared. La pantalla parpadeaba con estática multicolor,
enfocándose y deformándose mientras una imagen cobraba
forma con los conjuntos de píxeles.
Un hombre de rostro pálido con larga barbilla y ojos hundidos
sonreía insípidamente en la pantalla de vídeo. Tras él, columnas
de humo manaban de las máquinas averiadas en una planta de
ensamblaje. Los negros cuerpos semiesféricos de las máquinas
de escasa altura salpicaban reflejos de la luz roja de las
alarmas. Los droides de diagnóstico y reparaciones iban
ocupados de un lado a otro, hurgando en la maquinaria
humeante.
Las alarmas de fondo se amortiguaron cuando la captación de
voz enfatizó las palabras de Hekis.
—¡Lord Vader, qué sorpresa tan inesperada!

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Dave Wolverton

—Hemos venido para asegurarnos de que nuestro pedido de


droides sonda se completa adecuadamente —dijo Gurdun—.
Estamos ansiosos por ver esas máquinas entregadas y puestas
al servicio del Imperio.
Hekis parecía agitado, pero trataba de ocultarlo. Gesticuló
hacia el desastre que tenía detrás.
—No se preocupen por este pequeño contratiempo —dijo.
Los droides cosechadores se escabullían velozmente del lugar
del desastre, con sus brazos multipropósito levantados
completamente para poder avanzar sin estorbo.
—No hemos tenido problemas con el pedido de los probots.
De hecho, ya se ha completado el diseño y se han
reconfigurado las líneas de montaje. Comenzaremos la
producción en masa en los próximos dos días. Deberían tener
el pedido completo en cuestión de una semana. Creo que son
varios días de adelanto con respecto a la fecha prevista.
—¡Excelente! —exclamó Gurdun, frotándose las manos—. ¿Lo
ve, Lord Vader? Le dije que podíamos confiar en nuestro
hombre Hekis.
La imagen del administrador parpadeó en la video pantalla, y
entonces otra gran columna de oleoso humo negro emanó de
una nueva cámara de control de la línea de montaje.
—Hay asuntos que debo atender aquí, Lord Vader —dijo
Hekis, girando alarmado—. Acepte mis sinceras disculpas por
no poder estar allí en persona. Quédese tranquilo, sus droides
sonda serán entregados.
Sin más palabras, la imagen se convirtió en estática.
—Ya ve, no tenemos nada de lo que preocuparnos —dijo
Gurdun, sintiéndose bastante aliviado—. ¿Podemos irnos ya,

LSW 68
Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar
Lord Vader? Seguro que tiene obligaciones cruciales que serán
mucho más importantes.
Pero Vader permaneció inmóvil como una estatua por unos
instantes, con su respiración siseando huecamente a través de
su respirador. Se volvió a un lado y a otro, mirando fijamente
la video pantalla apagada, las desnudas paredes de la oficina
de Hekis, y el droide plateado Tresdé-Cuatroequis.
Gurdun tragó saliva, cada vez más impaciente e intranquilo.
—Hmm… ¿Qué ocurre, Lord Vader? Realmente creo que
deberíamos dejar que estos droides vuelvan al trabajo.
—No estoy seguro —respondió Vader, con tono agorero—.
Siento que algo no está bien aquí… pero no puedo determinar
qué. —Finalmente, Vader volvió a recobrar la compostura.
Pasó junto a Gurdun, dirigiéndose de vuelta al turbo ascensor
hacia su lanzadera personal—. Asegúrense de que esos
droides sonda sean entregados —dijo Vader al droide
administrativo plateado.
Tresdé-Cuatroequis se puso tieso con orgullo.
—No nos gustaría decepcionarle, Lord Vader —dijo.
Vader se irguió cuan alto era, una mancha de oscuridad
recortándose sobre el cielo humoso de la plataforma de
aterrizaje. Su capa ondeaba a su alrededor.
—No. No os gustaría.

LSW 69
Dave Wolverton

VII

IG-88 se encontraba de pie al final de la línea de fabricación,


escuchando los sonidos del metal chocando contra metal, de
las prensas hidráulicas golpeando, de los componentes siendo
ensamblados, de los lubricantes al aplicarse. No podía oler,
pero sus detectores de análisis químico detectaban pequeñas
concentraciones de materiales de soldadura y sellantes en
aerosol flotando en el aire.
Los droides de ensamblaje estaban diligentemente ocupados
en sus tareas, trabajando como esclavos. Estaban gozosos por
tener consciencia de sí mismos, y se dedicaban con entusiasmo
a su trabajo. Libertad. Eso era lo que suponía la gran diferencia.
Al final de la línea de ensamblaje, el último de los probot
Víbora negros de Arakyd se activó. Inspector 11, un meticuloso
droide de análisis se apartó de su camino. El droide sonda
articulado se alzó sobre pequeños cohetes repulsores,
flotando, moviendo sus seis piernas segmentadas terminadas
en garras. La cabeza plana del probot giró a un lado y a otro,
dirigiendo su conjunto de sensores ópticos en todas
direcciones, escaneando datos.
IG-88 permaneció inmóvil, esperando que su presencia fuera
advertida. IG-88 estaba orgulloso de ser responsable de
semejante creación: negro, pulido y hermoso, curvas elegantes,
alta reflectancia.
Construido según las especificaciones que Darth Vader y el
supervisor imperial Gurdun habían transmitido a Mechis III, el
LSW 70
Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar
probot era elegante y multifuncional en un rango de
actividades mucho mayor de lo que IG-88 podría llegar a ser.
Sin embargo, IG88 había incluido un conjunto secundario de
instrucciones que proporcionaba al droide sonda una misión
de mayor prioridad en paralelo a su búsqueda para el Imperio.
Le gustaba el blindaje negro del probot, su oscuridad. Le
recordaba al propio Vader…
Cuando el Señor Oscuro de los Sith llegó inesperadamente a
Mechis III, IG-88 se había visto realmente alterado. Mientras
observaba a Vader y lo analizaba con varias sondas no
invasivas, IG-88 vio que Vader no era simplemente una trivial
forma de vida orgánica, no sólo carne caminando… era una
perfecta síntesis de hombre y máquina, un cuerpo integrado
con componentes droides e inteligencia, imaginación e
iniciativas biológicas.
IG-88 había estudiado las cintas de la visita de Vader,
analizando cada uno de los fluidos movimientos que había
realizado la elevada figura del Señor Oscuro, cada ondulación
de su capa, cada movimiento de su brazo. Antes, IG-88 siempre
había considerado que los biológicos carecían de valor en
todos los aspectos, inferiores a lo que cualquier buen droide
podría hacer… pero ahora había comenzado a considerar que
tal vez Vader podría ser lo mejor de ambas formas de vida.
El asombro era una nueva sensación, e IG-88 también la
analizó.
Al conectarse con sus droides infiltrados en el Imperio, había
descubierto que la nave insignia de Vader, el Ejecutor, era un
super destructor estelar de ocho kilómetros de largo, provisto
de potentes ordenadores y que funcionaba con una tripulación
mucho menor de lo que podría esperarse para una versión tan
LSW 71
Dave Wolverton

ampliada de un destructor estelar de clase Imperial. La


construcción de esa increíble nave de guerra prácticamente
había llevado a la bancarrota a varios sistemas.
Los circuitos de IG-88 se excitaron mientras trataba
diligentemente de pensar en modos de usar esa información,
o tal vez incluso el propio Ejecutor, para ayudarle en sus
propios planes.
En la línea de ensamblaje, el Arakyd Víbora rotó sobre su eje
con breves y siseantes activaciones de sus cohetes de control
de posición. Envió a IG-88 una ráfaga de transmisión codificada
a alta velocidad, repleta de miles de preguntas.
¿Quién eres?
¿Por qué estás aquí?
¿Cuál es tu misión?
IG-88 le contestó en su propio lenguaje, respondiéndole de
igual modo.
—Eres el último —dijo—. El último de miles que saldréis a
explorar la galaxia para buscar e informar.
El droide sonda ya conocía las instrucciones prioritarias de IG-
88. Sí, debía informar a Darth Vader… pero también debía
enviar otro mensaje detallado a Mechis III. Miles de probots
serían los ojos y los oídos de IG-88, espiando la galaxia como
uno solo, descubriendo debilidades que los droides pudieran
explotar en sus planes de conquista total.
Esos probots también tenían la programación de
autoconsciencia, la chispa de inteligencia que IG-88 había
compartido con sus hermanos mecánicos. Los droides sonda
serían los exploradores de la gran revolución droide.
El Arakyd Víbora extendió una potente garra metálica, e IG-88
la sujetó con su propia mano, sin terminar de comprender qué
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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar
pretendía el probot. El droide negro apretó la pinza en un
agarre que habría seccionado cualquier insignificante apéndice
orgánico. Como respuesta, IG-88 aplicó una presión semejante.
No estaba seguro de las intenciones del probot, pero esos
droides eran notoriamente inestables… y aún lo eran más por
su programación adicional. Eran exploradores suicidas, y lo
sabían. Nunca debían ser desmontados o inspeccionados. Los
droides sonda llevaban consigo todos los detalles de los
sangrientos planes de conquista de IG-88, esperando para ser
activados por su transmisión codificada secreta… y los probots
no debían ser analizados en profundidad. Disparadores
internos muy sensibles activarían la autodestrucción ante la
menor probabilidad de ser capturados. Los probots eran
prescindibles, y lo sabían en lo más profundo de su ser.
El Arakyd Víbora se enfrentó a IG-88 en una inquietante lucha
de poder, como si tratara de determinar si el droide asesino
era digno de tal devoción.
IG-88 lo era.
El último droide sonda se relajó y se alzó sobre sus cohetes
repulsores, flotando, escaneando, orientándose. Transmitió una
breve y tajante despedida, confirmando su devoción a la
misión. IG-88 alzó la mirada para ver cómo el probot negro se
dirigía hacia la cápsula de carga desde la que sería lanzado a
órbita, para terminar siendo entregado a la flota estelar de
Vader.
—Ve e informa —dijo IG-88—. Tienes mucho que ver. Arde
brillantemente.

LSW 73
Dave Wolverton

VIII

Meses más tarde, IG-88 encontró su oportunidad tanto para


estudiar a Darth Vader más detenidamente… como para subir
a bordo del magnífico Ejecutor.
Multiprocesando, IG-88C monitorizaba transmisiones de los
miles de droides sondas dispersos, recibiendo novedades de
los progresos de sus droides con programación especial
infiltrados por todas las civilizaciones galácticas. En el
momento en que fue testigo de la autodestrucción de un
probot Arakyd Víbora en el lejano mundo helado de Hoth, IG-
88 dirigió instantáneamente toda su atención a la situación en
ese lugar.
El super destructor estelar de Vader había estado patrullando
las rutas espaciales, esperando una señal que anunciara el
descubrimiento de la base rebelde. Sin duda Vader
reaccionaría inmediatamente. El probot había entregado su
información de reconocimiento… como Vader esperaba. Y ante
la primera amenaza de posible captura y descubrimiento de su
reprogramación droide, el probot se había autodestruido…
como esperaba IG-88.

***
IG-88B, con su experiencia directa como cazador de
recompensas, tomó la elegante nave IG-2000 y permaneció en
las inmediaciones de la flota imperial, dispuesto a actuar
espontáneamente con la esperanza de ser detectado por Darth
Vader, la negra síntesis de hombre y máquina…

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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar
IG-88B no participó en la batalla de Hoth. No deseaba
involucrarse en esa insignificante disputa política entre
alimañas biológicas. Observó cómo se marchaban las naves
rebeldes en fuga, algunas dañadas, otras sobrecargadas de
equipo y refugiados.
Pensó en rastrearlas, porque las ubicaciones de nuevos
escondites rebeldes sin duda serían de valor para el Imperio.
Pero efectuó un análisis de probabilidades y finalmente decidió
que ninguno de esos objetivos tendría suficiente interés para
Lord Vader como para hacerle cambiar sus prioridades. En el
sistema Hoth, IG-88 esperó y observó, su nave un diminuto
parpadeo en los límites del alcance de los sensores, demasiado
pequeño para ser distinguido de la estática espacial.
Acechó tras la flota imperial en su persecución de otra pequeña
nave insignificante por el cinturón de asteroides. Así pues, IG-
88 estaba esperando cuando Darth Vader puso un anuncio
pidiendo cazarrecompensas para encontrar a Han Solo.

***
IG-88 permanecía de pie y sin hablar en la cubierta del puente
del super destructor estelar Ejecutor. Observó en silencio,
almacenando detalles para su posterior consideración. Las
luces de su cápsula craneal parpadearon en rojo mientras se
embebía de los datos de sus sensores ópticos. La cubierta del
puente era un hervidero de oficiales imperiales de diversos
rangos a los que no prestó atención, ya que eran simples
humanos.
—Cazadores de recompensas —murmuró el humano conocido
como almirante Piett, suponiendo que se encontraba lo

LSW 75
Dave Wolverton

bastante lejos para que los cazarrecompensas reunidos no


pudieran escucharle—. ¡No necesitamos esa porquería!
—Desde luego, señor —dijo su compañero.
IG-88 sabía que los imperiales estaban doblemente
intranquilos debido a la bien conocida orden de destruir al
droide asesino en cuanto lo vieran. Pero Vader la había
ignorado descaradamente, con la esperanza de asegurarse sus
preciados cautivos.
—Esos rebeldes no escaparán.
Bossk, un trandoshano con aspecto de reptil y garras en sus
manos y pies provistos de escamas, le dijo algo desde arriba
al almirante Piett con una mezcla de gruñido, gorgoteo y siseo.
Él también había escuchado el comentario despectivo del
humano. Piett, temeroso, dio un paso hacia atrás.
—Señor, tenemos una llamada de prioridad del destructor
estelar Vengador —dijo otro de los biológicos uniformados.
—Bien —respondió Piett, alejándose de allí.
Los demás cazadores de recompensas estaban allí, cada uno
manteniendo su propia postura. El más cercano era Dengar, un
humanoide encorvado y de rostro huraño con la cabeza
envuelta en vendajes que sostenía un arma pesada. Zuckuss y
4-LOM estaban el uno junto al otro. Zuckuss era un gandiano,
una especie de criatura orgánica que no respiraba la misma
atmósfera que esos humanos, y por tanto llevaba una máscara
respiratoria con tubos e inyectores de gas dirigidos a sus
pulmones. Su traje protector le hacía parecer corpulento y poco
ágil.
Por el contrario, su compañero droide 4-LOM tenía el aspecto
de un insecto, esbelto, independiente y eficiente. IG-88 estudió
al droide negro, considerando la posibilidad de reclutarlo para
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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar
la revolución venidera… pero decidió no hacerlo. I-88 no se
atrevía a correr el riesgo de que un gatillo fácil como 4-LOM
desvelara sus planes tan cuidadosamente trazados.
El último de ellos era Boba Fett, con su maltrecha armadura
mandaloriana y su impenetrable casco. Parecía un droide, pero
se movía como un humano… para su desventaja.
Sin embargo, lo que reclamaba toda la atención de IG-88 era
la silueta envuelta en una capa negra de Darth Vader, que
caminó con paso firme por la cubierta superior, inspeccionando
a los cazarrecompensas.
—Habrá una sustanciosa recompensa para el que encuentre al
Halcón Milenario — dijo Vader—. Pueden utilizar los métodos
que crean convenientes… pero los quiero vivos. —Señaló a
Boba Fett como si el humano de la armadura fuera la mayor
amenaza—. Nada de desintegraciones.
—Como desee —dijo Boba Fett con voz rasposa.
IG-88 escuchó la información, pero dedicaba su atención a
analizar el modo en que Darth Vader se movía, estudiando las
inflexiones de tono entre los siseos de su respirador. Vader era
mucho más interesante que cualquier cazarrecompensas…
pero IG88 debía mantener la farsa.
—¡Lord Vader! —exclamó el almirante Piett—. ¡Milord, los
tenemos!
El Ejecutor se lanzó a la persecución, y los cazadores de
recompensas reunidos mostraron un visible gesto de
decepción… pero los imperiales eran estúpidos orgánicos con
exceso de confianza, y sin duda volverían a perder su presa en
cuestión de instantes.
IG-88 tenía otras preocupaciones. No le importaba Han Solo,
ni el Halcón Milenario, ni la rebelión, ni el Imperio. Pronto todo
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Dave Wolverton

eso sería… borrado. Pero tenía su floreciente reputación como


cazarrecompensas, y había aceptado esa misión, aunque sólo
fuera una tapadera. Una vez que aceptaba encargarse de una
misión, IG-88 no tenía otra elección que terminarla, de acuerdo
a su programación principal como droide asesino… incluso
aunque no le otorgara total prioridad.
Mientras los demás cazarrecompensas se apresuraban a ir
donde les proporcionarían información adicional sobre su
presa, IG-88 retrocedió a uno de los pasillos del Ejecutor.
Detuvo a un pequeño droide correo que pasó rodando a su
lado cumpliendo sus urgentes tareas. IG-88 envió un pequeño
pulso binario y descubrió —como sospechaba— que ese
droide correo había sido manufacturado en Mechis III después
de la toma de poder de los droides. Su programación especial
permitía que IG-88 soslayara lar órdenes dadas por los
humanos para que siguiera los deseos de su señor.
IG-88 extrajo un conjunto de micro-trazadores ultra pequeños,
diminutos rastreadores inteligentes que podían colocarse de
forma invisible en cualquier nave. Con una ráfaga de
programación de control, IG-88 dirigió al desapercibido droide
correo en dirección a las bahías de atraque. Plantaría los micro-
rastreadores en la nave de cada cazador de recompensas.
Mientras IG-88B estaba ocupado con su más importante misión
de conquista galáctica, los otros podrían encontrar a Han
Solo… y entonces IG-88 se apropiaría de su cautivo. Dejaría
que Boba Fett, Dengar, Bossk, Zuckuss y 4-LOM salieran a la
carrera en su frenética búsqueda, e IG-88 cosecharía los
beneficios. El plan mostraba la superioridad de una inteligencia
droide.

LSW 78
Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar
En un pasillo vacío del vasto super destructor estelar, IG-88
finalmente obtuvo lo que quería. Encontró un terminal sin
atender y se conectó al núcleo informático central del Ejecutor.
Normalmente, las defensas de programación del destructor
estelar habrían bloqueado una intrusión

similar, pero IG-88 era más rápido y muy superior al torpe


ordenador de cualquier nave estelar. Además, sus droides
infiltrados ya habían plantado gran parte de los caminos
electrónicos para proporcionarle acceso.
IG-88 permaneció inmóvil como un monolito, con los láseres
de las puntas de sus dedos activados y listos para disparar a
cualquiera que pudiera tropezarse con sus actividades
clandestinas. IG-88B necesitó varios minutos para descargar y
condensar toda la base de datos del núcleo informático del
Ejecutor: un pantagruélico festín de información que digeriría
lentamente en la intimidad de la IG-2000.
Satisfecho, con los circuitos rebosantes de información imperial
secreta, IG-88 trotó por el pasillo, sin prestar atención a los
atareados soldados de asalto —humanos intentando parecer
droides— mientras su flota se preparaba a entrar en el
hiperespacio.
IG-88 introdujo su mole en la cabina de su rápida nave y dejó
atrás el Ejecutor, con la mente bullendo con información nueva
y todavía sin asimilar…
Mientras la IG-2000 volaba en piloto automático siguiendo un
curso aleatorio para despistar cualquier intento de rastreo, se
recostó en el asiento y repasó mentalmente los millones de
archivos que había robado del Imperio. La mayor parte eran

LSW 79
Dave Wolverton

basura irrelevante, y los borró para liberar más capacidad en


su cerebro.
Pero fueron los archivos secretos, las entradas de los registros
personales de Darth Vader con codificación privada, los que
proporcionaron la mayor sorpresa de todas. Vader no sólo
estaba ocupado con su nave insignia y la flota imperial bajo su
férreo mandato; también conocía el nuevo proyecto favorito del
Emperador, una segunda Estrella de la Muerte, más grande que
la anterior, que se estaba construyendo en la órbita de la luna
santuario de Endor.
Mientras IG-88 digería la información, tuvo otro destello de
intuición. Algunos lo habrían considerado delirios de grandeza,
pero IG-88 —que ya se había copiado en tres homólogos
idénticos, con su personalidad distribuida en cuerpos droides
separados— no vio ninguna razón por la que no pudiera
descargarse a sí mismo en el gigantesco núcleo informático de
la nueva Estrella de la Muerte.
Si lo lograba, IG-88 podría ser la mente regidora de una
estación de combate invencible, en lugar de estar confinado en
una forma bípeda… ¡Una forma basada en los despreciables
biológicos! Podría convertirse en un titán de proporciones
inimaginables. Su poder de cálculo se vio forzado hasta sus
límites al tratar de efectuar simulaciones de todo lo que podría
lograr si estuviera armado con un super laser capaz de destruir
planetas.
Podría lanzar su rebelión droide mucho antes. Nadie podría
enfrentarse a él. Flotas militares enteras podrían ser barridas
con el poder de sus sistemas de armamento.
Definitivamente merecía la pena intentarlo.

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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar
IG-88B voló rápidamente hacia Mechis III para unir su cerebro
al de sus homólogos y compartir sus nuevos planes.

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Dave Wolverton

IX

En el interior de una cámara ultra refrigerada de inspección


informática en Mechis III, las cuatro copias idénticas de IG-88
miraban fijamente a una gigantesca pantalla plana de
ordenador. Volutas blancas de vapor frío se arremolinaban
alrededor de sus piernas metálicas, ascendiendo hasta el techo
donde la corriente de aire de refrigeración se absorbía a través
de las rejillas de ventilación, llevándose consigo el exceso de
calor generado por los potentes ordenadores procesando a
toda capacidad.
IG-88B había descargado los datos obtenidos del núcleo
principal del Ejecutor, y en ese momento los archivos estaban
siendo asimilados, copiados y distribuidos a los homólogos
idénticos de IG-88.
Con sus sensores ópticos ajustados a su rendimiento óptimo,
los cuatro IG-88 estudiaron los relucientes planos secretos de
la segunda Estrella de la Muerte. Las curvas perfectas de la
esfera armilar indicaban dónde debían colocarse vigas de
refuerzo, dónde se alinearía el super láser central… dónde
encajaría el nuevo y preciso núcleo informático.
El núcleo informático de la Estrella de la Muerte aún no se había
instalado. Ni siquiera había llegado a la luna santuario… pero
ahora IG-88 tenía el calendario y el destino. De acuerdo con
los planes de Vader robados del Ejecutor, IG-88 sabía qué
vigilancia tendría el núcleo informático, y qué ruta seguiría para
entrar y salir del hiperespacio. Era toda la información que
necesitaba.
—La solución es obvia —dijo IG-88A. Los demás estuvieron de
acuerdo.
LSW 82
Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar
—Debemos crear un duplicado del núcleo informático, en el
que nos introduciremos.
—Haremos el cambio en secreto. Un núcleo idéntico será
entregado en Endor.
—El núcleo original será destruido.
—El núcleo idéntico contendrá nuestra mente, nuestra
personalidad… nuestros objetivos.
Al principio la Estrella de la Muerte sería un confinamiento
pesado e inmóvil… pero una vez que la propia arma estuviera
operativa, nada podría detener los planes de IG-88.
Totalmente de acuerdo, los cuatro droides asesinos salieron de
la cámara de inspección informática por una pesada puerta de
duracero que se cerró tras ellos con un golpe metálico. Al salir
a las salas más cálidas y húmedas, sus exoesqueletos se
cubrieron rápidamente de escarcha.
Transmitiendo instantáneamente los planos y especificaciones
detalladas, IG-88 ordenó al droide administrativo Tresdé-
Cuatroequis que dedicara las instalaciones a construir un
nuevo núcleo informático que coincidiera exactamente con el
diseño de la Estrella de la Muerte… y también otros objetos
que IG-88 iba a necesitar.

***
Los cuatro droides asesinos caminaron por el permacemento
hacia la plataforma de aterrizaje donde esperaban las
lanzaderas imperiales bajo la luz del sol filtrada por la sucia
niebla industrial: un transporte pesado de larga distancia y dos
naves de escolta bien armadas. Los droides marchaban en fila
india, con sus armas visibles y conducta amenazante.

LSW 83
Dave Wolverton

Un destacamento completo de soldados de asalto con pulidas


armaduras blancas permanecía en perfecta formación frente al
transporte pesado y las naves de escolta. Sus rifles bláster
descansaban sobre sus hombros. Un centenar de soldados
esperaba en posición de firmes, listos para el combate,
mientras los IG-88s se aproximaban.
IG-88 recorrió sus filas con sus sensores ópticos; la armadura
de plastiacero, los cascos similares a calaveras, las
protecciones oculares negras, las botas, las armas, los
cinturones de accesorios. Los soldados de asalto no hacían ni
un solo movimiento.
Cuando quedó satisfecho, IG-88A habló:
—Perfecto —dijo—. Réplicas exactas. Nadie se dará cuenta
nunca de que sois droides.

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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar

Cuando Minor Relsted entró lentamente en la oficina con


aspecto de mazmorra del supervisor imperial Gurdun, el joven
subordinado sonreía con estúpida placidez.
—Supervisor Gurdun —dijo, sosteniendo la placa y su
transmisión codificada—. Noticias importantes del palacio
imperial. Le han transferido. Le han asignado más tareas de
campo. Son buenas noticias, ¿verdad? —añadió con un brillo
en los ojos.
Gurdun agarró la placa y escaneó la transmisión verificando los
campos holográficos superiores para comprobar que no se
trataba de alguna clase de broma.
—Me ponen a cargo de… ¿Qué es este ultraje? ¿Otro proyecto
de Estrella de la Muerte? Ni siquiera sabía que tuviéramos uno
en marcha.
—No, señor —corrigió Relsted—. Usted no está a cargo del
proyecto, sólo de recoger los núcleos informáticos y llevarlos
al lugar de construcción.
Gurdun llevó sus dedos regordetes al cuenco de aperitivos
transparente cuyas resbaladizas paredes trataban de escalar
unos brillantes escarabajos-nuez. Tomó uno de los insectos y
se lo echó a la boca, usando los colmillos para atravesar el
caparazón exterior. Lo abrió por la mitad y usó la lengua para
recolectar la suave y jugosa carne del interior. Escupió las
patas, que aún se agitaban, en una papelera junto a su
escritorio.
LSW 85
Dave Wolverton

—No he solicitado ese traslado. ¿Es un ascenso, o sólo debo


suponer que lo es? ¿No quedó Lord Vader satisfecho por mi
trabajo con los droides sonda Arakyd? Completé el pedido
exactamente a tiempo y dentro del presupuesto.
—Estoy seguro de que debe ser un ascenso, señor —dijo
Minor Relsted—. Felicidades, señor. —Dio media vuelta, dudó
un instante, y luego volvió a girarse—. Oh, por cierto, yo
ocuparé su puesto en esta oficina. ¿Sería tan amable de retirar
sus efectos personales tan pronto como sea posible?
El supervisor imperial Gurdun descubrió que había perdido su
apetito por los aperitivos.

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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar

XI

Mientras los preparativos para el asalto al núcleo informático


de la Estrella de la Muerte avanzaban lo más rápido que podía
permitirse el mundo fabricante de droides, una importante
transmisión de uno de los micro rastreadores inteligentes de
IG-88B llegó hasta Mechis III.
Boba Fett había encontrado a Han Solo.
La nave de Fett, la Esclavo I, se encontraba en ese instante en
ruta hacia Bespin, donde Solo se dirigía a una metrópolis
dedicada a la minería de gas, conocida como Ciudad Nube.
—Debemos interceptarlo —dijo IG-88—. Estamos obligados
por nuestra programación.
IG-88B partió de Mechis III, surcando el espacio a bordo de la
esbelta IG-2000.

***
A pesar de su forma aerodinámica, la IG-2000 creaba una
oleada de estallidos sónicos conforme atravesaba la atmósfera
de Bespin, distorsionando la parte superior de las nubes. Al
acercarse velozmente a su destino, las defensas automatizadas
de Ciudad Nube enviaron una consulta, ocupándose de la
inspección inicial antes de alertar a ningún guardia humano de
la aproximación del droide asesino.
IG-88 transmitió códigos de mando y programó un fallo de
sistema, suprimiendo las rutinas habituales de la red de
defensa de Ciudad Nube. Como resultado, los sensores de
LSW 87
Dave Wolverton

alarma le dejaron en paz, y los observadores humanos en Torre


Kerros ni siquiera vieron un punto parpadear en su parrilla de
tráfico.
Pilotando con precisión, IG-88 se dirigió a las plataformas de
aterrizaje exteriores, usando sus escáneres para detectar y
analizar las diversas naves estacionadas. Finalmente encontró
la Esclavo I de Boba Fett en los niveles intermedios de la ciudad
a los que raramente viajaban los turistas. La nave de Fett
estaba posada como un electrodoméstico abandonado en las
plataformas de atraque mientras las nubes de Bespin se
arremolinaban al fondo, teñidas de naranja por las algas aéreas
en el cercano atardecer.
IG-88 posó su propia nave en una plataforma vacía cercana,
enviando una breve señal oculta a uno de sus droides
infiltrados para que se reuniera con él y le proporcionara
información. IG-88 hizo salir su masa metálica de la cabina de
la IG-2000 y se dirigió hacia los oscuros pasillos interiores de
Ciudad Nube. Las brisas de la plataforma de aterrizaje silbaban
al atravesar los huecos de su estructura corporal.
En el interior, lo recibió un droide de protocolo 3PO
plateado… uno de los nuevos droides de Mechis III
reprogramados en secreto. Este droide, sin embargo, parecía
tener un problema de actitud: se mostraba demasiado seguro
de sí mismo y descortés, especialmente maleducado hacia los
demás droides que pasaban. IG-88 sabía que eso era un
resultado de su nueva programación de autoconsciencia, pero
las rutinas principales del droide debían de estar fallando.
Aunque los droides modificados de Mechis III eran realmente
superiores a los seres biológicos o incluso a otros droides, el
secreto de IG-88 debía mantenerse oculto. Nadie debía
LSW 88
Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar
sospechar que se hubiera hecho nada inadecuado en la mente
de los droides.
Con una rápida ráfaga de transmisión de archivos, IG-88
describió por qué había ido a Ciudad Nube y a quién estaba
buscando. El droide de protocolo se detuvo, sopesó la
información por un instante, y luego descargó unos planos
computerizados que mostraban al completo todos los niveles
de la metrópolis flotante.
—Boba Fett ha ido al nivel de reciclaje de basura. Han Solo
aún no ha llegado, aunque hace unos instantes nuestros
sensores perimetrales han informado de la llegada al sistema
de una nave que coincide con la descripción del Halcón
Milenario. Parece que tiene algún tipo de daño en el
hiperimpulsor.
—Bien —dijo IG-88—. Si Boba Fett ha ido a los niveles
inferiores, debe de estar tendiendo a Solo algún tipo de
emboscada. —Observó al droide Trespeó, haciendo brillar sus
sensores ópticos rojos—. Continúa con tu trabajo —le dijo—.
Vigila a Solo y a su grupo. Son míos.
El droide de protocolo asintió bruscamente, y luego se marchó
con paso orgulloso.
En el interior de su mente, IG-88 estudió el mapa
computerizado y trazó una ruta al lugar donde Boba Fett
preparaba en secreto su emboscada. IG-88 mataría al
cazarrecompensas y luego esperaría a Han Solo. La misión
sería rápida y sencilla… y luego podría regresar a su verdadero
cometido en Mechis III.
Los oscuros niveles industriales de Ciudad Nube estaban
abarrotados de equipo abandonado y contenedores de
suministro sellados. Por la temperatura y la escasa iluminación,
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IG-88 sabía que los humanos encontrarían incómodo ese


entorno. Más adelante, en una cámara iluminada por brillos
naranjas y destellos de fuego, escuchó el traqueteo de una
cinta transportadora y las agudas voces de unas criaturas; unos
seres biológicos conocidos como ugnaughts, de acuerdo con
sus archivos de especies.
IG-88 activó sus armas, preparado para cualquier cosa. Sus
pesados pies metálicos resonaban como gongs en las placas
del suelo conforme avanzaba hacia la puerta de la cámara de
procesado de basura.
En el instante en que atravesó la compuerta metálica, le
dispararon cuatro cañones iónicos a ambos lados de la entrada,
activados por sensores de movimiento al cruzar el umbral.
Las armas de alta potencia le golpearon con una nube azul de
crepitante electricidad, envolviéndole con un flujo de
cortocircuitos, una masa de impulsos contradictorios que
apagaron sus sistemas uno tras otro a pesar de su blindaje.
Los cañones iónicos no producían daños físicos ni emisiones
térmicas… simplemente apagaban los sistemas electrónicos.
E IG-88 era un enorme conjunto de elementos electrónicos.
Boba Fett le había estado esperando a él, no a Han Solo.
Su cuerpo se desconectó, su mente quedó confusa. Los
pensamientos iban y venían como proyectiles rebotando en el
interior de una habitación metálica sellada, e IG-88 perdió
totalmente el control de sí mismo. Tembló, trastabilló, y sus
brazos quedaron inertes. Sus armas se negaron a disparar. Sus
sensores ópticos se llenaron de estática, friéndose,
recuperándose, y volviendo a quedar fritos.
El bombardeo de los cañones iónicos se detuvo, y sus sistemas
de auto-reparado le proporcionaron un instante de visión, un
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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar
fotograma de vídeo: Boba Fett emergiendo de las sombras,
sosteniendo un cañón iónico portátil como si fuera una bazuca.
Boba Fett disparó de nuevo, en persona esta vez. Un estallido
de fuego eléctrico como un cometa golpeó el pecho de IG-88
y lo empujó con tal fuerza que su cuerpo de varias toneladas
golpeó las paredes metálicas, abollándolas antes de
desplomarse en el suelo.
Boba Fett dio un paso al frente, mirando a través de la ranura
negra de su casco mandaloriano.
—Ningún micro-rastreador es demasiado pequeño para
escapar de mi inspección. Encontré tu dispositivo en mi nave.
Fett se irguió sobre la derrumbada figura del droide asesino,
que yacía incapaz de moverse o defenderse, con todos sus
sistemas de armamento desactivados.
—Sabía que ibas a venir.
Con los sistemas auxiliares de emergencia, IG-88B continuó
transmitiendo su señal subespacial, enviando sus archivos a
Mechis III en un último y desesperado intento de preservar sus
recuerdos. Incluso si su forma metálica fuera destruida —y
parecía que eso era lo que estaba a punto de ocurrir— su
entidad perduraría.
Los simiescos ugnaughts emitieron risitas nerviosas junto a la
rechinante cinta transportadora donde habían estado
seleccionando basura y restos metálicos. Parpadearon con sus
ojitos y observaron con asombro el enfrentamiento entre Boba
Fett e IG-88.
Fett se inclinó para recoger dos de las granadas de conmoción
del propio IG-88. Sin mediar palabra, Fett estableció los
temporizadores en un minuto estándar y luego,
cuidadosamente, con movimientos propios de un cirujano,
LSW 91
Dave Wolverton

implantó cada detonador en el interior del núcleo del cuerpo


de IG-88. El droide asesino tenía una armadura gruesa e
impenetrable… pero estaba diseñada para protegerse de un
ataque externo, no de eso.
Boba Fett se alejó unos pasos con calma, aunque sólo
quedaban escasos segundos en los temporizadores de las
granadas. Se volvió hacia los asustadizos ugnaughts.
—Os invito a recoger cualquier resto que podáis recuperar de
este cuerpo —dijo.
Luego, sin mirar atrás, marchó por los pasillos de Ciudad Nube,
preparándose para su encuentro con Han Solo. IG-88 siguió su
marcha con la mirada durante los últimos segundos.
Y entonces las granadas de conmoción estallaron.

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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar

XII

El trío de IG-88s restantes recibió la transmisión de datos de


su homólogo caído con lo más parecido al horror que los
droides asesinos podían experimentar.
IG-88C e IG-88D se irguieron con rigidez en la zona de alta
seguridad de la fábrica.
—Iremos a interceptar a Boba Fett —dijeron al unísono. Sus
ásperas voces mecánicas resonaron al emitir palabras idénticas
desde sus altavoces—. Por muy hábil que sea, este ser
biológico nunca sobrevivirá a un encuentro con dos droides
asesinos.
IG-88A observó el largo cilindro del falso núcleo informático
de la Estrella de la Muerte. Debían lanzar su misión al día
siguiente si querían que su plan de dominio definitivo tuviera
éxito. No podía retrasarse. Los simulacros de soldados de
asalto estaban atareados a bordo de su falsa lanzadera
imperial, preparando la bodega de carga para el núcleo
informático que se iba a intercambiar.
—Id —dijo IG-88A a sus dos homólogos—. Permaneceré aquí
para completar la misión de la Estrella de la Muerte. Vosotros
eliminad a Boba Fett. ***

La pareja de naves plateadas, copias exactas de la IG-2000


original, llegaron a Ciudad Nube. Al aproximarse a su objetivo,
la metrópolis flotante era un torbellino de pánico y caos. Los
imperiales la habían ocupado.
El barón-administrador, Lando Calrissian, había hecho sonar
una alarma general, solicitando la evacuación de todo el
LSW 93
Dave Wolverton

personal. Todas las naves funcionales ya estaban en vuelo,


llenando las rutas aéreas de carreras precipitadas por el
pánico.
Soslayando los sistemas informáticos de Ciudad Nube, IG-88
descubrió que Han Solo había sido capturado e introducido en
carbonita. Boba Fett se lo había llevado para cobrar una
segunda recompensa de Jabba el Hutt.
Fett ya se había ido, apenas unas horas antes.
Las naves IG-2000 gemelas flotaron una junto a la otra,
apartadas de la aterrada evacuación. Los dos droides asesinos
se enlazaron y conversaron.
—Desarrollo. Instalamos dos sensores a bordo de la nave de
Fett.
—Podríamos activar el rastreador latente y localizar a dónde
ha ido.
—Correcto. Pero si Fett tiene a Han Solo, ya sabemos a dónde
irá.

***
Mucho más tarde, IG-88C esperaba en una órbita baja
alrededor de la ardiente cáscara de Tatooine, un mundo
desértico y sin valor achicharrado por un par de soles. El
planeta no ofrecía ningún motivo para que ninguna criatura
inteligente quisiera vivir allí… pero los seres biológicos eran
bastante irracionales e infestaban toda clase de mundos,
tolerables o no.
La atmósfera era como una fina uña azul, una pequeña piel
respirable que cubría la esfera desértica. La nave de IG-88
volaba bajo, con su casco calentado por la fricción con la tenue
atmósfera superior.
LSW 94
Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar
Enlazado con IG-88-D, su homólogo oculto, escaneaba los
cielos y esperaba. Dado que los droides asesinos podían
pilotar y reaccionar más rápido que cualquier piloto biológico,
conocían las tolerancias exactas de la nave y podía trazar rutas
hiperespaciales más arriesgadas de lo que cualquier humano
se atrevería a intentar. IG-88 estaba seguro de que habían
llegado antes que Boba Fett, aunque fuera por poco.
La nave de Boba Fett, la Esclavo I, apareció saliendo del
hiperespacio como un proyectil lanzado con un tirachinas. IG-
88C puso todas sus armas en alerta, todos sus sensores en
espera, y luego lanzó su afilada nave para enfrentarse al
cazarrecompensas. Pensando que había destruido a IG-88 en
los niveles basurero de Ciudad Nube, Boba Fett quedaría
atónito al volver a ver al droide asesino.
Lógicamente, IG-88 esperaba que el biológico requiriera más
información, que desafiara al intruso. Una vez que Fett
comprendiera la nueva situación, se vería obligado a negociar
ante la superioridad del droide asesino, o incluso a rendirse
totalmente.
Pero Boba Fett reaccionó con notable velocidad. Sin una sola
palabra ni un segundo de duda, el cazarrecompensas disparó
toda clase de armas y maniobró realizando una vertiginosa
espiral que le apartó de la trayectoria de los disparos de la IG-
2000. Los disparos de la Esclavo I impactaron todos a la vez,
acribillando el blindaje pesado de la IG-2000.
Con cierta sensación de vergüenza, IG-88C descargó sus
archivos y los envió a su homólogo un instante antes de que
su nave explotara sobre Tatooine…

LSW 95
Dave Wolverton

IG-88D salió disparado del hiperespacio, lanzándose contra la


nave de Fett en un hipersalto intra-sistema brutalmente preciso
que habría sido imposible para cualquier piloto biológico.
Antes de que Boba Fett pudiera reaccionar, IG-88D disparó
sobre él desde atrás con fuego concentrado que sacudió sus
escudos. En ese momento el principal objetivo de IG-
88 no era destruir por completo a Boba Fett… aunque eso
sería intensamente satisfactorio. Había efectuado simulaciones
para determinar la mejor técnica posible para herir a Boba Fett,
para humillarlo… y había decidido que la mejor forma sería
arrebatarle su preciado botín, Han Solo.
Disparando repetidamente sin el menor respiro, IG-88 se
infiltró en el sistema de comunicaciones de Boba Fett y solicitó
que le entregara a Solo. Fett no respondió, actuando
irracionalmente una vez más, lo que hacía que sus acciones
fueran muy difíciles de comprender o predecir.
Mientras la afilada nave rugía tras él, disparando sin cesar,
Boba Fett alteró su curso lanzándose en un descenso en picado
directamente hacia el planeta. Toda la potencia de sus motores
le conducía al gigantesco puño de arena que tenían debajo.
IG-88 trató de determinar qué pretendía hacer Fett, pero no
logró alcanzar ninguna solución razonable. Volvió a hablar por
el canal de comunicaciones.
—Entrega a tu prisionero y tendrás un treinta por ciento de
probabilidades de sobrevivir a este encuentro.
Boba Fett continuó descendiendo en picado más y más. El
casco de la Esclavo I brillaba al rojo vivo. La atmósfera de
Tatooine roía sus escudos conforme descendía como un rayo,
ganando velocidad de forma inevitable.
IG-88 volvió a transmitir.
LSW 96
Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar
—Yo estoy mucho más capacitado que tú para resistir las
presiones gravimétricas. Esta táctica tiene cero probabilidades
de éxito.
Cuando Boba Fett volvió a negarse a contestar, IG-88
incrementó su velocidad a los niveles de tolerancia,
estrechando el hueco entre su nave y la Esclavo I. Se colocó
justo en la estela de la nave de Fett.
Pero de repente, en un movimiento admirable, Boba Fett activó
su sistema de amortiguación inercial, deteniendo de golpe su
descenso en la atmósfera de Tatooine; el esfuerzo y la potencia
necesaria para semejante maniobra destrozaron por completo
sus hipermotores.
IG-88 pasó como una exhalación a su lado, incapaz de
aminorar su velocidad lo suficiente. Detuvo la IG-2000 en
menos de dos segundos… directamente en el punto de mira
de la nave de Boba Fett. Los cañones iónicos de la Esclavo I
dispararon con toda la potencia restante del núcleo del motor
de Fett, inutilizando los escudos y sistemas de armamento de
la IG-2000.
Boba Fett activó su rayo tractor, atrapando la IG-2000 lisiada
y acercándola cada vez más a la Esclavo I como un arácnido de
combate atrayendo su presa. IG-88 alzó la mirada para ver el
cañón del lanzador de misiles de impacto de Fett apuntando
directamente hacia él.
Boba Fett finalmente respondió por el sistema de
comunicación.
—El Imperio ha decretado la orden de destruiros en cuanto se
os vea, pero desearía que ofrecieran una recompensa mayor.
Sois persistentes, pero no valéis mucho.

LSW 97
Dave Wolverton

IG-88, incrédulo, ni siquiera recordó transmitir una copia de


personalidad completa a Mechis III antes de que fuera
demasiado tarde.
Boba Fett lanzó todas sus reservas de misiles de impacto. El
segundo IG-2000 estalló en una nube incandescente que
esparció salpicaduras de metal fundido por la atmósfera del
mundo desértico.

LSW 98
Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar

XIII

Con los escudos activos y en silencio de radio, la falsa flota


imperial flotaba en una zona yerma del espacio, un vacío sin
estrellas ni planetas, nada mínimamente interesante… excepto
que el auténtico convoy que transportaba el núcleo informático
de la Estrella de la Muerte atravesaría ese sector dentro de una
hora estándar.
IG-88A capitaneaba la falsa flota que esperaba emboscada,
mientras sus homólogos habían partido para atacar a Boba
Fett. Estaba sentado en silencio a bordo de la nave principal,
sin preocuparse por lo que estarían haciendo IG-88C y D.
Confiaba plenamente en sus habilidades, y Fett ya no sería un
problema.
Su propia preocupación principal era convertirse en la
maravillosa nueva estación de combate Estrella de la Muerte.
Había llegado el momento, el plan estaba preparado, y el
equipo de soldados de asalto droide estaba listo. El plan había
sido grabado en su programación principal. No dudarían.
Esperaban con paciencia mecánica en su trampa… y entonces
saltaron.
La desprevenida flota original —un carguero pesado de larga
distancia y dos cazas de escolta— surgieron del hiperespacio,
pilotados por auténticos soldados de asalto imperiales y
transportando el verdadero núcleo informático de la Estrella de
la Muerte. Las naves imperiales dudaron, reuniéndose y
preparándose para realizar otro salto por otra ruta
transdimensional diferente.

LSW 99
Dave Wolverton

En el momento en que vieron a la falsa flota esperándolos con


armas activadas y listos para atacar, los comandantes
imperiales debieron de haber pensado que estaban viendo
reflejos de sí mismos en los sensores.
IG-88 transmitió su orden.
—Fuego a discreción.
Ráfagas de cañones iónicos cayeron sobre las tres naves como
un tsunami, inutilizando los tres vehículos imperiales antes de
que tuvieran la oportunidad de efectuar un solo disparo. De
todas formas, las naves originales eran prescindibles.
Las dos naves imperiales de escolta eran irrelevantes, e IG-88
las ignoró. Usó potentes rayos tractores para acercar su
carguero idéntico a la nave auténtica, enlazando los cascos con
una esclusa estanca antes de que el equipo de asalto droide
abriera las compuertas. No quería arriesgarse a que una súbita
descompresión explosiva pudiera dañar los delicados
componentes que necesitaba inspeccionar.
IG-88 permanecía al frente de su equipo de soldados de asalto
droide. Con sus sensores de vibración y sus receptores
acústicos, podía escuchar a los imperiales con armadura
apresurándose a defenderse dentro de su nave varada. Esperó
mientras un preciso droide artificiero colocaba explosivos en la
prescindible escotilla de la nave. IG88 ni se molestó en
apartarse del radio de explosión.
Un destello de luz, un estallido de ruido, una breve oleada de
calor, y la escotilla del carguero imperial se hundió hacia
dentro. IG-88 la atravesó velozmente, liderando sus soldados
de armadura blanca como un pirata de capa y espada
abordando una nave llena de tesoros.

LSW 100
Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar
Los auténticos soldados de asalto imperiales del otro lado
dispararon contra los soldados droide. Los biológicos en
armadura se gritaban órdenes confusas unos a otros, sin
entender lo que estaba pasando ni comprender la táctica de
sus atacantes.
Muchos de los soldados droide fueron dañados por disparos
de bláster, con su armadura blanca agujereada y humeante por
heridas que habrían sido letales para cualquier ser biológico…
pero los droides siguieron a la carga. Las defensas imperiales
se lanzaron a un tiroteo salvaje… pero el equipo de IG-88
mantuvo su formación y eliminó a todos los soldados de asalto
que encontró a su paso.
Entre el humo y el fuego, los gritos y las transmisiones
desesperadas, IG-88 usó sus láseres de mano para eliminar al
enemigo, pero no se quedó para observar el fragor de la
batalla. En lugar de eso, atravesó con paso firme la carnicería,
decidido a llegar a la bodega de carga donde se encontraba
para su entrega el núcleo informático original de la Estrella de
la Muerte.
IG-88 se alzó junto a él, acariciando la estructura del largo
cilindro adornado con protuberantes componentes. Unas luces
parpadeaban, mostrando la disposición de su modo de espera.
Pronto, él habitaría en sus laberintos mentales.
IG-88 se conectó, embebiéndose de la información que
necesitaba sobre cómo dirigir la propia Estrella de la Muerte.
Pese a todo su tamaño y todo su poder computacional, el
núcleo de la Estrella de la Muerte había sido diseñado con
ineficiencia típicamente humana. La potencia disponible en ese
aparato pensante apenas estaba utilizada. Un droide menor
probablemente podría haber realizado las tareas que se le
LSW 101
Dave Wolverton

requerían al núcleo de la Estrella de la Muerte… pero IG-88


haría mucho más. Muchísimo más. Tal vez incluso lograra
impresionar a los biológicos… antes de destruirlos a todos.
Después de tan sólo unos segundos, se levantó, estirando sus
hombros metálicos, satisfecho de tener toda la información que
podría necesitar. Apoderarse de la Estrella de la Muerte sería
una operación simple, y haría que la estación de combate
realizara cosas que ni sus diseñadores habían imaginado
jamás.
IG-88 vadeó lentamente entre el humo de la bahía de carga
para ver dos soldados de asalto droide dañados, con su
armadura blanca volatilizada y mostrando un bosque de
servomotores y redes de cableado neuronal. Luchaban contra
un humano que se encontraba entre ellos, confuso y furioso.
IG-88 escaneó al hombre, fijó su imagen en sus archivos de
datos, y efectuó una búsqueda. Incluso con ese breve vistazo,
y con todas las posibles variaciones de la forma humana, IG-88
pudo ver que el sensor olfativo de ese hombre —la nariz, lo
llamaban ellos— era mucho mayor y presumiblemente más
eficiente que en el biológico medio.
Tras un largo segundo de deliberación, IG-88 pudo asignar un
nombre al rostro de ese hombre: el supervisor imperial Gurdun,
el hombre que había decretado la orden de destruir a los
droides asesinos IG en cuanto fueran vistos.
Interesante.
Gurdun forcejeaba conforme los soldados de asalto droide le
iban acercando, pero entonces el humano alzó la mirada y vio
a IG-88. Quedó congelado, con la boca abierta y los orificios
nasales lo bastante abiertos como para aparcar un pequeño
vehículo monoplaza en su interior.
LSW 102
Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar
—¡Tú! Te conozco —dijo Gurdun—. ¡Eres IG-88, el droide
asesino! Me sorprende verte aquí. No puedo creerlo. ¿Sabes lo
difícil que ha sido encontrarte?
Los sensores ópticos rojos de IG-88 parpadearon, pero no
respondió.
—Te reconocería en cualquier parte —siguió diciendo
Gurdun—. Yo te creé. Yo ordené a Laboratorios Holowan que
comenzara tu diseño. ¿No tienes eso en tus archivos? —Sí —
respondió secamente IG-88.
—Bueno, no termino de entender tu propósito aquí, atacando
nuestras naves… pero desde luego no deberías hacerme daño
a mí. Piensa en ello. Sin mí, el proyecto IG nunca habría tenido
lugar. Fue gracias a mí eficiente papeleo y a mis manejos
políticos que pude abordar vuestra creación, a pesar de los
recortes presupuestarios y a la mala gestión imperial. Desearía
que no hubierais realizado tanto… eh… daño a los
Laboratorios Holowan, pero creo que podemos llegar a un
arreglo. Podríamos tener una larga carrera juntos, IG-88.
Piensa en quién soy. ¿No tienes nada que decir?
IG-88 escuchó la cháchara del humano, aplicó filtros de
contexto y determinó una respuesta apropiada.
—Gracias —dijo.
Los soldados droide dejaron al supervisor imperial Gurdun a
bordo del carguero de larga distancia dañado, entre otros
seres vivos, heridos y muertos. Seguían ardiendo incendios en
los conductos de ventilación, y los motores no volverían a
funcionar más.
IG-88 subió al falso carguero mientras alineaban su curso y se
preparaban para insertarse en el mismo vector hiperespacial
que habría tomado la flota original.
LSW 103
Dave Wolverton

—¿Se han colocado las minas incineradoras? —preguntó a los


soldados de asalto droide que regresaban de su expedición al
casco externo a través de la esclusa de aire.
—Sí —respondió uno de los droides—. Minas colocadas en las
planchas del casco adecuadas de cada una de las tres naves
originales. Todo está listo.
Desde el compartimento del piloto del carguero de larga
distancia, IG-88 observó la nave homóloga, con las cicatrices
de la batalla y sus dos inútiles escoltas. Transmitió una señal
de activación a las diecinueve minas incineradoras, y las tres
naves estallaron en una nube blanca de ondas desintegradoras.
Tuvo que filtrar los cables de entrada de sus sensores ópticos
para evitar que la intensa iluminación sobrecargara sus ojos.
Al final, la carrera del supervisor imperial Gurdun fue realmente
muy brillante.

LSW 104
Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar

XIV

Desesperadamente retrasado en el calendario previsto de la


construcción de la nueva
Estrella de la Muerte, el moff Jerjerrod no tuvo tiempo de
observar con detenimiento el núcleo informático que llegaba ni
los soldados de asalto que lo escoltaban. En cambio, recibió
con regocijo la nueva remesa de trabajadores que llegaron
como salvadores a la obra en construcción.
Los ojos de Jerjerrod eran redondos y marrones, y su conducta
mostraba sus ansias por complacer… pero no sabía cómo
podría cumplir las demandas que habían depositado sobre su
personal. Por desgracia, ni Vader ni el emperador estaban
interesados en excusas, y Jerjerrod no deseaba descubrir cómo
expresarían su descontento.
Los soldados de asalto abrieron el compartimento de carga del
carguero de largo alcance recién atracado, levantando el
pesado núcleo informático sin el más mínimo gruñido de
esfuerzo. Avanzaban sin quejarse, sin hablar unos con otros.
Qué profesionales. Su entrenamiento era tan preciso, sus
habilidades tan superiores que operaban como un equipo con
eficiencia casi mecánica.
Jerjerrod maldijo al supervisor imperial Gurdun por haber
decidido en el último momento no acompañar el envío del
ordenador… pero luego suspiró con alivio. Lo último que el
moff necesitaba en medio de todos sus demás problemas era
otro burócrata para complicar los detalles de la construcción.
Se irguió con su impoluto uniforme gris oliva, observando la
nueva escolta de soldados de asalto.
LSW 105
Dave Wolverton

—¡Atención! —exclamó—. Colocad ese núcleo informático con


la mayor brevedad posible. En los próximos meses nuestro
calendario está extremadamente apretado, sin margen para
retrasos. Debemos redoblar nuestros esfuerzos. Estas órdenes
proceden directamente de Lord Vader.
Jerjerrod unió sus manos detrás de su espalda. Los nuevos
soldados de asalto marchaban con limpia y veloz eficiencia.
Deseó que todos sus trabajadores estuvieran tan dedicados a
la causa imperial.

***
La negrura de la privación de sensores era angustiosa, pero
inevitable. Los humanos lo habrían llamado «inconsciencia»…
pero cuando IG-88 finalmente volvió a despertar después de
cerca de un mes de estasis, se encontró en un inmenso nuevo
mundo de entrada de datos.
Había dejado atrás, con los otros droides, su torpe cuerpo —
el último de su modelo— y ahora era la Estrella de la Muerte,
la misma mente poderosa, implacable y eficiente residiendo en
el interior de un nuevo y extraordinariamente poderoso cuerpo,
una configuración completamente distinta. IG-88, cuya
experiencia previa había sido siempre en su maciza forma
humanoide, ahora no tenía tanta movilidad… todavía. Pero
experimentaba nuevos estímulos a través de un millón de
sensores adicionales, extensiones automatizadas de sí mismo
que estaban conectadas al núcleo informático de la Estrella de
la Muerte.
Podía sentir el poder como una supernova encadenada
ardiendo en el corazón del horno de su reactor central. La
sensación era maravillosa. Sintió gran satisfacción al ver con
LSW 106
Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar
qué facilidad estaban cumpliéndose sus planes. Pronto, su
revolución droide comenzaría.
Conforme pasaban los días —el tiempo ya no significaba nada
para él, ya que podía ralentizarlo o acelerarlo a voluntad—, IG-
88 estudiaba la situación política galáctica. Observó las nimias
luchas, divertido ante las insignificantes batallas de esas
pequeñas personas biológicas. Su Imperio, su rebelión… sus
mismas especies sólo serían una nota al pie en un pequeño
archivo histórico almacenado durante mucho tiempo una vez
que IG-88 llevara a cabo su revolución; y ese tiempo estaba
llegando con la velocidad de un meteorito conforme esos
biológicos se apresuraban a completar la construcción de la
Estrella de la Muerte… lo que marcaría su propia perdición.
Encontró que eso también era divertido.
A través de sus miles de ojos sensores, IG-88 continuó
observando: En las cubiertas interiores de la Estrella de la
Muerte las actividades de construcción continuaban a un ritmo
tan rápido que las comprobaciones y limitaciones de seguridad
habían sido eliminadas para aumentar la velocidad. En el
frenesí de la actividad, los progresos continuaban, aunque
muchos de los equipos no sabían qué estaban haciendo sus
homólogos.
En una gran bahía de almacenaje para componentes de
repuesto, fallaron los elevadores de repulsión de una grúa de
carga pesada. Una caja contenedora de gruesas paredes que
pesaba decenas de toneladas se soltó de su agarre, cayendo
sobre uno de los soldados de asalto droide de IG-88 que tuvo
la mala suerte de encontrarse bajo su sombra. La pesada caja
aplastó las piernas cubiertas de armadura blanca del soldado
de asalto. Las paredes del contenedor se abrieron,
LSW 107
Dave Wolverton

desparramando piezas y componentes que rebotaron


repiqueteando por el suelo metálico de la cubierta.
El primer gran error del soldado de asalto droide fue no gritar
de dolor como hubiera hecho incluso el soldado de asalto
biológico mejor entrenado. Cuando los trabajadores lograron
que volvieran a funcionar los elevadores de repulsión de la
grúa, levantando del suelo la enorme caja mientras dejaba caer
piezas sueltas, otros obreros se apresuraron a ir a ayudar al
soldado de asalto caído.
El droide dañado usó sus brazos acorazados para levantar su
torso, quedarse sentado y reptar hacia atrás, pero no pudo
ocultar los servomotores y micro pistones que,
chisporroteando, habían quedado expuestos bajo las
destrozadas grebas de plastoide.
—¡Eh! ¡Es un droide! —exclamó uno de los capataces,
súbitamente pálido—. Mirad, ese soldado de asalto es un
droide.
Por suerte, la secuencia de autodestrucción se activó como
estaba programada. El soldado de asalto droide volatilizó
todas las pruebas y eliminó convenientemente a todos los
testigos con una única explosión…
IG-88 observó a través de los ojos de las cámaras de seguridad
del despacho privado del moff Jerjerrod. Conforme Jerjerrod
iba leyendo con incredulidad el informe en su tableta de datos,
parecía como si se debatiera entre querer gritarle a alguien o
simplemente estallar en lágrimas.
El desolado moff tragó saliva, y su voz parecía al borde del
llanto.

LSW 108
Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar
—¿Cómo puede una grúa de carga estallar misteriosamente
sin más? ¿Cómo puede un accidente acabar con todo un
equipo de estibadores?
Respiró profundamente y volvió a tragar saliva. Su
lugarteniente permanecía inmóvil, como si asumir su rígida
atención al protocolo militar le concediera el perdón por traer
semejantes malas noticias.
Jerjerrod miró su calendario de la Estrella de la Muerte y señaló
la línea temporal con dedos temblorosos mientras lamentaba
otra pérdida más, otro contratiempo…

***
Cuando el emperador Palpatine llegó finalmente a la nueva
Estrella de la Muerte, con su capucha negra y caminando como
una araña humana, estaba acompañado por un ridículo
conjunto de guardias imperiales de armadura roja, soldados de
asalto de élite, asesores encapuchados que sonreían
tontamente, y rodeado por un aura de respeto y temor que con
toda certeza no merecía. Ningún biológico los merecía.
Desde su escondite en la mente de la Estrella de la Muerte, IG-
88 encontraba un placer especial en espiar a ese despreciable
y marchito humano que parecía pensar que tenía poder
invencible. Todo el mundo trataba al emperador cómo si fuera
supremamente importante, para mayor diversión de IG-88.
Cuando toda la flota imperial llegó, esperando para tender una
emboscada al ataque rebelde previsto, IG-88 observó al
emperador conspirando y manipulando, tratando de ser más
listo que los rebeldes, de superarles. Palpatine creía ser tan
inteligente, tan superior, que IG-88 no tuvo otra opción que

LSW 109
Dave Wolverton

demostrar brevemente la impotencia de ese hombre en el gran


esquema.
En su oscura cámara de observación con su muro de ventanas
de transpariacero, el Emperador estaba sentado en su trono
giratorio, observando la oscuridad del espacio. Podía
permanecer así durante horas, pero ocasionalmente se
levantaba y se marchaba a comprobar los movimientos de
tropas o a discutir los preparativos con Darth Vader.
IG-88 observaba en silencio al emperador avanzando hacia el
turboascensor que le llevaría a cualquier otro lugar de la
Estrella de la Muerte. Los guardias rojos imperiales
permanecían en posición de firmes con silenciosa eficiencia, tan
callados que también podrían haber sido droides.
Sin embargo, cuando el emperador se acercaba a las puertas
correderas, IG-88 —sólo por diversión— activó los sistemas
hidráulicos para cerrar de golpe las puertas delante de las
narices de Palpatine, y las dejó fuertemente selladas. El
emperador, sorprendido, parpadeó con sus ojos amarillos y dio
un paso atrás. Consternado, Palpatine trató de abrir las puertas
del turboascensor, golpeando un inútil botón de anulación.
Entonces, para sorpresa de IG-88, aplicó algún tipo de fuerza
indefinible e intangible para separar las placas de metal,
obligando a IG-88 a incrementar el esfuerzo de los pistones
hidráulicos.
Los guardias rojos imperiales se pusieron en movimiento,
sintiendo una gran anomalía. IG-88 encontró de lo más
entretenido observar al poderoso emperador y a sus
guardaespaldas incapaces de realizar una tarea tan sencilla
como abrir una puerta.

LSW 110
Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar
Finalmente, IG-88 dejó que las puertas se abrieran. El
emperador y los guardias imperiales miraron confusos a su
alrededor. Palpatine alzó la mirada hacia el techo, como si
tratara de sentir algo, pero no comprendió lo que había
pasado.
Ninguno de ellos lo comprendería, hasta que fuera demasiado
tarde.

***
Cuando finalmente llegó el tan cacareado ataque rebelde,
cuando la misión del comando secreto derribó el escudo de
energía proyectado desde la cercana luna santuario, IG-88 se
recostó en su asiento —metafóricamente— y observó el
desarrollo de la batalla.
La flota rebelde era lamentablemente insignificante contra la
fuerza congregada de los destructores estelares imperiales y el
impresionante super destructor estelar Ejecutor. IG-88 aún
admiraba la precisión y las esbeltas líneas del Ejecutor, pero
incluso esa gran nave de guerra era una pálida sombra ante el
poder que ahora poseía, encarnado en la Estrella de la Muerte.
Las maniobras de la flota eran totalmente obvias, y las fuerzas
de ataque dirigidas por luchadores biológicos parecían
demasiado torpes abalanzándose para atacar la Estrella de la
Muerte. Los rebeldes no podían esperar ganar.
El propio emperador pensaba que sería una sorpresa
devastadora que el superláser de la Estrella de la Muerte
realmente funcionase, e IG-88 deseaba dispararlo con gran
júbilo. Pero IG-88 veía todo el ataque como un molesto
inconveniente, pequeños insectos molestándolo cuando tenía
tantas otras cosas que hacer, tantos planes que poner en
LSW 111
Dave Wolverton

marcha. Sobre todo estaba molesto por el retraso que


generaría a los equipos de construcción imperiales. Una vez
que la Estrella de la Muerte estuviera completa, se apoderaría
de la galaxia para entregarla a los droides en todas partes.
El emperador estaba ocupado con un conflicto personal menor
entre Darth Vader y otro ser biológico en su cámara de
observación privada mientras la batalla espacial se
desarrollaba a su alrededor.
IG-88 tomó el control del superláser de la Estrella de la Muerte,
siguiendo el juego y disparando cuando los artilleros de la
Estrella de la Muerte enviaban sus señales. Muchas veces los
puntos de mira estaban ligeramente desviados, sus
coordenadas erróneas… e IG-88 modificaba el mecanismo de
puntería, garantizando que el superláser golpeara cada vez a
su víctima prevista. Disfrutaba destruyendo los cruceros
estelares mon calamari, la nave hospital, las fragatas
rebeldes… pero parecía una pérdida de sus energías. ¿Por qué
detenerse ahí? El superláser podía hacer volar por los aires
planetas enteros infestados de biológicos.
Ahora, sin embargo, mientras IG-88 vaporizaba partes de la
flota rebelde, se dio cuenta de que había estado retrasando
innecesariamente sus planes de revolución. El trabajo restante
en la Estrella de la Muerte eran meramente mejoras cosméticas,
completar el casco exterior para que los alojamientos de los
seres vivos pudieran presurizarse y los sistemas de soporte
vital pudieran instalarse… pero IG-88 no necesitaba nada de
eso. No quería seres biológicos pululando por su piel exterior.
Se dio cuenta con un regocijo casi tan grande como la emoción
que había sentido al disparar su láser por primera vez que ya
no necesitaba esperar. No tenía sentido retrasarse. El Imperio
LSW 112
Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar
y los rebeldes estaban envueltos en su propio pequeño
conflicto, y él daría un letal golpe sorpresa.
Ahora era el momento de lanzar la revolución droide, en medio
de esta rencilla biológica. Las máquinas fabricadas en Mechis
III se habían extendido por muchos mundos de la galaxia. El
alzamiento tomaría a las civilizaciones por sorpresa. Una vez
que se transmitiera la orden inicial codificada de IG-88, podría
descargar su consciencia a droides existentes; con la velocidad
de un relámpago, podrían convertir a nuevos reclutas,
doblando y triplicando su número.
Sólo IG-88 tenía la señal de activación que volaría como la hoja
de un cuchillo por los canales de HoloRed y despertaría a su
invencible ejército de droides. No podía desear una
oportunidad mejor que ese momento ni un mayor poder.
Terminaría de limpiar este conflicto menor alrededor de Endor,
destruiría las naves rebeldes y luego, antes de que los
imperiales pudieran reaccionar, atacaría también a los
destructores estelares, uno tras otro, en una ola de muerte y
destrucción.
Las naves rebeldes continuaban hostigándolo, adentrándose
más allá del radio de alcance de su superláser. Eran demasiado
pequeñas para preocuparse por ellas, aunque entraron por su
superestructura abierta volando hacia el brillante horno del
núcleo del reactor. Los rebeldes eran como parásitos, y le
fastidiaban.
Pero no importaba. Dentro de unos instantes se ocuparía de
ellos. El final de todas las formas de vida biológicas estaba en
su mano.

LSW 113
Dave Wolverton

Fuera, en la batalla espacial, el magnífico super destructor


estelar Ejecutor estaba herido y comenzaba a escorarse fuera
de control entre el resto de la flota.
Las pequeñas naves rebeldes avanzaban veloces hacia el
núcleo del reactor de IG-88 como si tuvieran una oportunidad
de éxito, y él se complació con sus propios pensamientos
triunfantes.
Pienso, luego existo.
Destruyo, luego perduro.

LSW 114
Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar

Desquite: El Relato de Dengar


Dave Wolverton

Uno: La Furia

Dengar podía llegar a ser un hombre paciente cuando eso


servía a su propósito. Y en ese instante, sentado en una
elevada cresta montañosa bajo un árbol rupin que desprendía
un olor enfermizamente dulce y emitía un suave murmullo al
respirar el aire nocturno de Aruza, Dengar necesitaba
paciencia. En un saliente, un millar de metros por debajo, el
general de COMPNOR Sinick Kritkeen recibía un constante flujo
de invitados en su lujosa mansión, provista de jardines al aire
libre y un pórtico con columnas. Una tras otra, las luces blanco-
azuladas de los deslizadores de sus invitados ascendían el
paso montañoso, y los dignatarios salían de ellos;
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Dave Wolverton

generalmente empobrecidos señores locales vestidos con


chaqué blanco y corbata plateada, con el metal dorado de sus
conexiones de interfaz brillando bajo sus orejas. Los aruzanos
eran gente pequeña, con piel ligeramente azulada tan lustrosa
como las perlas, cabezas redondeadas y cabello de un azul tan,
tan oscuro que casi era negro.
Los aruzanos también eran gente blanda, reacia a usar la
violencia, o incapaz de hacerlo. Y una vez que entraban en la
finca de Kritkeen, caían de rodillas y comenzaban a implorar
alguna clase de favor, pidiendo piedad para su gente, y luego
se marchaban con la promesa de Kritkeen de que «se
encargaría del asunto», o su juramento solemne de «hacer todo
lo que pueda».
Poco podía imaginarse Kritkeen que esa noche, una vez se
marcharan sus invitados, recibiría una visita de un último
solicitante. Los empobrecidos ciudadanos de Aruza, tan
pacíficos como eran, habían pagado a Dengar la ridícula suma
de mil créditos para acabar con la tiranía de Kritkeen.
La mansión de Kritkeen estaba a un kilómetro de distancia.
Incluso con su sistema auditivo mejorado, Dengar no podría
haber escuchado las conversaciones de Kritkeen. Pero Dengar
había colocado en un trípode equipo de espionaje para
ayudarle en su vigilancia. Un rayo láser apuntaba al vidrio que
cubría un gran ventanal trasero en la oficina, y midiendo las
vibraciones de las ondas sonoras al golpear contra el ventanal,
Dengar era capaz de obtener una grabación perfecta de las
últimas palabras de Kritkeen. Dengar las escuchaba en un
pequeño altavoz colocado bajo el trípode.
Las cinco lunas de Aruza, cada una con sus pálidos tonos
marrones, plateados y verdes, brillaban a baja altura sobre las
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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar
montañas del horizonte como luces ornamentales. Y por todo
el valle, en los templados cielos de la noche de verano de
Aruza, los pájaros farrow se lanzaban en picado, dejando que
sus pechos bioluminiscentes se iluminaran con brillantes
destellos que confundían y cegaban a pequeños mamíferos
voladores durante el tiempo suficiente para que los farrows
pudieran capturarlos con facilidad. Los destellos de los pájaros
farrow casi parecían relámpagos, pensó Dengar, o más bien
cazas espaciales lanzándose contra sus objetivos, disparando
sus láseres.
Y debido a esos pájaros que descendían en picado iluminando
el aire con sus pechos, Dengar extrajo su pistola bláster
pesada, configurada para matar. En la mayoría de mundos
habría dudado en asesinar a un dignatario con un bláster. Pero
de algún modo allí en Aruza le parecía apropiado. A kilómetros
de distancia, la gente vería el disparo allí, en la colina, y
supondría que sólo eran los pájaros farrow cazando.
Dengar escuchaba la conversación de Kritkeen con un
hombrecillo llamado Abano.
—Oh, próspero. Oh, moderado —decía con voz potente y
desesperada Abano, uno de los pobres barones terratenientes
de Aruza—. Os lo imploro. Mi hija es frágil. Su madre y sus
amigos la necesitan y la quieren mucho. Y sin embargo mañana
está programado su procesado imperial en el hospital de
Bukeen. ¡No podéis permitir que ocurra algo tan terrible!
—¿Pero qué puedo hacer? —preguntó Kritkeen, y avanzó
hacia su el escritorio junto a la ventana. Dengar había
configurado sus ojos cibernéticos a 64 aumentos, y podía ver
claramente a Kritkeen. El hombre era alto, con complexión
esbelta y grueso cabello castaño. Puede que no fuera tan alto
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y esbelto como Han Solo, y tenía la nariz afilada, pero se


parecía bastante a Solo—. Yo, al igual que vosotros, tengo
otros por encima de mí a los que debo servir —razonó
Kritkeen—. Me encantaría salvar a tu hija de los procesadores,
pero, incluso si pudiera rescatarla, ¿a quién debería mandar en
su lugar? No, su número salió elegido. Debe ser procesada.
—Pero mi hija es una niña encantadora —suplicó Abano—. Es
amable. Es una joya entre las mujeres. Se dice que los
procesadores le cortarán el cerebro, le quitarán toda su
amabilidad, de forma que, si logra sobrevivir al hospital,
volverá como un ser violento y agresivo.
—Cierto —dijo Kritkeen—. Los hombres como usted y como
yo no podemos comprender por qué el Imperio podría desear
sirvientes agresivos. ¿Pero qué podemos hacer?
Dengar se preguntaba por la actitud de Kritkeen, por qué fingía
su impotencia. Debía de satisfacer su enfermizo sentido del
humor. COMPNOR —la Comisión para la Preservación del
Nuevo Orden— había enviado a Kritkeen a Aruza como jefe
planetario de «Rediseño», con la misión de implementar
«experimentos de orientación precesional» que condujeran a
una «edificación cultural de masas» que hicieran de Aruza «una
fuerza social viable dentro del Nuevo Orden». Dengar había
visto las órdenes asignadas a Kritkeen, aunque al principio
había tenido algunas dificultades iniciales para descifrarlas.
Pero Dengar sabía una cosa: En ese planeta, Kritkeen era dios.
No recibía órdenes de nadie, y sus órdenes se llevaban a cabo
al pie de la letra. Y si Kritkeen no podía edificar el planeta hasta
el punto de que llegara a ser una «fuerza social viable»,
entonces el planeta debía ser, como indicaban las confusas
órdenes, «aliviado del potencial para futura evolución». Durante
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las semanas de viaje, Dengar finalmente comprendió esas
órdenes: «Reunir a esos pacifistas y convertirlos en una
máquina de guerra. Si se niegan, achicharrar el planeta hasta
que incluso los gusanos se asfixiasen con las cenizas».
Y, por tanto, Dengar se preguntaba por qué Kritkeen se
dedicaba a jugar con los lugareños. Kritkeen se sentó frente a
Abano y habló solemnemente, como si tratara de consolar al
hombrecillo.
—Desearía poder ayudarte. ¿Pero acaso no es mejor tener una
hija salvaje y viva, que una virtuosa… y muerta?
—Os daré cualquier cosa —sollozó Abano—. Cualquier cosa.
Mi hija, Manaroo, es adorable, más hermosa que cualquier otra
del valle. Baila, y al moverse, se mueve con la fluidez del agua
bajo la luz de la luna. Es más que una mujer, es un tesoro. ¡Si
vierais su danza, no la enviaríais al procesador!
—¿Cómo? —preguntó Kritkeen—. ¿Me entregarías a tu hija
para que fuera mi amante?
Se escuchó el sonido del aliento contenido cuando el lugareño
trató de expresar su horror, ya que el amable aruzano jamás
había pensado en tal cosa, y cuando Kritkeen comprendió que
realmente no era eso lo que Abano le estaba ofreciendo,
golpeó tres veces en su escritorio con el dedo índice derecho.
Era un código estándar en Inteligencia Imperial. Era una orden
para que los guardias finalizaran esa conversación.
—¡Acompáñeme! —dijo tajante la voz de un soldado de asalto,
y momentos después Dengar vio encenderse las luces
exteriores de la mansión, iluminando las columnas blancas y
los elegantes árboles inderrin azules. Dos soldados de asalto
arrastraban a Abano, que gritaba y pataleaba, hasta su

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deslizador. El hombre subió a él temeroso, buscando a tientas


los controles.
Uno de los soldados de asalto alzó su rifle bláster y disparó a
la cabeza de Abano, pero falló por un palmo. El hombrecillo
encontró de pronto los controles de su deslizador y salió
disparado, descendiendo la colina.
Cuando los soldados de asalto volvieron a entrar en la casa,
Kritkeen los miró frunciendo el ceño con gesto airado.
—¿No habréis dejado restos de carne tirados por el césped,
verdad?
—No, Su Excelencia —respondió uno de los soldados de
asalto.
—Bien —dijo Kritkeen—. Atraen a los bomats, y no soporto a
esas alimañas. Son peores que esos malditos aruzanos.
—Dejamos que el hombre escapara —explicó el soldado de
asalto, inseguro de si Kritkeen se enojaría ante la noticia.
—Que le vaya bien —dijo Kritkeen con rictus amargo y
agitando la mano—. Rechazad cualquier otra cita para esta
noche. Me he cansado de sus apelaciones con ojos tristes, sus
quejumbrosas súplicas y sus repetitivas peticiones.
Hizo un gesto con la mano a los soldados de asalto, como
indicándoles que se marcharan, pero luego lo pensó mejor.
Miró a su alrededor.
—Id a la ciudad y traedme a la hija de Abano. Quiero ver si es
tan hermosa como él dice. Haré que baile. Y después de que la
hayáis traído, decidle a mi mujer que me quedaré a trabajar
hasta tarde.
—¿Y si se niega a venir? —preguntó uno de los soldados de
asalto.

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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar
—No lo hará. Ya conocéis a los lugareños, tan confiados y
llenos de esperanza. No puede ni imaginarse que podamos
hacerle daño alguno.
—Muy bien —dijeron los soldados de asalto, y salieron por la
puerta frontal.
Kritkeen salió apresuradamente tras ellos y se detuvo bajo el
arco iluminado de la puerta, con las manos a la espalda y su
uniforme gris carbón impecablemente limpio. Tenía mandíbula
firma y rostro afilado.
—Por la mañana regresaréis a por la mujer y la llevaréis a los
procesadores. Averiguad cuándo la liberarán, y luego dejad
que permanezca una semana en su casa, para que su familia
pueda ver cómo ha reeducado el Imperio a su hija. Luego llevad
a Abano y a su mujer a las montañas, y acabad con ellos. No
quiero que vuelva a molestarme por este asunto.
—Sí, Su Excelencia —dijeron los guardias, e instantes después
estaban en su propio deslizador, alejándose.
Kritkeen caminó sobre el césped hasta detenerse junto a una
piscina reflectante perfectamente oval, observando las lunas de
colores. Era una noche apacible, con los sonidos de los
susurros de los árboles y los silbidos de los insectos. Era un
mundo pacífico. De acuerdo con los registros, los habitantes
de Aruza no habían tenido un crimen en su planeta desde hacía
más de cien de sus años. Se habían olvidado de cómo hacerlo,
se habían vuelto blandos. Mediante la tecnología, habían
creado conexiones neurales que les permitían tanto enviar
como recibir pensamientos y emociones de unos a otros,
convirtiéndose en empáticos tecnológicos que compartían una
especie de consciencia de grupo limitada.

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Dave Wolverton

Y por tanto la seguridad allí era laxa. Kritkeen tenía algunos


sistemas de defensa limitados en su hogar; armas, equipo de
vigilancia, comunicadores para llamar a más guardias. Pero allí
nunca los había necesitado. Ninguno de los nobles habitantes
de Aruza le había desafiado jamás. Y por tanto Kritkeen se
sentía a salvo incluso mientras permanecía de pie, sin
protección, en los espacios abiertos de los terrenos de su finca.
Dengar se puso en pie de un salto y descendió
apresuradamente por el sendero montañoso, vigilando la
oscuridad, con cuidado de no quebrar ninguna rama o
desprender ninguna roca. Corría con largas zancadas, con
increíble agilidad. El Imperio le había mejorado físicamente, lo
había diseñado para grandes hazañas. Dengar era más fuerte
que otros hombres, más rápido. Veía mejor, escuchaba gran
parte de lo que era inaudible para los hombres con oídos
inferiores.
Y sentía… apenas nada. Poco dolor. Poco miedo. Nada de
culpa. Nada de amor.
Pretendían convertirlo en un asesino perfecto, de modo que,
de joven, cuando casi perdió la vida en un fatídico accidente
de moto barredora, los cirujanos del Imperio le extirparon el
hipotálamo e instalaron en su lugar los circuitos de sus
sistemas visuales y auditivos mejorados.
Dengar sabía muy bien lo que los procesadores imperiales
tenían preparado para los desventurados habitantes de Aruza.
Dengar ya había pasado por esa operación casi veinte años
atrás.
En escasos segundos, se plantó detrás de Kritkeen y se lo
encontró aún de pie con las manos a la espalda. Mientras
observaba las lunas, respiró el aire fresco de la noche.
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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar
—Bonita noche para morir, ¿verdad? —dijo suavemente
Dengar, oculto en la sombra proyectada por uno de los pilares
de la mansión.
Kritkeen se sobresaltó y se dio la vuelta, buscándolo en la
oscuridad.
—Estoy aquí —dijo Dengar, dando un paso hacia una zona
iluminada.
—¿Quién eres? —preguntó Kritkeen, alterado y desafiante.
Llevó la mano a su cadera, para pulsar una alarma portátil que
llamaría a más soldados de asalto.
Antes de poder parpadear, Dengar cruzó diez pasos de
terreno, se agachó y partió el dedo índice de Kritkeen. Dengar
arrancó la alarma del cinturón de Kritkeen y la depositó en su
propio bolsillo. Luego Dengar extrajo su bláster con una mano
e introdujo el cañón en la boca de Kritkeen haciéndolo
chasquear contra el esmalte de sus dientes. Todas esas
acciones le tomaron menos de un segundo, y Kritkeen se
quedó con la boca abierta, aturdido por la velocidad de
Dengar.
—Esto va a ser un asesinato rutinario. De manual. Puede que
ya conozca la rutina — dijo Dengar, moviéndose entonces
lentamente, una lentitud deliberada que sólo había logrado
adquirir tras años de práctica. Necesitaba ese descanso,
porque era fácil sobrecargar su sistema si se movía demasiado
rápidamente—. Por la sección 2127 del Código Imperial, estoy
obligado a notificarle que he sido contratado para efectuar un
asesinato legal como desagravio a los crímenes contra la
humanidad cometidos por usted.

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¿Qué…? —comenzó a preguntar Kritkeen.


—No finja ignorar de qué crímenes se trata. He estado
grabando sus acciones durante los últimos doce días. Bueno,
el asesinato tendrá lugar en breve. Le he traído un bláster, ya
que tiene el derecho legal a defenderse. Si le mato, las partes
afectadas rellenarán los documentos imperiales para indicar
por qué eligieron el recurso del asesinato.
”Pero, si usted me mata a mí… —Dengar tomó aire
amenazadoramente—, bueno, eso no va a ocurrir.
Kritkeen retrocedió un par de centímetros, y el bláster de
Dengar osciló cerca de sus labios.
—¡Espera un minuto!
Dengar lanzó un bláster a las manos de Kritkeen y retrocedió
un paso.
—Esperaré tres minutos —dijo Dengar—. Esa es la ley. Tiene
tres minutos para correr, en la dirección que usted quiera…
siempre que no vuelva junto a sus preciados soldados de
asalto. Después comienza la caza.
Kritkeen miró fijamente a Dengar por un instante y luego bajó
la mirada hacia el arma que sostenía en su propia mano, como
si tuviera miedo de tocarla. Dengar sabía lo que estaba
pensando. Se preguntaba si podría disparar más rápido que el
asesino, pero Kritkeen recordaría la velocidad de Dengar, y
optaría por salir huyendo.
Dengar retrocedió un par de pasos más, bajó su propio bláster
para que el cañón apuntara a sus pies, y observó con
curiosidad a Kritkeen durante un buen rato.
—Adelante. Dispáreme. No tengo nada que perder —dijo
Dengar.
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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar

Y era cierto. No tenía familia, ni hogar. No tenía dinero ni honor.


No tenía ningún amigo, y pocas emociones. La furia era una de
ellas, uno de las pocas sensaciones que el Imperio había dejado
a Dengar para recordarle que una vez había sido humano.
Él era lo que el Imperio había hecho de él: un asesino sin nada
que le atara. Un asesino incapaz de conocer la lealtad, que hoy
por primera vez iba a matar a uno de sus propios empleadores.
Dengar recordaba las emociones lo suficiente como para saber
que eso debería haberle hecho sentir bien. Debería sentirse
como algo agradable y dulce. Pero sólo sentía vacío.
—¿Quién eres? —preguntó Kritkeen, mirando a los oscuros
ojos de Dengar.
—Fui bautizado con el nombre de Dengar en Corellia. Pero en
este sector se me conoce por otro nombre. Me llaman
«Desquite».
La mano de Kritkeen comenzó a temblar y retrocedió aterrado,
estremeciéndose al reconocer el nombre. Dejó caer el bláster
al suelo.
—¡Yo… yo… he oído hablar de ti!
Dengar miró significativamente el arma.
—Ha perdido veinte segundos. Al término de esos tres
minutos, voy a matarle, tanto si está armado como si no.
Espera, por favor… Desquite. He… oído decir que estás un
poco loco. Que estás un poco fuera de control. Rechazando
misiones… eligiendo trabajos extraños. Que sólo atacas a
aquellos que tú quieres. Entonces, ¿por qué yo?
Dengar observó a Kritkeen a la luz de la luna. Su cabello
castaño estaba impecablemente recortado. Si fuera un poco
más delgado, se parecería más a Han Solo. Pero en la oscuridad
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se parecía bastante. Y ese hombre merecía morir, Dengar


estaba seguro de ello.
Su respiración se detuvo imperceptiblemente.
—¿Por qué? —dijo Dengar con voz neutra—. Porque usted es
quien es, y yo soy lo que ustedes hicieron de mí.
—Yo… ¡Yo nunca hice nada! —protestó Kritkeen, abriendo
ampliamente los brazos. Entonces observó las vastas llanuras
de Aruza, donde las luces de la ciudad brillaban como gemas
doradas y azules, y cerró la boca.
—Huya —dijo Dengar—. En dos minutos le alcanzará el
Desquite.
Kritkeen se encogió retrocediendo uno, dos, tres pasos. Seguía
mirando a Dengar, sin darse cuenta de que una vez que había
dado ese primer paso atrás, su subconsciente ya había elegido
por él. Había comenzado a huir.
Pocos segundos después, su mente consciente se dio cuenta
de ello, y agachándose lentamente, busco a tientas su bláster
en la oscuridad. Entonces dio media vuelta y huyó con todas
sus fuerzas, corriendo a ciegas, en dirección al denso arbolado
de las pendientes bajo la mansión.
Dengar permaneció inmóvil, escuchando, contemplando desde
lo alto las innumerables luces de los valles: el descenso de los
pájaros farrow, las parpadeantes luces de la ciudad, las lunas
de colores. Respiró el aire inmóvil, percibió el sonido del gorjeo
de los insectos. Echaría de menos ese mundo. Había sido un
lugar agradable, pero los equipos de Rediseño Imperial pronto
lo convertirían en un infierno.
Se oyeron sonidos de chasquidos producidos por Kritkeen al
atravesar algunos arbustos, un lastimero chillido de alarma de
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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar

un árbol rupin cuando Kritkeen chocó contra él. Tres minutos


después, Kritkeen avanzaba cojeando por la base del pequeño
valle y luego comenzó a correr de nuevo colina arriba más
sigilosamente, dirigiéndose de vuelta hacia su mansión; sin
duda con la idea de obtener un arma más potente, o de avisar
a los soldados de asalto.
Dengar dejó que el hombre corriera, dejó que se agotara él
mismo. Sería peligroso atacarlo cuando aún seguía fresco.
Dengar caminó un centenar de metros hasta un desfiladero
pequeño pero escarpado. Dengar calculó que el camino que
Kritkeen estaba tomando le conduciría hasta allí. En efecto, un
par de minutos después escuchó la dificultosa respiración de
Kritkeen, y Dengar sólo tuvo que permanecer tras un arbusto
hasta que Kritkeen apareció tambaleándose por el camino,
jadeando y con el rostro cubierto de sudor. Miraba
atentamente a su alrededor, con ojos muy abiertos que
brillaban bajo la luz de las lunas.
Con su arma, apuntó cauteloso a su alrededor en el espacio
abierto.
¿Ha disfrutado de su carrera? —preguntó Dengar.
Kritkeen giró con su arma y disparó.
Dengar observó el cañón, calculó dónde iba a impactar el
disparo, y concluyó que debía dar un paso a un lado para evitar
recibir un impacto en el pecho. El ardiente disparo de bláster
pasó siseante a su lado, y Dengar volvió a su posición inicial
tan rápidamente que Kritkeen soltó un grito de sorpresa,
creyendo que, de algún modo, el disparo de bláster había
atravesado a Dengar.

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Dengar dio un paso adelante, arrebató el bláster de las manos


de Kritkeen, y levantó en vilo al hombre con una sola mano.
Dengar entrecerró los ojos en la oscuridad, sosteniendo su
presa, mirándolo fijamente.
El mundo pareció retorcerse por debajo de Dengar, como si la
realidad fuera algo resbaladizo, un tentáculo de alguna bestia
gigante sobre el que cabalgaba.
Sostuvo a Kritkeen en el aire, muy por encima de su cabeza, y
lo giró hasta que pudo mirarle a la cara bajo la luz de las lunas,
justo en el ángulo correcto, hasta que realmente pudo verlo…
—¿Creías que podrías escapar de mí, eh, Solo? —dijo
Dengar—. ¿Saltar en tu deslizador y dejar que me ahogara con
los gases de tu tubo de escape?
—¿Qué? —exclamó Kritkeen, tratando de liberarse del agarre
de Dengar. Pero el Imperio había aumentado la fuerza de
Dengar. Todo esfuerzo era inútil. Dengar lo sacudió hasta que
dejó de forcejear.
Entonces escuchó la voz de Han, pero era lejana, distante. —
Eh, amigo, ha sido una carrera justa, y ha ganado el mejor…
¡Yo!
—¡Una carrera justa! —bramó Dengar, recordando la letal
carrera de motos barredoras por los pantanos de cristal de
Agrilat.
Todo el sistema corelliano había estado observando a los dos
adolescentes en la carrera de desafío más letal hasta la fecha.
Su recorrido por los pantanos había sido peligroso… con
manantiales calientes creando mortales corrientes de aire
ascendente, géiseres expulsando agua hirviente sin previo

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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar

aviso, las afiladas hojas de la cristalina vegetación amenazando


con cortarles en pedazos como sables.
Los pantanos de cristal no eran lugar para pilotar barredoras,
y mucho menos competir con ellas. Y sin embargo atravesaron
la vegetación, sobre las aguas ardientes. En algunos lugares,
habían competido cruelmente por la mejor posición,
empujándose y golpeándose el uno al otro, como si ambos
fueran inmortales. Dengar había escuchado los gritos de
aplauso de las multitudes, y por unos breves instantes se sintió
invencible, corriendo junto al gran Han Solo, un hombre que,
como él mismo, jamás había sido vencido.
En el último tramo de la carrera, ambos hombres habían optado
por aproximarse a baja altitud sobre el agua a través de la
vegetación, con la esperanza de ganar velocidad. Dengar se
había agachado, con las afiladas hojas de cristal de color
blanco ahumado pasando junto a él como borrones, el agua
ante él humeando y burbujeando, el olor sulfuroso elevándose
hacia su nariz, y el deseo de que ningún geiser estallara ante
él para cocerlo vivo. Esquivó demasiado tarde una de las hojas
cristalinas y le golpeó en la oreja, cortándole el lóbulo y
haciendo que la sangre le corriera por el cuello.
Entonces Dengar salió gritando de la vegetación y vio que Han
Solo no estaba ni delante de él, ni a ninguno de los dos lados,
y el corazón de Dengar se llenó de júbilo con la esperanza de
la victoria… justo cuando la moto barredora de Han Solo
descendió desde arriba, golpeando con la aleta estabilizadora
la nuca de Dengar, bañando el rostro de Dengar con las llamas
de los motores de Solo.

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Dave Wolverton

La barredora del propio Dengar se hundió de morros en el


agua, lanzando a Dengar por los aires. Su último recuerdo del
incidente era verse a sí mismo, volando sobre las humeantes
aguas azules, de cabeza hacia las hojas de un árbol de cristal.
Estoy muerto, se dio cuenta demasiado tarde.
Los doctores dijeron que su casco lo había salvado. Había
apartado la mayor parte de las hojas de cristal que de otro
modo le habrían atravesado el cerebro. En realidad, sólo una
hoja había efectuado esa fatídica entrada. Los trabajadores del
cuerpo sanitario lo habían recogido de entre la maleza,
perforado por una docena de heridas.
Le operaron. Sus heridas eran tan graves que sólo el Imperio
podría haberlo recuperado así de bien. Pero estimaron que las
arriesgadas operaciones eran una buena inversión. Dengar
tenía soberbios reflejos, que bien podrían ser puestos al
servicio del Imperio.
Así que cerraron su cerebro, retirando aquellas partes que ya
no necesitaría. Cosieron las heridas abiertas en su torso,
insertando nuevas redes neurales en brazos y piernas.
Cultivaron nueva piel para cubrir la que había perdido en su
rostro. Le dieron nuevos ojos para ver, nuevos oídos para
escuchar. Todos los canales de noticias proclamaron su
recuperación como «milagrosa».
Y una vez estuvo curado, comenzaron a entrenarlo para
convertirse en asesino, usando peligrosas drogas mnemióticas
que le proporcionaron una memoria infalible, al tiempo que lo
dejaban susceptible a experimentar alucinaciones.
Dengar sacudió al asustado hombrecillo sobre su cabeza,
gritando.
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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar

—¿Dices que eso fue justo? ¿Dices que esto es justo?


—¡No! —exclamó Solo, pero Dengar no creyó que hubiera
cambiado de parecer—. ¡No, por favor!
—¡Cierra la boca! —bramó Dengar, y luego cargó con el
hombre un centenar de metros hasta un terraplén más
escarpado. Desenganchó una granada de conmoción de la
sujeción de su cinturón, la introdujo en la boca abierta de Solo,
y pulsó el botón de detonación.
Durante diez segundos, sostuvo a Solo, inmóvil.
Luego corrió y lo arrojó por el acantilado. Quiero que veas lo
que se siente, pensaba, al ir volando indefenso hacia tu muerte.
Extrajo su bláster y disparó dos veces a Solo, aún en el aire.
La granada de conmoción explotó antes de que Solo golpeara
el suelo, y si alguien de los valles lo vio, habría pensada que
sólo era la luz de un pájaro farrow lanzándose sobre su presa.
Dengar permaneció inmóvil un largo instante, respirando el
aire, dejando que se le despejara la cabeza. Le daba la
impresión de que se estuviera alzando una niebla, de que la
confusión estuviera abandonando su cuerpo. Por unos
momentos había vivido una alucinación. Por un instante creyó
haber matado a Han Solo, pero ahora se daba cuenta de que
no, no lo era, no podía haber sido Solo… simplemente otro
impostor.
Un deslizador terrestre coronó una colina, y el sonido de sus
motores se volvió súbitamente más fuerte. O bien Dengar no
había estado prestando atención, o el sonido de los motores
del deslizador había sido amortiguado casi por completo por
las montañas.

LSW 131
Dave Wolverton

Dengar se dio cuenta de pronto de que debía de haber perdido


la noción del tiempo. Debía de haber permanecido allí de pie
durante al menos media hora. Eso le ocurría a menudo después
de un asesinato. En cualquier caso, los dos soldados de asalto
habían regresado, trayendo consigo a la bailarina.
Antes de que el deslizador pudiera detenerse, uno de los
soldados de asalto descendió de un salto, llevando la mano a
su arma mientras miraba a Dengar.
Dengar alzó su propio bláster pesado y apuntó al soldado de
asalto.
—Yo no trataría de hacer eso… no si quisiera vivir.
—¡Identifíquese! —dijo el soldado de asalto, con una voz que
el sistema de comunicación hacía sonar como si estuviera
hablando dentro de una caja. Su mano permaneció cerca de su
arma.
—Me llaman Desquite —dijo Dengar, usando el apodo que
pensaba que sería más conocido por esos lares—. Asesino
imperial de nivel uno. Ahora pongan las manos sobre la cabeza.
El soldado de asalto puso sus manos sobre su cabeza, mientras
el otro apagó el deslizador y salió de él. Dengar les indicó por
gestos que permanecieran juntos.
Los soldados de asalto parecían calmados incluso mientras se
rendían, y Dengar se preguntó si sus rostros parecerían tan
calmados si no estuvieran cubiertos.
La bailarina, Manaroo, era realmente adorable. A la luz de los
paneles de instrumentos del deslizador, podía verla bien.
Llevaba un sedoso atuendo plateado sobre su piel azul claro,
y luminosos tatuajes de lunas y estrellas brillaban en sus
muñecas y tobillos. Sus ojos brillaban en la oscuridad.
LSW 132
Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar

—¿Quién es su objetivo? —preguntó uno de los soldados de


asalto, creyendo sin duda que se trataba de un encargo
aprobado por el Imperio.
Dengar quería que mantuvieran esa impresión.
—Kritkeen. El encargo ya se ha realizado, así que no hay nada
que podáis hacer para salvarlo.
—¡Kritkeen es un oficial de la COMPNOR! —protestó uno de
los soldados de asalto—. ¡El Imperio no autorizaría un encargo
semejante! ¿De dónde obtuvo sus órdenes?
No es un encargo aprobado por el imperio —admitió Dengar,
ya que el soldado de asalto lo había preguntado—. Acepté este
trabajo como autónomo. Mi empleador dijo representar a un
consorcio de seres libres que quería detener los esfuerzos de
Rediseño de la COMPNOR. He sido contratado para eliminar a
diez de vuestros oficiales de la
COMPNOR.
Los soldados de asalto se miraron el uno al otro, y Dengar los
vio tensos, listos para saltar. Se preguntaba si su amenaza les
sonaba tan absurda a ellos como a sí mismo. Si realmente
hubiera planeado matar a diez oficiales de la COMPNOR, nunca
hubiera permitido que ellos supieran de la amenaza, pero
ahora que había soltado la mentira, Dengar se dio cuenta de
que el Imperio se preocuparía. Tendrían que dedicar algo de
esfuerzo a perseguir a Dengar. Justo como él quería.
—Ahora, quitaos los cascos y dejadlos en el deslizador, y luego
arrojad allí también vuestras armas.
Ambos soldados de asalto obedecieron. Una vez estuvieron
desarmados y ya no podían solicitar refuerzos, Dengar agitó su

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Dave Wolverton

bláster ante ellos, señalándoles el valle de paredes


pronunciadas que tenían a los pies.
—¡Bajad por ahí, más allá del borde, y no dejéis de correr!
Los soldados de asalto dudaron, temiendo tal vez que fuera a
dispararles por la espalda, así que disparó junto a sus pies,
haciéndoles salir corriendo.
Se acercó al deslizador. La bailarina, Manaroo, lo observaba
con ojos aterrados. Llevaba las manos esposadas en su regazo.
Dengar le alzó las manos en el aire, sostuvo su bláster contra
los bastos eslabones de la cadena, y disparó.
—¿Lo has matado? ¿Has matado a Kritkeen? —preguntó
Manaroo. Su voz era fuerte y grave, y parecía extraña
proviniendo de una mujer con tan delicado encanto.
—Está muerto —dijo Dengar, saltando al asiento del conductor
del deslizador. Encendió los motores, dio media vuelta al
deslizador, y se dirigió de vuelta a la ciudad.
—¿Entonces la COMPNOR se marchará? ¿Abandonará sus
esfuerzos de Rediseño? —preguntó con aire esperanzado.
—No —respondió Dengar. Se dio cuenta de que la pacífica
gente de Aruza no tenía experiencia con ejércitos o guerras—
. No funciona así. Cuando el Imperio descubra el asesinato de
Kritkeen, el siguiente en la línea de mando asumirá sus
funciones, hasta que el Imperio envíe un nuevo oficial. Dentro
de unas pocas semanas tendréis aquí otro general, más duro
que Kritkeen.
—¿Entonces qué podemos hacer? —preguntó ella.
Dengar pensó en ello. Esta gente no tenía armas, ni experiencia
en la lucha.

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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar

—Huid del planeta. Tu procesamiento está programado para


mañana. Huye del planeta esta noche.
—¡Pero el Imperio ha destruido nuestras naves! ¡No hay forma
de escapar!
Él volvió la cabeza y la vio observándolo. Había un aire de
admiración en sus ojos, una mirada de respeto hacia él que no
había visto en el rostro de nadie desde hacía años.

Puedes salvarme —dijo ella—. Puedes llevarme donde quiera


que vayas. — Examinó su rostro—. ¿Eres un buen hombre?
Era una extraña pregunta, una que nunca antes le habían hecho
a Dengar. Hubo un momento en su vida en el que habría
contestado que sí. Pero el Imperio había cortado parte de su
cerebro, la parte que le permitía distinguir el bien del mal, y se
preguntaba… Se llevó las manos a la cabeza, recolocando de
forma inconsciente las vendas sobre su cuello; no para ocultar
las cicatrices de sus quemaduras, sino para asegurarse de que
sus enlaces cibernéticos estaban cubiertos.
—Señorita, ¿cómo podría ser un buen hombre? Ni siquiera
estoy seguro de seguir siendo un hombre.
Dengar coronó la colina, pasó al siguiente valle, y giró
abandonando el camino hacia un grupo de árboles. Su propia
nave estaba oculta más adelante, atravesando los matorrales.
Sabía que tendría que abandonar rápidamente el planeta.
Había planeado limitarse a dejar a esa mujer en la maleza.
Hacer cualquier otra cosa más sería inconveniente. Pero su
nave —un viejo JumpMaster 5000 corelliano— tenía algo de
espacio extra. Podría dejarla en cualquier otra parte, si el
esfuerzo merecía la pena.
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Dave Wolverton

Se detuvo tras una cortina de árboles. Su nave, el Castigador


Uno, descasaba en la oscuridad bajo las ramas, cubierta por
una red de camuflaje. El JumpMaster había sido construido
como vehículo de exploración y servicio para mundos
indómitos. Era pequeño: diseñado para un único piloto, con
suficiente espacio para un pasajero o un poco de carga. La
nave con forma de U tenía algo de armamento decente:
torpedos protónicos, un bláster cuádruple, y un cañón iónico
en miniatura. Dengar llevaba pilotándolo diez años. Durante
mucho tiempo había supuesto que estaba acostumbrado a
estar solo, y a menudo defendía sus tendencias solitarias
argumentando para sí mismo que de todas formas él no era
una compañía agradable. Pero en ese momento se sentía
extraño, y se dio cuenta de que apreciaría la compañía.
—Vamos —dijo Dengar—. Vas a venir conmigo.
—¿Adónde? —preguntó ella, buscando su nave, incapaz de
localizarla en la oscuridad.
—A cualquier lugar salvo aquí. Ya pensaremos en eso más
tarde.
La tomó de la muñeca y tiró de ella hacia el Castigador Uno.
No se molestó en retirar la red de camuflaje. En vez de eso, se
agachó bajo ella, abrió una puerta, y entró llevando a la chica
consigo. En cuestión de un instante, estaba sentado a los
mandos. Tenía que liberarse del pozo gravitatorio de ese
planeta sin que lo derribaran. Esperaba que nadie hubiera
descubierto aún el asesinato.
Encendió los motores y se alzó con un rugido a escasa altura
sobre los árboles, ganando velocidad. Comprobó el monitor
holográfico que aparecía ante sus ojos. Un único destructor
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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar

estelar esperaba en órbita, y podía verlo allá arriba, sobre el


horizonte a su izquierda. Aceleró a toda velocidad alejándose
de él, e indicó a su ordenador de navegación que estableciera
un rumbo para el primer salto.
Será mejor que vayas al camarote y te abroches el cinturón de
seguridad —dijo Dengar por encima de su hombro—. Puede
que tengamos un viaje movidito.
El destructor estelar envió un escuadrón de interceptores TIE
en su persecución, y Dengar alzó los deflectores de popa. Pero
el Castigador Uno era más rápido de lo que las apariencias
externas pudieran sugerir, y aceleró a las blanco-azuladas
profundidades del hiperespacio justo cuando los interceptores
TIE los tenían al alcance de sus disparos.
Entonces volaron libres. Dengar fue al camarote y encontró a
Manaroo de rodillas, medio apoyada en el camastro. Estaba
sollozando.
Dengar permaneció de pie observándola, buscando en su
interior los sentimientos, tratando de recordar por qué lloraba
la gente.
—Hay comida y bebida si quieres.
Señaló la unidad de alimentos y el dispensador de bebidas. —
¿Podemos llamar a mis padres? ¿Decirles dónde he ido?
—Sí —respondió Dengar.
Permaneció de pie durante un minuto, pensando si debía decir
algo más.
—Dengar —dijo ella, alzando la mirada hacia él con curiosidad.
Su rostro era redondeado, y bajo la luz podía verse que su piel
y su cabello eran de un azul más pálido que el de la mayoría
de los aruzanos. Sus tatuajes aún brillaban, y olía ligeramente
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Dave Wolverton

a perfume. Su cuerpo era el de una bailarina, ágil y fuerte—.


¿Por qué has matado esta noche a Kritkeen? Si el Imperio
continuará destruyendo a nuestra gente, ¿de qué sirve esto
entonces? No cambia nada.
Dengar podía pensar en una docena de razones: Lo hizo por
el dinero que se le había pagado. Lo hizo porque Kritkeen era
escoria y merecía morir. Lo hizo porque el hombre se parecía
a Han Solo. Eligió decir parte de la verdad, tal vez debido a
que muy raramente era libre de hacerlo. En su línea de trabajo,
mentir era un modo de vida.
—Lo hice porque estoy buscando a un hombre, y este es el
único modo que conozco para poder acercarme a él.
—¿A quién estás buscando? —preguntó Manaroo, picada por
la curiosidad.
—Su nombre es Han Solo. ¿Alguna vez has oído hablar de él?
Las probabilidades de que tan siquiera hubiera oído hablar de
él en ese mundo remoto eran pequeñas, pero Dengar creía en
probar suerte. Sin embargo, no se sorprendió al escuchar su
respuesta.
—No.
—Es un contrabandista a cuya cabeza han puesto precio. Le
gustan las naves rápidas y los blásteres pesados. Llevo
persiguiéndole desde hace más de un año. Dos veces, en
Tatooine y luego de nuevo en Ord Mantell, le he alcanzado,
justo a tiempo para verle salir huyendo en su nave, el Halcón
Milenario. Ya me estoy cansando de quemarme con su tubo de
escape.
—¿Crees que Kritkeen sabía dónde estaba?

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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar

No —respondió Dengar—. Pero yo y muchos otros


cazarrecompensas llevamos tras el rastro de Solo desde hace
un tiempo, y aún no lo hemos encontrado en ningún lugar de
la galaxia.
—Entonces, ¿crees que se ha estrellado en algún mundo
desconocido, o se ha ocultado en un planeta insignificante,
como Aruza?
—Escuché un rumor sobre un hábil piloto rebelde que hizo
estallar la Estrella de la Muerte imperial. Comprobé los
registros. La nave de Solo, el Halcón Milenario, estuvo allí. Está
con la Rebelión, y no sólo se está escondiendo de los
cazadores de recompensas. —Sigo sin comprender. ¿Entonces
sabes dónde está?
—No —respondió Dengar, y se preguntó si le había revelado
demasiado. Ya no sentía apenas temor, no desde las
operaciones. Sin embargo, había sido entrenado para guardar
silencio, y de pronto pensó que tal vez había estado hablando
demasiado abiertamente. Pero ya le había contado la mitad de
sus secretos, y si ella descubría el resto, bueno, siempre podría
matarla—. Sólo la Rebelión sabe dónde está, y le están
protegiendo. Así que tengo que buscar una forma de unirme a
ellos, pero dudo que me vayan a aceptar fácilmente. Soy un
asesino imperial. Pero Kritkeen ha sido uno de los adversarios
más molestos de la Rebelión, y hay muchos más como él de los
que puedo ocuparme. Una vez que el Imperio haya puesto
precio a mi cabeza y la Rebelión decida que soy enemigo del
Imperio, sospecho que me ofrecerán asilo. Y una vez esté en la
Rebelión, encontraré a Han Solo.

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Dave Wolverton

—Estás sembrando las semillas de tu propia destrucción —dijo


Manaroo, y sus brillantes ojos negros parecieron asustados—.
El Imperio te dará caza.
Dengar soltó una carcajada.
—Bueno, no tengo nada que perder. Oye, ¿por qué no te
tumbas en ese camastro y tratas de dormir un poco? —dijo
Dengar con un bostezo. Había llegado a acostumbrarse a los
ciclos nocturnos de Aruza, y en ese momento su cuerpo le
decía que ya había pasado la hora de acostarse.
Pocos días después dejó a Manaroo en un desconocido planeta
remoto, tras entregarle unos cientos de créditos para que
comprara un pasaje a cualquier otra parte, y en los meses
siguientes apenas pensó más en ella. Aunque volaba solitario
por los cielos, por una vez no se mortificaba por su soledad.
Estaba consumido por su búsqueda de Han Solo. Viajó por los
bordes de la galaxia buscando los antros de mala muerte
donde hacían sus negocios los contrabandistas y los asesinos,
pero nunca obtuvo noticias de Solo. Por dos veces envió a
Tatooine mensajes para Jabba el Hutt, para informar de sus
progresos.
Cinco oficiales más de Rediseño de la COMPNOR encontraron
su brutal fin. Cuatro asesinos trataron de matar a Dengar, y
Dengar les hizo pagar por ello. Luego las cosas se calmaron.
Nadie volvería a arriesgarse a ir tras él.
El nombre «Desquite» se mencionaba en susurros apagados
cuando entraba en un casino y, a menudo, en extraños mundos
pequeños y sucios, en alguna calle su mirada se cruzaba con
una madre y su hijo que lo observaban fijamente, con un
destello de respeto
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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar

en los ojos. A veces, alguien incluso lo llamaba por su nombre,


aclamándolo, y él les devolvía su mirada inexpresiva,
asombrado.
El planeta Toola era poco más que una colección de campos
mineros, un lugar oscuro, frío, alejado de su sol. Los lugareños,
una especie llamada whiphid, eran grandes criaturas cubiertas
de pelaje blanco en invierno que adquiría una tonalidad marrón
en verano. Los gigantescos whiphids, con sus relucientes
colmillos, sólo tenían la tecnología más básica. Los más
salvajes todavía cazaban con lanzas de punta de piedra,
mientras que los guerreros más cercanos a las minas optaban
por hachas de guerra metálicas e incluso vibrohojas
introducidas como contrabando en el planeta desde otros
mundos. Los whiphids realizaban la mayor parte del trabajo en
las minas a mano. Eran un pueblo duro, independiente,
bárbaro. A Dengar le caían bien.
Así que Dengar se encontró jugando a cartas con una mujer
limpia (algo extraño en el campamento minero) vestida con un
bonito mono.
Estaban sentados en una choza whiphid fabricada con cuero
cosido sobre el costillar de alguna bestia gigante. Las hembras
whiphid cantaban alrededor de una rugiente hoguera, mientras
que los machos, más pequeños, asaban demonios de las
nieves, untándolos en una salsa de olor dulzón elaborada a
partir de líquenes. El humo aceitoso permanecía formando
nubes sobre sus cabezas.
—No lo entiendo, Desquite —susurró la compañera de Dengar
en el juego de cartas, una mujer de rostro afilado, con cabello
rubio y ojos escrutadores, inclinándose hacia delante durante
LSW 141
Dave Wolverton

la partida—. Eres un asesino entrenado por el Imperio. ¿Por


qué te has vuelto contra ellos, sabiendo que te matarán?
Dengar suspiró, como había hecho cientos de veces en los
últimos meses.
—Es lo correcto. Tengo que enfrentarme al Imperio, aunque
tenga que hacerlo solo.
”Creo… —dijo Dengar, adornando su relato por primera vez—
que decidí que tenía que abandonar cuando me ordenaron que
matara a los niños sagrados de Asrat. —¿Y quiénes son…?
—Huérfanos que viven en un templo, con sus vidas dedicadas
al bien. Denunciaron al Emperador, y juraron, como ellos
decían, «negarle su amor y su apoyo». Trataron de abandonar
formalmente el Imperio. Y en el Imperio, la rebelión, aunque
provenga de unos niños, no se tolera.
”Así que tenía que matar a los niños, o abandonar el Imperio.
Elegí abandonar.
—¿Y qué hay del Rediseño de la COMPNOR? ¿Por qué luchas
contra él? —preguntó la mujer.
—Porque son la rama más concienzudamente malvada del
Imperio. Pocos hombres merecen un final brutal a manos de un
asesino, pero muchos de los individuos que se lo merecen
pueden encontrarse en Rediseño.
La mujer estudió el rostro de Dengar. Ella había sido cuidadosa
durante toda la velada, manteniendo una conducta amigable, y
aún no había tenido que identificarse.
—Pero como asesino imperial, se rumorea que se te extrajo
parte del cerebro. No tienes emociones ni conciencia. ¿Cómo
distingues bien del mal?

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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar

Dengar se pasó la lengua por los labios. No había «rumores»


acerca de su falta de conciencia. Sus operaciones se habían
llevado a cabo en secreto. Esa mujer sólo podría haber tenido
noticia de tales informes si hubiera leído sus archivos
militares… y estos habrían sido dolorosamente difíciles de
conseguir. Sólo un agente de la Alianza Rebelde podría tener
tal información… o, por supuesto, los propios cirujanos
imperiales que le operaron. Dengar se preguntó en qué
categoría caería ella. Había plantado suficientes semillas para
que la Alianza Rebelde hubiera contactado con él mucho antes,
pero creía que podrían temerse un engaño. Habrían enviado a
una interrogadora especial, tal vez incluso alguien con
capacidades empáticas o telepáticas.
—Tengo recuerdos —dijo Dengar honestamente, sabedor de
que su interrogadora sentiría la verdad de sus palabras incluso
aunque no fuera telépata—. Recuerdo la diferencia entre el
bien y el mal, aunque ya no pueda ver muy bien esa diferencia.
—Debes sentirte muy asustado, muy solo —dijo ella—,
luchando contra el Imperio de este modo.
—Ya no siento temor —dijo Dengar—. Me arrancaron esa
capacidad.
No se atrevió a negar su soledad.
—¿Y qué hay de la rebelión? ¿Has intentado unirte?
—No creo que me admitieran —dijo Dengar con una risa
vacía—. He hecho tanto mal, que creo que verán mi muerte
como justa recompensa.
—Tal vez —dijo la mujer, como si diera por zanjado el tema, y
continuó con la partida de cartas.

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Dave Wolverton

Al amanecer, cuando Dengar fue a su nave con la intención de


abandonar Toola, descubrió que alguien había programado su
ordenador de navegación, trazando un curso hacia una estrella
sin nombre en el borde más alejado de la galaxia. Escrito en el
polvo acumulado en una de las pantallas podía leerse un
mensaje que decía «Amigos».
Encendió los motores y despegó, descubriendo que las
coordenadas lo llevaron a un pequeño puesto avanzado
rebelde donde un variopinto grupo de oficiales de inteligencia
militar lo examinaron durante tres días. Al parecer superó sus
pruebas y aceptó una misión.
Como muchos rebeldes, se esperaba de él que fuera
competente en varios ámbitos. Por motivos morales, la Alianza
Rebelde se oponía al uso de asesinos, pero le permitieron
ayudar en la planificación de futuras incursiones, mejorar las
motos barredoras de ataque y comenzar a entrenar a equipos
de saboteadores en cómo dejar fuera de servicio las
instalaciones Imperiales de reparaciones de naves.
El recién creado puesto avanzado al que había sido asignado
se encontraba en un sistema estelar llamado Hoth.

Dos: La Esperanza

Cuando Dengar salió del hiperespacio en el sistema Hoth, las


alarmas de los indicadores de proximidad del Castigador Uno
comenzaron a sonar de inmediato. La pantalla del visor
holográfico mostraba un super destructor estelar imperial justo
delante, con otra media docena de destructores estelares

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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar

haciendo las veces de escolta. Fragatas de ataque, cazas TIE y


transportes de personal llenaban el cielo.
Bajo ellos, recortándose en el fondo estrellado, se encontraba
un helado planeta blanco, como una perla, cuya superficie
permanecía oculta por nubes y tormentas de nieve.
Dengar cambió inmediatamente las frecuencias del
transpondedor para que su pequeño JumpMaster corelliano
apareciera como una nave de exploración imperial. Era una
frecuencia más antigua, una que había usado legalmente meses
atrás, pero Dengar no podía arriesgarse a tratar de huir de la
flota imperial. Si cambiaba su curso y trataba de rodearlos
levantaría sospechas, así que se dirigió directamente hacia la
flota, con la esperanza de que nadie examinaría su nave con el
detenimiento suficiente para advertir que no estaba pintada
con los colores imperiales.
Ya estaba teniendo lugar un enfrentamiento. Dengar observó
cómo los transportes y los cazas rebeldes despegaban desde
la superficie de Hoth bajo la cobertura de cañones iónicos
pesados, mientras los destructores estelares trataban de
interceptar y derribar a los rebeldes.
Dengar se coló entre dos destructores estelares y se acercó a
la cola de un escuadrón de cazas TIE que se lanzaba hacia la
superficie del planeta.
Dengar había recorrido un largo camino para encontrar a Han
Solo. Si se encontraba en Hoth, Dengar planeaba atraparlo esta
vez.
—Explorador imperial —llamó una voz por el receptor de
Dengar—, ¿por qué se ha puesto detrás de nosotros?
Era uno de los cazas TIE.
LSW 145
Dave Wolverton

—Me han encargado que efectúe algunas investigaciones in


situ sobre unas aparentes fluctuaciones de energía en el
exterior de la base rebelde —mintió con facilidad Dengar—.
Pensé que podría protegerme detrás de ustedes durante parte
del descenso, si no les importa.
—No se nos ha avisado de su misión.
—Estoy con Inteligencia —repuso Dengar, jocoso—. Ya sabe
cómo va esto: Si alguien les hubiera avisado de mi misión, yo
tendría que ir a cerrarle la boca cuando volviera.
Aparentemente, su respuesta satisfizo al comandante del
escuadrón. Descendieron con velocidad constante hasta que
de repente apareció un transporte rebelde abalanzándose
contra ellos; un reluciente dirigible metálico. El escuadrón de
cazas TIE se lanzó a interceptarlo, y Dengar vio su error
demasiado tarde.
Una brillante bola de energía roja surgió del planeta y Dengar
aceleró el Castigador Uno, tratando de virar. La nube iónica
bañó su nave con un ruido parecido al de la gravilla suelta.
Dengar pudo sentir cómo su carga eléctrica le erizaba el
cabello, y de repente todas las luces indicadoras y las pantallas
se apagaron. La cabina quedó fría y negra. Incluso los
chirriantes ventiladores que hacían circular el oxígeno del
sistema de soporte vital se ralentizaron hasta detenerse.
Comenzó a dar avisos de emergencia por su comunicador,
aunque era un gesto inútil. Con todos los escudos apagados y
el equipo polarizado, flotaba como un cadáver en el espacio.
Por fortuna, había virado lo suficiente para que su actual
trayectoria se alejara del planeta.

LSW 146
Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar

Los cazas TIE que le precedían habían estado acelerando hacia


el planeta. En cuestión de instantes comenzarían a arder en
llamas.
La nave de Dengar avanzó hacia arriba, dirigiéndose hacia un
destructor estelar, y casi chocó contra él. Él permaneció
sentado, incapaz de hacer otra cosa que observar como pasaba
a su lado rumbo a las estrellas lejanas.
Algún oficial imperial alerta debió de haber advertido su
situación, porque de pronto sintió que el Castigador Uno se
estremecía y frenaba cuando el destructor estelar atrapó su
nave con sus rayos tractores.
Dengar se preguntó qué significaría eso; ser capturado por el
Imperio. Era un hombre buscado, y sería sentenciado a muerte.
Dengar observaba las estilizadas líneas grises del destructor
estelar, tratando de adivinar hacia cuál de las bahías de atraque
sería arrastrado, cuando un carguero ligero corelliano cruzó
velozmente el horizonte, disparando a los emplazamientos de
armas del destructor estelar, esquivando descargas de láser, y
con tres cazas TIE pegados a su cola.
—¡Solo! —exclamó Dengar cuando el Halcón Milenario
apareció ante su vista. Casi como un acto reflejo, Dengar
disparó sus torpedos de protones, pero el control de disparo
seguía desactivado.
El Halcón Milenario pasó junto a él, realizando vertiginosos
giros, y Dengar corrió a la ventanilla trasera con la esperanza
de ver la nave de Solo.
El Halcón y sus atacantes ya eran sólo luces lejanas,
desdibujándose entre las estrellas de fondo. Pero el Imperio
había modificado los ojos de Dengar. Amplió la imagen,
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observó cómo el Halcón aceleraba hacia un trío de destructores


estelares y se adentraba en las profundidades del espacio tras
ellos, hasta que ni siquiera sus ojos pudieron seguir la pista de
esos cada vez más diminutos granos de arena.
Entonces el Castigador Uno fue atraído al interior del super
destructor imperial donde aterrizó con un suave sonido
metálico.
Un instante después, varias decenas de soldados de asalto
volaron la puerta de su nave. Dengar tomó un bláster en cada
mano y corrió hacia el pasillo de acceso principal, con la
esperanza de hacerles pagar su muerte por adelantado, cuando
una granada de gas aterrizó a escasos metros por delante de
él.
Trató de contener el aliento, pero era demasiado tarde. Dio tres
tambaleantes pasos hacia delante, y de pronto sintió como si
alguien hiciera que sus pies dejasen de tocar el suelo.
Dengar aterrizó con un golpe seco en el pasillo y quedó
tendido en el suelo con aspecto aturdido. Podía ver, escuchar.
Únicamente no podía moverse.
En cuestión de escasos minutos, los soldados de asalto le
arrastraron a una celda de interrogatorio.
El Imperio no lo mató inmediatamente. Le inyectaron drogas
potenciadoras del dolor, colocaron un codificador en su cabeza
para reducir su resistencia al interrogatorio. Conocieron su
nombre y gran parte de su historia. Fueron capaces de entrar
en los registros de su nave, averiguar dónde había viajado.
Leyeron sus chips de crédito, descubrieron de dónde provenía
su dinero, qué había comprado.

LSW 148
Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar

Le interrogaron acerca de su trabajo con los rebeldes, sus


motivos para asesinar agentes imperiales. Le sentenciaron a
muerte, y le dejaron sentado en su celda durante un día, donde
planeó su fuga. Dengar se prometió a sí mismo que no le
llevarían fácilmente a la cámara de ejecución. Más de uno de
sus captores moriría en el intento.
Y esa noche, mientras Dengar estaba tumbado durmiendo, de
pronto fue consciente del sonido de una trabajosa respiración
a través de un respirador, un sonido perturbador.
Se volvió en su catre. Ante él se alzaba la figura gigantesca de
un hombre con capa negra y un casco negro que le cubría el
rostro. Dengar nunca antes le había visto, pero conocía al
Señor Oscuro de los Sith por su reputación.
Darth Vader.
La puerta de la celda de Dengar se abrió por sí sola, y Darth
Vader permaneció solitario en la entrada, con su respiración
áspera. Parecía estar observando a Dengar. Más exactamente,
parecía estar absorbiendo a Dengar.
Dengar estudió al Señor Oscuro. Sospechaba que había
llegado su verdugo. Era el momento de medidas desesperadas.
Con un golpe afortunado, podría incapacitar a Lord Vader. Si
era afortunado, y silencioso, podría ser capaz de matar a Vader,
y luego escapar.
Darth Vader alzó una mano, y Dengar sintió cómo su garganta
se estrechaba, comprimiéndose como si hubiera sido atrapada
con unas tenazas.
—No se le ocurra ni pensarlo —dijo Vader.
Dengar alzó las manos en señal de rendición, apoyándose
contra el muro de su celda. La presión remitió.
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—¡Si ha venido a matarme, acabe con ello! ¡No tengo nada que
perder! —exclamó Dengar—. ¡Pero no dejaré que le resulte
divertido!
—Yo no soy el Emperador —dijo sombríamente Vader—. Yo
no mato por diversión… sólo cuando sirve a mis propósitos.
Dengar sonrió.
—Bueno, entonces tenemos algo en común.
—Parece que tenemos más de una cosa en común… —dijo
Vader—. Ambos queremos a Han Solo…
”Por desgracia —continuó—, hay una sentencia de muerte
imperial contra usted. Yo no puedo revocar esa sentencia, pero
estoy dispuesto a considerar un indulto.
—¿Bajo qué condiciones? —preguntó Dengar.
—Le dejaré vivir para que dé caza a Han Solo. Una vez lo haya
encontrado, lo traerá a mí presencia, a él y a sus amigos, vivos.
Después de eso, si he quedado complacido, puede que le
perdónela vida. Pero si no quedo complacido por su
desempeño, le daré tiempo para huir. Entonces comenzará mi
cacería.
Darth Vader arrojó un bláster a Dengar, como cuando Dengar
le dio uno a Kritkeen. Las palabras de Vader estaban claras. Si
Dengar fracasaba en su cacería, Darth Vader pasaría a ser el
cazador. El monstruo que había destruido a los caballeros Jedi
seguiría el rastro de Dengar. Dengar se pasó la lengua por los
labios, pensando que, si Vader le daba caza, Dengar al menos
vendería caro su pellejo.
—Solo estaba aquí, ¿lo sabía? —dijo Dengar—. Lo han
perdido.

LSW 150
Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar

—Aún no lo hemos perdido —repuso Vader—. En este mismo


instante, se ha refugiado en un campo de asteroides, y nuestras
naves lo están buscando. Usted irá al
campo de asteroides y le dará caza. Y si me falla en esto…
Vader cerró el puño como si estrujara algo.
—Sí… señor —dijo Dengar, dudando de si debería usar el
tratamiento militar adecuado.
—Sí, milord —corrigió Vader.
Dengar respiró profundamente.
—Sí, milord.
Vader dio un paso al frente, le tomó de los hombros y le miró
amenazadoramente a la cara.
—No me falle.
Vader se dio la vuelta, y la puerta de la prisión se abrió. Un
teniente permanecía de pie justo al otro lado de la puerta con
su impecable uniforme imperial. Vader salió y, mientras la
puerta se cerraba, Dengar pudo escucharle hablar con el
teniente.
—Este encuentro casual me ha dado una idea. Reuniremos un
equipo de cazarrecompensas para ayudarnos en nuestra
operación…
—Cazadores de recompensas. ¡No necesitamos esa porquería!
—refunfuñó uno de los oficiales de cubierta dirigiéndose a sus
compañeros. Dengar permaneció inmóvil en una plataforma
mientras Darth Vader caminaba de un lado a otro,
inspeccionando a los mercenarios que había reunido, dándoles
sus últimas instrucciones.
Los cazarrecompensas eran un grupo variopinto y, a pesar de
su escaso número, también eran muy peligrosos. Sin duda el
LSW 151
Dave Wolverton

droide asesino IG-88 ponía bastante nervioso a Dengar, pero


Lord Vader también había llamado a Boba Fett, quien apenas
unos instantes antes se había quejado vehementemente a
Vader acerca de los demás cazarrecompensas… lo bastante
vehementemente como para que pareciera que la ira de Fett
provenía de cierta paranoia subyacente en lugar de cualquier
preocupación que pudiera tener por la competencia.
—Los quiero vivos. —Estaba diciendo Vader acerca de Solo—
. ¡Nada de desintegraciones!
—Como desee —gruñó Boba Fett.
Hubo movimientos nerviosos en la consola de comunicaciones
y el comandante de guardia se dirigió a Vader.
—¡Lord Vader —exclamó—, los tenemos!
El ánimo de Dengar se hundió. Si Han Solo era capturado por
los imperiales, entonces Vader renegaría de su oferta de
indulgencia. Ejecutaría la sentencia de muerte.
Durante unos breves instantes, varios cazadores de
recompensas permanecieron en cubierta, escuchando cómo el
capitán Needa gritaba órdenes, jadeante, mientras su
destructor estelar perseguía al Halcón Milenario. Boba Fett dio
media vuelta y salió corriendo, y Dengar escuchó durante
quince segundos antes de darse cuenta de que Boba Fett iba
corriendo a su propia nave, con la esperanza de unirse a la
persecución. Para cuando Dengar llegó al Castigador Uno en la
bahía de lanzamiento doce, Boba Fett ya estaba comprobando
su propia nave, un vehículo de Sistemas Kuat clase Firespray
conocido por su velocidad y potencia de fuego. Giraba a su
alrededor, como si estuviera mirando si alguien lo había
manipulado. Avanzó un paso, y resonó una alarma de
LSW 152
Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar

advertencia. Dengar vio que Boba Fett realmente estaba


paranoico, poniendo alarmas en su propia nave para
asegurarse de que nadie se acercaba a ella.
Dengar se apresuró a entrar en su nave, más robusta y
mundana, y comprobó rápidamente los sistemas. Los
imperiales habían despolarizado los controles, invirtiendo el
daño de ionización. Despegó y se dirigió hacia el campo de
asteroides. Podía escuchar la cháchara imperial por el sistema
de comunicaciones. El destructor estelar ya había perdido a
Solo y estaba desplegando cazas para ir en su búsqueda. La
última maniobra de Solo había sido lanzarse contra el
destructor estelar. Luego había desaparecido de los escáneres.
Dengar supuso que Solo debía de haber vuelto a adentrarse
en el campo de asteroides. Tal vez Solo había apagado sus
sistemas un instante, para que su propia nave aparentara ser
tan sólo otro asteroide más, pero conforme el propio Dengar
iba atravesando el campo de asteroides, vio que ni siquiera
Solo estaba tan loco como para arriesgarse a efectuar
semejante maniobra. Rocas del tamaño de su nave se
abalanzaban contra él, y no se trataba de frágiles condritas
carbonáceas que sus armas pudieran atravesar… eran rocas de
ferro-níquel que podían aplastarlo y hacerle pedazos.
Dengar se vio obligado a mantener sus escudos de impacto a
potencia máxima, esquivando los asteroides que podía, y
vaporizando los que no podía.
Algunos de los asteroides eran del tamaño de una pequeña
luna. Todo ese metal en el espacio invalidaba las
comunicaciones e interfería los sensores.

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Dave Wolverton

Dengar comenzó a soltar balizas sensoras en las rocas más


grandes, con la esperanza de que pudieran retransmitir
cualquier señal de movimiento. Afortunadamente, tenía cientos
de balizas de esas a bordo. Dejó que sus sensores realizaran
un barrido de frecuencia, escuchando la cháchara imperial
mientras se preparaban a abandonar el sistema Hoth.
El sudor corría por el rostro de Dengar, y después de tan sólo
un par de horas en el cinturón de asteroides, comenzaba a
perder los nervios. La flota imperial saltó al hiperespacio y
Dengar siguió con su trabajo. Bloqueó todo sonido, todo
pensamiento, y simplemente trató de abrirse camino por el
campo de asteroides, concentrado en la caza.
Entonces, varios minutos después, tal vez incluso media hora…
una de sus balizas cobró vida, informando de movimiento. La
nave que despegaba no emitía ninguna señal de
transpondedor, y se alejaba renqueante a velocidad subluz.
Dengar registró su trayectoria. Estaba suficientemente fuera
del alcance de los sensores de Solo, y quería permanecer así,
pero inmediatamente comenzó a salir del campo de asteroides.
Cuando se acercaba al borde del campo, sus sensores remotos
detectaron súbitamente algo más, algo extraño. Un meteorito
grande, o tal vez una tormenta de iones, parecía seguir la estela
de la nave de Solo, justo fuera del alcance de los sensores del
Halcón.
Instintivamente, Dengar supo que era otra nave. De pronto
recibió una transmisión de banda estrecha, y una imagen de
Boba Fett apareció en los monitores de Dengar. El rostro de
Boba Fett estaba oculto bajo su maltrecha armadura.

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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar

—¡Lamento hacer esto, amigo, pero Solo es mi trofeo! —dijo


Boba Fett, y luego se escuchó el chirrido de una transmisión
de código binario.
Inmediatamente, Dengar sospechó que se trataba de un código
de armado, pero la bomba de su nave estalló antes de que
pudiera hacer nada. Procedente de la sala de máquinas, se
escuchó un ruido sordo y amortiguado, seguido de un destello
de luz. Dengar se agachó cuando las llamas llegaron como una
nube por el techo, y luego cobraron vida los extintores
automáticos.
Dengar se apartó de un salto de la consola de mando, corrió a
la parte posterior de su nave y tomó un extintor manual. Abrió
la puerta de la sala de máquinas y descubrió que sus motores
subluz se habían convertido en un chamuscado montón de
chatarra.
La bomba había sido configurada de modo experto y
cuidadoso para causar algunos daños importantes… pero sólo
para neutralizar la nave, no para destruirla.
De todos modos, podía tardar días en retirar las partes
fundidas, deshacerse de ellas, y colocar repuestos… si es que
tenía existencias de las piezas necesarias. Para entonces, Han
Solo ya se habría marchado para siempre.
Dengar comenzó a darle vueltas en la cabeza, y su mente
quedó paralizada. No sabía por dónde empezar. Después de
pensarlo unos instantes, fue a su consola de mando y
comprobó la trayectoria de la nave de Han Solo. Había dejado
un rastro de partículas de vapor que podría seguirse durante
varias horas, o días, si tenía suerte.

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Dave Wolverton

Observó la negrura del espacio, donde Boba Fett estaba


persiguiendo a Han Solo.
—Adelante, hazme volar en pedazos —murmuró Dengar—.
Pero, algún día, descubrirás por qué me llaman Desquite.
Dengar se levantó de su consola y se puso manos a la obra.
Algún tiempo más tarde, la nave de Dengar planeó entre las
delicadas nubes de gas tibanna de Bespin, dejando atrás
suaves cimas de color rosa y melocotón, hacia el sol poniente.
Ciudad Nube se encontraba justo delante, con sus torres de
color óxido brillando pálidamente. Rodeó los casinos de
apuestas de la parte superior, y por el comunicador solicitó
permiso a las autoridades portuarias para aterrizar en las
instalaciones de reparaciones más próximas, y luego envió una
información de registro falsa para su nave, no queriendo alertar
a nadie de su presencia.
Pudo ver el Halcón Milenario bajo él en una plataforma de
aterrizaje. Su corazón se aceleró.
Las autoridades portuarias le condujeron al campo de
aterrizaje apropiado y tomó tierra, y luego se deslizó
silenciosamente al interior de Ciudad Nube.
Una vez dentro de sus pasillos, el jefe de muelle se acercó a su
nave.
—Tengo problemas con mi motor subluz y con mi sistema de
comunicaciones. Pagaré cien créditos adicionales si el trabajo
está terminado en dos horas.
—Sí, señor —dijo el jefe de muelle, haciendo gestos a su
equipo de trabajo para que desplazaran la nave a un
atracadero vacío.

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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar

Dengar se adentró en los brillantes pasillos de Ciudad Nube y


se abrió camino hacia las cámaras de juego superiores, donde
se realizaba la mayor parte de los auténticos negocios de la
ciudad.
Si Han Solo aún seguía allí, Dengar imaginó que encontraría
difícil de ignorar los lujosos comedores y la exaltada atmósfera
de los casinos.
El casino principal bullía de actividad con miles de visitantes
de cientos de mundos. Oficiales imperiales, contrabandistas,
adinerados ejecutivos, celebridades de holovídeo… todos ellos
reunidos allí para perseguir sus mutuas pasiones.
Una banda tocaba en el salón principal: gigantescos turans de
piel naranja con flautas de nariz, arpas eléctricas y pequeños
tambores de percusión tocaban una melodía insistente y
excitante que de algún modo logró estimular profundamente a
Dengar.
En el escenario había un grupo de bailarines, girando como
locos: pequeños hombres y mujeres de piel amarilla, con cintas
de tela dorada colgando de sus brazos y piernas. En el centro
se encontraba una bella joven de piel azul y cabello azul
oscuro. La reconoció: la bailarina aruzana, Manaroo.
Giraba cruzando el escenario, mirando fijamente a los ojos del
público; personas de muchas especies, sentadas a sus mesas
de comedor o de apuestas. Llevaba en las manos piedras de
colores que brillaban con fuerza, como las lunas de Aruza, y
hacía malabarismos con ellas arrojándolas en intrincados
patrones que atrapaban la mirada.
No había nada de frenético en su baile. Era más bien pacífico,
hipnótico, como el fluir de las olas en una playa desierta, o
LSW 157
Dave Wolverton

como el movimiento de los pájaros por el cielo. Por un instante


pareció no ser una mujer en absoluto, sino una fuerza de la
naturaleza.
Irresistible, contenida, como un sol haciendo girar planetas a
su alrededor bajo su influjo.
Todo el mundo se centraba en ella, y Dengar se encontró a sí
mismo sentándose torpemente en una mesa, donde pidió la
cena y un agradable vino.
La banda atacó una nueva melodía, y se generó ante ellos un
campo repulsoelevador. Dentro del campo, una bomba de aire
iba disparando gemas de vidrio, de modo que las gemas se
arremolinaban en el aire bajo las luces como una fuente mágica
de color violeta, verde y dorado. Dos de los bailarines saltaron
al campo, realizando ingrávidas acrobacias en su danza.
Cuando terminó de bailar, Manaroo se acercó a la mesa de
Dengar y se sentó a su lado.
—Debería haber sabido que te encontraría en un lugar como
este, donde los imperiales no prestan demasiada atención —
dijo Dengar.
Manaroo, que acababa de actuar de forma tan perfecta, tenía
ahora la cabeza gacha, mirándose las manos entrelazadas
sobre su regazo, y podía notarse la tensión en su voz.
—Necesitaba escapar del Imperio —dijo—. Solo que ahora
están aquí. Han atrapado a ese hombre que buscabas… Han
Solo. Se lo he escuchado decir a uno de los guardias.
Dengar quedó ligeramente sorprendido. A veces le parecía que
aquellos que no habían ingerido drogas mnemióticas eran…
bueno, estúpidos.

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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar

—¿Recordabas el nombre de Solo? ¿Después de todo este


tiempo?
—Quería ayudarte a encontrarlo —dijo Manaroo—. Quería
devolverte el favor. Yo también lo he estado buscando. —Esto
aún sorprendió más a Dengar, al ver cómo un pequeño acto de
bondad podía haberle reportado una recompensa tan
grande—. Pero no descubrí que estaba aquí hasta después de
que lo atraparan. Se lo escuché a un guardia de seguridad.
Ahora el Imperio ha prometido entregar a Han Solo a otro
cazarrecompensas que lo siguió hasta aquí, un hombre llamado
Boba Fett.
—¿Sabes dónde está Boba Fett? La bailarina negó con la
cabeza.
Dengar reflexionó.
—A un hombre como Boba Fett no le gusta abandonar su
presa. Querrá poner a Solo a buen recaudo en su nave, y luego
se marchará.
Dengar estuvo tentado de acabar con Boba Fett y robarle su
presa, pero el hecho era que en los últimos dos días su furia
había remitido. Cierto, Boba Fett había puesto una bomba en
la nave de Dengar, pero lo había hecho de tal modo que dejó
a Dengar con vida y con probabilidades de llegar a buen
puerto. Era un gesto amable, e innecesario.
Así que Dengar quería devolverle el favor. Cierto, quería
arrebatarle a Han Solo —ya que, si no fuera por Boba Fett,
Dengar lo habría capturado—, pero también quería dejar a
Boba Fett en algo parecido a un estado ambulatorio. Conseguir
ambos objetivos simultáneamente necesitaría algo de trabajo.
—Entonces, ¿qué vas a hacer? —preguntó Manaroo.
LSW 159
Dave Wolverton

—Si los imperiales aún no han entregado a Han Solo a Boba


Fett —reflexionó Dengar—, entonces significa que aún lo están
interrogando. Puede que pasen algunos días hasta que hayan
acabado con él.
Llegó un camarero, y Dengar dejó que Manaroo pidiera la cena
a cuenta suya. Después se recostó en su asiento, observándola
detenidamente. Aún parecía nerviosa, arrepentida, como si le
hubiera fallado, cuando en realidad le había sorprendido con
su persistencia. Aún más, obtener información sensible de un
guardia de seguridad seguramente no le habría resultado nada
fácil. De pronto consideró la posibilidad de reclutarla como
socia.
—¿Te gustó mi baile? —preguntó ella.
—Estuviste muy bien. De hecho, nunca he visto a nadie tan
bueno —dijo Dengar—. ¿Cómo aprendiste a bailar así?
—Es fácil —respondió Manaroo—. En Aruza, usamos nuestros
enlaces cibernéticos para compartir nuestros sentimientos.
Somos tecnoempáticos. Cuando bailo, sé qué complace a mis
espectadores, y entonces practico los movimientos que más les
gustan.
—Pero no puedes entregarte a ellos por completo —dijo
Dengar.
—¿Por qué dices eso?
Dengar luchó con las palabras.
—Porque, cuando bailabas, deseaba que estuvieras bailando
sólo para mí. Supongo que todos los hombres deben sentirse
así contigo.

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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar

Manaroo sonrió y lo miró a los ojos. Sus propios ojos eran tan
vivos, tan negros, que él podía ver reflejados en ellos los
globos luminosos que flotaban cerca del techo.
—Tienes razón. Siempre bailo para mi público como si todo lo
que hiciera fuera para complacerlo, pero, en mi interior, bailo
sólo para mí misma.
Manaroo sorprendió a Dengar tomando su fuerte mano, y él se
avergonzó. Sus manos eran tan grandes, tan poderosas, que
se sentía como si fueran garras, y el fuera algún gigantesco
animal alienígena junto a ella.
—Parece que te va bien aquí —dijo Dengar.
—¿Sí? —susurró ella, y una vez más Dengar se sorprendió por
lo áspera y ronca que podía resultar su voz—. Pues no es así.
Estoy terriblemente sola. Nunca me había sentido tan… vacía.
—¿Cómo puede ser eso? —preguntó Dengar—. Estoy seguro
que hay muchos hombres que querrían estar contigo.
—Por supuesto, hay muchos hombres que me desean —dijo
Manaroo—, pero pocos están dispuestos a abrirse a mí por
completo. Siento como si todos fuéramos extraños, encerrados
en nuestras conchas. —Apretó con fuerza y desesperación las
manos de Dengar—. En mi mundo, cuando dos personas se
aman, comparten más que sus cuerpos. Hacen más que obtener
placer el uno del otro. Se unen con el Attanni, compartiendo
por completo sus pensamientos y emociones, compartiendo
sus recuerdos y su conocimiento. Todos los engaños entre ellos
quedan eliminados, y se convierten en una sola persona. En
Aruza estaba unida a tres buenos amigos, pero ahora…

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Dave Wolverton

Dengar notó como su corazón latía más rápido, porque podía


ver el ansia en ella, lo que necesitaba, y sabía que quería
obtenerlo de él.
—Me temo que aquí no encontrarás gente que esté dispuesta
a unirse así contigo. Nuestros pensamientos y emociones son
cosas aterradoras, y por eso los ocultamos, con la esperanza
de que los potenciales amantes nunca descubran nuestras
debilidades.
—Pero tú no tienes emociones que ocultar. Me dijiste en tu
nave que no tenías emociones, que el Imperio te había
arrebatado esa capacidad.
Dengar efectivamente recordaba habérselo dicho, una noche
mientras cenaban en su camarote. Manaroo se había mostrado
curiosa ante la idea, parecía sentir que sería como dormir, un
confortable vacío. Pero Dengar no lo veía de ese modo. Para
él, era un inconveniente. A veces no sabía si sus palabras o sus
acciones molestarían u ofenderían a los demás. De hecho, su
vida solitaria no era algo que él hubiera buscado. Vivía solo en
su nave porque pocas personas podrían soportar su presencia,
su exigente forma de ser. Se lo dijo a ella.
—Siento pocas emociones —dijo Dengar—. Furia, esperanza,
alguna otra. —Ella lo miró con aire interrogante, como si
pidiera saber qué otras emociones aún mantenía consigo, pero
él soslayó la cuestión encogiéndose de hombros—. Eso es
todo lo que el Imperio me dejó. Pero, ¿qué pasa con mis
recuerdos? ¿Y con mis actos? Sospecho que los encontrarías…
monstruosos.
Ella examinó su rostro durante un largo instante.

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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar

—Unirme contigo me haría más parecida a ti. Tal vez sea eso
lo que necesite para sobrevivir aquí, en tu mundo.
Dengar pensó en ello, mirando a través de la ventana a las
hinchadas nubes de gas tibanna. Unirse con él le enseñaría
muchas cosas que nadie debería saber. Le abriría la puerta a
todo el dolor y la locura que había vivido desde que el Imperio
comenzó a moldearlo en un asesino.
—Preferiría evitarte eso.
Comieron una lujosa cena, charlaron de trivialidades y Manaroo
se excusó para marcharse entre bambalinas.
Dengar quedó sentado solo y se puso a pensar. Con Solo
capturado, ¿iría Vader tras él? Dengar lo dudaba. El Señor
Oscuro de los Sith tenía su propia agenda política, hombres a
los que mandar, un Imperio que dirigir. Dengar casi estaba
fuera de su atención. Pero Dengar no quería volver a cruzárselo
en su camino.
Por los altavoces, Lando Calrissian, el administrador de la
ciudad, anunció que tropas imperiales estaban ocupando la
estación, y sugería que todo el personal evacuara
inmediatamente.
Alrededor de Dengar, los jugadores y los habitantes de Ciudad
Nube estallaron en un alboroto. La gente comenzó a correr
hacia las salidas.
Dengar terminó su bebida, se levantó, y habló en voz alta para
sí mismo.
—Parece que a cualquier sitio que voy últimamente la gente
está evacuando.
De una puerta de la entreplanta, sobre él, salieron unos
soldados de asalto. Alguien, tal vez un guardia de seguridad
LSW 163
Dave Wolverton

de incógnito, o un cliente del casino, extrajo un bláster pesado,


y comenzó un tiroteo.
Dengar echó un vistazo al otro lado de la ventana. La nave de
Boba Fett se alejaba trazando un arco a través de las nubes, y
Dengar supo intuitivamente que el cazarrecompensas no se
habría marchado sin su presa.
Maldijo entre dientes, observando la estela de fuego de la nave
de Boba Fett. Parecía que eso era siempre lo único que podía
ver de Han Solo.
El tiroteo al otro lado de la sala se estaba caldeando bastante,
y ahora el aire estaba lleno de humo.
Dengar suspiró y miró su cronómetro. Puede que las
autoridades portuarias hubieran tenido tiempo de arreglar su
nave, pero lo dudaba. Probablemente los nuevos motores
estarían colocados, pero dudaba que estuvieran hechas todas
las conexiones electrónicas. Se levantó, estiró los músculos, y
decidió ir en busca de Manaroo.
Atravesó una cortina de luces centelleantes y se encontró en
un pasillo que conducía a una sala más grande.
En ella, dos soldados de asalto montaban guardia ante media
docena de artistas sentados en el suelo, con las manos unidas
sobre la cabeza. Manaroo estaba entre ellos.
Dengar se dirigió a uno de los soldados de asalto.
—Disculpe, caballero, pero la bailarina va a venirse conmigo.
Los soldados de asalto volvieron sus blásteres pesados hacia
Dengar.
—¡Las manos sobre la cabeza! —exclamó uno de ellos.
Dengar los observó durante medio segundo, luego dio un paso
a su izquierda, extrajo su bláster, y los mató a ambos.
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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar

—Obligadme —dijo, mientras se desplomaban.


Manaroo estaba sentada en el suelo, boquiabierta de la
impresión. Dengar se acercó a ella, la tomó de la mano, y la
puso en pie. Los demás artistas se escabulleron sin pensárselo
dos veces.
—Salgamos de aquí mientras aún podamos —gruñó Dengar.
—¿A dónde? —tartamudeó ella.
—A Tatooine —dijo Dengar—. Boba Fett llevará a Han Solo a
Tatooine.
Afortunadamente, cuando Dengar llegó a los muelles de
reparaciones, su nave ya estaba fuera de la bahía de
reparaciones y se alzaba brillante en el campo de lanzamiento.
El jefe de muelle no se había limitado a reparar la nave, sino
que además había limpiado el exterior, rellenando las
abolladuras de micrometeoros y aplicando una nueva capa de
pintura protectora. Lástima que no hubiera nadie allí para
cobrar por las reparaciones.
Por desgracia, media docena de soldados de asalto estaban
asentados en la plataforma de despegue junto a un cañón
ligero. Dengar y Manaroo estaban ocultos en un hangar de
reparaciones, tras un viejo carguero. Los sonidos de las luchas
y las explosiones resonaban por toda Ciudad Nube.
Dengar observó a los soldados de asalto, todos posicionados
en formación cerrada, y murmuró para sí mismo.
—Para esto están las granadas.
Debía de tratarse de tropas novatas a las que les faltaba
entrenamiento básico.
Echó mano al bolsillo de la pierna de su armadura corporal,
extrajo una granada, la armó y la lanzó a una distancia de
LSW 165
Dave Wolverton

veinte metros, hasta que golpeó contra el casco de un soldado


de asalto y estalló.
Ante el sonido de pasos corriendo, Dengar volvió la mirada a
un pasillo lateral. Varios soldados de asalto, acompañados por
Darth Vader, corrieron hacia un pasillo adyacente.
Instintivamente, Dengar se agachó. Ciertamente no quería
atraer atención sobre sí mismo.
Cuando los soldados de asalto hubieron pasado de largo, tomó
la mano de Manaroo, corrió hacia su nave y, medio instante
después, despegó hacia las nubes.
Había interferidores de señal ocupando todo el espectro, y
Dengar no pudo detectar ninguna otra nave en la zona, pero
su visor trasero le mostró un trio de cazas TIE descendiendo
desde una inmensa nube detrás de él.
Dengar se lanzó al abrigo de una nube cercana, realizó un giro
descendiente, y regresó por el camino por el que había llegado.
Entonces, con los motores al máximo, salió disparado en una
nueva trayectoria, disparando todas sus armas por si acaso
alguno de esos cazas imperiales se cruzaba en su camino.
En cuestión de segundos estuvieron fuera de las nubes de gas
tibanna, dirigiéndose hacia las estrellas, y cuando el ordenador
de navegación trazó el curso, desapareció en el hiperespacio.
Dengar se recostó en su asiento. Era cierto que podía no sentir
muchas emociones, que no podía registrarlas con su mente,
pero a veces su cuerpo sí las registraba. Ahora sus manos
estaban temblando, y su frente estaba cubierta de sudor. Tenía
la garganta seca.
Y sin embargo, cuando buscaba en su interior, no podía
detectar ninguna sensación de pánico.
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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar

Pero Manaroo estaba de pie tras el asiento del piloto, con las
manos aferradas al respaldo de la silla y la boca abierta de
terror.
—Ahora estamos a salvo —dijo Dengar, tratando de
confortarla.
—¿Por qué? ¿Por qué continúas persiguiendo a Han Solo? —
preguntó ella—. ¡Ya lo han capturado!
Dengar dudó, tratando de encontrar las palabras adecuadas
para contestar. No tenía ninguna esperanza de atrapar a Boba
Fett. La nave del cazarrecompensas era demasiado rápida, y lo
más probable era que aterrizara directamente en el palacio de
Jabba, de modo que no habría ninguna oportunidad de ajustar
cuentas con Boba Fett en ningún caso. No, necesitaba algo
más.
—Quiero atraparlo de una vez —dijo—. Quiero tocarlo, aunque
sólo sea una vez.
”Además, Solo tiene amigos en altas instancias de la rebelión
—dijo Dengar, tratando de expresar una irritante sospecha—.
Me imagino que irán a liberarlo… si Jabba el Hutt no lo mata
antes. Y cuando lo hagan, quiero estar allí, para volver a
atraparlo de nuevo.
Dengar se había inventado esa excusa improvisada, pero había
un aire de verdad en ella. De algún modo, había descubierto
que Han Solo estaba alcanzando proporciones míticas. De igual
modo que Dengar parecía condenado para siempre a ser tan
solo medio hombre, también había comenzado a sentir que
Han Solo sería para siempre su némesis, escurridizo e
imposible de atrapar.

LSW 167
Dave Wolverton

Y de algún modo, de algún modo, Dengar sabía que tenía que


romper el círculo. Era una vaga esperanza, apenas concebida.
Tenía que volver a encontrarse a sí mismo, al igual que tenía
que atrapar a Han Solo.

Tres: La Soledad

Durante los días siguientes, Dengar pasó mucho tiempo con


Manaroo, simplemente hablando. Le habló de su vida en Aruza,
criada en una granja por una madre que fabricaba vajilla de
loza y un padre que trabajaba como insignificante burócrata.
En su granja, Manaroo pronto aprendió cómo hacer brotar
flores de los casi sentientes árboles dola, y con el denso jugo
que exudaban esas flores se hacía un potente jarabe
antibiótico, recetado a menudo por los médicos de Aruza.
A la edad de tres años, Manaroo había comenzado a bailar, y
a los nueve ya ganaba competiciones interestelares. Dengar
había imaginado que sería una chica de pueblo, poco viajada,
sin experiencia en la vida real. Pero le contó historias sobre
cómo atravesó navegando las oscuras tormentas del planeta
acuático de Bengat, o cómo sobrevivió al abordaje pirata en un
crucero estelar.
Y a veces hablaba sobre las experiencias de sus amigos,
aquellos con los que compartía el attanni, como si tales
experiencias fueran suyas propias. La lista de gente a la que
consideraba amigos o familia era enorme, y el dolor que sufría
al compartir esas vidas era igualmente enorme, ya que cada
uno de sus amigos también había compartido sus recuerdos

LSW 168
Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar

con otras personas a través del attanni, de modo que todos


ellos no eran sino motas de polvo en una inmensa red.
Dengar había pensado que sólo sería una joven, pero
descubrió que era mucho más madura de lo que había
imaginado, mucho más fuerte de lo que hubiera podido
suponer.
Por su parte, Dengar le habló de su vida en Corellia, donde
empezó de niño reparando motos barredoras con su padre, y
comenzó a correr al inicio de su adolescencia. No le dijo cómo
había vivido a la sombra de Han durante esos años, ni le
explicó que fue durante una carrera con Han Solo cuando
resultó herido. En lugar de eso, sólo le contó las operaciones
que le había realizado el Imperio; cómo, entre amenazas de
muerte y promesas de que algún día le devolverían su
capacidad de sentir, habían avasallado su personalidad
convirtiéndolo en un asesino.
Y sin embargo Dengar siempre había elegido sus víctimas,
segando sólo las vidas de aquellos que él sentía que merecían
morir.
Inevitablemente, Manaroo planteó la pregunta.
—¿Y por qué Han Solo merece morir?
—No estoy seguro de que lo merezca —se vio obligado a
admitir Dengar—. Pero casi me mató una vez. Quiero atraparle,
obligarle a decirme por qué lo hizo. Entonces decidiré si le dejo
vivir.
La tarde siguiente ya casi estaban en Tatooine, y Dengar fue a
la consola del piloto a comprobar sus sistemas.
Manaroo se le acercó por detrás.

LSW 169
Dave Wolverton

—Hmmm… —dijo, mientras comenzaba a masajearle los


músculos del cuello—. Estás muy tenso. —Él se recostó,
disfrutando de la sensación—. Con esta ya van dos veces que
me salvas la vida, ¿sabes? Tengo que compensártelo de algún
modo. Cierra los ojos.
La mano de la chica se deslizó bajo los retorcidos vendajes que
cubrían el cuello de Dengar y tocó su clavija de interfaz
cibernética. Dengar sintió que ella conectaba algo en su clavija,
y se irguió en su asiento.
—¿Qué es eso? —preguntó, volviéndose.
Ella sostuvo en alto un pequeño anillo dorado, con una rosca
para poder encajar en una toma de interfaz.
—Es parte de un attanni —dijo ella—, para que puedas
recibirme, sentir lo que siento. Yo no podré leer tus
pensamientos ni emociones, ni acceder a tus recuerdos.
Él permitió que ella colocara el anillo en su clavija, girándolo
hasta que quedó firmemente encajado. De pronto pudo
escuchar a través de los oídos de ella, ver a través de sus ojos.
Sintió la intensidad de sus emociones.
Manaroo tenía miedo, y su miedo le provocaba un nudo en el
estómago. Lo observó con aprensión.
—Cierra los ojos, para que no veas imágenes superpuestas —
dijo ella, pero Dengar no respondió de inmediato.
El miedo de ella lo atravesó, como un fuego frío, y para él
parecía la emoción más intensa que jamás hubiera sentido. Al
principio se imaginó que volver a sentir aquello era como agua
para un hombre que llevaba días sediento, pero algo dentro
de él sabía que la gente raras veces sentía de forma tan intensa.
Se preguntó por qué tendría miedo ella.
LSW 170
Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar

Manaroo lo observaba, y le puso una mano sobre cada hombro;


lo besó, y él pudo sentir que ella tenía la boca seca, pudo
saborear su esperanza y su deseo, y parte de él se sorprendió
por la intensidad de su deseo. Entonces comprendió por qué
ella le temía. Tenía miedo de que la rechazara, de que la
abandonara. También podía sentir su soledad, un doloroso
vacío en su interior. Cada sensación procedente de ella llegaba
como si fuera nueva, como si nadie la hubiera descubierto
antes.
Ella se sentía consolada por su presencia, protegida, lo que
ayudaba a explicar algunos de sus fuertes sentimientos hacia
él. Dengar trató de buscar en su mente, ver lo profundos que
eran lo que ella sentía por él, pero el attanni que ella había
colocado en su implante sólo podía recibir las emociones que
ella enviaba. No permitía que él sondease sus pensamientos o
recuerdos.
Ella lo besó tiernamente en la frente y lo sostuvo entre sus
manos durante un largo instante, y brevemente recordó a su
madre, en Aruza, besándola de niña, y entonces hubo un
estallido de culpa y remordimiento por haber dejado a sus
padres abandonados a su suerte en Aruza, un estallido tan
violento que Dengar jadeó, y entonces Manaroo dejó escapar
un grito, arrepentida de haberle causado semejante dolor, y se
apresuró a retirarle el attanni de la clavija craneal.
Dengar quedó sentado jadeante, respirando pesadamente, con
el sudor cayendo abundante de su frente. No había sentido
culpa, pura y simple culpa, desde hacía muchos años. Había
asesinado a gente decente por el Imperio con tanta facilidad

LSW 171
Dave Wolverton

como había abandonado sin pensarlo a los padres y amigos de


Manaroo.
Ahora estaba recostado en su asiento, jadeante y sonriente por
haber sentido remordimientos por primera vez en décadas.
—Lo siento —dijo Manaroo en un susurro, apresurándose a
guardar el attanni en un bolsillo.
—Lo sé.
Dengar le mostró una leve sonrisa, y las palabras se
atravesaron en su garganta. Comenzó a ponerse en pie, pero
descubrió que esas emociones tan fuertes le habían dejado con
las piernas débiles y lágrimas en los ojos. Hubo un tiempo en
su vida en el que se habría sentido avergonzado de mostrar
tales emociones. Ahora, se limitó a volver a sentarse un buen
rato, disfrutando de ellas.
—Tendremos que volver a Aruza —dijo, cuando pudo volver a
hablar—, sacar a tus padres del planeta… junto con tanta de
tu gente como podamos.
—¿Por qué dices eso? —preguntó abruptamente Manaroo, ya
que ella no había revelado su deseo.
—Tu… conciencia… me lo dijo —susurró Dengar, y se sentó,
dándose cuenta quizá por vez primera de lo que el Imperio le
había arrebatado. Sabía que le habían quitado la capacidad de
sentir gozo, de sentir amor, de sentir preocupación y culpa.
Durante los últimos años, nunca había experimentado en deseo
de ayudar a otro ser.
En esto consiste ser humano, pensó. Sentarse y saber que en
el otro extremo de la galaxia alguien sufre, alguien siente dolor,
y por eso es mi deber ir a su encuentro, sin importar el coste
o los riesgos, para liberar a esa gente del dolor.
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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar

Era una vía del conocimiento que durante mucho tiempo


Dengar había tenido… inaccesible; hasta el punto que había
olvidado su existencia.
En los últimos meses, mientras perseguía a Han Solo, Dengar
a menudo se había sorprendido por el rastro. A veces su
némesis se desviaba de una ruta obvia, que le permitiría
escapar fácilmente del Imperio, para lanzarse de cabeza a la
batalla. Tales acciones desconcertantes hacían casi imposible
que Dengar calculara el siguiente movimiento de Solo, porque
uno nunca sabría si Solo atacaría a un batallón o embestiría a
un destructor estelar. ¡Se rumoreaba que, en una ocasión, Han
Solo tuvo la audacia de llamar a Emperador, acusándolo de
graves crímenes y desafiándolo a un combate de boxeo! En su
momento, Dengar había puesto en duda ese rumor, ya que
parecía tan ilógico, pero ahora lo estaba reconsiderando.
Finalmente, Dengar vio por qué su carrera para capturar a Solo
había sido tan infructuosa: Han Solo tenía una conciencia, y lo
guiaba cual navicomputadora por un determinado rumbo, un
rumbo que Dengar no podría haber esperado comprender…
hasta ahora.
—Tú y tu attanni podéis resultar muy útiles —dijo Dengar, y le
explicó lo que acababa de descubrir—. Contigo, tal vez tenga
una oportunidad de atrapar a Han Solo.
—¿Y qué harías con él, entonces? —susurró Manaroo.
Dengar lo consideró. Con una conciencia, tal vez su trabajo
también se vería obstaculizado. A decir verdad, en sus
primeros años había perdonado la vida a varios de los
objetivos que el Imperio le había ordenado destruir.
—No puedo estar seguro —dijo Dengar.
LSW 173
Dave Wolverton

—Para cuando vuelvas a encontrarte con él —dijo Manaroo,


deslizándole el attanni en la palma de la mano—. Vayamos a
averiguarlo.
Dengar comenzó a teclear nuevas instrucciones en su
ordenador de navegación.
—Antes, debemos ir a Aruza y encontrar a tus padres.

***
Dengar finalmente regresó a Tatooine. Entretanto, con la ayuda
de Manaroo se hizo pasar por un oficial de inteligencia imperial
que se estaba ocupando de trasladar a gran número de
diplomáticos aruzanos a una «instalación más segura».
Con la ayuda de la Alianza Rebelde, consiguió robar una
gigantesca barcaza prisión imperial, lo bastante grande para
extraer a cien mil personas del planeta, y tripuló la nave con la
plantilla adecuada de oficiales de correccional, torturadores y
demás personal.
Supuso muy poco esfuerzo para la Alianza Rebelde enviar
órdenes falsas al nuevo comandante de la base de la
COMPNOR para comenzar a extraer prisioneros y
transportarlos a la barcaza.
Los oficiales imperiales estaban bien entrenados, y llevaban a
los prisioneros tan pronto se les solicitaban.
Sólo una vez alguien cuestionó a Dengar, quien se había
mantenido apartado del trabajo sucio y había permanecido
durante toda la misión a bordo de su barcaza, ocupándose
personalmente de «controlar la encarcelación».
Cuando el nuevo comandante de la base de la COMPNOR llamó
por holovídeo justo antes de la partida de Dengar,
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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar

preguntando a Dengar a dónde iban a llevarse a los


prisioneros, Dengar se limitó a fijar una mirada helada sobre el
hombre.
—Realmente no quiere saberlo, ¿verdad? —dijo.
Había rumores crecientes de políticos blandos, genios
tecnológicos e industriales pacifistas que habían desaparecido
por toda la galaxia. Se decía que los hombres prudentes no
hurgaban en esos temas. El comandante de la base de la
COMPNOR farfulló una disculpa rápida.
Dengar cortó la conexión de holovídeo con fingido desdén.

***
Cuando la nave de Dengar llegó a Tatooine, aterrizó en un
puerto polvoriento llamado Mos Eisley, una ciudad al borde de
un desierto donde los soles gemelos ardían con vehemencia.
Llegaron al mediodía, cuando la ciudad estaba quizá en su
momento más tranquilo, y Dengar condujo a Manaroo a una
pequeña cantina donde agricultores de la humedad y
criminales parecían haberse reunido en igual número.
Dengar fue a hablar en privado con algunos viejos conocidos,
y en cuestión de minutos confirmó que Han Solo todavía estaba
vivo y que estaba preso en el palacio de Jabba.
—Volveré cuando vuelva —dijo a Manaroo, dejándole unos
cuantos chips de crédito, y luego se dirigió en una moto swoop
alquilada hacia el palacio de Jabba.
Esa noche, Manaroo regresó a la cantina en un momento de
mayor actividad y consiguió algunos créditos bailando. Dengar
había agotado su riqueza en las últimas semanas, y Manaroo
esperaba por lo menos poder afrontar sus propios gastos.
LSW 175
Dave Wolverton

Después de su primer baile, fue a una cabina privada para


recuperar el aliento.
Un alienígena se acercó a la cabina y permaneció de pie,
mirándola. La criatura tenía pelaje marrón oscuro, una boca
enormemente ancha, incluso más que sus hombros, piernas
cortas y brazos largos con garras que arañaban el suelo. Los
cuernos cortos de su cabeza casi raspaban el techo. Se quedó
mirándola por un momento con profundos ojos rojos.
—Tu baile… ¡bueno! —gruñó—. ¡Potente! ¡Gustará a Jabba! Si
le gusta baile, tú vives. ¡Ven!
La criatura miró furtivamente a ambos lados, luego tiró de una
solapa de piel debajo de su garganta y se lanzó hacia ella. Por
un momento, Manaroo gritó cuando la bestia la agarró. Luego
se encontró deslizándose al interior de la bolsa ventral de la
criatura.
Era difícil respirar allí dentro, y el aire olía a pelo y carne
podrida. Ella forcejeó y pateó, pero la piel de la criatura era
muy gruesa; si alguien advirtió el bulto de forma extraña dando
patadas en el estómago de la criatura, debió de suponer lo
peor y no quiso involucrarse.
Manaroo contuvo el aliento durante un buen rato, mientras la
criatura se alejaba de la cantina con aire casual. Pronto
comenzó a sentirse calor en la bolsa, y le faltó el aire. Con los
pulmones ardiendo, propinó patadas y puñetazos a la bestia,
pero no logró liberarse.

***
Dengar entró en el palacio del hutt por la noche, cuando los
habitantes estaban más activos, y se arrodilló sobre una rodilla.
LSW 176
Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar

Jabba estaba rodeado de sus lacayos; casi todos ellos eran


obligados a dormir en su habitación, ya que el hutt temía ser
asesinado y sabía que la mejor manera de evitarlo era mantener
al alcance de la vista a todos los aspirantes a asesino. Dengar
levantó la mirada, vio a Boba Fett en las sombras a la derecha
de Jabba y saludó al hombre con una inclinación de cabeza.
—¿Por qué te presentas ante mí? —bramó Jabba en huttés—
. No me has traído a Han Solo. ¡No puedes esperar ninguna
recompensa!
—Escuché que tenías a Han Solo cautivo —dijo Dengar—. He
venido a ver si era cierto.
—Jo, jo, jo —rio Jabba—. ¡Contémplalo tú mismo!
Se encendió una luz detrás de Dengar, y se dio la vuelta. En el
muro, en lo que Dengar había creído que se trataba de un friso
decorativo, pudo ver el rostro y la figura de Han Solo,
congelado en carbonita gris.
Dengar rio, caminó hasta Solo, y con una mano a cada lado
sostuvo el marco que contenía el cuerpo congelado.
—Te tengo —dijo Dengar—. Por fin.
—Jo, jo —rio Jabba desde las profundidades de su panza, y su
corte de asesinos rio con él—. Querrás decir que yo lo tengo.
Dengar se volvió para mirar por encima del hombro.
—No —dijo Dengar, mirando fijamente a los ojos del hutt—.
Sólo crees que lo tienes. —El hutt frunció el ceño al oír eso—.
No puedes contenerlo en… ¡esto! —dijo Dengar, señalando el
dispositivo de contención de carbonita—. Sin duda, escapará.
—¡Jo, jo, jo, jooo! —rugió Jabba—. ¡Crees que puede escapar
de aquí! Me diviertes, asesino.

LSW 177
Dave Wolverton

Dengar se volvió hacia Jabba y unió las manos ante él, como si
rezara.
—Escúchame, oh gran Jabba —advirtió Dengar—. Realmente
creo que escapará de ti. Y cuando lo haga, serás el hazmerreír
del inframundo. Pero puedo librarte de este destino. Porque te
propongo permanecer aquí, para volver a atraparlo. Y cuando
lo haga, ¡espero que me pagues el doble de lo que has pagado
a Boba Fett!
—¿Pretendes liberarlo tú mismo? —rugió Jabba, de tal modo
que parte de su séquito retrocedió, temiendo su ira.
—Nunca será liberado por mi mano —susurró Dengar.
—¿Sospechas de algún complot? —preguntó Jabba,
observando los asesinos y matones que tenía en nómina.
—Sus amigos de la Rebelión vendrán a liberarlo —respondió
honestamente Dengar.
—¿La Rebelión? —Jabba soltó una risotada—. No les tengo
miedo. Entonces queda convenido. Puedes quedarte y unirte a
mis secuaces. Y si la Rebelión lo libera y consigues traerlo de
nuevo, ¡te pagaré el doble de lo que pagué a Boba Fett!
Boba Fett avanzó un paso, sosteniendo su rifle bláster con
gesto amenazante, y Jabba lo silenció con una mirada.
—Pero si la Rebelión fracasa en su intento de liberar a Han
Solo —añadió Jabba a media voz—, entonces trabajarás para
mí durante un año… ¡fregando las letrinas reales en compañía
de los droides de limpieza!
El hutt estalló en carcajadas.

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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar

***
Dengar regresó a Mos Eisley al amanecer, planeando trasladar
su nave al palacio de Jabba, donde resultaría útil en caso de
ataque rebelde.
Pero quedó confundido al entrar en la nave y descubrir que
Manaroo no estaba. Realizó una búsqueda superficial y
descubrió que nunca había regresado de la cantina. En la
cantina, el camarero dijo que ella se dedicó a bailar por unos
cuantos créditos, y luego «desapareció».
Dengar sopesó las noticias, y luego recordó el attanni que
Manaroo le había dado. Regresó a la nave, insertó el
dispositivo en su enchufe craneal, y luego cerró los ojos,
tratando de ver lo que ella veía, escuchar lo que ella escuchaba.
Pero el attanni sólo le proporcionó un suspiro de estática.
Dengar dejó el dispositivo conectado y voló a escasa altura
sobre la ciudad siguiendo un rápido patrón de búsqueda, pero
en ningún momento recibió su señal, así que se dirigió de
vuelta al palacio de Jabba y posó el Castigador Uno en los
hangares seguros de Jabba.
Durante todo el viaje de vuelta al palacio, estuvo pensando en
Manaroo y se preguntó qué habría sido de ella. Descubrió que
había llegado a acostumbrarse a su presencia, incluso pensó
que se sentía confortado por ella. Una vez, hacía tan sólo unas
pocas noches, ella había pedido saber cuál era la otra emoción
que el Imperio le había dejado, aparte de su furia y su
esperanza, y él se había negado a decírselo. Soledad.
Su soledad no servía a ningún propósito en los designios del
Imperio, o al menos no lograba imaginar cómo podría llegar a
servir. Dengar ni siquiera estaba seguro de que le hubieran
LSW 179
Dave Wolverton

dejado con esa capacidad a propósito. Tal vez cuando


extirparon el resto del hipotálamo ni siquiera eran conscientes
de lo que dejaban todavía en él.
Pero a lo largo de los años, Dengar sintió que no era la furia
ni la esperanza lo que había llegado a definirle, sino su
soledad, su certeza de que en ningún lugar de la galaxia
encontraría alguien que lo amara, o que lo aceptara.
No fue hasta que estaba de camino de regreso al salón del
trono de Jabba que Dengar sintió súbitamente una
estremecedora oleada de temor. Cerró los ojos y escuchó con
otros oídos.
—Tienes que bailar lo mejor que puedas para Jabba —estaba
diciendo una mujer obesa—. Conseguirá su entretenimiento de
un modo u otro. Si no le gusta cómo bailas, obtendrá gran
placer viéndote morir.
Dengar observó a la mujer gorda a través de los ojos de
Manaroo, vio a otras tres bailarinas de diversos mundos, todas
ellas descansando en bancos oscuros. Estaban en una celda
que olía a humedad, con gruesos barrotes de acero. El aire se
sentía fétido, y uno de los guardias de Jabba hacía la ronda
fuera de la ventana de la puerta, asomando ocasionalmente su
hocico entre los barrotes para mirar lascivamente a las
bailarinas.
—¿Y si le gusta cómo bailo? —preguntó Manaroo.
—Entonces te mantendrá por más tiempo. Tal vez incluso te
libere.
—Ah, no trates de darle esperanza —dijo otra mujer desde un
banco alejado—. Eso sólo ocurrió una vez.
La bailarina gorda se volvió hacia ella.
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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar

—¡Pero ocurrió!
—Mira, chica… —dijo la otra bailarina desde el extremo
opuesto de la habitación—.
O bailas bien, o mueres.
—Pero ya bailé para Jabba —dijo Manaroo—, cuando me trajo
el esclavista.
—Entonces has pasado la audición —dijo la mujer gorda—. Ya
es algo.
Dengar se quitó el attanni y lo colocó en el fondo de su
pistolera, bajo su bláster.
Jabba era una criatura exigente. Una vez que había pagado
dinero por algo —ya fuera un esclavo o un cargamento de
droga— se tomaba realmente mal perder ese algo. Y el hutt
obtenía un gran placer atormentando a los demás. Así como
Dengar no sentía la diferencia entre el bien y el mal, el hutt
obtenía placer del mal.
Dengar sabía que no podría recuperar a Manaroo sin luchar.
Entrecerró los ojos y pensó en el hutt, tratando de imaginarse
a Jabba con cabello castaño oscuro y complexión larguirucha.
Pero incluso con el mayor esfuerzo de la imaginación, no podía
encontrar gran cosa que sirviera como semejanza entre Jabba
el hutt y Han Solo.
—Oh, bueno —gruñó Dengar—. Simplemente tendré que
matarlo de todas formas.

***
Afortunadamente, Dengar pronto descubrió que muchos de los
secuaces de Jabba tenían motivos para conspirar contra su
amo. En tres días, Dengar pudo proporcionar a uno de los
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Dave Wolverton

secuaces de Jabba, el quarren Tessek, una bomba. Dengar la


fabricó a partir de armas almacenadas en su nave, y la hizo lo
suficientemente grande como para poner en órbita el cadáver
hinchado de Jabba. La entrega de la bomba fue sencilla, ya que
solo tenía que dársela a uno de los servidores más dignos de
confianza de Jabba, el jefe de garaje, Barada.
Desafortunadamente para Dengar, Jabba se enteró del complot
antes de que la bomba estuviera siquiera terminada. Siguiendo
el consejo casi clarividente de Bib Fortuna, quien aseguró a
Jabba que Dengar estaba haciendo una bomba, Jabba encargó
a Boba Fett que vigilara a Dengar.
Boba Fett estuvo a la altura de la tarea. Un microtransmisor
colocado en una de las fundas de Dengar fue suficiente.
Cuando Dengar entregó la bomba a Barada, sus palabras
dieron prueba de la conspiración.
—¿Quiere que retire la bomba? —preguntó Boba Fett cuando
informó al hutt de que había descubierto el complot.
El hutt soltó una carcajada, una risa profunda y gutural que
sacudió su gran panza.
—¿Me privarías de mi diversión? No, haré que desactiven la
bomba, y me aseguraré de que Tessek esté conmigo cuando
se suponga que deba explotar. Disfrutaré viendo cómo se
estremece. En cuanto a Barada… Haré que espere su castigo
durante algunas semanas.
—¿Qué hay de Dengar? —preguntó Boba Fett—. No puede
jugar con él. Es demasiado peligroso.
Jabba entornó sus inmensos ojos oscuros y miró fijamente a
Boba Fett.

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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar

—Dejaré que seas tú quien le castigue, pero no le proporciones


una muerte fácil. — La expresión de Jabba se iluminó, y abrió
los ojos de golpe—. ¡Hace ya mucho tiempo que no dejo que
alguno de mis enemigos sienta el mordisco de los Dientes de
Tatooine!
Boba Fett asintió brevemente con la cabeza. —Como desee, mi
señor.

***
Aquel fue un día ajetreado para Dengar. Los cirujanos que lo
habían operado hacía tanto tiempo habían extirpado su
capacidad de sentir miedo, pero en ciertos momentos extraños
descubría que se movía con un poco más de energía y que su
corazón latía de manera irregular. Sabía que era sólo un
fantasma de lo que los demás sentían cuando temían, pero lo
encontraba estimulante. La bomba en el esquife de Jabba iba
a explotar temprano al día siguiente, por lo que Dengar se
preocupó esa noche cuando los planes cambiaron
repentinamente.
Dengar había estado descansando en su habitación cuando
Luke Skywalker apareció de repente en el palacio de Jabba e
intentó rescatar a Han Solo. Jabba frustró el intento del joven
Jedi y lanzó a Skywalker a un pozo con el monstruo mascota
de Jabba, el rancor. Skywalker sorprendió a todos al matar a la
bestia.
El sonido del grito de muerte del rancor sacudió el palacio,
despertando a Dengar, quien se apresuró a acudir al salón del
trono de Jabba y alcanzó la parte superior de una pequeña
escalera a tiempo para escuchar la sentencia pronunciada
LSW 183
Dave Wolverton

sobre Han Solo y sus amigos. Morirían en la Gran Fosa de


Carkoon.
El palacio se convirtió en un manicomio. Los secuaces de Jabba
corrían de un lado a otro recogiendo armamento y preparando
vehículos. Dos guardias gamorreanos subieron
apresuradamente las escaleras junto a Dengar.
—¿Por qué nosotros necesitar prisa? —gruñó uno.
El otro guardia le dio un cachetazo y lo lanzó tambaleándose
contra una pared.
—¡Idiota! Nosotros no querer rebeldes venir. ¡Si ellos descubrir
Jabba quiere matar Skywalker y Leia, nosotros tener gran
pelea!
Dengar buscó a Tessek en la multitud de abajo, tratando de
detectar los tentáculos de la boca del quarren de piel gris,
preguntándose si esto cambiaría sus planes.
Pero algunos de los hombres de Jabba ya parecían tener al
Quarren bajo arresto. Estaban de pie detrás de él, muy cerca,
y Dengar sólo podía escuchar fragmentos de conversación.
Tessek le suplicaba a Jabba por su vida.
Poco después, Jabba ordenó al Quarren que hiciera sus maletas
para marcharse, y Tessek se escabulló por una salida en la
pared del fondo.
Dengar retrocedió agachado hasta el pasillo, ocultándose en la
seguridad de las sombras. ¿Había encontrado Jabba la bomba?
Obviamente, Jabba sospechaba algo…
Pero el hutt no había matado a Tessek, y tampoco había
enviado guardias tras Dengar. Así que Jabba no podía haber
tenido pruebas de la traición. Lo que sugería que el hutt

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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar

simplemente había oído rumores sobre sus planes. O tal vez


Jabba tenía alguna otra razón para amenazar a Tessek.
Sin embargo, Dengar no quería estar por allí en ese momento.
Si Jabba encontraba esa bomba, rodarían cabezas. Dengar no
quería que su cabeza fuera una de ellas.
Todavía había tiempo para escapar. Bien podría ser que Jabba
no descubriera la bomba en absoluto, y si ese fuera el caso,
podría estar en el esquife o cerca de él cuando éste explotase.
El complot todavía podría tener éxito. En cualquier caso, tanto
si tenía éxito como si fracasaba, lo haría sin esfuerzos
adicionales de Dengar.
Pero si Jabba encontraba la bomba demasiado pronto…
Dengar decidió que ese podría ser un buen momento para ir a
Mos Eisley a pasar el día. Si su plan funcionaba, Jabba moriría.
Si no… Dengar aún podría escapar.
Dengar regresó a su diminuta habitación y comenzó a arrojar
su ropa y sus armas en una bolsa. Entre sus efectos encontró
el attanni. No podía contactar con Manaroo con eso… pero
Dengar podía recibir imágenes, sonidos, emociones.
Y mientras miraba el dispositivo, recordó el hambre que
Manaroo había sentido por su presencia, sus temores por su
propia vida. A veces se preguntaba cómo ella podía sentir algo
por él. Tal y como él se veía a sí mismo, estaba quebrantado,
no merecía la atención de la muchacha. Sin embargo, ella se
había quedado a su lado incluso después de haber rescatado
a sus padres. Sentía que no le quedaba nada más que ofrecerle,
excepto quizás una falsa sensación de seguridad.
Y al salir corriendo ahora, le estaría negando incluso eso.
Se desenvolvió el cuello y atornilló el attanni en su enchufe.
LSW 185
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Y lo que vio lo sorprendió. Manaroo se estaba vistiendo para


una actuación, poniéndose unas mallas de un material fino de
color violeta suave, y una blusa que revelaba sus amplios
pechos. Rebuscó en un cubo de instrumentos musicales —
tambores, campanas, platillos— tratando de encontrar algo
exótico, y decidió tomar una flauta dorada. Tocarla mientras
bailaba resultaría difícil, y tocarla mal sería tentar al destino.
Pero Manaroo iba a bailar con su vida en juego, y necesitaba
impresionar al hutt.
Le habían ordenado que bailara ante Jabba, y todo el mundo
de la sala sabía que estaba de mal humor porque el rancor
había muerto. Las demás bailarinas estaban sentadas,
acurrucadas en la esquina opuesta, y lanzaron a Manaroo
miradas compasivas.
Lo que sorprendió a Dengar fue el estado de ánimo de la mujer.
Estaba casi paralizada por el miedo y no le quedaba otro
remedio que poner su confianza en sus habilidades. Esos
sentimientos se posaban firmemente en el fondo de su mente.
Y, en primer término, Manaroo se estaba concentrando,
efectuando juegos mentales para tratar de reafirmar su
resolución. Al igual que Dengar se mentalizaba a sí mismo
antes de un asesinato imaginándose que estaba matando a
Han Solo, Manaroo estaba realizando juegos similares en su
propia mente.
Visualizaba el salón del trono de Jabba, pero en lugar de estar
Jabba en el trono, imaginaba que era Dengar quien estaba allí.
Él la miraba fijamente, exclamando «¡Baila, baila por tu vida!»
como si se tratara de una inmensa broma.

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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar

Y en su ensoñación, Manaroo bailaba amorosamente, con el


corazón. Imaginó que todos sus movimientos, practicados
durante años, todos sus giros y florituras estaban dedicados a
Dengar. Cada uno de ellos había sido concebido y preparado
para el hombre que amaba, el hombre con cuya mente
esperaba unir algún día la suya, para que se convirtieran en
una sola. Y en su imaginación, mientras bailaba grácilmente
ante Dengar, ella susurraba: «Si tanto te complazco, mi señor,
mi amor, ¿por qué no me complaces a cambio? ¿Por qué no te
casas conmigo?».
Dengar se arrancó el attanni, asombrado, y supo que no podía
marcharse en ese momento. Las potentes sensaciones que le
habían invadido cuando estaba conectado actuaron como una
brújula moral, diciéndole qué hacer. Y como Han Solo, que a
menudo parecía padecer deseos de morir, Dengar supo que
tendría que enfrentarse a la tormenta.
Tenía que salvarla, ¿pero cómo?
Dengar estaba sorprendido de que ella se estuviera
preparando para una actuación en ese momento, mientras el
palacio estaba presa de tal confusión, e inmediatamente se dio
cuenta de que tendría que planear una distracción. Ir a ciegas
al salón del trono y tratar de matar al hutt sería una locura,
pero en los últimos días habían tenido lugar dos asesinatos en
el palacio.
Ambos incidentes se habían investigado a conciencia y
causaron una gran conmoción durante varias horas. Unas pocas
horas era todo el tiempo que Manaroo necesitaba. Un
asesinato aleatorio parecía oportuno. Entre los matones que

LSW 187
Dave Wolverton

Jabba tenía en nómina no faltaban víctimas que se lo


merecieran.
El problema se resolvió con bastante facilidad. Dengar
simplemente subió a una sala de guardia y arrojó una granada.
En la cacofonía general del palacio, pocas personas advirtieron
siquiera el incidente, pero la posterior investigación tomo gran
parte de la tarde, y el ánimo del hutt se iluminó
considerablemente después de ver la carnicería que la granada
de Dengar había causado en un pobre guardia gamorreano.
Así que fue un gran shock cuando Jabba finalmente alzó la
mirada de los restos del guardia y un brillo frío iluminó sus
ojos.
—Estoy hambriento —bramó—. ¡Traedme comida, y convocad
a mi bailarina! ¡Que todo el mundo se reúna en la gran sala!
¡Esta noche tendremos fiesta, y no aceptaré más
interrupciones!

***
Las noches eran cortas en Tatooine, y pocos las pasaban
durmiendo, porque era un tiempo para refugiarse del calor
abrasador del día.
De modo que bien avanzada la velada Dengar estaba sentado
en el salón del trono, aguardando el baile de Manaroo. Llevaba
puesto el attanni, y escuchaba los pensamientos de Manaroo.
Su mente estaba como anestesiada ante el pensamiento del
baile que la esperaba, y se estaba preparando
apresuradamente, tratando de tranquilizar su respiración, de
calmarse.

LSW 188
Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar

En el gran salón los músicos habían comenzado a reunirse, y


sirvientes traían rebosantes bandejas de comida. El hutt atrapó
algunas cosas escurridizas de una caja y se las arrojó en la
boca, y luego bramó reclamando a su bailarina.
Fue entonces cuando Dengar se dio cuenta de su error. Esa
noche el hutt se sentía sediento de sangre, y la visión del
guardia gamorreano muerto, lejos de distraerlo, lo había
alterado aún más. Han Solo y los demás morirían, pero Jabba
no era una criatura paciente. No esperaría para obtener sangre.
Por eso llamaba a Manaroo.
Dengar aflojó su bláster pesado en su funda y se preguntó qué
hacer. Matar a Jabba sería difícil. Los hutts tenían pieles muy
gruesas, y podría necesitar varios disparos de su blaster.
Dengar no estaba seguro de poder tener la ocasión de efectuar
esos disparos. La sala estaba llena de cientos de secuaces y
sirvientes de Jabba, todos reunidos para una última fiesta
salvaje, ya que muchos temían que al amanecer estarían
luchando contra la Alianza Rebelde. Así que los músicos
interpretaron su melodía con aire frenético, y los secuaces se
dieron un festín como si esta breve comida fuera la última de
sus vidas.
Mientras Dengar esperaba que Manaroo hiciera su aparición,
Boba Fett se acercó a su mesa, pavoneándose, llevando una
larga jarra verde de licor twi’lek.
—¿Tomas un trago conmigo? —preguntó Boba Fett.
Normalmente, Boba Fett era un individuo muy reservado.
Nunca buscaba la compañía de otras personas, y al principio
Dengar quedó confuso por la petición. Pero casi todas las

LSW 189
Dave Wolverton

demás mesas estaban llenas, por lo que la petición no parecía


fuera de lugar.
—Claro, siéntate —dijo Dengar, acercándole de una patada
una de las sillas.
Boba Fett se sentó, dejó la jarra sobre la mesa, e indicó a un
joven criado que le trajera unos vasos.
—Te he estado observando —dijo Boba Fett, y los micrófonos
de su casco hicieron que su voz sonara antinaturalmente fuerte
y grave mientras hablaba para hacerse oír por encima del ruido
de las celebraciones—. No eres como los demás de por aquí
—señaló a los secuaces que se atiborraban en las otras
mesas—, dado a los excesos. Me gusta eso en un hombre.
Pareces frío, competente, profesional.
—Gracias —dijo Dengar, inseguro de a dónde querría ir a
parar.
—Mañana por la mañana, Han Solo muere —afirmó Boba Fett.
—Sé que está programado, pero no estoy seguro de que Jabba
pueda llevarlo a cabo —repuso Dengar, poco dispuesto a
admitir que, muy probablemente, su némesis Han Solo sufriría
una muerte innoble al alba. Parecía una forma demasiado fácil
de marcharse. En una mesa cercana, dos de los secuaces de
Jabba comenzaron a cantar una estridente canción de
borrachos.
—Me iré después de la ejecución —dijo Boba Fett, más alto—
. Tengo un trabajo… un trabajo importante. Más de lo que un
solo hombre puede abarcar. Pero las recompensas son
desmesuradas. ¿Te interesa?
—¿Por qué debería confiar en ti? —preguntó Dengar con aire
ausente. A través de su attanni, podía ver que Manaroo estaba
LSW 190
Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar

siendo sacada de su celda. Un guardia gamorreano la estaba


empujando a través de un pasadizo estrecho que la conduciría
al trono de Jabba—. Pusiste una bomba en mi nave. Ya me has
traicionado una vez.
Boba Fett se irguió ligeramente en su silla, como si estuviera
sorprendido por la acusación.
—Eso fue cuando estábamos en el negocio como
competidores. Esta vez, estaríamos en el negocio como socios.
Además, permití que siguieras con vida.
—Ciertamente fue muy amable por tu parte. Es por eso que, a
cambio, no he tratado de matarte —dijo Dengar.
Boba Fett soltó una risita, un sonido muy perturbador
simplemente por el hecho de que era algo que Dengar nunca
había escuchado antes. Boba Fett inclinó la cabeza hacia atrás,
y las luces del palacio brillaron en su visor como estrellas.
—Tú y yo somos muy parecidos. ¿Qué me dices? ¿Socios?
Dengar estudió a Boba Fett. Era un hombre cuidadoso, un
hombre peligroso merecedor de su reputación. Y Dengar
estaba escaso de fondos. Asintió ligeramente.
—Socios, supongo. Háblame más de ese trabajo.
Dengar se inclinó hacia delante como si estuviera interesado
en hablar con Boba Fett, pero en realidad estaba mirando hacia
la zona iluminada ante el trono de Jabba.
Manaroo acababa de salir desde detrás de una cortina, y ahora
estaba inmóvil, parpadeando, tratando de dejar que sus ojos
se ajustaran a las brillantes luces del escenario tras haber
pasado días en las mazmorras. Su corazón martilleó con miedo
cuando los músicos comenzaron a atacar otra melodía, y se
volvió hacia su líder, rogándole que aguardara un instante.
LSW 191
Dave Wolverton

—Convenido —dijo Boba Fett—. Humedezcamos las lenguas


mientras discutimos nuestros planes. He traído un reserva que
creo que te sorprenderá. Ya debería haber alcanzado la
temperatura adecuada.
Abrió el contenedor verde y sirvió el licor en dos vasos.
Durante un instante, Dengar se atrevió a imaginarse que
finalmente lograría ver lo que se ocultaba detrás del visor de
Boba Fett, pero el guerrero simplemente extrajo una larga
pajita desde detrás del visor y la introdujo en el vaso. Luego
comenzó a sorber.
Al verlo, Dengar comenzó a preguntarse si acaso todos los
rumores acerca de la paranoia de Boba Fett podrían ser
verdad. Si tal era el caso, entonces en el pasado su enfermedad
le había hecho un buen servicio. La gente pagaba a Boba Fett
para ser paranoico. Trabajar con él sería interesante.
Hasta que Dengar no vio que Boba Fett había bebido el licor
con seguridad, no tomó un trago también él. Era una bebida
seca, picante en boca y de aroma ligeramente dulce. Dengar la
encontró bastante agradable.
Más abajo, junto al trono, los músicos comenzaron a tocar la
melodía de una danza. Dengar descubrió que sus manos
temblaban al compartir el miedo de Manaroo, y supo que
necesitaría templar sus nervios en caso de que tuviera que abrir
fuego sobre Jabba. Bebió medio vaso de un trago.
—Eh, cuidado —dijo Boba Fett—, no tan rápido. Esto es más
potente de lo que te imaginas.
Dengar asintió, ausente. Abajo, en la pista de baile, Manaroo
giraba por la habitación, tocando una flauta dorada mientras
saltaba, y Jabba se inclinaba hacia delante y la estudiaba con
LSW 192
Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar

avidez, como si fuera uno de los insectos que se retorcían en


su bandeja de comida. El hutt abrió la boca, ligeramente
apenas, y se lamió los labios con su horrible lengua.
Dengar se inclinó más, con el corazón latiendo con fuerza. En
la pista de baile, Manaroo daba vueltas sin parar, tocando su
flauta con deliberado frenesí, y Dengar sintió que la habitación
comenzaba a girar a su alrededor. Puso ambas manos sobre la
mesa para evitar caer hacia delante, y descubrió que sus
párpados parecían tremendamente pesados. Se esforzó por
mantener los ojos abiertos, y cada vez que los cerraba veía la
habitación tal como la veía Manaroo, dando vueltas, con
rostros atentos estudiándola.
—¿Te encuentras bien? —preguntó Boba Fett, con voz que
sonaba distante y amortiguada.
—Tengo… que liberar a Manaroo —murmuró Dengar, y trató
de ponerse en pie. Sintió como si tuviera las piernas atadas a
la silla, y se preguntó cómo podía sentirse tan débil—. Licor…
¿veneno…?
Llevó la mano hacia su bláster. Sus parpados se cerraron por
sí solos, y vio cómo la sala daba vueltas, mientras sonaba el
antinatural sonido estridente de la flauta que Manaroo estaba
tocando.
Cuando abrió los ojos, Boba Fett estaba allí, a su lado,
sosteniendo en pie a Dengar, ayudándolo a sacar el bláster de
su funda. Dengar sentía sus manos demasiado pesadas,
demasiado grandes y carentes de coordinación para una tarea
tan delicada, y agradeció la ayuda de Boba Fett para liberar el
bláster de su funda.

LSW 193
Dave Wolverton

—Veneno no —dijo Boba Fett, y Dengar tuvo que concentrarse


para escucharle sobre el ruido del gran salón y el estridente
sonido de la flauta—. Sólo drogado… en el borde de tu vaso.
Jabba tiene en mente algo especial para ti. Vas a sentir los
Dientes de Tatooine.
Dengar dio un paso en falso, derribando su propia mesa. Por
todo el salón del trono, la música se detuvo y todos se giraron
para observarlo. El propio Jabba se rio alegremente, con ojos
brillantes al ver cómo Dengar se esforzaba por avanzar, con la
esperanza de disparar al monstruo.
Alguien colocó un pie para hacer tropezar a Dengar, y éste
aterrizó en el suelo, donde rodó sobre su espalda. Se escuchó
un grito y un aplauso, y uno de los matones de Jabba alzó su
copa brindando por Dengar, y la gente aplaudió. El pequeño y
molesto Salacious Crumb, con su aspecto de roedor, había
trepado hasta el borde de la mesa volcada y se reía
escandalosamente de Dengar.
—¡Desquite! —exclamó Manaroo desde la pista de baile.
Dengar estaba seguro de haber escuchado su grito con tanta
claridad sólo porque llevaba puesto el attanni.
Vio a través de sus ojos cómo trataba de correr hacia él entre
la multitud, pero uno de los guardias gamorreanos de Jabba la
agarró de los brazos y la arrojó de nuevo a la pista de baile
con un gruñido. El corazón de Manaroo martilleaba presa del
pánico.
Entonces los ojos de Dengar se cerraron por decisión propia,
y todo se volvió negro.

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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar

Cuatro: Los Dientes de Tatooine

Dengar se despertó bajo los soles abrasadores de Tatooine


justo después del amanecer. El suelo se estaba calentando.
Dengar podía sentir que una pequeña criatura del desierto con
un duro caparazón se había arrastrado debajo de su cuerpo,
buscando refugio del día que se avecinaba entre las sombras
y las rocas.
Dengar abrió los ojos y miró a su alrededor, todavía aturdido.
Estaba en un cañón ancho, tendido en la planicie del desierto,
una llanura estéril de roca de color blanco verdoso, erosionada,
tal vez incluso pulida, por el viento. Sus manos y pies estaban
atados mediante tres cuerdas, todas ellas tirantes y sujetas
firmemente a la roca, para que no pudiera moverse. Las
correosas cuerdas estaban ligeramente húmedas, diseñadas
para encogerse con el calor del sol, tirando de él con más
fuerza.
No había señales de una nave cercana, ni guardias, ni siquiera
un droide para registrar la muerte de Dengar. No había canto
de insectos ni llamada de animales salvajes, solo el constante
soplo del viento sobre la roca.
Dengar se lamió los labios. Parecía que Jabba tenía la intención
de dejarlo morir de deshidratación, una muerte que no era
particularmente atractiva ni particularmente desagradable…
comparada con otras muertes. Dolorosa, pero nada
extraordinaria.
Dengar reflexionó al respecto. Recordó el anuncio de Boba
Fett: Los Dientes de Tatooine. Pero, ¿qué eran los dientes de
un planeta? ¿Sus picos montañosos? Eso parecería lógico,
pero Dengar estaba lejos de las montañas.
LSW 195
Dave Wolverton

Así que tenía que ser un animal. Había relatos de dragones en


el desierto, criaturas grandes y malvadas. Dengar observó el
horizonte, tanto por tierra como por aire, en busca de signos
de tales bestias, y lentamente puso a prueba sus ataduras.
Dengar era más fuerte de lo que la mayoría de la gente suponía
al verlo. Pero las correas que lo sujetaban eran más que
adecuadas. Inhaló profundamente, saboreando sales minerales
en el aire y comenzó a trabajar vigorosamente para liberarse.
Dengar cerró los ojos después de probar a fondo cada atadura,
y reflexionó. Ya había amanecido, y si Jabba había cumplido su
promesa, entonces Han Solo y sus compañeros ya eran historia,
sufriendo una interminable muerte al ser ingeridos por el
poderoso sarlacc en la Fosa de Carkoon. Dengar se sintió vacío
ante el pensamiento. El Imperio había eliminado la mayor parte
de los sentimientos de Dengar. Le habían dejado con pocos
compañeros: su furia, su esperanza, su soledad.
Al pensar en la muerte de Han, Dengar se sintió como a la
deriva, más solo que nunca en el inmenso vacío. Durante
incontables años, atrapar a Han había sido su único objetivo,
su única razón de ser. Sin Han, no parecía quedar ningún
motivo para existir. Excepto Manaroo. Y él ya no estaba seguro
de que ella estuviera viva. Recordó su terror, en ese último
momento antes de que perdiera el conocimiento. Estaba
segura de que Jabba pretendía matarla.
Dengar la lloró. En los momentos en que había tocado la mente
de Manaroo, Dengar casi supo lo que era ser humano otra vez.
Casi había sabido lo que era estar completo. Algún día,
imaginaba, con su ayuda, podría haber aprendido de nuevo a
amar y a reír.
LSW 196
Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar

Pero si ella ya no estaba muerta, estaría languideciendo en una


de las celdas de Jabba, condenada a una muerte temprana.
Dengar comenzó a esforzarse aún más.
En cuestión de instantes estuvo sudando profusamente, y logró
frotar la piel de su muñeca izquierda hasta que la sangre
empezó a fluir de ella. Aun así, las cuerdas no habían
comenzado a debilitarse.
Dengar dejó de molestarse con la muñeca y comenzó a trabajar
en su pie izquierdo. Allí, las sogas estaban atadas sobre sus
botas blindadas, proporcionando cierta protección a sus
piernas. Los cirujanos imperiales habían potenciado los reflejos
de Dengar, le habían dado una fuerza superior. Pero no podía
mover demasiado su pierna para dar una patada con fuerza, e
incluso después de una hora no había logrado romper ninguna
cuerda ni soltar una sola de las sogas del tornillo que las
sujetaba a la roca.
De hecho, todo su trabajo sólo logró provocar más rozaduras
en sus muñecas, de modo que la sangre manó más
profusamente.
Un fuerte viento matutino comenzó a soplar, levantando arena
por toda la amplia llanura. Nubes de polvo se formaron en la
distancia bajo los pies de Dengar; sucias franjas grises que
llenaban el cielo como niebla o nubes de tormenta. Estaban a
kilómetros de distancia, pero él podía verlas rodando hacia él,
amenazantes.
Cerró los ojos un instante, tratando de evitar que les entrara
arena, y recordó que uno de los secuaces de Jabba mencionó
un lugar no lejos del palacio, un lugar llamado Valle del Viento.

LSW 197
Dave Wolverton

No tenía ninguna duda de que estaba allí ahora. Un


pensamiento reconfortante, porque al menos sabía que estaba
cerca del Palacio de Jabba; tal vez podría encontrar reservas
de agua avanzando a pie, si tan solo pudiera liberarse.
Al otro lado de la depresión, Dengar oyó un rugido lastimero.
Se giró hacia un lado y vio un bantha peludo que corría
ferozmente y se dirigía hacia él. Tres moradores de las arenas
cabalgaban sobre su espalda, detrás de sus retorcidos cuernos,
y en cuestión de instantes los moradores de las arenas se
encontraron a su lado.
Dos de ellos descendieron y caminaron hacia él, con las armas
listas, mientras que el otro se quedó en el bantha, atento a
cualquier señal de emboscada.
Dengar había escuchado historias sobre los moradores de las
arenas, cómo caían sobre los viajeros y los mataban, solo para
recolectar el agua de sus cadáveres. De hecho, los dos que se
cernían sobre Dengar emitían extraños sonidos de succión,
silbando en su propia lengua, y Dengar recordó cuentos más
tétricos, que insinuaban que los moradores de las arenas, para
mostrar su desprecio por los cautivos, ataban a sus prisioneros
e insertaban largos tubos metálicos en sus cuerpos, para luego
beber de sus prisioneros mientras estos aún vivían.
Pero Dengar no había hecho nada para ganarse semejante falta
de respeto de estos moradores de las arenas, por lo que no se
sorprendió cuando simplemente se sentaron a su lado, junto a
su cabeza, viéndolo morir.
Durante una larga hora permanecieron sentados mientras los
vientos soplaban cada vez más fuerte. Dengar los observó y al
cabo de un rato reanudó sus esfuerzos. Los moradores de las
LSW 198
Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar

arenas meramente lo observaron con mórbida curiosidad,


como si esta fuera su forma de entretenimiento.
Pero él sabía que estaban esperando a que muriera para poder
cosecharlo.
Dengar miró sus caras envueltas, las púas cosidas en sus ropas,
y pensó que parecían dientes. Se preguntó si los moradores de
las arenas lo matarían, si esto era lo que Boba Fett había
querido decir con «los Dientes de Tatooine».
Pero la mañana se hizo más calurosa, los vientos se secaron y
soplaron con más fuerza, y las arenas pesadas comenzaron a
volar por el aire. Y de repente Dengar recordó algo más sobre
el Valle de los Vientos. Algo sobre «mareas de arena». Era
inusual que Dengar olvidara algo. Las drogas mnemióticas que
el Imperio le había suministrado se aseguraban de eso. Dengar
sólo había tenido dificultades para recordar lo que se había
dicho porque era parte de una conversación entre otras dos
personas, y su atención se había dirigido a otra parte en ese
momento, pero ahora lo recordaba. El Valle de los Vientos
estaba ubicado entre dos desiertos, uno alto y fresco, el otro
más bajo y más caliente. Cada día, los vientos soplaban
ascendiendo por las laderas mientras el aire caliente se elevaba
de un desierto, y por la noche el aire fresco regresaba con gran
fuerza.
En cada desierto había dunas de depósitos de arena, que se
levantaban con el aire, recorriendo la piedra, para volver a
depositarse cada mañana y cada noche.
El viento se levantó y sopló más ferozmente. Dengar estaba
sudando, y su boca estaba reseca. Podía sentir una fiebre
ardiente en camino. La arena soplaba a través del valle con tal
LSW 199
Dave Wolverton

fuerza que ya no podía mantener los ojos abiertos. Hacerlo,


aunque fuera por un instante, los dejaba ardientes y arenosos.
Después de una ráfaga de viento devastadora, donde
pequeñas rocas golpearon a los moradores de las arenas, el
bantha rugió de dolor y se puso en pie trabajosamente, luego
se dio la vuelta como para marcharse del lugar, y los moradores
de las arenas comenzaron a seguirlo, vacilantes, como si fuera
su líder dando una orden indeseable.
Uno de los moradores de las arenas se detuvo junto a Dengar,
sacó un largo cuchillo y comenzó a serrar una de las cuerdas
que sujetaba a Dengar al suelo. Los otros dos ya habían
montado, y uno de ellos gruñó a su compañero,
interrogándolo.
La criatura que estaba serrando las cuerdas se puso de pie y
comenzó a sisear una respuesta, haciendo movimientos de
apuñalamiento hacia Dengar, como diciendo: «¿Por qué
debemos esperar a que muera? Matémoslo ya y acabemos con
esto».
Pero el que ya estaba montado clavó un dedo en el aire,
señalando a lo lejos, más allá de los pies de Dengar, mientras
decía algo entre siseos. Dengar sólo entendió una palabra de
su respuesta: Jabba. Si lo matas ahora, Jabba se enfurecerá.
El morador de las arenas que con el cuchillo se estremeció ante
esas palabras y quedó inmóvil junto a Dengar durante un
instante. El bantha rugió de nuevo, y el morador de las arenas
envainó el largo cuchillo y saltó sobre su lomo. En cuestión de
instantes ya se habían marchado.

LSW 200
Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar

El viento continuaba ganando intensidad. La arena que volaba


con él cubría el mundo como una mortaja sucia y gris. Emitía
un silbido lastimero, como si hablara con voz propia.
Dengar observó la cuerda que había sido cortada. Era una de
las ataduras que sujetaban su mano derecha. Dengar la rodeó
con sus dedos y comenzó a tirar de la atadura, con la esperanza
de que se soltara, pero poco después se echó hacia atrás,
exhausto.
Entonces el viento sopló con fuerza, agitándose sobre la tierra
con un grito, y la arena lo cortó salvajemente. Una pequeña y
afilada esquirla de roca silbó en el aire, cortando el puente de
la nariz de Dengar como un trozo de vidrio. Otra esquirla se
clavó en su bota. Una tercera esquirla golpeó una de las
cuerdas en su muñeca derecha haciendo que vibrara, y
entonces Dengar comprendió lo que estaba pasando.
Los Dientes de Tatooine. Esquirlas de piedra y trozos de arena
comenzaron a aullar en el aire. Dengar se esforzó por volver la
cabeza, apartándola del aullante viento. El cielo sobre él se
estaba oscureciendo bajo el peso de la tormenta de arena. Los
soles colgaban del cielo como dos brillantes orbes de
penetrante luz.

***
Y Dengar recordó algo, un recuerdo que parecía muy antiguo,
profundamente enterrado.
Recordó la sala de operaciones donde los cirujanos imperiales
trabajaron en él. Tenía los ojos cubiertos por gasa, pero había
dos resplandecientes luces brillando sobre su cara, y recordó
a los doctores insertando sondas en su cerebro.
LSW 201
Dave Wolverton

Recordó sentir lástima, una profunda sensación de lástima, y


alguien que decía: —¿Lástima? ¿Quieres eso?
—Por supuesto que no —respondió otro doctor—. No
queremos eso. Quémalo.
Hubo un instante de silencio, un sonido siseante, y el olor de
la carne quemada cuando los doctores quemaron esa parte de
su hipotálamo.
Entonces llegó el amor, una sensación que le llenó el corazón
y le hizo querer alzarse flotando en el aire.
—¿Amor?
—No lo necesitará.
El siseo, el aroma de la carne quemada.
La ira lo inundó.
—¿Furia?
—Déjala.
Casi de inmediato, sintió una profunda sensación de alivio.
—¿Alivio?
—Oh, no sé. ¿A ti qué te parece?
Dengar quiso decir algo, quiso decirles que le dejaran en paz,
pero su boca no funcionaba. Sólo era capaz de ver los orbes
gemelos a través de la gasa.
—Quémalo —dijeron ambos doctores al unísono, y entonces
rieron, como si se tratara de un juego.
El recuerdo se desvaneció, y Dengar quedó yaciendo solo en
la arena. Recordó las promesas que le hicieron sus oficiales
imperiales. Cuando probase su valía para el Imperio, dijeron
que lo restaurarían y le devolverían su capacidad de sentir. Era
una promesa que nunca había tenido sentido y, sin embargo,

LSW 202
Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar

Dengar siempre había esperado que pudieran hacerlo, siempre


había vivido encarcelado por su esperanza.
Pero ahora se daba cuenta de que lo habían dejado con la
capacidad de sentir esperanza sólo para poder controlarlo,
para mantenerlo en su lugar.
Dengar luchó contra las ataduras que lo mantenían sujeto.
Algunas de las esquirlas de rocas golpeaban las cuerdas,
haciéndolas vibrar, rajándolas, y Dengar sólo esperaba que
pudieran cortar una cuerda o dos antes de que lo cortaran en
tiras.
Un fastidioso guijarro lo golpeó sobre el ojo izquierdo, y
Dengar gritó de dolor. Pero estaba solo en el desierto y el
rugido del viento se tragó su voz.
Entonces el rugido resonó con más fuerza. Sobre su cabeza se
escuchaba el trueno de unos motores subespaciales, y Dengar
alzó la mirada a tiempo para ver dos naves que despegaban a
través de la neblina del polvo y el viento, alejándose a baja
altura sobre el valle.
Una de ellas era el Halcón Milenario.
El corazón de Dengar comenzó a latir con más fuerza. Así que
lo has logrado, Han, pensó Dengar. Has vuelto a escapar. Ahora
debo seguirte.
Y Dengar sólo tenía tres cosas con las que trabajar. Su furia,
su esperanza, y su soledad.
Giró sobre sí mismo, mirando a ambos lados del desierto en
busca de señales de ayuda, pero no había ninguna, y la
dolorosa soledad lo desoló. Se preguntó cómo podría llegar a
desahogar su rabia y frustración, cuando el objeto de su ira

LSW 203
Dave Wolverton

volaba lejos. Han, como el Imperio, era intocable, imbatible, y


Dengar gritó con furia contra ellos.
Y al hacerlo, imaginó a Manaroo, imaginó que ella lo sostenía
entre sus brazos mientras la tecno-empática compartía sus
emociones, haciéndolo humano de nuevo.
Con un grito como el de un condenado a muerte, Dengar tiró
de su mano derecha con todas sus fuerzas, sin importarle si se
la arrancaba por la muñeca. El Imperio lo había destruido, pero
en el proceso le había dado fuerza. Casi inmediatamente, uno
de los cables se quebró con un tañido, seguido rápidamente
por el chasquido de otro, mientras que el tornillo que sujetaba
el tercer cable se soltó de la roca.
Dengar volvió a gritar y comenzó a patear con la pierna
izquierda, hasta que también soltó los tornillos del suelo, y
entonces soltó las cuerdas que sujetaban su pierna derecha y
se liberó la mano izquierda.
Ahora se encontraba a merced de los Dientes de Tatooine
mientras la tormenta seguía cobrando fuerza en un crescendo
constante. Los cielos se oscurecían bajo arremolinadas nubes
de arena y Dengar sabía que no había refugio. No había visto
nada que pudiera ocultarlo en muchas millas de distancia. Aun
así, los hombres de Jabba habían atado a Dengar al suelo
mientras Dengar llevaba su armadura de combate. Las piernas
y el pecho de Dengar tenían una amplia protección, pero en
ese momento eran su cabeza y sus manos las que estaban
siendo masticadas.
Dengar le dio la espalda al viento y comenzó a caminar
torpemente en la dirección general del palacio de Jabba. Boba
Fett lo había traicionado dos veces. Pero había dejado a
LSW 204
Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar

Dengar con su armadura, y Dengar juró en silencio que Boba


Fett pagaría ese error con su vida.
Durante mucho tiempo caminó, con la cabeza encorvada, las
manos acurrucadas contra su pecho para protegerlas.
Caminaba con dificultad, a ciegas, incapaz de ver, sufriendo
ensoñaciones febriles. El viento seco estaba haciendo estragos
en él, y aún después de dos horas no había empezado a
encontrar la salida de la depresión del terreno, ni tampoco
había encontrado en ese desierto asolado por la arena una sola
roca tras la que pudiera esconderse.
Al fin, cuando ya no pudo caminar más y su furia y su esperanza
languidecieron bajo el peso de la fatiga, Dengar se acurrucó
formando una bola y se tumbó para morir.
Le pareció estar esperando una eternidad, y yacía exhausto,
vacío, sabiendo que no podría salir del desierto por sí mismo.
Incluso si hubiera roto sus ataduras inmediatamente después
de despertarse, no podría no haber salido de este desierto por
sí mismo.
Y entonces vino a él, distante al principio. Sus ojos estaban
cerrados, pero veía luz. Sentía como si estuviera volando, casi
como si estuviera rebotando sobre el suelo en un deslizador, y
algo lo impulsaba hacia adelante, trayendo a su memoria vagos
recuerdos. Sentía un abrumador sentimiento de amor y
esperanza, teñido de un sentido de urgencia.
Estoy muriendo, pensó. Mi fuerza vital está volando. ¿Pero a
dónde voy? Observó por un momento, y las luces y los
sentimientos se hicieron más claros. Se sentía más joven, más
fuerte y más apasionado de lo que había estado en años, y se
detuvo y gritó con esperanza:
LSW 205
Dave Wolverton

—¿Desquite?
Entonces Dengar comprendió la verdad. Eso no era la visión
de un moribundo, era Manaroo. Dengar todavía llevaba puesto
su attanni, y Manaroo estaba en un deslizador en algún lugar
cercano, buscándolo.
Dengar gritó, irguiéndose entre las nubes de polvo. Miró a su
alrededor y no podía verla, y ella no podía escucharlo. Él sintió
la frustración de Manaroo cuando ella aceleró el deslizador,
preparada para seguir adelante.
Dengar gritó una y otra vez, y permaneció de pie con los ojos
cerrados y las manos levantadas hacia el cielo, y de repente
ella se volvió.
A través de los ojos de Manaroo, podía verse vagamente a sí
mismo a través de la bruma: una masa tenue en las oscuras
arenas arremolinadas, algo que podría ser humano, o podría
ser sólo una ilusión, o podría ser sólo una piedra.
Manaroo hizo girar el deslizador, y la imagen se perdió por un
momento en una ráfaga de arena, pero aceleró hacia adelante,
hasta que vio a Dengar de pie con los puños levantados hacia
el cielo, la cara lacerada en cientos de cortes, los ojos
entrecerrados.
Manaroo saltó del deslizador. Dengar abrió los ojos. Ella
llevaba un casco y gruesos ropajes protectores, y Dengar nunca
la habría reconocido en las calles, pero permanecieron un buen
rato abrazándose mientras Manaroo lloraba, y él sintió el
ardiente amor que ella sentía por él, y su sensación de alivio,
dos personas compartiendo un solo corazón.
—¿Cómo? ¿Cómo escapaste? —logró preguntar Dengar—.
Creía que te iban a matar anoche.
LSW 206
Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar

—Bailé para ti —susurró ella—. Bailé lo mejor que pude, y me


dejaron vivir otro día.
”Jabba y sus hombres están muertos —añadió Manaroo—. El
palacio está en caos: Saqueos, celebraciones. Un guardia nos
liberó.
—Oh —dijo Dengar tontamente.
—¿Te casarás conmigo? —preguntó Manaroo.
—Sí. Por supuesto —murmuró Dengar, y él quiso preguntar si
ella lo salvaría, pero en lugar de eso se desplomó por el
cansancio.

***
Dengar pasó las siguientes semanas recuperándose en una
cámara médica de Mos Eisley, y el día en que salió de ella se
dispuso a prepararse para su matrimonio con Manaroo. Entre
su gente, realizar las alianzas formales del matrimonio se
consideraba algo pequeño, algo que dos personas podrían
hacer en privado. Pero la parte más importante de la
ceremonia, la «fusión», que se producía cuando dos personas
intercambiaban attannis y comenzaban oficialmente a
compartir la misma mente, debería ser presenciada y celebrada
por sus amigos y familiares. Lo que significaba que Dengar y
Manaroo tendrían que ir a buscarlos al mundo donde la Alianza
Rebelde los hubiera ocultado.
Durante esas semanas de recuperación, Dengar usó el attanni
que Manaroo le había dado, y por primera vez en décadas se
sintió libre de la criatura en que se había convertido, libre de
la criatura que el Imperio había hecho de él, hasta que
descubrió que ya no quería volver a ser esa criatura. La jaula
LSW 207
Dave Wolverton

de furia, esperanza y soledad que habían construido para él


quedó destrozada.
Los dos estaban arruinados económicamente, pero no
físicamente, y con las facturas médicas que se avecinaban,
Dengar tenía que encontrar alguna manera de ganar dinero.
Dengar consideró volver a saquear el Palacio de Jabba, pero
circulaban oscuros rumores en Mos Eisley. Varias personas ya
habían ido a saquear el palacio, y encontraron que las puertas
del palacio estaban cerradas por dentro. Extrañas criaturas
parecidas a arañas podían verse en los muros. Solo dos o tres
residentes del palacio habían escapado con vida después de la
muerte de Jabba, y la mayoría de ellos abandonaron Tatooine
rápidamente.
Así que no fue hasta unos pocos días después de que Dengar
saliera de la cámara cuando descubrió que, al parecer, nadie
sabía que Jabba había muerto en la Gran Fosa de Carkoon.
Dengar decidió que podría obtener algunos créditos en el
desierto, rescatando las armas perdidas durante la batalla final
de Jabba, registrando los cuerpos de los secuaces de Jabba.
Así fue que tomó a Manaroo y voló con el Castigador Uno sobre
el desierto, hasta que encontró los restos de las barcas de
Jabba, intactos.
Los cuerpos de los secuaces de Jabba cubrían el suelo, sus
cadáveres desecados, casi momificados por el calor, entre
escombros dispersos: unas cuantas armas rotas, de vez en
cuando una ficha de crédito, partes de droides…
Cuando Dengar llegó a la Gran Fosa de Carkoon propiamente
dicho, advirtió un terrible hedor a carne quemada y podrida.
Parecía que el «Todopoderoso Sarlacc» debería cambiar su
LSW 208
Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar

nombre por el «Sarlacc Muerto del Todo». Alguien había dejado


caer una bomba por su garganta.
En el borde del pozo había un hombre muerto, desnudo, con
la carne quemada y magullada, como si lo hubieran metido vivo
en ácido. Dengar dio la vuelta al cadáver con un pie para echar
un vistazo a su cara.
El hombre estaba quemado, cubierto de ampollas. Dengar
nunca antes había visto al pobre tipo.
—Ayuda —susurró el hombre. Dengar se sorprendió al
encontrarlo vivo.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Dengar.
—El sarlacc… me tragó. Lo maté. Lo hice estallar —respondió
el hombre. Dengar quedó asombrado. Se decía que el
poderoso sarlacc tardaba mil años en digerir a alguien. Dengar
había supuesto que era sólo una exageración, pero obviamente
este hombre no podía llevar tendido allí más de uno o dos días.
Lo que significaba que había estado en el vientre del sarlacc
durante varias semanas.
Manaroo se encontraba alejada tan sólo una docena de metros,
y se apresuró a llegar hasta ellos.
—Venga, vamos —dijo—. ¡Ayúdame a meterlo dentro!
Juntos llevaron al hombre herido a bordo del Castigador Uno,
lo tendieron en una cama y Dengar le proporcionó un poco de
agua mientras Manaroo comenzaba a rociar sus heridas con
antibióticos.
Cuando el hombre pudo hablar de nuevo, agarró la muñeca de
Dengar.
—Gracias. Gracias, amigo —susurró una y otra vez.
—No fue nada —respondió Dengar.
LSW 209
Dave Wolverton

—¿Nada? ¿Aún… aún quieres que seamos socios, Dengar? —


preguntó el hombre. Extendió la mano como para
estrechársela.
Dengar miró boquiabierto el rostro torturado y quemado del
hombre, y se dio cuenta de que se trataba de Boba Fett. Boba
Fett sin su armadura y sus armas. Boba Fett indefenso en la
cama de Dengar. Boba Fett, que le había robado a Han Solo,
que había bombardeado la nave de Dengar, que había drogado
a Dengar y lo había dejado en el desierto para que muriera. ¡El
hombre que lo había traicionado dos veces!
Sonó un torbellino en los oídos de Dengar, y el mundo parecía
girar de un lado a otro. Había una mancha fangosa en la cabeza
del hombre, y Dengar se imaginó qué aspecto tendría Boba
Fett si no tuviera el pelo quemado. Si tuviera el pelo castaño,
como el de
Han Solo…
—Llámame Desquite —murmuró Dengar.
El terror llenó los ojos de Boba Fett cuando de repente vio el
peligro.
—Yo… sólo estaba siguiendo órdenes —dijo Boba Fett, pero
en la mente de Dengar, era Han Solo a quien Dengar
escuchaba—. Lo siento.
—Oye, amigo, ha sido una carrera justa —decía Han, con esa
sonrisa arrogante en su rostro—. Podría haber sido
perfectamente al revés. Podría haber sido yo quien se
quemase… Lo siento.
—¡Pero yo soy el que se quemó! —gritó Dengar, agarrando a
Han por la garganta.

LSW 210
Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: Desquite: El Relato de Dengar

Hubo una breve lucha, y Dengar sintió una oleada de mareo.


Estaba ahogando a Boba Fett, y el hombre lo estaba mirando,
suplicándole.
—¡Lo siento! ¡Lo siento! —gemía, y Manaroo apareció
repentinamente detrás de Dengar, tirando de él.
Ella estaba manipulando algo, retorciendo algo metálico contra
su conexión craneal. Su attanni atravesó a Dengar, inundándolo
con sus oleadas de inquietud, su preocupación no sólo por
Dengar, sino también por Boba Fett.
—¿Qué está pasando aquí? —gritó Manaroo, separándolos.
—¡Él intentó matarme! —exclamó Dengar, y de repente vio
que, durante la lucha, Boba Fett había logrado sacar la pistola
de Dengar de su funda. Había estado apoyando el cañón contra
las costillas de Dengar y podría haber esparcido el almuerzo
de Dengar contra la pared del fondo, pero no había apretado
el gatillo.
Dengar comenzó a calmarse. Las propias emociones de
Manaroo lo cubrieron. Su preocupación, su amor. Miraba a
Boba Fett y no veía un monstruo. En lugar de eso, ella veía a
un hombre desollado y torturado, tal como Dengar había
estado unos días atrás.
En el momento de silencio que siguió, Boba Fett sostuvo la
pistola contra el pecho de Dengar. Dengar casi habló. Casi dijo:
«Adelante. No tengo nada que perder». Había dicho esa frase
en circunstancias similares una docena de veces, pero esta vez
las palabras se le atascaron en la garganta. Esta vez,
comprendió, finalmente tenía algo que perder. Tenía a
Manaroo, y tenía a un hombre que quería ser su socio.
Boba Fett hizo girar el bláster y se lo tendió a Dengar.
LSW 211
Dave Wolverton

—Te lo debo —dijo—. Haz lo que tengas que hacer.


Dengar enfundó el bláster y permaneció de pie mirando a Boba
Fett.
—Voy a casarme en un par de semanas, y necesitaré un
padrino. ¿Estás disponible?
Boba Fett asintió, y lo sellaron con un apretón de manos.

LSW 212
Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: De todos los posibles futuros: El Relato de Zuckuss y 4-LOM

La Piel de la Presa: El relato de Bossk


Kathy Tyers

Chewbacca y Solo habían derrotado a Bossk una vez. Pero


nunca más.
El cazarrecompensas trandoshano con aspecto de lagarto
interrumpió su investigación para visualizarse consiguiendo la
piel de Chewbacca. El pensamiento le hizo chasquear la lengua
con placer. Como un cazador de trofeos en condiciones
óptimas, Bossk era lo suficientemente fuerte como para
desafiar a un wookiee, pero esta partida la ganaría con
astucia… o engaños, si fuera necesario.
Bossk se encontraba en una cubierta interior del destructor
estelar imperial Ejecutor, apresurándose a leer una pantalla de
datos imperial. Entrecerrando los ojos, colocó a un lado su rifle
bláster —un elaborado arnés para el cuello lo suspendía bajo
su brazo izquierdo— y acercó su rostro a la pantalla. La
LSW 213
M. Shayne Bell

iluminación a bordo dañaba sus ojos supersensibles, y la


pantalla era sólo ligeramente más brillante que los pasillos.
Tenía problemas para captar el contraste.
Apareció otra lista.
Adversarios conocidos:
Gran Bunji, antiguo socio
Jabba el hutt, antiguo empleador.
Ploovo Dos-por-Uno, antiguo socio
Bossk flexionó las garras de los pies contra la cubierta del
Ejecutor. Chewbacca y Solo estarían locos si se escondieran
entre sus enemigos, pero Solo era famoso por intentar trucos
locos. Los ayudantes personales de Lord Vader habían
proporcionado volúmenes de datos a los seis cazadores
finalistas. De alguna manera, Bossk debía descubrir la pista que
lo llevase a Chewbacca el primero.
Y a Solo. Apretó los dedos, enroscando enormes garras en
forma de cuña en la palma de su mano. Sus manos no eran
ágiles, sino fuertes, con escamas maduras y profundamente
estriadas. Había cazado wookiees durante más de sesenta años
estándar. Cuando un bláster o una granada finalmente matara
a Bossk, su muerte derramaría cientos de puntos jagannath
para la sanguinaria y eterna Tanteadora a la que adoraba.
Serena detrás de sus pálidos ojos sin párpados, la Tanteadora
existía más allá del tiempo y el espacio, numerando todas las
acciones de cada cazador trandoshano. Ella podría reducir a
cero la cuenta de su vida si lo avergonzaban o capturaban. Ella
podría duplicarla si él traía a casa una piel digna de premio.
Emboscar a Chewbacca era la obligación sagrada de Bossk.

LSW 214
Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: De todos los posibles futuros: El Relato de Zuckuss y 4-LOM

Pulsó otro botón y examinó la información de Vader acerca de


Ploovo Dos-por-Uno. El señor del crimen humanoide había
ordenado el asesinato de Solo. Nada más en la pantalla
provocó el instinto de caza de Bossk, excepto —débilmente—
el hecho de que Solo había sido visto por última vez por los
imperiales en Tatooine, cerca del cuartel general de Jabba el
hutt, inmediatamente antes de que empezara a operar con la
Alianza Rebelde. Ese idiota de Greedo lo había dejado escapar
limpiamente; Bossk recordó haberlo visto después, en Ord
Mantell.
El belicoso pueblo de Bossk se había aliado desde muy
temprano con el Imperio. Un funcionario trandoshano había
concebido la idea de esclavizar a los enormes y fuertes
wookiees —habitantes de Kashyyyk— como mano de obra, en
lugar de arrasar Kashyyyk con bombardeos. El Imperio se había
abalanzado sobre la idea. Los despreciables y pacíficos
wookiees habían sido capturados antes de que adivinaran el
verdadero significado de la esclavitud. Ahora muy pocos
wookiees libres vivían fuera de Kashyyyk.
Y Lord Vader quería a Solo, Chewbacca, y sus pasajeros «vivos,
nada de desintegraciones», lo que garantizaba que serían
tratados con crueldad. Después de que el Imperio terminara de
castigar a Chewbacca, Bossk volvería a comprar la piel de
Chewbacca. Se la llevaría a casa y la pondría en el sangriento
altar de la Tanteadora.
Primero, sin embargo, debía encontrar mejores pistas. Solo y
su tripulación habían desaparecido a mitad de la persecución,
sin dejar rastro. Y tenía una dura competencia.

LSW 215
M. Shayne Bell

Tinian I’att colocó su cabello rubio rojizo detrás de una oreja y


luego se agachó para mirar a los ojos a un peludo chadra-fan
marrón. Eso hacía difícil ignorar sus cuatro fosas nasales y su
hocico tembloroso y prominente, pero ella quería asegurarse
de que la cobarde criatura entendiera.
—Doscientos créditos —repitió ella—. Todo lo que tienes que
hacer es presentarnos a mí, y a Chenlambec, ante Bossk.
Tutti Snibit inclinó la cabeza para mirar por encima del hombro
de Tinian. Un wookiee con puntas plateadas en su pelaje se
alzaba enorme detrás de ella. Chenlambec también había
asustado a Tinian, cuando se encontró con él por primera vez.
Otros cazadores tenían a Chenlambec por un feroz depredador,
propenso a los ataques de ira. Solo aceptaba asignaciones de
«vivo o muerto», y, por lo general, solo regresaba con pruebas
de la muerte de su presa. Llevaba una pesada bandolera de
piel de reptil, tachonada con flechas de ballesta alternadas con
decorativos cubos de plata.
Él era el Ng’rhr de Tinian. En su idioma, el término significaba
tío de clan; él era el maestro cazador que la tenía como
aprendiz.
—Los trandoshanos odian a los wookiees —tartamudeó Tutti.
Había explicado que él también era un cazarrecompensas, pero
el equipo de selección de Lord Vader declinó contratarlo.
—Somos compañeros cazadores —le dijo Tinian. Habían
llegado a bordo del Ejecutor demasiado tarde,
deliberadamente, para ser inspeccionados por Lord Vader para
el gran trabajo—. Haz que Bossk prometa que acatará el Credo.
Entonces preséntanos.

LSW 216
Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: De todos los posibles futuros: El Relato de Zuckuss y 4-LOM

Según el Credo de los Cazadores, ningún cazador podía matar


a otro ni interferir con la caza de otro.
La reticencia de Tutti parecía falsa, de todos modos. Tinian lo
había visto hablar con el siniestro y blindado Boba Fett hacía
unos minutos. Había escuchado su oferta para ayudar a Boba
Fett de cualquier manera que pudiera… por una pequeña
suma. Boba Fett aparentemente había contratado a Tutti para
enviar a Bossk en una dirección que lo alejaría de Han Solo.
Ella y Chen cooperarían gustosamente.
—¿Dos cincuenta? —Tutti golpeó una de sus enormes orejas
redondas.
Tinian miró por encima de su hombro. Chen emitió un gruñido
bajo.
—Dos diez —respondió a Tutti—. Oferta final.
Tutti Snibit extendió una mano larga y nudosa.
—Después de presentarnos. Si sobrevivimos. —Tinian sonrió
sin humor.
El chadra-fan se marchó disparado.
Tinian se enderezó.
—No sé cuánto paga Boba Fett —le dijo a Chenlambec—, pero
ese tipo está prácticamente salivando.
Chen aulló suavemente.
—Estoy lista —respondió ella—. ¿Y tú?
Cruzó sus largos brazos sobre su cartuchera y se apoyó contra
un mamparo, con un aspecto perfectamente relajado.
—Por supuesto que sí —admitió ella—. Siempre estás listo.
Había decidido ser la aprendiz de Chenlambec con la
esperanza de hacerle daño al Imperio antes de que éste la

LSW 217
M. Shayne Bell

atrapase. El Imperio había destruido su vida. Había sido la


heredera de una empresa armamentística. Ahora no tenía nada.
Sin embargo, Chenlambec no era un cazarrecompensas
convencional. Bajo la cobertura de «vivo o muerto», había
ayudado a varias «adquisiciones» a escapar a la Alianza
Rebelde. Jugaba un doble juego peligroso, pero satisfactorio…
y rentable. Este sería el tercer trabajo de Tinian como su
aprendiz.
Tutti Snibit apareció corriendo la esquina, juntando las manos
frente a su sucia túnica marrón.
—Está de acuerdo —murmuró el chadra-fan—. ¡Pero tened
cuidado! Quiero que viváis para pagarme.
—Naturalmente —Tinian tiró de su traje de vuelo para
enderezarlo. Los trajes que eran lo suficientemente largos en
la cintura siempre le quedaban demasiado sueltos. No llevaba
adornos, excepto un cinturón diagonal plateado en la cadera y
un bláster.
Tan pronto como dio la vuelta a la esquina, vio a la criatura.
Bossk tenía que medir al menos 1,90 metros de altura, casi tan
grande como Chenlambec. Sus escamas prominentes parecían
ligeramente anaranjadas en un lado, pero en el resto de su
cuerpo, eran de color marrón verdoso. Llevaba un traje de
vuelo naranja que obviamente había sido diseñado para
humanos de piernas más cortas, que terminaba cerca de sus
rodillas con un par de bandas de balas. Un rifle bláster colgaba
de un arnés en su cuello, apoyado despreocupadamente sobre
su brazo izquierdo.

LSW 218
Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: De todos los posibles futuros: El Relato de Zuckuss y 4-LOM

Tutti Snibit esperaba a una respetuosa distancia del


trandoshana, agitando sus orejas redondas, pareciendo más un
ratón que un lagarto. Sólo tenía la mitad de la altura de Bossk.
La estación de datos de Bossk estaba al borde de un gran
espacio abierto, cerca del centro de control de lanzamiento del
Ejecutor. Accesible desde tres lados, era la pesadilla de un
cazador. Conductos de metal pesado adornaban los mamparos
y techos adyacentes con una textura maciza y militar.
—P-poderoso Bossk —tartamudeó Tutti—, este es
Chenlambec, un cazador de gran reputación. Y su aprendiz,
Tinian.
Siseando, Bossk lanzó sus garras derechas hacia su rifle
bláster.
—¡El Credo de los Cazadores! —Chilló Tutti— ¡Nada de
disparos! ¡Los tres debéis hablar sobre Chewbacca!
Bossk gruñó.
—Chenlambec. Eres notable, para proceder de una raza tan
cobarde.
Su básico le sonaba a Tinian como si intentara hacer gárgaras
mientras alguien lo estrangulaba.
Chen golpeó su oscuro pecho con un puño y gruñó.
Tinian dio un paso adelante. Ambos cazadores se alzaron sobre
ella.
—Él dice que tu reputación también te precede. Has matado a
docenas de su gente.
—Cientos —la corrigió Bossk.
Chenlambec volvió a gruñir. Esta vez, Tinian optó por no
traducir.

LSW 219
M. Shayne Bell

Tutti Snibit miró a su alrededor, probablemente observando los


mamparos para ver si tenían agarraderas para manos y pies.
—De todos modos —exclamó rápidamente—, Bossk consiguió
el trabajo, pero Chenlambec tiene información sobre una
maravillosa pista de primera mano. Pensé en haceros un favor
a ambos… ¡y presentaros! —Agitó sus brazos peludos. Bossk
murmuró en un idioma que Tinian no entendió.
—Por favor, escucha, señor Bossk —Tutti exclamó—.
Chenlambec llegó a bordo demasiado tarde para solicitar esta
cacería…
—Lord Vader quiere esta presa viva —interrumpió Bossk—.
Nada de desintegraciones. Lo especificó claramente.
—Sí, sí —chilló Tutti—, pero escucha. Chenlambec pospondrá
su masacre… por una vez… si tú, poderoso Bossk, pudieras
trabajar con un wookiee.
—Y una humana. —Bossk bajó su escamosa cabeza y siseó—.
Una pequeña y débil humana.
Chenlambec respondió con enojo.
Tinian se cruzó de brazos.
—Chen dice —explicó—: «Me ha sido útil en situaciones que
requieren traducciones a básico». Y casi estoy cualificada para
el estatus completo de cazadora.
Bossk dejó que su rifle bláster colgara libre.
—Chadra-fan, hablaré con este equipo en lugar de dispararles.
Déjanos.
Tutti retrocedió dando la vuelta a la esquina. Tinian casi lo
envidiaba. Al menos cinco de los seis cazarrecompensas
terminarían el trabajo del Halcón Milenario con los bolsillos
vacíos, y ella y Chen podrían fracasar en su propia misión, pero
LSW 220
Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: De todos los posibles futuros: El Relato de Zuckuss y 4-LOM

Tutti Snibit había acumulado suficientes créditos para divertirse


durante tres o cuatro semanas… tal vez incluso el resto de su
vida, si no los gastaba rápidamente.
Bossk hizo un gesto con la mano en su terminal para
hibernarlo, luego se apoyó contra el mamparo. Tenía mejor
visión periférica que los wookiees o los humanos, pero no
confiaba en este par.
—¿Y bien? —gruñó—. Haced vuestra propuesta. Recordad, no
os debo nada por acercaros a mí.
El wookiee, de color marrón oscuro con un brillo plateado en
la punta de su pelaje, llevaba una cartuchera negra de cuero
con pequeñas escamas. Tal vez el wookiee había elegido usar
piel de reptil como un insulto deliberado. Para los
trandoshanos, la mayor parte del valor de una presa se
encuentra en su piel. Bossk no usaría piel de reptil ni comería
carne de reptil. El hecho de que los wookiees —y los
humanos— comieran la carne de otros mamíferos demostraba
su bestialidad.
Chenlambec se apoyó contra el mamparo opuesto, dejando a
la pequeña humana entre ellos. Bossk no olía miedo en ella.
Chenlambec aulló como un mono de las nubes. Después de
varias frases, su aprendiz levantó una mano y lo acalló.
—Mi Ng’rhr tiene conexiones entre los wookiees que viajan por
el espacio — comenzó.
—No confío en los criminales para obtener información —dijo
Bossk bruscamente—. El hecho de que conozcas su idioma te
marca como cómplice. Su lugar es escuchar, no hablar.
Tinian apretó los puños y los colocó contra sus delgadas
caderas.
LSW 221
M. Shayne Bell

—Mi familia tuvo esclavos wookiees. La mejor manera de


controlarlos era aprender su idioma. ¿Nos entendemos?
Él se negó a dejar que ella lo impresionara.
—Ahora lo llamas maestro.
—Disculpe —dijo—, pero estoy traduciendo. Chenlambec me
pide que diga que tiene conexiones entre los wookiees que
viajan en el espacio. —Barrió un mechón de pelaje detrás de
su oreja izquierda, exponiendo sus peculiares pliegues
rosados—. Uno de ellos sugirió un probable destino siguiendo
el último curso conocido del Halcón Milenario.
¿Un avistamiento actual? ¿Información de la red wookiee?
Bossk prestó atención más cuidadosamente. Le ofrecería a la
Tanteadora su brazo izquierdo por tener la oportunidad de
romper esa red (tal vez incluso ambos brazos, ya que podría
regenerarlos). Romper la red de los wookiees podría hacerle
rico y eternamente seguro.
—Continúa —dijo—. ¿A dónde se dirigen?
El gran wookiee de puntas plateadas volvió a gruñir.
—Dice —tradujo Tinian— que la mejor manera de atrapar a un
capitán estelar que haya contratado a un copiloto wookiee, es
emplear a otro wookiee.
Bossk mantuvo su voz baja, ocultando su ansiedad.
—¿A dónde se dirigen?
—Primero, hablemos de cómo asociarnos.
—Si me ayudáis a cazar a Chewbacca y a su cuidador,
consideraré daros el veinte por ciento de mis ganancias.
La humana entrecerró los ojos.

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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: De todos los posibles futuros: El Relato de Zuckuss y 4-LOM

—Obviamente crees que somos aficionados. El cincuenta por


ciento es lo tradicional. Todavía te quedaría más de lo que
ganarías sin nuestra ayuda.
¿Se atrevía a regatear?
Aun así, vio formas de sacar provecho de la situación si las
cosas se torcían. La reluciente piel de Chenlambec valía tanto
como la de Chewbacca. El gen de las puntas plateadas era
recesivo y raro.
Y este era el tipo de pista que había estado buscando, no datos
antiguos. Los llevó a creer que daría el treinta por ciento de
sus ganancias si lo llevaban hasta Chewbacca.
Luego le preguntó a Tinian en voz baja:
—¿Cómo ganó el poderoso Chewbacca la enemistad de otro
wookiee?
Chenlambec recostó la cabeza y ululó con tristeza.
—Su crimen fue inexpresable —respondió Tinian—. Chen no
habla de su pasado. No conmigo. Y ciertamente no contigo.
El pasado no importaba. Tanto si Bossk localizaba el Halcón
como si no, una vez que atrajera a Chenlambec a bordo de su
propia nave se garantizaba un beneficio.
Probablemente también buscasen a la humana en alguna parte.
En caso contrario, los esclavistas de vez en cuando aceptaban
jóvenes y enérgicas hembras humanas.
En cuanto al Credo de los Cazadores, nunca ningún
cazarrecompensas había traicionado a otro a menos que el otro
cazador se hubiera desviado previamente de las normas del
Credo; pero Bossk había hecho violaciones al Credo antes, y
sintió que la Tanteadora le sonreía. Ella amaba la traición
inteligente.
LSW 223
M. Shayne Bell

—Bueno —dijo—, ¿hacia dónde se dirigen?


—Preferiríamos ir a un lugar privado para hablar.
—No hay tiempo para eso. —Mantuvo su voz baja y
amenazante. Quería que pensaran que intentaba asustarlos—.
Los otros cazadores ya se están dirigiendo a sus naves.
—Entonces hablaremos aquí.
Tinian miró por el pasillo. Un lacayo imperial humano que
llevaba uniforme caqui corrió hacia ellos. Sus pesadas botas
golpeaban la cubierta de metal pulido. Bossk preparó su rifle
bláster.
El lacayo dobló una esquina y desapareció por otro pasaje
demasiado luminoso. Bossk observó a Tinian seguir al humano
con sus ojos. Olió su alarma conforme se acercaba, y su alivio
cuando pasó de largo. Evidentemente, los imperiales la ponían
nerviosa.
Ella no necesitaba vigilar los pasillos en busca de su enemigo
más peligroso. Lo tenía delante.

***
El Ejecutor vibraba alrededor de Chenlambec como una bestia
gigante. Se alegraría de dejar sus entrañas, y se compadeció
de los gusanos imperiales que pasaban sus vidas corriendo y
escabulléndose en estos pasajes.
Habló, y luego escuchó como Tinian traducía al básico.
—Al parecer —explicó, y a él le gustó la condescendencia que
ella fingía— fuentes wookiees han visto la nave de Solo en
camino hacia el sistema Lomabu. Un grupo renegado de
wookiees está estableciendo otro mundo seguro allí. Tenemos

LSW 224
Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: De todos los posibles futuros: El Relato de Zuckuss y 4-LOM

entendido que anteriormente en tu carrera ya diste el soplo


acerca de uno de esos mundos.
—Sí —espetó Bossk. En Gandolo IV, Bossk había perseguido
a varias docenas de esclavos wookiee fugados que trataban de
establecer un refugio seguro. Bossk había estado a punto de
desollar al grupo, incluido el famoso Chewbacca, que estaba
ayudando con el asentamiento, cuando el capitán Solo regresó
sin previo aviso. Al ver la situación en curso, Solo había atacado
al cazarrecompensas y a su tripulación. Se habían retirado a su
nave, más grande y mejor armada. Solo había aterrizado el
Halcón Milenario directamente encima de ella, colapsando su
tren de aterrizaje. Nubes de vapor habían salido disparadas de
su sistema hidráulico. Las explosiones internas insinuaron
graves daños en el motor.
Solo y Chewbacca habían dejado a Bossk con vida, pero
atrapado a bordo, humillado… o al menos eso decía la historia.
El hermano de Chenlambec había relatado el suceso de primera
mano. Había estado cerca de Chewbacca, viendo cómo la
desesperada situación de los wookiees se volvía
esperanzadora y luego hilarante.
Chen imaginó que podía sentir cómo Bossk se retorcía ante el
recuerdo. Volvió a hablar, recordándole a Tinian varios detalles
de su historia de tapadera. La habían urdido antes de acoplarse
con el Ejecutor.
Ella asintió sobriamente, luego se volvió hacia el lagarto grande
y feo.
—Creemos que la Alianza Rebelde espera establecer una base
cerca del refugio wookiee en el sistema Lomabu, ahora que han
sido expulsados de Hoth. Eso explicaría nuestro informe de que
LSW 225
M. Shayne Bell

Solo ha llevado allí al Halcón, transportando a varios líderes


rebeldes. Podríamos colarnos antes de que llegue la flota
rebelde, atrapar a nuestra presa y salir volando antes de que
los imperiales se den cuenta. Llevaremos a nuestros
prisioneros directamente a Lord Vader.
Bossk asintió.
—No he oído hablar del sistema de Lomabu. ¿Cómo se va
desde aquí?
—Bueno… estamos cerca de Anoat. Lomabu está…
Chen miró atentamente a Bossk. Ahora ella plantaría el cebo.
—No estamos muy seguros —admitió Tinian
Bossk miró a Tinian, luego a Chen, y luego a Tinian de nuevo.
Gruñó varias palabras en trandoshano desde lo profundo de su
garganta, y luego gorgoteó de nuevo en básico. —Vuestra
información no vale nada. Vosotros no valéis nada. Debería…
Chen ladró furioso.
—Tranquilos, los dos —exclamó Tinian—. No sabemos dónde
está, pero sabemos dónde averiguarlo. Tenemos que revisar un
puesto de paso a lo largo de la red wookiee.
Y eso, hasta donde Chen sabía, era un vital pedazo de verdad
que habían tejido en su coartada para endulzar el cebo.
Seguramente Bossk quería… —Red —repitió Bossk
lentamente. Su lengua se agitó.
Excelente. Había picado.
—Es peligroso —subrayó Tinian—. Especialmente para ti y
para mí, Bossk. Los wookiees se tomarán en serio la tarea de
silenciar a cualquier no-wookiee que muestre interés en esta
ubicación.
Bossk ajustó el arnés de su bláster.
LSW 226
Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: De todos los posibles futuros: El Relato de Zuckuss y 4-LOM

—Me niego a viajar en cualquier nave que no sea la mía. Tengo


un carguero ligero YV-666 modificado para la caza de
wookiees. ¿Tenéis algún problema para viajar en ella?
Chen mostró los dientes y respondió evasivamente. Habría sido
fácil reducir a Bossk si pudieran convencerle de subir a bordo
de su nave, pero obviamente Bossk era demasiado inteligente
para caer en eso.
—Él no tiene ningún problema —tradujo Tinian—. Yo tampoco,
si eso significa obtener la recompensa por Chewbacca.
Bossk finalmente estiró la mitad inferior de su cara en una
sonrisa de reptil.
—Debo advertiros: si manipuláis alguno de mis sistemas de a
bordo, el Diente de Perro tomará represalias.
Desde luego que lo haría. Sin duda, estaba equipado con
múltiples defensas contra la fuerza de los wookiees.
Chen dijo a Tinian que informara a Bossk que viajar con él
mantendría sus gastos bajos, ya que solo recibían el quince por
ciento cada uno. Mientras ella traducía, Chen olfateó el aire.
Bossk olía tan amargo como el dolor y tan asqueroso como la
muerte, pero no se había puesto a la defensiva. A partir de esa
pista sutil, Chen adivinó que Bossk ya tenía la intención de
traicionarlos. No perdería el treinta por ciento de su ganancia
porque no tenía intención de pagarlo.
Parecía justo. Si Chen se salía con la suya, Bossk no obtendría
ni un solo crédito. Chen conocía la religión trandoshana. Hacer
que su puntuación de jagannath bajase a cero causaría a Bossk
un daño peor que tenderle una emboscada y matarlo.
Eso sería un placer.

LSW 227
M. Shayne Bell

Para Tinian, Bossk parecía impaciente: flexionaba sus garras


rítmicamente, lanzando miradas de vez en cuando hacia los
pasillos.
—También espero que paguéis la mitad de mis gastos de
combustible —dijo.
En tres años con Chen, Tinian había madurado de una niña rica
y mimada, pero honesta, a una experimentada luchadora de la
resistencia. Sintió que Bossk la estaba poniendo a prueba.
—El diez por ciento —respondió ella—. Harías este viaje sin
nosotros, si supieras a dónde ir.
Bossk frunció el ceño.
—Veinte. Programar mis sistemas de a bordo para que os
vigilen me llevará tiempo que podría dedicar a la caza de
Chewbacca.
—Entonces no los programes —espetó ella.
Él curvó un labio y siseó.
Tinian había escuchado que los trandoshanos encontraban
despreciables la misericordia, la amabilidad y otras
debilidades.
—Diez —repitió ella—, y eso es generoso.
—¿Por qué entraste en el Oficio, humana? Tu especie
generalmente no tiene estómago para eso.
Tinian entrecerró los ojos, una expresión que los trandoshanos
entendían.
—Mi capacidad de bondad murió hace tres años. Unos
criminales asesinaron a mis abuelos y a mi amante, mi casa fue
destruida y dejé atrás la vida en tierra firme. No me importa
arriesgar mi vida si las apuestas son gratificantes.
LSW 228
Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: De todos los posibles futuros: El Relato de Zuckuss y 4-LOM

Bossk la miró fijamente, obviamente pensando en eso. Los


trandoshanos no tomaban amantes. Cada vez que regresaban
a Trandosha, se apareaban con una madre de nido que les
gustase, y luego regresaban a su trabajo.
Pero ella había tenido un amante. Un prometido. Tinian trató
de mantener la imagen de Daye Azur-Jamin fuera de su mente.
Daye había sido un rostro amable lleno de inteligencia, con una
extraña franja plateada que le marcaba una ceja. Había sido
sensible a la Fuerza, un hábil juez de carácter. Trabajador,
también. Y leal hasta la muerte. Daye se había sacrificado para
ayudarla a escapar de la toma imperial de la fábrica de
armamento de sus abuelos. Cuanto antes muriera, antes se
reencontraría con Daye.
Mientras tanto, tenía un trabajo que intentar.
—Quince por ciento del combustible.
Bossk tendió su antebrazo provisto de garras.
Tinian sintió que había obtenido todo lo que Bossk estaba
dispuesto a ceder. Extendió la mano y tocó las escamas. Bossk
giró su brazo contra un mamparo, atrapando la mano de la
humana. Chenlambec extendió su zarpa y obtuvo el mismo
tratamiento: Bossk reclamaba el control, dos contra uno… y su
nave. Esas probabilidades favorecían a Bossk.
—Ahora —dijo Bossk—, evaluaremos nuestros recursos.
Enumeró la potencia de fuego del Diente de Perro. Antes de
que terminara, Chenlambec golpeó el suelo con una pata, e
incluso Tinian se sintió nerviosa, aunque prácticamente había
crecido dentro de la fábrica de armamento de sus abuelos.
Desde que abandonara Druckenwell, se había vuelto incluso
más competente con armas, explosivos y blindajes. El
LSW 229
M. Shayne Bell

conocimiento ayudaba a compensar su pequeño tamaño y su


fuerza limitada. Las contribuciones de Chenlambec al trío
incluían sus conexiones entre la red «criminal» wookiee y una
reputación que ni siquiera Bossk ponía en duda.
El resto de su planificación era sencilla, de momento. Tras
visitar el puesto de paso wookiee, se desviarían al sistema
Lomabu, fingiendo la órbita de un asteroide que cruzaba junto
al planeta a gran velocidad, y mantendrían todos los sistemas
en silencio. Explorarían usando la pequeña nave de aterrizaje
de Bossk, localizarían la colonia criminal wookiee, y entonces
extraerían y atraparían a Solo y su tripulación. Los planes
concretos tendrían que esperar hasta que encontraran el
sistema Lomabu.
Tinian no mencionó sus propios planes.
—Hasta que encontremos Lomabu —añadió Bossk—,
permaneceréis en vuestros camarotes.
Tinian se encogió de hombros. No tenía intención de
permanecer en ningún lugar donde Bossk la ubicara, y Lomabu
III no era un mundo seguro.
—Embarcaremos con 300 kilos de equipo. ¿En qué bahía de
atraque está tu nave?
Bossk parpadeó. Ella casi pudo ver cómo su mente se
preguntaba qué podrían necesitar con 300 kilos de peso.
—Número seis —dijo con un sonido gutural.
—Estaremos allí en veinte minutos —dijo ella.

Chenlambec condujo a Tinian por el pasillo, aliviado de escapar


del salobre hedor de Bossk. Este trabajo se lo habían
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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: De todos los posibles futuros: El Relato de Zuckuss y 4-LOM

encargado desde Kashyyyk, no sólo para ayudar a escapar a


Chewbacca, sino para traicionar a Bossk y acabar con sus
letales actividades. Chenlambec sabía que la colección de
pieles del trandoshano ascendía a varios centenares. Había
provocado a Bossk para que presumiera de ello. El ardor en
los ojos de Bossk había hecho hervir la sangre de Chenlambec.
Una vez que pusieron varios giros del pasillo entre ellos y el
trandoshano, Chen aminoró la marcha.
—¿Satisfecho? —preguntó Tinian.
Chenlambec había perdido hermanos y hermanas a manos de
los coleccionistas de pieles trandoshanos. Le dijo que era un
comienzo.
—Ha sido emocionante —admitió ella—. Por unos minutos, me
he sentido realmente viva.
Chenlambec golpeó suavemente el hombro de la pequeña
mujer. Ella comprendía el habla y los gestos de los wookiees
bastante bien, incluido el débil puñetazo que significaba un
acuerdo total.
—Ya me imaginaba que probablemente tú también —
respondió ella. Le devolvió una sonrisa pícara.
Él contó al pasar varios pasillos grises y cavernosos, y luego
giró en un sombrío pasillo lateral. Tras veinte largas zancadas,
se detuvo frente a un mamparo. Tinian libero el bláster de su
pistolera baja y se puso en posición de alerta.
Chen se agachó frente un punto de acceso de energía. Extendió
una garra y extrajo un cubo plateado similar a las decoraciones
de su bandolera. Habría encajado en la palma de la mano de
Tinian.

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M. Shayne Bell

—Ya era hora —recriminó el objeto con una aguda voz


femenina—. Llevo lista desde hace…
Chen cerró la zarpa sobre el pequeño procesador positrónico,
demasiado pequeño para considerarlo propiamente un droide,
con demasiada personalidad para llamarlo de cualquier otro
modo. Ocultando a Coqueta en su puño, alzó la mirada.
—Sigue despejado —dijo Tinian, inmóvil como una estatua con
una mano sobre su bláster.
Chen enganchó a Coqueta en el anclaje de seguridad de su
bandolera, cerca de su cadera.
—Muchos datos interesantes —trinó Coqueta—. Información
de primera mano sobre el Halcón Milenario, si la queréis. No
os creeríais…
—No vamos a perseguir al Halcón —dijo Tinian.
—Ooh —exclamó Coqueta—. Yo quería…
Chen gruñó otra advertencia. Coqueta se detuvo a mitad de
frase. Cuando se quedaba callada, parecía simplemente otro
cubo decorativo más. Chen se había hecho fabricar la
bandolera específicamente para camuflarla.
Abrió la marcha para salir de allí. Tenían más equipaje que
recoger antes de embarcar en la nave de Bossk.

Bossk se apresuró a ir a una terminal diferente en la zona de


los alojamientos de tropas del Ejecutor. Trabajando con
rapidez, extrajo toda la información sobre Chenlambec que
pudo encontrar. Por desgracia, el certificado de cazador de la
criatura estaba vigente. Su lista de adquisiciones, listado bajo
el apodo por el que se le conocía en los bajos fondos, «El
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Wookiee Rabioso», era impresionante. Esto sólo haría aumentar


la puntuación jagannath por su piel.
Bossk apretó botones con las uñas de sus garras hasta que
encontró el incompleto título de la humana, «Tinian». No había
dado un apellido. El ordenador dudó varios segundos antes de
mostrar dos fichas de Se Busca. Una encajaba con la
descripción de esta humana hasta la temperatura corporal de
sus extremidades. Pocas otras razas advertían ese detalle. Era
uno de los muchos factores que hacía de los trandoshanos los
mejores cazadores.
Se ofrecía una modesta recompensa por su captura de manos
del gobernador imperial de un planeta industrial, Druckenwell.
Como aprendiz de un cazarrecompensas licenciado, era
temporalmente intocable —esa era una forma por la que los
criminales de medio pelo esquivaban la justicia—, pero una vez
que Chenlambec yaciera muerto en su mesa de desollar, sería
caza legal. La recompensa por ella era demasiado baja como
para hacerle temer sus habilidades, pero lo bastante alta como
para cubrir los gastos del combustible usado en su caza.
Sólo necesitaba conseguir que subieran a bordo del Diente de
Perro.
Pero su objetivo principal era Chewbacca. No iba a olvidar esa
suculenta recompensa —ni su humillación en Gandolo IV— ni
por un microsegundo.
Se dirigió a la Bahía de Atraque Seis, donde el Diente de Perro
descansaba bajo luces brillantes, vigilado por soldados de
asalto imperiales. Tres de las otras naves de los cazadores ya
habían despegado. El Diente brillaba, demasiado nuevo para
haber coleccionado una pátina de cicatrices, abolladuras y
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M. Shayne Bell

quemaduras. Consciente de los soldados de asalto que lo


observaban, marchó marcialmente hasta la rampa.
—Bossk —anunció—. Embarcando.
El Diente tardó menos de un segundo en comprobar su patrón
de voz.
—Confirmado —dijo una voz metálica de barítono. A Bossk le
gustaba una nave que pudiera hablar por sí misma. Había
pagado extra por la programación interactiva. El Diente de
Perro bajó su rampa de embarque de babor.
Subió con prisas a la cabina. Rápidamente comprobó sus
sistemas de seguridad, prestando especial atención la cabina
de pasajeros de babor.
Satisfecho, caminó con grandes zancadas por un pasillo en
curva hasta una de sus bodegas de popa. Sus pasajeros
necesitarían suficiente espacio para almacenar trescientos
kilos… ¿de qué? Dándole vueltas a esa pregunta, chasqueó la
lengua. Trajeran lo que trajesen, el Diente pronto lo
identificaría, y Bossk pronto lo poseería.
Tomó posición en el interior de la esclusa principal del Diente
de Perro y esperó a su grupo de abordaje.
Tinian se acercó cruzando la cubierta del Ejecutor, brillante
como un espejo. Conducía con su mano izquierda un armario
repulsor, manteniendo la derecha cerca del bláster que colgaba
de su cinturón caído. Un petate negro colgaba de su hombro
izquierdo.
—Bienvenida a bordo del Diente de Perro. Tú y tu compañero
compartiréis la cabina de babor —le dijo—. He dejado su
compuerta abierta. Ve directamente allí y deja vuestro equipo.
Me reuniré contigo más tarde.
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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: De todos los posibles futuros: El Relato de Zuckuss y 4-LOM

Ella caminó hacia la cómoda penumbra de la nave.


Él dirigió su atención hacia la imagen, más interesante, de
Chenlambec conduciendo dos droides de servicio imperiales.
Cada droide empujaba un gran arcón de almacenamiento, y el
wookiee cargaba una caja de armas sobre su cabeza.
—¿Qué hay ahí dentro? —preguntó Bossk a un achaparrado
droide de refuerzo que avanzaba sobre orugas.
Chenlambec gruñó algo ininteligible. Bossk sospechó que
simplemente acababa de soltarle una maldición. Hizo
chasquear su lengua en respuesta, y luego se apartó del
mamparo.
—Sígueme.
Lo condujo a popa alejándose de la luz brillante, pasando junto
a la cabina de pasajeros hacia su bodega de carga más
pequeña, donde había despejado unos metros de espacio de
cubierta.
—Apílalo ahí. No toques nada más.
Chenlambec ululó una orden a los droides de servicio. Posaron
sus cargas, dieron media vuelta a sus orugas, y se marcharon
chirriando por el pasillo, de regreso a la cubierta de droides
del Ejecutor.
El gigantesco droide de servicio X10-D de Bossk, de color rojo
y bronce, rodó hacia delante. Chenlambec se apartó de él,
enseñando los dientes.
—EquisDiez-De asegurará vuestros objetos para el vuelo…
Abruptamente, Bossk sintió una presencia tras él. Se giró,
apuntando de forma automática con su rifle bláster.
—Tranquilo, Bossk. —Tinian entró lentamente en la bahía de
carga con ambas manos levantadas—. ¿Qué es ese monstruo?
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M. Shayne Bell

—Te dije que fueras a vuestra cabina. —Bossk dejó que su rifle
colgara de nuevo. La unidad X10-D no era ningún monstruo,
pero para los humanos y los wookiees, que necesitaban
excesiva luz para ver claramente, el droide parecería enorme—
. Ese es mi droide de refuerzo.
Tinian caminó rodeando la resplandeciente unidad roja.
Vagamente trandoshano en su forma, el X10-D tenía brazos
hidráulicos retráctiles que podían extenderse hasta tres metros,
un inmenso torso cónico, y pies con rodamientos
autopropulsados.
—Creía que me necesitaríais para traducir hasta que todo
estuviera almacenado donde quisieras —dijo. Pasó la mano
por el brillante pecho de X10-D—. Tal vez no os haga falta —
añadió.
—Yo le diré a tu compañero dónde apilar sus arcones, y
EquisDiez-De los asegurará —respondió Bossk—. En esta
nave, a los droides y a los wookiees se les ordena escuchar, no
hablar.
Chenlambec ladró un gruñido de protesta.
—Algunas de estas cosas son equipo delicado —dijo Tinian—
. ¿Tienes cables de amarre?
—Mi droide de refuerzo sujetará vuestro equipo.
Chenlambec ululó.
—Queremos mirar —dijo Tinian.
—Mirad si queréis.
Hizo falta una hora para asegurar las pertenencias del dúo.
—Recuerda nuestro trato —dijo Tinian mientras X10-D
regresaba a su posición pegado al mamparo del fondo—.
Nosotros no registramos tu nave, y tú no tocas nuestro equipo.
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—Y tú te mantienes al margen de todo —añadió Bossk,


apuntando hacia ella con una larga garra.
Chenlambec agitó su zarpa peluda y rugió.
Ella fulminó con la mirada al wookiee.
—Por supuesto que no, Ng’rhr. Esta vez no.
Bossk cruzó los brazos y sonrió. Evidentemente, esta pareja no
estaba perfectamente compenetrada.
No tenía ningún problema en prometer no tocar su equipo. Los
escáneres de seguridad del Diente de Perro y sus ordenadores
de a bordo no tenían rival.
Aparte de la unidad X10-D, no precisaba tripulación. La
inteligencia de la nave también ayudaba a superar la verdadera
desventaja de un trandoshano: la tecnología de otras razas no
estaba hecha para manos trandoshanas, e incluso los ajustes
especiales de la nave a veces eran un poco torpes.
Los condujo de vuelta a la esclusa del Diente. Mientras se
cerraba con un suave siseo, sellando a la pareja a bordo,
murmuró fervorosos agradecimientos a la Tanteadora.
Utilizaría a esos pasajeros hasta que ya no los necesitara.
Entonces podría empezar a despellejar.
—Soltaremos amarras en cuanto estéis listos —les informó—.
Tengo asientos de aceleración en la bodega de carga más
grande.
—Me parece que no confío en tus asientos de aceleración —
respondió Tinian. Bossk soltó una profunda carcajada.
—Si quisiera tu pellejo y su piel, los tomaría… pero no antes
de Lomabu III. Todos queremos a Chewbacca y a Solo. Los
capturaremos juntos. * * *

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M. Shayne Bell

Tinian echó un vistazo en el estrecho pasillo. No podía


distinguir demasiados detalles. Sabía que los trandoshanos
veían en infrarrojos, pero ella no tenía gafas IR. Nunca había
tenido unas.
—¿Dónde está ese puesto de paso? —preguntó Bossk,
pisando con fuerza tras ella—.
Necesito las coordenadas ahora.
Chen aulló una serie de números. Tinian los repitió.
—Está programado para destruir a cualquier no-wookiee que
se acerque —añadió—. Desde que salgamos del hiperespacio,
el Diente de Perro debe mantener silencio de escáneres y
sensores, y escudos al máximo, a menos que Chen sea el único
que esté fuera de la zona protegida por tus escudos.
—Comprendo. —Bossk hizo chasquear la lengua—. ¿Os
muestro ahora los asientos de aceleración?
—Haremos el viaje en nuestros catres. —Se ajustó el petate.
Bossk se encogió de hombros.
—Como queráis. No me echéis la culpa si acabáis por los
suelos.
Tinian volvió a entrar en la cabina de pasajeros. De apenas tres
metros de ancho y cuatro de largo, estaba tan oscura que todo
en su interior parecía gris. Chen se apretujó tras ella, como una
gigantesca sombra negra. La espalda escamosa de Bossk se
retiró por el pasillo principal.
Tinian extrajo una luma y alumbró a su alrededor. Catres,
compartimentos de almacenamiento… también una pequeña
cabina de ducha, de un tamaño cómodo para ella, pero muy
estrecha para un trandoshano o un wookiee.

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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: De todos los posibles futuros: El Relato de Zuckuss y 4-LOM

Barrió arriba y abajo uno de los mamparos con la luma,


buscando un punto de energía.
—Aquí —dijo. Estaba a la altura de su hombro, a una altura
fácilmente accesible para Bossk o Chenlambec. El wookiee
guardó su petate dentro de un compartimento.
—Qué bien —trinó Coqueta desde su lugar en la bandolera—
. ¿Habéis visto a ese droide grande? ¡Menudo espécimen!
Comenzó a escucharse un suave y grave zumbido. Tinian alzó
la mirada hacia Chen.
—Motores bien afinados —añadió con pesar.
Chen contestó brevemente. Ella sabía que él amaba su
pequeño Wroshyr de forma de platillo, a pesar de que cada vez
estaba más hecho polvo. Sin duda tuvo que odiar dejarlo en la
bahía de almacenamiento del Ejecutor, pagando a los
imperiales un alquiler por días mientras ellos permanecían a
bordo de la nave de Bossk.
—Si esto sale bien, podremos pagar el aparcamiento durante
cincuenta años. Si no, no nos importará. No te preocupes,
Ng’rhr.
Agarró un puñado de pelo con una mano y tiró con fuerza. El
pelaje de un wookiee era más suave de lo que parecía.
Chen extrajo a Coqueta de su bandolera. La sostuvo en una de
sus gigantescas manos mientras le ordenaba que se
concentrara en asegurar su cabina.
—Bueno —añadió Tinian—. Bossk quiere llegar a ese puesto
de paso, pero no va a permitirnos estar por ahí rondando.
—Entonces enchúfame —exclamó Coqueta. Emitió un alegre
chillido cuando Chen introdujo su conector en el punto de

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M. Shayne Bell

energía. Entonces canturreó desafinada, su versión electrónica


de la felicidad.
Chen había heredado a Coqueta de un compañero de caza
asesinado. El otro wookiee —Chen nunca había dicho su
nombre a Tinian— había inventado esa droide ilegal, y la había
programado para seducir a un ordenador inteligente. Coqueta
podía abrir flujos de datos, apagar la seguridad, y las órdenes
del operador del ordenador por las que quisiera su dueño…
todo ello sin necesidad de conectarse a un puerto de
información. Cualquier punto de energía servía. Dentro de su
carcasa de titanio, el primer centímetro estaba repleto de
sensores y antenas bobinadas.
Pero no era del todo fiable. Coqueta podía tardar horas en
completar algunos trabajos que a Tinian le parecían sencillos.
Por eso habían preparado tres planes de contingencia…
—Parece contenta. —Tinian trepó a la litera superior y se
sujetó a ella, usando gruesas cinchas que parecían negras bajo
la tenue luz. Si sus ojos aún no se habían ajustado,
probablemente ya no lo harían. Esa luz era demasiado débil
para los humanos— . Espero que se dé prisa.
Chen permaneció de pie junto a las dos estrechas literas y se
sujetó entre la cubierta y el mamparo del techo, donde podría
bloquear la caída de Tinian si esta salía rodando. Se preguntó
en voz alta si Bossk estaría pilotando el Diente de Perro él solo.
—Si es así, el ordenador de a bordo tiene que ser más potente
que ninguno que hayamos visto antes.
Tinian rodó sobre sí misma, poniéndose de medio lado para
observar a Coqueta.
Chen farfulló algo.
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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: De todos los posibles futuros: El Relato de Zuckuss y 4-LOM

—Y nuestro amigo escamoso probablemente tenga contactos


en los círculos de los fabricantes de naves. —Además,
probablemente estaría escuchando—. Es una nave atractiva.
Chen sonrió, mostrando los dientes. Gruñó varios insultos.
Tinian le devolvió la sonrisa.
—Probablemente tenga activado un programa traductor.
Chen le dijo a Bossk lo que podía hacer con su programa
traductor. Coqueta permanecía pegada como un mynock en el
mamparo, introduciéndose en el ordenador de a bordo más
potente que jamás hubiera encontrado. Tinian supuso que el
Diente era una nave demasiado inteligente como para dejarse
engatusar fácilmente.
Pero más les valía que Coqueta tuviera éxito antes de alcanzar
el puesto de paso. Todos sus planes requerían tener acceso
después de ese salto.
La nave se sacudió. El pie de Tinian golpeó el mamparo. Había
aprendido a gruñir algunas palabras en shyriiwook, que se
traducía literalmente como «lenguaje de la gente de los
árboles». Era un lenguaje magnífico para expresar desagrado.
Aulló unas palabras.
—No se anda con chiquitas —añadió después en básico.
Chen soltó un bufido.
Tinian apoyó un brazo contra el mamparo interior de la litera y
el otro contra la ancha espalda de Chen. Él había ocupado el
lugar del padre al que sólo había conocido en su imaginación,
fuerte e intrépido. Primero ella había salvado la vida de Chen
en Estación Plata, donde unos ranats vengativos —pero
estúpidos— trataron de volar por los aires un mamparo y hacer
que todos los seres que se encontraban a bordo dieran el Salto
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M. Shayne Bell

Final. Tinian había seguido el rastro de los ranats por el olor


de su JL-12-F, un explosivo fabricado por uno de los
competidores de Armamento I’att.
Lo había vuelto a salvar en la Colonia Kline, donde una
«adquisición» rebelde se había resistido al peculiar estilo de
rescate de Chen. Se habían salvado el uno al otro en las frías y
húmedas cavernas de Ookbat, en una misión que había
fracasado.
La aceleración era fuerte y estable. El mamparo de popa
comenzó a parecer casi el suelo de la cubierta. Tinian rodó
contra el mamparo. Habían pasado días desde la última vez
que había dormido bien. Tal vez una siesta…
Algo le pinchó la piel a través del fino colchón.

Bossk chasqueó la lengua: ¡Éxito! Ambos estaban


inconscientes.
—Diente —exclamó—, desactiva todos los cierres de las
cabinas.
—Confirmado —respondió la voz de barítono del Diente.
Salió al pasillo y tecleó un código en la compuerta de su propia
cabina, desactivando varios circuitos de seguridad más.
Cuando modificó el Diente para cazar wookiees, había
instalado características para protegerle en caso de una fuga
de wookiees furiosos a bordo, incluyendo la capacidad de
pilotar el Diente desde el interior de su cabina de estribor.
Sin embargo, prefería la ancha extensión del espacio visible en
los monitores del puente. Incluían infrarrojos de corto y largo
alcance.
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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: De todos los posibles futuros: El Relato de Zuckuss y 4-LOM

A continuación, controló a sus pasajeros. En el interior de la


cabina de babor, el wookiee yacía en la cubierta, respirando
superficialmente. La humana no reaccionó cuando le sacudió el
hombro.
Los fármacos hacían que todos los seres fueran iguales.
Vació las cargas de sus blásteres y luego rebuscó en sus
compartimentos de carga. Dudó al encontrar la ballesta de
Chen, con ganas de quedársela, pero se conformó con quitarle
el muelle de carga, y luego dejó a la pareja dormida.
—Graba cualquier actividad en los pasillos —instruyó al Diente
de Perro.
—Confirmado —respondió la nave.
De acuerdo con el Diente, se dirigían a las estribaciones del
sistema Aida. Parecía un lugar lógico para un puesto de paso
wookiee. Aida era sólidamente imperial, pero escasamente
poblado.

Cuando Tinian despertó, se sentía hambrienta. Chen se inclinó


sobre ella, arrullándola con un tono que mostraba
preocupación.
—Estoy despierta —gimió—. Debo de haber dormido muy
profundamente… Él gruñó.
—¿Drogados? —exclamó Tinian. Se incorporó, feliz de seguir
con vida—. ¿Coqueta está teniendo problemas?
—Ahora estáis a salvo —dijo Coqueta con voz suave pero
chirriante.
Tinian se deslizó fuera de la litera. Las piernas se le doblaron
torpemente.
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M. Shayne Bell

—¿Qué ha pasado? —preguntó a la droide en miniatura.


—Inyectores subcutáneos en el colchón y la cubierta. El Diente
estaba programado con los pesos corporales de ambos. Habéis
estado fuera de combate durante tres días y medio.
Con razón Tinian había perdido toda la noción del tiempo.
Chen preguntó a Coqueta si había logrado entrar en la
seguridad del Diente.
—Entrar, exactamente, no —admitió suavemente Coqueta—.
Ha aceptado mi presencia, pero no me ha dejado hacer gran
cosa. Sin embargo —trinó—, he asegurado vuestra cabina y os
he encendido las luces. Algo es algo.
En lugar de en gris, los mamparos brillaron en un azul metálico,
y el pelaje plateado de Chen resplandeció. Ahora Tinian podía
ver que el Diente tenía compartimentos elevados y literas
largas y estrechas.
—¿Dónde está Bossk?
—En la bahía de carga, tratando de escanear vuestra caja de
armamento.
Chen gruñó una elaborada amenaza.
—Por el momento está a salvo. Igual que vosotros.
De todas formas, esa caja era un señuelo. Tinian se frotó la cara
y se deslizó en la cabina de ducha. Esta vez, la pequeña sirena
en forma de caja de Chen no había encontrado la horma de su
zapato. Si Coqueta podía insinuarse para acceder a los circuitos
principales de seguridad del Diente antes de que volvieran a
saltar, ella y Chen deberían ser capaces de dominar a Bossk,
atarlo, y entregarlo donde obtuvieran el mejor precio.

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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: De todos los posibles futuros: El Relato de Zuckuss y 4-LOM

Pero el Plan Uno dependía completamente de Coqueta. Tinian


aún no había realizado ninguna misión de caza que
transcurriera sin problemas.
La áspera voz de Bossk habló desde el mamparo.
—Chenlambec, Tinian. Voy hacia allá para hablar con vosotros.
—¿Qué hay para cenar? —replicó Tinian.
No hubo respuesta. Chen gimió su preocupación.
—No voy a desmayarme —respondió ella—, pero tú debes de
estar muerto de hambre.
Coqueta intervino.
—Bossk acaba de programar la cocina para que prepare un
gran festín.
—Será mejor que atenúes nuestras luces —sugirió Tinian—.
Sospechará si no lo haces.
Los mamparos volvieron a fundirse en gris.
—¿Nos atrevemos a comer? —preguntó Tinian a Coqueta—.
¿Y dónde estamos?
—Desviados sólo unos grados del puesto de paso —respondió
Coqueta—. No ha drogado vuestra comida.
Tinian comprobó la carga de su bláster.
—Oh, oh —dijo. Lo habían drenado—. ¿El tuyo también está a
cero?
Chen tanteó su bláster, y luego examinó su ballesta. Soltó un
ladrido y señaló. Habían retirado el muelle de carga.
La compuerta se abrió.
—Salid y comed —dijo la voz de Bossk, pero Bossk no
apareció. El pasillo estaba aún más oscuro que su cabina.
Tinian avanzó por el pasillo tenebroso, siguiendo su nariz hacia
la cocina. Bossk estaba sentado en una mesa, encorvado sobre
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M. Shayne Bell

un cuenco lleno de serpenteantes gusanos rojos. Ya no llevaba


su rifle bláster. Bajo esa tenue luz, parecía de color marrón
parduzco.
—Comed. —Señaló con un brazo dos platos colocados lejos
del suyo—. Vuestra comida me desagrada.
—Es mutuo —murmuró Tinian, pero fuera lo que fuese que
Bossk le había preparado, olía de maravilla.
Por otra parte, le habría sido difícil rechazar incluso
plastiplacas crudas con salsa de aceite de terracoche. Se metió
un puñado a la boca antes de que Chen se sentara. Bossk pasó
la lengua por su cuenco. Un gusano desapareció en su boca
junto con su lengua.
Tinian decidió no mirarle más.
Varios minutos y medio plato más tarde, preguntó:
—¿Dónde estamos?
—Cerca del sistema Aida y de vuestro puesto de paso. Ahora
necesito la ayuda de tu maestro de caza peludo.
Chenlambec habló en voz baja con ella durante un rato,
cuestionando la competencia de Bossk, su gusto en comida, y
la capacidad de conservación del huevo del que había
eclosionado. Tinian fingió traducir:
—¿Por qué no hemos salido del hiperespacio en las
coordenadas que él te dio?
—Por si acaso trataba de tenderme una trampa, por supuesto.
—Bossk volvió a disparar su lengua.
Chenlambec emitió un rugido sordo. Tinian esperó un tiempo
razonable antes de hablar.
—Dice que tú y yo debemos refugiarnos en una bodega con
escudos de sensores mientras él hace contacto.
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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: De todos los posibles futuros: El Relato de Zuckuss y 4-LOM

Bossk soltó un bufido.


—Serás mi rehén en caso de que intente cualquier cosa.
Esta vez, Chen dijo algo que realmente necesitaba traducirse.
—Tendrás que enseñarle cómo manejar los controles de tu
nave —repitió Tinian.
—No, no tengo por qué. Mi cabina personal está
completamente rodeada de escudos, y puedo manejar el
Diente desde su interior.
Tinian se volvió hacia Chen.
—¿Eso servirá?
No le entusiasmaba la idea de permanecer como rehén dentro
de una cabina con escudos.

Chen le dijo que eso serviría. Varios minutos más tarde, él


estaba sentado solo en el puente del Diente. Bossk había
bloqueado todos los controles, pero Chen había apoyado sus
antebrazos en los profundos surcos de la consola y la
estudiaba con atención. Evidentemente, Bossk usaba la presión
contra la superficie de los surcos para controlar los impulsores
en varias direcciones. Los cañones principales debían ser los
ganchos para las garras de la mano derecha. Aún no había visto
controles de escudo, pero encontrarlos sería tarea de Coqueta.
La había instalado bajo el ordenador de navegación. En ese
momento debería estar absorbiendo datos, vaciando memoria
antigua para hacer espacio.
Un objeto borroso apareció delante de ellos en los sensores.
Eso debía de ser el puesto de paso. Sus contactos de Kashyyyk
habían creído inteligente no decirle dónde encontrar Lomabu
LSW 247
M. Shayne Bell

III… una táctica dilatoria, para darle tiempo a Coqueta de


conquistar los circuitos de mando del Diente.
Chen esperaba escuchar en cualquier momento a Coqueta
anunciando su éxito. El Plan Uno era elegantemente sencillo.
El objeto borroso creció y se convirtió en dos pantallas
delanteras trapezoidales gemelas. Un pedazo de metal a la
deriva, parecía una nave abandonada. Brillantes escombros
microscópicos se arremolinaban a su alrededor en un órbitas
rápidas y furiosas. El objeto parecía invitar a ser sondeado por
escáneres.
Antes de poder tocar cualquier control, se encendió la pantalla
de su escáner. De cerca, seguía pareciendo una nave a la
deriva. Eso no era ningún puesto de paso: Un tenue pero
distinguible baile de pequeñas luces de colores lo habría
identificado en caso de ser auténtico. Debería haber sabido
que Kashyyyk nunca se arriesgaría a dejar que un trandoshano
viera el código identificativo de la red.
Pero le habían prometido algo que fuera capaz de leer.
Gruñó al micrófono principal del puente: Bossk debía enfocar
los escáneres en la nube en órbita y modificar la profundidad
de escaneo hasta que apareciera algo legible.
A cualquier profundidad, sólo parecía basura arremolinándose.
Un inquietante aullido llenó la cabina.
De repente, soltó un suave bufido de diversión. Algún brillante
operativo de la resistencia había programado los escombros
danzantes para ofrecer una lectura audible ante los escáneres.
Sonaba como cientos de wookiees cantando simultáneamente,
cada uno siguiendo a los demás en un canon
espectacularmente complejo. Cada voz repetía una serie de
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números. Chen aisló una voz y la siguió a lo largo de la serie.


Definitivamente eran coordenadas; pero, ¿dónde terminaba y
comenzaba de nuevo la serie?
Su joven aprendiz había trabajado como músico durante un
breve trabajo encubierto.
Le gruñó una pregunta.
Tras varios segundos, ella respondió en el lenguaje de los
wookiees.
—Comienza… —bufó en un extraño tono de soprano. Hizo una
pausa, y luego ladró—: ¡Ahora!
Chen tecleó dígitos en el ordenador de navegación del Diente.
En el instante en que completó la secuencia navegacional, su
pantalla se iluminó con una ruta. Una ruta muy corta.
El sistema Lomabu era el vecino inmediato de Aida.
Susurró a Coqueta. ¿Había…?
—Aún no —señaló ella—. Lo siento.
Habría que pasar al Plan Dos, entonces. De acuerdo con la
transmisión de Kashyyyk, las fuerzas imperiales estaban
tramando tender una trampa a la flota rebelde usando varios
cientos de esclavos wookiees como cebo. Los wookiees habían
sido enviados a Lomabu III, un mundo recientemente
despoblado por sedición contra el Imperio, y aprisionados allí.
El gobernador imperial de Aida, Io Desnand, pretendía
embarcar docenas de hembras y cachorros y luego fingir un
ataque. Las naves rebeldes probablemente tratarían de
rescatar a los wookiees, y el gobernador Desnand ofrecería al
Imperio una trampa masiva. Estaba claro que Desnand iba
buscando un ascenso importante.

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M. Shayne Bell

El Plan Dos implicaba liberar a los prisioneros wookiees de


Lomabu III y derrotar a Bossk, cada cosa a su tiempo. En el
Plan Dos, Chen (apoyado por Coqueta y Tinian) aún tendría una
clara ventaja sobre Bossk (sin las atenciones del Diente de
Perro). Tan pronto como Coqueta anunciara su éxito, él y Tinian
reducirían al gran trandoshano. Entonces Chen atacaría a los
guardias de la prisión lomabuana sin tener que vigilar su
espalda.
El Plan Tres era más complicado, por supuesto. Enfrentaba a
Bossk contra el gobernador imperial Io Desnand, y la
sincronización sería crucial.
Los contactos de Chen en la Alianza que habían creado el
«puesto de paso» probablemente no estarían muy lejos. En ese
momento sus escáneres estarían apuntando al Diente.
Alzó una mano para saludarles.

Tinian se sentó donde le habían dicho que se sentara, a varios


metros de distancia de Bossk en la espaciosa cabina de
pasajeros de estribor. Bossk se sentó frente a una consola
empotrada. Su mono de vuelo naranja le quedaba mejor
cuando estaba sentado; cuando estaba de pie, le formaba
jorobas a la espalda. Sus largos antebrazos verduzcos
descansaban sobre dos profundas muescas redondeadas.
Apenas se movía, pero parecía notablemente ocupado para
alguien que sólo necesitaba trazar un curso. Debía de estar
sondeando febrilmente ese «puesto de paso».
Ella ya había supuesto que sería falso. Bossk debía de estar
amargamente decepcionado… pero en su mente, el Halcón
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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: De todos los posibles futuros: El Relato de Zuckuss y 4-LOM

Milenario estaría casi al alcance. Probablemente volvería a


comprobar este puesto de paso después de haber completado
esta misión.
Para entonces, probablemente ya no existiera.
Ella soltó una risita.
—¿Qué ocurre? —preguntó Bossk—. ¿Qué es tan divertido?
—El hecho de que ya casi estemos —mintió ella—. Esos
wookiees están tratando de establecer su mundo seguro justo
bajo las narices de un gobernador imperial.
—Oh. Vuelve a tu cabina —ordenó Bossk con un sonido
gutural—. Discutiremos la estrategia una vez sondee el
sistema.
—Sin drogas esta vez —dijo seriamente ella.
La aceleración le dificultó doblar la esquina al entrar en su
cabina. Se apoyó en un mamparo hasta que Chen se deslizó
tras ella.
—¡Rápido! —instó. Chen ya estaba desenganchando a Coqueta
de su bandolera. La enchufó en la toma del mamparo.
—Seguridad —ordenó bruscamente Tinian a la droide en
miniatura—. Deprisa.
El aumento en la fuerza gravitatoria oscureció los bordes de la
visión de Tinian antes de que Coqueta finalmente anunciara,
cantarina:
—¡Estáis a salvo!
Tinian subió a duras penas a su litera y presionó los pies contra
el mamparo de popa. Chen llegó junto a ella y le aseguró las
cinchas.
—Gracias —consiguió decir Tinian. Luego cerró los ojos y
esperó la sacudida al entrar en el hiperespacio.
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M. Shayne Bell

Bossk miró sus monitores con el ceño fruncido. El Diente había


saltado con éxito —sería un salto de un par de horas—, pero
uno de los monitores internos se había apagado de repente.
¿Había perdido la energía en la cabina de babor?
—Restablece los sistemas de contención dentro de la cabina
de pasajeros —ordenó.
Tras un instante de duda, la vos de barítono del Diente
respondió.
—La cabina de babor está completamente asegurada.
¿Desearía imágenes de la cabina de babor?
Para ser un ordenador super inteligente, en ocasiones se
comunicaba como un completo idiota. Esa era una desventaja
de pilotar una nave nueva. Bossk suspiró pesadamente.
—Cancela la petición —gruñó.
Casi de inmediato, Chenlambec apareció en la compuerta del
puente. Ladró algo y señaló los surcos de control.
Bossk arreglaría más tarde ese cortocircuito. El circuito de
traducción repitió el aullido de Chenlambec antes de que Bossk
pudiera apagarlo y fingir que nunca hubiera existido.
Traduciendo a un básico simplificado, dijo:
—Quiero sentar en puente. Tú nos hiciste dormir antes. Tú me
necesitas ahí arriba.
En Lomabu nosotros superados en número.
Bossk observó el magnífico pelaje del wookiee.
—El Diente de Perro es mi copiloto. No te necesito.
Chenlambec gruñó.
—No necesitas —tradujo el Diente—. Pero vuelo contigo.
Quiero ayudar.
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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: De todos los posibles futuros: El Relato de Zuckuss y 4-LOM

Bossk pasó su lengua por la parte interior de los dientes. Sería


interesante compartir el puente con un wookiee cuya piel
pronto desollaría.
—Siéntate —dijo a Chenlambec—. Pero el Diente puede
inmovilizarte más rápido de lo que tardarías en tocarme. Y aún
puedo matar a tu socia. —Pulsó el interruptor de vigilancia. La
cabina de babor apareció en pantalla. Tinian estaba agachada
junto a un mamparo, tratando de arrancar una lámina de panel
metálico con sus uñas. Bossk señaló su imagen—. Si veo
necesario tener que inmovilizarte —dijo a Chenlambec—, la
mataré al instante.
Chenlambec murmuró.
—Demasiado oscuro ahí arriba —tradujo el Diente.
—Hay suficiente luz —dijo Bossk—. Siéntate.
Chenlambec se sentó.

—Vuelves a estar vigilada —trinó Coqueta—, o eso cree Bossk.


Tinian se deslizó fuera de su litera.
—Ya era hora —exclamó—. Debe de ser un ordenador de lo
más desagradable.
—Desagradable no. —Coqueta sonó remilgada—. Sólo poco
amigable. Me gustan los desafíos.
—Mientras no hagas que nos maten mientras te esperamos,
querida. —Tinian se estiró el mono—. ¿Es seguro ir a explorar
las bahías de popa?
—Si me llevas contigo. Bossk piensa que estás tratando de
arrancar placas de metal de los mamparos.
—Qué creativo. —Tinian se colocó el cinturón sobre las
caderas. Además de un bláster, llevaba varias herramientas que
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M. Shayne Bell

necesitaría para su exploración—. Este es un salto corto. Será


mejor que nos movamos rápidamente. Abre la compuerta.
La compuerta se deslizó hacia arriba.
—He puesto un bucle en su programa de vigilancia —explicó
Coqueta—. Te verá tantear varios mamparos con las uñas.
Tinian mantenía sus uñas cortas, pero esa imagen tendría
sentido para un alienígena con garras.
—¿Cómo va tu progreso con el Diente?
—Oh —dijo Coqueta de forma evasiva—, no tan bien como me
gustaría. Es uno de esos tipos realmente incorruptibles. Era
más vulnerable desde el puente. He tenido que concentrarme
en esta cabina mientras estaba aquí, de otra forma tal vez
pudiera haber logrado algo.
Chen había dejado a Coqueta con Tinian para protegerla. Más
le valía a Tinian hacer que esa escapada a popa valiera la pena.
—Gracias —dijo—. Limítate a no dejar que vea lo que estoy
haciendo.
—¡No seré yo quien lo permita!
Tinian agarró el pequeño cubo y lo hizo girar ligeramente.
Coqueta saltó del mamparo a la palma de su mano. Tinian
esperó unos pocos segundos por si acaso comenzaba a sonar
una alarma.
—¿No confías en mí? —preguntó Coqueta.
—No confío en nadie.
Tinian introdujo a Coqueta en un bolsillo del cinturón y luego
se salió velozmente al pasillo.
Estaba totalmente a oscuras. Obviamente, Bossk (capaz de ver
en el infrarrojo) quería mantener a sus pasajeros tan a ciegas
como fuera posible. Tinian extrajo una pequeña luma de uno
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de los bolsillos de su cinturón y la sostuvo sobre su cabeza.


Mamparos remachados se curvaban en ambas direcciones, con
plafones en forma de pirámide invertida a lo largo del techo.
Parecían lámparas térmicas.
—Detenme si nos acercamos a algo peligroso —susurró.
Apenas había alcanzado la primera compuerta lateral cuando
Coqueta emitió un pitido. Con cuidado, extrajo a Coqueta del
bolsillo. Sostuvo la pequeña droide cerca de su boca.
—¿Qué ocurre? —susurró.
La voz de Coqueta fue casi imperceptible.
—Sensor de movimiento —respondió la droide—. Un paso
más y entrarás en su radio de alcance.
—¿Puedo retroceder?
—Eso creo.
Tinian deslizó un pie hacia atrás, y luego el otro.
—Para —dijo Coqueta.
Tinian quedó de nuevo inmóvil.
—¿Y ahora qué?
—Creo que hay una trampa de presión en la cubierta justo
detrás de ti. No muevas ninguno de tus pies.
Tinian mantuvo su posición e hizo un barrido con Coqueta en
todas direcciones. Olfateó el aire minuciosamente. Su
asombroso olfato para los explosivos no sería de ayuda si los
elementos de seguridad del Diente eran electrónicos.
—De acuerdo —murmuró Coqueta—. El sensor ha apartado la
mirada.
Mientras Tinian avanzaba rápidamente, pudo ver en lo alto de
un mamparo un pequeño ojo giratorio, que apuntaba
momentáneamente en otra dirección. Se deslizó bajo él
LSW 255
M. Shayne Bell

mientras éste hacía un barrido de vuelta hacia el pasillo.


Entonces se escabulló hacia popa, permaneciendo lo más
pegada posible al mamparo de babor. Finalmente alcanzó dos
grandes compuertas una al lado de la otra.
—Están cerradas —dijo a Coqueta—. ¿Cómo vas a hacerme
entrar?
—Tiene que haber una toma de corriente cerca.
Tinian alzó su luma. El mamparo opuesto parecía liso, salvo por
las uniones y los remaches.
—¿Dónde?
—Acércame al otro lado.
Se estiró todo lo que pudo. La toma de corriente tendrá que
resultar obvia, dado que los dedos trandoshanos eran torpes.
Tinian encontró un acceso completamente escondido en las
sombras. Encajó a Coqueta en él.
—Deprisa —susurró—. Me siento desnuda aquí fuera.
Coqueta no respondió. Emitió un pitido y campanilleó como
una caja de música en miniatura.
Detrás de Tinian, una compuerta se abrió deslizándose.
Dio media vuelta, desenfundando el bláster por pura
costumbre. No pasó nada. Por supuesto, tampoco habría
pasado nada si hubiera tratado de disparar el arma vacía. Con
fastidio, volvió a enfundarlo.
—Puedes pasar —anunció Coqueta.
Tinian desconectó a Coqueta del mamparo.
—La próxima vez, hazme una pequeña advertencia —gruñó.
Se coló en la bahía de carga, dejando la compuerta abierta.
Esa no era la bahía donde habían almacenado sus valiosos
arcones. Alineada a lo largo de una pared, sujeta con cintas y
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redes de seguridad, pero a plena vista, había toda una


colección de armas: picas de fuerza, disruptores de aspecto
desagradable, cuchillos, rifles bláster, y pistolas de redes. Todo
para cazar wookiees, que sólo querían que los dejasen en paz.
Girando sobre sí misma, Tinian vio una larga mesa reluciente.
Se acercó, sosteniendo en alto su luma. La superficie de la
mesa proyectaba reflejos en el mamparo opuesto. Un estrecho
canal recorría el borde de la mesa, inclinado hacia un depósito.
En uno de los extremos estrechos de la mesa, un gancho
giratorio de aspecto malvado colgaba replegado. Un complejo
mecanismo se cernía sobre él, suspendido desde el mamparo
superior.
Con esas extremidades delanteras largas, rígidas y con garras,
Bossk no era lo bastante diestro como para usar un cuchillo de
desollar. La maquinaria automatizada descendería sobre el
cadáver de un wookiee en los lugares adecuados.
Con un escalofrío, Tinian avanzó de puntillas pasando un
tanque de inmersión para curtir pieles frescas.
No encontró ninguno de los asientos de aceleración que Bossk
había afirmado que tenía ahí atrás, pero a lo largo del mamparo
más alejado de la compuerta de acceso pudo ver cinco nichos:
armarios para carne. Equipados con un equipo de
supervivencia mínimo, eran una característica estándar en las
naves de los cazadores —el Wroshyr tenía dos— para contener
adquisiciones vivas. Estos iban desde la cubierta hasta el
mamparo superior. Tamaño wookiee.
Bossk encajaría perfectamente en uno de ellos.
Se arrodilló junto al más cercano, introdujo la mano en el mayor
de los bolsillos de su cinturón, y extrajo un puñado de
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M. Shayne Bell

herramientas. Su medidor de circuitos identificó un generador


de campo de fuerza en la parte inferior del armario.
Probablemente se disparaba con sensores de movimiento para
atrapar a las presas que forcejeaban en el
interior. Le habría gustado forzar uno esos armarios, o todos…
De pronto sintió miedo.
—¿Está pasando algo? —preguntó a Coqueta. —Bossk está
ocupado en el puente. Estás a salvo… —No me siento a salvo.
Su fuga de Druckenwell aún la perseguía en sueños. Había
corrido, y corrido, y corrido, esperando que la detectaran por
el calor corporal y que soldados imperiales equipados con
escáneres de infrarrojos le dispararan por la espalda. No tenía
la menor duda de que Bossk la mataría igual de fácil si la
atrapaba manipulando su equipo, y él veía en infrarrojos sin
necesidad de escáneres.
Se irguió e introdujo las herramientas de nuevo en el bolsillo.
—Tenemos que volver.
—No tienes por qué hacer eso. Yo te avisaré si…
—También tengo que entrar en la otra bahía. Probablemente
nos estemos quedando sin tiempo. —Tinian se apresuró a salir
por la compuerta y cruzar el pasillo. Empujó a Coqueta en la
toma de corriente—. Cierra esa compuerta y abre la otra.
Los cerrojos emitieron un chasquido detrás de ella.
Tinian arrancó a Coqueta del mamparo y volvió a cruzar el
pasillo. Alumbró con su luma el mamparo interior de esa bahía,
encontró un enganche para Coqueta, y la enchufó de nuevo.
Luego alumbró con su luma hacia el otro mamparo. Eso era la
pila de… Una sombra se movió. La sangre de Tinian se
convirtió en agua helada.
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El inmenso droide bronce y carmesí de Bossk avanzó rodando,


se detuvo, dio media vuelta, y regresó a su estación.
—Estás a salvo. —El tono del trino de Coqueta bajó un
intervalo menor indicando tristeza—. Es un descerebrado total.
Tinian miró fijamente a la unidad X10-D.
—¿Qué? —murmuró.
—La pobre criatura no es más que una extensión del Diente
de Perro —explicó Coqueta—. No tiene programación interior.
Qué lástima, con un cuerpo como ese.
—Coqueta —reprendió Tinian a la droide—. Chen necesita
sacar un chip de datos del
Arcón Dos. Ábrelo… rápido.
Diez minutos más tarde, Coqueta la guiaba de vuelta por el
pasillo.
—Es terrible —trinó Coqueta cuando se detuvieron bajo un
sensor de movimiento. Tinian quedó inmóvil.
—¿Qué?
—Ese hermoso cuerpo metálico, sin cerebro…
—¡Coqueta! —ordenó Tinian apretando los dientes. Sentía ojos
imaginarios observándola en la nuca—. Llévame de vuelta a la
cabina. ¡Ya!
En el instante que llegaron a zona segura, empujó a Coqueta a
su lugar del mamparo.
—Borra cualquier registro de que hayamos abandonado esta
cabina —indicó.
—No deberías preocuparte tanto —silbó Coqueta—. Estabas
completamente a salvo conmigo.

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M. Shayne Bell

***
Bossk echó un vistazo hacia un lado. ¿Había visto una alarma?
Tal vez, pero se había apagado sola, así que tal vez fuera una
falsa alarma. El Diente aún tenía algunos fallos, como esos
momentos de habla estúpida.
Sin embargo, Chenlambec estaba claramente impresionado por
la nave, y Bossk había disfrutado enseñándosela.
Apagó el circuito de simulación y volvió a poner los controles
en línea.
—Regresa a tu cabina, gruñó. Como el wookiee no obedeció
de inmediato, tocó un control que hizo que en el asiento de
copiloto se extendieran dos electrodos que penetraron en el
pelaje.
Chenlambec se levantó de un salto, aullando.
—Duele —insistió el traductor del Diente—. Duele.
—A la cabina.
Bossk blandió el rifle bláster que llevaba colgando sobre su
regazo.
El wookiee se fue por el pasillo arrastrando los pies, tratando
claramente de perder tiempo. Pero cuando Bossk se asomó a
la cabina de babor, la humana estaba sentada al borde de su
litera. Jugueteaba con sus delgadas e inadecuadas garras.
—¿Dónde has estado? —gruñó. ¿Arrancando paneles de los
mamparos?
Ella levantó la cabeza para mirarle, con rostro estúpidamente
inexpresivo.
—Aquí —respondió ella—. ¿Dónde si no?
Él creyó captar en las ropas de la humana el aroma de la bahía
de desollamiento. Retrocediendo fuera de la compuerta, la
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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: De todos los posibles futuros: El Relato de Zuckuss y 4-LOM

cerró y la aseguró. ¿Qué ha podido estar haciendo ahí atrás?


Realizó un circuito por el pasillo principal, incluyendo ambas
bahías. No se había activado ninguna alarma. De regreso a su
puente, efectuó una comprobación de seguridad adicional.
También mostró todo limpio.
Tal vez se había equivocado.
Pero, ¿y si no?
Tecleó para mostrar más detalles del programa de seguridad.
Inmediatamente después de abandonar el Ejecutor, el Diente
de Perro había escaneado los arcones de sus pasajeros. El
escaneo no revelaba nada de metal salvo en la caja de
armamento. Indicó al programa que examinara los arcones de
nuevo. Fuera lo que fuese que habían subido a bordo, si no era
armamento, necesitaba ser analizado.
El segundo escaneo aportó la misma falta de resultados: la
ropa o los alimentos habrían coincidido con las lecturas
bioquímicas del escaneo.
Hacía varios años estándar que no se enfrentaba a un enigma
tan entretenido.
Una siesta de una hora le ayudaría a refrescarse, y el Diente lo
despertaría a tiempo de saltar al espacio real. Reactivando las
alarmas, se dirigió a su catre.
En el instante en que Coqueta declaró que Bossk se había
encerrado en su cabina, Chenlambec salió para realizar su
propio reconocimiento. Para su deleite, cuando irrumpió en la
zona central que había supuesto que sería el motor principal
del Diente, encontró una esbelta nave de exploración.

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M. Shayne Bell

Se detuvo, admirando sus líneas. Tanto si reducían a Bossk


antes como si no, llegaría el momento de realizar vigilancia en
superficie.
Sería mejor que se preparara para el Plan Tres, y para ello
necesitaría descargar esos arcones en esa nave de exploración.
¿Pero dónde podría esconder algo tan grande?
Rodeando el casco, encontró dos enormes huecos vacíos en su
exterior. Bossk había retirado sus armas. Eso hizo que Chen
estuviera seguro de que Bossk les haría salir en esa nave a él
y a Tinian. Se asomó a uno de los huecos.
Dentro había espacio suficiente como para esconder a un
wookiee.
A él no, pero…
Sonrió amargamente. Dentro de sus arcones de
almacenamiento estaban, congelados en carbono, dos
parientes suyos ejecutados por el Imperio. Habían dejado caer
sus cadáveres en un puesto avanzado wookiee. Chenlambec
había jurado vengar sus muertes haciendo uso de esos
cuerpos. Aparentemente, el droide de Bossk, X10-D, carecía de
cerebro, de modo que Coqueta podría ordenarle que
transfiriera las unidades de congelación de carbono a esos
nichos de artillería. También debía decir a Coqueta que se
asegurara de que los escáneres del Diente siguieran mostrando
que esos arcones estaban llenos.
Con ayuda de Coqueta, se coló a continuación en el puente,
llevando consigo el chip de datos que Tinian había recogido.
Antes de sentarse, deslizó a Coqueta en su posición bajo el
ordenador de navegación. Pasaron varios segundos que se
hicieron eternos.
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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: De todos los posibles futuros: El Relato de Zuckuss y 4-LOM

—Todo seguro —gorjeó—… más o menos.


Él solicitó una explicación.
—Habrá una comprobación cada dos minutos. Sea lo que sea
que quieras hacer, date prisa.
Casi instantáneamente, emitió un pitido de advertencia. Él se
encorvó sobre los controles inmóvil, hasta que ella volvió a
trinar.
—Muy bien. Lo he anulado sin problema.
Él gruñó una pregunta.
—No, no arranques ningún cable —respondió ella—. Yo
retendré al Diente.
Chen extrajo un juego de herramientas en miniatura del bolsillo
de su bandolera. Levantó la cubierta del ordenador principal,
la apartó a un lado, y luego examinó la circuitería interna. Casi
tenía todo identificado cuando Coqueta volvió a emitir un
pitido. Volvió a colocar la cubierta a toda prisa.
Hicieron falta cinco intervalos antes de localizar el lugar donde
deslizar ese chip lleno de datos manipulados. Entonces lo
ajustó en su sitio e instaló a su alrededor un circuito paralelo.
Justo a tiempo, además. Llegarían a Lomabu en cuestión de
media hora.
Gruñó una última pregunta a Coqueta.
—Aún no —dijo con un chirrido—. Lo siento.
Entonces tendría que ser el Plan Tres. Dejando a Coqueta en
posición bajo el ordenador de navegación por si acaso estaba
a punto de tener éxito, se retiró a la cabina de babor.

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M. Shayne Bell

Tinian estaba agachada junto a la consola de comunicaciones,


apoyándose contra el mamparo de estribor, llevando unos
auriculares ligeros. De momento, sólo escuchaba estática.
Bossk ocupaba el asiento principal con Chen como copiloto.
Chen le había dicho que creía que Bossk se divertía al permitir
que un wookiee se sentara en su puente. Bossk había subido
la intensidad de las luces del puente. Sus escamas verdosas
mostraban reflejos naranjas donde las luces las iluminaban.
Bossk apagó el hiperimpulso. El Diente pasó a velocidad
subluz, y apareció un sistema estelar. De acuerdo con la lectura
del ordenador de navegación, tenía seis planetas con órbitas
erráticas. Se parecían más a las órbitas de unos electrones que
a una eclíptica plana planetaria, como si el sistema Lomabu
hubiera quedado revuelto tras el paso de un gigante estelar.
Bossk había orientado el Diente de Perro hacia el plano orbital
del tercer planeta. Desde esa distancia parecía un pequeño
disco azul con una luna: De acuerdo con los escáneres, su
superficie estaba cubierta casi por completo de océanos, con
largos archipiélagos trazando arcos donde colisionaban las
placas tectónicas.
—Excelente —siseó Bossk—. Diente, establece un rumbo por
inercia y apaga los motores.
—Confirmado.
La nave quedó en silencio. Para un escáner casual parecería un
asteroide excéntrico pasando junto al planeta.
Tinian observó cómo Bossk pulsaba un control junto a uno de
los surcos de sus antebrazos. Ahora tendría que usar lo menos
posible los escáneres de la nave. Las transmisiones sueltas

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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: De todos los posibles futuros: El Relato de Zuckuss y 4-LOM

serían detectadas por los vigilantes imperiales… aunque él


creía estar escondiéndose de centinelas wookiees.
Chenlambec aulló.
—¿Es posible que el Halcón esté en rango de escáner? —
tradujo Tinian.
Bossk observó los paneles.
—Si es que el Halcón está aquí —dijo—. Si vosotros dos me
habéis desviado, os venderé a ambos al mejor postor.
La imagen de una instalación colonial apareció en el escáner
principal del Diente. Chen le había dicho a Tinian que se
correspondería bastante fielmente con el trazado de Gandolo
IV. Bossk cambió el escaneo una vez más, estrechando su
banda de búsqueda.
Una forma irregular descendía hacia la «colonia» de Lomabu.
—Carguero corelliano YT-1300 —anunció el barítono del
Diente—. Modificado. Muy modificado. Ilegalmente modificado.
Tripulación y pasajeros: un wookiee, dos humanos.
Bossk golpeó el panel con las garras de su mano izquierda.
—¡Los tenemos! —exclamó, exultante.
Tinian creyó haber escuchado algo. Se tocó los auriculares.
—¡Escuchad!
Bossk amplificó la transmisión por un altavoz del puente.
—Muy divertido —decía un humano arrastrando las palabras—
. Pero lo que queremos es un permiso de aterrizaje. ¿Van a
concedérnoslo, o debo llevarme todo esto y revendérselo a
Nada Synnt?
—Solo —siseó Bossk—. Apaga toda la energía.
El puente quedó a oscuras.

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M. Shayne Bell

Tinian alzó su pequeña luma dentro de su mano. Entre sus


dedos se filtraba una tenue luz roja. Plan Tres, entonces. Había
esperado no tener que recurrir al Plan Tres. Chen, espero que
estés preparado.
—Vamos a por ellos. —Tratando de sonar arrogante, dio unos
golpecitos a su bláster—. Ya es hora de una recarga, Bossk. Y
Chen necesita su ballesta.
Bossk levantó los antebrazos de los surcos y se los frotó entre
sí.
—Tinian, quiero que tú y tu wookiee determinéis las rutas de
escape más probables de Solo. Haced un recuento de sus
aliados y sus recursos. Esta será una experiencia excelente para
redondear tu aprendizaje.
—No queremos volver a usar esos escáneres —protestó ella.
Bossk chasqueó la lengua.
—Tienes razón. Voy a enviaros en mi nave de exploración, el

Cachorro de Nashtah.

El Cachorro era la nave de exploración más adorable que


Chenlambec hubiera tripulado nunca, a pesar de sus poco
familiares controles… y tenía transceptores de banda ancha,
incluyendo el favorito personal de Chen, el de banda lateral
única. Su consola trazaba una curva rodeando dos asientos de
tripulación de cuero, con escáneres montados para crear la
ilusión de mirar a través de dos ventanas trapezoidales, como
en el puente del Diente de Perro.
Chen hizo un viraje de vuelta hacia el Diente para hacerse con
la sensación de manejo. La nave mayor había abierto una
compuerta dorsal para lanzar el Cachorro; se estaba cerrando
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lentamente tras ellos. Ahora era fácil ver que los motores
primarios del Diente, de forma oval, se encontraban bajo su
cubierta principal, con puertos de escape cruzando su cuarto
de popa.
—Cuidado —dijo la voz de Bossk por sus auriculares—. Os
estoy siguiendo con un cañón cuádruple.
—¿Por qué molestarse? —replicó Tinian—. Estamos
Prácticamente desarmados.
Chen le ordenó que hiciera descender el Cachorro fuera de
alcance, y luego se señaló una oreja y por encima del hombro
hacia el Diente de Perro: Sin duda Bossk los estaba
monitorizando.
Ella asintió y tomó las palancas de dirección. La consola
rodeaba sus asientos de tripulante tan limpiamente que
cualquiera de ellos podía pilotar con comodidad el Cachorro.
Tinian acarició una palanca de control.
—Me gusta esta pequeña exploradora.
Con nostalgia del Wroshyr, Chen ladró.
—Yo no pedí nacer rica —protestó—. Sólo desearía que esta
nave fuese mía.
Chenlambec siguió rebuscando en su bolsa de herramientas.
Había dejado a Coqueta bajo el ordenador de navegación del
Diente y se había traído consigo un transmisor remoto. En ese
momento, cableó el remoto —que era más grande que la
propia Coqueta— en la línea de comunicaciones principal del
Cachorro. Luego tecleó un mensaje codificado para Coqueta:
APAGA LOS RECEPTORES DE AUDIO DEL DIENTE DURANTE
DOS MINUTOS, Y LUEGO SU TRADUCTOR DURANTE DIEZ
MINUTOS. El remoto emitió dos pitidos para indicar «mensaje
LSW 267
M. Shayne Bell

recibido». Un minuto después, emitió dos pitidos, y luego los


repitió, indicando que había tenido éxito.
—Lo he oído —dijo Tinian—. ¿Bossk no podrá escucharnos
durante dos minutos?
Chen aulló afirmativamente y cerró las manos sobre las
palancas de control. Lomabu III acechaba cada vez más cerca
en la pantalla visual. Se estaban acercando al lado diurno a
mediodía, desde el sol naranja. Los imperiales no debían
verlos.
Tinian habló rápidamente por el micrófono incorporado en su
casco.
—Esto es un mensaje para el gobernador Desnand, repito, el
gobernador Io Desnand del Sistema Aida. Deseamos informar
de que el cazarrecompensas Bossk de Trandosha, repito,
cazarrecompensas, repito, Bossk, está invadiendo su mundo
prisión Lomabu III. Está enfrascado en una caza de pieles no
autorizada y pretende llevarse mucha de su mano de obra. Le
habla otro cazarrecompensas. Tengo a Bossk bajo observación,
pero él también me está observando a mí. ¿Me compensará
por mi trabajo si le intercepto por usted? Por favor, conteste
por esta frecuencia para que pueda recibir la respuesta a las…
14:35 horas estándar.
Esa transmisión iba dirigida a Aida, no a Lomabu. Habría algo
de retardo subespacial. Chen señaló el crono para advertir a
Tinian de que sus dos minutos se acababan. Sus diez estaban
a punto de comenzar. Ella desactivó el transmisor. Él soltó las
palancas de control, y ella las tomó.
Con el gobernador imperial sobre aviso, ahora debía cerrar el
otro extremo de su red: Debía contactar con la superficie.
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Incluso si Coqueta le fallaba, los prisioneros wookiees debían


ser avisados y liberados. Chen cambió el transmisor a una
frecuencia local.
La cabina se llenó con inquietantes sonidos ululantes. La banda
lateral única era excelente para transmitir el habla wookiee,
pero difícil de sintonizar en básico. Bossk podía escuchar eso
todo el día y no entender ni una palabra. Incluso su traductor
podría tener dificultades con ello.
Llamó a la superficie.
Al principio, no pasó nada. Siempre estaba la posibilidad de
que no se hubiera instalado ningún transmisor ilegal dentro del
campo de prisioneros, pero Chenlambec estaba dispuesto a
apostar por lo contrario.
—Prueba otra vez —sugirió Tinian—. Acabamos de pasar
debajo de la capa atmosférica ionizada.
Chen volvió a aullar al transceptor. Conforme Tinian acercaba
el Cachorro hacia el archipiélago objetivo, el aullido de
respuesta de su transceptor se moduló abruptamente.
Chen volvió la cabeza para sonreír a Tinian, y luego respondió.
Su misión necesitó bastantes explicaciones, especialmente la
parte que comprendía aterrizar y fingir un tiroteo. La isla hacia
la que se dirigían se hacía cada vez más grande en la pantalla
delantera.
—Explica lo de obtener la confianza de Bossk —susurró Tinian,
virando hacia el mar en el lado oeste de la isla. El complejo
prisión estaba en la costa este.
Chenlambec probó de nuevo. Evidentemente, su contacto era
un macho anciano que usaba equipo amateur, con un miedo
atroz a que los guardias regresaran pronto.
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M. Shayne Bell

Chen no preguntó qué amenaza usaban los imperiales para


controlar a su gente. Los escáneres del Cachorro le habían
mostrado artillería pesada: dos emplazamientos de turboláser,
y gran cantidad de tecnología metálica no identificada.
Necesitaba poner esas armas en manos de su gente.
Tinian descendió sobre una densa jungla verde, volando
rasante hacia la costa este de la isla. Abruptamente, la voz de
Bossk resonó en la cabina.
—¿Qué pasa? ¿Qué estáis haciendo?
Se le había acabado el tiempo. Si Coqueta silenciaba al
Cachorro por más tiempo, Bossk sospecharía de su existencia.
Tinian se inclinó hacia el receptor de audio.
—Vamos a chamuscar un poco de pelaje —respondió—.
¿Quieres que te traigamos algo?
—Si sabéis cómo… —dijo Bossk. Sonó como un desafío.
—Agárrate, Chen —musitó Tinian—. Aterrizaremos en cosa de
un minuto.
No estaba muy segura de sus dotes para el aterrizaje, y esta
era una nave desconocida, aunque le gustaba. Chen apartó sus
pequeñas manos de los controles y agarró él las palancas.
Estabilizó el motor principal y posó el Cachorro cerca de un
acantilado que recorría la costa. El complejo debía encontrarse
en una península justo al norte de ese promontorio rocoso.
—Impresionante —dijo Tinian con melancolía.
Él le dio una palmadita en el hombro y le ordenó que
descongelara los arcones.
Debían estar a temperatura corporal antes de regresar al
Diente.
Ella le apretó el antebrazo.
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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: De todos los posibles futuros: El Relato de Zuckuss y 4-LOM

—Ten cuidado, Chen.


Él canturreó una suave despedida. Su preocupación le
complacía y le honraba.
Desbloqueó la escotilla y saltó a Lomabu III. Un viento frío y
húmedo le golpeó la nariz y sintió escalofríos en las palmas de
sus manos, desprovistas de pelo. Su aroma salobre tenía un
componente orgánico de peces muertos y plantas flotantes.
Bajo un brillante cielo azul, cerca del lugar donde estaba
posado el Cachorro, las olas golpeaban la línea desigual de una
pared larga y quebrada. Algas verdes asomaban oscuras en la
superficie del agua trazando lo que parecía un encaje de
filigrana. Más adentro, en las aguas azul zafiro, otros muros en
ruinas formaban un laberinto de ángulos rectos. Las ruinas
apenas sobresalían del agua, coronadas con fragmentos de
piedra y acero.
Él y Tinian habían aterrizado cerca de una ciudad abandonada.
En cuestión de pocos años, décadas a lo sumo, el vasto mar
habría disuelto esos muros restantes y se los habría tragado, y
todas las pruebas de la civilización de los lomabuanos habrían
desaparecido.
Chenlambec se preguntó qué aspecto habrían tenido los
lomabuanos, y qué crimen habrían cometido para incitar al
Imperio a despoblar todo el planeta. ¿Los lomabuanos estarían
esclavizados, como su propio pueblo… o estarían muertos?
Comprobó su ballesta. Todas las piezas volvían a estar en su
sitio. Le molestaba saber que Bossk estaba tan familiarizado
con el armamento de Kashyyyk.
El promontorio rocoso que ocultaba a la vista el complejo
prisión también evitaría que los guardias de la prisión vieran el
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M. Shayne Bell

Cachorro. Avanzó con paso firme, permaneciendo dentro de un


estrecho bosquecillo de árboles marrones, con más ramas que
hojas, que crecían entre la base del acantilado y una playa
pálida y arenosa.
Una vez rodeó el promontorio, el complejo de la prisión
apareció ante su vista. Sus muros grises se alzaban en
perfectas líneas rectas, recién construidos y mantenidos por
mano de obra esclava. Ocupaba el extremo opuesto de una
estrecha península, rodeado por una alta verja metálica. Cuatro
altas y robustas torres acechaban en las esquinas de su
perímetro, y el istmo de la península entre el complejo y la isla
estaba cubierto de arena pálida.
Sólo un emplazamiento de turboláser estaba al alcance de su
ballesta. Destruir esa arma ayudaría a preparar el camino para
un alzamiento. Avanzó reptando, permaneciendo pegado al
suelo. La superficie rocosa le arañaba las palmas de las manos.
Cuando comenzó a apoyar la palma derecha en la arena, se dio
cuenta de que la arena también estaba reptando. Se inclinó
para mirar más de cerca. Lo que había tomado por una playa
arenosa era una vasta colonia de pequeñas criaturas. Cada una
no era más grande que un grano de auténtica arena, con patas
o flagelos tan pequeños que sólo podía suponer su existencia.
La colonia se agitaba conforme las criaturas trepaban unas
sobre otras, en continuas oleadas.
A juzgar por la superficie de roca húmeda sobre la arena
reptante, pudo ver que la marea se estaba retirando. Aunque
el movimiento de las criaturas parecía aleatorio, la colonia se
retiraba lentamente, siguiendo la marea.

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Dejó colgar un poco de pelaje sobre la colonia. Se desvaneció


al contacto con ella.
¡Pequeñas bestias voraces! Chen tanteó tras él en el claro,
encontró un palo cubierto de hojas, y lo arrojó a la arena
reptante.
Se disolvió desde abajo.
Esto explicaba por qué los imperiales habían elegido esa
península como colonia penal. Rodeada por arena voraz —
incluso con marea baja, supuso— mantendría encerrados a
wookiees que se reirían de la mayoría de las armas. Chen se
preguntó si los imperiales habrían permitido que algún
prisionero «escapara» para demostrar el apetito de la arena…
Pero eso era especulación vana. Ahora debía crear algo de
calor para que Bossk lo viera, para que pareciera que había
habido un tiroteo… para poder engañar a Bossk con esos
cadáveres de forma realista.
Evitando cuidadosamente la arena, reptó acercándose a la torre
de guardia. Eligió una flecha explosiva de su bandolera.
Manteniendo los codos en tierra, la encajó en su ballesta,
apunto con cuidado, y la hizo volar.
La torre estalló en llamas naranjas. Una voz humana gritó. Chen
se puso en pie de un salto y salió corriendo hacia el
promontorio. Le habría gustado haber visto qué aspecto tenía
esa explosión en los sensores de Bossk, ya que habría
aparecido en medio de una escena que no existía.
Mientras él se acercaba corriendo, Tinian permaneció cerca de
la escalerilla de embarque del Cachorro.
—¡No pises esa arena! —exclamó ella—. Es…

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M. Shayne Bell

Él rugió indicando que ya lo sabía e hizo una pregunta mientras


trepaba a bordo.
—Estoy bien. ¿Y tú?
Él saltó a la cabina y casi resbaló en un charco rojo. Tinian
había dejado los wookiees muertos entre la compuerta y las
sillas de tripulación.
—No había otro lugar donde ponerlos —se disculpó, trepando
al interior tras él—. En cuando los descongelé, comenzaron a
sangrar.
Él pidió saber qué había hecho con las unidades de
congelación de carbono.
—Las arrastré al interior del bosque. No creo que Bossk las
encuentre allí.
¿Y había subido dos wookiees por la escalerilla de embarque?
Debería haber dejado que él hiciera eso. Chen se dejó caer en
su silla y agarró los controles.
Una vez atracados en el Diente, Tinian abrió la escotilla del
Cachorro. Bossk estaba de pie bajo ella, silueteado por luces
que casi parecían de intensidad normal.
—Ahora los criminales wookiees saben que estamos aquí —
gruñó el trandoshano—. ¿Es todo lo que habéis conseguido?
—No —respondió Tinian con otro gruñido. No le resultó difícil;
le dolía la espalda—. También hemos realizado nuestra
evaluación. Solo y Chewbacca no pueden escapar por tierra.
Hay una colonia de arena carnívora viviente por toda la línea
de costa, así que tendrán que salir volando si tratan de escapar
de nosotros. ¿Aliados y recursos? Muchos wookiees, pero no

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tantos como ayer. Ayúdanos a descargar estas pieles. Aún


tienen carne dentro.
—¿Pieles? —Bossk se asomó a la escotilla principal y echó un
vistazo al interior—.
¿Realmente habéis…?
Quedó en silencio. Los cadáveres frescos todavía yacían
sangrando en la cubierta. Chenlambec estaba sentado en su
asiento, desnudando los dientes en un aullido.
—Criminales —tradujo Tinian, fielmente esta vez—. Un regalo
—añadió—, por si acaso sigues dudando de nosotros. Chen
acabó con dos centinelas.
Bossk se inclinó para examinarlos. Acarició una de las pieles,
de un hermoso color castaño con puntas negras.
—Tenía mis dudas de si mataríais a wookiees libres —
respondió—. Ahora os creo. Acepto vuestro obsequio.
Seguro que nos crees. Tinian dejó que Bossk cargase con los
cadáveres, que se enfriaban rápidamente, fuera del Cachorro.
Chen permaneció en su asiento, torciendo el labio. Parpadeó
rápidamente, un signo de náusea. Pidió a Tinian que dijera a
Bossk algo convincente.
—Me pide que diga —dijo Tinian— que encuentra repugnante
tu finalidad del negocio de la caza. Pero comprendemos las
necesidades financieras.
Bossk llamó a X10-D mientras bajaban.
—Excelentes pieles. —Acarició la otra, que era completamente
negra—. Una calidad excepcional. ¿Ciento cincuenta años, tal
vez?
Chen volvió la cabeza.

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M. Shayne Bell

Por suerte, X10-D apareció rodando en la bahía de atraque e


impidió a Bossk hacer que Chen se pusiera aún más enfermo.
El droide de refuerzo arrastró ambos cadáveres por el pasillo
hacia la bodega de popa. Bossk lo siguió a paso ligero. Tinian
recordó la camilla de desollar y el tanque de inmersión.
Chen se desplomó, temblando y gimiendo.
Dubitativa, Tinian le posó una mano en el hombro. Cuando él
no la apartó, ella apretó más fuerte. Chen sintió el más fuerte
de sus agarres como si fuera una tierna caricia.
—Se alegrarían —susurró— de saber que tras su muerte están
ayudando a detener esta carnicería.
Él recostó la cabeza y lloró en silencio
—Y ya hemos visto cómo Bossk codicia tu piel, Ng’rhr.
Volvió a apretarle el hombro, y luego se alejó de él, golpeada
por el pensamiento de que si perdía a Chenlambec quedaría
huérfana de nuevo. Su madre la había abandonado de recién
nacida. Sus abuelos habían sido asesinados a sangre fría. Daye
yacía aplastado bajo toneladas de escombros.
La cubierta del Diente se emborronó.
No debía dejar que la viera en ese estado.
—Te habrás dado cuenta de que no nos ha ordenado regresar
a nuestra cabina… y aún podemos ver —murmuró—. Vayamos
a por algo de comer.
Preparó la mejor comida que pudo encontrar en la cocina,
incluyendo una buena cucharada de gusanos rojos para Bossk.
Ahora más que nunca debía actuar de forma amistosa.
Tratando de evitar las arcadas, pidió al Diente que llamara a
Chen y a Bossk para cenar.

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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: De todos los posibles futuros: El Relato de Zuckuss y 4-LOM

Chen llegó primero, arrastrando los pies, y se sentó. Bossk


llegó, oliendo a algo que parecía desinfectante.
—Ah. Gracias, humana.
—¿Es suficiente?
Él se sentó frente al palpitante revoltijo rojo.
—De momento. Amigo Chenlambec, no comes nada.
Chen miraba fijamente su plato, parpadeando y arrugando la
nariz.
Tinian maldijo su desconsideración. Por supuesto que la nave
le olía de forma nauseabunda. Bossk había estado desollando
dos wookiees. ¿Cómo podría comer Chen? Tinian se sirvió un
plato de costillas de lamesal clonado, y luego se sentó. Tenía
que actuar de forma cordial. Alegre. Decidida.
—¿Qué ha dicho? —preguntó Bossk.
—Demasiadas emociones. —Tinian arrancó con sus dientes la
carne de una costilla— . Se calmará y comerá después —
añadió, con la boca llena—. Escucha, Bossk, ahí abajo las cosas
tienen buena pinta. Entre los wookiees, el escáner nos confirmó
la señal de dos formas de vida humanas. Una corresponde
exactamente con la última lectura conocida de Han Solo.
—¿La grabasteis?
—Por supuesto. —Había cargado esos datos en el ordenador
principal del Cachorro mientras Chen se ocupaba de la torre de
guardia. Como el otro chip de datos, Chen se lo había
comprado «a un amigo».
—He trazado un plan para capturarlos vivos —anunció Bossk.
—Finge alegría —ladró Tinian a Chenlambec.
Chen levantó una costilla, la miró fijamente, levantó la comisura
de los labios y gruñó. Luego se la metió en la boca y masticó.
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M. Shayne Bell

—Dinos qué quieres que hagamos —dijo Tinian.


—Descenderé desde la órbita y haré salir al carguero —
respondió Bossk—. Vosotros neutralizaréis las defensas del
mundo seguro. Realizaremos una finta y ataque de dos puntas.
Entonces, vaticinó Chen en voz alta, Bossk los abandonaría.
—Dice —interpuso Tinian— que el Cachorro no está lo
suficientemente armado para hacer demasiado daño a las
defensas.
—Pronto lo estará —respondió Bossk.
Chen le ordenó que protestase.
—Seríamos de más ayuda a bordo del Diente —propuso
Tinian—. Es una buena nave.
—No os voy a dejar a vosotros dos solos en ella.
Tinian había escuchado parlotear a niños humanos. Imitó a uno
que había encontrado especialmente fastidioso.
—Supongo que no querrás dejar a Chenlambec sólo en la nave
y bajar a tierra conmigo. Y tú y Chen no cabríais muy bien en
el Cachorro. ¿Y si envías a Chen abajo, y me dejas a mí…?
—Detente —dijo Bossk—. Confío en vosotros lo suficiente
como para armar al Cachorro. Esta es meramente la mejor
forma de cumplir nuestra misión.
—De acuerdo —gimoteó Tinian.

Después de llenarse la panza con carne viva, Bossk ordenó a


Tinian que se quedara de guardia. Encerró a Chenlambec en su
cabina, volvió a comprobar el cierre de seguridad del Diente, y
luego terminó de despellejar el segundo wookiee. Ya estaba
rígido: se había manifestado el rigor mortis. Levantó la piel
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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: De todos los posibles futuros: El Relato de Zuckuss y 4-LOM

terminada, extendiendo la parte inferior húmeda y brillante


sobre ambos antebrazos, y suavemente la deslizó en el tanque
de inmersión. Desapareció, burbujeando, en el fluido curtidor.
Deleitado por el bonus inesperado de dos pieles, arrojó la
carne por la esclusa. Los wookiees tenían un sabor aceitoso y
desagradable.
Regresó a la bahía de desollado.
—EquisDiez-De —llamó—, descarga el armamento del
Cachorro.
El droide bronce y carmesí avanzó rodando, extendió sus
largos brazos de agarre, y desbloqueó un compartimento de
carga. Sosteniendo la gigantesca arma con aspecto de tubo en
el extremo de su brazo de dos metros, dio media vuelta y
agarró el otro inmenso tubo. Una vez equilibrado, alzó ambos
brazos y salió rodando por el pasillo principal. Bossk le siguió.
En el interior de la bahía de atraque, el Cachorro soltaba
extraños chasquidos al enfriarse. Trabajando hasta tarde con
ayuda de X10-D, reinstaló las armas del Cachorro. Luego envió
a X10-D de vuelta a la bahía de carga a por dos objetos que
no debían sufrir sacudidas. Varios minutos después, X10-D
regresó con un cuidadoso paso de tortuga. Tenía los brazos
extendidos al máximo que le permitían sus tres metros de
longitud. Su mano izquierda llevaba una pequeña bombona.
Mantenía su brazo derecho en alto para evitar arrastrar un
enorme torpedo oblongo.
Bossk estaba de pie junto al tubo de lanzamiento del Cachorro.
—Cárgalo —ordeno—. Ten mucho cuidado.
X10-D deslizó en el tubo el enorme misil de alfombra de
llamas, y luego se deslizó lateralmente por el exterior del
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M. Shayne Bell

Cachorro para realizar el cierre y las operaciones de


prearmado.
Bossk agitó velozmente la lengua. La próxima vez que
Chenlambec disparara sobre la colonia de Lomabu, ese misil
soltaría un horrible adhesivo inflamable sobre varios kilómetros
cuadrados. Cientos de wookiees sufrirían de manos de
Chenlambec, y Bossk obtendría su venganza por Gandolo IV.
La Tanteadora no requería bienes intactos en su altar. Las
pieles calcinadas le deleitaban.
Finalmente, conectó el pequeño dispensador de gas obah al
sistema de ventilación del Cachorro. A diferencia del suero
benigno con el que había tranquilizado a Chenlambec y Tinian,
el gas obah causaba incapacidad nerviosa permanente en
criaturas más pequeñas que los wookiees o los trandoshanos.
Dejaría a Chenlambec indefenso, con su codiciada piel
intacta… pero dañaría irreversiblemente a Tinian.
Ella trabajaba con un wookiee. Sabía que se arriesgaba a
exponerse a agentes capaces de inhabilitar a un wookiee. En
cualquier caso, la pequeña recompensa ofrecida por ella no
especificaba «viva» o «ilesa».
Efectuó un rápido chequeo de la nave exploradora. Les había
pedido que deshabilitaran las defensas de la colonia.
Inmediatamente de que lanzaran la alfombra de llamas y se
dieran cuenta de lo que habían hecho, él les gasearía. Entonces
el Diente guiaría remotamente al Cachorro a una órbita alta,
donde podría recogerse fácilmente después de que Bossk
atrapara a la tripulación del Halcón.

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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: De todos los posibles futuros: El Relato de Zuckuss y 4-LOM

Eso sería complicado, someter a una tripulación que incluía a


humanos y un wookiee, pero dejándolos ilesos a todos. No se
atrevía a desafiar la ira de Lord Darth Vader.
—EquisDiez-De —ordenó—, carga seis misiles inyectores con
esporas de mekebve. Los quiero cargados en el tubo número
tres del Diente.
La mayoría de los mamíferos sufrían severas reacciones
alérgicas al polen de mekebve, pero los reptiles no. Eso
incapacitaría a Solo y a sus compañeros de nave el tiempo
suficiente para que Bossk pudiera abordar la nave y
capturarlos.
Pero el polen tenía cincuenta años de antigüedad, de acuerdo
con el traficante nalrithiano que se lo había vendido. Si el
nalrithiano mentía, puede que fuera mucho más antiguo. ¿Aún
tendría efecto?
Podía realizar fácilmente una entretenida prueba.
—Una vez que hayas cargado los misiles inyectores, pon dos
gramos de polen en los sistemas de ventilación del Diente.
X10-D dio media vuelta y se alejó rodando.

Conforme se iban acercando las 14:35 horas estándar, Tinian


miraba fijamente el panel visualizador. No era demasiado tarde
para implementar el Plan Dos. Vamos, Coqueta. Acaba el
trabajo. La pequeña droide seguía encajada bajo el ordenador
de navegación, ejecutando permutaciones en las protecciones
del Diente. Tal vez tenía demasiados bloqueos que manejar.
Tal vez simplemente era más astuto que ella. Mientras

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M. Shayne Bell

permanecían bloqueados en su partida, la carga recaía sobre


Chen y Tinian.
Según lo previsto, apareció un mensaje.

OFICINA DEL GOVERNADOR 10 DESNAND A INFORMANTE,


podía leerse. LA CAZA DE PIELES NO AUTORIZADA EN
LOMABU III ESTÁ SUJETA A SEVERAS SANCIONES.
PAGAREMOS CUARENTA MIL CRÉDITOS POR LA ENTREGA
INMEDIATA DEL CAZARRECOMPENSAS TRANDOSHANO VIVO.

Vader ofrecía 800.000 por la tripulación del Halcón… pero


40.000 no era moco de pavo.

Tinian se agachó.
—Coqueta, tenemos una oferta para una recompensa. ¿Aún no
has entrado? Después de unos segundos, Coqueta habló con
voz aguda.
—Todavía estoy intentando…
De pronto se apagaron las luces del puente. Tinian se puso en
pie de un salto.
—Bossk acaba de apagar toda la iluminación en vuestro rango
de longitud de onda — exclamó Coqueta.
—Quédate ahí —murmuró Tinian—. Y sigue intentándolo.
Atrápalo en un armario de carne, si puedes…
Estornudó, primero suavemente, y luego más fuerte. Le siguió
un tercer estornudo.
¿Qué estaba pasando?
Salió a tientas del puente de mando completamente a oscuras
y llegó al pasillo. Cada vez le resultaba más difícil respirar. Le
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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: De todos los posibles futuros: El Relato de Zuckuss y 4-LOM

picaban los ojos. Los cerró con fuerza. Las lágrimas manaron
del borde de sus párpados, goteando hacia su boca.
Bossk activó un control de comunicador. Podía ver
perfectamente con sus lámparas infrarrojas.
—Tinian, Chenlambec, ¿estáis bien? He tenido un fallo en una
de mis protecciones.
Permaneced donde estáis. Estaré con vosotros en un momento.
Bien. El polen todavía era alergénico. Salió entusiasmado por
el corredor.
Encontró a Tinian en el pasillo, agazapada cerca de la puerta
de su cabina. Se presionaba el rostro con ambas manos y
reprimía unos vehementes estornudos.
—¿Te encuentras bien? —preguntó—. Lo lamento
terriblemente. Este sistema estaba diseñado para incapacitar
adquisiciones fugadas.
Tenía un aspecto desagradable. Manaban fluidos de sus ojos y
su nariz.
—No. —Tragó saliva con dificultad—. No me encuentro bien.
Muy divertido.
—Me costará un tiempo reparar el fallo. Mientras tanto, el
Cachorro tiene aire filtrado. El lugar más seguro para ti y tu
socio es a bordo, en la siguiente fase de nuestra misión.
Tinian se puso en pie tambaleándose.
—La primera compuerta a tu izquierda —le recordó Bossk—.
La encontrarás al tacto. La he dejado abierta.
Bossk golpeó un control y abrió la compuerta de la cabina.
Chenlambec estaba sentado en su catre. Si Tinian tenía mal
aspecto, la miseria de Chenlambec era magnífica.

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M. Shayne Bell

El pelaje de su rostro, cuello y pecho era una maraña húmeda


y enredada.
—Ve al Cachorro —dijo Bossk con voz ronca, esforzándose por
no reír—. Tinian te lo explicará. Voy al puente para tratar de
arreglar las cosas.
Tinian estornudó violentamente, luego avanzó a tientas por el
pasillo oscuro. No podía ver, y cada respiración le dolía. La
disculpa de Bossk había sonado falsa. Los trandoshanos nunca
se disculpaban.
Escuchó un mísero aullido tembloroso tras ella.
—Chen, ¿estás ahí? —tosió.
Él volvió a aullar.
—Quiere que subamos a bordo del Cachorro. Tiene aire
filtrado. —Aspiró con fuerza por la nariz y tragó saliva.
El gruñido del wookiee sonó más cercano esta vez.
Ella llegó a tientas hasta la compuerta abierta y la atravesó a
trompicones. Sus pasos sonaban metálicos: Este debía ser el
muelle de la nave exploradora. Tanteando a lo largo de un
mamparo, cerró la mano sobre una máscara respiradora. Se la
puso sobre la nariz y los ojos, pero se colaba el aire por arriba
y por abajo. No era de la forma adecuada para un rostro
humano.
Jadeó un breve juramento en shyriiwook y dejó caer el
respirador inútil.
Unas manos largas, fuertes y cubiertas de pelo se cerraron
sobre sus hombros y la apartaron del mamparo. Chen rugió
unas instrucciones.

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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: De todos los posibles futuros: El Relato de Zuckuss y 4-LOM

—Muy bien. Llévame. —Se agarró a sus grandes antebrazos y


cerró los ojos. Cada vez que los entreabría, le escocían como
si estuvieran llenos de insectos picándole.
Chen trepó la escalerilla como un remolino. Ella se soltó y se
dejó caer en la cubierta del Cachorro, tratando de no frotarse
los ojos. Su piel y su ropa —y el pelaje de Chen—
probablemente estaban cubiertos del venenoso polen.
Se encendió una luz.
—¿Estáis a bordo? —dijo la rasposa voz de Bossk por el
sistema de comunicaciones del Cachorro—. ¿Estáis mejor ahí
dentro?
El Cachorro comenzó a vibrar. Bossk debía de estar activándolo
desde el puente del Diente.
—Mucho —exclamó Tinian sin levantarse—. Gra… ¡achís!…
cias.
—Sacudíos —ordenó Bossk—. Poned al máximo la ventilación
y los filtros. Eso ayudará.
Chen anunció que había encontrado una toma de aire.
Tinian entreabrió los ojos. Chen se contorsionaba delante de la
toma, frotando tres o cuatro veces cada centímetro de su
cuerpo. Luego comenzó a arrancarse detritus medio secos del
pelaje.
Si él no iba a mantener el protocolo, ella tampoco. Se quitó el
mono de vuelo negro y lo sacudió frente a la ventilación, y
luego se agitó con fuerza en cabello. Al principio, sus
estornudos y su moqueo empeoraron en lugar de mejorar.
Finalmente, remitieron.
Probó a abrir un ojo. Ya no escocía. Respiró profundamente.

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Chenlambec estaba sentado a los controles del Cachorro,


concentrado en el estudio del panel. Tinian volvió a vestirse
con su mono de vuelo y luego se sentó a su lado.
—¿Estás… ¡achís!… preparado? Chen gruñó afirmativamente.
La voz de Bossk respondió por el comunicador.
—Os lanzaré en treinta segundos. Todos vuestros sistemas
comprobados sin problemas.

Bossk olía la victoria. Después de que el Cachorro acelerara


alejándose del Diente, pulsó un control para armar el
detonador del misil de alfombra de llamas. Chenlambec había
quitado el seguro del disparador del dispensador de gas obah
al poner los ventiladores del Cachorro a plena potencia.
Se volvió hacia su ordenador de navegación para realizar los
últimos cálculos de su propia aproximación. Tecleó un curso
que lo acercaría a la colonia wookiee.
Tan pronto como el Cachorro disparara y gaseara a Chen y
Tinian —sus membranas nasales estarían exquisitamente
sensibles, un beneficio inesperado de la prueba del polen—,
descendería. Un barrido debería hacer que el arrogante Solo
saliera del planeta para poder perseguirle.
Puso los ojos en blanco. Aquí estoy, Tanteadora. Obsérvame.

Chen mantuvo el Cachorro en ruta durante varios minutos


antes de que Tinian dejase finalmente de estornudar. Aún le
picaba la nariz. Sentía como si alguien se la hubiera dejado en
carne viva por dentro.
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Pensándolo mejor, lo que olía eran explosivos que no debían


estar a bordo. Alarmada, se quitó el cinturón de seguridad, se
puso en pie y se inclinó cerca de la inmensa cabeza de Chen.
—Algo va mal —murmuró al pelaje a un lado de su cuello—.
Voy a realizar una comprobación de sistemas.
El bufó suavemente, asintiendo.
Pasaron varios minutos examinando los limitados controles del
Cachorro. No apareció nada. Para entonces, las manos de
Tinian estaban temblando. Algo iba terriblemente mal, y no era
capaz de encontrarlo.
Chen pulsó su comunicador con Coqueta, y luego activó la
banda lateral y comenzó a transmitir de nuevo.
Su contacto respondió con un aullido, casi indistinguible sobre
la estática de la banda lateral. Tinian visualizó un complejo
penal lleno de wookiees que estaba a punto de estallar con
violencia.
Esperaba que el Cachorro no estuviera a punto de estallar,
también. No creía que Bossk sacrificase su nave de exploración
sólo para matarlos. ¿Qué otra cosa podría ser?
Mientras Chen solicitaba instrucciones para la recogida,
apareció una transmisión no verbal en el panel principal.
ACCEDIDO NIVEL DE SEGURIDAD MÁS PROFUNDO… CREO.
VOY A FINGIR UN FALLO DE SISTEMAS CERCA DE UN
ARMARIO DE CARNE.
Era de Coqueta, que seguía bajo el ordenador de navegación
de Bossk.
Chenlambec aulló.

LSW 287
M. Shayne Bell

—¡Espera! —exclamó Tinian—. Anula ese programa. Haz una


comprobación del Cachorro… ¡ya! ¿Qué hizo Bossk para
prepararlo para esta misión?

Bossk rio entre dientes al escuchar el sorprendido grito de


Tinian hacia su socio. Demasiado tarde para eso, humana.
Pretendía observar cómo sus víctimas se aproximaban a la
colonia wookiee, pero durante algunos minutos todavía
estarían demasiado lejos para disparar la alfombra de llamas.
Una luz de alarma parpadeó en un extremo de su consola.
—¿Qué ocurre? —preguntó—. Espero que no sea otra falsa
alarma.
—Ningún error, no falsa alarma —respondió el Diente—.
EquisDiez-De vive en un armario de carne, dentro de la bodega
de desollado.
¿Qué? Bossk golpeó la palma de su garra con sus largas uñas.
Parecía como si esa diminuta humana hubiera trasteado con la
circuitería del X10-D. Los humanos tenían dedos finos y
repugnantes.
¿O esto era uno de los fallos idiotas del Diente?
Confirmó que el Cachorro no podría disparar hasta dentro de
varios minutos, y entonces se deslizó fuera de su asiento y se
dirigió a popa.

***
La voz de Coqueta chilló por el transmisor.
—¡Ha salido del puente! Rápido… ¡si hay algo que tengáis que
hacer, no estáis monitorizados!
LSW 288
Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: De todos los posibles futuros: El Relato de Zuckuss y 4-LOM

—Limítate a continuar con esas comprobaciones. —Los ojos


de Tinian habían dejado de lagrimear, pero le picaba la nariz.
No podía identificar el explosivo que estaba oliendo; debía ser
algo exótico, y eso la preocupaba—. Chen habla con tu amigo
de ahí abajo. Yo voy a comenzar en un extremo de esta nave
de exploración y comprobaré todos los sistemas a los que
pueda acceder. Algo va mal, y Coqueta ni siquiera está tratando
de ayudar.
—¡Yo también ayudo! —exclamó la voz aguda—. Bossk acaba
de entrar en la bahía de carga… se está acercando al armario
de carne que he hecho que gotee… está frente a él…

Bossk localizó a X10-D de pie en su esquina, obviamente


inactivo. Luego comprobó sus armarios de carne. En la parte
inferior de la pared interna de la unidad de la izquierda había
una fuga en un manguito de la canalización de agua.
Con un gruñido, golpeó un control a mitad de altura del
mamparo. Eso apagó un circuito de seguridad que
normalmente activaría las puertas de energía de los armarios
cuando la presa del interior los activaba. Agarró una hidrollave
y entró.
—… ¡Está entrando! —exclamó Coqueta con un agudo
chirrido—. ¡Diente, reactiva esa puerta de energía! ¿Por favor,
Diente? Diente… Chenlambec rugió al transmisor.
—¡De acuerdo! —Con una especie de hipido, Coqueta cambió
de programa—. Ha reinstalado vuestras armas de energía.

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M. Shayne Bell

Vuestro lanzatorpedos vuelve a estar operativo, con sistema


de búsqueda de calor… Torpedo. Explosivos.
—¿Qué tipo de misil está cargado? —interrumpió Tinian.
Coqueta respondió después de unos segundos.
—Se llama alfombra de llamas —dijo, cantarina—. Y os ha…
El furioso rugido de Chenlambec ahogó las siguientes palabras
de Coqueta. Tinian también estaba asqueada. Los misiles de
alfombra de llamas eran armas horribles fabricadas por uno de
los competidores menos escrupulosos de Armamento I’att.
Bossk los había enviado a ella y a Chenlambec para hacer que
el aire ardiera, abrasando piel y pulmones, carbonizando
pelaje…
Coqueta había seguido hablando. Tinian apartó las imágenes
dantescas al fondo de su mente.
—¿Qué has dicho, Coqueta? Repite, por favor.
—He dicho —respondió Coqueta con falsa afectación— que
también ha instalado una bombona dispensadora en vuestro
sistema de ventilación. Está llena de un veneno nervioso
llamado gas obah. Será mejor que la retiréis.
—Sí… ¡Pero primero tenemos que encontrarla!
¿Gas obah? ¿Veneno nervioso? Tinian nunca habría olido eso.
Bossk se la había vuelto a jugar. Polen, un misil de alfombra
de llamas, y ahora esto.
Chen saltó fuera de su asiento. Clavó las garras bajo la tapa
del conducto de ventilación. Para Tinian, el Cachorro de
Nashtah resultaba súbitamente claustrofóbico, con demasiado
poco aire en su interior.
—Gracias, Coqueta. —Respiró lenta y conscientemente—.
¿Aún puedes atrapar a Bossk?
LSW 290
Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: De todos los posibles futuros: El Relato de Zuckuss y 4-LOM

—Está trabajando dentro del armario. Ha encontrado la fuga.


No puedo conseguir… del todo… que el Diente coopere. Tiene
una determinación muy fuerte. Si no estuviera en nuestra
contra, me caería bien —añadió alegremente.
Al menos Bossk no estaba en el puente, observando.
¿Qué podía hacer Tinian con un misil de alfombra de llamas?
Nunca había imaginado llegar a tener semejante
responsabilidad. Debía lanzarlo y destruirlo para que nadie
pudiera usarlo jamás. La configuración de búsqueda de calor
estaba fijada de forma irreversible.
¿Tal vez Bossk pretendía gasearlos, y luego poner el Cachorro
en piloto automático para abrasar el complejo wookiee?
No tenía tiempo de suposiciones. Debía decidir qué hacer.
Podía enviar a Bossk y a su Diente de Perro directos a la
Tanteadora trandoshana. A falta de aire para alimentar los
productos inflamables que llevaba a bordo, ese torpedo
impactaría en el Diente como un proyectil grande y pesado.
No, el Cachorro no tenía hipermotor. Destruir el Diente los
dejaría a ella y a Chen varados en espacio imperial.
Sabía que no estaba pensando con claridad. La respuesta debía
ser obvia.
El vector de aproximación del Cachorro los hizo salir de la
sombra planetaria. El sol de Lomabu se alzó sobre la media
luna azul del planeta.
¡El sol! Sabía que era obvio.
—Agárrate, Chen —exclamó Tinian. Hizo rotar el Cachorro 120
grados, apuntó la boca del lanzatorpedos directamente al sol
de Lomabu, y disparó. El Cachorro dio una sacudida. Chen se
golpeó la cabeza con una viga y aulló.
LSW 291
M. Shayne Bell

Tinian contuvo el aliento y rastreó el misil. Tras una rápida


cuenta hasta tres, sus cohetes integrados se encendieron. Salió
disparado hacia el sol. Varios cientos de grados de
temperatura no harían ningún daño allí.
El abuelo I’att habría sonreído.
Evidentemente Bossk no le había visto lanzar el misil, porque
nada ocurrió a continuación. Tinian volvió a apuntar hacia tierra
con el Cachorro.
—Chen, ¿cómo vas por ahí?
Aún tenían demasiada altitud para eyectarse. Si Bossk los
gaseaba, estaban atrapados.
Chen estaba de pie, con un largo y peludo brazo dentro del
conducto de ventilación.
Giró la cabeza, empujó el brazo más adentro, y gimió.
Tinian se mordió el labio. Si Bossk regresaba al puente, sabría
que había disparado el misil. Sabría que le había traicionado, y
los misiles no eran fáciles de conseguir.
—¿Coqueta? ¿Consigues algo?
—Tal vez —trinó la pequeña droide—. Aún está trabajando.
—Mantén a Bossk fuera del puente, nuestras vidas dependen
de ello.
—¡Lo estoy intentando! —insistió Coqueta—. Si me dejarais
tranquila…
—Lo haremos —respondió Tinian. Mientras Chenlambec
arrancaba una pieza de metal de una de las consolas y la
arrojaba al conducto de ventilación, Tinian viró hacia el espacio
colonial.

LSW 292
Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: De todos los posibles futuros: El Relato de Zuckuss y 4-LOM

Ahora se aproximaban desde el este, sobre el agua.


Escaneando un reluciente horizonte azul, Tinian pudo ver las
cuatro acechantes torres de guardia.
Esta vez los imperiales estarían en alerta, en busca de intrusos.
Como para confirmar el pensamiento de Tinian, una de las
torres lanzó una descarga de turboláser. Falló al Cachorro por
poco.
Tinian odiaba que le disparasen. Tragando saliva, pasó ambas
manos sobre su panel de mandos.
—Chen, ¿dónde tenemos los escudos?
Él aulló.
—¿No tenemos? —exclamó ella.

Un wookiee canoso vio como los guardias de las torres


comenzaron a disparar. Los rumores del interior del complejo
le habían indicado que estuviera atento ante un posible ataque.
Salió corriendo hacia la torre de guardia sudoeste. Por todas
partes a su alrededor, los wookiees esclavizados arrojaron sus
cargamentos y atacaron a sus supervisores.
Un brazo humano salió volando. Un centenar de gargantas
wookiees rugieron una atronadora aprobación.
Los prisioneros condujeron a sus guardas al interior de la torre.
Puede que el Imperio encontrara a los wookiees de Kashyyyk
indefensos, pero les había enseñado a contraatacar.
Un rugido más fuerte cobró vida procedente del mar. Los
láseres imperiales lo siguieron, efectuando varios disparos.
Luego los artilleros giraron sus turboláseres hacia el interior.
Un largo hocico de metal apuntó hacia el complejo.
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M. Shayne Bell

A esa distancia, los artilleros no fallaron. Tierra, arena y


duracemento —y una docena de prisioneros— se vaporizaron
en un ardiente destello. La onda de choque hizo que el
wookiee anciano cayera de rodillas.
Gateó alrededor del cráter recién creado hacia la torre de
guardia. El turboláser no podía rastrearlo allí. Otros wookiees
supervivientes forcejeaban con los imperiales a lo largo de su
muro de duracemento.
—Rendíos —bramó una voz desde la torre de guardia—.
Rendíos ahora, y no se os hará daño.
Los esclavos wookiees respondieron con rugidos furiosos y
desesperados, y siguieron luchando.
La puerta principal de la torre vomitó un pelotón de soldados
fuertemente armados. Condujeron a los encolerizados
wookiees hacia terreno abierto. Inclinando el cuello para
levantar la mirada hacia la torre, el anciano wookiee miró
directamente al cañón de un turboláser.
Un humano con el uniforme negro de oficial se encontraba
junto a él.
—¡Envía una señal de auxilio! —exclamó hacia un subordinado
vestido de caqui—.
¡Que venga ayuda… que venga Desnand… cuanto antes!

Chenlambec aún seguía toquiteando el interior del ventilador,


completamente atascado. No podía desconectar el dispensador
de gas; Coqueta no había logrado atrapar a Bossk; y le dolía el
hombro como si se hubiera lesionado el manguito rotator
tratando de aumentar su alcance un centímetro más.
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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: De todos los posibles futuros: El Relato de Zuckuss y 4-LOM

—¡Están transmitiendo! —Tinian empujó una palanca de


control. La nave exploradora se inclinó. Chen se sujetó para
soportar el aumento de las fuerzas-g, pero no extrajo su brazo
del ventilador.
Rugió una pregunta a Coqueta.
—Muy fácil —trinó Coqueta—. Al Diente le gusta interferir las
transmisiones. Me dijo que…
—¿Tienes a Bossk? —interrumpió Tinian.
—Sigo trabajando en ello —cantó Coqueta—. Dejadme so-ola.
—Entonces olvídate de la interferencia —exclamó Tinian—.
Nosotros… —¡Ups! —exclamó la voz de Coqueta.
Chen sacó su brazo de un tirón.
Coqueta sonaba avergonzada.
—¡Se han activado alarmas por toda la nave!
Chen golpeó el mamparo, vencido por la frustración. Ahora no
había nada que él pudiera hacer. Bossk saltaría fuera del
armario y correría al puente. Entonces Chen y Tinian
comenzarían a respirar gas obah. Le gritó que hiciera virar el
Cachorro hacia tierra y se preparara para eyectar. Quedarían
varados, pero con vida.
—Aún tienen seiscientos wookiees atrapados con ese
turboláser —exclamó Tinian—.
Puedo hacer volar por los aires su cañón principal antes de que
Bossk acabe con nosotros. El Cachorro tembló mientras lo
posicionaba para realizar otra pasada.
Para ser una cosa tan pequeña, ella lo sorprendía con su valor.
Chen se hundió en su asiento.

¿Otra alarma? Sorprendido, Bossk dejó caer su hidrollave.


LSW 295
M. Shayne Bell

—¡EquisDiez-De —exclamó—, ven aquí!


Conforme el gran droide se acercaba rodando hacia él, una luz
de seguridad blanca volvió a encenderse cerca de la parte
superior del armario.
Bossk se lanzó hacia el borde del armario. La energía crepitó
a su alrededor. Salió despedido de vuelta al interior con
escamas chamuscadas y una magulladura en la frente.
—¡Desactiva ese campo de fuerza! —gritó.
X10-D rodó hacia delante un metro más. Dudó como si
estuviera escuchando otra voz, y luego giró sobre sí mismo.
Dio una vuelta completa. Y luego otra.
Después regresó a su lugar cerca del mamparo.

—¡Espera! —exclamó Coqueta.


—¿Qué? —Tinian mantuvo su rumbo. Cinco segundos más y
tendría esa torre de guardia al alcance.
—¡Lo tengo! —gritó Coqueta—. El Diente acaba de darme
acceso de seguri…
—¡No hables! —exclamó Tinian—. ¡Retenlo! —La pequeña
droide debía de haber acertado finalmente con la permutación
de código adecuada—. ¡Usa a EquisDiez-De para mantener
bloqueado ese armario!
—¡Lo haré!
Tinian aferró la palanca de disparo mientras Chen ponía toda
la fuerza de un wookiee en la palanca de control. Un destello
de energía iluminó la cabina del Cachorro.
—¡Sí! —trinó Coqueta. Entonces la voz cambió de registro. Casi
parecía un ronroneo—. Diente, eres magnífico. Reconocimiento
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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: De todos los posibles futuros: El Relato de Zuckuss y 4-LOM

de comandos completo —informó a Chen y a Tinian—. Diente


—volvió a ronronear—, asegura el cierre de ese armario y
mantén a EquisDiez-De de guardia.
Chen elevó la nave varios centenares de metros. Los wookiees
se dispersaban fuera del cráter recién excavado por el disparo
de turboláser de los guardias. Los imperiales permanecían a lo
largo de las vallas, haciendo llover fuego de armas ligeras
sobre sus enfurecidos esclavos.
El cañón turboláser restante seguía al Cachorro. Chenlambec
esquivaba realizando piruetas en las tres direcciones. Más
cerca… más cerca… Tinian contuvo el aliento… Disparó. La
torre estalló en una lluvia de fragmentos brillantes.
Chenlambec aceleró a fondo, hacia el espacio abierto y el
Diente de Perro.
Tinian se concentró en respirar lentamente. Sólo un poco más
lejos… sólo un poco más de tiempo. Si Bossk escapaba, los
gasearía al instante. Incluso un fallo de funcionamiento aún
podía paralizarla o matarla.
Espera. ¿No era ella quien no temía morir?
Examinó sus sentimientos. Echaba de menos a Daye de forma
tan profunda y desde hace tanto tiempo que ninguna otra
emoción bastaba para llenar su corazón vacío. Pero
Chenlambec se preocupaba por ella. A cambio, quería
protegerlo.
Y se preocupaba por sí misma. Tenía talentos y capacidades
para contribuir a la lucha galáctica. Los rebeldes habían
perdido a Daye; si ella seguía luchando, podría ayudar a
compensar esa pérdida.

LSW 297
M. Shayne Bell

Lo siento, Daye, murmuró cuando el rostro de él asomó en su


mente. Quiero estar contigo… pero me gustaría vivir. Lo
entiendes, ¿verdad?
El Diente iba aumentando de tamaño en la pantalla del sensor
delantero.
Si quería vivir, más valía que pensara bien qué hacer en los
próximos minutos. Ese alérgeno, fuera lo que fuese, aún seguía
flotando por todo el Diente de Perro.
—Coqueta —dijo—, algo en el aire del Diente hizo que Chen
y yo enfermáramos.
¿Puedes contener a Bossk y además hacer algo para
contrarrestarlo?
Coqueta dudó un instante, y luego respondió.
—Es polen mekebve. Fuerte reacción alérgica en mamíferos,
pero no en reptiles. El Diente acaba de bloquearme el acceso
todo el sistema de filtrado de aire. Si podéis esperar unas
horas, lo despejaré.
—Ni en broma —murmuró Tinian. Echó un vistazo a su
alrededor en el Cachorro de Nashtah—. Chen, ¿qué podríamos
usar como máscaras de respiración?
Él soltó un suave ronroneo divertido.
—No es para el gas nervioso. —Le golpeó en el hombro—.
Pero vamos a volver a una nave llena de polen.
Él levantó un brazo y se pasó la mano por su largo pelaje. Su
sugerencia fue larga y compleja.
—Sí —exclamó ella—. Tu pelaje lo atrae a lo bestia…

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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: De todos los posibles futuros: El Relato de Zuckuss y 4-LOM

Para cuando Coqueta logró abrir la escotilla de atraque del


Diente, Chen y Tinian llevaban puestas unas mascarillas
improvisadas que habían fabricado con las mangas del mono
de vuelo negro de Tinian rellenas de pelaje de Chen. Chen
aterrizó el Cachorro dentro de la bahía de atraque del Diente.
Inmediatamente, Tinian saltó fuera. Sus ojos lagrimeaban
profusamente, pero podía respirar. Chen pasó junto a ella
empujándola y salió corriendo por el pasillo.
Parpadeando con fuerza, cerró y aseguró el Cachorro, dejando
la bombona de gas obah para más tarde. Luego siguió a Chen
en una carrera desesperada.
Bossk forcejeaba dentro de un armario de carne, rebotando en
el campo de energía y golpeando los muros interiores con la
tremenda fuerza de un trandoshano. Chen permanecía fuera
del armario, con un puño en la cadera y la otra mano
sosteniendo su máscara respiratoria mientras reía
histéricamente. El gigantesco droide dron se había estacionado
en un panel de control con un brazo extendido, manteniendo
el interruptor de activación del campo de energía en
«encendido». El campo era transparente, salvo cuando el
contacto con Bossk lo convertía en chispas brillantes.
Chenlambec echó la cabeza hacia atrás. Tinian se tapó los oídos
y sonrió mientras el grito de victoria wookiee hacía temblar los
mamparos.
—Buen trabajo, Coqueta —dijo Tinian en voz alta.
Una ronca voz femenina respondió.
—De nada, Tinian.
—¿Coqueta? —Incrédula, miró a su alrededor dando una
vuelta completa sobre sí misma. ¿Quién estaba hablando?
LSW 299
M. Shayne Bell

—¿Qué queréis que haga ahora? —La voz sonaba lo bastante


seductora como para hervir tritones de mantequilla bakuranos.
—No pareces tú.
El mamparo rio con un sensual tono de contralto.
—Estoy usando el simulador de voz del Diente. ¿A que es
maravilloso?
Chenlambec respondió hoscamente, pero sus ojos azules
brillaban sobre su mascarilla improvisada.
—Eso haré —ronroneó Coqueta—. Próxima parada, sistema
Aida y el gobernador Io Desnand. Tengo entendido que se
ofrece una bonita recompensa por cierto pasajero escamoso
que llevamos.
Bossk se agitó violentamente.
—¡Destruiré esta nave! ¡Os llevaré conmigo ante la Tanteadora!
No podía hacerlo desde ahí… ¿o sí?
—¡Tengo respaldos por todas partes! —Levantó los brazos y
enganchó dos garras en un panel sobre su cabeza.
Tinian sintió una opresión en el pecho.
—¡Coqueta —exclamó—, asegúrate de que el Diente oiga esto!
¡Bossk planea hacerlo explotar!
—Oh, lo ha oído —canturreó Coqueta—. Acaba de permitirme
eliminar a Bossk de todos los circuitos de mando.
El villano trandoshano arrojó el panel del techo al campo de
energía. Desapareció al instante tras una opaca lluvia de
chispas.
—No os preocupéis —ronroneó Coqueta—. Hemos
desactivado ese circuito de destrucción.
—¿Hemos? —preguntó Tinian.
—Diente y yo. ¿Quién si no?
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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: De todos los posibles futuros: El Relato de Zuckuss y 4-LOM

—Chen —murmuró Tinian, frotándose los brazos desnudos—,


tenemos una adquisición que entregar.

***
Hicieron falta tres de los soldados de asalto del gobernador
Desnand provistos de guantes de energía para conseguir sacar
por la fuerza a Bossk del armario. Un imperial con sopa de
trabajo caqui y una gorra arrugada tendió a Tinian un chip de
crédito.
—Aquí tiene, señora Hellenika. Cuarenta mil créditos, menos
tres mil por los servicios de nuestros soldados de asalto.
A Tinian eso le pareció una ganga. Se encontraban en una
inmensa y abarrotada plataforma de aterrizaje donde
Chenlambec había hecho aterrizar el Diente. Ese parecía el
único modo de entregar a Bossk bajo custodia.
—¿Tres mil? —protestó para guardar las apariencias—. ¡Eso
es un robo! ¡Es…!
—Les sugiero que abandonen Aida de inmediato —respondió
el imperial—, antes de que comprobemos su historial y el de
su socio. Sólo las regulaciones de mantenimiento de paz
mantienen a la escoria como vosotros bajo control. Sospecho
que…
—Muy bien, señor. —Tinian retrocedió unos pasos alejándose
del hombre—.
Gracias, señor. Que tenga buen día.
Giró sobre sus talones y salió corriendo hacia la rampa de

embarque del Diente.

LSW 301
M. Shayne Bell

Bossk estaba en cuclillas sobre el catre de una celda. Retorcía


sus garras. Había tratado de tallar surcos en esas paredes, pero
estaban forradas con transpariacero.
El soldado de asalto del exterior se puso en posición de firmes.
El gobernador imperial Io Desnand, un humano alto y rollizo
como una nube de azúcar, que no se habría atrevido a desafiar
a Bossk en igualdad de condiciones, apareció y se detuvo en
el exterior de la apertura protegida por un campo de fuerza.
Una mujer aún más rolliza se encontraba a su lado. Colgaba de
su brazo como un tumor, batiendo falsas pestañas llenas de
delicadas venas (Bossk casi esperaba que salieran volando y se
unieran a algún enjambre de insectos alados).
—Ooh —exclamó ella—. Tenías razón. Es enorme.
Bossk los fulminó con la mirada.
—Has arruinado mis posibilidades de ascenso,
cazarrecompensas —dijo sombríamente Desnand—. ¿Algún
último deseo?
—¿Ascenso? —gritó Bossk—. ¿De qué está hablando? Esos
wookiees…
—Eran el cebo de una trampa, cazarrecompensas. En lugar de
la flota rebelde, atrapo a un miserable lagarto. Al menos ahora
puedo cumplir una promesa que le hice a Feebee hace dos
años.
Rodeó con su brazo los hombros de la mujer.
La sonrisa sedienta de sangre de ella dejó helado a Bossk; le
hizo pensar en la Tanteadora con una máscara humana.
—Siempre he querido un vestido de piel de lagarto —dijo en
un ronroneo—. Largo hasta los pies, y sólo sirve si es sin
costuras, de lo contrario no es auténtico. Sí, Io. — Inclinó la
LSW 302
Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: De todos los posibles futuros: El Relato de Zuckuss y 4-LOM

cabeza y presionó una mejilla carnosa contra su mano—. Será


maravilloso.
Bossk cargó contra el campo de fuerza. Lo lanzó cabeza abajo
contra el muro negro.
—¡Soy inocente! —exclamó, poniéndose en pie de un salto
para avanzar tambaleándose—. ¡No he tenido nada que ver con
su plan, Desnand! No sabía nada al respecto. ¡Sigo sin saber
nada!
Con los brazos entrelazados, la pareja caminó fuera de la vista.
Bossk se los quedó mirando conforme se marchaban,
incrédulo. ¿Le iban a… despellejar? ¿A dejar en cero su
puntuación? ¿Para adornar el armario de esa criatura, en lugar
del altar de la Tanteadora?
Se arrojó de rodillas al suelo y comenzó a excavar. Encontraría
un modo de salir, recuperaría su nave, y continuaría la caza…
De algún modo…
Tinian se desperezó en el camarote de babor del Diente. El
Diente estaba atracado temporalmente en Lomabu III, dentro
del complejo prisión. Chen había reclamado el camarote de
estribor, que anteriormente pertenecía a Bossk. Su catre era
más largo y ancho que cualquiera de los catres de babor.
Coqueta había transferido capacidades de mando a ambos
camarotes. Para sorpresa de Chen (pero no de Tinian), Coqueta
se había quejado cada vez que trataban de desconectarla del
Diente. Finalmente, Chen la conectó en la toma de corriente de
X10-D y la dejó allí.

LSW 303
M. Shayne Bell

Ahora era una droide feliz, con un cuerpo grande y fuerte. Todo
lo que necesitaba, según ella, era ponerle algún detallito en
azul…
Coqueta había pasado la mayor parte del salto de vuelta a
Lomabu dentro de la programación del Diente, asomando
ocasionalmente para anunciar que había encontrado alguna
nueva y asombrosa capacidad:
—¡Esta nave puede cambiar de rumbo en medio de un salto
hiperespacial! Diente, eres magnífico.
—Diente tiene un circuito de armamento con funciones de eco
integradas. No estoy segura de cómo funcionan, pero podrías
disparar ambos cañones cuádruples a plena potencia…
¡simultáneamente!
—Escucha, Tinian. Diente sabe cómo flotar a altura suborbital,
con los escudos al máximo en la superficie ventral…
Y así fue como acabaron con los capataces imperiales del
complejo. El Diente descendió, flotando, con los escudos al
máximo, mientras Chen y Tinian hacían de artilleros al mismo
tiempo. Aterrizaron dentro del nuevo cráter, listos para tomar
prisioneros.
Pero los wookiees no habían dejado ningún imperial entero.
Las arenas se dieron un festín ese día.
Esa tarde, Chenlambec estaba fuera de la nave, de celebración
con sus congéneres liberados. Tinian había esparcido
solemnemente un puñado de tierra ritual sobre las pieles que
Chen había enterrado, y luego había bailado tres vueltas al
círculo, agarrando la enorme mano de su compañero por un
lado y la de un amistoso extraño por el otro; pero después de

LSW 304
Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: De todos los posibles futuros: El Relato de Zuckuss y 4-LOM

eso, simplemente no había sido capaz de mantener el ritmo de


las celebraciones de los wookiees.
Mañana —o tal vez al día siguiente, supuso Tinian por el ruido
del exterior— subirían a todo el mundo a bordo y saltarían al
hiperespacio antes de que Io Desnand pudiera enviar tropas.
El Diente sólo podría realizar un salto corto transportando 593
wookiees, lo que supondría un tremendo gasto en soporte
vital, pero Coqueta insistió en que Diente podría alcanzar Aida.
Desde allí, los contactos de la Alianza de Chen podrían
trasladar a los pasajeros a otros sistemas.
Él la había llevado aparte y, poniendo ambas manos sobre su
cabeza, había declarado completado su aprendizaje,
pidiéndole que se quedara con él como socia y amiga. Ahora
tenía media nave, dieciocho mil créditos, y estatus de cazador
completo. Por primera vez en dos años, se sintió rica.
Chenlambec había donado la mayor parte del dinero obtenido
por la adquisición. Tal vez ella también debería hacerlo…
Por otra parte, ese imperial estirado le había llamado escoria.
Olisqueó su segundo mejor mono de vuelo negro, el mejor que
aún tenía mangas. Tal vez debería pensar en comprarse algo
de ropa nueva.
Bostezó indulgentemente.
Ya decidiría más tarde.

Jadeando, Chenlambec abandonó el círculo del baile y se sentó


sobre un casco vacío de soldado de asalto. El Diente llenaba el
centro del patio de la prisión, brillando como un brillante y liso
témpano de hielo bajo las luces blancas de la prisión. Se sintió
LSW 305
M. Shayne Bell

vagamente desleal por admirarlo tan intensamente. Echaría de


menos al Wroshyr.
Extendió sus garras y las pasó por el denso pelaje que colgaba
de su antebrazo izquierdo.
No se consideraba vanidoso, pero le gustaba su piel. Justo
donde estaba.

LSW 306
Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: De todos los posibles futuros: El Relato de Zuckuss y 4-LOM

De todos los posibles futuros: El Relato de Zuckuss y 4-LOM


M. Shayne Bell


¿Lo sabe Darth Vader? —preguntó el droide 4-LOM a
Zuckuss, su compañero cazarrecompensas gand. 4-LOM había
realizado la misma pregunta cada 8,37 minutos estándar
desde el inicio de la meditación de Zuckuss. Dentro de dos
horas atracarían en la nave insignia de Darth Vader para
aceptar un contrato imperial, y tenían que saber si se estaban
dirigiendo a una trampa.
Zuckuss no respondió. Evidentemente, aún no había recibido
conocimiento intuitivo acerca de Vader y el contrato. Zuckuss
tomó aire a través del respirador y lo mantuvo un tiempo sin
soltarlo. Luego espiró, y permaneció un instante sin inspirar de
nuevo. 4-LOM advirtió que era la respiración número 1057 de
su meditación. Los gandianos no necesitaban respirar a

LSW 307
M. Shayne Bell

menudo, pero la concentración para pensar parecía requerir


una respiración regular.
Había observado que Zuckuss habitualmente recibía
conocimiento intuitivo entre las respiraciones que hacían los
números 1323 y 4369. Una vez lo había logrado en la
quincuagésimo tercera: a los 8,37 minutos de comenzar la
meditación, pero 4-LOM calculaba que eso fue una anomalía
estadística. Sin embargo, a diferencia de la mayoría de
gandianos, Zuckuss mantenía una probabilidad del 91,33725
por ciento de tener razón en cualquier conocimiento que
adquiriera a través de la meditación: conocimiento acerca de
dónde podría estar oculta una adquisición, de los números
exactos de un grupo, de las intenciones de otros hacia ellos.
Ahora, necesitaban saber las intenciones de Darth Vader hacia
ellos.
Si de algún modo Vader había descubierto que habían sido 4-
LOM y Zuckuss quienes habían cazado al gobernador de sector
Nardix para la rebelión, Vader querría venganza. La rebelión
había juzgado a Nardix por crímenes contra los seres
racionales, y el juicio había sido una gran vergüenza para el
Imperio. Los rebeldes, por su parte, pagaron una cantidad
principesca por Nardix… y eso era lo que 4-LOM y Zuckuss
más necesitaban:
créditos.
Para pagar tratamientos médicos para Zuckuss.
Tratamientos médicos ilegales. Zuckuss no era un gandiano
anciano, pero se movía como tal si se quedaba sin las drogas
que controlaban su dolor, y también lo parecía a juzgar por su
ciclo de respiración: inspiraciones breves e irregulares que
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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: De todos los posibles futuros: El Relato de Zuckuss y 4-LOM

hacían entrar el aire en sus pulmones y su tejido esofágico


quemados por entrar en contacto con oxígeno después de que
una adquisición, una mujer humana, resistiéndose de forma
estúpida después de que Zuckuss la atrapara en un callejón
oscuro sin salida, le arrancase el casco. 4-LOM aseguró la
adquisición y luego trató de ayudar a Zuckuss a volver a
ponerse el casco, pero antes de que lo lograran Zuckuss ya
había realizado, en un acto reflejo, tres inhalaciones de
venenoso oxígeno.
Eso era motivo de considerable vergüenza para Zuckuss,
porque de haber mantenido suficiente presencia de ánimo,
podría haber detenido su respiración hasta un momento más
adecuado.
Parte de sus pulmones se quemó aquel día, y lo que quedaba
funcionaba pobremente. Zuckuss necesitaba pulmones nuevos.
Pulmones nuevos que sólo podían generarse en tanques de
clonación ilegales; y, por tanto, caros.
Así que los créditos del Imperio tentaban a 4-LOM y a Zuckuss
con la esperanza de pulmones nuevos.
Pasaron otros 8,37 minutos.
—¿Lo sabe Darth Vader? —preguntó 4-LOM. Una vez más,
Zuckuss no respondió.

Zuckuss, en meditación profunda, encontraba difícil sentir las


intenciones de Darth Vader. Un remolino de posibles futuros
galácticos las enmascaraba. Zuckuss siempre sentía los futuros
galácticos cuando meditaba en el hiperespacio. Era el lugar
ideal para meditar sobre el probable curso de los
LSW 309
M. Shayne Bell

acontecimientos de la galaxia. Medita en una ciudad, y sentirás


hacia donde la llevan las acciones de sus millones de
ciudadanos. Medita en órbita sobre un planeta, y sentirás hacia
dónde se dirigen las culturas de todo un mundo. Pero medita
en el hiperespacio y, no importa qué conocimiento busques
con la meditación, primero sentirás los sentimientos
subyacentes que motivan a la mayoría de seres racionales, y a
partir de ellos vislumbrarás el destino de la galaxia.
Esos sentimientos, y los futuros que podrían crear, habían
cambiado. Zuckuss notaba diferencias en el tejido de la galaxia.
Ahora había menos esperanza.
Zuckuss llevaba muchos años sintiendo cómo la esperanza se
iba evaporando, pero en esta meditación sentía, en todos los
mundos de todos los sistemas por los que pasaba, un
abrumador sentimiento de desesperación. De un mundo se
alzaba el conocimiento de no tener dónde huir; de otro, el
dolor de la infinita separación; de muchos mundos, el intenso
dolor que las víctimas de los torturadores imperiales sentían
momentos antes de su muerte.
Y junto a esta creciente falta de esperanza se alzaba otra
sensación, constante ahora en la galaxia. Hizo que el pulso del
gandiano se acelerase.
Sentía el movimiento de la riqueza.
El Imperio estaba gravando, extorsionando, confiscando y
robando la riqueza de incontables ciudadanos en sus
innumerables mundos, creando un reluciente flujo ilimitado
que enriquecía las arcas del imperio y bañaba de lujo a sus
oficiales.
Era a ese flujo al que Zuckuss y 4-LOM accederían.
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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: De todos los posibles futuros: El Relato de Zuckuss y 4-LOM

Si no se estaban dirigiendo a una trampa. Zuckuss aún no


podía intuir las intenciones de Darth Vader. Estaban nubladas
ante él, cuidadosamente guardadas.
Zuckuss volvió a inspirar, y contuvo el aliento.
La respiración número 1088, advirtió 4-LOM.

Toryn Farr fue la última persona en abandonar el centro de


mando rebelde de la Base Eco en Hoth. Era la controladora
jefe, responsable de comunicar las órdenes a las tropas
rebeldes. Las últimas órdenes de la princesa Leia habían sido
las que Toryn había temido escuchar:
—¡Dé la señal de evacuación —dijo Leia—. ¡Y vayan a los
transportes!
Han empujó a Leia por el pasillo, y el personal restante corrió
tras ellos, llevando consigo cualquier pieza de equipo portátil
que pudieran, mientras Toryn retransmitía la señal de
evacuación:
—¡Retirada! ¡Retirada! —dijo—. ¡Comiencen acción evasiva!
Arrancó su consola de sus conexiones y salió corriendo con ella
por el pasillo helado hacia el transporte. La Base Eco se estaba
derrumbado sobre ellos. Fragmentos de hielo se desplomaban
sobre su cabeza y su espalda con el temblor de cada explosión
en la superficie… explosiones que se sucedían unas a otras.
Las luces del pasillo oscilaron y se apagaron. No volvieron a
encenderse. Tras un instante de oscuridad, cobró vida el tenue
resplandor de las luces de emergencia. Su luz apenas era
suficiente para seguir avanzando. Dejó atrás una rama del túnel

LSW 311
M. Shayne Bell

principal completamente cegada con toneladas de hielo


derrumbado.
—¡La princesa se fue por ahí! —dijo alguien por delante de
ella.
Toryn pulsó el micrófono de sus cascos para activarlo y accedió
al canal de retirada justo a tiempo de escuchar a Han decir que
él y Leia aún estaban vivos.
—Han y la princesa están vivos y se dirigen al Halcón —
informó a todos los que iban por delante de ella.
Se dieron prisa en llegar al hangar donde esperaba su último
transporte, el Esperanza Brillante: su única esperanza para
escapar en esta huida apresurada… y Toryn quedó inmóvil,
horrorizada por lo que allí vio.
La cubierta de vuelo alrededor del Esperanza Brillante estaba
llena de soldados heridos. Los droides médicos se movían
entre ellos, tratando de evitar que los heridos más graves se
desangraran hasta morir.
Y estaban trayendo más heridos.
Vamos a morir todos aquí, pensó Toryn, o algo peor: el Imperio
nos capturará vivos. Nunca había pensado que ningún rebelde
en plenas capacidades físicas fuera a dejar atrás a sus
camaradas heridos, y no veía forma de cargar a todos los
heridos en el transporte antes de que los soldados de las
nieves cayeran sobre ellos. Ya se había informado de que
habían alcanzado la fortaleza de nieve.
Un disparo de bláster impacto en la espalda del hombre que
estaba junto a Toryn. Cayó muerto en el hielo, y Toryn y todos
los demás cerca del túnel corrieron a buscar cobertura tras las
cajas apiladas junto a la puerta.
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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: De todos los posibles futuros: El Relato de Zuckuss y 4-LOM

¡Soldados de las nieves… tras ellos en el pasillo!


Toryn devolvió los disparos. Sólo entonces se dio cuenta de
que se había cubierto detrás de unas cajas de detonadores
termales. Su primer pensamiento fue salir corriendo en busca
de una cobertura más segura.
Pero no corrió.
Abrió una de las cajas, activó tres granadas, y las lanzó al túnel.
Las granadas emitieron nubes de humo, y por unos breves
segundos vio los pies de los soldados de las nieves pateando
las granadas en el túnel… tratado de lanzarlas de vuelta al
hangar.
Pero no tuvieron tiempo. Las granadas explotaron e hicieron
que toneladas de hielo cayeran en el túnel, bloqueándolo.
Y consiguiendo para los rebeldes unos minutos preciosos para
salvar a sus heridos.
—¡Subid a esos soldados a bordo! —exclamó, y se apresuró a
ayudar para poner a salvo a los heridos y poder escapar.

—¿Lo sabe Darth Vader? —preguntó 4-LOM a Zuckuss


después de otros 8,37 minutos.
—Sí —respondió Zuckuss. Estiró las piernas y abrió los ojos.
4-LOM comenzó inmediatamente a programar la nave para un
segundo y desesperado salto, lejos de su destino. No podían
cambiar de curso en el hiperespacio, pero su nave podía
ejecutar un segundo salto tan rápidamente que sólo aparecería
por un breve instante en las pantallas de los imperiales.
Calculaba que sería una aparición lo suficientemente breve
para permitirles escapar.
LSW 313
M. Shayne Bell

Zuckuss posó la mano en el antebrazo del droide.


—Eso no es necesario —dijo.
4-LOM continuó con su programación. Las últimas cuatro
palabras que había dicho Zuckuss no tenían sentido. La
«lógica» de los seres racionales no mecánicos a menudo no
tenía sentido para 4-LOM: por supuesto que tenían que huir y
ponerse a salvo.
—Darth Vader sabe lo que Zuckuss y 4-LOM han hecho, pero
no le importa —dijo Zuckuss, como de costumbre refiriéndose
a sí mismo en tercera persona—. Las adquisiciones que nos
envía a cazar son de más importancia para él… para el
Imperio… que cien gobernadores Nardix: y el Imperio necesita
nuestra ayuda. Ellos lo saben. Zuckuss y 4-LOM no tienen nada
que temer aceptando este contrato y los créditos del
Imperio, de momento. Pero si no se consigue tener éxito…
Zuckuss no terminó su frase; una costumbre molesta de la
mayor parte de seres racionales no mecánicos. Hacía difícil una
comunicación precisa. 4-LOM computó rápidamente setenta y
seis variaciones para el final de esa frase, todas ellas con una
probabilidad mayor del 92,78363 por ciento de ser lo que
Zuckuss podría haber dicho, todas prediciendo la ira del
Imperio y su perdición.
Nuestros futuros probables se han reducido a esto, pensó
Zuckuss: él y 4-LOM tenían esa única oportunidad para
redimirse. Si tenían éxito, el Imperio olvidaría su papel respecto
al gobernador Nardix. Si fracasaban, el Imperio no se detendría
ante nada para cobrarse venganza. Él y 4-LOM tendrían que
usar todas sus habilidades combinadas para ocultarse por un
tiempo, crear nuevas identidades, y sobrevivir.
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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: De todos los posibles futuros: El Relato de Zuckuss y 4-LOM

Zuckuss sonrió. Los días vividos bajo amenazas como ésa eran
días que merecía la pena vivir.

Entre los últimos soldados que aguardaban a ser subidos a


bordo del transporte, Toryn encontró a Samoc, su hermana
menor. Samoc estaba entre los mejores pilotos de deslizador
de las nieves que tenían los rebeldes. Que su nave hubiera sido
derribada significaba que la batalla del exterior era realmente
horrible. Casi todo el cabello rojizo de Samoc estaba
chamuscado. Tenía quemaduras en la cara y las manos. Nadie
le había suministrado ningún tratamiento o le había
proporcionado cualquier clase de ayuda, excepto para llevarla
hasta allí.
Estaba consciente. Con párpados que ahora carecían de
pestañas, parpadeó al alzar la mirada hacia Toryn, y trató de
tomarle la mano.
—Un caminante imperial me derribó… —susurró.
Un disparo de bláster golpeó el techo y las roció con
fragmentos de hielo: los soldados de las nieves se estaban
abriendo camino hasta la propia bahía de atraque cruzando los
campos de hielo del exterior de la fortaleza.
Toryn cargó con su hermana y corrió con ella para subir al
transporte.
—Seguro que te duele si te muevo así —dijo—. ¡Pero no hay
otro modo!
Los disparos resonaban a su alrededor.
Estaban entre los últimos en embarcar. La bahía de atraque se
encontraba ahora vacía de rebeldes heridos, pero por todas
LSW 315
M. Shayne Bell

partes había montones de equipo vital, abandonado para hacer


espacio para los inesperados heridos.
Las compuertas se cerraron a pesar de las explosiones de los
disparos de los soldados de las nieves. Los seis alas-X que
esperaban para escoltar el transporte despegaron, y el propio
transporte salió disparado del hangar y cruzó la atmósfera
hasta la fría negrura del espacio.
Hemos esperado demasiado para despegar, pensó Toryn para
sí misma. Nuestra compasión por los heridos nos matará a
todos.
Encontró un asiento vacío cerca de la escotilla y sujetó a Samoc
en él. Se arrodilló para agarrarse a Samoc, y se preparó a
soportar las sacudidas de los impactos que sin duda su nave
iba a recibir antes de poder hacer el salto al hiperespacio.
Sabía que el espacio sobre Hoth estaba repleto de destructores
estelares imperiales, esperando para atacar a las naves
rebeldes.

4-LOM y Zuckuss salieron del hiperespacio en el sistema Hoth


y se encontraron en medio de una batalla. Un transporte
rebelde al que el ordenador de los cazarrecompensas identificó
como el Esperanza Brillante pasó disparado junto a ellos, y uno
de los seis cazas ala-X de escolta del transporte les disparó. El
impacto del disparo sacudió la nave de los cazarrecompensas.
—Subiendo escudos —dijo 4-LOM.
Nadie les había advertido de la posibilidad de una batalla en
el punto de encuentro. Pero tampoco nadie les había dicho que
aceptar un contrato imperial fuera fácil.
LSW 316
Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: De todos los posibles futuros: El Relato de Zuckuss y 4-LOM

Sus monitores mostraban una confusión de naves, rebeldes e


imperiales, dispersas por todo el sistema solar. Pero las naves
rebeldes parpadeaban y desaparecían de la pantalla, saltando
al hiperespacio: retirada total.
—Zuckuss detecta dieciséis transportes rebeldes destruidos —
dijo el gandiano.
No tuvo que añadir «a poca distancia». Podían verlos a través
de las ventanas: cascos destrozados que lanzaban chispas al
espacio, con luces brillando en algunas ventanas todavía
intactas. Los cazarrecompensas trazaron rápidamente las
trayectorias de deriva de las naves inhabilitadas para poder
volar entre ellas.
—Ofrezcamos a nuestros amigos imperiales la decimoséptima
nave —dijo Zuckuss.
Un presente así aliviaría la herida del gobernador Nardix.
—Trazando trayectoria de ataque —dijo 4-LOM.
Aceleraron en persecución del Esperanza Brillante. Sus
pantallas no mostraban más transportes abandonando la
superficie de Hoth, sólo algún esporádico ala-X: adquisiciones
demasiado pequeñas para impresionar a los imperiales,
adquisiciones que desde luego no merecía la pena perseguir.
El Esperanza Brillante aparentemente era la última nave grande
que intentaba la retirada. Era tarde en la batalla para intentar
tal huida.
Los cazarrecompensas se acercaron rápidamente al transporte.
Era más pequeño que los otros transportes derribados, pero
seguía siendo torpe y lento… más lento, al menos, que la
esbelta nave de los cazarrecompensas. El transporte
probablemente llevara al último grupo de personal de apoyo
LSW 317
M. Shayne Bell

de la base rebelde, pensó Zuckuss: un buen regalo para los


imperiales.
—Aproximándonos al rango de disparo —anunció 4-LOM.
Presionó botones que activaron los sistemas de armamento.
Tanto 4-LOM como Zuckuss se prepararon para disparar. Un
super destructor estelar, la nave más grande que Zuckuss
jamás hubiera visto, también se estaba acercando al transporte.
Seguramente la tripulación del propio transporte rebelde
estaría trabajando frenéticamente para trazar coordenadas de
retirada y desaparecer en el hiperespacio. Era una carrera para
ver qué tripulación, imperial, rebelde o cazarrecompensas,
alcanzaría primero su objetivo.
Justo antes de que los instrumentos de los cazarrecompensas
confirmaran el rango de disparo, la intuición le dijo a Zuckuss
que disparara, y lo hizo. Su disparo impactó con una explosión
en el transporte, llevándose consigo toda la cubierta de mando
de proa. Ahora el transporte nunca podría alcanzar el
hiperespacio, por muy cerca que hubiera estado de dar el salto.
El destructor estelar disparó desde el otro lado y abrió en canal
tres cubiertas enteras.
Los seis cazas ala-X que escoltaban el transporte
desaparecieron en el hiperespacio, borrándose uno a uno de
las pantallas con un parpadeo. Sus pilotos vieron que allí no
podían hacer nada más. La nave que guardaban estaba
destruida. Ni siquiera podían intentar rescatar supervivientes,
si es que los había.
—Mensaje imperial entrante —anunció 4-LOM.

LSW 318
Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: De todos los posibles futuros: El Relato de Zuckuss y 4-LOM

Tras un instante de estática, los cazarrecompensas recibieron


la voz nítida y precisa de un controlador imperial del destructor
estelar.
—… llegada según lo esperado, y a tiempo. Su ayuda para
destruir el transporte rebelde será comunicada al mando
imperial. Proceda el punto de encuentro dentro del sistema.
Aparecieron unas coordenadas en la pantalla.
—¿En el cinturón de asteroides del sistema? —preguntó
Zuckuss.
4-LOM estudió las coordenadas.
—Fuera, justo en el límite —dijo.
Sí, nadie les había dicho que este sería un contrato fácil de
aceptar.

4-LOM pilotó la nave hasta el punto de encuentro. Zuckuss se


apresuró a administrarse una potente dosis de las drogas que
mantendrían a raya su dolor frente a los imperiales y otros
cazarrecompensas. En ese momento no podía mostrar ninguna
debilidad.
4-LOM se permitió unos instantes para tratar de calcular cómo
había sabido Zuckuss cuándo disparar… antes de que sus
instrumentos indicaran que estaban en rango de disparo. Los
instrumentos estaban funcionando a la perfección. El propio 4-
LOM los había comprobado antes del despegue, y los volvió a
comprobar en ese momento.
—Intuición —murmuró Zuckuss mientras se dirigía dolorido
hacia sus medicinas.
El concepto de intuición fascinaba a 4_LOM. Otros
cazarrecompensas llamaban a Zuckuss «el asombroso» debido
LSW 319
M. Shayne Bell

a su intuición: una intuición que casi siempre resultaba


completamente correcta.
4-LOM quería tener esa misma habilidad. Esa era una razón
por la que trabajaba con Zuckuss: para observarlo, para
aprender de él. 4-LOM estaba convencido de que podía
programarse para hacer cualquier cosa que pudiera hacer un
ser vivo, siempre que tuviera toda la información necesaria.
¿Acaso no había aprendido a robar? ¿No había aprendido a
valorar las riquezas y su poder como cualquier otro ser racional
no mecánico? Sin duda podría aprender a meditar para
desarrollar la intuición y funcionar igual que Zuckuss. Entonces
sí que sería imparable.
Había comenzado de una forma bastante inocente: trabajaba a
bordo del crucero de pasajeros Princesa Kuari como
mayordomo y especialista en relaciones cibernéticashumanas,
y comenzó a preocuparse por la seguridad de los bienes de
valor que los humanos subían a bordo. Eran demasiado
descuidados con ellos. Incluso un ladrón incompetente tendría
una oportunidad tras otra —cada día— para llevarse todos los
créditos y joyas con los que pudiera cargar. 4-LOM decidió que
era su deber analizar todos los modos posibles por los que un
bien podría ser robado para anticiparse a las acciones de los
ladrones y frustrarlas.
En el siguiente vuelo, adquirió un pasaje Dom Pricina.
Ella era exactamente la clase de humano que 4-LOM temía:
descuidada, adinerada hasta decir basta, dueña de bienes para
cuya adquisición no había tenido que trabajar, sino que se los
habían entregado. Poseía, y viajaba con, una joya de gran valor:
el zafiro Ankarres, una joya legendaria por sus supuestos
LSW 320
Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: De todos los posibles futuros: El Relato de Zuckuss y 4-LOM

poderes curativos. Humanos y otros seres racionales viajaban


incalculables distancias para tocarse la frente con la joya y
curarse de enfermedades y heridas. Dom Pricina les cobraba
un buen precio por cada toque.
Aquella noche, Dom Pricina se quejó ruidosamente en la cena,
entre su tercer y cuarto postre, porque el brazalete que llevaba,
fabricado con quinientas excepcionales jiangs corellianas rosas,
era demasiado pesado: hacía que levantar el tenedor hasta su
boca resultase una dura tarea, no un placer. Se quitó el
brazalete y lo dejó junto a su copa de vino.
Y lo dejó allí olvidado cuando finalmente se levantó de la mesa.
4-LOM se lo devolvió de inmediato, y ella se lo agradeció e
incluso le dio un abrazo. A la mañana siguiente se olvidó, en el
estante de mármol junto a la sauna, los dos anillos de
diamantes que había retirado de los dedos de sus pies.
—Oh, 4-LOM —dijo ella jadeando cuando se los devolvió—.
¿Cómo podría llegar a agradecértelo? ¿Podrías llevártelos y
hacer que los agranden una… no, mejor dos tallas? Cada vez
me resulta más difícil ponérmelos en los dedos de los pies.
Tendré que dejar de comer postres para desayunar… ¡eso es!
Eso debería server para que los dedos de mis pies mantengan
un tamaño manejable.
Cuando 4-LOM regresó del joyero de la nave, encontró su
collar de esmeraldas y granates en el suelo del pasillo, justo
fuera de su puerta.
Era incompetente, razonó 4-LOM. No se le debería permitir
poseer cosas por las que no se preocupaba. 4-LOM cada vez
estaba más preocupado por el zafiro Ankarres: su joya más
valiosa, y que además significaba mucho para mucha gente.
LSW 321
M. Shayne Bell

Calculó el momento y lugar más probable para el robo de la


joya, si es que iba a tener lugar en ese vuelo, y entonces
sigilosamente sustituyó la joya auténtica por un sinto-zafiro
barato con un dispositivo de rastreo incorporado… instantes
antes de que el robo tuviera lugar. Dos sinvergüenzas
corellianos robaron el «zafiro» exactamente cuando 4-LOM
calculó que alguien lo haría, pero el sinto-zafiro emitió una
llamada de socorro ultrasónica que hizo que la ayuda —ayuda
indeseada— llegara rauda a los corellianos.
Sólo entonces fue descubierto el robo. Dom Pricina no llegó a
echar de menos el zafiro Ankarres hasta que el propio capitán
del Princesa Kuari le devolvió «la joya». 4LOM se encontraba
cerca, con la joya real guardada en una bolsa negra que llevaba
colgando de un costado. Dom Pricina reconoció al instante que
el sinto-zafiro era una falsificación. Corrió a su habitación y
descubrió que la joya auténtica había desaparecido. Entre
sollozos, suplicó a cualquiera que la escuchara que le ayudaran
a encontrar esa joya.
4-LOM razonó que debería devolver el zafiro inmediatamente.
Después de todo, había detenido un desafortunado crimen y,
por lo tanto, había completado con éxito una secuencia
completa de un programa diseñado por él mismo.
Pero otros programas inundaron su cerebro: Dom Pricina era
descuidada. La mayoría de humanos eran descuidados. No
valoraban o protegían adecuadamente los maravillosos objetos
que pudieran poseer. Sin duda él guardaría el zafiro durante
bastante más tiempo. 4-LOM examinaba el zafiro siempre que
se encontraba a solas. Sus facetas lo intrigaban. Relucían ante
la luz más débil. Una vez tocó su propia frente con el zafiro,
LSW 322
Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: De todos los posibles futuros: El Relato de Zuckuss y 4-LOM

pero no sintió nada inusual: era una piedra preciosa pegada a


su placa facial metálica, nada más. Puede que cure a humanos
enfermos, razonó, pero él, un droide, no podía esperar nada
más.
Sin embargo, no devolvió la joya. Nunca lo descubrieron. Nadie
sospechó que 4-
LOM pudiera ser el autor del robo. Durante los meses
siguientes, 4-LOM robó a los pasajeros a los que «servía»,
diciéndose a sí mismo que tenía que ayudar a proteger objetos
de valor. Pero descubrió que los robos eran emocionantes.
Después de todo, el latrocinio era un acto muy humano, y de
pronto comprendió sus placeres. Hacerlo requería que 4-LOM
creara programas elegantes y complicados que soslayaran toda
su programación ética, toda su programación de droide. Poco
a poco, 4LOM se reprogramó a sí mismo para encontrar
emocionante el crimen, para valorar la posesión de objetos,
para despreciar a los descuidados seres racionales no
mecánicos. Pronto terminó aburriéndose de las ya predecibles
opciones para el crimen a bordo del Princesa Kuari y abandonó
la nave en Darlyn Boda. En el humeante subsuelo criminal de
ese planeta, 4-LOM vendió la mayor parte de las joyas que
había robado, dejó almacenadas el resto, y comenzó una vida
dedicada enteramente al crimen y a sus emociones.
Tuvo tanto éxito que, según lo calculado, una alianza con Jabba
el hutt devino inevitable. Cuando llegó la oferta, 4-LOM aceptó
rápidamente. Jabba le había equipado con armas de combate
letales y con los programas que las controlaban a cambio de
los servicios de 4-LOM como cazarrecompensas. Trabajar con
Zuckuss fue el siguiente paso lógico. Desde un cuidadoso
LSW 323
M. Shayne Bell

estudio de Zuckuss, 4-LOM planeaba aprender los caminos de


la intuición.
Almacenó minuciosamente todos los estímulos visuales y
auditivos que rodeaban a Zuckuss en los momentos
inmediatamente anterior y posterior de hacer el disparo
decisivo al transporte rebelde en retirada: los momentos de la
intuición. 4-LOM los estudiaría, con todos los demás datos
sobre la intuición de Zuckuss que había recopilado a lo largo
de años de observación.
Eran más datos en bruto obtenidos en su búsqueda de la
comprensión. Comprensión que creía que acabaría llegándole.
Un día, los métodos de la intuición le resultarían evidentes, y
los usaría.
Se preguntó qué nueva habilidad trabajaría entonces para
obtener.
La nave negra de Vader, el Ejecutor, entró en el campo visual,
y 4-LOM comenzó los procedimientos de atraque. Mientras
realizaba esas tareas, los subprocesadores de su mente
artificial computaban la respuesta a su última pregunta. De
pronto supo qué habilidad debería perseguir después de haber
dominado la intuición.
Después de todo, era la única respuesta lógica.
Aprendería los caminos de la Fuerza. Su lado oscuro sería para
él un gran aliado en su trabajo.

Una vez que se alejó de 4-LOM, solo con su dolor, Zuckuss se


detuvo y se apoyó en una barandilla. El dolor de sus pulmones

LSW 324
Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: De todos los posibles futuros: El Relato de Zuckuss y 4-LOM

se hacía cada vez peor, más difícil de controlar. Las


quemaduras por oxígeno no podían curarse.
Sabía que tenía que ocultar esa debilidad de los demás
cazarrecompensas, y especialmente de Darth Vader. Pero,
pensó al estar ahí parado, sin moverse debido a su dolor…
estaba ocultando el creciente alcance de sus heridas también
a 4-LOM.
Zuckuss estaba sorprendido por el mero hecho de que 4-LOM
hubiera permanecido con él después de resultar herido. 4-LOM
le dijo con calma un día, con su voz de droide lógica y carente
de emociones, que calculaba que otros cazarrecompensas
tardarían 1,5 minutos en completar planes para explotar la
debilidad de Zuckuss y arrebatarle los clientes —o tratar de
robarle la nave, el equipo y cualquier fortuna que le quedase—
en caso de que entraran en conocimiento de los problemas de
Zuckuss.
Zuckuss nunca lo había preguntado, pero estaba seguro de
que el droide también había calculado sus cada vez menores
probabilidades de tener éxito en la caza de recompensas; cazas
en las que 4-LOM tenía que hacer una parte cada vez mayor
del trabajo. Si no tenían éxito en esta caza, si no obtenían los
recursos necesarios para comprar nuevos pulmones, Zuckuss
creía que sus heridas finalmente lo debilitarían tanto que 4-
LOM calcularía que no había más beneficios en mantener su
asociación. El droide se marcharía. Ese día, se dijo Zuckuss a
sí mismo, le pediría a 4-LOM que calculase sus probabilidades
de supervivencia en solitario. Querría conocer las
probabilidades para prepararse. Tal vez sólo le quedasen
pocos días, pero le confortaba saber que, bajo esas
LSW 325
M. Shayne Bell

circunstancias, las heridas que lo devoraban en vida nunca lo


matarían.
Zuckuss llegó hasta su catre, donde estaban sus medicinas. Se
administró una dosis de analgésico y se sentó en su catre.
Sintió cómo la droga corría por su sistema, adormeciendo su
pecho y sus pulmones. De pronto pudo respirar el dulce
amoniaco de su nave con algo más facilidad. Cómo echaba de
menos las nieblas de amoniaco de su propio planeta gaseoso.
Durante tres siglos estándar, su familia había trabajado allí
como buscadores: cazarrecompensas que meditaban acerca de
la ubicación de sus adquisiciones y las cazaban en las
arremolinadas nieblas de Gand.
Pero el Imperio ocupó Gand y trajo su excelente equipo de
rastreo. Parecía significar la muerte de la honrosa y larga
tradición de los buscadores. Ya no eran necesarios. El Imperio
rastreaba las adquisiciones entre las nieblas sin ayuda y sin
intuición.
Pero la profesión no murió. Zuckuss y algunos otros salieron
de Gand hacia la amplia galaxia; un lugar tan salvaje, tan vasto,
que la intuición era lo único que podía trazar una camino hacia
las adquisiciones que los escáneres no podían localizar, lo
único que podía leer las intenciones de razas alienígenas, lo
único que podía dar pistas del futuro y de las recompensas o
dificultades que aguardaban en sus múltiples caminos, del fin
hacia el que todos los seres y todas las cosas avanzaban
inexorablemente.
En ocasiones, Zuckuss meditaba acerca de quién acabaría
matándolo.

LSW 326
Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: De todos los posibles futuros: El Relato de Zuckuss y 4-LOM

Sabía que la pregunta era quién lo mataría, no qué. Las nieblas


que rodeaban su propia mortalidad permanecían casi ilegibles,
pero en sus meditaciones había obtenido señales… y ninguna
involucraba accidente, o fallo mecánico, ni siquiera las heridas
de los pulmones que le causaban tanto dolor. Sería otro ser
quien le daría la muerte.
Zuckuss había descartado a 4-LOM. Su compañero, con el que
tanto tiempo llevaba, no quería matarle, y no lo haría cuando
se separaran. Pero Zuckuss había sentido por dos veces que
Jabba el hutt se impacientaría debido a su debilidad, si la
descubría, y trataría de usarlo como comida para su rancor. Ese
era un futuro que preferiría evitar. Sentía que no lo matarían
en las nieblas de su propio mundo, por mucho que echara Gand
de menos y hubiera querido morir allí. Moriría en alguna otra
parte. Se preguntó durante un tiempo si lo mataría Darth
Vader, pero sabía que no tenía nada que temer de Vader, al
menos por el momento.
Cuando pudo, Zuckuss se puso en pie y se inyectó
estimulantes, y después otras drogas para potenciar la
velocidad de su mente y contrarrestar los efectos adormilantes
del analgésico. Escuchó los primeros sonidos mecánicos de la
maniobra de atraque, y la nave se sacudió.
Se apresuró a ponerse el traje que lo protegía del oxígeno y
comprobó minuciosamente los cierres. No podía permitirse
más quemaduras. Se puso una túnica vieja, y luego ocultó
cuchillos en sus botas y bombas de amoniaco —letales para
los respiradores de oxígeno— en sus mangas. Se colgó de un
costado, a plena vista, un bláster totalmente cargado. Luego

LSW 327
M. Shayne Bell

comenzó a caminar hacia la escotilla. Escuchó a 4LOM que ya


se dirigía hacia allí.
Zuckuss caminaba ahora con más facilidad. Respiraba sin
dolor. Pronto sus pasos lo hacían avanzar con toda la aparente
confianza y fortaleza que siempre había tenido, y por un
instante casi olvidó la debilidad que se esforzaba tanto por
ocultar.
Se dio cuenta entonces, caminando hacia la escotilla para
reunirse con Darth Vader, que se esforzaba duro por ocultar
ante otra persona sus heridas y sus implicaciones.
Se dio cuenta de que, cuando podía, las ocultaba ante sí
mismo.

Cuando Toryn Farr recobró el conocimiento, hacía frío en el


transporte. Mucho frío. Pero todavía había aire. Todavía podían
respirar.
Por el momento.
Algunos de ellos vivirían, durante un tiempo.
Toryn se obligó a incorporarse en la cubierta y miró a su
alrededor. Tenues luces de emergencia brillaban en el techo
sobre ella, pero se terminaban a unos tres metros del lugar del
pasillo en el que estaba sentada. Más allá de ese punto, estaba
oscuro. Las lecturas de los paneles de instrumentos brillaban y
parpadeaban en esa negrura. Por la ventanilla, vio girar las
estrellas. Lo que quedaba del Esperanza Brillante estaba dando
vueltas sin control, dirigiéndose a quién sabe dónde.
Y no habría ningún rescate.
Nadie de la rebelión podía regresar a buscarlos.
LSW 328
Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: De todos los posibles futuros: El Relato de Zuckuss y 4-LOM

Cuando el Imperio descubriera que había supervivientes en esa


nave y fuera a por ellos, los interrogarían, torturarían y
ejecutarían. El Imperio registraría cada nave para tomar
prisioneros y acceder a lo que quedara de los sistemas
informáticos para robar información: pero especialmente para
capturar droides intactos y descargar sus bases de datos. Los
rebeldes no habían tenido demasiado tiempo para encontrar
un modo de salvarse, si podían, y para borrar todos los
sistemas informáticos y droides supervivientes, si no podían.
Samoc gimió. Aún estaba viva. Un armario había caído de la
pared justo delante de ellas, estrellándose en la cubierta y
desparramando mantas de lana de bantha marrón y almohadas
blancas. Toryn tomó una manta y envolvió a Samoc en ella. Las
quemaduras de Samoc aún no habían sido tratadas. Tenía
convulsiones.
En shock, se dio cuenta Toryn. Samoc estaba entrando en
shock.
—Aguanta, Samoc —dijo Toryn.
—Esto sigue y sigue —susurró Samoc.
—¿A qué te refieres? —preguntó Toryn. Se inclinó más cerca
para escuchar la respuesta de Samoc.
—Seguimos vivos. A los imperiales les está costando mucho
matarnos.
Habían derribado el deslizador de nieve de Samoc, pero había
sobrevivido. Un disparo les había fallado por poco en el
hangar… y luego volaron por los aires la mayor parte del
transporte, pero todavía seguían con vida.
—Me pregunto cómo lo harán finalmente los imperiales —dijo
Samoc.
LSW 329
M. Shayne Bell

Toryn se puso en pie. No quería pensar en ello. En una guerra,


a menudo mueren soldados. Cada rebelde sabía eso al unirse
a la rebelión. Sin embargo, siempre esperabas que fuera otra
persona la que muriera: no tus amigos, ni tu hermana… ni tú
mismo. En todas sus batallas, Toryn y Samoc nunca habían
estado tan cerca de la muerte.
Toryn se agachó para envolver mejor a Samoc con la manta.
—Iré a buscar algo para tratar tus heridas —dijo—. Y buscaré
algo que pueda hacer para salvarnos. ¿Quién sabe?
Samoc trató de sonreír.
Otras personas gemían a su alrededor. La nave estaba llena de
gente. Toryn pensó que probablemente habría muchos
supervivientes. Tomó mantas para otras dos personas, y luego
fue corriendo a los instrumentos que veía parpadear en la
oscuridad delante de ella. Uno era un droide hacker de un
modelo antiguo, adaptado para registrar la carga que se subía
a bordo o se descargaba. Ahora, sin embargo, estaba
conectado al ordenador central, si es que eso aún existía de
forma coherente, y del ordenador central podía obtener la
información que necesitaba.
—Droide —le dijo—, accede al ordenador central y determina
si corremos riesgo de recibir más ataques.
—Acceso restringido. Prepárese para preautorización por
escaneo de retina —dijo el droide.
Toryn miró fijamente a una luz brillante que se iluminó en la
cara del droide hacker. Esperaba que la memoria del ordenador
central estuviera lo bastante intacta como para reconocerla,
otorgarle la autoridad necesaria, y hacer lo que le había pedido.

LSW 330
Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: De todos los posibles futuros: El Relato de Zuckuss y 4-LOM

—Concedida autorización a sistemas hasta nivel ocho,


controladora Toryn Farr — dijo el droide—. Pero no puedo
responder a su pregunta. La información sobre naves cercanas,
si las hay, no está disponible.
Los escáneres estaban destruidos o desconectados.
—¿Qué partes de la nave siguen intactas? —preguntó.
—Cubiertas de carga uno y dos completamente intactas.
Cubierta de pasajeros uno intacta al 17,4 por ciento.
—¿Cuántos supervivientes hay?
—La información sobre supervivientes no está disponible.
—¿Cuánto durará el aire en las cubiertas intactas?
—La información sobre suministros de oxígeno no está
disponible.
—¿Estamos en rumbo de colisión con… cualquier cosa: otras
naves, Hoth, la estrella de este sistema?
—La información sobre el rumbo actual de la nave no está
disponible.
Demasiadas de las cosas que necesitaban —información,
equipo de reparaciones, aire, tal vez— no estarían disponibles.
Toryn reflexionó un instante, pensando en qué pregunta podría
hacer que el droide o el ordenador pudiera ser capaz de
responder.
—¿Hay alguna cápsula de escape operativa y accesible desde
las cubiertas intactas? —preguntó.
—Tres cápsulas de escape están accesibles desde la parte
intacta de la cubierta de pasajeros uno; sin embargo, las
cápsulas no pueden ser lanzadas.
Por fin algo de información que podía usar.
—¿Por qué no pueden lanzarse las cápsulas?
LSW 331
M. Shayne Bell

—La información sobre por qué no pueden lanzarse las


cápsulas no está disponible.
Tendría que subir hasta allí para averiguarlo.
—Intenta computar respuestas a todas mis preguntas
anteriores —dijo al droide hacker—. Voy a investigar las
cápsulas de escape, y volveré pronto a consultarte si tienes las
respuestas.
Tenía que hacerse cargo de la situación y comenzar a
aprovechar los recursos que tuviera a mano. Era el
procedimiento rebelde, en una situación como aquella, que
cualquiera con cierto rango asumiera que estaba al mando
hasta que se encontrara con alguien de mayor rango.
Así que ella asumió el mando.
De momento, pensó. Sólo de momento. Sin duda ha
sobrevivido alguien más con mayor rango para ayudarme a
encontrar un modo de salvar a todos los que queden con vida
en la nave.
Echó a andar por el pasillo oscuro. Ahora las paredes metálicas
estaban más frías al tacto. La nave se estaba enfriando
rápidamente. Se dijo a sí misma que, supuestamente, una de
las formas más fáciles de morir era morir congelado.
Que era como ella y los demás supervivientes morirían si tenían
que permanecer en esta nave o si encontraba un modo de
lanzar las cápsulas de escape… porque, ¿a dónde podrían
llevar las cápsulas, si no de vuelta a Hoth? ¿Y cómo
sobrevivirían en un planeta de hielo… si es que lograban llegar
allí y si antes el Imperio no los derribaba de un disparo?
Encuentra las cápsulas, se dijo, descubre si pueden ser
lanzadas… y luego busca un modo de sobrevivir en Hoth.
LSW 332
Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: De todos los posibles futuros: El Relato de Zuckuss y 4-LOM

El oscuro pasaje estaba repleto de rebeldes heridos, y sus


muertos. Una y otra vez tropezaba con gente y cadáveres.
—Estoy tratando de encontrar una forma de ayudarnos —dijo
a la gente que gemía en la oscuridad.
Más adelante, vio cuatro pequeñas luces redondas que
brillaban con amarillo resplandor. Otra consola, pensó, pero las
luces se fueron acercando más y más a ella… y entonces
escuchó pies metálicos sobre el metal de la cubierta.
Droides. Estaba viendo los ojos de unos droides.
Se convirtieron en luces más brillantes y la alumbraron; uno de
los droides tenía una luz que brillaba desde su frente, y el otro
llevaba un tubo luminoso. Ambos cargaban con suministros
médicos.
—Soy un droide cirujano Dos-Unobé —dijo el droide más alto,
el que tenía la luz brillando en la frente—. Y este es mi
asistente médico, Efeequis-Siete 1 . Estamos tratando a los
heridos.
—Hay tantos… —dijo Toryn—. ¿Tienes alguna idea de
cuántos?
—Hasta ahora, hemos encontrado cuarenta y siete
supervivientes no mecánicos — respondió Dos-Unobé—.
Aparentemente nosotros somos los únicos droides intactos.
Ella les dijo lo que estaba haciendo, tomó el tubo luminoso de
Efeequis-Siete, y continuó por el pasillo. Pero un instante
después se detuvo y se volvió hacia los droides.
—Dos-Unobé —llamó—. Una de nuestros pilotos, Samoc Farr,
está sujeta a una silla al final de este pasillo. Ha sufrido terribles

1
En el texto original, para este droide el autor alterna de forma inconsistente entre los nombres «EffourSeven» (F4-7) y
«Effex-Seven» (FX-7). Aunque en el texto predomina la primera forma, y la segunda sólo es usada una vez, el The
Essential Reader’s Companion establece que lo correcto debería ser FX-7 y que F4-7 es un error. (N. del T.)
LSW 333
M. Shayne Bell

quemaduras, que no han sido tratadas, y está entrando en


shock. Ve a ver qué puedes hacer por ella.
—Efeequis-Siete contiene excelentes programas de
tratamiento de quemaduras —le respondió Dos-Unobé—. Lo
enviaré de inmediato.
Efeequis-Siete se puso en marcha mientras Toryn lo observaba.
Sabía que se encontraría con todos los demás rebeldes heridos
y que pasaría de largo, por mucho que ellos también
necesitaran ayuda, para ir directamente hasta Samoc. Pero no
modificó sus órdenes. Si había una forma de sobrevivir, quería
que Samoc sobreviviera. Su madre le había hecho prometer
que cuidaría de Samoc; la más joven de su familia, siempre la
más hermosa, la más feliz, la más prometedora. Esperaba que
enviar la ayuda directamente a Samoc no causara daños a nadie
más.
Toryn se volvió hacia la oscuridad que tenía por delante. Los
droides habían contado cuarenta y siete supervivientes. Había
pasado junto a veinte o treinta sólo en esa cubierta. Las
cápsulas de escape, si podían lanzarlas, podrían llevar a seis
personas cada una.
Dieciocho personas de una nave maltrecha que albergaba
mucho más que esa cantidad. Quedó un momento inmóvil,
incapaz de imaginar cómo tendrían que decidir quién iría si
pudieran lanzar las cápsulas. Pero se obligó a seguir
avanzando.
Primero encuentra las cápsulas, se dijo a sí misma. Encuentra
un modo de lanzarlas.
Luego encuentra otras opciones para el resto de nosotros que

se quede atrás, si puedes.


LSW 334
Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: De todos los posibles futuros: El Relato de Zuckuss y 4-LOM

Darth Vader había asignado esta caza a otros cuatro


cazarrecompensas, además de a 4LOM y Zuckuss… y cada uno
de los cazarrecompensas estaba furioso por ello. A ninguno le
habían dicho que habría otros cazarrecompensas involucrados.
4-LOM no podía calcular las razones de Darth Vader para
contratar seis cazarrecompensas. El grupo incluía a Dengar, un
corelliano furioso con daño cerebral y ninguna presa
destacable en su haber; IG-88, un droide asesino, aunque 4-
LOM tenía la impresión de que Darth Vader quería atrapar con
vida las adquisiciones tras las que les enviaban; Bossk, un
renombrado cazador de wookiees; y, lo que resultaba más
impresionante, Boba Fett. Era una extraña reunión.
4-LOM calculaba que Vader les iba a enviar tras algunas
adquisiciones excepcionales y extremadamente astutas. Buscó
en su lista imperial de los más buscados, con sus miles de
nombres y archivos, pero no encontró ningún individuo cuya
caza requiriera tales medidas.
Los cazarrecompensas estaban reunidos en una sala de espera,
observándose unos a otros, sin hablar. Las leyes de los
cazarrecompensas prohibían matar a otro cazarrecompensas,
pero 4-LOM calculaba unas probabilidades del 63,276 por
ciento de que al menos tres de los seis cazarrecompensas
estuvieran considerando la idea de asesinar a otros miembros
del grupo para incrementar sus propias probabilidades de
éxito en esta caza.
Era imperativo que Zuckuss no mostrase debilidad alguna en
ese momento. 4-LOM estudió a su socio. Zuckuss estaba de
pie, totalmente erguido, alerta, respirando sin dificultad en su
casco. Nadie podría detectar sus heridas, calculó 4-LOM.
LSW 335
M. Shayne Bell

Vader los convocó a todos a la vez. Los cazarrecompensas


caminaron con paso firme y veloz por los pasillos, casi
adelantando a su guía. Imperiales de todo rango se apartaban
a su paso… y se les quedaban mirando. Los procesadores de
la mente de 4-LOM analizaron los rostros y las voces de la
gente junto a la que pasaban, comparándolos con la lista
imperial de los más buscados y la lista de su gremio de
recompensas ofrecidas. 4LOM siempre hacía eso cuando
caminaba entre multitudes de gente. Las probabilidades de un
encuentro casual con alguien que valiera algunos créditos eran
bajas, y en el breve tiempo que le costaba a su mente
relacionar una cara con una recompensa, esa persona podía
desaparecer… pero había obtenido siete adquisiciones en la
calle de ese modo: créditos inesperados, pero bienvenidos,
mientras estaba cazando a otra presa. ¿No sería interesante
desenmascarar a un espía rebelde aquí, en esta nave insignia,
y entregárselo a Darth Vader?
Pero 4-LOM no identificó a ningún rebelde en esos pasillos.
Todos los seres racionales presentes eran, aparentemente,
auténticos imperiales. Captó la mayoría de sus comentarios
susurrados: «¡Esos cazarrecompensas llevan armas a plena
vista!» «¿Quién ha convocado aquí a esta gente?» «La República
trataba de controlarlos, pero el Imperio debería haberlos
abolido.»
A 4-LOM le divertía pensar en la consternación que la mera
presencia de seis cazarrecompensas causaba entre soldados
profesionales… supuestamente los mejores y más valientes del
Imperio. 4-LOM calculó que el miedo a los seis

LSW 336
Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: De todos los posibles futuros: El Relato de Zuckuss y 4-LOM

cazarrecompensas afectó a las acciones del 98,762 por ciento


de todos los imperiales junto a los que pasaron en ese pasillo.
El miedo era un sentimiento valioso que instigar en las
adquisiciones que uno cazaba: nublaba su lógica y hacía que
la mayoría de los seres racionales no mecánicos salieran
huyendo… una elección predecible, y habitualmente letal. La
programación instintiva dentro de los seres racionales no
mecánicos —el deseo de huir o luchar cuando se enfrentaban
al peligro— aún los dominaba, aún les dificultaba reaccionar
con una tranquila y total lógica.
Pero el miedo no era una buena cualidad que advertir en tus
aliados. Significaba que tenían debilidades que cualquiera sin
miedo podría aprovechar.
4-LOM se cuestionó la sensatez de las alianzas con los
temerosos y se cuestionó su actual alianza con los imperiales.
En el mejor de los casos, eran aliados poco impresionantes.
Pero, por supuesto, tenían créditos.
Zuckuss sólo tropezó una vez en su camino hasta Vader. 4-
LOM ayudó a Zuckuss a permanecer en pie.
—Imperiales aduladores de mente obtusa… ¡ni siquiera
pueden mantener las placas de cubierta bien sujetas! —
exclamó 4-LOM a los soldados que les abrían paso.
Ninguno de los otros cazarrecompensas redujo su paso.
Ninguno pareció advertir el tropiezo de Zuckuss. El secreto que
compartía con Zuckuss seguía siendo un secreto, calculó 4-
LOM. Pronto terminó la marcha. Llegaron a la cubierta de vuelo,
y Darth Vader se acercó a ellos con grandes zancadas.

LSW 337
M. Shayne Bell

Los oficiales imperiales que se encontraban cerca susurraron


entre ellos acerca de los cazarrecompensas antes de que Vader
los alcanzara.
—Cazadores de recompensas. ¡No necesitamos esa porquería!
—escuchó 4-LOM que un oficial imperial le decía a otro.
4-LOM calculó desdén en ese comentario, pero calculaba que
el miedo motivaba desdén el 62,337 por ciento de las veces.
El desdén y el miedo son aliados muy cercanos. Así que el
miedo estaba presente incluso allí… incluso en la cubierta de
vuelo de la nave insignia de Darth Vader. Eso desagradaba a
4-LOM. Comenzó a calcular debilidades que pudiera
aprovechar en aquellos imperiales.
Vader comenzó a hablar incluso antes de llegar junto a los
cazarrecompensas. Él no tenía miedo.
—Habrá una sustanciosa recompensa para el que encuentre al
Halcón Milenario. Pueden utilizar los métodos que crean
convenientes… ¡pero los quiero vivos! Nada de
desintegraciones.
Vader se volvió de inmediato a las tareas que le ocupaban. Los
cazarrecompensas se marcharon a sus naves.
Era Han Solo… ¡les estaban mandando tras Han Solo!
4-LOM podía calcular, ahora, las razones por las que Darth
Vader había llamado a cada uno de los cazarrecompensas allí
reunidos. Programó un conjunto de microprocesadores de su
mente para que calculase las probabilidades de cada
cazarrecompensas de calcular a Solo y a sus compañeros,
quienquiera que fuesen ellos.
Zuckuss se detuvo en el umbral y se volvió. 4-LOM no sabía
por qué. Era ilógico titubear frente a los imperiales. 4-LOM se
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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: De todos los posibles futuros: El Relato de Zuckuss y 4-LOM

volvió para ver qué había causado ese extraño comportamiento


en su socio y vio a Vader mirándolos.
Zuckuss inclinó la cabeza. Vader se volvió. Zuckuss y 4-LOM
reanudaron su marcha por el pasillo.
4-LOM no tuvo que preguntarle a Zuckuss cómo había sabido
que Vader los estaba mirando. La intuición se lo había dicho.
Y sabía por qué Vader los había mirado: para confirmar que
sabía su implicación en el asunto del gobernador Nardix, una
sutil advertencia de que si no tenían éxito en esta ventura
tendrían que enfrentarse a Vader de nuevo en distintas
circunstancias.
4-LOM supo todo eso sin tener que calcularlo. El conocimiento
apareció súbitamente presente en su mente.
En ese momento, la intuición comenzó a ensamblarse
formando un proceso en los circuitos de 4-LOM. Aún no
estaban todas las variables en su lugar. No lo entendía del
todo, pero comenzó a sentir los inicios de una gran ecuación
en su interior: la ecuación de la intuición.
Una vez que la tuviera, tendría la intuición propiamente dicha.
4-LOM se sintió al borde de un gran logro: el modo en que se
sentía justo antes de poner sus manos sobre una adquisición
que había cazado, o el modo en que se sentía en el momento
exacto en el que se apoderaba de una joya en cuyo robo había
trabajado mucho tiempo.
Los imperiales corrían tras ellos, preguntándoles qué
necesitaban. ¿Podían proporcionarles combustible? ¿Armas?
Cualquier cosa que pudiera serles de ayuda para cumplir la
misión que Darth Vader les había encomendado. ¿Créditos?
¿Necesitan créditos?
LSW 339
M. Shayne Bell

Sí, requerían ingentes cantidades de ellos.


Y 4-LOM no dudó en pedirlas, en forma de objetos de valor
portátiles almacenados en su nave, no en créditos electrónicos
que pudieran ser robados. Presas de su miedo, los imperiales
se apresuraron a darles lo que querían.
Los cálculos de 4-LOM sobre la probabilidad de éxito de los
cazarrecompensas terminaron.
Sabía quién tenía la mayor probabilidad de capturar a Han
Solo.
Eran Zuckuss y él.
Sus cálculos lo indicaban. Los otros cazarrecompensas tenían
diversas aptitudes y capacidades, pero ninguno tenía lo que
Zuckuss aportaba a esta caza.
Ninguno de ellos tenía intuición.
Eso daba a Zuckuss y 4-LOM una ventaja incalculable. El
propio Solo representaba una interesante combinación de
lógica e intuición… lo que significaba que él y Zuckuss tenían
las capacidades ideales para darle caza.
Mientras caminaba hacia la nave, 4-LOM decidió hacer algo que
les proporcionaría una ventaja adicional en la caza de Solo.
Él también intentaría usar la intuición.

Lo que quedaba del nivel de pasajeros uno no estaba


iluminado, ni siquiera con tenues luces de emergencia. Desde
la ventana, Toryn alumbró con su tubo luminoso el campo de
contención que se había desplegado para detener la
despresurización. El casco de la nave más allá de ese punto
había explotado. Conforme la nave daba vueltas, vio girar las
LSW 340
Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: De todos los posibles futuros: El Relato de Zuckuss y 4-LOM

estrellas, luego el propio Hoth, lejano, tan blanco y brillante


que casi no podía mirarlo directamente, luego más estrellas.
Y luego cadáveres. Unos cuantos cadáveres inmóviles.
El campo de contención no había salvado muchas vidas en esa
cubierta. La despresurización había sido rápida —explosiva—
y había lanzado a la mayoría de la gente al espacio.
Toryn dio media vuelta rápidamente y comenzó a avanzar por
el pasillo tras ella. Pero después de un instante se detuvo y se
obligó a volver. Miró por la ventana hasta que Hoth reapareció,
y comprobó la hora en su crono. Cuando Hoth dio volvió a
aparecer, comprobó la hora nuevamente; cuatro minutos
estándar, cuarenta y tres segundos estándar. Tenía las bases
para la ecuación de la rotación de lo que quedaba de la nave.
Podría resultar útil. En las horas siguientes, cualquier detalle
de información sobre su situación podía resultar útil.
Avanzó apresuradamente por el pasillo. Más adelante había
luces, de un tubo luminoso, tal vez dos, que proyectaban
oscuras sombras en las paredes y el techo. Encontró siete
personas trabajando en las cápsulas de escape. Habían
arrancado las placas de cubierta frente a las cápsulas y estaban
trabajando en el estrecho espacio disponible debajo.
—Los acopladores de potencia se soltaron durante el ataque
—le dijo uno de ellos.
—Si podemos reconectarlos a las fuentes de energía de
emergencia, podremos lanzar las cápsulas —dijo otra persona.
Toryn apuntó su luz hacia las cápsulas de escape. Estaban allí
en fila. Todas las ventanas estaban oscuras.
—¿Puedes alumbrarme aquí? —le pidió alguien.

LSW 341
M. Shayne Bell

Toryn se apresuró a ayudar en la tarea. Era un trabajo frío.


Ahora Toryn podía ver su respiración. Las herramientas
estaban frías al tacto.
—Esto debería funcionar… —dijo uno de los hombres por
debajo de ella.
Las luces de emergencia cobraron vida en los laterales del
pasillo. Las pequeñas puertas redondas de las cápsulas se
iluminaron súbitamente en verde, y en la ventana de cada
puerta destelló una luz brillante, demasiado brillante para
mirarla directamente.
Y luego todas las luces se apagaron de golpe.
—¡Por todos los…! —murmuró alguien en la súbita oscuridad.
Toryn tuvo que sentarse, decepcionada, en una pila de placas
de cubierta arrancadas.
—Puede que las células de energía de este nivel estén dañadas
—dijo alguien.
—Tendremos que redirigir potencia de los niveles inferiores…
Toryn, ¿dijiste que las dos cubiertas debajo de nosotros están
intactas?
Alguien golpeó algo, y las luces se encendieron de nuevo.
Todos se miraron entre sí y rieron.
Toryn se acercó rápidamente a una de las cápsulas. Sus lecturas
decían que funcionaba perfectamente. Podrían lanzarla en
cuanto estuvieran listos.
—Cápsula uno completamente operativa —anunció.
—Aquí igual —dijo alguien en la cápsula dos.
—Cápsula tres, estado operativo.
Todos volvieron a mirarse entre sí. Nadie sabía cómo comenzar
la siguiente parte del proceso. Nadie sabía cómo decidir quién
LSW 342
Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: De todos los posibles futuros: El Relato de Zuckuss y 4-LOM

tendría la oportunidad de marchar. Toryn superaba en rango a


todos los que estaban allí. Se dio cuenta de que era su deber
comenzar a tomar decisiones, y de que los demás esperaban
que lo hiciera.
—Tengo un total de al menos sesenta y siete supervivientes en
la cubierta de carga uno —dijo Toryn—. No he podido hacer
un recuento en la cubierta dos, pero allí también hay
supervivientes. Los he oído.
Podían añadir a los ocho que estaban allí reunidos. Más de
setenta y cinco personas habían sobrevivido en esa nave. Las
cápsulas podían evacuar a dieciocho.
Hacia un futuro incierto.
Si las cápsulas llegaban a Hoth, las personas que fueran en
ellas tendrían que encontrar modos de sobrevivir en un mundo
helado sin suministros adecuados, luchar contra las criaturas
del hielo wampa que les darían caza, evitar ser capturados por
las fuerzas imperiales que sin duda les darían caza.
Si llegaban a Hoth.
El Imperio podría derribar las cápsulas antes de un disparo.
—¿Aún continúa la batalla, ahí fuera? —preguntó Toryn.
Nadie lo sabía.
—Separémonos —dijo—. Encontremos distintas ventanas y
efectuemos un reconocimiento visual. Regresad aquí para
informar dentro de diez minutos estándar.
Diez minutos permitirían que la nave girara dos veces sobre sí
misma. Podrían echar un buen vistazo al espacio que los
rodeaba.
Todo el mundo salió recorriendo los pasillos y entrando a las
habitaciones, en busca de ventanas. Toryn se encontró de
LSW 343
M. Shayne Bell

vuelta en la ventana de la puerta de ataque. Usando el


comunicador de su muñeca, contactó con el droide hacker
sujeto a la consola de la pared.
—Droide —dijo—. Soy Toryn Farr. ¿Has calculado respuestas
a mis últimas preguntas?
—La información sobre posibles nuevos ataques a esta nave,
el número total de supervivientes, la duración estimada del
suministro de aire y el rumbo de la nave sigue sin estar
disponible.
—¿Estás conectado a algún sensor exterior activo que te
suministre cualquier tipo de información?
—No.
—¿Tienes acceso a cualquier dato sobre el suministro de aire?
—No.
—Estimando que haya un centenar de supervivientes, ¿cuánto
tiempo podrían sobrevivir tan sólo con el aire presente en las
cubiertas intactas?
—4,38 horas estándar.
—¿Cuánto tiempo ha pasado desde el ataque?
—1,29 horas estándar.
Puede que tuvieran unas tres horas de aire.
—He contado sesenta y siete supervivientes en la cubierta de
carga uno. En esta cubierta estamos ocho, y un número
indeterminado en la cubierta de carga dos. Incluye esos
números en los próximos cálculos.
No vio señales de batalla en el sector del espacio que se
apresuró a observar: ni destellos de luz que pudieran ser
explosiones, ni naves imperiales moviéndose contra el fondo

LSW 344
Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: De todos los posibles futuros: El Relato de Zuckuss y 4-LOM

de estrellas o el propio Hoth. Era casi como si la batalla nunca


hubiera tenido lugar. El sistema parecía totalmente tranquilo.
Pero espera. Se agarró a la manilla de la puerta de ataque y
escudriñó el espacio que comenzaba a mostrarse conforme la
nave giraba.
Luces. Allí había luces, moviéndose en el espacio. Tres grupos
de luces…
Naves. Naves rebeldes a la deriva. Los grupos de luces eran las
ventanas que brillaban en ellas. Marchaban juntas, a la deriva,
en una tortuosa trayectoria.
Sin duda también había supervivientes en esas naves. Sufrió
por ellos. Se preguntó qué estarían haciendo para tratar de
salvarse.
Justo cuando las naves varadas desaparecieron de su vista,
Toryn captó una luz más brillante que se desplazaba hacia las
naves a la deriva.
Auto-propulsada. Funcionando.
Un destructor estelar imperial.
Estaban comenzando la limpieza. Observó cómo atraían el
primer pecio para buscar supervivientes, droides, información.
No tardarían mucho en llegar a lo que quedaba de esta nave.
Toryn regresó rápidamente a las cápsulas y se reunió con los
demás que acababan de regresar. Algunos también habían
visto naves derribadas. La cuenta variaba entre las tres de
Toryn y unas catorce, tal vez más. Otros habían visto el
destructor estelar que se dirigía a los restos.
—Si nos damos prisa, podemos lanzar las cápsulas antes de
que lleguen los imperiales —dijo Toryn—. Si las lanzamos

LSW 345
M. Shayne Bell

mientras el destructor estelar está ocupado con un pecio, las


cápsulas tendrán alguna posibilidad de llegar hasta Hoth.
—Deberíamos enviar a los que estén en mejor forma —dijo
alguien—. Necesitarán estar en buena forma para sobrevivir ahí
abajo.
—Algunos necesitarán estar en buena forma, desde luego —
dijo Toryn—, pero deberíamos asumir un eventual rescate de
cualquiera que llegue a Hoth, y pensar en enviar a aquellos que
más puedan ayudar a la rebelión… aunque ahora estén
heridos. Tenemos que averiguar quién queda en esta nave, y
tenemos que averiguarlo rápido. — Se volvió y habló al droide
hacker—. He encontrado dos droides médicos en la cubierta
de carga uno. Contacta con ellos y que descarguen toda la
información de los supervivientes en tus bancos de datos.
Quiero una lista de supervivientes, droides incluidos, lo más
completa que puedas ofrecerme cuando vuelva a contactar
contigo en cinco minutos.
—De inmediato —dijo el droide.
—Quiero que todos los aquí presentes digan sus nombres.
Droide, añade estos nombres a la lista que estás compilando.
Rory —dijo a un hombre que conocía—, comienza tú.
Rory, Seito, Bindu, Darklighter, Crimmins, Sala Natu, Meghan
Rivers.
—Rory —dijo cuando todos terminaron—, ve a una ventana y
vigila ese destructor estelar. Comprueba cuánto le cuesta
desguazar uno de los restos y pasar al siguiente. El resto de
nosotros bajaremos a la cubierta de carga dos para ver qué
podemos encontrar allí. Tened los ojos bien abiertos por si
encontráis equipo para clima frío y traedlo aquí.
LSW 346
Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: De todos los posibles futuros: El Relato de Zuckuss y 4-LOM

Toryn abrió la marcha —a la carrera— hasta la escalera que


conducía a la cubierta inferior. Al pasar junto a la ventana en
el campo de contención, vio cómo Hoth volvía a pasar.
Ese planeta nunca le había parecido tan hermoso.
Brillaba con esperanza.

Zuckuss recibió conocimiento intuitivo a las 2,11 horas


estándar de comenzar su última meditación.
Sabía las coordenadas aproximadas de dónde iría Han Solo si
podía: iría al punto de reunión de los rebeldes. Sabía por qué.
No se trataba de reagruparse con ellos después de la retirada.
Llevaba pasajeros —una mujer y un droide— que eran vitales
para el éxito de la rebelión. Solo quería llevarlos allí a salvo.
Y Zuckuss sabía dónde había ido la rebelión… dónde habían
sido obligados a huir.
El pensamiento le asombró. Permaneció en su meditación algo
más de tiempo después de que llegara la intuición, tratando de
verificarla… y lo que había descubierto parecía cada vez más
correcto.
Los rebeldes habían abandonado la galaxia.
Habían ido a un punto por encima del plano galáctico, lejos de
cualquier estrella… de cualquier lugar donde el Imperio
pudiera rastrearlos. El Imperio no les había dejado ningún otro
lugar donde escapar como ejército. Supuso entonces lo
verdaderamente desesperada que estaban la rebelión.
Ascender hasta abandonar el pozo de gravedad de la galaxia
no era tarea fácil. Muchas naves no podrían hacer un viaje
semejante. Habría pérdidas que se sumarían a las sufridas aquí.
LSW 347
M. Shayne Bell

El Imperio debía de haber estado cerca de cazar a los rebeldes


hasta su extinción. Que hubieran corrido ese riesgo hablaba de
su desesperación… pero también de su valor y su
determinación para reagruparse y seguir luchando.
Desde luego, eran dignos adversarios.
Después de que él y 4-LOM capturasen a Han Solo y sus
compañeros, pensó Zuckuss, los honraría. Los entregaría a los
imperiales de todos modos, pero hasta ese momento les
dispensaría todos los honores. Merecían honor en su derrota.
Lentamente, Zuckuss se dejó volver a adquirir consciencia de
la nave que lo rodeaba: su silla de piloto, el panel de
instrumentos frente a él, el siseo del amoniaco a través del
sistema de recirculación. Abrió los ojos y se desperezó… y
comenzó a toser con fuerza. No pudo dejar de toser durante
un tiempo. Expulsó algo de sangre. Se inyectó medicina para
controlar la tos y se limpió la boca.
Todo lo que podía hacer era enmascarar los síntomas de sus
heridas. No tenía esperanzas de curarse por sí mismo.
Miró a su alrededor buscando a 4-LOM. El droide se había
marchado a alguna parte.
Zuckuss se preguntó si algo marchaba mal en la nave.
—Ordenador —dijo—. ¿Dónde está 4-LOM?
—En la celda de adquisiciones número uno.
Extraño, pensó Zuckuss. ¿Qué estaba haciendo allí el droide?
Zuckuss escaneó el sistema solar y detectó poca actividad. La
mayoría de las naves imperiales se habían marchado. Tenían
tres naves en órbita cerca de Hoth, y probablemente una buena
cantidad de tropas aún en tierra. Un destructor estelar acababa
de atrapar un transporte rebelde. Zuckuss sabía que registraría
LSW 348
Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: De todos los posibles futuros: El Relato de Zuckuss y 4-LOM

las otras dieciséis, una a una. No había señales de ninguna otra


nave de cazarrecompensas. Él y 4-LOM eran los últimos en
abandonar el sistema.
—Ordenador —dijo Zuckuss. Habían instalado uno de los, a
menudo poco fiables, ordenadores activados por voz de
Mechis III—. Establece un curso al punto 2,427 por 3,886 por
673,52 por encima del plano galáctico. ¿Es capaz esta nave
de hacer ese viaje?
El ordenador no respondió de inmediato. Era una petición
extraña. Finalmente habló.
—Esta nave, con su masa actual, puede alcanzar el punto
especificado en dos días estándar.
Excelente, pensó Zuckuss.
—Guarda el rumbo a esas coordenadas —indicó al ordenador,
y se dirigió a buscar a 4-LOM.
Encontró al droide sentado en un catre para adquisiciones, con
las piernas cruzadas, las manos en el regazo, formando sendos
círculos con los dedos índice y pulgar de cada mano metálica,
mirando fijamente al frente, a la pared opuesta.
Zuckuss permaneció allí estupefacto. De pronto comprendió
muchas cosas: por qué 4LOM no le había abandonado todavía,
por qué el droide constantemente hacía preguntas sobre sus
meditaciones, por qué el droide normalmente nunca se
apartaba de su lado cuando meditaba.
4-LOM le había estado observando. Estaba tratando de
aprender cómo obtener conocimiento intuitivo.
Zuckuss comenzó a toser de nuevo. Pasó adentro y se sentó
en el catre junto a 4LOM.

LSW 349
M. Shayne Bell

—¿Has recibido conocimiento intuitivo? —preguntó cuando


dejó de toser.
—No —respondió 4-LOM. Estiró las piernas y se puso
rápidamente en pie. Zuckuss lo observó—. Tengo la base de
una ecuación para la función de la intuición —dijo el droide—
, pero aún no puedo darla por terminada. Necesitaré observarte
por más tiempo.
Zuckuss también se puso en pie.
—¡Maldito traidor lisonjero y reluciente! —exclamó—. ¡Has
trabajado con Zuckuss todo este tiempo para tratar de robarle
sus habilidades!
—Robarlas no —repuso 4-LOM—. No puedo arrebatarte tu
intuición. Sólo pretendo lograr que yo mismo sea intuitivo.
Zuckuss no tenía la menor duda de que 4-LOM aprendería la
intuición. Nunca había visto un droide tan determinado a
equiparse con cualquier habilidad necesaria para tener éxito.
—Zuckuss ya tiene nuestras respuestas —dijo Zuckuss—. Han
Solo tratará de unirse a los rebeldes en su punto de encuentro,
y es un punto de lo más interesante, por cierto.
Zuckuss y tú tenéis trabajo que hacer antes de que podamos
ir allá… ¡Manos a la obra!
4-LOM y Zuckuss fueron rápidamente a sus asientos de piloto.
Zuckuss explicó brevemente el conocimiento que había
recibido. Él y el droide estuvieron de acuerdo en que tenían
que infiltrarse en la rebelión. No podían presentarse sin más
en un punto fuera de la galaxia donde resultaba que se
encontraban los rebeldes; tendrían que fingir que querían
unirse a ellos. Su pasada historia con el gobernador Nardix
haría esa petición algo más creíble.
LSW 350
Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: De todos los posibles futuros: El Relato de Zuckuss y 4-LOM

—Sólo hay un 13,3445 por ciento de probabilidades de que


los rebeldes acepten nuestra petición de alistarnos —dijo 4-
LOM.
Zuckuss pensó en ello. Miró por la ventana una hilera de
transportes rebeldes a la deriva, y de pronto tuvo una idea que,
si funcionaba, aumentaría considerablemente ese porcentaje.
—Y si rescatáramos supervivientes de esta batalla y los
entregáramos a los rebeldes… ¿cuáles serían entonces
nuestras probabilidades?
—87,669 —respondió 4-LOM sin dudar—. Trazando curso al
transporte más cercano.
Tenía luces. Tenía cubiertas intactas. Probablemente tendría
supervivientes.
Era el transporte que habían ayudado a derribar, el llamado
Esperanza Brillante.
Zuckuss se comunicó con el destructor estelar y organizó un
ataque ficticio de cazas TIE cuando abandonaran el sistema:
haría el «rescate» más creíble.
Los imperiales aceptaron rápidamente todas sus peticiones…
aunque habrían querido interrogar ellos mismos a todos los
rebeldes con vida. Verse obligados a usar a algunos de ellos
como cebo en la trampa de unos cazarrecompensas no debía
de complacerles.
Pero obedecer las órdenes de Darth Vader sí les complacía.
Zuckuss y 4-LOM no necesitaban conocimiento intuitivo para
estar seguros de eso.
Zuckuss completó sus cálculos de la rotación del transporte
rebelde y los introdujo en el ordenador. Tendrían que igualar
su rotación para acoplarse con él.
LSW 351
M. Shayne Bell

—La comunicación con el transporte rebelde es imposible —


anunció 4-LOM—. Tendremos que acoplarnos y entrar en la
nave a la fuerza.
—Recibirán a Zuckuss y 4-LOM con los brazos abiertos. Vamos
a salvarlos —dijo Zuckuss.
Se alegró de que no tendrían que luchar. El transporte rebelde
tendría oxígeno en su interior. No quería arriesgarse a
exponerse a él.
—Ordenador —dijo Zuckuss—, calcula los suministros de
oxígeno de esta nave.
En una pantalla frente a 4-LOM y Zuckuss apareció una serie
de números.
—¿Cuántos adultos que respiren oxígeno pueden sobrevivir
con esa cantidad durante dos días? —preguntó Zuckuss.
—Catorce —respondió el ordenador.
El Cazador de la Niebla tenía tres celdas de detención,
construidas cada una para una persona. Pronto estarían
abarrotadas con muchas más.
—Entonces, Zuckuss desea llevar catorce —dijo Zuckuss a 4-
LOM—, aquellos cuya recompensa sea mayor… y todos los
droides. Los respiradores de oxígeno pueden apretarse en las
celdas, y los droides pueden permanecer aquí fuera.
Era bueno tener un plan de reserva. La recompensa por los
rebeldes que rescatasen podría ascender a una suma
considerable.
—Podemos meter a más de catorce en las celdas —dijo 4-
LOM—. Si extraemos todo el aire que quede en el transporte,
podríamos recibir a otros diez o veinte más.

LSW 352
Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: De todos los posibles futuros: El Relato de Zuckuss y 4-LOM

Un plan excelente, pensó Zuckuss. En función de las reservas


de oxígeno disponibles, él y 4-LOM podrían llevar hasta
veintiséis personas, apretadas unas contra otras en las celdas.
Pero de pronto Zuckuss tuvo miedo de aspirar oxígeno
adicional hacia su propia nave. Tendría que monitorizar
cuidadosamente ese proceso él mismo. Aún llevaba puesto su
traje de amoniaco. Se puso el casco y los guantes, para
prepararse para el abordaje, y comprobó minuciosamente
todos los cierres.
4-LOM completó sus cálculos de ruta y comenzó a pilotar la
nave hacia el transporte rebelde. Los supbrocesadores de su
mente comenzaron entonces un análisis completo de su primer
intento de meditación e intuición.
Se dio cuenta de que no había sido completamente sincero con
Zuckuss.
Había dicho a Zuckuss que no había alcanzado la intuición.
Pero en su meditación había llegado a pensar que los rebeldes
habían abandonado la galaxia. Sus programas lógicos
descartaron rápidamente esa idea… pero la idea había estado
allí, aunque sólo fuera por un brevísimo instante.
Bajo condiciones normales, sus programas lógicos nunca
permitirían que una idea ilógica llegara a alcanzar su mente
consciente.
Que esa lo hubiera hecho era algo nuevo.
4-LOM no había considerado que para alcanzar la intuición
tendría que ignorar la lógica.
No dijo nada de su descubrimiento a Zuckuss.

LSW 353
M. Shayne Bell

Toryn estaba frente a la consola del ordenador de la bahía de


cápsulas. Tenía su lista de supervivientes: ciento ocho en total.
Comenzó a recorrer la lista por segunda vez, leyendo nombres,
leyendo sus competencias. Tenía ocho pilotos, treinta y dos
soldados recién alistados a la rebelión, personal de apoyo del
centro de mando, personal de hangar, otros con habilidades
especializadas: clima frío, cazador, un cocinero… Tenía
equipos de gente abasteciendo las cápsulas con toda la comida
y todo el equipo de clima frío que pudieron encontrar.
En la cubierta de carga dos habían sobrevivido treinta y tres
personas. Los llevó a todos al nivel de pasajeros uno salvo a
dos rebeldes que estaban demasiado heridos para moverse.
Sus amigos se quedaron con ellos, y Toryn envió a los droides
médicos. Otros veinte de la cubierta de carga uno habían
subido a la bahía de cápsulas. El espacio estaba abarrotado.
Seito se acercó a ella.
—El destructor estelar imperial se está desplazando a un
segundo transporte.
Los imperiales estarían ocupados durante un buen tiempo.
Distraídos. Las cápsulas podrían lanzarse en cuanto hiciera
subir a la gente en ellas.
Solicitó al ordenador que le mostrara los nombres de todos
aquellos con heridas demasiado graves para desplazarlos o
que los droides médicos calculaban que no podrían sobrevivir
en Hoth.
Apareció una sublista de cincuenta y dos nombres. Samoc
estaba en esa lista.
Copió esos nombres a un archivo aparte llamado QUEDAN EN
NAVE. La lista principal se redujo a cincuenta y seis nombres.
LSW 354
Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: De todos los posibles futuros: El Relato de Zuckuss y 4-LOM

Luego, buscó en la lista principal todo aquel con piernas rotas.


Aparecieron dieciséis nombres. También copió esos nombres a
QUEDAN EN NAVE.
Aún tenía cuarenta nombres con los que trabajar, y podía
enviar a dieciocho. Decidió que todo el mundo del transporte
debería ayudar a decidir quién debería marchar. Si todos
participaban en esa decisión, aquellos que quedasen atrás lo
encontrarían más fácil de aceptar.
Entonces, manipuló el sistema de comunicaciones para obtener
una conferencia con toda la nave. Resultó bastante difícil
rastrear las voces de todos los que estaban hablando en la
nave, sin importar cuántos hablaran a la vez, y dejar que el
resto de supervivientes escuchara a las demás cubiertas. Pero
logró establecer la conferencia y copió una lista completa de
supervivientes en cada pantalla que aún funcionara. Cuando
habló a continuación, todo el mundo en la nave pudo oírla.
—Al habla Toryn Farr —dijo. La gente a su alrededor quedó
en silencio. Todo el mundo en el resto de cubiertas quedó en
silencio—. Acaban de informarme de que el destructor estelar
imperial se está dirigiendo hacia su segundo transporte
rebelde. Allí, nuestros camaradas los tendrán ocupados
durante un tiempo. Esto nos proporciona una ventana de
lanzamiento excelente, pero tenemos que movernos rápido
para lograrlo. Dieciocho de nosotros tendrán una oportunidad
de tratar de alcanzar Hoth y sobrevivir allí hasta que llegue el
rescate. Necesitamos enviar a aquellos cuyos conocimientos y
habilidades los equipen para ayudar a la rebelión de la mejor
manera posible tras el rescate, pero que también puedan
formar un equipo preparado para sobrevivir bajo las
LSW 355
M. Shayne Bell

condiciones que presenta Hoth. Voy a mandar a Seito y a


Crimmins, ambos con excelentes habilidades de combate; Sala
Natu, especialista en supervivencia en clima frío, y Berec
Tanaal, cazador. Quiero que nominéis y votéis a los otros
catorce. Comenzad ahora.
Alguien la nominó a ella, pero ella dijo que no iría. Se quedaría
con todos los que se dejasen atrás. La necesitaban ahí. Había
mucho trabajo que hacer para eliminar de la nave cualquier
información útil para el Imperio, y era su deber supervisarlo.
Además, pensó Toryn, dejarían a Samoc atrás. No podía
abandonarla.
Los nombres llegaron rápidamente, y se formó una lista que
casi coincidía con la que hubiera compuesto ella misma.
Algunos de la lista trataron de hacer que otros fueran en su
lugar, pero Toryn fue la única que se salió con la suya al
respecto.
—¡A las cápsulas, deprisa! —ordenó Toryn a todos los de la
lista—. Quiero que el resto de vosotros comience a peinar cada
centímetro de lo que queda de esta nave en busca de archivos
y documentos. Traedlos al nivel de pasajeros uno, donde los
borraremos manualmente.
Los equipos se dieron prisa en terminar de equipar las
cápsulas. Las dieciocho personas que tenían esa oportunidad
subieron al interior y se abrocharon los arneses de seguridad
de sus asientos. Había poco tiempo para despedidas.
—Que la Fuerza os acompañe —les dijo Toryn a todos ellos
mientras cerraban las escotillas.
—Equipos de ventana, mirad atentos —indicó Toryn—. Quiero
seguimiento visual de esas cápsulas.
LSW 356
Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: De todos los posibles futuros: El Relato de Zuckuss y 4-LOM

—Así lo haremos —respondieron sus equipos de observación.


—¡Lanzamiento! —ordenó Toryn.
Las cápsulas salieron despedidas de la nave y cayeron hacia
Hoth.
Todo el mundo abarrotó las ventanas. El Esperanza Brillante
quedó de pronto muy, muy en silencio. Todos los que allí
quedaban pensaron en cómo sus posibles futuros se habían
reducido ahora a dos: muerte, o reclusión en una prisión
imperial.
Pero estamos contentos por esos dieciocho, pensó Toryn.
Estamos felices por ellos.
Las cápsulas cayeron en una apretada hilera hacia Hoth. La
nave giró y todo lo que vieron durante un tiempo fueron las
luces de los otros restos, el destructor estelar y las estrellas. El
destructor estelar no se movió para interceptar las cápsulas. Si
había lanzado cazas TIE para atacarlas, no podían saberlo.
Cuando Hoth apareció de nuevo tras una rotación, nadie pudo
ver las cápsulas durante un tiempo.
—¡Cápsulas a las tres en punto! —exclamó Rory.
Todo el mundo las vio entonces, tres pequeñas luces que
descendían velozmente.
Pronto no podrían verlas en absoluto contra la brillante luz
blanca de Hoth.
—Creo que lo han logrado —dijo Toryn—. ¡Ahora, todos a
trabajar! Los imperiales se habrán fijado en este transporte
cuando lanzamos las cápsulas, podéis estar seguros de eso.
Nosotros seremos los próximos por los que vengan. ¡Tenemos
que estar preparados!

LSW 357
M. Shayne Bell

Ordenó al ordenador que se borrara a sí mismo a su orden, y


envió un equipo a destapar las unidades subprocesadoras de
cada cubierta y prepararse para destrozarlas después de que
se hubieran borrado los datos, como medida de respaldo.
Ordenó a los droides que borrasen sus mentes a su orden…
que llegaría en el último momento posible: necesitaban ayuda
médica hasta entonces. Las mentes de los droides
almacenaban registros de todos los pacientes rebeldes que
hubieran tratado en algún momento. No podían permitir que el
Imperio accediera a dicha información: les diría quién había
estado con vida en un punto no muy lejano del pasado, quién
había muerto, qué habían dicho, por qué problema médico
habían sido tratados… revelando posibles debilidades que
podrían convertirlos en agentes dobles. Los droides tendrían
que autodestruirse.
Pensó por un instante en todo lo demás que tenía que hacer:
destruir documentos, atender a los heridos, acumular armas,
prepararse para luchar cuando los imperiales capturaran su
nave. Se alegraba de tener mucho que hacer. Todo el mundo
necesitaba trabajar para evitar pensar en el destino hacia el
que se dirigían velozmente.
—Rivers, Bindu —dijo Toryn—. Formad un destacamento para
estudiar la bahía de cápsulas y las entradas de las cubiertas de
carga. Quiero recomendaciones para medidas defensivas lo
antes posible.
—¡Señora! —exclamó Rory—. Se acerca una nave.
Toryn corrió hacia la ventana de Rory. Era una nave extraña que
se acercaba hacia ellos. No parecía imperial en absoluto.
—¿Puedes leer su nombre? —preguntó.
LSW 358
Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: De todos los posibles futuros: El Relato de Zuckuss y 4-LOM

—Cazador de la Niebla —dijo Rory.


Pidió al ordenador información sobre el Cazador de la Niebla,
pero la base de datos de registro de naves estaba fuera de
servicio.
Cazarrecompensas, pensó Toryn. Tenían que serlo.
—El Cazador de la Niebla se dirige al puerto de la cápsula dos
—dijo Rory.
—¡Quiero a cualquiera que pueda luchar aquí arriba ya mismo!
—ordenó Toryn—. Vamos a tener compañía.
Alguien le tendió un bláster, y comprobó su paquete de
energía. Lleno al máximo. La nave de esos cazarrecompensas
no tenía el mecanismo de atraque adecuado, pensó, pero el
Cazador de la Niebla estaba preparado para eso: sus
ordenadores analizaron el puerto que tenían delante y
construyeron la forma adecuada en su lado. Los puertos de
atraque encajarían entre sí perfectamente.
Toryn tenía rebeldes heridos en su cubierta.
—Seis de vosotros, llevad a los heridos abajo, a las
habitaciones oscuras de la cubierta dos, y bloquead una puerta
delante de ellos. ¡Todos los demás, construid barricadas!
La gente se apresuró a mover a los heridos y a arrastrar catres
de las habitaciones y voltearlos en una barricada improvisada
frente a la bahía de cápsulas. Escucharon los puertos encajando
con un chasquido y el siseo del aire que pasaba de su nave al
túnel que los conectaba con el Cazador de la Niebla. Pronto se
abrirían los cierres.
—Si los vencemos y nos apoderamos de esa nave, puede que
tengamos un modo de sacar de aquí al resto de nosotros.

LSW 359
M. Shayne Bell

Darklighter, Bindu… entrad en el conducto del suelo y


sorprendedlos desde atrás. ¡En marcha!
La gente levantó rápidamente las placas de la cubierta, y luego
las colocaron sobre Darklighter y Bindu.
—Permaneced ahí hasta que dé la señal de despejado —dijo
Toryn—, o hasta que escuchéis que la lucha os pasa de largo.
Esa nave de cazarrecompensas brillaba para Toryn con
inesperada esperanza.
Entre toda la actividad, el ordenador no se pudo conectar con
su base de datos de registro de naves y su información
detallada sobre las naves de la galaxia, pero siguió intentando
rutas alternativas. Tenía pistas del nombre Cazador de la Niebla
en lo que quedaba de sus bases de datos de memoria a corto
plazo: las letras CAZAD EBLA de un escaneo exterior tomado
justo antes de, o durante, el ataque; de otro, OR DE LA NIEB.
Pero no podía conectar los fragmentos restantes de esos
escaneos con recuerdos coherentes.
Aún.
Pieza a pieza, estaba reconstruyendo su memoria a corto plazo.
El ordenador estaba programado para pensar que Toryn Farr
encontraría importante esa información.
Zuckuss no dedicó tiempo a rastrear las cápsulas de escape en
su descenso hacia Hoth.
Eran problema de los imperiales. Además… esperaba que las
cápsulas y quienquiera que estuviera en ellas lo lograra. Podía
significar un trabajo para cazar rebeldes entre las grietas de un
mundo helado. Disfrutaría con un trabajo así.

LSW 360
Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: De todos los posibles futuros: El Relato de Zuckuss y 4-LOM

Si se curaba, pensó de pronto para sí mismo. Realizaría una


caza así sólo si se curaba.
Zuckuss hizo atracar su nave y forzó la apertura de los cierres.
4-LOM entró el primero en la nave dañada.
—Estamos aquí para rescatarles —anunció a los rebeldes que
se encontraban ante él, y les explicó su «plan». Mientras
hablaba, 4-LOM activó subprocesadores de su mente que
analizaron las acciones de los rebeldes frente a él. Mostraban
poco miedo. No retrocedían. No apartaban la mirada de él.
Siete mantenían un firme cordón de protección alrededor de la
mujer que 4-LOM calculaba que debía estar al mando, una
mujer llena de recursos llamada Toryn Farr.
Una mujer con una recompensa por su cabeza. 4-LOM había
emparejado rápidamente su rostro con una recompensa
registrada en la base de datos de la lista imperial de los más
buscados.
—Controladora Farr —dijo 4-LOM—. Debo estudiar una lista
de supervivientes de esta nave. Permítame acceder a su base
de datos.
Advirtió la sorpresa momentánea en el rostro de Toryn Farr
cuando la llamó por su nombre y rango. Era bueno sorprender
a tu presa con conocimiento familiar: podía generar confianza
donde no debería darse ninguna. Se acercó al ordenador, pero
Toryn llegó antes y se interpuso. Sus guardias la siguieron.
—Antes contesta algunas preguntas —dijo Toryn—. ¿Quién te
envía?
La confianza de esta mujer podría tardar en ganarse más
tiempo del que disponían, calculó 4-LOM.

LSW 361
M. Shayne Bell

—Toryn Farr, si yo le contara una historia acerca de conexiones


rebeldes en uno de los mayores gremios de cazarrecompensas
imperiales, ¿me creería? ¿O pensaría que le he dado dicha
información con demasiada facilidad? Lo cierto es que no
puedo calcular ninguna circunstancia bajo la que yo deba
responder a su pregunta. Ninguno de ustedes tiene los
permisos de seguridad adecuados para recibir ese
conocimiento. Basta con decir que la respuesta la sorprendería.
Por el momento, nuestra presencia aquí para rescatarles
debería ser respuesta suficiente.
Estudió los rostros de todos los rebeldes dispuestos frente a
él, y emparejó la mayoría de ellos con recompensas. Pronto
tuvo veintiséis que merecía la pena atrapar. La suma de sus
recompensas —las riquezas que representaban— no podrían
comprar mundos. Esos rebeldes no valían tanto como Han Solo
y sus compañeros.
Pero sus recompensas podrían comprar los pulmones de
Zuckuss.
Por un instante, 4-LOM lamentó la necesidad de devolver esos
rebeldes a sus camaradas. Pero él y Zuckuss estaban cazando
una presa más valiosa. Esos rebeldes eran un costoso cebo
para la trampa.
—Envíe a sus droides y a los veintiséis de ustedes cuyos
nombres diré a continuación —dijo 4-LOM—. En este
momento, mi socio ha bombeado oxígeno al pasillo que
conduce a las celdas de retención del Cazador de la Niebla.
¡Muévanse rápido! El Imperio nos detectará tarde o temprano.
Dijo los nombres, pero nadie se movió. El de Toryn fue el
primer nombre que dijo. Ella advirtió que los demás nombres
LSW 362
Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: De todos los posibles futuros: El Relato de Zuckuss y 4-LOM

eran los de rebeldes que llevaban un tiempo luchando con la


rebelión.
El tiempo suficiente para que hubiera recompensas poniendo
precio a sus cabezas.
Claramente, el droide estaba tratando de llevarse los rebeldes
que podían proporcionarle la mayor cantidad de créditos.
Toryn no creía sus alegatos de que él y su socio eran rebeldes
que habían venido a rescatar a aquellos que mejor podían
ayudar a la rebelión.
—Tengo un plan alternativo —dijo a 4-LOM—. Ponle un traje
a tu compañero respirador de amoniaco, remplaza el amoniaco
de vuestra nave con oxígeno para tener espacio para más
gente, y llévanos a todos a Darlyn Boda. Tardaremos medio día
en llegar allí. Tenemos contactos en Darlyn Boda que tratarán
a nuestros heridos y nos ocultarán hasta que podamos
reunirnos con el ejército rebelde.
—¡Debemos ir al punto de reunión! —dijo 4-LOM—. Nuestra
nave se necesita allí.
Nos llevaremos a los veintiséis que he indicado, y no perdamos
más tiempo.
—No abandonaré a la gente de la que soy responsable —dijo
Toryn.
4-LOM reaccionó tan rápido que ningún rebelde pudo
responder antes. En un movimiento relámpago, apartó a los
guardias de Toryn, la agarró y la sostuvo delante de él, entre
las barricadas rebeldes y el puerto de la cápsula 2.
—No tenemos tiempo para discutir —dijo—. Y Zuckuss y yo
no tenemos tiempo para llevar reclutas heridos a Darlyn Boda.

LSW 363
M. Shayne Bell

He elegido a veintiséis de ustedes. Subirán a bordo de la nave


de inmediato.
Detrás de él se escucharon los golpes metálicos de las placas
de cubierta. ¡Había dos rebeldes, ocultos en el suelo! Eran
adversarios ingeniosos, desde luego. Podría haber usado los
blásteres implantados en su espalda y matarlos a ambos, pero
eligió no hacerlo.
No mataría a la gente que estaba fingiendo rescatar, al menos
no todavía.
—Suéltala —le dijo uno de los rebeldes tras él.
Pero Zuckuss apareció tras ellos, del túnel entre las naves.
—No, apartaos los dos —dijo a los dos rebeldes—. Vuestra
devoción a vuestra comandante es admirable. Continuará
sirviendo bien a la rebelión una vez la entreguemos en el punto
de reunión. Tenéis esa satisfacción.
En un veloz movimiento, 4-LOM arrastró a Toryn Farr por el
túnel hasta una celda de detención. Le sujetó las muñecas y los
tobillos con los grilletes que había en la pared.
Ella no era lo bastante fuerte para resistirse.
—¡Esto no es ningún rescate! —dijo Toryn.
—Pero sí que lo es —dijo 4-LOM—. En breve estará en el
punto de reunión. Lamento la necesidad de usar la fuerza con
usted, pero salvarla es lógico, y ahorrar tiempo es necesario.
Comenzó a salir de la celda.
—Tu lógica es errónea —le dijo Toryn mientras se marchaba.
El droide se volvió a mirarla
—Has dejado a una de nuestros mejores pilotos fuera de tu
lista de gente para salvar: Samoc Farr. ¿Crees que la rebelión
no necesita buenos pilotos?
LSW 364
Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: De todos los posibles futuros: El Relato de Zuckuss y 4-LOM

El droide no le dijo nada y se marchó. Escuchó disparos en el


Esperanza Brillante. Esa era la peor pesadilla de un
comandante: estar lejos de sus tropas cuando estaban
luchando. Pronto el droide regresó con Rivers y Bindu. Los
arrojó en la misma celda que a ella.
—¿Qué está pasando ahí fuera? —preguntó Toryn.
—El droide nos ha tomado como rehenes y ha dicho que nos
matará, a ti también, si las personas que ha reclamado no dan
un paso al frente para subir a su nave.
Pero no escucharon más disparos. Zuckuss estaba furioso con
4-LOM.
—¿A qué has reducido nuestras posibilidades de éxito? —
preguntó al droide—.
¿Quién creerá ahora que esto es un rescate?
Nadie lo haría. La bahía de cápsulas estaba desierta ante ellos,
aunque Zuckuss y 4LOM sabían que si salían del túnel de
conexión estarían en el punto de mira de los blásteres. De
cuántos, no lo sabían. No habían podido realizar un recuento
adecuado de las armas de los rebeldes. 4-LOM calculó que él
y Zuckuss deberían ser capaces de reducir a los rebeldes y
llevarse a las personas que querían. Pero lo que Zuckuss
implicaba con la segunda de sus preguntas más recientes era
importante: ¿Quién pensaría entonces que esto era un rescate?
—Deja que pruebe a hablar con ellos —dijo Zuckuss.
Salió solo a la bahía de cápsulas.
—¡Rebeldes! —exclamó—. 4-LOM y Zuckuss son
cazarrecompensas. Nuestra forma de actuar no es como la
vuestra. Pero, como vosotros, creemos que el Imperio debería
caer y estamos dispuestos a trabajar con ese fin. Podemos
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M. Shayne Bell

salvar a algunos de vosotros, y 4-LOM ha señalado vuestros


nombres. ¡Avanzad ahora! Debemos irnos.
Nadie salió.
—Tenemos una opción más —dijo Zuckuss a 4-LOM. Volvió a
entrar en su nave. 4LOM aseguró los cierres y le siguió. Él
calculaba muchas opciones, no sólo una: él y Zuckuss podían
luchar para capturar a los rebeldes que querían, o podían
marcharse con los tres rebeldes que ya tenían. 4-LOM calculó
cuarenta y nueve opciones viables adicionales. Tenía curiosidad
por ver cuál de ellas proponía Zuckuss que eligieran.
Zuckuss habló por la puerta de la celda a los rebeldes
capturados.
—Comandante Farr —dijo—. Realmente queríamos que esto
fuera un rescate, pero las cosas han salido mal. ¿Qué debemos
hacer para remediarlo? Por favor, ayúdenos, y rápido. Tenemos
poco tiempo antes de que los imperiales estén sobre nosotros.
Así fue que 4-LOM y Zuckuss prepararon su nave para evacuar
a noventa rebeldes, muchos de ellos heridos, a Darlyn Boda.
4-LOM liberó a Toryn para supervisar la evacuación. Zuckuss
permaneció en su traje de amoniaco y, sin ser observado por
los rebeldes, contactó con el destructor estelar imperial para
cancelar la «escolta» que había convenido para salir del
sistema. El Cazador de la Niebla nunca había transportado a
tanta gente. No sería capaz en absoluto de maniobrar
adecuadamente… ¡Ahora no necesitaban fingir un ataque de
cazas TIE! —¿Cuántos rebeldes se van a llevar? —preguntó la
controladora imperial.
—Noventa —dijo Zuckuss—. Y dos droides médicos.

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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: De todos los posibles futuros: El Relato de Zuckuss y 4-LOM

Zuckuss escuchó a los imperiales dialogar de fondo durante


algún tiempo.
Finalmente, la controladora retomó la conexión.
—Recibido —dijo—. Esa información será transmitida al
mando imperial.
Por supuesto, pensó Zuckuss. Pero los imperiales no hicieron
ningún movimiento para impedir lo que él y 4-LOM estaban
haciendo. Darth Vader les había dado carta blanca en su caza…
podían hacer cualquier cosa que creyeran necesaria.
Zuckuss remplazó el amoniaco de su nave por oxígeno. Los
noventa rebeldes y los dos droides apenas tenían espacio a
bordo. Tenían que permanecer de pie, o tumbados tan pegados
entre sí como 4-LOM y Zuckuss planeaban haber llevado a
veintiséis de ellos en las celdas. Pero lo hicieron de buen grado.
Era su oportunidad de vivir.
Toryn fue la última en subir a bordo.
—¡Rápido! —la llamó 4-LOM—. Es asombroso que el Imperio
no nos haya atacado aún.
Toryn se detuvo junto al servicial droide hacker junto a la
compuerta.
—Droide —le dijo—. Gracias por todo lo que has hecho. Borra
el ordenador principal de la nave y tu propia memoria.
El droide apagó todas las luces de la nave de una vez. Tenía
pocos sistemas de soporte vital que apagar. Uno a uno fue
borrando sus programas y bases de datos. El Cazador de la
Niebla se desacopló. El ordenador nunca sabría qué había sido
de los rebeldes a los que había servido.
Borró su memoria a largo plazo y comenzó a borrar lo que
quedaba de su memoria a corto plazo, pero se detuvo ahí.
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M. Shayne Bell

Un juego de subprocesadores que trabajaba en ese banco de


memoria encontró, en ese instante, la forma correcta de encajar
las observaciones del ataque que destruyó al Esperanza
Brillante.
Ahora reconocía la nave Cazador de la Niebla.
Los rebeldes supervivientes acababan de embarcar en la misma
nave que había disparado en primer lugar sobre ellos, tratando
de destruirlos a todos.
Pero el ordenador había reconstruido esos recuerdos
demasiado tarde.
No podía advertir a los rebeldes. No podía hacer que volvieran.
Llevó a cabo la última orden de Toryn Farr y se borró a sí
mismo.

El Cazador de la Niebla apestaba a aire reciclado y,


ligeramente, a amoniaco. El aire era respirable, pero los restos
de amoniaco que contenía les causarían dolor de cabeza a
todos. Toryn podía sentir que el suyo ya estaba comenzando,
pero no dejó que le frenara. Los rebeldes con las heridas más
graves estaban tumbados, dos en cada catre, en las celdas.
Toryn se abrió paso hasta cada uno de ellos, lentamente, entre
la gente apiñada, para hablar con ellos e infundirles coraje para
aguantar.
Fue entonces cuando advirtió y leyó las pintadas en las paredes
de las celdas. Cuando 4-LOM la había llevado allí por primera
vez, no había reparado en ello. Pero algunos de los
condenados retenidos allí habían escrito sus nombres. Algunos
habían escrito versos de poemas. Uno había escrito su nombre
LSW 368
Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: De todos los posibles futuros: El Relato de Zuckuss y 4-LOM

y la dirección de sus padres y pedía que alguien contactara con


ellos en su nombre. Dos-Unobé estaba junto a ella.
—Registra su nombre y dirección —dijo al droide—. Quiero
contactar con los padres de esta persona cuando regresemos.
Encontró a Samoc de pie en una esquina al fondo de la nave,
con el rostro y las manos cubiertos de vendajes. Se abrazaron.
—Encontraste un modo de salvarnos a todos —dijo Samoc.
—Aún no hemos salido de esta —replicó Toryn.
Sería la responsable de noventa rebeldes en Darlyn Boda,
cincuenta y dos de ellos gravemente heridos. Allí había una
fuerte resistencia rebelde… pero el Imperio aún controlaba
Darlyn Boda. Controlaba su gobierno.
Miró a Samoc. Toryn dudó de su capacidad de hacer todo lo
que tenía que hacer. Por dos veces había puesto su interés
personal en el bienestar de Samoc por encima de los intereses
de los muchos de los que era responsable: la primera vez,
cuando envió a Samoc al droide médico; la segunda, cuando
trató de conseguir que 4-LOM pusiera a Samoc en su lista de
veintiséis rebeldes. Sabía, allí de pie con su hermana, que lo
haría de nuevo. No era justo para los demás. Tenía que ceder
el mando lo antes posible. Esperaba poder encontrar en Darlyn
Boda rebeldes que la superaran en rango.
Regresó junto a Zuckuss y 4-LOM.
—Llegada estimada a Darlyn Boda en 2,6 horas estándar —le
dijo 4-LOM.
Esta nave es rápida, pensó Toryn, incluso con una carga
pesada.

LSW 369
M. Shayne Bell

De repente, Zuckuss comenzó a toser en su traje. No podía


parar. Pronto estaba doblado sobre su asiento de piloto,
tosiendo incontrolablemente.
Toryn vio la sangre salpicar la placa facial de su casco.
Se arrodilló y lo rodeó con sus brazos.
—¿Qué pasa? —preguntó—. ¿Qué podemos hacer?
4-LOM se puso en pie y comenzó a caminar los sellos del traje
de Zuckuss.
—¿Hay una fuga de oxígeno? —preguntó a Zuckuss.
—No —respondió Zuckuss entre toses.
Toryn se conectó al sistema de comunicaciones de la nave.
—Dos-Unobé —dijo—. Te necesito en la cubierta de vuelo,
ahora.
Poco a poco, Zuckuss recobró el control de su tos. Para cuando
el droide médico llegó junto a él, casi había parado. Acabó por
contar al droide médico todo sobre las heridas de sus
pulmones.
—Con las instalaciones médicas adecuadas, podría tratarle —
dijo Dos-Unobé—. Sin embargo, esas instalaciones, en este
momento, no están disponibles. Los investigadores militares
rebeldes han descubierto modos de activar genéticamente la
regeneración de tejidos dañados.
—¿Clonarlos? —preguntó Zuckuss.
—No. Eso es ilegal. Regenerarlos en su interior. Si nuestras
instalaciones médicas han sobrevivido a la evacuación, podré
tratarle en el punto de reunión cuando lleguemos allí. Tendrá
pulmones nuevos en sólo unos pocos días.

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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: De todos los posibles futuros: El Relato de Zuckuss y 4-LOM

Zuckuss se recostó en su asiento de piloto y reflexionó sobre


ello. Comenzó a meditar, pero pronto se durmió. En sus sueños
pensó que seguía meditando.
Las nieblas alrededor de todos sus posibles futuros se
levantaron un instante.
Volvía a haber muchas, muchas y brillantes posibilidades

ramificándose ante él.

Darlyn Boda era exactamente como 4-LOM recordaba: lleno de


vapor, barro y sombras. Era el lugar perfecto para haber
comenzado una vida dedicada al crimen. Caminó solo por las
calles de una ciudad con el mismo nombre que el planeta,
recordando el día que desembarcó de una nave para comenzar
su nueva vida. Entonces le pareció que en su interior estaba el
poder de perseguir innumerables posibilidades. Había tomado
decisiones que habían reducido esas posibilidades, pero
lamentaba pocas de ellas.
Zuckuss estaba demasiado enfermo para abandonar la nave.
Los droides médicos rebeldes, Dos-Unobé y Efeequis-Siete, lo
atendían. Todos los rebeldes habían desaparecido, aunque
pronto debía reunirse con Toryn Farr y cinco de sus luchadores
designados. Juntos, volarían al punto de reunión de los
rebeldes.
Y a Han Solo, y al final de la caza.
Toryn había encontrado a los líderes del levantamiento rebelde.
Sus oficiales la superaban en rango, se hicieron cargo de su
gente, y le ordenaron que fuera al punto de reunión.
Con una carta sellada que debía entregar en mano al mando
rebelde.
LSW 371
M. Shayne Bell

4-LOM había concertado la reunión con Toryn en cierta


pequeña joyería que conocía bien, un lugar que compraba o
vendía a concesión joyas excepcionales… sin preguntar por su
procedencia. Tenía negocios en esa tienda.
Una anciana vestida con harapos se levantó para saludarlo. La
tienda seguía estando tan sucia y oscura como lo había estado
tantos años atrás.
—¡4-LOM! —exclamó la mujer—. Bienvenido.
No podía mantenerse erguida. Se inclinaba sobre las escasas
cajas que había ante ella, doblada por la edad. Un viejo
programa que 4-LOM no había usado durante mucho tiempo
se activó en su mente, y 4-LOM dejó que se ejecutara.
—¿Qué tal está usted? —preguntó a la mujer.
—Vieja —contestó ella—. Pero aún puedo trabajar. Aún vendo
joyas.
—Cuando me fui de aquí, tenía tres joyas mías en concesión
—dijo 4-LOM—. ¿Las ha vendido?
—Dos, sí. Y tengo créditos para pagarte. ¿Cómo quieres que
te pague? ¿Créditos imperiales, otras joyas? Te mostraré mi
inventario.
—¿Qué joya es la que queda?
—Ah, te la mostraré.
Reunió todas las joyas a la vista y las guardó en los bolsillos
de su vestido, luego enrolló una alfombra en el suelo tras las
cajas y abrió una trampilla que quedó al descubierto.
—Ven —dijo. Encendió una vela y comenzó a bajar los
escalones hacia la oscuridad.

LSW 372
Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: De todos los posibles futuros: El Relato de Zuckuss y 4-LOM

4-LOM la siguió. Bajo la tienda había una sala que brillaba con
cientos de joyas. Nunca antes le había mostrado esa sala. Se
preguntó por qué lo hacía ahora. Sabía que era un ladrón.
—¿Puedes verla? —preguntó ella, sosteniendo la luz.
4-LOM echó un vistazo por la sala y vio su joya, con un
centelleo azul bajo la luz de la mujer: el zafiro Ankarres.
—Tenía la esperanza de que todavía tuviera ésta —dijo. La
recogió. Brillaba de forma hermosa. La había mantenido limpia
y pulida.
—No me habrías permitido cortarla, y nunca nadie podría
haberse permitido pagar por la piedra completa —dijo—. Me
alegraba por ello, en realidad. La toco siempre que me duele,
todos los días. Me cura.
—Es por eso que la necesito ahora —dijo 4-LOM.
—¿Para curarte? —preguntó ella—. Eres de metal. Ve a una
fundición.
—El zafiro no me curará a mí —dijo él—. Lo necesito para un
amigo mortal.
Tendió la joya a la mujer.
—Tóquese con él donde le duela una última vez antes de que
me lo lleve —dijo.
Ella se tocó las muñecas y los tobillos con el zafiro, se lo llevó
una vez a la frente, y luego se lo ofreció de nuevo a 4-LOM.
Subieron a la tienda, y Toryn entró en ella. Sonrió a 4-LOM.
Habían pasado muchos años desde que alguien le sonriera.
Otros programas se alzaron, de forma involuntaria, en su
mente: programas para la amabilidad, el servicio y el altruismo.
Se preguntó si la joya le estaría afectando a él, después de
todo.
LSW 373
M. Shayne Bell

Pero eso era ilógico. No había habido ningún efecto en él la


primera vez que se tocó la frente con el zafiro hace años. Los
antiguos programas se ejecutaban porque él les permitía
ejecutarse. No los detuvo. Tal vez era el momento de volver a
ejecutar esos programas. Podría analizarlos para ver su
utilidad.
—¿Está lista para marchar? —preguntó a Toryn.
—Lo estoy —respondió ella—. Los demás están esperando
fuera.
4-LOM se volvió hacia la anciana.
—Quiero que se quede los créditos que me debe. Gracias por
ayudarme hace años cuando lo necesité.
Ella hizo una inclinación de cabeza ante 4-LOM, y él y Toryn se
dirigieron a la nave. Rivers, Bindu, Rory, Darklighter y Samoc
iban con ellos.
—Samoc —la llamó 4-LOM cuando entraron en la nave.
Sostuvo la joya en las sombras del pasillo—. ¿Sabe qué es
esto?
Ella la miró por un instante.
—No —dijo—. Pero es hermosa.
4-LOM se lo explicó.
—Tóquese con ella las quemaduras —dijo—. Puede que le
ayude a curarse.
Le ofreció la joya.
Ella la sostuvo un instante en sus manos, y luego tocó con ella
los vendajes que seguían en su rostro desde hacía ya un mes.
Un momento después, tuvo que sentarse en la cubierta.
—¿Le ha ayudado? —preguntó 4-LOM. —No lo sé. Me siento
tan distinta… en un buen sentido. ¿Más descansada, tal vez?
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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: De todos los posibles futuros: El Relato de Zuckuss y 4-LOM

—Debo llevársela a Zuckuss —dijo 4-LOM. Tomó la joya y


encontró a Zuckuss en una celda de adquisiciones. Zuckuss
había llenado la celda con amoniaco y estaba tumbado en ella,
sin su traje, tosiendo de vez en cuando. 4-LOM entró en la
esclusa, esperó mientras el amoniaco remplazaba al oxígeno, y
luego entró en la celda. Zuckuss alzó la mirada hacia él y no
dijo nada. 4-LOM posó la joya contra el pecho de Zuckuss.
Zuckuss la miró. Sabía qué joya era. Había escuchado las
historias que 4-LOM contaba sobre ella. Tras un instante,
colocó sus manos sobre ella para apretarla con más fuerza
contra su pecho.
—Ahora pilotaré la nave hasta el punto de reunión —dijo 4-
LOM.

4-LOM pilotó el Cazador de la Niebla fuera de la galaxia, a un


punto cerca del plano ecuatorial galáctico, y usó las
gigantescas fuerzas gravitacionales de la propia galaxia para
impulsar su nave hacia el punto de reunión.
Que era casi exactamente donde Zuckuss sabía por intuición
que sería.
El punto exacto estaba unos dos grados más allá. Pronto,
desde sus asientos de piloto, 4-LOM y Toryn vieron las luces
dispersas que conformaban la flota rebelde.
O lo que quedaba de ella.
Verla levantó los ánimos de Toryn. Su mirada pasó de la flota
a la galaxia que tenían por debajo, y pensó que su futuro volvía
brillar. La rebelión no estaba acabada. Todavía tenía un
ejército, por muy reducido que estuviera.

LSW 375
M. Shayne Bell

Toryn manejó las comunicaciones y los recibieron como a


héroes. Amigos y familiares se arremolinaron alrededor de
Toryn y los demás, y muchos lloraron al verlos. Toryn y todos
los demás de su nave constaban como desaparecidos, y todo
el mundo los daba por muertos, o algo peor. El general Rieekan
en persona fue a darles la bienvenida, y a recibir noticias de las
ochenta y cuatro personas que antes daban por perdidas y
ahora se encontraban en Darlyn Boda, y de los otros dieciocho
que supuestamente seguían con vida en Hoth.
—Temía que os hubiera ocurrido lo peor —dijo a Toryn.
Dos-Unobé y Efeequis-Siete llevaron rápidamente a Zuckuss a
la enfermería. Los rebeldes les abrieron paso. 4-LOM comenzó
a seguirlos —Zuckuss ahora estaba muy vulnerable, y los
rebeldes no le proporcionaban seguridad— pero Toryn se
puso delante de él.
—4-LOM —le dijo—. Quiero que conozcas al general Rieekan.
General, este es 4LOM, uno de los dos que nos rescataron.
El general tendió su mano al droide, y 4-LOM se la estrechó.
—Debe disculparme, señor —dijo 4-LOM—. Han llevado a mi
socio a la enfermería sin mí y sin guardias.
4-LOM echó a andar de inmediato. Zuckuss había estado fuera
de su vista durante 1,27 minutos estándar. No sabía cómo
calcular las probabilidades para el asesinato entre esos
rebeldes, pero en otros lugares que 4-LOM conocía bien,
Zuckuss ya estaría muerto. Dos-Unobé y Efeequis-Siete no
podrían protegerlo.
—¡4-LOM! —lo llamó el general. 4-LOM no se detuvo. El
general realmente tuvo que correr para alcanzarlo—. 4-LOM

LSW 376
Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: De todos los posibles futuros: El Relato de Zuckuss y 4-LOM

—le dijo—. Aquí estás a salvo. Tu socio está a salvo. Te doy mi


palabra al respecto. El asesinato no es nuestro estilo.
4-LOM aminoró un poco la marcha, pero no dejó de caminar.
—Gracias por sus palabras de tranquilidad, general —dijo.
El general siguió caminando con 4-LOM.
—Siempre estaremos en deuda con vosotros —dijo—. Tengo
entendido que tú y tu socio queréis uniros a nosotros.
Necesitamos luchadores con vuestras habilidades. Una vez que
tu socio se haya curado, hablaremos de vuestras primeras
misiones.
Estaban a las puertas de la enfermería.
—Gracias de nuevo, señor —dijo 4-LOM. Se detuvo y miró
fijamente al general—. Recuerdo haber vivido del modo que
ustedes describen la vida aquí: con seguridad y confiando en
los demás. Pero eso fue hace mucho tiempo.
—Lo entiendo —dijo el general—. No quiero mantenerte
alejado de tu socio por más tiempo.
4-LOM entró en la enfermería. Allí la luz estaba atenuada, y
todo estaba en silencio. Incluso en su prisa para llegar allí, los
procesadores de su mente habían registrado los rostros y
voces de la gente junto a la que pasaba, comparándolas con la
lista imperial de más buscados y la lista de recompensas
ofrecidas por su gremio. 4-LOM analizó entonces esas
grabaciones y calculó el valor representado por los rebeldes
junto a los que había pasado.
La suma total le aturdió. Tantas recompensas ofrecidas. Sólo la
recompensa por el general Rieekan bastaría para comprar una
luna en el núcleo galáctico. Bastaría para comprar mundos en
el borde.
LSW 377
M. Shayne Bell

Pero había otras adquisiciones, que valían mucho más, en


algún lugar de esa flota.
Zuckuss no era el único paciente en la enfermería. Conforme
caminaba, 4-LOM escuchó hablar a otros.
Y lo que escuchó procedente de una habitación le hizo
detenerse.
Un cazarrecompensas era afortunado si un trabajo incluía un
holograma reciente. Era muy inusual un trabajo que llevara no
sólo un holograma, sino también una grabación de la voz de la
adquisición. Los patrones de dos de las voces que oyó hablar
coincidían con las voces de dos de los rebeldes más buscados
por el Imperio: Luke Skywalker y la princesa Leia Organa. La
recompensa por cada uno de ellos casi igualaba la ofrecida por
Han Solo.
Y estaban hablando acerca de Han Solo. Los sensores auditivos
mejorados de 4-LOM captaron con facilidad sus voces.
Boba Fett ya lo había capturado. Los detalles no estaban
claros, pero aparentemente Fett iba a llevar a Solo ante Jabba
para recaudar la recompensa adicional que ofrecía el señor del
crimen.
La caza había terminado. Él y Zuckuss habían fracasado.
Probablemente Darth Vader ya hubiera puesto precio a sus
propias cabezas. Pero se le ocurrieron otras posibilidades.
Encontró a Zuckuss en una cámara de amoniaco especial,
atendido por droides que no reconoció. Estaba claro que
simplemente eran droides médicos. No detectó ninguna clase
de actividad hostil en la enfermería. Zuckuss parecía estar a
salvo allí. Los droides dejaron entrar a 4-LOM en la cámara.
—Dejadnos solos —les dijo.
LSW 378
Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: De todos los posibles futuros: El Relato de Zuckuss y 4-LOM

—Ahora no. Nuestros procedimientos deben ser


monitorizados.
—¡Dejadnos solos ya! —gritó 4-LOM. Zuckuss asintió con la
cabeza a los droides y estos se fueron rápidamente.
—Zuckuss ya lo sabe —dijo Zuckuss antes de que 4-LOM
pudiera hablar—. Convocaron a Dos-Unobé para implantar una
nueva mano a un antiguo paciente suyo:
Luke Skywalker. Antes de que Dos-Unobé se fuera, me contó
cómo había llegado Skywalker hasta aquí.
—Calculo que Darth Vader y el Imperio aún podrían
perdonarnos, y pagarnos una cuantiosa recompensa —dijo 4-
LOM—, si les llevamos a este Luke Skywalker y a la otra
persona que escuché hablando con él: Leia Organa.
—¿Pero qué pasa con los pulmones de Zuckuss? —dijo
Zuckuss—. En sólo cuestión de días, si Zuckuss permanece
aquí monitorizado, se habrán regenerado y Zuckuss volverá a
tener plena salud.
—¡Días! —se mofó 4-LOM—. Nuestras probabilidades
disminuyen a cada minuto.
Zuckuss no dijo nada. 4-LOM calculó que el estado actual de
Zuckuss le impedía una participación activa en casi cualquier
caza entre esos rebeldes… incluso si Solo hubiera estado allí.
Le tocaba a 4-LOM decidir. Sus probabilidades de éxito en
solitario eran bajas —del 48,67 por ciento, calculaba— pero
merecía la pena arriesgarse.
Si no lo intentaban, si esperaban con los rebeldes mientras
Zuckuss se curaba, no habría vuelta atrás. Sus motivaciones
siempre estarían bajo sospecha.

LSW 379
M. Shayne Bell

—Si puedes llegar hasta la nave, yo llevaré las adquisiciones


—dijo 4-LOM.
—Zuckuss puede hacer eso —afirmó Zuckuss.
—Esta noche, entonces —dijo 4-LOM—. Haré observaciones y
determinaré una hora.

—¡Ahora! —dijo 4-LOM. Era tarde, por la noche. El droide


estaba de pie en las sombras, con el bláster en la mano—. Las
adquisiciones están en el solárium de la enfermería, viendo a
sus amigos marcharse para rescatar a Solo. Esos amigos
necesitarán más que suerte para lograr ese objetivo… y pronto
otros a los que conocen necesitarán ser rescatados.
Zuckuss se incorporó lentamente.
—Hay otro camino, 4-LOM —dijo.
—Cuéntamelo rápido, entonces.
—Zuckuss ha meditado desde que lo dejaste, y ha tenido la
intuición de lo que nos ocurrirá. No capturaremos a Skywalker
ni a Organa. Acabaremos atrapando a un droide torpe y dorado
y los dos droides médicos que nos trajeron aquí, y sus
recompensas no bastarán para comprar los pulmones de
Zuckuss, ni entregarlos al Imperio bastará para limpiar
nuestros nombres. Tanto los rebeldes como los imperiales,
además del resto de cazarrecompensas, nos darán caza.
Zuckuss está enfermo, y no sobrevivirá mucho tiempo sin
tratamiento. Ha decidido quedarse aquí.
4-LOM no sabía qué decir. Calculó diez respuestas rápidas que
iban desde intentar el secuestro por sí mismo hasta limitarse a
tomar el Cazador de la Niebla y marcharse. Pero un hecho se
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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: De todos los posibles futuros: El Relato de Zuckuss y 4-LOM

cernía sobre él. Él mismo había calculado sólo una probabilidad


del 48,67 por ciento de secuestrar con éxito a Skywalker y
Organa. Prefería trabajar con mejores probabilidades.
Antes de que 4-LOM pudiera completar sus cálculos y decidir
un curso de acción, alguien entró en su sección de la
enfermería.
Era Toryn Farr. Avanzó hasta la cámara de amoniaco y habló a
Zuckuss por un intercomunicador en la pared de vidrio.
—¿Cómo estás? —preguntó.
Antes de que Zuckuss pudiera contestar, vio a 4-LOM de pie
en las sombras, con el bláster en la mano.
—¿Qué haces, 4-LOM? —le preguntó—. ¿Algo va mal?
Qué rápidamente conceden su confianza los humanos, pensó
4-LOM. Había ido a ellos desarmada. Bajó el bláster.
—No estoy haciendo nada —dijo.
Pero había muchas cosas que iban mal, muchas cosas que no
podía explicarle. Todas las elecciones que él y Zuckuss habían
tomado les habían conducido a ese punto. Habían sido
conscientes de que había riesgos al cazar al gobernador
Nardix, ahora tenían que aceptar las consecuencias de esa caza.
Pero un grupo de subprocesadores de la mente de 4-LOM
terminó una serie de cálculos que habían comenzado.
Calculaba unas probabilidades del 72,668 por ciento de que
la Nueva República diera licencia a cazarrecompensas para
ayudar al mantenimiento de la ley y el orden y proteger a sus
ciudadanos de los criminales. Calculó que él y Zuckuss tenían
un asombroso 98,992 por ciento de probabilidades de fundar
el primer gremio de cazadores de recompensas de la Nueva

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M. Shayne Bell

República. Podía ser una oportunidad que valdría la pena


perseguir. Tendría que estudiarla con más detenimiento.
—Zuckuss realmente está a salvo aquí —dijo ella a 4-LOM—.
Pero si estás tan preocupado, vendré a ayudar a vigilarlo en mi
tiempo libre. Sé que necesitas atender a vuestra nave, y puedes
hacerlo mientras yo vigilo a Zuckuss.
4-LOM trató de calcular la mejor respuesta, pero por un
instante no pudo. Sus palabras hicieron que se activaran
programas antiguos adicionales en su mente, y tardó un
momento en acallarlos. Habían pasado muchos años estándar
desde que se había permitido atribuir una intención positiva a
las acciones de otra persona, del mismo modo que Toryn había
interpretado que su bláster desenfundado era porque estaba
protegiendo a Zuckuss.
—Gracias, Toryn —dijo Zuckuss—. Pero puedes sentarte aquí
con Zuckuss, desarmada. Para Zuckuss será un placer hablar
contigo cuando tengas tiempo.
—Entonces hablaremos —dijo ella—. Pero ahora estoy aquí
para haceros una invitación a ambos. Me avergüenza un poco
decir esto, pero la carta que traje al general Rieekan era
realmente una carta elogiando mis acciones a bordo del
Esperanza Brillante. El mando rebelde me asciende esta noche
al rango de comandante. Me gustaría que ambos acudierais a
la ceremonia, ya que no estaría aquí si no fuera por vosotros
dos.
Zuckuss trató de hablar, pero comenzó a toser. 4-LOM le
ayudó a tumbarse de nuevo. —Esta noche no puedo ir a
ninguna parte, Toryn —dijo Zuckuss—. Pero te felicito.

LSW 382
Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: De todos los posibles futuros: El Relato de Zuckuss y 4-LOM

—Le he pedido al general Rieekan que la ceremonia se


celebrase aquí, para que puedas asistir… si te parece bien —
dijo Toryn. Había tratado de explicarle al general que no estaba
cualificada para un ascenso. Le dijo lo que había hecho por
Samoc. «Por supuesto que ayudaste a Samoc», había dicho el
general. «Es una de nuestros mejores pilotos. No podemos
permitirnos perderla. Te agradezco todo lo que hiciste por
ella.»
Toryn se preguntaba si el general sólo trataba de ser amable,
pero su ascenso demostraba confianza en ella y en su buen
juicio. Así que aceptó el ascenso y su nuevo trabajo.
Zuckuss miró a Toryn.
—Me sentiré honrado de presenciar la ceremonia aquí —dijo.
4-LOM miró a Toryn.
—Yo también la felicito. ¿Qué va a comandar?
—Una unidad de Fuerzas Especiales —respondió—. Quiero
hablar con vosotros sobre eso después.
Samoc, Rory, Darklighter, Rivers, los droides médicos Dos-
Unobé y Efeequis-Siete, y muchos otros importantes
seguidores de la rebelión acudieron a la ceremonia. El general
Rieekan anunció el ascenso y el nuevo puesto de Toryn.
—Ella y yo hemos debatido el mejor modo de rescatar a
nuestros amigos que volvieron a Hoth con las cápsulas de
escape del Esperanza Brillante —dijo—. Aún estamos
trabajando para alcanzar un plan viable, y Toryn ha solicitado
dirigir la misión de rescate, sea cual sea finalmente.
Todo el mundo aplaudió, pero la ceremonia no había
terminado. El general Rieekan dio un paso adelante.

LSW 383
M. Shayne Bell

—Por tu capacidad y tu valor en el cumplimiento del deber,


Toryn Farr, la Rebelión se complace en concederte este premio
al mérito.
El general colgó la medalla del cuello de Toryn y le estrechó la
mano. Entre los aplausos que siguieron, un droide de protocolo
dorado descorchó una botella en el fondo de la sala y una
unidad R2 llevó bebidas a todos los respiradores de oxígeno.
Unos rebeldes respiradores de amoniaco llevaron vasos y una
delicada botella —procedente del propio Gand— para
Zuckuss. Tal vez algún día, tal vez pronto, otros gandianos se
unieran a la alianza rebelde. Los droides médicos analizaron
una pequeña muestra del líquido de la botella, conversaron
entre ellos, y decidieron que si Zuckuss se tomaba una copa
para celebrarlo no iba a hacerle daño. Dejaron que dos
respiradores de amoniaco entraran en su cámara para servirle
la bebida. Se quitaron los cascos, se presentaron, y sirvieron la
copa a Zuckuss. Él sostuvo la bebida por un instante y miró a
4-LOM.
Él y 4-LOM nunca habían sido tratados así, ni siquiera en su
propio gremio. Desde luego, el Imperio nunca les había
invitado a presenciar sus ceremonias. Se había aprestado a
ofrecerles muchas cosas después de que aceptaran el contrato
de Vader, pero no se las habían ofrecido como regalos. No los
había incluido como miembros de un equipo que luchaba por
una causa importante, como habían hecho estos rebeldes.
Los otros respiradores de amoniaco se sirvieron sus propias
copas. Zuckuss alzó la suya.
—Por Toryn —dijo. Todos bebieron. Zuckuss alzó entonces su
copa hacia 4-LOM—. Por nuestras nuevas vidas aquí —dijo. 4-
LSW 384
Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: De todos los posibles futuros: El Relato de Zuckuss y 4-LOM

LOM inclinó ligeramente la cabeza hacia Zuckuss mientras


Zuckuss bebía un sorbo. Zuckuss tosió un poco. 4-LOM le
ayudó a incorporarse al borde de la cama. Rápidamente calculó
la importancia de la ceremonia. Él y Zuckuss la incorporarían a
su nuevo gremio. La ceremonia, y los vínculos afectivos que
promovía, les daría una pequeña ventaja estadística sobre
otros gremios que pudieran fundarse en la Nueva República.

En los días que siguieron, mientras Zuckuss se curaba, 4-LOM


recibió programación para su nuevo trabajo en Fuerzas
Especiales, y supervisó los trabajos de camuflaje y adecuación
del Cazador de la Niebla. La tecnología rebelde haría de ella
una nave realmente admirable. El general Rieekan había
hablado con él acerca de cómo él y Zuckuss podrían intentar
el posible rescate de Han Solo, dado que probablemente
tendrían acceso al palacio de Jabba. Tal vez incluso podrían
interceptar a Boba Fett.
El tiempo que habían pasado esperando a que los pulmones
de Zuckuss se regeneraran rápidamente podría explicarse
como tiempo dedicado a ocultarse de los imperiales. 4-LOM
calculó riesgos extremos en semejante plan, ya que las
recompensas que Vader había ofrecido por él y su socio eran
sin duda lo bastante grandes para tentar a Jabba, pero a 4-
LOM le divirtió calcular la sorpresa de Jabba cuando —si él y
Zuckuss lograban rescatar a Solo— Jabba descubriera que él
y Zuckuss no eran simples cazarrecompensas sin suerte, sino
agentes rebeldes.
Decir que los imperiales estarían furiosos sería quedarse corto.
LSW 385
M. Shayne Bell

Y a menudo, mientras trabajaba solo en su nave, practicaba la


meditación. Iba completando cada vez más su ecuación. En una
meditación, creyó haber vislumbrado los futuros que tenía por
delante. Uno, por encima de los demás, le intrigaba. En él, se
vio sentado con jóvenes caballeros Jedi en una academia recién
fundada. No podía decir si había aprendido los caminos de la
Fuerza o si todavía estaba tratando de aprenderlos. Fue sólo
una breve visión, y sólo uno de muchos posibles futuros.
Cuando 4-LOM le contó a Zuckuss lo que había visto, Zuckuss
no dudó de él ni por un instante.

LSW 386
Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: El último en pie: El Relato de Boba Fett

El último en pie: El Relato de Boba Fett


Daniel Keys Moran

Última declaración del oficial protector Jaster Mereel, conocido


posteriormente como el cazador Boba Fett, antes de su exilio
del planeta Concord Dawn:

Todo el mundo muere.


Es la Justicia definitiva, la única duradera. La maldad existe: es
la inteligencia al servicio de la entropía. Cuando la ladera de
una montaña se desliza asolando un poblado, eso no es
maldad, porque la maldad requiere intención. Si fuera un ser
racional quien provoca ese deslizamiento de tierra, hay maldad;
y requiere Justicia como consecuencia, para que la civilización
pueda existir.
No hay un bien mayor que la Justicia; y sólo si la ley
proporciona Justicia es una buena ley. Se dice con razón que
LSW 387
Daniel Keys Moran

la ley no existe para los Justos, sino para los injustos, pues los
Justos llevan la ley en sus corazones y no necesitan convocarla
desde fuera de ellos.
No me inclino ante nadie y sólo doy servicio a una causa.
—Jaster Mereel.
El protector Mereel estaba sentado en su celda, encadenado,
con los rayos del sol de la mañana entrando a través de una
ventana alta y estrecha, provista de barrotes, en lo alto de la
pared de la celda.
Tenía los tobillos encadenados entre sí, por lo que no podía
caminar; otra cadena rodeaba su cintura, y sus muñecas
estaban sujetas a ésta última. Era joven, y no se levantó cuando
el intercesor entró en su celda; pudo ver que la descortesía
disgustó al hombre de más edad.
El intercesor Iving Creel se sentó en el banco frente a Mereel.
Él tampoco malgastó el tiempo con cortesías.
—¿Cómo debo declararte?
Habían arrebatado a Mereel su uniforme de protector viajero.
Era un joven feo que vestía con dignidad su mono gris de
prisionero, como si este mismo también fuera un uniforme, y
se tomó su tiempo para contestar, mirando detenidamente al
intercesor, examinándolo… como si, pensó el intercesor con
un destello de fastidio, fuera Iving Creel quien iba a ser juzgado
ese día, y no ese joven asesino arrogante.
—Usted es Iving Creel —dijo al fin—. He oído hablar de usted.
Es bastante famoso.
—Nadie quiere que se diga que se te ha tratado injustamente
—dijo Creel con rigidez.
Una sonrisa desagradable asomó a los labios del joven.
LSW 388
Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: El último en pie: El Relato de Boba Fett

—Me declarará impenitente.


Creel lo miró fijamente.
—¿Comprendes la seriedad de esto, chico? Has matado a un
hombre.
—Se lo merecía.
—Te exiliarán, Jaster Mereel. Te exiliarán…
—Si me exilian —dijo Mereel—, siempre podré ir a unirme a la
Academia Imperial.
Creo que sería un buen soldado de… Creel le interrumpió.
—… y puede que te ejecuten, si les enfureces lo suficiente.
¿Tan difícil es decir que lamentas haber arrebatado
injustamente una vida?
—Sí que lo lamento —dijo Mereel—. Lamento no haberlo
matado hace un año. La galaxia es un lugar mejor sin él.
El intercesor Creel estudió al muchacho y asintió lentamente
con la cabeza.
—Has elegido tu alegato; muy bien. Puedes cambiarlo en
cualquier momento antes de que yo realice el alegato, si lo
deseas… piénsalo, te lo ruego. Te enfrentarás a la prisión o al
exilio por el asesinato de otro protector; por mucho que ese
hombre fuera una desgracia para su uniforme, no tenías
derecho a matarlo. Pero es probable que tu arrogancia vea
cómo tú mismo eres ejecutado, Jaster Mereel, antes de que
termine este día.
—No puede amar tanto la vida, intercesor. —El joven feo
sonrió, un movimiento vacío y carente de significado de sus
labios, y el intercesor Iving Creel se encontró recordando esa
sonrisa, en momentos extraños, durante el resto de su vida—.
Todo el mundo muere.
LSW 389
Daniel Keys Moran

Pasaron los años.


El objetivo era joven; más joven de lo que le habían hecho creer
al hombre que había tomado el nombre de Fett. De hecho, el
objetivo de esa noche apenas había rebasado su adolescencia.
En sí mismo, eso no era un problema; Fett se había cobrado
niños muchos años más jóvenes que aquel. Entre sus primeras
adquisiciones, no mucho después de abandonar las tropas de
asalto, se encontraba un muchacho de apenas catorce años
estándar; el muchacho había deshonrado a la hija de un
adinerado hombre de negocios que tenía, incluso en la amplia
experiencia de Fett, una vena vengativa bastante notable. Fett
sabía que la mayoría de los padres, en la mayoría de planetas,
no harían matar a un muchacho por una conducta semejante;
de hecho, la mayoría de cazarrecompensas habrían rechazado
un trabajo así.
Fett no se contaba entre ellos. Las leyes cambian de un planeta
a otro, pero la moralidad nunca cambia. Entregó al muchacho
a sus verdugos y jamás sintió remordimientos por ello.
Ahora, años después, se encontraba en las sombras de la parte
trasera del Foro Victoria, en la ciudad Lenta Agonía, en el
planeta Jubilar, y observaba cómo lo preparaban para el
combate principal del gran espectáculo Todos-Contra-Todos
SóloHumanos del Sector Regional Número Cuatro.
El Foro Victoria era un lugar gigantesco, poco iluminado,
bautizado por el bando ganador de una batalla reciente en una
de las guerras de Jubilar. El Foro había tenido otro nombre, no
hace demasiado tiempo; y, según el cálculo de Fett, volvería a
tener otro nombre más pronto que tarde. La guerra actual no
iba bien. Jubilar era utilizado como colonia penal por una
LSW 390
Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: El último en pie: El Relato de Boba Fett

docena de planetas del vecindario estelar cercano; en qué


ejército terminaba un convicto dependía de en qué
espaciopuerto lo desembarcaran.
Los asientos del Foro descendían hacia el ring pentagonal,
doscientas filas de asientos elevados que separaban a Fett del
ring y de la pelea. El público aún estaba llegando, a falta de
pocos minutos del combate principal, y el Foro sólo estaba
medio lleno, con una audiencia de unos veinte mil seres,
principalmente hombres, ocupando los asientos.
Fett no tenía ninguna prisa; enfocó los macrobinoculares de su
casco en el ring y sus alrededores más cercanos, y se preparó
para esperar durante la pelea.
El joven Han Solo observó al asistente del ring, un bith,
limpiando con una manguera la sangre del anterior combate, y
se preguntó cómo se había metido en semejante lío.
Bueno, no se lo preguntaba, exactamente, eso no era del todo
preciso, ya que en realidad recordaba los acontecimientos con
claridad bastante dolorosa. Para ser más exactos, lo que se
preguntaba era cómo había sido tan estúpido como para
meterse en ese lío. Han aguardaba en el túnel junto a los otros
tres luchadores, observando cómo limpiaban la sangre de la
lona sobre la que pronto se encontraría —luchando sobre
ella— y se juró a sí mismo que si salía de ese lío con todos sus
órganos dentro de su pellejo, aprendería a hacer trampas al
repartir las cartas tan bien que nadie pudiera pillarle nunca.
De todas formas, ¿cómo iba a saber un viajero que hacer
trampas con las cartas era un crimen en algunos estúpidos
mundos perdidos?

LSW 391
Daniel Keys Moran

—Un crimen —murmuró Han en voz alta. Miró hacia arriba…


más arriba… y más arriba aún… al luchador que se encontraba
junto a él—. ¿Por qué te enviaron a ti a Jubilar?
El hombre bajó la mirada una distancia considerable hacia Han.
—Maté a alguna gente —dijo lentamente. Han apartó la
mirada.
—Bueno… yo también —mintió después de un instante—. He
matado a mucha gente.
—Callaos —gruñó el asistente del ring fuertemente armado
que se encontraba tras los cuatro.
Han captó con el rabillo del ojo un movimiento que llamó su
atención; se inclinó ligeramente hacia delante y echó un vistazo
a su derecha. Un tipo… vestido de gris. Alguna clase de
armadura de combate gris; parecía estar observando el ring.
Boba Fett no estaba observando el ring. Estaba observando a
un joven empresario llamado Hallolar Voors, que estaba
sentado junto al ring con un par de hermosas mujeres, con
vestidos inmaculados, sentadas una a cada lado de él; un joven
empresario que iba a estar muerto antes de que tuviera la
oportunidad de probar los encantos de ninguna de ellas.
Incluso a esa edad temprana, Han Solo había logrado acumular
cierta experiencia: —Eso es una armadura de combate
mandaloriana. ¿Quién…?
Los amortiguados sonidos de la multitud se alzaron en un
rugido y ahogaron sus palabras.
El asistente del ring gritó por encima del bullicio.
—¡Hora de luchar, basura inmunda, apestosos y pecaminosos
tuertos chupahuevos hijos de los demonios del limo! ¡Hora de
luchar!
LSW 392
Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: El último en pie: El Relato de Boba Fett

Desde donde se encontraba, muy por encima del ring, Boba


Fett observaba cómo aparecían los luchadores, saliendo del
túnel para entrar al ring pentagonal. Cuatro luchadores, como
le habían dicho a Fett que era lo habitual en el Todos-Contra-
Todos; el locutor permanecía en la quinta esquina, esperando
pacientemente mientras los luchadores se quitaban sus
albornoces y ocupaban sus posiciones, mientras el rugido a
pleno pulmón de veinte mil hombres reverberaba por todo el
Foro.
Receptores colocados alrededor del borde del ring
transmitirían la lucha por todo el planeta.
Tres de los luchadores eran lo que Fett habría esperado,
grandes matones para los que el ring del Todos-Contra-Todos
resultaba la alternativa obvia al reclutamiento. El cuarto le
sorprendió; Fett hizo zoom sobre el hombre…
El rostro quedó enfocado. Por un instante la imagen sorprendió
a Fett; el luchador parecía estar mirando directamente a Fett.
Redujo la ampliación de los macrobinoculares para tener un
campo de visión más amplio… y muy curiosamente la
impresión era acertada; el tipo estaba mirándole. El joven
luchador se quitó el albornoz lentamente, levantando la mirada
más allá de las luces del ring, hacia la penumbra, al punto
donde se encontraba Fett, mientras los otros luchadores hacían
ejercicios de calentamiento en sus esquinas.
El hombre era joven… no más mayor, muy probablemente, que
el objetivo de Fett esa noche. Mala noche, pensó Fett, para ser
joven y vital y lleno de promesas.

LSW 393
Daniel Keys Moran

El locutor avanzó al centro del ring y alzó las manos, con las
palmas hacia afuera. Su voz resonó por todo el Foro llegando
a toda la expectante audiencia.
—¡Esta es la eliminatoria final! Estas son las normas: Nada de
arrancar ojos. Nada de golpes a la garganta o a las ingles. Nada
de muertes intencionadas. No… hay… más… normas. —Hizo
una pausa, y los vítores del público se alzaron en un grito
frenético cuando añadió con voz atronadora—: ¡El último en
pie será el vencedor!
El locutor saltó fuera del ring y, a su pesar, al observar a los
luchadores, particularmente al joven, allí de pie solo, valiente y
asustado, a su pesar Fett descubrió que se le aceleraba el pulso
mientras, como el resto de la multitud, esperaba que cayera la
bandera que señalaría el comienzo del combate.
Había momentos en los que Fett apreciaba la vida; él mismo
no era precisamente un anciano, y había noches, noches como
aquella, en las que era bueno —y tras el casco, Fett sonrió
cuando el pensamiento cruzó su mente— en las que era bueno
ser joven, y vital, y lleno de promesas.
La bandera azul oscuro cayó aleteando desde la viga hasta el
ring.
Los tres matones avanzaron hacia el joven luchador… —
Especia —dijo Boba Fett.
—Sí, amable Fett —dijo el objetivo, Hallolar Voors—. Especia.
Dieciocho contenedores. Y si puede manejarlo, podemos
entregar la misma cantidad nuevamente, dos veces por
trimestre.
Fett asintió como si estuviera prestando atención. No había
pasado mucho tiempo desde el final de las peleas, y caminaba
LSW 394
Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: El último en pie: El Relato de Boba Fett

con Voors por un gigantesco y pobremente iluminado almacén,


aparentemente desierto, en un extremo del Paseo del Verdugo;
el Paseo del Verdugo era un suburbio que a su vez estaba en
un extremo de Lenta Agonía. Fett no estaba impresionado por
la imaginación que mostraban en Jubilar, pero tenía que admitir
que demostraban cierta coherencia.
Voors había cambiado las dos mujeres por un par de
guardaespaldas perceptiblemente armados. Los
guardaespaldas caminaban tras ellos.
—El comercio de la especia en este sector lleva mucho tiempo
controlado por los hutts —observó Fett—. ¿Dónde ha
encontrado una fuente independiente?
Voors sonrió a Fett; Fett, que miraba al frente, observaba la
sonrisa en la pantalla táctica del visor de su casco. La pantalla
táctica le proporcionaba una vista en 360 grados de su
entorno; Fett se preguntó su Voors lo sabía, o si sólo estaba
sonriendo para practicar. Fett tuvo que admitir que era una
sonrisa atractiva.
La armadura mandaloriana en sí misma ponía nerviosa a la
gente, pero Fett había descubierto que la gente se ponía aún
más nerviosa cuando no les miraba al hablarles. Y si pensaban
que no podía ver lo que pasaba a su alrededor, mucho mejor
aún.
Para Fett, Voors no parecía de los que sabrían gran cosa acerca
de las capacidades de una armadura de combate mandaloriana.
De hecho, el hombre parecía precisamente lo que era: el hijo
de un adinerado hombre de negocios local, un tipo joven,
elegante, apuesto y oscuro, con ropa cara y una buena sonrisa,

LSW 395
Daniel Keys Moran

al que, sin saberlo, todos estos asuntos le venían letalmente


grandes.
—La fuente es… secreta —dijo Voors—. Y me temo que desea
continuar siéndolo.
Fett asintió con la cabeza una vez; apenas le importaba.
Momentos después llegaron a una zona amplia y relativamente
vacía, lo bastante bien iluminada para que los
macrobinoculares de Fett, ajustados a la oscuridad por la que
habían estado caminando, disminuyeran automáticamente la
ganancia; dentro del casco, la escena seguía apareciéndole a
Fett con claridad de día.
En el centro de la zona vacía se encontraban tres filas de
contenedores de plástico, seis por fila. Los contenedores eran
gruesos, de la mitad de alto que un hombre. Fett señaló uno
al azar.
—Abra ése.
Uno de los guardaespaldas que se encontraban tras Fett miró
a Voors; Voors asintió rápidamente. Las luces del almacén
cambiaron, volviéndose de color rojo oscuro; la luz blanca
normal activaba la especia. El guardaespaldas avanzó, se
arrodilló, y tocó los dos cierres que mantenían el contenedor
sellado; dejó a Fett con un guardaespaldas todavía detrás de
él, ligeramente a su izquierda.
Fett dio un paso adelante y bajó la mirada. Parecía especia;
alargó la mano y extrajo un puñado.
—Séllelo y vuelva a encender las luces blancas.
Las luces regresaron… y, en efecto, era especia. Fett la
esparció por encima del contenedor y se quedó allí, brillando
a la luz, centelleando y titilando mientras la especia se activaba.
LSW 396
Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: El último en pie: El Relato de Boba Fett

La mano izquierda de Fett, que colgaba junto a su cinturón,


pulsó un botón oculto en él para liberar una neurotoxina y
continuó el movimiento hasta tocar su mano derecha. Se quitó
el guante y permaneció allí con su mano derecha desnuda
levantada en el aire.
—¿Le importa si la huelo? La especia real tiene un aroma
penetrante y placentero… Voors echó un vistazo a sus
guardaespaldas.
—Si insiste.
Fett alzó la mano, como si fuera a quitarse el casco… Vio cómo
le observaban con clara expectación. Otro de los beneficios de
la armadura; quitarse el casco se convertía en un acto teatral.
Se detuvo con la mano en la base del casco, y relajó el gesto.
—Quisiera hacerle una pregunta. —La mano descendió
ligeramente—. ¿Alguna vez le molesta la conciencia?
Voors se le quedó mirando fijamente.
—¿Habla en serio? ¿Por la especia?
—¿Alguna vez le molesta la conciencia —volvió a decir Fett,
con esa voz que siempre sonaba tan áspera cuando hablaba
en básico— por traficar con especia?
—Ni siquiera causa adicción —dijo Voors un poco dubitativo—
. Y tiene usos terapéuticos válidos…
El guardaespaldas más cercano a Fett parpadeó, agitó la
cabeza y volvió a parpadear.
—Las sustancias que no son adictivas —dijo Fett—
frecuentemente conducen al abuso de sustancias que lo son.
¿Eso no le molesta? Voors respiró profundamente.
—¡No, no me molesta! —estalló—. Mi conciencia sólo…

LSW 397
Daniel Keys Moran

Su boca se cerró… y luego se abrió de nuevo, como si


pretendiera seguir hablando.
El guardaespaldas detrás de Fett estaba más alejado de la
neurotoxina; Fett se giró, liberando su bláster con la mano
izquierda, y disparó al hombre mientras éste trataba de
alcanzar su arma. El disparo impactó en el estómago del
guardaespaldas; se tambaleó hacia atrás, sujetando todavía su
bláster, y Fett avanzó mientras el guardia retrocedía, apuntó y
le disparó una segunda vez en la garganta para mayor
seguridad.
Se volvió de nuevo hacia la especia, hacia Voors y el otro
guardaespaldas. Aún no estaban muertos, por supuesto. Se
desplomaron y Fett permaneció en pie observándolos; los
receptores insertados en su casco estaban ocupados
registrando sus estertores de agonía. Jabba querría ver la
grabación. Esta era una de las primeras veces que Fett había
aceptado un trabajo del hutt, pero Fett comprendía a los hutts;
Jabba pagaría un extra por las imágenes reales de las muertes
de sus enemigos.
Volvió a ponerse el guante en la mano derecha; ya estaba
entumecida, hasta la muñeca, por la exposición al gas nervioso
que había liberado.
Después de que cesaran las sacudidas, Fett se acercó para
obtener mejores imágenes de ellos. Se inclinó ligeramente para
obtener el mejor ángulo en sus grabaciones. El pálido
guardaespaldas se había vuelto azul. Voors, de piel más
oscura, se había vuelto púrpura. Su lengua hinchada asomaba
entre los dientes; Fett supuso que Jabba disfrutaría de ese
detalle.
LSW 398
Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: El último en pie: El Relato de Boba Fett

Unos instantes después, Fett se enderezó y retrocedió unos


pasos, poniendo una buena distancia entre él y los dieciocho
contenedores de especia.
Descolgó su lanzallamas, lo encendió, y disparó con él sobre
los tambores de plástico durante lo que le pareció un largo
tiempo.
El hutt no le había pagado por quemar la especia, pero
tampoco le había pagado por no hacerlo, y había cosas que
merecía la pena hacerlas gratis. Cuando todo lo que quedó fue
una ardiente masa fundida en medio del almacén, Boba Fett,
que se tenía a sí mismo por un hombre justo y honesto, volvió
a colgar el lanzallamas sobre sus hombros, dio media vuelta, y
salió caminando en silencio del almacén, a la noche oscura y
silenciosa, hacia un futuro lleno de promesas.
Pasaron quince años.
En la Esclavo I, con los motores y los escudos minimizados al
máximo y sólo una pizca de potencia alimentando los paneles
de instrumentos y el sistema vital, Boba Fett flotaba en la
eclíptica del sistema Hoth, por encima del potencialmente letal
campo de asteroides. Observó el sistema Hoth y se alegró al
ver que había llegado antes que los imperiales.
Allí abajo, en algún lugar del propio Hoth, se encontraba, si
Fett había supuesto correctamente, el actual cuartel general de
la Rebelión. A Fett no le importaba la Rebelión ni para bien ni
para mal; los rebeldes estaban claramente condenados, y el día
y la forma en la que abandonaran este universo no le causaba
el menor interés. El Imperio se ocuparía de ellos; Fett tenía en
mente una presa más pequeña y provechosa.
Donde estuvieran los rebeldes, podría encontrarse a Han Solo.
LSW 399
Daniel Keys Moran

El mensaje hiperespacial de los imperiales había sido corto y


conciso; anunciaba un asalto aplastante contra el cuartel
general rebelde, y ofrecía una recompensa de quince mil
créditos a cualquier cazador que ayudara a atrapar a los
rebeldes que huyeran del campo de batalla.
Quince mil créditos no alcanzarían ni para cubrir durante medio
año los costes operativos de Fett. Pero donde estuvieran los
rebeldes…
No demasiado tiempo atrás, la permanente recompensa que
Jabba el hutt ofrecía por Han Solo había alcanzado los cien mil
créditos. Estaba dentro de la media docena de recompensas
más elevadas que Fett conocía; y aunque no ponía exactamente
a Han Solo a la altura del Carnicero de Montellian Serat y la
recompensa de cinco millones de créditos que por él se ofrecía,
poco a poco iba acercándose, ascendiendo cada vez más.
Apuntó sus sensores hacia Hoth a máxima resolución, y
programó el ordenador para que le despertara si veía al Halcón
Milenario.
Sentado en el asiento del piloto con su armadura puesta y el
casco sobre el regazo, Fett cerró los ojos y se durmió.
La advertencia de hiperonda lo despertó.
Fett abrió los ojos y examinó sus instrumentos. Débiles y
temblorosas señales desde Hoth, que podrían no haber sido
más que ruido de fondo (excepto que no lo eran); pero eso no
era lo que había activado su alarma.
Según los instrumentos, estaban llegando naves desde el
hiperespacio. Naves grandes, lo que significaba destructores
estelares, lo que significaba que era el Imperio.

LSW 400
Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: El último en pie: El Relato de Boba Fett

Fett trianguló… y maldijo en su lengua natal. Hoth estaba entre


él y las naves que abandonaban el hiperespacio. Oh, idiotas,
idiotas, pensó Fett. Si, a pesar de la distancia a la que se
encontraba la Esclavo I, habían activado sus instrumentos,
entonces los rebeldes en Hoth debían de haber saltado de sus
camas con el alarido de las alarmas sonando.
Alguien había metido la pata hasta el fondo; y conociendo a
Vader, Fett supuso que ese alguien concreto no duraría mucho
más en la galaxia.
La Esclavo I descansaba sobre la eclíptica, y Fett hizo lo que
pudo mientras se desencadenaba la inevitable batalla. Activó
sus motores y se acercó a Hoth. Cuando el Halcón abandonara
el planeta, si lo hacía, iría a toda velocidad; Fett sólo tendría
tiempo para un único ataque.
Tomó posición, todavía sobre la eclíptica, flotando sobre Hoth,
sobre la batalla, y preparado para esperar. No había otra cosa
que hacer; si algo había aprendido Fett en sus años como
cazador, es que la paciencia se veía recompensada. Desde
luego, no había ningún beneficio en involucrarse en la lucha.
Cañones iónicos disparaban desde la superficie de Hoth; bajo
su cobertura, las naves de transporte rebeldes despegaban,
acelerando para alejarse de Hoth y saltar al hiperespacio. A esa
distancia, incluso con ampliación de imagen, los sensores de
Fett apenas podían descifrar los mínimos detalles del tamaño
y la forma de las naves; pero con poco bastaba. Ninguna de las
naves que abandonaba Hoth era el Halcón Milenario; la forma
de esa nave estaba grabada a fuego en el cerebro de Fett.
Una oleada de naves de transporte. Una oleada de cazas. Otra
oleada de naves de transporte… otra. Otra.
LSW 401
Daniel Keys Moran

Los cañones de iones de la superficie del planeta disparaban


ahora con menos frecuencia; los imperiales debían de estar
teniendo cierto éxito ocupando los emplazamientos. Fett
aguardaba, luchando contra su impaciencia. Los transportes
habían partido, algún caza ocasional seguía escurriéndose por
las filas imperiales y saltando al hiperespacio. Pero todavía ni
rastro del Halcón…
Allí.
O eso era el Halcón, o era una alucinación. Los dedos de Fett
bailaron sobre los controles y la Esclavo I encendió sus motores
para darle caza. El ordenador calculó trayectorias, y Fett hizo
media docena de cosas a la vez, preparó el rayo tractor,
alimentó potencia a los deflectores delanteros, mostró la
trayectoria prevista del Halcón y trazó un rumbo de
intersección para la Esclavo I; necesitaba atraparlos justo antes
de que saltaran al hiperespacio, idealmente mientras evitaba
morir a manos de los imperiales de gatillo fácil…
Fett maldijo en voz alta por segunda vez en un solo día. No
iba a ser capaz de alcanzarlos.
La Esclavo I atravesó el espacio como un rayo, muy por encima
del sistema Hoth, a la máxima aceleración soportada por la
nave, pero no había tiempo, y las trayectorias lo mostraban
claramente. Hoth era un mundo frío, alejado de su sol; el
gradiente gravitatorio a esa distancia era menor de lo habitual
en un mundo habitable por humanos: El Halcón iba a saltar al
hiperespacio prácticamente en cualquier momento.
Ahora, en cualquier momento… Estaba siendo perseguido por
un destructor estelar y lo que parecía ser todo su complemento
de cazas TIE. Y… recuerda lo básico, y la Norma Básica Número
LSW 402
Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: El último en pie: El Relato de Boba Fett

Uno era: ninguna recompensa merece morir por ella. El


destructor estelar y los cazas TIE estaban dirigiendo un fuego
devastador contra el Halcón Milenario, con la luz láser bañando
la nave una y otra vez; y si Fett se acercaba lo bastante para
atraparlo, estaría lo bastante cerca como para recibir buena
parte de esos disparos.
Ahora, en cualquier momento…
Y algo andaba mal. El Halcón no saltaba.
Fett volvió a comprobar la trayectoria que su ordenador había
calculado para el Halcón, y la trayectoria era correcta; las
medidas gravimétricas eran correctas, los vectores eran
correctos, el Halcón ya debería de haber saltado.
Su hiperimpulsor tiene algún problema, pensó Fett, y un
instante después supo que tenía razón; el Halcón viró…
… dirigiéndose directamente al interior del cinturón de
asteroides del sistema Hoth.
Fett apagó sus motores y se limitó a observar cómo el Halcón
Milenario se zambullía en el cinturón. Solo estaba desesperado;
Fett no lo estaba, no lo bastante desesperado como para
introducir la Esclavo I entre esas montañas errantes de roca y
hierro.
Los cien mil créditos podían esperar para otro día; no puedes
gastarte el dinero cuando estás muerto…
Fett se inclinó ligeramente hacia delante en su asiento,
pensando para sí mismo que ese había sido realmente un día
señalado para la estupidez imperial:
Los cazas TIE se lanzaron a perseguir al Halcón.

LSW 403
Daniel Keys Moran

Fett se recostó en su asiento, negando con la cabeza.


Claramente ninguna de esas personas sabía lo más mínimo
acerca de análisis de costes.
Tras un largo momento en blanco, volvió a activar sus sensores,
y detectó la inconfundible silueta del super destructor estelar
de Darth Vader, el Ejecutor.
Contactó con la nave, recibió confirmación, y trazó un curso.
Lo llevaron a ver a Lord Vader.
Vader estaba de pie en el puente, observando los restos de la
batalla. Las estrellas brillaban y los asteroides cruzaban
lentamente el cielo negro tras él. Vader no miró a Fett y no
malgastó palabras para darle la bienvenida, y como siempre su
voz profunda parecía más propia de una máquina que de un
hombre.
—¿Cómo lo has sabido?
Fett echó un vistazo a su alrededor antes de contestar; la
tripulación del puente estaba tan ocupada en sus tareas, u
ocupada fingiendo estar ocupada en sus tareas, que ninguno
de ellos le había mirado siquiera cuando le llevaron allí, y como
de costumbre Fett se encontró invadido por una cierta
reticente admiración por la capacidad de liderazgo de Vader.
—Su gente me lo dijo —respondió Fett tras un instante—. En
esencia. Nos dieron un punto de encuentro en el espacio
interestelar. Sabía que no harían saltar la flota muy lejos de ese
punto; comparé las coordenadas con mis mapas de esta zona.
—Se encogió de hombros—. Un planeta demasiado caliente,
otro demasiado frío, un tercero más adecuado, pero ya
habitado por la colonia minera de Lando Calrissian. Sólo
quedaba Hoth.
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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: El último en pie: El Relato de Boba Fett

—Conoces bien la zona, entonces. —Fett no creyó que Vader


esperara una respuesta; no le ofreció ninguna. Vader, todavía
sin mirarle, asintió como si lo hubiera hecho—. Los demás
cazadores llegarán en breve. Os informaré a todos cuando
lleguen.
Fett avanzó un paso.
—¿Cuánto?
Vader permaneció en silencio un instante.
—No me importan los demás que escaparon. Por Solo… ciento
cincuenta mil créditos. Lo mismo por Leia Organa. Estará con
él. —Volvió ligeramente la cabeza—. Nada de
desintegraciones.
El escolta de Fett le indicó que se pusiera en marcha; Fett se
encogió de hombros, dio media vuelta y salió del puente
siguiendo al escolta. Vader era un cliente difícil; quería cautivos
vivos, no cadáveres o imágenes de cadáveres. Nada de
desintegraciones, decía cada vez que contrataba a Fett desde
aquél primer incidente.
Después de la reunión informativa, Fett y sus competidores
fueron separados y escoltados de vuelta a sus naves.
El escolta de Fett estaba visiblemente incómodo en su
presencia; eso le complacía. La nave de Vader era la más
grande que Fett hubiera visto jamás, no digamos que
realmente hubiera visitado; el transporte-lanzadera que les
llevó desde el puente hasta la bahía de atraque donde le
esperaba la Esclavo I tardó casi cinco minutos, y Fett, por
norma general, no estaba de humor para hablar. Especialmente
no con un oficial imperial de bajo rango.

LSW 405
Daniel Keys Moran

Caminaron desde la estación de la lanzadera hacia la nave de


Fett.
—Dicen que usted es el cazarrecompensas preferido de Lord
Vader —dijo el imperial, a mitad de camino.
Fett se detuvo en seco, permaneció inmóvil, y miró fijamente al
hombre durante el tiempo suficiente para intensificar la
incomodidad del tipo.
—Sí.
Se volvió y continuó caminando, y el imperial tuvo que correr
para alcanzarle.
Pero o bien el hombre era estúpido incluso para ser oficial de
la Armada Imperial, o su curiosidad superaba su temeridad; no
captó la señal.
—Dicen que conoce al objetivo. Ese tipo, Solo, el que ayudó a
Skywalker a volar la Estrella de la Muerte. Dicen que usted lo
conoce.
Fett siguió caminando durante un buen rato sin responder.
—Una vez le vi luchar —dijo finalmente, con bastante
reticencia.
—¿Luchar dónde?
Por algún motivo, Fett le respondió.
—Hace mucho tiempo. Se metió en la competición Todos-
Contra-Todos SóloHumanos, en Jubilar. —Con auténtica
sorpresa, Fett se escuchó añadir—: Era joven, y estaba
superado en número. Sin embargo, llegó a la ronda final.
¿Alguna vez ha visto el Todos-Contra-Todos de Jubilar?
El escolta negó con la cabeza.
—Ni siquiera había escuchado hablar del planeta donde tiene
lugar.
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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: El último en pie: El Relato de Boba Fett

Era como escuchar hablar a otra persona; las palabras


simplemente fluían fuera de Fett.
—Ponen a cuatro luchadores juntos en un ring, habitualmente
de la misma especie. Para que sea más justo. —Una rápida
sonrisa asomó en el rostro de Fett al pensar en esas luchas;
era la primera vez que Boba Fett había sonreído en años, y no
se dio cuenta de que ocurriera—. Más justo —repitió—.
Normalmente tres de ellos comienzan atacando en grupo al
que creen más débil, que en este caso debería haber sido Solo.
Era joven, ya se lo he dicho. Dejan al luchador más débil
inconsciente antes de volverse unos contra otros; y el último
en pie es el vencedor.
—¿Lo dejaron inconsciente? ¿A Han Solo?
Fett dejó de caminar… y miró de costado al hombre. Un
pequeño movimiento, pero… el imperial se encontró mirando
al oscuro visor del cazarrecompensas. La voz rasposa de Fett
sonó como un ataque.
—Él ganó. Fue una de las cosas más valerosas que jamás he
visto. —Hizo una pausa—. Disfrutaré dándole caza.
El imperial hizo un visible esfuerzo por recomponerse.
—Sí… espero que lo haga.
Fett meneó la cabeza como si quisiera despejarla, se volvió y
avanzó de nuevo por el pasillo, tal vez a un paso ligeramente
más rápido.
Era la conversación más larga que había tenido en años sobre
algo que no fueran negocios.
Los meses pasaron velozmente; y cuando todo acabó Boba
Fett se encontró siendo tal vez el cazarrecompensas más
conocido de la galaxia.
LSW 407
Daniel Keys Moran

Fue un tiempo lleno de actividad, y en el recuerdo de Fett los


eventos se emborronaban unos con otros. Solo había ocultado
el Halcón entre los desperdicios que los imperiales liberaron
inmediatamente antes de saltar al hiperespacio, y así pudo
escapar de los imperiales en Hoth. Un buen truco, uno que
podría haber funcionado contra la mayoría de cazadores;
funcionó contra los competidores de Fett.
Pero Fett ya había sido engañado antes con ese truco, una vez.
Para entonces llevaba en ese trabajo más tiempo que la
mayoría, y había muy pocos trucos que no hubiera visto, una o
dos o una docena de veces. Sólo había un lugar al que pudieran
ir, un lugar lo bastante cercano para llegar hasta allí con su
hiperimpulsor principal incapacitado; Fett saltó a Ciudad Nube,
y allí Lando Calrissian realizó el trato por el que Solo sería
entregado a Fett.
Con Han Solo como carga, congelado en carbonita, Fett partió
hacia Tatooine. Allí, por la escultura de Han Solo y unos
cuantos meses del tiempo de Fett, Jabba el hutt pagó no
100.000 créditos, sino un cuarto de millón…
Y no mucho después de eso, los rescatadores comenzaron a
llegar. Leia Organa, fingiendo ser un cazarrecompensas, llegó
arrastrando a Chewbacca. Tuvo éxito en liberar a Solo de la
carbonita. Por su propia muerte, que Fett no podía imaginarse
lo que ella tenía en mente; fuera lo que fuese, no funcionó. El
hutt encerró a Solo en una mazmorra, con Chewbacca, y
pretendía ejecutarlos en el futuro cercano; y Leia Organa
pasaría sus días encadenada al pie del trono de Jabba.
Fett descansaba tumbado en su cama en la penumbra de su
cuarto en las profundidades del palacio de Jabba, vestido con
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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: El último en pie: El Relato de Boba Fett

su armadura y con la mirada fija en la oscuridad. Su casco


reposaba sobre su estómago y el aire fresco de los ventiladores
recorría su cuerpo en rítmicas ráfagas.
Alguien llamó a su puerta con fuertes golpes.
Fett se incorporó, poniéndose el casco y recogiendo su rifle de
asalto; los movimientos eran tan automáticos que ni siquiera
tenía que pensarlos. Quitó el pestillo de la puerta, retrocedió
varios pasos y apuntó con el rifle. No encendió las luces del
cuarto.
—Adelante.
La puerta se abrió con un reticente chirrido. En el pasillo había
un par de guardias gamorreanos; Fett les apuntó con el rifle.
—¿Qué queréis?
Uno de los guardias se apartó a un lado, y una silueta —
humana— fue arrojada al cuarto. El dedo de Fett se tensó
sobre el gatillo en un acto reflejo, pero contuvo el disparo.
—De parte de Jabba —dijo el guardia más cercano—. Que la
disfrutes.
Fett echó una mano hacia atrás y pulsó el control de las
lámparas; y bajo la fría luz blanca que inundó el cuarto, observó
a Leia Organa, Princesa de Alderaan.
Ella se puso rápidamente en pie y retrocedió a una esquina del
cuarto, respirando pesadamente. Fett supuso que había
luchado con los guardias mientras la traían hasta él.
—Como me toques… —La voz se le quebró, y permaneció allí,
temblando—. Como me toques, uno de los dos va a morir.
Él bajó el rifle lentamente, y echó un vistazo al cuarto. Tenía
muy pocas posesiones consigo allí, en el palacio; todo lo que

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Daniel Keys Moran

poseía, que no era demasiado, estaba a bordo de la Esclavo I.


Finalmente señaló la fina sábana que cubría la cama.
—Cúbrase. No voy a tocarla.
Organa avanzó ligeramente hacia un lado, se inclinó para
recoger la sábana, se envolvió en ella para cubrir la escasa
vestimenta que Jabba le había otorgado, y retrocedió de nuevo
hacia la esquina de la habitación que la dejaba más alejada de
Fett.
—¿No?
Fett negó con la cabeza. Se sentó en la esquina opuesta a la
de ella, moviéndose lentamente, y apoyó su rifle sobre sus
rodillas. Tenía que moverse lentamente; sus rodillas habían ido
empeorando en los últimos años.
—El sexo entre personas que no están casadas —dijo Fett—
es inmoral.
—Sí —dijo Organa—. La violación también.
Fett asintió.
—La violación también.
Se sentó en lo que para él era un cómodo silencio,
observándola. Ella se acomodó en la esquina opuesta,
cubriéndose cuidadosamente; Fett aprobaba su recato, pero
eso no le impidió continuar observándola. Boba Fett nunca
había sostenido a una mujer entre sus brazos, y el deseo hacia
una mujer le llegaba cada vez con menos frecuencia conforme
pasaban los años; pero en la mente de Fett su castidad no lo
hacía menos hombre, y ella era digna de ser observada, todavía
ruborizada por sus esfuerzos y su cabello cayendo como una
oscura cascada sobre la pálida sábana.

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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: El último en pie: El Relato de Boba Fett

Ella acomodó la sábana a su alrededor, acurrucándose en la


esquina para darse calor.
—¿No vas a llamar a los guardias para que me devuelvan a
Jabba?
—¿E insultar a Jabba? No lo creo. La arrojaría al rancor para
que la devorara, y quedaría resentido hacia mí. Podrá
marcharse por la mañana.
La respiración de la mujer comenzó a relajarse.
—De modo que nos limitamos a estar aquí sentados. Toda la
noche.
—Las piedras son frías. Si quiere usar la cama, es bienvenida
a hacerlo.
El escepticismo de Organa era obvio.
—Y tú te limitarás a estar ahí sentado. Toda la noche.
—No le haré daño. No la tocaré. Duerma si quiere. O no lo
haga; no me importa.
El silencio cayó sobre ellos. Fett observó a la mujer mientras
se recostaba contra el muro de piedra; la observó mientras
recobraba la compostura; la observó mientras ella lo observaba
a él.
Pasó el tiempo. Tenía los dos ojos abiertos, pero sólo estaba
medio despierto cuando ella habló de pronto.
—¿Por qué haces esto? ¿Por qué luchas por ellos?
Fett se desperezó, estirándose ligeramente. El rifle sobre sus
rodillas permaneció firme como una roca.
—Más de medio millón de créditos —le informó—. Eso es lo
que Vader y el hutt han pagado por mi trabajo.
—¿Se trata sólo de dinero? Nosotros te pagaremos. Ayúdanos
a salir de aquí y te pagaremos…
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Daniel Keys Moran

—¿Cuánto?
—Más de lo que puedas imaginar.
A Fett le hizo gracia el descaro que ella mostraba, tratando de
sobornarlo allí, en las profundidades del castillo del hutt.
—Puedo imaginar muchísimo.
—Lo tendrás.
Era cruel dejar que la mujer albergara esperanzas.
—No. Lo que están haciendo es moralmente incorrecto. Los
rebeldes están equivocados y la rebelión fracasará… como
debe ser.
Leia Organa no pudo evitar que su voz se llenara de
indignación.
—¿Moralmente equivocados? ¿Nosotros? Estamos luchando
por nuestros hogares, nuestras familias y nuestros seres
queridos, los que aún siguen con vida y los que hemos perdido.
El Imperio destruyó todo mi planeta, prácticamente toda la
gente que conocí de niña…
Fett llegó a inclinarse ligeramente hacia delante.
—Esos mundos se alzaron en rebelión contra la autoridad
legalmente establecida sobre ellos. El Emperador estaba en su
derecho de destruirlos; amenazaban el sistema de justicia
social que permite que exista la civilización. —Hizo una
pausa—. Lamento las muertes de los inocentes. Pero eso es lo
que ocurre en las guerras, Leia Organa. En las guerras mueren
inocentes, y su bando no debería haber empezado ésta.
Se calló abruptamente; tanto hablar le dejaba seca la garganta.
De todas formas, sus comentarios parecían haber dejado a
Organa sin habla; apartó la mirada a un lado, lejos de Fett,
mirando fijamente el vacío muro de piedra durante varios
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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: El último en pie: El Relato de Boba Fett

minutos. Cuando finalmente habló, su voz estaba calmada y


seguía sin mirarle.
—Me resulta difícil creer que realmente puedas pensar así. He
escuchado a Luke…
Luke Skywalker, sé que has oído hablar de él… Le he
escuchado hablar acerca del lado oscuro…
Fett quedó sorprendido al escucharse reír.
—¿Esa superstición Jedi? Gentil dama Organa, si la Fuerza
existe no he visto ninguna prueba de ello, y no creo que exista.
Entonces ella lo miró.
—Me recuerdas a Han Solo, un poco. Él no creía… La voz de
Fett se alzó peligrosamente.
—No me parezco en nada a Han Solo, y no me compare con
él.
Leia tomó una respiración lenta y profunda.
—De acuerdo. ¿Por qué eso te ofende tanto?
Fett volvió a inclinarse hacia delante.
—¿Sabe lo que ese hombre ha hecho en su vida? No importan
los leales ciudadanos del Imperio que él, y usted, han matado
durante su rebelión; la guerra es la guerra y tal vez usted, al
menos, crea que están luchando por la Justicia. ¿Pero Solo? Es
un hombre valiente, sí; también es un mercenario que nunca en
su vida ha hecho nada decente, que nunca ha hecho nada difícil
por lo que alguien no le estuviera pagando. Ha hecho
contrabando de sustancias prohibidas… —¡Transportaba
especia!
Fett se encontró de pie, gritando.
—¡La especia es ilegal! ¡Es un eufórico, altera el ánimo, y su
uso conduce al uso de sustancias peores, y un hombre que
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Daniel Keys Moran

transporte especia —bramó— transportará cualquier cosa! —


Permaneció tenso e inmóvil, sosteniendo su rifle con un agarre
tembloroso, mirando a Leia—. Y si yo hubiera estado
consumiendo especia esta noche, Leia Organa, tal vez usted no
habría estado a salvo conmigo en esta habitación.
—Han ha hecho contrabando de especia —dijo Leia con voz
firme—, lo que es ilegal y no me complace; y también ha hecho
contrabando de alcohol, que es legal pero las tarifas son lo
bastante altas para que merezca la pena pasarlo de
contrabando en algunos mundos. No, no es perfecto, y ha
quebrantado leyes de las que ni siquiera has oído hablar. Pero
conozco a Han Solo, y le he visto tomar riesgos por las cosas
en las que cree, riesgos que dudo que tú tengas el valor de
asumir… y además, ¿qué haces tú trabajando para Jabba el
hutt?
Fett exhaló y aflojó su agarre sobre el rifle. Se obligó a sentarse
de nuevo en el suelo, ignorando las punzadas de dolor que
estallaban en sus rodillas.
—Me paga. Mucho. En cuanto llegue Skywalker, lo llevaré ante
Vader, y entonces no pasaré más tiempo aquí.
—No me refiero a eso. Jabba el hutt ha vendido montañas de
especia, y cosas mucho peores…
—La necesidad obliga a formar alianzas. Una vez que la
rebelión haya desaparecido, espero que el Imperio se ocupe de
Jabba. Pero es una amenaza menor que los rebeldes. — Fett
dio la vuelta al rifle de asalto y con la culata pulsó el panel que
controlaba las luces. Sus macrobinoculares compensaron casi
inmediatamente cuando la oscuridad cayó sobre ellos; ella

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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: El último en pie: El Relato de Boba Fett

apareció ante su vista como la luz de su calor corporal—. Voy


a dormir. Me duele la garganta.
Hubo un instante de silencio.
—Luke Skywalker —dijo Leia en la oscuridad— vendrá y te
matará.
—Todo el mundo muere —convino Fett—. Pero, ya que nadie
me paga por matarla… que duerma bien.
Él durmió con los ojos abiertos, dentro del casco.
El Jedi, si es que lo era, llegó un día más tarde. Su nombre era
Luke Skywalker, y mató al rancor de Jabba; y Jabba lo arrojó a
las mazmorras, en una celda cerca de Solo y Chewbacca.
La mañana siguiente amaneció clara, brillante y calurosa, y
Boba Fett estaba de pésimo humor.
Era Tatooine, claro. Todas las mañanas eran claras, brillantes y
calurosas.
Pero el hutt iba a matar a Skywalker. Y a Solo y a Chewbacca,
pero esa no era la cuestión.
Skywalker. Esa era la causa del mal humor de Jabba. Había
tratado de convencer a Jabba de que no matara a Skywalker…
No es que le importara si Skywalker vivía o moría; Fett suponía
que la galaxia sería un lugar mejor con ese loco fuera de ella.
Había visto muchas cosas extraordinariamente estúpidas en su
vida, pero el espectáculo de un joven imberbe tratando de
enfrentarse a Jabba el hutt en su propio salón del trono estaba
cerca de lo más alto de la lista.
Pero, aunque Fett había debatido con él tal vez incluso más de
lo aconsejable, Jabba no se estaba comportando como el Jabba
que Fett había conocido durante todos esos años. La cuestión
era que Darth Vader pagaría por ese loco… el emperador
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Daniel Keys Moran

pagaría por él. Que Fett supiera, la recompensa más alta


ofrecida en la galaxia era de cinco millones de créditos; pero
Fett estaba seguro de que conseguiría más por Luke
Skywalker.
Jabba no quería oír hablar de ello. No estaba dispuesto a
compartir la recompensa; no estaba dispuesto a reclamar él
mismo la recompensa, y pagar a Fett como intermediario con
Vader. Su rancor mascota había muerto, y Skywalker iba a morir
por ello.
Algunos días Fett estaba convencido de que él era el único
hombre de negocios en sus cabales de toda la galaxia.
Eso le irritaba. Planeó situaciones posibles, una tras otra;
ninguna terminaba de convencerlo. Pensó en secuestrar a
Skywalker de las manos de Jabba, pero había poco tiempo y la
seguridad de Jabba era buena; incluso por millones de créditos,
el riesgo era demasiado elevado.
Y así daba vueltas por la cubierta superior de la barcaza velera,
con atípico nerviosismo, la mañana después de la llegada de
Skywalker, la mañana en la que Skywalker, Solo y Chewbacca
iban a ser ejecutados, tratando de decidir qué iba a hacer a
continuación, mientras la barcaza velera se dirigía a la Gran
Fosa de Carkoon, llevando a los condenados hacia sus muertes.
Se dio cuenta, ligeramente sorprendido, de que esperaba que
Solo muriera dignamente. En años anteriores, Fett había visto
a Jabba arrojar a media docena de sus propios guardias a la
Gran Fosa de Carkoon, supuestamente por conspirar contra él;
les ofreció una oportunidad de suplicar por sus vidas. Dos de
ellos lo hicieron, y Jabba, por supuesto, los arrojó al sarlacc de
todas formas.
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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: El último en pie: El Relato de Boba Fett

Sabía que Chewbacca no suplicaría; esperaba que Solo no lo


hiciera.
Tal vez Skywalker suplicara por su vida. Eso no sería tan malo.
Fett estaba de pie en la proa y observaba la arena
desapareciendo bajo ellos. Tan adentrados en el desierto, no
había otra cosa excepto desierto a todo su alrededor. Arena,
llanuras y dunas hasta donde la vista alcanzaba.
Fett se preguntó, de pasada, quién habría matado más gente,
si él mismo o el hutt. Probablemente el hutt, si se contaba su
negocio de especia; probablemente él mismo, pensó Fett, si
sólo se contaban las muertes con tus propias manos.
Finalmente, apareció a la vista la Gran Fosa de Carkoon. Boba
Fett, cuyo humor no había mejorado lo más mínimo, abandonó
la cubierta superior y bajó a la zona de
observación, para ver con los demás cómo se hacía Justicia…
… y cómo se malgastaban quién sabe cuántos millones de
créditos.
El día había comenzado mal; se puso peor. Antes de que
acabara, la barcaza velera se había convertido en unos restos
ardientes, Jabba el hutt estaba muerto, y Boba Fett había caído
a la Gran Fosa de Carkoon para ser digerido por el sarlacc.
Oh, logró salir; que Fett supiera era la única persona que jamás
hubiera logrado escapar del sarlacc.
Pero para cuando salió y volvió a estar curado, o tan curado
de esa experiencia como podría llegar a lograr, habían
acontecido grandes sucesos; y la galaxia se había convertido
en algo que Fett jamás habría creído posible.
Pasaron quince años.
O, para decirlo de otro modo:
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Daniel Keys Moran

Darth Vader murió; al igual que el emperador. El Imperio cayó


y fue sucedido por la Nueva República. En la escala humana
quince años es tiempo suficiente para que nazcan bebés y
crezcan para convertirse en adolescentes; los niños humanos
por toda la galaxia se hicieron adultos y engendraron sus
propios hijos. Para algunas especies más longevas el período
pasó sin cambios significativos; para otras, de vida más corta
que los humanos, generaciones enteras nacieron, envejecieron,
y murieron.
En un sector de la galaxia del que Boba Fett jamás había
escuchado hablar, una estrella se convirtió en nova; destruyó
un mundo y a una especie entera de seres racionales. Levantó
menos comentarios que la destrucción de Alderaan, sólo una
década antes; la galaxia en su conjunto apenas advirtió la
tragedia, y Fett nunca supo de ella. En una galaxia con más de
cuatrocientos mil millones de estrellas y más de veinte millones
de especies inteligentes, es normal que ocurran esas cosas.
Los remanentes del Imperio se alzaron contra la Nueva
República, y fueron derrotados; Luke Skywalker cayó al lado
oscuro de la Fuerza… y regresó, como pocos Jedi habían hecho
jamás en los miles de generaciones que le precedieron.
Leia Organa se casó con Han Solo; y juntos tuvieron tres hijos.
En Tatooine, un devaroniano borracho llamado Labria mató a
cuatro mercenarios, y desapareció.
Boba Fett envejeció.
En el planeta Coruscant, el mundo que había sido el capitolio
de la Antigua República, el capitolio del Imperio, y ahora era el
capitolio de la Nueva República, en el Palacio Imperial, en los
alojamientos que compartía con su esposa, Han Solo estaba
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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: El último en pie: El Relato de Boba Fett

sentado al borde de su cama con los labios fruncidos en un


gesto obstinado.
—No. No voy a ir. La firma de tratados me aburre, y además
ese inútil hijo de slorth de Gareth trató de hacerme trampas al
laro la última vez que estuvimos allí.
Leia estaba de pie con los brazos cruzados, mostrando a las
claras su exasperación.
—¡Tú le hiciste trampas después!
—Yo le hice trampas mejor. De todas formas ese estúpido
debería sentirse afortunado de que sólo tuviera que tratar
conmigo —señaló Han—. Cuando yo era joven, que te
atraparan haciendo trampas al repartir las cartas era un crimen
y te colgaban por ello.
—Eso no es cierto —dijo Leia… aunque un poco dubitativa,
pensó Han; él la conocía desde el tiempo suficiente para saber
que hacer trampas, y las consecuencias de ello, no estaba entre
las cosas que se enseñan a las princesas.
—Es muy cierto —dijo honestamente Han—. De todas formas,
el Rey Gareth tuvo suerte de que no le pasara nada peor que
perder contra mí, esa es la cuestión. Así que no sé qué esperas
que haga. ¿Que me acerque al tipo y le diga: «Lamento, su
escoriosa Bajeza Real, saber hacer trampas mejor que usted»?
Leia dejó escapar un suspiro.
—Desearía que no utilizaras la palabra «real» como si fuera un
insulto. Yo soy… —Eres adoptada —dijo velozmente Han.
Eso hizo asomar una sonrisa involuntaria en el rostro de ella.
—No vas a venir, ¿verdad?
—¿Quieres que pase dos semanas de aburrimiento
diplomático?
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Daniel Keys Moran

—¿Seguro que vas a aburrirte?


—Me aburrí la última vez, excepto aquella noche. No creo que
Gareth vuelva a jugar a las cartas contigo.
Entonces me aburriré todas las noches.
Leia suspiró.
—No vas a venir.
—No voy a ir.
—Estaba pensando en llevarme los niños conmigo. Ya son lo
bastante mayores y les proporcionaría algo de experiencia
necesaria para tratar con…
—Sin duda es lo bastante seguro —concedió Han—. Si no
mueren de aburrimiento.
—Podría dejar a Trespeó contigo para mantener…
—¿Me dejarías aquí con Trespeó? ¿Qué he hecho yo para
merecer eso?
Leia Organa hizo auténticos esfuerzos para evitar que la
sonrisa asomara en su rostro.
—Muy bien, me lo llevaré a él también conmigo.
Han Solo alzó la mirada hacia ella y sonrió pícaramente.
—Trato.
Ella se inclinó hacia él.
—Más te vale no estar en la cárcel cuando vuelva.
—Eh, eh —protestó él—. Es de mí de quien estamos hablando.
Llamó a Luke.
—Eh, colega —dijo Han cuando la imagen de Luke apareció en
el holograma—.
¿Estás ocupado esta noche?
Una sonrisa iluminó los rasgos de Luke.
—¡Han! ¿Qué tal estás?
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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: El último en pie: El Relato de Boba Fett

—Bien. Mira, Chewie se ha ido a casa y no volverá en otras


cuatro semanas, mi mujer e hijos están fuera…
—… el viaje a Shalam —asintió Luke—. Es verdad. ¿Por qué
no fuiste tú?
—… y estaba pensando —insistió Han, negándose a que le
cambiaran de tema— que podríamos salir esta noche y ver si
podemos meternos en algún lío. Luke negó con la cabeza.
—No puedo, Han. He invitado a cenar a un grupo de
senadores… pero estás invitado a unirte a nosotros.
—Meterse en un lío suena más atractivo —gruñó Han.
Luke sonrió.
—Vamos, Han. Sabes que no puedo cancelar mi propia cena.
Además, esto es Coruscant. Somos dos de las personas más
conocidas de todo el planeta. ¿Dónde vamos a encontrar un
lío en el que meternos?
—Ya lo he logrado otras veces.
—Y permaneciste dos días en la cárcel hasta que logramos
convencerles de que tú eras realmente tú. Leia estuvo
realmente preocupada.
—Sí —señaló Han—, pero Leia está fuera del planeta ahora
mismo. Para cuando regrese, esta estancia en la cárcel no será
sino un alegre recuerdo.
Luke soltó una carcajada.
Han, ven a cenar conmigo. Lo pasarás bien.
¿Con media docena de senadores? Preferiría que me
arrancaran una muela.
—Sabes —dijo Luke en voz baja—, podrías considerar unirte
al Senado.
—… y sin anestesia…
LSW 421
Daniel Keys Moran

—Te elegirían en un abrir y cerrar de ojos.


—Y me recusarían en menos de un mes.
—¿Por qué?
Han pensó en ello.
—Por aceptar sobornos —dijo finalmente.
—Tú no aceptarías sobornos —dijo con calma Luke.
—Bueno, admito que dependería del soborno.
—Han, ¿qué te preocupa?
La pregunta sorprendió a Han.
—Nada.
Luke le miró tan fijamente que resultaba perturbador.
—No me estás diciendo la verdad, Han. O no te estás diciendo
la verdad a ti mismo, no estoy seguro…
Esa mirada estaba poniendo incómodo a Han.
—No sé. Tal vez sólo sea que Chewie se ha marchado… —No
es eso.
Han miró fijamente a Luke.
—No… en realidad no. Sabes… ya no sé hacia dónde me dirijo,
muchacho. Tengo una mujer e hijos que me quieren, y a los
que quiero. Pero ese es el problema. Soy Papi.
Soy el consorte de Leia. Cuento anécdotas graciosas en cenas
de estado…
—Y eres muy bueno en eso —dijo amablemente Luke—. Hay
un lugar para esa clase de…
—… y hace un tiempo, en una de esas malditas cenas, alguien
me preguntó cómo era, el contrabando, quiero decir, en los
viejos tiempos. Comencé a responder y de pronto no podía
recordarlo. No podía recordar la última vez que había superado
una barricada imperial, o cuál era la carga, o cómo me sentí.
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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: El último en pie: El Relato de Boba Fett

Luke le sonrió.
—Éramos Ben y yo, y los droides. Han pareció sorprendido.
—Tienes razón… ¿Fue entonces, no? —Sonrió casi
involuntariamente—. Sí. Muy bien, digamos que no pude
recordar la última vez que gané algo de dinero al hacerlo…
Luke volvió la cabeza, miró fuera de la imagen, y volvió a
mirarle.
—Han, mis invitados están llegando. ¿Estás seguro de que no
quieres unirte a nosotros?
A su pesar, Han se sintió tentado. —… nah. Esta noche no.
Luke asintió.
Me pasaré por ahí mañana. ¿De acuerdo?
De acuerdo. Te llamaré más tarde, muchacho.
Los labios de Luke se arquearon en una pequeña sonrisa.
—Han…
—¿Sí?
—Han, no soy mayor de lo que tú eras cuando nos conocimos.
—La sonrisa no desapareció, pero cambió sutilmente de
cualidad, de un modo que Han Solo no terminó de
comprender—. El mundo cambia, Han. No puedes detenerlo y
no puedes luchar contra ello, y no puedes nunca, jamás, hacer
que vuelva atrás. —Han tuvo la extrañísima sensación de que
Luke le estaba estudiando; y entonces Luke asintió con la
cabeza—.
Hablaré contigo mañana —dijo—. Quédate ahí.
Su imagen desapareció.
El chico se está convirtiendo en Obi-Wan ante mis propios ojos,
pensó Han Solo.

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Daniel Keys Moran

Una grabación le respondió cuando trató de localizar a


Calrissian.
—Lo siento, pero ahora mismo no estoy disponible. He tenido
que salir en un largo viaje de negocios; responderé a cualquier
mensaje si vuelvo.
”Si eres Han, colega, me debes cuatrocientos créditos si
regreso.
Bueno, maldita sea, pensó Han. Lando sí ha encontrado un lío
en el que meterse.
Más tarde, esa misma noche, se encontró varios pisos más
abajo, en la bahía de lanzamiento donde guardaba el Halcón.
Estaba oscuro, excepto por las luces de la bahía muy por
encima de él, y silencioso salvo por el lejano sonido de los
cargamentos al descargarse, en las bahías comerciales muchos
pisos más abajo.
Nadie detuvo a Han cuando llegó; nadie le preguntó qué estaba
haciendo allí; caminó por la bahía en penumbra como si
poseyera el lugar.
Prácticamente era así.
Han Solo llegó a un extremo de la bahía y colocó la mano sobre
el control de los proyectores; cuatro bancos de focos cobraron
vida.
Bajo la cascada de luz, el Halcón Milenario brillaba con
blancura inmaculada. Nunca había estado tan limpio en todos
los años que Han llevaba poseyéndolo; nunca había estado
pintado tan cuidadosamente, hasta el mínimo detalle. Sus
motores habían sido reconstruidos; el nuevo hiperimpulsor
jamás había parpadeado siquiera. Casi todos los
emplazamientos de armas eran equipo nuevo.
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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: El último en pie: El Relato de Boba Fett

Incluso tenía piezas de repuesto para todo.


Han había dejado de preguntarse cuánto había costado todo
aquello; la Nueva República lo había pagado todo. Jamás había
visto una sola factura.
Sentado en el asiento del piloto, en la cabina, inició la
secuencia de lanzamiento. No pretendía realmente despegar;
sólo quería mirar el cielo.
La cúpula sobre el Halcón se abrió por la mitad y se apartó
deslizándose lentamente mientras la plataforma sobre la que
descansaba el Halcón se elevaba, y el cielo apareció.
Han Solo echó un vistazo al mundo exterior.

Era asombroso lo mejor que eso le hacía sentirse, simplemente


estar ahí sentado, en lo más parecido a un hogar que había
tenido en su vida. El asiento a su lado estaba vacío, y eso no
estaba bien… pero tampoco estaba mal del todo. No había
conocido a Chewbacca hasta bien entrado en su edad adulta,
y hubo un tiempo, antes de eso —antes de Chewie, después
de la muerte de sus padres—, en el que no hubo nadie.
Nadie excepto él mismo.
Han se preguntaba a veces —en contadas ocasiones, a decir
verdad— qué habría pensado de él su familia si hubiera podido
ver en lo que se había convertido. Nunca tuvo que
preguntárselo, cuando era joven; su familia le había querido,
pero sabía que él era una decepción para ellos, y no habían
vivido para verle convertirse en algo mejor.
Se pueden señalar los momentos en los que ocurren los
cambios. No siempre; algunos cambios son como las mareas,

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Daniel Keys Moran

lentos y apenas perceptibles hasta que hay llegado, o se han


ido.
A veces, en cambio…
Han había pensado en ello y, extrañamente, cada vez con más
frecuencia conforme el propio evento se alejaba más y más en
el tiempo: la Estrella de la Muerte se aproximaba, e iba a
destruir la base rebelde, a los propios rebeldes y a su
claramente condenada rebelión. Han embarcó con Chewie en
el Halcón, y se marcharon con tiempo de sobra…
Chewie estaba furioso, Han se pudo dar cuenta de eso. Chewie
quería luchar. Permanecieron allí sentados, juntos, en la sala de
control del Halcón, sin que Chewie le dirigiera la palabra. Han
cometió no uno, sino dos errores al calcular el salto al
hiperespacio. Finalmente obtuvo su trayectoria… y no fue
capaz de ejecutarla.
—De acuerdo, de acuerdo, luchemos —exclamó finalmente en
dirección a Chewie, casi veinte años atrás, convencido de que
ambos se dirigían a sus muertes…
Estaba sentado en la cabina del Halcón, casi veinte años
después, y se preguntó lo que podría haber ocurrido: Leia
estaría muerta, y Luke también. Sus hijos nunca habrían nacido.
El Imperio todavía gobernaría la galaxia, y él y Chewie viajarían
de mundo en mundo, un paso por delante de los imperiales,
un paso por delante de los cazarrecompensas.
No, pensó Han. «Un paso» no. Alguien me habría atrapado.
Boba Fett, IG-88 — alguien— y yo no habría tenido amigos
que vinieran a rescatarme de las garras de Jabba.
Veinte años.

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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: El último en pie: El Relato de Boba Fett

Todavía en ese momento Han podía recordar con toda


claridad… lo cerca que había estado de activar esa trayectoria,
y dejar a Leia y a Luke atrás. Se despertaba por la noche, a
veces, con sudores fríos, pensando en ello.
Lo terriblemente cerca…
Si sus padres siguieran vivos, pensó Han, estarían
impresionados por el hombre en el que se había convertido…
y en lo más mínimo sorprendidos por lo cerca que había estado
que eso no ocurriera.
Mari’ha Andona pulsó un botón cuando recibió la llamada.
—Aquí Control.
—Al habla el general Solo.
Mari’ha hizo una mueca de dolor ante el uso del rango;
ciertamente Solo tenía derecho a usarlo, pero Mari’ha llevaba
como controladora de vuelo en ese sector de Coruscant el
tiempo suficiente para saber que Solo únicamente lo usaba
cuando iba a hacer valer su autoridad por algo.
—Voy a dar una vuelta con el Halcón. ¿Podrías despejarme una
trayectoria de vuelo?
—Sí, señor. ¿Cuál es su destino?
—No tengo.
—¿Disculpe? —dijo Mari’ha con calma—. ¿Señor?
—No tengo ningún destino. Aún no sé dónde voy a ir.
Mari’ha suspiró, examinando las pantallas que mostraban
todos los vuelos de su sector. Había tantos que era difícil para
un humano distinguir un punto de luz que correspondiera a
una nave concreta.

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Daniel Keys Moran

El droide de vuelo va a agarrarse un cabreo, pensó. El droide


de vuelo siempre se agarraba cabreos; había adquirido cierta
aversión hacia el general Solo muchos años atrás, cuando…
—¿Con qué parte de todo esto estás teniendo problemas,
Control?
—Voy a necesitar un par de minutos —murmuró en la unidad
de comunicación—. Usted no le cae bien al droide de vuelo.
—Necesitas —dijo Solo— despejar un pasillo y darme una
trayectoria de vuelo, y hacerlo antes de que me vea obligado a
bajar a la torre personalmente para usar mis encantos.
¿Recibido?
—Le recibo, general. —Terminó de componer su petición para
despejar el espacio, la mandó, y entonces permaneció sentada
pulsando Anular, una y otra vez, a las objeciones del droide de
vuelo—. Y… ya está. Que tenga un buen viaje, general. No
tenga prisa en volver.
—Trataré de no echarte mucho de menos, cariño. Un placer,
como siempre. Solo fuera.
No mucho después de eso, el holo de su supervisor cobró vida,
a un sexto de escala, en la zona de visualización a su derecha.
—Esto es de lo más irregular —dijo severamente—. ¿El
general Solo te proporcionó un plan de vuelo?
—No.
—¿Tiempo estimado de regreso?
—No.
—¿Destino? —Casi era un alarido.
—No podría decirle. Pero ningún lugar de este sistema. Entró
en el hiperespacio hace unos veinte minutos.
En el transcurso de una vida pasaban cosas extrañas:
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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: El último en pie: El Relato de Boba Fett

Cuando comenzó su carrera como cazarrecompensas, Boba


Fett jamás había oído hablar de ese lugar… Tatooine. Pero ese
pequeño e insignificante planeta desértico acabó
convirtiéndose en parte de la vida de Fett, y en el transcurso
de los años continuó colándose en ella. Jabba el hutt estableció
su cuartel general allí; Luke Skywalker, como Fett descubrió
muchos años después, había crecido efectivamente en
Tatooine.
El peor desastre de su vida tuvo lugar allí, su caída a la Gran
Fosa de Carkoon, en las fauces del sarlacc.
Dos años atrás, Tatooine había vuelto a irrumpir en la vida de
Fett. Cuatro mercenarios, dos de ellos devaronianos, entraron
en un bar de Mos Eisley. Uno de los mercenarios devaronianos
reconoció, o creyó haber reconocido, al Carnicero de
Montellian Serat. La identificación pudo no haber sido
acertada; el viejo devaroniano al que había señalado mató
inmediatamente a los cuatro mercenarios, y nadie pudo
interrogarle al respecto.
El viejo devaroniano había desaparecido, fuera de Tatooine…
y Fett le había rastreado. Hasta allí, Peppel, un mundo casi tan
alejado de Coruscant como Tatooine.
El objetivo. Kardue’sai’Malloc, el Carnicero de Montellian Serat.
Había una recompensa de cinco millones de créditos por el
Carnicero, cinco millones de créditos para su fondo de
jubilación.
Boba Fett ya no era el hombre que una vez fue. Su pierna
derecha, desde por debajo de la rodilla, era artificial. Sólo un
tratamiento médico constante impedía que desarrollara cáncer;
los días que había pasado en el vientre del sarlacc habían
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Daniel Keys Moran

alterado permanentemente su metabolismo, lo habían dañado


genéticamente hasta tal punto que no podría haber tenido
hijos aunque hubiera querido; su estructura celular no siempre
se regeneraba del modo que se suponía que debía hacerlo.
Por no hablar de los recuerdos que albergaba del sarlacc y de
la sopa genética del sarlacc, recuerdos que no siempre eran los
suyos propios.
Fett esperaba, con el vientre sobre el frío barro, desnudo
excepto por los calzones que mantenían sus partes privadas
decentemente cubiertas, con flechas en un carcaj cruzado a su
espalda, un arco en una mano, y un cuchillo de cristal dentro
de una vaina de cuero. Malloc —o Labria, el nombre que había
estado usando durante el último par de décadas— era más
falso y peligroso de lo que nadie hubiera imaginado jamás. Fett
descubrió que se había creado una reputación en Mos Eisley:
Labria, el peor espía de la ciudad. Era un borracho, y nadie lo
respetaba, no lo temía, hasta el día en que mató a cuatro
mercenarios en la flor de su vida.
Estaba oscureciendo. Fett esperaba, tiritando, preocupándose.
Algún tipo de luz artificial brillaba en la única ventana de la
choza. El contenido metálico de su pierna artificial era bajo,
pero Fett no sabía lo bueno que era el sistema de seguridad
del Carnicero; todo lo que sabía era que estaba allí. Se había
deslizado entre trampas de cable y de luz; había reptado,
centímetro a centímetro, pasando parpadeantes sensores de
movimiento.
Si no hubiera habido algún tipo de sensor barriendo el claro,
Fett habría quedado sorprendido. Esa era la razón por la que

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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: El último en pie: El Relato de Boba Fett

no llevaba puesta la armadura ni había traído armas más


modernas.
Las luces de la choza se apagaron. La choza no tenía
instalación de cañerías; la noche anterior, a esa hora, Malloc
había esperado varios minutos después de apagar su luz,
dejando que sus ojos se aclimatasen a la oscuridad, supuso
Fett, antes de salir al exterior.
Fett se llevó la mano a la espalda, extrajo una flecha, y tensó
el arco. Era un arco compuesto, que requería un mínimo
esfuerzo después de haberlo tensado; Fett apuntó y esperó.
La noche anterior a esa hora Malloc había salido al exterior
para aliviarse. Fett no sabía sobre devaronianos tanto como
debería (aunque había estudiado un gráfico anatómico de los
devaronianos; no quería disparar al tipo en el lugar
equivocado). Era posible que sólo se aliviaran una vez a la
semana. Si es era el caso, iba a tener que pensar otro modo de
enfocar…
La puerta se abrió, y la presa apareció en el umbral
sosteniendo su rifle de asalto con ambas manos, dio un rápido
paso al exterior, al porche, y luego salió del porche hacia el
costado de la casa más cercano al escondite de Fett. Fett siguió
a Malloc mientras este avanzaba hacia el retrete al aire libre
que el devaroniano había cavado para sí, a diez metros de
distancia de la choza. Esperó a que Malloc se apartara la ropa
y se aliviara… y luego esperó hasta que hubo acabado y
volviera a arreglarse la ropa.
Necesitaba mantener a éste con vida, y Fett había disparado a
demasiados individuos, de todas las especies, para disparar a
alguien antes de que él, ella, o ello, se hubiera vaciado. Alguien
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Daniel Keys Moran

tenía siempre que limpiarlo todo después, y generalmente era


la persona que no estaba encadenada.
Fett dejó que el tipo se levantara de su retrete, dando la
espalda a Fett, y disparó a Malloc en la parte alta de la espalda.
Se levantó y comenzó a correr, medio tambaleándose él
también, corriendo con piernas que aullaban de dolor, mientras
Malloc se trastabillaba hacia delante, emitiendo algo que
lograba mezclar un grito y un rugido. Fett se acercó a Malloc y
rodó agachándose, y con el cuchillo pegó un tajo en el tendón
de la corva de la pierna derecha de Malloc. Malloc cayó hacia
delante, de rodillas, echando todavía las manos atrás para
tratar de arrancarse la flecha del hombro.
Fett lo empujó hacia delante, contra el muro de la choza, agarró
a Malloc por uno de sus cuernos y tiró de la cabeza hacia atrás,
poniéndole el cuchillo contra la garganta.
—Si te mueves, te mato —susurró con voz ronca.
La choza apestaba.
Kardue’sai’Malloc, el Carnicero de Montellian Serat, estaba
sentado apoyado contra la pared. Ya no tenía la flecha clavada
en la espalda, pero la herida aún sangraba, y luchó contra las
ataduras que mantenían sus manos detrás de su espalda.
La choza era espaciosa; el tamaño de la choza era una de las
cosas que dio que pensar a Fett. Se preguntó qué ocultaría el
Carnicero en su interior… principalmente, se preguntaba qué
armas podría tener guardadas allí dentro, esperando a la
persona equivocada.
Pero no había armas, excepto el rifle que el Carnicero llevaba
consigo.

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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: El último en pie: El Relato de Boba Fett

Fett ya sabía que los devaronianos eran carnívoros; de no


haberlo sabido, el contenido de la choza lo habría confirmado.
Los cuerpos de media docena de animales colgaban abiertos
en canal a lo largo del muro más alejado. En un rincón de la
habitación se alzaba una pila de huesos y conchas a los que se
les había arrancado prácticamente toda la carne. Decenas de
botellas vacías se mezclaban entre ellos.
En la esquina opuesta estaba el pozo donde Malloc había
dormido; y varias decenas de botellas más, aún llenas de Oro
de Merenzane, alineadas en la tarima junto al pozo.
Fett no se había molestado aún en mirar nada excepto los
controles del sistema de seguridad. Por lo que pudo ver, todo
era seguridad pasiva, nada que disparara a la Esclavo IV si la
hacía aterrizar en el claro que había a pocos kilómetros
siguiendo el camino. Satisfecho al fin, se volvió hacia su presa.
—En pie. Vamos a caminar un poco. Tengo que dejar la señal
fuera del alcance de tus sensores.
Malloc hizo una mueca, mostrando sus dientes afilados. Era
alto para la media devaroniana, lo que lo hacía muy alto para
la media humana. Hablaba en básico con menos acento que el
propio Fett.
—No. No creo que pueda.
Fett sopesó el rifle de asalto del hombre y se encogió de
hombros.
—Los devaronianos sois duros; sé eso acerca de vosotros. No
entráis en shock y no morís con facilidad. Caminarás… o te
quemaré los brazos y las piernas para hacerte más ligero, y
entonces te arrastraré hasta donde vayamos. —Fett hizo una

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Daniel Keys Moran

pausa—. Tú eliges. —Mátame —dijo con cansancio la presa—


. No voy a caminar.
—Haré algo peor que matarte —dijo Fett pacientemente… le
dolía la rodilla izquierda, toda su pierna derecha le quemaba
desde la prótesis hacia arriba, y realmente no quería arrastrar
durante dos kilómetros a ese devaroniano tan grande, ni
siquiera después de aligerarlo.
Malloc dejó caer la cabeza hacia atrás, apoyándola en la pared
a su espalda.
—¿Sabes qué estás haciendo, cazarrecompensas? ¿Sabes
siquiera quién soy?
Fett disparó una rápida ráfaga a la pared junto a la cabeza de
Malloc, para captar su atención: tan sólo chamuscó ligeramente
las tablas de madera húmeda.
—Escucha. Soy Boba Fett. —Había pasado una generación
desde que alguna de sus presas no llegara a reconocer su
nombre; esto hizo que los ojos del tipo cobraran vida.
Miedo, supuso Fett—. Y tú eres Kardue’sai’Malloc, el Carnicero
de Montellian Serat, y vales cinco millones de créditos. Vivo. Y
nada muerto, así que no lograrás enfadarme para que te mate.
—Boba Fett —susurró. Miró fijamente al rostro de Fett—. Eres
un feo ave de presa… Había escuchado que ibas por mí.
Fett no lograba creerse cuánto estaba teniendo que hablar
para evitar arrastrar a ese tipo durante dos clics.
—Sí. Entonces tendré que quemarte… —Dicen que eres
honrado.
Fett sabía reconocer el comienzo de una negociación cuando
lo oía.

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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: El último en pie: El Relato de Boba Fett

—¿Qué tienes? ¿Algo que merezca la pena cambiar por cinco


millones de créditos? Malloc miró fijamente a Fett, buscando
algo en sus rasgos… Fett no lograba imaginar el qué. Tomó
aliento, hizo una mueca de dolor, y luego asintió.
—Sí. Por el Frío, que lo tengo. Algo que fácilmente vale cinco
millones de créditos. Tal vez más. Algo invaluable, Fett… —
¿Qué? —dijo Fett con impaciencia.
—Kang —susurró Malloc—. Maxa Jandovar, Janet Lalasha.
Milagro Meriko… Fett reconoció el último nombre, y supo que
ese idiota le estaba mintiendo.
—Meriko murió bajo custodia imperial hace veinticinco años,
estúpido embustero, y la recompensa por él era de veinte mil
créditos, ni por asomo cinco millo…
—¡Música! —aulló Malloc. Miró fijamente a Fett—. ¡Bárbaro
incivilizado! ¡Música!
Tengo la música de Maxa Jandovar, y de Orin Mersai.
M’lar’Nkai’kambric. —Respiró
profundamente y volvió a gritar—. Lubrics, Aishara, Dyll…
Harto, Fett negó con la cabeza.
—No. No, no me importa tu música. ¿Te levantarás ahora? ¿O
debo cortarte en pedazos y arrastrarte?
El Carnicero echó la cabeza hacia atrás y observó el techo. La
luz golpeaba sus ojos de depredador y rebotaba brillante en
ellos.
—Por el Frío —murmuró—, qué ignorante eres. Eres ignorante
incluso para ser humano. Hay gente que pagaría por esa
música, Fett. Tengo las únicas grabaciones que quedan de
media docena de los mejores músicos de la galaxia. El Imperio
mató a los músicos, destruyó su música…
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Daniel Keys Moran

—¿Cinco millones de créditos? —dijo amablemente Fett. El


Carnicero dudó un segundo de más.
—Más que eso…
Fett apuntó con el rifle a las piernas del Carnicero.
—La negociación ha terminado. Te arrastraré si me obligas —
dijo, y no bromeaba.
Malloc cerró los ojos, y habló justo un instante antes de que
Fett decidiera comenzar a cortar.
—Caminaré. Pero tienes que prometerme tres cosas.
Desenterrarás mis chips de música, están en una caja enterrada
en la tierra ahí fuera a pocos centímetros de profundidad.
Después de que me entregues en Devaron, llevarás esos chips
a la persona que yo te diga que se los lleves, y se los venderás
por lo que ella pueda ofrecer. Y por último… —Señaló con la
cabeza hacia las botellas de licor dorado—. Nos llevaremos con
nosotros seis de esas. Voy a necesitarlas. —Vio cómo Fett
negaba con la cabeza—. Esto no es una negociación, humano
ignorante —dijo secamente—. Comienza a disparar si crees
que es lo que tienes que hacer, pero te advierto que haré todo
lo que pueda para morir bajo tu custodia entre aquí y Devaron.
Últimamente tengo una mala racha, cazarrecompensas.
La caza de recompensas, pensó agotado Boba Fett, ya no es
lo que solía ser. Sacudió el rifle ante Malloc.
—Bien. De acuerdo. Levántate… y enséñame dónde está
enterrada tu maldita música. —Bienvenido a Muerte, caballero
Morgavi. ¿Tiene algo que declarar?
Como venía siendo cada vez más frecuente, al menos cuando
trataba con otros humanos, el agente de aduanas que se
encontraba ante Han Solo, bajo el brillante sol de
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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: El último en pie: El Relato de Boba Fett

Jubilar, parecía… bueno, a Han le parecía más joven de lo que


le pareció Luke Skywalker la primera vez que Han lo vio a él.
Una sonrisa asomó al rostro de Han; no pudo evitarlo.
—No. Nada que declarar.
El muchacho miró al Halcón, y luego otra vez a Han. La
suspicacia se abrió paso en su rostro como un bebé dando sus
primeros pasos.
—¿Nada? —preguntó al fin.
A pesar de sus mejores instintos, la sonrisa de Han se
ensanchó.
—Lo siento, no. Sólo he venido a Jubilar de visita. —El
muchacho pensaba que él era un contrabandista—. Creo que
iré un rato al bar del puerto —dijo—. Supongo que ahora
mismo querrá registrar la nave.
La sonrisa parecía estar ofendiendo al agente de aduanas.
—Sí, señor. Usted podría… esperar en el bar. Mientras
registramos. Por supuesto, si tiene prisa… —El hombre hizo
una pausa.
Han Solo trató de recordar la última vez que había sobornado
a un oficial de aduanas, y no pudo.
—No he pasado nada de contrabando desde, bueno,
prácticamente antes de la rebelión —dijo Han al tipo. Comenzó
a dirigirse hacia la terminal principal, y se volvió un instante—
. Hay compartimentos de carga justo debajo de la cubierta
principal. Pero los he dejado desbloqueados. No rompan nada
al tratar de abrirlos, ¿de acuerdo?
El agente de aduanas se le quedó mirando mientras se
marchaba.
—Tomaré una cerveza —dijo Han—. Corelliana, si tiene.
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Daniel Keys Moran

El bar del puerto estaba prácticamente vacío; sólo unos viejos


gamorreanos sentados juntos en un reservado al fondo,
jugando a algún juego que implicaba lanzar unos huesos, y una
criatura de alguna raza que Han no había visto nunca antes
sentada al fondo de la barra, inhalando algo que, incluso desde
allí, apestaba a amoniaco.
El camarero echó un vistazo a Han, asintió, y se volvió hacia la
barra. Un largo espejo colgaba en la pared detrás de la barra;
Han se miró a sí mismo en él. Pensó que el gris de su cabello
le daba un aire distinguido.
—Creía que esta ciudad se llamaba «Lenta Agonía» —dijo Han
cuando posaron ante él una cerveza oscura—. ¿Cuándo cambió
de nombre?
El camarero se encogió de hombros.
—Que yo sepa, siempre se ha llamado «Muerte».
—¿Cuánto tiempo lleva en el planeta?
—Ocho años.
—¿Por qué?
El camarero le miró fijamente.
—Acepte un consejo: no haga esa clase de preguntas por aquí.
—Sacudió la cabeza y dio media vuelta.
Han asintió, y se sentó a beber su cerveza; él había sabido eso,
una vez. Un pensamiento cruzó su mente.
—Eh, colega.
El camarero miró hacia él.
—Sólo por curiosidad —dijo Han…
Hizo una pausa y miró al bar casi vacío a media tarde. Se inclinó
hacia el camarero.

LSW 438
Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: El último en pie: El Relato de Boba Fett

—Ahora que la especia es legal… ¿qué clase de cosas se


suelen pasar de contrabando por aquí, hoy en día?
El viaje a Devaron duró tanto que la herida del hombro de
Malloc casi estaba curada cuando se acercaron a la salida del
hiperespacio, aunque la pierna estaba empezando a infectarse,
y ninguno de los medicamentos que tenía Fett parecía ser de
ayuda; Fett esperaba sinceramente que la herida no matara al
tipo antes de llegar a Devaron.
Fett había enviado previamente un comunicado al Gremio de
Cazarrecompensas. Normalmente no se habría molestado en
involucrar al Gremio; pero normalmente no tenía una
adquisición de cinco millones de créditos. Un representante del
Gremio estaría esperando en Devaron cuando llegaran.
Fett mantuvo al Carnicero encerrado en la celda de detención
de la Esclavo IV durante la mayor parte del viaje.
En los minutos restantes que quedaban antes de salir del
hiperespacio, Fett se vistió. La armadura de combate
mandaloriana que vestía no era la armadura que había llevado
años atrás; esa armadura, rota y quemada, aún seguía en
alguna parte del interior dla Gran Fosa de Carkoon, en
Tatooine. Pero las armaduras de combate mandalorianas,
aunque inusuales, todavía podían adquirirse si sabías dónde
buscar. Durante años Fett había estado oyendo hablar de otro
cazarrecompensas que llevaba armadura de combate
mandaloriana, un tipo llamado Jodo Kast. Eso le molestó
terriblemente. Con cierta frecuencia, durante esos años, Fett se
encontró siendo culpado o reconocido por cosas que había
realizado Kast.

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Daniel Keys Moran

Menos de un año después de escapar del sarlacc, Fett rastreó


a Jodo Kast a través del Gremio de Cazarrecompensas. Fingió
ser un cliente, disfrazado con vendajes; su propio Gremio no lo
reconoció. Solicitó los servicios de Kast, y Kast llegó; para
entonces Fett se había puesto su propia armadura de repuesto,
apoderándose de la armadura del impostor, y también de su
vida.
Antes de que la nave abandonara el hiperespacio, Fett llevó al
Carnicero a la sala de control y lo colocó en la silla más cercana
a la esclusa. Malloc sudaba profusamente, luchando con su
miedo. Se había bebido sus primeras cinco botellas al principio
del viaje; Fett había reservado la sexta botella para ese
momento. Fett sujetó a Malloc por los tobillos y por la mano
derecha; dejó sin encadenar la mano izquierda del
devaroniano, para que Malloc pudiera beber. Una vez quedó
satisfecho con las ataduras de Malloc, Fett desprecintó la
última botella de Oro de Merenzane y se la tendió a Malloc. No
era una cuestión de amabilidad por parte de Fett; si evitaba
que Malloc se revolviera durante el traspaso a las autoridades
devaronianas, mejor dejarle beber.
Apenas se habían hablado el uno al otro en todo el viaje. Malloc
se llevó la botella a los labios y tomó tres, cuatro tragos, antes
de hablar.
—¿Cuánto falta?
Fett echó un vistazo a sus controles.
—Seis minutos para salir del hiperespacio. Al menos veinte
antes de que enlacemos con la lanzadera que te llevará a tierra.
—Hizo una pausa—. Tiempo suficiente para que te termines la
botella, si te aplicas a ello.
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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: El último en pie: El Relato de Boba Fett

—¿Sabes lo que van a hacerme?


—Te arrojarán, aún con vida, para ser devorado por una
manada de quarra hambrientos. —Fett hizo una pausa—.
Animales de caza domesticados… esta práctica es una de las
cosas que impidieron que Devaron se uniera a la Nueva
República, según tengo entendido.
Malloc asintió, un poco convulsivamente, y tomó otro trago.
—Es una forma horrible de morir. Una vez lo vi, cuando era un
niño. Tenías razón Fett, nosotros los devaronianos no morimos
fácilmente. Los quarra van primero al vientre, la carne blanda.
Pero el condenado no muere de eso. Puede que mordisqueen
tus orejas, o tus ojos o tus cuernos, pero eso tampoco te mata.
Si tienes suerte, el quarra te desgarra rápidamente la garganta.
Echas la cabeza hacia atrás exponiendo la garganta, y si tienes
suerte…
—Aquella vez que lo viste hacer —preguntó Fett con
curiosidad—, ¿qué había hecho el condenado?
Malloc miró fijamente el líquido dorado en su mano libre, y
tomó otro rápido sorbo.
—No creo que haya una palabra exacta para ello, en básico.
Fue a cazar, durante una hambruna, capturó a su presa… y se
alimentó a sí mismo, y a su quarra. No llevó comida al resto de
la tribu. —Alzó la mirada hacia Fett—. ¿Sabes lo que hice yo?
Fett echó un vistazo a sus instrumentos. Faltaban varios
minutos para salir del hiperespacio; mejor dejarle hablar.
Volvió la mirada hacia Malloc.
—Sí.
—Yo era un buen servidor del Imperio —dijo el Carnicero—.
Mi propio pueblo se alzó en rebelión. Enviaron mi comando
LSW 441
Daniel Keys Moran

para cazarlos. Y lo hice, Fett. Los perseguí por las tierras del
norte, y los atrapé en la ciudad de Montellian Serat. Los
bombardeamos hasta que se rindieron…
Fett asintió.
—Y después de aceptar su rendición, los ejecutaste. A los
setecientos.
—El Imperio nos ordenó avanzar. Reforzar a las tropas leales
que luchaban justo al sur de nosotros. No íbamos a dejar atrás
tropas para vigilar a los prisioneros… y ciertamente no íbamos
a dejar con vida a ninguno de ellos.
—No te dijeron que ejecutaras a los prisioneros.
—No tuvieron que hacerlo. —Malloc bebió de nuevo, un trago
largo, haciendo que el nivel de la botella bajara
considerablemente—. Duró menos de cinco minutos, Fett. Los
colocamos en un redil y comenzamos a dispararles. Ellos
gritaban, y gritaban, y gritaban. Seguimos disparando hasta
que los gritos pararon. Estaba siguiendo órdenes —dijo, casi
pidiendo perdón.
—Lo sé.
—Dicen que eras el cazarrecompensas preferido de Darth
Vader.
—Sí.
—¿No tienes ninguna lealtad hacia lo que eras? —Un toque de
genuina rabia brilló en la desesperación de Malloc—. ¡Hice el
trabajo del Imperio, tío! ¿Es que eso no cuenta para nada?
Fett pensó en ello.
—Ojalá —dijo finalmente— el Imperio no hubiera caído. —
Asintió con la cabeza, recordando—. Sí —dijo suavemente—.
Solía disfrutar más de mi trabajo.
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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: El último en pie: El Relato de Boba Fett

La desesperación se apoderó del Carnicero… se derrumbó,


como si alguien acabara de duplicar la gravedad artificial de la
Esclavo IV. Siempre creían que podían negociar, o suplicar,
hasta el último momento. Malloc no había tenido ocasión de
hacer la siguiente pregunta; la hizo entonces. Prácticamente
todas las adquisiciones de Fett, si se les daba la oportunidad,
la hacían…
—¿Cómo me atrapaste?
Un minuto para la salida del hiperespacio. Fett señaló con la
cabeza la botella que Malloc sostenía.
—Rastreé las ventas de Oro de Merenzane por todo el sector
en el que se encuentra Tatooine. Decían, en el bar que
frecuentabas en Tatooine, que era tu bebida favorita.
Malloc lo miró fijamente.
—¿Esa bazofia que bebía en Tatooine? ¡Eso no era Oro de
Merenzane, idiota, no sirven Oro de Merenzane en bares como
ese, sólo sirven líquidos de botellas a las que una vez, hace
eones, alguien que había oído hablar del Merenzane miró
fijamente! ¿Es que no sabes nada sobre licores? —preguntó
desesperado—. ¿No tienes ni un solo vicio civilizado?
Fett negó con la cabeza.
—No. No bebo, ni consumo ninguna otra droga. Son un insulto
para la carne.
—Así que me diste caza porque pensabas que todos esos años
que pasé en Tatooine bebí Oro de Merenzane. Fett, sólo bebí
un vaso de Oro de verdad en todo el tiempo que estuve en esa
miserable excusa de planeta. —Malloc sacudió la cabeza con
incredulidad y tomó otro trago de la botella—. Por el Frío. No

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puedo creer que me haya atrapado un pastor de nerfs como


tú.
El túnel hiperespacial se fragmentó a su alrededor; Fett se
apartó de Malloc, volviendo a sus controles.
—A la realidad —dijo Fett— no le importa si crees en ella.
Malloc arrojó la botella, por supuesto. El sistema de seguridad
la hizo volar en pedazos con un único disparo de bláster. Los
fragmentos de la botella golpearon la parte trasera del casco
de Fett; el líquido salpicó su armadura.
—Deberías habértelo bebido —dijo Fett. No tenía que mirar a
Malloc para saber la gris desesperación que cruzaba su rostro.
La había visto antes, un millar de veces.
Fett se acopló con la lanzadera, en órbita sobre Devaron.
El representante del Gremio cruzó el primero. Fett estaba junto
a la entrada principal, rifle en mano, apuntando con él al
representante mientras este entraba.
El representante era Bilman Dowd, un humano alto, delgado y
anciano, de conducta severa y aparentemente sin sentido del
humor; llevaba en el Gremio más tiempo incluso que Fett, lo
que era un logro considerable la edad que ya tenía este último.
—Cazador Fett —dijo, bastante cortésmente.
—Dowd.
Dowd echó un vistazo al Carnicero. Kardue’sai’Malloc estaba
sentado inmóvil, mirando fijamente al frente. No parecía ser
consciente de la presencia de Dowd. —Este es el Carnicero,
¿no es así?
—Eso creo.
Dowd asintió. Llevaba consigo una pequeña tableta con varios
controles y pulsó uno en ese momento.
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—Pueden cruzar —dijo al aparato.


La esclusa de la Esclavo IV realizó el ciclo de nuevo; entraron
cuatro devaronianos, dos de ellos vistiendo ropas militares, con
rifles que llevaban apuntando a la cubierta de la Esclavo IV. La
tercera era una hembra devaroniana, joven, con una túnica
dorada y un tocado de oro; el cuarto, con una túnica similar en
corte a la de la mujer, pero en negro, era un devaroniano más
mayor, tal vez de la edad del Carnicero.
Los cuatro vacilaron al ver a Fett, con su rifle apuntado hacia
ellos…
Dowd hizo un gesto a la mujer y dijo algo en devaroniano. Fett
nunca antes había oído hablar ese lenguaje; era grave y gutural
y lleno de consonantes que parecían gruñidos. Sonaba como
una invitación a la lucha.
La expresión de la mujer no cambió. Cruzó hasta el lugar donde
se encontraba Malloc; Fett había vuelto a sujetar su mano
izquierda antes de permitir que nadie subiera a bordo. Se
arrodilló frente a Malloc, examinando al tembloroso prisionero
como si estuviera inspeccionando un animal en el mercado. La
piel de Malloc había adquirido una tonalidad azulada; Fett
supuso que era algo que les ocurría a los devaronianos cuando
estaban muertos de miedo.
La mujer se puso en pie y asintió abruptamente. Habló en
devaroniano…
—Dice que es su padre —dijo Dowd.
Fett asintió; esa era la razón por la que la recompensa había
sido «Vivo», en lugar de «Vivo o Muerto». Ese cambio se
produjo apenas unos años antes; los devaronianos ya no

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estaban seguros de que se pudiera reconocer al Carnicero,


estando muerto.
—Le pagamos ahora —dijo secamente el devaroniano de más
edad, en un básico bastante pobre.
Dowd tendió su tableta al devaroniano. El devaroniano posó la
palma de su mano contra la tableta, y dijo varias palabras en
devaroniano. Dowd recogió la tableta, pulsó dos de los
controles en rápida sucesión, y se volvió hacia Fett.
—Se te ha pagado.
Esa no era la clase de cosas por las que Fett aceptase la
palabra de nadie; retrocedió varios pasos, con el rifle todavía
apuntando al grupo, y miró ligeramente a un lado. En un
holocampo al borde del panel de control, un enlace en directo
al Banco del Gremio mostraba el balance actual en la cuenta
numerada de Fett… C:4.507.303.
Cinco millones de créditos, menos la comisión del 10% del
Gremio, más los siete mil trescientos tres créditos que Fett
tenía previamente en la cuenta; los negocios habían ido mal en
los últimos años.
El alivio que inundó a Fett al verlo fue la emoción más fuerte,
aparte de la ira, que había sentido en al menos una década.
Podría permitirse hacerse un clon de repuesto para la parte
inferior de su pierna derecha; podría permitirse los
tratamientos para el cáncer que le habían estado arruinando.
—Llévenselo —dijo Fett, apenas consciente de que lo estaba
diciendo—. Es suyo.
Levantaron al Carnicero de la silla a la que estaba atado, sin el
menor atisbo de amabilidad.

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—¡Haz lo que prometiste! —gritó a Fett, en básico, mientras lo


ponían en pie.
Conforme lo arrastraban hacia la esclusa, le miró con ojos
totalmente enloquecidos—. ¡Te harás cargo de mi música!
Después de que se hubieron ido los devaronianos, Dowd
permaneció con su tableta, mirando a Fett con abierta
curiosidad. Fett estaba sentado en el asiento del piloto, todavía
sujetando su rifle, con el que apuntaba en la dirección general
en la que se encontraba Dowd.
—Te retirarás —dijo Dowd—, supongo.
Fett se encogió de hombros. —No he pensado en ello.
Dowd asintió con la cabeza. —¿Qué quiso decir… con eso de
la música?
—Tenía una colección de música. Música reprimida por el
Imperio, al parecer. Me pidió que se la entregara a una mujer
que se encargaría de que esa música se publicase.
Dowd arqueó una ceja.
—¿Vas a hacerlo?
—Dije que lo haría.
Dowd sacudió la cabeza.
—Eres un tipo extraño.
El comentario no ofendió a Fett; Dowd había hecho antes esa
observación, y más de una vez, a lo largo de las décadas que
llevaban conociéndose. Dowd llevó la mano al bolsillo de su
abrigo, y Fett se estremeció, levantando ligeramente el rifle.
Dowd mostró una fina sonrisa.
—Tengo un chip de mensaje para ti. Un mensaje que llegó a la
sede del Gremio. ¿Lo quieres?

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—Déjalo en la cubierta —dijo Fett—, y vete. Estoy muy


cansado.
El mensaje era sorprendente.
El código de encriptación era tan antiguo que Fett tuvo que
profundizar en los archivos de su ordenador para encontrar la
clave adecuada. Tenía por costumbre, desde hacía muchos
años, entregar a sus informantes códigos de encriptación
siguiendo una secuencia numerada; los últimos cinco dígitos
del mensaje eran 00802, lo que hacía que tuviera al menos
veinte cinco años de antigüedad; los números de encriptación
actuales de Fett comenzaban muy por encima de 12.000.
Descargó la clave de encriptación para el protocolo 802, y
descodificó el mensaje.
Era breve. Decía:
Han Solo está en Jubilar – Incavi Larado.
En toda una vida de cazador de recompensas, raramente Boba
Fett, hablando con otros, había dicho dos palabras cuando
bastaba con una. No hablaba consigo mismo, nunca…
—Una reliquia del pasado —dijo Boba Fett en voz alta.
De camino a Jubilar, Boba Fett reprodujo la música que el
Carnicero de Montellian Serat había considerado que era más
importante que su propia vida.
Había más de quinientos chips de datos en el maletín de
transporte que el Carnicero había enterrado; cada chip tenía
capacidad para almacenar casi un día entero de música. Fett
abrió el maletín, extrajo uno al azar, y lo conectó.
Los sonidos que lo rodearon eran… diferentes, tuvo que
admitirlo. Atonales, chocantes, y absolutamente desagradables

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al oído. Sacudió la cabeza, extrajo el chip, y decidió probar con


otro más.
Un largo silencio después de que insertara el chip. Fett esperó
y, finalmente, alargó la mano para sacarlo…
El sonido luchaba en los límites de lo audible. Fett quedó
congelado en el movimiento de alcanzar el chip, esforzándose
por escuchar. El susurro creció para convertirse el debilísimo
sonido de un instrumento de viento madera, y entonces una
aguda trompa se unió, tocando el contrapunto…
Fett dejó caer la mano, y se reclinó en su asiento, escuchando.
Una voz que a Fett le pareció femenina, pero que por lo que
Fett sabía podría haber sido un macho humano, o algún
alienígena de una docena de sexos distintos, se unió,
entretejiéndose con los instrumentos, cantando bellamente en
un lenguaje que no significaba nada para Fett, un lenguaje que
nunca antes había escuchado.
Después de un instante, alcanzó su casco y se lo puso.
—Luces fuera —dijo un rato después.
Permaneció allí sentado, en la fría cabina, de camino a Jubilar
para matar a Han Solo, escuchando en la oscuridad la única
copia disponible, en cualquier lugar de la galaxia, del último y
legendario concierto de Brulliam Dyll.
En las heladas tierras septentrionales de Devaron, bajo los
oscuros cielos azules que habían perseguido en sueños a
Kardue’sai’Malloc durante más de dos décadas, unos diez mil
devaronianos se habían reunido en el Campo del Juicio fuera
de las ruinas de la antigua ciudad santa de Montellian Serat, la
ciudad que Malloc había bombardeado hasta dejarla en su
actual estado.
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Era un hermoso día de finales de la estación fría, con una brisa


helada del norte, y nubes pálidas deslizándose a gran altura en
los cielos oscuros. Los soles podían verse bajos sobre el
horizonte meridional; las Montañas Azules se alzaban al norte.
Malloc apenas era consciente de los devaronianos que lo
rodeaban, los miembros de su familia vestidos con ropas de
luto, mientras lo empujaban entre las multitudes hacia el pozo
donde esperaban los quarra.
Escuchaba gruñir a los quarra, escuchaba el gruñido cada vez
con más fuerza conforme se acercaban al pozo.
Su hija y su hermano caminaban a escasos pasos detrás de él.
Malloc recordó que una vez tuvo una esposa; se preguntó por
qué no estaba allí.
Tal vez hubiera muerto.
Una docena de quarra en el pozo, escuálidos y hambrientos,
saltaron hacia el lugar donde los guardas que empujaban a
Malloc le habían hecho parar.
Los devaronianos no eran criaturas dadas a ceremonias:
—¡El Carnicero de Montellian Serat! —gritó un pregonero, y los
gritos de la muchedumbre se alzaron y rodearon a Malloc, un
inmenso rugido que ahogaba el ruido de los gruñidos de los
quarra; las ataduras que lo retenían fueron soltadas, y unas
manos jóvenes y fuertes lo empujaron hacia delante,
lanzándolo al pozo donde aguardaban los quarra hambrientos.
Los quarra saltaron, y sus dientes estuvieron clavados en él
antes de que pudiera tocar el suelo.
Podía ver las Montañas Azules desde donde cayó.
Casi había olvidado las montañas, los bosques, durante todos
esos años en ese mundo desértico.
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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: El último en pie: El Relato de Boba Fett

Oh, qué hermosos eran los árboles.


Echa la cabeza hacia atrás.
Obligaron a Han a comprar el deslizador; en Jubilar no eran
muy dados a alquilar. Con demasiada frecuencia, los bienes
alquilados, y/o las personas que los alquilaban, no regresaban.
En las primeras horas del crepúsculo, Han detuvo el deslizador
en la dirección que le habían dado, y bajó del vehículo para
mirar a su alrededor.
Casi treinta años.
Se sentía tan extraño: todo había cambiado. Lugares que
recordaba como edificios bien conservados se encontraban en
ruinas, lugares que estaban en ruinas habían sido demolidos y
nuevos edificios se alzaban en su lugar. Los suburbios se
habían extendido por todas partes; las interminables batallas
del planeta habían arrasado barrios enteros.
El vecindario que rodeaba al Foro Victoria, donde Han había
luchado en el espectáculo Todos-Contra-Todos Sólo-Humanos
del Sector Regional Número Cuatro, era una ruina total.
Parecían los restos de alguna civilización antigua, desgastados
por el paso de los eones. Los pequeños edificios que rodeaban
el Foro tenían las ventanas rotas y tapadas con tablones; por
todas partes mostraban marcas de llamas, proyectiles y fuego
de bláster.
Todo lo que quedaba del propio Foro eran escombros rotos y
esparcidos en un inmenso solar vacío. Han bajó de la acera y
entró al solar. La hierba y la gravilla crujían bajo sus pies
mientras caminaba por él, hacia la entrada principal.

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Permaneció en el solar vacío, mirando la desolación mientras


un viento helado le golpeaba con fuerza… y de pronto tuvo la
sensación de estar allí, en ese momento, tantos años atrás:
… de pie en el ring. Enfrentándose a sus oponentes, con los
gritos, los ánimos y las burlas de la muchedumbre en sus oídos.
Su corazón latía con fuerza y casi le faltaba el aliento cuando
la bandera que marcaba el comienzo del combate cayó
lentamente al suelo, y los otros tres luchadores fueron a por él.
Han realizó un salto con carrera hacia el más cercano. Se elevó
un par de metros sobre el suelo y propinó una patada voladora
en el rostro del primer luchador atacante.
Le rompió la nariz, y la cabeza se desplazó hacia atrás con un
crujido…
Hasta la fecha Han no tenía recuerdos claros de los minutos
siguientes. Habían grabado los combates, y había visto la
grabación; pero el conocimiento de lo que había ocurrido no
conectaba con sus borrosos recuerdos de los propios
acontecimientos. El chico había resultado herido, y herido de
gravedad, saliendo de la lona con un brazo y la mandíbula
rotos, dos costillas fracturadas, y conmociones y magulladuras
por la mitad de su cuerpo; las magulladuras se pusieron
moradas al día siguiente. La mujer que cuidó de Han durante
los días siguientes, ni siquiera podía recordar qué aspecto
tenía, era una mujer extraña, y recordaba cómo había pasado
sus dedos por los cardenales, claramente fascinada…
Aquí. Aquí. Justo… aquí.
Han dejó de caminar. Ese lugar vacío… ése era el lugar. El ring.
Y cuando todo acabó, había sido el último que quedaba sobre
sus pies…
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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: El último en pie: El Relato de Boba Fett

Treinta años. Había pasado más de la mitad de su vida desde


ese día.
Han avanzó un paso, lentamente… Se detuvo y echó una última
mirada a la devastación que le rodeaba, una ruina que se
extendía hasta el horizonte; y luego dio media vuelta y caminó
de regreso al deslizador, se sentó inmóvil en él, recostándose
en el asiento con las manos detrás de la cabeza, contemplando
el cielo mientras la oscuridad caía a su alrededor, recordando.
—Alcaldesa Baker —dijo Han—. Un auténtico placer.
Se había reunido con ella en un almacén de hidropónicos
brillantemente iluminado, en un complejo de almacenes en los
límites de Muerte, en la parte de Muerte que solía llamarse el
Paseo del Verdugo. Había ido preparado; estaba visiblemente
armado con un bláster, tenía un par de blásters de reserva
ocultos en su abrigo, y un tercero en su bota.
No es que esperara tener problemas; eso era un negocio, un
negocio en el que había estado mucho antes de la rebelión, y
sabía lo que se hacía. Pero no convenía correr riesgos, en un
planeta como Jubilar, en una ciudad como Muerte.
Querían que llevara jandarra de contrabando a Shalam… A Han
casi se le escapó la risa cuando el representante de la alcaldesa
se acercó a él; la jandarra era uno de los manjares preferidos
de Leia. Esperaba que incluso ella lo encontrara divertido
cuando apareciera en Shalam con una bodega de carga llena;
y con toda seguridad los shalamitas no se molestarían en
encausarle por ello.
La alcaldesa sonrió a Solo. Era una mujer alta y obesa con
rasgos que no movían a la sonrisa fácilmente. Había presentes
cuatro guardaespaldas; dos en la entrada del almacén y dos
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unos pocos pasos por detrás de la alcaldesa, todos armados


con rifles de asalto. —Caballero Morgavi… Luke, ¿no es así?
Han le dedicó una sonrisa.
—En efecto. Luke Morgavi. Como ya he dicho a su ayudante,
señora, soy un comerciante independiente con base en
Boranda.
Ella asintió.
—Un placer, Luke. Por favor, sígame. —Lo condujo entre
hileras de tanques hidropónicos, hasta una fila hacia el final
donde las luces que lo iluminaban eran más brillantes y de
distinta longitud de onda. Dentro de los tanques crecían
pequeños vegetales tubulares púrpuras y verdes—. Jandarra
—dijo—. Es autóctona de Jubilar; es una gran exquisitez, y
normalmente sólo crece en el desierto después las
relativamente escasas tormentas. Después de casi dos años de
trabajo, hemos conseguido cultivarla… Han asintió.
—Y los shalamitas les han endosado una tasa del 100%.
La rabia invadió su voz.
—Tenemos aquí jandarra por valor de ochenta mil créditos,
que sólo valdrán cuarenta mil después de las tasas shalamitas.
—Esos shalamitas —dijo Han mostrando empatía—. No se
puede confiar en ellos.
También hacen trampas a las cartas, ¿lo sabía? Ella se detuvo
y examinó a Han. —No… caballero Morgavi. No lo sabía.
Tú sí que haces trampas a las cartas, pensó, y evitó que la
sonrisa de placer asomara en su rostro; era tarea difícil. Él
realmente no la reconocía… bueno, treinta años era mucho
tiempo, después de todo, y se había echado sesenta kilos

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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: El último en pie: El Relato de Boba Fett

encima; y su apellido de entonces, antes de su matrimonio con


el desafortunado Miagi Baker, había sido Incavi Larado.
Él le dijo que volvería, y ahí estaba, el infame general Solo de
la Nueva República… y sólo treinta años tarde.
—Por valor de ochenta mil créditos —repitió ella—.
Entregados a los shalamitas. Eso es una ganancia de cuarenta
mil, y estaríamos dispuestos a ir…
—Al cincuenta por ciento —dijo Han educadamente—. Lo que
serían veinte mil créditos, y estaría encantado de hacer el viaje
por esa cantidad.
Ella entrecerró los ojos.
—¿Cree que puede atravesar la armada shalamita?
—Señora —respondió Han—, yo solía atravesar las líneas
imperiales. Me refiero de los antiguos destructores estelares…
deje que le cuente una historia…
Fuera en la oscuridad, Boba Fett yacía sobre su estómago,
apuntando minuciosamente. Tenía que disparar a través de la
entrada principal del almacén de hidropónicos, lo que no
habría resultado difícil de no ser que algunos de los tanques
se encontraban en medio; iba a tener que esperar a que Solo
volviera hacia la entrada del almacén.
Fett aguardaba pacientemente. Estaba sorprendido por su
buena suerte. ¿Quién habría pensado que una trampa que
había tendido tres décadas atrás iba a dar sus frutos ahora?
Buena suerte, desde luego; incluso ahora, tras la caída del
Imperio, Han Solo tenía muchos enemigos. Parientes de Jabba,
oficiales leales al Imperio que habían logrado mantener
pequeños feudos en un millar de planetas por toda la galaxia;
y las diversas recompensas por Solo, vivo o muerto, seguían
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siendo impresionantes, incluso con Vader, Jabba y el Imperio


desaparecidos hace tiempo. Aún merecía la pena hacer un
esfuerzo por ello, incluso con cuatro millones y medio de
créditos en el banco.
Aunque resultara extraño, la visión de Solo —observarle a
través del objetivo del rifle— hizo que a Fett le invadiera una
sensación de nostalgia que le sorprendió. No había dudas en
la mente de Fett de que Solo era un mal hombre, peor en todos
los sentidos que el Carnicero del Montellian Serat; y aunque
esa adquisición no le había dado a Fett ninguna alegría, no
había sentido arrepentimiento alguno al entregar al Carnicero
a sus verdugos.
En cambio, Solo… Fett sintió como una revelación que la
presencia de Solo, a lo largo de las décadas, había sido en
cierto modo extrañamente reconfortante. Había formado parte,
aunque fuera circunstancialmente, de la vida de Fett durante
tanto tiempo que Fett tenía dificultades para imaginarse un
mundo sin él. El mundo había cambiado, una y otra vez, y
únicamente Solo había permanecido constante.
Había cazado a Solo para varios clientes, por varias
recompensas. Fett tenía dificultades para imaginarse un mundo
sin Solo…
… se inclinó hacia delante, y ajustó el anillo de enfoque del
objetivo. La imagen de Solo, y la de la mujer que Fett supuso
que era Incavi Larado, aunque él no pudo reconocerla,
aparecieron con nítido relieve; el dedo de Fett se tensó sobre
el gatillo.
No cometería el error de tratar de capturar a Solo con vida,
otra vez no.
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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: El último en pie: El Relato de Boba Fett

Y aprendería a imaginarse un mundo sin él.


Avanzaron juntos hacia la entrada. La alcaldesa Incavi Baker
sonreía pacientemente, con cierto esfuerzo que a Han no le
pasó inadvertido. Permanecía medio paso por detrás de ella al
caminar, manteniendo parte de su silueta entre él y los muelles
de carga del exterior, donde las luces se habían apagado no
mucho después de que todos hubieran entrado juntos al
almacén. Los muelles de carga del exterior estaban oscuros
como boca de lobo; que Han supiera, bien podrían haber
reunido todo un ejército…
—… entonces el chico —iba diciendo Han—, que se llamaba…
eh, Maris, y el viejo con delirios… Jocko, sí. Bueno, pues ese
tipo, Jocko, cree que es un Caballero Jedi… y déjeme que le
diga, ese viejo con sus delirios de grandeza, era un grano en
el trasero… bueno, pues me dijeron que tenían que atravesar
las líneas imperiales… ¿Qué tenían esperándole ahí fuera?
¿En qué se había metido?
Sabe que algo va mal, pensó Fett. Él…
La línea principal de corriente entraba al almacén por el
nordeste y se dividía, con un conjunto de cables ascendiendo
hacia las luces del techo, y otro que se dirigía hacia los tanques
hidropónicos.
Han hizo girar la muñeca de un modo concreto, y el bláster de
repuesto de su manga izquierda cayó en la palma de su mano.
Boba Fett tenía el punto de mira flotando justo a la izquierda
de la silueta de Incavi Baker mientras esta se acercaba; el punto
de mira encontraba el pecho de Solo, lo perdía, lo volvía a
encontrar. Fett apretó el gatillo…
… las luces del almacén se apagaron…
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El disparo de bláster atravesó la oscuridad como el destello de


un relámpago.
Han se lanzó rodando al suelo, con chispas todavía manando
del punto donde su primer disparo había alcanzado al cable de
corriente. Se alejó rodando mientras disparaba con la mano
izquierda a los lugares donde recordaba que estaban los dos
guardaespaldas más cercanos, apoyándose sobre su mano
derecha, en la que no tenía bláster. Gritos, la mujer estaba
gritando, y logró hacer cuatro disparos con el bláster de
repuesto antes de que fallara, recalentado, con la fuente de
energía brillando al rojo vivo, señalando a Han como un
objetivo ante los demás, y Han dejó de rodar y se puso en pie,
y corrió hacia atrás en la oscuridad, a través de las hileras de
tanques hidropónicos, con puntos de luz bailando ante sus
ojos, palpando con su chamuscada mano izquierda los
costados de los tanques para guiarse, mientras los disparos de
bláster llovían a su alrededor.
En el breve destello generado al arrojar lejos de sí el bláster
de repuesto, vio una silueta corriendo hacia la entrada del
almacén, una silueta salida de las pesadillas de Han Solo, una
silueta salida de la historia más oscura de la galaxia: un hombre
con una armadura de combate mandaloriana.
Incavi Baker yacía sobre su espalda, con la mirada fija en el
infinito. Sentía un horrible dolor en su costado, y sabía que se
estaba muriendo.
Deseaba que no estuviera todo tan oscuro. Luces brillantes
destellaban a su alrededor, disparos de bláster que iluminaban
brevemente el mundo, pero incluso los disparos de bláster se
estaban deteniendo ya.
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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: El último en pie: El Relato de Boba Fett

Una figura surgió de la oscuridad y se arrodilló junto a ella. Un


hombre con armadura gris. Incavi abrió la boca… pero no
emitió sonido alguno, y el hombre se inclinó hacia ella.
Algo frío y afilado tocó su cuello.
Gradualmente, el dolor desapareció.
Un pitido en los oídos.
Los cuatro guardaespaldas estaban muertos; Solo debía de
haber matado al que estaba a su lado, pensó Fett, examinando
la herida que Solo le había dejado. Fett sabía que él sólo había
matado a los tres que aún seguía de pie cuando había entrado
en el almacén, y eso había sido más por acto reflejo que por
otra cosa.
Pero…
Se arrodilló junto a la mujer, sosteniendo su mano, hasta que
cesó su sufrimiento.
En todos sus años como cazarrecompensas, nunca antes había
matado al objetivo equivocado, y sintió un nudo en la garganta
que no había sentido desde el día en que fue exiliado de
Concord Dawn. Sintió un absurdo deseo de pedir perdón a la
mujer, lo que era ridículo, porque ella era tan culpable de
pecado como cualquier otro ser humano lo había sido a lo
largo de toda la historia; Fett la había conocido muchos años
atrás y sabía que no había nada que mereciera la pena en ella
o en su vida, y desde luego la galaxia no echaría de menos su
presencia… Pero él no pretendía matarla.
Ella se estremeció ligeramente y la mano que Fett sostenía
quedó inerte.
Los macrobinoculares integrados en su casco no le eran de
demasiada ayuda, no en esta oscuridad; mostraban los bultos
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aún tibios de los cuatro guardaespaldas, y la mole de esa


anciana muerta; mostraban el calor que aún emanaba de las
lámparas del techo que ahora estaban sin corriente.
Hacia la parte trasera del almacén, una fuente de calor se
movió.
Fett se puso en pie, rifle en mano, y comenzó la Caza.
Armadura de combate mandaloriana.
No he venido preparado para esto, pensó Han. Tenía un rifle
de asalto, arrebatado al guardaespaldas al que había
propinado una patada en la ingle, pero eso no iba a servirle de
mucho, a menos que se acercara a Fett, y eso iba a resultar
difícil con los macrobinoculares del casco de Fett.
Tenía que salir de ese almacén a oscuras, hacia la noche, donde
había lugares a los que correr, y lugares donde esconderse, y
tratar de alcanzar el deslizador en el que había llegado.
Han no podía creerse que le estuviera pasando eso a él.
Se agachó doblando las piernas y comprobó el seguro del rifle
de asalto. Escuchó movimiento, hacia la parte frontal del
almacén. Rápido y con cuidado… mantuvo baja la cabeza y
corrió agachado hacia la entrada trasera del almacén.
Lando estaría celoso, si Han lograba volver para contárselo y
Lando lograba volver para que se lo contara.
Leia iba a ponerse hecha una furia.
Fett se agachó tras uno de los tanques de crecimiento, liberó
su pistola de bengalas, y disparó hacia el techo del almacén.
Una luz actínica anaranjada brilló; proporcionaría a Solo algo
de luz con la que desenvolverse. El interior del almacén se
iluminó como el día, y gigantescas sombras vacilantes se
proyectaron desde las vigas de apoyo del almacén cuando la
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bengala golpeó el techo, se quedó arriba por unos instantes, y


comenzó a descender.
Algo se agitó en el extremo este del almacén; Fett mantuvo su
posición y no disparó.
Solo había arrojado algo; el sonido regresó. Paciencia,
paciencia…
Un único disparo, sonido de vidrios rotos, eso era Solo
abriéndose una salida por una de las ventanas, antes de que la
bengala se apagara, mientras aún podía ver por donde corría,
y Fett se puso inmediatamente de pie para derribar a Solo de
un disparo mientras este intentaba llegar a la ventana rota.
Tuvo tiempo de ver a Han Solo, de pie a unos cincuenta metros
de distancia, apuntándolo con el rifle de asalto de uno de los
guardaespaldas. El disparo alcanzó a Fett en la placa pectoral
y le hizo caer al suelo.
Han Solo dio media vuelta y salió corriendo, golpeó la ventana
hecha añicos y la atravesó como un joven en la flor de la vida.
Boba Fett rodó por el suelo, se puso trabajosamente en pie
sólo un segundo más tarde, con la placa pectoral de su
armadura de combate tan caliente que su cuerpo ardía en
todos los puntos donde entraba en contacto con ella, y con
furia asesina salió corriendo tras Solo, ajeno al dolor que
palpitaba en sus piernas y en su pecho, como si pertenecieran
a otra persona.
Han corrió hacia su deslizador bajo la tenue luz de la única luna
del planeta. Estaba ligeramente desorientado; no podía
recordar si el aparcamiento donde había dejado el deslizador
estaba al sudoeste o al sudeste. Corrió hacia el sur por uno de
los largos callejones entre los almacenes, falto de aliento, y
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llegó hasta el último edificio, la última cobertura antes del


aparcamiento. Dudó antes de dar la vuelta a la esquina; o bien
el aparcamiento estaba inmediatamente a su izquierda, o bien
inmediatamente a su derecha. Trató de visualizar la disposición
del complejo de almacenes en su mente; creía haber ido por el
camino más corto, pero tal vez no, y si no lo había hecho,
entonces Fett podía haber llegado al aparcamiento antes que
él.
Un sonido de arañazos, de metal contra piedra…
Antes de ser consciente siquiera de lo que estaba haciendo,
Han se encontró doblando la esquina, con el rifle en alto y el
dedo tensándose en el gatillo, mientras Boba Fett se giraba
hacia él, levantando su propio rifle…
Permanecieron allí, en medio de ninguna parte, en un planeta
que el resto de la galaxia tenía más que medio olvidado,
apuntándose el uno al otro con rifles de asalto, desde una
distancia de menos de un metro.
Han no disparó.
Fett no disparó.
Han se fijó en detalles extraños. La boca del rifle de asalto de
Fett era inmensa, tan grande como le había parecido la Estrella
de la Muerte la primera vez que la vio. El cañón no estaba
perfectamente firme, oscilaba ligeramente, moviéndose en
círculos apenas perceptibles. La luz de la luna centelleaba en
la armadura llena de cicatrices de Fett; Han podía ver la luna,
un oscuro reflejo en el visor negro.
Aún estaba sin aliento por haber corrido antes. La voz le fallaba
al hablar.
—Supongo que vamos a… morir juntos.
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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: El último en pie: El Relato de Boba Fett

—Evidentemente. —La voz de Fett… tan áspera y seca como


siempre. Han lo observó a través de la mirilla de su arma.
—Tu armadura no te salvará. No a esta distancia.
—No.
—Dudo que puedas matarme lo bastante rápido para evitar
que dispare.
El casco de Fett se movió, ligeramente… asintiendo. —Yo
también lo dudo.
Han no se atrevía a apartar la mirada de la mirilla de su rifle,
apuntando a la base de la garganta de Fett.
—Has matado a esa gente allí, antes. A la mujer.
Han juraría haber visto un escalofrío recorriendo el cuerpo del
cazarrecompensas. —Lo siento. Ellos… ella… no era el
objetivo.
Han casi apretó el gatillo. Podía escuchar la rabia de su propia
voz.
—Tú vas a morir, y yo voy a morir, y tal vez ambos lo
merezcamos. Esa mujer no había hecho nad…
—¡Ella fue quien me llamó!
Han dio un paso hacia delante.
—¡No me importa! —gritó. Descubrió, para su asombro, que
se encontraba con el cañón de su rifle apoyado contra la
armadura de Fett, y el cañón de Fett se le estaba clavando en
el esternón—. No sé qué es lo que te hizo como eres, que crees
que puedes decidir quién vive y quien muere, ni me importa.
¡Vamos, aprieta el gatillo y muramos juntos! —Miró fijamente
el visor negro—. La última decisión que tendrás que tomar
nunca.

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—Tú primero —dijo Boba Fett con una voz tan suave que Han
hubiera jurado que no podía ser la de Fett.
Sorprendentemente, su voz se suavizó aún más—. Estás
casado, ¿verdad? Tienes hijos que te necesitan. ¿Qué estabas
haciendo aquí, Solo, fingiendo ser joven? Este no es lugar para
un hombre como tú.
La furia que invadió a Han le llegó hasta los huesos.
—No te atrevas a hablar de mis hijos, o te mataré tan rápido
que… —¿Quieres morir?
Han respiró profundamente.
—¿Y tú?
Fett negó con la cabeza, el mínimo movimiento posible de su
visor.
—No. Pero no veo otra salida.
Han vislumbró un débil rayo de esperanza.
—Muy bien. Baja tu rifle. No te mataré si bajas tu rifle.
—No —susurró Fett—. Baja tú el tuyo. No te mataré si bajas
tú el tuyo. Te dejaré marchar con tu familia, ileso. Baja tus
armas… —No confío en ti.
—Ni yo —dijo Fett— en ti.
Una brisa helada sopló por el aparcamiento; Han sintió como
le secaba el sudor, causándole escalofríos.
—Retrocederemos cinco pasos —dijo finalmente Han—. Dejas
caer tu rifle y corres como un gundark en llamas. Incluso si te
disparara, esa armadura te protegería.
—No tengo bien las piernas. No creo que pueda correr más
que tú.
Han no podía dejar de pensar en sus hijos, en Leia.

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Star Wars: Relatos de los cazarrecompensas: El último en pie: El Relato de Boba Fett

—Limítate a caminar, deja el rifle en el suelo y simplemente


camina. Soy un hombre honesto. No te mataré.
—Eres un mentiroso —dijo Fett—, según todas las pruebas.
Creo que lo harías. — Fett hizo una pausa—. Cuando era más
joven —dijo finalmente—, creo que a estas alturas ya habría
apretado el gatillo. Pero he descubierto que no te odio, y no
estoy dispuesto a morir por eliminarte del mundo.
—He cometido un error al venir aquí, a Jubilar. Yo sí te odio,
odio todo lo que has hecho… pero mi mujer y mis hijos me
necesitan.
—No veo ninguna forma de salir de esta —dijo Fett— que no
suponga tratar de confiar el uno en el otro.
—Este rifle cada vez pesa más —dijo Han, lo que era cierto;
observó a Fett a través del visor—. ¿Qué vamos a hacer?
—Todo el mundo muere —dijo Fett.
—Sí. Llegado el momento. Pero no tiene por qué ser hoy, para
ninguno de nosotros.
Fett sacudió la cabeza; el casco apenas se movió, y Han no
pudo siquiera imaginar que Fett había cambiado ligeramente
su foco de atención.
—No lo sé —dijo suavemente Fett—. La confianza es difícil
entre enemigos. Tal vez debamos volver a la batalla; tal vez,
Han Solo, debamos dejarnos marchar, y una vez más dejar que
el destino decida quién sobrevive, como hacíamos cuando
éramos jóvenes.

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