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La topología de la violencia', de Byung-Chul Han

El filósofo achaca enfermedades como la depresión o el déficit de atención por


hiperactividad al fenómeno de la autoexplotación
El autor plantea que el individuo desplaza hoy la violencia al interior de uno mismo, a
pesar de las apariencias de prosperidad y libertad
La topología de la violencia
Byung-Chul Han
Herder
Barcelona
2016
El libro que nos ocupa se caracteriza por la peculiaridad de haber sido escrito por un
coreano en lengua alemana, pero poseer un distintivo aire francés en su contenido y
modo de exposición. Es cierto que puede parecer forzado en estos tiempos cualificar
un libro como escrito siguiendo un modus nacional, pero esta aseveración la justifican
no solo su estilo o forma de argumentación, sino los autores con los que entabla
diálogo en el libro.

Hasta hace no mucho, el mundo filosófico anglosajón mostró casi exclusivamente


características muy propias, modeladas en la ciencia y el positivismo lógico, que lo
separaron de lo que se dio en llamar filosofía continental. Por décadas, los filósofos
entrenados en la filosofía anglosajona harían ascos de cualquier producto proveniente
del Continente, especialmente de los franceses, en cierto modo. El conocido filósofo A.
J. Ayer llegó a decir, al ser preguntado sobre la obra de Heidegger, “Preposterous”
(absurdo, ridículo), indicando su absoluto desdén por tal tipo de filosofía, viniera de
donde viniera. De igual manera, buena parte de la filosofía continental no tuvo en
cuenta a la filosofía de otras corrientes a la hora de ejercer su oficio, lo que originó una
relativa disparidad en los estilos filosóficos de las naciones, incluida Alemania, la cual
tenía su propia y sesuda tradición.

De un tiempo a esta parte las cosas han cambiado, sin embargo, y he aquí que un
filósofo nacido en otro continente, cuya formación inicial la hizo en metalurgia, ha
producido una serie de libros de mucho éxito en la comunidad filosófica internacional.
La globalización tendrá que ver algo con este fenómeno, pero a ello no es ajeno el
estado en que se encuentra la filosofía y el mundo intelectual en general, sin una clara
visión sobre el rol del intelectual en el mundo digitalizado del momento.

Byung-Chul Han prosigue en este libro su análisis de la sociedad contemporánea,


después de libros como La sociedad del cansancio o La sociedad de la transparencia,
centrándose en este caso en la violencia, que, según sus tesis, es omnipresente en la
sociedad tardomoderna, aunque no se perciba como tal. En el pasado, de acuerdo a
Han, la violencia social era externa, flagrante, basada en la relación del sujeto
subordinado con el soberano, en la que la vida o la muerte se deciden unilateralmente,
desde la instancia de autoridad. A este tipo de sociedad la llama "de la decapitación",
pues la voluntad es ajena al sujeto, y el poder se ejerce con carácter absoluto. Más
tarde, la sociedad evolucionaría hacia una sociedad disciplinaria, en la que las
relaciones estructurales perpetúan un estado de dominación del poseedor del capital
sobre las masas trabajadoras. En su terminología llama a esta sociedad una "de la
deformación", por su capacidad de formar a su antojo las necesidades de la
explotación capitalista y la identidad de los sujetos involucrados. En nuestros tiempos,
la violencia se ejerce desde dentro, pues cada ciudadano la ejerce sobre sí mismo, y se
genera el fenómeno de la autoexplotación, en el cual el ser humano ejerce su libertad
para encarcelarse a sí mismo en un individualismo que satisface las demandas del
capital y la globalización. Han caracteriza a esta sociedad como la sociedad "del
rendimiento", que produce fenómenos psíquicos como la depresión, o el burnout y el
déficit de atención por hiperactividad.

Mientras que en las sociedades que nos anteceden la violencia operaba por
negatividad, esto es, incitando una reacción inmunológica, de defensa, pues las líneas
de confrontación eran claras, hoy día el problema sería un exceso de positividad, que
ofusca toda negatividad y desplaza la violencia al interior de uno mismo, a pesar de las
apariencias de prosperidad y libertad que prevalecen. Con estas ideas, Han entabla un
diálogo con algunos pensadores que le han servido de contraparte o de inspiración,
como Schmitt o Ehrenberg o Foucault, el cual es una obvia referencia en su armazón
conceptual, por su análisis de la violencia estructural y de la presencia del poder en las
relaciones de la sociedad disciplinaria.

Pero Foucault no tuvo tiempo de asistir a la emergencia de una sociedad en la que las
relaciones de poder se difuminan y se interiorizan, en las que la ideología y las líneas
de confrontación han desaparecido, y en la que la transparencia elimina toda
subjetividad negativa o crítica con el sistema que uno ha interiorizado. De la misma
manera, Han critica a Negri, por ejemplo, por mantener un marco conceptual marxista
de análisis, ya que las clases han desaparecido y solo existe un sistema único, que exige
de uno la participación en el sistema global del capitalismo, que, a pesar de invadir
nuestra intimidad, se presenta como un sistema de positividad y libertad absolutas, en
el que las identidades son fluidas y moldeables, a diferencia de la sociedad
disciplinaria, donde las identidades eran fijas.

A la sociedad moderna la llama Han, como dijimos, sociedad del rendimiento, pues el
valor de la realidad y de los individuos se establece sobre la base de su producción
económica y de su contribución al crecimiento del sistema, lo que ocurre con la
anuencia de los que participan, embriagados por la positividad presente de consumo
infinito, comunicación global, despliegue constante de la intimidad, sin lugar al
misterio o al secreto, dado que el sistema nos necesita con ilusión de libertad y con
disposición para el consumo, a fin de funcionar a cabalidad. Para lograr este estado de
cosas, la sociedad requiere de nosotros la autoexplotación, en la que víctima y verdugo
son lo mismo, esto es, ejercer una violencia íntima que nos lleva al cansancio, al infarto
social y a la depresión, la enfermedad por excelencia de esta sociedad de violencia
microfísica.

El problema con este tipo de interpretaciones omnicomprensivas, que pretenden dar


cuenta de un gran rango de fenómenos, es que acaban de perder de vista la realidad
empírica más elemental, como en aquella anécdota en que le preguntan a Hegel sobre
la ausencia de concomitancia entre sus ideas y la realidad y responde: “Tanto peor
para la realidad”. Han pretende explicar, por ejemplo, la presencia masiva de
enfermedades como la depresión o el déficit de atención por hiperactividad por el
exceso de positividad. En sus palabras: “La violencia microfísica, al contrario, des-
interioriza al sujeto dispersándolo (...) con un exceso de positividad. Las enfermedades
psíquicas, como el trastorno por déficit de atención por hiperactividad, serían
consecuencia de esta dispersión destructiva… La dispersión carece de la negatividad
del otro. Remite a un exceso de lo mismo”. Me pregunto a cuántos padres de niños
con esta enfermedad les satisfaría una explicación de este tipo. Incluso podrían
sentirse culpables de haberle dado al niño demasiada positividad, dado que han sido
hasta entonces los principales agentes de influencia social en su crecimiento. Si Han se
refiriera expresamente, cosa que hace solo tangencialmente en el caso del
psicoanálisis, a la influencia de la sociedad en la categorización de ciertas
enfermedades, el análisis podría ser más ajustado a los hechos. Pero atribuir esta
enfermedad al influjo de una sociedad del rendimiento excede los límites de lo
razonable.

Lo mismo puede decirse de su atribución de la depresión a un exceso de positividad.


No sé qué tan alambicada tiene que ser la definición del concepto de positividad como
para que se le pueda decir a un depresivo clínico que lo que le ha asaltado es nada más
que un exceso de positividad. Soy consciente de que su noción de positividad –que
Han nunca define o se toma el trabajo de elucidar— implica la idea de un positum
excesivo de datos y de posibilidades en la sociedad tardomoderna, que eliminan la
subjetividad y la dispersan en una red global de conectividad y de transparencia, pero
si alguien pretende llevar el análisis al terreno de la empiria, no estaría mal tomar en
cuenta los datos de la ciencia natural, que incluyen la disponibilidad genética para
adquirir o desarrollar enfermedades psíquicas, los resultados de la neurofisiología y la
dinámica de las catecolaminas, cosas que Han jamás hace. Si bien su entramado
conceptual es coherente dentro de sus premisas, como lo era el del desdeñoso Hegel,
omite referirse a los resultados de las ciencias naturales o sociales que se ocupan de
estos asuntos usando el método científico.

Por último, el análisis de este libro se aplica con cierta coherencia a la sociedad de
quienes vivimos en un mundo más aligerado de problemas vitales esenciales, pero me
temo que en el resto del mundo perviven suficiente negatividad y reacciones
inmunológicas (como las llama Han, adepto a las metáforas biológicas), como para que
su disolución de las fronteras de confrontación no se aplique en lo más mínimo. No sé
qué pudiera decirle de útil el filósofo Han, en su confortable torre de marfil, a quien
labora en condiciones inhumanas por un sueldo miserable, no pocas veces con peligro
de su vida: tal el caso de las fábricas de ropa en Bangladesh, que colapsan o se queman
por la codicia de corporaciones que harían cualquier cosa con tal de reducir precios; tal
el caso de campesinos que son apaleados por la policía en mi propia tierra, Perú,
porque quieren defender sus fuentes de agua de la ambición inmoral de las mineras
transnacionales; tal el caso de los que acaban en la calle porque no han podido pagar
sus hipotecas tras el comportamiento irresponsable de bancos sin escrúpulos. Decir
que las líneas de confrontación han desaparecido en tales casos y de que uno es su
propio verdugo, es si no ridículo, al menos irresponsable.

A fin de cuentas, Han está hablando de menos del veinte por ciento de la población
mundial, e incluso en ese caso, con olímpica indiferencia de los datos y de la
investigación empírica. Construir un bello artificio conceptual, después de todo, no es
lo mismo que explicar la realidad, aunque a veces lo parezca. Con todo, el análisis toca
ciertos puntos que ameritan consideración, pero que tienen que ser circunscritos a su
esfera de posible aplicación. Más allá de ella, son, es verdad, preposterous.

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