De un tiempo a esta parte las cosas han cambiado, sin embargo, y he aquí que un
filósofo nacido en otro continente, cuya formación inicial la hizo en metalurgia, ha
producido una serie de libros de mucho éxito en la comunidad filosófica internacional.
La globalización tendrá que ver algo con este fenómeno, pero a ello no es ajeno el
estado en que se encuentra la filosofía y el mundo intelectual en general, sin una clara
visión sobre el rol del intelectual en el mundo digitalizado del momento.
Mientras que en las sociedades que nos anteceden la violencia operaba por
negatividad, esto es, incitando una reacción inmunológica, de defensa, pues las líneas
de confrontación eran claras, hoy día el problema sería un exceso de positividad, que
ofusca toda negatividad y desplaza la violencia al interior de uno mismo, a pesar de las
apariencias de prosperidad y libertad que prevalecen. Con estas ideas, Han entabla un
diálogo con algunos pensadores que le han servido de contraparte o de inspiración,
como Schmitt o Ehrenberg o Foucault, el cual es una obvia referencia en su armazón
conceptual, por su análisis de la violencia estructural y de la presencia del poder en las
relaciones de la sociedad disciplinaria.
Pero Foucault no tuvo tiempo de asistir a la emergencia de una sociedad en la que las
relaciones de poder se difuminan y se interiorizan, en las que la ideología y las líneas
de confrontación han desaparecido, y en la que la transparencia elimina toda
subjetividad negativa o crítica con el sistema que uno ha interiorizado. De la misma
manera, Han critica a Negri, por ejemplo, por mantener un marco conceptual marxista
de análisis, ya que las clases han desaparecido y solo existe un sistema único, que exige
de uno la participación en el sistema global del capitalismo, que, a pesar de invadir
nuestra intimidad, se presenta como un sistema de positividad y libertad absolutas, en
el que las identidades son fluidas y moldeables, a diferencia de la sociedad
disciplinaria, donde las identidades eran fijas.
A la sociedad moderna la llama Han, como dijimos, sociedad del rendimiento, pues el
valor de la realidad y de los individuos se establece sobre la base de su producción
económica y de su contribución al crecimiento del sistema, lo que ocurre con la
anuencia de los que participan, embriagados por la positividad presente de consumo
infinito, comunicación global, despliegue constante de la intimidad, sin lugar al
misterio o al secreto, dado que el sistema nos necesita con ilusión de libertad y con
disposición para el consumo, a fin de funcionar a cabalidad. Para lograr este estado de
cosas, la sociedad requiere de nosotros la autoexplotación, en la que víctima y verdugo
son lo mismo, esto es, ejercer una violencia íntima que nos lleva al cansancio, al infarto
social y a la depresión, la enfermedad por excelencia de esta sociedad de violencia
microfísica.
Por último, el análisis de este libro se aplica con cierta coherencia a la sociedad de
quienes vivimos en un mundo más aligerado de problemas vitales esenciales, pero me
temo que en el resto del mundo perviven suficiente negatividad y reacciones
inmunológicas (como las llama Han, adepto a las metáforas biológicas), como para que
su disolución de las fronteras de confrontación no se aplique en lo más mínimo. No sé
qué pudiera decirle de útil el filósofo Han, en su confortable torre de marfil, a quien
labora en condiciones inhumanas por un sueldo miserable, no pocas veces con peligro
de su vida: tal el caso de las fábricas de ropa en Bangladesh, que colapsan o se queman
por la codicia de corporaciones que harían cualquier cosa con tal de reducir precios; tal
el caso de campesinos que son apaleados por la policía en mi propia tierra, Perú,
porque quieren defender sus fuentes de agua de la ambición inmoral de las mineras
transnacionales; tal el caso de los que acaban en la calle porque no han podido pagar
sus hipotecas tras el comportamiento irresponsable de bancos sin escrúpulos. Decir
que las líneas de confrontación han desaparecido en tales casos y de que uno es su
propio verdugo, es si no ridículo, al menos irresponsable.
A fin de cuentas, Han está hablando de menos del veinte por ciento de la población
mundial, e incluso en ese caso, con olímpica indiferencia de los datos y de la
investigación empírica. Construir un bello artificio conceptual, después de todo, no es
lo mismo que explicar la realidad, aunque a veces lo parezca. Con todo, el análisis toca
ciertos puntos que ameritan consideración, pero que tienen que ser circunscritos a su
esfera de posible aplicación. Más allá de ella, son, es verdad, preposterous.