COLOMBIANO.1
Hernán Alejandro Olano García
Universidad de La Sabana, Colombia.
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RESUMEN: El presente artículo de revisión, es uno de los resultados parciales de
investigación del proyecto titulado “Historia de las Instituciones - I” y busca
demostrar cómo, aun cuando no existió codificación escrita precolombina, las
normas que nos legaron nuestros antepasados Muiscas, conocidas como los
Códigos de Nomparén y de Nemequene, transmitidas por tradición oral, muestran
cómo ésta comunidad, aun cuando no dejó un legado escrito, la tradición nos lleva
a afirmar que desde mucho tiempo atrás, en el altiplano cundiboyacense colombiano
existía precolombinamente un Estado de Derecho.
PALABRAS CLAVE: Estado, Normatividad, Codificación, Indígenas, Derecho
indiano, Historia del derecho.
1 El presente texto se desarrolla dentro de la línea de investigación “Historia de las Instituciones-I”, registro DIN-HUM-
052/2015, que el autor dirige en la Universidad de La Sabana, Colombia.
Abogado, con estancia Post Doctoral en Derecho Constitucional como Becario de la Fundación Carolina en la Universidad
de Navarra, España; estancia Post Doctoral en Historia en la Universidad del País Vasco como Becario de AUIP; Doctor Magna
Cum Laude en Derecho Canónico; es Magíster en Relaciones Internacionales y Magíster en Derecho Canónico y posee
especializaciones en Bioética, Derechos Humanos, Derecho Administrativo y Gestión Pública, Liderazgo Estratégico Militar,
Gestión Ambiental y Desarrollo Comunitario y, Derecho Constitucional. Es el Director del Programa de Humanidades y del
Departamento de Historia en la Facultad de Filosofía y Ciencias Humanas de la Universidad de La Sabana, donde es Profesor
Asociado y Director del Grupo de Investigación en Derecho, Ética e Historia de las Instituciones “Diego de Torres y
Moyachoque, Cacique de Turmequé”. Es Miembro de Número de la Academia Colombiana de Jurisprudencia, Individuo
Correspondiente de la Academia Colombiana de la Lengua, Miembro Correspondiente de la Academia Chilena de Ciencias
Sociales, Políticas y Morales; Miembro Honorario del Muy Ilustre Colegio de Abogados de Lima y Miembro honorario de las
Sociedades Bolivarianas de Colombia y Argentina. Correo electrónico hernan.olano@unisabana.edu.co. Cuentas en Twitter e
Instagram: @HernanOlano Blog: http://hernanolano.blogspot.com
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"Es aquí de notar, que la mansedumbre natural, simple,
benigna y humilde condición de los indios,
y carecer de armas con andar desnudos,
dio atrevimiento a los españoles a tenellos en poco,
y ponellos en tan acerbísimos trabajos en que los pusieron,
y encarnizarse para oprimillos y consumillos,
como los consumieron."
Fray Bartolomé de Las Casas.
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Para analizar el texto, se ha seguido una perspectiva teórica desde la cual se
analizan las fuentes primarias estudiadas, que corresponden únicamente a las citas
que sobre esos Códigos de Nemequene y Nomparén, transmitidos oralmente y
recogidos por algunos cronistas de indias, han llegado hasta nuestros días.
Los muiscas era el grupo más numeroso y más extendido del país y el que había
logrado el más alto nivel de complejidad social y política al norte del imperio incaico,
aunque su grado de evolución fuese inferior al de ellos, pues si bien el menor
desarrollo de la técnica se evidencia en la falta de construcciones de piedra y de
instrumentos de metal, se ha creído ver en ellos un resto de emigraciones toltecas,
sobre todo por su maestría en trabajar la cerámica y la orfebrería que sin embargo
se considera como de calidad artística inferior a la de otros grupos de Colombia que
no lograron, en cambio, la extensión territorial ni la complejidad política de los
muiscas. (García, 1967).
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En el momento de la conquista española, los muiscas habitaban entre los dos
afluentes principales del río Magdalena: el Bogotá y el Sogamoso, que bañaban los
valles de altura, en los actuales departamentos de Cundinamarca y Boyacá,
ubicados entre los 1800 y los 3000 metros de altitud sobre el nivel del mar. En esta
región se daban las mejores cosechas y comprendía unos 30000 Km2, siendo su
localización entre los 4 y los 7° de latitud Norte y su población entre medio millón y
un millón de personas.
Conocidos por los europeos con ocasión de la penetración al interior del país, que
lideró el Licenciado Gonzalo Jiménez de Quesada, en 1536, fueron sometidos
finalmente en 1538, después de que Jiménez de Quesada pactó el cese de
hostilidades con el Zaquesagipa, un zipa cuyo ejército había cercado a los
españoles en Bacatá (hoy Bogotá). La condición consistió en atacar a los panche,
enemigos tradicionales de los chibchas.
La tierra era trabajada por ambos sexos, y constituía una propiedad individual que
se transmitía de viudas a hijos; la principal herramienta era la pala de madera. Las
laderas era el mejor sitio para sembrar, aunque, el fondo de los valles les era
2 Tunja, como poblado hispánico, fue fundada el 6 de agosto de 1539 por el capitán malagueño Gonzalo Suárez Rendón, en el
mismo lugar en el que residía el Zaque, caudillo chibcha cuyos dominios se extendían por el Norte hasta los del señor de
Tundama y por el Sur con los del Cacique de Somondoco. La primitiva ciudad chibcha fue conquistada por los españoles el 20
de agosto de 1537 y a su inmediato poblamiento luego de la fundación española, contribuyeron su fértil suelo y su conciencia
artística, tanto que en 1567 ya se iniciaba la construcción de la Catedral consagrada al apóstol Santiago El Mayor, patrono actual
de la arquidiócesis.
El Emperador Carlos V le concedió por Real Cédula del 30 de marzo de 1541, el título de ciudad y su escudo de armas: Águila
bicéfala coronada, leones rampantes, torres almenadas, granada y el Toisón de oro.
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benéfico. En la extensa zona pantanosa de la sabana de Bogotá se cultivan "en
cierta manera de camellones altos que hacen a mano, con lo cual protegían los
plantíos de la excesiva humedad, mientras que las zanjas pueden haber servido
para la pesca, puesto que se decía tenían fundadas sus pesquerías por zanjas y
corrales" (Carrasco, 1985). La región de Bogotá era la más surtida de pesca y, aun
cuando se practicaba algo de caza de venados y conejos, su alimentación
fundamental era de tipo vegetal.
Tejían telas de algodón, bien fuera blancas o pintadas con pinceles, cepillos o
cilindros de cerámica en relieve, todas las cuales se usaban para vestir o para
comerciar con ellas. Por ejemplo las mujeres y hombres llevaban una falda ceñida
a la cintura con un prendedor de oro y una manta sobre los hombros. Igualmente,
Boyacá en lengua chibcha significa "cercado de mantas". Cuando no llevaban las
mantas, que poco a poco derivaron en la actual ruana, mezcla de ellas y de capa
castellana, se pintaban el cuerpo de rojo y de negro otras en ocasiones.
Había centros mercantiles en los cuales se organizaban mercados cada cuatro días
como en Tunja. Además trataban con tribus vecinas, principalmente en dos ferias,
lo cual constituía la gran escala de su comercio internacional, una a orillas del río
Magdalena en la tierra de los yaporoges, a la que acudían llevando mantas, sal y
esmeraldas, por oro. En Sorocotá (actual ciudad de Vélez) era cada ocho días el
otro mercado, donde también llevaban oro las tribus de las vertientes del
Magdalena. En general, no se usaban medidas de peso ni dinero, aunque hay
referencias al uso de tejuelos o discos de oro.
"como un alcázar cercado y con muchos aposentos dentro, y es cosa mucho de ver la pintura
y polidos primores de los tales edificios y los patios y otras particularidades. Estaban
rodeados de muchas cercas de por fuera y por de dentro y de tal arte que quieren parecer...
laberintos. En las entradas colgaban chágualas (placas de oro) que tintineaban al abrir las
puertas, y en las entradas y esquinas erigían grandes postes con una como gavia en lo alto
que usaban para cierto tipo de sacrificios. De los palacios salían carreras de siete u ocho
pasos de ancho con valladares a los lados, que llevaban a la entrada de los santuarios donde
iban los caciques a sus oraciones y sacrificios. Al ver varios de estos palacios extendidos
por el Altiplano Cundiboyacense y la Sabana de Bogotá, los conquistadores la nombraron a
ésta el Valle de los Alcázares." (Friede, 1960).
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hermano a la madre. La mujer iba en casamiento a otra comunidad, pero sus hijos
varones se trasladaban a la comunidad del tío materno a recibir tierras para
establecerse. Por lo tanto, la organización familiar tenía un sentido matrilineal.
Varios de estos pueblos bajo la autoridad del cacique más poderoso de entre ellos,
formaban provincias o cacicazgos mayores mencionados ya aquí, como las
unidades políticas fundamentales. Estos caciques de provincia tenían de diez mil a
treinta mil vasallos. Había varios cacicazgos principales en el territorio muisca. Cada
cacique se suele designar con el nombre de su provincia. El zipa, o soberano de
Bogotá, cuya provincia era la más extensa y poblaba de todas, había sometido
otras provincias, entre ellas Fusagasugá, Ubaque, Guatavita y Ubaté, estableciendo
su dominio sobre toda la sabana de Bogotá.
El otro cacique poderoso era el zaque de Tunja que dominaba la región circundante
como Turmequé, tierra de nuestro personaje, a quien en breve nos referiremos.
Cerca estaba el Iraca, cuyo cacique, el Sogamoso, se describe a veces como
sacerdote. Se dice que el zipa de Bogotá podía sacar más de cien mil hombres de
guerra, y el zaque de Tunja unos sesenta mil.
En el caso de nuestro derecho colombiano, hubo unas fuentes del Derecho Indiano,
que corresponde a las leyes dictadas en Castilla, así como las leyes dictadas por
nuestras autoridades provinciales. Igualmente tuvieron valor las disposiciones
dictadas por los propios indígenas, siempre y cuando no contraviniese a Dios ni a
las leyes de Castilla, conforme a la Real Cédula dictada en Valladolid en 1555 por
Carlos V.
Si bien este código no fue desde el punto de vista formal un cuerpo de leyes, su
tendencia esencial era moralizante y fue la auténtica expresión de un orden jurídico
aborigen y hasta él se remonta la honrosa tradición jurídica de los boyacenses.
Otro caso citable para nuestro medio colombiano de un documento que hizo parte
del acervo no escrito, puede ser el denominado Código de Nemequene, expedido
en los últimos años del siglo XV por el zipa Nemequene, quien dictó sabias normas
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de administración pública y estableció preceptos morales que obligó a cumplir a sus
súbditos bajo pena de fuertes castigos. Tales normas indican ya la existencia en el
grupo muisca de un avanzado concepto de juridicidad, que se concretó en su
código, el cual incluyó un régimen de privilegios según las categorías sociales,
normas fiscales y un sistema de castigos para reprimir la comisión de faltas contra
el orden social establecido y contra la moral pública como las siguientes (Ghisletti,
1954, 135-136):
Impúsose la pena de muerte al homicida, alegando que sólo Chiminigagua, que daba la vida,
podía perdonar al que la quitaba.
Con la misma pena se castigaba al que forzaba alguna persona del otro sexo, si era soltero.
Siendo casado, debía sufrir la pena del talión en el sentido de que dos hombres se acostasen
con su mujer, presenciando dicha unión. Esta pena era considerada peor que la misma
muerte.
La unión sexual fuera del matrimonio o los límites de la familia, era severamente castigada.
El adúltero era sepultado vivo con reptiles venenosos y una gran piedra cubría el lugar del
suplicio para extinguir su memoria.
El incestuoso era metido en un hoyo angosto lleno de agua y con sabandijas, que se cubría
con una losa para que pereciera miserablemente.
El reo de pecado nefando (excentricidades sexuales), moría con ásperos tormentos, y el que
de ordinario le aplicaban consistía en empalarlo con una estaca de una palma espinosa hasta
que le salía por el cerebro 3
El desertor era castigado con vil muerte. Al que se mostraba cobarde en el servicio militar,
se le obligaba a llevar vestidos de mujer, y a ocuparse en los oficios que son propios de ella,
por el tiempo que dispusiera el zipa.
El hurto se sancionaba con pena de azotes. Al ladrón de bienes de mayor valor o reincidente,
se le cegaban los ojos perforándoselos con espinas punzantes.
Las faltas leves se sancionaban con penas de azotes para los hombres y para las mujeres
afeitarles la cabeza o rasgarles el “chircate” o manto que las cubría.
El fisco heredaba los bienes del que fallecía sin herederos forzosos.
Cuando una mujer moría de parto, si vivía la criatura debía el marido criarla a su costa. En
caso de muerte de ésta, daba la mitad de la hacienda a los suegros, hermanos o parientes
más cercanos de la mujer a título de indemnización.
A la gente común no le era permitido usar sino ciertos vestidos adornos y joyas, como ocurría
con los mandatarios y guerreros que guarnecían las fronteras, los llamados güechas. Sólo
los usaques podían hacerse oradar las orejas y narices, y llevar pendientes las joyas que
quisiesen. Tampoco estaba dado a todos la cacería del venado y el consumo de carne.
3 En una cita que se hace del libro Urabá heroico de Ernesto Hernández, se relacionan también estos delitos y castigos entre los
kunas, por ejemplo: “la sodomía era pecado abominable entre los kunas. Al que le quitaba la virginidad a una doncella lo herían
con una varilla de espinas”, Cfr. LONDOÑO HIDALGO, Julio Mauricio. p. 72.
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El Chibcha se casaba una vez con intervención de sus caciques y sacerdotes. Después
podía tener cuantas mujeres fuera capaz de sostener. Las doncellas bien parecidas eran
ofrecidas al Cacique y éstas andaban descalzas en el cercado hasta que el Cacique quisiera
acostarse con ellas.
Reparaban muy poco en no hallar doncellas a sus mujeres y, en algunas, era motivo para
aborrecerlas si las hallaban con integridad, porque decían que eran mujeres desgraciadas,
ya que no hubo antes quien hiciese caso de ellas. Sin embargo, en el casamiento era
prohibido el adulterio.
Era prohibido al marido tener relaciones con su mujer hasta mucho tiempo después de haber
alumbrado.
Ningún cacique podía entrar en ejercicio de su cargo hasta no ser confirmado por el zipa de
Bacatá.
Cuando moría la mujer principal del cacique, era obligatorio, que teniendo en cuenta que ella
era la que mandaba y gobernaba la casa, podía dejar mandado a su marido que no se
juntase con otra mujer, por lo menos en cinco años, incluso con las otras mujeres que le
quedaban.
Las personas principales no estaban sujetas a las leyes comunes. Para ellas se
establecieron penas ligeras de vergüenza, como romperles la manta y cortarles los cabellos,
lo que se consideraba grande ignominia, pues ponían lo uno y lo otro en sus templos.”
Nemequene (en muisca Hueso de León), también instituyó una Corte a cargo del
Cacique de Suba, quien era la última instancia para los negocios “jurídicos”,
conocidos por los demás caciques feudatarios del Zipa.
Este acervo jurídico precolombino es una muestra de que Colombia, nuestro país,
siempre ha sido un Estado de derecho.
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