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Hotel Cerro de Híjar
Hotel Cerro de Híjar
Plantearse una sociedad, era impensable puesto que ninguno de los dos,
cedería nada al otro. Sólo cabía una posibilidad que aceptarían sin problemas: el
matrimonio de Isabel, la única hija de José, con Ricardo. Este acuerdo les beneficiaba
a los dos porque la hacienda pasaría a los herederos por venir.
Don Ricardo había hecho construir una hermosa casa señorial en lo más alto del
Cerro de Híjar, con una torre desde donde podía vigilar todo el pueblo. Tenía muchas
habitaciones, pues su intención era formar una gran familia.
Llegó el nefasto día de la boda para la joven Isabel que estaba aterrorizada ante
lo desconocido de la convivencia con aquel hombre temido por su carácter violento. Se
celebró en la más estricta intimidad, en la capilla de la mansión, pequeña y recogida.
Después se celebraría un banquete en Tolox donde estaban invitadas todas las gentes
de posición relevante del pueblo: el cura, el alcalde, el médico, el maestro y las
autoridades; cada una con su correspondiente familia, excepto el cura, que sólo asistió
con su sobrina.
A la mañana siguiente, don Ricardo bajó a desayunar a las siete, como todos los
días, pero tal vez, un poco más serio de lo acostumbrado. Cuando se hubo marchado,
bajó doña Isabel; estaba pálida y su semblante había sufrido una transformación que
asustó a las sirvientas, tan dura e infranqueable era su expresión; se borró de su
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rostro la sonrisa para siempre y parecía haber madurado de la noche a la mañana; la
niña de dieciséis años del día anterior, ahora era una mujer reservada y fría.
Pasaban los meses sin el anuncio de un embarazo, lo que ponía de peor humor
a don Ricardo, cuyas consecuencias sufrían no sólo su esposa, si no también todos
aquellos que dependían de él y que aguantaban sus abusos de poder rayano en la
locura.
Una tarde en la que ella meditaba, escuchó un ruido extraño que llamó su
atención y se sintió enfadada con sus sirvientes, por no obedecer la orden de no
molestarla cuando estuviera allí. Era como si alguien se arrastrara y se escuchaba una
respiración jadeante; con miedo y precaución, se fue acercando hasta encontrar la
razón de aquella intromisión en su refugio. Su sorpresa fue enorme al contemplar a un
hombre tumbado en el suelo, incapaz de continuar avanzando. De su pecho brotaba
un hilo de sangre que formaba un pequeño charco en el suelo de piedra. Era joven,
moreno y fuerte, pero muy pálido y desvalido. El miedo se borró completamente de su
mente, se arrodilló junto a él.
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− Mi vida es un constante huir, tú no estás acostumbrada a vivir en el monte sin
las comodidades que disfrutas aquí, con otros hombres como yo, bandoleros que
roban para subsistir – le acariciaba el pelo, como si fuera ya una despedida -, no
quiero que sufras por mis culpas.
Se fueron esa misma madrugada.
Habían pasado tres años, cuando Isabel volvió al Cerro de Híjar. Llegó al
amanecer, con las primeras luces del día, después de andar por el monte durante toda
la noche, iluminada solo por la luna; no quería que nadie la viera; no podría soportar
tener que dar explicaciones que justificasen el estado en que se encontraba su ropa, si
se podía llamar a sí a aquellos harapos que la cubrían. Jamás hablaría a nadie sobre
la vida que había llevado en el monte junto a Higinio. Ella sólo quería recordar los
momentos felices que habían disfrutado; sería su única razón de vivir; pero a pesar de
esta determinación, no lograba rechazar las imágenes de aquel terrible día en que
fueron acorralados por los guardias y que fue el último para los compañeros y para el
propio Higinio que cayó abatido por varios disparos. Ella estaba escondida y tuvo que
morderse los labios para no gritar cuando lo vio caer; dudó en salir del escondite y
morir con él, o seguir con vida para recordarle siempre; no sabía cómo logró callar,
pero cuando todo acabó, ya había decidido volver a su casa.
No esperaba encontrarla abandonada, ni el jardín tan descuidado donde las
hierbas se habían apoderado de las flores. Todo parecía estar muerto, tan muerto
como ella se sentía por dentro.
Su plan era entrar por la puerta de la capilla y subir hasta su habitación, mientras
el servicio se ocupaba del desayuno de don Ricardo; asearse y cambiarse de ropa,
para no causar peor impresión de la que ya se llevarían. No fue necesario llevarlo a
cabo.
Por suerte la capilla estaba abierta, solo tuvo que empujar la pesada puerta y
cedió; buscó bajo la pila de agua bendita, la llave que abría la puerta por la que se
accedía a la casa. Todo estaba como si nadie lo hubiera tocado, solo tenía polvo y
telarañas. Subió a su dormitorio, se lavó y vistió para dormir. Así lo hizo durante todo
el día y la noche siguiente.
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El primer paso fue mirar en el escondite de la fortuna de su marido, si seguía allí,
tendría la vida resuelta. Así fue, tomo un poco de dinero, se arregló esmeradamente y
bajó hasta el pueblo, donde la gente la miraba como a una aparecida de ultratumba.
Habló con el alcalde quien le comunicó el fallecimiento de su padre y que, por lo
tanto todas las tierras habían pasado a ser propiedad del municipio, excepto la casa,
que continuaba a nombre de Isabel; don Ricardo lo había hecho así, como regalo de
bodas. Si hubiera seguido desaparecida durante siete años, se la hubiera dado por
muerta y también la casa pasaría a ser propiedad del ayuntamiento, pero no era el
caso.
Isabel volvió a contratar al servicio y pusieron la casa en las condiciones de
limpieza y orden debidos, así como el jardín.
Ella sabía que, aunque la fortuna que le quedaba era grande, no sería suficiente
para vivir muchos más años, así que anunció la casa del Cerro de Híjar, como casa de
reposo para personas acaudaladas que necesitasen un descanso respirando los aires
saludables de la Sierra de las Nieves.
Isabel vivió una larga vida y jamás se volvió a casar, ni tampoco dio
explicaciones sobre los años de su desaparición.
Actualmente, esa casa es el Hotel Cerro de Híjar.