Está en la página 1de 16

AUTOCONOCIMIENTO Y

MEDITACIÓN (o el cuarto yo)

“Tú te crees una nada, y sin embargo el mundo reside en ti”.


Avicena

¿Quién soy?
¿Qué soy?
¿Qué carajo estoy haciendo acá?
¿Cuál es el sentido de mi vida?

Todo conocimiento empieza con una pregunta.


Y digo pregunta a la manera de cuestionamiento, desafío, confrontación.
Pregunta que surja de alguna incomodidad.
Pregunta que exprese una molestia.
Pregunta que, en cierto punto, duela.
No hay otra manera de entender que preguntar.
Creo que me preocuparía mucho el día que me quedara sin preguntas, porque eso
no significaría que tengo todas las respuestas, sino que se me adormeció el
cerebro.

Es bueno comprender también que ninguna pregunta tiene una sola respuesta.
Si las mismas respuestas sirvieran para todos, los problemas humanos ya se
habrían resuelto hace milenios. Y eso no significa que una respuesta en sí no
valga, incluso que no sea cierta, pero puede ser que no sea la que yo necesito en
este preciso momento.
Por eso se dice que una terapia eficaz no deberá tener la intención de dar
respuestas sino herramientas.
Las respuestas son algo tan personal que cada uno las tendrá que encontrar por
su cuenta. Si alguien se acerca a una terapia con la intención de abrir la boca
como un pajarito para que le den de comer, quizás sea esa la primera actitud que
tendrá que desmontar. Para encontrar cualquier cosa hace falta una actitud activa
e, incluso, hasta algo agresiva. No quedarse esperando que las cosas lleguen
como por arte de magia.
Eso, en principio, agrandaría la posibilidad de que cada uno encuentre las
respuestas que más le ajusten a su peculiar manera de ser.

Esta nota, se refiere en parte a eso: a la una manera (entre infinitas) de encontrar
la forma propia de encontrar respuestas.... y más preguntas.
“Conocerse a sí mismo” es un imperativo que se viene repitiendo desde remotos
tiempos. Y lo primero que podría surgirle a alguno es también una pregunta:
“¿para qué?”.
Porque esto suena a orden: “Conócete a ti mismo”.
¿Y si no quiero qué? ¿Van a obligarme?, podría pensar alguno.
Otra respuesta común es “Yo me conozco”, como si fuera un caso cerrado: “Ya
está” “Me miré esta mañana en el espejo y sigo siendo el mismo”. Porque algunos
creen que para conocerse basta con mirarse la cara en el espejo...
Otro podría decir “Ya estoy aburrido de mí” “Es más interesante conocer a otros”
(aunque hoy en día para muchos eso de “conocer a otros” sólo significa
“cogerlos”). Y está bien, hasta en la biblia cuando se dice, por ejemplo, “Abraham
conoció a Sara” significa exactamente eso, que se la cogió. Así que no hay que
asombrarse tanto de que la propia mente piense en eso.
Sin embargo (y vale la pena aclararlo por las dudas) cuando ahora decimos
“autoconocimiento” no nos estamos refiriendo (sólo) a ése que uno puede hacer
en la ducha o con una media. Ni tampoco uno que consiste en mirarse en el
espejo. Hablamos del conocimiento de la propia interioridad.
De cómo uno es.

Esto que parece un chiste (el tema de la masturbación) no es del todo inocente.
Hace no tanto tiempo, en épocas victorianas, la gente llegó a creer que la
"espiritualidad" consistía en negar el sexo. Iniciar una charla o un escrito espiritual
con alguna referencia al sexo podía ser causa de indignación. Igual, creo, era
preferible escribirlo que decirlo. Porque mientras te quemaban el escrito tenías
tiempo de salir corriendo... quizás.
Bromas aparte, creo que es bueno empezar por este costado porque una barrera
importante para el autoconocimiento son los tabúes. Y difícilmente podrá aspirar a
conocer algo más, aquél que desconoce su propio cuerpo y las cosas que le
causan placer.
Peor aún si el propio placer le causa culpa o miedo.
Diciendo esto no estoy queriendo validar cualquier compulsión o vicio que cada
cual pueda tener. Pero de las compulsiones voy a hablar en otro lado.
No vamos a profundizar ahora tampoco los serios problemas psíquicos y
emocionales que acarrea el no reconocer el propio cuerpo, pero sí queremos dejar
sentado que no es una cuestión menor. Porque si queremos conocer el “alma” (o
psiquis), no podemos negar maniqueamente el cuerpo.
Porque cuerpo y alma son una sola y misma cosa.
El alma es la forma del cuerpo. Y con forma no me refiero sólo a la forma visible
(flaco, gordo, alto, bajo) sino también a la forma de pensar, forma de sentir y forma
de actuar.
Por eso el que dice que el alma no existe está bastante ciego, a mi entender.

¿Y para qué? Entonces puede seguir siendo la pregunta.


El ser humano es un buscador de respuestas. Es un ser que busca sentido,
explicaciones, porqués.
Hay algo adentro de nosotros que nos impulsa todo el tiempo a preguntar “por
qué”.
Somos como máquinas buscadoras de porqués.
Eso nos moviliza.
Eso también nos mantiene vivos.
Y eso, muchas veces, también nos mata.
En muchos casos somos como el mono que, por ir a ver porqué se mueve la
planta, se lo come el tigre.

“Todo depende del cristal con que se mire”, dice el dicho.


Y cada uno, ciertamente, tiene su propio color de cristal: Algunos ven todo negro,
algunos ven las cosas más grandes de lo que son (maximizan los problemas),
algunos más chicas (los minimizan por demás)... otros con demasiada frecuencia
ven todo rojo... y así.
La cosa es que ese cristal nos acompaña desde hace tanto tiempo (y lo tenemos
tan pegado al ojo) que nos olvidamos de que existe y, por lo tanto, nos creemos
que lo que vemos es tal cual así como lo vemos.
Entonces, ¿no estaría bueno, en vista de hacer menos cagadas, conocer un poco
ese cristal con el que miro?
¿No me iría mejor?
¿No sería más feliz?
Conocerse a uno mismo es conocer la propia herramienta, la herramienta que
conoce, pero que también hace y siente.
Y, si somos honestos, vamos a ver que muchísimas veces de forma equivocada,
lastimando a los demás y a nosotros mismos, sin intención, por pura desatención
o ignorancia.
¿Ignorancia de qué?
Fundamentalmente ignorancia de mí mismo.
De mis posibilidades y limitaciones.

Otra posible respuesta (a la pregunta de por qué es importante conocerte) es:


Porque te vas a morir.
Y te aseguro que en ese momento te vas a sentir para el orto si no te preguntaste
con tiempo algunas de estas cosas y encontraste al menos algunas de tus
respuestas.
Si te murieras ahora mismo, ¿estarías conforme con tu vida? Y no hablo de
escalar el Everest o filmar una película. ¿Pediste los perdones necesarios? ¿Diste
las gracias apropiadamente a quién se lo merecía? ¿Dijiste te quiero lo suficiente?

En fin...

Me dijeron que fue en el templo griego de Apolo, en Delfos, que estaba escrita
esta frase con la que Sócrates se dedicó a atormentar a sus contemporáneos a tal
punto de exasperación que finalmente consiguió que lo mataran:

“Conócete a ti mismo y conocerás al universo y a


los dioses”.

Entonces, según esta consigna, parecería que para conocer cualquier cosa más
grande que uno mismo (el universo, los dioses) primero, como prerrequisito hay
que conocer la herramienta que conoce. Es decir, el “sí mismo”.
¿Y qué es este sí mismo?
En primer lugar se podría decir que el sí mismo es una representación, una
idea, una construcción mental imaginaria que, como tal, es muy posible que tenga
mucho de irreal y fantaseada. Sin embargo, esas fantasías no son nunca del todo
arbitrarias. Las fantasías que una persona tiene acerca de sí hablan a menudo de
sus propias carencias y necesidades. Una persona con cierto delirio de grandeza,
por ejemplo, podría estar sobrecompensando psicológicamente algún sentimiento
íntimo de incapacidad o impotencia. Conste que digo “podría” porque en el
terreno humano nada es tan simple que pueda ser resuelto con fórmulas sencillas
del tipo “a tal conducta corresponde tal causa de manera unívoca”.
Como sea, y por esta misma razón, el conocimiento de sí tiene múltiples
capas. No es tarea de un día sino que es un proceso permanente que dura toda la
vida.
Por eso se dice que el autoconocimiento no es en sí un límite sino un proceso
permanente. Produce un estado creciente de autoobservación y la causa
principal por la cual es un proceso es porque el que observaba ayer, sólo por el
hecho de haber observado, ya no es el mismo que observa hoy. Algo cambió.
El hecho en sí de arrojar luz sobre la propia conciencia hace posibles ciertos
procesos psicológicos e imposibilita otros, de la misma manera en que nuestros
movimientos no son iguales en una habitación oscura que en una iluminada.
Para mirarse a sí mismo, entonces, hay que desarrollar cierta capacidad de buceo
en aguas profundas. Y, todo el que bucea necesita, por lo menos dos cosas, un
plano (o guía de observación) y una soga (esencial para volver a la superficie).
Tanto el plano como la soga son herramientas.
La posibilidad del uso de herramientas es una de las características que nos hace
humanos. Que nos diferencia de todo otro animal. Pero a eso vamos a llegar más
tarde.
Antes de eso tenemos que mirar un poco más algunascaracterísticas del “sí
mismo”.

Arbitrariamente, le voy a llamar "yo" a cada una de esas características, con la intención de señalar
que esa elusiva "cosa" a la que llamamos "yo" no es tan unitaria (al menos en principio) como por
lo general nos imaginamos.

El “yo de importación”.
En primer lugar hay que señalar que para que haya “sí mismo” (lo que
habitualmente llamamos “yo”) tiene que haber un otro.

No hay yo posible sin un otro.


Y esos otros, cuyos primeros representantes son los padres o aquéllos que nos
criaron, son los primeros responsables de su constitución.
Dicho de otra forma, lo primero que creemos ser es lo que nuestros padres
nos dijeron que somos.
De más está decir que eso que nos dijeron puede ser cierto o falso o (en la
mayoría de los casos) una mezcla de ambos. Los padres no son infalibles y
menos para definir a los propios hijos. E, incluso esto de verdadero o falso,
tampoco es tan sencillo como parece. Porque por la condición de flexibilidad y
maleabilidad del ser humano (sobre todo en sus primeros años) y también por
cierta tendencia natural a ser víctima de la sugestión, muchas definiciones
equivocadas en principio acerca de nuestro carácter pueden devenir ciertas con el
correr del tiempo a la manera de una profecía autocumplida.
Es decir, hay características y tendencias innatas pero también las hay adquiridas,
y estas últimas son a la larga tan arraigadas que pasan a ser “carne”, por decirlo
de algún modo.
Pero esto no acaba ahí, ya que esta capacidad aprendida, de asumir como reales
definiciones de uno mismo venidas de otros, es algo que, en diversas medidas,
según cada persona, nos acompaña luego toda la vida.

Aquél que afirma que no lo afecta en nada (que no lo transforma) la opinión


que los demás tienen de él, o bien miente, o no se conoce a sí mismo.

A todos nos importa. Estamos inconcientemente atentos a cada mínimo gesto de


aprobación o desaprobación que los demás emiten con respecto a nosotros.
Los principales “motores” de nuestra vida no están adentro sino afuera.
Tienen que ver (dicho muy simplificadamente) con evadir castigos y conseguir ser
amados. Ambos son muy diferentes entre sí y seremos personas muy distintas si
prevalece uno u otro.
Pero lo que en verdad no existe es la independencia del juicio ajeno. Y, cuando
existe, es una patología.
La diferencia es quizás la manera en que nos defendemos cuando esa opinión nos
hiere. Algunos se entristecen, otros se enojan, otros se avergüenzan, otros sienten
desprecio hacia el que los juzga, otros lo usan como incentivo para mejorar... etc.
La reacción es distinta según la personalidad de cada uno y, entre paréntesis, ahí
ya hay algo para mirar, porque mi manera de reaccionar (de defenderme) dice
algo sobre mí mismo.
Y ojo que muchas veces también nos defendemos del elogio porque nos parece
que aceptarlo sin más nos hace vulnerables...

Así que bueno, si reconocen en ustedes mismos esta frase “no me importa lo que
los otros piensen” les sugiero que lo vayan revisando, porque posiblemente la
frase misma sea su manera de defenderse.
Pero lo que en definitiva está pasando, es que esa actitud les está impidiendo
conectarse con lo que realmente pasa en su interior.
Claro que también hay un desequilibrio en el extremo opuesto.
La personalidad dependiente que no puede dar un paso sin consultar.
Como se sabe, todos los extremos son perjudiciales.
Y como posiblemente algunos podrán deducir de lo dicho, la sanación no
significa lo mismo para todas las personas.
Algunos necesitan ablandarse un poco, otros endurecerse. Ninguna fórmula
universal da resultado justamente por esto.
Si no me conozco puedo querer apagar el fuego con nafta creyendo que estoy
regando una planta.

Entonces, primera característica del “sí mismo”.


Está en gran medida formado por la opinión de los demás.
Por eso algunos le llaman “yo de importación”.
Pero ni esto es tan simple.
Porque, como ya dijimos, cada persona reacciona distinto al mismo estímulo. Y
estos estímulos mismos son extraordinariamente diversos.
Sin embargo, es bueno saber que aquellas opiniones que nos afectan son
de carácter valorativo: son, como se dice habitualmente, juicios.
Es decir, están ubicadas en algún punto de un continuo que va desde el halago a
la crítica. Pero, para seguir complicándolo un poquito más, ni todo halago es
constructivo ni toda crítica es destructiva.
Así que así estamos. Perdidos en un mar de posibilidades. En una gama
indefinida de grises.
Para completar este primer concepto faltaría decir que otra de las características
de la construcción del sí mismo en función de los demás es la de la imitación.
Imitamos, sin darnos cuenta, desde muy chicos, a nuestros modelos más
cercanos.
Pero como esto es tema de otra nota no vamos a profundizar este concepto
ahora.[1]

El “yo de exportación”.

Pasemos ahora a otro aspecto de ese sí mismo que tiene que ver, como
sugerimos antes, con cómo nos defendemos de ese constante bombardeo de
opiniones acerca de nosotros mismos que recibimos desde que nacimos.
Nos defendemos construyendo una cáscara, una máscaraque, desde muy chicos
creemos que en cierta forma detiene esa intrusión de los otros en nuestra
interioridad.
Es el falso sí mismo o, como también se podría decir, el “yo de exportación”.
Esta falsa personalidad está adaptada a lo que desde muy chicos supusimos que
se esperaba de nosotros y aprendimos a fingir con el propósito de ser aceptados
por los demás. Pero en el proceso de esa construcción fuimos dando más y más
importancia a esa apariencia hasta el punto de identificarnos nosotros mismos con
ella y habitar, por decirlo de algún modo en una extrema superficialidad.

A veces necesitamos una armadura para sobrevivir.


El problema es cuando confundimos la armadura con la propia carne.

Ahí es cuando empezamos a vivir la que Heidegger llamó“existencia


inauténtica”.
La forma más habitual de ver esto es en la gente que se nota muy preocupada por
su apariencia: la ropa, el pelo, el auto, la casa, etc., etc. Pero si ésta fuera la única
forma sería muy fácil de descubrir. Otros se protegen con conocimiento o
información: datos y datos acerca de alguna cosa. Otros con risas y chistes
permanentes, otros con mal humor y arranques de ira... Otros con algún tipo de
consumismo desenfrenado. En fin, otra vez, cada cual tiene que encontrar cuál es
su manera. Cada cual tiene la propia. Aunque tampoco son tantas. Por eso es que
existen categorías. Quizás algunos de nosotros entremos en alguna de las
descritas recién.

Hay que señalar que este falso sí mismo (o yo de exportación) está sostenido
también por el propio discurso autodescriptivo.
Cada uno debería encontrar en sus palabras la propia“estrategia de
marketing” que utiliza para venderse a los demás: “soy un buen padre” “soy una
persona responsable” “yo siempre hago las cosas así...” o también “soy un
desastre” “no sirvo para nada” son todas declaraciones destinadas a convencer a
los demás de algo que a la larga termina convenciéndonos a nosotros mismos.
Encontrar esa autodefiniciones en nuestra vida cotidiana puede servirnos de
pista para entender cómo construimos ese falso sí mismo.
En principio, siempre que encontremos un “siempre” o un “nunca” (explícitos o
implícitos) en nuestra definición de nosotros mismos haríamos bien en desconfiar
de esas aseveraciones.
Otra característica que aporta a la construcción de nuestrofalso sí mismo es la
capacidad camaleónica que todos tenemos: hacer lo que todos hacen a fin de
“encajar” en determinado contexto.
Esto (aclaro por las dudas) no quiere decir que una solución sea hacer siempre y
como sea lo contrario de lo que hacen todos (como una especie de rebeldía
automática).
Se necesita cierta prudencia y discernimiento para desarrollar una identidad que a
la vez “encaje” en la trama social.
La angustia.

Como sea, cuando uno escarba un poco, puede descubrir que en cualquiera de
esas conductas en el fondo siempre hay algo de angustia.
Una angustia que apunta a algo que nos falta y que, por no enfrentarla, la tapamos
con cualquiera de estas cosas. Todos sentimos angustia en ciertos momentos. La
angustia es constitutiva del ser humano porque es el marcador de nuestra
incompletitud.

La forma de lidiar con la propia angustia es lo que


diferencia a las personas.

En principio se podrían resaltar dos formas opuestas.

 El que busca calmarla en la exterioridad, buscando diversión, consumo, enajenación de


algún tipo.
 El que busca conectarse consigo mismo para profundizar sus causas.

La primera forma lleva a una existencia superficial y frívola (inauténtica), la


segunda nos da la posibilidad de encontrar sentido profundo y madurar
psicológicamente.

Volviendo al falso sí mismo, que está íntimamente relacionado con la frivolidad,


hay que aclarar que, en cualquier forma que se exprese, lo que tiene de
característico es cierto modo que podría llamarse “exhibicionista”, como hacer
humo por un lado para tapar otra cosa.
Y ojo que incluso la timidez puede ser una forma retorcida de exibicionismo.

El falso sí mismo es como una cicatriz.


Está en la piel, incluso parece piel, pero conserva cierta deformación y rigidez que,
con la intención de proteger la herida, la pone de manifiesto.

En fin, tenemos por ahora un yo de importación y un yo de exportación.

El “yo real”.

Pero entonces ¿cuál es el yo real?


A veces uno estaría tentado, en vista de lo anterior, a decir que eso ni siquiera
existe. Y a veces es casi cierto.
En esta sociedad, el yo real en casos extremos tiene el tamaño de una semilla. Y,
en definitiva eso es lo que es, una semilla.
Quedó sin germinar.
Pero la mayoría de las veces sí germinó, aunque sobrevive como una plantita
escuálida olvidada en un rincón.
Y entonces, con todo el basurero que tenemos amontonado en la propia psiquis,
es algo difícil de encontrar.
Pero está ahí.
Lo cierto es que, planta o semilla, en algún lado está. Y, que esa planta crezca es
condición absoluta de nuestra felicidad.

No podemos ser felices si en principio ni siquiera


“somos”.

Y lo bueno es que, por lo general, no es tan chiquita, sino que acá y allá aparece
alguna hojita entre los escombros.
Hay que ponerse a remover escombros, por lo tanto.
Por lo pronto, hay que apresurarse a recalcar que real no significa biológico.
Ésa sería una concepción materialista y genetista de la naturaleza de la persona
humana. El ser humano alcanza su identidad plena por interacción social.
Real significa aquello que va a posibilitar la trascendencia y la realización de cada
persona en particular, convirtiéndola en un ser único y original, no en una copia en
serie.

Una “herramienta”.

Vamos entonces a pasar a ver cuál podría ser un método propuesto para este
conocimiento de uno mismo.
El llamado “examen de conciencia” es la herramienta que tenemos desde la
antigüedad para encontrar y hacer crecer esa plantita.
Hoy, con el desprestigio de la religión, la gente va al psicólogo. Y no es que esté
mal (tampoco voy a ser tan pelotudo de matar a la vaca). Ésa es una manera
(siempre y cuando uno no caiga en manos de un tarado).
Digo que no está mal porque hacerlo solo, es un camino largo y muchas veces
uno puede caer en el autoengaño.

Se podría comparar el autoconocimiento con el ping-pong.


Uno puede jugar solo contra una pared (o incluso un espejo) y va a aprender algo.
Pero la verdadera pericia sólo la puede obtener jugando con otro.
Lo mismo vale, entre paréntesis, para esta cuestión de la masturbación.
Difícilmente un gran pajero va a ser también un buen amante, creo. Si alguien
tiene pruebas concretas de lo contrario puede presentarlas, si quiere. Eso sí en
video HD, si no, no sirven.
Y aún así, yendo un poco más lejos con el ejemplo del ping-pong, quizás su
desarrollo no sería el máximo posible si careciera de un entrenador personal que
pudiera ver desde afuera sus debilidades y fortalezas y sus puntos ciegos.
Ésa sería la función de un psicólogo o un guía o grupo terapéutico. Porque están
los problemas generales, los que son comunes a todos, pero después está la
manera particular que tengo yo en mi propia vida.
Y lo particular necesita atención particular, no sirve para eso ninguna receta
global.

Pero por ahora enfoquémosnos en lo que en principio podemos hacer solos, por
nosotros mismos. Pero reteniendo el dato de que sólo no alcanza, tarde o
temprano, necesitamos siempre de los demás.
Hoy quiero hablar de una manera simple y sencilla de hacer examen de
conciencia pero hay que decir que el autoconocimiento no es cosa de un día y que
no se puede realizar correctamente a menos de incorporar a la propia vida el
hábito de la meditación.
Pero la meditación de la que hablo no busca, como otras técnicas, el objetivo de
dejar la mente en blanco. O vaciarse completamente de significados. De hecho, ni
siquiera creo que eso sea posible.
En mi opinión (y, por supuesto, no sólo mía) meditar es meditar en algo.
Lograr enfocarse en un tema particular para encontrar significaciones profundas
relacionadas con la propia existencia particular.
Hay sí, vale aclarar, la posibilidad de acallar el parloteo frenético y
desordenado de la mente y pasar a algo que se podría llamar “modo
imagen” (como el que sucede en los sueños).
Esto es lo que algunos místicos llaman estado contemplativo y frecuentemente
está acompañado de afectos agradables, a veces intensos. A veces esa
experiencia puede estar acompañada también de la sensación de haber
comprendido algo nuevo y muchas veces también de total desorientación, del
vislumbre de que algo más grande se nos escapa todavía... pero eso lo voy a
dejar para otro momento.
Con respecto al “modo imagen” de conocimiento, no voy a profundizar mucho acá.
Pero diré que es el acceso a lo que muchos filósofos describieron como
la intuición intelectual, que es superior a la racional y puede trascender el
lenguaje. Éste ejercicio (como otros de la meditación) son preliminares para
conectar con ese modo supra-racional de conocimiento.

El primer ejercicio que es posible encarar relacionado con todo esto es el que
llamamos “pasarse la propia película”.
Hay también más de una manera de enfocarse en esta mirada pero quizás la más
asequible en un principio es la de revisar el día.
A la noche, poco antes de dormir, uno puede intentar pasarse a sí mismo,
mentalmente, una película resumida del propio día. Puede hacerse comenzando
por el momento en que uno se despertó hasta el momento actual, pero creo que
es más eficaz en sentido inverso. Empezando por el momento anterior al actual y
remontando el día en dirección a la mañana. De esa manera se verá, por ejemplo,
un momento de enojo y acto seguido los eventos que nos precipitaron en él. Es
decir, sus aparentes causas. Al principio, este ejercicio puede consistir en evocar
los dos o tres momentos más relevantes del día y, con el tiempo uno va
ganando la capacidad de ir agregando cada vez más ítems a la práctica.
Lo importante a recordar del concepto “película” es que se trata de
evocar imágenes, no de crearle un narrador adicional que intente explicar con
palabras lo que está pasando.
Esto no es nada sencillo y también más adelante habrá que prestar atención a ese
relato que la mente hace tratando de racionalizar los eventos, pero por el
momento la atención debería estar dirigida a las imágenes y no al parloteo de
fondo.
En la medida de lo posible, y a fin de intentar limpiar lo más posible de prejuicios la
propia mirada, es aconsejable realizar este ejercicio tratando de evitar cualquier
juicio valorativode los acontecimientos.
Tratando de mirar esos momentos como un padre o madre miraría a un hijo. Es
decir, con amor y comprensión. (Ya sé que hay otros “tipos de padres” pero
quedémosnos con la “versión sana”).
Para ponernos en esa "sintonía" puede servir evocar cómo miraríamos nosotros
jugar a un niño pequeño. La mayor parte de sus actos nos causarían ternura y
simpatía (o a lo sumo tristeza o preocupación si vemos que se puede estar
dañando a sí mismo) , veríamos todos sus actos con extrema indulgencia, no con
las categorías valorativas que usamos para juzgar los actos de un adulto.
Un método similar podría aplicarse, por ejemplo, los domingos para mirar la
semana o en las vacaciones para mirar el año.
También en cualquier momento uno puede estar motivado para encarar este
ejercicio con períodos más largos de su propia historia, incluso con la totalidad de
la vida.
A esto se le llama “historización”: convertir el pasado en un relato con sentido.

Como sea, esto es un principio fundamental para todo aquél que haya reconocido
que la dimensión espiritual es una faceta fundamental de su vida.
No hay madurez psicológica posible sin un progresivo y consecuente
acrecentamiento de la conciencia de sí.

Hay muchas otras maneras y variaciones de este mismo ejercicio.


Uno puede, por ejemplo, rastrear algún tópico en concreto (ya sea en el día, el
mes, el año o la totalidad de la vida).
Momentos felices o infelices.
O más concretamente algún sentimiento o emoción particular, o incluso una
compulsión, como la ira, la gula, la lujuria, etc.
También el miedo, la ansiedad, la apatía o cualquier otro estado que
consideremos relevante.
Parejas, amigos, trabajo u otros eventos sociales o relacionales también pueden
ser tema de rastreo interesante.
Siempre, como dije, conservando esa mirada paternal (o maternal) plena de
comprensión y amor.

Cabe aclarar que con esto no estoy pretendiendo sintetizar todos los costados que
tiene en sí la poderosa herramienta de la meditación.
Es sólo un ejercicio entre muchos.
Quien esté interesado en el tema puede explorar las múltiples prácticas que ofrece
el mindfulness.
El “cuarto yo”.

Hemos hablado del yo de importación, del yo de exportación y del yo real que


tiene que crecer y fortalecerse...
Habría que hablar todavía de un cuarto yo, imprescindible para este proceso de
autoconocimiento que es el yo observador.

El yo observador es una capacidad que tenemos todos, pero que surge sólo en
ciertos momentos de manera espontánea.
Por ejemplo en situaciones de peligro o intensidad emocional.
Cuando parece como si nos estuviéramos viendo desde afuera.
Pero la razón principal por la que nuestra vida se nos va frecuentemente de las
manos y cedemos a reacciones de las cuales después nos arrepentimos, o nos
dejamos llevar por las circunstancias, es porque la mayoría del tiempo el yo
observador no funciona de manera automática.
Está dormido.
Para activarlo, hace falta cierta intencionalidad.

El objetivo de todas estas prácticas de autoobservación es fortalecer y mantener


activo a ese yo observador en cada momento de nuestra vida.
Estos ejercicios de examen de conciencia lo fortalecen y nos ponen en contacto
con él.
Con el tiempo es esperable que devenga funcional en cada momento de nuestra
vida.
Creo que es inevitable que, en este proceso, surja en algún momento el
sentimiento de culpa.
Pero como ya hablé en otra nota sobre eso no voy a volver ahora sobre el tema.
Sólo diré que ésta es una forma para cambiar la mirada y empezar a hacernos
cargo de lo que nos corresponda. Pero esto tampoco de una manera
atormentada.

También en otra nota hablé de hacerse el boludo con respecto a la parte de


responsabilidad que nos toca, que viene siendo costumbre en el género humano
desde hace tanto tiempo que hasta figura en el Génesis. Pero es bueno saber
que, al menos en parte, eso (hacerse el boludo) es causa de muchas de nuestras
penas.

Por eso, una respuesta posible a esta pregunta de “¿qué carajo estoy haciendo
acá?” podría ser: “me estoy haciendo el boludo”. E incluso, interpretándola de
otra manera la misma pregunta podría estar significando "¿cómo llegué hasta
acá?”, en el sentido de “¿cómo me convertí en lo que hoy soy?” (y, quizás, mucho
no me gusta).
La respuesta sería, en parte, la misma: por hacerme el boludo.

Digo esto porque, al mirar la película de nuestra vida, cuando nos remontemos a
la infancia, podemos estar tentados de echarle la culpa de muchas de nuestras
características a los propios padres. O, en vez de a los padres, a las
circunstancias. Si fui pobre quizás me parezca que no tuve suficientes
oportunidades o, si fui rico, que me consintieron demasiado y por eso me volví
muy blando...
Y, en parte, va a ser verdad.
Pero, si nos quedamos en esa actitud, no vamos a cambiar absolutamente nada.
Ahora somos adultos y nos toca hacernos cargo de ver qué podemos hacer con lo
que nos queda.
Entonces quizás sea hora de dejar de hacernos los boludos y tomar seriamente
las riendas de nuestras vidas.
Pero para eso tengo que empezar por mirarme un poquito y mirar mi pasado.

Conclusión.
Resumiendo entonces, tenemos un yo de importación que fue construido por
todo lo que nos dijeron (o hicieron saber de alguna otra manera) acerca de cómo
somos. Ese yo sigue operando y estamos como hipnotizados por ciertas opiniones
o exigencias de los demás sobre nosotros.
Luego tenemos el yo de exportación, que es nuestra estrategia de marketing
para ser aceptados por los demás. El mismo tiene gran parte de mentira, porque
su materia prima es la vanidad misma (que no es tremendamente mala en sí, pero
por lo general se va de mambo). De tanto mentirle a los demás, por lo general
terminamos nosotros mismos creyendo esas mentiras y ahí es donde pasamos a
vivir una existencia inauténtica, como decía Heidegger.
En tercer lugar tenemos el yo real, que en la mayoría de los casos está algo así
como ahogado por este yo de exportacióno falso sí mismo. Nuestra tarea es
encontrarlo y ayudarlo a crecer. En eso consiste, en principio, pero no solamente,
la esencia de nuestra libertad.
Y finalmente tenemos un cuarto yo, que viene a ser el yo observador que
necesitamos fortalecerlo o despertarlo (porque la mayor parte del tiempo está
dormido) porque el mismo es imprescindible para vernos a nosotros mismo como
si fuera desde afuera.

Sin embargo existe todavía un peligro si dejamos este esquema acá. Es que el
individuo permanezca aislado observándose a sí mismo absorto, como se
dice, mirándose el ombligo.

El desarrollo personal no está completo si a la vez no se expande ese yo real a la


noción de nosotros que representa al grupo y a la comunidad.
La construcción psicológica de un nosotros es tan importante como todo lo
antedicho para el desarrollo de un verdadera y sana identidad personal.

Pablo Berraud

También podría gustarte