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El orden conservador
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pero dividido en gobiernos provinciales limitados, como el gobierno central, por la ley federal de la
República.
De este modo, no hay una ruptura definitiva con el orden tradicional; esta ruptura vendrá después, cuando la
población nueva, la industria y la riqueza, den por tierra con la cultura antigua.
En este contexto de transición emerge un papel político inédito que integra lo nuevo y lo viejo: la figura
monárquica reaparece bajo la faz republicana en el cargo de Presidente, quien materializa el poder central.
El Presidente adquiere legitimidad no por su calidad intrínsica de gobernante sino en razón del cargo
superior que ocupa, de modo tal que tiene más valor el rol institucionalizado que un individuo está llamado a
desempeñar que la propia virtud de gobernante. El respeto al presidente no es más que el respeto a la
constitución, en virtud de la cual ha sido electo, es el respeto a la disciplina y a la subordinación.
Impedir la tiranía es la finalidad básica del gobierno republicano, y de ella se deduce la teoría normativa de
las limitaciones del poder que estable la no-reelección y que otorga a magistraturas diferentes la tarea de
legislar, ejecutar y sancionar.1
Libertad política para pocos y libertad civil para todos
El problema que inevitablemente surge en el horizonte de una fórmula republicana es el de saber quiénes y
bajo qué reglas podrán ejercer el gobierno de la sociedad.
La posición democrática hace derivar el título de legitimidad del gobernante de la elección. El modo de
expresión del consentimiento popular, dejada de lado la manifestación directa, se traduce en la
representación, entendida como una serie de actos mediante los cuales un actor político autoriza a otro a
obrar en su nombre o le impone el deber de dar cuenta de su acción. A fin de prevenir los riesgos que esta
lleva consigo (conflictos entre facciones adversas, demagogia, etc) es preciso mediatizar los modos de
elección de los representantes según sea la importancia del cargo que está en juego, manteniendo siempre
la elección en manos del pueblo.
Ahora bien, ¿quiénes componen y quiénes permanecen marginados de lo que llamamos pueblo? ¿El
gobierno democrático es obra de un grupo reducido de personas y sólo ellas integran el pueblo donde reside
el poder electora, o bien, ese conjunto es más abundante en términos cuantitativos de forma que tiende a
universalizarse, abarcando un número cada vez mayor de miembros participantes? El punto de vista
alberdiano es, en este sentido, francamente restrictivo. De este modo, será una minoría la única calificada
para ejercer la libertad política; mientras que la mayoría (que hizo un mal uso de la libertad política
favoreciendo despotismos populares) sólo tendrá el derecho de ejercer la libertad civil: de adquirir, enajenar,
trabajar, navegar, comerciar, transitar y ejercer toda industria a fin de garantizar la llegada de inmigrantes,
industria y riquezas.
Podemos sostener ahora que la fórmula alberdiana prescribe la coexistencia de dos tipos de república
federativa: la república abierta (regida por la libertad civil) en contradicción con la república restrictiva (regida
por la libertad política).
Alberdi y Tocqueville: la libertad frente al riesgo de la igualdad
Tocqueville fue uno de los pensadores que se percató de que todo el edificio republicano podía temblar en
sus cimientos a mediada que un aumento histórico de la igualdad social diera por tierra con las antiguas
distinciones entre ciudadano y habitante. Este es el motivo principal que induce a este aristócrata francés a
sostener que la democracia equivale a la igualdad no significando, como tal, un régimen político sino un
estado de naturaleza social que anuncia el ocaso de la dominación aristocrática. La igualdad aparece
entonces como la regla social a la que, inevitablemente, deberán someterse las relaciones políticas del
futuro. Casi en una operación de rescate, entiende a la libertad no como una entidad del orden abstracto,
sino como una realidad proveniente del control sociológico que sobre el Estado ejerce un grupo autónomo
cuya independencia, al menos relativa, está asegurada por la ley, pero más por costumbre o tradición.
Tocqueville identifica tres mediadas de la acción política que, correctamente practicadas, pueden preservar
la libertad de una sociedad igualitaria:
1. Descentralización: expresada en la fórmula federal, en un sistema de soberanía fragmentada que cuenta
con reservas constitucionales de autonomía ante un estado naturalmente centralizador.
2. Asociación: expresada en las organizaciones voluntarias que permiten reagrupar los intereses aislados de
los ciudadanos desamparados frente al estado.
3. Moderación electoral: expresada en el voto indirecto, es decir, en la mediatización del sufragio que
controla los peligros de la demagogia y de las pasiones irresponsables de la multitud.
Tocqueville se rinde ante la marcha de la igualdad y reconoce que el sufragio universal está consagrado por
la ley y la costumbre, entendiendo que el sufragio indirecto es un instrumento de moderación y un sistema
electoral que robustece la calidad de los gobernantes 2 . De esta manera, ve en el doble grado electoral el
único medio de poner el uso de la libertad política al alcance de todas las clases del pueblo.
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En este punto la fórmula alberdiana no se aparta de las pautas fijadas por el modelo norteamericano: un senado y una
cámara de diputados representarán a las provincias y a la nación en el proceso legislativo, en tanto tribunales
provinciales y nacionales adjudicarán sanciones.
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Por su parte, al determinar quiénes constituyen el pueblo, Alberdi pretende garantizar la calidad del acto
electoral considerando que los mediadores de la razón en la vida política son las leyes y los notables. La
fórmula alberdiana culmina consagrando la contradicción entre desigualdad social e igualdad política,
porque quien elige también puede gobernar y quien gobierna debe gozar de la autoridad de interpretar y de
decidir razonablemente. Esta república es, a fin de cuentas, un régimen político de severas exigencias, ya
que nada reasegura la calidad del voto si no es la calidad moral, intelectual o económica del ciudadano que
lo emite.
Alberdi permanece aferrado a esta concepción de las cosas; Tocqueville traspone el umbral de la república
restrictiva: los notables ya no están protegidos por un derecho de ciudadanía exclusivo, pero todavía las
leyes y las instituciones podrán gestar el milagro de mediar con éxito entre la cantidad de los electores y la
calidad de los elegidos. Tocqueville descubre que las instituciones políticas y la sociedad igualitaria
permanecían, unas frente otra, en una crítica confrontación. Alberdi no niega la bondad de las instituciones;
hasta incorpora en su proyecto todos los recaudos que éstas proponen, pero las instala sobre un suelo en
cuya superficie reinará una severa distinción de rangos. Votarán los de arriba: los educados y los ricos; no
podrán ni deberán elegir los ignorantes y los pobres.
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pequeño número de actores que se apropia de los resortes fundamentales del poder, localizado en una
posición privilegiada en la escala de estratificación social.
Al pensar la oligarquía como sistema de hegemonía gubernamental, el autor está considerando que el domino
se despliega tanto sobre la mayoría de la población, pasiva y no interviniente, como sobre los miembros
pertenecientes al estrato superior que emprenden una actividad opositora. El sistema hegemónico se
organizaría sobre las bases de una unificación del origen elector donde el gobierno nacional intervendría
nombrando sucesores.
El control político evoca así una acción de poder ejercida sobre otros desde un determinado punto del espacio
político, suponiendo una relación entre quien controla y quien es controlado, y un porqué y un para qué de
esta. La fórmula prescriptiva de Alberdi pretendía traducir en instituciones un conjunto de valores e intereses
socioeconómicos que los actores dominantes estaban dispuesto a defender, y detrás de determinadas
prescripciones formales se escondía el propósito del control.
Mediante este sistema de transferencia de poder (que de ningún modo debe ser pensado a imagen y
semejanza de una designación burocrática, lo que implicaría violentar la historia misma), la oligarquía logró
establecer, entre un reducido número de participantes, dos procesos básicos:
- la exclusión de la oposición considerada peligrosa para el mantenimiento del régimen
- la cooptación de la oposición moderada mediante alianzas