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BOTANA.

El orden conservador

Capítulo 2: La República posible.


Regímenes políticos y legitimidad
Un régimen político puede ser entendido como una estructura institucional de posiciones de poder,
dispuestas en un orden jerárquico, desde donde se formulan decisiones autoritativas que comprometen a
toda la población perteneciente a una unidad política. Esta unidad política asume como problema central el
hecho de subordinar diferentes sectores de poder a un ámbito imperativo más amplio que es el poder
político, que por definición es supremo. La existencia concreta del poder político es observable en su
substrato material, que el gobierno compuesto de personas visibles.
Según el autor, el régimen político debe responder a dos interrogantes:
1. En relación a la organización y la distribución del poder: qué vínculo de subordinación establecerá el
poder político con el resto de los sectores de poder.
2. En relación al modo de elección de los gobernantes y los límites entre estos y los gobernados: qué reglas
garantizarán el acceso y el ejercicio del poder político.
La estructura institucional de un régimen político alberga, pues, la realidad del poder (haz de relaciones de
control) y una constelación de intereses materiales y de valores que justifica la pretensión de algunos
miembros de la unidad política de gobernar al resto.
En este proceso es preciso atribuir valor preferente a una estructura institucional en detrimento de otra, y
partir de ello, a determinadas concepciones acerca de la organización y la distribución del poder, los modos
de elección y las fronteras entre gobernantes y gobernados. De este modo, se trata de consagrar una
fórmula prescriptiva o principio de legitimidad.
En una segunda etapa, los actores procuran traducir las fórmulas prescriptivas en una creencia compartida
con respecto a la estructura institucional y en un acuerdo acerca de las reglas de sucesión, resultando de
ello una fórmula operativa o sistema de legitimidad.
De este modo, un régimen político se vincula con un conjunto de decisiones gubernamentales que definen
metas, seleccionan medios y alternativas, imponen recompensas y sanciones, y a su vez, con el marco que
produce dichas decisiones dentro del cual los actores se enfrentan para determina quiénes ejercerán el
poder político.
Alberdi y su fórmula prescriptiva
Tras la independencia los grupos dominantes asumieron la tarea de construir una legitimidad de reemplazo.
La fórmula que algunos llamaban republicana y otros demócrata, como si fueran dos palabras sinónimas,
hacía residir el origen del poder en una entidad más vasta que las antiguas aristocracias, al mismos tiempo
que proponía una operación mucho más complicada para elegir a los gobernantes que aquélla definida por
las viejas reglas hereditarias y burocráticas. Pueblo y elección podrían representar este proyecto, siempre y
cuando no provocaran una fractura irremediable con las costumbres políticas que gozaban del beneficio de
la tradición. Era necesaria una fórmula prescriptiva que conciliara la desigualdad del antiguo régimen con los
principios igualitarios emergentes.
Juan bautista Alberdi fue el autor de una fórmula prescriptiva que
- influyó significativamente en las deliberaciones del Congreso Constituyente y se prolongó más allá de este
- tradujo valores e intereses dominantes pese a las oposiciones que sufrió Alberdi
- perduró en el tiempo y otorgó un marco valorativo que sirvió como guía del régimen político implantado ´80
Esta fórmula prescriptiva tiene la particularidad de justificar un régimen político en cuanto hace al poder y a
su programa futuro. Alberdi sostuvo que era necesario contar con una constitución para la realización del
conjunto de metas que una nación abierta al futuro debe alcanzar: la inmigración, la construcción de
ferrocarriles y canales navegables, la colonización de tierras de propiedad nacional, la introducción y
establecimiento de nuevas industrias, la importación de capitales extranjeros y la exploración de los ríos
interiores. Notamos que Alberdi rechaza la cultura tradicional y llama al trasplante cultural, al modelo
europeo, a fin de edificar una sociedad industrial que libre al hombre de la servidumbre de la naturaleza.
El medio seleccionado para alcanzar estas metas es el régimen político, expresado en una fórmula de
sencillo diseño:
- funda una capacidad de decisión dominante para el poder político central
- otorga el ejercicio del gobierno a una minoría privilegiada
- limita la participación política del resto de la población
- asegura a todos los habitantes el máximo de garantías en orden a su actividad civil
La cuestión que preocupaba a Alberdi era la de organizar un poder central, necesariamente fuerte para
controlar los poderes locales y suficientemente flexible para incorporar a los antiguos gobernadores de
provincia a una unidad política más vasta. Esta fusión entre dos tendencias contradictorias, la centralización
y la descentralización, otorgan un carácter mixto al gobierno: consolidable en la unidad del régimen nacional

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pero dividido en gobiernos provinciales limitados, como el gobierno central, por la ley federal de la
República.
De este modo, no hay una ruptura definitiva con el orden tradicional; esta ruptura vendrá después, cuando la
población nueva, la industria y la riqueza, den por tierra con la cultura antigua.
En este contexto de transición emerge un papel político inédito que integra lo nuevo y lo viejo: la figura
monárquica reaparece bajo la faz republicana en el cargo de Presidente, quien materializa el poder central.
El Presidente adquiere legitimidad no por su calidad intrínsica de gobernante sino en razón del cargo
superior que ocupa, de modo tal que tiene más valor el rol institucionalizado que un individuo está llamado a
desempeñar que la propia virtud de gobernante. El respeto al presidente no es más que el respeto a la
constitución, en virtud de la cual ha sido electo, es el respeto a la disciplina y a la subordinación.
Impedir la tiranía es la finalidad básica del gobierno republicano, y de ella se deduce la teoría normativa de
las limitaciones del poder que estable la no-reelección y que otorga a magistraturas diferentes la tarea de
legislar, ejecutar y sancionar.1
Libertad política para pocos y libertad civil para todos
El problema que inevitablemente surge en el horizonte de una fórmula republicana es el de saber quiénes y
bajo qué reglas podrán ejercer el gobierno de la sociedad.
La posición democrática hace derivar el título de legitimidad del gobernante de la elección. El modo de
expresión del consentimiento popular, dejada de lado la manifestación directa, se traduce en la
representación, entendida como una serie de actos mediante los cuales un actor político autoriza a otro a
obrar en su nombre o le impone el deber de dar cuenta de su acción. A fin de prevenir los riesgos que esta
lleva consigo (conflictos entre facciones adversas, demagogia, etc) es preciso mediatizar los modos de
elección de los representantes según sea la importancia del cargo que está en juego, manteniendo siempre
la elección en manos del pueblo.
Ahora bien, ¿quiénes componen y quiénes permanecen marginados de lo que llamamos pueblo? ¿El
gobierno democrático es obra de un grupo reducido de personas y sólo ellas integran el pueblo donde reside
el poder electora, o bien, ese conjunto es más abundante en términos cuantitativos de forma que tiende a
universalizarse, abarcando un número cada vez mayor de miembros participantes? El punto de vista
alberdiano es, en este sentido, francamente restrictivo. De este modo, será una minoría la única calificada
para ejercer la libertad política; mientras que la mayoría (que hizo un mal uso de la libertad política
favoreciendo despotismos populares) sólo tendrá el derecho de ejercer la libertad civil: de adquirir, enajenar,
trabajar, navegar, comerciar, transitar y ejercer toda industria a fin de garantizar la llegada de inmigrantes,
industria y riquezas.
Podemos sostener ahora que la fórmula alberdiana prescribe la coexistencia de dos tipos de república
federativa: la república abierta (regida por la libertad civil) en contradicción con la república restrictiva (regida
por la libertad política).
Alberdi y Tocqueville: la libertad frente al riesgo de la igualdad
Tocqueville fue uno de los pensadores que se percató de que todo el edificio republicano podía temblar en
sus cimientos a mediada que un aumento histórico de la igualdad social diera por tierra con las antiguas
distinciones entre ciudadano y habitante. Este es el motivo principal que induce a este aristócrata francés a
sostener que la democracia equivale a la igualdad no significando, como tal, un régimen político sino un
estado de naturaleza social que anuncia el ocaso de la dominación aristocrática. La igualdad aparece
entonces como la regla social a la que, inevitablemente, deberán someterse las relaciones políticas del
futuro. Casi en una operación de rescate, entiende a la libertad no como una entidad del orden abstracto,
sino como una realidad proveniente del control sociológico que sobre el Estado ejerce un grupo autónomo
cuya independencia, al menos relativa, está asegurada por la ley, pero más por costumbre o tradición.
Tocqueville identifica tres mediadas de la acción política que, correctamente practicadas, pueden preservar
la libertad de una sociedad igualitaria:
1. Descentralización: expresada en la fórmula federal, en un sistema de soberanía fragmentada que cuenta
con reservas constitucionales de autonomía ante un estado naturalmente centralizador.
2. Asociación: expresada en las organizaciones voluntarias que permiten reagrupar los intereses aislados de
los ciudadanos desamparados frente al estado.
3. Moderación electoral: expresada en el voto indirecto, es decir, en la mediatización del sufragio que
controla los peligros de la demagogia y de las pasiones irresponsables de la multitud.
Tocqueville se rinde ante la marcha de la igualdad y reconoce que el sufragio universal está consagrado por
la ley y la costumbre, entendiendo que el sufragio indirecto es un instrumento de moderación y un sistema
electoral que robustece la calidad de los gobernantes 2 . De esta manera, ve en el doble grado electoral el
único medio de poner el uso de la libertad política al alcance de todas las clases del pueblo.
1
En este punto la fórmula alberdiana no se aparta de las pautas fijadas por el modelo norteamericano: un senado y una
cámara de diputados representarán a las provincias y a la nación en el proceso legislativo, en tanto tribunales
provinciales y nacionales adjudicarán sanciones.
2
Por su parte, al determinar quiénes constituyen el pueblo, Alberdi pretende garantizar la calidad del acto
electoral considerando que los mediadores de la razón en la vida política son las leyes y los notables. La
fórmula alberdiana culmina consagrando la contradicción entre desigualdad social e igualdad política,
porque quien elige también puede gobernar y quien gobierna debe gozar de la autoridad de interpretar y de
decidir razonablemente. Esta república es, a fin de cuentas, un régimen político de severas exigencias, ya
que nada reasegura la calidad del voto si no es la calidad moral, intelectual o económica del ciudadano que
lo emite.
Alberdi permanece aferrado a esta concepción de las cosas; Tocqueville traspone el umbral de la república
restrictiva: los notables ya no están protegidos por un derecho de ciudadanía exclusivo, pero todavía las
leyes y las instituciones podrán gestar el milagro de mediar con éxito entre la cantidad de los electores y la
calidad de los elegidos. Tocqueville descubre que las instituciones políticas y la sociedad igualitaria
permanecían, unas frente otra, en una crítica confrontación. Alberdi no niega la bondad de las instituciones;
hasta incorpora en su proyecto todos los recaudos que éstas proponen, pero las instala sobre un suelo en
cuya superficie reinará una severa distinción de rangos. Votarán los de arriba: los educados y los ricos; no
podrán ni deberán elegir los ignorantes y los pobres.

Capítulo 3: La oligarquía política


La república restrictiva presentada por Alberdi no definía ningún medio práctico para hacer efectiva la
representación; la selección de los modos de regular las acciones políticas debía surgir de la relación entre los
individuos y las clases que detentaban las posiciones de poder, y los que pretendían acceder a ellas. El
diseño de la nueva fórmula operativa que permitiera a los actores construir una base de dominación efectiva,
es pensada por el autor como el resultado de un diálogo interior entre Alberdi el legislador, creador de la
fórmula prescriptiva, y Alberdi el sociólogo, observador de la realidad.
El control de la sucesión
Frente a la crisis política del ´80, en la que se discutía la elección del presidente, Alberdi establece una escala
de prioridades: no le preocupa asegurar, en primer término, un régimen normal de delegación del poder, sino
alcanzar un gobierno efectivo que centralice la capacidad electoral en toda la nación. A partir de esto, los
argumentos teóricos se contradicen con la realidad, debido que si bien habrá electores, poder electoral,
elecciones y control, los electores serán los gobernantes, el poder electoral residirá en los recursos coercitivos
o económicos de los gobiernos y no en el soberano que lo delega de abajo hacia arriba, las elecciones
consistirán en la designación del sucesor por el funcionario saliente y el control lo ejercerá el gobernante
sobre los gobernados antes que el ciudadano sobre el magistrado.
Así, tras los sucesos del 80 está el origen del control gubernamental, que desde ese momento se ejercerá
sobre todos los habitantes y a escala nacional. Nos encontramos aquí con la intención de acumular poder, de
mantener la estructura de papeles dominantes. Por consiguiente, la fórmula operativa de Alberdi se presenta
como un sistema de hegemonía gubernamental que se mantiene gracias al control de la sucesión, control del
cual depende la persistencia en este sistema hegemónico.
De esta manera, la transferencia de poder de una persona a otra permite comprobar si las estructuras
institucionales de un régimen prevalecen sobre la trayectoria personal de un gobernante. Hacer un régimen
consiste en edificar un sistema institucional, que la no confundirse con una biografía trasciende la
incertidumbre que trae aparejada el ejercicio personal del gobierno. Por esta razón, tanto la elección como la
fuerza se racionalizaron: la elección se trastocó en designación del gobernante por su antecesor y la fuerza se
concentró en los titulares de los papeles dominantes, revestidos con a autoridad de grandes electores.
La hegemonía gubernamental
Ahora bien, ¿quién tenía la capacidad necesaria para intervenir en este proceso? La fórmula operativa y la
prescriptiva coincidían en que los únicos que podían participar en el gobierno eran aquellos habilitados por la
riqueza, la educación y el prestigio. A partir de esto, el poder económico se confundía con el poder político,
justificando el desarrollo de la oligarquía, palabra que puede analizarse desde tres puntos de vista:
- clase social determinada por su capacidad de control económico
- grupo político, en su origen representativo, que se corrompe por motivos diversos
- clase gobernante con espíritu de cuerpo y con conciencia de pertenecer a un estrato político superior,
integrada por los notables.
En la consolidación del régimen coincidió un desarrollo espectacular de los medios productivos con una
secularización acentuada del clima moral, que se expresó en las críticas a los gobiernos anteriores a Roca,
donde la oligarquía sería definida por el silencio, la clausura y la corrupción. En torno al carácter crítico que
rodea al concepto de oligarquía, el autor se propone desentrañar la dimensión política del fenómeno
oligárquico en la Argentina de ese entonces. En principio reconoce que la oligarquía está asociada con un
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los representantes deben ser elegidos de modo directo mientras que la elección de los hombres del Senado, donde
se encuentran las celebridades de Norteamérica, debe estar sometida a dos grados

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pequeño número de actores que se apropia de los resortes fundamentales del poder, localizado en una
posición privilegiada en la escala de estratificación social.
Al pensar la oligarquía como sistema de hegemonía gubernamental, el autor está considerando que el domino
se despliega tanto sobre la mayoría de la población, pasiva y no interviniente, como sobre los miembros
pertenecientes al estrato superior que emprenden una actividad opositora. El sistema hegemónico se
organizaría sobre las bases de una unificación del origen elector donde el gobierno nacional intervendría
nombrando sucesores.
El control político evoca así una acción de poder ejercida sobre otros desde un determinado punto del espacio
político, suponiendo una relación entre quien controla y quien es controlado, y un porqué y un para qué de
esta. La fórmula prescriptiva de Alberdi pretendía traducir en instituciones un conjunto de valores e intereses
socioeconómicos que los actores dominantes estaban dispuesto a defender, y detrás de determinadas
prescripciones formales se escondía el propósito del control.
Mediante este sistema de transferencia de poder (que de ningún modo debe ser pensado a imagen y
semejanza de una designación burocrática, lo que implicaría violentar la historia misma), la oligarquía logró
establecer, entre un reducido número de participantes, dos procesos básicos:
- la exclusión de la oposición considerada peligrosa para el mantenimiento del régimen
- la cooptación de la oposición moderada mediante alianzas

Capítulo 6: La clase gobernante frente a la impugnación revolucionaria


El régimen del 80 se propuso unificar el ámbito político en un sistema nacional de decisiones. Entre dos
carriles se desplazó la actividad y se localizó el origen de la clase gobernante con acceso a la libertad política:
nacionalización de los grupos dirigentes y control del espacio nacional.
Orden y espacio: la clase gobernante
La fórmula alberdiana planteó una solución intermedia a las diferencias entre liberales y conservadores: se
concentró en la cuestión del orden político, que debía resultar de un proyecto histórico que conjugara lo
existente (como prenda de rescate de la autoridad tradicional afincada en las provincias) con la racionalización
jurídica proveniente de la vertiente liberal y expresada en las instituciones nacionales bajo el amparo del poder
presidencial.
En la Argentina, la autoridad tradicional más respondía a una estructura regional que funcional. Tras las
batallas del 80, el acuerdo entre BA y el interior tradujo la concepción alberdiana del orden político: la
incorporación de los sistemas de autoridad establecidos en espacios regionales a un régimen inclusivo
organizado en torno a la magistratura presidencial. A partir de allí, la intervención federal introdujo cambios o
reajustes en los grupos locales, generando conflictos dentro del régimen de las clases gobernantes y no
contra el fundamento sobre el cual reposaba la autoridad, que era claramente de carácter regional.
La clase gobernante será definida por el autor como el conjunto de actores que desempeñaron cargos
institucionales decisivos y se jerarquizaron mediante la acumulación de esos papeles durante 1880-1916. De
este modo, la clase gobernante resulta ser una categoría social que durante un período ejerció actividad
política, es decir, una acción cuyo propósito básico fue asumir el control global de la sociedad; gobernantes
que se instalaron sobre una superficie institucional bajo la cual subyacían otras relaciones de autoridad.
Tras esta faz pública pueden identificarse otro tipo de relaciones, pertenecientes al ámbito de lo privado, que
pueden ser vistas como el sustento real de la actividad de los gobernantes. Estas relaciones configuraron
gobiernos de familia, donde el control del gobierno dependía de los vínculos de parentesco que entre sí tejían
determinadas familias, mostrándose como elemento de la tradición señorial inserto en la actividad pública. El
autor se pregunta: ¿por qué estas familias controlaron el gobierno: por tradición, dominio de la propiedad,
especialización en la actividad pública?
En la teoría política los autores tienden a concluir que la estabilidad política depende de la existencia de una
elite unificada que comparte valores e intereses comunes; importando poco lo que la masa sienta o pretenda.
Sin embargo, amén de haber existido durante el período 1880-1916 un pequeño número de actores que
participó en los procesos de control y distribución del poder y un suelo de convicciones arraigadas, el autor se
niega a reconocer la pax intraoligárquica como un hecho incuestionable.
A fin de dar cuenta de cambios políticos bruscos e intentos revolucionarios que pusieron en tela de juicio la
teoría elitita, el autor se remite a Bernardo de Irigoyen y Joaquín V González.
El significado de un ciclo revolucionario
Durante la década 1880/90 el proceso político estuvo protagonizado, casi de modo exclusivo, por el PAN, al
que pertenecían los presidentes Roca y Juárez Celman. El partido liberal de Bartolomé Mitre, derrotado en el
80, permanecía marginado al acceso de los cargos gubernamentales, al menos a través de medios pacíficos.
La ruptura de este estado de cosas se produjo en el invierno de 1890, donde la crisis económica coincidió con
una coalición opositora de diferentes fuerzas políticas: partido liberal mitrista, facciones del PAN, la Unión
Católica, y la Unión Cívica de la Juventud, generando un cambio cualitativo en el modo de comprender y
hacer política.
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Con la revolución del parque Juárez Celman se vio obligado a renunciar y Pellegrini asumió la presidencia.
Esta acción revolucionaria modificó una regla de hegemonía gubernamental que luego fue suplantada por
otra. Después de ella la UC se fragmentó y conformó: la UCNac conducida por Mitre y la UCR bajo el
liderazgo de Alem e Irigoyen. Más tarde, la UCN acordó con Roca y Pellegrini una fórmula integrada por
Sáenz Peña y Uriburu.
La UCR inició el camino de la resistencia y desde la oposición participó durante tres años en la lucha electoral.
Las fisuras en el gobierno y en el sistema electoral incrementaron la peligrosidad que los grupos dominantes
que debieron enfrentarse con un ciclo revolucionario que se extendería desde el centro hasta la periferia de
las provincias. El gobierno presidido por Sáenz Peña respondió con tres medidas de control como forma de
coacción gubernamental a los acontecimientos revolucionarios: estado de sitio, intervención federal y
movilización de los efectivos militares. La modernización robustecía la efectividad de mando: el formidable
desarrollo de la infraestructura de comunicación, la integración de espacio físico y el moderno armamento
permitieron que la autoridad nacional terminara prevaleciendo.
El 80 fue el último episodio con el cual culminaron los procesos históricos tendientes a constituir una unidad
política; el ciclo revolucionario abierto en el 90, en cambio, fue el primer acontecimiento con la fuerza
suficiente para impugnar la legitimidad del régimen político que había dado forma e introducido contenidos
concretos al orden impuesto luego de las luchas por la federalización. En la revolución del parque se pusieron
en discusión los fundamentos concretos de la dominación, el modo como se habían enlazado la relación de
mando obediencia y las reglas de sucesión, buscando devolver al pueblo la base de la voluntad nacional.
Por otra parte, la fórmula de hegemonía gubernamental impuesta en el 80 nació de la victoria de un bando.
Los nuevos arreglos posteriores al 90 se debieron, por el contrario, al hecho de que el conflicto no alcanzó
una solución tajante a favor de unos u otros antagonistas. 3
Abierto un nuevo proceso sucesorio, que confirmará el retorno de Roca a la presidencia, el enfrentamiento
entre Bernardo de Irigoyen e Hipólito Irigoyen derivó en otra división: el primero resolvió participar de las
elecciones y trazó alianzas con un sector de la UCN y grupos antirroquistas, mientras que el radicalismo
intransigente del segundo optó por la abstención electoral.
El autor reconoce que los fenómenos revolucionarios son multicausales, sin embargo opta por privilegiar tres
hechos significativos:
- la división de la clase gobernante que medió sus conflictos a través de enfrentamientos violentos
- el resultado de la lucha violenta revolucionaria que puso en marcha un nuevo tipo de organización política,
independiente de los recursos del Estado, estructurada en torno al comité de base, las convenciones y la
afiliación individual
- el propósito ideológico de las nuevas oposiciones que ponían en tela de juicio la legitimidad del régimen y
expresaba así un conjunto de convicciones y juicios de valor que marcaban la contradicción entre la teoría y la
práctica política: juzgaban la inmoralidad del sufragio; denunciaban el fraude y la manipulación electoral
El sufragio: fraude y control electoral
En la década del 90, la oposición extrema al régimen levantó la bandera de la moral electoral frente al fraude y
la corrupción del comicio: el régimen del 80 practicaba elecciones en e orden nacional, provincial y municipal,
respetaba los períodos de renovación de las autoridades, pero todos sabían que detrás de estas formas
jurídicas se escondía una realidad diferente.
A partir de dos testimonios Botana buscará presentar un balance histórico acerca de la práctica electoral,
dando cuenta a partir de la experiencia concreta de la idea del gobierno elector y las intenciones de asegurar
la victoria de determinados candidatos en desmedro de otros:
- Gómez (Ministro del Interior de Sáenz Peña): del comicio sangriento a la restricción del voto y a partir de la
apertura electoral al sufragio.
- J. V. González: acusa al gobierno de hacerse cargo de la transmutación substancial del voto popular en
voluntad gubernamental (alquimia política).
La cuestión del control electoral puede condenarse en dos tramos descriptivos
1. Gestar el fraude electoral: las leyes electorales autorizaban a las comisiones empadronadoras a levantar el
registro electoral, por lo que contaban con la facultad de juzgar quiénes reunían las condiciones requeridas
para ser inscriptos pudiendo recurrir a la omisión o a la inscripción indebida. Salta a la vista la importancia que
tenía la determinación de los integrantes de estas comisiones. A su vez, la marcha hacia los comicios,
ubicados en lugares estratégicos, podía generar la dispersión de las oposiciones que desertaban del lugar
indicado para votar y a su vez favorecía a la conformación de comicios dobles, que luego eran evaluados por
un juez, que según sus intereses, resolvía cuál de ellos ofrecía mayores apariencias de legalidad.
(Ya entrado el siglo, en las postrimerías del régimen, se produce el pasaje del mecanismo anterior al próximo)
2. Comercio de libretas de inscripción y compra directa de votos: mecanismo pensado como un signo de
progreso porque torcer el voto por dinero implicaba, según Pellegrini, que la intimidación y la violencia
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Esta circunstancia permite entender el acuerdo entre UCN y los autonomistas, que buscó suprimir la lucha electoral y
concluyó con una distribución de cargos previa al comicio.
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resultaban insuficientes. Para dar cuenta de diversas prácticas el autor recurre a la experiencia comentada por
Villanueva, en ese entonces senador de la Capital: los raspadores, la imposibilidad de juzgar los abusos de
autoridad de funcionarios provinciales por parte del sistema judicial.
A partir de los mecanismos antes mencionados es posible sostener que existía un fraude burocrático que
contaba con una red de control electoral descendente que arrancaba de los cargos de presidente y
gobernador hasta llegar a los intendentes y comisionados municipales. Esta madeja de cargos ejecutivos
tenía que ver con las recompensas y gratificaciones derivadas de la distribución de puestos públicos y con la
relación de dependencia que se trazó entre el sistema burocrático y el sistema político.
Entre el hipotético pueblo elector y los cargos institucionales que producían el voto se localizaba la figura del
caudillo electoral: algunos se presentaban como arquetipo de lealtad hacia su protector hasta el límite de sus
actos, otros combinaban el apoyo con la amenaza. El caudillo desplegaba su acción ofreciendo servicios,
pactando acuerdos cambiantes, haciendo presente su disconformidad mediante la sustracción de sufragios
de una lista cuando sobrevenían arreglos previos no del todo satisfactorios.
La participación electoral
Otro actor importante en la trama política es aquel que constituyen los inmigrantes. El autor sostiene, que si
bien no paraban de transformar la sociedad civil con su llegada al país, no modificaban el mercado electoral
porque no se naturalizaban.
Durante el período 1880-1906 es posible identificar un aumento sostenido en la marcha de la participación
electoral, la cual se multiplicó por cinco.
El carácter competitivo de las elecciones es también señalado como un aspecto interesante por el autor, quien
identifica la existencia de elecciones canónicas, es decir, actos electorales que, simplemente, refrendaban una
lista de candidatos carentes de oposición. Igualmente, en otros casos el nivel de competencia fue más
pronunciado.
Es posible concluir que la participación electoral en la provincia de BA circulaba a través de una doble vía
mediante la coexistencia simultánea de comicios cerrados y abiertos, según fuera el objeto nacional o
provincial de la elección. Por otra parte, al preguntarse dónde votaba mayor población, el autor concluye que a
más población menor participación; y a la inversa, a menor población, mayor participación electoral,
entendiendo esto como resultado de la posibilidad de llevar adelante un mayor control, una red caciquil bien
instalada que permitiera ejercer con resuelta efectividad influencias sobre pequeñas poblaciones.

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