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3). Fundamente por qué decimos que la Iglesia y la Medicina Higienista fueron
los actores que mayor influencia tuvieron en el surgimiento del TS en
Argentina y Brasil.
En América Latina, la Iglesia Católica jugó un papel muy importante desde los primeros
momentos y su significación social y política fue aumentando a lo largo de los años de
duración del dominio colonial.
El surgimiento del Servicio Social en Brasil se remonta a los primeros años de la década
del 30’ como fruto de la iniciativa particular de varios sectores de la burguesía fuertemente
respaldados por la Iglesia Católica y teniendo como referencia el servicio social europeo.
En 1936, se creaba en Sao Paulo la primera Escuela de Servicio Social inspirada por la
Acción Católica y la Acción social. iniciándose una nueva etapa en la práctica de la
Asistencia Social. Esta escuela nació bajo una inspiración católica y dentro de un
movimiento de reconquista burgués. Las selectas generaciones que se educaban en las
aulas de Asistencia Social tenían un encargo casi expreso de la Encíclica papal porque gran
parte de la tarea realizada por obras sociales de la Iglesia estaba justamente orientada a la
“reforma de costumbre”.
En el caso de Río, la primera escuela católica responde también a un proceso semejante
al de Sao Paulo.
En Argentina, la primeras respuesta de tipo asistencial se organizaron en torno a los
sentimientos de compasión, piedad, clemencia y adoptaron la modalidad de la caridad
cristiana que, desde el periodo colonial, había estado a cargo de la Iglesia católica o de
cofradías piadosas, como la conferencia de San Vicente de Paul o las hermanas de caridad
hasta 1822.
En lo social, el área de la salubridad fue mayor intervención estatal y el rol de los
higienistas fue muy importante.
En 1924, se implementó el Curso de Visitadoras de Higiene social, dependiente de la
Cátedra de higiene de FDM de la UBA. Abierto a mujeres que deben constituirse en
auxiliares “ocupándose de las minucias para las cuales el medio no tiene tiempo,
difundiendo las normas de higiene y de prevención de enfermedades transmisibles, pero
además, debiendo enseñar el orden y la economía doméstica”.
Fue el discurso médico higienista el que tematiza la pobreza en términos de enfermedades
sociales y activo un arsenal de tecnologías para su tratamiento, como la inspección de
domicilios, el otorgamiento de subsidios a cambio del estricto cumplimiento de las
prescripciones o, la certificación del estado de necesidad para la obtención médica gratuita.
Los problemas sociales de los sectores necesitados impulsaron naturalmente a las
visitadoras, las cuales comenzaron a traspasar el campo médico interviniendo en la
asistencia social.
Es así, como siguiendo el derrotero del higienismo, se encuentra el proceso de
profesionalización del Trabajo Social en Argentina.
Desarrollismo.
La influencia en el desarrollismo marcó una etapa decisiva que se expresó en la
introducción de un nuevo “método”, el “Desarrollo de la Comunidad” en el cambio de
nombre de la profesión. Desde entonces, todo profesional “aggiornado” pasó a ser
“trabajador social”, en lugar de “asistente social”, nombre ideológicamente teñido de
beneficencia.
Participación y desarrollo se convirtieron en los términos fundamentales con los que se
expresaba el discurso desarrollista. El primero pretendía garantizar, por un lado, el
consenso que asegurara el éxito de los planes propuestos por los técnicos; y por otro, cierta
democratización, por lo menos formal, al tener en cuenta los intereses y las características
culturales de las comunidades a desarrollar, reforzará al mismo tiempo el primero.
Pero a su vez la participación tuvo un contenido más pragmático, que se expresó en las
concepciones del “esfuerzo propio” y la “ayuda mutua”, la “autoconstrucción”, etc. Al
requerirse a los sectores interesados su participación y aporte en trabajo, se reducía el
costo de los planes en lo que a este aspecto se refiere. Bajo la fuerte crítica al asistialismo
paternalista y bajo la consigna el viejo proverbio “dadle un pez, pero enséñale a pescar”, se
pretendía contrarrestar el carácter dádiva de la asistencia tradicional, reemplazandola por el
esfuerzo propio en la resolución de sus problemas, bajo la “dirección técnica” de los
“expertos”.
El viejo prejuicio de la necesidad de “educar” a los pobres, porque en la “ignorancia” está la
causa de la pobreza, se revistió de un nuevo lenguaje, se “legitimó” a través de los
cientistas sociales y tomó la forma de “obstáculos al desarrollo” que se interponen en forma
de “pautas” tradicionales,que era necesario reemplazar por una actitud abierta al cambio y
al modernismo.
Habiéndose constituido la Organización y Desarrollo de la Comunidad, como el objetivo
fundamental de la labor de los trabajadores sociales y siendo ésta la orientación teórica con
la que se formaron los procesionales de este período, se prueba una vez más que su labor
se dirige básicamente al nivel ideológico y que en él se realiza su función objetiva de
legitimación y control.
Dos elementos caracterizaron la época: el compromiso que debía asumir el Estado con el
desarrollo nacional, al que se consideraba el resultado de la acción y el esfuerzo conjunto
de la comunidad y el gobierno; y la planificación económica, educativa, de la acción
comunitaria, familiar.
FAMILIA TRADICIONAL vs. FAMILIA MODERNA: Todo el aparato estatal se dirigió a esos
objetivos: las instituciones de bienestar social, los tribunales de menores y de familia, etc.
La metodología y las técnicas variaron sustancialmente. El caso social se hizo adecuado y
las técnicas de grupo y de desarrollo de la comunidad se tornaron las herramientas más
útiles para los técnicos
sociales. La planificación familiar y la paternidad responsable fueron las armas con que el
modernismo enfrentó al tradicionalismo, en el ilusorio ámbito de lo privado.
La posibilidad de modernizar a la familia, pasaba por incentivar a las mujeres al cambio,
sacarlas de los límites de lo privado y hacerlas participar del desarrollo.
EL DESARROLLO DE LA COMUNIDAD Y LOS AGENTES DE CAMBIO: La Unión
Panamericana y la ONU, fueron las usinas generadoras de planes y expertos; allí se
generaban las consignas, a partir de las cuales se capacitaba a los técnicos de base. La
influencia de estos organismos fue decisiva en la formación de amplias camadas de
trabajadores sociales latinoamericanos, a los que, por sus características profesionales y su
lugar en las instituciones, se consideró “agentes de cambio” por excelencia.
“El asistente social, por la naturaleza de su profesión, está dedicado a los principios de
organización de la comunidad y capacitado para efectuarlos. Además, está situado en uno o
varios puestos que le constituyen en un elemento estratégico para la iniciación o facilitación
de esfuerzos de mejoramiento comunal. Tiene la responsabilidad de contribuir a dichos
esfuerzos con toda su capacidad”.
El desarrollo de la comunidad requería de planificadores y ejecutores de campo.
La capacitación técnica exigida para actuar a nivel comunitario, no resultaba, entonces,
incompatible con las exigencias ya tradicionales en este profesión. Exigencias que son
esencialmente compatibles con la “condición femenina” definida socialmente y
subjetivamente asumida por mujeres. Los asistentes sociales han sido siempre cargas en
los que la competencia profesional por ocuparlos, fue lo suficientemente fuerte como para
que no basten “la mística ni la vocación de servicio”, sino para los que se requiere
precisamente, vocación de éxito, prestigio y poder personal. Para las corrientes
desarrollistas del trabajo social, la capacitación técnica se tornó una exigencia que debía
estar acompañada por estos valores, pero que no podía ser reemplazada totalmente por
ellos. El cambio en los objetivos explícitos de la profesión, la jerarquización del rol
profesional y la apertura de espacios laborales atrajo varones, lo que a su vez propició
fuertemente desde algunos centros de formación, sobre todo para el trabajo en áreas
rurales o alejadas de los centros urbanos.
Las exigencias técnicas y las nuevas funciones, no derivaron, sin embargo, en una sólida
formación académica.
La profesión encontró su variable de ajuste, y fue capaz de interpretar las exigencias
externas, para poder seguir cumpliendo su función objetiva en el control y la legitimación del
sistema.
Reconceptualización.
No existe un período histórico que se denomine “reconceptualización” solo se da en el
campo del “saber”, enmarca en un espíritu general del antiimperialista, un rechazo hacia los
conocimiento que venían de Norte América.
Los conceptualizadores critican mucho a los métodos clásicos del trabajo social.
El afán de la reconceptualización era cambiar las estructuras, acabaron por desconocer no
sólo las especificidades del Trabajo Social, sino al propio Trabajo Social; todo era
“militancia”.
Los objetivos de la carrera estaban directamente ligados a los objetivos del nuevo gobierno
popular, se trataba de la liberación de los pueblos. Así este objetivo se transforma en el
objetivo del Servicio Social, por lo cual no es para asombrarse que durante este breve
período que abarca de 1973 a 1976 se haya identificado militancia con práctica profesional.
El surgimiento de la reconceptualización en Argentina aconteció durante el gobierno
autoritario de Juan Carlos Onganía, simultáneamente al auge del método de Organización y
Desarrollo de la Comunidad del Trabajo Social,
La finalidad del Servicio Social era contribuir a la transformación de la sociedad a través de
una
praxis liberadora en y desde el pueblo, en el cual el hombre se hace hacedor de su historia.
Los objetivos son: concientización, capacitación, participación, organización popular, gestión
popular, movilización popular, politización, entre otros.
En el caso de la Esc. Servicio Social de Rosario, también comenzaron a producirse los
cambios dentro del plan de estudios; que contó con una importante participación del
claustro estudiantil y docente. Los estudiantes tenían un entusiasmo transformador. Había
ya una clara identificación entre la militancia y el trabajo social. Durante este proceso se
contrataron nuevos docentes en las áreas contextuales. Así, aparecían disciplinas como
“Tercer Mundo”, Investigación, Teoría de la Dependencia, entre muchas otras.
Era un momento de efervescencia, se tomaban las instituciones; en el caso de la escuela
de Servicio Social, se levantaban las aulas, se hacían asambleas todo el tiempo y los
bombos retumbaban dentro de la escuela hasta que eran tomadas por un sector del
peronismo.
La significativa que tuvo el proceso de Reconceptualización en el desarrollo del Trabajo
social latinoamericano, torna imprescindible y absolutamente actual la necesidad de
recuperar el análisis del mismo, tanto en su génesis como en la influencia posterior que se
verificó en la formación y en la práctica profesional de las y los trabajadores sociales.
Impregnó al conjunto de las ciencias sociales y también, en particular, a nuestra profesión,
se hablaba de la sociología de la liberación.
Los procesos de cambio progresivo o de retroceso en las disciplinas no son un producto
meramente endógeno de cada profesión. Se generan y se articulan con la dinámica social y
política específica que se registra en un momento histórico determinado.
Los trabajadores sociales comenzamos a identificar y reconocer el origen de la desigualdad
social en las relaciones de dominación vigentes en la sociedad, cuestionando las
propuestas de la integración al medio de los “desadaptados”o “marginados” propias de
aquel pensamiento modernizador y de las concepciones teóricas funcionalistas, propuestas
provenientes de la óptica de entender lo justo y adecuado para el modelo imperante.
El principio de causación individual era atribuido a quienes padecían de problemas sociales,
desconectando la relación existente entre el funcionamiento global de la sociedad y la
presencia de los llamados: males sociales.
Las instituciones eran y son espacios de lucha