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Cuando Colón llegó a La Española descubrió yacimientos auríferos.

Para su extracción creó un


impuesto a la población nativa, según el cual todo indígena mayor de 14 años debía entregarle
cada tres meses un cascabel de Flandes lleno de oro; aquellos que no vivían cerca de las minas,
debían entregar una arroba de algodón. Según la obra Historia del Almirante, escrita por su hijo
Hernando Colón, Cristóbal Colón conquistaba siempre los territorios en nombre de los Reyes
Católicos pero con la llegada del juez pesquisidor Francisco de Bobadilla en el año 1500 Colón fue
arrestado y Francisco explotaría las desavenencias de los colonos contra Colón y les ofrecería
indios en encomienda y tierras a cambio de su apoyo contra el Almirante. Francisco de Bobadilla
se nombraría gobernador y tomaría posesión del palacio y propiedades de Colón en Santo
Domingo. Posteriormente, Bobadilla sería relevado por Nicolás de Ovando. Colón estableció una
orden según la cual la mitad de todo el oro que obtuvieran los colonos debía entregarse a la
Corona aunque nadie obedecía esa orden hasta que Ovando bajó la cantidad a una quinta parte.

En 1508 Nicolás de Ovando escribiría a la Corona instando a instrucciones para que la conversión
al cristianismo de los indios se hiciera sin someterlos a fuerza alguna, a que los indios en lugar de
vivir de forma dispersa y primitiva "se congregaran en pueblos, como están las personas que viven
en nuestros reinos" y que se fomentaran los matrimonios interraciales, en vistas a una más pronta
civilización y cristianización.1 Los repartimientos se institucionalizarán en América por una Real
Provisión del 20 de diciembre de 1503.Sin embargo, a partir de 1505 Nicolás de Ovando, que era
encomendero mayor de la orden de Alcántara, dejó de repartir indios y comenzó a
encomendarlos. La encomienda regulaba, en teoría, las relaciones de reciprocidad entre el
encomendero y el encomendado, y por eso tomó carta de naturaleza en el Nuevo Mundo.2

Para evitar recuperar los malos usos y los sistemas medievales abolidos en 1509, la Corona
decretó que la encomienda no podía considerarse a perpetuidad y que los indios sólo podían ser
encomendados por un periodo máximo de dos años.1

Los tributos indígenas en especie (que podían ser metales, ropa o bien alimentos como el maíz,
trigo, pescado o gallinas) eran recogidos por el cacique de la comunidad indígena, quien era el
encargado de llevarlo al encomendero. El encomendero estaba en contacto con la encomienda
pero su lugar de residencia era la ciudad, bastión neurálgico del sistema colonial español.

La encomienda fue una institución que permitió consolidar la dominación del espacio que se
conquistaba, puesto que organizaba a la población indígena como mano de obra forzada de
manera tal que beneficiaran a la corona española. Se encontró una manera de recompensar a
aquellos españoles que se habían distinguido por sus servicios y de asegurar el establecimiento de
una población española en las tierras recién descubiertas y conquistadas.
La encomienda también sirvió como centro de culturización y de evangelización obligatoria. Los
indígenas eran reagrupados por los encomenderos en pueblos llamados "Doctrinas", donde
debían trabajar y recibir la enseñanza de la doctrina cristiana a cargo generalmente de religiosos
pertenecientes a las Órdenes regulares. Los indígenas debían encargarse también de la
manutención de los religiosos.

La encomienda de la colonización española de América y Filipinas fue establecida como un


derecho otorgado por el Rey (desde 1523) en favor de un súbdito español. El español titular del
derecho (encomendero) recibe la encomienda con el objeto de que este percibiese los tributos
que los indígenas debían pagar a la corona (en trabajo o en especie y, posteriormente, en dinero),
en consideración a su calidad de súbditos de esta. A cambio, el encomendero debía cuidar del
bienestar de los indígenas en lo espiritual y en lo terrenal, asegurando su mantenimiento y su
protección, así como su adoctrinamiento cristiano (evangelización). Sin embargo, se produjeron
abusos por parte de los encomenderos y el sistema derivó en muchas ocasiones en formas de
trabajo forzoso o no libre, al reemplazarse, en muchos casos, el pago en especie del tributo por
trabajo en favor del encomendero.

El reparto de las encomiendas no fue homogéneo entre todos los españoles. En 1514 más de la
mitad de los españoles no tenían ningún indio a su cargo mientras que el 11% de los que sí tenían
habían recibido el 44% de estos.

Legislación contra los abusos

La encomienda dio lugar a abusos y violencia, en algunos casos, a una especie de esclavitud
encubierta. Estos comportamientos fueron denunciados por auténticos humanistas españoles,
como Fray Antonio de Montesinos y Fray Bartolomé de las Casas. Fray Matías de Paz reflexionó
desde el punto de vista cristiano mientras que el jurista López de Palaci y Rubios aportó un punto
de vista jurídico. Bartolomé de las Casas llegaría a ser atendido por Carlos I y Felipe II.

Las Leyes de Burgos

Artículo principal: Leyes de Burgos

En 1512 las denuncias de Fray Montesinos, relativas a algunos abusos de estas primeras
encomiendas, provocan la inmediata promulgación de las Leyes de Burgos ese mismo año,
ampliadas un año después, donde se desarrolla y define de manera explícita el sistema laboral en
las encomiendas, con los siguientes derechos y garantías de los indios y las obligaciones de los
encomenderos de trato justo: trabajo y retribución equitativa y que evangelizara a los
encomendados. Sin embargo, a partir de la secularización del imperio español, estas obligaciones
fueron omitidas transformándose la encomienda en un sistema de trabajo forzado para los
pueblos originarios en favor de los encomenderos.3 El 9 de diciembre de 1518, esta ley se
enriquece estableciendo que solo podrán ser encomendados aquellos indios que no tengan
recursos suficientes para ganarse la vida, así como que en el momento en que fuesen capaces de
valerse por sí mismos, habrían de cesar en la encomienda.1 Las leyes llegaban a obligar a enseñar
a leer y escribir a los indios.

Las Leyes Nuevas

Véase también: Gran Rebelión de Encomenderos

En 1527 surge una nueva ley que determina que la creación de cualquier nueva encomienda habrá
de contar necesariamente con la aprobación de religiosos, sobre quienes recae la responsabilidad
de juzgar si a un colectivo concreto de indios les podría ayudar a desarrollarse una encomienda, o
si resultaría contraproducente.

En 1542 Carlos I, tras 50 años de existencia de la encomienda, considera que los indios han
adquirido el suficiente desarrollo social como para que todos los indios deban ser considerados
súbditos de la Corona como el resto de españoles. Por eso, se crean en 1542 las Leyes Nuevas,
donde queda consignado que:1

No se asignarán nuevas encomiendas, y las ya existentes habrán de morir necesariamente con sus
titulares.

Quedan suprimidas aquellas encomiendas que obraban a favor de miembros del clero, de
funcionarios públicos, o de personas sin título de conquista.

Se limita considerablemente el importe de los tributos que habían de satisfacer los


encomendados.

Que no hubiera causa ni motivo alguno para hacer esclavos; que los esclavos indios existentes
fueran puestos en libertad, si no se mostraba el pleno derecho a mantenerlos en ese estado.

Los nuevos virreyes llegaron a América con órdenes expresas de que se cumplieran estas leyes, lo
contrario que había pasado con las anteriores, llegando a haber una guerra en Perú entre los
encomenderos y los leales al rey en 1544 capitaneada por Gonzalo Pizarro y otra en 1553
capitaneada por Francisco Hernández Gijón. Mientras, en el Virreinato de Nueva España, el virrey
Luis de Velasco y Ruiz de Alarcón liberaba a 15 000 indígenas. También suscitó una conspiración
encabezada por el hijo de Hernán Cortés, Martín Cortés marqués del Valle y su hermano y cuyo
desenlace fue su destierro perpetuo de Indias.

Las Leyes Nuevas no pudieron aplicarse plenamente. En Perú, fueron tomadas como excusa para
una grave revuelta, capitaneada por Gonzalo Pizarro, y esto, unido a la presión de varios grupos de
poder, hizo que Carlos I dejara sin vigor el artículo 30, que eliminaba el carácter hereditario de las
encomiendas. Esto provocó que en algunas zonas perviviera hasta 1791. En la segunda mitad del
siglo XVI el Virrey de Perú Francisco de Toledo trató la supresión del derecho de herencia de las
encomiendas con Felipe II pero el tema no se resolvió.

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