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Habitacién semejante a un carromato de gitanos. A derecha, la puerta de calle; al lado, una ventana abierta. En un rincén, contra la pared, una cunita. Al otro extremo, una especie de cama turca cubierta con una vieja y desflecada colcha de retazos. Una mesita, dos sillas desvencijadas, un bail, algunas macetas con plantas secas. Al levantarse el telén la escena estd a oscuras. De la calle vienen murmullos, risas; se escucha una triste tonada de carnaval. Luego de una pausa, Colombina enira de puntillas. Lleva su clésico vestido. COLOMBINA (ei voz baja) Pierrot, Pierrot, gestas dormido? (Silencio. Se di- rige hacia la cama.) ;Duermes, Pierrot? (Colombi- na enciende Ia luz. Es una bombilla de bajo voltaje: luz amarillenta y desolada. Pierrot no esta.) Bueno, tal vez sea mejor asi... (con uit suspiro) las des- pedidas no son nada agradables. (Saca una pe- quefia valija muy vieja y gastada que esta bajo la cama. La coloca sobre una silla; la abre.) Otra vez a correr por el mundo... es mi destino, supongo. B (Del batil saca algunas prendas muy raidas y sin co- lor: las va acomodando en la valija.) Nada mas, no es necesario més para ser feliz... (Da una pirue- ta y otra y otra. Con jubiloso asombro.) gSoy fe- liz?... jSi! (Cesa de girar. Quiere estar triste a la fuerza.) Pero, por lo menos, deberia sentir un poco de pena. Siempre se siente pena en estos casos: dicen que es inevitable. As{ como asi no se deja todo... (Se dirige hacia la cuna donde duer- me el nifio.) A ti, por ejemplo... (Sin sentimenta- lismo, con conviccion, dulcemente.) Ta me olvida- ras, pequefio, me olvidards... Un dia vas a com- prender que tienes que irte porque te han creci- do alas... |Oh, son tan hermosas y transparentes esas alas que nadie puede ver, pero que se sabe estan ahi de pronto!... Si, mi amor, si: te voy a extranar mucho. Tengo que irme, es lo tinico que sé... (Mientras lo arropa.) Pero un dia nos vamos a encontrar... Los dos seremos muy vie- jitos y ya no tendremos hambre ni ansias; qui- Za un poco mas de frig en invierno... Sf, nos va- mos a encontrar en und banca, en un parque, en cualquier ciudad, veras. Y ya no nos separare- mos nunca: nuestras alas se habran marchita- do... Duerme, duerme mi hijito; duerme, mi amor... (Retrocede unos pasos.) ;Oh, no puedo evitarlo, soy feliz: me ha descubierto Arlequin! (Se pone la mano en el pecho y escucha.) Estas aqui, adentro, Arlequin. No puedes escapar, ¢verdad? Eres mi prisionero. (Rie dulcemente, echando la cabeza hacia atras.) Quién lo hubiera creido.. 74 gHasta cuando, hasta cuando, hermoso Arle- quin? jOh, qué importa hasta cuando: un minu- to, un siglo, otro minuto...qué importa!... Co- lombina no es ninguna tontuela, Arlequin. Sé que me dejaras, te iras. Pero lleno de mi, eso es lo que no sabes... Oh, qué importa hasta cudn- do. (Con grave inocencia.) Mama tenia razon: no soy una mujer practica. No sé cocinar ni limpiar ni coser... y hasta me olvido de regar las plan- tas. En resumidas cuentas, no soy una mujer muy recomendable que digamos. (Defendiéndose con la misma inocencia.) Pero también tengo vir- tudes nada despreciables: no regafio nunca, pue- do pasarme tres temporadas con el mismo y unico vestido, y no sufro de jaquecas. Si, un hombre puede ser tranquilamente feliz a mi lado: mis manos son tiernas, frescas 0 calidas segtin la ocasi6n... Si, Arlequin, cuando vuelvas a casa cansado, con unas horribles ganas de mo- rirte, yo te pasaré las manos por la frente y se te ird el malestar, te lo aseguro. A Pierrot... (Siibi- tamente grave.) No, no quiero marcharme asi, como escapando: tengo que decirselo. Después de todo, siempre he sido lo que se dice un sol- dadito... Oh, Colombina, Colombina, en buen lfo te has metido: alguien va a sufrir mucho... Pero, qué le voy a decir, qué puedo decirle: me voy con Arlequin, lo amo... Oh, el pobre me pe- dira explicaciones. Siempre se piden explicacio- nes en estos casos... como si se pudiera explicar por qué. (Ensayando.) Comprende, Pierrot... De 75 pronto un caballo de fuego galopa en mi san- gre... Bueno, no es precisamente eso, pero algo muy parecido... Si, muy parecido... iY me he vuelto bella! (Se toma el rostro con las manos.) ;Be- lla! (Pausa.) En el baile toda la gente me mira, me sonrie: los hago felices con mi rostro... (Le corren dos ldgrimas, sin sollozar.) ;Ah, Pierrot, Pie- rrot, de veras hubiera querido tanto que esto me sucediera contigo!... Pero a pesar de todo la vida es maravillosa aunque sea para gente como nosotros, sin oficio ni beneficio, como siempre decia mama. Tu encontrards otra mujer. Y te aseguro que saldras ganando con el cambio; yo soy ociosa, se me quema el arroz, dejo la plan- cha sobre tus pantalones, no sé freir huevos, me muevo mucho cuando duermo y... y doy pata- ditas. No, no soy la mujer que te conviene: sue- fio un poco mas de lo que la ley permite. Qui- zas ahora esté sohando todavia... No, a quién quiero engajiar, no suefio. Estoy despierta sobre el mundo: despierta y'gsombrada (Pausa. Repa- raen una nota que Pierrot dejé sobre la mesa. Lee.) “Colombina querida: como te demorabas y yo no podia dormir por el calor, sub{ donde Juan para jugar una partidita de poker”... (Va hacia la cama y se sienta.) {Una partidita! (Sonrie con una cierta, leve amargura.) Debi suponer que no resis- tirias una sola noche sin jugar una partidita.. No puedes quejarte, Pierrot, has solucionado tu vida con un mazo de naipes... Bueno, de todos modos es mejor que embriagarse, 0 ser guardian 76 de la morgue o millonario y nada mas... Esta bien: tu eres feliz con tu reina de espadas, y na- die, nadie, gcomprendes?, tiene el derecho de censurarte... Yo nunca lo hice, Pierrot. Nunca te dije: ;Vamos, levantate de la cama ya, tienes que ir a trabajar! jNo te olvides de lustrarle los za- patos al jefe! ;No vamos a tener qué comer ma- hana! jNos van a cortar la luz! jNo tengo me- dias! |Paga el alquiler!... Mama decia que yo tengo la culpa, que debia exigirte... No, yo no puedo exigir, no puedo... Tii eres lo que eres, y yo sélo soy Colombina... (Mira hacia el techo como esperando que Pierrot dé sefiales que esta ga- nando: es su costumbre.) Te va mal esta noche, éverdad? Mafiana desplumaras a Juan. (Lee.) “El bebe comié6 toda la papilla”... (Sonrie.) Bravo, lo has hecho muy bien. Y no te has olvidado ni de talquearlo... (Se pone de pie y se dirige hacia la cuna. Con desesperacién contenida.) ¢Y lo haras también manana, mi buen Pierrot, y pasado, y todos los dias?...Porque me marcho y no volve- ré més, querido. Los dejo para siempre. Es la unica oportunidad de Colombina. (AI nifio.) Re- nuncio a ti, alma mia. (Trdgica.) ;Me he enamo- rado! Pierrot te diré que he muerto; jcréelo! (Ya s6lo maternal.) Oh, quisiera que siempre tuvieras mucho apetito y que comieras de todo, cuando haya, digo. Un nifio que no come se enferma, no crece y hace sufrir mucho a sus padres... Te juro que me tiene sin cuidado que no saques excelen- te en conducta. Lo importante es que estudies TT bien tus lecciones para que seas un gran hom- bre. (Se besa el dedo indice y lo pone en la frente del nifio.) {Lo seras! (Da unos pasos. Lee.) “Es media- noche y la calle esta muy animada. Todos rien, cantan y van disfrazados. ;Me perdonas el no haberte acompaado?” (Cierra los ojos, evoca.) Si, medianoche, Pierrot... Vuelvo los ojos, y ahi esta él... Sucedié de pronto, sin saber cémo... Sonreimos, nos conocemos de siempre; nos reco- nocemos... “Colombina”, me dice... “Arlequin”, tespondo... Reimos, sabemos nuestro nom- bres... Me enlaza el talle y bailamos, bailamos... ya no tenemos aliento... [Pero ya no nos sepa- raremos més! (Para si.) “Te he buscado una eter- nidad, Colombina. Hace doce meses que estoy vacio: no me he enamorado desde el carnaval pasado”. (Muy triste.) Arlequin no debié decir- me eso... Comencé a sentir celos por primera vez en mi vida: es como un frio que ahoga... iQué feos son!... ¢Cémo era ella?, éera mejor que yo? Se rie y me’hesa tan dulcemente... Ah, Pierrot, que si te perdono el no haberme acom- Ppafiado... (Rie tierna, tristemente.) Porque de ha- ber estado tu conmigo, es muy probable que él no me hubiera visto... Oh, 8racias, gracias por haberme dejado sola también esta noche, sola para que él me encuentre entre todas las muje- res del mundo que estén deseando, desde su so- ledad de esposas, ser descubiertas por el aman- te... (Stibitamente, con temor.) Pero, zy si todo no fue mas que una broma de carnaval y Arlequin i) no vendra por mi? éA que hora, a qué hora dijo que vendria?... Oh, que tonta soy: cuando esté todo quieto, esperando, al alba... (Lee.) “En realidad, te hubiera acompafiado, pero ya me habia comprometido con Juan para jugar una partidita. Verds, Colombina; para un cincuenton como yo un baile de mascaras no tiene ningun atractivo”... Si, claro... (Pausa breve.) “Perdéna- me, mujer, soy un vicioso: he destruido tu vida”. No, no; tanto como eso, no. Nadie puede destruir la vida de nadie, (para sf) a menos que uno lo permita. (Lee.) “Cada dia los remordi- mientos crecen. Me digo y redigo que esto no puede continuar asi, que no es justo. Después de todo, gqué te doy yo? jLloro lagrimas de san- gre!” (Colombina no puede evitar una casi cruel carcajada.) Pero ella gana siempre. La reina de espadas gana siempre, querido: es mas fuerte que nosotros. (Se escuchar golpes en el techo. Esto Ia alegra. Mira hacia arriba.) jPero ahora estas ga- nando, Pierrot!... jqué bien! (Lee.) “Perdéna- me”... No, no te disculpes, buen hombre, no te disculpes; eres tan feliz con tu reina de espa- das... Yo te observo cuando juegas, mientras la acaricias con tus dedos blandos y temblorosos. Ah, si te pudieras ver, Pierrot. Si, tu rostro, ese rostro chato y apagado cobra vida, te vuelves un nifio, te vuelves casi hermoso, Pierrot, cuan- do juegas, cuando ganas 0 pierdes. (Golpes en el | techo.) ;Ganas!... No, nunca he tratado de com- | petir con tu reina de espadas: nunca. Cuando la 79 Fee tienes frente a ti, te surge un rostro de angel, te tornas etéreo, los ojos te brillan como si fueras un poeta... Créeme, no te reprocho nada... {Que has arruinado mi vida? No, no. Simple- mente, me has acostumbrado a estar sola, a so- har. Y es muy bueno cuando una se acostumbra. (Se sienta en la silla, apoya los codos en Ia mesa y, por un momento, el rostro en la palma de la iano.) Yo tomo a mi alma del brazo ¥ Nos vamos de paseo, a preguntarles cosas a los Arboles, a cami- nar por callecitas desconocidas y sombrias... donde todo esta como cambiando, a punto de ocurrir algo... Cuando nos cansamos, nos senta- mos en una banca y vemos pasar los gestos de la gente, sus palabras... Es muy divertido; casi como una especie de mtisica cuando no tenemos dinero para ir a un concierto... Pero no falta al- gulen que se acerca y nos habla. Siempre son ancianos y cuentan historias, historias para ellos mismos. Sospecho que ng les importamos gran cosa, apenas nos escuchgn... y los mendigos sonrien tan dulcemente..? (Lee.) “Pero mafana, te lo prometo, dejaré de jugar, quemaré este maldito mazo de naipes y me dedicaré a ti y al nino”... No, Pierrot, no Prometas nada. Para qué. Ademés, ha entrado a escena Arlequin. (Se pone de pie.) Me extrafiaras un poco, lo sé. pero pronto olvidards a la loquita Colombina... (Para sf, muy suave.) Una vez crei que te amaba, Pie- Trot... jpero sdlo lo crei! (Breve pausa. Se apagan las luces de la calle. Ella se asoma a la ventana. Esta fe- 80 liz: ha visto a Arlequin.) Y ahora me marcho. jEsta vez yo también he jugado, lo he jugado todo! (Pone su escobilla de dientes en Ia valija. La cierra. So- bre los hombros se echa una capa. Da una iiltima mi- rada a su alrededor.) Si, tengo pena, mucha pena todavia... (Ilminada.) Pero el amor me espera. Arlequin es impaciente. |Quiere amarme ya! TELON RAPIDO Lima, 1964 81

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