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1
Esta asimetría entre capital y trabajo asalariado fue ilustrada por el
economista británico de origen húngaro Nicholas Kaldor (1908-1986) con la
expresión "los capitalistas ganan lo que gastan, y los trabajadores gastan lo
que ganan [(1956) 1960, 207].
apropiación basada en trabajo ajeno se presenta ahora como la condición simple
de una nueva apropiación de trabajo ajeno [G, I, 396].
La curación total no llegará, sin embargo, sino cuando, eliminada esa lucha, los
miembros del cuerpo social reciban la adecuada organización, es decir, cuando se
constituyan unas "órdenes" en que los hombres se encuadren no conforme a la
categoría que se les asigna en el mercado de trabajo, sino en conformidad con la
función social que cada uno desempeña [...] Pues [...] siguiendo el impulso de la
naturaleza [...] así ha ocurrido que cuantos se ocupan en un mismo oficio o
profesión [...] constituyeran ciertos colegios o corporaciones, hasta el punto de que
[...] llegaran a ser consideradas por muchos, si no como esenciales, sí, al menos,
como connaturales a la sociedad civil [ibídem, 94].
3. GESTIÓN PARTICIPATIVA
3
Véase la sección de la Introducción titulada "Lógica formal y lógica
dialéctica" y la sección del capítulo 1 titulada "Valor y precio, oferta y
demanda".
propuestas patronales de reorganización del trabajo y de gestión
participativa, que aparecen como el medio para una revalorización del
trabajo, sólo pueden dar lugar, en la mejor de las situaciones, a concesiones
muy relativas de parte de la patronal en materia de derechos de gerencia.
El capital tiene un único objetivo estratégico: obtener el máximo
posible de la fuerza de trabajo viva. Los medios para alcanzarlo se han
adaptado a las circunstancias existentes en los distintos estadios de la
evolución histórica; eso es todo. Si bien el contenido material de las nuevas
tecnologías puede favorecer una nueva organización del trabajo, el marco
social en el que se despliegan siempre es el mismo, el de la propiedad
privada y la ganancia. La producción de la que se trata no es una simple
producción de objetos de utilidad. Esta producción tiene lugar en un
contexto social particular, el del capitalismo, en el que los medios de
producción y la fuerza de trabajo viva son en primer lugar las formas de
existencia del capital destinadas a hacerle fructificar a éste, a producir la
ganancia ante todo. Obtener el máximo posible de la fuerza de trabajo ha
tomado formas diversas a lo largo de la historia. En el comienzo del
capitalismo, como hemos visto en el capítulo 34, la reunión de un gran
número de trabajadores en un mismo taller abrió la posibilidad de una
división de las tareas, confinando a cada trabajador a una actividad parcial y
complementaria, de manera que cada trabajador existía solamente como un
simple componente de una operación de conjunto. La simplificación y la
parcelación de las tareas facilita como consecuencia su mecanización. La
fuerza de trabajo humana que hasta entonces había producido con la ayuda
de herramientas, se encontró reducida a no ser más que un apéndice de la
herramienta mecanizada, es decir, de la máquina y posteriormente del
sistema mecanizado de producción. Este carácter de simple aprendiz de la
máquina se afirmará con más vigor todavía en el transcurso del siglo XX, de
modo que la búsqueda de los medios para extirpar el rendimiento máximo
de la capacidad productiva del trabajo dará lugar al nacimiento de la
"taylorización" del trabajo. A lo largo de estas diversas etapas, el capital no
dejó de transformar la organización del trabajo en función de la evolución de
las técnicas, significando cada nueva etapa una adaptación particular al
nuevo estado de cosas.
En los sistemas complejos de producción y gestión en que los puestos
de trabajo están comunicados por ordenadores, el trabajador es, igual que
antes, el apéndice de la maquina, un apéndice inteligente, un complemento
4
Véase la sección 6 de ese capítulo, titulada "Subsunción formal y
subsunción real del trabajo en el capital".
necesario, pero un apéndice a pesar de todo. Su función, aunque se le
conceda un poder relativo de participación en las decisiones, está
determinada siempre por el imperativo del aumento de la productividad.
¿Qué ocurrirá con este apéndice inteligente cuando hayan visto la luz nuevos
progresos técnicos, cuando, por ejemplo, las investigaciones en curso sobre
la inteligencia artificial hayan dado frutos? ¿La reorganización del trabajo
que resultará de ella se basará todavía en la gestión participativa?
Evidentemente, en relación a esto sólo se puede especular. Por el contrario,
hay una cosa que no se presta a ninguna especulación. La nueva actitud
patronal ante la organización del trabajo no esta guíada por objetivos de
humanización o de revalorización del trabajo, sino esencialmente por
objetivos de crecimiento de la productividad y del rendimiento. Se trata de
"responsabilizar" a los trabajadores, de sensibilizarles con las obligaciones
impuestas por la competencia internacional a "su" empresa, de estimular su
productividad, de ganar su adhesión a los nuevos métodos destinados a
incrementar la eficacia y las ganancias de la empresa, de obtener una mayor
flexibilidad en las condiciones de trabajo.
En efecto, el incremento del rendimiento exige la eliminación de todas
las "rigídeces" y en primer lugar las que están impuestas por los convenios
colectivos. Flexibilidad y adaptabilidad a todos los niveles son las consignas
de las banderas con las que la patronal dirige su cruzada por la eficacia. Una
viva expresión de la flexiblidad buscada por los patrones es precisamente la
existencia misma de estos equipos de gestión y control, que están en lugares
separados en los que las condiciones generales de trabajo negociadas para el
conjunto de asalariados del establecimiento y recogidas en el convenio
colectivo, corren el riesgo de ser cuestionadas por la conclusión de acuerdos
locales. Incluso en la hipotesis de que se ejerciera una fuerte disciplina
sindical, es innegable que el desarrollo de "solidaridades locales" en el seno
de equipos que reúnen empresarios y empleados, y guíados por la
"racionalidad" de la gestión, corren el riesgo de entrar en conflicto con la
solidaridad de los propios empleados a escala del establecimiento, es decir,
con la solidaridad que se ejerce en el marco del sindicato.
El debilitamiento de la resistencia sindical es un peligro real de la
gestión participativa. Sería más preciso decir que para la patronal es uno de
los objetivos principales. El objetivo de asociar a los trabajadores a la gestión
no es de ninguna manera ceder su poder, sino más bien encontrar modos
más sutiles de incrementarlo. Es absolutamente necesario reconocer esta
realidad aunque esto pueda defraudar las esperanzas legítimas de aquellos y
aquellas que han podido ver en la reorganización del trabajo y la gestión
participativa la ocasión de una revalorización de su trabajo. La colaboración
no ofrece ninguna garantía en cuanto a la realización de este objetivo. Desde
el momento en que el patrón sienta que el control se le escapa o que le
resulta imposible alcanzar sus fines mediante la concertación, hará
prevalecer sus derechos de gestión para tomar él solo las decisiones de
importancia, o, si llega el caso, para poner fin a una experiencia de
concertación convertida en molesta. Y está en capacidad de hacerlo en tanto
que propietario o representante de los propietarios de las empresas o de los
establecimientos que administra. El, llamémosle así, derecho de gestión se
basa ante todo en la propiedad.
Ni que decir tiene que, por las mismas razones, la colaboración
tampoco aporta ninguna garantía en cuanto al mantenimiento o creación de
empleo. Por el contrario, más bien se puede pensar que la patronal se
esforzará en ganarse el apoyo de un personal sensibilizado desde entonces
ante los principios de una gestión sana y capacitado para comprender la
necesidad de no aumentar, e incluso de reducir los efectivos.
El vínculo directo entre la gestión participativa y el objetivo del
incremento del rendimiento del trabajo es mucho más claro cuando está
explícitamente identificado en las políticas gubernamentales destinadas a
promover la competitividad de las empresas. Mencionemos a título de
ejemplo la introducción en 1993 de una medida fiscal del gobierno de
Quebec vinculando el enfoque de calidad total a un régimen de
"participación" de los trabajadores en los beneficios de la empresa en la
industria manufacturera. Esta medida preveía una exención fiscal en el
cálculo del ingreso imponible para todo empleado que hubiera tenido
ingresos en el marco de un régimen de participación en los beneficios. El
objetivo de la medida, explicaba el gobierno, era inducir a las empresas a
recurrir "a modos de organización [como el enfoque de la calidad total] que
contribuyan al aumento de la productividad5".
En las filas sindicales, la participación en las experiencias de
reorganización del trabajo se presenta a menudo como un medio para
incrementar los derechos sindicales y para prevenirse contra los efectos de
los cambios tecnológicos. En relación a esto, es necesario en primer lugar
evitar confundir la resistencia sindical necesaria frente a las consecuencias
frecuentemente dramáticas de la introducción de cambios tecnológicos con
las perspectivas de gestión participativa que han acompañado los cambios
tecnológicos ocurridos en las últimas décadas del siglo XX. La negociación
de los cambios tecnológicos, del ritmo de su introducción, la exigencia de la
5
Gobierno de Quebec, Discours du budget (Discurso presupuestario),
mayo de 1992.
preservación de los empleos, de programas de formación y reciclaje son
componentes naturales de la intervención de los sindicatos que renunciarían
a su papel si los ignoraran. Pero resulta obvio decir que las reivindicaciones
de participación en la gestión son de otro orden. ¿Es la participación un
medio para aumentar los derechos sindicales y para mejorar las condiciones
de vida y trabajo? En las filas sindicales, hay quienes están convencidos de
ello apoyándose en las realizaciones en materia de empleo y de medidas
sociales de las que se vanaglorian los países germánicos y escandinavos en
los años setenta y ochenta6. Otros apuestan francamente por el aprendizaje
de la gestión y el desarrollo del espíritu de empresa en los trabajadores:
después de todo, ¿no vivimos en un mundo en el que dominan la empresa
privada y las leyes de la competencia? Si queremos salir bien parados del
juego, tenemos que ser competitivos. Desde esta visión de las cosas, es la
empresa privada, en la búsqueda de su ganancia individual y suscitando la
adhesión de los asalariados y de los sindicatos a sus proyectos, la que
aparece como la fuerza central con la que habría que contar para avanzar sin
reparar en obstáculos. Esta estrategia privada pone en competencia recíproca
a los trabajadores de empresas diferentes que se asocian con sus empresarios
respectivos en la defensa de lo que son inducidos a considerar "su" empresa.
Inevitablemente, la concertación con los empresarios aleja a los
trabajadores de la tarea histórica esencial que les incumbe, la de construir la
organización autónoma de la que no pueden prescindir para asegurar la
defensa de sus propios intereses. Si bien pueden obtenerse ciertas ganancias
en el marco de la concertación, esencialmente sobre una base local, dichas
ganancias siempre deben ser evaluadas en relación a los intereses generales
y a largo plazo de los trabajadores en tanto que clase. Desde este punto de
vista estratégico, la cuestión fundamental es la siguiente: ¿los pasos dados
están encaminados a favorecer el desarrollo de los medios que contribuyen a
la emancipación del trabajo? Si las ganancias realizadas en el marco de la
concertación tienen como contrapartida un retroceso en relación a esto, es
decir, un debilitamiento de la organización autónoma de los trabajadores,
ciertamente el balance no puede ser juzgado como positivo.
Los protagonistas de la concertación, queriendo dar una legitimidad de
clase a la gestión participativa, la han presentado como algo que aporta una
respuesta a las reivindicaciones de la apertura de los libros contables de las
empresas (o de la abolición del secreto comercial) y del control obrero,
reivindicaciones planteadas anteriormente a lo largo de la historia por las
luchas del movimiento obrero contra los despidos y otras formas de
6
Véase la sección 5 de este capítulo.
arbitrariedad patronal. Lejos de inscribirse en una perspectiva de
conciliación de intereses y de puesta en común de los esfuerzos para
administrar mejor de acuerdo a los intereses del capital, estas
reivindicaciones, canalizadas en el corazón de la movilización por las
organizaciones de combate que son los comités de empresa y los consejos
obreros (denominados soviets en la revolución rusa de 1917), han sido más
bien la expresión de situaciones conflictivas, inestables y transitorias, de
situaciones de "doble poder", que contienen ellas mismas dos regímenes
inconciliables, el del capital y el del trabajo, donde uno u otro debe acabar
por imponer su dominación. Desde esta perspectiva, el control obrero se
presenta no como la asociación del trabajo al capital en la gestión de la
economía según las leyes del capital, sino como la "escuela de economía
planificada", mediante cuya experiencia los trabajadores se preparan para la
gestión directa de los medios de producción nacionalizados, "cuando llegue
su hora" [Trotsky, (1938), 1977, 22-247].
4. ACCIONARIADO OBRERO
Accionariado en la empresa
7
Véase también Los cuatro primeros congresos de la Internacional
Comunista [Librairie du travail (1934) 1973, I, 146-149].
oponerse, por ejemplo, a la amenaza de un cierre. Tales compras de
empresas por los trabajadores que, amenazados de despido, se convierten en
los accionistas propietarios, han tomado, a partir de los años setenta que
estuvieron marcados por dificultades económicas crecientes, una amplitud
particular, afectando a veces a empresas de varios miles de trabajadores. Ni
que decir tiene que en estos casos de compra, la naturaleza de la relación
entre trabajo asalariado y capital se encuentra transformada. Los trabajadores
asalariados en el sentido estricto del término se sustituyen por trabajadores
propietarios y gerentes. Colectivamente propietarios de los medios de
producción cuya adquisición y rentabilidad se financia las más de las veces a
partir de reducciones salariales y de condiciones de trabajo deterioradas,
estos trabajadores propietarios y gerentes son los que en adelante, mediante
sus representantes en el consejo de administración de la empresa, tienen la
responsabilidad de las decisiones que deben asegurar la supervivencia de la
empresa, la responsabilidad de someterse a las obligaciones del mercado, de,
si llegara el caso, despedir a los colegas de trabajo cuando se impongan
medidas de saneamiento, de racionalización, de reducción del personal.
Como en el caso de las cooperativas, la propiedad colectiva a escala de la
empresa, sigue siendo privada ante las otras empresas, en un mercado en el
que la competencia continúa haciéndose sentir y orienta las decisiones. Los
trabajadores, replegados sobre ellos mismos en su empresa, son inducidos a
buscar la defensa de sus intereses, no ya como intereses de clase en
solidaridad con todos los otros trabajadores, sino en tanto que intereses
individuales de su propia empresa, objetivamente en oposición a los
intereses de los trabajadores de las otras empresas con las que están en
competencia en el mercado.
Se puede comprender que en circunstancias como el cierre de una
empresa, los trabajadores, situados ante la perspectiva de perder su empleo y
en ausencia de otras soluciones, pueden ser llevados, entre dos males, a
elegir el menor, a inclinarse hacia la aventura de rescatar la empresa. Esto se
explica todavía más si la empresa está implantada en una pequeña localidad
alejada de los grandes centros y si la empresa constituye un pilar de la
actividad económica local, incluso el principal o hasta el único empleador.
Entonces, se ven nacer a menudo colaboradores locales comprometidos en la
lucha por la superviviencia de la región o de la localidad, colaboradores tanto
más naturales cuanto el alejamiento de los grandes centros combinado con la
estrechez de los vínculos frecuentemente familiares en el interior de la
población, les induce a ver el codo a codo local como la única forma de
conseguir salir del apuro. Esto es más cierto cuanto mayor sea el aislamiento
y más pequeña sea la localidad. La cuestión primordial, la de la
supervivencia, parece limitarse entonces a una sola solución, la de la
colaboración. Al permitir preservar el empleo, total o parcialmente, incluso
en la eventualidad de que el deterioro de las condiciones de trabajo y el
financiamiento de la compra por reducciones salariales y el apoyo financiero
de la población local fueran las condiciones para la reactivación de la
empresa, la compra por los trabajadores sería sin duda alguna un medio para
evitar la catastrofe. Pero el carácter positivo del resultado así alcanzado, que
a pesar de todo sigue siendo un mal menor, no puede ser invocado como
argumento en favor de la compra de empresas como medio para liberar al
trabajo del dominio del capital. La superviviencia de la empresa, como la de
la localidad de la que es su fundamento, sigue dependiendo no de la
estrategia de compra y de la solidaridad de la población local, sino del marco
general externo a la localidad, de las imposiciones de la competencia, etc.
La autogestión local de los medios de producción apropiados
colectivamente por los trabajadores a escala de una única empresa, lejos de
liberar al trabajo de la dominación del capital, constituye más bien un factor
de debilitamiento de los trabajadores como clase, en una economía que sigue
estando bajo el dominio del capital y que continúa funcionando según sus
reglas. El "poder de los trabajadores en la empresa" no constituye un paso
hacia la conquista de su poder en el seno del Estado. Divididos y encerrados
en sus preocupaciones locales, los trabajadores se encuentran apartados de la
acción concertada que necesariamente deben librar por su propia cuenta
hasta en el terreno político, como condición esencial de su emancipación en
tanto que clase.
La apropiación de los medios de producción en la empresa, al aparecer
como un sustituto de su necesaria apropiación en el plano de toda la
economía por la colectividad, oculta la necesidad de la organización y de la
acción política autónoma, sobre una base de clase, condición esencial para
realizar esta apropiación sin la que el poder en la empresa o a otro nivel se
queda en una ilusión. En esta acción política necesaria que apunta al más
alto nivel, el del Estado, no hay sustituto económico en el que confiar para
ver surgir de la adicción de migajas de poder económico, empresa por
empresa, el control de la colectividad sobre el conjunto. El aspecto
aparentemente lejano de la realización de este objetivo, sobre todo después
de la caída de los regímenes caracterizados como socialistas de la Europa del
Este a partir de 1989, no debe hacer que se minimice la importancia de los
pasos a dar en su dirección y de poner en guardia contra todo aquello que
desvía hacia callejones sin salida la acción esencial a emprender.
La apropiación del conjunto de los medios de producción, no por la
colectividad como tal, sino por el Estado en nombre de la colectividad, fue
una realidad durante más de 70 años en la URSS tras la revolución
bolchevique de 1917 y durante más de 40 años en Europa del Este a partir de
los años 50. Después de los acontecimientos históricos que alcanzaron su
punto culminante en 1989, la propiedad estatal de los medios de producción
ha sido rechazada como fundamento de la sociedad y se ha procedido a una
privatización de los medios de producción. Para privatizar las grandes
empresas estatales, se ha instituido, según fórmulas que han variado de un
país a otro, un verdadero accionariado generalizado al conjunto de la
población, entregando el Estado a cada ciudadano un número igual de partes
que corresponden a una fracción del valor de los medios de producción
estatales. Esta liquidación total de la propiedad estatal y su conversión en
propiedad privada transforma la "propiedad de todo el pueblo" en propiedad
de cada individuo. Del Estado, único propietario colectivo de los medios de
producción en nombre de todos los ciudadanos, se pasa al ciudadano
accionista privado, a quien le corresponde una fracción igual del valor total
de los medios de producción así descolectivizados, privatizados. Desde
entonces, cada ciudadano accionista se convierte en algo distinto a un
copropietario de los medios de producción colectivos. Es propietario
individual de una fracción de los medios de producción desde ahora
privados. Como tal, él busca su interés privado. Puede repartir las partes o
los títulos de propiedad que le han sido atribuidos, vendiéndolos al capital
extranjero o a los ciudadanos del país que dispongan de las sumas necesarias
para comprarlos. En este segundo caso, sólo puede tratarse de los antiguos
privilegiados del régimen, que han podido constituir fortunas personales
desviando para sus fines los ingresos de las actividades del Estado o de
aquellos que se han enriquecido gracias a una amplia red de actividades
ilegales, como el mercado negro, del que el régimen burocrático, ineficaz y
no equitativo, había favorecido su desarrollo. Esta venta permite incrementar
su consumo inmediato a quien la realiza, pero también permite al comprador
constituir un centro de acumulación privado, base de su control sobre el
trabajo del otro. El restablecimiento de la propiedad privada de los medios
de producción a través de un accionariado generalizado ha abierto la vía para
el restablecimiento de la relación capitalista. La liquidación de la propiedad
del Estado aniquila una importante conquista de la revolución socialista cuyo
primer acto se llevó a cabo en 1917 en Rusia. Esta liquidación se había
hecho inevitable debido a la quiebra del régimen estalinista y a un deterioro
tal de las condiciones económicas y sociales que la población trabajadora,
que soportaba el peso de decenios de represión política, no estaba en
condiciones de tomar el control de los medios de producción estatales y
asegurar una gestión planificada sobre una base democrática. El capital,
expropiado en ciertos países durante algunas décadas, ha experimentado así
a partir de 1989 un proceso de restauración que ha situado de nuevo en el
primer plano la relación desigual y antagónica entre capital y trabajo
asalariado.