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CAPÍTULO IV

Los "intereses comunes" del trabajo y el capital

La utilización de la fuerza de trabajo por el capital suministra a éste


último la fuente de su fructificación. En este sentido, el trabajo asalariado es
la condición esencial del capital. A la inversa, el capital es la condición
esencial del trabajo asalariado que no puede sobrevivir si no es empleado
por el capital. Se puede decir por tanto que existe una relación de
reciprocidad entre trabajo asalariado y capital, que ambos comparten
"intereses comunes". Pero la relación social entre trabajo asalariado y capital
es una relación desigual. El capital sale aumentado de su asociación con el
trabajo asalariado, mientras que la fuerza de trabajo asalariada simplemente
sale reproducida.
Al ser la separación entre la propiedad y el trabajo una característica
del intercambio entre capital y trabajo, la fuerza de trabajo, explica Marx, es
a la vez pobreza absoluta en tanto que objeto, y fuente viva de valor,
posibilidad universal de la riqueza para el capital, en tanto que sujeto y
actividad. El término pobreza no se emplea aquí en el sentido de indigencia
o insuficiencia material, sino en el sentido de que la fuerza de trabajo se ve
excluida de la riqueza, ya que simplemente es reproducida por su
intercambio con el capital, mientras que éste sale aumentado [G, I, 235-236].
Se podría objetar que los trabajadores, o al menos ciertos trabajadores,
están en condiciones de ahorrar una parte del dinero que reciben como
salario, de conservarlo como forma universal de la riqueza y por
consiguiente de enriquecerse. Pero esto solamente es posible si se abstienen
de consumir todo su salario o si sacrifican más tiempo de descanso para
realizar un mayor número de horas de trabajo. Cualquiera que sea el método
por el cual consiguen ahorrar, se trata de un "enriquecimiento" de un tipo
diferente al del capitalista. El enriquecimiento del trabajador tiene como
punto de partida la circulación simple, M-D-M, mientras que el del
capitalista es el producto de otra circulación, la del capital, D-M-D'.
Ciertamente, el ahorro acumulado por los trabajadores es el resultado no
solamente de nuevas sumas ahorradas cada año, por ejemplo, sino también
de los intereses de sus depósitos bancarios, obligaciones de ahorro, fondos
mutuos, etc., incluso de los dividendos que se les podrían abonar si
poseyeran acciones de empresas o hasta de la venta de una propiedad que se
hubiera apreciado tras su adquisición. Y, desde este punto de vista, es
innegable que su incremento está vinculado a la circulación del capital, cuya
fructificación permite el pago de intereses y dividendos. Pero el ahorro de los
trabajadores, la mayoría de las veces realizado como medio para repartir sus
gastos de manera racional en previsión de enfermedades, de eventuales
dificultades financieras o de una jubilación más desahogada, finalmente será
gastado, incorporado en la circulación simple y no en la circulación del
capital, destinado al consumo final de valores de uso. En tal caso, el
consumo sólo es desplazado en el tiempo, potencialmente aumentado gracias
al ahorro acumulado si la inflación no ha eliminado en términos reales este
aumento.
Excepcionalmente, un trabajador puede llegar a acumular el suficiente
ahorro y sobre esta base decidir, solo o con otros, adquirir medios de
producción y fundar su propia empresa. Puede convertirse primero en simple
artesano y después, eventualmente, en empleador de trabajo asalariado, en
capitalista, cuyo capital fructifica precisamente por su intercambio con el
trabajo asalariado. Ni que decir tiene que, a partir de este momento, él
mismo ya no es trabajador asalariado y que su relación con el
enriquecimiento toma otra forma desde entonces. Su ahorro se transforma en
capital. El dinero que ahorre en adelante no tendrá su origen en la
circulación simple para finalmente regresar a ella con vistas simplemente a
ser gastado, sino que vendrá de la circulación del capital donde será
reinvertido sin cesar en busca de nuevas ganancias. No obstante,
cualesquiera que sean los casos particulares de este tipo que puedan darse,
ellos representan la excepción y no la regla, y no cambian la relación
fundamental, la que se establece entre el trabajo en general y el capital en
general, entre la clase capitalista y la clase del trabajo asalariado. En esta
relación, el trabajador asalariado no recibe riqueza de su intercambio con el
capital, sino valores de uso para su consumo inmediato, su conservación y su
reproducción. Para él no hay posibilidad de enriquecimiento a partir de este
intercambio simple. Por el contrario, el capital, de su intercambio con la
fuerza de trabajo, recibe el trabajo vivo, la actividad productora de riqueza1.
Y con motivo de esta riqueza incrementada recibe también un poder
incrementado sobre el trabajo:

Añadiendo un valor nuevo al antiguo, el trabajo conserva y eterniza al capital. La

1
Esta asimetría entre capital y trabajo asalariado fue ilustrada por el
economista británico de origen húngaro Nicholas Kaldor (1908-1986) con la
expresión "los capitalistas ganan lo que gastan, y los trabajadores gastan lo
que ganan [(1956) 1960, 207].
apropiación basada en trabajo ajeno se presenta ahora como la condición simple
de una nueva apropiación de trabajo ajeno [G, I, 396].

Los "intereses comunes" del capital y el trabajo asalariado se definen


en este marco, que les fija los límites. Las visiones optimistas de las cosas,
fundamentadas en un ideal de armonía entre las clases, pretenden ampliar
esta comunidad de intereses en un compromiso común para preservar la
sociedad basada en la propiedad privada de los medios de producción y en
administrarla según diferentes modalidades de colaboración social, de
asociación del trabajo al capital: participación de los trabajadores en la
gestión, en la propiedad y en los beneficios de la empresa, fondos salariales
de inversión, concertación entre empresarios, sindicatos y gobiernos en la
elaboración y la ejecución de políticas sectoriales e incluso en la gestión
macroeconómica global.

1. MARX Y EL TRABAJO COOPERATIVO

En la sección de la Introducción titulada "Socialismo utópico y


socialismo científico" hemos visto que las fórmulas de "sociedades mejores"
imaginadas como medio para eliminar las injusticias sociales y los
privilegios reservados a una minoría poseedora fueron propuestas antes
incluso que el propio capitalismo (las utopías de Thomas More, Campanella,
Morelly, Mably). Pero el capitalismo produjo sus propios utopistas y sus
modelos de organización social, como la "empresa modelo" del empresario
inglés Robert Owen (1771-1858), la "compañía obrera" del filósofo
anarquista francés Joseph-François Proudhon (1809-1865), los "falansterios"
de Charles Fourier (1772-1837) y los "talleres sociales" de Louis Blanc
(1811-1882). En estas comunidades de trabajo o cooperativas de
producción, los trabajadores asociados participan en la propiedad, en los
beneficios y en las pérdidas de la empresa que sigue siendo privada y sigue
estando sometida a las leyes del mercado. Surgen en la primera mitad del
siglo XIX en el momento en el que la industrialización capitalista generaliza
el trabajo asalariado que emerge como fuerza independiente que defiende
sus propios intereses y que representa desde entonces una amenaza para el
poder establecido.
Para Marx, que observa los primeros desarrollos de este movimiento
cooperativo, se trata de una de las primeras manifestaciones de la lucha
entre, por una parte, la ciega ley de la oferta y la demanda que forma lo
esencial de la economía política de la clase burguesa y, por otra parte, el
control de la producción social por la acción y la previsión colectivas que
forma lo esencial de la economía política de la clase obrera2 [Internac.,
Manifiesto de la AIT, 6]. El gran mérito del movimiento cooperativo, explica
él, es demostrar en la práctica que el sistema de subordinación del trabajo al
capital puede ser suplantado por el sistema de la asociación de productores
libres e iguales [Internac., Instrucciones para el Congreso de Ginebra de la
AIT en 1866, 19].

No sería posible exagerar el valor de estos grandes experimentos. Con hechos, y no


con argumentos, vienen a demostrar que la gran producción en gran escala y puesta
en consonancia con los progresos de la ciencia moderna puede organizarse sin
necesidad de que exista una clase de patronos que emplee a una clase de "brazos";
que, para dar frutos, los medios de trabajo no necesitan ser monopolizados como
medio de dominación sobre y de explotación contra el trabajador mismo, y que el
trabajo asalariado, como en su día el trabajo del esclavo y el trabajo del siervo, es
solamente una forma social transitoria y subordinada, destinada a desaparecer ante
el trabajo asociado [...] [Internac., Manifiesto de la AIT, 6].

Pero la simple acumulación de experiencias cooperativas, por ella sola,


es impotente para realizar este objetivo:

El trabajo cooperativo [...], si se circunscribe al estrecho círculo de unos cuantos


intentos ocasionales entre obreros aislados, jamás será capaz de llegar a detener el
crecimiento del monopolio en progresión geométrica, de liberar a las masas, ni
siquiera de aliviar visiblemente el auge pavoroso de su miseria [Internac.,
Manifiesto..., 6].

Para poder convertir la producción social en un sistema amplio y armónico de libre


trabajo cooperativo, son necesarios cambios generales de carácter social, cambios
que afecten a las condiciones generales de la sociedad, los cuales sólo podrán
llevarse a cabo mediante el paso del poder organizado de la Sociedad, es decir, del
poder del Estado, de manos de los capitalistas y terratenientes a manos de los
mismos productores [Internac., Instrucciones..., 19].

La acción emprendida en el terreno económico por los productores


asociados en el seno de cooperativas solamente podrá ser un éxito si se
prolonga en una acción política de los trabajadores por su cuenta, cuyo
objetivo sea la conquista del poder político. Sin realizar las condiciones de
2
No se trata solamente de la apreciación de Marx, sino también de la
Asociación Internacional de Trabajadores, fundada en 1864, del que él fue
uno de los principales dirigentes con Friedrich Engels hasta su disolución en
1873, y para la que redactó numerosos textos, entre ellos el Manifiesto de
fundación y los Estatutos. A la Asociación Internacional de Trabajadores se
le conoce como la I Internacional (véase la nota 7 de la Introducción).
trabajo cooperativas a escala de toda la sociedad, las sociedades cooperativas
aisladas son condenadas a "degenerar en vulgares sociedades anónimas
burguesas (societés par actions)" [Internac., Instrucciones..., 19]. En estas
condiciones, "el gran deber de la clase obrera es conquistar el poder
político". Sin emprender en el terreno político la lucha común por su
emancipación, la sanción será "el fracaso común de sus intentos
incoherentes" [Internac., Manifiesto..., 7].
En resumen, Marx pone en evidencia el aspecto fundamentalmente
positivo del movimiento espontáneo de trabajadores que les conduce a
asociarse sobre la base de sus propios intereses como trabajadores, en la
realización de condiciones donde demuestran su aptitud para organizar ellos
mismos la producción y su voluntad de administrarla solos, de asumir la
propiedad, en una palabra, de liberarse de su subordinación al capital. Por
otra parte, indica los límites y las consecuencias de una acción tal cuando
persiste confinada y aislada en el estrecho marco de cada empresa
individual, cuando no sale del campo económico para prolongarse en una
acción común y autónoma de los trabajadores en el terreno político.
Y es precisamente en este estrecho marco en el que todas las fuerzas
dedicadas a la defensa de la propiedad privada de los medios de producción
han querido mantenerla. Desde esta perspectiva, los intereses específicos del
trabajo frente al capital dan paso a los "intereses comunes" del trabajo y el
capital; la asociación de los trabajadores por la defensa únicamente de sus
propios intereses da paso a la asociación de los trabajadores con los
capitalistas en la persecución de objetivos definidos como comunes, no
solamente en la empresa, sino en el conjunto de la sociedad, una sociedad
que estaría fundada sobre la armonía de los intereses y la paz social. Desde
esta perspectiva, la asociación de trabajadores entre ellos mismos para
liberarse de su subordinación al capital da paso a la integración del trabajo
en el capital como medio para consolidar esta subordinación. Al
asociacionismo, principio que lleva a los trabajadores a unirse
espontáneamente sobre la base de sus propios intereses con vistas a
transformar la sociedad, le sustituye el organicismo, visión de una sociedad
estructurada a la imagen de un organismo o de un cuerpo, cuyos diversos
componentes tienen funciones complementarias destinadas a asegurar su
vida y su preservación. Tal visión organicista de la sociedad fue expuesta
por Thomas Hobbes (1588-1679) en su obra Leviatán, publicada en 1651.
También es parte integrante de la doctrina social de la Iglesia católica y
fundamento del corporativismo de Estado, como veremos a continuación.
En el siglo XIX, la visión de la armonía entre las clases fue el tema de
numerosas obras como Las armonías económicas del economista francés
Frédéric Bastiat (1801-1850), La armonía de los intereses del economista
estadounidense Henry Charles Carey (1793-1879), los dos publicados en
1850, Garantías de la armonía y de la libertad del utopista alemán Wilhelm
Weitling (1801-1871), publicada en 1842, y los Principios de economía
política con algunas de sus aplicaciones a la filosofía social del economista
y filósofo inglés John Stuart Mill (1806-1873) del que Marx subraya los
esfuerzos por "conciliar lo inconciliable", es decir, las necesidades de
fructificación del capital con las reclamaciones de los trabajadores [Epílogo,
K, I, 15]. Las fórmulas de asociación del trabajo al capital que proceden a la
vez de la crítica de los excesos del capitalismo y de la voluntad de preservar
sus bases, son planteadas en la misma época en Alemania por Wilhelm
Emmanuel von Ketteler (1811-1877), obispo de Mayence, a quien el papa
León XIII (papa de 1878 a 1903) señaló como su "gran predecesor", y en
Austria por Karl von Vogelsang (1818-1890).

2. LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA

El tema de la paz y de la comunidad de intereses entre empresarios y


empleados, de la necesaria colaboración entre patronal y sindicatos en el
seno de la empresa y de la sociedad en su conjunto, es un elemento principal
de la doctrina social de la Iglesia católica. Esta doctrina social, formulada en
primer lugar en 1891, en la época del capitalismo maduro, en la encíclica
Rerum Novarum del papa León XIII (a quien se le ha dado el nombre de
"papa de los obreros"), ha sido desarrollada en diversas encíclicas de entre
las que las principales son Quadragesimo Anno de Pío XI redactada en 1931
en la época de la ascensión del fascismo y Mater e Magistra de Juan XXIII
en 1961. En 1991, con motivo del 100º aniversario de la Rerum Novarum, el
papa Juan-Pablo II en su encíclica Centesimus Annus reenunciaba la doctrina
social de la Iglesia en el nuevo contexto mundial tras el desmoronamiento de
los regímenes burocráticos en la URSS y los países de Europa del Este.
Regocijándose de la caída del "comunismo" en el Este, la Iglesia ponía en
guardía contra ese otro mal que es el "capitalismo salvaje", mal que desde
ahora acecha tanto al Este como al Oeste. Reiteraba para el mundo entero su
llamamiento a la fraternidad de los ricos y los pobres, a la generosidad de los
primeros para con los segundos, a la "solidaridad social".
En la encíclica Rerum Novarum, se establece "en primer lugar, que
debe ser respetada la condición humana, que no se puede igualar en la
sociedad civil lo alto con lo bajo". Puesto que "hay por naturaleza entre los
hombres muchas y grandes diferencias" y "sufrir y padecer es cosa humana
[...] así ha dispuesto la naturaleza que, en la sociedad humana, dichas clases
gemelas concuerden armónicamente y se ajusten para lograr el equilibrio"
[Vaticano, (1891) 1993, 28-30]. El contexto en el que se escribe la encíclica
Rerum Novarum es el del final del siglo XIX, el del ascenso del socialismo y
las organizaciones obreras. La encíclica aparece así como un ataque frontal
contra este movimiento basado en la independencia de clase. La voluntad de
romper este movimiento y de unir el trabajo al capital llevaría a la Iglesia a
estimular la creación de sindicatos que reagruparan solamente a los
trabajadores cristianos en oposición a los otros sindicatos y al sindicalismo
combativo.
El papa León XIII es conocido como el fundador de la doctrina social
de la Iglesia, pero es también el que hizo de la filosofía de santo Tomás de
Aquino (1225-1274) la filosofía oficial de la Iglesia y quien retomó su
concepción de la sociedad como un cuerpo en el que todos sus miembros
individuales son solamente uno, cuerpo social que es la imagen de la Iglesia,
"cuerpo místico de Cristo". Volvemos a encontrar aquí la concepción
organicista mencionada antes. El concilio Vaticano II reafirmaba este
principio en el documento conciliar "Lumen Gentium" que enuncia la
Constitución dogmática de la Iglesia promulgada en 1964: "como todos los
miembros del cuerpo humano, aunque muchos, forman un solo cuerpo, así
los fieles en Cristo" [Vaticano, (1962-65) 1993, 31].
Las ideas maestras de la doctrina social de la Iglesia formuladas en la
encíclica Rerum Novarum fueron desarrolladas después en la encíclica
Quadragesimo Anno de 1931, que invita a que "el contrato de trabajo se
suavizara algo mediante el contrato de sociedad" puesto que "de este modo,
los obreros y empleados se hacen socios en el dominio y la administración o
participan, en cierta medida, de los beneficios recibidos" [Vaticano, (1931)
1993, 88]. Llevando esta lógica a su conclusión, Quadragesimo Anno,
preconiza la organización completa de la sociedad según una estructura
corporativa:

La curación total no llegará, sin embargo, sino cuando, eliminada esa lucha, los
miembros del cuerpo social reciban la adecuada organización, es decir, cuando se
constituyan unas "órdenes" en que los hombres se encuadren no conforme a la
categoría que se les asigna en el mercado de trabajo, sino en conformidad con la
función social que cada uno desempeña [...] Pues [...] siguiendo el impulso de la
naturaleza [...] así ha ocurrido que cuantos se ocupan en un mismo oficio o
profesión [...] constituyeran ciertos colegios o corporaciones, hasta el punto de que
[...] llegaran a ser consideradas por muchos, si no como esenciales, sí, al menos,
como connaturales a la sociedad civil [ibídem, 94].

Respecto a estos agrupamientos corporativos, la encíclica precisa, "que


es primerísima misión de estos colegios velar por los intereses comunes de
todo el 'ramo'". En este espíritu, los organismos de defensa de los intereses
de clase, tales como los sindicatos, deben subordinarse a la búsqueda de
estos "intereses comunes" y disponerse "a preparar el camino a esas
asociaciones u 'órdenes' más amplios [...] y a llevarlos a cabo más
decididamente" [ibídem, 94-95]. A continuación, el santo padre elogia el
regimen corporativo italiano puesto en marcha por Benito Mussolini. En
particular se lee:

Quedan prohibidas las huelgas; si las partes en litigio no se ponen de acuerdo,


interviene la magistratura. Con poco que se medite sobre ello, se podrá fácilmente
ver cuántos beneficios reporta esta institución, que vemos expuesto muy
sumariamente: la colaboración pacífica de las diversas clases, la represión de las
organizaciones socialistas, la supresión de desórdenes, una magistratura especial
ejerciendo una autoridad moderadora [ibídem, 97-98].

La doctrina social de la Iglesia alimentó a los teóricos del


corporativismo de Estado tal como fue instaurado en los años 1920-1930 en
diversos países de Europa (ademas de la Italia de Mussolini, la España de
Franco, el Portugal de Salazar, la Austria de Dollfuss y Schuschnigg) y de
América Latina (el Brasil de Vargas, la Argentina de Perón a partir de 1946).
En este caso, se trata desde luego de la forma extrema de la fusión entre
capital y trabajo, del contrato social forzado, de la expresión violenta de la
participación que impone la disolución de las organizaciones obreras
independientes y su reemplazamiento por estructuras de integración
coercitiva bajo la tutela del Estado.
Mater y Magistra retoma en 1961 las ideas de las dos encíclicas
precedentes tales como la participación de los trabajadores en la propiedad y
en la gestión de la empresa, su "leal y activa colaboración" con los
empresarios, el "interés de todos en la obra común". La empresa debe
convertirse en una "comunidad humana, cuya influencia bienhechora se deje
sentir en las relaciones de todos sus miembros y en la variada gama de sus
funciones y obligaciones [Vaticano (1961) 1993, 155].
Estas ideas han sido transmitidas dentro del movimiento obrero,
especialmente por las organizaciones de origen y tradición cristianas. Con el
transcurso de los años, el vocabulario ha experimentado ciertas
adaptaciones. Se han utilizado nuevas expresiones como la democratización
de la empresa y la economía, la autogestión y el poder en la empresa, la
participación, la construcción de una sociedad solidaria, la concertación
entre colaboradores sociales, la búsqueda de modelos alternativos a la
organización jerárquica del trabajo, etc. Más allá de las fórmulas, el
contenido sigue siendo el mismo, el del buen entendimiento y la
conciliación, el de la unión entre capital y trabajo en la gestión económica,
en el respeto de la propiedad privada y, en consecuencia, de los privilegios
que le son indisociables.

3. GESTIÓN PARTICIPATIVA

Las últimas décadas del siglo XX han visto multiplicarse nuevas


formas de organización del trabajo inspiradas en diversas experiencias,
especialmente aquellas que están asociadas al "modelo japonés": equipos
autónomos de trabajo, círculos de calidad, comités de gestión de la "calidad
total" y "gestión de flujo tenso" comúnmente designada con la expresión
"justo a tiempo" (just in time). Todas estas fórmulas, que en adelante van a
formar parte del vocabulario corriente, conducen a asociar, de una manera u
otra, a los trabajadores a la gestión de la empresa o del establecimiento que
les emplea. En esto, ellas se desmarcan de las prácticas de gestión inspiradas
en los principios de la "organización científica del trabajo" propuestos por el
ingeniero estadounidense Frederick Winslow Taylor (1856-1915) a
principios del siglo XX [Taylor, 1911 (1980)]. Estas prácticas de gestión,
conocidas con el nombre de taylorismo, se generalizaron a lo largo de las
décadas siguientes en el conjunto del mundo industrializado. Una
caracterísitica fundamental de la organización taylorista del trabajo es la
completa separación de las tareas de concepción y de ejecución, debiendo
corresponder las tareas de concepción exclusivamente a la dirección y su
personal científico especializado, mientras que los trabajadores se ven
confiados a simples tareas de ejecución que les son prescritas según
directivas estrictas y detalladas. A los ojos de algunos, los esfuerzos
patronales por asociar a los trabajadores a la gestión tanto en el sector
público como en el sector privado aparecen así como un viraje radical de la
actitud patronal, como la búsqueda de un nuevo modelo de organización del
trabajo que vuelve la espalda a los objetivos del taylorismo. Se ha querido
ver en esta reorganización del trabajo sobre la base de la gestión
participativa una voluntad patronal de revalorizar el trabajo, de reunificar las
tareas de concepción y de ejecución.
Para los nuevos teóricos de la organización del trabajo, los principios
de la organización científica del trabajo enunciados por Taylor al principio
del siglo XX llevaban inevitablemente la marca de la ciencia de su tiempo,
es decir, de la física de Newton, que descompone las cosas en elementos
aislados como forma para controlarlos mejor. Así, concebía la organización
del trabajo como un conjunto de principios de descomposición de las tareas,
de cuantificación de los tiempos de ejecución, de estandarización de los
métodos y de imposición forzada de los objetivos a alcanzar por trabajador.
Ahora bien, la evolución científica del siglo XX ha sufrido profundos
cambios, primero bajo la influencia de los grandes descubrimientos de
principios de siglo (teoría de la relatividad, mecánica cuántica) y luego con
una disposición creciente a considerar los fenómenos de la naturaleza y de la
sociedad como sistemas complejos en situación de incertidumbre. La teoría
de la organización del trabajo, explican los portavoces de la nueva corriente
de la que Peter Senge es uno de sus principales representantes [Senge,
1990], debe inscribirse en esta nueva orientación científica del siglo XX: la
"teoría del caos3". Hay que dejar de descomponer y fragmentar los problemas
y ligarlos en sus conexiones en el seno del conjunto global. La organización
no debe ser vista como una máquina, a la manera de Taylor, sino como un
organismo vivo. Los desafíos planteados a su gestión obligan a considerar el
sistema en su conjunto. La empresa debe ser vista como un sistema de
aprendizaje, como una institución asimiladora en el seno de la cual los
gestores tienen como función comprender los procesos sistemáticos que
dirigen el comportamiento humano y orientarlos hacia el crecimento de los
resultados. En la persecución de este objetivo, conforme a uno de los
principios básicos de la teoría del caos, acciones individuales de pequeña
envergadura pero bien orientadas pueden producir en ciertos casos mejoras
significativas del sistema en su conjunto.
Sería ingenuo creer que la gestión participativa que la patronal ha
optado por favorecer en una fase precisa de la evolución de la tecnología y
de la coyuntura económica tenga otros objetivos que el aumento del
rendimiento del trabajo. Al tener dificultades para quebrar la resistencia de
los sindicatos enfrentándose a ellos directamente, se esfuerza en llegar al
mismo objetivo asociándoles a sus objetivos. Y hay que reconocer que el
medio es bastante hábil. En efecto, para los asalariados confinados al papel
de simples ejecutantes de ordenes que vienen desde arriba resulta atractivo
ver que se le proponen nuevas tareas que hacen un llamamiento a su
iniciativa, a su creatividad, que le confieren un estatuto de persona
responsable y que le asocian a la mejora de la calidad de los bienes o
servicios ofrecidos. ¿Qué hay más legítimo que aspirar a controlar su trabajo,
a existir de pleno derecho, a realizarse en su trabajo y a extraer de él una
gratificación? Sin embargo, es necesario ser conscientes de que las

3
Véase la sección de la Introducción titulada "Lógica formal y lógica
dialéctica" y la sección del capítulo 1 titulada "Valor y precio, oferta y
demanda".
propuestas patronales de reorganización del trabajo y de gestión
participativa, que aparecen como el medio para una revalorización del
trabajo, sólo pueden dar lugar, en la mejor de las situaciones, a concesiones
muy relativas de parte de la patronal en materia de derechos de gerencia.
El capital tiene un único objetivo estratégico: obtener el máximo
posible de la fuerza de trabajo viva. Los medios para alcanzarlo se han
adaptado a las circunstancias existentes en los distintos estadios de la
evolución histórica; eso es todo. Si bien el contenido material de las nuevas
tecnologías puede favorecer una nueva organización del trabajo, el marco
social en el que se despliegan siempre es el mismo, el de la propiedad
privada y la ganancia. La producción de la que se trata no es una simple
producción de objetos de utilidad. Esta producción tiene lugar en un
contexto social particular, el del capitalismo, en el que los medios de
producción y la fuerza de trabajo viva son en primer lugar las formas de
existencia del capital destinadas a hacerle fructificar a éste, a producir la
ganancia ante todo. Obtener el máximo posible de la fuerza de trabajo ha
tomado formas diversas a lo largo de la historia. En el comienzo del
capitalismo, como hemos visto en el capítulo 34, la reunión de un gran
número de trabajadores en un mismo taller abrió la posibilidad de una
división de las tareas, confinando a cada trabajador a una actividad parcial y
complementaria, de manera que cada trabajador existía solamente como un
simple componente de una operación de conjunto. La simplificación y la
parcelación de las tareas facilita como consecuencia su mecanización. La
fuerza de trabajo humana que hasta entonces había producido con la ayuda
de herramientas, se encontró reducida a no ser más que un apéndice de la
herramienta mecanizada, es decir, de la máquina y posteriormente del
sistema mecanizado de producción. Este carácter de simple aprendiz de la
máquina se afirmará con más vigor todavía en el transcurso del siglo XX, de
modo que la búsqueda de los medios para extirpar el rendimiento máximo
de la capacidad productiva del trabajo dará lugar al nacimiento de la
"taylorización" del trabajo. A lo largo de estas diversas etapas, el capital no
dejó de transformar la organización del trabajo en función de la evolución de
las técnicas, significando cada nueva etapa una adaptación particular al
nuevo estado de cosas.
En los sistemas complejos de producción y gestión en que los puestos
de trabajo están comunicados por ordenadores, el trabajador es, igual que
antes, el apéndice de la maquina, un apéndice inteligente, un complemento

4
Véase la sección 6 de ese capítulo, titulada "Subsunción formal y
subsunción real del trabajo en el capital".
necesario, pero un apéndice a pesar de todo. Su función, aunque se le
conceda un poder relativo de participación en las decisiones, está
determinada siempre por el imperativo del aumento de la productividad.
¿Qué ocurrirá con este apéndice inteligente cuando hayan visto la luz nuevos
progresos técnicos, cuando, por ejemplo, las investigaciones en curso sobre
la inteligencia artificial hayan dado frutos? ¿La reorganización del trabajo
que resultará de ella se basará todavía en la gestión participativa?
Evidentemente, en relación a esto sólo se puede especular. Por el contrario,
hay una cosa que no se presta a ninguna especulación. La nueva actitud
patronal ante la organización del trabajo no esta guíada por objetivos de
humanización o de revalorización del trabajo, sino esencialmente por
objetivos de crecimiento de la productividad y del rendimiento. Se trata de
"responsabilizar" a los trabajadores, de sensibilizarles con las obligaciones
impuestas por la competencia internacional a "su" empresa, de estimular su
productividad, de ganar su adhesión a los nuevos métodos destinados a
incrementar la eficacia y las ganancias de la empresa, de obtener una mayor
flexibilidad en las condiciones de trabajo.
En efecto, el incremento del rendimiento exige la eliminación de todas
las "rigídeces" y en primer lugar las que están impuestas por los convenios
colectivos. Flexibilidad y adaptabilidad a todos los niveles son las consignas
de las banderas con las que la patronal dirige su cruzada por la eficacia. Una
viva expresión de la flexiblidad buscada por los patrones es precisamente la
existencia misma de estos equipos de gestión y control, que están en lugares
separados en los que las condiciones generales de trabajo negociadas para el
conjunto de asalariados del establecimiento y recogidas en el convenio
colectivo, corren el riesgo de ser cuestionadas por la conclusión de acuerdos
locales. Incluso en la hipotesis de que se ejerciera una fuerte disciplina
sindical, es innegable que el desarrollo de "solidaridades locales" en el seno
de equipos que reúnen empresarios y empleados, y guíados por la
"racionalidad" de la gestión, corren el riesgo de entrar en conflicto con la
solidaridad de los propios empleados a escala del establecimiento, es decir,
con la solidaridad que se ejerce en el marco del sindicato.
El debilitamiento de la resistencia sindical es un peligro real de la
gestión participativa. Sería más preciso decir que para la patronal es uno de
los objetivos principales. El objetivo de asociar a los trabajadores a la gestión
no es de ninguna manera ceder su poder, sino más bien encontrar modos
más sutiles de incrementarlo. Es absolutamente necesario reconocer esta
realidad aunque esto pueda defraudar las esperanzas legítimas de aquellos y
aquellas que han podido ver en la reorganización del trabajo y la gestión
participativa la ocasión de una revalorización de su trabajo. La colaboración
no ofrece ninguna garantía en cuanto a la realización de este objetivo. Desde
el momento en que el patrón sienta que el control se le escapa o que le
resulta imposible alcanzar sus fines mediante la concertación, hará
prevalecer sus derechos de gestión para tomar él solo las decisiones de
importancia, o, si llega el caso, para poner fin a una experiencia de
concertación convertida en molesta. Y está en capacidad de hacerlo en tanto
que propietario o representante de los propietarios de las empresas o de los
establecimientos que administra. El, llamémosle así, derecho de gestión se
basa ante todo en la propiedad.
Ni que decir tiene que, por las mismas razones, la colaboración
tampoco aporta ninguna garantía en cuanto al mantenimiento o creación de
empleo. Por el contrario, más bien se puede pensar que la patronal se
esforzará en ganarse el apoyo de un personal sensibilizado desde entonces
ante los principios de una gestión sana y capacitado para comprender la
necesidad de no aumentar, e incluso de reducir los efectivos.
El vínculo directo entre la gestión participativa y el objetivo del
incremento del rendimiento del trabajo es mucho más claro cuando está
explícitamente identificado en las políticas gubernamentales destinadas a
promover la competitividad de las empresas. Mencionemos a título de
ejemplo la introducción en 1993 de una medida fiscal del gobierno de
Quebec vinculando el enfoque de calidad total a un régimen de
"participación" de los trabajadores en los beneficios de la empresa en la
industria manufacturera. Esta medida preveía una exención fiscal en el
cálculo del ingreso imponible para todo empleado que hubiera tenido
ingresos en el marco de un régimen de participación en los beneficios. El
objetivo de la medida, explicaba el gobierno, era inducir a las empresas a
recurrir "a modos de organización [como el enfoque de la calidad total] que
contribuyan al aumento de la productividad5".
En las filas sindicales, la participación en las experiencias de
reorganización del trabajo se presenta a menudo como un medio para
incrementar los derechos sindicales y para prevenirse contra los efectos de
los cambios tecnológicos. En relación a esto, es necesario en primer lugar
evitar confundir la resistencia sindical necesaria frente a las consecuencias
frecuentemente dramáticas de la introducción de cambios tecnológicos con
las perspectivas de gestión participativa que han acompañado los cambios
tecnológicos ocurridos en las últimas décadas del siglo XX. La negociación
de los cambios tecnológicos, del ritmo de su introducción, la exigencia de la

5
Gobierno de Quebec, Discours du budget (Discurso presupuestario),
mayo de 1992.
preservación de los empleos, de programas de formación y reciclaje son
componentes naturales de la intervención de los sindicatos que renunciarían
a su papel si los ignoraran. Pero resulta obvio decir que las reivindicaciones
de participación en la gestión son de otro orden. ¿Es la participación un
medio para aumentar los derechos sindicales y para mejorar las condiciones
de vida y trabajo? En las filas sindicales, hay quienes están convencidos de
ello apoyándose en las realizaciones en materia de empleo y de medidas
sociales de las que se vanaglorian los países germánicos y escandinavos en
los años setenta y ochenta6. Otros apuestan francamente por el aprendizaje
de la gestión y el desarrollo del espíritu de empresa en los trabajadores:
después de todo, ¿no vivimos en un mundo en el que dominan la empresa
privada y las leyes de la competencia? Si queremos salir bien parados del
juego, tenemos que ser competitivos. Desde esta visión de las cosas, es la
empresa privada, en la búsqueda de su ganancia individual y suscitando la
adhesión de los asalariados y de los sindicatos a sus proyectos, la que
aparece como la fuerza central con la que habría que contar para avanzar sin
reparar en obstáculos. Esta estrategia privada pone en competencia recíproca
a los trabajadores de empresas diferentes que se asocian con sus empresarios
respectivos en la defensa de lo que son inducidos a considerar "su" empresa.
Inevitablemente, la concertación con los empresarios aleja a los
trabajadores de la tarea histórica esencial que les incumbe, la de construir la
organización autónoma de la que no pueden prescindir para asegurar la
defensa de sus propios intereses. Si bien pueden obtenerse ciertas ganancias
en el marco de la concertación, esencialmente sobre una base local, dichas
ganancias siempre deben ser evaluadas en relación a los intereses generales
y a largo plazo de los trabajadores en tanto que clase. Desde este punto de
vista estratégico, la cuestión fundamental es la siguiente: ¿los pasos dados
están encaminados a favorecer el desarrollo de los medios que contribuyen a
la emancipación del trabajo? Si las ganancias realizadas en el marco de la
concertación tienen como contrapartida un retroceso en relación a esto, es
decir, un debilitamiento de la organización autónoma de los trabajadores,
ciertamente el balance no puede ser juzgado como positivo.
Los protagonistas de la concertación, queriendo dar una legitimidad de
clase a la gestión participativa, la han presentado como algo que aporta una
respuesta a las reivindicaciones de la apertura de los libros contables de las
empresas (o de la abolición del secreto comercial) y del control obrero,
reivindicaciones planteadas anteriormente a lo largo de la historia por las
luchas del movimiento obrero contra los despidos y otras formas de

6
Véase la sección 5 de este capítulo.
arbitrariedad patronal. Lejos de inscribirse en una perspectiva de
conciliación de intereses y de puesta en común de los esfuerzos para
administrar mejor de acuerdo a los intereses del capital, estas
reivindicaciones, canalizadas en el corazón de la movilización por las
organizaciones de combate que son los comités de empresa y los consejos
obreros (denominados soviets en la revolución rusa de 1917), han sido más
bien la expresión de situaciones conflictivas, inestables y transitorias, de
situaciones de "doble poder", que contienen ellas mismas dos regímenes
inconciliables, el del capital y el del trabajo, donde uno u otro debe acabar
por imponer su dominación. Desde esta perspectiva, el control obrero se
presenta no como la asociación del trabajo al capital en la gestión de la
economía según las leyes del capital, sino como la "escuela de economía
planificada", mediante cuya experiencia los trabajadores se preparan para la
gestión directa de los medios de producción nacionalizados, "cuando llegue
su hora" [Trotsky, (1938), 1977, 22-247].

4. ACCIONARIADO OBRERO

La forma más completa de la asociación del trabajo al capital es la


participación de los trabajadores en la propiedad del capital, el accionariado
obrero. Éste puede adoptar diversas formas. Se puede tratar de la
participación de los trabajadores en el capital por acciones de la empresa de
la que son asalariados o de la participación en el capital por acciones de un
fondo salarial de inversión cuyos activos se invierten en un gran número de
empresas sin que haya vínculo laboral entre los trabajadores accionistas y
estas empresas.

Accionariado en la empresa

En el primer caso, aquel en el que los trabajadores son accionistas de


la empresa que los emplea, su participación en el capital por acciones es
minoritario las más de las veces. Pero en ciertas circunstancias pueden ser
accionistas mayoritarios o incluso accionistas únicos de la empresa. Éste es
el caso, como hemos visto antes, de las empresas cooperativas fundadas por
los propios trabajadores, o de rescate de empresas por los trabajadores para

7
Véase también Los cuatro primeros congresos de la Internacional
Comunista [Librairie du travail (1934) 1973, I, 146-149].
oponerse, por ejemplo, a la amenaza de un cierre. Tales compras de
empresas por los trabajadores que, amenazados de despido, se convierten en
los accionistas propietarios, han tomado, a partir de los años setenta que
estuvieron marcados por dificultades económicas crecientes, una amplitud
particular, afectando a veces a empresas de varios miles de trabajadores. Ni
que decir tiene que en estos casos de compra, la naturaleza de la relación
entre trabajo asalariado y capital se encuentra transformada. Los trabajadores
asalariados en el sentido estricto del término se sustituyen por trabajadores
propietarios y gerentes. Colectivamente propietarios de los medios de
producción cuya adquisición y rentabilidad se financia las más de las veces a
partir de reducciones salariales y de condiciones de trabajo deterioradas,
estos trabajadores propietarios y gerentes son los que en adelante, mediante
sus representantes en el consejo de administración de la empresa, tienen la
responsabilidad de las decisiones que deben asegurar la supervivencia de la
empresa, la responsabilidad de someterse a las obligaciones del mercado, de,
si llegara el caso, despedir a los colegas de trabajo cuando se impongan
medidas de saneamiento, de racionalización, de reducción del personal.
Como en el caso de las cooperativas, la propiedad colectiva a escala de la
empresa, sigue siendo privada ante las otras empresas, en un mercado en el
que la competencia continúa haciéndose sentir y orienta las decisiones. Los
trabajadores, replegados sobre ellos mismos en su empresa, son inducidos a
buscar la defensa de sus intereses, no ya como intereses de clase en
solidaridad con todos los otros trabajadores, sino en tanto que intereses
individuales de su propia empresa, objetivamente en oposición a los
intereses de los trabajadores de las otras empresas con las que están en
competencia en el mercado.
Se puede comprender que en circunstancias como el cierre de una
empresa, los trabajadores, situados ante la perspectiva de perder su empleo y
en ausencia de otras soluciones, pueden ser llevados, entre dos males, a
elegir el menor, a inclinarse hacia la aventura de rescatar la empresa. Esto se
explica todavía más si la empresa está implantada en una pequeña localidad
alejada de los grandes centros y si la empresa constituye un pilar de la
actividad económica local, incluso el principal o hasta el único empleador.
Entonces, se ven nacer a menudo colaboradores locales comprometidos en la
lucha por la superviviencia de la región o de la localidad, colaboradores tanto
más naturales cuanto el alejamiento de los grandes centros combinado con la
estrechez de los vínculos frecuentemente familiares en el interior de la
población, les induce a ver el codo a codo local como la única forma de
conseguir salir del apuro. Esto es más cierto cuanto mayor sea el aislamiento
y más pequeña sea la localidad. La cuestión primordial, la de la
supervivencia, parece limitarse entonces a una sola solución, la de la
colaboración. Al permitir preservar el empleo, total o parcialmente, incluso
en la eventualidad de que el deterioro de las condiciones de trabajo y el
financiamiento de la compra por reducciones salariales y el apoyo financiero
de la población local fueran las condiciones para la reactivación de la
empresa, la compra por los trabajadores sería sin duda alguna un medio para
evitar la catastrofe. Pero el carácter positivo del resultado así alcanzado, que
a pesar de todo sigue siendo un mal menor, no puede ser invocado como
argumento en favor de la compra de empresas como medio para liberar al
trabajo del dominio del capital. La superviviencia de la empresa, como la de
la localidad de la que es su fundamento, sigue dependiendo no de la
estrategia de compra y de la solidaridad de la población local, sino del marco
general externo a la localidad, de las imposiciones de la competencia, etc.
La autogestión local de los medios de producción apropiados
colectivamente por los trabajadores a escala de una única empresa, lejos de
liberar al trabajo de la dominación del capital, constituye más bien un factor
de debilitamiento de los trabajadores como clase, en una economía que sigue
estando bajo el dominio del capital y que continúa funcionando según sus
reglas. El "poder de los trabajadores en la empresa" no constituye un paso
hacia la conquista de su poder en el seno del Estado. Divididos y encerrados
en sus preocupaciones locales, los trabajadores se encuentran apartados de la
acción concertada que necesariamente deben librar por su propia cuenta
hasta en el terreno político, como condición esencial de su emancipación en
tanto que clase.
La apropiación de los medios de producción en la empresa, al aparecer
como un sustituto de su necesaria apropiación en el plano de toda la
economía por la colectividad, oculta la necesidad de la organización y de la
acción política autónoma, sobre una base de clase, condición esencial para
realizar esta apropiación sin la que el poder en la empresa o a otro nivel se
queda en una ilusión. En esta acción política necesaria que apunta al más
alto nivel, el del Estado, no hay sustituto económico en el que confiar para
ver surgir de la adicción de migajas de poder económico, empresa por
empresa, el control de la colectividad sobre el conjunto. El aspecto
aparentemente lejano de la realización de este objetivo, sobre todo después
de la caída de los regímenes caracterizados como socialistas de la Europa del
Este a partir de 1989, no debe hacer que se minimice la importancia de los
pasos a dar en su dirección y de poner en guardia contra todo aquello que
desvía hacia callejones sin salida la acción esencial a emprender.
La apropiación del conjunto de los medios de producción, no por la
colectividad como tal, sino por el Estado en nombre de la colectividad, fue
una realidad durante más de 70 años en la URSS tras la revolución
bolchevique de 1917 y durante más de 40 años en Europa del Este a partir de
los años 50. Después de los acontecimientos históricos que alcanzaron su
punto culminante en 1989, la propiedad estatal de los medios de producción
ha sido rechazada como fundamento de la sociedad y se ha procedido a una
privatización de los medios de producción. Para privatizar las grandes
empresas estatales, se ha instituido, según fórmulas que han variado de un
país a otro, un verdadero accionariado generalizado al conjunto de la
población, entregando el Estado a cada ciudadano un número igual de partes
que corresponden a una fracción del valor de los medios de producción
estatales. Esta liquidación total de la propiedad estatal y su conversión en
propiedad privada transforma la "propiedad de todo el pueblo" en propiedad
de cada individuo. Del Estado, único propietario colectivo de los medios de
producción en nombre de todos los ciudadanos, se pasa al ciudadano
accionista privado, a quien le corresponde una fracción igual del valor total
de los medios de producción así descolectivizados, privatizados. Desde
entonces, cada ciudadano accionista se convierte en algo distinto a un
copropietario de los medios de producción colectivos. Es propietario
individual de una fracción de los medios de producción desde ahora
privados. Como tal, él busca su interés privado. Puede repartir las partes o
los títulos de propiedad que le han sido atribuidos, vendiéndolos al capital
extranjero o a los ciudadanos del país que dispongan de las sumas necesarias
para comprarlos. En este segundo caso, sólo puede tratarse de los antiguos
privilegiados del régimen, que han podido constituir fortunas personales
desviando para sus fines los ingresos de las actividades del Estado o de
aquellos que se han enriquecido gracias a una amplia red de actividades
ilegales, como el mercado negro, del que el régimen burocrático, ineficaz y
no equitativo, había favorecido su desarrollo. Esta venta permite incrementar
su consumo inmediato a quien la realiza, pero también permite al comprador
constituir un centro de acumulación privado, base de su control sobre el
trabajo del otro. El restablecimiento de la propiedad privada de los medios
de producción a través de un accionariado generalizado ha abierto la vía para
el restablecimiento de la relación capitalista. La liquidación de la propiedad
del Estado aniquila una importante conquista de la revolución socialista cuyo
primer acto se llevó a cabo en 1917 en Rusia. Esta liquidación se había
hecho inevitable debido a la quiebra del régimen estalinista y a un deterioro
tal de las condiciones económicas y sociales que la población trabajadora,
que soportaba el peso de decenios de represión política, no estaba en
condiciones de tomar el control de los medios de producción estatales y
asegurar una gestión planificada sobre una base democrática. El capital,
expropiado en ciertos países durante algunas décadas, ha experimentado así
a partir de 1989 un proceso de restauración que ha situado de nuevo en el
primer plano la relación desigual y antagónica entre capital y trabajo
asalariado.

Fondos salariales de inversión

La participación de los asalariados en la propiedad del capital puede


tomar una forma diferente a la consistente en poseer acciones de la empresa
que les contrata o de la que son propietarios mayoritarios, incluso
exclusivos, como en el caso de las cooperativas de trabajo o el rescate de
empresas. Se trata de su participación, individualmente o por medio de sus
organizaciones sindicales, en el capital por acciones de fondos salariales de
inversión. En el primer caso, particularmente el del Fondo de solidaridad
creado por iniciativa de la Federación de Trabajadores y Trabajadoras de
Quebec (FTQ) en 1984, los asalariados se convierten en compradores de
acciones del fondo a partir de sus propios ahorros. En el segundo, quienes lo
hacen son sus organizaciones sindicales a partir de las cotizaciones
sindicales que ellos les abonan; la gran Confederación Alemana de
Sindicatos, DGB (Deutscher Gewerkschaftsbund, Confederación de
sindicatos alemanes), ha construido de esta manera un inmenso imperio
financiero poseedor de bancos, sociedades de seguros, empresas industriales,
sociedades inmobiliarias, etc., que alcanzó su apogeo a lo largo de los años
ochenta [Gill, 1989, 84, n. 23]. Debe mencionarse también el ejemplo sueco
de los fondos salariales de inversión creados en 1983, alimentados a partir de
las primas remitidas por las empresas a la Caja Nacional de Pensiones en
proporción a los salarios y a las ganancias, y destinados a comprar acciones
de empresas en el mercado bursátil; sin embargo, la parte de las primas
basada en los salarios, aunque es abonada por las empresas y no
directamente por los asalariados, no deja de ser un elemento de la
remuneración global de los asalariados, quienes son inducidos así a financiar
los fondos de inversión.
Un hecho a destacar es que este modo de financiamiento de los fondos
salariales de inversión en Suecia ha sido el resultado de varios años de
debates, tropezando los objetivos buscados por los sindicalistas con una
feroz oposición patronal. El proyecto inicial de los fondos salariales había
sido concebido por la gran central sindical de los cuellos azules LO
(Landsorganisationen) como medio para recuperar las ganancias excesivas
percibidas por las empresas en el marco de la aplicación de una política
salarial basada en la moderación, y para permitir así el acceso de los
asalariados a la propiedad del capital y al poder económico que de ella se
desprende. Los fondos de inversión finalmente creados por la ley de 1983
son muy diferentes a los del proyecto inicial. De cómo se quería que fueran
los fondos de inversión de los asalariados, financiados exclusivamente a
partir de las ganancias excesivas de las empresas y destinados a dar a los
asalariados la propiedad y el control del capital, se han convertido en fondos
salariales de inversión, en el sentido de que el origen del financiamiento no
procede exclusiva ni siquiera principalmente de las ganancias, sino de los
salarios (directamente y por moderación salarial consentida implícitamente),
y de que los asalariados se ven privados de todo control real sobre el capital.
En efecto, la ley prohíbe toda gestión efectiva de las empresas en las que se
invierten sus dineros, limitando su participación a una minoría del 40% de
las voces con derecho a voto [Gill, 1989, 56-62]. Este ejemplo ilustra bien la
reticencia de la patronal a repartir de alguna manera su propiedad y sus
derechos de gestión, incluso en aquellos países que numerosos observadores
han querido ver como los países del consenso social por excelencia.
¿No es la fórmula de los fondos salariales de inversión el medio para
superar el marco de la acción aislada, empresa por empresa, que caracteriza
las cooperativas o los casos de rescate de empresas, de llevar las
contribuciones financieras de unos trabajadores al auxilio de los otros
mediante la solidaridad de un gran número de trabajadores? ¿No es el medio
para construir una fuerza económica colectiva de los trabajadores?
Realmente, la fórmula de los fondos salariales de inversión sólo se distingue
de otras fórmulas de accionariado obrero en la medida en que los asalariados
que se adhieren a ellos no son necesariamente, y en todo caso no directa ni
exclusivamente, accionistas de la empresa en la que ellos trabajan. No hay
un vínculo directo entre la propiedad del capital y su aplicación a la
producción. Los asalariados son accionistas del fondo que, éste, es accionista
de las empresas en las que es invertido. El fondo desempeña el papel de
intermediario financiero entre los asalariados accionistas y las empresas a la
que se otorga el financiamiento. Él se alimenta de múltiples fuentes que se
canalizan hacia diversos destinos. Pero más allá de las diferencias de formas,
el contenido es el mismo: el financiamiento se asegura poniendo a
disposición del capital los ingresos del trabajo. Para el resto, operan las
mismas motivaciones. El capital invertido debe producir ganancias, las
inversiones deben ser rentables. La naturaleza misma de los fondos, como la
de todos los fondos de inversión, es la de fructificar. La rentabilidad es una
exigencia que se impone al capital, cualquiera que sea el instrumento por el
que se despliega como capital. Esto sigue siendo cierto aunque se ha
pretendido atenuar esta realidad viendo a la inversión bajo gestión sindical
como la expresión de un capital más civilizado que no necesariamente
estaría buscando la ganancia máxima. Inevitablemente, la fructificación
necesaria del capital está condenada a entrar en conflicto con las
reivindicaciones del trabajo asalariado. Inevitablemente, los representantes
de los trabajadores asalariados, actuando en su calidad de administradores de
un fondo de inversión y eventualmente de gestores directos de las empresas
que se benefician de su financiamiento, se enfrentarán a la obligación de
elegir entre la ley de la ganancia y la defensa de los intereses de los
trabajadores.
La forma de colaboración social que es el fondo de inversión sindical,
cuya finalidad es la de fructificar, lleva naturalmente a adaptarse a la lógica
de los inversores, a ver las cosas con los ojos de la rentabilidad, de las
ganancias. Las leyes del mercado y de la competencia son más fuertes que
las buenas intenciones. Se quiera o no, ellas se imponen a todos, incluso a
los que querrían dar al capital un aspecto civilizado y hacer conciliables sus
intereses, bajo gestión sindical, con los del trabajo. Los sindicatos no pueden
estar simultáneamente en los dos lados de la barricada. La defensa sin
concesiones de las reivindicaciones de los trabajadores exige su más
completa independencia frente a la patronal. El reagrupamiento de los
trabajadores en sindicatos tiene como objetivo superar su aislamiento y
construir su fuerza colectiva de cara a luchas comunes para la
uniformización de las condiciones de trabajo y su protección por la vía de la
legislación. Pero esta fuerza colectiva no puede ser sino dispersada y
debilitada por una actitud que tiende a estar determinada por la
consideración de las situaciones particulares de las empresas que se
benefician de las inversiones de los fondos salariales y de las que se espera
que sean rentables. De esta manera, cada grupo de trabajadores quedará
abandonado a sí mismo en luchas aisladas, empresa por empresa. La acción
de conjunto que parecía abrir la constitución de fondos salariales deja que
rápidamente aparezcan así sus límites. Se detiene en la colecta de los ahorros
de los sindicados. Una vez transferidos estos ahorros a las arcas de las
empresas privadas, transformados en capital, la misión de los fondos de
inversión está cumplida. El trabajo asalariado queda aislado y debilitado en
la medida en que la defensa de sus intereses específicos está condicionada
por un imperativo distinto, el de una sana gestión de acuerdo a los intereses
del capital. El capital queda reforzado, en primer lugar por la aportación de
dinero fresco suministrado gracias a las contribuciones de los trabajadores
que le son canalizadas por el fondo salarial y, sobre todo, por el
debilitamiento de las fuerzas del trabajo que están enfrente de él en ámbitos
dispersos.
Para ilustrar más este punto, recordemos el siguiente hecho. En 1991,
el gobierno de Quebec anunciaba la reactivación del Régimen de Ahorro-
Acciones (Régime d'épargnes-actions, RÉA), o sea, nuevas exenciones
fiscales para los adinerados. Esta medida llegaba en el mismo momento en
que nuevos impuestos al consumo hacían aumentar la inequidad y el carácter
regresivo del régimen fiscal. La responsabilidad de las organizaciones
sindicales era la de levantarse, en nombre de toda la población trabajadora,
tanto contra la reactivación del RÉA como contra toda forma regresiva de
impuestos y tasas. Pero ¿cómo podía comprometerse en una batalla contra la
reactivación del RÉA y sus exenciones fiscales la dirección de la Federación
de Trabajadores y Trabajadoras de Quebec (FTQ), cuando se sabe que el
Fondo de solidaridad que ella ha levantado debe su éxito, en gran medida, a
las generosas exenciones fiscales concedidas a sus accionistas y que el
Fondo de solidaridad había constituido en 1989 un "Fondo RÉA" destinado
a invertir en las empresas inscritas en el programa?

5. LA COLABORACIÓN A ESCALA NACIONAL

El siglo XX ha conocido, sobre todo en su segunda mitad, tras la


Segunda Guerra mundial, experiencias de concertación social de gran
envergadura. Esencialmente se han desarrollado en un cierto número de
países europeos, principalmente en los países escandinavos y germánicos.
Las experiencias mejor conocidas son las de Suecia, Alemania, Austria y
Noruega. Ellas se caracterizan por diversas formas de colaboración entre
gobiernos, patronal y sindicatos, puestas en marcha con el impulso de los
partidos socialdemócratas, y tienen como función elaborar y ejecutar las
políticas centradas en la búsqueda del pleno empleo, el control de la
inflación y el desarrollo de medidas sociales. Los éxitos reales obtenidos
durante mucho tiempo por estos países, más particularmente en el
mantenimiento del desempleo en un nivel bajo mientras que por todas partes
las tasas se disparaban, han llevado a numerosos observadores a identificar
la fuente del éxito con la propia política de concertación y a señalar a los
países en que se ha aplicado como modelos a seguir. Se ha querido ver en la
colaboración social una "tercera vía" que se sitúa entre el liberalismo y la
economía planificada y que ofrece la clave de un crecimiento armonioso
liberado del desempleo y de la inflación. El sistema basado en la propiedad
privada de los medios de producción y la ganancia individual, de este modo
civilizado, sería portador de mejoras duraderas para toda la sociedad al
evolucionar con paz social.
En Los límites de la colaboración publicado en 1989, yo he analizado
estas experiencias de concertación. Las principales conclusiones a las que
me ha llevado su examen pueden resumirse así:

1. Los éxitos logrados en materia de empleo y de políticas sociales no


son imputables a la buena armonía y a la concertación bipartita o tripartita
entre "colaboradores" sociales, sino únicamente a la determinación de la
población trabajadora y de sus organizaciones sindicales y políticas para
promoverlos y defenderlos contra los intereses contrarios de la patronal.

2. La búsqueda de consensos entre "colaboradores" sociales que


defienden intereses opuestos, lejos de ayudar a la realización de estos
objetivos sociales, se revela más bien como un obstáculo que viene a limitar
la envergadura de los progresos realizados y a amenazarlos directamente
cuando las condiciones del mercado reclaman su supresión. La extensión de
las medidas puestas en marcha por los partidos políticos que representan al
movimiento obrero, incluso cuando ellos gobiernan en solitario, se encuentra
limitada por el marco en el interior del cual el consenso las encierra, marco
fijado por el respeto a la propiedad privada de los medios de producción y
por la gestión de la economía de mercado en asociación con el capital y
según sus reglas de funcionamiento.

3. Si bien la búsqueda de la colaboración es un componente natural de


la política de la socialdemocracia en la tarea que se da de administrar bien la
economía de mercado tratando de reconciliar los intereses del trabajo con los
del capital, en la naturaleza de los propietarios del capital está por el
contrario el administrar solos una propiedad privada cuyo control no desean
compartir de ninguna manera. Ellos solamente se someten a un reparto tal si
están obligados y ven en ello el medio para continuar cumpliendo las
condiciones de rentabilidad que buscan, por ejemplo mediante la conclusión
de "políticas de rentas" favorables que les aseguren la moderación salarial
deseada. En cuanto les es posible aplicar solos las mismas políticas y
retomar en su mano el control exclusivo de "sus" negocios, lo hacen con
diligencia, liberándose de un colaborador molesto. Por tanto, la colaboración
es esencialmente, a los ojos de la burguesía, un mal menor. Obligada a
aceptarlo en las circunstancias en que su debilidad política no le deja otra
elección, en otras circunstancias la buscará activamente como solución de
última instancia para preservar lo esencial de sus poderes y privilegios. No
obstante, en todo caso se trata para ella de un "poniéndose en lo peor" al que
es conducida debido a su incapacidad para realizar sola sus políticas.

4. Esta fuerza del movimiento obrero, aplicada a la búsqueda del


consenso en la gestión de las políticas del capital, está condenada sin
embargo a transformarse en debilidad. En la medida en que el o los partidos
que son su expresión política, esencialmente los partidos socialdemócratas,
busquen un terreno de acuerdo con las fuerzas que se oponen a las
reivindicaciones obreras, serán conducidos a defender y administrar las
políticas que contradicen sus compromisos y de esta forma se exponen a un
desmoronamiento del apoyo de aquellos y aquellas que les han confiado el
mandato de defender sus intereses. Aceptando, en el marco de coaliciones
gubernamentales, asociarse a partidos cuya naturaleza es la de defender los
intereses del capital contra los del trabajo, los partidos socialdemócratas
contribuyen de facto a su propio debilitamiento al hacer aparecer a estos
partidos como capaces de dirigir la sociedad en el sentido de las aspiraciones
de la mayoría, acreditándoles de esta forma a los ojos de una población cuya
elección tiende a hacerse indiferente entre formaciones políticas con
orígenes y naturalezas, a pesar de todo, contradictorias.
La ilusión de una comunidad de proyectos entre patronal y sindicatos
tiene también implicaciones muy graves en situaciones en las que los
trabajadores no tienen representación política autónoma. Una gran debilidad
del movimiento obrero en Quebec es justamente el hecho de que no tenga su
propio partido político con su propio programa. Evidentemente, una actitud
favorable a la concertación sólo puede contribuir a mantener esta situación.
En la medida en que la patronal y sus partidos son vistos como sujetos que
pueden compartir objetivos con la población trabajadora, los trabajadores se
adaptan más fácilmente a verles gobernar "por el interés general". La
inexistencia política del movimiento obrero confina a los trabajadores a
replegarse en uno u otro de los partidos existentes de los que ninguno
defiende el programa de los trabajadores.

5. Contradictoriamente, la colaboración en la que se desearía ver la


condición sine qua non del progreso social está condenada a transformarse
en un instrumento de imposición de los retrocesos exigidos por la
racionalidad de la economía de mercado cuando surgen las dificultades
económicas. Bajo la presión de las fuerzas del mercado, la colaboración
centrada en el pleno empleo y las políticas sociales que había erigido a
Austria y Suecia en modelos ha dejado el sitio, a finales de los años ochenta,
a una "colaboración de saneamiento", marcada por una "redefinición de las
prioridades sociales", la instauración de un régimen fiscal regresivo y la
puesta en marcha de una estrategia económica basada en el estímulo de la
oferta, el abandono progresivo de la política de apoyo al empleo y un rigor
presupuestario que castiga a los asalariados del sector público, a la seguridad
social, a los regímenes de pensiones y a las transferencias, a las prestaciones
familiares y a diversos servicios sociales. En resumidas cuentas, las
presiones determinantes de la economía mundial han forzado a Austria y a
Suecia a volver a la fila, demostrando que un solo país, a fortiori un país
pequeño, no puede remar a contracorriente indefinidamente. Su adhesión a
la Unión Europea no podrá más que estrechar el alineamiento de sus
políticas con las que se elaboran en el interior de la comunidad. La única
colaboración de la que el movimiento obrero austriaco o sueco, o de
cualquier otro país, puede esperar contar con ella es la que deberá construir
con el movimiento obrero de los otros países para oponerse a las políticas de
regresión impuestas a la población.

6. Los protagonistas de la colaboración la presentan como una


ampliación de la democracia, de la que los trabajadores obtienen un derecho
de participación en la gestión de la empresa y en ciertos casos en la
propiedad del capital. En primer lugar, hay que ser conscientes de una cosa;
el solo hecho de asociar a los representantes de los asalariados a la
elaboración de las políticas y a la toma de decisiones en el seno de instancias
de concertación bipartitas o tripartitas no aporta niguna garantía de una
participación democrática real, en el sentido de que el conjunto de los
trabajadores, a través de sus representantes y no estos representantes
solamente, esté asociado al proceso de decisión. La naturaleza misma de las
instancias de concertación incita más bien a mantener separada una base que
podría revelarse demasiado reivindicativa y haría más difícil, incluso
imposible, la conclusión de alianzas. En resumen, la colaboración
predispondría más a un estrechamiento de la democracia que a su
ampliación. El carácter, las más de las veces confidencial, de las discusiones
entre "colaboradores" ilustra bien el contenido de este tipo de "democracia
económica" en la que los representantes obreros son conducidos en la
mayoría de las ocasiones a adoptar compromisos que a continuación ellos
tratarán de hacer aceptar a la base sindical.

Pero incluso en la hipótesis de que la participación de los


representantes del movimiento obrero en las instancias de concertación fuera
sometida al control democrático más riguroso de sus miembros, ¿se puede
concebir una verdadera democracia económica, un control real de la
economía por la mayoría de la población, es decir, la población trabajadora,
cuando la propiedad de los medios de producción sigue siendo privada,
incluso estando cada vez más concentrada en las manos de un pequeño
número? Por otra parte, la participación de los asalariados en la propiedad
del capital no aporta ninguna solución a este problema. Toda veleidad de
"democratización" de la propiedad del capital que redujera el poder real de
administrar y decidir o que de alguna manera amenazara los derechos y
privilegios de los propietarios de los capitales sería objeto de una virulenta
oposición por parte de estos últimos. Sólo son factibles las formas de
participación en la propiedad que aseguren al capital una nueva aportación
de fondos directamente de los ingresos de los trabajadores, pero que de
ningún modo amenacen su hegemonía exclusiva sobre los medios de
producción.
Por tanto, hablar de democracia económica en el marco de la
propiedad privada de los medios de producción donde las decisiones
corresponden necesariamente a la minoría poseedora es, como mínimo, un
abuso de términos. Realmente, una verdadera democracia económica sólo
puede ser construida sobre la base de la propiedad colectiva de los medios de
producción, lo que implica una gestión de la economía según normas
diferentes de las de la propiedad privada. Sin embargo, la propiedad
colectiva de los medios de producción evoca para muchos, por el contrario,
el espectro del autoritarismo, de la represión de la democracia, de la
planificación centralizada y burocrática donde las decisiones impuestas a la
población siguen estando en manos de un puñado de administradores
omnipotentes e inamovibles. Y esta visión de las cosas, es muy necesario
reconocerlo, se basa en la observación de la realidad del conjunto de países
que hasta ahora procedieron a la expropiación del capital e instituyeron la
propiedad estatal. Por otra parte, es en relación a esta triste realidad, que
actuando como un repelente ha apartado a millones de trabajadores de la
idea misma del socialismo, que algunos han querido hablar de una "tercera
vía", la del capitalismo civilizado, situándolo entre el capitalismo y el
colectivismo autoritario y burocrático de los países del Este. Sin embargo, la
"tercera vía" sigue siendo una variante de la "primera vía", la de la propiedad
privada, y está sometida a sus reglas aunque haya podido ser, por el impulso
del movimiento obrero, el vehículo de medidas que responden a las
aspiraciones obreras en una época desde ahora pasada en la que las
condiciones económicas generales permitían aún una cierta libertad en la
orientación de las políticas.
La aspiración de los trabajadores a controlar ellos mismos sus
condiciones de vida y de trabajo plantea de facto la cuestión de la propiedad
de los medios de producción. Pero si bien la propiedad colectiva de los
medios de producción aparece como una condición necesaria para el
establecimiento de una verdadera democracia económica, no es una
condición suficiente. La democracia debe ser conquistada sin parar, después
defendida y, si llega el caso, reconquistada. Lo que está en juego es el
contenido que dar a una sociedad de la que se querría que estuviera adaptada
a las aspiraciones de la población trabajadora y dirigida democráticamente
por ella. La realización de este objetivo sólo puede ser el resultado de un
combate dirigido por su propia cuenta por los trabajadores, a partir de su
organización independiente, en total democracia.

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