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P o r P a t r i c i a T o b a l d o
Se trata entonces de saber como y porque el football, valorado tanto como deporte o
espectáculo, es a menudo desplazado del concepto puramente cultural, demonizado y
hostilizado por las grandes elites intelectuales; que poco argumento poseen para
“justificar” su rechazo como para “fundamentar” sus criticas.
Quizás la razón de tal hostilidad pueda ser analizada desde dos perspectivas, por un
lado el intelectual puro rechaza cualquier forma de actividad física, ya decía Nietzsche
en “Así Hablaba Zaratustra” (1ª parte) que los intelectuales son por vocación grupos
alejados del cuerpo, de las prácticas físicas y de sus placeres”. En las sociedades
culturales el individuo no se distingue por sus habilidades físicas, sino que cultiva una
cierta actitud de indiferencia que bien podría estar en línea con el ascetismo y el
espiritualismo que Nietzsche proclamaba en su obra. Y evidentemente el football es
una actividad corporal que se somete a una suerte de apuestas simbólicas o estéticas
que poco tienen que ver con las estéticas clásicas del mundo de la literatura y de las
artes mayores.
La segunda perspectiva se podría analizar desde una visión más subjetiva. El football
es considerado, entonces, como la antítesis del elemento esencial de la actividad
intelectual “el pensamiento”. El jugador de football no piensa sino reacciona, en la
mayoría de las veces debe improvisar sobre la marcha, su habilidad es el reflejo
inmediato, una suerte de gesto que trae a la superficie y que convierte, a veces, en un
toque de genialidad.
El vocabulario deportivo valora la inmediatez inconciente en tanto que el intelectual la
reflexión conciente. En el football se valora la espontaneidad, fruto de un arduo trabajo
físico previo y el olvido de si mismo en beneficio del grupo. La labor intelectual es
individualista, subjetiva y promulga el lucimiento del ego.
Aunque también podría considerarse una tercera perspectiva, “la social”. A partir de
las primeras luces del siglo XX hasta nuestros días, el hombre en general va a la
conquista de desafíos físicos cada vez más audaces. La perfección física y los
deportes ya no atienden solo a razones de orden estético de salud o divertimento, sino
que es una gran “caja registradora”. Y el football es el rey entre los reyes de tal
fenómeno social.
Los aristócratas del siglo XIX en Inglaterra inventaron ciertos deportes como el Rugby,
el Tenis, el Golf o el Basketball para liberar su tedio y su rutina de clubes privados. Las
elites, entonces adoptaron la noción de placer a través del esfuerzo físico gratuito, de
la competición sin recompensas y de la estética del gesto deportivo.
Entonces la pregunta es ¿Por qué esas mismas elites intelectuales que fueron
capaces de inventar deportes populares hoy no aceptan ese otro deporte que se ha
convertido en una suerte de pasión universal? Simplemente porque el football es
popular y se lo vincula directamente a las clases sociales más desfavorecidas. Es el
deporte mundial por excelencia, el más mediatizado y practicado. Y al contrario del
rugby las reglas son rudimentarias. Para practicarlo solo hace falta una pelota para
aquellos que la tienen o una lata de conserva para los que no. Como dice Eduardo
Galeano “la historia del football es la historia de una practica en la cual la
simplicidad garantiza la universalidad”
Por lo tanto lo que molesta a las elites intelectuales no es el football en sí, sino la
referencia social que se le atribuye. Su simplicidad, es por tanto, un elemento de
cultura de masas y la actividad intelectual representa a una minoría, que se denomina
elite.
Sin embargo, habría que reconocer también un espacio común en este juego de
diferencias. Hoy el football es criticable en algunos aspectos. En el debate muchos
creen saber de football pero pocos pueden criticarlo con conocimiento de causa, y es
justamente el “aficionado”, el que siente este deporte en la piel, el que vibra desde lo
más profundo de su espíritu.
El otro, el profesional, el que vive del football, el que se involucra comercialmente, ese
es el que debe recibir una critica feroz porque el football en su génesis ya no existe, el
capitalismo lo está corrompiendo a través de estructuras mediáticas que reducen el
juego a un mero producto de compra y venta y de especulación en el mercado
internacional. Hoy el football es una “mercancía”: los clubes, verdaderas empresas que
cotizan en bolsa se comportan con sus recursos humanos, sus jugadores, como si
estos fuesen valores o acciones de mercado. Hoy los aficionados son figuras casi en
extinción que están dando paso a lo vulgarmente llamado “barras bravas”. Es decir del
aficionado que venia al campo de juego a seguir y a “hinchar” por su equipo se ha
pasado al fanático, generalmente un “asalariado del club”
Sería grandioso si se pudiese “desandar” tan solo un tramo del camino hecho, para
reencontrarnos nuevamente con el espíritu de aquellos inventores del deporte del
mundo moderno, los griegos, que promovían el deporte a partir de un espíritu sano,
partiendo del principio que la práctica del deporte colectivo genera camaradería,
amistad entre los hombres y los pueblos y establece valores humanos. Volver a la
época en que “entrar al estadio” significaba “franquear las puertas doradas, acceder a
una realidad superior a través de la cual cada uno trasciende a su manera y descubre
la mística del deporte”
Probablemente esta pequeña noticia literaria, que aporta ejemplos y pone en relieve el
valor que este deporte ha tenido y tiene como referencia en la historia africana, obre
positivamente como ese magnifico momento literario en la obra de Albert Camus “La
Peste”, que descubriendo el football en Argelia, relata una discusión entre el
protagonista y un desconocido sobre la esencia del football, propiciándoles un
momento de placer mientras la ciudad era diezmaba a causa de la peste.