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Escritos Esenciales de Milton Erickson
Escritos Esenciales de Milton Erickson
Procter (compilador)
PAIDÓS
Barcelona Buenos Aires México
Los textos del presente volumen se han extraído de The Collected Papera of
Milton H. Erickson On Hipnosis (tomos 2,3 y 4), publicados en inglés, en 1980, por
Irvington Publishers, Inc., Nueva York Publicado con permiso de Ardent Media y
Mark Paterson.
Traducción de Rafael Santandreu
Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las
sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o
procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella
mediante alquiler o préstamo públicos.
© 2002 de la traducción, Rafael Santandreu © 2002 de todas las ediciones en castellano
Ediciones Paidós Ibérica, S.A.,
Mariano Cubí, 92 08021 Barcelona
y Editorial Paidós, SAICF,
Defensa, 599 Buenos Aires
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ISBN: 8449312728
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Depósito legal: B31.069/2002
Impreso en Novagráfik, S.L.
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Impreso en España Printed in Spain
SUMARIO
Este segundo volumen consiste en una selección de los relatos del trabajo
clínico de Erickson. En él encontraremos más de treinta casos, desde pequeños
resúmenes a narraciones detalladas de las sesiones terapéuticas.
La práctica de Erickson destaca, entre otras cosas, por la diversidad de
problemas que podía tratar. Trabajaba con niños lo mismo que lo hacía con
adultos. En cuanto a las especialidades médicas, se atrevía con problemas de
dolor, presentaciones psicosomáticas, dermatología, obstetricia y odontología,
además de lo relativo a la psiquiatría. Por otro lado, Erickson hacía uso de la
hipnosis para tratar la esquizofrenia, las psicosis maniacodepresivas y,
ocasionalmente, incluso alguna disfunción cerebral orgánica. Más ambiciosos
todavía son los casos en los que ayudó a mejorar la calidad de vida de personas
sin patologías incrementando su capacidad deportiva o desbloqueando a los
artistas. Su trabajo también abarca desde la resolución de síntomas específicos
hasta conseguir cambios fundamentales en la identidad de una persona, como en
el caso de El hombre de febrero (Erickson y Rossi, 1992).
Lo que emerge de esta serie de casos es la importancia que concede Erickson
a dirigirse a la persona individual,, única. El insigne psiquiatra aconsejaba:
Miren y escuchen a sus pacientes de verdad. Pongan siempre atención a la
situación en la que se produce el síntoma personalidad del paciente es de
fundamental importancia. Para ayudar, debemos utilizar con todo respeto lo que el
sujeto presenta (Zeig, 1985).
Al leer estos artículos uno infiere la meticulosidad de los procedimientos de
entrevista de Erickson, a juzgar por la calidad de la información que consigue, en
particular, por la significación única que los hechos tienen para cada paciente. Nos
ayudará el saber que Erickson trabajaba típicamente en periodos de tiempo
intensivos: varias horas seguidas durante varios días en una misma semana, a
diferencia de la práctica tradicional que espacia las sesiones de una hora en
intervalos de semanas o meses. De esta manera, acumulando su influencia
hipnótica conseguía sus espectaculares resultados. Parece que Erickson era
igualmente capaz de conseguir los cambios globales que la terapia psicoanalítica
se atribuye, pero en no más de unos días.
Erickson usaba sus casos como «historias terapéuticas y así se las explicaba a
otros pacientes y a sus alumnos. Compartiendo con el paciente algunos ejemplos
—a veces muchos— de cómo la gente resuelve problemas similares, anima al
cliente a crear un «marco de referencia terapéutico» y una perspectiva optimista
que abre la mente a la posibilidad de cambiar (Erickson y Rossi, 1979) Más
específicamente, él creía que el hablar acerca de unos procesos mentales
particulares evoca procesos similares en el oyente. Por ejemplo, hablar acerca de
recordar un partido de fútbol tiende a evocar recuerdos similares. Hablar sobre
olvidar conduce naturalmente a la amnesia. Erickson aconsejaba: si quiere que el
paciente hable de su madre, ¡hable acerca de una situación en la que se
menciona a la madre de alguien! Cuando el paciente habla, el terapeuta usa
ejemplos tomados de historias, chistes y metáforas y de ese modo evoca ejemplos
similares en la experiencia del paciente, lo que desemboca en la conversación en
una espiral de asociaciones personales y recuerdos.
El volumen está dividido en dos partes. Los cuatro primeros capítulos fueron
escritos en las décadas de 1930 y 1940. El contexto de estos artículos es en gran
medida psicoanalitico y Erickson se muestra ya como un maestro del lenguaje con
unos conocimientos profundos sobre psicología. Después, podemos seguir el
desarrollo del trabajo de Erickson en las décadas de 1950 y 1960, donde su
técnica se vuelve cada vez más económica y raramente necesita ir más allá de lo
que el paciente le transmite. Esta fase de trabajo, por supuesto, ha ejercido una
gran influencia en las terapias breves y sistémicas durante la segunda parte del
siglo xx. Es importante, sin embargo, observar el trabajo de Erickson durante todo
su desarrollo. Escritores como Haley (1986) pueden, en su interpretación de
Erickson, subestimar su sofisticación psicodinámica. Erickson era crítico con los
métodos psicoanalíticos por la rigidez de su enfoque y la confianza que ponen en
la comprensión consciente del paciente, pero, como estos casos demuestran, el
éxito de su trabajo recae en buena parte en su gran capacidad para desentrañar
los significados psicodinámicos de las experiencias de los pacientes.
H. G. PROCTER
Bibliografía
H. G. PROCTER
Abril de 2001
Bibliografía
Método
Resultados experimentales
Comentario
Conclusiones
2
M. H. Erickson y L. S. Kubie, «The permanent relief óf an ohsessional phobia by means of eommunication
witli an unsuspectecl dual personality», en Psycboanalylic Quanerly, 1939, n« 8, págs. 471509.
2. Fascinación persistente con la levitación y horror ante la catalepsia
Al siguiente día, la señorita Damon acudió a nuestra oficina sin cita previa.
Quería que le enseñásemos a llevar a cabo los fenómenos de levitación de la
mano y catalepsia del brazo por medio de la autosugestión. En muy poco tiempo
consiguió provocarse estos fenómenos combinados y los repetía una y otra vez,
de una manera más bien compulsiva. Mientras se sugestionaba a sí misma para
levantar o bajar la mano, repetía preguntas como: «¿Ve cómo se mueve mi mano?
¿Cómo lo explica? ¿Qué significa? ¿Qué sucede? ¿Ha tenido alguna vez esa
experiencia? ¿Qué procesos psicológicos y neurológicos se ponen en marcha?
¿No es gracioso? ¿No es extraño? ¿Verdad que es interesante? Es tan curioso,
estoy fascinada».
El sujeto hacía caso omiso de cualquier cosa que se le respondía; en realidad,
parecía no darse cuenta de nada de lo que estaba diciendo.
Cuando se inducía la levitación, su expresión facial era de intenso interés; pero
a medida que su mano o manos alcanzaban el nivel de los hombros empezaba a
desarrollar una aparente catalepsia y su actitud cambiaba radicalmente. Aparecía
una expresión facial que uno podía caracterizar de «disociada». Parecía perder
contacto con todo lo que la rodeaba. De hecho, no respondía a estímulos verbales
o táctiles. Además de la expresión de disociación apareció una mirada de intenso
terror, con palidez, pupilas dilatadas, respiración irregular y dificultosa, pulso
irregular y una marcada tensión y rigidez de todo el cuerpo. En poco tiempo, estas
manifestaciones desaparecían para ser reemplazadas por la mirada anterior de
profundo interés; inmediatamente, sus sugestiones iban dirigidas a bajar la mano y
a la desaparición de la catalepsia.
Más tarde ese mismo día, cuando se le preguntó por qué estaba tan interesada
en la catalepsia y la levitación, sólo pudo hacer algunas racionalizaciones basadas
en su formación psicológica e intereses. No se daba cuenta de que había algo
más en ello, excepto cuando hizo una broma referente a que ya que su salario era
más bien minúsculo, al menos aprovechaba la oportunidad de vivir unas cuantas
experiencias interesantes.
Al día siguiente su conducta siguió el mismo rumbo. Se le ofreció, después, la
posibilidad de llevar a cabo movimientos más complejos, como escritura
automática. La cosa le interesó desde el principio, aunque expresó sus dudas
acerca de su capacidad para llevarla a cabo.
3. Investigación sobre escritura automática que conduce a un ataque de
ansiedad aguda
I. ¿Debo decírselo?
S. Sí; ella no lo sabe.
De forma parecida:
4
. Este es uno de los acertijos de la escritura automática y una de las razones de que no sea suficiente
leer ¡o que escribe el sujeto, sino que delie verse cómo lo escribe. De hecho, para estudiar el contenido de
esos mensajes es necesario grabar la experiencia en película. La explicación de 13rown acerca de la
inversión de la palabra ■no» fue: «D no [salle] pregunta. I) lee respuesta. D piensa que entiende. E ve la
escritura. E no respuesta real. I) no. Así D no tiene miedo».
que Brown expresaba que una palabra tenía una tilde. Se trataba de la palabra
francesa consequent. El investigador la había tomado por la inglesa «consequent»
y el sujeto le corrigió de esa manera. Cuando el investigador adivinó de qué se
trataba, orgulloso, le preguntó: «Bueno, ¿qué te parece?». Brown respondió:
«Bobo».
Cuando la personalidad oculta de la señorita Damon escribía en una hoja
nueva, quería decir que hablaba de un nuevo aspecto del problema. Ésta era su
manera de expresarse, escribiendo sobre frases ya escritas, separando aquí y allá
las diferentes partes de una frase, poniendo puntos en medio de una frase o muy
lejos del final de la misma, apuntando la punta o la goma del lápiz hacia una
palabra, dando respuestas contradictorias a una misma pregunta, contando las
letras de una palabra, las palabras de una frase y dando diferentes cantidades
totales según el momento; escribiendo mal una palabra para llamar la atención
sobre ella y muchas otras cosas que al principio fueron pasadas por alto o
interpretadas erróneamente.
La actitud de Brown hacia la investigación era consistente y muy significativa.
Decía que ella era la única que sabía el significado de la escritura, que la señorita
Damon no lo sabía y que debido al miedo no lo podía saber; que la señorita
Damon necesitaba ayuda y que sólo ella sabía cómo dársela y que la función del
investigador era fundamentalmente asumir la responsabilidad y hacerle a Brown
sólo preguntas directas y específicas, con la reserva de que Brown podía aceptar,
rechazar o posponer las preguntas si pensaba que eso era lo mejor. Se comprobó
que Brown protegía a Damon pidiendo que la tratásemos con especial cuidado,
apoyándola, distrayendo su atención, engañándola a veces, etc.
Quizás el mejor retrato de la actitud de Brown sean las respuestas que dio:
»La escritura significa mucho, B lo sabe todo, D no, no puede, miedo, hace
mucho tiempo olvidó algo, D no puede acordarse porque nunca supo nada de ello,
ella pensaba que sí pero no. B tiene miedo de contárselo, D se aterrorizará,
llorará. A B no le gusta que D esté asustada, no dejará que se asuste. B no le
puede decir a D, no se lo dirá. 1) debe saber. D debe obtener ayuda. B necesita
ayuda. Erickson pregunta. Pregunte lo correcto, B dice a Erickson la respuesta
correcta. Pregunta errónea, respuesta errónea. Pregunta correcta, sólo pregunta
correcta y B responde, pero no dice a D porque está asustada. Erickson pregunta,
pregunta, pregunta. Brown responde, pero no demasiado deprisa porque D se
asusta, llora, enferma. B cuenta la verdad, la verdad. Erickson no entiende, no
entiende porque no sabe. B intenta decirlo. Erickson no pregunta lo correcto.
Pregunta, pregunta, pregunta. B no puede decir, no dirá. B tiene un poco de
miedo; B sólo responde. Pregunta, pregunta».
Se intentó de manera indirecta que Brown diese algunas pistas sobre qué
teníamos que preguntar, pero la respuesta siempre era «Erickson pregunta, B
responde; pregunta correcta o incorrecta, respuesta correcta o incorrecta».
Por lo tanto, la tarea básica del investigador pasó a ser la de investigar primero
qué preguntas hacer y, después, hacer las preguntas de manera que se pudiese
responder con sólo una palabra. Las pistas que nos daba Brown parecían dirigidas
a provocar un interrogatorio más agresivo. Por otro lado, en conversaciones que
tuvimos sobre otros temas, Brown no mostraba restricciones. Además, en esas
char
El investigador le comunicó a B su impresión respecto de la conducta de D, a lo
que replicó: «Puede ser. No se lo diga demasiado rápido todavía».
Después, tras varias preguntas más, se pudieron descifrar las siguientes
palabras: trance, hará, mi, catalepsia, todas, nunca, y fueron puestas en orden en
las frases como sigue:
(Al final del artículo daremos una explicación completa de este esquema.)
Se hicieron más preguntas, pero resultaron inútiles. Brown respondía «No» a
todas las preguntas.
Más tarde, se intentó iniciar otra estrategia haciendo que la señorita Damon
mirase las distintas partes del escrito y diese asociaciones libres; pero fuimos
interrumpidos por Brown, que escribió: «No, no». Además, la señorita Damon
desarrolló un bloqueo de tal manera que era incapaz de entender la tarea. Aquí
encontramos un interesante paralelismo con la conducta de esos pacientes que,
en análisis, siguen muy atentos las explicaciones sobre lo que tienen que hacer,
pero luego se muestran incapaces de entender la tarea de la asociación libre. En
el caso de Brown y la señorita Damon, parecía que B podía bloquear los procesos
intelectuales de D.
Ya que la señorita Damon conocía el código Morse, se le sugirió a Brown que
podía usar ese método para darnos su mensaje. La palabra que se obtuvo fue
S.O.S., lo que, según nos dijo la propia Brown, significaba «E ayuda, pregunta».
Después se intentó identificar palabras y letras sueltas sin tener en cuenta su
posición en las palabras o frases. A esas preguntas, Brown respondía con
respuestas confusas, contradictorias y conflictivas. Finalmente dijo: «No puedo;
no puedo; no son las preguntas correctas», pero tampoco nos decía cómo
teníamos que preguntar.
Llegados a ese punto, se le preguntó a Brown si el investigador debía continuar
intentando descifrar palabras sueltas, y dijo: «Intenta». De acuerdo con esta
estrategia, se le pidió a Brown que trazase dos líneas horizontales, una para
simbolizar la palabra con más significado del mensaje y la otra para la menos
significativa, y dibujarlas con la longitud que ella quisiera, igual o desigual, ya que
las líneas en sí no tendrían ningún significado.
Brown dibujó dos líneas, una el doble de grande que la otra. Cuando hizo la
primera, sin embargo, se vio que se detenía momentáneamente hacia la mitad,
mientras la segunda línea la hizo de un solo trazo. El investigador tomó esto como
una pista e inmediatamente apuntó a la primera línea con su bolígrafo, pero en
realidad cubrió la última mitad de la línea. Mientras hacía esto, la señorita Damon,
que había estado comentando con el asistente la extraña actitud del investigador
haciendo preguntas absurdas, dijo que él debía de estar muy absorto para no
notar el desagradable olor del cigarrillo que había dejado caer en el cenicero.
Mientras el investigador se disculpaba, vimos que Brown apartaba la hoja donde
había trazado las dos líneas. De nuevo, se le preguntó a Brown si podíamos
continuar con las preguntas, a lo que respondió: «Pregunta, intenta». Así que nos
concentramos de nuevo en la línea y preguntamos a B por qué se había detenido
en la primera línea, quizá porque allí había dos palabras. Todo lo que recibimos
por respuesta fue que la pregunta no era la correcta. Finalmente, el investigador
preguntó enfáticamente: «Esa línea partida significa que hay dos palabras en eso
que has escrito, ¿verdad?». «Sí.» «¿Y la palabra olor tiene que ver con la primera
parte, verdad?» «No.» « ¿Quieres decir que puede que sea o no desagradable?»
«Sí.»
Aquí, Brown llevó la mano a otra parte de la hoja, mientras la señorita Damon
declaraba que, de repente, había sentido miedo y que tenía ganas de llorar. Brown
escribió: «Ayuda D», y cuando interpretamos esto como «Consuela D», Brown
escribió: «Cierto». Inmediatamente, el investigador inició una conversación con la
señorita Damon sobre la investigación. Al poco rato, el sujeto se hallaba sosegado
y muy interesado por los detalles de la investigación. Sin embargo, al final, el autor
le enseñó la línea partida y de nuevo Damon experimentó ese temor, dijo que no
entendía qué le pasaba y, de hecho, hizo un pequeño chiste sobre su situación.
De repente, Brown escribió: «Se siente mejor, pregunta, y después escribió
«Con», una sílaba que había escrito antes pero que se había dado por
equivocada. A continuación, se le preguntó a B durante un buen rato, con la
participación de Damon. Ahora surgieron las palabras subconscientemente,
subsiguiente, consecuente y consecuencias y de todas dijo Brown que eran
correctas e incorrectas. La señorita Damon, impaciente, dijo de Brown que era
«mentirosa» y «loca». Ante eso, Brown se negó a escribir más; sólo lo hacía para
decir «No». Finalmente, se le preguntó el porqué de su actitud y respondió:
«Enfadada». Cuando la señorita Damon leyó eso, se sonrojó avergonzada y dijo:
«Brown quiere que me disculpe», y luego añadió: «Lo siento, Brown». El
investigador le preguntó a Brown si aceptaba las disculpas y estaba dispuesta a
escribir de nuevo, a lo que ella respondió: «E, E, E», como si quisiese dirigirse
sólo al investigador, mientras la señorita Damon conversaba con el asistente
acerca del incidente del enfado de B. El investigador siguió con un «Qué», a lo
que Brown replicó: «Dormir». « ¿Por qué?», le preguntamos. Su respuesta fue:
«Interfiere». Cuando Brown escribió esto, la señorita Damon se hallaba mirando
hacia otro lugar, pero aun así dijo: «Brown quiere castigarme». Enseguida le
preguntamos al sujeto qué quería decir, pero sólo nos dijo que había «sentido»
que iba a ser castigada, pero que no podía explicar la razón de ello a no ser que
fuese porque a Brown no le hubiesen satisfecho las disculpas. Mientras decía
esto, Brown escribió: «E, esperando». Aceptando la reprimenda implícita en la
expresión de B, el investigador hipnotizó a la señorita Damon, para que no
interfiriese en la comunicación.
A partir de ahí, se hicieron algunos progresos en relación con las palabras de
Brown. Ésta eliminó la palabra subconsciente y declaró que subsiguiente era la
palabra correcta, escrita correctamente y, al mismo tiempo, la palabra incorrecta y
mal escrita. En ese punto, la señorita Damon se despertó en un estado de terror,
se recuperó rápidamente y empezó a hablar al azar de varios temas, mencionando
entre otras cosas que su abuelo era francocanadiense. Al poco rato, Brown
escribió «Dormir» y el investigador obedeció y puso a la señorita Damon a dormir.
Más preguntas nos revelaron que había algunas palabras en francés y que la
palabra que buscábamos podía ser subsement o consequent o algo así. Mientras
charlábamos de esto con Brown, la señorita Damon se despertó en varias
ocasiones y se volvió a dormir, mostrando un intenso terror cada vez que se
despertaba. Cuando se le preguntó acerca de la señorita Damon, Brown explicó
que no se podía hacer nada para ayudarla, que era necesario que ella
experimentase esos momentos de terror, pero que se sentiría mucho mejor tan
pronto como hubiese pasado por ello. Según dijo, ese miedo tenía que ver con la
palabra que buscábamos. Finalmente, la señorita Damon se despertó tranquila y
preguntó cómo iba todo. Brown escribió: «Dile». Como el investigador no sabía
qué decir exactamente, probó a señalarle a Damon las últimas palabras. La
señorita Damon comentó con interés que parecía que el problema era que se
trataba de palabras francesas, pero mal escritas. Tras decir esto, Brown escribió:
«Mira». Esto hacía referencia a la señorita Damon, aunque todos nos pusimos a
mirar y examinar las palabras, pero Brown escribía impaciente: «Mira, mira, mira».
Dirigimos la atención de la señorita Damon a ello y ésta dijo: «Debe ser mirar a
otro sitio; ¡claro, el diccionario!».
Fuimos mirando el diccionario, página tras página, hasta que se comprobó que
había una palabra parecida a la de Brown. Ella nos dijo que le parecía que era la
palabra correcta bien escrita, pero al mismo tiempo la palabra inadecuada, porque
Brown no había escrito bien la palabra: «Nunca aprendí a escribir correctamente».
A continuación le pedimos a Brown que escribiese su palabra de nuevo y
obtuvimos «subitement», luego «subsequemment», después «subsequent». Le
preguntamos si «subsequent» era lo correcto, pero Brown no respondió y la
señorita Damon desarrolló un intenso terror que la llevó incluso a olvidar los
últimos pasos de la investigación. Pronto se recuperó y se puso al día, pero como
si justo se hubiese despertado de un trance.
Le preguntamos a Brown si había visto alguna otra palabra significativa en el
diccionario. «Sí.» « ¿Su palabra?» «Sí. Escrita de otra manera.» Aquí, la señorita
Damon interrumpió para preguntarle al investigador: « ¿Qué quiere decir él
[refiriéndose a Brown]?». Este lapsus linguae fue seguido de una repentina palidez
y un rápido olvido de la cuestión. Seguimos con Brown y su palabra nueva y
escribió: «Niaise». Cuando la señorita Damon declaró que esa palabra no existía,
que nunca la había oído, Brown escribió: «D no lo sabe». Se le preguntó si, de
alguna manera, esa palabra se hallaba entre las que había escrito antes y
respondió que sí. Se le preguntó: «¿De dónde la ha sacado?», y Brown respondió:
«Abuelo» y, un interrogatorio más profundo nos reveló que a la edad de tres años
la señorita Damon se perdió y que su abuelo la llamó «Niaise». (Más tarde,
Damon hablaría de este mismo episodio, pero según ella ocurrió a los cuatro
años.)
Entonces, Brown se negó a continuar hablando sobre ese tema, explicando que
«B tiene miedo, D tiene miedo de que B diga». La señorita Damon leyó esto último
y le pareció divertido. Dijo que ella no tenía ningún miedo y que de hecho estaba
«enormemente interesada». Mientras Damon hablaba Brown dijo: «D no sabe».
Cuando la señorita Damon lo leyó, dijo: «Mira que es escueto». Inmediatamente,
el investigador preguntó: «Brown, ¿qué piensa de la última frase de Damon?».
Brown escribió: «B es ella. I) dice él poique quiere decir Da/. D no conoce a Da/ B
no Da/». La señorita Damon seguía esto último con gran interés y le preguntó a la
secretaria si realmente había dicho «él» y después explicó que «Da» eran las
primeras dos letras de Damon y que los tres guiones significaban m, o y n.
Cuando acabó de decir esto, Brown lanzó los tres lápices, el papel y los libros al
suelo mientras la señorita Damon dio un grito y dijo aterrorizada: «Brownie está
teniendo una rabieta», y añadió: «No lo puede evitar».
No se pudo obtener más información ni de la señorita Damon ni de Brown,
hasta que la señorita Damon, suplicando pidió: «Por favor, Brownie, danos la
información», a lo que Brown replicó: «¿Supongo que fallo?». En un tono
desafiante, la señorita Damon replicó: «Brown, ¿lo sabremos alguna vez?». Muy
despacio, Brown escribió: «Sí». La señorita Damon se tapó la cara con las manos
y se puso a llorar. El investigador preguntó: «¿Cuándo?». «No lo sé.» En una
actitud firme y un tanto agresiva, el investigador declaró que ya habían pasado
demasiadas horas, que ya eran las cuatro de la tarde y que el asistente tenía una
cita y también la secretaria y que se debía tener más confianza en Erickson. En
ese momento, el asistente dijo que su cita era para las ocho. Se le preguntó a
Brown cuándo iba a estar en disposición de darnos toda la información. La
señorita Damon se alegró cuando
Brown escribió: Siete y media», pero cuando le pidió que confirmase su
promesa, Brown la ignoró, escribiendo: «E, pregunta, trabaja».5
5
Aquí, Brown especifica el momento exacto en el que aclarará la cuestión. Muchas veces, es conveniente
preguntar a los sujetos la hora exacta, o el día en que entenderán algo. Normalmente se les pide que no
pongan un plazo demasiado corto o demasiado largo ya que ello les da un objetivo y una tarea y los libera
detener que entender la cuestión a cada momento. Además, así disponen de tiempo para prepararse para
aceptar la información que van a recibir. No es infrecuente que en el análisis se determine arbitrariamente una
fecha de finalización del tratamiento. Se trata de un procedimiento paralelo.
Finalmente, cuando la señorita Damon se recuperó, disculpándose por su
explosión emocional, B escribió: «Cristal».
Se indujo otro trance en el que se sugestionó al sujeto para que viese en el
cristal. La señorita Damon nos informó de que veía a su abuelo y que éste le decía
una palabra. Mientras se nos decía esto, Brown escribió: «B está asustada, muy
asustada». La señorita Damon se despertó, pero sólo preguntó: «¿Qué hora es?»,
aunque el reloj del investigador estaba sobre la mesa y todos lo podían ver. Corno
respuesta a su propia pregunta miró el reloj y dijo la hora correcta, las seis treinta
y cinco. B, en ese momento, escribió: «25 para las 7». La señorita Damon
comentó: «Las siete debe de ser un número importante para B. Me pregunto por
qué,» y miró al investigador con expresión interrogativa. Mientras la señorita
Damon esperaba una respuesta, Brown escribió:
6
. En este momento es necesario explicar el hecho ele que se citen diferentes horas. (1) Brown prometió a todo el
mundo que diría lo que sabía a las 7,30. (2) Un poco después, la señorita Damon mencionó que eran las 7,12 y Brown que
El investigador preguntó: «Bien, ¿qué significa eso?». Brown replicó: «D sabe,
E no entiende, se lo dije antes». Erickson: «Tú decías que ibas a darnos el
mensaje completo». La señorita Damon interrumpió verbalmente: «Toda
catalepsia
súbita las consecuencias de pillar a la rata para la pequeña
idiota». Erickson: ¿Es eso? Brown: No.
Erickson: ¿De qué se trata?
Señorita Damon: No puede pronunciar correctamente; busquemos en el
diccionario.
Después de mucha búsqueda, Brown escribió: Subséquemment, subséquent,
subsiguiente.
Erickson: ¿La frase es?
Brown: Toda catalepsia subsiguiente consecuencias de pillar a la
rata para la pequeña idiota. Erickson: ¿La primera frase? Brown: No.
Erickson: Escribe primero.
Brown: ¿Trance entrasí mi rata?
Señorita Damon: No sabe escribir bien, la pobre.
Brown: Entra, entra así.
Señorita Damon: Así.
Erickson: ¿Dos palabras? ¿Cuál es la primera? Brown: Entra. Erickson: La rata.
Brown: La rata almizclera. Erickson: ¿Las frases reales?
Brown: Trance, entrará mi rata, así. Toda catalepsia subsiguiente
las consecuencias de pillar a la rata a la pequeña idiota. Erickson. No entiendo
nada. Brown: D sí.
eran las 7,21. La señorita Damon creía que Brown había invertido las cifras del número 12, pero Brown le replicó: «Damon
piensa 7,07. Claro está que la señorita Damon no estaba de acuerdo. (3) Brown dijo: «E no entiende. Entenderá más
tarde». A ello le siguió la afirmación: «Damon empezará a recordar a las 7,23. (4) A las l,22xh Damon afirmó sin venir a
cuento que el tiempo pasa rápido, pero a las 7,27'A, le entró un ataque de pánico. (5) A las 7,30 Brown escribió el material
que conduciría a la resolución del problema, pero Damon no se dio cuenta de ello hasta las 7,35. La explicación de esos
hechos es la siguiente: la señorita Damon miró un reloj que estaba sobre una mesa y leyó las 7,12, Brown escribió esos
números, pero invirtió las cifras para llamar la atención .sobre los minutos. La señorita Damon dijo, «Mire, ha invertido el
orden de los minutos y Brown replicó: «Damon piensa 7,07», y entonces afirmó que el investigador no entendería sino más
tarde. Ahora debemos darnos cuenta de que 7,07 es exactamente cinco minutos menos que las 7,12. Por otro lado, la
promesa de Brown era que a las 7,23 Damon empezaría a recordar, pero en ese momento lo único que ocurrió es que
Damon dijo que el tiempo pasaba rápido. A las 7,27'A, sin embargo, le entró un ataque de pánico, aparentemente cinco
minutos tarde. A las 7,30, de acuerdo con el compromiso de «decirlo todo», Brown escribió la frase decisiva; pero de nuevo
Damon no se dio cuenta hasta las 7,35. Cuando el investigador más tarde le preguntó a Brown: «¿Por qué no has cumplido
tu promesa de las 7,30?», la respuesta fue: «Lo hice. Mi reloj». Cuando miramos el reloj de pulsera de Damon,
comprobamos que iba cinco minutos retrasado con respecto al de la mesa. Cuando justamente mirábamos los relojes para
darnos cuenta de la diferencia de la hora, Brown señaló con el dedo las 7,07 que había escrito en la hoja. Y después señaló
las frases «E no entenderá. E entenderá más tarde».
La explicación de la señorita Damon: «Ahora ya sé lo que significa. Lo que pasa
es que las palabras tienen muchos significados a la vez. Cada una quiere decir
una cosa diferente. Ya verá; yo estaba interesada en la catalepsia; no era
catalepsia sino rigidez. Estaba asustada por lo que sucedió con la rata almizclera.
Cuando tenía cuatro años de edad me perdí [Brown interrumpió para escribir que
tenía tres años y la señorita Damon aceptó la corrección, diciendo que
probablemente no lo recordaba bien, Brown comentó: «Correcto»] y llegué a estar
realmente asustada. Mi abuelo me regañó cuando volví a casa; me llamó «petite
niaíse» [Brown escribió petile niase, señaló lo que había escrito y añadió un punto
muy enfático]. Me dijo que había dejado la puerta abierta, pero no era cierto. Yo
me enfadé muchísimo con él y decidí dejar las puertas abiertas para fastidiarle. De
hecho, convencí a mi hermano para que lo hiciera también. Dejábamos abiertas
las puertas de la despensa y del congelador. Y mi abuelo se rió de mí por
perderme y me contó, mientras aún estaba asustada, que una vez él también se
perdió y que una rata almizclera se metió en la despensa y puso todo pat as
arriba. Pensé que yo también había hecho eso. Estaba tan asustada que mezclé
la historia de mi abuelo con la mía». Aquí Brown escribió: «Petite Niase piensa
que ella es su abuelo. «Estaba tan enfadada con mi abuelo y tan asustada que
dejé las puertas abiertas para fastidiarle y me preguntaba si vendría otra rata
almizclera.» De nuevo Brown escribió "Petite niase piensa que ella es su abuelo».
Esta vez, la señorita Damon se dio cuenta de lo que escribía B, lo leyó, se rió y
dijo: «Se acuerda de cuando llamé a Brown él, y Brown escribió Da- - -? Bien,
puedo explicarlo. Brown le decía que yo no sabía quién era porque el nombre de
mi abuelo era David. Como mi nombre, que empieza por Da y tiene tres letras. Y
eso es lo que Brown quiere decir cuando dice: pequeña idiota (es la traducción de
petite niaise), piensa que es su abuelo».7
La señorita Damon explicó entonces cuál era su fobia, pero ahora hablaba en
pasado. Después, la señorita Damon preguntó: « ¿Tiene esto que ver con el
hecho de que no me gustan los gatos?».
7
La persistencia de Brown es digna de mención. Por dos veces, Brown señaló la frase «La pequeña niase piensa que
es su abuelo», aparentemente para evitar que Damon se olvidase de ello.
Brown: Sí.
Señorita Damon: ¿Cómo?
Brown: Los gatos persiguen a las ratas.
Señorita Damon: «He racionalizado mi temor a los gatos. Yo siempre pensé que
era porque vi cómo un gato cazaba una cría de petirrojo, un precioso petirrojo.
Pero la realidad es que no me gustan los gatos porque, bueno, a los gatos les
gustan las ratas y a mí no me gustan las ratas».
Después, con una exclamación de satisfacción, la señorita Damon dijo: «Ahora
ya sé por qué siempre he pensado que había algo equivocado en mi afición por
las ratas de laboratorio. Cuando jugaba con ellas, sabía que no me gustaban, pero
siempre me convencía de que sí y, de hecho, me gustaban, pero de una manera
incómoda. [Aquí Brown escribió: "A D. le gustaban las ratas para ocultar la
verdad".]. Supongo que no pasa nada con las ratas, pero no voy a ser una
admiradora de ese animal nunca más».
Resumen
Para abreviar diremos que se trata de la historia de una joven que, durante
muchos años, ha tenido una fobia y unos impulsos compulsivos que siempre ha
mantenido ocultos. Sin embargo, cuando por casualidad se presentó como
voluntaria para una demostración de hipnotismo, se vio envuelta en una serie de
experiencias y hechos que desembocaron en la solución de su conflicto.
Primero se quedó fascinada por el fenómeno de la levitación inducida y, acto
seguido, se horrorizó ante la catalepsia. A partir de ahí y por medio de la escritura
automática, intentamos investigar las razones de su fascinación y horror extremos.
Esto condujo a una serie de estados de ansiedad aguda y al descubrimiento de
una personalidad desconocida, una personalidad tomada de una heroína de
ficción de la infancia. En una sesión que duró horas se llevaron a cabo múltiples
esfuerzos para descifrar lo que decía la escritura automática de la otra
personalidad. Finalmente, se intentó la evocación de imágenes en un espejo (a
modo de bola de cristal). Estas imágenes trajeron a la conciencia algunos
episodios de la vida de la paciente cuando contaba tres años de edad y gracias a
ellas se puso descifrar la escritura y explicar las fobias y compulsiones de la
paciente. Estos descubrimientos tuvieron un efecto terapéutico que ha persistido a
lo largo de los años.
Discusión
Este caso clínico presenta unos problemas muy interesantes que hacen
referencia al funcionamiento de los procesos inconscientes y a las diferentes
técnicas de estudio de los mismos.
En una sesión de varias horas de duración, se consiguió recuperar los
recuerdos reprimidos de una experiencia traumática ocurrida con tres años de
edad y que había sido completamente olvidada.
Estos recuerdos fueron recuperados a través de la escritura automática. El
mensaje automático original era casi ininteligible, sólo se reconocían unas cuantas
letras o sílabas (véase la ilustración). Además, durante la experiencia el sujeto
había experimentado varios ataques de pánico transitorios. Finalmente, el
descifrado del texto supuso el descubrimiento de la neurosis del sujeto.
Por otro lado, para descifrar el texto se usó la misma escritura automática —se
hacían preguntas sobre el texto automático que se respondían con escritura
automática— y, al final, se evocaron imágenes visuales para que el sujeto mirase,
bajo hipnosis, en un espejo que reflejaba el techo.
Durante todo este proceso estuvo presente una segunda personalidad del
sujeto del todo inesperada. Es posible que la existencia de una personalidad como
aquélla, tan organizada, sea un requisito esencial para el uso de métodos como el
dibujo o la escritura automáticos, el espejo o la bola de cristal, ya que parece que
dependen de un alto grado de disociación histérica. Es posible también que la
inesperada presencia de tal personalidad dual, estrechamente ligada a la
consciente pero a la vez completamente segregada de ella, pueda darnos una
explicación de ciertos fracasos de la terapia analítica.
Desde un punto de vista psicoanalítico, la escritura automática es de particular
interés porque usa los mismos mecanismos oscuros y condensadores que utiliza
el humor y el lenguaje de los sueños. Esto ya ha sido observado por Erickson
(1937b) y, con respecto al dibujo automático, por Erickson y Kubie (1938). Parece
ser, por lo tanto, que en determinados casos la escritura y el dibujo automáticos
pueden ofrecer un método de aproximación al inconsciente. Su interpretación es
muy parecida al análisis de los sueños. En ciertas circunstancias, estos métodos
pueden tener ventajas con respecto a procedimientos más tradicionales. Por
ejemplo, uno de nosotros (L. S. K.) ha encontrado que en cierto tipo de sueños las
técnicas citadas pueden servir para demostrar objetivamente el contenido latente
de los sueños sin utilizar las interpretaciones verbales. (Todavía no disponemos
de la publicación de dichas observaciones.)
De más interés técnico es la utilización de la técnica de mirar el espejo bajo
hipnosis. Con la interacción entre las dos personalidades principales y por medio
de preguntas realizadas por el investigador y respondidas mediante la escritura
automática de la segunda personalidad, se consiguió descifrar el significado de
algunos fragmentos del mensaje automático original. Cada vez iba quedando más
claro que el contenido latente de aquellas frases iba asociado a un intenso e
insoportable terror, pero mediante los procedimientos iniciales no era posible
traducir esa letra ininteligible ni recuperar las experiencias originales que
provocaban el pánico. Los pasos preliminares parece que sirvieron para que el
sujeto se supiese seguro bajo la protección de la personalidad dual y del
investigador. Como el sujeto se convenció de ello, fue capaz de enfrentarse a las
fuentes de su terror y finalmente recuperar los recuerdos perdidos mientras miraba
un espejo bajo hipnosis. Es especialmente interesante observar que fue la
segunda personalidad quien aconsejó que usáramos ese método.
Llegados a este punto, es necesario que hablemos del uso general del
hipnotismo. Esta práctica se halla actualmente malinterpretada y minusvalorada y,
por eso, a menudo se olvida la deuda que tiene el psicoanálisis con ella. Los
primeros trabajos de Freud están llenos de alusiones a los diferentes fenómenos
del hipnotismo, algunos de los cuales serán citados más adelante. Sin embargo,
paulatinamente, el vienes fue suprimiendo toda referencia a los problemas y
enigmas que esos fenómenos nos proponen hasta llegar a denostarlos
públicamente en Psicología de las masas y análisis del yo (Freud, 1921), cuya
edición alemana apareció en 1921 y la traducción al inglés en 1922. Aquí se hace
evidente que la actitud de desprecio hacia el hipnotismo que sostenía todo
científico serio —debido a los fracasos terapéuticos y la explotación comercial del
fenómeno— había calado en el mismo Freud y relegaba su uso y hasta su estudio
desde el punto de vista analítico (véase el capítulo «El grupo y la horda primitiva»),
Pero a pesar de su antipatía hacia la hipnosis, dice que ésta está «sólidamente
fundada en una posición previa que ha sobrevivido en el inconsciente desde los
inicios de la historia de la familia humana». La implicación de estas palabras es
que los fenómenos hipnóticos son universales y deben tomarse en consideración
para entender las neurosis. Si esto es cierto, entonces el estudio de los métodos
hipnóticos es un deber del psicoanálisis. Sin duda, debemos volver a estudiar esta
fuente de material inconsciente original de la cual salió el primer ímpetu de Freud.
Es interesante observar que Anna Freud en su libro El yo y los mecanismos de
defensa, 1937 (Barcelona, Paidós, 1999) apoya las críticas contra el hipnotismo
como método para llegar al material inconsciente. Afirma que bajo hipnosis la
revelación de lo inconsciente se consigue mediante una «total eliminación» del
ego, el cual no participa en el procedimiento terapéutico, pero al final se zafa (el
ego) de la influencia del médico y de nuevo reprime el material inconsciente que
ha salido a la luz. Anna Freud propone en su lugar la libre asociación, bajo la cual
el ego es conducido a «guardar silencio» sólo durante algunos fragmentos de
tiempo, de manera que la atención del observador puede oscilar entre la obtención
de material durante el periodo de aquiescencia del ego y la investigación directa
de las actividades del ego mismo cuando se resiste.
Para nosotros es obvio que no hay una razón a priori por la que las
investigaciones hipnóticas del inconsciente no puedan llevarse a cabo de esa
manera. Tampoco hay ninguna razón para que los investigadores o terapeutas de
corte analítico que usan la hipnosis confíen a sus pacientes el material descubierto
en esos periodos de hipnosis, solamente porque antes se solía hacer así, cuando
no se entendían las fuerzas de resistencia. Las lecciones que nos enseña el
psicoanálisis pueden aplicarse al hipnotismo y no hay ninguna razón por la que la
terapia hipnótica debiera consistir en una explicación de los síntomas del paciente
haciendo caso omiso de la actitud de éste. Por el contrario es posible, tanto en el
estado hipnótico como en el de vigilia, asegurarnos información del inconsciente y
así motivar a la personalidad total con una interacción de los aspectos conscientes
e inconscientes de la personalidad, de manera que la persona gradualmente
supera las fuerzas resistentes y adquiere un entendimiento de lo último.
Así como sucede en el análisis, podemos tener con la hipnosis una oportunidad
de posponer, dilatar, resistir y distorsionar cuanto sea necesario para llegar al
objetivo terapéutico.
De hecho, este proceso está bien ilustrado en el caso que discutimos, cuando,
por ejemplo, durante la entrevista a Brown, la señorita Damon de repente
interrumpe para decir: «Toda catalepsia súbita las consecuencias de pillar a la rata
para la pequeña idiota». Esto era una repentina erupción de material inconsciente
a la conciencia; parecía un mensaje sin sentido, pero gracias a él volvieron a la
memoria importantes fragmentos del pasado. Gracias a esta verbalización «sin
sentido», la señorita Damon participó a nivel consciente, pero de una manera
segura,, es decir, parcialmente. Así, se preparaba para recibir una mayor y más
peligrosa información que llegaría más tarde. Por lo tanto, la verbalización
desempeñó un papel idéntico al del sueño, que, por un lado, sólo se recuerda a
medias y, por otro, es parcialmente interpretado.
Es un hecho clínico que los recuerdos recuperados y las emociones
experimentadas por la paciente durante esta extraña experiencia la liberaron de un
estado fóbico que iba en aumento. La cuestión será, quizá, si los investigadores se
hallan en posición de explicar o los orígenes de la fobia o su resolución. Aquí será
mejor dejar a los hechos hablar por sí mismos.
Durante un corto periodo de tiempo, una niña de tres años se pierde y
desarrolla un estado de intenso terror. Se la encuentra o ella misma logra volver a
casa y es recibida por su abuelo, que la riñe y la hace sentir culpable por dejar la
puerta abierta, se ríe de ella y la humilla llamándola «pequeña idiota» (niaise) y
finalmente trata de consolarla contándole una historia de su niñez en la que se
perdió y una rata almizclera entró en su casa a través de una puerta abierta y lo
destrozó todo. Esta actitud provoca que la niña entre en un estado de creciente
terror, rabia, resentimiento y confusión. Mezcla la historia de su abuelo, y
especialmente el cuento de la rata, con su propia experiencia. Siente que le ha
sucedido a ella y piensa que prácticamente ella es su abuelo. Está enfadada y
quiere vengarse y deliberadamente deja las puertas abiertas, pero al cabo de poco
piensa o teme dejar las puertas abiertas sin quererlo y que algo terrible entrará. De
ahí la compulsión de comprobar si las puertas están cerradas una y otra vez.
La identificación de la niña con su abuelo es presumiblemente un ejemplo de
esa forma de defensa mediante la identificación con el agresor que describe Anna
Freud en El yo y los mecanismos de defensa (1937).
Brown decía que la señorita Damon estaba «tan asustada» que su abuelo
debería haberla consolado y le debía haber dicho que no había razón para tener
miedo, en vez de contarle de manera «egoísta» que él también había estado
asustado, porque eso implicaba que el miedo de Damon era tan malo que incluso
asustaba al abuelo. El resultado es que el abuelo «añadió su miedo al de ella».
Brown confirmó después que Damon tenía ese problema y que por eso castigaba
a su abuelo, aunque confesó: «Yo ayudé un poco también. Damon pensó en dejar
las puertas abiertas y así lo hizo, pero yo ayudé haciendo que ella convenciese a
su hermano para que también lo hiciese». Brown explicó la fobia como una
consecuencia directa del esfuerzo por castigar al abuelo: Damon concluyó que si
castigaba a su abuelo de esta manera, en un momento dado no sería capaz de
parar de hacer esa acción. Brown añadió: «Es como los niños que creen que si
ponen los ojos bizcos, luego no pueden volver a ponerlos en su lugar. En cierta
manera, aunque saben que no es verdad, no pueden evitar pensar así. Eso es lo
que sucedió».
Independientemente de que ésta sea o no la explicación correcta de la fobia,
podemos concluir que el primer componente de las fuerzas motivadoras —
llamémoslo la fantasía de venganza contra el abuelo— se hallaba reprimido y que
la fobia obsesiva iba a permanecer hasta la recuperación de su recuerdo original.
Desde el punto de vista de la terapia analítica es particularmente interesante
comprobar que la fobia obsesiva es liquidada simplemente gracias al
redescubrimiento de esos hechos condicionantes sin hacer referencia a pautas
edípicas, ansiedad de castración, etc.
Quizá lo más sorprendente de todo sea el descubrimiento de una personalidad
dual en una joven que, aparte de las fobias que padece y que ya conocemos, lleva
una vida bastante normal y bien adaptada. Ella nunca había sospechado la
existencia de tal alter ego. Inevitablemente, todos nos preguntamos cuan
frecuente es la existencia de dobles personalidades, sean del grado que sea. SÍ
realmente existen, las complicaciones que pueden acarrear a la terapia
psicoanalítica —sobre todo, en las relaciones de transferencia— serán muy
importantes y lo cierto es que nunca se han estudiado. La mera posibilidad de que
sean más frecuentes de lo que se ha sospechado requiere el desarrollo de
métodos que comprueben su frecuencia y su significación.
Uno no puede decir que la existencia de tales personalidades múltiples no haya
sido mencionada con anterioridad en los estudios psicoanalíticos; pero su
significación ha sido curiosamente pasada por alto, probablemente por la mala
reputación en que han caído los fenómenos hipnóticos debido a la
comercialización del hipnotismo. Breuer y Freud (1936a) dicen: «La división de
conciencia, tan impactante en los casos clásicos de doble conciencia, existe
rudimentariamente en toda histeria, y la tendencia a la disociación y con ella la
aparición de estados anormales de conciencia, que nosotros agrupamos bajo el
término "hipnoide", son los fenómenos que están en la base de las neurosis». Y
también: «La existencia de estados hipnoides es la base y la determinación de la
histeria». Más tarde, hablan de la diversa «facilidad» que tiene la gente para
experimentar «disociaciones hipnoides» relacionadas con la etiología del
desarrollo de la neurosis. Breuer, en su discusión sobre el material teorético,
describe un mecanismo de esa división que enfatiza su carácter de universalidad.
En su artículo «Comentarios generales sobre los ataques histéricos», Freud
(1924) habla del papel de las múltiples identificaciones e interpretaciones teatrales
(de varios papeles) que lleva a cabo el paciente histérico. Ha habido otros
observadores, pero no han limitado el fenómeno a estructuras histéricas.
Alexander, en «El psicoanálisis de la personalidad total» (1930), dice:
Por lo tanto, cuando describo el superyó como una persona y el conflicto neurótico
como la lucha entre dos personas diferentes, quiero decir precisamente eso. No es una
metáfora. [...] Más aún, en el estudio de las neurosis no faltan las manifestaciones de
una personalidad dividida. Existen los casos, por ejemplo, de personalidad dual,
bastante raros, para ser exactos. Pero la neurosis compulsiva no carece de casi
ninguna de las manifestaciones de la personalidad dual.
Bibliografía
Historia clínica
La paciente era la hija única de una familia rígida, moralista y severa. Su madre
había muerto cuando ella tenía 13 años. Ella le había tenido un respeto
reverencial. Esta temprana pérdida tuvo el efecto de limitar su vida social, aunque
sí tenía una amiga extraordinariamente cercana, una vecina de su edad. Esta
amistad había perdurado hasta que cumplieron los 20 años, tres años antes de
que la paciente cayese enferma.
En ese momento, las dos chicas habían trabado amistad con un joven atractivo
del que ambas se habían enamorado. Aunque al principio se mostró imparcial, el
joven finalmente se decidió por la amiga de nuestra paciente y, poco después, se
casó con ella. La paciente se enfadó, pero enseguida se ajustó a la situación,
incluso demasiado rápido, lo cual nos hacía sostener alguna sospecha al respecto.
La paciente mantuvo su amistad con la pareja y desarrolló un interés transitorio
por otros hombres. Parecía que hubiera abandonado cualquier sentimiento de
amor hacia el marido de su amiga.
Un año después, la joven esposa murió de neumonía. La pérdida de la amiga
provocó en la paciente el pesar natural de tales hechos. Casi inmediatamente
después, el joven viudo se trasladó a otra zona del país y, durante un tiempo,
perdió todo contacto con la paciente. Aproximadamente un año más tarde, volvió
y, por casualidad, se encontró con la paciente. A partir de ahí, retomaron sus
relaciones de amistad y se fueron viendo con creciente frecuencia.
Al poco tiempo, la paciente confesó a su compañera de habitación que estaba
«pensando seriamente» en ese hombre. Su compañera y otras amistades dijeron
que, cuando volvía de sus encuentros con el joven, se la veía «llena de felicidad»,
«en las nubes» y que parecía «tan enamorada que caminaba por el cielo».
Una noche, pasados varios meses, volvió más temprano de lo habitual y sola.
Estaba llorando y su vestido estaba manchado de vómitos. Lo único que supo
decir, ante las preguntas de su compañera, era que se sentía enferma, con
náuseas, sucia, desagradable y degradada. Dijo que el amor era odioso,
asqueroso, sucio y terrible y que ella no se adaptaba al mundo, que no quería vivir
y que no había nada en el mundo que valiese la pena.
Su compañera le preguntó preocupada si el joven le había hecho algo y, en ese
momento, le dieron arcadas, siguió llorando, rogó que la dejaran sola y se negó a
que la viese un médico. Finalmente, se la pudo convencer para que se fuese a la
cama.
A la mañana siguiente daba la impresión de haberse recuperado bien, aunque
parecía bastante triste. Se tomó su desayuno pero, cuando otra amiga que no
estaba al corriente de lo sucedido la noche anterior le preguntó cómo había ido la
velada, le entraron náuseas, dejó el desayuno y salió corriendo hacia su
habitación. Permaneció en la cama durante el resto del día, llorando, sin querer
hablar con nadie, ni siquiera con el médico que acudió a visitarla. Más o menos, la
misma reacción de la noche anterior.
Durante ese día, el hombre trató de llamarla. Esto precipitó otra tanda de
vómitos; se negó a verlo. Luego le explicó a su compañera de habitación que no
había nada malo en él, pero que ella era desagradable, sucia, asquerosa y
enfermiza y que preferiría matarse antes que ver a ese hombre de nuevo. No se
pudo obtener de ella más información. Después de eso, una llamada del viudo,
una carta o incluso decir simplemente su nombre le provocaba náuseas, vómitos y
una depresión aguda. Poco tiempo después, la sola mención de temas
relacionados con mantener contactos sociales con hombres le producía la misma
reacción.
Por otro lado, la paciente le confesó a un psiquiatra que aquella noche habían
ido a dar un paseo en coche y pararon para ver la puesta del sol. La conversación
se puso seria y él le confesó su amor por ella y su deseo de pedirla en matrimonio.
Dijo que había estado esperando para decirle que la amaba, pero que había
preferido esperar por lo reciente de la muerte de su esposa y porque sabía que
entre ellas había habido una gran amistad. Cuando completó su confesión, se dio
cuenta de que ella sentía lo mismo por él, lo podía ver en su cara y se echó sobre
ella para besarla. Ella lo rechazó, vomitó sobre él casi como si le lanzase un
proyectil y se puso «simplemente histérica». Lloró, se estremeció y balbuceó las
palabras «desagradable», «sucia» y «degradante». El joven entendió que se
refería al vómito. Después de eso, la paciente no permitió que la llevase a casa,
parecía incapaz de decir nada, pero tuvo fuerzas para decirle que no quería verlo
nunca más y que no había nada decente en la vida. Finalmente, se marchó
corriendo.
Todos los intentos que llevaron a cabo psiquiatras y amigos para hablar sobre
esos sucesos sólo sirvieron para acentuar los síntomas.
8
Estos dos puntos son de especial interés para los analistas acostumbrados a pedirle al paciente que se
den cuenta de su enfermedad y de la necesidad de tratamiento, lo que lleva a una aceptación de la relación
terapéutica con el analista. Mientras ésa es una base válida para el trabajo terapéutico con muchas de las
neurosis, se trata de un objetivo imposible cuando se trata determinados sujetos neuróticos, especialmente los
que tienen además severos trastornos afectivos o psicosis. Los analistas que se habitúan demasiado a
trabajar con un único método pueden equivocarse con la idea de que su pasividad es pacificadora y pasar por
alto que su actitud puede ser considerada por el paciente como un asalto, con respecto a las reacciones
inconscientes y emocionales. El enfoque que hemos descrito arriba ilustra un método que, en las
circunstancias apropiadas, resuelve tales dificultades.
estaban sentadas en sillas idénticas, situadas de tal manera que adoptaban
posturas similares cuando miraban al hipnotizador; a su vez, el terapeuta podía
observarlas discretamente. El autor le dio a la compañera de piso sugestiones
para que inhalara y exhalara profundamente, haciendo que su respiración
coincidiera con la de la paciente. Al cabo de un tiempo, cualquier sugestión que le
dábamos a la compañera de piso con respecto a la respiración era realizada
también por la paciente. De ese modo, cuando vimos que la paciente se ponía una
mano sobre una pierna, le dimos a la compañera de piso la sugestión de que
hiciera lo mismo para que la sintiera descansar allí. Estas maniobras llevaron al
sujeto, gradual y acumulativamente, a una fuerte identificación con su compañera
de piso, de manera que lo que se le decía a una valía automáticamente para la
otra.
También se intercalaron otras sugestiones indirectas dirigidas a la paciente. Por
ejemplo, el hipnotizador se giraba hacia la paciente y le decía: «Espero que no se
esté cansando de esperar tanto». Tales sugestiones le decían precisamente que
se estaba cansando, sin darse cuenta de que le habían dado una sugestión. Al
cabo de un tiempo, ya le era posible al hipnotizador darle sugestiones a la
compañera de habitación mirando directamente a la paciente, creando en ella un
impulso para responder, como sucede siempre que nos dirigimos a alguien, pero
miramos a otra persona.
Después de una hora y media, la paciente entró en un trance profundo.
Por otro lado, se utilizaron un par de estrategias para conseguir la colaboración
del sujeto y asegurarnos que tendríamos oportunidades de hipnotizarla en el
futuro. En primer lugar, se le dijo a la paciente que estaba bajo trance hipnótico.
Se le aseguró que el hipnotizador no le haría nada que ella no quisiera y que no
había ninguna necesidad de una acompañante. Se le dijo que podía interrumpir el
trance si se sentía ofendida por algo. Después, se le dijo que durmiese
profundamente durante un tiempo indefinido, escuchando y obedeciendo sólo las
indicaciones del hipnotizador que ella considerase legítimas. Con esto último, le
hacíamos sentir —ilusoriamente— que tenía capacidad de elección. Se intentó
con ahínco que la relación con la paciente fuese cordial y sacamos la promesa de
que en el futuro desarrollaría un trance hipnótico en cualquier momento, aunque
siempre con propósitos legítimos. Este trabajo preliminar nos tomó mucho tiempo,
pero era de importancia vital para salvaguardar y facilitar el tratamiento futuro.
Era obvio que los problemas de la paciente se centraban alrededor de
emociones tan violentas que cualquier exploración tendría que llevarse a cabo de
una manera «segura», sin provocar el menor atisbo de culpa o miedo. Tal
«exploración segura» conllevaba tratar los temas de manera que la paciente
pudiese escapar de las implicaciones dolorosas. La primera maniobra consistió en
llevar a la paciente a su niñez sin dolor alguno.
Consecuentemente, se le dieron instrucciones enfáticas para que «olvidase
completa y absolutamente muchas cosas», omitiendo voluntariamente qué cosas
tenía que olvidar. Por lo tanto, paciente e hipnotizador llegaron al acuerdo tácito de
que era mejor olvidar ciertas cosas o, mejor dicho, reprimir. Se le dio permiso para
reprimir esos recuerdos sin decirlo. El proceso exploratorio que íbamos a llevar a
cabo después se vería favorecido por esa represión del material más doloroso. La
paciente reprimiría sólo lo más problemático.9
El siguiente paso fue llevar a la paciente a una desorientación gradual de
tiempo y de lugar y, después, reorientarla gradualmente hacia un periodo infantil
que podía estar entre los 10 y los 13 años de edad. La técnica usada se describe
con detalle en los estudios sobre inducción de ceguera de colores y sordera
hipnótica (Erickson, 1938a, 1939e). El hipnotizador sugiere primero un estado de
confusión general sobre el día en el que se halla, la semana, el mes y el año.
Después, se hace que el sujeto quiera recordar una serie de cosas no específicas
que ocurrieron en el pasado, pero que quedan indeterminadas. El proceso es lento
e implica saltar de una a otra idea confusa, de manera que el sujeto acaba
desarrollando una necesidad de estar seguro sobre algo. Al final, este deseo se ve
satisfecho con la oportunidad de obedecer a determinados mandatos del
hipnotizador que, esta vez, sí son claros y definitivos.
Al reorientar a la paciente a una edad entre 10 y 13 años, el hipnotizador utilizó
un tono de voz extremadamente dogmático, pero también vago e indefinido en
cuanto al significado. Las sugestiones se daban como si se estuviera hablando a
otra persona. No se le dijo que tenía que situarse en ningún momento cmcial de
esos tres años.
Se escogió ese periodo, de los 10 a los 13 años, con la idea de que eran los
años precedentes a la muerte de su madre y porque debía de ser la época de su
primera menstruación; por lo tanto, era una época crítica de su vida emocional y
su desarrollo psicosexual. Debido a que se sabía poco sobre su vida, se dejó a su
propia elección el periodo exacto al que finalmente se reorientaría.
En ningún momento se le pidió que nos dijese la edad a la que se iba a
reorientar. De esa manera, al evitar hablar de un tiempo específico, se la impelía a
hacer algo más importante, a saber, hablar en términos generales de la
experiencia total que habían significado aquellos años. 10
9
Aquí encontramos otra diferencia importante con la técnica analítica. En el psicoanálisis el reto implícito y explícito
está en descubrir todo aquello sujeto a represión. La rigidez en este principio puede ser una de las razones de algunos
fracasos terapéuticos. Se trata, a su vez, de un buen ejemplo de conflicto entre propósitos de investigación y terapéuticos.
10
3 En hipnosis, el retroceso a un periodo anterior de la vida del sujeto puede ocurrir de dos maneras diferentes.
Primero puede hater una "regresión en términos de lo que el sujeto, tomo adulto, cree, entiende, recuerda o imagina acerca
de un periodo más temprano de su vida. En esta forma de regresión, la conducta del sujeto será una puesta en escena
semiconsciente de su entendimiento presente de un tiempo previo y se comportará como cree que delie hacerlo un niño de
En ese momento, la paciente mostró por el infantilismo de su postura y sus
gestos, así como por sus respuestas características de la niñez, que ya había
regresado a un nivel de conducta juvenil. Entonces, se le dijo enfáticamente:
«Sabes muchas cosas ahora, cosas que nunca olvidarás, no importa lo mayor que
seas y me vas a contar esas cosas tan pronto como te lo diga». Repetimos esta
instrucción varias veces, junto con la admonición de que obedeciera, que lo
entendiese y que se preparase para realizar lo encomendado cuando se le dijese.
Se le pidió que expresase su firme intención de llevar a cabo esas sugestiones. Se
siguió con ello hasta que su conducta general parecía decir: «Bien, ¿qué
esperamos? Estoy preparada».
Se le dijo que nos explicase todo lo que supiese sobre el sexo, especialmente lo
relativo a la menstruación, todo lo que hubiese aprendido o le hubiesen dicho
sobre el sexo durante ese periodo infantil no definido. Creemos que es correcto
llamarlo así, «periodo infantil no definido», porque tres o cuatro años es mucho
tiempo para un niño y entre las diversas experiencias de esos años tenía la
libertad de seleccionar aquellas de mayor importancia. Si la hubiésemos confinado
a un periodo más restringido de tiempo, podría haber escogido hechos menos
relevantes. Si la dejábamos seleccionar a partir de un periodo más amplio y crítico
de su vida, la obligábamos a escoger los datos más importantes y dolorosos.
Hasta ese punto, el procedimiento hipnótico había sido planeado
sistemáticamente y se esperaba que, a partir de allí, los acontecimientos nos
señalasen el camino.
La paciente respondió a estas sugestiones con algo de miedo. Después, de una
manera tensa e infantil, procedió obedientemente a hablar con frases breves.
Finalmente, habló de la actividad sexual, aunque en las instrucciones se había
puesto énfasis, no en el coito, sino en la menstruación. Lo siguiente constituye un
resumen bastante adecuado:
Mi madre me lo contó todo sobre ello. Es asqueroso. Las chicas no deben dejar que
los chicos les hagan eso. Nunca. Las buenas chicas nunca hacen nada de eso. Sólo
esa edad. El otro tipo de •regresión es muy diferente en carácter y significación. Requiere una revivificación real de las
paulas de conducta del periodo de vida al cual se retrocede, pero sólo de ellas. De hecho, no se trata de una "regresión a
través de recuerdos actuales o reconstrucciones de un día pasado. El presente y toda la vida posterior al momento de la
reorientación quedan borrados. Consecuentemente, en este segundo tipo de regresión, el hipnotizador y la situación
hipnótica, así como lo demás, se convierten en anacronismos no existentes. En este tipo de regresión, a las dificultades
inherentes de mantener el control hipnótico sobre la situación total se añade el problema de que se elimina al hipnotizador.
No es fácil para éste entrar en una conversación con alguien a quien no conocerá hasta dentro de diez años. Una de las
soluciones a este problema es convertirse en una persona cercana al paciente en esos años tempranos. Se le puede
sugestionar diciendo: Soy alguien que conoces y que te cae bien y en quien confías y con quien te gusta hablar».
Normalmente un profesor, un tío, un vecino, alguien que pertenece a ese momento, es seleccionado automáticamente por
el inconsciente del sujeto. Tal transformación hace pasible mantener el contacto con el paciente. Desafortunadamente,
muchos investigadores de regresión hipnótica aceptan como válido el primer tipo de regresión y no llegan a ir nunca hasta
ese tipo de regresión en la que la situación hipnótica desaparece y el sujeto reacciona directamente desde el pasado.
las malas. Lo contrario pondría a mamá enferma.11 Las chicas malas son asquerosas.
Yo no lo haría. No deberías dejarlos que te toquen. Te sentirás fatal. No debes tocarte
tú tampoco. Feo. Mamá dijo que no lo hiciese nunca, nunca y no lo liaré. Se debe ir con
cuidado. A veces pasan cosas desagradables si no se va con cuidado. Después, no se
puede hacer nada. Es demasiado tarde. Voy a hacer lo que dice mamá. No me querría
si no lo hago.
Básicamente, la paciente repetía estos comentarios una y otra vez, con las
mismas palabras en la mayoría de las veces. Se le permitió seguir recitando esas
frases hasta que se vio que ya no añadía nada nuevo. Entre lo destacable, está la
afirmación de que esta lección moralista procedía de su madre.
No se intentó introducir ninguna pregunta mientras estaba hablando, pero
cuando se detuvo se le preguntó: «¿Por qué te cuenta tu madre todas esas
cosas?».
«Para que me porte siempre bien», fue la respuesta, simple y honesta como la
de las niñas de su edad.12
Aunque teníamos claro, casi desde el principio, que la dependencia pasiva y
sumisa de la paciente con respecto a su madre había de romperse, también era
evidente que la imagen de su madre muerta representaba un rol en su vida que
ensombrecía el de cualquier persona viva y que ese superyó idealizado no podía
ser destronado por medio de un ataque frontal. Por esta razón, la estratagema del
hipnotizador era la de adoptar un punto de vista tan idéntico al de la madre como
pudiese. Sólo al final introduciría alguna reserva al respecto. Por consiguiente, se
empezó por hacer comentarios aprobatorios. «Por supuesto que siempre tienes
que ser una buena chica.» Después, expresándonos con unas actitudes rígidas,
moralistas y prohibitivas (palabras y maneras propias de la madre de la paciente,
según el propio sujeto), cada idea atribuida a su madre fue cuidadosamente
revisada. Además, se le dijo que debería estar contenta de que su madre la
hubiese informado de todas esas cosas que una madre debe decirle siempre a su
hija pequeña. Finalmente, se la instruyó para que recordase «decirme todas esas
cosas, porque voy pedirte que me las repitas después, en otro momento».
La paciente fue reorientada gradual y sistemáticamente hacia su edad y
situación actual en la vida, restableciendo el trance hipnótico original. Sin
embargo, las instrucciones iniciales de «olvidar muchas cosas» estaban todavía
11
La frase «Lo contrario pondría enferma a mamá» podría haber desempeñado un papel decisivo en su enfermedad.
Su madre había practicado el coito y había muerto. Su amiga, que era una sustituía de la madre, había practicado el sexo y
había muerto. Lo mismo iba a pasarle a ella. Su madre ya se lo había dicho y, por lo tanto, debía de ser cierto. Se trata de
una aceptación pasiva de la lógica de una imagen con la que se siente identificada.
12
Aquí nos encontramos con algunas palabras inconscientes de profundidad desde el punto de vista psicológico. Los mandatos de su madre
habían llegado a su mente incesantemente, aunque es posible que fuesen una realidad subjetiva sólo vivida por ella. Esta repetición, que es
la esencia de la neurosis (Kubie, 1939), debe ocurrir debido al resurgimiento de demandas instintivas. Por lo tanto, la paciente indica con la
palabra siempre su secreta insurrección contra esa prohibición continuada y, por consiguiente, su constante estado de temor.
activadas. También se le indujo una amnesia de todos los sucesos del estado de
regresión. El objetivo de esta medida era suavizar la transición de aquellos
recuerdos al presente, porque sabíamos que existía un conflicto intenso entre
esas primeras instrucciones maternas y sus impulsos actuales.
La paciente ya estaba preparada para el siguiente paso y se le dijo que sería
despertada en breve de su trance y que entonces se le preguntaría acerca de su
niñez, a lo que ella tendría que responder sin esconder nada.
Preguntarle a la paciente, en estado de vigilia, acerca de su educación sexual
hubiese sido repetir las duras agresiones de todas sus experiencias pasadas con
psiquiatras; pero como durante el trance le habíamos anunciado que íbamos a
hablar de eso, estaba preparada para presentar una actitud intelectual pasiva y
obedecer, sin admitir conscientemente su conexión con los problemas presentes.
Como preparación ulterior para el siguiente paso se le dijo que no se le
explicaría la naturaleza de las preguntas hasta que se despertase. Sólo se le
podía decir que las preguntas tratarían de su niñez. Aquí, de nuevo, el
hipnotizador se gobernaba por el principio básico de dar instrucciones tan
generales e inespecíficas como le fuese posible, dejando a las propias
necesidades emocionales de la paciente la capacidad de ultimarlas.
Finalmente, se concluyó con algunas instrucciones técnicas para que el sujeto
se dejase hipnotizar de nuevo en las próximas sesiones, que entrase en un trance
profundo y que, si sentía alguna resistencia, se lo hiciese saber al hipnotizador
para que éste decidiese si continuar con él o no. El propósito de estas sugestiones
era meramente asegurarse de que el sujeto se dejaría hipnotizar otra vez, que
tuviese la confianza de que podría interrumpir la sesión siempre que lo deseara.
Esta ilusión de libre albedrío fue lo que posibilitó que el hipnotizador pudiese
después llevar a la paciente al trance con facilidad. Una vez hipnotizada,
estábamos seguros de poder mantenerla en esa situación hasta conseguir los
objetivos terapéuticos.
Después de despertar, la paciente mostró no haberse dado cuenta de que
había estado en trance. Se quejó de que estaba cansada y dijo espontáneamente
que quizá la hipnosis podía ayudarla, ya que parecía haber ayudado a su
compañera de piso. Deliberadamente, no se le respondió. En cambio se le
preguntó de pronto: « ¿Me puede decir todo lo que recuerde sobre lo que su
madre le enseñó respecto al sexo cuando usted era niña?».
Después de cierta duda, la paciente empezó a repetir, en voz baja, rígida, la
misma historia que había contado en el estado de trance, excepto que ahora
usaba un vocabulario de adulto y mencionó mucho más a su madre. Lo que dijo es
esencialmente lo siguiente:
Se podría decir que mi madre intentó darme la información que necesitaba. Si viviese, me
habría enseñado a cuidar de mí misma felizmente. Me habría enseñado a manejarme para
hacer las cosas propias de mi edad, tener un marido, un hogar y ser una mujer hecha y
derecha.
Resultados terapéuticos
Resumen y discusión
Bibliografía
13
M. H. Erickson. «Hypnolic l'sychoiherapy, en Journal of'Clínica! and Experimental Hypnosis,
1954, n« 2, págs. 109129.
Diríamos que incluso ahora el conocimiento científico de la hipnosis está en su
infancia. Las teorías que intentan explicar su naturaleza son demasiado generales
e inadecuadas. Los métodos de aplicación requieren todavía muchas mejoras. En
general, se está empezando a apreciar una necesidad de integrar los estudios
hipnóticos con el conocimiento científico que tenemos. Los tipos de desórdenes
que mejor puede tratar es algo que todavía está por determinar. Y, por último, se
necesita desarrollar nuevas variaciones en las técnicas de su uso.
Y no seríamos fieles a la realidad si no admitiésemos que la utilización de la
hipnosis en psicoterapia está también en su infancia. Las tradiciones o las formas
tradicionales de pensar, la rígida autosuficiencia de las distintas escuelas de
psicoterapia y la tendencia humana a tener miedo de lo nuevo han dificultado el
estudio de este campo. En los últimos veinticinco años ha habido un incremento
en los estudios que demuestran la importancia de la hipnosis en la comprensión
de la personalidad, de la conducta normal y anormal, de las relaciones inter e
intrapersonales y de las interrelaciones psicosomáticas. Por otro lado, se ha
producido un aumento en la utilización de la hipnosis como intrumento válido en
psicoterapia. Durante la Segunda Guerra Mundial, la hipnosis obtuvo un
impresionante reconocimiento como forma válida de psicoterapia.
Cualquier debate sobre psicoterapia o hipnoterapia requiere una explicación de
ciertas consideraciones derivadas directamente de la observación clínica. En las
páginas siguientes, intentaremos determinar cuáles son los principales errores que
cometen los que militan en contra de la aceptación de la hipnoterapia. También
ofreceremos información sobre el uso de las diferentes técnicas actuales.
Comentarios
Resumen
HISTORIA A
HISTORIA B
HISTORIA C
HISTORIA B (continuación)
HISTORIA A (continuación)
Bibliografía
Introducción
14
M. H. Erickson; ■Hypnosis: its renascence as a treatment modality-, en Treiuls in Psycbiatiy, 1967, nB 13, págs. 3-43
hipnosis podía ser evaluada mediante los cambios fisiológicos que se obseivaban
en el sujeto. Por lo tanto, podían investigarse las diversas fuerzas y experiencias
que constituían la fundación de la personalidad.
Durante la Segunda Guerra Mundial, los médicos y psicólogos que habían
trabajado con ella, descubrieron que la hipnosis no sólo servía para producir
anestesias, tal como habían demostrado los alemanes durante la Primera Guerra
Mundial, sino para investigar las curiosas experiencias resultantes de la «fatiga de
combate». Más aún, podía emplearse para reeducar al paciente para que
entendiese mejor sus capacidades frente al estrés de la guerra. Gracias a esas
intervenciones se evitaron muchas bajas. Cuando acabó la Segunda Guerra
Mundial, muchos de aquellos médicos, psicólogos y dentistas volvieron a la vida
civil y se dieron cuenta de que la hipnosis podía aportar algo nuevo a la ciencia
moderna.
Esos pioneros organizaron equipos de formación que viajaban por todo el país
dirigiendo seminarios sobre hipnosis. Estos equipos incluían gentes con buenos
conocimientos de medicina general, psicosomática, psiquiatría, obstetricia, cirugía,
psicología y odontología. Enseñaban a sociedades médicas, psicológicas y otras
organizaciones. Se requería una titulación oficial para asistir a los mismos.
Lentamente, el mundo científico fue dirigiendo su mirada hacia la hipnosis. El
resultado es que aquí y allá fueron proliferando los departamentos que permitían
llevar a cabo investigaciones mediante el uso de la hipnosis.
En 1949, un pequeño grupo de científicos fundaron la Sociedad de Hipnosis
Clínica y Experimental en la ciudad de Nueva York. La organización estaba
dedicada al desarrollo de la hipnosis y una de sus primeras actividades fue fundar
una revista sobre el tema. En 1957 apareció la Sociedad Americana de Hipnosis
Clínica, que estimuló la creación de numerosas sociedades para el estudio
hipnótico en todo el mundo. Por otro lado, también tuvo el beneficioso efecto de
despertar el interés de ilustres estudiosos. El bienestar iatrogénico, en
contraposición a la enfermedad iatrogénica, pasó a ser el centro de interés.
Realmente, en esos momentos, era poco lo que se sabía sobre la potencialidad
del ser humano, especialmente sobre su psique. La hipnosis ofrecía un campo
diferente de exploración de la conciencia, un enfoque nuevo de investigación que
podía abrirse paso en terrenos inaccesibles para la medicina tradicional.
La hipnosis, como complemento de la práctica de la medicina, ha abierto
nuevos campos de exploración en el estudio de la conducta humana y está
cambiando los conceptos de las potencialidades psicológicas y fisiológicas. Que la
hipnosis será productiva es incuestionable. Pero cuánto y de qué manera, nadie
puede decirlo todavía.
Definición de hipnosis
Un estado especial de conciencia
Los siguientes casos ilustran cómo los potenciales de una persona pueden
restaurar su bienestar. La hipnosis aísla al sujeto de su entorno inmediato
consciente y dirige su atención a él mismo y sus potencialidades reales. La
hipnosis es similar a un laboratorio convencional, ya que se trata de un laboratorio
que existe en el interior de las personas.
Edward C.
Edward tenía una hermana seis años mayor que él. Su padre era empleado de
una planta industrial. Cuando se graduó en la escuela secundaria, Edward
consiguió empleo en la misma planta. Era callado, pensativo, tenía pocos amigos
y más bien superficiales. No estaba interesado en las chicas, aunque había
llevado a dos o tres a ver una película (pero nunca la misma chica dos veces). No
era ni amistoso ni hostil. Un día, mientras estaba en el trabajo, se vio súbitamente
atacado por un problema. Tuvo que ser reducido por dos compañeros hasta que
vino la policía para ponerle unas esposas y unos grilletes en los pies y llevarlo a la
sala de psicopatías del hospital de la ciudad. Desde ahí, fue remitido a un hospital
mental. El personal lo diagnosticó de esquizofrénico, del tipo catatónico.
Desde entonces, Edward solía sentarse en una silla calladamente. Escuchaba
atentamente cuando le hablaban, pero nunca respondía. Sin embargo, unas tres
veces cada veinticuatro horas se comportaba de modo violento. Corría
salvajemente por el dormitorio, arrastrándose por debajo y por encima de las
camas, apartándolas de las paredes. El desorden duraba unos veinte minutos y
después, cubierto de sudor, volvía a la silla y, por la noche, a su cama. Edward
nunca dijo nada sobre esos episodios. Más de una docena de psiquiatras
entrevistaron al paciente, pero sin obtener ninguna respuesta verbal. Todas las
entrevistas fueron un fracaso, y así pasaron tres años.
Finalmente, el autor se decidió a usar la hipnosis. Se empleó la técnica de la
relajación, con sugestiones de fatiga, sueño y atención a lo que se le decía. En
unos veinte minutos, Edward ya presentaba toda evidencia física de hallarse en
estado de trance. Mostraba catalepsia y movía la cabeza para responder sí o no a
las preguntas. Se determinó pronto que quería hablar de sus problemas, pero que
no sabía cómo. Esta información fue obtenida gracias a las muchas preguntas que
se le hacían y las parcas respuestas que podía dar (sí o no con la cabeza). El
autor le explicó que iba a ayudarle y que esa ayuda consistiría en sentarlo en una
silla y que tuviera un sueño. (Un sueño era aceptable porque es una experiencia
interior, mientras que una conversación no lo es.) Este sueño tendría lugar durante
la siguiente noche, pero, si así lo quería, podía tener lugar en la próxima hora.
Edward sacudió la cabeza afirmativamente. Se le dijo que iba a soñar acerca de
su problema de manera que obtendría información acerca del mismo, acerca del
motivo que lo retenía en un hospital. Se le dijo, a su vez, que tendría que
relatarnos el sueño después de haberse producido. Se le pidió que pensase en
ello durante inedia hora todavía en estado hipnótico. Se le explicó que el autor se
ausentaría un rato y que después tendría que decir si quería soñar durante la
próxima hora o no. Edward movió la cabeza en señal de aprobación. Se le dejó
pues, sentado en una silla, en estado de trance. Media hora más tarde se le hizo
la pregunta anunciada. Edward respondió afirmativamente de nuevo. El autor se
sentó cómodamente cerca del paciente y esperó unos quince minutos, el tiempo
que Edward dijo que necesitaría para empezar a soñar. Exactamente quince
minutos después, Edward se puso extremadamente tenso y empezó a sudar. Sus
músculos se agitaron. Apretó las mandíbulas. Esos cambios duraron unos veinte
minutos. Entonces, Edward se relajó y suspiró profunda-mente. Se le preguntó:
«¿Esta soñando?». Él contestó: «Sí, es horrible, absolutamente horrible».
Se le pidió que narrase el sueño, si podía. Movió la cabeza afirmativamente y
dijo: «Puedo hacerlo, pero deme la mano, porque me asustaré de verdad».
Edward relató su sueño. Se imaginaba a sí mismo expulsado a una especie de
oscuridad total y perseguido por una fuerza terrible. «Me arrastra, tira de mí, me
retuerce. Me arrastra a unas grandes pilas de alambres afilados, a través de
montones de cuchillos. .Me sacude hacia un lado y luego al otro. Me mete y me
saca de ahí y noto todo el tiempo los cortes. No puedo ver nada. Sólo siento el
dolor. Sigue y sigue. Estoy tan asustado.»
Le pregunté si había algo que yo pudiera hacer para ayudarle. Edward
respondió que nada ni nadie podía ayudarle, que todo lo que podía hacer era
sentarse y esperar. Le pedí entonces que se sentara cómodamente, que
descansase dos o tres horas y que no permitiese que le pasase nada. Durante
esas horas se le dijo que se despertase y fuese a comer como hacía
habitualmente. Más tarde, ese mismo día, nos dirigimos a Edward nuevamente.
Estaba en silencio, pero miraba al autor con atención, en su primer esfuerzo real
en tres años por responder a un psiquiatra.
Le pregunté si me permitía hipnotizarlo otra vez. Edward movió la cabeza
afirmativamente y extendió la mano. Se la tomé con cuidado y se le indujo el
trance en unos minutos. Tan pronto como la catalepsia nos indicó que el paciente
se hallaba en estado de trance, le pregunté si estaba dormido. Él respondió:
«Estoy profundamente dormido, descanso cómodamente. Estoy dormido salvo
que oigo su voz. Me gusta así». Le pregunté después: «¿Quiere tener otro
sueño?».
El paciente respondió: «No». El autor persistió: «Me gustaría que tuviese otro
sueño porque creo que puedo ayudarle si lo tiene». Edward respondió: «Si ayuda,
lo intentaré». (Los enfermos quieren colaborar, lo que suele suceder es que no
saben cómo.) Se le pidió a Edward que escuchase con atención. Se le dijo que iba
a soñar el mismo sueño anterior. Movió la cabeza y dijo: «¡No!, ¡No!». El autor
continuó: «Quiero que las condiciones sean diferentes, quiero el mismo sueño
pero con diferentes personajes, porque todos esos alambres, cuchillos y arbustos
espinosos se pueden calificar de "personajes". Esta vez quiero que tenga el
mismo sueño, con las mismas emociones, pero con un diferente reparto de
personajes. ¿Hará esto por mí. Edward? Sepa que es por su propio bien».
Después de algunos minutos de reflexión, Edward preguntó cuándo debía
empezar. Se le respondió: «¿Está bien dentro de cinco minutos?». Hubo un
dudoso y desganado «Sí». Contamos los minutos —uno, dos, tres, cuatro— y
unos cincuenta segundos después tensó los dedos en mi mano y mostró la
conducta previa: tensión, músculos agarrotados, sudoración difusa y temblores.
De nuevo, la conducta duró unos veinte minutos y de repente se relajó y se hundió
en la silla. Ante la pregunta correspondiente, respondió: «Ya se ha acabado. Fue
el mismo sueño. Tómeme la mano con cuidado. Se lo contaré, pero no me haga
soñar más en eso».
Edward empezó a relatarnos el sueño. Una terrible oscuridad lo había envuelto
y el mismo horrible poder lo perseguía, pero esta vez lo arrastró, lo empujó, lo
retorció y lo tiró por el precipicio de un cañón inacabable. Durante toda la caída
estuvo recibiendo el impacto de piedras y tierra desprendida que le caían encima
provenientes de todas partes. Él iba dando tumbos de un lado a otro del cañón y el
polvo le entraba en los ojos y en la boca. Grandes piedras cayeron sobre sus
piernas. Había momentos en que quedaba enterrado bajo un desprendimiento de
tierra, y cuando lograba salir, le caía otro encima. Edward acabó su descripción:
«Era el mismo sueño de la otra vez, pero en un cañón. Eso es todo. Ahora déjeme
descansar». Le agradecí su ayuda y lo desperté. De nuevo se hallaba allí sentado
en silencio, atento y sin hablar. Ahora ya no sacudía la cabeza para responder. Al
día siguiente, acudí a ver al paciente. Sólo respondió para volver la cabeza en
señal de que no quería comunicarse. Al día siguiente, me acerqué de nuevo, pero
tampoco quiso comunicarse. Así" continuó durante una semana. Las enfermeras
informaron de que no había padecido sus habituales episodios de desequilibrio.
Entonces, doce días más tarde, Edward sufrió uno de sus ataques violentos.
Cuando lo visité aquella tarde, no quiso responder a las preguntas hasta que se le
preguntó si quería entrar en trance hipnótico. Respondió que sí con la cabeza. En
un par de minutos ya se hallaba en estado hipnótico. Se le preguntó: «¿Le han
ayudado esos sueños?».
Edward dijo: «Sí. Esos sueños es lo que sucede en la sala de psiquiatría y en el
dormitorio cuando tengo un ataque. Son lo mismo». Le pregunté: «¿Podría tener
otro sueño de ésos?». Respondió: «No», pero dudando. Le dije que no parecía
muy convencido de esa respuesta negativa. Parecía que quería decir sí. Se le
pidió que se explicase. Dijo: «Esos sueños son horribles, totalmente horribles. Lo
que me pasa en la sala es horrible. Pero después de haber soñado con ello, ya no
me ha vuelto a pasar. Sé que volverán, pero no quiero tener uno ahora». Le dije:
«Pero así como los dos primeros sueños le ayudaron, quizás un tercero le dé unos
días de descanso. ¿No quiere intentarlo?». Con miedo, dudando, finalmente dijo
que sí.
Una vez más le expliqué: «Quiero que tenga el mismo sueño, pero con
diferentes personajes. No con alambres, cuchillos o rocas. Quiero que sueñe lo
mismo, pero con otros personajes. ¿Qué le parece empezar dentro de cinco
minutos? Le sostendré la mano con fuerza». Edward dijo débilmente: «Sí». Esta
vez tuve la precaución de darle la mano al paciente por los dedos, porque ya
había experimentado la fuerza que podía llegar a imprimir a su mano cuando se
excitaba. Unos cinco minutos más tarde empezó a mostrar la actividad anterior.
De nuevo duró unos veinte minutos. Cuando finalmente se relajó, respirando con
dificultad, le pregunté: «¿Me puede decir qué ha soñado?". Respondió: «Sí».
Edward explicó que había soñado con «una tar-tana» que estaba llena de cristal
roto. Era una tartana muy grande en la que iban cuatro personas. Él era uno de los
cuatro. A los otros no les ocurría nada cuando la tartana bajaba a toda velocidad
por una carretera de montaña con curvas muy cerradas. Se salía de la carretera,
bajaba por la pendiente e iba a parar a la carretera debajo. Iba a una velocidad
endiablada. No podía ver a la gente. Sólo sabía que se trataba de gente horrible.
El cristal llenaba toda la tartana, pero sólo le tocaba a él. Cada vez que la tartana
saltaba, el cristal lo golpeaba. Fueron cayendo y cayendo hasta que la oscuridad
cesó y el sueño se acabó. Se le agradeció a Edward su ayuda y se le dijo que se
despertase tan cómodamente como pudiera. Se despertó, pero como ya era
habitual, sin hablar. Se limitaba a mirar atento. Se le veía fatigado, con la camisa
sudada por la emoción y el esfuerzo.
Durante los siguientes seis días no sufrió ningún ataque. Al séptimo día,
Edward movió su silla hasta la puerta por la que el autor solía entrar en la sala de
psiquiatría. Cuando abrí la puerta, Edward me alcanzó con la mano y tiró de mi
brazo. Le pregunté: «¿Quiere algo, Edward?». Lentamente dijo que sí con la
cabeza. Le pregunté: «¿Quiere entrar en trance?». Después de un rato dijo en voz
baja: «Sí». Por primera vez en tres años, había pedido ayuda voluntariamente,
gracias a la hipnosis.
Así que lo hipnoticé de nuevo. Desarrolló el estado de trance muy rápidamente
e inmediatamente le pedí que se «explicase». En esencia su explicación fue:
«Estos sueños son todo lo mismo. Varían en algo, pero son lo mismo. Me asustan.
Me hacen daño. Pero cuando usted me hace soñarlos ya no los tengo durante el
resto del tiempo. Pero sé que hoy voy a tener uno, y no quiero. Así que quizá lo
mejor sea que usted me haga tener uno». (Esto demostraba que realmente estaba
pensando en sí mismo por primera vez.) Por tercera vez, se le dijo: «Sueñe el
mismo sueño, con el mismo significado emocional, pero con diferentes personajes.
Esta vez quizá no sea tan oscuro. Quizá pueda ver un poco más claro. No será
placentero, pero quizá no duela tanto. Así que empiece tan pronto como pueda».
En unos cuatro minutos desarrolló el sueño; veinte minutos más tarde, entre
sudores, Edward dijo: «Ha sido el mismo sueño. Era malo, terrible. Pero no me ha
hecho tanto daño. Caminaba a través de un bosque. El cielo se volvía más y más
negro hasta que no se podía ver nada. Entonces el viento empezó a soplar. Podía
oír truenos, pero no se veían los relámpagos. El viento me arrastraba, me
levantaba por los aires y me lanzaba contra los árboles. Así estuve durante varios
kilómetros. Cuando el sueño iba a acabar, me pareció ver una casa. Pero no estoy
seguro». (Inicio de identificación.)
Se le preguntó al paciente cuándo pensaba que podría tener otro sueño.
Respondió: «No esta semana. Quizá la que viene». Le pregunté si me lo haría
saber. Respondió: «Pase cerca de mí todos los días. Cuando quiera un sueño, le
tomaré la mano». (¡Confiaba en alguien por primera vez en tres años!) Se le pidió
que se relajase, que se sintiera lo más cómodo posible y que después despertase.
Después de despertar del estado de trance, se le preguntó a Edward si le gustaría
hablar. Dijo que sí con la cabeza, pero cuando repetí la pregunta, dijo que no con
la cabeza. Durante los siguientes diez días, pasé siempre cerca del paciente, tal
como le había prometido. No fue hasta el undécimo día que me alcanzó la mano.
Las enfermeras me habían informado de que no había sufrido ningún ataque en
todo ese tiempo. En cuanto me senté a su lado, Edward, sin esperar instrucciones,
entró en trance. Le pregunté si pensaba que iba tener un ataque. Respondió: «Sí,
pronto tendré uno. Tiene que ayudarme».
De nuevo se le pidió que soñase el mismo sueño, pero con menos dolor y más
claro, que pudiese ver los personajes con más claridad. Sus dedos se pusieron
rígidos en mi mano y desarrolló el sueño inmediatamente. La conducta que se le
observaba era esencialmente la misma y duró los veinte minutos de rigor. La
recuperación del sueño fue un poco más difícil. Esta vez se estremeció durante
más tiempo y le faltaba el aire. Eludió mi mano. Se le pidió que contase el sueño.
«Estaba andando por una calle que no conozco. Estaba oscuro. El sol no brillaba
mucho. Llegué a una casa horrorosa. Sabía que no quería entrar, pero algo
terrible me golpeó en la espalda y me metió dentro. Era una habitación horrible.
Entonces, algo como una mujer me golpeó con lo que parecía una escoba.
Después, algo que parecía un hombre saltó sobre mí. Entonces, otra mujer me
golpeaba con un hierro candente. Traté de escapar. Huía de una habitación a otra,
pero ellos siempre me seguían. No podía escapar. Finalmente llegué a la última
habitación. No podía ver quiénes eran. Eran enormes. Eran monstruos. De
repente, el sol brilló y estaba en la calle. Después, me vi en esta silla a su lado».
Le pregunté: «¿Hay algo más que me quiera contar?». Su respuesta fue «No».
«Pero sé que algo terrible va a venirme a la mente. Estoy muy asustado. ¿Vendrá
cada día a hablar conmigo?». Le dije que sí. Todos los días, Edward me esperaba
a la puerta de la sala y dábamos un paseo juntos. Sólo se comunicaba conmigo
mediante los movimientos de cabeza afirmativos y negativos. El cuarto día,
Edward me tomó de la mano y me hizo sentar en una silla. Por primera vez habló
en estado de vigilia y dijo: «¡Quiero que me ayude ahora mismo! ¡Ahora!».
(Después de tres años de inaccesibilidad, Edward se expresaba voluntariamente
por primera vez.) Inmediatamente, desarrolló un trance espontáneo. Le dije de
nuevo que soñase el mismo sueño con los mismos personajes de la última vez,
pero que estaba vez estuvieran «más cerca», «más claros», «que se entendiesen
más, pero no demasiado». Se le dijo que él no iba entender la importancia ni el
significado del sueño, pero que sí iba a ver a los personajes más claramente.
A partir de aquí tuvo el proceso habitual, aunque parecía que sufría mucho
menos. La sudoración disminuyó mucho. Edward relató su sueño como sigue: «No
sé dónde, me llevaron a lo que parecía ser un hospital. Había una enfermera
enorme, horrible, a cargo del lugar. Me lanzaron a una bañera. Me lavaron. Usaron
cepillos de hierro. Me sacaron fuera. Me secaron con toallas hechas de cuerdas
con nudos. Me sacudían aquí y allá. Entonces, una enfermera, no tan grande
como la otra, me agarró del pelo, me dio unas vueltas por los aires y me lanzó al
suelo, donde me golpeé con las camas. Después, me lanzó a una cama roja muy
grande en medio de dos personas horribles. Una de ellas parecía ser una mujer.
Estaba cubierta de irritaciones, como cánceres. No parecía llevar ropa alguna.
Intenté escapar de ella. La única manera de poder moverme era hacia la otra
persona, quien parecía un hombre. Tenía muchas cosas horribles. No sé ni cuánto
de terrible. Tenía miedo de mirar. Me daban golpes en la cabeza para que mirase.
El hombre me gritaba. No me podía levantar de la cama. Intenté explicarle que no
era culpa mía. Esto siguió y siguió. De repente se acabó. Estaba sentado a su
lado».
Le pregunté si quería recordar ese sueño cuando estuviese despierto. Edward
dijo: «No, no puedo. No lo haga». Le pregunté cuándo pensaba que tendría el
próximo sueño. Como respuesta preguntó: «¿El próximo sueño me dirá algo?
Pero tengo miedo de saber». «Sólo si usted quiere», le respondí. «Piénselo
durante tres o cuatro días. No se precipite. No hay prisa. Usted y yo podemos
solucionarlo.» Le pregunté si podía despertarlo. Me respondió: «Sí, pero dígame
algo cuando esté despierto. Algo bonito». Se despertó enseguida a través de una
sugestión y dijo: «Me parece que va decirme algo, pero no sé qué es». Le
contesté con mucho cuidado. «¿Sabe Edward?, ha llegado muy lejos. Está a
punto de recuperarse. Está a punto de no sentir miedo. Está a punto de saber
algo.» Edward respondió: «No sé de qué me habla». Se le dijo que todo estaba
bien.
Tres días más tarde, encontramos a Edward caminando nervioso de un lado a
otro de la sala, con mucha tensión. Al ver al autor, pareció calmarse. Cuando me
acerqué, me dijo: «Pienso que hoy puede hacer algo por mí. Estoy muy asustado,
pero creo que puede hacer algo por mí hoy. Algo que se tiene que llevar a cabo.
Creo que estoy preparado». Lo llevé a un lugar apartado y lo hice sentar.
Inmediatamente desarrolló un estado de trance y me dijo: «Creo que estoy
preparado». Le dije: «Bien, ya que está preparado quiero que tenga el mismo
sueño de siempre con los mismos personajes. Pero deje que tengan un significado
que usted pueda reconocer, que pueda aceptar, que no le asuste. Yo estaré allí. Si
las cosas se ponen muy mal, puedo pararlo todo. Quiero que todo siga adelante,
pero pararé las cosas si es necesario». Al momento, Edward dijo: «Está bien,
estoy empezando a soñar. Estoy en un hospital. Es este hospital. Hay una
enfermera. Es la jefa de enfermeras. Tiene una pinta horrible, parece mala. Hay un
paciente. Parece mi padre. Es el que está en la esquina oeste. Se parece a mi
padre. La primera vez que lo vi, quise matarlo. Quise matar a la enfermera. Hay
otra enfermera. También es desagradable. Se parece a mi hermana. Están
cuidando al paciente. Ese horrible gran paciente. La jefa de enfermeras y la otra
enfermera están al cui-dado del paciente. Él está dando patadas. Trata de
escapar. Lo retienen con fuerza, lo ponen en la cama. Le dicen que no se mueva
de ahi. Ese paciente tiene mucho miedo. Es gracioso. El paciente soy yo. Parezco
horriblemente asustado. El paciente grande parece mi padre. La jefa de
enfermeras parece mi hermana. Ya sé de qué va todo esto. Se lo puedo decir.
Pero preferiría que me despertase para contárselo, porque seré capaz de
escuchar cuando se lo cuente».
Así lo hicimos. Lo despertamos. Estaba temblando. Se puso a hablar
atropelladamente. «Es eso, doctor. Mi padre, mi madre y mi hermana vinieron de
un país extranjero. Todo el mundo respetaba a mi padre allí. Todos respetaban
también a mi madre y a mi hermana. Eran peces gordos. Vinieron aquí, a Estados
Unidos. Entonces sucedió. Todos hicieron de él un extranjero sordo. Eso es todo
lo que él era, un extranjero sordo. Yo nací aquí y aprendí a hablar inglés. Todos se
reían de mi padre y de mi madre. Se reían también de mi hermana. Incluso se
reían cuando yo hablaba. Entonces mi familia se en-fadaba conmigo y me
pegaban. Se resarcían conmigo. Por eso nunca tuve amigos. Me llamaban "el
extranjero tonto". Pero yo no era tonto. No podía tener amigos. Fui a la escuela y
todos me llamaban "extranjero tonto". Estudié duro, pero no podía tener amigos.
Mi padre se emborrachaba todos los días. Trabajaba en una fábrica. A veces no
iba a trabajar. Vivíamos del subsidio. Después encontró un trabajo y yo pude ir a la
escuela secundaria. No me hizo ningún bien. Siempre que volvía a casa, me
arrastraban por ella y me llamaban inmigrante tonto. Hablaban de mí. Se reían de
mí. Decían que yo me creía listo porque hablaba inglés. Me gritaban todo el
tiempo. Mi padre me pegaba hasta derribarme. Mi madre me pegaba con lo
primero que encontraba. Mi hermana era una mujer muy grande. Solía gritar
diciendo que no se podía casar. Todos los días era lo mismo. Yo seguí estudiando
por mi cuenta. Cuando acabé secundaria, empecé a buscar trabajo. Dijeron que
era extranjero, como mi padre. Nada de lo que hiciese podía cambiar la situación.
En la fábrica donde estuve me trataron mal. Yo quería hacer amigos. Quería tener
novia. Pero todo el mundo sabía ya cómo me llamaban. Yo era el tonto extranjero.
Las cosas se ponían más y más negras. De repente, se pusieron completamente
negras, horriblemente negras. Eso es lo que decía mi primer sueño. Iba siendo
arrastrado por todas esas cosas, cada insulto, cada daño, todo eso que me iba
mal, porque nací en Estados Unidos. Yo no era realmente extranjero. Era
estadounidense. Ése era el tema de mi segundo sueño. Ese cañón. Se trata de la
división de la zona de los inmigrantes. ¿Por qué no se olvidan las nacionalidades
de origen? Todos los viejos inmigrantes lo odiaban. No les gusta ser inmigrantes
tontos. Todas esas personas yendo en tartana montaña abajo. Cuando nos
compramos nuestro coche de segunda mano, fuimos al campo. Todo el tiempo mi
padre me llamaba el tonto extranjero nacido en Estados Unidos. Mi madre y mi
hermana también lo decían. Pensé que el paseo no iba a acabar nunca. Dijeron
que era un picnic. Mi madre se mezclaba con la enfermera jefe. El paciente era mi
padre. Durante años quise suicidarme. Tenía miedo porque quería vivir. No podía
seguir vivo. A usted puedo decirle todas esas cosas. Usted es la única perso-na a
quien le he contado todo esto. De alguna manera usted ha conseguido que lo
pueda contar. Nunca pude hablar de esto con nadie. Ahora quiero contárselo. Soy
estadounidense. No me importa lo que mi madre o mi hermana sean. Yo quiero
ser estadounidense. He intentado ser como ellos, pero no puedo».
Al cabo de dos meses, después de tener diálogos sobre el tema todos los días,
Edward decidió cambiar de nombre. Consiguió el permiso de sus padres para
acortarlo. También habló de sus sentimientos hacia su familia. Sentía lástima por
ellos. Sentía que ya no podía hacer nada por ellos, pero sí podía ayudarse a sí
mismo.
Los años han pasado. Edward nunca volvió a un hospital mental. Se readaptó
muy bien y se casó con una chica estadounidense de su misma extracción. Siente
lástima por su padre, que pone en peligro su vida con la bebida, por su madre, que
murió de cáncer y por su hermana, que se suicidó en un ataque de desesperación.
Edward lamenta todo eso, pero ahora está orgulloso de sus hijos. A través de la
hipnosis, aprendió una de las habilidades más importantes de todo ser vivo, a
comunicarse.
Ann R.
Sandra W.
Una bella señorita de unos 38 años de edad concertó una cita por teléfono. Lo
primero que hizo tras entrar en la consulta fue preguntar: «¿Usa usted la
hipnosis?». Le respondimos que sí, en caso de que «lo encuentre apropiado para
el caso». La paciente se sentó y explicó: «Creo que en este caso será necesario.
La mayoría de la gente no me creería, pero estoy seguro de que usted sí. Tengo
un problema con unos jóvenes desnudos que flotan en el aire sobre mi cabeza.
¿Los ve allí junto al techo? Allá donde voy me siguen. No importa dónde estoy,
están siempre ahí flotando. Nunca hacen nada. Sólo flotan.
«También hay otra cosa. Bastante a menudo me gusta flotar en el cielo y viajar
alrededor del mundo en una nube. Algunos piensan que estoy sentada en una
silla, pero no es así. En realidad estoy en una nube flotando alrededor del mundo.
Otras veces bajo al fondo del océano Pacífico, donde tengo un magnífico castillo
de cristal. Paso un par de días o dos, a veces hasta una semana. Es tan hermoso
contemplar los peces que nadan alrededor de mi castillo. No le puedo contar estas
cosas a la gente. No lo entienden. Me llaman loca. Me divorcié de mi ex marido
porque me quería meter en un hospital. No quiero ir allí porque puedo trabajar y
mantenerme. No quiero que la gente interfiera en mis cosas. Dígame, doctor, con
la hipnosis, ¿podrá hacer algo con esos hombres desnudos? Y ¿puede
protegerme de las críticas cuando voy al fondo del Pacífico o cuando floto en una
nube alrededor del mundo?
»Por cierto, doctor, supongo que usted será una persona ética. Ya he visto la
media docena de mujeres que tiene ahí en la esquina bailando desnudas. No
quiero que mis efebos se junten con ellas. Sería inmoral. Espero que las pueda
controlar y, por cierto, también supongo que todo lo que hace con ellas es verlas
bailar.»
Se trataba de un caso de esquizofrenia del tipo catatónico. La paciente
trabajaba en verano como secretaria para una empresa de gestión de inmuebles y
se desenvolvía bastante bien.
«He estado casada en dos ocasiones. Nunca contaba nada hasta que ya
éramos marido y mujer. Entonces, lo contaba todo, lo de mis jóvenes desnudos,
los viajes y todo eso. George se enfadó tanto que me pegó una buena paliza. Bill
fue simplemente horrible. Llamó a varios psiquiatras. Dijeron que estaba psicótica
y que querían llevarme al hospital del Estado. Incluso tuve una vista en los
juzgados sobre eso. Supongo que todo este alboroto se debe a los jóvenes
flotantes y mis viajes. Así que negué ante el tribunal todo aquello y no me
internaron. De todas maneras, Bill se divorció.
»Normalmente enseño en la escuela y en verano hago de secretaria. Sólo he
estado casada dos veces hasta ahora, pero ninguno de mis maridos me entendía.
Enseñar es un problema, porque tengo que mantener todo el tiempo la atención
de los niños, porque si no notarían lo de los jóvenes. Cuando me tengo que bañar
paso mucha vergüenza, pero ya casi me he acostumbrado. No me dejan ni ir al
baño sola. Así que voy sólo por la noche y con la luz apagada.
»Un verano, le dije a mi jefe de entonces lo de los hombres desnudos. Al día
siguiente me dio un cheque por dos semanas de trabajo y me despidió. Nunca
pude entenderlo. Parecía ser un hombre tan sensible.
»He acudido a usted para que me ayude. Quiero que me hipnotice. No quiero
problemas con esos hombres desnudos. Son míos como esas mujeres de ahí son
suyas. Quiero seguir haciendo mis viajes alrededor del mundo. Últimamente me
he estado quedando en mi apartamento hasta una semana entera. Quiero que
cambie las cosas mediante la hipnosis. No se lleve a mis jóvenes. No detenga mis
viajes alrededor del mundo. Déjeme volver al fondo del Pacífico. Quiero
mantenerlos, pero que no interfieran en mi vida diaria. Ahora estoy lista para entrar
en trance.»
Y realmente lo estaba. En menos de cinco minutos ya mostraba todos los
signos de hallarse bajo trance sonambulístico. Se le dijo que se mantuviese en
trance y que hablase libremente. Lo que dijo fue bastante peculiar. Dijo: «Esa
pobre chica, que soy yo, está realmente psicótica, pero no lo sabe. Tiene
alucinaciones todo el tiempo. Y eso que ha ido a la biblioteca y ha leído acerca de
la esquizofrenia cata-tónica. Tiene miedo. Con usted, está disimulando. Bueno, ni
siquiera sabe lo asustada que está. No deje que nunca sepa lo asustada que está
porque puede que haga algo horrible. Ha pensado más de una vez en el suicidio.
Varias veces se ha tomado una sobredosis de somníferos. No tiene a nadie en
quien confiar. Ella piensa que usted puede estar bien y será muy amabilísimo con
ella, ¿verdad? Usted no pensará mal de ella, porque aunque sea psicótica, es
normal. De vez en cuando, se acuesta con hombres, sin estar casada con ellos.
Ella no quiere que usted sepa esto. Hay un montón de cosas que no quiere que
usted sepa hasta que confíe en usted completamente. Tendrá que hacer algo con
esos jóvenes desnudos. Les dedica demasiado tiempo. Se pasa demasiado
tiempo viajando alrededor del mundo... demasiado tiempo bajando hasta el fondo
del océano. Ella realmente cree que existen y le gusta que sea así. Le encanta
mirar desde arriba Hong Kong y otras ciudades. ¿Piensa que puede hacer algo
por ella?».
El terapeuta le aseguró a la paciente sonambulística que, con su ayuda, algo se
podría hacer por «la chica psicótica. Ella soy yo en realidad, ¿sabe?». Se le dio
una serie de instrucciones que escuchó atentamente.
Muy despacio y sistemáticamente se le dio una charla sobre los sueños. Se le
habló de los sueños normales que todo el mundo tiene, como por ejemplo caerse
de una montaña. Uno cae y cae eternamente, al parecer. Finalmente, tras una
hora de caída, uno toca el suelo y se despierta para descubrir que se ha caído de
la cama. Parece que uno ha estado cayendo durante días y semanas y meses y
años. Se le sugirió que emplease el mismo mecanismo de conducta siempre que
subiese a una nube o se sintiese flotando. Tenía que sentir que transcurrían días,
semanas, meses o incluso años. En el reloj auténtico sólo pasaría un minuto o dos
o tres. La paciente sonrió y preguntó: «¿No puede hacer lo mismo en sus viajes al
fondo del mar?». Se le respondió que podía pasarse tres meses allí, pero que el
reloj de la cocina mostraría que sólo había pasado un minuto.
Así pues, nos pusimos de acuerdo en cuanto al procedimiento. La paciente, en
estado sonambulístico, dijo que le parecía una terapia muy satisfactoria, pero con
mucho tacto preguntó también por los jóvenes desnudos. El autor explicó que él
tenía un gran armario en su consulta y que podía dejar a los hombres desnudos
allí. Ellos podrían quedarse allí todo el tiempo necesario y, en cualquier momento,
noche o día, ella podría venir a la casa del autor (la consulta está en su casa) y
comprobar si seguían allí.
La paciente siguió enseñando en la escuela durante algunos años y fue una
maestra de lo más competente. Al principio acudía a la oficina del autor por lo
menos una vez a la semana y pedía que le enseñasen el armario. Siempre se iba
satisfecha. Con el tiempo, la frecuencia de las visitas fue decreciendo. Durante
una época estuvo acudiendo una sola vez cada tres meses. Después, cada seis
meses y finalmente, una vez al año. Durante ese tiempo, hizo muchos viajes
alrededor del mundo en su nube. Estaba muy orgullosa de poder hacer un viaje de
tres meses en tres minutos y de ser capaz de pasar meses en su castillo del fondo
del Pacífico en sólo tres minutos, según el reloj de la cocina. Después de tres
años, la paciente empezó a experimentar dificultades y buscó de nuevo la ayuda
del autor. Nos dijo abiertamente que estaba teniendo episodios psicóticos. Hasta
ahora, había logrado «reservar» esos ataques para el fin de semana, pero le
estaba empezando a costar mucho. Quería saber qué podía hacer al respecto. No
sabía cómo poner los viajes en el armario como había hecho con los jóvenes
desnudos. Además, se molestarían unos a otros. También estaba preocupada
porque temía no poder realizar su trabajo como maestra o secretaria. Se le
preguntó qué pensaba «ella» que podía hacer. Lo dijo muy claro: «Creo que
pienso mejor cuando usted me pone bajo trance». Por consiguiente, se le puso
bajo trance. Cuando ya se hallaba en estado sonambulístico dijo: «Pobrecita, está
realmente teniendo ataques psicóticos. Son muy angustiantes. Ella no le ha
contado toda la verdad. Tiene que mentir y decir que le duele la cabeza y no va a
trabajar. Ya ha faltado más de lo permitido para bajas de enfermedad. Realmente
tiene que hacer algo. El verano pasado perdió dos trabajos como secretaria. A
usted se le ocurrió poner a los jóvenes flotantes en el armario. ¿Por qué no piensa
en algún sitio donde meter los episodios psicóticos?».
Se le preguntó: «¿Podríamos ponerlos en un sobre de manila? Dejémosles
hacer lo que quieran en el sobre y así no interferirán. De hecho, podrían quedarse
aquí para siempre, archivados». La paciente consideró la cuestión y preguntó:
«¿Puede decirme [la próxima vez que ella tenga un episodio psicótico] que entre
en trance hipnótico y que ponga el episodio psicótico en un sobre y se lo traiga?».
La res-puesta fue afirmativa.
A la semana siguiente, la paciente apareció de repente, obviamente en un
estado sonambulístico. «Aquí está el sobre. No lo abra. Está cuidadosamente
sellado. El trance psicótico está ahí dentro. Póngalo en su archivador. Ella vendrá
más adelante para comprobar que sigue allí.» Unos días más tarde, la paciente
acudió a la consulta y dijo: «Creo que tiene algo mío, pero no sé qué es».
Sacamos el sobre de manila del archivador. Ella dijo: «Así que ahí es donde han
ido a parar mis episodios psicóticos. ¿Sabe?, pienso que es una buena idea».
Durante quince años, el autor ha estado recibiendo sobres por correo que
contienen «episodios psicóticos».
Desde hace un tiempo, la paciente vive en una ciudad a mil kilómetros de
distancia. Durante un brote, se tomó unos días libres y vino a ver al autor. Pidió
ver los sobre con sus «episodios psicóticos». Fueron cuidadosamente sacados del
archivador y, uno por uno, se los enseñamos. Antes de que acabásemos, dijo:
«Ahora sé que puedo confiar en usted. No lo podía hacer antes. No tiene que
sacar los demás. Ahora puedo estar tranquila y enviárselos con total seguridad».
En la actualidad, la paciente tiene un buen empleo y hace servicios para la
comunidad. Pronto se retirará para cobrar su pensión de jubilación. Ha estado
casada ocho veces y siempre se ha mantenido ella sola, aunque nunca ha podido
tener una cuenta de ahorro. Hace dos años la vimos por última vez. Parecía al
menos quince años más joven. Fue capaz de confesarle al autor que, durante un
tiempo, fue adicta al alcohol. Después, ingresó en Alcohólicos Anónimos y superó
el problema.
15
M. H. Erickson, «Special techniques of brief hypnotherapy», en American Journal of Clinical Hypnosis, 1954, n* 8, pügs. 5767.
utilización debe satisfacer el deseo de neurosis, los problemas externos o
situacionales y, por encima de todo, proveer de los ajustes necesarios a través de
la continuación de los neuroticismos.
Tal utilización se ilustra con los siguientes casos en los que se emplean
técnicas hipnoterapéuticas especiales como la sustitución, la transformación, la
mejora y la inducción de respuestas emocionales correctivas.
Sustitución de síntomas
En los dos casos que expondremos a continuación no existía, por parte del
sujeto, voluntad de tratarse ni la situación era favorable a la terapia. Por lo tanto, la
terapia se basó en la sustitución de síntomas, un método muy diferente al de
retinada de síntomas. El resultado, en ambos casos, fue que los pacientes vieron
satisfechas sus necesidades de defensa neurótica y, a la vez, se produjo un ajuste
adecuado.
Paciente A
Paciente B
Comentario
Transformación de síntomas
Paciente C
16
La razón por la que se le indicó al sujeto que pasase tres noches en un hotel era la siguiente: si el plan era efectivo,
la primera noche seria la de las dudas e incertidumbres, la segunda sería de certezas y la tercera, una transición entre la
ansiedad de mojar la cama y otra ansiedad diferente.
Al día siguiente, empezando por la tarde, experimentaría la misma sensación de
confusión con los mismos resultados y el tercer día sería una repetición de los dos
anteriores.
Después se le dijo que, después de abandonar el hotel, se vería acosado por la
conflictiva decisión de ir a visitar a sus abuelos. En concreto, no se aclararía con
respecto a quiénes visitar, a sus abuelos paternos o maternos. El conflicto se
resolvería finalmente decidiendo ir a visitar a unos un día y a los otros después.
Una vez llegado a su destino, se sentiría cómodo y feliz por visitar a sus parientes
y planearía visitarlos a todos. Aun así, todavía tendría constantemente el conflicto
de a quién visitar en cada momento, pero siempre disfrutaría unos días con cada
uno de ellos.
Lo siguiente fue repetir todas esas sugestiones para asegurarnos la
implantación de esos pseudoproblemas y efectuar un re direccionamiento de sus
temores y ansiedades neuróticas. El objetivo era transformar la ansiedad respecto
a mojar la cama (en realidad, relacionada con su pariente más cercano, su madre)
en una ansiedad cuyo contenido era las visitas a sus parientes.
Finalmente, nos despedimos de él después de dos horas de trabajo
administrándole la sugestión pos hipnótica de que tendría amnesia de lo dicho.
Cuando despertó, se le dijo que en unos tres meses sería un sujeto aceptable
para el servicio militar.
Unas diez semanas más tarde, el autor vio al paciente. Explicó con detalle su
«increíble experiencia» en el hotel sin saber por qué había ido allí y lo que había
sucedido. Explicó que casi «me vuelvo loco intentando mojar la cama, pero no
podía. Incluso bebí agua para asegurarme, pero no funcionó. Me asusté y me dio
por visitar a todos mis parientes. Esto me hizo sentir bien, pero me empecé a
asustar con el dilema de a quién visitar primero y, ahora, aquí estoy».
Se le recordó cuál era su problemática inicial. Bastante sorprendido, respondió:
«No lo he hecho desde aquella ocasión en el hotel. ¿Qué sucedió?».
Se le respondió que simplemente había dejado de mojar la cama y que ahora
podía disfrutar de una cama seca.
Dos semanas más tarde lo vimos de nuevo en la oficina de reclutamiento,
donde fue aceptado para el servicio militar. Su única preocupación era la ansiedad
que tenía su madre acerca de que él se fuese a realizar el seivicio militar.
Paciente D
Comentario
Mejora de síntomas
Paciente E
Comentario
Paciente G
Una atractiva estudiante de servicios sociales del hospital entró una tarde en la
consulta del autor sin ninguna cita previa. Iba vestida con unos pantalones coitos
más bien escasos y una blusa sin mangas. Se recostó sobre el sillón y dijo:
«Quiero algo». La respuesta fue: «Obviamente, si no fuese así no entraría usted
en la consulta de un psiquiatra». Con buenas dosis de coquetería, expresó sus
dudas acerca de si quería recibir psicoterapia o no y se le informó de que
necesitaba desearlo realmente para poder ser tratada.
Después de un rato de silencio, declaró que necesitaba y quería recibir
psicoterapia, que nos confesaría su problema y que entonces el autor podría
decidir si la aceptaba como paciente. Dijo que, después de oír su problema,
probablemente la expulsaría de la consulta.
Así, empezó con su historia: «Tengo complejo de prostituta desde hace tres
años. Quiero acostarme con todos los hombres con los que me tropiezo —y la
mayoría no me rechaza—; a mí no me importa quiénes son o lo que hacen, si
están serenos o borrachos, viejos o jóvenes, limpios o sucios, cualquier raza,
cualquier cosa que parezca un hombre. Lo hago con uñó solo o en grupo, a
cualquier hora y en cualquier lugar. Soy asquerosa, sucia, horrible, Pero no puedo
parar de hacerlo. ¿Me puede ayudar o me tengo que ir?».
Se le preguntó si se podría aguantar hasta la próxima sesión. La respuesta fue:
«Si me acepta como paciente, no haré nada esta noche. Pero tendrá que pedirme
que le haga esa promesa todas las mañanas hasta que acabemos».
Se le dijo que podría tomar los próximos tres días para probar su sinceridad y
que durante esos tres días tendría que acudir a la consulta dos veces al día para
informar y renovar sus promesas. Esta confirmación de la promesa se convirtió en
su rutina.
Durante la sesión de tres horas del cuarto día, la paciente empezó a flagelarse
verbalmente recordando con todo detalle algunas de sus experiencias. Con
extrema dificultad se la indujo a que nos diese sus datos personales: nombre
completo, fecha de nacimiento, dirección, etc. Sólo interrumpiéndola todo el
tiempo fue posible extraer los siguientes datos:
Su madre era una «perfecta esnob a quien sólo le interesa ascender en la
escala social. Con la gente que le puede servir para algo es toda amabilidad y con
el resto del mundo, una gata feroz. A mi padre y a mí nos controla con sus
chillidos estridentes. La odio».
Su padre era un hombre de negocios «importante, un buen tío con mucha
pasta. Le quiero, pero no es más que una sucia mota de polvo gris bajo el dedo de
mi madre. Me gustaría hacerle un hombre para que la tratase a bofetadas».
Ambos le habían enseñado que «odie el sexo. Dicen que es feo. Nunca dejaron
que supiese que duermen en la misma habitación. Yo soy su única hija. Odio el
sexo y debería ser bello».
Después de eso siguió con su autoflagelación durante el resto de la sesión.
Las siguientes tres horas fueron igualmente infructuosas. Se dedicaba, a pesar
de las interrupciones, a relatar amargamente sus experiencias sexuales.
En la siguiente sesión, cuando entró en la oficina, se le dijo: «¡Siéntese, cállese
y no se atreva a abrir la boca!».
Se le dijo que el autor se haría cargo de la dirección de las sesiones, que no
íbamos a perder más tiempo y que ella tenía que expresar su acuerdo con la
cabeza, sin abrir la boca. Así lo hizo.
Después, con poco esfuerzo, se le indujo un trance sonambulístico profundo y
se le informó de que a partir de entonces tendría una amnesia de lo que iba a
suceder, a no ser que el autor le indicase lo contrario.
A pesar del estado de trance, sin embargo, la paciente parecía tan inaccesible
como antes, con una excepción. Ella no hablaba hasta que se le indicaba, pero
cuando lo hacía era sólo sobre sus aventuras sexuales. No se podía obtener nada
más.
Ninguno de los esfuerzos que hicimos para evitar su narración compulsiva,
como la desorientación, la bola de cristal, la escritura automática y la
despersonalización, surtieron efecto. Sólo sirvieron para obtener descripciones
más detalladas de lo mismo.
En la siguiente sesión, mientras se hallaba en estado sonambulístico, se la
interrumpió enfáticamente:
Ambos queremos saber por qué es usted tan promiscua. Ambos queremos
saber la causa de su conducta. Ambos sabemos que esa información se baila en
su mente inconsciente.
Durante las .siguientes dos horas se sentará callada, sin pensar en nada,
haciendo nada, sólo sabiendo que su inconsciente le va a decir a usted y a mí la
razón de su conducta.
Le dirá la razón claramente, de manera que lo entienda, pero ni usted ni yo lo
sabremos basta que llegue el momento adecuado, no hasta entonces.
Usted no sabe cómo su inconsciente se lo dirá. Yo no lo sabré hasta que usted
lo sepa. Pero será la verdad. En el momento preciso, de la manera correcta, usted
sabrá y yo sabré. Entonces se recuperará.
Al finalizar las dos horas se le dijo que ya había llegado la hora de que su
inconsciente le revelase lo que sabía. Antes de que se asustase, se le dio una
hoja mecanografiada inservible. (Véase el apartado correspondiente al desarrollo
de esa técnica.) Entonces se le dijo:
Mire esto, es una hoja de papel, palabras, sílabas, letras. No lo lea, sólo
mírelo La razón está escrita ahí, todas las letras del alfabeto se hallan ahí y
ellas explican la razón. Ahora no puede verlo. En un minuto esconderé la hoja
en mi escritorio sin que hayamos leído la razón. Cuando llegue el momento, lo
leerá, pero no hasta que llegue ese momento.
Ahora, lome ese lápiz y al azar, subraye esas letras, sílabas y palabras que
le dicen la razón, rápido.
De una manera confusa, subrayó nueve partes del texto dispersas entre sí,
mientras el autor anotaba unos números en otra hoja que correspondían a la
posición relativa de esas frases.
Inmediatamente, tomamos la hoja de la paciente y la pusimos boca abajo en un
cajón del escritorio.
Entonces se le dijo: «Sólo falta una cosa por hacer. Decidir cuándo se va a
conocer la razón. Vuelva y dígamelo mañana. Ahora despierte».
Cuando despertó, se le dio una cita para el día siguiente y fue despedida.
Finalmente se fue, sin darnos lo que era ya su usual promesa. A la mañana
siguiente tampoco vino para prometernos que se comportaría decentemente. Sin
embargo, por la tarde sí vino a la visita, explicando: «He estado a punto de no
venir porque sólo tengo dos tontas palabras que decirle. No sé si debo cancelar el
resto de las visitas. Bueno, de todas formas, diré las dos palabras, me sentiré
mejor, "Tres semanas"».
Se le respondió: «De acuerdo con el calendario, será a las cuatro en punto del
15 de agosto». Ella respondió: «No lo sé».
Acto seguido, usando una clave poshipnótica, se le indujo un trance profundo.
Se le preguntó si tenía algo que decir. Movió la cabeza. Se le pidió que se
expresase libremente y dijo: «Tres semanas, 15 de agosto, cuatro en punto».
Se la despertó y se le preguntó si quería otra cita. Su respuesta fue que le
gustaría discutir sus planes para el año próximo y la tesis que pensaba escribir.
Durante las siguientes tres semanas fue vista de manera irregular para discutir
sus planes académicos y dirigir sus lecturas. No se discutía su problema ni ella
hacía ninguna promesa.
A lo largo de las tres semanas siguientes, la paciente asistió a una fiesta donde
conoció a un joven agradable, colaborador del autor recién llegado al hospital, que
intentó seducirla. Ella se rió de él y le dijo que le daba dos opciones: confesar su
mal comportamiento al autor o dejar que ella misma se lo contase. El joven estaba
tan intimidado ante tal reacción que no tardó en explicarle al autor lo sucedido.
A las cuatro de la tarde del 15 de agosto, la paciente entró en la consulta,
diciendo: «Son las cuatro en punto del 15 de agosto. No sé por qué estoy aquí,
pero tenía la sensación de que tenía que venir. Quería y no quería. Sé que va a
suceder algo que me da miedo. Desearía que no fuese así».
Se le respondió: «Usted vino por primera vez en busca de terapia.
Aparentemente iba a la deriva. Quizá sí, quizá no. Nuestras sesiones duraban
normalmente tres horas. Usé la hipnosis. Ahora, ¿debo hipnotizarla o puede
acabar la terapia en estado de vigilia? Recuerde que tanto su mente inconsciente
como consciente están presentes. Si quiere dormir, puede hacerlo. Pero pase lo
que pase, siéntese en esa silla, no hable y después de una hora, diga: "Estaré
preparada a las ..." y sabremos cuándo estará dispuesta».
Sin comprenderlo todo, se sentó y esperó despierta. A las cinco en punto dijo:
«Estaré preparada a las seis y media», y continuó esperando, extrañada y
sorprendida por lo que había dicho.
A las seis y media, abrimos el cajón donde se guardaba la hoja ele papel
mecanografiada y se la dimos.
La paciente tomó el papel y lo giró varias veces, escudriñando en esas líneas
subrayadas. De repente, se puso rígida, pálida y empezó a llorar, sollozar,
diciendo repetidamente: «Eso es lo que intentaba hacer».
Finalmente, algo más controlada, dijo: «La razón está aquí, léala».
El material subrayado decía:
Según explicó: «Se trataba de cualquier hombre, cualquiera, todos los del
mundo. Incluido mi padre. Eso lo convertiría en un hombre, no una sucia mota de
polvo bajo el dedo de mi madre. Ahora sé lo que he intentado hacer y no tengo
que hacerlo nunca más. ¡Qué horrible!».
Ella reaccionó con un llanto más intenso, pero finalmente declaró: «Todo eso
corresponde al pasado ahora. ¿Qué puedo hacer?».
Se la sugestionó para que pasase un examen físico completo para comprobar si
tenía alguna enfermedad venérea. La paciente accedió.
Pudimos saber más adelante que acabó su periodo de formación con éxito y,
años después, que estaba felizmente casada y que era madre de tres hijos. Otra
fuente nos confirmó también que su matrimonio era feliz.
Comentario
Paciente H
Un hombre joven, de unos 75 kilos de peso, se casó con una mujer muy bella y
voluptuosa. Sus amigos le hacían muchas bromas acerca de su próxima pérdida
de peso.
Unos nueve meses más tarde, el joven acudió a la consulta del autor a causa
de dos problemas. El primero era que no podía aguantar más las bromas de sus
compañeros de trabajo acerca de su pérdida de peso de más de 20 kilos, que en
verdad había experimentado. El segundo, que le costó mucho confesar, era otro
enteramente diferente. De hecho, se trataba de su fracaso para consumar el
matrimonio.
Nos explicó que su mujer le prometía todas las noches que llevarían a cabo el
acto, pero en cuanto hacía el primer movimiento de acercamiento, ella
desarrollaba un pánico intenso y, entre sollozos, le pedía que lo aplazasen hasta
el día siguiente. Nuestro paciente dormía mal todas las noches, encendido por el
deseo y desesperadamente frustrado. Recientemente, le habían asaltado temores
de no poder tener una erección a pesar del incremento de su ansia sexual.
Preguntó si podía haber alguna ayuda para sí mismo o para su esposa.
Aceptamos a los dos como pacientes y se asignó, para empezar, una cita para su
mujer. Se le pidió que le contase a su mujer la razón de la consulta y que
estuviese preparada para discutir su evolución sexual desde la pubertad.
Llegaron puntuales a la cita. El esposo salió de la consulta para que la mujer
nos contase libremente su historia sexual, lo cual hizo no sin mucha vergüenza. La
paciente explicaba su temor como resultado de un terror incontrolable que ligaba a
sus enseñanzas religiosas. Nos enseñó una libreta en la que apuntaba
cuidadosamente el día y la hora de sus periodos menstruales. Al parecer, esto se
hallaba estrechamente ligado a su problema sexual.
El examen de la libreta nos reveló que durante los últimos diez años, la paciente
había estado menstruando cada treinta y tres días y la hora del día no variaba
apenas, alrededor de las diez o las once de la mañana. Había unos pocos
periodos que no coincidían con esos ritmos, pero nunca anteriores a los treinta y
tres días citados. En esos casos, la paciente había anotado la fecha de la
menstruación real, la que estaba prevista y una nota explicativa del tipo «He
estado enferma en la cama con un resfriado».
Cuando se le preguntó si quería ayuda para su problema conyugal, declaró
afirmativamente en primera instancia. Inmediatamente, sin embargo, se asustó y
le pidió al autor, entre sollozos, que la dejase «esperar hasta mañana».
Finalmente, la calmamos repitiéndole que se trataba únicamente de su propia
decisión.
La siguiente medida fue darle un largo y vago discurso general sobre relaciones
conyugales, intercalando sugestiones de fatiga, cansancio y desinterés hasta que
se consiguió un buen estado de trance.
Después, se le dio toda una serie de sugestiones con creciente intensidad para
continuar con el trance y para implantar las siguientes ideas. Primero, que se iba a
sorprender al perder el miedo a cumplir sus promesas sexuales, simplemente
cumpliéndolas antes de lo que ella misma pensaba. Segundo, de camino a casa
iba a enfrascarse en la idea satisfactoria, aunque sin sentido, de que haría que las
cosas sucediesen tan deprisa que ni siquiera experimentaría miedo.
Visitamos a su marido por separado y le aseguramos que las cosas cambiarían
a partir de la siguiente noche.
Al día siguiente, el esposo nos informó, apesadumbrado, de que a medio
camino de casa, su esposa tuvo el periodo menstrual, diecisiete días antes de lo
previsto. Le tranquilizó el decirle que ello era una prueba de la intensidad de su
deseo y de su absoluta intención de consumar el matrimonio. Se le dio otra cita
para cuando ya no tuviese el periodo.
La visitamos de nuevo el siguiente sábado por la noche. Se le indujo un nuevo
trance. En esta ocasión, se le explicó que la consumación tendría que tener lugar
y que el autor sentía que tenía que ocurrir en los próximos diez días. Pero, de
todas formas, era ella quien tenía que decidir cuándo. Se le dijo que podría ser
ese sábado o el domingo, aunque el autor prefería el viernes noche; también
podía suceder el lunes o el martes por la noche, aunque el viernes era la noche
preferida; de nuevo, se le dijo que podía ocurrir el jueves por la noche, pero el
autor prefería definitivamente el viernes. Repetimos una y otra vez toda la retahila
de días con énfasis en la preferencia del autor hasta que la paciente empezó a
expresar cierto malestar.
Se la despertó y, en estado de vigilia, se le hicieron los mismos comentarios. Su
expresión facial era de intenso desacuerdo, especialmente con las menciones de
la preferencia del autor.
Visitamos separadamente al esposo y se le dijo que no intentara nada, que
estuviese pasivo en su conducta, aunque debía estar preparado para responder y
que, de seguro, obtendría resultados.
El viernes siguiente nos informó: «Mi mujer me ha dicho que le informe de lo
que pasó ayer. Sucedió tan rápido que no tuve capacidad de reacción. Por poco
me viola. Y después se levantó a medianoche para hacerlo de nuevo. Esta
mañana estaba riendo y le pregunté por qué. Me pidió que le dijera que finalmente
no fue un viernes. Le dije que hoy era viernes y, riendo, me dijo que usted lo
entendería». No se le explicó más a él.
Sabemos que el matrimonio tuvo una feliz continuación, compraron una casa y
tuvieron tres hijos deseados en intervalos de dos años.
Comentario
Comentarios generales
Apéndice
8, págs. 57-65.
valorando la totalidad que se confronta con el terapeuta. Al hacerlo así, los
terapeutas no deberían limitarse a valorar lo que es bueno y razonable para
después ofrecer posibles cimientos de procedimientos terapéuticos. A veces —en
realidad, muchas más veces de lo que imaginamos—, la terapia sólo puede
establecerse a partir de la utilización de lo absurdo, lo tonto, lo irracional y lo
contradictorio.
A continuación y para ilustrar lo dicho desde la experiencia clínica,
expondremos los siguientes casos, algunos de los cuales surgen de una situación
terapéutica no hipnótica y otros, de situaciones que implican el uso de la hipnosis.
Caso 1
Caso 2
Caso 3
Una joven mujer, divorciada por tercera vez, acudió buscando ayuda
psiquiátrica a la consulta del autor. Dijo: «Vengo por un problema en concreto, eso
es todo, y le contaré lo que me sucede ahora mismo, pero no quiero que me trate
de nada más. Debe prometerme que será así».
Lo esencial del caso es que a los 18 años nuestra paciente se casó
impulsivamente en contra de los deseos de su familia. Se trataba de un hombre
bien parecido, pero, como descubrió después, de lo más disoluto. La noche de
bodas se dio cuenta de que ese hombre de 25 años era un alcohólico. El intento
de consumación del matrimonio en su estado de intoxicación fue una parodia. De
todas formas, él la culpó a ella, la reprendió sin piedad, la acusó de tener «un
trasero gélido» y la abandonó en la habitación del hotel para pasar la noche con
una prostituta. Así y todo, la joven continuó viviendo con él a pesar de que, a partir
de entonces, la llamaba por el apelativo «trasero gélido» de la primera noche.
Después de algunos meses de frustrados esfuerzos por demostrarle que era una
mujer con una vida sexual normal, pidió el divorcio, aunque secretamente pensaba
que su marido tenía razón con respecto a su falta de sexualidad.
Un año más tarde, en un esfuerzo sobre compensatorio por evitar el tipo de
problema que se había encontrado en su primer matrimonio, la joven se casó con
un hombre afeminado. La latente homosexualidad del recién casado se reveló la
noche de bodas a través de su aversión hacia el cuerpo de nuestra paciente. Al
parecer, su motivación por el matrimonio giraba en torno a la fortuna de la
paciente, ya que él no poseía «la situación social adecuada en la comunidad». El
joven se mostró indignado por las «indecentes prisas» por consumar el matrimonio
que mostraba su esposa y le administró una gazmoña reprimenda. Según supo
ella más tarde, el joven marido pasó la noche con un amigo encargado de
consolarlo. La reacción de nuestra paciente fue la de inculparse de este nuevo
fracaso. En su interior, pensaba que debía de estar sexualmente incapacitada, tal
como le decía su primer marido. El matrimonio duró aproximadamente un año,
principalmente gracias a que él solía pasar la mayoría de las noches en el
apartamento de su madre. A los cuatro meses de casados, se produjo un intento
de consumar el matrimonio, pero resultó ser una experiencia repugnante para él,
lo cual reforzó su idea de que carecía de todo sentimiento sexual.
Después de divorciarse de este segundo marido, la joven consiguió un empleo
y renunció a una vida normal. Al cabo de unos dos años, cuando se hallaba
viviendo una vida muy retirada, conoció por casualidad a un hombre cinco años
mayor que ella que se dedicaba a los negocios inmobiliarios. Su encanto, su éxito
en los negocios —aunque algunos dudaban de su reputación en ese aspecto—,
su conocimiento del mundo y su cortesía la convencieron para intentar otra
aventura matrimonial.
Se casaron por la mañana y se fueron directamente a una carísima suite de un
hotel de un pueblo cercano. Toda la velada consistió en un intento del joven por
convencerla de que le legara todas sus propiedades para que él pudiese
especular con ellas y conseguir enormes beneficios.
A medida que el joven le presentaba sus argumentos, nuestra infortunada
paciente iba recordando sus anteriores fracasos, lo que levantó unas terribles
sospechas en ella. Su marido, impaciente por la lentitud de su mujer a la hora de
aceptar sus argumentos, notó la expresión de horror de su joven mujer.
Enfurecido, la tiró sobre la cama para realizar el coito violentamente, la culpó por
su falta de respuesta, la ridiculizó y le contó que la noche anterior la había pasado
con una prostituta que respondía mucho mejor que ella. Finalmente «me aban-
donó para encontrar a alguien que no fuese como yo, como mi primer marido
decía que era». Al poco consiguió el correspondiente divorcio.
Ahora, la muchacha estaba interesada en un joven que contaba con la
aprobación de su abogado, su banquero, sus padres, su pastor y sus amigos.
Quería casarse con él desesperadamente, pero deseaba igualmente no causarle
ninguna infelicidad. Buscaba ayuda psiquiátrica para solucionar su «deficiencia».
Con extrema vergüenza y para que no hubiese ninguna confusión, la joven puso
las cosas muy claras. Quería que le retirase el frío que sentía continuamente en el
trasero, en invierno y en verano, con ropas ligeras o de abrigo. Ese frío constante
e insoportable que se había instalado en sus nalgas desde la primera noche de su
tercer matrimonio. La pronta disolución del matrimonio no la había ayudado a
quitarse de encima ese frío que había desarrollado tras la devastación de su tercer
marido. Hasta el momento, no se había atrevido a buscar ayuda médica por
vergüenza. Recientemente, en los cursos nocturnos que estaba siguiendo había
leído acerca de la hipnosis, los fenómenos hipnóticos y la hipnotera-pia. Cuando
vio el nombre del autor como referencia, acudió a Ari-zona para ser sometida a
una terapia directa, inmediata y específica.
Su deseo de terapia era casi irracional en su intensidad. Estaba convencida de
que su problema se circunscribía al frío y no quiso ni oír hablar del carácter
general de sus dificultades. Estaba rígidamente segura de que, una vez que se
librase del frío, todo iría perfectamente. Dijo que estaba dispuesta a cooperar en
todo lo necesario para lograr su objetivo, es decir, elevar algo la temperatura de
los glúteos. En la desesperación de su deseo de que la ayudasen, la paciente no
veía cuan gracioso era el uso de ese lenguaje vulgar para describir su dolencia.
Tras un arduo esfuerzo de tres horas para atraer su interés hacia las opiniones del
autor, se hizo evidente que la terapia tendría que consumarse, a ser posible
íntegramente, en completo acuerdo con las persistentes demandas de ella.
No fue fácil diseñar un enfoque terapéutico para una paciente que se
empeñaba en hacer una lectura tan limitada de su dolencia. Debido a que
deseaba desesperadamente que le aplicasen hipnosis, no le costó nada llegar al
estado sonambulístico, corno suele suceder con este tipo de pacientes. En verdad,
fue uno de los sujetos más receptivos que el autor se ha encontrado. De todas
maneras, se le explicó que ya que quería solucionar su problema con hipnosis, era
un requisito necesario que la entrenásemos en todos los fenómenos hipnóticos de
manera que conociese todas las posibles estrategias para curar su enfermedad.
En realidad, el verdadero propósito de esto era desarrollar en ella una
receptividad, un sentimiento de completa aceptación y un deseo de ejecutar
adecuadamente cualquier sugestión que se le hiciese.
El siguiente paso (la paciente ahora bajo trance hipnótico) fue pedirle que
llevase a cabo un estudio sistemático que consistía en ir llenando una bañera de
agua y elevar poco a poco la temperatura hasta que el agua estuviese tan caliente
que produjese ampollas en las piernas, la única parte de su cuerpo que iba a estar
sumergida. Después de bastante esfuerzo, consiguió experimentar esa sensación.
Lo siguiente fue explicarle, con toda clase de detalles, cómo los receptores
térmicos del cuerpo, ante un exceso de calor, se desbordan y activan los
receptores fríos de la piel, lo que produce piel de gallina. Esta explicación, en
opinión del autor, resultó clave para el éxito de la terapia. Con esta sugestión, la
paciente tuvo la indiscutible prueba visual de que el calor puede producir los
concomitantes del frío y que ello puede ocurrir en un área limitada del cuerpo.
Desde ese momento, la paciente no tuvo ninguna duda de la competencia del
autor.
Bajo hipnosis, se la sugestionó con que iba a sentir privadamente un
exagerado, intenso y desmesurado orgullo al saber que cualquier parte de su
cuerpo podía experimentar calor a partir de una sensación subjetiva de frío.
Mediante la repetición de esta sugestión una y otra vez, se le grabó la idea de que
esa sensación iba a ser un goce personal y siempre privado. El secretismo
pretendía intensificar la sensación y evitar que alguien se enterase del argumento
que habíamos inventado, puesto que era bastante ingenuo.
Después, poco a poco, se la sugestionó con que, así como sus pantorrillas
habían desarrollado receptores del frío en respuesta al calor, así responderían los
receptores de sus muslos, sus glúteos y su abdomen. Nos aseguramos de que
aceptaba esa idea cambiando repentinamente el tema de la charla, «una niña
pequeña puede sentir un estremecimiento y un cosquilleo en la columna debido a
la felicidad y alegría que experimenta si le regalan una nueva muñeca que quería
desesperadamente y que no esperaba recibir».
Imprimimos esta nueva idea en su psique, después de varias repeticiones en
las que cambiábamos cuidadosamente las palabras claves «estremecimiento y
cosquilleo» por «estremecimiento, frío y cosquilleo». También omitíamos, de vez
en cuando, una de las tres palabras. Asimismo se le habló de que ya que procedía
de un estado del norte y había tenido una infancia feliz, podía recordar el
«cosquilleante placer de bajar en trineo por una montaña en un día frío», «el
extasíante disfrute de un helado en un caluroso día de verano», todo ello para que
asociase esos placeres remotos con las sugestiones anteriores.
Repetimos el procedimiento durante varias sesiones, siempre imprimiendo la
idea de que retuviese inconscientemente esos pensamientos, la necesidad de
incorporarlos y de que la acompañasen durante toda su existencia. Se insistió en
que por siempre permanecerían ocultas a los demás, sabiendo conscientemente,
de una manera vaga pero satisfactoria, que poseía un conocimiento hermoso y de
mucho valor personal.
En poco tiempo tuvo lugar un marcado cambio en su conducta general. La
tensión, la urgencia y la ansiedad general que presentaba en un principio
desaparecieron; se aficionó a darse largos paseos por caminos y paisajes
agradables y empezó a hablar de que le gustaría visitar Phoenix de nuevo.
Entonces, un día entró en la consulta tímidamente, ruborizada, con la vista fija
en el suelo. Después de unos quince minutos, con una voz casi infantil, me
preguntó: «¿Puedo contarle un secreto, un secreto muy importante, mi secreto
especial que sólo me pertenece a mí?». Respondimos afirmativamente de la
siguiente manera: «Creo que si lo piensa bien, llegará a la conclusión de que
puede contarle lo que quiera a su psiquiatra, porque él entenderá».
Después ele unos cuantos minutos, siete concretamente, dijo en voz muy baja:
«Tengo que contárselo de una manera especial para que lo entienda. Es lo que le
dije la primera vez que vine. Ahora es totalmente diferente». Después, en términos
muy vulgares, muy ruborizada, dijo algo así como: «Me gusta tener retaguardia
helada».
Para el autor esto significaba que ya no necesitaba más terapia. Los años
pasaron, se casó por cuarta vez, acató sus estudios durante los primeros años de
matrimonio y pudo experimentar los placeres de la maternidad, lo cual confirma el
éxito de esta terapia.
Pero ¿cuál era su problema? Un matrimonio impulsivo que inicia con muy
buena fe acaba en desastre total al poco de casarse; con su segundo matrimonio
intenta corregir el trauma del primero, pero pronto se da cuenta de que se trata de
otro error que sólo intensifica su trauma inicial. El tercer matrimonio debía corregir
definitivamente los daños del pasado, pero sólo le provoca más heridas. En un
momento dado, se ie presenta un genuino buen pretendiente y se da cuenta de
que necesita ayuda terapéutica.
Y ¿cuál fue su terapia? Sabemos que una infeliz sucesión de desgracias le
había provocado un trauma que se centraba en la necesidad vital de realizarse
como mujer. Los hechos desgraciados de su pasado la habían degradado y
conducido a que su inconsciente resumiese su infelicidad total de una manera
particular. De hecho, no podía pensar en su problema porque lo había reprimido
emocionalmente, en gran medida de manera inconsciente. Su terapia le permitió
seguir con su manera de pensar, admitir los hechos que la llevaron al problema e
integrarlos con ciertos valores emocionales de su niñez, todo ello a nivel
inconsciente. Entonces, una vez que hubo conseguido sus objetivos (como
decimos, a un nivel inconsciente), se sintió empujada a verbalizar su queja original
de una manera diferente, desde otra perspectiva. De esa manera, se liberaba de
cualquier dependencia del terapeuta y podía seguir su camino.
Comentario final
Estos tres casos pretenden ilustrar que en una terapia es muy importante hacer
lo que parece ser más importante para el paciente. La tarea del terapeuta no
debería ser convencer al paciente de sus ideas, creencias y maneras de entender
el bienestar. Ningún paciente puede realmente entender la visión del terapeuta, ni
lo necesita. Lo que se ha de buscar es el desarrollo de una situación terapéutica
que le permita al paciente usar su propio pensamiento y sus propias emociones de
manera que encajen en su esquema vital.
Los pacientes tratados no alcanzan a entender lo que el terapeuta piensa,
sabe, cree, le gusta o le disgusta. Lo que saben fundamentalmente es que
empiezan a desenmarañar sus vidas de manera inexplicable, de la misma manera
que una vez se enmarañaron sus emociones y pensamientos.
8
UNA INTRODUCCIÓN AL ESTUDIO Y APLICACIÓN
DE LA HIPNOSIS PARA EL CONTROL DEL DOLOR19
Milton H. Erickson
Introducción
19
M. H. Erickson, «An intnxluction and study of hypnosis for pain control, en International Confercnce for
Hypnosis and Psychosomalic Medicine, Berlín, J. Lassner (comp.), Springer Verlag, 1965.
Consideraciones relativas al dolor
Resumen
Bibliografía
Muchas veces le han pedido a este autor que describa en detalle la técnica
hipnótica que emplea para aliviar el dolor intolerable y problemas similares. La
respuesta siempre ha sido la misma: la técnica no sirve a otro propósito que el de
asegurar y fijar la atención de los pacientes, creando un estado mental receptivo y
con capacidad de respuesta que les permita beneficiarse de potenciales que no
conocían o que sólo conocían en parte. Una vez logrado este primer objetivo,
tendremos la oportunidad de darle al paciente sugestiones e instrucciones que lo
conducirán a la consecución de sus objetivos finales. En otras palabras, la técnica
hipnótica sólo sirve para inducir un entorno favorable en el cual instruir a los
pacientes en un uso más ventajoso de sus propios potenciales de conducta.
Desde el momento en que la técnica hipnótica es fundamentalmente un medio
para conseguir un fin y la terapia se deriva de la guía de las capacidades de
conducta del paciente, se deduce que, dentro de unos límites, se emplea la misma
técnica hipnótica para pacientes con una gran diversidad de problemas. Para
ilustrarlo, citaremos dos ejemplos en los que hemos usado la misma técnica. El
primero hace referencia a un paciente con un problema neurótico muy molesto y el
segundo se trata de un paciente con dolor intolerable debido a una enfermedad
terminal. La técnica que describiremos ha sido usada por el autor, tanto con
sujetos iletrados como con universitarios, en situaciones experimentales y clínicas.
A menudo, se ha utilizado para asegurar, fijar o mantener la atención de pacientes
difíciles y para evitar que pongan obstáculos que dificultarán la terapia. Se trata de
una técnica que emplea ideas claras y comprensibles, pero que evita que los
pacientes se inmiscuyan en una situación que no pueden comprender y para la
que buscan ayuda. Al mismo tiempo, se los anima a que estén preparados para
entender y responder a las sugestiones. Por lo tanto, se crea un entorno favorable
para la obtención de las potencialidades de conducta que necesitamos y que el
sujeto no ha usado nunca, no ha usado completamente o ni siquiera sabía que
poseía.
En el primer ejemplo no haremos referencia a la técnica empleada. En vez de
eso, daremos las instrucciones, sugestiones e ideas que permitieron al paciente
conseguir su objetivo terapéutico y que fueron intercaladas entre las ideas que
constituyen la técnica hipnótica. No citaremos estas ideas terapéuticas tal como
fueron verbalizadas, es decir, con muchas repeticiones, debido a que impresas se
20
* M. H. Erickson, «The ¡nterspersal technique for symptom corrección and pain control, en American Journal
of'Cllnical Hypnosis, 1966, nB 8, pá#s. 198-209.
entienden mejor que como parte de una corriente de manifestaciones. De todas
maneras, hay que decir que esas repeticiones sirvieron para que pudiésemos
satisfacer las necesidades del paciente adecuadamente.
El paciente era un hombre de 62 años, granjero retirado con una educación
limitada (sólo había estudiado hasta octavo grado), pero decididamente inteligente
y leído. En la actualidad poseía una encantadora personalidad extravertida,
aunque se sentía de lo más infeliz, lleno de resentimiento, hostilidad, amargura y
desesperación. Aproximadamente dos años atrás, por alguna razón desconocida u
olvidada (que el autor calificaba de poco importante o no relevante para el
problema de la terapia), había desarrollado una frecuencia de micción muy
molesta. Aproximadamente cada media hora tenía que orinar urgentemente, una
urgencia dolorosa que no podía controlar y que podía resultar en mojar los
pantalones si no solucionaba el problema. Esta urgencia se presentaba tanto de
día como de noche, interfería en su sueño, en sus relaciones sociales y le
obligaba a mantenerse siempre cerca de unos lavabos. Además, debía llevar un
maletín con varios pantalones por si no llegaba a tiempo de cambiarse. Explicó
que había traído a la consulta el maletín con tres pares de pantalones y que había
ido al lavabo justo antes de salir de casa, de camino a la consulta y que esperaba
tener que volver antes de acabar la entrevista.
El paciente nos contó que había consultado a más de cien médicos y clínicas
de renombre. Le habían hecho más de cuarenta cistoscopias, innumerables
radiografías e incontables pruebas, algunas de ellas electroencefalogramas y
electrocardiogramas. Siempre se le aseguraba que su vejiga era normal; muchas
veces se le sugería que volviese dentro de un mes o dos para llevar a cabo más
estudios. Muchas veces le habían dicho «todo está en su cabeza», que no tenía
ningún problema, que debería «mantenerse ocupado en vez de retirado» y «dejar
de molestar a los médicos como un vejestorio pesado». Todo eso le había llevado
a pensar en el suicidio.
También había consultado a algunos médicos que escribían en importantes
periódicos y varios le escribieron diciéndole que tenía algún tipo de problema de
oscuro origen orgánico. Nunca le habían dicho que se visitase con un psiquiatra.
Su propia iniciativa le llevó a leer dos de los fraudulentos libros de autoayuda
sobre hipnosis que había entonces en el mercado, y se visitó con tres
hipnotizadores. Todos le ofrecían las usuales promesas de curación de este tipo
de pseudomedicina y todos fracasaron; no llegaron ni a poder hipnotizarlo. Todos
le cobraron unos emolumentos astronómicos (comparado con lo que cobra un
médico y con los resultados obtenidos).
Como resultado de todos esos errores, los de los médicos y los de los
charlatanes, su carácter se fue transformando, volviéndose cada día más amargo,
resentido, hostil hasta el punto de que llegó a pensar seriamente en el suicidio.
Por aquellos días, un dependiente de una gasolinera le sugirió que se visitase con
un psiquiatra sobre el que había leído algo en el periódico del domingo. Y ello lo
llevó hasta nuestra consulta.
Después de ofrecernos el relato de su enfermedad, se recostó sobre la silla,
cruzó los brazos y dijo desafiante: «Ahora, hipnotíceme y cúreme esta vejiga mía».
Durante la narración del paciente, el autor había estado escuchando
aparentando la máxima atención, pero con las manos fue cambiando la posición
de los objetos del escritorio. Entre ellos, el reloj que había sobre la mesa, que
ocultó de la visión del paciente. Mientras éste se hallaba explicando amargamente
sus problemas, el autor pensaba cuál podía ser la mejor manera de tratar a una
persona que estaba más que cansada de médicos y clínicas y que presentaba una
actitud tan desafiante. Ciertamente, no parecía probable que mostrase una actitud
receptiva a nada de lo que dijese o hiciese el autor. En ese momento, el autor
recordó el caso de un paciente en estado terminal con grandes dolores que había
tratado. Ese paciente también había presentado muchísimas resistencias, pero
finalmente pudo ser tratado. Ambos pacientes tenían en común que se habían
dedicado a la agricultura, ambos eran hostiles y estaban resentidos y no se fiaban
de la hipnosis. Así que, después de que el paciente le dijese al autor
«hipnotíceme», éste se lanzó a tratarlo con la misma técnica que había utilizado
con aquel otro paciente. Se trataba de conseguir primero su aceptación.
La única diferencia entre los dos pacientes era que el material terapéutico de
uno hacía referencia al funcionamiento de la vejiga y al tiempo. El del otro tenía
que ver con la comodidad, el sueño, el apetito, el disfrute de la familia, la ausencia
de necesidad de medicación y el placer del hoy sin pensar en el mañana.
La terapia verbal que se ofreció, intercalada según la técnica del mismo
nombre, fue la siguiente (los intercalamientos están representados por los puntos):
¿Sabe? Podríamos pensar que su vejiga necesita vaciarse cada 15 minutos en vez
de cada media hora ... No es difícil pensar en ello ... Un reloj puede estar atrasado ... o
adelantado ... incluso en 1 minuto ... incluso en 2 o 5 minutos ... o piense en la vejiga
cada media hora ... como ha estado haciendo ... quizás a veces eran 35, 40 ... quizás
una hora ... cuál es la diferencia ... 35, 36 minutos, 41, 42, 45 minutos ... todo es lo
mismo ... un montón de tiempo. Quizás ha tenido alguna vez que esperar 1 segundo o
2 ... como 1 hora o 2 ... lo ha hecho ... usted puede ... 47 minutos, 50 minutos, 60
minutos, sólo minutos ... el que puede esperar media hora, puede esperar 1 hora ... Lo
sé ... está aprendiendo ... no es malo aprender... de hecho, es bueno ... piense en ello,
una vez tuvo que esperarse cuando había alguien delante ... y lo consiguió .... también
podrá hacerlo de nuevo ... y de nuevo ... todo lo que quiera ... hora y 5 minutos ... hora
y 5 minutos y medio ... cuál es la diferencia ... o incluso 6 minutos y medio ...
pongamos 10 y medio, hora y diez minutos y medio ... un minuto, 2 minutos, una hora,
2 horas, cuál es la diferencia ... tiene medio siglo o más para practicar ... usted puede
usar todo eso ... por qué no usarlo ... usted puede hacerlo ... probablemente se
sorprenda mucho ... no piense en ello ... ¿por qué no se sorprende en casa?... buena
idea ... nada mejor que una sorpresa ... una inesperada sorpresa ... cuánto tiempo
puede esperar ... ésa es la sorpresa ... más de lo que usted piensa ... mucho más ... y
es sólo el principio ... buena sensación para empezar ... para seguir ... ¿Por qué no
olvida lo que hemos hablado y lo deja en el fondo de su mente? Buen lugar para
dejarlo, no se puede perder. No importan los tomates, lo que importa es sólo su vejiga.
Bastante bien, me siento bien, bonita sorpresa. ¿Por qué no empieza por descansar,
sentirse descansado, ahora mismo, más despierto de lo que estaba esta mañana?
[esta última frase es, para el paciente, una instrucción indirecta, enfática, definitiva para
que se despierte del trance! Después (como despedida, pero no conscientemente
reconocible como tal por el paciente], ¿por qué no se da un tranquilo paseo hasta casa,
pensando en nada? [una instrucción de amnesia para el trance y su problema, y cierta
confusión para ocultar el hecho de que ya ha pasado una hora y media en la consulta!.
Lo veré a las diez de la mañana dentro de una semana [siguiendo con su ilusión,
resultante de la amnesia, de que no hay que hacer nada excepto pedir cita para la
próxima sesión].
Una semana más tarde, el paciente volvió por la consulta y nos explicó excitado
cómo había regresado a casa, encendido el televisor con la firme intención de
retrasar la micción tanto como fuera posible. Estuvo viendo una película de dos
horas de duración y bebió dos vasos de agua durante los anuncios. Luego, decidió
que resistiría una hora más, pero de repente descubrió que tenía la vejiga muy
distendida y que tendría que visitar el lavabo sin remedio. Miró su reloj y se dio
cuenta de que habían pasado cuatro horas. El paciente se reclinó cómodamente
en la silla mirando felizmente al autor, obviamente esperando una alabanza. Casi
inmediatamente se incorporó de la silla con una expresión de sorpresa en el rostro
y dijo: «Todo me vuelve ahora a la mente. No lo he pensado hasta ahora. Lo
olvidé todo. Usted debió de hipnotizarme. Me hizo hablar de los tomates, yo
estaba intentando explicarme y lo siguiente que sé es que ya estaba caminando
hacia casa. Pero pensándolo bien, debí de estar en su consulta una hora y tardé
una hora más en volver a casa. Me aguanté más de cuatro horas, como mínimo
seis. Pero eso no es todo. Eso pasó hace una semana. Ahora recuerdo que casi
no he tenido ningún problema durante la semana, dormí bien, no me tuve que
levantar. Es gracioso cómo uno se levanta por las mañanas; uno tiene la mente en
la cita del día y en lo que tiene que decir y olvida todo lo que le ha sucedido
durante la semana. Cuando le dije que me hipnotizara y me curara, se lo tomó en
serio de verdad. Le estoy muy agradecido. ¿Cuánto le debo?».
Esencialmente, el caso estuvo resuelto y pasamos el resto de la hora charlando
desenfadadamente y observando si el paciente presentaba alguna duda. No hubo
ninguna y en los meses subsiguientes tampoco ocurrió ninguna incidencia que
pusiese en peligro los resultados.
El caso anterior permite al lector entender en parte cómo, durante las
sugestiones de la inducción al trance y el mantenimiento del mismo, se pueden
intercalar sugestiones hipnoterapéuticas para conseguir un objetivo específico. En
la experiencia del autor, si se intercalan durante el mantenimiento del trance,
resultan incluso más efectivas. Los pacientes las oyen y las entienden, pero antes
de que puedan cuestionarlas, capturamos su atención mediante las sugestiones
de mantenimiento del trance. Y ésas no son más, a su vez, que una continuación
de las sugestiones de inducción del trance. Por lo tanto, se consigue dar a las
sugestiones terapéuticas una aura de significación y efectividad que se deriva de
una inducción que ya se muestra efectiva. Lo mismo se aplica al mantenimiento de
las sugestiones. Las sugestiones intercaladas se pueden repetir muchas veces,
hasta que el terapeuta se sienta seguro de que el paciente ha absorbido las
sugestiones terapéuticas adecuadamente. Entonces, el hipnotizador puede
progresar hacia otro aspecto de la terapia usando esa misma técnica del
intercalamiento.
El registro de la sesión terapéutica que hemos incluido aquí no hace referencia
al número de repeticiones de cada idea que se hizo en la realidad porque ese
número variará de paciente a paciente y de problema a problema. Por otro lado,
sabemos que las intercalaciones de sugestiones de amnesia o poshipnóticas entre
otras sugestiones —en este caso, de mantenimiento del trance— hacen que
aumente la probabilidad de que se lleven a cabo esos fenómenos. Para ilustrar
esto último con un ejemplo de la vida diaria: si asignamos una tarea doble
lograremos mejores resultados que si asignamos dos tareas separadamente. Por
ejemplo, una madre puede decirle a su hijo: «Juan, guarda la bicicleta, baja y
cierra la puerta del garaje». Eso suena a una sola tarea, en la que un aspecto del
trabajo favorece la ejecución de otro aspecto, con lo cual todo parece más
sencillo. Si nos piden que pongamos la bicicleta en un sitio y que cerremos la
puerta del garaje, nos va a parecer que nos asignan dos tareas separadas. En ese
caso es más fácil que no llevemos a cabo alguna de las tareas o ninguna de las
dos. Pero un rechazo cuando las tareas están combinadas ¿qué significa? ¿Que
no guardará la bicicleta? ¿Que no bajará al garaje? ¿Que no cerrará la puerta del
garaje?
Todo el esfuerzo que requiere identificar lo que uno quiere rechazar es un factor
que nos lleva a no rechazar nada. Además, negarse a hacerlo todo no es muy
cómodo. Juan puede llevar a cabo las tareas sin ganas, pero seguramente prefiera
llevarlas a cabo antes que analizar la situación. Con respecto a las tareas
separadas se puede contestar: «Lo haré más tarde». Pero con las tareas
combinadas no, porque, si decide guardar la bicicleta «más tarde», se deberá
«inmediatamente» bajar al garaje e «inmediatamente» cerrar la puerta. Se trata de
un razonamiento defectuoso, pero lo común en la vida diaria es llevar a cabo
«razonamientos emocionales». La vida real de cada día no es un ejercicio de
lógica. Como práctica habitual, el autor le dice al paciente: «Cuando se siente en
la silla, entre en trance». El paciente seguro que se sienta en la silla. Pero como
asociado a sentarse está el entrar en trance, esto último se convierte en lo más
probable. La combinación de psicoterapia, sugestiones poshipnóticas y amnésicas
y sugestiones de inducción y mantenimiento del trance constituye una medida
efectiva para asegurar buenos resultados. La asociación es siempre un valor
importante y efectivo. Como ejemplo podemos decir que más de un paciente que
ha desarrollado un trance en el momento de sentarse, le ha dicho al autor: «No
era mi intención entrar en trance hoy». En respuesta, el autor suele decir:
«Entonces, si quiere despertarse, porque usted ya sabe que puede entrar en
trance siempre que lo necesite, despiértese'. Aquí, hacemos que «despiértese» se
asocie con «sabe», con lo que nos aseguramos otros trances futuros a través de
la asociación contingente.
A continuación, estudiaremos otro caso ilustrativo de la intercalación de
sugestiones. Antes, es necesario explicar que el autor creció en una granja y le
gusta la horticultura. De hecho, ha leído bastante sobre los procesos de
germinación y crecimiento de plantas. Si el primer paciente era un granjero
retirado, el segundo, al que llamaremos «Joe», era florista. Su carrera empezó
como vendedor de flores, ahorrando e invirtiendo lo que ganaba en su pequeño
negocio. Pronto, pudo comprar un pequeño terreno donde cultivar sus propias
flores. En un momento dado, se convirtió en el principal comerciante de flores de
su ciudad. Joe amaba todos los detalles de su negocio, al que estaba
completamente entregado. También era un buen marido, un buen padre, un buen
amigo y un miembro muy respetado de su comunidad.
Entonces, un fatídico día de septiembre un cirujano se dispuso a extraer un
tumor de la cara de nuestro paciente. El quiste resultó maligno. Se intentó llevar a
cabo una terapia de choque, pero era «demasiado tarde».
Se le informó a Joe de que le quedaba aproximadamente un mes de vida. Su
reacción, por decirlo de alguna manera, fue de infelicidad y preocupación.
Además, sufría de un dolor muy severo, extremadamente agudo.
Al final de la segunda semana de octubre, un pariente de Joe le pidió al autor
que emplease urgentemente sus técnicas hipnóticas con él porque los narcóticos
no estaban haciendo mucho efecto. A la vista de la prognosis que le habían dado
a Joe, el autor accedió a visitarlo, pero sin mucha determinación. De todas
maneras, las indicaciones fueron que a las cuatro de la mañana del día de la visita
del autor se debía interrumpir la medicación del enfermo. El médico a cargo de
Joe accedió amablemente.
Poco antes de ser presentados terapeuta y paciente, el autor fue informado de
que a Joe no le gustaba ni hablar de la palabra hipnosis. Por otro lado, uno de los
hijos de Joe era residente de psiquiatría en una prestigiosa clínica y no creía en la
hipnosis. El residente estaría presente y se infería que Joe sabía que su hijo no
creía en ello.
Paciente y terapeuta fueron presentados y el primero estuvo cortés y amistoso.
No sabemos si Joe sabía por qué estaba allí el autor. Al reconocer a Joe, pudimos
ver que le faltaba buena parte de la cara y el cuello debido a la cirugía, la
ulceración y la necrosis. Se le había practicado una traqueotomía y no podía
hablar. Se comunicaba con lápiz y papel, que tenía siempre cerca. Se nos informó
de que Joe recibía narcóticos cada cuatro horas CA de morfina o 100 miligramos
de Demerol) y una fuerte sedación con barbitúricos. Dormía poco. Disponía de
varias enfermeras que lo atendían. Aun así, Joe estaba frecuentemente de pie,
escribiendo innumerables notas, algunas relativas a su negocio, otras a su familia,
pero muchas eran quejas y demandas de ayuda. El dolor lo perseguía todo el
tiempo y no podía entender cómo los médicos no podían manejar su negocio tan
eficientemente como él dirigía el suyo. Su situación le irritaba, porque constituía un
fracaso a sus ojos. Uno de los principios gobernantes de su vida había sido el
trabajo bien hecho. Cuando algo iba mal en su negocio, Joe acudía y lo arreglaba.
¿Por qué los médicos no hacían lo mismo? Ellos tenían medicinas para el dolor,
así que ¿por qué hacerle sufrir?
Después de presentarnos, Joe escribió, «¿Qué quiere?», lo cual era un
excelente comienzo. El autor empezó con su técnica de inducción al trance y alivio
del dolor. Se ha de decir que no incluiremos todo el discurso que se le dijo al
paciente porque había muchas repeticiones, no necesariamente en sucesión sino
que se iba y volvía sobre los mismos temas una y otra vez, repitiendo los mismos
párrafos de vez en cuando. También hay que señalar que el autor tenía serias
dudas de que la intervención tuviese éxito porque, además de su condición física,
el paciente se hallaba bastante intoxicado por la medicación que había estado
tomando. De todas maneras, el autor se guardó esas dudas para sí mismo y sólo
le hizo saber al paciente que estaba interesado en él e iba a intentar ayudarle.
Sólo eso ya constituía un poco de consuelo y esperanza para él y para su familia.
El autor empezó así:
Joe, me gustaría hablar con usted. Sé que es usted florista y que creció en una
granja de Wisconsin. A mí también me gustaba plantar flores. Aún lo hago. Me gustaría
que se sentase en esa silla mientras charlamos. Le quiero contar un montón de cosas,
pera no de flores, porque de eso sabe usted más que yo. Eso no es ¡o que quiere
usted. [El lector se dará cuenta de que las frases en cursiva corresponden a
sugestiones intercaladas que pueden ser sílabas, palabras, frases pronunciadas con
un ligero cambio de entonación.) Ahora, mientras hable lo haré cómodamente, deseo
que me escuche cómodamente mientras le hablo de una planta de tomate. Es un tema
un poco raro. Despierta la curiosidad, ¿Por qué hablar de una tomatera' Uno pone una
semilla de tomate en la tierra. Uno puede sentir la esperanza de que crecerá como
tomatera y que nos aportará satisfacción con sus frutos. Las semillas chupan agua con
pocas dificultades gracias a las lluvias que traen paz y comodidad y la alegría del
crecimiento. Esa pequeña semilla, Joe, se hincha lentamente y genera una raíz con
cilios. Ahora, puede que usted desconozca lo que son los cilios, pero le diré que son
cosas que se encargan de ayudar a crecer a la tomatera, a empujar a la planta para
que salga fuera. Puede escucharme, Joe, y yo seguiré hablando. Usted puede
escuchar, preguntarse qué puede aprender y ahí tiene su lápiz y papel; pero siguiendo
con la tomatera, crece tan despacio. No podernos verla crecer, no podemos oírla
crecer, pero lo hace, las primeras hojas saliendo del tallo, los finos pelos del tronco, en
las hojas, como los cilios de la raíz. Seguro que hacen que la planta se sienta muy
hien, muy cómoda, si es que se puede pensar en una planta como un ente que siente,
pero no puede verla crecer, pero otra pequeña hoja aparece en el tallo de la planta y
después otra. Quizás, y esto es hablar como un niño, la planta se siente cómoda y en
paz cuando crece. Cada día crece más y más; es tan cómodo, Joe, observar crecer
una planta y no verla crecer, sin sentirlo, pero sabiendo que todo se va a arreglar para
esa pequeña planta que va añadir otra hoja y otra rama, y crece cómodamente en
todas direcciones. [La mayoría de lo dicho hasta ahora fue repetido varias veces. Se
prestaba especial atención a no repetir las mismas palabras, aunque sí las sugestiones
hipnóticas. Poco después de que el autor hubiese empezado a hablar, la esposa de
Joe entró de puntillas en la habitación con una hoja de papel en la que se leía:
¿Cuándo va usted a empezar con la hipnosis? El autor no pudo hacerle mucho caso;
era necesario que confiasen en él. Seguimos con la descripción de la tomatera y la
esposa de Joe se dio cuenta de que su marido no la veía, que no sabía que estaba allí
porque se hallaba en trance sonambulístico. En ese momento .se retiró.] Y pronto la
tomatera adquiere forma de capullo, en una rama o en otra, no importa en cuál porque
todas las ramas, toda la planta tendrá pronto esos pequeños capullos; me pregunto si
la planta puede, Joe, sentir realmente alguna clase de comodidad. Usted sabe, Joe,
que una planta es una cosa maravillosa. Es tan bonito, tan agradable pensar en una
planta como si de un hombre se tratase. Esa planta tendría sentimientos hermosos,
una sensación de comodidad en cuanto sus pequeños tomates empezasen a brotar,
prometiéndonos que nos satisfarán el deseo de comer un delicioso tomate, maduro, es
tan bueno tener comida en el estómago, ese maravilloso sentimiento que tienen los
niños, un niño sediento desea una bebida, Joe, es como la tomatera cuando llueve y
todo está bien [Pausa]. Usted sabe, Joe, cada día florece una tomatera. Pienso que
una tomatera puede conocer la comodidad cada día. Ya sabe, Joe, un día en un
momento determinado para la tomatera. Así es como funcionan las tomateras. (Joe
salió repentinamente del trance, desorientado, erguido sobre la cama y moviendo los
brazos; parecía la típica conducta de los intoxicados por barbitúricos. No parecía que
viese al autor hasta que saltó de la cama y se le acercó. El autor cogió a Joe del brazo
hasta que vino una enfermera que le cambió los vendajes y le dio algo de agua a
través de un tubo. Joe dejó que el autor se sentase en su silla. Después de que el
autor se mostrase falsamente interesado en el antebrazo del paciente, éste tomó su
lápiz y escribió: •Hable, hable".] «Oh, sí, Joe, crecí en una granja y creo que la
tomatera es una planta maravillosa; piense, Joe, piense en esa pequeña semilla. En
como duerme tranquilamente, cómodamente. Una bonita planta con esas hojas y
ramas tan interesantes. Las hojas parecen tan hermosas, ese bello color, puede
sentirse feliz mirando una semilla de tomate, pensando en la planta que posee paz,
sueño, descanso, Joe. Voy a ir a almorzar y cuando vuelva hablaremos un poco más».
Resumen
21
* M. H. Erickson, Pediatric hypnotlierapy, en American Journal of Clinical Hypnosis, 1959, n« 1, págs. 25-29.
canción de cuna, no para que entienda las palabras que dice, sino para que sienta
la placentera sensación del sonido y el ritmo en asociación con sensaciones
físicas placenteras para ambos y, por lo tanto, para un objetivo común. El niño que
es abrazado apropiadamente, manejado de una manera apropiada, colocado bajo
el pecho de la manera correcta con el apropiado «toque hipnótico» es menos
probable que sufra cólicos. Por «toque hipnótico» queremos decir ese tipo de
tocamiento que sirve para estimular en el niño la expectativa de algo placentero y
que estimula al niño continuamente de una manera grata para él.
Lo que cuenta es la continuidad de la experiencia, no simplemente un
tocamiento, caricia o atención aislados, sino una continuidad de estimulación que
le permite al niño, aunque su capacidad de atención es limitada, dar una respuesta
continuada a los estímulos. Así es la hipnosis, con niños o adultos, pero
especialmente es así con los infantes. Existe una necesidad de que se dé un
continuo de ese binomio respuesta-estímulo dirigido a un objetivo común.
El niño que mama necesita la canción de nana continua y el pezón entre los
labios, incluso después de haber satisfecho el hambre y empezar a dormirse.
Necesita esos estímulos de manera continuada hasta que llegan los procesos
fisiológicos del sueño y la digestión que los reemplazarán. De manera similar, en
la hipnosis infantil existe una necesidad de estimulación continua, desde dentro y
desde fuera, o una combinación de ambas. La hipnosis, tanto para niños como
para adultos, debería derivarse de la utilización de esos estímulos buenos,
sencillos y placenteros que existen en la vida diaria para provocar la conducta
normal que favorece lo que nos interesa.
Otra consideración en el uso de la hipnosis con niños es el carácter general que
ha de tener el enfoque terapéutico. No importa qué edad tenga el niño, no se debe
nunca amenazar la posición de éste en la sociedad. La fuerza física del adulto, su
potencia intelectual, la fuerza de su autoridad y el peso de su prestigio son mucho
más grandes para el niño que cualquiera de sus atributos. Cualquier uso indebido
de ello constituye una amenaza para su adecuación como individuo. Debido a que
la hipnosis depende de la cooperación para conseguir un objetivo común, se
desea que exista una relación en la que impere la bondad y la sensación de que
se está haciendo algo provechoso. Pero esa bondad o utilidad no debe basarse en
la superioridad de una de las partes, sino en el respeto por la otra persona como
individuo. Cada uno de los participantes debe aportar su porción de actividad. Con
los niños, esta necesidad es más acuciante. Un niño, debido a su falta de
experiencia, necesita que se trabaje con él y no sobre él. El adulto, por el
contrario, sí puede entender un poco mejor la participación pasiva.
Tampoco se puede dar una condescendencia lingüística hacia el infante. La
comprensión del lenguaje siempre precede a la capacidad verbal. No se le debe
hablar como si fuese una persona que no entiende, sino utilizar con él conceptos,
ideas e imágenes significativas para el niño en términos de sus propios
aprendizajes. Hablarles como lo haría un bebé es insultarlos, burlarse de ellos, ya
que ellos saben perfectamente que los adultos hablan con fluidez. Uno no debe
pues imitar el hablar del otro, sino utilizar con todo respeto frases sacadas del
discurso del otro. Uno puede decir «el pompis del conejito», pero no «etoy
contedto», con la acentuación y entonación de un niño pequeño.
De la misma manera, se le debe respetar al niño su comprensión ideacional sin
intentar derogarla o minimizarla, porque entonces se reduce su capacidad de
entender. Siempre será mejor fallar esperando que entiendan demasiado a
ofenderles pensando que no llegan a entender. Por ejemplo, un cirujano le dijo a la
pequeña de cuatro años Kristi: «Ahora no te ha dolido nada, ¿verdad?». Utilizaba
un tono amargo, desdeñoso, y ella respondió: «¡Tonto! Sí que me ha dolido, pero
no me ha importado». Ella quería que reconociesen su participación en el
entendimiento de la situación, no una falsificación de una realidad que sí podía
entender. Decirle a un niño «Esto no te va doler» es desastroso. Los niños tienen
sus propias ideas acerca de lo que duele o no duele y tienen que ser respetadas,
pero están abiertos a cualquier modificación inteligente que se haga de ellas. Por
ejemplo, se les puede decir: «Ahora esto podría dolerte un montón, pero creo que
tú puedes evitar que te duela mucho y hasta conseguir que no te duela nada», y
esto constituirá una inteligente valoración de la realidad para el niño y le ofrecerá
una idea razonable y una participación a modo de invitación.
Sin duda, se debe respetar a los niños como criaturas pensantes, con
sentimientos, que poseen la capacidad de formular ideas y son capaces de
integrarlas en su comprensión experiencial total. Pero deben hacerlo de acuerdo a
su funcionamiento y capacidad de procesamiento actual. Ningún adulto puede
hacerlo por ellos y todo enfoque que trabaje con niños debe tener en cuenta este
hecho.
Para ilustrar cómo el autor se aproxima al niño y utiliza sus técnicas hipnóticas,
podemos citar el siguiente ejemplo personal:
Robert, de tres años de edad, se cayó por las escaleras, se rompió un labio y se
golpeó en la boca de manera que un diente se le clavó en el maxilar. Sangraba
profusamente y gritaba por el dolor y el miedo. Su madre y el autor fueron a
ayudarle. Una simple mirada al niño en el suelo, gritando, su boca sangrando
profusamente y la sangre derramada, confirmó que se trataba de una urgencia
que requería rápidas medidas.
No se hizo ningún esfuerzo por recogerlo. En vez de eso, cuando se detuvo un
momento para tomar aire, se le dijo rápidamente, con sencillez, solidaria y
enfáticamente: «Eso duele horrores, Robert. Duele muchísimo».
Entonces, sin ningún tipo de duda, el hijo del autor supo que éste sabía de lo
que hablaba. El niño podía estar de acuerdo con el autor y sabía que el autor
estaba totalmente de acuerdo con él. Consecuentemente, escuchaba con respeto,
porque el adulto había demostrado que entendía la situación completamente. En
hipnoterapia pediátrica no hay un problema más importante que el de hablarle al
paciente de manera que éste apruebe nuestro juicio y respete nuestro inteligente
control de la situación tal como entiende las cosas el infante.
Entonces se le dijo a Robert: «Y seguirá doliendo».
Con esta aseveración tan simple, se mencionó su propio miedo y se confirmó
que juzgábamos la situación con exactitud. Le demostramos que nuestro juicio de
la realidad era inteligente y que coincidíamos con él ya que, en esos momentos,
no podía ver más que un futuro de angustia y dolor.
El siguiente paso fue declarar, en una pausa que hizo para tornar aire:
«Realmente deseas que pare de doler». De nuevo, estábamos completamente de
acuerdo y se le ratificaba y animaba en su deseo. Pero se ha de tener muy en
cuenta que se trataba de su propia necesidad, que surgía de su interior.
Una vez definida la situación, se le podía ofrecer una sugestión con
posibilidades de ser aceptada. La sugestión era: «Quizá pare de doler dentro de
un minuto o dos».
Se trataba de una sugestión en pleno acuerdo con sus necesidades y deseos y,
debido a que fue planteada con un «quizá», no contradecía su propia manera de
entender la situación. Por lo tanto, el paciente podía aceptar la idea e iniciar sus
respuestas hacia la misma.
Mientras así lo hacía, trasladamos el centro de atención a otra cuestión, muy
importante para él como persona que sufría, e importante para la significación
psicológica total de la situación, se trataba de una variación importante en sí
misma como medida fundamental para cambiar y alterar la situación.
Demasiado frecuentemente, en hipnoterapia o en cualquier uso de la hipnosis,
existe una tendencia a enfatizar lo obvio en demasía y a reafirmar
innecesariamente las sugestiones ya aceptadas, en vez de crear una situación
expectante, lo que permite el desarrollo de respuestas deseadas. Todo púgil
conoce las desventajas de pasarse de entrenamiento; todo vendedor conoce la
locura de vender demasiado. El mismo peligro existe en la aplicación de técnicas
hipnóticas.
El procedimiento con Robert consistió en reconocer el significado de la herida,
dolor, pérdida de sangre, daño corporal, pérdida de parte de su autoestima
narcisista normal, de la sensación de bienestar físico tan vital para el ser humano.
Robert sabía que dolía, que estaba herido; podía ver su sangre en el suelo y en
sus manos, el sabor de la misma en su boca. Pero, como todo ser humano,
deseaba la distinción narcisista de su mala suerte, además de la comodidad
narcisista que poseía antes. Nadie desea tener dolor de cabeza, pero, ya que lo
hemos de aguantar, hagámoslo colosal para que sólo el que lo sufre sea capaz de
aguantarlo. ¡El orgullo humano es tan bueno y cómodo! Por lo tanto, se dirigió la
atención de Robert hacia dos hechos de vital importancia para él: «Hay muchísima
sangre en el suelo. ¿Es una sangre fuerte, roja y buena? Mamá, fíjate y dime qué
te parece. Creo que lo es, pero quiero estar seguro».
Por lo tanto, hubo un reconocimiento abierto y sin temores de unos valores que
eran importantes para Robert. Necesitaba saber que su mala suerte era
catastrófica a ojos de los demás, además de para sí mismo, y necesitaba una
prueba tangible de que esto era así. Por eso, se le dijo que había «muchísima
sangre en el suelo». Robert podía reconocer la valoración inteligente y competente
de la situación de acuerdo a sus necesidades no formuladas, pero reales.
Entonces, la cuestión de la sangre —su color, su fuerza, su calidad— pasó a
desempeñar un papel psicológico importante para la significación del accidente de
Robert. Efectivamente, en una situación en la que se han producido importantes
daños, es necesaria una compensación satisfactoria. Así, examinamos la sangre
del suelo y expresamos la opinión de que se trataba de sangre excelente, con lo
que lo tranquilizábamos, no sólo a nivel emocional, sino basándonos en un
adecuado examen de la realidad.
Así pues, seguimos por el camino de la calificación de la sangre y dijimos que
sería mejor examinarla en el lavabo, donde se observaría mejor delante del fondo
blanco del lavamanos. Para entonces, Robert había dejado de llorar y su dolor y
miedo no eran los factores dominantes. En vez de eso, estaba absorto en el
importante problema de la calidad de su sangre.
Su madre lo recogió y lo llevó al lavabo. Le pusimos agua sobre la cara para ver
«cómo se mezclaba con el agua» y darle así un «adecuado color rosa». Así
confirmamos el color de la sangre para la satisfacción de Robert, que veía que su
sangre era la adecuada y volvía el agua de color de rosa como debía.
Después, se trató la cuestión de si su boca sangraba correctamente y se
hinchaba como debía. Una exploración minuciosa confirmó que el desarrolló de
los acontecimientos era el adecuado, lo que le proporcionó al pequeño alivio y
satisfacción en todos los sentidos.
Lo siguiente fue la cuestión de suturar su labio. Debido a que esto podía
provocar fácilmente una respuesta negativa, se mencionó de la mejor manera
posible: negativamente, evitando que él mismo lo negara y, al mismo tiempo,
sacando a colación un tema importante. Así que se le dijo que le iban a tener que
poner puntos, pero que era improbable que le pusieran más puntos de los que él
podía contar. De hecho, parecía que no le iban a poner ni siquiera 10 puntos y él
podía contar hasta 20. Se le dijo que era una lástima que él no pudiese tener 17
puntos como Betty Alice, o 12, como Allan, pero para darle ánimos se le dijo que
tendría tantos como sus hermanos Bert o Lance o Carpí. Por lo tanto, la situación
cambió radicalmente a una en la cual podía compartir con sus hermanos mayores
una experiencia común, con una reconfortante sensación de igualdad o incluso
superioridad.
De esta manera fue capaz de enfrentarse a la cuestión de la cirugía sin miedo o
ansiedad, con la esperanza de cumplir la obligación de cooperar con el cirujano y
lleno de deseos de realizar la tarea que se le había asignado, esto es, de «estar
seguro de contar los puntos». Con ello bastó para hacerle olvidar el dolor. No fue
necesario administrarle ninguna sugestión más.
Al final sólo se requirieron siete puntos, lo que provocó cierto desencanto en
Roben, pero el cirujano añadió que había usado un nuevo material que sus
hermanos no habían probado nunca y que la cicatriz quedaría en forma de «W»,
como la letra de la universidad de papá. Ello compensó la escasez de puntos.
Puede que alguien se pregunte dónde está la hipnosis en este pequeño relato.
En realidad, la hipnosis empezó con la primera frase que se le dijo y nos dimos
cuenta de ello cuando puso todo su interés y atención en cada uno de los
acontecimientos que constituyeron la solución médica a su problema.
En ningún momento se le dijo nada que no fuera cierto ni se le consoló de una
manera contradictoria con respecto a sus ideas sobre la situación. Primero, se
estableció una comunidad de entendimiento con él y después, uno a uno, se
fueron decidiendo los elementos de interés para él en esa situación. Elementos
que le pudieran satisfacer y con los que él estuviera de acuerdo. Su papel en esa
situación era la de participante interesado y, de hecho, respondió adecuadamente
a cada idea con la que se le sugestionó.
Otro ejemplo es el de una niña de dos años de edad que mostraba una actitud
de lo más beligerante en su cuna. No quería relacionarse con nadie y estaba
preparada para pelear por su independencia durante el resto de su vida. La niña
en cuestión tenía un muñeco favorito, un conejo. Cuando nos acercamos a ella,
mostró su agresividad, pero le dijimos: «Me parece que tu conejo no sabe dormir».
«Coneco sí duemme», respondió en tono de batalla. «No creo que tu conejo
pueda tenderse con la cabeza en la almohada, aunque tú le enseñes.» «Sí puede.
¡Mira!»
«¿Y puede poner las piernas y brazos rectos como tú?» «¡Sí! ¡Mira!»
«Y cerrar los ojos, respirar profundamente y dormirse?»
«¡Coneco duemme!» Esta última declaración representaba todo un placer para
Kristi, y su conejito continuó durmiendo en un satisfactorio estado de trance.
La técnica, en este ejemplo, no consistía más que en intentar satisfacer las
necesidades de la infante a su nivel, presentándole ideas a las que podía
responder activamente y participar en un objetivo común aceptable para ella y su
colaborador adulto.
Este tipo de técnica ha sido empleada muchas veces por la simple razón de que
la "primera tarea de la hipnosis pediátrica es satisfacer las necesidades del niño
en ese momento. Eso es lo que el niño puede comprender y, una vez que ha sido
satisfecho, el terapeuta tiene la oportunidad de llevar a cabo su labor.
Para concluir, diremos que estos dos casos ilustran el enfoque hipnótico
naturalista aplicado a los niños. Como se ha demostrado, hay muy poca
necesidad, si es que hay alguna, de seguir una técnica ritual o formalizada. La
imaginería de los niños, su rapidez, sus ganas y su necesidad de nuevos
aprendizajes, su deseo de entender y de compartir las actividades de su mundo,
las oportunidades que ofrecen los juegos de imitación o de «fingir» nos sirven para
que el niño sea capaz de aceptar y responder a las sugestiones hipnóticas.
En resumen, la buena técnica hipnótica es aquella que ofrece al paciente, niño
o adulto, la oportunidad de satisfacer sus necesidades del momento
adecuadamente, la oportunidad de responder a estímulos o ideas y también la
oportunidad de experimentar las satisfacciones de nuevos aprendizajes y logros.
Sugerimos la lectura adicional de los dos artículos siguientes:
Introducción
Paciente A
Primero, desenrollé el lienzo como usted me dijo. Sabía que disponía de mucho
tiempo. Así que me puse a trabajar despacio y con cuidado como siempre hago. Pinté
como lo hago siempre, despacio. Me encontré con un problema. Sabía que el
sombrero del payaso tenía que ser azul y la faja y la rueda también. Tenían que ser de
la misma tonalidad, pero aun así diferente. Usé diferentes pigmentos con cada uno de
esos elementos, pero el trabajo de mezclar los colores era muy lento. También me
encontré con dificultades con las crines del caballo. Quería probar una técnica nueva y
finalmente lo conseguí. [Más tarde los críticos elogiarían esa innovación.] Pero no tuve
que darme prisa porque tenía mucho tiempo. De hecho, cuando acabé, lo estuve
contemplando durante mucho tiempo, asegurándome de que todo estaba bien y
cuando finalmente le di el visto bueno, lo firmé. Entonces, tomé uno de mis bocadillos y
me desperté. No recordaba nada y cuando vi el cuadro me asombré y me asusté.
Incluso comprobé las puertas del estudio; todavía estaban cerradas por dentro. Así que
decidí venir a verle rápidamente. Pero, bueno, es un buen cuadro. Ayúdeme a saber
que realmente lo he pintado yo.
Comentario
Sin tener en cuenta la dinámica del caso, las sugestiones poshipnóticas dadas y
los objetivos del paciente, analicemos un hecho fundamental. Esto es, que la tarea
encomendada requería un total de 70 horas de trabajo, según la dilatada
experiencia del artista, y fue acabada en seis, sin preparación previa y sin la
metodología de trabajo que acostumbraba a seguir. Es obvio el paralelismo entre
este caso y muchos de los hallazgos experimentales descritos en la primera parte
de este libro.
Paciente B
24
. Estas instrucciones son probablemente muy elaboradas, pero un trabajo experimental como éste que usa
una metodología nueva requiere de todos los esfuerzos. Prácticamente, se han transcrito todas las
instrucciones para demostrar que se hizo un esfuerzo importante para que el sujeto entendiese la tarea.
vio, pensó, siempre a su manera, a su velocidad, tal como sucedió y el coche
seguía y seguía. Usted no prestaba atención al coche, sólo a lo que vendría
después, un campo, una casa, un caballo o cualquier cosa que apareciese.
Sin embargo, este experimento no será un viaje en coche. Sólo lo he usado
para que me entendiera. Podía haberle descrito el proceso de preparar una
comida, pelar patatas, limpiar zanahorias, calentar chuletas de cerdo: cualquier
cosa que hubiese hecho usted.
Ahora le voy a dar mucho más tiempo del que necesita para hacer este
experimento. Le daré veinte segundos de tiempo normal. Pero para su tiempo
especial estos veinte segundos serán todo lo que necesite para acabar lo que
tiene que hacer. Puede que en tiempo normal necesite un minuto, un día, una
semana, un mes o incluso años. Y se tomará todo el tiempo que necesite
No le diré todavía cuál es su experimento o tarea. Tan pronto como mueva la
cabeza para mostrar que está preparada, pondré en marcha el cronómetro y a la
señal de ahora, y muy, muy rápido, yo le diré la tarea y usted empezará desde el
inicio e irá hasta el final, no importa lo lejos que esté en el tiempo. ¿Preparada?
De acuerdo, escuche con atención el ruido del reloj, mi señal y el nombre de la
tarea que ha de realizar. ¡Ahora, de la Niñez a Ahora, recuerde!
Su respuesta a las sugestiones fue muy marcada: se asustó mucho, dio un grito
ahogado, se desplomó sobre la silla y puso una expresión facial muy
característica, como si estuviese congelada.
Veinte segundos después se le dijo: «Pare», y se le preguntó: «¿Va bien?».
«Sí.»
«¿Me dirá si la debo despertar?»
«Sí.»
También explicó cómo nació el hijo fruto de la violación en 1934 y el dolor que
sintió cuando se lo mostraron por primera vez. «Ahí es cuando todo en mí murió.
Ya no podía soportar el recordar.»
Otros ejemplos de estos recuerdos traumáticos como son las infidelidades de
su primer marido, el día que se encontró con una carta de amor de una amante del
mismo y el día que recibió una carta de una antigua prometida de su marido
actual, lo que le provocó la correspondiente amnesia. El suicidio de una de las
chicas en la casa de maternidad durante su estancia allí. Se colgó de una
lámpara. Después, su hija se hallaba un día colgando la decoración de Navidad en
una lámpara de su casa. La muerte inexplicable de su tercer hijo mientras
descansaba en la cama una noche y cómo ella lo había relacionado después con
una noticia que leyó en el periódico. Todos esos recuerdos los contaba en
presente y estaban relacionados con episodios amnésicos.
En realidad, la paciente recordó más experiencias traumáticas, siempre en
orden cronológico. Esto requirió muchas horas antes de que se pudiese completar
la revisión de su pasado. Más tarde, se pudieron verificar muchos de esos
recuerdos, aunque algunos parecían ser más bien fantasías histéricas de carácter
mórbido.
La respuesta terapéutica a esta catarsis que vivié) fue buena. Sin embargo,
todavía tuvo varios episodios amnésicos, pero cada vez se recuperaba antes de
ellos. Además, ahora era capaz de identificar el estimulo precipitante y de
relacionarlo con un trauma que pasó por alto. Siempre que así lo hacía, el
estímulo perdía su efecto sobre ella. Por ejemplo, cuando se trasladaron a una
nueva localidad, no tuvo ningún problema en comprar la leche de la marca
Borden.
Poco después, su marido la abandonó. La paciente se divorció de él, consiguió
un empleo y logre» mantener a sus hijos adecuadamente. Sus jefes la tenían en
mucha consideración.
Cuando empezó a trabajar dejó de visitarse, a excepción de unas cuantas
breves visitas a intervalos muy largos.
La última valoración que se le hizo, dos años después de finalizar la terapia,
indicó que todavía tenía una personalidad histérica, pero bien controlada y con un
buen funcionamiento personal, social y económico.
Comentario
Para explicar qué sucedió durante esos intensos veinte segundos después de
meses de fútiles esfuerzos y cómo tuvo lugar, podemos acudir a lo que se ha
explicado en la primera parte de este libro. Que el trabajo previo con la paciente
facilitase el resultado final no significa que lo que pasó durante esos veinte
segundos no sea la clave de la terapia.
Su narración de lo que sucedió en ese breve espacio de tiempo duró horas y se
dio básicamente en presente. También hemos visto que intercalaba comentarios y
explicaciones relacionando pasado y presente (o pasado más reciente), lo que
indica que la narración no era simplemente una revivificación del pasado. Todo
parece indicar que en esos veinte segundos conseguía una comprensión
suficiente de su vida pasada como para verla en perspectiva. Así, la paciente
relataba sus recuerdos para comunicarlos al autor y, al mismo tiempo, conseguía
para ella misma una catarsis efectiva de su pasado experiencial.
Antes de la utilización de la distorsión del tiempo, la terapia fue un fracaso.
Veinte segundos de distorsión del tiempo, sea lo que sea lo que esto signifique
clínicamente, dieron como resultado el éxito terapéutico de una intervención de
dos años de duración.
Paciente C
El siguiente caso tiene que ver con un problema emocional en el que se empleó
el concepto de distorsión del tiempo como medida experimental rápida.
El paciente, un estudiante de 25 años, estaba interesado en el campo del
espectáculo. Su voz era muy buena y se acompañaba de la guitarra. El dueño de
un local nocturno le había dado recientemente empleo los fines de semana.
Desafortunadamente, a medida que pasaban las semanas, su espectáculo iba
perdiendo público y se le comunicó que iba a ser reemplazado en cuanto
encontrasen un sustituto.
Esto le causó un gran desaliento, ansiedad y depresión y acudió en busca de
terapia para solucionar su desesperanzada actitud.
En lo que nos contó acerca de sí mismo no había nada significativo, excepto
que sus estudios y su empleo durante los días laborables, además de las
actuaciones de fin de semana, no le dejaban tiempo para ensayar.
Se supo también que su trabajo a tiempo parcial se caracterizaba por
momentos de mucho ajetreo y momentos muy relajados.
Este hecho nos sugirió la posibilidad de usar la distorsión del tiempo.
Consecuentemente, se le habló de la hipnosis y sus beneficios. El paciente dijo
querer probar cualquier cosa que lo animase. Se comprobó que era un excelente
sujeto hipnótico y se le entrenó en diferentes fenómenos hipnóticos.
Una vez conseguido esto, se le instruyó sistemáticamente, bajo hipnosis, en los
experimentos de Cooper sobre distorsión del tiempo hasta que entendió con
bastante precisión la idea de lo que íbamos a hacer. Sin mucho entusiasmo,
aceptó la propuesta de llevar a cabo la distorsión. Parecía más interesado en que
nos centrásemos en su problema.
Así pues, un lunes, mientras se hallaba en trance profundo, se le dio una serie
de sugestiones poshipnóticas. El objetivo de las mismas era que el paciente
realizase, todas las noches, en sus ratos de inactividad en el trabajo, determinada
tarea poshipnótica. Iban a ser breves trances de diez a treinta segundos de
duración. Durante esos trances, a nivel alucinatorio, el paciente dispondría de un
tiempo personal para practicar guitarra y canto. Los trances serían breves en
cuanto su duración real y, debido a que la práctica sería alucinatoria, sus colegas
sólo notarían que el paciente se quedaba absorto.
Poco después se despertó con una amnesia total de las instrucciones y se le
dio cita para el siguiente lunes.
A la semana siguiente, el paciente nos informó excitado de los resultados <<He
vuelto a confiar en la vida. El sábado tuve la mejor noche de todas. El domingo lo
hice tan bien que el jefe me dijo que si seguía así, el trabajo era mío. No lo
entiendo porque no tuve un rato para practicar en la semana. Pero el domingo, me
llevé mi magnetofón y grabe la actuación. Comparé ese registro con otros
anteriores y parecía que hubiese practicado y mejorado mucho. Estaba
sorprendidísimo de cómo había mejorado. He debido de eliminar algún problema
inconsciente que interfería en mi trabajo»
Una vez hipnotizado, nos confesó que había estado practicando al menos tres
veces por día. Había hecho largas sesiones en las que tocaba su repertorio y
sesiones cortas que usaba para practicar selecciones individuales. Siempre
parecía que tardaba el tiempo necesario para llevar a cabo ese tipo de trabajo.
Además, varias veces grabó una cinta magnetofónica alucinatoria con la que
comprobaba los errores que podía estar cometiendo. En ninguna ocasión sus
compañeros de trabajo parecieron darse cuenta de su estado especial de
concentración. Nos dijo que le gustaría seguir con ese método de práctica y que lo
combinaría con el ensayo normal.
En la actualidad, varios meses después, mantiene todos sus empleos. Sus
ganancias durante el fin de semana se han incrementado mucho. Ha aumentado
su repertorio y práctica, siempre que puede, tanto en estado de vigilia como en el
de trance (con distorsión del tiempo).
Todavía no es consciente de sus actividades de trance, pero está muy
sorprendido de la rapidez con que aprende las nuevas canciones.
Hasta hoy no ha aprendido a aplicar este peculiar aprendizaje especial.
Tampoco se le ha sugerido, ya que los excelentes resultados terapéuticos
obtenidos podrían verse amenazados por otros esfuerzos experimentales.
Comentario
Paciente D
Comentario
Es difícil comentar este informe sin enfatizar lo obvio. Uno está tentado de decir
que esta experiencia demuestra que, a veces, la psicoterapia breve puede ser
muy efectiva; que la afirmación de que el inconsciente siempre ha de sacarse a la
luz, al mundo consciente, para conseguir resultados terapéuticos es más que
dudosa; y que el concepto de distorsión del tiempo en sí mismo ayuda a la
sanación terapéutica.
La paciente no sabía ni ha sabido después —ni el autor tampoco— la causa de
su problema. También es probable que otro tipo de terapia hubiese llegado al
mismo tipo de resultados. Sin embargo, el hecho es que, cualquiera que fuese su
problema, se ha demostrado que el concepto de distorsión del tiempo es aplicable,
bajo condiciones adversas, a la hora de satisfacer las demandas del paciente.
Paciente E
Incluimos el siguiente caso por dos razones. Por un lado, ilustra un problema
comparable a la historia anterior, en la que, después de mucha terapia previa, todo
el resultado terapéutico estuvo determinado por el manejo de una sola sesión. Por
otro, la situación que vamos a plantear podía haberse resuelto mucho antes
mediante la distorsión del tiempo (con muchas ventajas), pero fue imposible ya
que se trataba de un caso anterior al trabajo experimental de Cooper. Visto en
retrospectiva, teniendo en cuenta lo que sucedió y el resultado final, la utilización
de la distorsión del tiempo podía haber resuelto las dificultades iniciales que se
presentaron.
Dos jóvenes de unos veinticinco años habían sido íntimas desde la niñez. Ahora
compartían piso y trabajaban en la misma ocupación. En realidad, se habían
influenciado mutuamente a la hora de escoger su profesión. Ambas pertenecían a
una minoría racial y habían crecido en una comunidad con problemas de ese tipo.
Ambas sufrían de cierta discriminación en su vida cotidiana y en el trabajo.
Confiaban la una en la otra y se daban apoyo y ánimos. Se puede decir que la
identificación entre ambas era muy fuerte y que su relación era prácticamente
familiar, de hermanas. Su ajuste dentro de su propio grupo era bueno, aunque
muchos las calificaban de neuróticas y ellas mismas reconocían sus pautas de
conducta neuróticas. Desde hacía tiempo, se recomendaban la una a la otra la
búsqueda de psicoterapia, pero ninguna tenía el coraje para hacerlo.
Sus neurosis se hicieron más profundas y, una noche, Kay se quejó de que se
había sentido extraña todo el día. Peg intentó consolarla, pero la encontró
especialmente intratable. A la mañana siguiente, Kay se encontró todavía peor y,
de camino al trabajo, su errática conducta atrajo la atención de la policía. Cuando
la hospitalizaron, manifestó un estado catatónico agudo.
Durante un mes, Peg estuvo dándole vueltas al caso de Kay. Se preguntaba
obsesivamente «si debería dejarse ir como Kay». Su rendimiento laboral cayó en
picado y se pasaba mucho tiempo mirando al vacío.
Finalmente, y a su pesar, se decidió a buscar ayuda terapéutica. Consultó a
cuatro psiquiatras, dos de los cuales dijeron que tenían la agenda llena y los otros
dos que no tenían la formación necesaria para un caso como el suyo. Entonces
fue enviada al autor. Los otros psiquiatras que la reconocieron dijeron que la
paciente era «una catatónica incipiente o quizá total» y no era susceptible a la
terapia en ese momento.
Desde el principio se empleó la hipnoterapia, pero el progreso era lento,
dificultoso e incierto. Varias veces nos dio la impresión de que estaba a punto de
entrar en una psicosis. Durante las entrevistas, tanto en el estado de vigilia como
en el de trance, ponderaba la idea de «renunciar» y «dejarse ir como hizo Kay».
Una tarde, entró en la consulta para su cita habitual con un aspecto totalmente
diferente, con un vestido, sombrero, zapatos y bolso nuevos. Muy seriamente y
asustada, declaró: «No sé qué estoy haciendo. No me puedo permitir estas
prendas. Pero he decidido que me doy la última juerga antes de que me encierren.
Quizá mi inconsciente sepa todo eso».
Con esta frase, cerró los ojos y desarrolló un trance profundo. Se le preguntó
por qué había comprado todas esas ropas nuevas. Respondió: «No lo sé. O me
pongo bien o me pongo peor. Despiérteme».
Se despertó con una amnesia aparente del estado de trance. Inmediatamente
preguntó: «¿En vez de trabajar, podemos tener una conversación informal?».
Sin embargo, después de unos cuantos comentarios corrientes, declaró que de
repente había recordado lo que soñó la noche anterior. El sueño era
tremendamente importante, pero no podía recordar su contenido. Quizás un poco
de reflexión le ayudaría a recordar.
Después de un par de minutos de silencio, dio un salto y gritó: «No, no, no
recordaré nada más. No lo haré. Es demasiado horrible. Voy a olvidarlo de manera
que no recuerde nunca el resto del sueño. Es demasiado horrible. Me volvería loca
si lo recordase».
Entonces, hablando para sí misma, procedió a suministrarse una serie de
autosugestiones que seguían la pauta de trabajo general del autor. Su intención
era provocarse una amnesia. Acabó con un comentado autocomplaciente: «He
olvidado algo. Ni siquiera sé de qué se trata, pero sé que no puedo ni pensar en lo
que podría ser. Está completamente olvidado».
Continuó después con un tono contenido, asustada: «Sé que he hecho algo que
no debería haber hecho, pero no sé qué es. Era algo sobre olvidar, pero no lo sé.
Estaba mal, pero estoy contenta de haberlo hecho, horriblemente contenta. Pero
ahora tendré que abandonar la terapia porque no hay esperanza para mí y estoy
contenta. ¡Buenas noches!».
Con dificultad se la convenció para que se quedase un poco más, pero
continuaba diciendo: «No sirve para nada».
Sin embargo, fue finalmente inducida a revisar superficial y desinteresadamente
una parte del trabajo que habíamos llevado a cabo en otras sesiones, aunque
seguía firme en su decisión de no permitir más hipnosis.
Finalmente, se la persuadió para que permitiese al autor intentar averiguar lo
que había hecho que estaba tan mal. Eso que había destruido su vida. Accedió sin
muchas ganas, pero de nuevo insistió en que no se debía utilizar la hipnosis.
Se le ofreció una serie de especulaciones entre las cuales, azarosamente, se
incluían soñar, recordar un sueño y olvidar un sueño. Escuchó con atención, pero
descartó cualquiera de las posibilidades.
Entonces, anunció su intención de irse en ese instante e ir a visitar a Kay,
«porque voy a hacer algo horrible cuando llegue a su lado».
Se le pidió encarecidamente que se quedase un poco más para complacer al
autor. Al final decidió quedarse un poco más, de pie, recorriendo el despacho. La
paciente sonrió, dio una vuelta sobre sí misma, movió los brazos, se rió
nerviosamente y se quedó mirando abstraídamente al espacio. Todavía se podía
atraer su atención, aunque durante poco rato.
Al final, después de mucho esfuerzo, consintió en ser hipnotizada, pero declaró
que terminaría el trance y que saldría de la oficina para no volver a pisarla jamás si
se intentaba el mínimo esfuerzo por investigar en ella o llevar a cabo una terapia.
Así que se le provocó un número de trances que se utilizaron para demostrar
algunos fenómenos hipnóticos comunes de una manera impersonal.
En un momento ciado, se intentó utilizar la bola de cristal, pero ella protestó
diciendo que ya la había utilizado con fines terapéuticos. Se la tranquilizó
haciéndole alucinar un rosal y contando las flores después.
Sin embargo, cualquier intento de despersonalización, desorientación o
regresión provocaba una rápida protesta y amenazas de despertarse y marcharse.
Se invirtieron más de cuatro horas en intentar hacernos con el control de la
situación. En retrospectiva, se entiende que la distorsión del tiempo podía haber
resuelto el problema en mucho menos tiempo. Al primer desarrollo de una
reacción adversa, podía haberse dado un cambio de la situación terapéutica a una
situación experimental sencilla que comprendiese la distorsión del tiempo.
Entonces, con toda probabilidad, su conducta hubiese sido la de los pacientes B o
E.
Sin embargo, después ele mucho esfuerzo, surgió una solución gracias a una
estrategia afortunada y muy sencilla.
Se le dijo: «Como está terminando la terapia y no la volveré a ver, me gustaría
pedirle un favor de despedida, Tengo la esperanza de que lo lleve a cabo. Se trata
de lo siguiente. Usted ha entrado antes con ese nuevo vestido y me ha encantado
verla. Ahora, me gustaría hipnotizarla y enviarla fuera de la consulta para que
entre de nuevo. Así, podría revivir ese momento tan encantador. ¿Lo hará?
La paciente aceptó y se le indujo un trance profundo. Se le dijo: «Salga, dé
unos pasos por la recepción, vuelva y entre en el despacho exactamente de la
misma manera como ha llegado. Salúdeme de la misma manera'.
En su voluntad de hacerme ese último favor, no se dio cuenta de lo que decían
realmente las instrucciones y, por eso, no pudo percibir las implicaciones de las
mismas. La paciente obedeció las instrucciones y volvió a entrar en la consulta,
pero en realidad regresó en el tiempo a la situación anterior a su llegada. Por lo
tanto, se había producido una amnesia de todo lo ocurrido en la consulta.
En este nuevo escenario no resultó difícil provocar un segundo curso de los
acontecimientos.
Mediante técnicas de disociación, despersonalización, desorientación, y
observación de la bola de cristal, la paciente pudo conseguir una adecuada
comprensión del sueño y de la conducta alterada relacionada con él.
Después de eso, el curso de la terapia fue favorable y rápido. Después de ocho
años se ha sabido que la paciente seguía en buen estado de salud mental.
Comentario
Es posible pensar que este caso, como el del paciente A, no pertenece a los
ejemplos de terapia con distorsión del tiempo. Sin embargo, ilustra —y muy
claramente porque es retrospectivo— cómo, de haber contado con él, el concepto
de distorsión del tiempo se podría haber aplicado en una situación terapéutica de
extrema dificultad. En su ausencia, se tuvo que pasar por horas de ansiedad inútil
—lo cual no beneficia para nada al paciente— hasta que se encontró una
estrategia afortunada de manipulación psicológica para satisfacer las necesidades
del paciente. De otra forma, el resultado probable hubiese sido lamentable.
Por ello, este caso ilustra la constante necesidad, en todo campo de actuación,
de revisar el pasado en términos de nuevas comprensiones y, gracias a ello,
conseguir un mejor entendimiento de lo anterior y lo nuevo.
Paciente F
Este último caso trata de un paciente con un problema psiquiátrico de muy lento
progreso terapéutico y, en general, mucha dificultad. Sin embargo, en cuanto se
probó la técnica de la distorsión del tiempo apareció la solución.
El paciente, de unos veinticinco años, se quejaba de una amplia variedad de
síntomas. Sufría de miedos obsesivos ante la propia homosexualidad; tenía
frecuentes dolores de cabeza muy incapacitantes; era un individuo muy temeroso
y tímido; vivía sin interés alguno hacia nada; era agorafóbico y claustrofóbico y
tenía miedo de mirar a las mujeres porque las consideraba criaturas espantosas.
De una manera inexplicable, había algo que lo obligaba a temerlas.
Esos síntomas, de más de seis meses de duración, se habían desarrollado
rápidamente unos dieciocho meses después de que acabara el servicio militar,
pero no podía atribuirlos a ningún conjunto de circunstancias ni a un momento
dado. Simplemente, se habían desarrollado con tal rapidez que no era capaz de
recordar su aparición, ni el orden en que aparecieron.
La historia personal que relató no mostraba nada significativo y ni siquiera
estaba interesado en hablar de ello. Toda su preocupación venía expresada por
una repetición de su situación presente.
Sin embargo, se supo que su historial militar era encomiable y que había tenido
una activa experiencia de combate. Una vez fuera del ejército, se había dedicado
a visitar algunos familiares en el este y, después, había viajado a Arizona en
busca de empleo.
Poco después, su padre y su madrastra se trasladaron a Arizona a causa de la
salud del primero. Como no vivía" con ellos, los iba a visitar todas las semanas. De
hecho, lo estuvo haciendo así hasta poco antes de empezar la terapia y les
ayudaba con buena voluntad. Su relación con ambos siempre había sido buena.
Su madre había muerto «cuando yo era sólo un niño pequeño. Tenía diez años.
Era muy buena con todos sus hijos. Éramos once. Murió de repente, creo que del
corazón. Éramos realmente pobres y fue una lucha continua para salir adelante.
Nos pusimos muy contentos cuando se casaron papá y mamá. Las cosas fueron
más sencillas entonces».
La entrevista nos llevó a otro tema que podía ser de significación. Se trataba de
que poco antes de la aparición de sus síntomas, contrariamente a sus hábitos,
había estado durmiendo mal. Había tenido pesadillas, pero no se podía acordar de
ninguna.
Entonces, una mañana, de camino al trabajo, vio a una chica hermosa, pero
cuando la miró bien descubrió que tenía la horrible apariencia de un «cadáver en
descomposición». Huelga decir que se asustó muchísimo. Calle abajo, vio a otra
chica que se aproximaba; cuando la pudo ver bien, distinguió perfectamente los
rasgos de otro «cadáver en descomposición». En ese momento, empezó a tener
dudas sobre su salud mental, que se confirmaron cuando se dio cuenta de que
todas las chicas de la calle se le iban apareciendo con ese espantoso aspecto.
Cuando llegó finalmente a la fábrica donde trabajaba entre un grupo de hombres,
se sintió protegido y agradecido, pero atraído hacia ellos emocionalmente de una
«manera horrible y sentimental».
A partir de entonces, el camino de ida y vuelta al trabajo resultó una pesadilla
para él.
El día de paga tuvo que permanecer de pie, en una pequeña oficina, delante de
una joven administrativa, esperando a que le diesen el cheque. Se empezó a
sentir oprimido por la pequeñez de la sala, atrapado y sin esperanza. Después de
esta experiencia ya no pudo dormir si no era con las ventanas abiertas y la puerta
entornada. Durante la noche se despertaba repetidamente para ver si todo estaba
bien.
Después de eso, acudió en busca de terapia porque se veía en el límite de la
locura. La única alternativa posible a la medicina era el suicidio.
Varias semanas de entrevistas terapéuticas no dieron más fruto que
repeticiones del material anterior. El paciente le tenía aversión a la hipnosis e
insistía en que si hablaba lo suficiente, conseguiría sacarlo todo».
Finalmente, debido a que sus fondos se habían agotado, se dejó convencer
para llevar a cabo una experiencia hipnótica y así poder acelerar la terapia. Sin
embargo, seguía insistiendo en que la terapia tenía que realizarse íntegramente
en estado de vigilia. Aceptamos esta última condición, lo cual quería decir que se
iba a utilizar la hipnosis sólo para llegar hasta su material inconsciente, pero que
se hablaría del mismo en estado de vigilia.
El paciente resultó ser un buen sujeto hipnótico y, después de un entrenamiento
exhaustivo para asegurar una buena actuación hipnótica, se le pidió permiso para
llevar a cabo una acción terapéutica. Respondió que no e insistió de nuevo en que
la terapia sólo podría ser en vigilia.
En consecuencia, se le dijo que llevaríamos a cabo un experimento de diez a
veinte segundos que le permitiría, sin duda, llegar al fondo de sus dificultades.
Animado por la brevedad de la tarea, accedió rápidamente.
Se le enseñó sistemáticamente acerca de la distorsión del tiempo de la misma
manera que se ha descrito con anterioridad. Después de esto, se le dieron las
siguientes instrucciones:
Comentario
Resumen general
Quizá la mejor manera de resumir estos estudios clínicos sea referir al lector a
las conclusiones del final de la parte experimental de este libro.25 Si lo hacemos
así, encontraremos un paralelismo claro entre hallazgos experimentales y clínicos.
El estudio del concepto de distorsión del tiempo mediante investigación
experimental controlada nos permitió descubrir dinámicas de gran interés para la
psicología. Después, intentamos utilizar el mismo concepto, independientemente,
25
Se refiere al libro Tline Distorfion in Hipnosis, lialtimore, Williams & Wilkins, 1954. Reimpreso con el permiso de la editorial.
en un campo diferente, el de los problemas terapéuticos y clínicos. Los resultados
confirmaron y complementaron los hallazgos experimentales. Los éxitos
terapéuticos obtenidos confirman la validez del concepto de distorsión del tiempo y
su aplicabilidad a los problemas psicológicos.
Queda ahora, por otro lado, la necesidad de realizar más estudios sobre
distorsión del tiempo, tanto como problema psicológico experimental como
concepto aplicable al trabajo terapéutico y clínico.
Bibliografía
Paciente A
y que el mes que viene será el actual. Se ha de prestar especial atención a la verbalización al pasar del futuro al presente y
al pasado. Hay que hacerlo fácil y gradualmente, sin precipitarse.
29
La fecha de regresión, como consecuencia de lo hablado con el paciente tanto en vigilia como en trance, será
necesariamente la de unos meses en el futuro. La fecha de proyección es mejor que la decida el sujeto, ya que el
hipnotizador puede escoger una que no sea la adecuada. Por ejemplo, si se desea determinado día futuro, digamos, el
próximo cumpleaños, se deberá orientar al sujeto a «unos días antes de su próximo cumpleaños. Después, sólo se trata de
dejar que el sujeto escoja exactamente cuándo quiere situarse. Cuando la fecha futura es desconocida, se puede hacer que
el sujeto mire a través de la ventana y describa lo que ve, y así esto nos revelará la hora del día, la estación del año y el lugar donde nos
hallamos. Por ejemplo, un sujeto nos describió un día de compras de navidad en una ciudad lejana.
30
Se debe estar siempre alerta para evitar cualquier pensamiento indebido que pudiera romper la
orientación psicológica establecida.
5. Estoy en el cine. [se le preguntó qué película era] ¿a quién le interesa? Yo
estoy besuqueándome con mi novia.
6. Ésa es otra chica. La llevo a una galería de arte y después vamos a cenar.
Es guapa.
7. Estoy dando un discurso a un grupo de hombres. Me pregunto sobre qué
hablo porque antes he dado otro discurso y los confundo. No puedo ver bien.
8. He pintado mi coche y me he comprado un traje nuevo. Me queda bien.
Incluso lo llevo en el trabajo.
Cuando vine por primera vez a su consulta estalla realmente hecho un lío. Parecía
un niño lloroso. No sé cómo me aguantó, el doctor x se merece una medalla de oro por
todo lo que ha tenido que soportar. Me avergüenza sólo pensarlo.
Realmente no sé que sucedió. Era como un sueño, pero no lo era. Todo lo que
usted dijo se hizo realidad. Era un niño pequeño, después mayor y, a veces, las dos
cosas a un tiempo. De alguna manera me hizo vivir mi vida de manera que podía verla.
Realmente la vi y la viví.
Entonces, me hizo ver las imágenes de mi vida en unas liólas de cristal. Estaba en
bolas de cristal. Pero también estaba fuera viéndome. Algunas de las cosas que vi eran
bastante tristes. Pero, de hecho, yo estaba muy triste también.
Pero lo que realmente me gustó fue cuando me dijo que le contase todas las cosas
que quería hacer. Entonces, de alguna manera empecé a hacerlas. No lo entiendo
porque debía estar en esta sala y no estaba. [se le interrumpió inmediatamente y se le
dieron instrucciones hipnóticas para que dijese sólo lo que vio e hizo, pero que no
intentase entender la situación.]
Bien, hice todas esas cosas. ¡me sorprendió de verdad! Chico, me sentía realmente
bien. Disfruté haciéndolas. Me quedé muy sorprendido al invitar a esa chica a quedar
conmigo. Es muy guapa. Y el aumento de sueldo fue de diez dólares. Cuando le dije a
ese caradura que quitase el coche de delante del mío, se lo tomó como un hombre. ¡y
yo me sentí como un hombre también! Tengo que ir a ver al doctor x uno de estos días
porque realmente estaba preocupado por mí. Supongo que creía en mí, aunque no me
ayudase.
Después de un rato más ele charla, durante la cual no se hizo ningún esfuerzo
por preguntarle qué es lo creía que había ocurrido en relación con el autor, se fue.
De vez en cuando, el autor lo siguió viendo en los encuentros sociales de la
ciudad. Dos años después, todavía seguía en perfecto estado mental y se hallaba
haciendo planes de boda con la secretaria.
Paciente B
Paciente C
Paciente D
Este caso se centra en torno al bloqueo que experimentó una paciente durante
una terapia y la utilización de una fantasía sobre el futuro como medio para
conseguir los resultados deseados.
La paciente sufría de una profunda ansiedad neurótica con reacciones
depresivas y de dependencia. Durante un tiempo se le administró hipnoterapia y
su respuesta fue correcta. Sin embargo, poco después aparecieron reacciones
negativas y de resistencia.
Finalmente, la situación derivó en que durante la hora de visita se limitaba a
hacer una disquisición intelectual sobre sus problemas y necesidades, mientras
mantenía su statu quo en lo referente a su desequilibrio.
Unos pocos ejemplos servirán para ilustrar su comportamiento. Por buenas
razones, no podía soportar la situación familiar, pero sin embargo insistía en
seguir viviendo con sus padres a pesar de que tenía algunas buenas
oportunidades de marcharse. Se quejaba de su trabajo y, sin embargo, rechazó
una oportunidad de ascenso que le ofrecieron. Reconocía que necesitaba salir
más, pero no lo hacía. De hecho rechazaba las oportunidades que tenía. Le
interesaba la lectura y se pasaba largas horas en su habitación deseando tener
algo que leer, pero no entraba en la biblioteca a pesar de que pasaba por delante
dos veces al día.
Además, empezó a insistir en que el autor debería empujarla a llevar a cabo
esas acciones que ella no podía acometer.
Después de muchas horas de diálogo finalmente se centró en que si pudiese
realizar una sola de esas aspiraciones, desarrollaría el ímpetu suficiente para
lograr todo lo demás.
Después de mucha insistencia, aceptamos su propuesta. La hipnotizamos
inmediatamente y, en estado sonambulístico, se la instruyó para que viese una
serie de bolas de cristal. En cada una de ellas se vería una experiencia
significativa de su vida. Ella debía estudiarlas, compararlas, sacar conclusiones y
notar la continuidad de los distintos elementos de un nivel de edad a otro. De ese
estudio saldría una serie de ideas que se formularían sin que ella se diese cuenta.
Esta formulación se le manifestaría a través de otra bola más grande en la que se
vería a sí misma placenteramente, feliz y deseosa de llevar a cabo alguna
actividad futura.
La paciente se pasó aproximadamente una hora absorta estudiando las
distintas escenas alucinatorias y buscando alrededor del despacho esa otra bola
de cristal que iba a sintetizar la solución a su problema. Finalmente la localizó y
puso toda su atención en ella, describiéndola al autor con ávido interés.
Nos contó que veía la celebración de una boda. La de un amigo de la familia de
toda la vida. De hecho, en la realidad, esa boda iba tener lugar dentro de tres
meses. La paciente pudo ver varios primeros planos de ella misma y de los demás
asistentes. Describió la ceremonia, la recepción y el baile que siguió después.
Estaba especialmente interesada en el vestido que llevaba ella, pero sólo lo podía
describir como «hermoso». Contempló el baile, identificó a algunos de los
hombres con los que bailaba y nombró a uno que le pidió una cita. Una y otra vez
comentaba lo feliz que parecía en la celebración y el contraste entre su apariencia
ahora y su apariencia en la boda.
Fue bastante difícil hacerle dejar de contemplar la escena de la fiesta de la
boda, precisamente porque tenía interés en ella y porque estaba muy complacida
por su conducta allí.
Finalmente, se la instruyó para que mantuviese todo lo que había visto en el
inconsciente y que tuviese una amnesia al despertar de todas las experiencias del
trance. Más aún, según se le explicó, todo ese material constituiría una tremenda
fuerza motivadora que haría que todas sus comprensiones fuesen utilizadas
constructivamente. Se la despertó y despidió con una sugestión poshipnótica para
que continuase con la amnesia.
Después, hubo sólo dos entrevistas terapéuticas más y ambas se
circunscribieron a lo que quiso la paciente. En las dos ocasiones, afirmó que no
tenía nada que decir hasta que la hipnotizasen. Una vez satisfecha, decía que
quería instrucciones para recordar muy claramente todo lo que había visto y vivido
en la escena de la boda. De nuevo, se la complació y después de una media hora
de silencio y reflexión en estado de trance, pidió que la despertasen y se fue.
Después de la segunda de estas dos visitas se dio por terminada la terapia.
No la volvimos a ver hasta varios días después de la boda, tres meses más
tarde.
Entró en la oficina sin cita previa y explicó: «he venido a contarle cómo fue la
boda de Nadine. Tengo la extraña sensación de que usted lo sabe todo sobre la
boda y, a la vez, no sabe nada. Pero sé que le tengo que dar una explicación por
alguna razón».
Su explicación era que ella, Nadine y el novio habían sido amigos desde la
infancia y sus familias eran íntimas. Hacía unos tres meses, después de una
sesión terapéutica, la paciente se sintió impelida a detener la terapia y a dedicar
todas sus energías a preparar la boda. Cuando le pidieron que fuese dama de
honor, decidió que iba a hacerse su propio vestido. Esto la obligó aceptar el
ascenso que le habían ofrecido, porque así podía tener un horario más adecuado
para trabajar en ello. Por otro lado, alquiló un apartamento en la ciudad, de
manera que así no perdía tres horas yendo y viniendo del trabajo. También había
ido con varios amigos a comprar regalos de boda y había organizado la fiesta de
despedida de soltera de la novia. Con todo ello, había estado muy ocupada y feliz.
La paciente describió la escena de la boda, la recepción y el baile. Hay que
decir que se quedó pasmada cuando el autor le preguntó si había bailado con Ed y
si había sido el único que le había pedido salir. La paciente respondió,
absolutamente desconcertada, que no entendía nada porque ella no había
mencionado el nombre de ese chico y todo lo demás. ¿Cómo podía el autor hacer
una pregunta tan específica? Sí, había bailado con Ed, pero había rechazado su
propuesta para salir con él porque no era su tipo. Sin embargo, sí había aceptado
la propuesta de otra de sus parejas de baile.
Finalmente, se le recordó cuál había sido su propósito inicial para acudir a la
consulta del autor. Su respuesta fue sencilla: "cuando vine a verlo estaba bastante
enferma; estaba liadísima y le agradezco que me aclarase la mente antes de la
boda». No se dio cuenta de que los mismos preparativos para la boda
constituyeron su recuperación.
Desde entonces, hemos visto a la paciente en contadas ocasiones, pero
sabemos que está felizmente casada y que es madre de tres niños.
Paciente E
Con sus hermanos. Uno de ellos la obligó a meterse en el agua. Ella luchó
furiosamente hasta que «casi se ahogan los dos». No recuerda haber nadado
nunca más.
32
Normalmente, la paciente rechazaba las otras marcas de cigarrillos.
La paciente escuchó las instrucciones con mucha atención y entendió
rápidamente lo que tenía que hacer. Después, mientras estaba todavía en estado
de trance, fue «desorientada» de «la última parte de junio» y proyectada a
septiembre, como si acabase de entrar en la consulta.
Se le preguntó: «bien, ¿qué le sucedió durante las vacaciones?». Su respuesta
fue la siguiente:
Fui al lago. Cuando empecé a desvestirme para ponerme el traje de baño, lo pasé
muy mal. De repente, estalla muy despistada. Después fui a la playa, me preguntaba
por qué no había nadie en la plataforma y decidí ir y sentarme en ella. Lo siguiente fue
que me entraron unas ganas de fumar tremendas. Entonces, todo sucedió como usted
dijo. Fumé un cigarrillo y nadé hasta la orilla, pero después tuve que volver para
recuperar mis cigarrillos. Después, empecé a recordarlo todo sobre desvestirme y
llevarme la bolsa de seda y pensar en la plataforma y nadar hasta allí dos veces.
Después, supe que había solucionado mi problema para nadar y, luego, disfruté de la
natación todos los días.
Ahora estoy de vuelta al trabajo y todo va fenomenal.
Continuó:
Durante años y años he querido darme un baño caliente en la bañera. Siempre que
me disponía a hacerlo, llenaba la bañera de agua, ponía un pie sobre la superficie del
agua y lo sacaba inmediatamente. Sacaba el tapón y me daba una ducha. La verdad
es que me enfadaba conmigo misma, pero no podía dejar de hacerlo. Y si no había
ducha, me ponía de pie en la bañera y me daba con una esponja. Ahora ya puedo
bañarme en la bañera.
¡Otra cosa! Ahora puedo conducir. Había tenido que dejarlo porque adopté la mala
costumbre de cerrar los ojos y aumentar la velocidad, a veces por la ciudad y otras por
el campo. Por ejemplo, siempre cerraba los ojos para pasar por un puente, pero no lo
recordaba hasta que estuve en el lago. Ahora ya no me pasa nada de eso.
¡Esos pobres chicos con los que quedaba! Ese vecino que me llevó al agua y me
hundía y no me dejaba salir. Bien, lo que hacía es dejarme llevar fuera por esos chicos
y después asegurarme de que volvía.
¡Y mi hermana Sis y la silla! No podía soportar estar en un lugar donde hubiese un
niño pequeño sentado en una silla alta, Algunas de las enfermeras me invitaron a
cenar a sus casas y, si tenían un niño en una silla alta, me daba la vuelta y volvía a
casa. No sabía por qué. Ahora ya no tengo ese problema.
Y cuando Sis se puso azul siendo tan solo un bebé y cuando fuimos a nadar. Nunca
después he querido llevar nada azul por esa razón. Pero, mire: primero me compré un
traje de baño azul y después este vestido que llevo.
Además, voy a la iglesia. Siempre he querido ir, pero no podía aguantarlo. Incluso
estudié en un hospital católico porque yo soy protestante y así me mantendría alejada
de la iglesia. Y no es sólo porque tienen funerales en la iglesia. Hay muchas más
cosas, pero usted ya se hace una idea. Lo que no entiendo es por qué guardo todo eso
en mi inconsciente y lo complico. ¿Cómo puede ser alguien tan estúpido y cabezota? Y
supongo que usted me va a llamar obstinada porque no le voy a contar lo más
importante de todo lo que me ha pasado. Pero esta vez tengo una razón para hacerlo
así. Se lo diré la próxima vez que le vea.
Ya estoy preparada para contárselo, pero primero le voy a explicar otra cosa. Mi
madre tuvo que trabajar muy duro mientras fuimos pequeños, cuidándonos, cuidando a
mi padre, ganando lo suficiente para mantenernos. Pensé que el matrimonio era
horrible, solo problemas, trabajo y penas y que los maridos estaban siempre enfermos.
Nunca salí de esa idea. Así que ese mes visité a mi madre y tuve una larga
conversación con ella. No le conté todo lo que usted me reveló sobre mí misma; sólo
hablamos de cuando éramos pequeños y mi padre estaba enfermo. Ella amaba a mi
padre y no pensaba que su vida había sido tan mala. Ojalá le hubiese preguntado
antes en vez de quedarme con esas ideas de niña en mi inconsciente. Así que le hablé
de Joe, de cómo íbamos de bien desde que volví de vacaciones. Se puso muy
contenta cuando le dije que nos vamos a casar el año que viene. A ella nunca le gustó
que yo me hiciese enfermera y me pregunto por qué lo hice. Mi padre, supongo. Pero
ahora quiero un hogar y unos niños y un marido. Y quiero presentarle a Joe, está
esperando fuera.
Comentario General
Introducción
En este artículo expondremos con detalle una investigación que llevó a cabo un
estudiante de medicina. Se trataba de un trabajo voluntario que él mismo propuso
por razones intelectuales, aunque, en realidad, su inconsciente se hallaba
buscando ayuda psicoterapéutica.
La manera en que la tarea propuesta tenía que ser llevada a cabo,
aparentemente para iluminar ciertos aspectos relativos a la hipnosis, era una
forma de definir cómo quería ser tratado.
Aunque se intentó evitar dar ninguna asistencia al estudiante, aparte de crear
una situación favorable, se terminó dándole varias sugestiones que, en definitiva,
iban dirigidas a que pudiera finalizar su tarea.
Los resultados obtenidos por el estudiante sirven para ilustrar con remarcable
claridad:
34
Todo el énfasis ele esta propuesta recayó en la palabra podía, con lo cual se trataba de una sugestión
permisiva. Sólo se limitaba un poco el periodo de procedencia del recuerdo.
Después de diez minutos, el sujeto afirmó que todo el problema le parecía
infructuoso.
Todavía en estado de trance, se le preguntó si quería alguna ayuda o guía y
replicó que cualquier asistencia desmerecería el propósito de su esfuerzo, ya que
esa ayuda dirigiría y asistiría en la recuperación de recuerdos. El sujeto decía que
su deseo era ver si tal recuperación de recuerdos podía llevarse a cabo en el
estado de vigilia o en el de trance y si una persona sola, con su propio esfuerzo
mental, podía llevarla a cabo. Se le dijo que no se le daría ninguna ayuda, pero
que se le harían algunos comentarios para darle una oportunidad de finalizar la
tarea con éxito. Dudoso, consintió en oír los comentarios y después de
escucharlos los aceptó rápidamente. Los comentarios tenían como objetivo
explicar lo siguiente: Ya que él estaba en un trance sonambulístico y normalmente
manifestaba catalepsia, no serviría de mucho mantener o suprimir la catalepsia, la
cual era sólo una parte incidental de su estado de trance y no parte integral de la
tarea propuesta.
Por lo tanto, llevando a cabo la tarea, no se debería permitir que se diese
ninguna conducta como la catalepsia, pues interferiría en sus esfuerzos. En ese
sentido, su costumbre de mantener los ojos abiertos en estado de trance debería
ser tratada como la catalepsia.
Debido a que iba a llevar a cabo la tarea en presencia del grupo, debería
reconocerla como sólo suya y apartar a los demás de la misma; serta interesante
llevar esto a cabo no dando respuesta de ningún tipo al gaipo. En otras palabras,
se tenía que aislar del grupo.
Puesto que los recuerdos olvidados le pertenecían, no debería compartirlos
hasta que tuviese la oportunidad de considerar que ese compartir era un problema
separado y distinto. Por lo tanto, su tarea debía ser un esfuerzo mental que
ocurriría dentro de sí mismo. Por otro lado, sería necesario tener en cuenta que,
por ejemplo, cuando la tarea estuviera acabada, sería deseable que estableciese
contacto con el autor para que le diese instrucciones para despertar o para
cualquier otra contingencia que apareciese. Después, querría instrucciones acerca
de qué hacer con los resultados obtenidos. Por lo tanto, podía, en cualquier
momento, dirigir preguntas o comentarios al autor.
Después de repetirle los comentarios para que pensase en ellos en
profundidad, el sujeto preguntó: «¿Cómo empiezo?».
Se le respondió: «Es su tarea. Empezará esperando a que yo le diga la hora
que es y, después, empezará a su manera».
Mientras esperaba a que le diésemos la señal de inicio estipulada, dijo: «Voy a
buscar un recuerdo olvidado, tal como dije antes. Debería ser algo que haya
sucedido antes de que yo tuviese diez años, como usted dijo, y que yo no haya
recordado en al menos quince años. Creo que es un problema razonable».
Procedimiento experimental y resultados
Se le dijo al sujeto que eran las 19,30. Se aposentó en una silla, todavía en
trance profundo, agachó la cabeza y cerró los ojos.
A las 19,50 dijo: «Doctor Erickson, tengo la sensación de que estoy llegando a
algo, pero no sé lo que es. Estoy intrigado». Se le contestó: «Gracias por
decírmelo».
Unos diez minutos después preguntó si hacía calor o frío. Se le respondió:
«Encuentro que hace una buena temperatura. Agradable».
Al cabo ele unos cinco minutos anunció: «Me estoy asustando, pero no puedo
pensar en nada». No se le dio ninguna respuesta.
En unos pocos minutos nos habló de una escena de indescriptible terror que
alarmó al resto de estudiantes de medicina. Con la voz entrecortada, dio un grito
ahogado diciendo: «Estoy asustado, muy, muy asustado. Me voy a poner enfermo.
Pero no sé por qué. Póngame a descansar''.
Se le dijo: «Quédese donde esté en su mente, pero descanse durante unos
minutos».
Inmediatamente se relajó y declaró: «Estoy terriblemente asustado, pero no
puedo recordar nada. Es de lo más desagradable. Creo que me voy a poner
enfermo. No deje que me ponga enfermo».
Se le dijo: «No sé lo que está usted haciendo. Quizá ponerse enfermo forma
parte de su tarea. Yo no le diré cómo debe hacer su trabajo».
Y se añadió: «¿Quiere despertarse y descansar o sólo descansar en el trance,
en punto muerto, con el motor al ralentí, sin ir adelante ni atrás?».
El sujeto respondió: «Sí, de esa segunda manera».
Unos minutos después, preguntó la hora, y en cuanto se le hubo respondido
apareció la anterior mirada de intenso terror; le dieron arcadas, pero no llegó a
vomitar. Su respiración era fatigosa y espasmódica, sus manos se abrían y
cerraban convulsivamente. Parecía que se iba a desmayar de un momento a otro.
De repente, dijo: «¡Descanso!».
Inmediatamente se le dijo, «Aguante ahí, pero descanse».
De nuevo se relajó y declaró: «Es demasiado grande. No puedo hacerlo.
Dígame cómo». Se le replicó: «No puedo decirle cómo, pero puedo sugerir algo.
Usted dice que es demasiado grande. ¿Por qué no lo divide, en vez de enfrentarse
a todo el conjunto de una vez? Luego ya lo reconstruirá».
Movió la cabeza, preguntó qué hora era y de nuevo manifestó, una vez dicha la
hora, emociones intensas de varios tipos. Rabia, terror, miedo, dolor, histeria, odio,
mareo, desesperación, horror, agonía, según identificaron los propios estudiantes
interpretando las expresiones de su cara. El autor estuvo de acuerdo con todas
esas descripciones.
Finalmente se desarrolló lo que parecía ser un estado de terror severo. La
expresión dislocada, la mandíbula apretada, la respiración dificultosa, los
músculos tensos, el cuerpo rígido y las manos cerradas con fuerza.
Después de unos dos minutos se relajó, suspiró y dijo: «Descanso».
Se le preguntó cómo prefería descansar y respondió: «Ya he empezado. Tengo
los sentimientos. No sé qué recuerdo es todavía. Despiérteme y déjeme
descansar. Después, hipnotíceme y dígame que acabe con el trabajo. Todavía
tengo todo por hacer. Pero ahora tengo que descansar».
Se le despertó con instrucciones para descansar y tener una amnesia de todo lo
sucedido durante el trance. Se despertó secándose el sudor de la cara y dijo que
debía de haber comido algo en mal estado porque le dolía el estómago. Se
levantó y fue abriendo algunas ventanas. Decía que hacía calor y que estaba
preparado para oír al autor lo que tenía que decir sobre el tema propuesto.
Después, volvió a su silla, se sentó, pero al poco se puso de pie y preguntó a uno
de sus compañeros qué había que hacer para la próxima clase de dermatología.
Sin esperar a que le contestasen, empezó una nueva conversación con otro
estudiante.
Después de unos diez minutos, volvió a su silla, se sentó, miró con expectación
al autor y desarrolló un trance sonambulístico profundo.
Se le dijo: «Usted dijo justo antes de descansar: "Todavía tengo todo por
hacer". Ahora son las nueve en punto».
Cerró los ojos y apareció en su cara una expresión de interés, después una de
diversión. Movió varias veces la cabeza como si mirase a un lado y al otro. Esto
duró unos pocos minutos y después dio unas sacudidas con la cabeza, manos y
brazos. De repente, apareció una mirada de rabia en su cara, seguida de una
breve sacudida de su cuerpo. Después se puso rígido en su silla, hizo una mueca
horrible, apretó los puños y se contrajeron los bíceps. A todo esto le siguió una
tremenda variedad de expresiones faciales como las descritas antes, con muchos
movimientos de cabeza de un lado a otro y retorciendo el cuerpo.
Después de unos diez minutos se desplomó exhausto en la silla y balbuceó:
«Descanso».
Inmediatamente se le dijo: «Quédese donde está en su mente y descanse».
Se relajó y dijo: «Estoy en ello. Lo hice. Pero no sé qué hacer ahora. Me lo tiene
que decir o me olvidaré de todo».
Se le dijo: «Le puedo dar algunas sugestiones. Escuche atentamente. Creo que
ha recuperado unos recuerdos traumáticos que sucedieron hace mucho tiempo.
[Él afirmó con la cabeza.) Usted lo sabe ahora en su mente inconsciente, aunque
su mente consciente no lo sabe. Recuérdelo todo en su mente inconsciente. Yo le
despertaré para que lo descubra conscientemente si es que quiere. ¿Le parece
bien?».
Como afirmó con la cabeza, se le dijo que se despertase con sólo amnesia
consciente y que descansase un poco. Después, el autor hablaría sobre la
experiencia.
Se despertó, se quejó de sentirse «completamente destrozado», «enfermo»,
«cansado» y «como si me hubiesen dado una paliza».
Añadió: «Juraría que alguien ha estado dándome patadas y puñetazos por todo
el cuerpo. Me duelen los glúteos como si me hubiesen pateado. Y me duelen las
costillas. Me siento como si Joe Louis se hubiese cebado conmigo».
El sujeto fue a beber un poco de agua, volvió y preguntó al mismo estudiante
acerca del trabajo de dermatología, y de nuevo no esperó a que le contestasen.
Paseó alrededor de la sala, empezó e interrumpió varias conversaciones. Estaba
demasiado agitado.
Finalmente se sentó y dijo que se estaba haciendo muy tarde y que el autor
debería discutir la cuestión que había propuesto al inicio de la noche.
El autor empezó resumiendo la cuestión que se había suscitado y después
continuó diciendo que el recuerdo olvidado, tal como él había propuesto, estaría
probablemente muy reprimido en la memoria. Por lo tanto, había muchas
probabilidades de que ese recuerdo derivase de un hecho traumático. En
consecuencia, la recuperación de tal recuerdo provocaría mucho malestar, dolor y
tristeza. Además, las tendencias autodefensivas harían que la recuperación fuese
muy difícil y lenta.
Con la hipnosis se produciría una recuperación mucho más rápida y las
autodefensas menguarían mucho. Sin embargo, tal recuperación se limitaría a la
mente inconsciente. Después, habría que discutir si la cuestión podía ser
compartida por la mente consciente. Si podía ser así, la persona tendría que
experimentar mentalmente el trauma con todo el dolor personal que acompaña a
la recuperación del material reprimido.
En su caso, habría que preguntarle si estaría dispuesto a recuperar esos
recuerdos y dejarlos después en su inconsciente o si quería que llegasen a lo
consciente. Por otro lado, hasta el momento él había querido trabajar su problema
frente a toda la clase, pero ¿quería que los demás viesen sus reacciones en el
momento de hacer consciente lo inconsciente? Y en ese caso, ¿querría que los
demás conocieran el contenido de ese material reprimido?
Con respecto al método para conseguir un entendimiento consciente, había
ciertas consideraciones a tener en cuenta. ¿Querría que todo ello irrumpiese en su
mente consciente de una vez? ¿No preferiría saberlo poco a poco, con la
posibilidad de interrumpir el proceso y reunir fuerzas para continuar más adelante?
¿Querría separar los elementos afectivos de los cognitivos y experimentar unos
separados de los otros? ¿Querría que la recuperación siguiese el mismo curso de
desarrollo, la misma cronología que la experiencia original?
El sujeto nos interrumpió para declarar que lo último sonaba mejor. También
preguntó cuándo se podía hacer.
Se le advirtió: «Los otros estudiantes están aquí».
Después de unos segundos de reflexión, respondió: «No me importa que lo
vean, pero no quiero que sepan antes que yo. Somos todos médicos, así que me
imagino que deberíamos ser capaces de enfrentarnos a todo eso. Pero quiero ser
el primero en saberlo. ¿Cuándo podemos empezar?».
Se le respondió: «Ahora son más de las diez. ¿Qué piensa que ha estado
haciendo? ¿Por qué se siente tan cansado y magullado?».
Después de una larga pausa dijo: «He hecho lo que acordamos al inicio de la
clase, intentar hacer consciente algo que sé inconscientemente. Estoy seguro de
que es eso, voy a pensar en ello. Ya sé, ya he empezado antes. Ya estoy en ello y
me siento enfermo. Deme unos minutos».
Al poco tiempo dijo: «Voy a recuperarlo todo tal como sucedió. ¿Qué hora es?».
Se le dijo que eran las 22,30.
Sonrió y empezó: «Es gracioso. Me ha venido a la mente una escena. Es tan
clara como si estuviese allí mirando. Estoy de vuelta en Oklahoma. Veamos.
Tengo casi ocho años. Y ahí está mi primo. No le veía desde que tenía ocho años.
Se trasladó a otro sitio». Entonces, su expresión adquirió los rasgos de alguien
que está teniendo una alucinación de una experiencia pasada. Continuó:
«Estarnos jugando. Llevamos pantalones coitos y lo pasamos bien». Después, en
un tono más frío y distante, añadió: «No hay nada traumático en ello. Puedo ver
cómo luchamos, nos empujamos y nos damos patadas entre la paja. Estamos en
el granero. Nos lo pasamos bien. ¡Me ha empujado. Me duele. Le pego. Me la
devuelve. Vaya pelea. Vaya tortas. Oh, no, no, no».
En ese punto dejó de verbalizar, cerró los ojos y empezó a temblar; a partir de
ahí, repitió la conducta alterada que había mostrado antes, con una novedad.
Repetidamente, intentó decir algo pero no pudo. Estuvo absorto en la experiencia
durante unos veinte minutos y finalmente se derrumbó sobre la silla, exhausto y
dijo: «Gracias a Dios, vivirá».
Muy despacio, se fue enderezando en la silla y añadió: «Sí, sobrevivió y yo lo
olvidé todo por completo. Ni siquiera me he acordado de él. Nunca me atreví. No
podía. No lo había recordado durante años y años, más de quince años. Lo tenía
fuera de la mente».
Después de varios comentarios en ese sentido dijo: «Debería contarles a todos
el resto de la historia», y procedió a hacerlo así. En resumen, la historia era ésta:
Una día de verano, antes de cumplir los ocho años, el sujeto estaba jugando en
el granero con un chico de su edad llamado Johnny, pariente lejano suyo. Estaban
jugando a luchar y, sin querer, se hicieron daño el uno al otro. De ahí surgió una
pequeña pelea y Johnny, que era más pequeño, llevaba la peor parte. Para igualar
las fuerzas de los contendientes, Johnny tomó una horqueta e intentó pincharlo. A
su vez, el sujeto se hizo con otra y desgraciadamente se la clavó en la pantorrilla
izquierda a Johnny. Éste gritó y él, horrorizado, reaccionó sacándole la horqueta,
pero todavía se asustó más cuando vio el chorro de sangre que salía de la herida.
Johnny corrió gritando y llegó como pudo a la casa, mientras nuestro sujeto fue a
la bomba de agua y empezó a bombear frenéticamente en el abrevadero de los
caballos.
Como supo después, su padre aplicó un torniquete al chico y mandó llamar al
médico. Mientras esperaban al doctor, el padre fue hasta el pozo para darle una
azotaina a su hijo. Cuando estaba sobre las piernas de su padre, en posición
horizontal, podía ver la capa de algas en el abrevadero de caballos. Después, su
padre lo arrastró hasta la casa y le hizo mirar a Johnny.
El médico llegó y vendó la herida. Después, quiso ver la horqueta. Su padre le
dio un cachete y lo mandó a por ella. El sujeto obedeció a su padre envuelto en un
torbellino de emociones.
Después de examinar la herramienta, el médico le administró al herido la
vacuna antitetánica. Su padre le volvió a pegar.
Justo después de marcharse el médico, Johnny sufrió un choque anafiláctico.
Se le hincharon los ojos y la lengua, que se salía de la boca y empezó a ponerse
de un «horrible color gris».
Nuestro sujeto vio después que el doctor le ponía otra inyección, que él tomó
por un nuevo anti tétanos (después supo que era una «medicina para que no se
muriese Johnny»), e introducía una cuchara en la boca de su primo (para disminuir
sus dificultades respiratorias), para después sacar un cuchillo (escalpelo) por si
había que «cortar la garganta de Johnny» (hacer una traqueotomía). El sujeto
estaba horrorizado ante la idea de que Johnny fuese «abierto como un cerdo».
Sin embargo, Johnny respondió a la inyección de adrenalina y no fue necesario
llevar a cabo la traqueotomía. El médico les explicó la razón por la que había
estado preparado para llevarla a cabo, aunque al sujeto le parecía el mismísimo
plan de un carnicero para matar a un animal.
Cuando se fue el médico, su padre le dio una sonora paliza y lo obligó a
permanecer junto a la cama de Johnny y vigilarlo por si acaso se daba «alguna
complicación y se hacía necesario cortarle la garganta».
Durante toda la noche, soñó con que la piel de Johnny se volvía «horriblemente
verde como la suciedad del abrevadero de los caballos». Al día siguiente, lo
obligaron a mirar cómo el doctor cambiaba el vendaje y pudo ver la zona de la
herida de un «color horrible, todo verde y asqueroso». Además, cuando
examinaba la herida, el doctor dijo que era una cosa de lo «más horrible». Más
tarde, ese mismo día, el sujeto no quiso bombear el agua para los caballos y de
nuevo le dieron una azotaina, en la posición del día anterior.
Poco después, los padres de Johnny se trasladaron a otro Estado y se perdió
todo contacto. Por lo que él sabe, el incidente quedó cerrado y, un año después,
sus padres se trasladaron a una ciudad lejana y se olvidó por completo de la vida
en la granja.
Terminada la sesión, el estudiante, cansado, exhausto y absorto, se fue con los
demás, con quienes habíamos acordado que no hablarían de la cuestión hasta
más adelante.
Una semana más tarde, el estudiante visitó al autor, afirmando haber aprendido
algunas cosas increíbles sobre sí mismo como resultado de la recuperación de
ese recuerde).
En primer lugar, dudaba de si estaba realmente interesado en la psiquiatría
como había pensado hasta el momento. Ahora le parecía que la medicina interna
era mucho más interesante.
En segundo lugar, su actitud con respecto a la dermatología había cambiado
completamente. Previamente, había sido incapaz de estudiar el libro de texto
sobre la materia, a pesar de que lo había intentado con ganas. O se dormía en
cuanto abría el libro o se distraía. Siempre que iba a la clínica de dermatología, se
ponía enfermo y tenía que marcharse. A pesar del peligro de ser amonestado por
la facultad, había estado saltándose las clases sobre el tema. Ahora, sin embargo,
estudiaba dermatología con interés y disfrutaba de las prácticas. (Más adelante,
sacaría una buena nota en esa asignatura.)
El autor tuvo ese año la oportunidad de ver ai sujeto durante las clases y
después en las prácticas que realizó. Hablaron de sus planes, que consistían en
especializarse en medicina interna. Aun así, todavía mantenía mucho interés,
aunque en un segundo plano, por la psiquiatría.
En estos momentos, el sujeto ejerce la medicina en su consulta privada y usa
sus conocimientos de psiquiatría para tratar apropiadamente a sus pacientes.
Conclusión
No será necesario extenderse mucho con este caso, ya que el sujeto supo
dirigir sus esfuerzos de tal manera que consiguió una terapia efectiva, rápida y con
unos resultados impresionantes, si atendemos a las consecuencias que tuvo para
su personalidad. Por otro lado, no es difícil entender lo que sucedió. El texto habla
por sí mismo.
Creemos que esta tarea hubiese sido muy difícil de llevarse a cabo en estado
de vigilia, tal como descubrió el propio estudiante. Sin embargo, en estado
hipnótico, una tarea que parece imposible se hace comprensible, factible y hasta
se podría decir, en este caso, de fácil solución.